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Copyright © 2009 ISSN 0957-9265 Vol. 3(2) 253-279 www.dissoc.org _____________________________________________________________ Artículo traducido _____________________________________________________________ Reflexiones para el análisis del discurso populista Reflections for the analysis of populist discourse Patrick Charaudeau Universidad de París 13 Centro de Análisis del Discurso Traducido por Ana María Gentile

Reflexiones para el análisis del discurso populista2)Charaudeau.pdf · Del mismo modo, difícilmente podría compararse el discurso populista de ... También es necesario realizar

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Copyright © 2009

ISSN 0957-9265

Vol. 3(2) 253-279

www.dissoc.org

_____________________________________________________________

Artículo traducido

_____________________________________________________________

Reflexiones para el análisis del discurso

populista

Reflections for the analysis of populist discourse

Patrick Charaudeau

Universidad de París 13

Centro de Análisis del Discurso

Traducido por Ana María Gentile

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Resumen

En el campo de los estudios políticos, la noción de populismo parece evidente. Es utilizada

generalmente cuando se trata de definir ya sea regímenes políticos encabezados por líderes

fuertes que pretenden representar al pueblo y aparecen con nombre y apellido (el caso de

Juan Domingo Perón en Argentina, Hugo Chávez en Venezuela y otros líderes de

diferentes países africanos), o discursos de políticos, particularmente de extrema derecha,

que surgen durante las campañas electorales, como es el caso en diversos países europeos

(Francia, Austria, Holanda), y más recientemente en algunos países de Europa central. Sin

embargo, esta noción merece ser analizada desde el punto de vista del discurso, ya que, al

rastrearla históricamente, constatamos su gran variedad de empleos sin saber en definitiva

si se trata de un régimen político o de una estrategia de poder. En este artículo se

considera el populismo como un discurso. Para ello, hemos creído necesario describir en

primer lugar las características de la palabra política en el espacio público, con el objeto

de evitar atribuir al discurso populista lo que es propio de las presiones y estrategias del

discurso político en general.

A partir de esta primera observación, se describe el mecanismo del discurso populista para

luego analizar sus especificidades en diversos contextos sociales, según esas mismas

categorías. Este artículo propone así un estudio programático como un llamado a

proseguir este trabajo caso por caso, única posibilidad de establecer comparaciones y

observar similitudes y diferencias entre diferentes discursos.

Este trabajo concluye con una última reflexión que muestra la relación paradójica

existente entre populismo y democracia.

Palabras clave: reflexiones, discurso populista, democracia,

Abstract

In the field of political studies the notion of populism seems clear. It is generally used

either to define political regimes headed by strong leaders who intend to represent the

people with a name and surname (the case of Juan Domingo Perón in Argentine, Hugo

Chávez in Venezuela, and other leaders from different African countries), or the discourse

of politicians, particularly from the extreme right, which appear during electoral

campaigns, as is the case of various European countries (France, Austria, Holland) and

more recently in some central European countries. However, this notion deserves to be

analyzed from a discourse perspective since, as we trace it back historically, we detect a

wide range of uses of the term without definitely knowing if it refers to a political regime or

a power strategy. In this article, populism is approached as discourse. To this aim we have

thought it necessary to describe in the first place the characteristics of the political word in

the public space, in order to avoid attributing to populist discourse what is proper of the

pressures and political strategies of political discourse in general. Starting from this first

observation, the mechanism of populist discourse is described, and then the specificities of

it in various contexts are analyzed according to the categories proposed. This article

proposes a programmatic study as a call to continue with a case by case study, seen as the

only possibility to establish comparisons and observe similarities and differences between

different discourses. The paper ends with a last reflection that shows the existing

paradoxical relation between populism and democracy.

Key words: reflections, populist discourse, democracy

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Introducción

Dos problemas se plantean a quien pretende analizar los discursos políticos:

el de la relación entre lenguaje y acción y el de la posición del investigador.

En efecto, podemos preguntarnos qué relación se instaura entre palabra

política y actos políticos, sabiendo que la palabra se produce para ocultar

actos o bien transformarse en acto cuando constituye una decisión con

efecto performativo. Pero podemos ir más lejos y considerar que los actos

en sí mismos pueden significar como palabras. Son entonces discursos:

hacer esto significa decir esto otro.

De este modo se instaura una relación de reciprocidad (no simétrica)

entre actos y discursos según las dos ecuaciones siguientes: decir X, es decir

X y sobreentender X’ para ocultar o reforzar el acto F; hacer el acto F, es

decir X (palabra de decisión) y sobreentender X'. A la primera ecuación

correspondería un enunciado repetido frecuentemente por el presidente

Nicolas Sarkozy durante su campaña electoral y luego empleado a manera

de eslogan: «Trabajar más para ganar más». Se afirma que /trabajar más

hace ganar más sueldo/; esta afirmación está acompañada por varios

sobreentendidos, a saber: /hay una relación de causa a efecto sistemática

entre la cantidad de trabajo y la cantidad de ganancias/, /en Francia, no se

trabaja lo suficiente/, /es la solución para aumentar el poder adquisitivo y

por lo tanto el consumo (la demanda), ergo la producción (la oferta), etc./; y

esta afirmación permite justificar el acto que consiste en//desgravar para las

empresas las horas suplementarias//. En lo que corresponde a la segunda

ecuación, podría citarse el acto político denominado «paquete fiscal»

decidido y aplicado por Nicolas Sarkozy, acto que afirma: /el impuesto

sobre la renta de los más ricos tendrá un límite del 50% en lugar del 60%/, y

deja sobreentender (hay siempre varios sobreentendidos posibles): «Hay que

proteger a los ricos».

Por lo tanto hay que tener en cuenta esta relación de anudamiento

entre palabra y acción cuando se emprende el análisis del discurso populista,

ya que una palabra considerada populista podría esconder actos que no lo

son, y de manera inversa actos considerados como tales podrían ocultarse

mediante palabras que no lo son. Y esto debe incitarnos a ser prudentes en

las comparaciones que se vayan a realizar entre los discursos de tal y cual

actor político. Por ejemplo, si se quiere comparar los discursos de un Perón

en Argentina, de un Chávez en Venezuela y de un Lula en Brasil, habrá que

indagar las similitudes y diferencias, pero también tener en cuenta sus

acciones: Perón, que otorgó en la Argentina la Seguridad social; Chávez,

que creó las "Comisiones" y "Consejos" ("Consejos comunales"), lugares de

democracia local; Lula que instrumentó medidas educativas y urbanísticas a

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favor de las Favelas. Más allá de la diferencia de los discursos de estos jefes

de Estado, las acciones a favor de los desheredados no son del mismo orden.

Del mismo modo, difícilmente podría compararse el discurso populista de

quien nunca accedió al poder supremo (como el caso en Francia del general

Boulanger, de Poujade y de Le Pen), con quienes han ejercido o ejercen el

poder, como fue (o es) el caso en Italia, en África, en América latina,

Austria y en algunos países del este europeo.

Por lo tanto, de lo que aquí se trata es del análisis del discurso

populista, y no del populismo, aunque esto no impide que nos

interroguemos sobre las relaciones entre lenguaje y acción, entre retórica

discursiva y modo de gobernanza.

El segundo problema se refiere a la posición que debe adoptar el

investigador al abordar el análisis de una cuestión política. Si bien el

investigador, se sabe, no está exento de posicionamiento ideológico, e

incluso político, ¿debe acaso hacerlo valer en su trabajo de investigación?

¿Debe, por ejemplo, construir sus objetivos de investigación en función de

una finalidad axiologizada? La ética del investigador exige que no se

confunda discurso de análisis crítico con discurso de denuncia. En las

ciencias humanas y sociales, el discurso de análisis es por definición crítico,

en el doble sentido de revelación de lo que está oculto respecto de cierta

doxa, y de inquietud teórico-metodológica. La denuncia, por su parte,

depende de una posición política que está totalmente justificada fuera del

trabajo de investigación. No es una cuestión de neutralidad, sino una

cuestión de probidad. Es un llamado a una reflexividad del investigador

frente a sus objetivos de análisis y a su propia metodología, como lo han

subrayado Juliette Rennes1 y Denis Barbet

2 en dos escritos recientes.

Tal posición durante el análisis contribuiría a evitar, en lo que atañe al

discurso populista, cuestiones apriorísticas y ciertas confusiones. Una

cuestión apriorística sería por ejemplo no considerar que el discurso

populista puede ser detentado por personalidades políticas pertenecientes

tanto a la derecha como a la izquierda del tablero político, o no tratar el

discurso populista como parte integrante de la democracia. Las confusiones

incluirían en la misma bolsa diversos tipos de discursos populistas, sin

permitir establecer diferencias entre populismo, nacionalismo y fascismo.

Existe una multiplicidad de discursos populistas, en contextos sociales e

históricos diferentes, y el papel del investigador es justamente distinguirlos

y definirlos.

Por ello no abordaré en esta exposición la especificidad del discurso

populista latinoamericano, aun cuando lo mencione a modo de ilustración y

de interrogación. Me abocaré preferentemente a tratar este tema en forma de

cuestionamiento y a hacer algunas comparaciones, con el fin de sugerir

algunas líneas de análisis. Pero para enmarcar mejor las cosas, creo

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necesario presentar brevemente un estado de la cuestión para luego inferir

un marco de estudio en el que podrá plantearse la problemática.

1. Breve estado de la cuestión

De algunas dificultades

Una primera dificultad se presenta al intentar definir el término

« populista », ya que se constata una variación en su uso. Esto hace que la

palabra tome sentidos particulares según el sujeto hablante que la profiere.

En primer lugar destacamos que en el uso corriente, termina por perder su

especificidad, al emplearse a menudo como equivalente de demagógico, de

poujadista, a veces de racista e incluso de fascista. Amalgamas que no

pueden aportar gran luz sobre su sentido.

Cuando los sujetos que hablan son actores políticos, se observa que el

término populista es empleado tanto por la derecha como por la izquierda

para estigmatizar al partido adverso o para defenderse de la estigmatización

adversa3. Muchas veces para la derecha, la izquierda es populista porque

manipula a las clases obreras y populares; para la izquierda, la derecha es

populista porque manipula a las clases medias y populares (poco

politizadas) con discursos que buscan generar la emoción más primitiva (el

miedo). Dicho de otro modo, en ambos casos, el populista es el otro, que

para expresarse emplea una retórica simplista y esencialista.

Pero los políticos no son los únicos que estigmatizan al otro. Los

economistas, por ejemplo, se quejan de que los políticos no hablan lo

suficiente de los problemas económicos y lo atribuyen a dos causas. Para

unos, es por ignorancia, ya que, según ellos, los políticos ignoran los

verdaderos problemas económicos y no tienen formación adecuada; para

otros, es por falta de coraje pues no se atreven a proponer al país una

política con medidas impopulares por temor a verse desautorizados. Por lo

tanto los economistas tratan a los políticos de «populistas» ya que éstos

prefieren no hablar más que de cuestiones sociales con fuerte contenido

emocional: la inmigración, la violencia y la inseguridad, etc.

Finalmente, para sumar empleos y sentidos de esta palabra, algunas

personalidades políticas llegan incluso a reivindicar la calificación de

populista dándole un sentido positivo: «Si ser populista es reconocer al

pueblo la facultad de opinión, el derecho a expresarla y a escucharla,

entonces sí, porque significa también ser demócrata »4.

Teorizaciones y variantes

También es necesario realizar un rápido recorrido histórico de los diferentes

intentos de teorización, dado que éstos evolucionan entre los anatemas de

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los juristas y psicólogos neodarwinianos del siglo XIX, para quienes el

populismo es una especie de nacionalismo desnaturalizado e incluso la

antecámara del totalitarismo, y los posicionamientos modernos5, para los

que el populismo debe ser integrado en la democracia como uno de los tipos

de gobierno : «cuando las masas populares están excluidas durante mucho

tiempo de la arena política, (…)», entonces, «el populismo, lejos de ser un

obstáculo, es una garantía de democracia, ya que evita que ésta se

transforme en pura gestión»6.

Históricamente, hacia fines del siglo XIX aparece un movimiento

socialista progresista en Rusia y paralelamente un movimiento rural

conducido por los chacareros del oeste y sur de los Estados Unidos de

América, ambos acompañados por un discurso crítico contra el capitalismo.

Pero es sobre todo en el siglo XX cuando aparecen movimientos más

reivindicativos y violentos, todos tachados de populismo.

En los años veinte y treinta, el populismo provinciano del sur de los

Estados Unidos con el «Klu-Klux-Klan» que hace enfrentar a los pequeños

comerciantes y paisanos de los pueblos contra los grandes centros urbanos,

y que practica una intolerancia antiintelectualista, xenófoba y antisemita. En

los años treinta y cuarenta, el populismo racista y fascista de la Alemania

nazi instaurado por el aparato de Estado. En los años cincuenta, el

«Maccarthismo» antiintelectualista y antielitista bajo la cobertura de

anticomunismo paranoico7.

Sin embargo, la expresión «régimen populista» se empleó con mayor

frecuencia referida a los regímenes políticos originados en América Latina a

partir de los años cincuenta: el «peronismo» de Juan Domingo Perón en

Argentina, el «getulismo» de Getulio Vargas en Brasil, y más tarde el

«caudillismo» de Menem en Argentina, el populismo denominado liberal de

Color de Melo en Brasil (1989-1992), el de Alberto Fujimori en Perú (1990-

2000), y ahora el llamado socialismo de Chávez en Venezuela. Hay que

señalar que estos regímenes aparecen en un contexto de modernización y de

enriquecimiento de las clases superiores que permite que se generen dos

tipos de discursos: uno, a la vez paternalista y anticapitalista, dirigido a la

clase obrera y a la clase media (el «Justicialismo» argentino al defender los

derechos del trabajador); otro, autoritario, dirigido a las diversas capas de la

sociedad que van desde el proletariado hasta el ejército, contra el

imperialismo norteamericano (el chavismo). Se trata aquí de populismos

que comparten el ser nacionales y populares.

Paralelamente, en Francia se desarrollan diversas figuras de

populismo. El «poujadismo» en los años cincuenta, con discursos xenófobos

y antiintelectualistas, dirigido a pequeños comerciantes artesanos. Más

tarde, al cabo de unos treinta años (los «treinta gloriosos»), un retorno del

empleo del término «populismo» a partir de fines de los años ochenta,

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populismo calificado de «nacional-popular» respecto de los discursos de

Jean-Marie Le Pen que reclaman «la preferencia nacional», y, más tarde, de

«liberal-popular» al referirse a los discursos de Bernard Tapie, que elogiaba

la empresa y el empleo de los jóvenes. Incluso se calificaron de populismo

«híbrido» las declaraciones de Nicolas Sarkozy durante la campaña electoral

de 2007, híbrido porque manejaba alternativamente un discurso de

« liberalismo económico » dirigido a la patronal, a las empresas y a las

profesiones liberales, y un discurso de «protección a los débiles» dirigido a

las clases populares.

Estas diferentes figuras del populismo muestran que no se puede

delimitar una definición única de esta noción, ya que los contextos

históricos y políticos la modifican de manera variable. Habría populismos

«clasistas», incluso «etnicistas» (racistas); populismos «nacionalistas», más

o menos autoritarios, que juegan con la identidad nacional y la segregación;

populismos «neoliberales», coyunturales, que se manifiestan en las

campañas electorales por medio de expresiones demagógicas8, con el fin de

seducir a las masas populares. En América Latina, a pesar de la impresión

de homogeneidad civilizacional que algunos puedan tener, vista de Europa,

las tradiciones culturales y políticas son diversas. Como lo subraya Gabriel

Vommaro en su introducción a La "carte rouge" de l"Amérique latine, en

los años 40-50 aparecen los populismos con Perón en Argentina y Vargas en

Brasil; en los 60-70, son los movimientos de una izquierda marxista

revolucionaria que dominan sobre el modelo cubano; los años 70-80

conocen dictaduras militares, en América del Sur y Central; y entre los años

90 y 2000, se instalaron regímenes de un socialismo, ya sea democrático

(Chile), indigenista (México, Bolivia, Ecuador), populista (Chávez) o

popular (Lula)9.

Puntos comunes a las variantes

A pesar de esta diversidad, es posible, por lo menos en lo que concierne a

los discursos producidos por los grandes líderes populistas, encontrar

algunos puntos en común que permitan delimitar los contornos del

populismo.

En primer lugar, puede observarse que éste nace siempre en una

situación de crisis social, que puede ser diferente según los países y las

épocas: crisis económica, como fue (es) el caso de América Latina y Europa

occidental (Francia, Austria, Holanda); crisis identitaria y moral (sociedades

que rechazan la multiculturalidad en nombre de una identidad propia); crisis

de cambio de régimen político como es el caso de muchos países del Este

tras la caída del muro de Berlín, que deben ajustarse a una nueva economía

de mercado y descubren el ultranacionalismo.

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Además se ve, en todos los casos de populismo, la presencia de un

líder carismático fuerte, aunque éste construya su liderazgo sobre imágenes

diferentes según las culturas (estas imágenes no son las mismas en Europa,

en América Latina o en África). Este líder no tiene un programa político

propiamente dicho, sino que promete romper con las prácticas del pasado,

terminar con la corrupción y devolver su poder al pueblo.

También se constata que, desde el punto de vista ideológico, el

populismo no tiene homogeneidad. Si se retoman los pocos elementos del

recorrido histórico, se observa la heterogeneidad de los posicionamientos.

En América Latina, por ejemplo, el populismo de Perón fue de tipo

autoritario, incluso fascista para algunos, con apoyo en la clase obrera y en

las fuerzas armadas; el de Alberto Fujimori fue de corrupción aunque

declarara querer terminar con la corrupción e hiciera arrestar a A. Guzman,

el jefe de Sendero Luminoso; el de Chávez, en Venezuela, es fuertemente

antiaamericano, procubano y socialista, e impone de manera autoritaria

comisiones de gestión económica y consejos comunales; el de Lula, es más

flexible, queriendo quedar bien con Dios (la ayuda a las poblaciones de las

favelas) y con el diablo (la economía de mercado).

En Francia, el general Boulanger encabezaba una oposición

nacionalista y antiparlamentarista que elogiaba a los revanchistas de la

guerra de 1870, los bonapartistas y los monarquistas, pero recibía el apoyo

de Gambetta, un hombre de izquierdas, y de Rochefort, un ex communard.

No fue el caso de Poujade que se apoyó más bien en los artesanos,

comerciantes, agricultores y representantes locales de diversas tendencias.

En cuanto a Le Pen, si bien se inscribe por un lado en la tradición de los

nacionalistas monárquicos y de los liberales de derecha10

, su ideología es

ante todo de extrema derecha, antisemita y xenófoba.

Esta constatación de no homogeneidad ideológica debería incitarnos a

ser prudentes en cuanto a la manera de categorizar el populismo.

2. Encuadre teórico desde el punto de vista de un análisis del discurso

Para analizar un fenómeno social, conviene señalar desde qué punto de vista

lo hacemos, es decir en qué disciplina de las ciencias humanes y sociales

nos situamos, y dentro de ésta, qué orientación seguimos. Se trata aquí de un

análisis que considera las palabras en función del proceso de su enunciación

dentro de cierto dispositivo de comunicación. Así, se puede decir que el

sentido que transmite un discurso depende del efecto que produce, dado que

en toda situación de comunicación, éste resulta del encuentro entre un sujeto

hablante y un sujeto interpretante. Durante mucho tiempo se ha analizado

qué dice el discurso sin preguntarse por los efectos que éste produce en los

sujetos que lo interpretan. El poder del lenguaje no está solamente en lo que

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dice, sino en lo que transmite. Siguiendo a Roland Barthes, recordemos que

el signo no sólo «significa» en sí mismo, sino que «significa a», dando

ambos como resultado el fenómeno de significancia.

Al tratarse del discurso político, el poder de influencia de las palabras

no reside sólo en la fuerza del proyecto de idealidad social del que son

portadoras, sino en su repercusión en los sistemas de espera ciudadanos

(efecto de espejo), los cuales son sensibles a los valores, al carisma de las

personalidades políticas y a la emoción situacional. Nuestra posición, en

todo caso, consiste en plantear que no es la enunciación la que está al

servicio de las palabras y de las ideas como si éstas la precedieran, sino que

son las palabras y las ideas las que se encarnan y cobran sentido a través de

su enunciación. Y por tanto, para poder juzgar el populismo de un discurso,

hay que analizarlo en el contexto sociohistórico donde aparece y en la

situación de comunicación que genera cierto proceso enunciativo.

Razón por la cual debemos comenzar por preguntarnos cuáles son las

condiciones generales de escenificación del discurso político para percibir

cuáles serían las características propias del discurso populista. Y para ello,

conviene examinar el funcionamiento de la palabra cuando ésta se

manifiesta en el espacio público y luego en el espacio político.

La palabra en el espacio público

Toda palabra que es proferida en un espacio público circula entre tres

instancias : una instancia de producción, una instancia de recepción y una

instancia de mediación, y su sentido depende del juego que se establece

entre dichas instancias.

La instancia de producción, aun cuando esté configurada por una

persona en particular, es siempre una persona como representante de un

colectivo más o menos homogéneo: una institución política, un partido, un

sindicato, una asociación, un organismo de información o incluso una

entidad comercial. Por lo tanto está legitimada por una especie de contrato

social de comunicación, ya sea en su derecho de elogiar un proyecto político

(para hacer votar), en su derecho de justificar o defender una idea (para

hacer adherir la opinión pública), en su «derecho de informar» (para

alimentar la opinión ciudadana), o bien en su derecho de elogiar un producto

(para hacer comprar). Esta instancia de producción actúa de manera

voluntaria y su problema es la credibilidad de lo que dice y su fuerza de

persuación.

La instancia de recepción representa, bajo diversas configuraciones,

un público heterogéneo y no cautivo a priori. Pero, desde el punto de vista

de la instancia de producción, está construida como «destinatario-blanco»,

más o menos determinado, de una palabra que supuestamente lo implica, ya

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sea como beneficiario de un bien futuro (político, social o comercial) del

que es llamado a apropiarse, o como amenazado por un peligro del que es

llamado a protegerse. En ambos casos, la instancia blanco está ubicada en

posición de deber creer que puede ser el agente de una búsqueda que le

resultará beneficiosa.

La instancia de mediación tiene como función poner en contacto las

dos instancias precedentes. Pero a su vez es instancia de producción de una

escenificación y construye por consiguiente una instancia destinataria que

no coincide necesariamente con la precedente. Además, debe ser legitimada

en su papel de transmisor de información, lo cual genera ciertas exigencias

de responsabilidad.

De este modo, debido a que implica actores colectivos, toda palabra

que circula en el espacio público está sometida a una exigencia de

simplicidad, ya que dirigirse a las masas es dirigirse a un conjunto de

individuos heterogéneos desde el punto de vista de su nivel de instrucción,

de su posibilidad de comprensión y de su experiencia de la vida colectiva:

simplicidad de la lengua por la elección de una sintaxis y de un vocabulario

simples, simplicidad en el razonamiento, lo que conduce al orador a

abandonar el rigor de la razón en favor de la fuerza de verdad de lo que está

enunciando, diciendo no tanto lo que es verdadero, sino lo que él cree

verdadero y que debe creerse como verdadero.

La palabra que circula en el espacio público es una palabra emitida sin

que se tenga el total manejo de sus efectos, y con la suposición razonable de

que será interpretada de diversa manera. Analizarla nos lleva a interrogarnos

sobre la identidad de quien la emite, sobre el público al cual está dirigida,

sobre el dispositivo de la situación de mediación en el cual se inscribe, sobre

su finalidad (informar, prescribir, persuadir, etc.). Además, el espacio

público está a su vez estructurado en diversos espacios o campos de

actividad (científico, jurídico, religioso) entre los que se encuentra el campo

político.

La palabra en el espacio político

El espacio político confronta una instancia política y una instancia

ciudadana, relacionadas también por una instancia de mediación. Pero lo

que caracteriza más particularmente a este espacio es que la instancia

política rivaliza con una instancia adversa, ambas implicadas en un juego de

poder.

La instancia política, en posición de conquista o de ejercicio del

poder, tiende hacia un «actuar sobre el otro» con fines de adhesión de éste a

sus promesas o a su acción. Pero como en un régimen democrático el poder

resulta a la vez de un «consentimiento» (Hanna Arendt), de una

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Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 263

«dominación legítima» (Max Weber) y de una «organización

administrativa» (J. Habermas)11

, la instancia política está obligada a ejercer

este poder en nombre: de un derecho que se le atribuye por el juego de la

representación mayoritaria resultante de la delegación del poder por el

pueblo; de un saber y de un saber-hacer que debe justificar su competencia;

de una elección de valores, compartidos supuestamente por la instancia

política y por la instancia ciudadana con el objetivo de fusionarse en un

determinado ideal de «convivencia».

En el espacio político, la instancia de recepción es una instancia

ciudadana, que sabe que tiene una responsabilidad en su papel de

delegación de poder, y al mismo tiempo un derecho de mirada sobre la

acción política, instituyéndose así en posible contrapoder.

Dadas estas características del espacio político, de esta obligación de

hacer adherir al ciudadano a su propio proyecto o a su acción política, el

sujeto político debe desplegar estrategias discursivas diversas: estrategias de

construcción de imágenes de sí mismo, de manera que se haga, por una

parte, creíble a los ojos de la instancia ciudadana (ethos de credibilidad), y

por otra, atractivo (ethos de identificación)12

; ethos de identificación que

plantea el problema de la frontera con los efectos de pathos, ya que éste

busca conmover al ciudadano; estrategias de presentación de los valores de

manera tal que el ciudadano adhiera a ellos con entusiasmo.

Se observa que el discurso político es un lugar de verdad capciosa, de

«simular», dado que lo que cuenta no es tanto la verdad de esa palabra

proferida públicamente, como su fuerza de verdad, su veracidad, por sus

condiciones de dramatización que exigen que los valores sean presentados

según un guión dramático capaz de conmover al público de manera positiva

o negativa, ya sea para hacerlo adherir al proyecto que se defiende, o para

disuadirlo de seguir un proyecto adverso. Escenario triádico en el cual

instancia política e instancia adversa compiten por la conquista de la

instancia ciudadana. Este escenario se compone de tres momentos

discursivos: (1) probar que la sociedad se encuentra en una situación social

juzgada desastrosa y que el ciudadano es la primera víctima; (2) determinar

la fuente del mal y su responsable (adversario); (3) anunciar finalmente qué

solución puede ser aportada y quién puede ser su portador.

3. Interrogantes sobre el discurso populista

Si bien el populismo es una «actitud política que consiste en reclamarse del

pueblo, de sus aspiraciones profundas, de su defensa contra los diversos

perjuicios de que es objeto», como propone el diccionario Larousse13

, casi

no se observa diferencia con lo que define el discurso político en general. Se

sirve de las estrategias persuasivas de cualquier discurso que consisten en

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captar a su público en nombre de valores simbólicos que afectan a la razón y

a la emoción.

En estas condiciones, el discurso populista sólo puede ser visto como

una transformación del contrato político, como una estrategia de

manipulación, en la medida en que maneja las mismas categorías que el

discurso político, pero en exceso, un exceso que juega sobre la emoción en

detrimento de la razón política, emoción capaz de engañar al pueblo sin que

éste sospeche. Se aplica para escenificar: (1) una descripción catastrófica de

la situación social de la que es víctima el pueblo; (2) una denuncia de los

culpables, entre los cuales se encuentran la clase política, las élites aisladas

del pueblo, las instituciones que han perdido toda autoridad y la burocracia,

fuente de todos los males; (3) la exaltación de valores y (4) la aparición de

un hombre/mujer providencial, carismático, visionario, capaz de romper con

el pasado y que será el salvador de la sociedad.

Como la manera de proceder a esta escenificación y los modos de

manipulación discursiva dependen del contexto cultural y de las

circunstancias históricas en las que se despliega este discurso, conviene

describir de manera sistemática sus diferentes componentes.

(1) Sobre la situación de crisis y de victimización

El populista necesita que las clases populares estén disponibles, es decir en

un estado de fuerte insatisfacción. Para ello, tratará de explotar su

«resentimiento». Ahora bien, ¿cómo lo hace?

a) ¿Habla de la situación económica insistiendo sobre las cargas

sociales que pesan sobre las empresas, sobre las situaciones de precaridad

de los trabajadores (desempleo, despidos) y sobre la disparidad entre ricos y

pobres, o el empobrecimiento general de la nación?

b) ¿Habla de la decadencia moral de la nación, de la pérdida de

referencias identitarias, particularmente de la identidad nacional, de la

pérdida de civismo y por lo tanto del relajamiento del vínculo social?14

c) ¿Insiste en el estado de victimización de los ciudadanos, los

«desclasados», los «subalternos», los «pequeños» (el «bajo pueblo» contra

«los grandes»), víctimas de la inseguridad por falta de protección policial y

de autoridad judicial?15

En resumen, ¿cómo procede el populista para crear

la «angustia» del ciudadano?

(2) Sobre la causa del mal y los culpables

La causa del mal suele designarse de manera vaga y el culpable no debe

estar perfectamente determinado de manera que planee la impresión de que

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Discurso & Sociedad, 3(2) 2009, 253-279

Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 265

está oculto en las sombras, manejando sus asuntos a escondidas, lo que

permite sugerir que existen complots.

a) El discurso populista debe hacer creer a la gente que todo sería

sencillo, si no se opusieran a sus aspiraciones «máquinas», un «sistema»

abstracto que bloquea a la sociedad. ¿Cómo se describen? ¿Acaso es el

Estado el que ha perdido toda autoridad? ¿Son acaso las diversas formas de

representación política y mediática: «la clase política», «las élites frías y

calculadoras», aisladas en su torre de marfil, a veces corruptas, siempre

cobardes, o «el establishment»? De una manera general, ¿son acaso las

instituciones políticas y la burocracia, los tecnócratas que confiscan el

poder por su acción administrativa, como declara en Francia Jean-Marie Le

Pen : «El establecimiento, que hay que derrocar mediante una revolución

de salvación pública, designa la clase dirigente que impone hoy su

poder. Los derechos humanos son tablas de la Ley. Tiene sus

evangelios según San Freud y San Marx. Tiene su clérigo, su

arquitecto y sus constructores. Su lugar de culto, el Panteón

republicano, sus ritos, predica la moral.»16

?

b) La causa del mal también puede estar representada por personas o

grupos que aparecen como adversarios que hay que combatir por cuanto

pertenecen a un grupo, un partido, una ideología: los marxistas, los

socialistas, los capitalistas, los fascistas y otros grupos partidarios juzgados

portadores de una ideología contraria a la suya propia17

. ¿Cómo son

descritos?, ¿como lobbies (el lobby «antirracista» o el de «los derechos

humanos » según Jean-Marie Le Pen), mafias («este partido mafioso, que

practica la exclusión»), grupos de interés («los del capitalismo anónimo, los

de las transferencias financieras masivas de la especulación, los de las

grandes multinacionales …»18

), u oligarquías («una oligarquía internacional

y cosmopolita…»19

)? Ahí está el enemigo interior. Para Hugo Chávez,

como para muchos líderes populistas, el enemigo interior es “la oligarquía”.

c) Pero también hay un enemigo exterior que suele presentarse como

una entidad abstracta con el fin de provocar miedo frente a una amenaza real

o potencial, en una presencia-ausencia de fuerza oculta. En Francia, desde

hace algunas décadas, es la inmigración, acerca de la cual citamos un

pequeño florilegio: «Además, la presencia masiva de inmigrantes en

numerosos barrios populares provoca un gran deterioro de las condiciones

de vida de los franceses»20

; «(…) hegemonías extranjeras, inmigración,

disminución de la natalidad, inseguridad del estatismo dirigista y de la

burocracia fiscalista»21

; «[Los inmigrantes] van a arruinarnos, a invadirnos,

a sumergirnos, a acostarse con nuestras mujeres e hijos». Es infrecuente que

el discurso populista no juegue con la xenofobia y sugiera la amenaza y el

conflicto de civilizaciones, y uno se preguntará qué grupo extranjero

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Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 266

desempeñará el papel de chivo expiatorio. Elvira Arnoux, que realizó un

excelente análisis del discurso de Chávez, muestra cómo éste sataniza la

figura del imperio de los Estados Unidos, transformando al enemigo exterior

en enemigo interior: «El Diablo está en casa, pues. El Diablo, el propio

Diablo está en casa. Ayer vino el Diablo aquí, ayer estuvo el Diablo aquí, en

este mismo lugar. (…) el señor presidente de los Estados Unidos, a quien yo

llamo "el diablo", vino aquí hablando como dueño del mundo»22

.

Ya sea este enemigo interno o externo, el discurso populista lo

describe de manera vaga, como si estuviera oculto, como una bestia

acurrucada en la sombra lista para atacar. Se trata de sugerir que se prepara

un complot y que estos enemigos son conspiradores. El tema del complot

está presente en casi todos los discursos populistas. Y es que se trata, a fin

de cuentas, de encontrar un chivo expiatorio cuando se estigmatiza la fuente

del mal, cuando se denuncia a un culpable que viene a sustituir a una

víctima inocente23

, para orientar la violencia contra ese culpable, de manera

que desencadene el deseo de su destrucción que lograría la reparación del

mal (función de catarsis). ¿Es el inmigrante, el extranjero, el judío, el árabe,

o las élites, el Estado, la Administración, el verdadero culpable que se

ofrece en lugar del pueblo inocente?

(3) Sobre la exaltación de valores

El discurso populista, siguiendo el ejemplo del discurso político, debe

proponerse un proyecto de «idealidad social» en el cual se muestren valores

que se supone representan el fundamento del vínculo que une a los

miembros de una comunidad social. Pero el discurso populista contiene a

este respecto una especificidad: exalta valores que abrevan en la historia del

país y en sus tradiciones para encontrar en ellas lo más auténtico, lo más

verdadero, lo más puro, con el fin de reconstruir una identidad perdida por

la crisis social y la fuente del mal mencionada anteriormente. Se introduce

así en el terreno de lo simbólico, de lo que debe dar su nobleza a lo político,

idealidad social que debe reparar el mal existente.

Por lo tanto se trata de ver cómo el discurso populista saca partido de

las características históricas, identitarias y culturales propias a cada país.

¿Es la identidad nacional? La temática de la «nación» suele ser explotada

para exhibir el fundamento de la identidad colectiva, e incluso el «mito de la

nación orgánica» y la independencia económica como derecho a disponer de

sus propios recursos, contra el explotador privado o extranjero que priva al

pueblo de su bien «natural»24

. A veces, la identidad nacional se confunde

con una identidad comunitaria al declarar que esta identidad es la identidad

originaria y que hay que recuperarla para salir del resentimiento25

en que los

enemigos interiores y exteriores han subsumido al pueblo. En esta

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Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 267

oportunidad aparece la ideología discriminatoria del populista, como lo

muestra la siguiente declaración de Jean-Marie Le Pen: «Sí, estamos a favor

de la preferencia nacional porque estamos a favor de la vida contra la

muerte, de la libertad contra la esclavitud, de la existencia contra la

desaparición»26

. Pero también, una ideología «naturalista» que funda lo

cultural en la naturaleza: «Somos criaturas vivientes. […] Formamos parte

de la naturaleza, obedecemos a sus leyes. Las grandes leyes de las especies

gobiernan también a los hombres a pesar de su inteligencia y a veces de su

vanidad. Si violamos esas leyes naturales, la naturaleza no tardará en

vengarse. Necesitamos seguridad. Y para esto necesitamos como los

animales de un territorio que nos la otorgue.»27

.

Pero en otros contextos, recurre por el contrario a una vasta

comunidad histórica y civilizacional. Por ejemplo, Elvira Arnoux (2008),

que indaga en la matriz del discurso latinoamericano, cita las declaraciones

de Chávez en las cuales exalta una identidad y una comunidad

sudamericana: «(…) no nacional, no nacional venezolano, no nacional

argentino, no nacional brasileño, no nacional boliviano o uruguayo

ecuatoriano, sino nacional suramaricano»28

Por ello se suele recurrir a valores de filiación y de herencia:

«Creemos que Francia ocupa un lugar singular en Europa y en el Mundo,

porque nuestro pueblo resulta de la fusión única en sí de las virtudes

romanas, germánicas y celtas»29

o incluso: «Que se trata de nuestra tierra,

de nuestros paisajes, ciertamente tal como fueron dados por el Creador pero

tal como fueron defendidos, conservados y embellecidos por quienes

poblaron este territorio desde hace milenios y de quienes somos hijos»30

.

Algunos analistas del discurso latinoamericano también han encontrado

diversas filiaciones a través de las referencias en los discursos: referencia a

la tradición bolivariana y al «árbol de las tres raíces» en Chávez31

,

referencia a los movimientos de liberación al citar al "Che" en Evo

Morales32

.

Y como el populista pretende otorgar al pueblo el poder de decisión,

su discurso promete una redención por la liberación del yugo impuesto por

las élites y los aparatos administrativo-políticos. Promete por tanto el

restablecimiento de la soberanía popular33

por una acción directa,

inmediata, mediante un corto circuito en las instituciones, la ilusión de una

promesa performativa en la que resuenan eslóganes de reivindicación tales

como «ahora». Negar la dimensión temporal es una característica del

discurso revolucionario pero también del discurso populista: es hacer creer

que «todo es posible enseguida», que el milagro del cambio es realizable. Es

una manera de movilizar la esperanza.

También deben señalarse las medidas que propone el populista para

terminar con la crisis. Generalmente éstas son vagas, porque no se trata

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Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 268

tanto de proponer una solución pragmática como de señalar acciones que a

su vez obedecen a valores defendidos aparte. Por ejemplo, en Francia,

suelen mencionarse medidas de coerción policial más o menos enérgicas

para solucionar los problemas de inseguridad (reconducción a la frontera de

los inmigrantes clandestinos, más medios para la policía, leyes que

aumenten las penas, reformatorios para los jóvenes, etc.). Para resolver los

problemas económicos suelen proponerse reducciones de impuestos para los

particulares o menores cargas sociales para las empresas, aumentos de

salario para los trabajadores, sin que estas medidas sean objeto de un cálculo

presupuestario. Se trata por ende de analizar estas medidas preguntándonos

a qué ideología o doctrina obedecen.

(4) Sobre el hombre providencial

Cualquier hombre o mujer como sujeto político debe presentarse como

diferente de los demás o de sus predecesores, debe mostrar energía, fuerza

de convicción y de sinceridad. Pero también debe ser capaz de seducir a las

multitudes, y esto sólo es posible, a pesar de todos los asesores de marketing

político, dejando que se exprese lo profundo de su personalidad, ese algo

irracional que se llama «carisma».

¿En qué se diferencia el actor populista del actor político no

populista? ¿Cuáles son las especificidades de su discurso? Una vez más,

encontramos el exceso. En la manera de construir su imagen, de defender

ciertos valores y de interpelar al pueblo. Veamos algunas de sus estrategias.

El representante del pueblo. El populista dice: «Yo soy el verdadero

pueblo». Y llama al pueblo a manifestarse en un impulso colectivo, a

superarse a sí mismo y fundirse en un «alma colectiva», colocando su deseo

de salvación sobre un personaje «fuera de serie». Debe haber fascinación y

trascendencia, ya que el vínculo entre el jefe y el pueblo debe ser de orden

sentimental más que ideológico34

. Hay en esta manera de afirmarse como el

representante directo del pueblo algo así como el deseo de obtener una

«legitimidad plebiscitaria» que resulta de un cara a cara directo entre el líder

y las masas. Por lo tanto es menester dilucidar en los discursos de los

populistas la manera en que éstos manejan la proximidad y representación

del pueblo. Elvira Arnoux cita la siguiente afirmación, emblemática si las

hay, de esta apropiación del pueblo en la figura del líder: «Porque Chávez

no es Chávez. Chávez es el pueblo venezolano. Vuelvo a recordar al gran

Gaitán cuando dijo (…) : "Yo no soy yo, yo soy un pueblo"»35

.

Un ethos de autenticidad. El populista dice (o insinúa): «Yo soy tal

como ustedes me ven», «Hago lo que digo», «No tengo nada que esconder».

Se trata de establecer una relación de confianza ciega. Berlusconi en 1994 y

Sarkozy en 2007 lanzaban a quien quisiera escuchar: «¡Confíen en mí! » en

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Discurso & Sociedad, 3(2) 2009, 253-279

Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 269

el caso del primero, «¡Todo es posible!», decía el segundo, agregando

ambos «Mi éxito lo prueba». Podríamos preguntarnos cómo Perón y Menem

en Argentina, Collor en Brasil, Fujimori en Perú y Chávez en Venezuela

construyen este ethos de autenticidad.

Un ethos de potencia. El populista dice «Nada puede oponerse a mi

voluntad». Debe demostrar no solamente que tiene energía, sino que está

dotado de una fuerza y de una potencia capaces de subvertir el mundo y

arrastrar multitudes. Con este objetivo (si bien una parte obedece a su

temperamento) el comportamiento oratorio del populista se caracteriza por

arrebatos de protesta36

, fórmulas de choque o manejo de la ironía37

o

exabruptos, a los que está acostumbrado el populista francés Jean-Marie Le

Pen con juegos de palabras negacionistas («La Shoa no es más que un

detalle de la historia», «Durafour crematorio»38

). En este caso también

conviene estudiar la manera en que líderes como Chávez construyen este

ethos de potencia que sólo tiene como objetivo fascinar a su auditorio.

No obstante, el populista debe mostrar que esta voluntad de potencia

no está al servicio de una ambición personal sino al servicio del interés

general, del bien del pueblo. En consecuencia se postula como el garante de

la identidad recuperada: ya sea salvador de la identidad nacional (se hace

«soberanista»), o defensor de la identidad de las clases populares (se hace

«paternalista»). Y como el populista mantiene la idea de que hay fuerzas

adversas que se oponen a la construcción de su proyecto popular, se erige en

vengador que apela al odio hacia los enemigos anteriormente citados (hay

que «hacer pagar a los ricos»). Por lo tanto declara que tiene la voluntad de

romper con las prácticas políticas del pasado: las de una clase política

juzgada demasiado «laxista», a veces «corrupta»39

, y en todo caso

demasiado distante del pueblo, incluso indiferente, incapaz de escucharlo.

El populista, por su parte, pretende estar atento al pueblo y se declara

cercano a él. La ruptura y la proximidad son temas característicos del

discurso populista.

Evidentemente, estos ethos dependen de la manera en que cada cultura

se representa la autenticidad, la sinceridad, la potencia. Las imágenes de

autenticidad o de potencia capaces de fascinar a una parte de los franceses

podrían parecer ridículas a latinoamericanos y viceversa. Para seducir a una

parte del pueblo, entusiasmarlo y hacer que se identifique con el líder, es

necesario que las imágenes se propaguen a las expectativas que más se

imponen en una sociedad. Conviene pues analizarlas en función de los

imaginarios sociales que circulan en un grupo social. Es muy probable que

no sean las mismas en los países latinoamericanos y en los países europeos,

y que sean diferentes de un país a otro, incluso dentro de un mismo

continente. De cualquier manera es una de las condiciones para poder

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Discurso & Sociedad, 3(2) 2009, 253-279

Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 270

realizar análisis comparativos e indagar en las diferencias y similitudes entre

las diversas formas en que se manifiesta el discurso populista.

No obstante, existe una constante de ese discurso, más allá de las

diferencias: el verdadero populista debe aparecer bajo una figura de jefe

carismático. O bien, y según las referencias culturales, se presenta como

conductor o pastor, en todo caso como «guía» del pueblo; o bien, más

aguerridamente, como el «caballero blanco irreprochable» preparado para

combatir las fuerzas del mal. Se observa que en todos estos casos subyace la

figura del profeta. El profeta es portador de un mensaje, desempeña un

papel de médium entre una voz del más allá y el pueblo. El profeta,

inspirado por esta voz, anuncia: anuncia amenazas, catástrofes potenciales o

anuncia el advenimiento de un bienestar futuro. Por ello puede decirse que

el populista, aun cuando no se aferra a un pensamiento religioso, se presenta

como una especie de Salvador bíblico, capaz tanto de diseminar sus rayos

sobre los malos como de prometer la felicidad suprema (un paraíso, una

Edad de oro, un futuro promisorio). Su discurso se estructura según el orden

narrativo de un relato en tres tiempos: estigmatización de un mal > proceso

de purificación > transformación radical e inmediata de la sociedad

(milagro). Por consiguiente no sorprende que en ciertos países, el populismo

esté acompañado por el éxito de sectas pentecostistas y evangélicas40

. Hay

similitudes entre el hombre providencial populista y el profeta. Hugo

Chávez lo comprendió muy bien cuando, al apoyarse en un profeta del

pasado, se erigió en su representante: «Simón Bolívar, el Libertador de

Suramérica y líder inspirador de la revolución (…), un día soñó, en su

delirio por la justicia, haber subido a la cumbre del Chimborazo. Y allá,

sobre las nieves perpetuas del espinazo de los Andes, recibió un mandato

del señor tiempo, anciano sabio y de larga barba: "Anda y di la verdad a los

hombres". Hoy he venido aquí, como portaestandarte de aquel sueño

bolivariano, para clamar junto a ustedes: ¡Digamos la verdad a los

hombres!»41

, versión pagana de la Biblia.

Sobre el lenguaje y la retórica populista

El líder populista debe ser un «maestro de la palabra» por el manejo de un

lenguaje y de una retórica que forman parte de la dramaturgia política. Una

vez más, lleva al exceso las características del discurso político. Su lenguaje

debe ser particularmente sencillo y comprensible, tanto más cuanto pretende

erigirse contra el lenguaje estereotipado.

Desde el punto de vista de la fraseología, usa y abusa de frases

nominalizadas y de giros impersonales con modalidades que expresan la

evidencia, ya que se trata de conmover las conciencias mediante el empleo

de fórmulas, a veces metafóricas, destinadas a esencializar el mal que

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Discurso & Sociedad, 3(2) 2009, 253-279

Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 271

padece el pueblo, la figura de los culpables o la esperanza de días mejores:

el mal será designado por palabras que remiten al miedo, a la decadencia, a

la desesperación, los culpables serán demonizados, la esperanza será como

un camino de luz42

.

Desde el punto de vista de lo que se denomina el registro de lengua, el

populista utiliza a menudo un vocabulario familiar, a veces vulgar, incluso

escatológico43

o insultante respecto de los adversarios44

, a veces aguerrido,

que se permite, como se ha visto, exabruptos, juegos de palabras,

reflexiones irónicas que actúan como flechas envenenadas.

Su argumentación simplifica las relaciones de causa a efecto («Un

millón de inmigrantes, un millón de desempleados» profería Jean-Marie Le

Pen en los años noventa); practica la amalgama en la descripción de los

actos de agresión mezclando actos menores y actos mayores (gran

bandolerismo, pequeña delincuencia, ratería, destrozos, violaciones

colectivas, golpizas, etc.); o la amalgama de las causas (por ejemplo, poner

en la misma bolsa causas de la inseguridad: el desempleo, el uso de droga,

la ineficacia policial, el laxismo de la Justicia, la indiferencia de las élites

políticas). Y para respaldar sus palabras, recurre a cifras y porcentajes

proferidos a bocajarro sin posibilidad de verificación: «El aumento en

potencia de estos fenómenos, consecuencia de la inmigración, sigue la

misma curva, todos los años: el desempleo, la criminalidad, la delincuencia,

la droga aumentan entre un 8% y un 10%»45

.

En cuanto al posicionamiento del orador populista, éste se expresa en

un juego de pronombres entre un «Nosotros», que abarca al orador, a su

partido, a sus partidarios, al pueblo; un «Yo» que se afirma, repetimos,

como potente, voluntario, que se asume y se compromete totalmente («yo

quiero», «yo digo», «yo afirmo»)46

; e incluso un «El» de teatralización,

autodesignándose como el protagonista de una búsqueda de Salvación. Todo

esto tiene lugar en una escenificación a su vez fuertemente teatralizada

(inmensos podios, lugares y decorados simbólicos, multitud compacta), y, si

es posible, con una producción corporal, vocal y gestual de barricada por

parte del orador.

Evidentemente, una retórica semejante depende de la lengua en que se

expresa el orador. Por ejemplo, la existencia en francés del pronombre

personal «On» (“uno” o “ellos”), marca de impersonalidad por excelencia,

permite que el orador populista designe al enemigo de manera

indeterminada, como una entidad vaga, y sugiera con mayor fuerza la idea

del complot de un grupo de conspiradores anónimos cuyo rostro no puede

distinguirse netamente, resultando más amenazante aún: «On ne nous

empêchera pas de faire valoir nos droits !» [«¡No nos impedirán hacer valer

nuestros derechos!»*.

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Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 272

Conclusión: Populismo y democracia

Considerando el populismo desde el punto de vista del discurso que éste

escenifica en el espacio público, se observa que cumple una triple función

de ilegitimación de los adversarios, de relegitimación del pueblo y de

legitimación del actor político que lo pronuncia. Se observa también que

utiliza, para ello, estrategias discursivas que son las de todo discurso político

pero gobernadas por el descontrol y el exceso. Por ello diremos que el

populismo no es ajeno a la democracia. Por el contrario, el principio

democrático de debate público para constituir una representación

mayoritaria es el que abre el campo al discurso populista como medio de

seducción de las masas. Por lo tanto no es un régimen político sino una

estrategia de conquista o de ejercicio del poder sobre un fondo de

democracia, pero de manera exacerbada. Estrategia que maneja el

mecanismo de la fascinación como «fusión de sí mismo con un todo

exaltante que cristaliza un ideal»47

. En esto el populismo se diferencia del

fascismo al que a veces fue asimilado, aun cuando se constata que éste

recurre al discurso populista. El fascismo es un concepto de sociedad, un

proyecto de humanidad, que está acompañado por una teorización respecto

de lo que es un nacionalismo a la vez popular, socialista (el «nacional-

socialismo»), autoritario y purificador. De ahí su ambigüedad, ya que, si

bien en Europa se ha cruzado con movimientos de extrema derecha

(boulangismo, antidreyfusismo, poujadismo, lepenismo en Francia;

etnonacionalismo en Italia y en Alemania), es más bien proletario en

América Latina, reclamándose de una ideología de izquierdas, incluso

respaldado por las Fuerzas Armadas. Ahí tenemos también una comparación

interesante para estudiar.

Terminaremos trazando algunas líneas de reflexión sobre el lugar que

ocupa el populismo en nuestras sociedades modernas, a la hora de la

globalización. La referencia será aquí europea, lo que debería permitir

proceder a comparaciones con el mundo latinoamericano, ya que la

significación de los discursos depende de los sustratos socioculturales de los

grupos sociales que los producen. La historia de los pueblos europeos y

latinoamericanos no es la misma, la composición de sus sociedades muy

diferente, su visión del mundo y de las relaciones sociales distintas.

La difuminación de las fronteras partidarias

Se escucha cada vez más, por lo menos en Europa, y particularmente en

Francia, un discurso mantenido por la derecha clásica que predica el fin de

las oposiciones partidarias y declara que las escisiones políticas están

superadas. Es el discurso del «ni derecha ni izquierda». Y esto en nombre

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Discurso & Sociedad, 3(2) 2009, 253-279

Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 273

de un necesario pragmatismo en política: «Yo no soy un ideólogo, soy un

pragmático»48

. Porque el pragmatismo sería la única actitud posible para

resolver las crisis del mundo moderno. Pero como hay que mantener

antagonismos en una sociedad con el fin de dar la impresión de obedecer al

juego de la palabra democrática, se opera paralelamente un deslizamiento

hacia otro antagonismo capaz de reunir a las masas populares alrededor de

nociones vagas o categorías abstractas : ya no el socialismo contra el

conservadurismo sino la solidaridad social contra el provecho privatizado, el

liberalismo político contra el ultraliberalismo económico, el mundialismo

contra el comunitarismo (cuando no es el comunitarismo contra el

mundialismo), cuyo eje común es «el antisistema». Estos discursos suelen

estar acompañados por prácticas gubernamentales, llamadas de apertura

política, que consisten, cuando no se trata de gobiernos de coalición o de

cohabitación, en recurrir a personalidades de partidos opuestos para

confiarles responsabilidades gubernamentales. Esta actitud se relaciona con

un populismo «soft», pero también se la podría calificar de populismo

cínico, ya que es evidente que lo que caracteriza a la democracia es la

existencia de proyectos de sociedad opuestos, y que si éstos desaparecen, se

entraría en un nuevo espacio de totalitarismo.

El retorno del autoritarismo

El fin del sueño de una sociedad igualitaria, marcado, como se sabe, por la

caída del muro de Berlín, combinado con la explosión de movimientos

migratorios de países del sur al norte y del este al oeste, provocó en la

mayoría de los países europeos occidentales una crisis identitaria: una

« desidentificación » de la conciencia de identidad nacional, una

interrogación sobre la especificidad cultural («¿qué es ser francés?»), un

cuestionamiento de la filiación por la apertura de las fronteras que

provocaba inmigraciones masivas, discursos sobre la mezcla social, y por lo

tanto ausencia de transmisión cultural común, ruptura del lenguaje.

«Amenazas» todas esgrimidas por políticos pertenecientes a diferentes

tendencias: pérdida del patrimonio lingüístico, de la herencia cultural

común, de la lengua común.

Frente a esta angustia identitaria, aparece un discurso que predica

disciplina y autoridad, comenzando por priorizar la inseguridad de los

individuos y luego prometiendo, complementariamente, el fin del «laxismo»

político y la implementación de una política de seguridad en todos los

sectores de la sociedad. En las últimas campañas electorales de la mayoría

de los países europeos, se ha podido constatar que los temas de «seguridad»

y de «autoridad firme» son más fuertes que los de «vigilancia democrática»

y de injusticia. Esta fue por lo menos una de las razones del éxito de Nicolas

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Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 274

Sarkozy durante las elecciones presidenciales de 2007 en Francia. Frente a

una Ségolène Royal que, pretendiendo ser firme en el tema de la disciplina,

delegaba la solución de los problemas a una participación democrática,

Nicolas Sarkozy se apropiaba de una imagen de desprecio por el laxismo,

erigiéndose en caballero blanco listo para combatir a los delincuentes y

otros promotores de disturbios, para defender el orden y la autoridad49

.

Los trabajadores contra los asistidos

Este tema es quizá más característico del populismo de los países ricos, ya

que es necesario que exista un sistema económico de protección de la

población (Seguridad social), y de atención a los excluidos del mundo del

trabajo (la indemnización a los desocupados, la asistencia a los

discapacitados). Por consiguiente se destina cierto tipo de discurso populista

para enfrentar al pueblo trabajador contra el pueblo asistido, perfectamente

representado por uno de los eslóganes de Nicolas Sarkozy: «Trabajar más

para ganar más».

Es evidentemente un medio de crear el resentimiento de una parte de

la población contra la otra reforzando doblemente, por un lado a los que se

encuentran junto a la “manija” (la gran patronal) y a una parte importante de

la clase media (pequeños patrones, comerciantes, artesanos) y por otra parte,

paradójicamente, a un sector de la clase popular proveniente del mundo

obrero que siempre ha valorado el trabajo, y a los inmigrantes que buscan

trabajo en cualquier condición.

Ese populismo trastoca las divisiones partidarias habituales, ya que

sociológicamente se produce un movimiento de adhesión (aunque sea

puntual) a esas promesas por parte de sectores de la población favorables a

partidos políticos opuestos. Ese populismo mantiene un fuerte antagonismo

entre los partidarios del «trabajo a cualquier precio» y los partidarios del

«trabajo justo», despojando a la izquierda de la exclusividad del partido de

los trabajadores.

Un populismo democrático: la escucha de la demanda social

Se observa, al analizar los discursos, una tendencia de los partidos clásicos

de derecha como de izquierda a desarrollar cada vez más la estrategia

discursiva de proximidad, declarándose a la escucha del pueblo, apelando a

una mayor participación ciudadana sobre un fondo de descrédito de la clase

política y de las élites, consideradas demasiado distantes, frías e indiferentes

a los sufrimientos del pueblo, imagen alimentada además por los medios y

diversos comentaristas. Podría hablarse en este caso de populismo

compasivo, y lo es cuando se trata de una simple estrategia que juega a

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Discurso & Sociedad, 3(2) 2009, 253-279

Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 275

escuchar la demanda social para conquistar o ejercer mejor el poder. Nos

encontramos aquí frente a una actitud cínica ilustrada por la declaración de

Mussolini que menciona A. Taguieff: «La democracia, es el gobierno que

busca dar al pueblo la ilusión de ser soberano»50

.

Pero no nos apresuremos porque también puede considerarse a este

discurso como inscrito en una toma de conciencia del aumento de nuevas

formas de contrapoder construídas fuera del juego clásico de partidos y

sindicatos. Es entonces legítimo que ciertas personalidades políticas

promuevan un acercamiento entre los ciudadanos y los órganos de decisión,

mediante la escucha y la organización de la expresión de las

reivindicaciones, a través de nuevas formas de participación ciudadana,

contra una especie de «aristocracia electiva» criticada desde la democracia

ateniense.

A este respecto puede afirmarse que esta estrategia discursiva de

tendencia populista es constitutiva de la democracia en la medida en que

implica —en diversos líderes políticos— un posicionamiento que conduce a

oponerse a un adversario, a exaltar valores de idealidad democrática y a

erigirse como líder indiscutible, sin llevar esta estrategia hasta sus extremos

patémicos. Si el discurso populista consiste en «hacer pueblo», su versión

no cínica se abre hacia una democracia de mayor participación ciudadana.

Es por ello por lo que no suscribimos esta afirmación del historiador

Jacques Julliard: «El populismo, es el pueblo sin la democracia»51

. El

discurso populista se inscribe en la palabra democrática, aun cuando no la

honra.

Entonces, ¿qué ética pensar para este discurso? Desde la perspectiva

ética, el discurso populista no es aceptable. No podemos más que rechazar

la exaltación de ciertos valores que, lejos de engrandecer al pueblo, lo

repliega a sus propias reacciones de miedo, de defensa, de xenofobia:

exaltación de la identidad nacionalista, estigmatización del otro como

invasor amenazante, exaltación de valores del pasado en nombre de la

pureza original, estigmatización de los responsables por la amenaza del

complot. Pero tampoco puede ignorarse la dificultad de discernir dentro del

discurso político qué es lo que proviene de una estrategia destinada a captar

la adhesión del mayor número de ciudadanos y qué es lo que responde a

desviaciones populistas. Pero esto, una vez más, sólo puede ser juzgado

teniendo en cuenta el contexto cultural en el cual se manifiesta el discurso

político.

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Discurso & Sociedad, Vol

Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 276

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Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 277

Notas 1 "Analyser une controverse. Les apports de l'analyse du discours à la science politique", in

Analyse du discours et sciences humaines et sociales, op.cit. 2 "Quand les mots de l'abstention parlent des maux de la démocratie", en Dire la

démocratie aujourd'hui, revue Mots n°83, ENS Éditions, Lyon, mars 2007, pp.53-67. 3 Recordemos una de las declaraciones de Luiz Inácio Lula da Silva : «Nosso governo

nunca foi, nem é populista». 4 Declaración de Jean-Marie Le Pen que podría también atribuirse a Nicolas Sarkozy.

5 Véase a este respecto Laclau E., Política e ideología en la teoría marxista, Siglo XXI,

México, 1978. 6 Como lo resume Alexandre Dorna del último trabajo de Ernesto Laclau, en Médiatiques

38, Bulletin d'information de l'Observatoire du récit médiatique, Louvain-la-Neuve, 2006. 7 Para este recorrido histórico, remitimos al capítulo II de la obra de Pierre-André Taguieff,

L'illusion populiste, Berg International, Paris 2002. 8 Recordemos: Jacques Chirac en 1995, con su intención de reducir la «fractura social» y de

comprometerse en la «lucha contra la exclusión»; Nicolas Sarkozy en 2007, con su

intención declarada de terminar con el «corte entre el pueblo y las élites». Para este último,

véase el testimonio de Yasmina Reza en su libro L'aube le soir ou la nuit, Flammarion,

2007, que afirma estas palabras. 9 Gabriel Vommaro (dir.), La "carte rouge" de l'Amérique latine, Editions du Croquant,

Paris, 2008. 10

Reunidos en el Groupement de Recherche et d'Études pour la Civilisation Européenne

(GRECE). 11

Para el desarrollo de este punto véase nuestro Le discours politique. Les masques du

pouvoir, Vuibert, Paris 2005. 12

Estos dos tipos de ethos del político se encuentran descritos en Le discours politique. Les

masques du pouvoir, op.cit. 13

Pequeño Larousse, edición de 1988. 14

«[La juventud de Francia] conoce hoy los frutos amargos de la decadencia económica,

social, política y moral, los azotes del desempleo, el individualismo exacerbado que

conduce al aislamiento y a la desesperación», discurso de Jean-Marie Le Pen, el 13 de

mayo de 1984. 15

«Los pilares de la sociedad: ejército, policía, justicia, vacilan, anunciando el tiempo de la

anarquía y del desorden», en Présent del 5-6 de septiembre de 1996. 16

En Identité, enero de 1990. 17

«Y os digo, jóvenes, lo que se prepara en el país actualmente ante vuestros ojos es la

implementación de la revolución marxista que conduce al goulag, a la esclavitud y a la

muerte», discurso del 13 de mayo de 1984. 18

En Présent del 5-6 de septiembre de 1996. 19

Ibidem 20

Carta de Jean-Marie Le Pen, 15 de marzo de 1992. 21

Présent, op.cit. 22

Elvira Narvaja Arnoux, El discurso latinoamericanista de Hugo Chávez, Editorial

Biblos, Ciencias del lenguaje, Buenos Aires, 2008 (p.47). 23

Referencia bíblica al sacrificio de Abraham. 24

Tema recurrente en Hugo Chávez y Evo Morales para justificar las "nacionalizaciones"

de los recursos naturales. 25

Para esta noción, véase Marc Angenot, Les idéologies du ressentiment, XYZ, 2006.

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Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 278

26

La carta de Jean-Marie Le Pen del 15 de mayo de 1991. 27

Discours de Jean-Marie Le Pen prononcé à la fête des Bleu-blanc-rouge, in Présent,

op.cit. 28

Elvira Narvaja Arnoux, El discurso latinoamericanista de Hugo Chávez, op.cit. (p.52). 29

Nos valeurs, La Documentation française, 1988. 30

Discours de Jean-Marie Le Pen à Saint-Franc, Présent, 21 et 22 octobre 1991. 31

Léase la conferencia de Medófilo Medina "Las referencias ideológicas en la construcción

del discurso del presidente Chávez, del 13 de febrero de 2009, en ocasión del coloquio Les

discours politiques en Amérique latine: filiations, polyphonies, théâtralités, en la

Universidad de Paris-Est (Actas en prensa). 32

Léase la intervención de Christine Delfour: "Le discours d'Evo Morales : entre

radicalisme discursif et pratiques réformistes", en ocasión del coloquio Les discours

politiques en Amérique latine : filiations, polyphonies, théâtralités, en la Universidad de

Paris-Est (Actas en prensa). 33

«El pueblo recupera su protagonismo» como afirmó Medófilo Medina en la conferencia

citada anteriormente. 34

Tal parece ser el caso de Hugo Chávez, en Venezuela, quien, a pesar de sus declaraciones

sobre un nuevo socialismo, capta las multitudes más por la pasión que por la razón 35

Elvira Narvaja Arnoux, El discurso latinoamericanista de Hugo Chávez, op.cit. (p.46). 36

A veces hasta puñetazos, como una vez fue el caso de Jean-Marie Le Pen. 37

La ironía es una categoría humorística difícil de manejar en el campo político porque

tiene un efecto destructor y puede ser contraproducente. Permitirse manejarla en este

campo sería por tanto indicio de una posición de fuerza, provocadora. 38

En referencia a un ministro de la República Francesa que se llamaba Durafour (N. de T.

“four” es “horno” en francés). 39

Es un tema recurrente en muchos países de América Latina donde la corrupción de las

élites es considerada como un deporte nacional. 40

En Brasil, por ejemplo, los adeptos a estas sectas pasaron de 500.000 en 1990 a

3.500.000 en 1995. 41

Citado por Elvira Narvaja Arnoux, en El discurso latinoamericanista de Hugo Chávez,

op.cit. (p.65). 42

Para una lectura interesante sobre las metáforas empleadas por Hugo Chávez: "Las

métaforas políticas en el discurso de dos líderes venezolanos: Hugo Chávez y Enrique

Mendoza", por Irma Chumaceiro, en Revista Latinoamericana de Estudios del Discurso,

vol.4 (2) 2004, Editorial Latina, Caracas, 2004. 43

Es el caso, en Italia, de Silvio Berlusconi y Umberto Bossi, 44

Es el caso de Jean-Marie Le Pen en Francia. Sobre el uso de los insultos en la política

latinoamericana véase el trabajo de Adriana Bolívar, 2008. 45

Discurso de Jean-Marie Le Pen à Saint-Franc, op.cit.. 46

Sin que pueda afirmarse que los discursos de Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal fueran

totalmente populistas, contienen huellas en la última campaña presidencial francesa. Véase

nuestro Entre populisme et peopolisme. Comment Sarkozy a gagné. Vuibert, Paris, 2008. 47

Alexandre Dorna, in Médiatiques, op.cit. 48

Declaración de Jean-Pierre Raffarin cuando era Primer ministro del Presidente Jacques

Chirac. 49

Véase a este respecto nuestro análisis de la campaña electoral en Entre populisme et

peopolisme, op.cit. 50

Citado por Pierre-André Taguieff en L'illusion populiste, op.cit. 51

J.Julliard, La faute aux élites, Gallimard, 1997.

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Patrick Charaudeau, Reflexiones para el análisis del discurso populista 279

Nota Biográfica

Patrick Charaudeau es catedrático en Ciencias del

Lenguaje en la Universidad de Paris-Nord. Es director

del Centro de Análisis del Discurso de la Universidad

de París XIII. Sus áreas de investigación son el

análisis del discurso, el problema de las identidades en

el discurso, el análisis del discurso político, de los

medios y de la imagen. Sus últimas publicaciones son:

en colaboración con D. Maigueneau. Dictionnaire

d’analyse du discours, Le Seuil: París 2002, traducido

al español en 2005; La voix cachée du Tiers. De non-

dits du discours, L´Harmattan : Paris, 2004 ; Le

discours politique. Les masques du pouvoir, Vuibert :

Paris, 2005 ; Les médias et l’information.

L’impossible transparence du discours, D. Boeck-Ina:

Lovain-la-Nueve, 2005 ; Petit traité de politique à

l’usage du citoyen, Vuibert : Paris, 2008 ; Entre

populisme et peopolisme. Comment Sarkozy a gagné,

Vuibert : Paris, 2008.

Sobre la traductora:

Ana María Gentile es Doctora en Ciencias del Lenguaje de la Universidad de Ruán,

Francia y profesora de Traducción Científico-técnica y Literaria francés/español de la

Universidad de La Plata, Argentina. Dirige grupos de investigación sobre traducción y

socioterminología. Es autora de publicaciones y ponencias presentadas en Congresos

nacionales e internacionales y trabaja como traductora freelance.