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Presses Universitaires du Mirail La Rhetorica Christiana de Diego Valadés Author(s): Martha Elena VENIER Source: Caravelle (1988-), No. 76/77, HOMMAGE À GEORGES BAUDOT (Décembre 2001), pp. 437-442 Published by: Presses Universitaires du Mirail Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40854981 . Accessed: 26/12/2013 20:04 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Presses Universitaires du Mirail is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Caravelle (1988-). http://www.jstor.org This content downloaded from 148.206.53.9 on Thu, 26 Dec 2013 20:04:30 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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La Rhetorica Christiana de Diego ValadésAuthor(s): Martha Elena VENIERSource: Caravelle (1988-), No. 76/77, HOMMAGE À GEORGES BAUDOT (Décembre 2001), pp.437-442Published by: Presses Universitaires du MirailStable URL: http://www.jstor.org/stable/40854981 .

Accessed: 26/12/2013 20:04

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CM.H.LB. Caravelle n° 76-77, p. 437-442, Toulouse, 2001

La Rhetorica Christiana de Diego Valadés PAR

Martha Elena VENIER El Colegio de México

En el libro I de su tratado De inverinone^ reflexiona Cicerón sobre los pros y contras de la oratoria, que tanto salva como destruye, y llega a la conclusión de que si

alguno, dejados los rectos y honestísimos estudios de la razón y de la moral, gasta todo su tiempo en ejercicios retóricos, será un pésimo ciudadano; pero el que se arma con la elocuencia para defender los intereses de la patria en vez de menoscabarlos y combatirlos, es, en mi sentir, un varón útilísimo para los suyos y para la república, y un verdadero ciudadano. 1

Acabada la república, Quintiliano compendió en sus Instituciones oratorias esa educación para la vida por medio de la retórica y su práctica. Después de esa época de esplendor, salvo contadas excepciones, los tratados de retórica se convirtieron en copias, recuento escueto de algunos manuales o resúmenes de lo oído o apuntado en el aula. Quien no sea especialista en el tema y haya leído un tratado serio de retórica, queda excusado de leer el resto de los numerosos que se han escrito, porque, variantes más o menos, nunca dejó de ser (aun en sus peores momentos, cuando se transformó en la memorización de las figuras del discurso) uno y el mismo; jamás se alteró su estructura, y aun cuando prohijó artes mestizas -las poéticas, las del dictamen en la Edad Media-, su heredera natural (diluido ya el propósito para el que sirvió durante siglos) fue la retórica eclesiástica, en la que se sustentó el arte del sermón.

En el libro cuarto de su Doctrina cristiana San Agustín expuso los principios de la elocuencia sagrada, advirtiendo que no dará los preceptos que aprendió y enseñó en «las escuelas del siglo», no porque carecieran de

1 La traducción es de Menéndez Pelayo, Obras completas, t. 1, Anaconda, Buenos Aires, 1946.

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utilidad, sino porque no había lugar para ellos en su obra; no prescinde de Cicerón, sin embargo, corno no prescindió de esa asociación (Cicerón- retórica) la iconografía medieval y renacentista ni las numerosas preceptivas que se conservan, elaboradas con cierta originalidad algunas, copias con pequeños cambios otras y otras más simples adaptaciones de éstas y aquéllas.2 En todo caso, con pocos contratiempos, el ars praedicandi llegó al Renacimiento, período en el que se pudieron leer los tratados completos de Aristóteles, Cicerón y Quintiliamo, que habían faltado en el anterior.

Diego Valadés, franciscano y predicador en Nueva España cuando se imponía la nueva cosmogonía, contó, pues, con un amplio acervo para elaborar su voluminoso tratado, cuya escritura justifica en la dedicatoria a Gregorio XIII:

Habiendo mirado con atención los casi incontables volúmenes de retórica... dados a la estampa por diversos escritores así paganos como cristianos, y que por la brevedad de esta vida mortal le es imposible al entendimiento del hombre hacer más diligentes y detenidas pesquisas, compadeciendo el inmenso trabajo de los que estudian y queriendo acceder a las piadosas súplicas de muchos predicadores de Dios, he elaborado esta Retórica cristiana... 3

Por el año en que se imprimió, 1579, uno después de que apareció la Retórica eclesiástica de Luis de Granada, se supuso que la del franciscano era su primer vastago, no sólo por la materia, sino porque Valadés conocía bien la obra de Granada.4 Pero no hay que especular mucho

2 «Almost consistently throughout the Middle Ages... rhetoric, as one of the liberal arts, played a significant part in mediaeval life. The classical rhetoric survived in many forms. In the first place, manuscripts of some of the chief classical authors themselves were plentiful in European libraries. Secondly, there were the works of the minor rhetoricians of later dates, who, following the relatively compendious fashion of an isagogic work or enciclopedia, preserved the general principles and terminology of ancient rhetoric» (Harry Caplan, «Classical Rhetoric and the Medieval Theory of Preaching», en Raymond F. Howes (ed.), Historical Studies of Rhetoric and Rhetoricians, Cornell University Press, Ithaca, 1961, p. 72). Véase también de James Murphy «The art of preaching», en su libro Rhetoric in the middle ages, University of California Press, Berkeley, 1974, p. 268-363. 3 Uso la edición bilingüe (facsímil y traducción) que publicaron la Universidad Nacional y el Fondo de Cultura Económica en 1989, con prólogos y traducción de E. Palomera, A. Castro Pallares y T. Herrera Zapién. No es claro en los textos introductorios el origen novohispano de Valadés (los editores afirman que había nacido en Tlaxcala), porque no se presentan documentos que lo avalen, ni cuánto del tratado se escribió en Nueva España (quizá escribió la mayor parte en Europa). Revisando el material que Irving Leonard registra en Los libros del conquistador, pudo, por las fechas de composición, contar con algunos clásicos, pero entre los textos de Granada que enlista, no figura la Retórica. Es de suponer, pues, que la conoció cuando llegó a Italia, unos cuatro años antes de publicar su libro. 4 A poco de iniciado su trabajo comenta: «...como docta y piadosamente enseña en su libro de retórica eclesiástica, libro nunca suficientemente elogiado con sus méritos el doctísimo y piadoso Luis de Granada» (p. 65). Véase sobre el tema el estudio de Esteban

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para advertir que los propósitos de uno y otro eran diferentes. Interesaba a Granada ejercitar en la teoría lo que con tanta fortuna había ejercitado en la práctica. El proyecto de Valadés era más ambicioso; 5 habría querido titular su obra «suma de todas las ciencias más excelsas», ya que, dice, trata en ella de casi todas y abunda en comentarios e información sobre usos y costumbres de los naturales de México, que sólo podía conocer un habitante de Nueva España e interesado en el tema, además. Nada tendría de raro que el franciscano se hubiera inspirado en la obra del español, porque en lo que a retórica en general se refiere y en particular a la eclesiástica, la originalidad hacía mucho que había desaparecido y eran normales -justificables incluso- la copia y la repetición.

Combinar retórica con materia sagrada parece contradictorio, en especial porque el sistema estuvo destinado a géneros del discurso (salvo quizá el epidíctico), ajenos a esos nuevos propósitos. Granada hubiera querido que «no sólo los ejemplos, más también los preceptos mismos, pertenecieran únicamente a la facultad de predicar y nada hubiese en esta obra que tuviera resabios de las letras de los gentiles».6 Pero ésos eran los orígenes, y el esfuerzo por deslindar fue tarea inútil, porque el pasado bien sólido de la oratoria gentil era, literalmente, objeto de cultura, algo que se advierte no bien Valadés intenta establecer la diferencia entre el orador secular y el espiritual. El primero «trata con su discurso de conmover e inclinar al juez a favor de su cliente». En cambio, el orador espiritual, mediante el sermón, «trata de apartar del mal y conducir al bien para ganar almas para Cristo, dado que es defensor de la verdadera fe y combatiente del error». Esta distinción es libresca, porque mal podía conocer Valadés de primera mano la práctica de la defensa judicial; su descripción de la oratoria forense es, más que breve, superficial, porque la despoja de todos los matices que adquiría en el ejercicio.

Valadés no parece tan inquieto por la gentilidad de la retórica como Granada; confiesa en la dedicatoria que no ve inútil para los cristianos el estudio de las ciencias profanas ni la elocuencia, «reina del saber»; entre otras cosas, ahí estaban los «inmortales discursos de Cicerón» y las enseñanzas de Quintiliano, que convenía aprovechar y reivindicar, como aconsejaba San Agustín, para servir a la oratoria cristiana.

J. Palomera, Fray Diego Valadés, evangelizador humanista de la Nueva España. Su obra, México, Jus, 1962, p. 78-91. 5 Y también más práctico; otro propósito que le impulsó a escribir su tratado es que muchos de los que predican, no pueden «adquirir, por su gran pobreza, todas las obras completas del arte retórica...; digo que todos entenderán y comprenderán sin dificultad, que esto que hacemos sin gran lujo y a bajo precio es lo mismo que enseñan otros autores con grande trabajo y empeño». 6 Nada se altera de la estructura de la retórica, y de eso Granada era consciente; no se justifica la afirmación de Alfonso Reyes, quien en su repaso de la retórica antigua (t. 13 de las Obras completas), dice que Granada había limpiado la retórica de todo viso de gentilidad; lo que sí hizo fue integrar a la vieja estructura ejemplos bíblicos y píos.

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La definición de retorica que escoge Valadés no es la de Aristóteles (arte de encontrar en cada materia los medios para persuadir), sino la que recoge Quintiliano, bene dicendi scientia, que no alude sólo a la elocuencia, sino también a un modo de vida, a un ideal: el buen orador es también un hombre bueno y virtuoso, que se alimenta de la sabiduría.

Justo ahí entra el predicador cristiano,

mostrando al pueblo la verdad y luego los arcanos, enseñando a vivir piadosa e inocentemente, eliminando los muy torpes errores, las perniciosas supersticiones y las malas costumbres, impulsando a los hombres a la piadosa, verdadera y divina sabiduría, es decir a la religión cristiana, nutriendo con el conocimiento de la verdad (más delicado que el cual no hay ningún alimento) las almas de los oyentes.

Es evidente que esta descripción contiene un programa de trabajo, el que tuvo en la conversión, mediante la prédica, para enseñar a los mexicanos del siglo XVI a vivir con inocencia, sin superticiones ni malas costumbres; es otra manera de cristianismo primitivo, que se impuso, dentro de términos históricos, en breve tiempo? mediante otra forma de sermo humilis, descrito con pormenor e ilustrado con lujo en la parte cuarta de esta Retórica.

Todo esto debía conseguirse mediante las tres funciones del discurso -docere, delectare, movere-, que Valadés encuentra concentradas en el 20,13 del Eclesiástico: «sapiens in verbis seipsum amabilis reddit». Puesto que no puedo extenderme aquí en la abundacia de contenido (y repeticiones) de esta retórica, me detendré en el tratamiento que Valadés da a sus cinco partes: inventio, disposino, elocutio, memoria y actio. Las dos primeras son la armadura del discurso. Sin la invención no hay tema, sin la disposición no hay orden.

La invención (que corresponde a los tópicos), dice Valadés, consta de exordio, narración, división, digresión, confirmación, refutación y conclusión, partes en las que Cicerón dividía el discurso. Con esta distribución ubica su retórica en la corriente ciceroniana. En la quinta parte de su obra, que destina al análisis exhaustivo de la invención dice que se propone «investigare quot sint partes orationis, quae inventionem perficiunt». No hay confusión, sino casi alusión directa de ese manualito sumamente práctico que es la retórica Ad Herennium, en cuyo libro I, 2,4, se lee «inventio in sex partes orationes consumitur», es decir la invención se usa en las seis partes del discurso. En el breve espacio que destina a la disposición, se refiere a sus dos clases bien conocidas, la artificial, que «corresponde a los principios del arte» y la «acomodada a las circunstancias», en la que «empieza la causa por la narración o por

7 En el cap. XXII, de la cuarta parte anota Valadés, «Y no hay que pasar por alto las grandes ventajas que, por obra de los religiosos, cada día se consiguen en estas tierras. Lo cual ha sido ciertamente una hazaña heroica en sumo grado, tanto por la magnitud de la empresa como por la prontitud en darle término».

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alguna sólida argumentación, observando qué es congruente con el inicio, qué con el medio, qué con el final». Para entender esta clasificación es necesario recurrir una vez más al Herennio, III, 8, 16, en donde se explica que la disposición artificial no es otra que la muy elaborada clasificación ciceroniana de las partes del discuro copiada arriba, y que la «acomodada a las circunstancias» significaba escoger, sin seguir el orden estricto, la parte que sea más pertinente para favorecer el discurso.

La «última forma de la invención» y también el «último y más grande trabajo» (afirmación con la cual recuerda a Cicerón y Quintiliano), es la elocución, porque la disposición «pone en su lugar los diferentes huesos del cuerpo uniéndolos por medio de ligamentos; la elocución añade a los huesos y nervios la carne y la sangre, y su color, y su figura». Sin ella -dice copiando a Quintiliano, VIII, 16, aunque sin mencionarlo- «supervacua est inventio et simila gladio condito intra vagina suam haerenti» (p. 213).

Como otros compiladores de los elementos del discurso, Valadés recoge en el libro sexto todo lo que se encuentra en el octavo de la Instituciones oratorias, desde los tropos hasta las figuras de pensamiento, y lo nutre bien con ejemplos de la literatura clásica, Virgilio en especial.

Destaca esta retórica en la exposición de la memoria. Granada la deja de lado porque, en su opinión, era algo que daba la naturaleza.8 Valadés, en cambio, parece no dejar nada librado al azar y se complace en afirmar que «quizá pocos antes de mí se hayan dedicado a escribir sobre este tema con mayor dedicación del ánimo». No hay lugar para resumir aquí los recursos mnemónicos (extraídos también del Herennio) tanto léxicos como iconográficos, con matices herméticos, numerosos y buena parte de ellos originales, porque era buen dibujante y grabador. 9 Importa advertir que sus imágenes y símbolos están muy relacionados con los medios que los naturales de Nueva España usaban para comunicarse, y que los lienzos ilustrativos que usaron los frailes de la conquista sirvieron, como los recursos medievales, para transmitir la nueva espiritualidad con métodos tan sencillos como era posible.

Quien recuerde el libro doce de Quintiliano, encontrará que, en lo referido a la actuación, a la manera de decir el discurso, Valadés aprendió bien la lección y supo adaptar la materia a las necesidades del púlpito. La

8 Casi todos los preceptistas españoles evitan el tema de la memoria desde el siglo XVI (Vives, por ejemplo) hasta el XVII (Mayans) o la tratan a distancia, repitiendo consejos de tipo fisiológico, templanza y buena alimentación (Miguel de Salinas) más que las lucubraciones de los que elaboraban teatros de la memoria. Quizá les procuraba, más que eludir el tema de la memoria tan difundido en el resto de Europa, evitar alguna acusación de hermetismo y magia que transminaba buena parte de esos teatros. J A este tema en la Retórica de Valadés dediqué un breve artículo «La memoria, iconografía de la retórica», en el volumen colectivo Reflexiones lingüísticas y literarias, El Colegio de México, 1992, p. 1 15-124.

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mala actuación, comenta aludiendo a Demóstenes y Cicerón, era suficiente para malograr un buen discurso; por la misma razón, el predicador inexperto no conseguirá el favor del pueblo.

En análisis más extendido que éste podría llegar a la conclusión de que lo original en este tratado es lo que no pertenece a la retórica: las numerosas digresiones sobre las vida y costumbres de los habitantes naturales de Nueva España y la obra de los predicadores, cuya función principal era transformarlas.

RESUMEN- La retórica del franciscano Diego Valadés es obra de su tiempo, abonada por la de los clásicos que aprovecha en abundancia para sus propósitos. Como predicador en Nueva España, no sólo estaba inmerso en la práctica del sermón; también manejaba con destreza todo elemento obtenido de estas tierras que sirviera a su propósito. Como tratado de retórica, su originalidad se encuentra en todo aquello que los europeos no tienen: la exposición de la cosmogonía cristiana, reducida a la comprensión de los pueblos mexicanos y la simbologia que les servía como material didáctico.

RESUME- La rhétorique du franciscain Diego Valadés est une œuvre de son époque, nourrie de celles des classiques qu'il utilise abondamment à ses propres fins. Prédicateur en Nouvelle-Espagne, non seulement il était imprégné de la pratique du sermon, mais encore il se servait avec aisance de tout élément local propre à servir ses intentions. L'originalité de son ouvrage, comme traité de rhétorique, réside dans tout ce que ne possèdent pas les Européens : l'exposé de la cosmogonie chrétienne, réduit à la compréhension des peuples mexicains et la symbologie qui leur servait de matériel didactique.

ABSTRACT- The rhetoric of the franciscan Diego Valadés corresponds to his epoch, and was nourrished by the classics' one which he abundantly employed for his own purposes. A preacher in New Spain, not only was he impregnated with the sermon's practice, but he easily used any local element that could serve his intentions. The originality of his work as a treaty of rhetoric, consists in everything that the european ones don't have : an exposure of the Christian cosmogony, reduced to the comprehension of the mexican populations and to the symbology which served them as didactic material.

PALABRAS CLAVE: Cristiana, Eclesiástica, Memoria, Oratoria, Sermón.

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