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POLÍTICAAGONÍSTICA EN UN

MUNDO MULTIPOLAR

 AGONISTIC POLITICSIN A MULTIPOLAR

WORLD

Chantal Mouffe

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Serie: Dinámicas interculturales

Número 15. Política agonística en un mundo multipolar Agonistic politics in a multipolar world 

© Chantal Moue© Fundació CIDOB, de esta ediciónTraducción al castellano: Josep SarretEdición del texto: Elisabet MañéBarcelona, abril de 2010

Edita: CIDOB edicionsElisabets, 1208001 Barcelona Tel. 93 302 64 95Fax. 93 302 21 18E-mail: [email protected] URL: http://www.cidob.org 

Depósito legal: B-35.860-2004ISSN: 1698-2568Imprime: Color Maril, S.L.

Distribuye: Edicions Bellaterra, S.L.Navas de Tolosa, 289 bis, 08026 Barcelona 

 www.ed-bellaterra.com

«Cualquier orma de reproducción, distribución, comunicación pública o transormación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográicos, www.cedro.org) si necesita otocopiar o escanearalgún ragmento de esta obra»

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POLÍTICA AGONÍSTICA EN UN MUNDOMULTIPOLAR

PáG. 5

AGONISTIC POLITICS 

IN A MULTIPOLAR WORLD  PáG. 21

Chantal Mouffe*

 Abril de 2010

*Especialista en Teoría Política, su obra se inscribe en la corriente de los ilósoos

postestructuralistas y politólogos contemporáneos de mayor renombre. Licenciada en la Université Catholique de Louvain y en la University o Essex, actualmente

imparte Teoría Política en la University o Westminster (Reino Unido). Es coautora,

con Ernesto Laclau, de Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de 

la democracia (1985) y autora de El Retorno de lo Político (Comunidad, ciudadanía,

pluralismo, democracia radical) (1993), La Paradoja Democrática (2000) y Entorno 

a lo político (Thinking in Action) (2007), entre otros.

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Recientemente, la interpretación tradicional de democracia como agre-gación de intereses, el “modelo agregativo”, se ha visto cada vez más despla-zada por un nuevo paradigma que, bajo el nombre de “democracia delibe-rativa” está imponiendo rápidamente los parámetros del debate; uno de susprincipales preceptos es que las cuestiones políticas son de naturaleza moraly susceptibles, por consiguiente, de un tratamiento racional. El objetivo deuna sociedad democrática es, según esta interpretación, la creación de un

consenso racional que se alcanza mediante unos procedimientos delibera-tivos apropiados cuya nalidad es producir decisiones que representan unpunto de vista imparcial, en interés de todos por igual. Todos aquellos queponen en entredicho la posibilidad misma de dicho consenso racional y que arman que lo político es un ámbito en el que racionalmente siemprehay que esperar encontrar discordia, son acusados de socavar la posibilidadmisma de la democracia. Como dice Habermas, por ejemplo:

“Si las cuestiones relativas a la justicia no pueden trascender la autoin-terpretación ética de ormas de vida en competición, y si las oposiciones y confictos de valores existencialmente relevantes tienen que impregnar to-das las cuestiones polémicas, entonces acabaremos el análisis con algo muy parecido a la orma que tiene Carl Schmitt de entender la política”1.

El enoque teorético actualmente más de moda es el que consiste en con-cebir la naturaleza de lo político como algo muy similar a la moralidad,

entendida en un sentido racionalista y universalista. El discurso de la mo-ralidad ha sido hoy en día promovido al lugar del “relato principal”, el cualreemplaza a los desacreditados discursos social y político a la hora de pro-porcionar las líneas directrices de la acción colectiva. Este discurso se está 

1. Habermas, Jürgen. “Reply to Symposium Participants”. Cardozo Law Review. Vol. 17. No.4-5 (marzo de 1996) . P. 1477.

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convirtiendo rápidamente en el único vocabulario legítimo en la medida en

que en vez de pensar en términos de derecha e izquierda, nos vemos actual-mente exhortados a hacerlo en términos de correcto e incorrecto.

El pensamiento liberal tiene que ser necesariamente ciego a lo políticodebido a que su individualismo le hace incapaz de entender la ormaciónde identidades colectivas. Sin embargo, lo político está desde el primermomento imbricado con ormas de identicación colectivas por cuantoen este campo siempre estamos tratando de la ormación de un “noso-tros” por oposición a un “ellos”. Lo político tiene que ver con el conficto

y el antagonismo. No tiene nada de extraño, pues, que el racionalismoliberal no sea capaz de aprehender su naturaleza, dado que el racionalis-mo requiere la negación misma de la inerradicabilidad del antagonismo.El liberalismo tiene que negar el antagonismo ya que, al situar en primerplano el momento ineludible de la decisión –en el sentido uerte de tenerque decidir en un terreno indecidible–, lo que el antagonismo pone demaniesto es el límite mismo de todo consenso racional.

Esta negación del antagonismo es lo que impide a la teoría liberal concebir

la política democrática de una orma adecuada. Lo político, en su dimensiónantagonística, no puede desaparecer simplemente por su negación volun-taria, una actitud que es propia y característica del ademán liberal; dicha negación solamente lleva a la impotencia, la cual caracteriza al pensamientoliberal cuando se ve conrontado con la emergencia de antagonismos que, deacuerdo con su teoría, pertenecen a una época ya superada en la que la razóntodavía no había conseguido controlar las supuestamente arcaicas pasiones.Esta actitud está en la base de la actual incapacidad de comprender la natu-

raleza y es la causa de los nuevos antagonismos que han emergido despuésdel nal de la Guerra Fría. Lo político está relacionado con la existencia deuna dimensión de hostilidad en las sociedades humanas, una hostilidad quepuede adoptar muchas ormas y maniestarse en relaciones sociales de muy diverso tipo. El reconocimiento de este hecho debería constituir, a mi modode ver, el punto de partida para una refexión adecuada sobre los objetivos dela política democrática.

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Me gustaría sugerir que ello es posible con la ayuda de la crítica del

esencialismo desarrollada por diversas corrientes del pensamiento con-temporáneo. Esta crítica muestra que uno de los principales problemasque plantea el liberalismo es el hecho de que despliega una lógica de losocial basada en una concepción del ser como presencia y que concibe la objetividad como algo inherente a las propias cosas. Este es el motivo desu incapacidad para aprehender el proceso de construcción de las identi-dades políticas. Es incapaz de reconocer que solamente puede haber una identidad cuando esta se construye como “dierencia”, y que toda obje-

tividad social está constituida mediante actos de poder. El liberalismo seniega a admitir que cualquier orma de objetividad social es, en última instancia, política y que lleva necesariamente consigo las huellas de losactos de exclusión que gobiernan su constitución.

La noción de “exterior constitutivo” puede ser útil en este contextopara hacer más explícito este argumento. Es un término propuesto porHenry Staten para reerirse a una serie de temas desarrollados por JacquesDerrida a través de nociones como “supplément” [suplemento ], “trace”

[rastro ] y “diérance” [dierancia ]. Su objetivo es poner de relieve el hechode que la creación de una identidad implica el establecimiento de una dierencia, lo cual a menudo se construye sobre la base de una jerarquía:por ejemplo, entre orma y materia, negro y blanco, hombre y mujer, etc.Una vez que hemos entendido que la identidad misma es algo relacional y que la armación de una dierencia –es decir, la percepción de un “otro”que constituye su “exterior”– es una precondición de la existencia decualquier identidad, entonces podemos empezar a concebir cómo una 

relación social puede convertirse en el caldo de cultivo del antagonismo.Cuando hablamos de identidades políticas, que son siempre identi-dades colectivas, estamos hablando de la creación de un “nosotros” quesolamente puede existir en virtud de la demarcación de un “ellos”. Estono signica, por supuesto, que dicha relación sea por necesidad una re-lación antagonística; pero sí que existe siempre la posibilidad de que esta relación nosotros/ellos se acabe convirtiendo en una relación amigo/ene-

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migo. Así sucede cuando los otros, que hasta ahora habían sido consi-

derados simplemente como dierentes, empiezan a ser percibidos comoaquellos que ponen en cuestión nuestra identidad y amenazan nuestra existencia. Desde ese momento, cualquier orma de relación nosotros/ellos, ya sea religiosa, étnica o económica, se convierte en el locus de unantagonismo.

Lo importante aquí es reconocer que la condición misma de posibilidadde ormación de identidades políticas es, al mismo tiempo, la condiciónde imposibilidad de una sociedad en la que el antagonismo hubiera sido

eliminado. El antagonismo es por consiguiente una posibilidad omni-presente. Esta dimensión antagonística es lo que he propuesto denominar“lo político” para distinguirlo de “la política”, que se reere al conjuntode prácticas e instituciones cuyo objetivo es instaurar un orden, organizarla existencia humana en unas condiciones que son siempre confictivasporque están atravesadas por “lo político”. Utilizando una terminología heideggeriana, podríamos armar que “lo político” se sitúa al nivel de loontológico, mientras que la política pertenece al ámbito de lo óntico.

Pluralismo agonístico

Para poder entender la naturaleza de la política democrática y el reto alque tiene que hacer rente, sostengo que necesitamos una alternativa a losdos principales enoques de la teoría política democrática. Uno de estos en-oques, el modelo agregativo, considera que los actores políticos se mueven

impulsados por la búsqueda de sus intereses; el otro modelo, el delibera-tivo, hace hincapié en el papel de la razón y las consideraciones morales.Lo que ambos modelos pasan por alto es el papel central que desempeñanlas “pasiones” en la creación de las identidades políticas colectivas. No esposible entender la política democrática sin reconocer las pasiones comouerza motriz en el ámbito de la política. Es precisamente esta deciencia lo que el modelo agonístico de la democracia trata de remediar, al abordar

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todos los temas que no pueden ser adecuadamente abordados por los otros

dos modelos debido a su estructura individualista y racionalista.En pocas palabras, el argumento es el siguiente: una vez que toma-

mos en consideración la dimensión de “lo político”, empezamos a darnoscuenta de que uno de los principales retos que se plantean a la política democrática consiste en domesticar la hostilidad y tratar de desactivar elpotencial antagonismo que existe en las relaciones humanas. En este sen-tido, la cuestión undamental de la política democrática no es cómo llegara un consenso racional, un consenso alcanzado sin exclusión; ello reque-

riría la construcción de un “nosotros” que no tuviese su correspondiente“ellos”. Pero esto es imposible porque, como ya hemos comentado, la condición misma para la constitución de un “nosotros” es la demarcaciónde un “ellos”. La cuestión crucial de la política democrática es, por tanto,la de cómo establecer esta distinción nosotros/ellos, que es constitutiva de la política, de una orma que sea compatible con el reconocimientodel pluralismo. El conficto, en las sociedades democráticas, no puede y no debería ser erradicado, ya que la especicidad de la democracia mo-

derna es precisamente el reconocimiento y la legitimación del conficto.Lo que requiere la política democrática es que los otros no sean vistoscomo enemigos a destruir, sino como adversarios cuyas ideas pueden sercombatidas, incluso enérgicamente, pero cuyo derecho a deender esasideas nunca será puesto en cuestión. En otras palabras, lo importante esque el conficto no tome la orma de un “antagonismo” (una lucha entreenemigos), sino la orma de un “agonismo” (una lucha entre adversarios).Podríamos armar que el objetivo de la política democrática es transor-

mar el potencial antagonismo en un agonismo real.De acuerdo con la perspectiva agonística, la categoría central de la po-lítica democrática es la del “adversario”, el oponente con el que compar-timos una lealtad común a los principios democráticos de “libertad eigualdad para todos”, pero con el que no estamos de acuerdo respecto a la interpretación de los mismos. Los adversarios luchan entre sí porque de-sean que su interpretación se convierta en hegemónica, pero no cuestio-

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nan la legitimidad que tienen sus oponentes para luchar por la victoria de

su posición. Esta conrontación entre adversarios es lo que constituye la “lucha agonística”, que es la condición misma de una democracia uerte2.Para el modelo agonístico, la tarea undamental de la política democrá-tica no es eliminar las pasiones ni relegarlas a la esera de lo privado para establecer un consenso racional en la esera pública, sino “domesticar”,por decirlo de alguna manera, dichas pasiones para movilizarlas con unpropósito democrático, y crear ormas colectivas de identicación en tor-no a objetivos democráticos.

Para evitar cualquier posible malentendido, querría subrayar que esta noción de “adversario” tiene que distinguirse claramente de la orma enque se utiliza en el discurso liberal. Según la interpretación de “adversa-rio” que proponemos aquí, y contrariamente al punto de vista liberal, la presencia del antagonismo no es eliminada, sino “sublimada”. En rea-lidad, lo que los liberales denominan un “adversario” es simplementeun “competidor”. Conciben el campo de la política como un terrenoneutral en el que dierentes grupos compiten para ocupar los puestos

de poder y cuyo objetivo es sencillamente desplazar a otros para ocuparellos su lugar, sin poner en cuestión la hegemonía dominante y transor-mando proundamente las relaciones de poder. Se trata simplemente deuna competición entre élites. En una política agonística, no obstante,la dimensión antagonística está siempre presente por cuanto lo que está en juego es la lucha entre proyectos hegemónicos opuestos que nunca pueden ser reconciliados racionalmente, y en la que uno de ellos ha deser derrotado. Se trata de una conrontación real, pero una conrontación

que tiene lugar en unas condiciones reguladas por un conjunto de proce-dimientos democráticos aceptados por los adversarios.

2. Para un desarrollo de este argumento, véase Mouffe, Chantal. The Democratic Paradox.London: Verso, 2000.

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Los teóricos liberales son incapaces de reconocer no solamente el ca-

rácter de realidad primordial que tiene el conficto en la vida social, y la imposibilidad de encontrar soluciones imparciales, racionales a los temaspolíticos, sino también el rol integrativo que desempeña el conficto enla democracia moderna. La conrontación de posiciones políticas demo-cráticas es esencial para el buen uncionamiento de una democracia. Siello no se produce, siempre existe el peligro de que el lugar de la con-rontación democrática lo ocupe una conrontación entre valores moralesno negociables o ormas esencialistas de identicación. Poner un énasis

excesivo en el consenso, junto con la aversión a las conrontaciones, lleva a la apatía y a la desaección por la participación política. Por esta razón,una sociedad democrática necesita el debate sobre alternativas posibles;debe proporcionar ormas políticas de identicación en torno a posi-ciones democráticas claramente dierenciadas o, expresado con palabrasde Niklas Luhman, debe tener una clara “división de la cúspide”, una posibilidad real de elección entre las políticas propuestas por el Gobier-no y las de la oposición. Si bien el consenso es indudablemente necesa-

rio, este debe ir acompañado del disenso. El consenso es necesario enlas instituciones que son constitutivas de la democracia y en los valoresético-políticos que deberían inormar la asociación política, pero siemprehabrá discrepancias respecto al signicado de dichos valores y a la orma en que deben ser implementados. En una democracia pluralista, estasdiscrepancias no son sólo legítimas sino incluso necesarias. Permiten di-erentes ormas de identicación de la ciudadanía y son la materia prima de la política democrática. Cuando la dinámica agonística del pluralismo

se ve dicultada debido a la alta de ormas democráticas de identica-ción, las pasiones no pueden encontrar una vía de escape democrática y se sientan las bases para varias ormas de hacer política articuladas entorno a identidades esencialistas de tipo nacionalista, religioso o étnico,así como para la multiplicación de conrontaciones basadas en valoresmorales no negociables.

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Más allá de izquierda y derecha

Debemos, por tanto, desconar de la tendencia actual a celebrar la diuminación de las ronteras entre la izquierda y la derecha, y de quie-nes abogan por una política “más allá de izquierda y derecha”. Un buenuncionamiento de la democracia necesita un enrentamiento dinámicoentre posiciones políticas democráticas. Los antagonismos pueden adop-tar muchas ormas y es ilusorio creer que podrían ser erradicados. Para que exista la posibilidad de transormarlos en relaciones agonísticas, es

necesario proporcionar una salida política a la expresión del conficto,dentro de un sistema democrático pluralista, oreciendo posibilidades deidenticación en torno a unas alternativas políticas democráticas.

Es en este contexto donde podemos comprender lo perniciosas que pue-den llegar a ser las consecuencias de las tesis tan de moda propuestas porUlrich Beck y Anthony Giddens. Ambos arman que el modelo adversarial  de la política se ha vuelto obsoleto. Según su punto de vista, el modeloamigo/enemigo de la política es propio de la modernidad industrial clásica,

la “primera modernidad”, y sostienen que en la actualidad vivimos una “se-gunda modernidad” dierente, más “refexiva”, en la que el énasis debería ponerse en la “subpolítica”, en los temas de “vida y muerte”.

Como en el caso de la democracia deliberativa que he criticado al principio,aunque de una orma dierente, lo que está en la base de esta concepción dela modernidad refexiva es la posibilidad de eliminación de lo político en sudimensión antagonística y la creencia de que las relaciones amigo/enemigohan sido erradicadas. Se arma que en las sociedades postradicionales ya no

encontramos identidades colectivas construidas en términos de nosotros/ellos, hecho que signica que las ronteras políticas se han evaporado y que,por consiguiente, la política debe ser “reinventada”, para utilizar la expresiónde Beck. En realidad, Beck pretende que el escepticismo generalizado y la centralidad de la duda que prevalecen hoy en día excluyen la emergencia derelaciones antagonísticas. Hemos entrado en una era de ambivalencia en la que nadie puede creer ya que está en posesión de la verdad –creencia de la 

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que precisamente procedían los antagonismos–, y que, por consiguiente, no

hay motivos para su emergencia. Así, todo intento de organizar las identida-des colectivas en términos de izquierda y derecha y de denir un adversarioestá, por tanto, desacreditado por ser “arcaico”.

La política en su dimensión confictual  se considera algo propio delpasado, y el tipo de democracia elogiado es una democracia consensualcompletamente despolitizada. Actualmente los términos clave del dis-curso político son la “buena gobernanza” y la “democracia no partidista”.En mi opinión, la incapacidad por parte de los partidos tradicionales de

proporcionar ormas de identicación distintivas en torno a alternativasposibles es lo que ha preparado el terreno al actual forecimiento delpopulismo derechista. Eectivamente, los partidos populistas de dere-chas son, con recuencia, los únicos que intentan movilizar las pasiones y crear ormas colectivas de identicación. Contrariamente a aquellos quecreen que la política puede reducirse a motivaciones individuales, estospartidos son muy conscientes de que la política siempre consiste en la creación de un “nosotros” versus un “ellos”, y que ello implica la creación

de identidades colectivas. De ahí el enorme atractivo de su discurso, queproporciona ormas colectivas de identicación en torno al “pueblo”.Si a eso añadimos el hecho de que bajo la bandera de la “moderniza-

ción”, los partidos socialdemócratas en muchos países se han identi-cado más o menos exclusivamente con las clases medias y han dejadode considerar como propias las preocupaciones de los sectores populares–cuyas demandas son consideradas como “arcaicas” o “retrógradas”–,no debería sorprendernos la creciente alienación de estos grupos, que se

sienten excluidos del ejercicio eectivo de la ciudadanía, de lo que ellosperciben como las “élites del establishment”. En un contexto en que eldiscurso dominante proclama que no hay alternativa a la actual orma deglobalización neoliberal, y que tenemos que aceptar sus diktats , no es deextrañar que cada vez sean más los dispuestos a escuchar a quienes ar-man que existen alternativas y que ellos devolverán al pueblo el poder dedecidir. Cuando la política democrática ha perdido su capacidad de dar

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orma a la discusión acerca de cómo deberíamos organizar nuestra vida 

en común, y cuando ésta se limita a garantizar las condiciones necesariaspara un uncionamiento sin problemas del mercado, entonces se dan lascondiciones para que surjan demagogos con talento capaces de articularla rustración popular. Es importante darse cuenta de que el éxito de lospartidos populistas de derechas procede en buena medida del hecho deque proporcionan a la población cierta orma de esperanza y la creencia de que las cosas podrían ser dierentes. Naturalmente, esta es una espe-ranza ilusoria, basada en unas premisas alsas y en unos mecanismos de

exclusión inaceptables en los que la xenoobia normalmente desempe-ña un papel undamental. Pero cuando son los únicos que orecen una válvula de escape a las pasiones políticas, su pretensión de orecer una alternativa resulta seductora, y su atractivo tiene muchas probabilidadesde incrementarse. Para concebir y ormular una respuesta adecuada a esta pretensión, es necesario aprehender las condiciones económicas, socialesy políticas que explican su emergencia. Y esto supone un enoque teoré-tico que no niegue la dimensión antagonística de lo político.

La política en el registro moral

Creo que también es crucial entender que no es mediante la condena moral la manera de detener el populismo de derechas, razón por la cualla respuesta dominante hasta ahora haya sido completamente inadecua-da. Naturalmente, una reacción moralista concuerda con la perspectiva 

postpolítica dominante y, por tanto, ello era lo que cabía esperar. En estesentido, vale la pena examinar de cerca esta reacción moralista, ya quenos permitirá entender mucho mejor de qué orma se maniestan en la actualidad los antagonismos políticos.

Como hemos visto, el discurso dominante arma el n del modelo ad- versarial de la política, así como el advenimiento de una sociedad consen-sual más allá de la oposición izquierda/derecha. Sin embargo, como tam-

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bién he argumentado, la política comporta siempre una distinción entre

un nosotros/ellos, motivo por el cual el consenso por el que abogan losdeensores de la democracia no partidista no puede darse sin trazar una rontera política y denir un “ellos” exterior que garantice la identidad delconsenso y la coherencia del “nosotros”. Actualmente, en la política interna de los países, este “ellos” a menudo es convenientemente denido como la “extrema derecha”, término que abarca una amalgama de grupos y parti-dos que cubre un amplio espectro, desde grupos marginales extremistas y neonazis, pasando por la derecha autoritaria, hasta toda una variedad de

partidos populistas neoderechistas. Aunque, naturalmente, este heterogé-neo constructo no sirve para aprehender la naturaleza y las causas de estenuevo populismo de derechas, sí que es muy útil para garantizar la identi-dad de los “buenos demócratas”. Desde que, supuestamente, la política seha vuelto no adversarial , el “ellos” necesario para asegurar el “nosotros” delos buenos demócratas no puede concebirse como un adversario político.En este sentido, el recurso a la “extrema derecha” es muy práctico porquepermite trazar la rontera al nivel moral entre “los buenos demócratas” y 

“la malvada extrema derecha”, que puede así ser condenada moralmenteen vez de ser combatida políticamente. Es por ello que la condena moral y la instauración de un “cordón sanitario” se han convertido en la respuesta dominante al ascenso de los movimientos populistas de derechas.

Sin embargo, lo que está realmente sucediendo es muy dierente delo que los partidarios del enoque postpolítico quisieran hacernos creer.No es que la política, con sus antagonismos supuestamente pasados demoda, haya sido desbancada por las preocupaciones morales relativas a 

“cuestiones vitales” y a los “derechos humanos”. La política en su dimen-sión antagonística sigue estando muy viva, sólo que ahora se juega en elregistro de la moralidad. Las ronteras entre el “nosotros” y “ellos”, lejosde haber desaparecido, están siendo constantemente reinstauradas, perodesde que el “ellos” ya no puede denirse en términos políticos, dichasronteras se trazan en unción de categorías morales, entre “nosotros, losbuenos” y “ellos, los malos”.

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16 Documentos CIDOB, Dinámicas interculturales

Uno de los principales inconvenientes de este tipo de política llevada 

al registro moral es el hecho de que no conduce a la creación de la “esera pública agonística”, requisito para una vida democrática robusta. Cuan-do el oponente es denido en términos morales y no políticos , éste nopuede ser concebido como un adversario; debe ser concebido como unenemigo. Con “ellos, los malos” no es posible establecer ningún debateagonístico: tienen que ser erradicados.

El enoque que arma que el modelo político amigo/enemigo ha sidosuperado acaba, de hecho, reorzando el modelo antagonístico de la polí-

tica que se había declarado obsoleto. Al construir el “ellos” como un ene-migo moral, es decir, “absoluto”, hace que sea imposible su transorma-ción en un “adversario”. En vez de contribuir a crear una esera pública agonística ecaz y dinámica, donde la democracia pueda mantenerse viva y proundizarse, quienes proclaman el n del antagonismo y la llegada de una sociedad consensual están eectivamente poniendo en peligro la propia democracia, al propiciar un marco para la emergencia de antago-nismos que no serán manejables por las instituciones democráticas.

Sin una prounda transormación de la orma en que se concibe la política democrática, ni un serio intento de abordar la cuestión de la alta de ormas de identicación capaces de permitir una movilizacióndemocrática de las pasiones, el reto que plantean los partidos populistasde derechas seguirá existiendo. En la política europea se están trazandonuevas ronteras políticas que comportan el peligro de que la vieja dis-tinción izquierda/derecha pueda ser pronto sustituida por otra muchomenos conducente a un debate democrático pluralista. Por tanto, urge

renunciar a las ilusiones del modelo consensual de la política y crear lasbases de una esera pública agonística. Al limitarse a deender la razón, la moderación y el consenso, los par-

tidos democráticos ponen de maniesto su alta de comprensión sobreel verdadero uncionamiento de la lógica política. No entienden la ne-cesidad de contrarrestar el populismo de derechas con la movilizaciónde los aectos y pasiones hacia una dirección democrática. No perciben

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que la política democrática necesita tener un eecto real sobre los deseos

y antasías de la población, y que, en vez de oponer los intereses a lossentimientos y la razón a las pasiones, debería orecer ormas de identi-cación que representen un desaío real a las que promueve la derecha. Noestamos diciendo con ello que la razón y los argumentos racionales debandesaparecer de la política, pero sí que su lugar debería repensarse.

Hacia un orden mundial multipolar 

Para terminar, permítanme presentar algunas refexiones relativas a la situación internacional, así como ormular algunas preguntas acerca deposibles escenarios de uturo. Podemos considerar, de un modo general,dos posibilidades principales: por un lado, encontramos a aquéllos quedeenden el establecimiento de una “democracia cosmopolita” y una “ciudadanía cosmopolita”, resultado de la universalización de la interpre-tación occidental de los valores democráticos y de la implementación de

la versión occidental de los derechos humanos. De acuerdo con este eno-que, así podría instaurarse un orden global democrático. Hay dierentesversiones sobre ello, pero todas comparten una premisa común: que la orma de vida occidental es la mejor y que el progreso moral requiere suimplementación en todo el mundo. Se trata del universalismo liberal,cuyo objetivo es imponer sus instituciones al resto del mundo con el ar-gumento de que son las únicas racionales y legítimas. Creo que, aunqueello esté muy lejos de las intenciones conscientes de quienes abogan por

un modelo cosmopolita, dicho punto de vista está destinado a justicar la hegemonía de Occidente y la imposición de sus valores particulares.Por otro lado, quienes argumentan a avor del advenimiento de una 

“República Mundial” con un cuerpo homogéneo de ciudadanos cosmo-politas con los mismos derechos y obligaciones, un cuerpo político quecoincidiría con la “humanidad”, están negando la dimensión de lo polí-tico que es inherente a las sociedades humanas. Pasan por alto el hecho

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de que las relaciones de poder son constitutivas de lo social y que los

confictos y los antagonismos no pueden ser erradicados. Es por ello que,si dicha República Mundial llegase alguna vez a establecerse, solamen-te podría signicar que la hegemonía mundial de un poder dominantehabría sido capaz de eliminar todas las dierencias e imponer su propia concepción del mundo a todo el planeta. Esto tendría graves consecuen-cias. De hecho, ya en la actualidad somos testigos de cómo los intentos dehomogeneizar el mundo están provocando violentas reacciones adversasde aquellas sociedades cuyos valores y culturas particulares son declarados

ilegítimos por la universalización impuesta del modelo occidental.Mi sugerencia es que renunciemos a los viciados modelos de “ciudada-

nía cosmopolita” y que promovamos una concepción dierente del ordenmundial, una concepción que reconozca el pluralismo de los valores ensu sentido uerte, weberiano y nietzscheano, con todas las implicacionesque ello tiene para la política. Dejando a un lado las armaciones de losuniversalistas, es urgente ser conscientes de los peligros implícitos en lasilusiones de un discurso universalista-globalista que concibe el progreso

humano como el establecimiento de una unidad mundial basada en la aceptación del modelo occidental. Imaginar la posibilidad de una unica-ción del mundo que se conseguiría trascendiendo lo político, el confictoy la negatividad, dicho discurso corre el riesgo de provocar el choque decivilizaciones que arma estar evitando. En un momento en que EstadosUnidos –supuestamente en nombre del “auténtico universalismo”– está tratando de obligar al resto del mundo a adoptar su sistema, la necesidadde un orden mundial multipolar es más acuciante que nunca. Lo que está 

en juego es el establecimiento de un orden mundial pluralista en el quecoexistan varias unidades regionales grandes y en el que una pluralidadde ormas de democracia sea considerada legítima.

 A estas alturas del proceso de globalización, no pretendo negar la necesi-dad de un conjunto de instituciones que regulen las relaciones internacio-nales, pero dichas instituciones deberían permitir un grado signicativode pluralismo y no deberían requerir la existencia de una única estruc-

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Política agonística en un mundo multipolar 

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tura unicada de poder. Dicha estructura comportaría necesariamente la 

presencia de un centro que sería el único locus de la soberanía. No sirvede nada imaginar la posibilidad de un sistema mundial gobernado porla Razón y en donde las relaciones de poder habrían sido neutralizadas.Este supuesto “Reino de la Razón” sólo podría ser la pantalla tras la cualse ocultaría el gobierno de un poder dominante que, identicando susintereses con los de la humanidad, trataría cualquier divergencia comoun desaío ilegítimo a su liderazgo “racional”.

Con su intento de imponer la concepción occidental de la democra-

cia (considerada como la única legítima) a las sociedades renuentes, elenoque universalista está destinado a presentar a quienes no aceptanesta concepción como “enemigos de la civilización”, negándoles con ellosu derecho a mantener sus culturas y creando las condiciones para una conrontación antagonística entre dierentes civilizaciones. Sólo el reco-nocimiento de la legitimidad de una pluralidad de ormas de sociedad

 justas, así como del hecho de que la democracia liberal es un modelo másde democracia entre otras, podría crear las bases de una coexistencia “ago-

nística” entre dierentes polos regionales con sus instituciones especícas.Dicho orden multipolar no eliminará, por supuesto, el conficto, peroserá menos probable que este conficto adopte ormas antagonísticas delo que lo sería en un mundo que no deja lugar al pluralismo.

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Agonistic politics in a multipolar world

In recent years the traditional understanding o democracy as an ag-gregation o interests, the “aggregative” model, has been increasingly dis-placed by a new paradigm which, under the name o “deliberative democ-racy”, is ast imposing the terms o the discussion; one o its main tenets isthat political questions are o a moral nature and are thereore susceptibleto rational analysis. The objective o a democratic society is, according to

such a view, the creation o a rational consensus reached through appropri-ate and deliberative procedures whose aim is to produce decisions whichrepresent an impartial standpoint, equally in the interests o all. All those

 who put into question the very possibility o such a rational consensusand who claim that the political is a domain in which one should alwaysrationally expect to nd discord, are accused o undermining the very pos-sibility o democracy. As Habermas, or instance, puts it:

“I questions o justice cannot transcend the ethical sel-understanding o competing orms o lie, and existentially relevant value conficts andoppositions must penetrate all controversial questions, then in the nalanalysis we will end up with something resembling Carl Schmitt’s un-derstanding o politics”.1 

The most ashionable theoretical approach nowadays is to envisage thenature o the political as akin to morality, understood in rationalistic and

universalistic terms. The discourse o morality has nowadays been promot-ed to the place o master narrative, the one which is replacing discreditedpolitical and social discourses in providing the guiding lines o collectiveaction. It is rapidly becoming the only legitimate vocabulary as, instead o 

1. Habermas, Jürgen. “Reply to Symposium Participants”. Cardozo Law Review. Vol. 17. No.4-5 (March 1996). P. 1477.

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thinking in terms o right and let, we are now urged to think in terms o 

right and wrong.Liberal thought must necessarily be blind to the political because o its

individualism, which makes it incapable o understanding the ormationo collective identities. Yet the political is, rom the outset, concerned

 with collective orms o identications since in this eld we are alwaysdealing with the ormation o “us” as opposed to “them”. The political hasto do with confict and antagonism. It is no wonder then that liberal ra-tionalism cannot grasp its nature given that rationalism requires the very 

negation o the ineradicability o antagonism. Liberalism has to negateantagonism since, by bringing to the ore the inescapable moment o de-cision –in the strong sense o having to decide in an undecidable terrain–

 what antagonism reveals is the very limit o any rational consensus.This denial o antagonism is what impedes liberal theory rom envisag-

ing democratic politics in an adequate way. The political in its antagonisticdimension cannot be made to disappear by simply denying it, by wishing itaway, which is the typical liberal gesture; such a negation only leads to im-

potence, impotence which characterizes liberal thought when conronted with the emergence o antagonisms which, according to its theory, shouldbelong to a bygone age when reason had not yet managed to control thesupposedly archaic passions. This lies at the root o the current inability to grasp the nature and the causes o the new antagonisms which haveemerged since the end o the cold war. The political is linked to the exist-ence o a dimension o hostility in human societies, a hostility that can takemany orms and maniest itsel in very diverse types o social relations. This

recognition, I contend, should constitute the starting point or an adequaterefection on the aims o democratic politics.I would like to suggest that this can be done with the help o the critique

o essentialism developed by several currents o contemporary thought.This critique shows that one o the main problems with liberalism is thatit deploys a logic o the social based on a conception o being as presence,and that it conceives objectivity as being inherent to the things them-

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Agonistic politics in a multipolar world

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selves. This is why it cannot grasp the process o construction o political

identities. It is unable to recognize that there can only be an identity whenit is constructed as a “dierence” and that any social objectivity is consti-tuted through acts o power. What it reuses to admit is that any orm o social objectivity is ultimately political and that it must bear the traces o the acts o exclusions which govern its constitution.

The notion o “constitutive outside” can be helpul here to make thisargument more explicit. This term was proposed by Henry Staten toreer to a number o themes developed by Jacques Derrida through no-

tions such as “supplement”, “trace” and “dierance”. Its aim is to high-light the act that the creation o an identity implies the establishmento a dierence, a dierence which is oten constructed on the basis o a hierarchy: or example between orm and matter, black and white,man and woman, etc. Once we have understood that every identity isrelational and that the armation o a dierence –i.e., the perceptiono something “other” that constitutes its “exterior”– is a precondition orthe existence o any identity, then we can begin to envisage how a social

relation can become the breeding ground or antagonism. When dealing with political identities that are always collective identities, we are dealing with the creation o an “us” that can only exist by the demar-cation o a “them”. This does not mean, o course, that such a relation is by necessity an antagonistic one. But it means that there is always the possibil-ity o this ‘us/them’ relation becoming one o ‘riend/enemy’. This happens

 when the others, who up to now had been considered as simply dierent,start to be perceived as bringing into question our identity and threatening 

our existence. From that moment on, any orm o us/them relation, be itreligious, ethnic or economic, becomes the locus o an antagonism. What is important here is to acknowledge that the very condition o 

possibility o ormation o political identities is at the same time thecondition o impossibility o a society rom which antagonism wouldhave been eliminated. Antagonism is thereore an ever-present possibil-ity. This antagonistic dimension is what I have proposed to call the “the

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political” and to distinguish it rom “politics” which reers to the set o 

practices and institutions whose aim is to create an order, to organizehuman coexistence in conditions that are always confictual because they are traversed by “the political”. To use a Heideggerian terminology wecould say that “the political” is situated at the level o the ontological,

 while politics belongs to the ontic.

Agonistic pluralism

It is my contention that in order to understand the nature o demo-cratic politics and the challenge to which it is conronted, we need analternative to the two main approaches in democratic political theory.One o those approaches, the aggregative model, sees political actors asbeing motivated by the pursuit o their interests; the other model, thedeliberative one, stresses the role o reason and moral considerations.

 What both o these models ail to recognize is the central role played by 

“passions” in the creation o collective political identities. One cannotunderstand democratic politics without acknowledging passions as themotivating orce in the eld o politics. It is precisely this deciency thatthe agonistic model o democracy is trying to remedy by tackling allthe issues which cannot be properly addressed by the two other modelsbecause o their rationalist individualistic ramework.

In a nutshell, the argument goes as ollows. Once we acknowledge thedimension o “the political”, we begin to realize that one o the main chal-

lenges or democratic politics consists o domesticating hostility and trying to deuse the potential antagonism that exists in human relations. Indeed,the undamental question or democratic politics is not how to arrive ata rational consensus, a consensus reached without exclusion; this wouldrequire the construction o an “us” that would not have a corresponding “them”. Yet this is impossible because, as I have argued, the very conditionor the constitution o an “us” is the demarcation o a “them”. The crucial

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issue or democratic politics, thereore, is how to establish this us/them

distinction which is constitutive o politics in a way that is compatible with the recognition o pluralism. Confict in democratic societies cannotand should not be eradicated since the specicity o modern democracy isprecisely the recognition and the legitimation o confict. What democraticpolitics requires is that the others are not seen as enemies to be destroyedbut as adversaries whose ideas would be ought, perhaps ercely, but whoseright to deend those ideas will never be brought into question. To put itanother way, what is important is that confict does not take the orm o 

an “antagonism” (struggle between enemies) but the orm o an “agonism”(struggle between adversaries). We could say that the aim o democraticpolitics is to transorm potential antagonism into an agonism.

 According to the agonistic perspective, the central category o dem-ocratic politics is the category o the “adversary”, the opponent with

 whom we share a common allegiance to the democratic principles o “liberty and equality or all” while disagreeing on their interpretation.

 Adversaries ght each other because they want their interpretation to be-

come hegemonic, but they do not bring into question the legitimacy o their opponents to ght or the victory o their position. This conron-tation between adversaries is what constitutes the “agonistic struggle”

 which is the very condition o a vibrant democracy.2 For the agonisticmodel the prime task o democratic politics is not to eliminate passionsor to relegate them to the private sphere in order to establish a rationalconsensus in the public sphere, it is to “tame” those passions, so to speak,by mobilizing them towards democratic designs, by creating collective

orms o identication around democratic objectives.In order to avoid any misunderstanding, let me stress that this notiono “the adversary” needs to be distinguished sharply rom the under-

2. For a development of this argument, see Mouffe, Chantal. The Democratic Paradox.London: Verso, 2000.

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standing o that term that we nd in liberal discourse. According to the

understanding o “adversary” proposed here, and contrary to the liberalview, the presence o antagonism is not eliminated, but “sublimated”.In act, what liberals call an “adversary” is simply a “competitor”. They envisage the eld o politics as a neutral terrain in which dierent groupscompete to occupy the positions o power; their objective is simply todislodge others in order to occupy their place, without bringing intoquestion the dominant hegemony and prooundly transorming the re-lations o power. It is simply a competition among elites. In agonistic

politics, however, the antagonistic dimension is always present, since what is at stake is the struggle between opposing hegemonic projects thatcan never be reconciled rationally; one o them needs to be deeated. Itis a real conrontation but one that is played out under conditions regu-lated by a set o democratic procedures accepted by the adversaries.

Liberal theorists are incapable o acknowledging not only the primary reality o strie in social lie, and the impossibility o nding rational,impartial solutions to political issues, but also the integrative role that

confict plays in modern democracy. A well-unctioning democracy callsor a conrontation o democratic political positions. I this is missing there is always the danger that this democratic conrontation will bereplaced by a conrontation between non-negotiable moral values oressentialist orms o identications. Too much emphasis on consensus,together with an aversion towards conrontation, leads to apathy anddisaection with political participation. This is why a democratic so-ciety requires a debate about possible alternatives. It must provide po-

litical orms o identications around clearly dierentiated democraticpositions, or to put it in Niklas Luhman’s terms, there must be a clear“splitting o the summit”; a real choice between the policies put or-

 ward by the government and those o the opposition. While consensusis no doubt necessary, it must be accompanied by dissent. Consensus isneeded o those institutions that are constitutive o democracy and onthe ethico-political values that should inorm the political association,

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but there will always be disagreement concerning the meaning o those

values and the way they should be implemented. In a pluralist democ-racy, such disagreements are not only legitimate but also necessary. They allow or dierent orms o citizenship identication and are the stu o democratic politics. When the agonistic dynamics o pluralism is hin-dered because o a lack o democratic orms o identications, passionscannot be given a democratic outlet and the ground is laid or variousorms o politics articulated around essentialist identities o nationalist,religious or ethnic type and or the multiplication o conrontations over

non-negotiable moral values.

Beyond left and right 

 We should, thereore, be suspicious o the current tendency to cel-ebrate the blurring o the rontiers between let and right and o those

 who are advocating a politics “beyond let and right”. A well-unctioning 

democracy calls or a vibrant clash o democratic political positions. An-tagonisms can take many orms and it is illusory to believe that they could be eradicated. In order to allow or the possibility o transorming them into agonistic relations it is necessary to provide a political outletor the expression o confict, within a pluralistic democratic system o-ering possibilities o identication around democratic political alterna-tives.

It is in this context that we can grasp the very pernicious consequences

o the ashionable thesis that has been put orward by Ulrich Beck and Anthony Giddens, who both argue that the adversarial model o politicshas become obsolete. In their view the riend/enemy model o politics ischaracteristic o classical industrial modernity, the “rst modernity”, butthey claim that we now live in a dierent, “second” modernity, a “refex-ive” one, in which the emphasis should be placed on “sub-politics”, onthe issues o “lie and death”.

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 As in the case o deliberative democracy, which I criticized at the be-

ginning, albeit in a dierent way, what is at the basis o this conceptiono refexive modernity is the possibility o the elimination o the politi-cal in its antagonistic dimension and the belie that relations o riend/enemy have been eradicated. The claim is that in post-traditional socie-ties we do not nd any more collective identities constructed in termso us/them, which means that political rontiers have evaporated andthat politics must thereore be “reinvented”, to use Beck’s expression.Indeed, Beck pretends that the generalized scepticism and the centrality 

o doubt that are prevalent today preclude the emergence o antagonisticrelations. We have entered an era o ambivalence in which nobody canbelieve any more to possess the truth – a belie which was precisely whereantagonisms were stemming rom– thereore there is no more reason ortheir emergence. Any attempt to organize collective identities in termso let and right and to dene an adversary is thereby discredited as be-ing “archaic”.

Politics in its confictual dimension is deemed to be something o the

past, and the type o democracy that is commended is a consensual,completely depoliticized democracy. Nowadays the key terms o politicaldiscourse are “good governance” and “partisan ree democracy”. In my view it is the inability o traditional parties to provide distinctive ormso identications around possible alternatives that has created the terrainor the current fourishing o right-wing populism. Indeed, right-wing populist parties are oten the only ones that attempt to mobilize pas-sions and create collective orms o identications. Against all those who

believe that politics can be reduced to individual motivations, they are well aware that politics always consists o the creation o an “us” versus a “them” and that it implies the creation o collective identities. Hence thepowerul appeal o their discourse because it provides collective orms o identication around “the people”.

I we add to that the act that under the banner o “modernization”social-democratic parties have, in many countries, identied themselves

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more or less exclusively with the middle-classes and that they have

stopped addressing the concerns o the popular sectors –whose demandsare considered as “archaic” or “retrograde”–we should not be surprisedby the growing alienation o all those groups who eel excluded rom theeective exercise o citizenship by what they perceive as the “establish-ment elites”. In a context where the dominant discourse proclaims thatthere is no alternative to the current neo-liberal orm o globalizationand that we have to accept its diktats, small wonder that more and morepeople are keen to listen to those who claim that alternatives do exist and

that they will give back to the people the power to decide. When demo-cratic politics has lost its capacity to shape the discussion about how weshould organize our common lie and when it is limited to securing thenecessary conditions or the smooth working o the market, the condi-tions are ripe or talented demagogues to articulate popular rustration.It is important to realize that to a great extent the success o right-wing populist parties comes rom the act that they provide people with someorm o hope, with the belie that things could be dierent. O course

this is an illusory hope, ounded on alse premises and on unacceptablemechanisms o exclusion, where xenophobia usually plays a central role.But when they are the only ones to oer an outlet or political passions,their pretence to oer an alternative is seductive and their appeal is likely to grow. To be able to envisage an adequate response, it is necessary tograsp the economic, social and political conditions that explain theiremergence. And this supposes a theoretical approach that does not deny the antagonistic dimension o the political.

Politics in the moral register 

I think that it is also crucial to understand that it is not through moralcondemnation that the rise o right-wing populism can be stopped, andthis is why the dominant answer has so ar been completely inadequate.

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O course, a moralistic reaction chimes with the dominant post-political

perspective, and it was to be expected. It is worth examining it closely because this will bring us some insights about the way in which politicalantagonisms maniest themselves today.

 As we have seen, the dominant discourse asserts the end o the adver-sarial model o politics and the advent o a consensual society beyond letand right. However, I have also argued that politics always entails an us/them distinction. This is why the consensus advocated by the deenderso the partisan ree democracy cannot exist without drawing a political

rontier and dening an exterior, a “them” which assures the identity o the consensus and the coherence o the “us”. In domestic politics,this “them” is nowadays oten conveniently designated as the “extremeright”, a term that reers to an amalgam o groups and parties which cov-ers a wide spectrum, rom ringe groups o extremists and neo-Nazi tothe authoritarian right and up to the variety o new right-wing populistparties. O course, such a heterogeneous construct is useless to grasp thenature and the causes o this new right-wing populism. But it is very 

useul to secure the identity o the “good democrats”. Since politics hassupposedly become non-adversarial, the “them” necessary to secure the“us” o the good democrats cannot be envisaged as a political adversary.So, the ‘extreme right’ comes in very handy because it allows us to draw the border at the moral level, between “the good democrats” and the“evil extreme right”, which can be condemned morally instead o being ought politically. This is why moral condemnation and the establish-ment o a “cordon sanitaire” have become the dominant answer to the

rise o right-wing populist movements.In act, what is happening is very dierent rom what the advocateso the post-political approach would want us to believe. It is not thatpolitics – with its supposedly old-ashioned antagonisms – has beensuperseded by moral concerns about “lie issues” and “human rights”.Politics in its antagonistic dimension is still very much alive, except thatit is now played out in the register o morality. Frontiers between us and

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them, ar rom having disappeared, are constantly being established,

but since the “them” cannot be dened in political terms any more,those rontiers are drawn in moral categories, between “us the good”and “them the evil ones”.

One o the main shortcomings o this type o politics played out in themoral register is that it is not conducive to the creation o the “agonisticpublic sphere” which is the requisite o a robust democratic lie. Whenthe opponent is not dened in political but in moral terms, he cannotbe envisaged as an adversary but only as an enemy. With the “evil them”

no agonistic debate is possible, they have to be eradicated.The approach that claims that the riend/enemy model o politics has

been superseded in act ends up reinorcing the antagonistic model o politics that they have declared obsolete. By constructing the “them” asa moral (i.e. an “absolute”) enemy, they make it impossible to transormit into an “adversary”. Instead o helping to create a vibrant agonisticpublic sphere thanks to which democracy can be kept alive and strength-ened, all those who proclaim the end o antagonism and the arrival o a 

consensual society are actually jeopardizing democracy, by creating theconditions or the emergence o antagonisms that will not be manage-able by democratic institutions.

 Without a proound transormation in the way democratic politics isenvisaged and a serious attempt to address the lack o orms o identi-cations that would allow or a democratic mobilization o passions, thechallenge posed by right-wing populist parties will remain. New politi-cal rontiers are being drawn in European politics that carry the danger

that the old let/right distinction could soon be replaced by another onemuch less conducive to a pluralistic democratic debate. It is thereoreurgent to relinquish the illusions o the consensual model o politics andto lay the oundations o an agonistic public sphere.

By limiting themselves to calls or reason, moderation and consen-sus, democratic parties are showing their lack o understanding o the

 working o political logics. They do not understand the need to counter

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right-wing populism by mobilizing aects and passions in a democratic

direction. What they do not grasp is that democratic politics needs tohave a real purchase on people’s desires and antasies and that, insteado opposing interests to sentiments and reason to passions, it shouldoer orms o identications that represent a real challenge to the onespromoted by the right. This is not to say that reason and rational argu-ment should disappear rom politics, but that their place needs to berethought.

Toward a multipolar world order 

To end, let me present some refections concerning the internationalsituation and enquire about possible scenarios or the uture. We canbroadly envisage two main possibilities. There are those who call orthe establishment o a “cosmopolitan democracy” and a “cosmopolitancitizenship” resulting rom the universalization o the Western inter-

pretation o democratic values and the implementation o the Westernversion o human rights. According to such an approach, this is how a democratic global order should come about. There are dierent vari-ants o this approach, but all o them share a common premise: that the

 Western orm o lie is the best one, and that moral progress requires its worldwide implementation. This is the liberal universalism which aimsat imposing its institutions onto the rest o the world with the argumentthat they are the only rational and legitimate ones. I believe that, even i 

it is very ar rom the intentions o those who advocate the cosmopolitanmodel, such a view is bound to justiy the hegemony o the West and theimposition o its particular values.

Those who argue or the advent o a “World Republic” with an homo-geneous body o cosmopolitan citizens with the same rights and obliga-tions, a constituency that would coincide with “humanity”, are denying the dimension o the political which is inherent to human societies. They 

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overlook the act that power relations are constitutive o the social, and

that conficts and antagonisms cannot be eradicated. This is why, i such a  World Republic were ever established, it could only signiy the world he-gemony o a dominant power which would have been able to erase all di-erences and impose its own conception o the world on the entire planet.This would have dire consequences and we are already witnessing how current attempts to homogenize the world are provoking violent adversereactions rom those societies whose specic values and cultures are ren-dered illegitimate by the enorced universalization o the Western model.

I suggest that we relinquish the fawed models o “cosmopolitan citi-zenship” and that we promote a dierent conception o the world order,a conception that acknowledges value pluralism in its strong Weberianand Nietzschean sense, with all its implications or politics. Discard-ing the claims o the universalists, it is urgent that we become aware o the dangers implied in the illusions o a globalist-universalist discourse

 which envisages human progress as the establishment o world unity based on the acceptance o the Western model. By imagining the pos-

sibility o a unication o the world that could be achieved by transcend-ing the political, confict and negativity, such a discourse risks bringing about the clash o civilizations that it claims to be avoiding. At a time in

 which the United States is –under the pretence o a “true universalism”–trying to orce the rest o the world to adopt their system, the need or a multipolar world order is more pressing than ever. What is at stake is theestablishment o a pluralist world order where a number o large regionalunits would coexist and where a plurality o orms o democracy would

be considered legitimate. At this stage in the process o globalization, I do not want to deny the need or a set o institutions to regulate international relations, butthose institutions should allow or a signicant degree o pluralism andthey should not require the existence o a single unied power structure.Such a structure would necessarily entail the presence o a centre which

 would be the only locus o sovereignty. It is utile to imagine the possi-

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Chantal Mouffe

34 Documentos CIDOB, Dinámicas interculturales

bility o a world system ruled by Reason and where power relations have

been neutralized. This supposed “Reign o Reason” could only be thescreen concealing the rule o a dominant power which, by identiying its interests with those o humanity, would treat any disagreement as anillegitimate challenge to its “rational” leadership.

By attempting to impose the Western conception o democracy,deemed to be the only legitimate one, on reluctant societies, the uni-versalist approach it is bound to present those who do not accept thisconception as “enemies o civilization”, thereby denying their rights to

maintain their cultures and creating the conditions or an antagonisticconrontation between dierent civilizations. It is only by acknowledg-ing the legitimacy o a plurality o just orms o society, and the act thatliberal democracy is only one orm o democracy among others, thatconditions could be created or an “agonistic” coexistence between di-erent regional poles with their specic institutions. Such a multipolarorder will o course not eliminate confict, but this confict is less likely to take antagonistic orms than in a world that does not make room or

pluralism.

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Resumen / Abstract

Política agonística en un mundo multipolarChantal Moue 

Chantal Moue argumenta en este texto el cambio reciente que se ha producido en eldebate político, esto es, el paso de pensar en términos de derecha e izquierda, a hacerlo en la actualidad desde el discurso de la moralidad en términos de correcto e incorrecto. Usandoel concepto de Schmitt de “lo político”, donde la política es básicamente deinida en sudimensión antagonística de amigo/enemigo, Moue sostiene que el liberalismo es, según su

misma constitución, incapaz de reconocer este antagonismo y, por consiguiente, es incapaz dereconocer la ormación de identidades políticas y colectivas. En este sentido, la autora advierteque la política está (aún) uertemente unida con las pasiones y si ello se niega, se deja la arena política abierta a aquellos que sí lo han asumido, como los partidos populistas de derechas.Por consiguiente, no es de extrañar que el surgimiento de nacionalismos populistas de dere-chas en todas partes de Europa haya tenido tanto éxito. Moue cree que el reconocimientode este aspecto en su totalidad es lo que se necesita para cambiar esta tendencia y crear lasbases de una coexistencia “agonística”.

Palabras claves: Política, lo político, democracia, teoría política, pluralismo agonístico

 Agonistic politics in a multipolar world Chantal Moue 

Chantal Moue argues that the recent shit in political debate, rom having been based onthe let-right scale, now is based on moral arguments o right and wrong. By using Schmitt’s‘concept o the political’, where politics are basically deined as riend-enemy antagonisms,Moue argues that liberalism is, by its very constitution, unable to recognize antagonism

and, thereby, unable to recognize the ormation o political and collective identities. In thisregard, she points out that politics are (still) strongly linked with passions and by denying thisone leaves the political arena open to those that have accepted this, as right-wing populist par-ties. Hence it is not strange that the uprising o right-wing nationalisms throughout Europehas been very successul. Moue believes that the recognition o this very aspect is what isneeded to combat this trend and create conditions or an “agonistic” coexistence.

Key words: Politics, the political, democracy, political theory, agonistic pluralism