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8/16/2019 A Proposito de Abbott - Chris Bachelder
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Annotation
RESEÑAAbbott es un profesor
universitario de vacaciones, padreexhausto de una niña de dos años,marido de una embarazada insomney amo de un perro miedoso.
Abbott se afana en las tareasdomésticas, aunque sus trabajos no
salen siempre como quisiera: un díase olvida de ponerle crema solar a
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su hija o la viste de invierno e pleno verano; otro día se estropeala nevera o aparece una serpienteen su jardín.
Abott parece abducido por susafanes diarios, pero no puede dejar
de ponerse constantemente eentredicho ni de percibir las
implacables paradojas de las queestá hecha la vida.
Y así, mientras limpia elvómito de la sillita de su hija sedice: «Las dos proposicionessiguientes son ciertas:
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(a) Si tuviera la ocasión,Abbott no cambiaría ni uno delos elementos fundamentalesdesu vida, pero
(b) Abbott no soporta suvida».
Compuesta por pequeñasescenas cotidianas, terroríficas
unas, maravillosas otras, A propósito de Abbott es una
descacharrante historia sobre las pequeñas desventuras, agobios y
luchas de las que está hecha la paternidad.
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CHRIS BACHELDER
A PROPÓSITO DE ABBOTT
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Título original: Abbott Awaits
Copyright © 2011 by ChrisBachelder
© de la traducción, IsmaelAttrache, 2012
© de esta edición: Libros delAsteroide S.L.U.Ilustración de cubierta: © Ed.
Carosia
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Publicado por Libros delAsteroide S.L.U.
ISBN: 978—84—15625—209
Depósito legal: B. 27.830— 2012
Diseño de colección ycubierta: Enric Jardí
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Para las maravillas:
Jennifer, Alice, Claire
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O the evening robin, at the end of a
NewEngland summer day! If I could ever
find thetwig he sits upon!1
THOREAU, Walden
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La bombilla de la lámpara delescritorio se fundió hace once días,
pero Abbott sigue girando elinterruptor cada vez que se sienta.
Es una costumbre, no unaesperanza, piensa Abbott, aunque se
d i fl i b l
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detiene a reflexionar sobre ladiferencia entre ambas cosas. Sesienta en la oscuridad y espera aque se produzca la conexión. Al
otro lado del pasillo, debajo de la puerta de su dormitorio, no hay luz,
lo que implica que su mujer duerme, o no. Está embarazada de
seis meses y tiene insomnio. ¿Ladespertaría si Nueva York quedara
reducida a un montón de ceniza yescombros? ¿A Charlotte? En todocaso, esta noche el imperio estámás o menos intacto. Abbott pincha
i l U j d j
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en un titular: «Una pareja dejaatado a un niño en un coche, al sol, para ir a cenar», pero descubre queel artículo no responde a las
preguntas que plantea dicho titular.Por ejemplo, ¿por qué hace la gente
lo que hace?, y ¿qué ha sucedido?Teniendo en cuenta cuál es el
restaurante en cuyo aparcamientosupuestamente dejaron atado al
niño, de nueve años, el verbo«cenar» no solo le parece a Abbottimpreciso sino periodísticamente perverso. Ve en otro sitio que una
i l b id d h f id
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antigua celebridad ha preferidomorirse antes que llegar a lamadurez. Otra persona ha muerto por culpa de una broma gastada co
un saco de dormir. Tras unatrampilla ha aparecido un calabozo.
En letras más pequeñas: elfuncionamiento y el mal
funcionamiento de ciertos equiposmilitares ha segado la vida de
muchas, muchas personas, y todasellas, supone Abbott, habrían preferido seguir viviendo, a pesar de todo. Recuerda que tiene que
t l é d d l j dí D b í
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cortar el césped del jardín. Deberíaacostarse. Sabe que dormir esnecesario para tener buen humor,energía, memoria reciente y remota;
piel, cerebro, corazón, espalda y pies sanos. Hay gente que llega a
morirse por falta de sueño. Peroesta noche, en una página web co
poco tráfico y cargada desuperioridad moral, encuentra u
ensayo fotográfico sobre uorfanato de Chernóbil, dos décadasdespués de la Catástrofe. Hay unaadvertencia sobre el carácter
t b d d l i á A
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perturbador de las imágenes. A partir de ese momento le resultacomplicado cerrar la página, noquiere ser de esos que no quiere
ver cosas perturbadoras. Peroantes, la ronda de seguridad en seis
pasos de Abbott: (1) hora (00.42);(2 ) vigilabebés (en silencio); (3)
luz por debajo de la puerta del dormitorio (no hay luz); (4)
otencia del acceso telefónico ainternet (49,6 Kbps); (5) abultadomontón de exámenes finales
(corregidos a medias); (6) nivel de
l id (bajo) Abbott
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luido en su copa (bajo). Abbottatraviesa la casa oscura, se dirige ala cocina para rellenarse la copa yvuelve al despacho en penumbra.
o es que no haya cajas de bombillas en el armario del
vestíbulo. Se acomoda en la silla,gira el interruptor de la lámpara.
Sabe que esto le va a doler: veráfotografías que tardan mucho e
descargarse, en las que apareceniños deformados y radiactivos,mientras su hija, de desarrollonormal, duerme al otro lado del
vestíbulo con un pijama azul y
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vestíbulo con un pijama azul yverde. La niña tiene una piel perfecta. Abbott minimiza laventana donde va apareciendo la
puntuación de un partido de béisbolde la Costa Oeste y entonces, ya
perturbado, elige una image perturbadora.
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JUNIO
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1. Abbott va a la tienda deanimales
Nunca habría que fiarse de unatienda de animales en la quetambién sirven refrescos, pero haceuna mañana soleada en el valle dePioneer, al oeste de Massachusetts,
y Abbott está dispuesto a salir aencontrarse con el mundo. Además,
tiene que ocupar otra hora para quesu mujer pueda dormir con la casa
en silencio Durante el trayecto e
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en silencio. Durante el trayecto ecoche desde la cafetería, busca lasgafas de sol en un compartimento dela puerta del copiloto y se las pone
por primera vez ese año. Lemolestan en la nariz y en las orejas.
Tienen casi diez años. Quizá eseverano sea capaz, por fin, de
romperlas o perderlas. «¿Estáslista?», le pregunta a su hija de dos
años mientras la saca de su sillitade seguridad. En el aparcamiento,la niña señala al cielo y exclama:«¡La luna!». Abbott levanta la vista
con escepticismo pero la pequeña
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con escepticismo, pero la pequeñatiene razón. Los adultos pasan a slado llevando bolsitas de peces ogrillos. Sonríen al hombre de las
gafas de sol del milenio pasado y ala niña de cabello rizado. Ya en el
interior de la tienda de animales yrefrescos, Abbott lamenta de
inmediato haber realizado esaexpedición. Para empezar, el olor.
Y esos gorjeos y esos susurros tantristes. Su hija comienza aretorcerse y, cuando la deja en elsuelo, se abalanza sobre un alto
expositor giratorio con unos pájaros
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expositor giratorio con unos pájarosde plástico que sirven, segúdescubre un consternado Abbott, para que los pájaros domésticos de
verdad no se sientan solos. Les ha puesto el nombre de Amigos. La
niña saca uno de esos objetos delos estantes inferiores y sale
disparada en dirección a lascobayas, que están dormidas o
muertas, recorre en zigzag el trágico pasillo y va pasando por hámsteresescondidos, los conejos quemordisquean cosas y lagartos que
disfrutan de la luz que emiten unas
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disfrutan de la luz que emiten unas bombillas amarillas. Casi todos losanimales, los de sangre caliente ylos de fría, esconden las caras e
las esquinas más alejadas de lasaulas o los terrarios. Abbott
advierte que, a partir de un punto alfondo del pasillo, los recintos
empiezan a contener animales queson comida al por menor para otros
animales: moscas, gusanos, larvas,cucarachas, hormigas y grillos.«Ahí —dice la niña—. Eso.» Lachiquilla le enseña su Amigo a un
escorpión aburrido. El final del
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escorpión aburrido. El final del pasillo, donde se alza una silueta decartón, a tamaño natural, de u personaje al que Abbott no
reconoce, resulta que no es el finaldel pasillo. El corredor continúa
extendiéndose en la penumbra,debajo de un tubo fluorescente
fundido. La hija de Abbott pasacorriendo al lado de la silueta a
tamaño natural, pierde un zapato pero no le importa. Abbott recogeel zapato y la sigue. Le da lasensación de que el interior del
edificio es más grande que el
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edificio es más grande que elexterior. Al fondo del pasillo,delante de unas cajas apiladas decerveza de raíz y de gaseosa co
sabor a vainilla, ve un acuario llenode artículos de fiesta de vivos
colores. Su hija también lo ve y seacerca, arrastrando un calcetín. Al
aproximarse al acuario tenuementeiluminado, Abbott advierte que está
lleno de caracoles de plástico decolores chillones. Al acercarse aúnmás, siguiendo a su hija, descubreque en la urna hay cangrejos
ermitaños —de verdad— con el
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e ta os de ve dad co ecaparazón pintado, una imagen antela cual experimenta una complejareacción. No puede evitar
preguntarse, en primer lugar, quién pintará esos cangrejos. No resulta
difícil imaginar las improvisadascadenas de montaje, la ventilació
insuficiente, los dedos estropeados por los movimientos repetitivos y
los cortes producidos por las pinzas. Piensa que la pintura decangrejos no satisface lo que élconsidera una necesidad
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omo sapiens ( sapiens quiere
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p ( p qdecir inteligente o sabio)aparecieron hace unos doscientosmil años, momento en que casi
enseguida, relativamente hablando,empezaron a decorar otras
especies. Abbott contempla uncangrejo morado con una franja
amarilla que se acerca a otro rosacon una greca azul en zigzag y,
aunque no sabe muy bien si loscangrejos ermitaños tienen sistemanervioso central, espera que, ecaso afirmativo, dicho sistema
carezca de la complejidad
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p jsuficiente para generar sentimientosde vergüenza o humillación. Egeneral, está en contra de cualquier
tipo de pintura en animales, pero eese instante le parece que u
cangrejo ermitaño constituye unachuchería particularmente
inadecuada. Hay que reconocerlo:no se trata de una criatura
demasiado alegre, y esos remolinos pintados en tonos pastel resultan,más que graciosos o monos,impropios y deprimentes.
aturalmente no falta, para el fa
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pentregado, el cangrejo de los RedSox, azul y con una B roja, solo euna esquina de la urna. Abbott se
agacha para estudiarlo y, al ver queel animal está atrapando pequeños
fragmentos de pintura paramanualidades de color verde lima,
nota un chasquido eléctrico en el pecho que sólo puede implicar que
el circuito cardíaco le ha vuelto afallar. «Bonito —dice su hija, pegando las palmas de las manos yla nariz al cristal sucio—. ¿Puedo
uno?», pregunta. Todos los expertos
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en educación infantil, cuyosconsejos su mujer le transmite deforma radicalmente abreviada,
aconsejan que se utilice la palabra«No» con la menor frecuencia
posible cuando uno habla con uniño pequeño. «No», dice Abbott.
Coge a la niña en brazos y se poneen marcha. «Vamos —dice—. Es
hora de volver a casa.»
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2. Abbott y la voltereta
En la alfombra manchada delcuarto de estar, Abbott levanta
cuidadosamente a su hija girándolasobre la cabeza, en algo parecido a
una voltereta. «Voltereta», dice el padre. «¿Papá hace?», pide la niña.
«Vale», accede, al fin y al cabo, esverano y está de vacaciones. Aparta
los libros y los animales paradisponer de más espacio. Está
entregados a divertidos juegos
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físicos; el cuerpo es un instrumento
asombroso. «Muy bien, mírame»,dice al notar que la atención de la
niña ya empieza a centrarse en unaardilla de peluche listada. Se
prepara, pero se detiene para plantearse si lo que tiene en la
cabeza es realmente una voltereta.Lleva años, quizá décadas, si
pensar en una voltereta. Lo que estáhaciendo (o lo que se dispone ahacer) no parece serlo. No puedeser una voltereta. Para empezar, lo
que se dispone a hacer (dar una
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vuelta de campana y aterrizar sobre
la espalda) se le antoja algoextraordinariamente difícil y
peligroso. Extrapola y se dice quehabrá un momento, en mitad de la
«voltereta», en que las únicas partes de su cuerpo que estarán e
contacto con el suelo serán lasyemas de los dedos y el cráneo. Y
eso da la impresión de ser unafigura gimnástica bastanteavanzada. Lo que sabe de lasvolteretas es que son ejercicios
sencillos, divertidos, espontáneos,
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un giro muy básico, por lo que
deduce que se está equivocando ealgo. Mientras se arrodilla, con la
frente en la alfombra, Abbott seconvence de que aquello no es una
voltereta, pero contempla la posibilidad de llevarlo a cabo de
todos modos, dejándose llevar por la actitud que hay que exhibir alentregarse a un divertido juego.«¡Ardilla!», exclama su hija. Smujer entra y dice: «Huy, papá estáintentando dar una voltereta.
Cuidado, papá». «Papá hace»,
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asegura la niña, a quien la cuestió
vuelve a interesar. Abbott recuerdalo que se sentía al subir al
trampolín más alto de la piscina delcondado. No podías volver a bajar
la escalera tal cual. «¿Esto es unavoltereta?», pregunta, con la frente
en la alfombra. «¿Y a ti qué te parece?», responde su mujer.«¿Está mirando?», pregunta él.«Bueno, más o menos», dice ella.Así que Abbott lleva a cabo lo proyectado, una vuelta vertiginosa y
desmañada que termina en unasl id
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leves náuseas y un gruñido. No
tanto un giro como una caídaaccidental. La respiración le sale
entrecortada y se queda mirando eltecho. Piensa que lo que le duele
puede ser el riñón. Su mujer y shija aplauden y ríen. «Tienes que
meter la barbilla, cariño», le dicesu mujer. Un hombre no sabe cuálesson sus actos postreros: la últimavez que nada en el mar, la últimavez que hace el amor. Sin embargo,a los treinta y siete años, quizá en el
punto medio de su vida, la únicai Abb b h
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que tiene, Abbott sabe que ha
intentado dar su última voltereta.
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3. Abbott y el semáforoestropeado
Después de que una tormentaeléctrica atraviese con graestruendo el valle de Pioneer,
doblando los arces y traumatizandoal perro de la familia, Abbott sale
de casa para comprar un cartuchode tinta para la impresora. Mientras
conduce va viendo grandes ramasen los jardines y las calles. Oye
unas sirenas a lo lejos. El sol ya halid l f lt j d h
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salido y el asfalto mojado humea.
Al acercarse a un cruce de doscarreteras de doble sentido, co
mucho tráfico, observa que elsemáforo está estropeado,
derribado seguramente por latormenta. No hay ningún agente de
policía para dirigir el tráfico. Pulsaun botón para cerrar las puertas delcoche. Se acuerda de lo escaso desu seguro de vida. Sin embargo, poco a poco percibe lo que está pasando delante de él en el cruce.
Los conductores, como sii t h bi ll d
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previamente hubieran llegado a u
acuerdo, están resolviendo lo delsemáforo estropeado como si en ese
cruce de dos carreteras hubiera unaseñal de stop, y están avanzando
or turnos. Si Abbott no seequivoca, esos turnos siguen u
movimiento coordinado contrario alde las agujas del reloj. De tanto etanto se produce alguna pausa en laque ningún coche circula y en la queun conductor le hace una seña aotro, que a su vez responde con u
ademán y avanza. Todos utilizan lasseñales pertinentes A lo largo de
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señales pertinentes. A lo largo de
su vida Abbott ya ha visto, dos otres veces, alguno de esos
igualitarios subgrupos circulatorios,surgidos tras la tormenta y todas
esas veces ha estado a punto deecharse a llorar. Esa ruptura en el
orden social perfectamentereparada por un grupo deconductores humanos, moralmenteimaginativos y cooperadores,dotados de un firme e instintivo
sentido de la justicia. Aquello
contradice lo que sostienen ThomasHobbes William Golding el padre
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Hobbes, William Golding, el padre
de Abbott... Cuando Abbott sedetiene delante del semáforo roto,
indica a un asiático de medianaedad que pase, que haga el giro a la
derecha que el asiático le haindicado que quiere efectuar. (El
asiático gira a la derecha y losaluda.) Abbott mira al conductor que tiene a la izquierda. Una mujer con pinta de profesora de yogatamborilea con los dedos en el
volante para instar a Abbott a
avanzar, y él la saluda con sumoentusiasmo mientras atraviesa el
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entusiasmo mientras atraviesa el
cruce de un lado a otro y se dirige acomprar el cartucho para la
impresora. La nivelación de lascalles y los desagües pluviales
están cumpliendo con su cometido.El sol brilla y purifica. Todos los
universitarios se han marchado. Ahídebería acabar la historia, pero nolo hace. Cuando acaba la historia,que es ahora, Abbott está pensandode nuevo en lo que le pasó al bebé
en Tulsa.
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4. El perro de Abbott
El perro de Abbott es un precioso, robusto y sano labrador
amarillo que muy bien podríatratarse, él enterito, del ser más
timorato de la Creación. Al animalsiempre le han dado un miedo
tremendo los truenos, los fuegosartificiales y los motores que
petardean; pero la extensión y laintensidad de sus temores ha
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veraniegas. También da laimpresión de que le da miedo algo
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impresión de que le da miedo algo
para lo cual la definición más precisa sería la de nada. Entre los
síntomas de su miedo se cuentaunos intensos temblores, los jadeos,
la alopecia y un babeo tan excesivoque las patas delanteras se le pone
relucientes y resbaladizas. La mujer de Abbott afirma con frecuenciaque el animal siente los cambios de presión, los fenómenosmeteorológicos lejanos. «No, de
eso nada», replica Abbott. Desde
hace una semana, sin motivoaparente al perro le invade el
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aparente, al perro le invade el
pánico por las noches. La mujer deAbbott, en el tercer trimestre de
gestación, se levanta frecuentementea orinar. Cuando vuelve a la cama,
Abbott se ha fijado en que el perrotiembla e intenta meterse debajo de
cosas demasiado pequeñas para que pueda meterse en ellas, mientras losadeos diseminan el mal aliento del
animal. «Será que se está acercandouna tormenta», aventura su mujer
todas las noches. Abbott siempre
abre de par en par lascontraventanas para señalar lo que
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contraventanas para señalar lo que
él cree que es la Osa Menor. «Miralleva una semana diciendo—. No
hay ninguna tormenta.» «Estarálejos —dice su mujer—. Él la
nota.» Hoy, tras cinco o seis nochessin tormentas, Abbott, incómodo
con tanto misterio e irritado con el perro, se empeña en detectar por lanoche alguna pulsación o algunaonda aterradora durante la brevevisita de su mujer al baño, al otro
extremo del pasillo. Se incorpora
en la cama, contiene el aliento,ladea la cabeza con un gesto
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ladea la cabeza con un gesto
receptivo y llega así a una hipótesis prometedora: parece que al perro le
asusta el rumor apenas audible del papel higiénico al desenrollarse.
Sabe que esa conjetura requiere uexperimento bien diseñado y u
ayudante dispuesto. Ruega a smujer que quite, sin apenas hacer ruido, el rollo de papel del portarrollos sujeto a la pared, la próxima vez que vaya. Cuando ya
haya quitado el rollo, ella puede...
Su mujer le dice que del resto sepuede encargar ella sola. Cuando
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puede encargar ella sola. Cuando
llega el momento, unas dos horasdespués, la esposa lleva a cabo la
prueba con una eficiencia quecompensa su actitud desganada.
Entretanto, Abbott observa al perrocon rigor y objetividad. Advierte
que el sujeto, aunquemanifiestamente angustiado por laausencia de su mujer, no muestralos síntomas de un episodio de pánico absoluto. La inexistencia de
terror parece confirmar su hipótesis
(aunque Abbott se siente impelido allevar a cabo varias pruebas más,
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eva a cabo va as p uebas ás,
con y sin el portarrollos sujeto a la pared). Es una anécdota que a
Abbott le gustaría contar a suscolegas en un cóctel para
profesores universitarios, si algunavez asistiera a uno; podría
considerarse una agradable,graciosa y emocionante anécdotasobre la mascota de la familia, perotambién puede convertirse en una parábola sobre la Ilustración.
Abbott imagina a los eruditos
apiñándose y apretujándose paraescuchar la historia, a punto de
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, p
derramar sus copas sobre laalfombra del decano. Para resaltar
los efectos dramáticos de lanarración (y conseguir explicar
claramente las sesudasimplicaciones sobre la formació
del conocimiento), Abbott advierteque debe tomarse ciertas licenciascon la verdad. Embellece, amplía.Omite. Por ejemplo, no ve motivoalguno por el que deba contarle al
embelesado e imaginario público
que él no suele reaccionar al miedodel perro con compasión, ni
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p p ,
siquiera con curiosidad intelectual,sino con rabia y exasperación. A
Abbott le vuelve loco que el perroviva siempre tan angustiado por ta
poco, que no lo puedan tranquilizar,cuando tiene miedo, con palabras,
razonamientos, pruebas, afecto oqueso. Abbott sabe que conviene nomencionar todo eso, pero esosdetalles resultan sumamentemolestos; el pelo en el armario, la
baba por el suelo. Hablamos de una
criatura que sabe que ha llegado lahora del paseo por el calzado que
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p p qha elegido Abbott, pero que seniega a comprender que el globo de
una fiesta de cumpleaños no suponeuna amenaza de muerte. Ahora,
abruptamente, la anécdotadesaparece y la sustituyen la rabia y
la exasperación que Abbott habíaolvidado al imaginarla. No sabe, ono del todo, por qué le producetanta rabia y exasperación esemiedo tenaz del perro. Abbott
sostiene que la hipótesis de s
mujer es indemostrable.
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5. En el que el artificiosorprende a Abbott
Resulta que las lágrimas deuna actriz muy conocida en una película muy conocida no so
lágrimas de verdad. Son un efectoespecial, añadido tras el rodaje. El
director, pillado por un heroicoorganismo de control del sector del
entretenimiento, defiende a la actrizen una entrevista, alegando que
podría haber llorado de verdad siél se lo hubiera pedido. No se lo
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pidió. Es una intérprete espléndidaque se merece un Oscar. Fue en el
proceso de montaje cuando eldirector decidió que las lágrimas
podían mejorar la escena ecuestión. Y entonces sí, incluyó
unas cuantas digitalmente. Noentiende a qué viene la polémica.Al fin y al cabo, la persecución ecoche del filme no es real, nitampoco lo es el triple homicidio.
En internet aparece un fotograma de
la película en que llora la actriz yAbbott advierte que, efectivamente,
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las lágrimas parecen falsas: soesferas grandes, redondas,
compactas, hollywoodienses, gotasde rocío en una hoja. Da la
impresión de que podrían fluir hacia arriba, subir por el rostro de
la actriz. El director declara en esaentrevista que no debemos olvidar que todo arte es una ilusión. Afirmaque, aunque las lágrimas hubierasido reales, habrían sido falsas.
Dice que hay que plantearse esa
cuestión. Abbott comprende por quéPlatón expulsó a hombres como ese
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de su ciudad. «Lo que tendrían quehacer en el cine —dice en la cena,
se supone que a su mujer, el únicoadulto presente aparte de él— es
ponerle a todo el mundo lágrimasen la cara. En las comedias, en las
películas de acción, en los dramas.A todo el mundo. A todos los personajes de todas las películas,que lloren desde los títulos decrédito hasta el final. ¿No
mejorarían así todas las escenas?
Eso es lo que me gustaría ver.»Casi todas las tardes se reúnen a
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cenar en familia, normalmentesobre las cinco menos cuarto. «Es
difícil —le dice su mujer al cabode un rato— relacionarse con todo
el mundo.» Su hija pregunta: «¿Más pepino?». Su mujer dice: «¿Sabes a
qué me refiero?». Abbott cree quesí sabe a qué se refiere. Cree quequiere decir que es imposible. Loque quiere decir es: «Por favor,corta el rollo. No te levantes de la
mesa en cuanto acabes de cenar.
Vive con nosotras, ahora, en estacasa».
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6. Abbott y la paradoja delcrecimiento personal
Abbott tiene que ocuparse de
la niña durante dos horas y quinceminutos hasta que su mujer tome el
relevo. Por la mañana su hija y éldan un caluroso paseo por los
alrededores del vecindario a pasosdesesperantemente lentos y vuelve
a casa con bastantes bellotas y una piedra lisa y gris. Abbott se prepara
antes de mirar el reloj de la cocina.Calcula la hora restándole quince
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minutos a su estimación másconservadora del tiempo
transcurrido, pero descubre que,aun así, se ha adelantado quince
minutos. La mañana bosteza ante él.Le lee un libro a la niña seis veces
seguidas, con unas ganas tremendasde prenderle fuego a la casa delautor. Su hija derrama zumo sobrela alfombra, y Abbott lo seca con lacamiseta. Contemplan el gato del
vecino en el jardín. Se cargan u
yoyó. Dan vueltas a un molinillo.Comen unas galletas en forma de
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animales. Juegan con un dinosauriode juguete, de cuello larguísimo,
cuyo maravilloso nombre científico,según descubrirá Abbott más tarde,
han cambiado en secreto para ponerle un apelativo mucho peor.
Mira el reloj y lanza un grito deangustia. Sus cuatro tazas y mediade café han sido en realidad, segúel medidor de la jarra, once tazas.Bailan como si fueran robots.
Encuentran una mariquita y unas
agujas marrones de pino que hadebido caerse del árbol de
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avidad. Clasifican unas cuentas decollares por colores, por tamaños.
Las dejan caer por superficiesinclinadas. «Papá sienta ahí», dice
la hija de Abbott, y Abbott se sientaahí. «Coge esto», dice ella, y él lo
coge. «Haz esto», dice ella, y él lohace. «Así no», dice ella. ¿Quéhacía antes Abbott en las mañanasde verano? Ni siquiera puederecordar, ni siquiera puede
plantearse la libertad, la terrible
enormidad de Su Propio Ser. Sumujer entra en el cuarto de estar, le
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da un beso en la cabeza caliente yotro en la cabeza caliente de la
niña, después se sienta en el sueloen posición de ponerse a jugar.
Abbott se bebe de un trago lo quequeda del café tibio y se va a la
cama. Oye cómo su mujer y su hijahablan en la mesa del comedor.«¿Cómo crees que deberíamosllamar al bebé?», le pregunta a la pequeña. Se produce una pausa y la
niña responde: «Guepardo». Abbott
se va sumergiendo en el sueño cola inefable sensación de alivio de
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no haber sabido, antes de ser padre,qué suponía ser padre (no sabía de
verdad cómo era de verdad ), porque de haber sabido antes de ser
padre lo profundamente agotador que resulta, hasta qué punto hay que
olvidarse de uno mismo, nuncahabría sido padre, y entonces, oahora, nunca habría sido padre deesa niña extraordinaria. Su mujer, sihubiera estado ahí, quizá habría
dicho que eso no tenía sentido.
Quizá Abbott le habría acariciadola cadera con el dorso de la mano.
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«Precisamente ahí está la gracia», podría haber dicho.
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7. La angustia de Abbott
Puede suceder en cualquier momento, en cualquier habitació
de la casa. Abbott nunca seencuentra a salvo y, por tanto, su
mujer tampoco. Esta tarde,agachado en la cocina, echando una
ración de pienso de una bolsa deveinte kilos en el cuenco de plástico en el que come el perro, ucupón doblado cae al suelo de
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la vista, tirando un poco de piensoal suelo; nota un hormigueo
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desagradable en la nuca. ¿Seguiráhabiendo comida para perros e
2017? ¿O tiendas de comestibles?¿O moneda de curso legal? «¿Te
has fijado alguna vez —le preguntaa su mujer, a la que tiene deespaldas— en que, cuando dices evoz alta un año del futuro, suenacomo un mal presagio?» El perro secome, uno a uno, los sustanciosostrozos del suelo. Abbott dice: «Y
eso no pasa cuando los ves escritos,
sino cuando los dices en voz alta.2023. 2048. El objetivo del tratado
h b d id l i i d
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es haber reducido las emisiones decarbono a la mitad en 2051.
Enhorabuena a la promoción de2040». Su mujer dice: «Voy a ver.
Un segundo. Vale: el tratado estarávigente hasta 2074». Abbott asiente.«¿Lo ves?», dice.
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8. La vida maravillosa
Los expertos creen que en laactualidad la pornografía ocupa el
uno por ciento de internet, según leeAbbott esta noche en internet. No
cabe duda de que, en algún lugar, elconfeti cae sobre unos órganos
túmidos. Cuando hace búsquedas por la red, Abbott imagina todo el porno que acecha en el interior delmonitor, justo detrás de la pantalla
en la que lleva a cabo la búsqueda.Está en el interior , dentro del
d d S l h fi í i
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ordenador. Solo hay una finísimamuselina de titulares de noticias
trágicas entre su mirada aletargaday esa abundancia de desnudos y de
penetraciones poco ortodoxas.Imagina que una pequeñatrasposición de letras en ladirección de una página web lollevará a un coño, a un ano, a una persona que orina encima de otra.Esa idea, como tantos otros
aspectos de la vida estadounidense,
lo excita y lo desanima. Ecuestiones de porno, Abbott no es
ji t O d i l d t
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mojigato. O, por decirlo de otromodo, en cuestiones de porno es
mojigato. Se pregunta si el consumode pornografía se puede considerar
de forma legítima un elemento deldesarrollo humano. Toda esasoledad y esos cargos a la tarjeta decrédito. En La vida maravillosa,Stephen Jay Gould sostiene la tesis
de que los seres humanos son unaentidad, no una tendencia. «Somos
una cosa, una parte de la historia —
escribe Gould—, no la encarnacióde unos principios generales.» Tras
áli i h ti d l i t
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un análisis exhaustivo del registrofósil de quinientos treinta millones
de años de antigüedad, situado euna cantera de piedra caliza
llamada esquisto de Burgess (y deobservar las generalizadasextinciones de especies que se produjeron después de la formacióde dicha cantera), Gould llega a la
conclusión de que la evolución dela vida humana fue
espectacularmente improbable, una
lotería. «Si, partiendo de Burgess,repitiéramos la misma secuencia u
illó d ti G ld
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millón de veces —sostiene Gould, dudo que volviera a darse la
evolución de algo semejante alomo sapiens.» Gracias a un gra
esfuerzo mental, a una noche cosuficientes horas de sueño y a laausencia de ruido ambiental, Abbott puede apuntalar mentalmente eseconcepto de forma precaria, como
un acróbata que sostiene, haciendoequilibrios, una silla en la que se
sienta una ayudante vestida de
lentejuelas. Sin embargo, cuandointenta añadir mentalmente la
proliferación de pornografía e
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proliferación de pornografía einternet a la tesis de Gould sobre la
contingencia histórica, la tarea sevuelve demasiado fatigosa y está a
punto de desmayarse, presa de laexcitación y el desánimo. Quémilagro tan atroz. Abbott sabegracias a Keats que lo más elegantees vivir en la Paradoja «si
embarcarse en una búsquedairritada». Pero también sabe que él
es, sobre todas las cosas, u
buscador irritado, con las mismas posibilidades de reformarse que u
perro tembloroso (Hay lluvia en el
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perro tembloroso. (Hay lluvia en eltejado, una canción en el monitor.
Podría teclear zorras cachondas yzanjar la cuestión.)
9 La imaginaria carta de
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9. La imaginaria carta deAbbott a un imaginario
experto en infancia ypaternidad que publica
artículos en medios detodo el país
Esto podría formar parte de lasección a la que envían sus cartas
los Padres en Apuros. Abbottexplica que casi todas las mañanas
se levanta pronto con su hija, unaniña pequeña, mientras su mujer,
que padece insomnio y está
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que padece insomnio y estáembarazada, intenta dormir unas
horas. Prepara el desayuno para laniña y se sienta con ella mientras se
lo toma. Sí, vale, está muy biehacer cosas con ella, pero la verdades que, casi todas las mañanas,Abbott se muestra indiferente ytaciturno. A veces (no hay que
olvidar que es muy pronto, que notienen niñera y que él está
cansadísimo y que cada vez parece
menos probable que lo llamen paraque cuente alguna anécdota
fascinante en la radio pública)
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fascinante en la radio pública)hunde la cabeza entre las manos. La
niña come y parlotea al otro lado dela mesa mientras Abbott se frota los
ojos con las palmas de las manos.Sin embargo, de vez en cuando, por motivos que desconoce, Abbott semuestra alegre y bromista en eldesayuno. Hace muecas, pone
voces, se esconde detrás de lascajas de cereales, finge escupir
comida asquerosa, agita los brazos
y vuela en torno a la mesa. Usegundo, ahora llega la pregunta. A
la hija de Abbott le encanta que ese
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la hija de Abbott le encanta que eseextraño padre haga acto de
presencia, si bien nunca puede dar por segura su presencia. A Abbott
le preocupa su propia inconstancia.Sabe que la constancia de un padreresulta fundamental, que los niñoscrecen fuertes cuando sienten unaestabilidad y una regularidad e
casa. La pregunta, pues, es lasiguiente: ¿debería abandonar esa
infrecuente jovialidad y mostrarse
sistemáticamente mohíno y frío eel desayuno? Lo firma, atentamente,
El Resentido del Valle
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El Resentido del Valle.
10 Abbott y losl t i t j bit
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10. Abbott y loslevantamientos jacobitas
Abbott se sienta en el borde de
la cama de su hija después de queésta despierte de una larga siesta.
La niña está contenta y con muchasganas de cantar. «El petendiente»,
entona dando palmadas. Tiene losdedos tan abiertos y extendidos que
se le doblan un poco hacia atrás, demodo que, al juntar las manos, solo
se tocan las palmas. «El petendiente», canturrea. Tumbada y
debajo de la sábana a Abbott le
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debajo de la sábana, a Abbott le parece minúscula y enorme. Está
arrebolada y sudorosa. «Papá — dice—. El petendiente.» Abbott no
sabe dónde ha aprendido esacanción. «Es una palabra parecidala corrige—, pero se dice
pretendiente.» Su hija canta: «El petendiente, el petendiente». «Sí, se
parece —insiste él—, pero es pretendiente.» Su hija canta: «El
petendiente, el petendiente». Abbott
insiste: «Se parece, cariño, pero sedice pretendiente. Pretendiente.
Pretendiente». Su hija dice:
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Pretendiente». Su hija dice:«Papá». «Es una erre, rrrrrrrrr —
aclara él—. Pretendiente.» Su hijada palmadas y entona,
equivocándose, una frase sobre elmar. Abbott canta:
El pretendiente se ha perdidoen el mar.
Mi Bonnie en la mar está.El pretendiente se ha perdido
en el mar.
Oh, que vuelva mi Bonnie ya2.
La niña dice: «Cuidado,P H i d
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La niña dice: «Cuidado,Popo». Hace que su poni de
peluche vaya subiendo por la paredy canturrea en voz baja: «El
petendiente, el petendiente». Abbott pasa al estribillo:
Que vuelva, que vuelvami Bonnie a mi lado.
Que vuelva, que vuelva,que vuelva mi Bonnie ya.
Su hija dice: «¿Abres
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palabra «muerte». ¿Quién le haenseñado a su hija esa canció
popular escocesa sobre CharlesEd d S ( B i P i
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p pEdward Stuart («Bonnie Prince
Charlie»), quien, en 1745, tras dosdécadas de exilio en Italia, regresó
a su patria con la intención de quesu familia volviera a ocupar eltrono inglés, aunque fueinterceptado por los casacas rojas yse vio obligado a escapar del país
disfrazado de criada? Tampoco esque la niña se la haya aprendido
muy bien, pero aun así. Abbott
entona el estribillo otra vez, cohistrionismo. Intenta recuperar la
atención de su hija, que ha bajado at d l tá d l
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j , q jgatas de la cama y está pasando las
páginas de un libro sobre un coyote.«El petendiente, el petendiente»,
entona. « Rrrrrr », corrige Abbott,que, siendo sinceros, no tiene unaidea muy clara de cómo funciona elrégimen monárquico inglés y que,hasta veinte minutos después, no
lleva a cabo una búsqueda einternet para averiguar el origen de
la canción mientras la niña le pide
sin éxito que le dé uvas. «Erealidad habla de una señora que
desaparece —le miente a su hija,l j d él i d l
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p j ,que se aleja de él corriendo por el
pasillo— y que creo que tuvo no séqué accidente en el mar...» Esa
noche, en la cama, la mujer deAbbott, resentidamente despierta,declara que es incapaz de aguantar la música infantil y que se va avolver loca, pero loca de verdad, si
no se saca de la cabeza esaespantosa canción que aparece e
uno de los CD nuevos de su hija.
Abbott la comprende. Desde haceveinte minutos le está taladrando la
mente otra canción, de un tonol t t á i b
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,levemente trágico pero que acaba
resultando ininteligible, llamada«Hinky Dinky Dee». Su mujer se
revuelve entre las sábanas. «Te lavoy a cantar —le dice a Abbott—.Te la regalo.» Entona un estribilloenloquecedor:
Mi diente, mi diente.Con mi diente hago de todo.
Se me cae y me sale otro.
Mi diente, mi diente.
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11. Abbott y la trona
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. bbo y o
Abbott está en el camino deentrada a la casa, lavando la trona
de su hija con una manguera, unaesponja y un cubo de agua
abonosa. Los vecinos pasan por delante y dicen madre mía, quétiempos aquellos. Dicen que ojaláles lavara también el coche cuandotermine. Dicen que debería montar
una pequeña empresa. Los vecinos
se detienen con los perros sujetos por correas y le cuentan anécdotas
de fruta podrida y yogures queaparecen debajo de los cojines del
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aparecen debajo de los cojines del
asiento, de misteriosas pestilencias,de asquerosos hallazgos. Ah, eso no
lo echan de menos. Abbott respondeque sí, que las tronas se ponehechas un asco. Los vecinos añadeque ellos tuvieron arcadas muchasveces, literalmente. Uno no lo
entiende, afirman, hasta que tienehijos. Lo sé, dice Abbott, es
horroroso. Una mujer que Abbott
cree que se llama Laura le cuentaque su marido está descansando u
par de días después de lavasectomía Abbott cambia el
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vasectomía. Abbott cambia el
mando de la nueva manguera, pasade ASPERSOR a CHORRO, y el
agua impacta de tal modo en latrona que esta se levanta y quedaapoyada en dos ruedas de plástico.Unas uvas pasas resecas salevolando como metralla. Un arco iris
pequeño y personal lanza destellosen la neblina alrededor del nuevo
accesorio de la manguera.
12. Abbott acapara el MalHumor
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pHumor
Como tantos otros antes que él,
Abbott descubre, después decasado, que el matrimonio es una
lucha (clínicamente, unanegociación) por ver cómo se
reparte el Mal Humor. Unmatrimonio, sobre todo umatrimonio con hijos, no puedefuncionar bien si ambas partes
andan de mal genio; por lo tanto, elMal Humor es un privilegio del que
no pueden gozar los dos cónyuges ala vez ¿A quién se le permite estar
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la vez. ¿A quién se le permite estar
de Mal Humor? Esto se convierteen una lucha cotidiana. En una
Unión Perfecta, el Mal Humor sedistribuye de forma ecuánime, comoel cuidado de los niños o las tareasdomésticas. Hay una custodiacompartida del Mal Humor. Si un
cónyuge se pasa todo un fin desemana rezongando, el otro puede
hacerse cargo del Mal Humor entre
semana. Si uno de los dos seencuentra abatido durante el
desagradable período que va deldía de Navidad al de Año Nuevo
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día de Navidad al de Año Nuevo,
el otro puede reclamar para sí el deAcción de Gracias, Pascua y el
Cuatro de Julio. Sin embargo, en umatrimonio normal, uno de losmiembros de la pareja tiende aadueñarse de ese estado de ánimode forma desproporcionada. A este
fenómeno se le denomina Acaparar el Mal Humor. Un jueves del
pasado mes de febrero, de forma
pacífica, Abbott le cogió el MalHumor a su mujer mientras hacía
una larga cola en el supermercadoBig Y, y lleva cuatro meses sin
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Big Y, y lleva cuatro meses sin
cedérselo. Eso se llama Acaparar el Mal Humor. Es un síntoma del
buen carácter de su mujer que estano intentara, inicialmente, recuperar el Mal Humor, cosa a la que teníatodo el derecho. Al fin y al cabo,está embarazada y duerme fatal.
Durante las primeras semanas, el primer mes incluso, dejó que
Abbott se lo quedara, sin hacer
preguntas. Como una bibliotecariasimpática, siempre se ha mostrado
muy comprensiva con los retrasos;además, Abbott sospecha que han
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además, Abbott sospecha que han
llegado al acuerdo tácito de que élnecesita el Mal Humor un poquitomás que ella. Aunque nunca hanllevado un registro (al menos, élno), está bastante seguro de que élha sido el dueño mayoritario delMal Humor desde que está
casados. Además, supone que ellaimagina que obtendrá un interesante
paquete de compensación anímica a
cambio de la paciencia y de la buena disposición. No obstante, a
medida que van transcurriendo lassemanas y los meses, Abbott nota
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semanas y los meses, Abbott nota
que su mujer empieza aimpacientarse, que quiere recuperar el Mal Humor, que lo intentarecurriendo a las relacionessexuales, y negándose a mantener relaciones sexuales. Lo intentarecurriendo al humor jovial y
después a las amenazas joviales.Podemos hacerlo, le dice, de la
forma fácil o de la difícil. Le dice
que puede partirle las rodillas. Alfinal acaba recurriendo a
estrategias de guerrilla, a losataques por sorpresa, a unos
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q p p ,
rápidos y profundosempeoramientos del estado deánimo pensados para mejorar elhumor de Abbott y lograr unequilibrio marital. Pero él no cede.Quiere tener el Mal Humor (sienteque lo necesita), y renunciar a él
tras mantenerlo tanto tiempoempieza a parecerle algo arbitrario.
Si ha sido suyo tanto tiempo, ¿por
qué tiene que traspasarlo ahora?Muchas veces tiene la sensación de
hallarse en un estado rayano en elgoce o la satisfacción, pero en esos
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g , p
momentos, al darse cuenta del peligro, vuelve a refugiarse en elcentro del Mal Humor. Y esta tardeAbbott vuelve de la ferretería y veque su hija pequeña sale corriendo por el camino de entrada pararecibirlo. Dice «papá» una y otra
vez, se aferra a su pierna como uniño en un anuncio de un seguro de
vida o de una hipoteca. Le sonríe
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13. Abbott sufre lapunzada de la
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reivindicación
En esa esquina del sótano, buscando unos rodillos y una
bandeja de pintura en el interior yalrededor de unas cajas de cartón,
Abbott encuentra el agua. Veintelitros, puede que no ocultos, pero
indudablemente a buen recaudo.Tras la perplejidad inicial se
adueña de él una sensación desatisfacción, sustituida a su vez por
la turbación. No es una discusióque a uno le apetezca ganar.
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q p g
Mientras la mujer de Abbott nomuestre ninguna preocupació
respecto al apocalipsis, mientraslos argumentos que emplee surjade unas ideas irracionales sobre laesperanza y el progreso, mientrasno compre de tapadillo artículos
para una emergencia, el hogar deambos puede seguir existiendo e
un equilibrio delicado pero
sostenible. Es él quien teme ladesastrosa caída de la civilizació
occidental, no ella. Y, ahora, esa prueba espantosa, esa visió
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desagradable del interior de smujer. Qué difícil es conocer aalguien, y qué poco deseable.Veinte litros. Abbott cruza el sótano para buscar los diez litros que él haescondido en la esquina de enfrente.Ahí están, debajo de una cama
elástica rota, con aspecto de ser insuficientes. No sabe muy bien si
ella tiene el doble de miedo o si es
el doble de eficiente.
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14. En el que Abbott noconsigue terminar una
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tarea bastante sencilla
Cuando Abbott entra en casadespués de haber segado el césped,
ve que su mujer le está cortando el pelo a su hija en medio de la
cocina. La niña está sentada en latrona con una toalla sobre los
hombros. No se mueve; tiene ugesto serio, estoico. Su mujer,
concentrada, se muerde el labio;está utilizando las únicas tijeras de
la casa, las que también emplea para cortar papel, cartón, tela,
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alambre, goma, cuerda, bolsas de pienso, paquetes plásticos de pilas
y, en una ocasión, en mitad de lanoche, aluminio. «No sabía queibas a hacer eso...», le dice Abbottmientras se enjuga el sudor derostro y cuello con papel de cocina.
La mujer humedece el cabello de laniña con un pulverizador que él no
ha visto hasta entonces ni una sola
vez. Se siente como si fuera uintruso. Intenta desaparecer yéndose
al perímetro oscuro de su pequeñacocina, pero no existe. «¿Cuándo
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has aprendido a hacer eso?», pregunta. Su mujer se agacha ycierra un ojo para comprobar que laniña lleva el pelo igualado por detrás. Demuestra mucha habilidad,
mucha confianza; mucha pericia yvalentía con esas tijeras romas. «La
verdad es que no he aprendido eningún sitio —dice—. Lo estoy
haciendo y ya está.» A Abbott le
parece que el círculo de rizos querodea la trona tiene un significado
ceremonial o ritual. A él leresultaría tan complicado cortarle
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el pelo a su hija como extraerle elapéndice. Ni siquiera se ha planteado la necesidad de cortarleel pelo, pero evidentemente hay quehacerlo. ¿Cuál es la reacció
adecuada ante el primer corte de pelo de una hija? ¿Por qué siente
tristeza y miedo? Su mujer da uúltimo y leve tijeretazo y después
se pasea en torno a la silla mientras
alisa con cuidado varios mechones.«Ya está —declara—. Ha quedado
estupendo.» Abbott asiente. Esverdad que ha quedado estupendo.
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Da un paso para alcanzar el centrode la sala y posa la mano sobre lacabeza de la niña. «Papá, no», diceesta. «¿Te importa barrer el pelo?»,le pregunta su mujer. Él se acerca
sigilosamente al armario para coger la escoba y la cosa esa en la que
metes lo que has barrido. «¿Quieresverte?», le pregunta la mujer a la
niña, sosteniéndole un espejo. Él
barre el cabello, lo mete en esacosa y se queda sosteniéndola.
Tirabuzones de oro, eso es lo queson. «¿Y con esto qué se supone
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que hago?», pregunta. «Tirarlo»,dice su mujer. Abbott se aproximaal cubo de basura, abre la tapa y velos posos de café, una zanahoriacorreosa, unos tallarines húmedos y
un pañal. Cierra la tapa. La mujer sostiene el espejo y le ahueca el
pelo a la niña en torno al cuello. Ledice: «Bueno, ¿por qué no lo llevas
fuera y lo esparces al viento?».
Abbott dice: «¿En serio?». «Es biodegradable», dice ella. Abbott
lleva fuera el pelo de su hija. Pasaal lado del boj y pasa al jardí
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mientras percibe el olor a hierbacortada y tubo de escape. El gatoatraviesa el jardín como unacentella, lo que le recuerda aAbbott que él tiene un gato. Los
pájaros están montando un graestruendo en los árboles; él alza la
vista y mira el sol con ojosentrecerrados. Después vuelve a
posar la mirada en el cabello
dorado sobre la superficie de plástico verde. Vuelve a pasar al
lado del boj y entra en la casa. Smujer y su hija se han ido a otra
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habitación. Oye sus voces. De ucajón de la cocina saca una bolsa para sándwiches. Mete el cabelloen el interior, la cierraherméticamente y la coloca detrás
de un libro de cocina en lo alto dela nevera, donde se quedará para
siempre; o hasta que su mujer laquite de ahí.
15. El expatriado
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La paternidad es un país lejanoy peculiar con unas costumbres y u
idioma propios. Aquellos que noviven en Paternidad, al oír a los
ciudadanos de Paternidad puede pensar que estos han sufrido unalesión en una parte pequeña peroimportante del cerebro. «¡Estas noson las toallitas para pieles
sensibles! —grita la mujer de
Abbott desde el cuarto de la niña. Y hay que lavar estos libros que
tiene aquí.» «¡Oye! —aúlla Abbott. ¿Por qué has borrado los
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dibujos de Blue Robot?»
16. Abbott y el utensilioinadecuado
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A Abbott le da vergüenza su
escoba. Sabe que no es el utensiliomás indicado para la tarea prevista.
A lo largo de su vida adulta ha idoacumulando un número nada
desdeñable de utensilios, lamayoría de los cuales resulta queno son los más indicados para lastareas previstas. Abbott vio que sus
vecinos (hace meses, cuandodespuntaba la primavera) barría
las piedras que había arrastrado lanieve, para sacarlas de los jardines
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de entrada y echarlas a la calle, counas enormes escobas que servíatanto para interior como paraexterior. Esos objetos teníanmangos de goma, cerdas muy duras
y garantía de por vida. La de Abbotes un sencillo modelo de cocina y
apenas sirve para quitar la gravilladel garranchuelo. Imagina a u
grupo formado por los primeros
colonos de Nueva Inglaterra, que loobservan desde la calle y tuercen el
gesto. Abbott sabe que deberíacomprar una escoba más adecuada,
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pero siente que si lo hace se estarácomprometiendo de forma absolutacon esa casa, ese jardín, ese barrio,esa familia, ese estatus económico,ese clima, esa región y sus ciclos
desconocidos: la retirada de lanieve en invierno, los barridos de
primavera; la recolocacióestacional de la gravilla. Si se
convierte en dueño de una escoba
así, barrerá ese jardín infestado demalas hierbas toda su vida, hasta
que muera. La escoba inadecuada leda vergüenza, pero no le cierra
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puertas. Le permite disfrutar de lalibertad del inexperto, aunque laverdad es que esa tarde en el jardíno la está disfrutando mucho. Pararecoger las piedras que hay entre el
césped y los hierbajos se veobligado a rastrillar con una fuerza
desproporcionada, no tardan edolerle las muñecas y los
antebrazos, y advierte que empieza
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niña estaba rogándole algo (Abbotno recuerda el qué), y él le ha
alzado la voz. Le ha dicho:«Cállate». Ha gritado. «No haces
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más que insistir e insistir e insistir le ha dicho—. Es que no paras.»Abbott sabe que los padres nodeben gritar, que los gritosempeoran las cosas y que con ellos
los niños aprenden a hacer lomismo. Sabe que debe emplear u
tono de voz tranquilo y equilibradoen todo momento. Sabe que debe
aplaudir lo que se hace bien e
ignorar lo que se hace mal hasta queesto último desaparece para
siempre. Abbott se percata de quela escoba se está deshaciendo. La
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gravilla se ha enredado entre lashebras de paja y para sacarlasnecesitará recurrir a algún utensilioque no tiene. Ya es bastantenegativo que le haya gritado a s
hija. Pero es aún peor que elexabrupto dirigido a la niña de dos
años haya reproducido casiliteralmente lo que le dijo varias
noches antes, en tono más bajo pero
con mayor agresividad, a su mujer.Se ha dado cuenta al pronunciar las
palabras esta mañana, al oírlas, alnotar el familiar sonido del insistir
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e insistir e insistir . Hay diversasmaneras de analizar su pésimareacción, diferentes estrategias para plantear la acusación. Eshumillante, sospecha Abbott,
hablarle a tu mujer del mismo modoen que le hablas a tu hija pequeña,
pero puede resultar directamenteinquietante que le hables a tu hija
pequeña del mismo modo en que lo
haces a tu mujer. En ambos casos,eso implica que él se ha
comportado como si estuvieracasado con una niña pequeña.
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Aunque se consuela al sospechar que el problema, en realidad, esmucho más grave y está mucho másgeneralizado, que no secircunscribe a su mujer y su hija.
Cree que le podría haber gritado asía cualquiera, a cualquier cosa, de
su pequeño y suplicante mundo.Todo en torno a él insiste. Todos
los días, esos aprovechados y esos
pedigüeños: el gozne roto, la bañera mohosa, el perro que tiene
que mear. Por la calle,aproximándose, ese universitario
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sudoroso que pide firmas paraconseguir un aire más limpio.
17. El Día del Padre
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Ya hace calor a las 8.36cuando Abbott y su hija se
acuclillan al lado de la alcantarillaque hay en la cuneta, delante de scasa. La niña dice: «Piedras».Abbott coge tres piedrecitas, se las pone en la palma de la mano y la
acerca a su hija. Esta extrae unautilizando el pulgar y el índice, la
sostiene encima de la alcantarilla
durante un instante y la deja caer.Ambos aguardan el sonido de la
piedra al llegar al agua: un ploptenue y agudo que resuena por el
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túnel oscuro. La niña se ríe al oírlo.Abbott vuelve a acercarle la palmade la mano, la niña extrae otra piedra, la tira por la alcantarilla yse ríe cuando llega al agua. Abbott
le ofrece la última piedra, y la niñala coge y la tira por la alcantarilla,
pero esta piedra es demasiado pequeña y plana para hacer ruido.
La niña se queda inmóvil varios
segundos, esperando el sonido.Entonces dice: «¿Más piedras?». A
Abbott no le resulta cómodo estar en cuclillas. Ha empezado a dolerle
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la cadera derecha. Claro que ha pensado que puede ser artritis.Coge tres piedras más, se las poneen la palma de la mano y la acercaa su hija. Un enérgico hombre
canoso, catedrático o catedráticoubilado, se acerca a la alcantarilla
y se detiene. «A mis hijos lesencantaba tirar piedras por esa
maldita alcantarilla hace treinta
años —le cuenta a Abbott—. Todoslos niños de este barrio han lanzado
piedras por ahí. Décadas de piedras. Me extraña que no se haya
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obstruido.» El tono de voz delhombre, una compleja mezcla decomprensión y severidad, es unacaracterística única de esa región ysigue dejando perplejo a Abbott,
que se crio rodeado de lascomodidades de una simpatía
superficial. No sabe si sentirsealiviado por formar parte de una
estirpe o molesto por lo prosaico
de sus tribulaciones. «Que pase u buen día», le dice Abbott al
hombre. Su hija dice: «Hombre».Con el pulgar y el índice la niña
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extrae una piedra de la palma que letiende Abbott, sostiene la piedra,remoloneando, por encima de laalcantarilla, y la deja caer. Sonríeal oír cómo resuena el plop. Dice:
«Plop». Extrae otra piedra de lamano de Abbott, la sostiene por
encima de la alcantarilla, la dejacaer. La piedra, al llegar al agua,
produce un sonido tenue y agudo
que resuena levemente por el túneloscuro. «¿Más piedras?», pide la
niña. «Aquí tienes otra», le ofreceél, acercándole la mano. Son las
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8.39, hace calor. En algún lado, uncortacésped ya zumba. Abbott dejade acuclillarse y se sienta en lacalzada, junto a la alcantarilla. Uvecino pasa por delante y los
saluda. Hay docenas, si no cientos,de piedrecitas a su alcance. La niña
tira una por la alcantarilla, sonríe aloír el sonido. ¿Más piedras?, pide.
Un perro ladra en algún jardí
trasero. Una nube tapa y luegodestapa el sol. El campus resulta
lejano y teórico, como una galaxia oel cielo. Hay algo que va más alládel tedio. Se puede atravesar todo
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el tedio y salir por el otro lado, yese es el don que hoy ha recibidoAbbott. Coge una piña, se la poneen la palma de la mano y se la
acerca a su hija. La niña abre losojos de par en par y suelta unas
risas. Agarra la piña y dice:«Piña».
18. Todas lasobservaciones, según
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advirtió Darwin, debenreforzar o contradecir una
opinión para resultarútiles
A Abbott le gustaría creer quees un buen hombre, pero su mujer está en el piso de arriba sollozando,
y él está abajo con el pegamento de
contacto.
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19. La mente de Abbott
Abb d l á
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Abbott da un volantazo y está a punto de chocar contra un buzó
mientras intenta leer un cartelmanuscrito en el que se anuncia el próximo sermón, titulado LATOLERANCIA Y EL AMOR NOSON LO MISMO. No hace falta
comentarlo ni reaccionar a él. Nisiquiera hace falta pensar. Abbott
sabe que se supone que debes
imaginar que tu mente, tconciencia, es una habitació
limpia y vacía, ventanas abiertas e paredes opuestas, por la que correel viento. Ese viento es el mundo,
d
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que aparece y desaparece, o quequizá solo aparece. A él le gustaañadir unas cortinas blancas yondulantes que den forma al viento,
aunque no tarda en descubrir que ela habitación de su conciencia hay
cierta broca, una taladradorainalámbrica cuya batería hay que
cambiar. Le va a hacer falta una
toma de corriente. ¿Llega laelectricidad a esa sala? No
recuerda cómo se llaman las cosasque rematan las barras de lascortinas. Tienen un nombre. Eli f li
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viento forma un remolino en shabitación y levanta polvo. Sin que pueda evitarlo, el anunciomanuscrito del sermón inspira
varias ideas a Abbott. Una idea esque la tolerancia, aunque,
efectivamente, no es idéntica alamor, sí se encuentra, en un
imaginario Continuum de los
Afectos, mucho más cerca del amor que el uranio enriquecido. Otra
idea, enterrada debajo de la primera como el superviviente deun terremoto, es que en realidad no
i t d l i l
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existe nada que sea lo mismo que elamor, incluyendo el amor.
20. El malestar es para losarrendatarios
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Algunas historias, como esta,
tienen más de un final. Aquí va el principio: cuando su familia se
instaló en una casa del oeste deMassachusetts, Abbott se encontróuna alfombra de tres por cuatrometros, medio enrollada y apoyadaen una pared del inacabado sótano.
Poco después de la mudanza,
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lugar empezó a apestar. Una noche,mareado por las emanaciones,
Abbott indaga y se da cuenta con uescalofrío de que un pis de gatoque, al parecer, nunca se secaempapa la alfombra Resulta ya
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empapa la alfombra. Resulta yaimposible no enfrentarse a la
cuestión. Tiene que hacer algo conla alfombra, sin perder un instante.
La enrolla (torciendo el gesto al ver el húmedo cemento de debajo),
abre las oxidadas puertas metálicasde acceso al sótano, arrastra ese
peso mojado y cilíndrico por seis
escalones de madera y lo sube alardín trasero, después rodea con él
la casa y llega al camino deentrada. Ahora ha llegado elmomento de la reflexión. Laalfombra es demasiado grande para
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alfombra es demasiado grande paradejarla en el bordillo y que la
recoja el camión semanal de la basura, demasiado grande tambié
para llevarla en el interior o en eltecho de su coche y trasladarla así
al vertedero. Abbott sabe lo quehay que hacer, y coge del garaje una
sierra normal de carpintero, con la
que intenta cortar una franja dellado de los tres metros. Si
embargo, la alfombra tiene un bordegrueso, reforzado, según acabarádescubriendo Abbott, con un hilometálico resistente a las sierras
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metálico resistente a las sierras.Así pues, vuelve al garaje y sale
con un enorme par de tijeras de podar, y, con cierto esfuerzo, logra
desprender el borde. La palabraque no puede recordar hasta mucho
después es orillo. El sol se ha puesto por detrás de las copas de
los árboles grandes, pero la noche
sigue siendo bastante calurosa, yAbbott suda. Las ventanas de la
casa están abiertas y oye que smujer le dice a su hija: «Con la boca, no». Una vez que hadesprendido el borde de la
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desprendido el borde de laalfombra con las tijeras de podar
puede, realizando un esfuerzoconsiderable, cortar una franja de
tres metros con la sierra, y sedetiene en el borde de abajo para
recurrir de nuevo a las tijeras.Gracias a esa combinación de
herramientas practica siete cortes
largos y crea ocho franjas dealfombra asquerosa y orinada, de
tres metros de largo y unoscincuenta centímetros de ancho. Latarea le lleva un buen rato. El hilometálico del interior de los bordes
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metálico del interior de los bordesle hace cortes en los dedos, que
tiene mojados de pis y con granosviscosos de arena de gato. Oye que
su mujer le dice a su hija: «Hallegado la hora del baño». Los
vecinos pasan por delante y vecómo corta una alfombra con una
sierra. Sabe que es posible que
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de entrada como si fueran leña.Cuerda, piensa. Oye que su mujer
le dice a su hija: «Ahora, a lacama». Abbott guarda las tijeras de podar y la sierra en el garaje, ybarre la arena y la pelusa de la
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barre la arena y la pelusa de laalfombra que hay en el camino.
Después saca del garaje un cubo de basura vacío y una caja de bolsas
para césped, muy resistentes.Coloca los rollos de alfombra e
dos bolsas, cuatro en cada una, laslevanta y las tira al cubo. Intenta
poner la tapa haciendo fuerza, pero
no cierra. Ese único astro nítidodebe de ser Venus. Abbott recuerda
que el camión de la basura no pasahoy sino al día siguiente. Prefiereque el atestado cubo sin tapa no sequede acusadoramente en la acera
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quede acusadoramente en la aceradurante treinta y seis horas, así que
decide llevarlo a rastras al garajeotra vez. Tanto arrastrar acabará
agujereando el fondo del cubo, peroAbbott todavía no lo sabe y el
asunto no le preocupa. Pulsa utimbre iluminado y fijado sobre u
cuadradito de madera, y la puerta
del garaje desciende lentamentecomo el telón al final de una obra.
Y aquí es donde la historia se bifurca como un rayo, donde tocatierra en cuatro puntos distintos. Elprimer final trata de Ernes
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primer final trata de ErnesHemingway y la masculinidad:
Abbott sale a pescar unas truchasmoteadas en un arroyo frío, las mata
dándoles golpes contra una piedra,las envuelve en hojas y las deja e
la sombra hasta la hora de la cena.El segundo final presenta un tono
frío y familiar, es otra variación de
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menos se desarrolla del siguientemodo: casi cualquier tarea, por
repulsiva que pueda resultar al principio, puede, si se aborda coIngenio y se ejecuta coLaboriosidad, producir
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, psentimientos de Satisfacción y
Placer.
21. Abbott y el día más
largo del año
E t l j t d l t
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Entre los juguetes del cuarto
de estar hay un rompecabezas deanimales de la selva y sus sonidos,
que responde a los cambios de luz yque funciona a pilas, que le haregalado a la hija de Abbott o unamigo de Abbott sin niños o unamigo de Abbott que odia a Abbott.
Esta noche, como todas las noches,
él y su mujer ordenan el cuarto deestar después de acostar a la niña.
Esta noche, como todas las noches,cuando apagan la luz después deordenar activan un potente sonidode animal selvático que responde a
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q plos cambios de luz: un chillido
genéricamente salvaje que surge delfondo de la caja del rompecabezas.
Un mono, quizá, o un loro. Estanoche, como todas las noches, el
sonido de animal selváticoconstituye una sorpresa
insoportable, una emboscada.
Abbott y su mujer se ríen y dice palabrotas. Joder y mierda, por
ejemplo. Esos improperios, comovan dirigidos a un rompecabezas para niños de dos a cuatro años,suenan más vulgares y, por tanto,
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g y, p ,más satisfactorios. Esta noche,
como todas las noches, Abbottafirma que le va a quitar las pilas a
esa mierda de trasto. En el exterior,el sol se está poniendo y el cielo ha
adquirido ese color que resulta precioso y aterrador. «Ya, ya, ya»,
dice su mujer mientras desaparece
por el pasillo oscuro. Este día,como todos los días, es infinito y se
ha agotado.
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22. El Índice de
Tapacubos de Abbott(ITA)
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Mientras Abbott se dirige acasa atravesando en coche el valle
de Pioneer, su estado de ánimomejora cuando ve un reluciente
tapacubos apoyado en un arce, ydespués otro en una estropeadavalla de madera. Parecen brillantesmedallas concedidas a la raza
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semana con un coche nuevo.Advierte, además, que a las ruedas
del lado del conductor les falta eltapacubos. El coche, tan elegantehace pocos días, ahora parecedestartalado. Considerando la
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posibilidad de que haya un fallo e
el diseño, Abbott da la vuelta paraestudiar el lado del copiloto, y ve
que esos tapacubos tampoco están.Con independencia de lo que quiera
creer, Abbott sabe queestadísticamente resulta muy poco
plausible que se hayan caído los
cuatro tapacubos de ese cochenuevo. Detiene el vehículo justo
tras pasar por delante del caminode entrada del vecino, vuelve lacabeza y se queda mirando esa nadanegra del centro de los neumáticos.
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Siente que se halla inmerso en u
drama de fuerzas moralesenfrentadas, como las que
encontramos en Hawthorne. Abbottse pregunta si será descabellado
pretender vivir y educar hijos en u país en el que la cifra de tapacubos
apoyados (TA) supera la cifra de
tapacubos robados (TR). Imaginauna lista de las naciones
industrializadas, clasificadas coarreglo a un índice de tapacubos: la proporción TA:TR, el resultado decalcular la media de tapacubos
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apoyados por cada tapacubos
robado. Un índice de 2 sería la prueba de una gran altura moral. La
verdad es que cualquier cosa por encima de 1 sería un indicador de
virtud, pues apuntaría a que predominan los sentimientos más
nobles de los ciudadanos, aunque
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23. El S. R. C. de Abbott
Lamentablemente, de nuevo,Abbott no podrá asistir. Le pilla en
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p pun mal momento. Al consultar suagenda, se entera de que el día ecuestión tenía un compromiso. Ese
día tiene que levantarse pronto cosu hija para pasarse dos o tres
horas jugando con botones y cuentasde collares en el cuarto de estar.
Hay botones pequeños que caben e
los grandes, y muchas de lascuentas lanzan destellos. No es una
ocasión que pueda perderse.Lamenta no poder siquiera pasarseun minuto a saludar porque tieneque ir al supermercado Big Y a
i di i i dól
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comprar ciento diecisiete dólares
de alimentos, pese a que su mujer ya hizo la compra hace cuatro días.
Debe dejar en el coche el tentempiéque con tanto cariño ha preparado,
para que su vorazmente hambrientahija, que por algún motivo nunca
tiene apetito en casa, se vea
obligada a comer artículos delsupermercado, lo que implica que
Abbott acabará pasando una cajavacía y una botella vacía por lacaja, que le costarán cinco dólarescon cincuenta y ocho centavos.D é d d l
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Después, cuando guarde la compra,
sacará la caja y la botella de la bolsa y las tirará directamente al
cubo de reciclaje. Va a estar muyocupado atando fuerte la cuerda del
globo de helio de la oficina bancaria del interior de Big Y,
alrededor del asa del carrito de la
compra, porque a su hija le dará u patatús si el globo sale volando.
Espera que lo entienda usted. Lainvitación tiene una pinta estupenda,hace tres años Abbott habría sido el primero en llegar y el último e
h l t bl t
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marcharse, pero lamentablemente
debe escuchar las opiniones de lacajera y del chico que le mete las
cosas en las bolsas en Big Y sobrela cantidad de leche que compra.
¡De tres tipos distintos! Mientras shija echa una cabezada,
desgraciadamente Abbott seguirá
ocupado y no podrá irse ahurtadillas ni llevarles nada a
hurtadillas. Le ha prometido a s
mujer que va a instalar un cierre deseguridad de plástico en la tapa delváter para que su hija no se dedique
ti d l i t i d l
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a tirar monedas en el interior de la
taza y reírse. Por si fuera poco, hayque llevarle al veterinario una
muestra de orina del perro y, siAbbott está leyendo bien la nota de
su mujer, también del gato.Lamentablemente, a lo largo del
día, Abbott también debe construir
y luego desmontar la presuntuosaconvicción de que nadie leagradece lo que hace, y ese ciclo deautocompasión y autocastigo tiendea ser arduo y a consumir muchotiempo. Abbott es consciente de queel evento podría durar bastante y
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el evento podría durar bastante y
ser divertido, pero teme que nisiquiera podrá darse una vuelta
más tarde porque tiene la tarde y lanoche completamente ocupadas.
Debe salir a jugar con piñas, cosaque siempre acaba durando más de
lo que uno preveía. Luego habrá
llegado el momento de volver acasa y de que le froten un poco dearabe de arce por el pelo, momento
en el que él estará ocupadísimorechinando los dientes yrecordándose una y otra vez que susresponsabilidades suponen u
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responsabilidades suponen u
privilegio, que lleva una vidaenvidiable y que, si atendemos a las
cuestiones fundamentales, es uhombre de lo más afortunado.
Abbott sabe, desgraciadamente, quetambién ha rechazado las cuatro
últimas invitaciones y que e
determinado momento dejará ustedde invitarlo, pero ese día llevamucho tiempo comprometido y élno puede hacer nada por cambiarlo.Antes de que se dé usted cuentahabrá llegado la hora del baño, y éldebe estar ahí para apretar el
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debe estar ahí para apretar el
mapache de plástico y que estesuelte unos chorros. Después del
baño, bajará al piso inferior yfingirá buscar algo. Si ese día le
sobra algo de tiempo, lo cual no parece muy probable, Abbott sabe
que tendrá que dejar de albergar
sentimientos intensos ycontradictorios hacia su mujer, ydedicar unos escasos sesentasegundos a intentar imaginar lo quesentirá ella. Ahora que vuelve aleer la invitación, Abbott ve que elevento al que lo han invitado tuvo
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evento al que lo han invitado tuvo
lugar el fin de semana pasado.Lamenta sinceramente mandar ta
tarde esta nota en que lamentatambién su ausencia. Espera que lo
haya pasado usted muy bien, y lerecuerda que le encantaría reunirse
con usted al cabo de cuatro o cinco
años para tomar un café o quizá unacerveza.
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24. Abbott entra
Ese crujido que Abbott oyemientras se desviste antes det l d l
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acostarse lo producen lasnumerosas fundas de plástico de las pajitas de los cartones de zumo,
metidas en los bolsillos de las bermudas que lleva tres días
seguidos poniéndose. Después podrá ponerse a cavilar sobre los
fluorocarbonados y los vertederos,
la domesticación del hombremoderno, la odontología preescolar, la descabelladaconjunción entre cartón y zumo, pero primero tiene que echar u
vistazo a la habitación oscura de shija que está tumbada de espaldas
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hija, que está tumbada de espaldas,
con medio cuerpo sobre laalmohada. La parte superior de la
cabeza está aplastada contra la pared, y el rostro muy vuelto a u
lado, donde Abbott no puede verlo.La niña se ha llevado las manos al
cuello y ha cerrado los puños. Se ha
preparado para sobrevivir al sueñocomo si fuera un vendaval, una ola.Los ojos de Abbott se adaptan, peroAbbott no.
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25. Abbott y el antiguo
tractor
Claro que podrían cruzar el
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barrio en coche, pero ir a pie esmás divertido. Sirve para hacer ejercicio, y también es agradabl
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