Trotsky in Spain

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    LEN TROTSKI Y ESPAA (1930-1939)

    Ignacio Iglesias, 1977

    No nos convirtamos en jefes de una nueva intolerancia; nonos presentemos como apstoles de una nueva religin,

    aunque sea la religin de la lgica, la religin de larazn (Proudhon, carta a Marx del 17 de mayo de 1864)

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    1.INTRODUCCIN

    En el comprensible deseo de estudiar los distintos y mltiplesaspectos de la revolucin espaola, inaugurada merced al hundimientode la Monarqua en abril de 1931 y finiquitada -al menos durante un

    largo lapso de tiempo- con el derrumbamiento de la Repblica en marzode 19391, no faltan ni mucho menos los temas a tratar. Uno de ellos,interesante aunque no muy importante, dicho sea en honor de la verdad,es el que concierne a las posiciones polticas expuestas por LenTrotski a lo largo de los ocho aos que abarca el mencionado ciclorevolucionario espaol. Interesante porque no puede sernos indiferentelo que escribi sobre nuestro pas uno de los mximos dirigentes de larevolucin rusa; no muy importante porque su pensamiento no hallraces, ni siquiera verdadero eco, en el movimiento revolucionario quetuvo por escenario a Espaa.

    La reciente publicacin en Francia y Espaa de la totalidad de lostextos de Trotski referentes a la revolucin espaola -salvo cuatro

    cartas que el minucioso compilador no pudo encontrar2

    - muestra que semantiene todava vivo, al menos en un cierto sector, tal vezperteneciente a las nuevas generaciones, el inters por cuantoescribi uno de los artfices de la conquista del poder por losbolcheviques en octubre de 1917 y luego fundador del Ejrcito rojo.Tambin resulta otro sntoma no menos elocuente el hecho, de verassorprendente, de que hayan surgido en Espaa, en estos ltimostiempos, grupos o grupitos que reivindican su neta filiacintrotskista, aunque pertenezcan a sectores diferentes que, como estradicional, se disputan con ardor entre ellos.

    Ahora bien, digamos de buenas a primeras, aunque la afirmacin irritea algunos, que los juicios de Trotski sobre los distintos aspectos de

    la revolucin espaola pecaron de dogmatismo y de incomprensin,asimismo de apasionamiento, pero sobre todo del inconmensurable errorde examinarla a travs del prisma del Octubre ruso. Adems, fcilresulta comprobar que junto con una real lucidez en ciertascuestiones, aparece con frecuencia en sus escritos una especie deembriaguez terica que le impide vislumbrar la realidad de lasituacin y de sus componentes. Se dira que siente las ms de lasveces la imprescindible necesidad de exhibir certidumbres slidas y node conocer, de saber, de enterarse como es debido. Cuando se dogmatizase suele perder con facilidad el sentido de las realidades.

    Es, pues, el suyo un pensamiento ms lgico que realista, ms polmicoque analtico, ms transpuesto que natural. El mximo error en quesuelen incurrir casi todos los tericos del movimiento revolucionarioes proceder por referencia; as, Trotski, ante la revolucin espaolasola referirse a la revolucin rusa, al igual que Lenin, ante la

    1Tambin pueden adoptarse otras fechas para situar el inicio y fin dela revolucin espaola: la cada de la dictadura primorriverista, enenero de 1930, y las llamadas jornadas de mayo en Barcelona, en 1937,que afirman el poder de Negrn y los comunistas al mismo tiempo queacaban con las ilusiones de las tendencias revolucionarias.2L.Trotski, La rvolution espagnole (1930-1940), Ed. de Minuit, Pars,1975 (textos recopilados y presentados por Pierre Brou). Hasta ahorasolo contbamos con los reproducidos en el tomo III de Ecrits,traducidos y publicados luego en castellano por Ruedo Ibrico en 1971,

    con el titulo Escritos sobre Espaa. La edicin preparada por Broufue publicada, en dos volmenes, por la Editorial Fontanella, deBarcelona.

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    revolucin rusa, se refera a la Comuna de Pars y ambos a la GranRevolucin francesa. El resultado suele ser, las ms de las ocasiones,que el llamado anlisis marxista se convierte en un esquema queabusivamente pretende explicar todo, pero que al cabo de cuentas noexplica nada o muy poco, ya que la capacidad de juicio sufre deobnubilacin total. La experiencia ha demostrado que no sirve de gran

    cosa la tendencia a refugiarse en los anlisis del pasado, con notorioservilismo terico.

    Cabe reconocer que las equivocaciones que pululan en las opiniones deTrotski aparecen ahora con mucha mayor nitidez que cuando fueronexpresadas, no solo porque los aos transcurridos arrojan luces msclaras y hasta nuevas sobre los acontecimientos de antao, sinoigualmente porque resulta ms fcil liberarse de la especie desubyugacin que se senta leyendo la magnfica prosa delrevolucionario ruso, extraordinario escritor, que supo manejarinsuperablemente la metfora, con facilidad la irona, con frecuenciael sarcasmo y en ocasiones-ay!- la perfidia. Bernard Shaw, que saba lo que deca, llam aTrotski rey de los panfletarios. Y no hay duda que muchos de susescritos referentes a Espaa corresponden ms al gnero panfletarioque al sereno del anlisis objetivo.

    Sin embargo, las falsas posiciones polticas de Trotski respecto a larevolucin espaola tienen su origen en causas ms profundas que elsimple dogmatismo y el afn desmesurado de imprimir sobre nuestro pasla calcomana con la imagen de la Rusia de 1917. Trotski, a partir deeste ao, no se sale una sola vez de los esquemas de la revolucin deOctubre, cual es fcil comprobar. Pero no solo porque, primer actordel golpe de Estado triunfante, tuvo sin duda la tendencia de quererdarle una significacin general, sino asimismo y sobre todo porque seconvirti en el apologista intransigente del bolchevismo, en el que seempe en ver el modelo nico e insuperable de organizacinrevolucionaria, al mismo tiempo que consider la dictadura leninistacual paradigma de todas las revoluciones, cualquiera que fuese elescenario de las mismas.

    Trotski, como es sabido, se uni a los bolcheviques en el verano de1917, despus de haberlos combatido desde 1903 con clarividencia,sobre todo en la cuestin inherente al tipo de organizacin que cabadar a la socialdemocracia rusa. En su autobiografa trata de reduciral mnimo esa diferencia fundamental, e incluso afirma que fue Leninel que tuvo razn y no l, contradiciendo as la propia evidencia.Por qu esta absurda actitud suya? Respuesta fcil: la lucha deStalin y sus sucesivos aliados se llev a cabo contra el trotskismo ennombre del leninismo; Trotski, acorralado, se esforz en presentarse

    como el verdadero leninista frente a los otros, a los que estigmatizde desviacionistas del bolchevismo. Al adoptar esta actitud, tuvo ipsofacto que condenar su propio pasado, si bien se esforz al mismotiempo en minimizar sus diferencias con Lenin, el irrecusablepontfice.

    Anglica Balabanova, secretaria de la Internacional Comunista durantela primera poca, en su biografa de Lenin escribi que Trotski erael converso que quera superar a todos en entrega y sacrificio, un

    recin converso que deseaba hacerse perdonar sus muchos pecados contra

    el bolchevismo y que, por ello, se volvi ms papista que el Papa, ms

    irreconciliable, ms revolucionario, ms bolchevique que los

    bolcheviques mismos. Evit todo cuanto su solo aspecto hubiera podido

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    marcarle con el sello menchevique...3. Se me antoja que as seexplican algunos de sus actos. La historia de Espaa muestra que losms intransigentes inquisidores -ante todo el primero de ellos, frayToms de Torquemada- fueron precisamente los de origen converso, conlo que trataban de borrar su pasado.

    Cmo es posible que el hombre que en 1903 vio los peligros queencerraba para la clase obrera revolucionaria el sistema deorganizacin impuesto por Lenin a los bolcheviques, que en 1905 intuyel verdadero carcter de la revolucin rusa, que en 1914 fue uno delos pocos internacionalistas que se opuso a la guerra europea, que en1917 vio la posibilidad de apoderarse del poder mediante un golpe deEstado y supo comportarse en estratega incomparable, que en 1918 logrcrear un ejrcito y llevarlo a la victoria, que en 1919-1920 organizel sistema de transportes sovitico paralizado como consecuencia de laguerra civil, que en 1925 se ocup brillantemente de la direccincientfica y tcnica de la industria; cmo es posible -repetimos- queun hombre tan clarividente y capaz dejara luego de ser l mismo, paratratar de imitar a Lenin y limitarse a un papel de simple ortodoxo delleninismo?

    En consecuencia, se enfrent con Stalin y la degeneracin de larevolucin rusa en el peor de los terrenos, en todo caso en un terrenoque no era el suyo; en situacin mediocre, tartamude sin cesar yresbal las ms de las ocasiones, como si se le hubiera roto elresorte que aos antes le haba mantenido alerta y perspicaz. En estalucha oposicionista, Trotski se mostr un psimo tctico y un malestratega. Gracias a l -otros ya lo han sealado-, el trotskismo nopas de ser una vana tentativa de restaurar el bolchevismo del perodoheroico con todos sus defectos congnitos, desde luego-, en una pocaen que ste ya estaba superado y por tanto no poda tener base en lahistoria real.

    Verdad es que Trotski result vctima propiciatoria de la nocinleninista de partido, que asumi a partir de 1917 despus de haberlacombatido aos antes en compaa de otros marxistas. Lenin, en suconocido librito Qu hacer?, concibi el partido no como unaorganizacin de masas apoyada en el movimiento sindical, sino ms biencomo un ncleo militar integrado exclusivamente por una minora derevolucionarios profesionales; ncleo militar porque se basaba en lacentralizacin y en la disciplina ms rigurosas, teniendo comoobjetivo la preparacin de la lucha armada para conquistar el poder.Qu hacer? es asimismo la delirante apologa de un partido asentadosobre una doctrina infalible. Y en la concepcin puramente elitista deque los trabajadores, por s mismos, jams lograrn superar el trade-unionismo, es decir, las meras reivindicaciones salariales.

    Formado en la clandestinidad zarista como un rgido aparato decuadros, que en su concepto agrupaba la llamada vanguardia de obrerose intelectuales, sobre todo de intelectuales4, el partido bolcheviquehaba educado a sus militantes en la concepcin de una estrictadisciplina, en una centralizacin a ultranza y en el sentimientosuperior de tener razn contra todo el mundo. Indudablemente -como ya

    3Anglica Balabanova, Lenin, Hannover, 1959, pg. 121. Citado por HarryWilde, Trotski, Alianza Editorial, Madrid, 1972, pg. 192.4Recordemos que en el II Congreso del Partido Obrero Socialdemcrataruso, celebrado del 30 de julio al 23 de agosto de 1903, primero en

    Bruselas y luego en Londres, en el que se produjo la escisin entrebolcheviques (mayoritarios) y mencheviques (minoritarios), estuvieronpresentes 57 delegados, de los que solo tres eran obreros.

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    confes Rosa Luxemburgo en 1904-, en general una fuerte tendencia a lacentralizacin es inherente al marxismo; Rosa Luxemburgo lo explicabapor el hecho de que ste haba comenzado a desarrollarse sobre elterreno econmico del capitalismo, que es centralizador por esencia, yen la ciudad burguesa, centralizada, fundamentalmente hostil a todamanifestacin de particularismo o de federalismo nacional.

    Pues bien, esa tendencia hacia la centralizacin propia del marxismola acentu, mejor dicho, la entroniz como norma fundamental elbolchevismo merced a la imposicin de Lenin, hasta presentar acusadosaspectos que nada tienen que ver con la democracia socialista. Uno deesos aspectos es sin duda el de la subordinacin mecnica, militar, delos militantes respecto a la direccin del partido. El poder absolutosobre toda la organizacin ejercido por un reducido nmero dedirigentes encerraba graves peligros, que Trotski denunci en sudebido momento al escribir: La organizacin del partido sustituye alpartido, el Comit Central sustituye a la organizacin y, por ltimo,

    el secretario general sustituye al Comit Central5. Este era, al cabode cuentas, el verdadero mecanismo del denominado centralismodemocrtico, aagaza con la que se ha pretendido ocultar el poderomnmodo de los jefes.

    Otros marxistas mostraron, al igual que lo haba hecho Trotski, laaberracin que supona el jacobinismo leninista. Por ejemplo,Plejanov, el fundador de la socialdemocracia rusa, escribi en 1904las siguientes lneas profticas: Al final todo girar en torno a unsolo hombre, el cual, ex providentia, tendr en sus manos todos los

    poderes6. La revolucin dejaba de ser obra de los propiostrabajadores, reemplazados por una pequea minora dirigente, a su vezconducidapor otra minora an ms reducida, el llamado Comit Central, ste enmanos del secretario general, dirigente nico y todopoderoso. Lenin yel bolchevismo negaron, pues, a la clase obrera toda concienciarevolucionaria; su papel no deba ser otro que el de estar al servicioexclusivo del partido, ser materia prima de la historia revolucionariay en modo alguno sujeto principal de esta historia.

    Bien se ve que mucho antes de que lograra conquistar el poder,objetivo principal de su poltica, el partido bolchevique contena ensu seno los grmenes de una evolucin que lo llevara ineluctablementea una oposicin completa respecto a los trabajadores. En efecto, elbolchevismo consideraba ser el depositario de la verdad absoluta y, enconsecuencia, tener razn incluso contra la clase obrera, a la quedeca representar. Una vez instalado en el poder, se identific motuproprio con la revolucin. Por tanto, sus opositores, a cualquiertendencia que pertenecieran, sin tener en cuenta su ideologa, no

    podan ser otra cosa que enemigos de la revolucin. Trotski, en 1917,abandon sus antiguas concepciones y se identific por completo con elpartido bolchevique, presentndose como su ms ardiente defensor.Trotski -quin se lo iba a decir!- result aos ms tarde vctima delsecretario general de dicho partido, cuyo poder dictatorial habaprevisto en 1904...

    Convertido en un ortodoxo ms del leninismo, Trotski no solo abraz apartir de la revolucin rusa de octubre de 1917 las concepciones deLenin, sino que las extrem en ocasiones. Hall lgico que el poder de

    5Nuestras tareas polticas, folleto editado en Ginebra en 1904. Citado

    por Michel Collinet, Du bolchevisme, Amito-Oumont Ed., Pars, 1957,pg. 20.6Citado por Michel Collinet, ibdem, pg. 20.

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    la clase obrera fuese reemplazado por el poder del partidobolchevique, convertido en partido nico y erigido en representanteexclusivo de los intereses fundamentales de los trabajadores, inclusocontra los propios trabajadores, llegado el caso. As, junto conLenin, aplast la Oposicin obrera surgida en el seno mismo delbolchevismo, las huelgas de Petrogrado y la revuelta de Cronstadt.

    Para ambos, el partido detentaba la verdad y toda opinin diferente ala de los exegetas delbolchevismo resultaba un error condenable y condenado severamente.Este ha sido el origen de la intolerancia leninista, heredada por elestalinismo y por el trotskismo.

    Junto a este exclusivismo se fue creando toda una mitologa en tornoal partido y a la revolucin bolcheviques, que sumada a la supuestainfabilidad leninista se convirti en una especie de teologacompleja, con su dogmatismo, su mstica y su escolstica. Trotski tuvoen todo ello su parte de responsabilidad, ya que para l Lenin fue unintocable, la revolucin de octubre un modelo a imitar y el partidobolchevique un instrumento revolucionario nico e imprescindible. Elfanatismo de partido, el patriotismo sovitico y el culto a Leninfueron otros tantos obstculos que impidieron a Trotski, arrojado dela Unin Sovitica, sacar las conclusiones debidas. Durante aossigui considerando el Partido Comunista como su propio partido y elEstado sovitico como socialista... simplemente degenerado.

    La derrota de Trotski ante Stalin, as como la de los otrosoposicionistas, resultaba inevitable: haban elegido un mal terrenopara la batalla. A los ojos de la clase obrera rusa tratbase de unalucha entre dirigentes por la direccin del partido y por ende delEstado sovitico. Los oposicionistas reclamaban la democracia en elseno del Partido Comunista, mas no pensaron un solo instante en exigirel restablecimiento de las libertades democrticas para el pueblo engeneral. A los trabajadores se les mantuvo al margen de la lucha defracciones, que nicamente corresponda a los militantes, y lostrabajadores, claro est, respondieron con la indiferencia hacia elresultado final de la misma. Los problemas debatidos en los medios delpartido, sobre todo en los sectores dirigentes -revolucin alemana,revolucin china, etc.- se les antoj a los obreros y campesinos rusoscuestiones lejanas, que nada tenan que ver con sus propios problemas.

    Trotski y sus partidarios adoptaron desde 1924, frente a la nacienteburocracia estalinista ya en trance de imponerse definitivamente en laURSS, una actitud que puede definirse como reformista, puesto que soloaspiraban a introducir ciertas reformas en el equipo dirigente; almismo tiempo, ante una realidad nueva que no cesara de acentuarse, seempearon en querer restaurar la poltica leninista de los aos

    heroicos de la guerra civil. Su objetivo principal, pues, consista encorregir el curso errneo del Partido Comunista sovitico y por endede la III Internacional, con lo que, quirase o no, se situaron a lacola del estalinismo. No le faltaba razn a Ciliga, cuando aosdespus escribi: Trotski y sus partidarios estn demasiadontimamente ligados al rgimen burocrtico de la URSS para poder

    llevar la lucha contra ese rgimen hasta sus ltimas consecuencias. Yaadi esta frase lapidaria: En el fondo, Trotski es el terico de unrgimen cuyo realizador es Stalin7.

    7Antn Ciliga, Au pays du grand mensonge, Ed. NRF (Gallimard), Pars,1938. Tambin es de Ciliga esta otra expresin, no menos elocuente:

    Lenin fue el realizador rgido y Trotski el trovador (enLInsurrection de Cronstadt et le destine de la Rvolution russe,Rvolution proltarienne, n 278, Pars, 1938).

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    Por tanto, sus posiciones polticas respecto a la Unin Sovitica y alestalinismo estuvieron siempre retrasadas, teniendo en cuenta lasituacin imperante. Hasta 1927, Trotski consider que el partidotena razn en ltima instancia, ao en que descubri que ste seencontraba totalmente en manos de la burocracia, la cual nunca poda

    tener razn; hasta 1933 defendi a los partidos comunistas,preconizando solo la oposicin en el interior de los mismos con elpropsito nico de obtener un cambio de orientacin, pero la toma delpoder por Hitler en Alemania le incit sbitamente a orientarse haciala construccin de nuevos partidos y de una IV Internacional; en fin,hasta 1939 prosigui afirmando que el Estado sovitico conservaba sucarcter obrero no obstante su degeneracin, pero comenz entonces adudar y a preguntarse si no tendra que revisar esta concepcin.

    Creo que Trotski se equivoc profundamente respecto a la naturalezadel estalinismo, a su funcin y a su importancia. Consider que setrataba de un fenmeno pasajero, de breve duracin, a causa de lacontradiccin insoluble existente entre la dominacin de la burocraciay lo que l denominaba formas socialistas de produccin existentesen la Unin Sovitica. Por tal motivo nunca se decidi a llevar a caboun anlisis serio del estalinismo. nicamente al final de su vidalanz la hiptesis de que si la guerra mundial que acababa deiniciarse se terminaba sin la victoria de la revolucin, se deberaentonces revisar su concepto del rgimen sovitico -Estado obrerodegenerado- y admitir que la burocracia estalinista podra suponer unnuevo tipo de rgimen de explotacin. A qu se debi la incapacidadde Trotski para ir al fondo del verdadero problema? Sin duda al hechode que, en tal caso, se vera obligado a ampliar su crtica y poner entela de juicio el leninismo, al que se obstinaba en permanecer fiel.

    El triunfo de la burocracia en la URSS, simbolizada sta por elestalinismo, se debi, segn Trotski, al aislamiento en que se hallla revolucin rusa y al estado atrasado del pas. No hay duda de queestos dos factores desempearon un importante papel; pero no fueronlos nicos, ni siquiera los fundamentales. A decir verdad, ladegeneracin burocrtica resultaba ineluctable -como ya hemos dicho-desde el momento en que el partido bolchevique se atribuyper se ladireccin exclusiva de la revolucin, de la clase obrera y del Estadosovitico, impidiendo con la mxima violencia la participacin de losotros partidos u organizaciones. La concentracin total del poderpoltico y econmico en manos de los bolcheviques, la liquidacin detoda forma de democracia obrera y la represin contra los disidentes uoposicionistas, facilit el surgimiento y posterior consolidacin deuna sociedad dividida en dirigentes y dirigidos, en gobernantes ygobernados, en suma, en amos y en sirvientes.

    No obstante, contra toda evidencia, para Trotski y los trotskistasesta burocracia expoliadora no es una clase, sino una casta. Segnellos, no se trata ni puede tratarse de una clase social porque nodispone de un lugar propio en las relaciones de produccin,limitndose a participar ventajosamente en el reparto del productoeconmico; insisten en que, segn el concepto marxista, las clases sedefinen como un producto de la infraestructura econmica de lasociedad, siendo as que la burocracia surgi en la superestructura,merced al desarrollo del Estado y en el seno del mismo. Habra querecordarles que para Marx produccin y reparto son dos aspectosinseparables de un nico proceso; adems, desde el momento en que elEstado es dueo absoluto de la economa, o sea, dado que los medios de

    produccin estn estatificados, infraestructura y superestructuratienden a confundirse.

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    La explicacin trotskista, por tanto, no es ni marxista ni sociolgicaen el lato sentido de la palabra. La burocracia dominante en la UninSovitica y en los pases del Este europeo no es una simple castaparasitaria, una vulgar excrecencia en una economa socialista yllamada en consecuencia a desaparecer en un plazo ms o menos corto.

    Es, digmoslo sin rodeos, una clase dominante que ejerce un poderabsoluto poltica y econmicamente. Lo ha demostrado con creces elestablecimiento de regmenes semejantes al de la URSS en el resto dela Europa oriental. Puede decirse de ellos, como Trotski dijo de laUnin Sovitica, que son tambin Estados obreros degenerados? Nofueron fruto de una revolucin, ni jams tuvieron rasgo alguno deobreros, por lo que mal puede afirmarse que degeneraron. Fueron elresultado de la ocupacin militar sovitica, que entreg el poder a laburocracia estalinista autctona. Hace pocos aos, un trotskistafrancs explic que esos pases del Este nacieron burocrticamentedeformados8. Por lo visto, hay pases que nacen deformados, as comoexisten individuos que son jorobados de nacimiento...

    El trotskismo, quiranlo o no, se ha encerrado en un crculo vicioso,del que no puede o no quiere salir. Tiene que considerar la burocraciasovitica como una casta privilegiada y no como una clase explotadora,porque persiste en afirmar que la Unin Sovitica contina siendo unEstado obrero aunque degenerado, pero en todo caso progresivo respectoal capitalismo. Por qu progresivo? Pues a causa de la formidableexpansin de las fuerzas productivas soviticas, nos aclara eltrotskista anteriormente sealado9. Sin embargo, pueden mencionarsevarios pases capitalistas que han conocido asimismo una notableexpansin de su industria, hasta el punto de perder su carcterpredominantemente agrario. Mas volvamos a lo de Estado obrerodegenerado, frmula que se viene repitiendo desde hace cincuentaaos. Es que su degeneracin actual es mayor o no que la de hace diezaos, veinte aos, cincuenta aos? Habr que considerar que ladegeneracin de la URSS no tiene lmites, al contrario de lo quesucede en la vida orgnica, por lo que tal vez se extienda hasta laeternidad sin acarrear descomposicin o defuncin alguna?

    Estalinistas y trotskistas han alimentado, al alimn, la mitologaleninista creada en torno a la revolucin rusa de octubre de 1917 y ala funcin decisiva del partido bolchevique. Para unos y otros, dicharevolucin es el alfa y omega, modelo nico a imitar en todas partes,en cada uno de los pases, sin que valga la pena tener en cuenta elnivel tcnico, los recursos econmicos y las fuerzas de produccin.Como es sabido, segn Marx las clases sociales y sus respectivasideologas son el resultado de las fuerzas productivas; aada que unpartido poltico representa los intereses de una clase social y no

    puede alcanzar el poder antes de tiempo, es decir, antes que estaltima no logre la madurez necesaria y sea lo suficientementenumerosa. Pero el bolchevismo, no obstante su sedicente fidelidad almarxismo, burl esta concepcin en la prctica mediante su golpe deEstado, Luego hall, gracias a Trotski, una explicacin dialctica:bastaba que se rompiera el eslabn ms dbil de la cadena capitalista.

    8Pierre Frank, La Quatrime Internationale, Ed. Maspero, Pars, 1973,pg. 76. El caso que plantea Cuba es an ms cmico, puesto que alltriunf en 1959 una revolucin socialista con la particularidad -oh,

    manes de Marx!- de que no fue dirigida por socialistas (comunistas) yni siquiera por gente procedente del movimiento obrero.9Ibdem. pg. 159.

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    Ya en 1918, en su clarividente estudio sobre la revolucin sovitica,Rosa Luxemburgo se elev contra la pretensin de presentarla como unmodelo que ineluctablemente era imprescindible imitar, siendo as quesu triunfo se deba a toda una serie de particularidades. El peligro-escribi- comienza cuando, convirtiendo la necesidad en virtud,transforman [los bolcheviques] en toda una teora la tctica a la que

    les obligaron esas fatales condiciones y quieren recomendar suimitacin al proletariado internacional, como modelo de tctica

    socialista10. Esta advertencia no sirvi de nada y la creacin de laIII Internacional acarre la imposicin definitiva del modelosovitico, lo cual, dicho sea de paso, permita al grupo dirigentecontrolar el naciente movimiento comunista internacional. Mosc seconvirti a partir de entonces en la Meca, a donde era preciso acudirpara hallar la inspiracin revolucionaria.

    Y, sin embargo, cabe plantear crudamente la cuestin: Fue unaverdadera revolucin la rusa de octubre de 1917? Lo histricamentecierto es que las masas obreras no tuvieron una participacin activa;ms que una revolucin en el estricto sentido del trmino, fue ungolpe de Estado llevado a cabo por el minoritario partido bolchevique,con tcnica perfecta, pero en medio de la indiferencia casi general.El propio Trotski, en su Historia de la revolucin rusa, emplea laexpresin golpe de Estado en no pocas ocasiones. No menos cierto esque el propio grupo dirigente bolchevique no mostr un vivo entusiasmopor ese golpe de Estado, ni antes ni despus; en realidad loimpusieron Lenin y Trotski, ya que el partido deseaba en su mayoraaguardar la reunin de la Asamblea constituyente. Incluso diez dasdespus de la toma del poder, ante las primeras medidas represivas -sin duda necesarias para mantenerse en el poder contra viento y marea-once comisarios del pueblo, bolcheviques, dimitieron al mismo tiempoque reclamaban un gobierno de coalicin de todas las organizacionessocialistas. Todo esto se ocult luego, para mejor establecer laleyenda de un leninismo infalible y de un partido unido.

    Ese partido bolchevique, cantado y loado en todos los tonos, fuepresentado como paradigma de lo que debe ser una organizacinrevolucionaria, de tal manera que Trotski escribi en diversasocasiones que las revoluciones alemana, primero, y espaola, despus,fracasaron por no disponer de un partido bolchevique. Empero, lehistoria nos dice que ese partido no pas de ser, desde 1903 hasta1917, una secta estrecha y reducida. Zinoviev dice textualmente,refirindose a 1914: La guerra provoc la destruccin casi completadel partido11. Luego: Durante los aos 1915 y 1916 no fuimos otracosa que una minora insignificante12. Ms tarde: Cuando se produjola revolucin de Febrero de 1917, la inmensa mayora de los obreros de

    Petrogrado estaba con los socialistas-revolucionarios y los

    mencheviques13. Los bolcheviques, pues, hablaban en nombre de unaclase obrera que no les segua ni les escuchaba.

    Tampoco despus de octubre de 1917 mostr el partido bolchevique esaunidad de que se nos ha hablado mil veces: en efecto, surgieron en suseno los comunistas de izquierda en 1918, el centralismo democrticoen 1919 y la oposicin obrera en 1920. Todas esas tendencias fueroneliminadas definitivamente en 1921, al mismo tiempo que se aplast la

    10Rosa Luxembourg, La rvolution russe, Cahiers Spartacus, Pars, 1946,pg. 47.11G.Zinoviev, Histoire du Parti communiste russe, Pars, 1926, pg.

    166.12Ibdem, pg. 172.13Ibdem, pgs. 174-175.

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    revuelta de Cronstadt. Lo curioso fue que Trotski se enfrent a todasellas y las combati sin cuartel en nombre de la unidad sacrosanta delpartido; en nombre de esa unidad fue despus capitulando poco a pocoante Stalin14. Hasta su trgica muerte, Trotski repetirincansablemente que merced al partido bolchevique triunf larevolucin rusa. Aceptmoslo. Pero no es menos cierto, en tal caso,

    que a causa precisamente de ese partido, que se apropi de losdestinos del pas, degener esa revolucin, de modo y manera que loque se quiso presentar como un Estado obrero se convirti poco despusen un Estado burocrtico, en el que los obreros continan siendo tanexplotados como pueden serlo en cualquier pas capitalista.

    Es innegable que Trotski, al igual que Lenin, acab considerando elpartido revolucionario como un ncleo centralizado y disciplinado alextremo ms que como un sector organizado de la clase obrera. Por esorazonaron las ms de las veces en trminos de tctica y de estrategia.Para ellos tener una poltica justa consisti en lograr imponerse alos trabajadores como nica direccin revolucionaria. Argir que lossectores mayoritarios de la clase obrera pueden no dejarse maniobrarpor el partido, por ms bolchevique que sea; no querer seguir susdictados ni estar de acuerdo con l, en fin, preferir otros derroterosy otra poltica, son argumentos sin valor alguno para Trotski. Si elpartido no obtiene pso facto la direccin de la lucha revolucionaria,como imponen los cnones leninistas, entonces la responsabilidadincumbe a los dirigentes de turno, por no haber sabido comportarse enverdaderos bolcheviques. En el fondo, esta concepcin supone undesprecio total hacia los trabajadores, a los que no se les otorgaideas propias y solo se les considera como masa maniobrable.

    Y, no obstante, ya en vsperas de la primera guerra mundial, pudocomprobarse que el sector reformista de la clase obrera eracuantitativa y cualitativamente, para emplear los mismos trminos queMarcuse15, diferente de ese reducido estrato superior corrompido por elcapitalismo, al que Lenin haba denominado aristocracia obrera. Portanto, los partidos socialdemcratas y sus dirigentes representaban aun amplsimo sector de los trabajadores y el calificativo de traidoreslanzado por los comunistas contra esos dirigentes no les convena;

    14Vale la pena reproducir algunos prrafos del discurso de Trotskipronunciado en el XIII Congreso del Partido Comunista ruso, celebradoen mayo de 1924: Ninguno de nosotros quiere ni puede tener razncontra su partido. En definitiva, el Partido siempre tiene razn... No

    se puede tener razn ms que con el Partido y por medio del Partido,

    puesto que la historia no ha creado otras vas para plasmar su razn.

    Los ingleses tienen un proverbio histrico: Right or wrong, my

    country, que tenga razn o no, es mi pas. Nosotros, con mayorfundamento histrico, podemos decir: que tenga razn o no en ciertas

    cuestiones parciales concretas, sobre determinados extremos es mi

    partido... Y si el Partido adopta una decisin que tal o cual de

    nosotros considera injusta, ese dir: justa o injusta, es mi partido,

    por lo que soportar las consecuencias de su decisin hasta el

    fin.(Citado por Boris Souvarine en su magnfica obra Staline. Aperuhistorique du bolchevisme, reeditada por ditions Champ Libre dePars, pgs. 315-316. Tambin menciona este discurso Isaac Deutscheren su conocida biografa de Trotski, edicin inglesa, II vol., pg.139.) Lo curioso del caso es que fue el propio Stalin quien lecontest con estas palabras: El camarada Trotski dijo que el Partidono se equivoca jams. Es falso. El Partido se equivoca a menudo.

    (Vase la mencionada obra de Souvarine, pg. 316.)15Herbert Marcuse, El marxismo sovitico, Alianza Editorial, Madrid,1969, pg. 36.

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    reflejaban, en efecto, el sentimiento de los militantes. La prueba esel rotundo fracaso del llamado frente nico por la base, merced alcual los comunistas pretendieron separar a dirigentes y obrerossocialistas. Trotski incurra en un manifiesto error cuando trataba deexplicar las derrotas revolucionarias como consecuencia de la crisisde la direccin, pues en todo caso tratbase de crisis de la

    conciencia revolucionaria de la clase obrera.

    Trotski escribi, efectivamente, que la crisis histrica de lahumanidad se reduce a la crisis de la direccin revolucionaria. Nocabe duda de que tanto l como sus epgonos se han movido siempregracias a una serie de certidumbres fuertemente enraizadas,certidumbres que no se basaban en nada slido. Los trotskistasmostraron en todo momento una acusada tendencia a comportarse comoesos metafsicos que hablan con ardor de lo que no existe, cerrandolos ojos precisamente ante la realidad circundante. Al igual que losestalinistas, como antes los bolcheviques, han credo en todo instanteser los depositarios nicos de la verdad, de una verdad inmaculada,fija, estratificada. Nunca se esforzaron en concebirladialcticamente, sino que se contentaron con encerrarla en esquemas,en frmulas, sostn de su ortodoxia. Ahora bien, los ortodoxos de todandole fueron invariablemente celosos descubridores de desviaciones,de herejas. No puede sorprender que la historia del trotskismo, comola del estalinismo, como lo fue la del bolchevismo, haya sido un largoy penoso proceso de excomuniones y de expulsiones.

    Puede afirmarse que Trotski tuvo, en elevado grado, lo que VctorSerge denomin la mentalidad poltica utilitaria e intolerante de losbolcheviques16. Jams permiti en el movimiento trotskista un punto devista distinto al suyo; tambin en esto quiso ser un perfectobolchevique. Segn sus apreciaciones del momento, la terminologacambia: los camaradas discrepantes se convierten en centristas, esdecir, en oportunistas, cuando no en traidores, expresin que sali desu pluma con lamentable frecuencia; en cambio los sumisos resultanexcelentes revolucionarios, si bien ms tarde se descubri que algunosde ellos eran agentes de la GPU. Abundaron asimismo las querellaspersonales, que su genio polmico se esforzaba en presentar comocuestiones de principios polticos fundamentales. Y a medida que lasexcomuniones se sucedan, se acentuaba todava ms, si cabe, elcarcter sectario del trotskismo.

    Un antiguo trotskista, que fue miembro de su direccin internacional,escribi aos despus, al relatar el fruto de su experiencia: Me dicuenta que haba entrado en una secta, con sus aspectos nobles pero

    tambin con sus esquemas, sus freneses, sus exclusivismos17. Aadiluego: Trotski no se desviaba de una lgica y de un esquematismoimplacables18. Y alude a sus relaciones con el POUM, en las primerassemanas que siguieron a julio de 1936: Lo nico que lamento en misapreciaciones, es cierto sectarismo que nos era peculiar. Esto nos

    incitaba, por desgracia, a proseguir querellas de tendencia por lo

    menos excesivas y desproporcionadas en relacin con el objetivo comn,

    en lugar de cargar el acento sobre lo que nos una a la comunidad

    socialista. Ahora bien, a falta de un partido revolucionario de tipo

    bolchevique -nuestra suprema consigna-, exista una comunidad

    socialista autnticamente revolucionaria y cuyos principales

    16Vctor Serge, Mmoires dun rvolutionnaire, Edit. du Seuil, Pars,1951. pg. 375.

    17Jean Rous: Notes dun militant, revista Esprit, Pars, mayo de1956, pg. 793.18Ibdem. pg. 197.

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    componentes eran la mayora del Partido Socialista con Largo

    Caballero, la CNT y el POUM [...]. Una revolucin socialista era

    posible que pudiera no estar obligatoriamente de acuerdo con el

    esquema del 1917 ruso19.

    As pues, Trotski se enfrent con los problemas inherentes a la

    revolucin espaola prisionero de toda una serie de condicionamientos,de visibles tics polticos que ineluctablemente tenan que impedirlecomprender los verdaderos problemas del movimiento obrero espaol.Armado, por decirlo as, con la supuesta infalibilidad del leninismo,consider con frecuencia que bastaba que fuese necesario algo para quepudiera surgir como Venus de la espuma del mar. La imposibilidad o entodo caso la dificultad no tenan razn de ser. Bastaba, segn susafirmaciones, tener una poltica justa -y esa poltica era pura ysimplemente el leninismo- para que todo resultara factible e inclusofcil. Por ejemplo, dict la necesidad para la revolucin espaola decrear soviets, de armar al proletariado, de construir un poderosopartido comunista. No se logr nada de todo esto? La culpa recaesobre sus seguidores espaoles -los Nin y Andrade-, que no supieronmostrarse a la altura de las circunstancias. Fcil afirmacin; fcil ysobre todo falsa.

    Uno de los principales escollos con que tropez Trotski en lacomprensin de la realidad espaola fue sin duda alguna la existenciaen nuestro pas de un potente movimiento anarcosindicalista. Me pareceque no estaba preparado para comprender el fenmeno sindicalista, detanta importancia en Espaa: nunca haba formado parte de unsindicato, ni siquiera se aproxim jams al movimiento sindical.Adems, atendindose a los ejemplos alemn e ingls, principalmente.no vea en los sindicatos de los pases capitalistas otra cosa queorganismos profesionales atentos solo a obtener meras reivindicacioneseconmicas y que, por si fuera poco, servan de soporte electoral a lasocialdemocracia y al laborismo, respectivamente. En su vasta Historiade la revolucin rusa, verbigracia, no alude ms que en dos o tresocasiones, de pasada, a los sindicatos rusos, sin mencionar suimportancia ni su participacin en los movimientos huelgusticos conanterioridad a octubre de 1917.

    Cierto que en alguna ocasin seal la importancia que presentaba laCNT, pero no quiso o no pudo comprender que esa importancia resultabacasi decisiva para los destinos de la revolucin espaola; en otrostrminos, que nada poda hacerse de positivo sin la CNT y mucho menoscontra la CNT. Cmo habra de reconocerlo Trotski, puesto que lacentral confederal estaba fuertemente impregnada de ideologa osentimiento anarquista y haca tiempo que l -como la casi totalidadde los marxistas- haba decretado su defuncin? Era posible dar por

    vivo a ese anarquismo que se haba considerado muerto? Ms adelantetrataremos con algn detenimiento esta cuestin capital, que provocen Trotski incomprensiones fciles de sealar. No fue menor suignorancia de la psicologa del militante sindical, puesto queconsider que bastaba con atacar, denunciar y vituperar a losdirigentes del anarcosindicalismo para que sus adeptos los abandonarany corrieran a cobijarse en un hipottico partido leninista.

    Para nuestro hombre, la vanguardia revolucionaria, es decir, el sectorms consciente y decidido de la clase obrera, solo poda estarrepresentada por un partido de carcter leninista, centralizado,jerarquizado, disciplinado; los sindicatos, por su parte, reunan a lamasa atrasada, sin verdaderas preocupaciones de emancipacin social,

    19Ibdem, pg. 798.

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    llamados o condenados a transformarse, tras el triunfo de larevolucin, en meros instrumentos del nuevo Estado en el dominio de laproduccin. Despus de octubre de 1917, consecuente con este principiosuyo, quiso imponer la militarizacin de los sindicatos rusos, paramejor obtener la disciplina en el trabajo y una mayor labor intensivaen la produccin. Ni siquiera aos despus le desapareci su

    suspicacia respecto almovimiento sindical20. Uno de sus epgonos, an ms excesivo, escribilo que sigue: Una organizacin revolucionaria de masas, existiendocomo tal y sin estar animada por un partido revolucionario, es una

    quimera, un puro juego de la imaginacin21. La revolucin espaola,cual puede verse, se halla a varios aos luz de estas concepciones.

    En las pginas que siguen estudiaremos brevemente las que puedendenominarse falsas posiciones revolucionarias de Trotski respecto a larevolucin espaola, as como su ceguera ideolgica y su utopadoctrinaria. No se trata de una detraccin al estilo estalinista, sinode una imperiosa necesidad de puntualizar, de aclarar, de poner loshechos en su verdadero lugar, para reivindicar al mismo tiempo a unasorganizaciones y a unos hombres a los que Trotski se empe en colgarel sambenito infamante de la traicin. Esta ltima necesidad nosobliga, pues, a combatir a un hombre que merece el mayor respeto,aunque solo sea por el hecho de aparecer en la historia contemporneacomo el ms insultado del mundo, el perseguido nmero uno, el hombresin visado, acorralado por un Estado intitulado socialista yfinalmente asesinado por uno de sus mltiples sicarios. Pero... AmicusPlato, sed magis amica veritas.

    2.MARX Y ESPAA

    El proceso revolucionario espaol que se extiende de 1930 a 1939 sigue

    ofreciendo un gran inters que el tiempo no apaga, como lo pone demanifiesto la extenssima bibliografa existente. Era, pues, lgicoque un hombre como Len Trotski, toda su vida entregado en cuerpo yalma a la revolucin, pusiera su vista en Espaa, que con la cada deAlfonso XIII entraba de lleno en una profunda crisis revolucionaria.Por tanto, no es casual, ni mucho menos, que a pesar de la difcilexistencia de proscrito que llevaba Trotski, aislado casi siempre ypor ende atado prcticamente de pies y manos, sus escritos sobrenuestro pas -folletos, artculos y cartas- ofrezcan una notableextensin, superior a la que dedic a otros pases, salvo la UninSovitica, claro est, y Alemania, que all por 1932, ante la evidenteamenaza hitleriana, consideraba a justo ttulo como la clave de lasituacin internacional.

    Cabe sealar, para realzar esta preocupacin de Trotski por Espaa,que desde los ya lejanos tiempos de la I Internacional, el movimientoobrero europeo haba desdeado todo inters por nuestro pas. Susmximos dirigentes establecieron otras prioridades, mejor dicho, suatencin se detena curiosamente en los Pirineos. (Tambin no es menoscierto que el movimiento obrero espaol, en sus dos vertientessocialista y anarquista, vivi siempre bastante replegado sobre smismo, con escasa preocupacin por los problemas internacionales,reflejando as la nula importancia del pas en el conciertointernacional.) De Kautsky a Lenin, ningn conocido marxista parmientes en las cuestiones espaolas; mayor inters pusieron, tal vez

    20

    Vase su folleto Classe ouvrire, parti et syndicat, Ed. Maspero,Pars, 1973.21Ibdem, pg. 7.

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    siguiendo la tradicin bakuninista, los anarquistas, destacando losalemanes Max Nettlau y Rudolf Rocker. Incluso el propio Trotski,cuando al ser expulsado de Francia a finales de 1916 se vio obligado apermanecer en Espaa tres meses escasos, no vio otra cosa que un pasextico y pleno de folklorismos.

    LOS ARTCULOS DE MARX y ENGELS

    Sin embargo, a mediados del siglo diecinueve, Carlos Marx, primero, yFederico Engels, despus, se haban interesado vivamente en losasuntos de Espaa, sobre todo aqul, que incluso estudi elcastellano, lo cual le permiti lograr un conocimiento minucioso delos aspectos ms sobresalientes de la vida espaola. La lectura de susartculos dedicados a nuestro pas pone de manifiesto su clarividenciade juicio al comentar los hechos y juzgar las personas. Parece casiinslito que Marx, en una poca en la que no existan grandes revistaso peridicos que dedicaran estudios atentos a la poltica extranjera,pudiera exhibir un conocimiento tan perfecto de la poltica espaola.Mas a su perspicacia natural se juntaba un auxiliar precioso: suconocimiento de la lengua y de la cultura espaolas.

    Disponemos de un testimonio a este respecto: el del militante crataespaol Anselmo Lorenzo, que conoci a Marx en Londres con motivo deuna reunin de la Internacional. En su conocida obra dice: Mirespetable interlocutor [Marx] me habl de literatura espaola, que

    conoca detallada y profundamente, causndome asombro lo que dijo de

    nuestro teatro antiguo, cuya historia, vicisitudes y progresos

    dominaba perfectamente. Caldern, Lope de Vega, Tirso y dems grandes

    maestros, no ya del teatro espaol, sino del teatro europeo, segn

    juicio suyo, fueron analizados en conciso y a mi parecer justsimo

    resumen. He de advertir que la conversacin fue sostenida en espaol,

    que Marx hablaba regularmente, con buena sintaxis, aunque con una

    pronunciacin defectuosa, debido en gran parte a la dureza de nuestras

    'cc', 'gg', 'jj' y 'rr'22.

    En septiembre de 1854, Marx escribi a Engels: Espaa constituyeactualmente el objeto principal de mis estudios. Hasta ahora he

    estudiado, valindome principalmente de fuentes espaolas, las pocas

    que van de 1808 a 1814 y de 1820 a 1823. En la actualidad emprendo el

    perodo 1834-1843. La tarea no es excesivamente fcil. Lo ms difcil

    es establecer la ley que ha presidido la evolucin histrica. En todo

    caso, hice bien en empezar a su tiempo por el Quijote. Poco despus,en uno de sus artculos publicados en el New York Daily Tribune, dice:No existe quiz, con excepcin de Turqua, ningn pas que Europaconozca tan poco y juzgue tan falsamente como Espaa. [...] El secreto

    de este engao reside sencillamente en el hecho de que los

    historiadores, en vez de medir los recursos y la fuerza de estos

    pueblos por su organizacin provincial y local, han bebido en las

    fuentes de sus anuarios cortesanos23.

    Como puede observarse, Marx se sale de los caminos trillados; no tratade servirse de esquema alguno, ni busca un paralelo histricocualquiera para aplicarlo mecnicamente a Espaa. Al contrario, suaguda comprensin del acontecer poltico de su poca y de la realidadespaola le llev incluso a este atinado juicio: El carcter de la

    22Anselmo Lorenzo, El proletariado militante, Antonio Lpez editor,Barcelona.

    1901, pg. 315.23Carlos Marx, La revolucin espaola, ediciones en lenguasextranjeras, Mosc, s.r., pgina 80.

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    moderna historia de Espaa merece ser apreciado de modo muy distinto a

    como lo ha sido hasta ahora24. Con arreglo a esta ptica nueva, puestoque se aparta por completo de la imperante entre los historiadores deentonces, se enfrent con la tarea de redactar toda una serie decrnicas y artculos. En ellos no se limit a seguir con atencin eldesarrollo de los acontecimientos de Espaa ya registrarlos, sino que

    profundiz en la historia del pas al objeto de estudiar las fuerzassociales en presencia y explicar la evolucin histrica de la sociedadespaola.

    Marx public en el New York Daily Tribune un total de veintinartculos -el primero lleva la fecha del 19 de julio de 1854 y elltimo la del 18 de agosto de 1856-, que abarcan grosso modo elperodo comprendido entre 1808 y 1843, es decir, desde la invasinnapolenica y la consiguiente guerra de independencia hasta la cadadel general Espartero, la sublevacin encabezada por el general Prim,la mayora de edad de Isabel II y la jefatura del general Narvez, eltpico militar espaol del siglo XIX. Junto con Engels, publicaron en1858 dos artculos en la New American Cyclopedia, uno sobre la batallade Badajoz en el volumen II y otro sobre la del Bidasoa en el III. Porsu parte, Federico Engels escribi en 1855 un estudio titulado Losejrcitos de Europa, en el que analiza el ejrcito espaol, que viola luz en el Putnam's Magazine, en su nmero de diciembre del mismoao; asimismo colabor en el New York Daily Tribune, con tresartculos publicados en 1860 y que conciernen a la guerra que Espaallevaba a cabo en Marruecos25.

    LA ORIGINALIDAD DE SUS ANLISIS

    El inters que Marx puso en Espaa no fue ni ocasional ni superficial.Vio en los acontecimientos espaoles de la primera mitad del siglo XIXun claro intento de salir del sopor en que el pas se hallaba despusde la prdida de la mayor parte de su imperio colonial. Pero no quisoen ningn instante confundir sus deseos con las realidades. Susanlisis son por eso mucho ms valiosos. Refirindose, por ejemplo, ala lucha contra la invasin napolenica, seala el bajo nivel delpueblo durante la insurreccin, por lo que las Juntas, creadas paraorganizar la defensa y gobierno del pas, estuvieron dominadas por laaristocracia provincial, el clero y un nmero muy reducido derepresentantes de la burguesa. Aclara Marx: Como consecuencia detodo ello, esas creaciones del impulso popular, surgidas en los

    comienzos mismos de la revolucin, desempearon el papel, durante todo

    el perodo de su existencia, de otros tantos diques opuestos a la

    avalancha revolucionaria26. As se perdi la oportunidad detransformar la guerra contra los ejrcitos de Napolen en unaverdadera revolucin burguesa.

    24Ibdem, pg. 81.25Existen, que sepamos, tres ediciones en castellano de La revolucinespaola, de Marx y Engels: la primera es la de Cenit, de Madrid (sepublic en 1929 y la traduccin es de Andrs Nin), la cual ofrece solonueve de los artculos que vieron la luz en el New York Daily Tribune;la segunda apareci en Mosc, sin fecha, e incluye, adems de esosnueve artculos, el resto de los que redact Marx para dichoperidico, los escritos con Engels para la New American Cyclopedia ylos de este ltimo ya mencionados; finalmente, la ms reciente deAriel, Barcelona, en la que se incluyen los cuatro artculos

    publicados en 1873 por Engels en Der Volkslaad, bajo el ttulo Losbakuninistas en accin.26Edicin de Cenit. pg. 102.

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    No menos interesantes son algunas otras observaciones suyas, como lasiguiente, que se refiere a los levantamientos populares de 1856:Esta vez, por lo tanto, el ejrcito ha estado en su totalidad contrael pueblo; o, ms exactamente, ha luchado solo contra el pueblo y los

    milicianos nacionales. En dos palabras: ha terminado la misin

    revolucionaria del ejrcito espaol27. Y qu decir de esta otra, que

    habramos de ver confirmada muchos aos despus?: Una de lascaractersticas de la revolucin consiste en el hecho de que elpueblo, precisamente en el momento en que se dispone a dar un gran

    paso adelante y empezar una nueva era, cae bajo el poder de las

    ilusiones del pasado, y toda la fuerza y toda la influencia

    conquistadas a costa de tantos sacrificios pasan a manos de gentes que

    aparecen como representantes de los movimientos populares de una poca

    anterior28. Esto fue lo que ocurri el 14 de abril, al proclamarse laRepblica, y, sobre todo, el 16 de febrero de 1936, cuando el triunfoelectoral del Frente Popular.

    Nos permitiremos asimismo reproducir otro prrafo de Marx, de sumointers puesto que aclara una realidad especfica espaola que muchosno supieron ver tres cuartos de siglo despus. Es este: Y cmo puedeexplicarse que precisamente en el pas en que el absolutismo apareci

    en su forma ms ruda antes que en los otros Estados feudales, el

    centralismo no pudiera echar nunca races? La contestacin no es

    difcil. En todas partes, en el siglo XVI, creronse grandes

    monarquas sobre las ruinas de las clases feudales, la aristocracia y

    las ciudades. En los dems grandes Estados de Europa, la monarqua

    absoluta apareci como un centro de civilizacin, como un agente de

    unidad social. Fue corno un laboratorio en el cual los distintos

    elementos de la sociedad se mezclaron y se transformaron hasta tal

    punto que les fue posible a las ciudades sustituir su independencia

    medieval por la superioridad y la dominacin burguesas. En Espaa, por

    el contrario, la aristocracia cay hasta un nivel extremo de

    degradacin, sin dejar por ello de conservar los peores privilegios,

    mientras que las ciudades se vean privadas de su poder medieval, sin

    conservar ninguna influencia29.

    Por ltimo, en el mismo artculo Marx insiste en que el centralismo noarraig en nuestro pas como en otros lugares, lo que salv al puebloespaol de toda idolatra del Estado y de acompaar en su decrepitud alas instituciones estatales: Solo as pudo darse el caso de queNapolen, el cual, como todos sus contemporneos, consideraba a Espaa

    como a un cuerpo sin vida, se viera desagradablemente sorprendido al

    darse cuenta de que, a pesar de que el Estado espaol era un cadver,

    la sociedad espaola estaba llena de vida y de vida sana, y que en

    todas sus partes resista con fuerza30. No cabe duda de que en estosantecedentes histricos se encuentra -amn de otras particularidades-

    el posterior arraigo del anarquismo y, desde luego, una ciertarepugnancia innata del espaol hacia el Estado, hacia lacentralizacin en general, hacia el acatamiento cuartelario. Estaltima caracterstica tambin la atisb Engels, el cual escribi:Ciertamente, de todos los pueblos europeos, el espaol es el quesiente mayor antipata por la disciplina militar31. He aqu unaconsideracin que igualmente se confirmara muchos aos despus, en

    27Edicin de Mosc, pg. 152.

    28Edicin de Cenit, pg. 45.29Ibdem, pgs. 78-79.30Ibdem, pg. 81.

    31Federico Engels, Los ejrcitos en Europa, en Putnam's Magazine,Nueva York,diciembre de 1855.

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    1936, y sobre todo en 1937, cuando la militarizacin de las miliciasobreras en la zona republicana.

    3.RUSIA Y ESPAA

    Trotski, en el prefacio de su Historia de la revolucin rusa, reconoceque el triunfo de los bolcheviques en un pas atrasado desde el puntode vista capitalista y que todava no haba conocido la etapademocrtica -salvo en la muy breve de ocho meses que va de larevolucin de febrero a la de octubre- se debi ante todo al carcteroriginal que presentaba Rusia en 1917, es decir, a lo que ladiferenciaba de los otros pases. Es una confesin interesante, que ensu tiempo sirvi para justificar la conquista del poder por la minorabolchevique y hacer frente a los alegatos de algunos marxistas -lamayora- de la poca, que consideraron la accin prematura por nodarse las condiciones materiales e ideolgicas del socialismo. Y lo esasimismo porque a partir de la creacin de la III Internacional oInternacional Comunista, en 1919, sus dirigentes negaron esa

    originalidad a los dems pases para mejor imponer el patrnsovitico.

    No cabe la menor duda que, en efecto, existi en Rusia ese carcteroriginal apuntado por Trotski. Pero ha existido tambin y continuexistiendo en todas partes, en unos pases de manera ms acusada queen otros, puesto que el desarrollo histrico de cada uno de ellos nose efectu con arreglo a un modelo nico, aunque algunos siguieranunas lneas generales. Precisamente uno de los pases que ofreca todauna serie de rasgos distintivos propios, que le daban un carcter deveras original, fue Espaa, esa Espaa del perodo 1930-1939 queTrotski examin a su manera, es decir, reconociendo en ocasiones porpura forma dichas peculiaridades, pero olvidndolas y por tanto

    negndolas de hecho al establecer la tctica a seguir por elmovimiento revolucionario, ya que lo que ofreci fue pura ysimplemente el esquema de la revolucin rusa de octubre.

    CARACTERSTICAS DE UNO y OTRO PAS

    Estos dos pases, situados justamente en los dos extremos opuestos delcontinente europeo, presentaban en su comn atraso particularidadesinnatas, harto distintas a las de los otros pases de Europa, sobretodo los occidentales, pero diferentes entre s. Como atinadamenteseal Trotski, mientras la Rusia de los zares avanzaba lenta yprogresivamente bajo la presin de sus vecinos de Occidente, Espaa,que haba conocido antao perodos de gran florecimiento y

    superioridad sobre el resto del mundo, arrastraba desde haca tressiglos su decadencia, estado que Marx calific en su tiempo deputrefaccin lenta y carente de gloria. Esta importante diferencia,establecida por la historia, por la geografa y por la economa,obliga a descartar a priori todo paralelo entre la Rusia de 1917 y laEspaa de 1931. Por tanto, querer servirse como hilo conductor de loacontecido en el primer pas para prever el curso de los sucesos en elsegundo es errneo. Los ejemplos histricos pueden facilitar lacomprensin de ciertos sntomas, pero no determinan un diagnsticoacertado.

    Se ha exagerado no poco el atraso de Rusia en tiempos de Nicols II.He aqu cmo describe el anarquista ruso Volin la situacin de

    entonces: La evolucin econmica del pas se aceleraba cada vez ms.En cinco aos (de 1900 a 1905), la industria y el progreso tcnicodieron un salto prodigioso. La produccin de petrleo en la cuenca de

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    Bak, la de la hulla en la del Donetz, la de los metales, etc., se

    acercaban rpidamente al nivel alcanzado por los pases industriales.

    Las vas y medios de comunicacin, ferrocarriles, traccin mecnica,

    transporte fluvial y martimo, se multiplicaban y modernizaban.

    Importantes fbricas de construcciones mecnicas empleaban miles y

    decenas de miles de obreros. Ellas surgan y crecan en los

    alrededores de las capitales. Regiones industriales enteras nacan yotras se extendan. Las grandes fbricas Putilov; los importantes

    astilleros Nevsky; la gran fbrica Bltica y varas otras grandes,

    todas en San Petersburgo; los barrios industriales de la capital

    moscovita, con sus decenas de millares de obreros, Kolpino, Chukhovo,

    Sestroretszk y otros; la regin industrial de Ivanovo-Voznessensk,

    cerca de Mosc; numerosas e importantes fbricas en Rusia meridional,

    en Kharkov, en Ekaterinoslav y otras ciudades, demuestran rpidos

    progresos que permanecan ignorados en el extranjero, excepto en los

    crculos francamente interesados32.

    Rusia, pues, no era en 1917 un pas pura y simplemente atrasado, sinoun pas que al lado de su atraso atvico presentaba ya un desarrollocapitalista afirmado, puesto que en 1913 era la quinta potenciaindustrial del mundo. Volin nos ha ofrecido el cuadro de esedesarrollo. La industrializacin dispona de importantes bases minerasy de abundante mano de obra procedente del campo. Ocupaba el sptimolugar entre los pases productores de hulla, el quinto en la de acero,y la de petrleo, que fue de unos 9 millones de toneladas en 1912,ascendi a 29 millones en vsperas de la guerra de 1914-1918. Mas erasobre todouna gran potencia agrcola, no obstante su escaso rendimiento a causade utilizar mtodos tradicionales y rutinarios. Sus 500 millones dequintales de grano, de los que 220 eran de trigo, le aseguraron elprimer lugar del mundo durante los aos 1909 a 1914; el 21 por 100 dela produccin de trigo se exportaba. Produca asimismo una cuartaparte de las patatas del mundo y una quinta parte del azcar deremolacha; ocupaba el segundo lugar mundial en ganado bovino, eltercero por su nmero de corderos y el primero en ganado caballar,Aadamos que casi posea el monopolio de hilados de lino y de camo33.

    Merced a la exportacin de materias primas agrcolas, Rusia consiguiimportantes cantidades dinerarias para su industrializacin, si biensta se inici e intensific sobre todo gracias a la ayuda abundantede capitales extranjeros. De esta manera, las fbricas construidaseran grandes empresas; la nota caracterstica fue una elevadaconcentracin demogrfica de las fbricas rusas. Si designamos por 100el total de obreros en las fbricas de ms de 50 asalariados, setienen las cifras siguientes: el 49 por 100 de los obreros rusostrabajaban en fbricas de ms de 1.000 asalariados ya en 1902,

    mientras que en Francia, en 1906, no haba ms que el 24 por 100, y enAlemania, en 1905, el 15 por 100. He aqu un ejemplo elocuente: en lainmediacin de la revolucin de octubre, la fbrica Putilov dePetrogrado -luego Leningrado- contaba con ms de 40.000 obreros.

    La situacin en Espaa era muy distinta. Si bien desde comienzos delsiglo actual, tras la atona provocada por la prdida de los ltimosrestos coloniales en 1898, se inici una recuperacin econmica ycomenz a crecer la industria, su evolucin fue lentsima. Laconsecuencia ha sido el calmoso proceso de industrializacin, en el

    32Volin, La Revolucin desconocida, 2 vols., Ed. Campo Abierto, Madrid,

    1977, I vol., pginas 37-38.33Pierre George, Geografa de la URSS, Ed. Taurus, Madrid, 1967, pgs.297-298.

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    que, al contrario de lo sucedido en Rusia, no aparecen las grandesfbricas. La empresa tipo, la que ms abunda hasta la guerra civil,ocupaba diez obreros por trmino medio; las grandes factoras con msde 500 asalariados, escaseaban, pues solo haba algunas, muy pocas, enla siderurgia, establecidas en su mayor parte en Vizcaya, Catalua yAsturias, donde en consecuencia la densidad proletaria era ms

    importante. En 1930 trabajaban en la siderurgia unos 35.000 obreros,menos que en la sola fbrica Putilov, de Petrogrado, mencionadaanteriormente34.

    En 1930, en vsperas de la iniciacin del proceso revolucionario, lapoblacin obrera espaola se aproximaba a los dos millones, de loscuales, como hemos dicho, cerca de 35.000 trabajaban en la siderurgia.La mayor parte se ocupaba en industrias poco adelantadas,caractersticamente pequeo-burguesas, debido a que en tamao y

    tcnica no haban superado las dos ltimas dcadas del pasado siglo.

    La industria textil tena 222.000 obreros; la de la confeccin de

    vestidos, 119.000; la de manufacturas de metales, 24.300; la de la

    construccin, 373.351, y en las restantes empresas trabajaban 578.000.

    La minera y los transportes ocupaban cerca de medio milln de

    trabajadores35. Estos datos muestran claramente que si bien laindustria se haba desarrollado en los ltimos aos de la Monarqua,el pas era todava esencialmente de economa agraria y de produccinde bienes de consumo. Salvo durante el breve perodo de la guerramundial de 1914-1918, existi un permanente dficit de la balanzacomercial.

    En la inmediacin de la Repblica, la poblacin de Espaa era de 23millones y medio de habitantes. (Rusia tena en 1917 unos 150millones.) Como acabamos de sealar, el pas segua siendoesencialmente agrcola, si bien haba descendido la poblacin delcampo al 45,5 por 100, puesto que diez aos antes, en 1920, alcanzabael 57,3 por 100, mientras que en el mismo perodo la poblacin delsector industrial pas del 21,9 al 26,5 por 100 y la de servicios del20,8 al 27,9 por 100.

    He aqu algunos datos referentes a la produccin agrcola e industrialcorrespondiente a 1930: 39,9 millones de quintales de trigo, 2.236toneladas de azcar, 100.700 toneladas de textil algodonera, 7millones de toneladas de carbn, menos de 1 milln de toneladas deacero, etc. Poco antes de iniciarse la guerra civil, la posicin deEspaa en la economa agrcola e industrial era la que sigue: trigo,el 1,7% de la produccin mundial; arroz, el 0,1%; maz, el 0,7%;patatas, el 1,6%; aceite de oliva, el 28%; vino, el 9,9%; algodn, el0,02%; azcar de remolacha, el 1,2%; hulla, el 0,4%; acero, el 0,5%;mercurio, el 27,4%,etc. Destacaba en la agricultura el aceite de

    oliva, primer productor mundial, y en la minera el mercurio, segundoproductor mundial36.

    DIFERENCIAS FUNDAMENTALES

    Estimamos haber establecido, aunque a grandes rasgos, las enormesdiferencias existentes, en el terreno econmico y por lo que concierne

    34Jos Bullejos, Espaa en la segunda Repblica, Impresiones Modernas,Mxico,1967, pg, 32.35Ibdem, pg. 33.36

    Vctor Alba, Histoire des Rpubliques Espagnoles, Ed. Nord-Sud,Pars, 1948,pginas 417 y 420.

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    a las riquezas naturales, entre la Rusia zarista de 1917 y la Espaaborbnica de 1930. La situacin poltica rusa era, en vsperas de larevolucin de octubre, la siguiente: un pas que sufra lasconsecuencias de tres aos de guerra, un Estado en avanzadadisgregacin, un gobierno incapaz de hacer frente al caos reinante,una poblacin que aspiraba a la desmovilizacin y a la paz, un

    campesinado que quera la tierra, una clase obrera harta de aquelestado de cosas... No era nicamente el rgimen zarista el que seencontraba en plena crisis; era toda la sociedad rusa. Las claseshasta entonces dominantes, asustadas, desmoralizadas, no eran capacesde defenderse con energa; adems, los rganos represivos ya norespondan a su funcin tradicional, minados por la revolucin deFebrero que haba llevado al poder a una coalicin dispar, que noquera llevar la revolucin hacia adelante, pero que tampoco deseaba,no obstante las acusaciones de los bolcheviques, ser instrumento de lacontrarrevolucin.

    Gracias a esta situacin particular y a la par paradjica, lasllamadas jornadas de Julio no se transformaron en una represinsangrienta contra los bolcheviques, cuyos jefes -salvo Lenin,escondido- sufrieron solo un breve encarcelamiento. Y cuando enoctubre unos centenares de guardias rojos a las rdenes de Trotskiasaltaron el poder en Petrogrado, sede del gobierno presidido porKerenski, no hallaron la menor resistencia. La guarnicin, compuestade 200.000 soldados, se mostr indiferente y no intervino, salvo unbatalln... de mujeres. Lenin coment: Fue fcil, ms fcil quelevantar una pluma. Trotski, por su parte, dijo: Los habitantes

    dorman tranquilamente y no saban que en aquellos momentos un nuevo

    poder sustitua al antiguo. Aprovechndose, pues, de un concurso decircunstancias favorablemente excepcionales, pudo un partido reducido,disciplinado y audaz apoderarse de un poder que nadie defenda.

    La crisis en que se encontr Espaa al finalizar 1930 presentaspectos distintos. A decir verdad, fue el rgimen monrquico el quedaba las ltimas bocanadas y no las clases dirigentes espaolas; laburguesa industrial, que haba logrado cierto impulso merced a laneutralidad del pas durante la primera guerra mundial, se sentainclinada a cambiar de rgimen para mejor asegurar sus intereses. Enefecto, la Monarqua estaba en franca contradiccin con lasnecesidades del capitalismo espaol en el terreno econmico ypoltico, ya que ste no participaba de manera directa en el ejerciciodel poder, en manos hastaentonces de la oligarqua agraria. Pero la burguesa tampoco estabadispuesta a atacar de frente a la Monarqua, sin duda temerosa depropiciar un proceso revolucionario que pudiera favorecer sobre todo ala clase trabajadora. As, dej que la dictadura del general Primo de

    Rivera se pudriera y se derrumbara sin necesidad de revolucin,arrastrando consigo a la Monarqua.

    Quien haya vivido in situ aquel perodo sabe que, para la mayora delos espaoles, la Repblica apareca como una nueva aurora. Es ciertolo que dice el escritor anarquista Santilln: Para los ms era comoun mito de realizaciones justicieras, un comienzo de algo nuevo, un

    nuevo horizonte. Por una necesidad espiritual, se rode la imagen de

    la Repblica con una aureola de liberalizacin, de progreso, de

    justicia social37. La organizacin trotskista espaola comparti estemismo punto de vista, que era justo, puesto que en su revista seescribi: La clase obrera ingres en la Repblica ebria de ilusiones

    37Diego Abad de Santilln, Contribucin a la historia del movimientoobrero espaol, vol. III. Ed. Cajica. Mxico. 1971. pg. 7.

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    democrticas y dispuesta a actuar en los cuadros de la sociedad

    burguesa38. Tal era la realidad, no obstante darse la particularidadde que a pesar del escaso desarrollo econmico de Espaa, de laestructura atrasada y pequeo burguesa de su industria, elproletariado espaol era, en lo que a conciencia de clase se refiere,uno de los ms combativos de Europa. Tena a este respecto una

    tradicin mayor, ms rica, que la del proletariado ruso. Un ejemplo:ya en 1854 los obreros textiles de Barcelona se declararon en huelgapara reivindicar el derecho de asociacin. La primera huelga de ciertoalcance en Rusia tuvo lugar en Tiflis, en 1896, en la que participaron30.000 obreros. Y segn Volin, en la obra ya mencionada, la huelga dela fbrica Putilov fue la primera huelga importante en Rusia, en

    diciembre de 1904.

    4.LAS CONCEPCIONES DE TROTSKI EN 1930-31

    No era en modo alguno acertado encararse con la Espaa de 1930-31 conlas ideas, conceptos y esquemas de la revolucin rusa de octubre de1917: las condiciones polticas y sociales, la situacin econmicaasimismo, eran profundamente distintas. As lo ha reconocidorecientemente uno de los ms destacados trotskistas belgas, GeorgesVereecken: Era torpe aplicar mecnicamente la poltica de Lenin yTrotski durante la revolucin de octubre. Como hemos visto, entre la

    Espaa de los aos 30 y la Rusia de 1917 exista una enorme

    diferencia. Rusia era casi un terreno virgen, lo que no suceda en

    Espaa, donde exista una

    gran influencia anarquista y sindical, un movimiento que tena sus

    propias tradiciones39. Examinar el hecho espaol a travs del prismaruso tena que dar ineluctablemente una imagen que no corresponda ala realidad.

    No puede sorprender, pues, que Trotski errara al escribir, en enero de1931, que el desarrollo de la revolucin empujar hacia la bandera dela Monarqua no solo a las fracciones conservadoras y liberales de las

    clases dirigentes, sino tambin a las fracciones republicanas [por lo

    que] es muy posible que la Monarqua madrilea se mantenga, aunque sea

    con el rostro lleno de cardenales, hasta la dictadura del

    proletariado40. Esta falsa perspectiva le incitaba a lanzar consignasque respondan a la experiencia sovitica, pero que estaban lejos decorresponder a la situacin real de Espaa y a la mentalidad propia delos espaoles. La imperante en aquellos momentos no posibilitaba elarmamento de los obreros y de los campesinos41, ni era factible oponeral deseo general de Cortes constituyentes unas Cortesrevolucionarias42, ni las masas se dirigan hacia la senda de lainsurreccin43, ni el objetivo inmediato poda ser la creacin desoviets44. En enero de 1931, Trotski escriba: No hay que olvidar quese trata nada menos que de la conquista del poder45. Todo esto,

    38Revista mensual Comunismo, nm. 15, Madrid, agosto de 1932.39G.Veereeken, La gupou dans le mouvement trotskiste, La PenseUniverse1le,Pars, 1975, pg. 168.40L. Trotski, Escritos sobre Espaa, Ed. Ruedo Ibrico, Pars. 1971,

    pgs. 17-18.41Ibdem, pg. 20.

    42Ibdem, pg. 20.

    43

    Ibdem, pg. 21.44Ibdem, pg. 26.

    45Ibdem, pg. 23.

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    repetimos, corresponda al esquema de la revolucin rusa, pero nadatena que ver con la situacin reinante en Espaa.

    SOVIETS y DICTADURA DEL PROLETARIADO

    Sin duda alguna ya disponemos de la perspectiva histrica

    indispensable para enjuiciar serenamente, sin empecinamientosridculos que limitan y ciegan-, ni tampoco teoras preconcebidas -que ponen telaraas en los ojos-, sino ms bien con un amplio deseo deesclarecimiento, comenzando, como ya hemos hecho, por situar losacontecimientos en su verdadero contexto, teniendo en cuenta elperiodo y el escenario en que se inici el proceso revolucionarioespaol. Esto puede parecer balad a fuer de natural y lgico, pero esfundamental porque el error en que frecuentemente incurri Trotskirespecto a Espaa -y continan an incurriendo ad glorian lostrotskistas de toda laya- fue el empearse, lo repetiremos una vezms, en discurrir refirindose a nuestro pas con la vista fija en elpasado, particularmente en lo acontecido en la revolucin rusa deoctubre. Comportarse de esta manera es olvidar que toda insistencia ensacar a colacin hechos sucedidos en otra poca y en otro pas estcondenada a resultar inadecuada y por ende estril.

    Como hemos visto, Trotski consider que era posible que la Monarquaborbnica lograra mantenerse hasta que sonara la hora de la dictaduradel proletariado, lo cual supona ignorar las ilusiones democrticasque mecan entonces al pueblo espaol; en efecto, ste aspiraba a lainstauracin de la Repblica y en modo alguno a la dictadura delproletariado. Adems, cmo poda desear imponer la dictadura delproletariado una clase obrera en la que la influencia anarquista eratradicional e importante? Verdad es que Trotski, una vez escrito eso,debi recordar que entre el zarismo y el triunfo de los bolcheviqueshubo la revolucin de Febrero, que derroc el zarismo y abri unabreve etapa parlamentaria, por lo que lneas despus aade: Sinembargo, la cuestin de las Cortes ha sido puesta ya a la orden del

    da. En estas condiciones hay que suponer que la revolucin tendr que

    pasar por una etapa de parlamentarismo46. Esto resultaba ms atinado.

    Ese afn, consciente o no, de calcar en Espaa la poltica seguida porlos bolcheviques en 1917, hizo que Trotski lanzara la consigna dearmamento de los obreros y campesinos, as como la de creacin desoviets47. Cmo poda olvidar que en Rusia el armamento de lostrabajadores fue empresa fcil, puesto que como consecuencia de laguerra y sobre todo de la desorganizacin imperante abundaban lasarmas en la retaguardia, donde las abandonaban los soldados que seiban del

    46Ibdem, pg. 19.

    47En ocasiones, a la denominacin especficamente rusa de soviet,Trotski prefiri la palabra Junta, que consideraba ntimamente ligadacon toda la historia de la revolucin espaola. Me parece que esto esviolentar no poco la historia de Espaa. En efecto, las Juntas queofrecieron un sentido histrico ms progresivo, como las que surgieronen diversas provincias durante la invasin napolenica, no tuvieron unorigen muy popular ni sus miembros fueron designados democrticamente;como Marx puso de manifiesto en sus artculos sobre Espaa, las Juntasdesempearon el papel, durante todo el periodo de su existencia, deotros tantos diques opuestos a la avalancha revolucionaria. Las

    ltimas que existieron fueron las Juntas militares, creadas en 1917como grupo de presin por una parte del Ejrcito, las cuales dejaronun psimo recuerdo en el pueblo espaol.

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    frente? En Espaa, las armas no existan en la va pblica ni estabanal alcance de la mano: haba que arrebatarlas al Ejrcito y a laGuardia Civil, accin que, por otra parte, se compaginara mal con laetapa de parlamentarismo que justamente prevea Trotski. No menosabsurda resultaba la creacin de soviets, que l preconizaba conahnco, por considerar que su existencia era la condicin sine qua non

    para el triunfo de la revolucin.

    Para Trotski, el establecimiento en nuestro pas de los soviets era,pues, imprescindible. No hay revolucin sin soviets, dice y repite;ah est el ejemplo de la revolucin de octubre, aade. Sobre lanecesidad de los mismos escribi abundantemente. El 12 de diciembre de1930 indic: Me parece que la consigna de soviets est sugerida portoda la situacin, si se entiende por stos los consejos obreros que

    se crearon y desarrollaron en Rusia48. El 15 de abril de 1931: Laconsigna central del proletariado es la del soviet obrero. Esta

    consigna deber anunciarse, popularizarse incansable y constantemente,

    y a la primera ocasin hay que proceder a su realizacin49. Cinco dasms tarde:Por otra parte, es preciso ocuparse inmediatamente de constituirsoviets obreros50, y an en 1937, el 17 de diciembre, sentencia: Silos anarquistas hubiesen sido revolucionarios, habran ante todo hecho

    un llamamiento en favor de la creacin de soviets que aglutinasen a

    todos los representantes de la ciudad y del campo, incluyendo a esos

    millones de hombres, los ms explotados, que no han ingresado jams en

    los sindicatos51.

    PARTICULARIDADES CONTRA EXOTISMOS

    Como es harto sabido, los soviets surgieron en Rusia, tanto en 1905como en 1917, para paliar la escassima importancia numrica de lospartidos y de los sindicatos. Volin, citado anteriormente, escribi aeste particular: Antes de la revolucin de 1917, el sindicalismo,exceptuando algunos intelectuales eruditos, era totalmente

    desconocido. Se puede admitir que el soviet, forma rusa de

    organizacin obrera, fue prematuramente iniciado en 1905 y

    reconstituido en 1917, precisamente a causa de la ausencia de la idea

    y del movimiento sindicalista. Si el mecanismo sindical hubiese

    existido, de l se habra valido el movimiento obrero (pgs. 76 y 77,siendo el subrayado del propio autor). El proletariado organizado erasolo una pequea minora del pueblo ruso y los socialdemcratas -bolcheviques y mencheviques- una minora de esa minora52. En cambio,

    48L.Trotski, Escritos sobre Espaa, pg. 76.49Ibdem, pg. 32.

    50

    Ibdem, pg. 84.51Ibdem, pg. 178. Sealemos la evidente falta de informacin de

    Trotski, al referirse a los millones de hombres, los ms explotados,que jams estuvieron sindicados, puesto que durante la guerra civil lasindicalizacin fue obligatoria en la llamada zona republicana.52Resulta curioso comprobar que Trotski en su Historia de la revolucinrusa, se refiere constantemente a la clase obrera, al proletariado, alos campesinos, pero rara vez a sus organizaciones especficas, sinofrecer jams una indicacin sobre la importancia real y el nmero demilitantes de cada una de ellas. Incluso incluye una estadstica delas huelgas declaradas entre 1905 y 1917, ms nada dice sobre quinlas provocaba y orientaba o diriga. Exista una organizacinsindical importante? Trotski hace dos o tres alusiones a los

    sindicatos rusos, una de ellas para decir que estaban en manos de losnencheviques, lo que nos aclara no poco respecto al desprecio que engeneral le merecan. Se tiene la impresin, a tenor de todo esto, que

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    en Espaa la situacin era distinta, ya que los trabajadores estabanmuy organizados, sobre todo sindicalmente. Baste saber que en 1918,por ejemplo, la UGT (Unin General de Trabajadores) contaba con ms de100.000 afiliados y la CNT (Confederacin Nacional del Trabajo) con700.000, lo que sumaba casi un milln de sindicados en un pas quetena entonces 21 millones de habitantes de los cuales 7 millones

    formaban la poblacin activa, correspondiendo el 57 por 100 al sectoragrcola. El obrero espaol, pues, se senta plenamente representadopor su sindicato o su partido. Llevaba tres cuartos de siglo haciendohuelgas de toda ndole sin haber necesitado para dirigirlas organismosde carcter extico como eran los soviets, que trotskistas yestalinistas preconizaban con la vista puesta en la Unin Sovitica.

    No obstante, hubo momentos en que Trotski comprendi la inanidad quesupona el persistir en lanzar una consigna como la de la creacin desoviets, que no corresponda ni a la situacin del pas ni sobre todoal deseo de los trabajadores espaoles. As, en una carta a Andrs Ninescriba el 1 de septiembre de 1931: A veces me pregunto por qu noexisten soviets en Espaa. Por qu? He expresado, en una carta

    anterior, algunas ideas a este particular. [...] Parece ser que la

    consigna de juntas aparece ligada, en la mente de los obreros

    espaoles, a la de soviets y que, por este motivo, les parece

    demasiado dura, demasiado decisiva, demasiado rusa, Es decir, que la

    consideran de manera

    diferente a como lo hacan los obreros rusos en la misma etapa. No

    nos hallaremos frente a una paradoja histrica, puesto que vemos la

    existencia de soviets en Rusia obrar como un factor que paraliza la

    creacin de soviets en otros pases revolucionarios? Hay que otorgar a

    esta cuestin la mxima atencin en las conversaciones personales con

    los obreros de todas las regiones de vuestro pas. De todas las

    maneras, si la consigna de juntas (soviets) no logra hallar eco,

    entonces ser preciso atenernos a la de comits de fbrica. [...] No

    podemos crear soviets en Espaa precisamente porque ni los socialistas

    ni los

    sindicalistas los quieren. Esto significa que el frente nico y la

    unidad de organizacin con la mayora de la clase obrera no pueden

    obtenerse a base de esa consigna53.

    Por desgracia, esos momentos de gran lucidez, de verdadera comprensinde la realidad espaola, se desvanecan pronto, casi inmediatamente,para dar paso a las recetas o esquemas habituales fruto de larevolucin rusa. Esta disposicin de nimo de Trotski la encontramosno solo por lo que concierne a Espaa, sino igualmente en otrospases. As, por ejemplo, refirindose en una de sus obras a lainsurreccin espartaquista alemana, escribi: La semana espartaquistade Berln, en enero de 1919, pertenece al tipo de las

    semirrevoluciones intermedias, a semejanza de las jornadas de Julio en

    Petrogrado. Como consecuencia de la situacin predominante del

    proletariado en la composicin de la nacin alemana, sobre todo en su

    economa, la insurreccin de noviembre entreg automticamente la

    soberana del Estado a un Consejo de obreros y soldados. Pero el

    proletariado se identificaba polticamente a la socialdemocracia, que,

    por su parte, se identificaba al rgimen burgus. El partido

    independiente ocupaba en la revolucin alemana el lugar que en Rusia

    en el lenguaje de Trotski -as como en el de los bolcheviques deentonces y de los comunistas de ahora- las palabras masas y claseobrera se repiten con la misma insistencia y hasta con idntica

    generalidad que los polticos burgueses se refieren al pueblo y alpas.53L. Trotski, La rvolution espagnole, pgs. 176-177.

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    perteneca a los socialistas-revolucionarios y a los mencheviques. Lo

    que faltaba era un partido bolchevique54. Sin nombrarla, Trotskicolgaba el epteto de menchevique a Rosa Luxemburgo; pocos aosdespus hara lo mismo con Andrs Nin.

    Refirindose concretamente a Espaa, abundan las referencias, los

    smiles de esta naturaleza, llevados en ocasiones al extremo, comocuando compara Alcal-Zamora primero a Lvov y luego a Kerenski,Indalecio Prieto a Tseretelli, Andrs Nin a Martov, etc. Las llamadasjornadas de Julio en Petrogrado se reproduciran ineluctablemente,segn l, en Barcelona; los anarquistas espaoles oscilaban entre elmenchevismo y el bolchevismo; los trotskistas de Espaa erandenominados bolcheviques-leninistas; abril de 1931 es equiparado afebrero de 1917, etctera. A veces, entre esta visin de la revolucinrusa aplicada a Espaa se interpone curiosamente en sus artculos larevolucin china; entonces Alcal-Zamora es nada menos que Tchang Kai-chek y Alejandro Lerroux es Wang Jin-wei, aqul jefe del Kuomintang yste dirigente de su ala izquierda...

    5.LA INTERNACIONAL COMUNISTA EN ESPAA

    Obligado es sealar que no obstante las limitaciones y erroresfundamentales de Trotski, consecuencia unas veces de su totaldesconocimiento de Espaa, as como de la lengua espaola, y otras delo que pudiramos denominar sus resabios leninistas, su visin de losproblemas de la revolucin fue en todo momento mucho ms elevada y susjuicios en ocasiones ms perspicaces que los emitidos por losdirigentes de la Internacional Comunista, en manos de los aclitosestalinistas. Estos evidenciaron siempre una ignorancia supina: verbigratia, uno de ellos, Manuilski, se atrevi a afirmar desdeosamenteen 1930 que una huelga parcial en cualquier pas ofreca mayorimportancia para la clase obrera internacional que ese gnero de

    revolucin a la espaola55. Sin embargo, los acontecimientosinmediatamente posteriores demostraron que la revolucin a la espaolaganaba en importancia a las huelgas de los otros pases.

    Con esta extraordinaria miopa se enfrent la Internacional Comunistacon la revolucin espaola. Mejor dicho, tuvo que ocuparse Mosc,enfrascado en la tarea de construir el socialismo en un solo pas, esdecir, en la Unin Sovitica, a la que daba un carcter prioritario.La cada de la dictadura del general Primo de Rivera les cogi desorpresa, como confes aos despus el entonces secretario general delPartido Comunista de Espaa56. Solo a partir de entonces los burcratasde la III Internacional comenzaron a preocuparse seriamente de losacontecimientos de Espaa, admitiendo al fin que a pesar del

    escepticismo de uno de sus principales jefes, el citado Manuilski,podran desembocar en una revolucin. Verdad es que se vieronobligados a reconocer tcitamente su error inicial, puesto que pocodespus del derrumbamiento de la dictadura del general Primo de Riveracomenzaron a sucederse en el pas toda clase de huelgas, no solo en

    54L. Trotski, Histoire de la rvolution russe, vol. II, Ed. Seuil,Pars, 1950, pgs. 84-85.55D.Manuilski, La crise conomique et l'essor rvolutionnaire. Rapportet discours de clture au Presidium largi du Comit Excutif de l'I.C(18-20 de febrero de 1930), Bureau d'ditions, Pars, 1930, pg. 23.

    56Jos Bullejos, La Comintern en Espaa, Impresiones Modernas, Mxico,1972,pgina 97.

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    los centros industriales, sino asimismo en las ciudades y localidadesrurales.

    ABUNDANCIA DE DELEGADOS MOSCOVITAS

    La primera medida que adopt Mosc fue reforzar la delegacin que ya

    tena en Espaa, enviando nuevos delegados e instructores; medida quecorresponda a la prctica burocrtica imperante, puesto que lo que elprecario Partido Comunista necesitaba no eran precisamenteinstructores -cuya misin no era en realidad otra que velar por laaplicacin en nuestro pas de los acuerdos del ltimo Congreso de laInternacional Comunista, los cuales, naturalmente, no correspondan ala realidad poltica espaola-, sino una poltica clara y consecuenteque le permitiera salir del aislamiento en que se encontraba. Suorganizacin comprenda nicamente unos cuantos grupos, en total mediomillar escaso de militantes. Y no era esto la peor: Ms grave que suexigidad numrica era su reducidsima influencia en el proletariado y

    su extrema debilidad terica57. A los sedicentes dirigentes delcomunismo espaol no se les ocurra otra cosa que repetir comopapagayos las consignas ultraizquierdistas y sectarias remitidas desdeMosc: Por la Repblica de los soviets de obreros, soldados ycampesinos!. Lo cierto es que ningn campesino, soldado y obrero sabalo que esto significaba.

    A decir verdad, el Partido Comunista de Espaa no estaba en manos deespaoles, sino de los agentes que la Internacional haba enviadoprecipitadamente. Nos lo confirma el que fue secretario general enaquel perodo: Como expuse antes, la direccin del Partido Comunistala ejercan ntegramente, en aquella poca, los delegados de la

    Comintern, presididos por Duclos. Obstinados en aplicar las directivas

    que reciban de Mosc, no podan pactar ni aliarse con ningn partido

    poltico, y menos con el socialista, lo cual obligaba a los comunistas

    a quedar al margen de los acontecimientos revolucionarios que

    velozmente se acercaban. Ni siquiera con posterioridad a la revolucin

    de diciembre, en las vsperas de la proclamacin de la Repblica, ces

    esta intransigencia58. Por tanto, el proceso de la revolucin espaolaiba a iniciarse sin la presencia real en el escenario nacional delPartido Comunista. Por si fuera poco, el comunismo espaol, comoveremos ms adelante, estaba dividido.

    Los representantes de Mosc que deambulaban por Madrid y Barcelona nofueron capaces de comprender la situacin real del pas. (En todocaso, si la comprendan, se lo callaban, puesto que su misin no eraotra que velar por el cumplimiento de las rdenes que reciban de laUnin Sovitica.) Disponemos a este respecto del valioso testimonio deuno de esos delegados de la Internacional Comunista. Humbert-Droz, el

    cual lleg a la capital catalana en enero de 1931, donde se hallabanya otros cuatro enviados moscovitas: los franceses Duclos y Rabat, elcaucasiano Pierre y el suizo Stirner (Edgar Woog), a los cualespronto se juntaron, adems del mencionado Humbert-Droz, suizo, elalemn Stocker y el polaco Purmann; todos ellos formaban una ignaracohorte muy internacional y nada espaola. Humbert-Droz, antiguopastor protestante y ordenado helvtico, enviaba a su esposa,instalada en Suiza, copia de todos los informes y documentos quetransmita a Mosc, gracias a lo cual pudo aos despus, vuelto alredil socialdemcrata, redactar sus Memorias.

    57Fernando Claudn, La crisis del movimiento comunista, vol. I, Ed.Ruedo Ibrico, Pars, 1970, pg. 169.58Jos Bullejos, La Comintern en Espaa, pg. 106.

  • 7/30/2019 Trotsky in Spain

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    En stas abundan las muestras de la perspicacia de esos profesionalesde la revolucin. Es indudable que les interesaba mucho ms ser gratosa los jefes de la Internacional Comunista, es decir, a sus patronosque pagaban, que preocuparse de veras por lo que aconteca y seavecinaba en Espaa. Y la nica manera de estar bien con Mosc, yasegurar su carrera, era no inmiscuirse en nada, no opinar sobre nada,

    decir amn a cuanto les ordenaban y transmitir fielmente, sin olvidaruna sola coma, las rdenes recibida