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EL SACRIFICIO REDENTOR DE CRISTO Único y Eterno Sacrificio P. Jose Alberto Pimentel, mccj FEBRERO 26, 2019 HOLY CROSS CATHOLIC CHURCH 4705 S Main St, Los Angeles, CA 90037

El sacrificio redentor de cristo · 3 . 2. En espíritu y verdad: No depende de lugar sino de actitud, de la toma de conciencia, de la experiencia de lo sagrado, de vivir en Dios

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EL SACRIFICIO REDENTOR DE CRISTO

Único y Eterno Sacrificio

P. Jose Alberto Pimentel, mccj

FEBRERO 26, 2019 HOLY CROSS CATHOLIC CHURCH

4705 S Main St, Los Angeles, CA 90037

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II. El Sacrificio de Cristo: Sacrificio que restablece la relación del ser humano consigo mismo, con Dios y con los demás. Esta relación fue rota con el pecado y es restablecida con el Sacrificio Único y Verdadero de Jesus en la Cruz.

La palabra altar en hebreo significa “lugar de matanza” (Ex 27, 1). En griego significa “lugar de sacrificio”. En latín la palabra altar viene de altare, de altus que significa “plataforma elevada”; por esto desde la remota antigüedad un altar es un lugar elevado o piedra consagrada (en latín, ara) que se usaba para la celebración de ritos religiosos dirigidos a la divinidad, como ofrendas y sacrificios (inmolar víctimas).

El primer altar hebreo que encontramos en la historia bíblica fue construido por Noé después de salir del arca (Gn 8, 20). La Biblia nos dice además que los primeros hombres hicieron sobre altares sacrificios de animales y ofrecimiento de frutos a Dios Creador: es el caso de Abel y Caín.

Más adelante fueron construidos altares por Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y Josué, la mayoría con fin sacrificial y alguno a manera de memorial.

Posteriormente con la edificación del tabernáculo, los altares eran construidos principalmente con dos propósitos: quemar incienso y ofrecer sacrificios. Una vez que se encendía el fuego del altar, se requería que se mantuviera encendido (Lv6, 13).1

1. El justo Abel:

34 Por tanto, miren, Yo les envío profetas, sabios y escribas. A algunos de ellos, ustedes los matarán y crucificarán, y a otros los azotarán en sus sinagogas y los perseguirán de ciudad en ciudad, 35 para que recaiga sobre ustedes la culpa de toda la sangre justa derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Berequías, a quien ustedes asesinaron entre el templo y el altar. 36 En verdad les

digo que todo esto vendrá sobre esta generación.

37 “¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste! 38 Por tanto, la casa de ustedes se les deja desierta[u]. 39 Porque les

1 https://es.aleteia.org/2017/07/03/que-significado-tiene-el-altar-de-una-iglesia/

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digo que desde ahora en adelante no Me verán más hasta que digan: ‘BENDITO AQUEL QUE

VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR.’” (Mt 23, 34-39)

El hombre justo es amigo de Dios como lo fue también Abraham. En Gén. 15,6 se nos dice de Abraham que «creyó a Yahveh, el cual se lo reputó por justicia». Esta fe absoluta e incondicional de Abraham hace de él un «hombre justo», es decir, que está en una relación justa, adecuada, correcta con Dios; esta actitud le agrada a Dios, que al hombre creyente le admite en su intimidad, estableciendo con él un trato cordial. Así aparece en la teofanía de Mambré (Gén. 18, 1-15), ese pasaje precioso, aunque misterioso en que Yahveh mismo, acompañado de dos ángeles, visita a Abraham en su tienda y come con él; Abraham, por su parte, les acoge con extrema hospitalidad (notar que para un semita el comer juntos era la máxima señal de comunión e intimidad).

De hecho, la Sagrada Escritura le da el título de «amigo de Dios» (Is. 41,8; Dan. 3,3-5; St.2,23), la más hermosa denominación que un hombre puede recibir. Y en la continuación del relato del Génesis vemos que Dios mismo le comunica sus planes antes de ejecutarlos (Gén. 18,17). Más aún, apoyado en esta confianza y amistad en que Dios mismo le ha introducido, Abraham se atreve a interceder ante Él solicitando el perdón para las ciudades pecadoras (Gén. 18,23-33) y consiguiendo la salvación del único justo que se encuentra en ellas, su sobrino Lot y su familia (Gén. 19,29).2

2 http://encuentra.com/antiguo_testamento/abraham_nuestro_padre_en_la_fe__10231/

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2. En espíritu y verdad: No depende de lugar sino de actitud, de la toma de conciencia, de la experiencia de lo sagrado, de vivir en Dios.

19 La mujer Le dijo: “Señor, me parece que Tú eres profeta. 20 Nuestros padres adoraron en este monte, y ustedes dicen que en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar.”

21 Jesús le dijo: “Mujer, cree lo que te digo: la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. 22 Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros

adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los Judíos. 23 Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que Lo adoren. 24 Dios es espíritu, y los que Lo adoran deben adorar en espíritu y en verdad.”

25 La mujer Le dijo: “Sé que el Mesías viene (el que es llamado Cristo); cuando El venga nos declarará todo.” 26 Jesús le dijo: “Yo soy, el que habla contigo.” (Jn 4, 19-25)

LA UNIDAD DEL SER HUMANO EN LA DUALIDAD DE CUERPO Y ALMA.3 La doctrina bíblica de la creación del ser humano y de la mujer a imagen y semejanza de Dios muestra la íntima relación de los órdenes de la creación y de la salvación. La fe cristiana a lo largo de los siglos se ha preocupado no sólo de exponer el sentido de la salvación, sino también de insistir en

3 Tomado de L.L. Ladaria en https://mercaba.org/DicTF/TF_antropo_cristiana.htm

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la configuración creatural del ser humano, en su "naturaleza", apta para recibir esta salvación gratuita de Cristo como su intrínseca perfección. Punto esencial sin duda de esta preocupación ha sido la unidad del ser humano en la pluralidad de sus dimensiones. Ya el NT, siguiendo las huellas del AT, a la par que insiste en la unidad original del ser humano, conoce diversos aspectos del mismo:

1) El ser humano o la persona es "cuerpo" por su dimensión material, que lo hace un ser cósmico, inserto en este mundo, solidario con los otros, con una identidad definida en los diferentes estadios de su existencia (cf 1 Cor 15,44-49); esta condición corporal del ser humano se asocia a veces a la "carnal", que con frecuencia adquiere un sentido negativo, ya que indica la debilidad del ser humano (cf Mc 14,38; Mt 26,41), o incluso, especialmente en Pablo, su existencia bajo el dominio del pecado (cf Rom 6,19; 8,3-9; Gál 5,13.16-17).

2) El ser humano es también "psique", vida, alma; es sujeto de sentimientos (cf Mc 3,4; 8,35; Mt 20,28; 26,38; Col 3,23).

3) Por último el ser humano tiene también la "capacidad de lo divino", está en relación con Dios; todo ello se expresa con el término "espíritu", que indica tanto la vida de Dios

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comunicada al ser humano y principio de vida para él como el ser humano mismo en cuanto movido por el Espíritu Santo; se opone con frecuencia a la "carne" en cuanto débil o sometida al pecado (cf Mc 14,38; Jn 3,6; Rom 8,2-4.6.10.15-16; Gál 5,16-18.22-25). Aunque no se haya pretendido una reflexión sistemática sobre la cuestión, no hay duda de que el NT en su conjunto nos muestra al ser humano, ser humano o mujer, como un ser a la vez mundano y trascendente a este mundo, capaz de relación con Dios.

La imagen de Dios en el ser humano o el sentido cristiano de la «deificación» del ser humano.4

Como decía San Irineo “Lo que No es Asumido, NO es Redimido”. Toda la persona humana debe ser redimida por el Sacrifico Redentor de Cristo. TODA, no solo el alma, ni solo el espíritu, ni solo el cuerpo, la PERSONA ENTERA. Todo su cuerpo con su forma, sus funciones fisiológicas, y su anatomía como hombre o como mujer. Toda su alma, con su mente, sus pensamientos, emociones y sentimientos, su voluntad con sus decisiones, intensiones y libertad. Finalmente, con todo su Espíritu; es decir con su consciencia, con sus capacidades de discernimiento y de intuición, así como con su capacidad de relacionarse con su prójimo, con Dios y consigo mismo para crear esa comunión santa que Jesus llama, El Reino de Dios.

4 Para saber más sobre Cristología y Antropología Católica leer este articulo o Texto de las conclusiones aprobadas «in forma specifica» por la Comisión Teológica Internacional. Texto oficial latino en Commissio Theologica Internationalis, Documenta (1969-1985) (Città del Vaticano [Libreria Editrice Vaticana] 1988) 308-350 en http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_1982_teologia-cristologia-antropologia_sp.html

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¿Cuál fue el Primer pecado del ser humano? Unos dicen que fue la desobediencia, pero no, fue el querer ser como dioses… “Pues Dios sabe que el día que de él coman, se les abrirán los ojos y ustedes serán como Dios, conociendo el bien y el mal." (Gen 3,5) En realidad, ya éramos como dioses, pues por nuestra creación, Dios nos hizo a su imagen y semejanza.

Gracias a la encarnación de Jesucristo se realiza el sacrificio perfecto que pudo pagar por el precio de nuestro pecado:

1. «El Verbo de Dios se ha hecho ser humano para que el ser humano se hiciera Dios». Este axioma de la soteriología de los Padres, sobre todo de los Padres griegos, se niega en nuestros tiempos por varias razones. Algunos pretenden que la «deificación» es una noción típicamente helenista de la salvación que conduce a la fuga de la condición humana y a la negación del ser humano. Les parece que la deificación suprime la diferencia entre Dios y el ser humano y conduce a la fusión sin distinción. A veces se le opone, como un adagio más coherente con nuestra época, esta fórmula: «Dios se ha hecho ser humano para hacer al ser humano más humano» Ciertamente, las palabras deificatio,theosis, theopoiesis, homoiosis theo, etc., ofrecen, de suyo, alguna ambigüedad. Por eso, hay que exponer brevemente, en sus líneas fundamentales, el sentido genuino, es decir, cristiano de la «deificación».

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2. De hecho, la filosofía y la religión griegas reconocían un cierto parentesco «natural» entre la mente humana y la divina. Mientras que la revelación bíblica considera claramente al ser humano como creatura que tiende a Dios por la contemplación y el amor. La cercanía a Dios no se alcanza tanto por la capacidad intelectual del ser humano cuanto, por la conversión del corazón, por una obediencia nueva y por la acción moral, las cuales no se realizan sin la gracia de Dios. El ser humano llamado puede sólo por la gracia alcanzar lo que Dios es por naturaleza.

3. Deben añadirse los temas propios de la predicación cristiana. El ser humano, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, es invitado a la comunión de vida con Dios, el cual es el único que puede colmar los deseos más profundos del ser humano. La idea de deificación alcanza su culminación en la encarnación de Jesucristo: el Verbo encarnado asume nuestra carne mortal para que nosotros, liberados del pecado y de la muerte, participemos de la vida divina. Por Jesucristo en el Espíritu Santo somos hijos y así también coherederos (cf. Rom 8, 17), «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1, 4). La deificación consiste en esta gracia, que nos libera de la muerte del pecado y nos comunica la misma vida divina: somos hijos e hijas en el Hijo.

4. El sentido verdaderamente cristiano de nuestro adagio se hace más profundo por el misterio de Jesucristo. De la misma manera que la encarnación del Verbo no muda ni disminuye la naturaleza divina, así tampoco la divinidad de Jesucristo muda o disuelve la naturaleza humana, sino que la afirma más y la perfecciona en su condición creatural original. La redención no convierte a la naturaleza humana simplemente en algo divino, sino que la eleva según la medida de Jesucristo.

En San Máximo el Confesor, esta idea está también determinada por la experiencia extrema de Jesucristo, es decir, por la pasión y el abandono de Dios: cuanto más profundamente desciende Jesucristo en la participación de la miseria humana, tanto más alto asciende el ser humano en la participación de la vida divina.

En este sentido, la «deificación» entendida correctamente hace al ser humano perfectamente humano: la deificación es la verdadera y última «humanización» del ser humano.

5. La asimilación deificante del ser humano no se realiza fuera de la gracia de Jesucristo, la cual se da principalmente por los sacramentos en la Iglesia. Los sacramentos nos unen eficazmente con la gracia deiforme del Salvador, en una forma visible y bajo los símbolos de nuestra vida frágil. La deificación además no se comunica al individuo en cuanto tal, sino como miembro de la comunión de los santos, más aún en el Espíritu Santo la invitación de la gracia divina se extiende a todo el género humano. Por tanto, los cristianos deben con su vida corroborar y perfeccionar la santificación que recibieron. La deificación se realiza en su plenitud sólo en la visión del Dios Trino, que implica la vida bienaventurada en la comunión de los santos.

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3. Víctima, Sacerdote y Altar5

1. El Mesías, sacerdote y rey6

El Salmo 110 ya había descrito al Mesías como rey-sacerdote: Oráculo de Yahvé a mi Señor: Siéntate a mi diestra en tanto que pongo a tus enemigos por escabel de tus pies (…). Ha jurado Yahvé y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (vv. 1 y 4).

5 Material tomado de “Una Mirada Teológica al Sacerdocio de Jesucristo” de Francisco Lucas Mateo-Seco Cfr Ocáriz, Mateo-Seco, Riestra, El misterio de Jesucristo, 2ª ed. Eunsa 1993, pp. 256-270. Ver también: http://encuentra.com/orden_sacerdotal/una_mirada_teologica_al_sacerdocio_de_jesucristo_14687/ 6 http://encuentra.com/orden_sacerdotal/una_mirada_teologica_al_sacerdocio_de_jesucristo_14687/

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En el Nuevo Testamento se cita con frecuencia este Salmo, entendiéndolo como profecía mesiánica. Cfr Mc 12,36; Mt 22,44; Lc 20,42; Act 2,34-35; Rom 8,34; 1Cor 15,27-28; Ef 1,20-22; Hebr 5,6.10; 6,20; 7,1-10. Así pues, Hebreos no sólo remite al Salmo 110 subrayando su doctrina sobre el sacerdocio del Mesías, sino que recoge una ya larga tradición neotestamentaria de citas de este Salmo.

Junto al Salmo 110, con su clara profecía en torno a la naturaleza sacerdotal del Mesías, es necesario tener presente la clara afirmación en el Antiguo Testamento de que el Mesías salvaría a su pueblo mediante sus sufrimientos. En este aspecto, se destacan sobre todas las otras profecías los poemas del Siervo de Yahvé (1s 42,1-7; 49,1-9; 50,4-11; 52,12-53), que ejercieron fuerte influencia en la descripción que el Nuevo Testamento hace del mesianismo de Jesús (cfr p.e., Mc 1,11; 10,45; Lc 22,37; 24,25-26; Act 3,13-18; 8,26-36; 1 Cor 15,3; 2 Cor 5,21; Fil 2,7; Hebr 9,28).

La salvación del pueblo mediante los sufrimientos del Mesías incluye la afirmación de que su muerte es redentora en el sentido preciso de que es un sacrificio. Baste recordar las palabras de Jesús en la Ultima Cena, presentando su muerte como el sacrificio de la Nueva Alianza, ofrecido por El mismo para la remisión de los pecados (cfr Mc 14,24; Mt 26,28; Lc 22,20; 1 Cor 11,24-25). El hecho de que la muerte de Cristo haya sido entendida por El mismo como sacrificio, implica la afirmación de que es sacerdote. En efecto, ofrecer el sacrificio es el acto propio del sacerdocio. Así pues, la afirmación del sacerdocio del Mesías no sólo se encuentra en aquellos lugares en que se le llama sacerdote, sino que se encuentra también, aunque en forma implícita, en aquellas otras afirmaciones de que se entregaría voluntariamente por los hombres ofreciendo su vida por el pecado (ls 54,10), contenidas tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

El autor de la Carta a los Hebreos no sólo hará del sacerdocio de Nuestro Señor el tema central de su mensaje, sino que presentará toda la obra mesiánica de Cristo como una «mediación sacerdotal», designándole como «Gran Sacerdote de la Nueva Alianza» [114]. El mismo Señor había hablado en la Ultima Cena de su sangre derramada como sangre de la alianza (Mc 14, 24). El trasfondo argumentativo de la Carta puede resumirse así: la alianza implica un sacrificio y, por tanto, un mediador con funciones sacerdotales. Al hablar, pues, de nueva alianza -es el pensamiento subyacente a Hebreos-, es necesario hablar también de nuevo sacerdocio.

La misma naturaleza de la alianza, llamada Nueva en referencia a la Antigua, pedía tratar detenidamente en qué sentido Jesucristo continuaba y en qué sentido superaba a la Antigua. Ahora bien, Jesucristo había cumplido en Sí, superándolo, el profetismo anunciado del Mesías; también había cumplido en Sí, superándolo, el carácter regio preanunciado del Mesías (cfr Act 3,20-23; 2,36). Era lógico, pues, preguntarse si el sacerdocio del Antiguo Testamento no habría encontrado a su vez su cumplimiento eminente en Cristo.

Si la muerte de Cristo fue un sacrificio que superó los sacrificios antiguos, y si estaba profetizado que el Mesías sería sacerdote y rey, su sacerdocio tiene que superar el sacerdocio levítico en forma parecida a como su sacrificio supera a los sacrificios antiguos. El hecho de que se hable en el Antiguo Testamento del sacerdocio de Melquisedec muestra que el sacerdocio levítico no era el único sacerdocio, y así, aunque Jesús no sea de la tribu de Leví, debe decirse de El como hace el Salmo 110, que es sacerdote; más aún que su sacerdocio es único y supera todo

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otro sacerdocio, como su sacrificio es único y supera todo otro sacrificio. Él es sacerdote según el orden de Melquisedec, con un sacerdocio eterno.

4. Según el rito de Melquisedec:

17 A su regreso después de derrotar a Quedorlaomer y a los reyes que estaban con él, salió a su encuentro el rey de Sodoma en el Valle de Save, es decir, el Valle del Rey. 18 Y Melquisedec, rey

de Salem (Jerusalén, Ciudad de Paz), sacó pan y vino; él era sacerdote del Dios Altísimo. 19 El lo bendijo, diciendo:

“Bendito sea Abram del Dios Altísimo, Creador (Dueño) del cielo y de la tierra; 20 Y bendito sea el Dios Altísimo Que entregó a tus enemigos en tu mano.” Y Abram le dio el diezmo de todo. 21 El rey de Sodoma dijo a Abram: “Dame las personas y toma para ti los bienes.” 22 Y Abram dijo al rey de Sodoma: “He jurado al SEÑOR, Dios Altísimo, creador (dueño) del cielo y de la tierra, 23 que no tomaré ni un hilo ni una correa de zapato, ni ninguna cosa suya, para que no diga: ‘Yo enriquecí a Abram.’ 24 Nada tomaré, excepto lo que los

jóvenes han comido y la parte de los hombres que fueron conmigo: Aner, Escol y Mamre. Ellos tomarán su parte.” (Gen 14, 17-23)

2. La noción de sacerdote. Sacerdote según el orden de Melquisedec7

Dos veces propone la Carta a los Hebreos expresamente un concepto de sacerdote, y las dos veces lo presenta relacionado con el sacrificio (Hebr 5,1-2 y 8,3): Todo pontífice, tomado de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres para las cosas que miran a Dios, para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados (5, 1). Es esencial al sacerdote el pertenecer a la familia humana tomado de entre los hombres, y el haber sido elegido y constituido por Dios para ofrecer

7 http://encuentra.com/orden_sacerdotal/una_mirada_teologica_al_sacerdocio_de_jesucristo_14687/

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ofrendas y sacrificios por los pecados. La Carta pone de relieve que todas estas características -verdadera humanidad, vocación divina, consagración, relación al sacrificio-, se dan plenamente en Cristo (cfr Hebr 2,11-18; 9,26; 10,5-10).

En este sentido, se recoge y profundiza cuanto ya se había dicho en otros escritos del Nuevo Testamento en torno a la mediación de Cristo (cfr 1 Tim 2,5). La mediación de Cristo es muy superior y se encuentra a nivel distinto de la de los profetas (Hebr 1,1), de la de los ángeles (1,4-6), de la de Moisés (3,2-3): (Cristo) ha recibido en suerte un ministerio tanto mejor cuanto El es mediador de una más excelente alianza, concertada sobre mejores promesas (8, 6). Añádase también Hebr 9,15 y 12,24, donde la mediación de Cristo es puesta en relación con su muerte redentora.

Esta mediación sacerdotal incluye se subraya en Hebreos el que Jesús posee nuestra misma naturaleza y ha tomado sobre sí no sólo nuestra sangre, sino

también nuestros sufrimientos y la muerte (2,11-18). Lo ha compartido todo con nosotros, menos el pecado (4,15), pues convenía que nuestro Pontífice fuese santo e inmaculado para que, sin tener necesidad de ofrecer sacrificios por sí mismo, pudiese ofrecer por todo el pueblo el sacrificio del propio cuerpo y de la propia sangre (7,26). Se trata de un mediador que no necesita de la mediación de ningún otro; su sacerdocio es perfecto.

La Carta da a Cristo como sacerdote los siguientes apelativos: sacerdote (ieréus) según el orden de Melquisedec (5,6.10; 6,20; 7,11.17); sumo sacerdote (arjieréus); pontífice misericordioso y fiel (2,17); pontífice de nuestra confesión (3,1); gran pontífice (4, 14); pontífice santo, inocente e inmaculado (7,26); pontífice de los bienes futuros (9,11).

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La Carta a los Hebreos, en cita del Salmo 110,4, dice que Jesucristo es sacerdote según el orden de Melquisedec, poniendo de relieve que esta expresión se aplica a Cristo por tres razones:

a) Porque Melquisedec significa rey de justicia, y rey de Salem significa rey de paz, mientras que el reino del Mesías será el reino de la paz y de la justicia (7,1-2);

b) porque Melquisedec, sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio ni fin de su vida se asemeja en eso al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre (7, 3);

c) Porque fue él, Melquisedec, quien bendijo a Abraham y quien recibió de él los diezmos, mostrándose en esto la superioridad de Melquisedec sobre Abraham y, en consecuencia, la superioridad de Aquel ?Cristo? de quien Melquisedec era tipo (7,4-10) [115].

Las referencias a Melquisedec ponen de relieve que el sacerdocio no le viene a Jesucristo por herencia carnal. Él no es de la tribu de Leví, sino de la de Judá y, al mismo tiempo, manifiestan también que con el nuevo sacerdocio de Cristo ha sido abolido el sacerdocio aarónico (7,11-19).

El sacerdocio de Cristo conforme era figurado ya por Melquisedec, sin padre, sin madre, sin genealogía (7, 3), es un sacerdocio eterno (5,6; 6,20; 7,17.21), para siempre (7,3; 7,25). Jesús, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio perpetuo (7,24); siempre vive para interceder por nosotros (7,25). Sin embargo, su sacrificio sacerdotal, su inmolación, tuvo lugar una sola vez

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(9,11-14.26-28). Y por su muerte, con su sangre, selló el Nuevo Testamento; por eso es el mediador de la Nueva Alianza (9,15).

3. Sacerdote y víctima8

Como hemos visto, una de las más poderosas razones en que se apoya la afirmación del sacerdocio de Cristo es el carácter sacrificial que tuvo su muerte (Hebr 2,14-18; 5,7-9; 7,26-28; 9,11-28; 10,11-18). Este sacrificio, al mismo tiempo, viene descrito como muy superior a todos los sacrificios antiguos, que eran sólo su figura y que recibían su valor precisamente de su ordenación a él. El valor de este sacrificio es superior a todos no sólo por el sacerdote que lo ofrece, sino por la víctima ofrecida de valor infinito, y también por la perfección con que se unen en un mismo sujeto el sacerdote que ofrece y la víctima ofrecida, que no es otra que el mismo sacerdote, que se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios (Hebr 9, 14) y entró una vez para siempre en el santuario, realizada la redención eterna (Hebr 9, 12).

Esta perfecta identidad existente entre el sacerdote que ofrece y la víctima que es ofrecida lleva a su plenitud la unidad entre sacrificio interior y sacrificio exterior, la adoración a Dios en

8 http://encuentra.com/orden_sacerdotal/una_mirada_teologica_al_sacerdocio_de_jesucristo_14687/

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espíritu y verdad (cfr Jn 4,23), intentada siempre en el acto de culto supremo el sacrificio, cuando se realiza sinceramente.

Es lo mismo que los evangelios y los otros escritos del Nuevo Testamento dicen sobre el sentido de la muerte de Cristo. En efecto, Jesús habla de su cuerpo que se ofrece en comida, y de su sangre como sangre de la alianza que será derramada por muchos para la remisión de los pecados (cfr Mt 26,26-28; Mc 14,22-25; Lc 22,19-20; 1 Cor 11,23-26). El mismo lenguaje sacrificial encontramos en San Pablo: Cristo, nuestra pascua, ha sido immolado (cfr 1 Cor 5,7), se ha ofrecido como oblación y hostia por nosotros (cfr Ef 5,2), como víctima por el pecado (cfr 2 Cor 5,21); Él es la víctima propiciatoria (cfr Rom 3, 24). Parecidas expresiones sacrificiales referidas a la muerte de Cristo encontramos también en 1 Pet 1,18-19. Y en el Apocalipsis, p.e., al referirse a Jesús como el Cordero degollado (cfr Apoc 5).

La doctrina patrística es constante en este sentido. Como muestra, baste este elocuente texto de Gregorio de Nisa: «Jesús es el gran Pontífice que sacrificó su propio cordero, es decir, su propio cuerpo, por el pecado del mundo (…) se anonadó a sí mismo en la forma de siervo y ofreció dones y sacrificio por nosotros. Este era el sacerdote conforme al orden de Melquisedec después de muchas generaciones».

«La Sagrada Escritura enseña el Concilio de Éfeso, dice que El Verbo de Dios se hizo pontífice y apóstol de nuestra confesión (Hebr 3,1), pues se ofreció a sí mismo en olor de suavidad a Dios (Ef 5,2) y Padre». Y el Concilio de Trento, precisamente para poner de relieve que la Misa es sacrificio, dice que Jesucristo, «declarándose a sí mismo constituido para siempre sacerdote según el orden de Melquisedec, ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y vino» .

Algunos autores han objetado, contra el carácter sacrificial de la muerte de Cristo, que esa muerte no tuvo carácter cultual -mejor diríamos, no tuvo el rito externo de un acto de culto-; otros -para

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defender que la muerte de Cristo fue sacrificio- han buscado ese carácter ritual en la propia oblación interior hecha por Jesucristo en la Cruz. Esta objeción y esta respuesta se apoyan sobre un concepto demasiado estrecho del sacrificio y de lo cultual. Si por una parte es claro que la muerte de Cristo no tiene las características de una ceremonia litúrgica, por otra parte, es evidente también que Jesucristo muere ofrendando su vida al Padre como supremo acto de caridad y de obediencia. Y eso es el supremo acto de culto que podía ofrecer el Mediador. Por esa razón, puede decirse con todo rigor que la muerte de Cristo es cultual sin ser litúrgica; ella es, al mismo tiempo, el principio, la fuente y el centro de toda liturgia.

La unidad en el acto sacrificial entre lo ofrecido y el que ofrece lleva a su plenitud lo que es, en cierto sentido, ley universal de todo sacrificio. En efecto, el sacrificio exterior tiene sentido y valor en la medida en que es expresión del sacrificio interior por el que se ofrece a Dios la víctima por el pecado o el sacrificio de alabanza. El hecho de que la muerte de Cristo, en su aspecto externo, sucediese como un ajusticiamiento ordenado por un juicio inicuo y no como una ceremonia litúrgica, lleva al pensamiento de algo que, por otra parte, es evidente y en lo que Nuestro Señor insistió con fuerza: la importancia del sacrificio interior; que el sacrificio exterior tiene valor en la medida en que es expresión del sacrificio interior. Carece, pues, de fuerza negar carácter sacrificial a la muerte de Cristo por el hecho de que no haya sucedido en forma litúrgica. Y al mismo tiempo, el hecho de que el ejercicio del sacerdocio de Cristo, en su ofrenda sacrificial, haya presentado como víctima al mismo Cristo, muestra la perfección de este sacerdocio en el que se da tan perfecta identidad entre el sacerdote y la víctima, entre el sacrificio interior del sacerdote y el sacrificio exterior.

Por otra parte, cabe observar que en el texto de Hebr 9,14, al señalarse que Cristo, por el Espíritu Santo, se ofreció a Sí mismo al Padre, podemos ver una referencia implícita al sacrificio litúrgico: así como en los sacrificios del Antiguo Testamento, la víctima se ofrecía a través del fuego, el sacrificio de la nueva Alianza fue realizado por Cristo a través del Espíritu Santo, fuego del Amor infinito. De hecho, la afirmación contenida en este versículo -Hebr 9,14- es el central en el capítulo 10.

Hablando de la perfección del sacrificio de Cristo, subrayaba San Agustín la estrecha unidad que se da entre el sacerdote y la víctima; la estrecha unidad que se da también en la mediación de Cristo; pues él mismo, que es el único y verdadero Mediador, nos reconcilia con Dios por medio del sacrificio de la paz, permaneciendo uno con Aquel a quien lo ofrece y haciendo uno consigo mismo a aquellos por quienes lo ofrece; y es uno y el mismo el que ofrece y aquello que ofrece.

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En el magisterio del Santo Padre Juan Pablo II descubrimos en detalle el carácter sacrificial del misterio pascual de Cristo en la Cruz.9

“12. Este aspecto de caridad universal del Sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del Salvador. Al instituirlo, no se limitó a decir «Éste es mi cuerpo», «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre», sino que añadió «entregado por vosotros... derramada por vosotros» (Lc 22, 19-20). No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos. «La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor».

La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, «el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio». Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo: « Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón el sacrificio es siempre uno sólo [...]. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima, que se ofreció entonces y que jamás se consumirá».

La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica. Lo que se repite es su celebración memorial, la «manifestación memorial» (memorialis demonstratio), por la cual el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario.”10

9 http://www.vatican.va/holy_father/special_features/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_20030417_ecclesia_eucharistia_sp.html 10 Ibid # 12.

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Preguntas para reflexionar en familia

1) ¿Cómo nos ofrecemos a Dios cuando participamos activamente de la misa? 2) ¿Qué actitud debemos tener cuando oramos en espíritu y en verdad cuando no estamos en

la iglesia o en la casa? 3) ¿Qué valor tiene rezar por nuestros hijos, bendecirlos y encomendarlos a Dios? 4) ¿Cómo integramos todo lo que somos en el sacrificio de la eucaristía? 5) ¿Qué sentimientos y emociones vivo cuando participo en el Sacrificio incruento de Cristo

en el altar de mi parroquia? 6) ¿Cuál fue el pecado original? 7) ¿Qué quiso decir San Irineo cuando dijo que “lo que no es asumido, no es redimido”? 8) que todo lo presentado es incluido y lo no presentado es excluido del sacrificio de cristo? 9) ¿Cómo fuimos creados a imagen y semejanza de Dios Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo?