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Prólogos - Immanuel Kant

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Prólogos a la Crítica de la Razón Pura

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Page 1: Prólogos - Immanuel Kant

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Page 2: Prólogos - Immanuel Kant

BU BACO DE VERULAMIO

INSTAURATJO MAGNA. PRAEFATJO

De nobis ipsù sHem11s: De re a11te1n, quae agit ur petim11s: ut homines eam non opinionem, sed opus esse cogitent; ac pro certo habeant, non sectae nos alicuius, a ut placiti, sed uti/itatis et amplit11dinis humanae fmzdamenla moliri. Deinde ut s11is commodis aeq11i ... in comnlll­ne conmlant ... et ipsi in partem veniant. Praeterea ut bene sperent, neque ùuta11rationen nostram 111 quiddam injinit11m et 11/tra mortale finganl, et ani mo concipianl; q1111m revera sit injiniti erroris finis et termin11s legititmu. 1

1 Cita ai\adicb co B. Los puntos suspcosivos indican omisioncs cfcctuadas por Kant. Traducci6n:

«Sobre nosotros mismos callamos. Descamos, en cambio, que la cucsti6n aquf tratada no sca consideracb como mera opini6o, sino como una obra, Y que se tenga por cicrto que no sentamos las bases de alguna sceta o de alguna idea ocasional, sino las de la utilicbd y dignicbd humanas. Deseamos, pues, que, en intcrb propio ... se p ieose en el bieo general ... y sc par!icipe en la tarea. Asimismo, que no sc espere de nucstra instauraci6n que sca algo infinito o suprahul11jlno, puesto que en realidad cs cl técmino convenicntc y d fin de un crror inacabable.~ (N. del T.)

... A S11 Excelencia el real ministro de Estado, Baron de Zedlitz

S ENOR: BV

Contribulr al crecimiento de las ciencias segun las posibi­lidades de cada uno es trabajar en la Hnea de intereses de Vuestta Excdencia, p ues éstos se hallan estrechamente unidos a elias, no solo p or vuestro devado puesto de protector, sino por vuestra mas intima relaci6n con las ciencias en cuanto conocedor ilusttado y entusiasta de las mismas. Por ello recurro yo, p or mi parte, al unico medlo de que en cierto modo dispongo para expresar mi agradecimiento por la generosa confianza con que V uestta Excelencia me honra consideraodp­me ca paz de realizar aigu na cont ribuci6n en este senti do 1.

A la rnisma benévola atenci6n que Vuestta Excdencia B VI

dispens6 a la primera edici6n de esta obra dedico ahora esta segunda edicion y, al rnismo tiempo, le confio todos los demas aspectos de mi dedicacion literaria.

Con la mas profunda veneraci6n. vuestro sûbdito y obediente servidor,

IMMANUEL KANT.

Kônigsberg, 23 de abri/ de 17872

1 (A cootinuaci6n de este pârrafo, dcc!a Kant en A:) Quicn en sus moderados deseos, gusta de la vida especulativa halla en la aprobaci6o de un juez ilustrado y competente un poderoso estlmulo en favor de trabajos cuya utilidad es grande, aunque sea lcjana, y, por clio mismo, totalmeotc desdciiada por las miradas vulgarcs.

A un juez scmejantc y a su bcnévola atcnci6n dcdico este escrito y a su prorecci6n conffo todos los demas aspectos de mi dedicaci6n lireraria.

2 En A: Kônigsberg, 29 de marzo de 1781 (N. del T.).

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~-~-~-~-~-~-~-~-~-·-m-m-m-m-m-m-m-m-/1'1'

PRO LOGO DE LA PRIMERA EDICION I A vn

LA raz6n humana tiene el destino singular, en uoo de sus campos de conocimiento, de hallarse acosada por cuestio­nes que no puede rechazar por ser planteadas por la misma naturaleza de la raz6n, pero a las qoe tampoco puede respooder por sobrepasar todas sus facultades.

La perplejidad en la que cae la raz6n no es debida a culpa suya alguna. Comienza con principios cuyo uso es inevitable en el curso de la experiencia, uso que se balla, a la vez, suficientemente justificado por esta misma experiencia. Con tales principios la raz6n se eleva cada vez mas (como exige su propia naturaleza), Uegando a condiciones progresiva- A VID

mente mas remotas. Pero, advirtiendo que de esta forma su tarea ha de quedar inacabada, ya que las cuest iones nunca se agotan, se ve o bligada a recurrir a principios que sobrepasan todo posible uso empirico y que parecen, no obstante, tan libres de sospecha, que la misma raz6n ordinaria se halla de acuerdo con ellos. Es asi como incurre en oscuridades y contradicciones. Y, aunque puede deducir que éstas se deben oecesariamente a errores ocultos en algun lugar, no es capaz de detectados, ya que los principios que utiliza no reconocen contrastaci6n empirica alguna por sobrepasar los limites de toda experiencia. El campo de batalla de estas inacabables dis pu tas se llama metajfsica.

Hubo un tiempo en que la metafisica recibia el nombre de reina de todas las ciencias y, si se toma el deseo por la realidad, bien merecia este horuoso tftulo, dada la importan­cia prioritaria de su objeto. La moda actual, por el contrario,

1 En B omiti6 Kant este pr6logo (N. del T .)

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AIX

AX

8 KANTJCRITICA DE LA RAZON PURA

consiste en manifestar ante ella todo su desprecio. La mattona, rechazada y abandonada, se lamenta como Hécuba: modo maxi­ma rerum. loi generis nalisque po lens -nunc lrahor exul, inopl l - .

Su dominio, ba jo la administradon de los dogmâlicos, em­pezo siendo despotiro. Pero, dado que la legislacion Uevaba to­da vîa la hu ella de la antigua barbarie, tai domiruo fue progresiva­mente degenerando, a consecuencia de guerras iptestinas, en una completa anarqula; los escépticos, especie de nomadas que aborrecen todo asentamiento duradero., destruîan de vez en cuando la uni6n social. Afortunadamente, su numero era redu­cido. Por ello no pudieron impedir que los dogmaticos intenta­rao reconsttuir una vez mas rucha union, aunque sin concordar entre si mismos sobre ningun proyecto. Mas recientemente pa.recio, por un momento, que una cierta fisiologia del eotendi­mtento humano (la del conocido Locke) iba a terminar con todas esas disputas y que se iba a resol ver definitivamente la le~itimidad de aquellas pretensiones. Abora bien, aunque el ortgen de la supuesta reina se encontro en la plebeya experien­cia corn un y se de bio, por ello mis mo, sospechar con fuodamen­to de su arrogancia, el hecho de habérsele atribuido falsamente tal geoealogia hizo que ella siguiera sosteruendo sus pretensio­oes. Por eso ha recafdo todo, una vez mas, en el anticuado Y. c:'rcomido dogmatismo y, a consecuencia de ello, en el despres­tlgto del que se pretendia haber rescatado la ciencia. Abora, ttas haber ensayado en vano todos los métodos -segûn se pien­sa-, reina el hastio y el indiferentùmo total, que eogendran el caos y la noche en las ciendas, pero que constituyeo, a la vez, el origen, o al menos el preludio, de una pr6xima transformacion y clarificacion de las rrùsrnas, después de que un edo mal aplicado las ha convertido en oscuras, coofusas e inservibles.

Es inutil La pretension de fingir indiferencia frente a investigaciones cuyo objeto no puede ser indiferente a la naturale­za humana. lncluso esos supuestos indiferenlislai, por mucho que se esfuercen en disfrazarse transformando el lenguaje de la escuela en habla popular, recaen inevitablemente, as{ que se ponen a pensar algo, en las afirmaciones metaffsicas frente

1 Ovidio, Mttalltorfosis (Xlii. 508-510): Hasta hace poco la mayor de todas, poderœa entre tantO$ yemO$ e hijos, y ahora soy dester:rada como una miserable. (Vcrsi6n del T.)

t>ROLOGO DE LA PRIMERA EDICION 9

a las cuales ostentaban tanto desprecio. De rodas formas, esa iodiferencia, que se da en medio del florecimiento de todas las ciencias y que afecta precisamente a aquéllas cuyos conoci­mientos ~e ser alcanzables por el hombre- serian los Ultimos A XI

a los que éste reounciaria, representa un fen6meno digno de atencion y reflexion. Es obvio que tai indifereocia no es efecto de la ligereza, sino del Juiciok Y 1 maduro de una épo-ca que no se contenta ya con un saber aparente; es, por uoa parte, un llamamiento a la raz6n para que de nuevo emprenda la mas dificil de todas sus tareas, a saber, la del autoconocimien-to y, por otra, para que instituya un tribunal que garantice sus preteosiones legitimas y que sea capaz de terminar con todas las arrogancias infundadas, no con afirmaciones de autOri- A xn dad, sino con las leyes eternas e invariables que la razoo posee. Semejante tribunal no es otro que la misma crftica

de la razon p~~ro. No entiendo por tai critica la de libros y sistemas,

sino la de la facultad de la raz6n en general, en relacion con los conocimientos a Los que puede aspirar prucindiendo de toda experiencia. Se trata, pues, de decidir la posibilidad o imposibilidad de una metaffsica en general y de seiialar taoto las fuentes como la extension y limites de la misma, todo ello a partir de principios.

Este camioo -el ûnico que quedaba- es el que yo he seguido y me halaga el que, gracias. a ha berio hecho, haya

k o~ cuando ~n cuando sc oyen quejas ~obre la fri\'ulicbd de pen~mien­to en ouestra época y sobre La decad~nci2 de la cicncia rigurosa. Sin embargo, yo no veo que las cienci2s bien funcbmcntacbs, como la matemitica, la f!sica, etc. merezc:&n en absoluto tai reproche. Al contrario, m:tnticnen d viejo prestigio del rigor y, en el caso de la fisica, induso lo sobrepasan. El nùsmo esplritu se mosttaria efi= en ouas especies de conocimiento si sc pusiese urua atenci6o primordial en la rectificaci6n de sus principios. A falta de tai rectificaci6n.. la indiferencia, la ducb y, finalmente, la crltica severa, son mas bien muestl'<l de un pcnsami~nto riguroso. Nucstra época cs, de modo especial, la de la critica. Todo ha de somcterse a ella. Pero la rcligi6n y la lcgislad6n pretc:ndeo de ordinario escapar a la misma. 'u primera a causa de su santidad y la seguocb a causa de su majestad. Sin embargo, al hacerlo, desplc:rtan contra si mismas sospc:chas justificadas y no pucden c:xlgir un rc:spc:to sincero, respeto que la raz6n solo conc~dc a lo que es capu de: resistir un examen publico y libre: (Nota de Kant).

t Tcnicodo en cuc:nta que la palabra castella na plitio rraduce taoto la

capactcbd de juzcgar (Urttils.ltraft ) como cl juicio como acro de tai capacidad (Urteil), escribiré en mayuscula la palabra correspondiente al primer concepto Y en minliscula la relativa al scgundo (N. del T.)

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10 KANT/CRITICA DE LA RAZON PURA

encontrado el modo de acabar con todos los errores que hasta ahora habian dividido la raz6n consigo misma en su uso no empfrico. No he eludido sus preguntas disculpandome con la insuficiencia de la raz6n hu mana, sino que las he especificado exhaustivamente de acuerdo con principios. Una vez descubier-

A xm to el punto de desa· .. enencia de la raz6n 'consigo misma, he resuelto tales preguntas a entenl satisfacci6o suya. Oaro que las contestaciones a esas preguntas no han correspondido a las expectativas del exaltado y dogmatico afan de saber. Tal afan s6lo podda quedar satisfecho mediante poderes magicos, de los que yo nada entiendo. Pero tampoco era ése el prop6sito de la constituci6n natural de la raz6n. El deber de la fùosofia consiste en eliminar la ilusi6n producida por un malentendido, aunque ello supusiera la pérdida de preciados y queridos erra­res, sean cuantos sean. En este trabajo he puesto la mayor atenci6n en la exhaustividad y me atrevo a decir que no hay un solo problema metafisico que no haya quedado resuelto o del que no se baya ofrecido al menos la clave para resolverlo. Y es que la raz6n pura consrituye una unidad tan perfecta, que, si su principio resultara insufîciente frente a una sola de las cuest.iones que ella se plantea a si misma, habria que rechazar tai principio, puesto que entonces tampoco seria capaz de solucionar con plena seguridad n.inguna de las resrantts cuestiones.

. Al decir esto creo ver en el rostro dellector una indigna-A XIV c16n mezclada con desprecio ante pretensiones aparentemente

tan ufaoas y arrogantes. Sin embargo, tales pretensiones son incomparablemeote mas moderadas que las de cuaJquier autor del programa mas ordinario en el que pretenda demosttar, pongamos por caso, la simplicidad del alma o la necesidad de un primer comienzo del f!llutdo. En efecto, este autor se compromete a extender el conocimiento humano mas aUa de todos los limites de la experiencia posible, cosa que desborda por completa mi capacidad, Jo confîeso humildemente. En lugar de eUo, me ocupo de la raz6n misma y de su pensar puro. Para lograr su conocimiento detaUado no necesito buscar lejos de mi, ya que encuentro en mi mismo ambas cosas. La misma 16gica ordinaria me ofrece una muestta de que todos los actos simples de la raz6n pueden ser entera y sistemati­camente enumerados. La cuesti6n que se plantea aqui es la de cuanto puedo esperar conseguir con la razén si se me priva de todo material y de todo apoyo de la experiencia.

PROLOGO DE LA PRIMERA EDICION 11

Hasta aquf lo que se refiere a la completud y exhaus~vi­dad de todos y cada uno de los objetivos que, como O~J~to de nuestra invesdgaci6n critica, nos plantea, no un propostto arbitrario, sino la misma naturaleza del conod miento. .

Hay que considerar a un la certe~ Y. la ~lantfod, A XV

dos requisitos que .afectan a la forma de dtch.a mvesugact6n, como exigencias fundamentales que se pueden tmponer razona­blemente a quien se atreva a acometer una empresa tan esca-

brosa. Por Jo que se refiere a la certeza, mc he impuesto cl

criteria de que no es en absoluto permisible el opinar en este tipo de consideraciones y de q~e . todo cuanto se ~arezca a una hip6tesis es mercancia prohtbtda, ~ merca.ncta .que no debe estar a la venta ni aun al mas baJO prec10, smo que debe ser confiscada tan pronto como sea descubierta. Todo conocimiento que quiera sostenerse a priori proclama por si mismo su voluntad de ser tenido por absolutamente nece­sario; ello es mas apl ica ble toda via a la deterrninaci6n ~e todos los conocimientos puros a priori, la cual ha de servtr de medida y, por tanto, incluso de ejemplo de toda certeza apodktica (filos6fica). Si he realizado en esta. obra la tarea a la que me he comprometido, es algo que deJO enteramen~e al juicio del lector. Al autor le corresponde u~icamente aductr razones no el enjuiciar el efecto de las m1smas sobre sus jueces. 'ne todas formas, permftasele. ~1 au.tor, a fin de que A XVI

nada motive involuntadamente un debilttamtento de tales razo-nes, seiialar por sf mismo los pasajes que pued~n. dar lugar a cierta desconfianza, aunque afecten solo a un obJetlvo seconda-rio. Asi se evitara a tiempo el influjo que una duda acerca de este punto, por muy pequena que sea, . p~eda ~jer~er sobre el juicio del lector en relaci6n con el obJettvo pnnopal. .

Para examinar a fondo la facultad que llamamos entendl­miento y para determinar, a la vez, las reglas y limites de su uso no conozco investigaciones mas importantes que las presen~adas por ml en el segundo capitula de 'la analftica trascendental bajo el titulo de Deducciôn de los conce~tos p~~r~s Je/ enlendimienlo. E sas iovestigaciones son las que mas trabaJO me han costado, aunque, seglin espero, no ha sido en ~ano. Esta indagaci6n, que esci planteada con alguna profundtdad, posee dos vertientes distintas . La primera se refier~ a .l~s objetos del entendirniento puro y debe expone.r ~ hacer. tnteltgt­ble la validez objetiva de sus co.nceptos a prton Preosamente

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12 KANT/CRlTICA DE LA RAZON PURA

A XVTI

por ello es e~encial para Jo que me propongo. La segunda trat~ ~~ cons1derar el entendimiento puro mismo, seglin sus pos1bi1Jdades y segun las facultades cognoscitivas sobre las ~ue descans~, y, ~or consiguiente, de estudiar su aspecto subje­tlvo. Esta d1scus16n, a pesar de su gran importancia en relaci6n

AXVDJ

con mi objeùvo principal, no forma parte esencial del mismo, ya q~e la pregunta fundamental cootiolla siendo ésta: èqué ~ cuanto p~eden conocer el entendimiento y la raz6n con mdep~ndenc1a de toda experiencia ?, y no esta otta: c:c6mo es post ble la facultad de pensar misma? Dado que esto Ultimo es, en cierto mo~o, b~scar la causa de un efecto dado y posee, en este senudo, c1erto parecido con una hip6tesis (aun­que, co mo mostraré en otra ocasi6n, no ocurre asf de hec ho), parece ~omo si me permitiera aquf la libertad de opinar y como SI el lector quedara también libre par.a opinar de otto modo. Teniendo esto en cuenta, debo adelantarme recordando­le que la deducci6n objetiva, que es la que me interesa especial­mente, adquiere toda su fuerza aun en el caso de que mi deducci6n subjetiva no le convenza tan plenamente como yo espero. De cualquier forma, Jo dicho en las paginas 92 y 931 puede ser suficiente.

Finalmente, en Jo que ataiie a la daridad, el lector tiene der~cho a exigir, en primer lugar, la claridad dùcur.riva (16gica) medtanle concepto.r, pero también, en segundo lugar, una daridad iniNiliva ~estéti~) ntedianle intNicione.r, es decir, mediante ejemplbs u otras ilustractones concretas. La primera la he cuidado sufi­cient~mente. Ello afectaba a la esencia de mi prop6sito, pero ha s1d_o también la causa fortuita de que no baya podido cumpllr ~on la segunda exigencia, la cual, sin ser tan estricta, era. tamb1én razonable. A lo largo de mi trabajo he estado cas1 constantemente dudando acerca del partido a tomar en relaci6n con este punto. Los ejemplos y las ilustraciones siem­pre me han parecido necesarios y por elJo fluian realmeme en sus lugares adecuados dentro del primer esbozo. Pero promo advertf la magnitud de mi tarea y la multitud de objetos de los que t~~dria que ocuparme. Al darme cuenta de que, en una exposJcJ6n seca, meramente escolastica, ellos solos alar­g~rian ra basta~te la obra, me pareci6 inoportuno engrosarla aun mas con eJemplos e ilustraciones que s6lo se precisan

1 L • . ·" as pagon2S se rc:neren a la edici6n A. Corresponden a las pagi-nas 125 y 126 de la presente edici6n (N. del T .).

PROLOGO DE LA PRIMERA EDICION 13

si se adopta un punto de vista pop11lar, max1me cuando este uabajo no podria en absoluto conformarse a un uso popular y cuando a los verdaderos conocedores de la ciencia no les bace tanta falta semejante alivio; aunque siempre es agradable, podria llegar aquî a tener efectos cootraproducentes. El abate Terrasson 1 dice que si se mide un libro, no por el numero de paginas, sino por el tiempo necesario para emenderlo, podria afirmarse que algunos libros .rerfan mllcho mas cor/os IÎ no jlln'an tan cor/os. Pero, por otro lado, cuando nuestra intenci6n apùnta a la comprensibilidad de un todo de conocimiento especulativo que, aun siendo vasto, se balla interrelacionado con un princi­pio, podemos decir con la mis ma raz6n: algunos libros serian mucha mas claros si no hNbitsen pretendido ser tan claros. Pues, aunque los medios que contribuyen a la claridad ayudao 2

en algunos pnntos com:retos, suelen entorpecer en el cof!irmto, ya que no permiten al lector obtener con sufidente rapidez una visi6n panoramica, y con sus colores claros tapan y hacen irreconocible la articulaci6n o estructura del sistema, que es, sin embargo, Jo mas importante a la bora de juzgar sobre la unidad y la solidez del mismo.

Creo que puede reportar allector un no pequeôo atracti­vo el unir su esfuerzo al del autor si, de acuerdo con el esbozo presentado, espera llevar a cabo de forma completa y duradera una obra grande e importante. Segun los conceptos que ofrecemos en este libro, la metaffsica es la Unica, entre todas las ciencias, que puede prometerse semejante perfecci6n, y elJo en poco tiempo y con poco, aunque concentrado, esfuer­zo. De tal manera, que no queda a la posteridad sino la ta­rea de organizarlo todo de forma didaclica segun sus designios, sin poder aumentar el contenido de la ciencia en lo mas minimo. En efecto, la metafisica no es mas que el inventoria de todos los conocimientos que poseemos, siscematicamente ordenados por la razon pura. En este cerreno, nada puede escapar a nuestra atenci6n~ ya que no puede ocultarse a la raz6n algo que ésta extrae enteramente de sf misma. Es ella la que lo trae a la

1 Jean Terrasson (1670-1750). Bscritor francés . Kant alude a su obra 1,..a philorophie applitablt,; IONs lu objell d• ftspril tl dt la ra iron (1754), traducida al alcman en 1762 con el titulo de Philosophie noth ibrem ttllgemeintn EinjiNsst '"1 alle Gegtnsliinde du Geilltt Nnd dtr Sitten. l..:l cita penenece a la pag. 117 de esta ttaducci6n (N . del T .)

2 Entendiendo, con Rosenkranz, «helfew, en lugar de «fehlero>. (N. del T.)

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14 KANT/CRITICA DE LA RAZON PURA

luz tan pronto como se descubre el principio comun de ese algo. La perfecta unidad de este dpo de conocimientos, a base de simples conceptos puros, donde ninguna experiencia, ni tan siquiera una inruicion upecial conducente a una determi­nada experiencia, puede tener sobre ellos influjo ninguno para ampliarlos o aumentarlos, hace que esta incondicionada com­pletud no solo sea factible, sino necesaria. Tec11m habita et noris, qMm sit tibi curta .rHpellex 1 , dice Persio.

A XXI Semejante sistema de la raz6n pura (especulativa) espero escribirlo yo mismo ba jo el tftulo de: Metafisica de la naturaleza. Aunque no tendra la mitad de la extension de la presente ctitica, su contenido sera incomparablemente mas rico. La critica que ahora publico debfa, ante todo, exponer las fuentes y coodiciones de su posibilidad, y necesitaba desbrozar y allanar un suelo completamente inculto. Frente al presente libro espero del lector la paciencia y la imparcialidad de un juez. Frente al otro espero, en cambio, la benevolencia y el apoyo de un colaborador.. Pues, por muy completamente que se expon­gan en la critica todos los principios del sis tema, la exhaustividad del mismo exige que no faite ninguno de los conceptos derivados. Estos Ultimos no pueden ser enumerados a priori, sino que han de ser buscados de forma graduai. Y, dado que en la critica se agota toda la sintesis de los conceptos, en el sistema se exigira, ademas, que ocurra lo mismo con el and/isis, todo lo cual constituye una tarea facil y es mas bien un pasatiempo que un trabajo.

Me resta· simplemente hacer algunas observaciones con respecto a la impresion. Por haberse retrasado algo su comien-

A xxn zo, solo he recibido para su revision alrededor de la mitad de los pliegos. En ellos encuentro algunas erratas, pero no confunden el sentido, a no ser la de la pagina 379, linea 4 empezando por abajo 2, donde debe leerse e.rpec[fico en lugar de escéptüo. La antinomia de la razon pura, paginas 425-461 3,

esta dispuesta en forma de tabla: todo Jo que corresponde a la tesis va siempre a la izquierda y lo que pertenece a la antitesis, a la derecha. Lo he ordenado asi con el fin de que fuera mas facil confrontar entre si la proposici6n y su cootra­proposici6n.

1 Ocup2.te de tus cosas y veras cuan reducidos son tus recursos (Versi6n del T.)

2 Paginaci6n de la primera edici6n (N. del T.) 3 Idem (N. del T.)

PROLOGO D E LA SEGUND A EDICIONI Bvn

Si la elaboraci6n de los conocimientos pertenecientes al dominio de la raz6n llevan o no el camino seguro de una ciencia, es algo que pronto puede apreciarse por el resulta­do. Cuando, tras muchos preparativos y aprestos, la razôn se queda estancada inmediatamente de llegar a su fin; o cuando, para alcanzarlo, se ve obligada a retroceder una y otra vez y a tomat Ôtro camino; cuando, igualmente, no es posible poner de acuerdo a los distiotos colaboradores sobre la manera de realizar el objetivo corn un; cuando esto ocurre se puede estar convencido de que semejaote estudio esta todavia muy lejos de haber encontrado el camino seguro de una ciencia: no es mas que un andar a tientas. Y constituye un mérito de la raz6n averiguar dicho camino, dentro de Jo posible, aun a costa de abandonar como inûtil algo que se ballaba contenido en el fin adoptado anteriormente sin reflexion.

Que la 16gica ha tomado este camino seguro desde B VITI

los tiempos mas antiguos es algo que puede inferirse del hecho de que no ha necesitado dar ningûn paso arras desde Aristote! es, salvo que se quieran considerar como correcciones la supresi6n de ciertas sutilezas innecesarias o la clarificaciôn de lo expuesto, aspectos que afectan a la elegancia, mas que a la certeza de la ciencia. Lo curioso de la 16gica es que tampoco haya sido capaz, hasta boy, de avanzar un solo paso. Seg-Un todas las apariencias se balla, pues, definitivamente concluida. En efecto, si algunos aurores modernos han pensado ampliarla a base de imroducir en ella capftulos, bien sea psicolôgicos, sobre las distintas facultades de conociallento (imagioaci6n, agudeza),

1 Del ano 1787 (N. del T.)

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16 KANT/CRITICA DE LA RAZON PURA

bien sea metajlsiC()s, sobre el origen del conocimiento 0 de los distintos tipos de certeza, de acuerdo con la diversidad de objetos (id~~s.mo, escepticismo, etc.), bien sea antropoldgiÇ()s, sobre los preJWCJOs (sus causas y los remedios en contra) ella procede de la ignorancia de tales aurores acerca del caracte~ peculiar de esa ciencia. Permitir que las ciencias se invadan muruamente no es ampliarlas, sino desfigurarlas. Aho ra bien los limites de la 16gica estan sefialados con plena exactitud por ser una ciencia que no hace mas que exponer detalladamente y der;nostrar c?n. rigor las reglas for males de tOdo pensamiento, sea este a pnon o ernpirico, sea cual sea su cornienzo 0 su objeto, sean los que sean los obstaculos, fortuitos o naturales, que encuentre en nuestro psiquismo.

El que la 16gica haya tenido semejante éxito se debe unicamente a su limitaci6n, que la habilita, y hasta la obliga, a. abstra~r de todos los objetos de conocimiento y de sus diferencms. En la 16gica el entendimiento no se ocupa mas que de si mismo y de su forma. Naturalmente es mucha mas dif.fcil para la raz6n tornac el camino segura de la ciencia cuando no sirnplemente tieoe que tratar de si misma sino también ~e objet~s. De a hi que la 16gica, en cuanto prope,déuti­ca, constttuya stmplemente el vestfbulo, por asf decirlo de las cieocias y, aunque se presupone una 16gica para enjulciar los con?~i~ientos , concretos que se abordan, hay que buscar la. adqutstcton de estos en las ciencias propia y objetivamente dtchas.

. Ahora bien, en la medida en que ha de haber raz6n en dtchas cie~c~s, tiene que conocerse en elias algo a priori, Y este conocrmtento puede poseer dos tipos de relaci6n con su objeto: o bien para determinar simplemente éste ûltimo Y su concepto (que ha de venir dado por otro lado), o bien para . ço~11ertirl~ . en realidad. La primera rda ci on çonsdtu ye el conommento leorrco de la raz6n; la segunda, el conocimienlo prâctico. De ambos conocimientos ha de exponerse primera por separa­do la parte PIIT'a - sea mucha o poco lo que contenga- , a saber, la parte ~n la que la raz6n determina su objeto entera­mente a priori, y posteriormente Jo que procede de otras fuentes a :in de que no se confundan las dos casas. En efecto, ~ r~moso el negocia cuando se gastan ciegamente los ingresos sm poder disting.uir después, cuando aquél no marcha, cu:il es la cant.idad de ingresos capaz de soportar el gasto y cu:il es la caot1dad en que hay que reducirlo.

PROLOGO DE LA SEGUNDA EDICJON 17

La malenuitica y la flsica son los dos conocuruentos te6ricos de la raz6n que deben determinar sus objetos a priori. La primera de forma entera mente pura; la segunda, de forma al menas parcialmente pura, estando entonces sujeta tal deter­minaci6n a otras fuentes de conocimiento distintas de la raz6n.

La malemâlica ha tomado el camino segura de la ciencia desde los primeras tiempos a los que alcanza la historia de la raz6n humana, en el admirable puebla griego. Pero no se piense que le ha sida tan facil como a la 16gica -en la que la raz6n unicamente se ocupa de si misn'la- el haUar, o mas bien, el abrir por si misma ese camino real. Crea, por el contrario, que ha perrnanecido mucha tiempo andando a tientas (especialmente entre los egipcios) y que hay que atribuir tai cambio a una nvoiNcion llevàda a cabo en un ensayo, por la idea feliz de un solo hombre. A partir de este ensayo, no se podia ya confundir la ruta a tomar, y el camino segura de la ciencia quedaba trazado e iniciado para siempre y con alcance ilimitado. Ni la historia de la revoluci6n del pensamien­to, mucha mâs importante que el descubrimiento del conocido Cabo de Buena Esperanza, ni la del afortunado que la realiz6, se nos ha conserva do. Sin embargo, la leyenda que nos trans mi­te Di6genes Laercio -quien nombra al supuesto descubridor de los mas pequenos elementos de las demostraciones geométri­cas y, segun el juicio de la mayorfa, no necesitados siquiera de prueba alguna- demuestra que el recuerdo del cambio sobrevenido al vislumbrarse este nuevo camino debi6 ser consi­derado por los matemâticos camo muy importante y que, por ello mismo, se hizo inolvidable. Una nueva luz se abri6 al primera (llâmese Tales o coma se quiera) que demostr6 el triângulo equilâtero 1 En efecto, advirti6 que no debfa indagar Jo que vefa en la figura o en el mero coocepto de ella y, por asf decirlo, Ieee, a partir de ahf, sus propiedades, sino extraer éstas a priori por media de lo que él rnismo pensaba y exponfa (por construcci6n) en conceptos. Advirti6 también que, para saber a priori algo con certeza, no debîa anadir a la cosa sino lo que necesariamente se seguià de lo que él mismo, con arreglo a su concepto, habfa puesto en ella.

La ciencia natural tard6 bastante mâs en encoorrar la via grande de la ciencia. Hace solo alrededor de un siglo

1 «is6sceiCSJt, si, de acuerdo con Rosenkranz, sc lee gleklutiNn.#:.lkiJ, en vez de gleitiJJeitig (N. del T.)

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18 KANTfCRITICA DE LA RAZON PURA

y medio que la propuesta dd ingenioso Bacon de Verulam en parte ocasiono eJ descubrimiento de la ciencia y en parte le dio mas vigor, al estarse ya sobre la pista de la misma. Este descubrimiento puede muy bien ser explicado igualmente por una rapida revoluci6n previa eo eJ pcnsamiento. Solo me referiré aqui a la ciencia natural en la medida en que se basa en principios empiricos.

Cuando Galileo hizo bajar por eJ piano inclinado unas bolas de un peso eJegido por él mismo, o cuando Torricelli hizo que eJ aire sostuviera un peso que él, de antemano, habla supuesto equivalente al de un determinado "volumen de agua, o cuando, mas tarde, Stahl transformo metales en

B XIII cal y ésta de nuevo en metal, a base de quitarles algo y devolvérseJok, entonces los investigadores de la naturaleza comprendieron subitamente algo. Eotendieron que la razon s6lo reconoce lo que dia misma produce segûn su bosque­jo, que la razon tiene que anticiparse con los principios de sus juicios de acuerdo con leyes constantes y que tiene que obligar a la naturaleza a responder sus preguntas, pero sin dejarse conducir con andaderas, por asi decirlo. De Jo contrario, las observaciones fortuitas y realizadas sin un plan previo no van ligadas a ninguna ley necesaria, ley que, de todos modos, la razoo busca y necesita. La razon debe abordar la naturaleza llevando en una mano los principios segun los cuales solo pueden considerarse como leyes los fen6menos concordantes, y en la otta, el experimenta que eJia haya proyec­tado a la luz de tales principios. Aunque debe hacerlo para ser instruida por la naturaleza, no Jo hara en calidad de disdpulo que escucha todo lo que d maestro quiere, sino como juez designado que obliga a los testigos a responder a las preguntas que él les formula. De modo que incluso la fisica solo debe

B XlV tan provechosa revolucion de su método a una idea, la de buscar (no fmgir) en la naturaleza Jo que la misma raz6n pone en ella, Jo que debe aprender de ella, de Jo cual no sabria nada por si sola. Un ica mente de esta forma ha alcanzado la ciencia natural el camino seguro de la ciencia, después de tantos anos de no haber sido mas que un mcro andar a tientas.

1t No sigo euctllll"leote el hilo de l2 historia del método experimental, cuyos comienzos sigueo siendo mal conocidos. (Nota de K.am).

PROLOGO DE LA SEGUNDA EDIClON 19

La metafisica, conoci miento especulativo de la razoo, completa mente aislado, que se levanta entera mente por encima de lo que ensena la experiencia, con meros conceptos (no aplicindolos a la intuici6n, como bacen las matematicas), don­de, por tanto, la raz6o ha de sec disdpula de sf misma, no ha tenido hasta ahora la sucrte de poder tomar el camino seguro de la ciencia. y ello a pesar de ser mas antigua que rodas las demis 1 y de que seguirîa existiendo aunque éstas desaparecieran totalmente en el abismo de una barbarie que Jo ank1uilara todo. Efectivamente, en la metafisica la razon se atasca continuamente, incluso cuando, hallandose frente a leyes que la experiencia mas ordinaria confirma, ella se empeiia en conocerlas a priori. Jncontables veces hay que volver atras en la metafisica, ya que se advierte que el camino no conduce a donde se quiere ir. Por Jo que toca a la unanimidad de lo que sus partidarios afirman, esta a un tan lejos de ser un B xv hecho, que mas bien es un campo de batalla realmente destina-do, al parecer, a ejercitar las fuerzas propias en un combate doode ninguoo de los contendientes ha logrado jamas conquis-tar el mas pequeno terreno ni fundar sobre su victoria una posesion duradera. No hay, pues, duda de que su modo de proceder ha consistido, hasta la fecha, en un mero andar a tien tas y, lo que es peor, a base de simples conceptos.

(..A qué se debe entonces que la metafisica no baya encontrado todavfa el camino seguro de la ciencia? (_Es acaso imposible? (_Por qué, pues, la naturaleza ha castigado nuestra razon con el afan incansable de perseguir este camino como una de sus cuestiones mas importantes? Mas toda via: jqué pocos motivos tenemos para confiar en la raz6n si, ante uno de los campos mas importantes de nuestro anhelo de saber, no solo nos abandona, sino que nos entretiene con pretextos va nos y, al final, nos engaiia 1 Quiza simplemente heruos errado dicho camino hasta hoy. Si es asi (_qué indicios nos haran esperar que, en uoa renovada busqueda, serernos mas afortuna­dos que otros que nos precedieroo?

Me parece que los ejemplos de la matematica y de la ciencia natural, las cuales se han convertido en lo que son ahora gracias a una revolucion repentinamente producida, B XVI

l Enreodieodo, de 2cuerdo con Erdmann, iibrigt11, en lugar de iibrit,t (N. del T .)

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20 KANT/CRITICA DE LA RAZON PURA

son 1 lo suficientemente notables como para hacer reflexionar sobre d aspecto esencial de un cambio de método que tan buenos resultados ha proporcionado en ambas ciencias, asf como también para imitarlas, al menos a titulo de ensayo, dentro de lo que permite su analogia, en cuanto conocimienros de raz6n, con la metaffsica. Se ha supuesto hasta ahora que todo nuestro conocer debc regirse por los objetos. Sin embar­go, todos los inteotos realizados bajo tai supuesto con vistas a establecer a priori, mediante concepros, algo sobre dichos objetos ~go que ampliara nuestro conocimiento- desembo­caban en d fracaso. lntentemos, pues, por uoa vez, si no adelantaremos mas en las tareas de la metafisica suponiendo que los objetos deben conformarse a nuestro conocimiento, cosa que concuerda ya mejor con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori de dichos objetos, un cooocimiento que pretende establecer algo sobre ~tos antes de que nos sean dados. Ocurre agui como con los primeros pensamientos de Copérnico. Este, viendo que no conseguia explicar los movimientos cdestes si aceptaba que todo d ejército de estrellas giraba alrededor dd espectador, prob6 si no obtendria mejores resultados haciendo girar al cspectador y dejando las estrellas

B XVII en reposo. En la metafisica se puede hacer el mismo ensayo, en lo que ataàe a la inl11icio11 de los objetos. Si la intuici<>n tuviera que regirse por la naturaleza de los objetos, no veo c6mo podrfa conocerse algo a priori sobre esa naturaleza. Si, en cambio, es el objeto (en cuanto objeto de los sentidos) el que se rige por la naturaleza de nuestra facultad de intuici6n, puedo representarme facilmente ta1 posibilidad. Ahora bien, como no puedo pararmc en estas intuiciones, si se las quiere convertir en cooocimientos, sino que debo referirlas a algo como objeto suyo y determinar éste mediante las mismas, pu edo suponer una de estas dos cosas: o bien los crmaptnr por medio de los cuales efectuo esta determinaci6n se rigen también por el objeto, y entonces me eocuentro, una vez mas, con el mismo embarazo sobre la manera de sabcr de él algo o priori; o bien supongo que los objetos o, Jo que es lo mismo, la experiencia, ur1ica fuente de su conocimiento (en cuanto objetos dados), se rige por tales conceptos. En este segundo caso veo en seguida una explicaci6n mas facil,

1 Leyendo Wartn, en lugar de W.âre, de acuerdo con Rosenkranz (N. del T.)

PROLOGO DE LA SEGUNDA EDICION 21

dado que la misma experiencia consrituye un tipo de conoci­mienro que requiere entendimiento y éste posee unas reglas que yo debo suponer en mf ya antes de que los objetos mc sean dados, es decir, reglas a priori. Estas reglas se expresan en conceptos a priori a los que, por tanto, se conforman B XVI11

necesariamente todos los objetos de la experiencia y con los que deben concordar. Por lo que se refiere a los objetos que son meramente pensados por la raz6n -y, ademas, como necesarios-, pero que no pueden ser dados (al menos ta1 como la raz6n los piensa) en la experiencia, digamos que las tentacivas para pensarlos (pues, desde luego, tiene que st:r posible pensarlos) proporcionarin una magnffica piedra de toque de lo que consideramos el nuevo método del pensa­miento, a saber, que solo conocemos a priori de las cosas Jo que nosotros mismos ponemos en elias k.

Este ensayo obtiene el resultado apetecido y promete a la primera parte de la metafisica el camino seguro de la ciencia, dado que esa primera parte se ocupa de conceptos o priori cuyos objetos correspondientes pueden darse en la B xrx experiencia adecuada. En efecto, seglin dicha transformaci6n del pensamiento, se puede explicar muy bien la posibilidad de un conocimiento a priori y, mas todavia, se pueden propor-donar pruebas satisfactorias a las leyes que sirven de base a priori de la naturaleza, entendida ésta como compendio de los objetos de la experiencia. Ambas cosas eran imposibles en el tipo de procedimiento empleado hasta ahora. Sin embar-go, de la deducci6n de nuestra capacidad de conocer a priori en la primera parte de la mctaffsica se sigue un resultado

k Este método, tomado del que usa el fisico, consiste, pues, en buscar los elemenros de la raz6n pura en Jo que p11tde ronfirmarse o rtj111arse mtdianle "" <xp<rim<nffl. Ahora bien, para cxaminar las proposiciones de la naz6n pur:t, espectalmente las que se avemuran m2s alli de todos los limites de la experiencia posible, no puede efectuarse ningun exper~memo coo sus objetos (al modo de la flsica). Por coosiguieme, tai experimento con conetplos .J prindpios s11p11ts/os a priori solo sera faetible si podemos adoptar dos puntos de vista diferentes: por 1111a parte,organizandolos de forma que tales objetos puedan ser considerados co mo objetos de los sentidos y de la raz6n, como objetos relativos a la experien- B XIX cia; por olra, como objetos meramente pensados, como objetos de una raz6n aislada y que intenta sobrepasar todos los limites de la experiencaa. Si descubri-mo~ que, adoptando este doble punto de vista, se produce el acuerdo con el prin-capio de la raz6n pura y que, en cambio, surge un inevitable conflicto de la raz6n consigo misma cuando adoptamos un solo punto de vista, entonces es el experimento el que decide sa es correaa tai distinci6n (Nota de Kant).

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22 KANTfCRITICA DE LA IV\ZON PURA

extrai'io y, al parecer, muy perjudicial para el objetivo entero de la misma, el objetivo del que se ocupa la segunda parte. Este resultado consiste en que, con dicha capacidad, jamas podemos traspasar la frontera de la experiencia posible, cosa que constituye precisa mente la ta rea mas eseocial de esa ciencia.

B xx Pero en clio mismo reside la prueba indirecta de la verdad del resultado de aquella primera apreciaci6n de nuestro conoci­miento racional a priori, a saber, que éste s6lo se refiere a fen6menos y que deja, en cambio, la cosa en sf como no conodda por nosotros, a pesar de ser real por si misma. Pues Jo que nos impulsa ineludiblemente a traspasar los limites de la experiencia y de todo fen6meno es Jo incondiâonado que la raz6n, oecesaria y justificadamente, exige a todo lo que de condidonado hay en las cosas en si, reclamando de esta forma la serie completa de las condiciones. Ahora bien, supo­niendo que nuestro conocimiento empirico se rige por los objetos en cuanto cosas en sf, se descubre que Jo incondicionado no p11ede pen.tarst sin contradiccion; por el contrario, suponiendo que nuestra representaci6n de las cosas, tal como nos son dadas, no se rige por éstas en cuanto cosas en sf, sino que mas bien esos objetos, en cuanto fen6menos, se rigen por nuestra forma de representaci6n, desaparece la ctmtradicciOn. Si esto es asi y si, por consiguiente, se descubre que Jo incondido­nado no debe hallarse en las cosas en cuanto las conocemos (en cuanto nos son dadas), pero si, en cambio, en las cosas en cuanto no las conocemos, en cuanto co~as en si, entonces se pone de maoifiesto que Jo que al comienzo admitfamos

B XXI a dtulo de ensayo se haJia justificado k. Nos queda a un por intentar, después de haber sido negado a la raz6n especulativa todo a vance en el terreoo suprasensible, si no se encuentran datos en su conocimiento practico para determinar aquel con­cepto racional y trascendente de Jo incoodicionado y sobrepa­sar, de ese modo, segûn el deseo de la metafisica, los limites

k Tai experimente de la raz6n pura se parece bastante al que a veces efettW.n los qulmüos bajo d nombre de cnsayo de rtd11<&iôn y, de ordinario, bajo cl nombre de promlimitnto JinlllitO. El antilitis del mttafJiitO separa cl conocimiento puro 11 priari en dos clementos muy heterogéneos: d de las cosas en cuamo fen6menos y d de las eosas en si nûsmas. Por su pane, la Jialùtita los enlaza de nuevo, a f"m de que estén tfi QJfiiOIII1nâa eon la necesuia idea racional de lo ùuondùioMtlo, y descubre que tai consonaneia no se producx jamis sino a panir de dk.ha distinci6n, que es, por tanto, la verdadera (Nota de Kant).

PROLOGO DE LA SEGUNDA EDIOON 23

de toda experiencia posible con nuestro conodmiento o prior~, aunque solo desde un punto de vista prâctico. C~n este procedt­micnto la raz6n especulativa siempre nos ha deJado, al menos, sitio para tal ampliaci6n, aunque tuviera que. ser vac~o. :ene­mos pues Libertad para llenarlo. Estamos mcluso mvttados

' ' ' • le XlJ por ta raz6n a hacerlo, si podemos, con sus datos pracucos 8 X

Esa tentativa de transformar el procedimiento hasta ahora empleado por la metaffsica, efectuando en ella una com­pleta revoluci6n de acuerdo con el ejemplo ?~ los ge6metras y los fisicos, constituye la tarea de esta cnttca de la . raz6o pura especulativa. Es un tratado s~bre el método, no un ststema sobre la ciencia misma. Traza, stn embargo, el penù entero B xxm de ésta, tanto respecta de sus limites como respecto de toda su articulad6n interna. Pues lo propio de la raz6o pura especu-lativa consiste en que puede y debe medir su capacidad segun sus diferentes modos de elegir objetos de pensamieoto, en que puede y debe enumerar exhau~tiva~ente las distintas _for-mas de proponerse tareas y bosqueJar ast glo~lmente un stste-ma de metaffsica. Por lo que toca a Jo prtmero, en efecto, nada puede aiiadirse a los objetos, en el conoc~ent.o a priori, fuera de lo que el sujeto pensante toma ~e st mJsmo. Por Jo que se refiere a lo segundo, la raz6n consutuye, con respecto a los principios del conocimiento, una unida~ completamente separada, subsistente por si misma, una urud~d en la qu~, como ocutre en un cuerpo organizado, cada !Illembro trabaJa en fa vor de todos los demas y éstos, a su vez, en fa vor de los primeros; ningun principio pu ede tomarse con seguridad desde un tlnico aspecto sin haber invcstigado, a la vez, su relaci6n global con todo el uso puro de la raz6n. A este

k Las leyes eenmlles de los movimientos de los cuerpos celestes propor­cionan asi completa cxne-za a lo que Copérnico tomô, inieialmente, como •impie hip6tesis, y demosmuon, a la vez, la fuern invi~ible qu~ liga la estruc~ra dd universo (la atracci6n newtoniana). Esta arracc16n hub1cra permanec1do para siempre sin dcscubrir si Copétnico no se hu bi~ -~trevido a buscar, de modo opuesto a los sentidos, pero verdadero, los m?v1m1entos obser~ados. no en los objetos del cielo, sino en su espectador. Por m• pane, prescnto •gualmen­te en este prôlogo la transforrnaci6n de este pensamiento -:-<J~e ~ arûloga a la hip6tesis mencionada- expuesta en la eritiea como me~ hipotesiS. No _obstan­te, con el solo fm de destaear los primeros ensayos de d1cha transformaei6n. en­sayos que son siempre hipoténcos, dicha hip6tesis CJfeda demosrrada en ~1 tra· tado mismo, no segun su caneter de hip6tes1s, sino apodietiauneote, pamendo de la naturaleza de nuesrras represcntaciones de espacio y tiempo Y de los con­ceptos elemenuùcs del entendimiento (Nota de Kant).

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24 KANTfCRITICA D E LA RAZON PURA

respecta, la metafisica tiene una suerte singular, no otorgada a ninguna de las otras ciencias racionaJes que se ocupan de objetos (pues la 16gica solo estudia la forma del pensamiento en general). Esta suerte consiste en Jo siguiente: si, mediante la presente critica, la metafisica se insena en el camino seguro de la ciencia, puede abarcar perfectamente todo el campo de

B xxrv los conocimientos que le penenecen; con ello termina ria su obra y la dejaria, para uso de la posteridad, como patrimonio al que nada podria anadirse, ya que solo se ocupa de principios y de las limitaciones de su uso, limitaciones que vienen determi­nadas por esos mismos principios. Por consiguiente, esta tarn­biên obligada, .como ciencia fundamental, a esa completud y de ella ha de po der decirse: nil aCIJitll reputons, si q11id s11peresset agend""' 1 .

Se preguntara, sin embargo, ëqué clase de tesoro es éste que pensamos legar a la posteridad con semejante metafisi­ca depurada por la cdtica, pero relegada por ello mismo, a un esta do de inercia? Si se echa una ligera ojeada a esta obra se puede quiza entender que su utilidad es solo negativtt: nos advierte que jamas nos aventuremos a traspasar los limites de la experiencia con la raz6n especulativa. Y, efectivamente, ésta es su primera ui:ilidad. Pero tai utilidad se hace inmediata­mente positiva cuando se reconoce que los principios con los que la raz6n especulativa sobrepasa sus Ümites no constituyen, de hecho, una a111pliacion, sinoque, exarninados de cerca, tienen coma resultado indefectible una reducciôn de nuestro uso de la

B XXV razon, ya que tales principios amenazan realmente con exten­der de forma indiscriminada los limites de la sensibilidad, a la que de hecho pertenecen, e ïncluso con suprimir cl uso puro (practico) de la razon. De ahi que una crîtica que restrinja la raz6n especulativa sea, en tai semido, negativa, pero, a la vez, en la medida en que elimina un obstâculo que reduce su uso prâctico o amenaza incluso con suprimirlo, sea real mente de tan positiva e importante utilidad. Ello se ve claro cuando se rcconoce que la razon pura tiene un uso practico (el moral) absolutamente neccsario, uso en el que ella seve inevitablemen­te obligada a ir mas alla de los limites de la sensibiJidad. Aunque para esto la razon prâctica no oecesita ayuda de la raz6n especulativa, ha de estar asegurada contra la oposicion

1 No da nada por hecho mientras quede algo por hacer (Versi6n del T .)

OGO DE LA SEGUNDA EDIOON PROL 25

, ta tùtima, a fin de no caer en contradic~~6n con~i~o de es 1 b r de la cridca su utiltdad posttlva . ma Negar a esta a o . · nus . . , f r ue la pol ida no presta un servtct.o eq~t:aldna 1~ :~:::su ~area primordial a impedir la violeocta POSIIIVO por tm d a fin de

. d danos pueden temer unos e otros, que los ctu a idad da da dedicarse a sus asunros en paz y segur .. que ca uno pue 1 espacto

al . . de la cd ti ca se demuestra: que e En la parte an mca ' . . . , .bi f mas de la tntutcton senst e, es el ciempo son meras or 1

y d. . es de 1-a existencia de as cosas en decir, simples con 1cton poseemos concepros del en-

fen6menos. que tampoco cuan~o. . ,r tanto elementos para conocer las casas tendtmtelnto rud •. dpo que 'puede darse la intuici6n correspon- B XXVI Sino en a me 1 a en · d os

. . en consecuencta, no po em cliente a tales conceptos' que, · · en cuanto ob.eto como cosa en si mtsma, smo

co~ocer u~ int~icion empirica, cs dccir, en cuanto fen6me~o. obJetllo de d d e que toda posible conocimiento especulauvo De e o se e uc · d 1 p ien­de la raz6n se ha lia limita do a los si.mples obJctos e a ex lier ha

. h ue dejar stempre a salvo - y e o ûa. No obstante, ay q no odemos conocer esos de tenerse en cuenta- q~e, ~unq~e sf h~ de sernos posible,

objetos como c~sa~ ~e s;o O:t~:~a~io; sc scguiria la absurda B :>..rxvn al men~~·. pmsar os habria fen6mcno sin que nada se manifesta­propostcton de quhe no se ha hecho la distinci6n, esta ble-ra Supongamos a ora que uanto .da como necesaria en nuestra crftica, entre casas en c ~~b.eto de expericncia y esas mismas cosas en cuanto cosa=

J h b ·a que aplicar a todas las cosas, e en si En este caso a rt .d d i . fi . es el principio de causait a y, cons-

cuanto causas e tctent ·' d · 1 En consecuen-. 1 ecanismo para etermtnar a.

g.utenteme:~;;o~ sin incurrir en una evidente contradicci6n, cta, no po . , . rn lo del alma humana, que decir de un ausmo ser, por eJe p 1 tad se halla su voluntad es libre y que, a la vez, e~a vou~n no es libre.

.d a la necesidad naturnl, es dectr, q someu a

. . ' 1 oder demostrar su posibilidad, k El eonoâmitnlo de un obteto tmphca e P · · ediante la

. . · nie su rcalidad, sea o pnon, rn sea porque la expenencta testtmo . s·empre que no me oontradiga, razpn. Puedo, en cambio,.ptn.rar loque quacrn,e~samiento posiblc, aunque no cs dccir, siempre que mt concepto sdea und ps l·s posibilidades, le corresponde

d · 1 con tu oro e to a " . puecb responder e sa, en c . . b. iva ( os ibilidad real, pues la ante nor o no un objeto. Para confertr validez o fC:t p ·ere algo m:i.s. Ahora bien,

· ) concepto se rcqut era simplemente 16gtca 2 este é b ' lo precisamente co las fuentes del .este algo rruis no teoemos po r qu . us~r las fuentes del conocimiento conocimienro re6rico. Puede hallarse tg ua mente en prlictico (Nota de Kant).

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26 KANT/CRlTICA DE LA RAZON PURA

En efecro, se habria empleado en ambas proposiciones la pala­bra «alma» exactamente en el mismo sentido, a saber, como cosa en gene.ral (como cosa en si misma). Sin una critica previa, no pod1a emplearse de otra forma. Pero si la cririca no se ha equivocado al ensenarnos a tomar el objeto en dos sentidos, a saber, como fen6meno y como cosa en sf; si la deducci6n de .sus conce~to~ ~el entendimiento es correcta y, por consi­gutente, el pnnctplo de causalidad se aplica unicamente a Jas cosas en. el .pri~er sentido, es decir, en cuanto objetos de la. expenencta, s1n que le estén sometidas, en cambio, esas m1smas . cosas en el segundo senti do; si eso es asf, entonces

B XXVIII s~ .cons1dera la voluntad en su fenômeno (en las acciones VIStbles) como. necesariamente conforme a las leyes naturales y,. en tai senttdo, como no libre, pero, por otra parte, esa nusma voluntad es considerada como algo perteneciente a una cos~ en ~~ misrna y no sometida a clichas leyes, es decir, como lrbre, ~JO que se dé por ello contradicci6n alguna. No pue~o, es cteno~ conocer mi alma desde este Ultimo punto de VISta ~or medio de la raz6n especulativa (y menos codavia por med1o ~e la observaciôn empfrica) ni puedo, por tanto, conocer la ltbertad como propiedad de un ser al que atribuyo efectos en .el mundo sensible. No puedo hacerlo porque deberia conocer dt~ho ser como determinado en su existencia y como no determmad~ en el tiempo (Jo cual es imposible, al no poder ap?yar m1 co~cepco.eo ninguna intuici6n) . Pero sf puedo, en ca~b10, coocebtr la ltbertad; es decir, su representaciôn n? encterra en si contradicci6n ninguna si sc adrnite nuestra dt~tinci6n crftica entre los dos tipos de representation (sensible e mtelecrual) y la limitaciôo que tai distinciôn implica en los. conceptos puros del entendimiento, asf como también 16gtcamente, en los principios que de ellos derivan. Suponga~ mos ahora que la moral presupone necesariamente la libertad (en el mâs estricto sentido) como propiedad de nuesrra volun­ta~, ~or int~o~uci.r P priori, como datos de la raz6n., principios

B XXJX practJcos ongtnanos que residen en ella y que serian absoluta­ment~. imposibles de no presuponerse la libertad. Supongamos tambten que la razôn especulativa ha demostrado que la Jibertad no puede pensarse. En este caso, aquella suposici6n refereme a la moral ti.ene que ce~er necesariamente ante esta otra, cuyo op~esto encterra una evidente contradicci6o. Por consiguiente, la J~benad •. y c~n ella la moralidad (puesto que lo contrario de esta no tmpltca contradicci6n alguoa, si. no hemos supuesto

PROLOGO DE LA SEGUNDA EDICION 27

de antemaoo la libertad) teodrian que abandonar su puesto en favor del mecanismo de la naturaleza. Ahora bien, la moral no requiere sino que la libertad no se contradiga a si misma, que sea al menos pensable sin necesidad de examen mas hondo y que, por consiguiente, no ponga obstaculos al mecanismo natural del misrno acto (considerado desde otro punto de vista). Teniendo en cuenta estos requisitos, tanto la doctrina de la moralidad como la de la naturaleza mantienen sus posido-nes, cosa que no bubiera sido posible si la crltica no nos hubiese enseiiado previamente nuestra inevitable ignorancia respecto de Jas cosas en sl mismas ni hubiera limitado ouestras posibilidades de conocimienlo te6rico a los simples fen6menos. Esta misma explicaci6n sobre la positiva utilidad de los princi-pios criticos de la raz6n pura puede pooerse de manifiesto respecto de los conceptos de Dios y de la naluraltza simple de nuestra alma. Sin embargo, no Jo voy a hacer aquf por razones de brevedad. Ni siquiera puedo, pues, aceptar a Dios, B XXX

la liber/ad y la inmortalidad en apoyo del necesario uso pr:ictico de mi raz6n sin qui/or, a la vez, a la raz6n especuJativa su preteosi6n de coaocimientos exagerados. Pues ésta wtima tiene que servirse, para llegar a tales conocimientos, de unos princi-pios que no a ba rean real mente mas que los objetos de experien-cia posible. Por ello; cuando, a pesar de tado, se los aplica a algo que no puede ser objeto de experiencia, de hecho convierten ese :1lgo en fen6meno y hacen asi imposible toda extension prdctico de la raz6n pura. Tuve, pues, que suprimir elsaber para dejar sitio a la fe, y el dogmatismo de la rnetaffsica, es decir, d prejuicio de que se puede avamar en ella sin una critica de la raz6n pura, constituye la verdadera fuente de toda increduJidad, siempre muy dogmâtica, que se opone a la moralidad. Aunque no es, pues, muy dificil legar a la posteridad uoa rnetafisica sistemâtica, concebida de acuerdo con la critica de la raz6n pura, si constituye un regalo nada desdeôable. Reparese simplemente en la cuJrura de la raz6n a vanzando sobre d cami no seguro de la ciencia en general en comparaci6n con su gratuito andar a tientas y con su irreflexivo vagabundeo cuando prescinde de la cdtica. 0 bien B XXXI

obsérvese cômo emplea mejor el tiempo uoa juventud deseosa de saber, una juventud que recibe del dogmatismo ordinario tan nurnerosos y ternpranos estimuJos, sea para sutilizar c6mo­damente sobre cosas de Las que nada entiende y de las que nunca - ni ella ni nadie- entender:i nada, sea incluso para

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28 KANT/CRlTICA DE LA RAZON PURA

tratar de descubrir nuevos pensamientos y opiniones y para descuidar asf el aprendizaje de las ciencias rigurosas. Pero considérese, sobre todo, el inapreciable interés que tiene el terminar para siempre, al modo socrdtico, cs decir, poniendo daramente de manifiesto la ignorancia del adversario, con todas las objedones a la moralidad y a la rel igion. Pues siempre ha habido y seguira habiendo en el mundo alguna metafisica, pero con ella se encontrara también una dialéctica de la razôn pura que le es natural. El primero y mas importante asunto de la filosofia consiste, pues, en cortar, de una vez por todas, el perjudicial influjo de la metafisica taponando la fuente de los errores.

A pesar de esta importante modificaciôn en el campo de las ciencias y de la pérdida que la razon especulativa ha de soportar en sus hasta ahora pretendidos dominios, queda

B X XXII en el mismo ventajoso estado en que estuvo siempre todo Jo referente a los intereses humanos en general y a la utilidad que el mundo extra jo hasta hoy de las enseôanzas de la raz6n. La pérdida afecta sôlo al monopolio dt las tsclltlas, no a los i~ltrese~ de los hombres. y 0 pregunto a los mas inflexibles dogmâ­ttcos sJ, una vez abandonada la escuela, las demostraciones, sea de la pervivencia del alma tras la muerte a partir de la demostraci6n de la simplicidad de la sustancia, sea de la libenad de la voluntad frente al mecanismo general por meclio de Las distinciones sutiles, pero impotentes, entte necesidad practica subjetiva y objetiva, sea de la existencia de Dios desde el concepto de un ente reaHsimo (de la contingencia de Jo mudable y de la necesidad de un primer motor), han sido alguna vez capaces de llegar al gran publico y ejercer la menor influencia en sus convicciones. Si, por el contrario, en lo que sc refiere a la pervivenda del alma, es unicamente la clisposicion natural, observable en cada hombre y coosistente en la imposibilidad de que las cosas temporales (en cuanto insuficientes respecto d<; las potencialidades del destino entero del hombre) le satisfagan plenamente, Jo que ha producido la esperanza de una vida jlllura; si, por Jo que a ta ne a la

B XXX Ill libertad, la conciencia dt isla se dcbe solo a la clara exposici6n de las obligaciones en oposici6n a todas las exigencias de las indinaciones; si, final mente, en Jo que afecta a la existencia de Dios, es sôlo el espléndido orden, la belleza y el cuidado que aparecen por doquier en la naturaleza Jo que ha motivado la fe en un grande y sabio creador del m11ndo, convicciones

PROLOGO D E LA SEGUNDA EDIOON 29

Jas tres que se extienden entre la gente en cuanto basadas en motivos racionales; si todo ello es a si, entonces estas posesio­nes no solo continuaran sin obsciculos, sino que aumentaran su crédito cuando las escuelas aprendan, en un punto que afecta a los intereses humanos en general, a no arrogarse un conocimiento mas elevado y extenso que el tan fadlmeme alcanzable por la gran rnayorfa (para nosotros digna del mayor respeto) y, consiguientemente, a limitarse a cultivar esas razones probatorias universalmente comprensibles y que, desde el pun­to de vista moral, son suficientes. La mencionada transforma­don s6lo se refiere, pues, a las arrogantes pretensiones de las escuelas que quisieran seguir siendo en este terreno (como lo son, con raz6n, en otros muchos) los exclusivos conocedores y guardadores de unas verdades de las que no comunican a la gente mas que el uso, reservando para si la clave (quod mec11m nuât, solus vu/1 scire videri1). Se atiende, no obstante, a una pretensi6n mas razonable del filôsofo especulativo. Este B XXXJV

sigue siendo el exclusivo depositario de una ciencia que es util a la gente, aunque ésta no Jo sepa, a saber, la cririca de la razon. Esta crftica, en efectD, nunca puede convertirse en popular. Pero tampoco Jo necesita. Pues del mismo modo que no penetran en la mente del pueblo los ~rgumentos perfec-tamente trabados en favor de verdades utiles, tampoco llegan a ella las igualmente sutiles objeciones a dichos argumentos. Por el contrario, la escuela, asi como toda persona que se eleve a la especulaciôn, a cu de inevitablemente a los argumentos y a las objeciones. Por ello esta obligada a prevenir, de una vez por todas, por medio de una rigurosa investigaci6n de los derechos de la raz6n especulativa, el escândalo que estallara, tarde o temprano, entre el mismo pueblo, debido a las disputas sin critica en las que se enredan fatalmente los metafisicos (y, en calidad de tales, también, final mente, los dérigos) y que falsean sus propias doctrinas. Sôlo a través de la critica es posible cortar las mismas raices del maltriolismo, delfatalismo, del aleismo, de la incredNiidad librepensodora, del fanatùmo y la s11ptrstici6n, todos los cuales pueden ser nocivos en general, pero tambiéo las del idealismo y del escepticismo, que son mas peligrosos para las escuelas y que dificilmente pueden llegar a las masas.

a Lo que ignon conmigo pretende ~parentar saberlo éJ solo (Versi6n del T.)

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30 KANTjCRJTICA DE LA RAZON PURA

B xxxv Si los gobiernos creen oportuno intervenir en los asuo-tos de los cientificos, seria mas adecuado a su sa bia tutela, tanto respecta de las ciencias como respecta de los hombres, el favorecer la libertad de semejante critica, unico medio de establecer los productos de la raz6n sobre una base !trme, que el apoyar el ridiculo despotismo de unas escuelas que levantan un griterio sobre los peligros publicos cuando se rasgan las telaraàas por elias tejidas, a pesar de que la gente nunca les ha hecho caso y de que, por tanto, tampoco puede sentir su pérdida.

La crîtica no se opone al procedimiento dogmdtico de la raz6n en el conocimiento puro de ésta en cuanto ciencia (pues la ciencia debe ser siempre dogmâtica, es decir, debe demostrar con rigor a partir de principios a priori seguros ), si no al dogmatis­mo, es decir, a la pretensi6n de avanzar con pu ros conocimientos conceptuales (los filos6ficos) conformes a unos principios -ta! como la raz6n los viene empleaodo desde hace mucho tiem­po-, sin haber exarninado el modo ni el derecho con que llega a ellos. El dogmatismo es, pues, el procedimiento dogma­tico de la raz6n pura sin previa critica de su propia capacidad. Esta contraposici6n no quiere, pues, hablar en favor de la frivolidad charlataoa bajo el nombre preteocioso de populari-

B XXXVI dad o incluso en favor del escepticismo, que despacha la metafi­sica en cuatro palabras. Al contrario, la critica es la necesaria preparaci6n previa para promover una metafisica rigurosa que, como ciencia, tiene que desarrollarse oecesariamente de forma dogmatica y, de acuerdo con el mas estricto requisito, sistemati­ca, es decir, conforme a la escuela (no popular). Dado que la metafisica se compromete a realizar su tarea enteramente a priori y, consiguienremente, a entera satisfacci6n de la raz6n especulativa, es imprescindible la exigencia mencionada en Ulti­mo lugar. Asf, pues, para llevar a cabo el plan que la critica impone, es decir, para el futuro sistema de metafisica, teoemos que seguir el que fue riguroso método del célebre Wolf, el mas grande de los fil6sofos dogmaticos y el primera que dio un ejemplo (gracias al cual fue el promotor en Alemania del todav{a no extinguido espiritu de rigor) de c6mo el carnino seguro de la ciencia ha de emprenderse mediante el ordenado establecimiento de principios, la clara determinaci6n de los cooceptos, la busqueda del rigor en Jas demostraciones y la evitaci6n de saltos atrevidos en las deducciones. Wolf estaba, por ello mismo, especialmente capacitado para situar la metafisi-

PROLOGO DE LA SEGUNDA EDIOON 31

ca en ese estado de ciencia. Solo le falt6 la idea de preparar previamente el terreno mediante uoa critica del 6~ga?o, es decir de la raz6n pura. Este defecto bay que atrtbwrlo al B XXX VIl

mod~ de pensar dogmâtico de su tiempo, mis que a él mismo. Pero sobre ta1 modo de pensar, ni los fil6sofos de su época ni los de rodas las anteriores tienen derecho a hacerse reproches muruos. Quienes rechazan el método de Wolf y el proceder de la critica de la raz6n pura a un tjempo no pueden intentar otra cosa que desentenderse de los grill os de la âencia, convertir el trabajo en juego, la certeza en opinion y la filosof.!a en ftlodoxia.

Por Jo que a esta segundo edicion se refiere, no be de!ado pasar la oportunidad, como es justo, de vencer, e~ lo p~stble, las dificultades y la oscuridad de las que ha yan podtdo denvarse los malentendidos que algunos hombres agudos han encontra­do al juzgar este libro, no sin culpa mla quiza. No he obser­vado nada que cambiar en las proposiciones y en sus demostra­ciones asi como en la forma y la completud del plan. Ello se debe, ~r una parte, a que esta edici6n ha sido sometida a un prolijo examen antes de presentarla 1 al publico y, por otra, al mismo caracter del asunto, es decir, a la naturaleza de una raz6n pura especulativa. Esta posee una auténtica estructu­ra en la que todo es 6rgano, esto es, una estructura en la que el todo esta al servicio de cada parte y cada pa.r~e al servicio del todo. Por consiguiente, la mas pequeila debiltdad, B xxxvm sea una falta (error) o un defecto, tiene que manifestarse ineludi-blemente en el uso. Este sistema se mantendra inmodiltcado, seglin espero, en el futuro. No es la van.idad ~a que me inspira tai confianza, sino simplemente la evtdencta que ofrece el comprobar la igualdad de resultado, tanto si se parte de los elementos mas pequeôos para llegar al todo de la raz6n pura, como si se retrocede desde el todo (ya que también éste esci dado por si mismo a través de la intenci6n final en Jo practico) hacia cada parte. Pues el ·mero intenta de modificar la parte mas pequeôa produce inmediatamente contradicciooes, no solo en el sisterna, sino en la raz6n humana en general. Ahora bien, queda mucho que hacer en la exposition. Eo la pre~ente edici6n he intentado introducir correcciones que remedtaran el mal:ntendido de la estética, especialmente el relativo al

1 Leyendo, de ac:uerdo con Erdmano, rit en vez de 11 (N. del T.)

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32 KANT/CRITICA DE LA RAZON PURA

conceptO de tiempo; la oscuridad en La deducci6n de los con­ceptos del entendimiento; la supuesta falta de evideucia sufi­cie~te en las pruebas de los principios del entendimienro puro y, f•.nalmente, la falsa interpretacion de los paralogismos intro­duc.•dos en la psicologfa racional. Hasta aqui unicamentc (es

B XXXIX decu, s6lo hasta el final del primer capftulo de la dialéctica trascendentaJ), se extienden mis modificaciones en el modo

B XL de exposici6n k. En efecto, el tiempo era demasiado corto y~ por lo que se refiere al resto, no he hallado ningun malenten­

B XLI dJdo de parte de !os crfticos competentes e imparciales. Aunque B XUJ no puedo menc•onar a éstos elogi:indolos como se merecen,

reconocer:in por si mismos la atenci6n que he prestado a sus observaciones en los pasajes revisados. De cara al lector sin ~mbargo, esta correcci6n ha trafdo consigo una pequefi; pérd1da que no podfa evitarse sin hacer el libro demasiado voluminoso. I::s decir, alguoas cosas que, a un no siendo esencia-

BXL

k S61o llamarla adici6n en senlido propio, aunque ünicamente en el modo de demosrrar, a la efectuada en la pâgina 2731 con una nueva refuraci6n ~el idtalismo psi~ol6gico y con una ri gu rosa demosrcaci6n (la ünica que creo po· sJble) d~ la ~eal1dad objetiva de la intuici6n exteroa. Poe muy inocente que se crea al •deahsmo respccto de los objctivos esenciales de la metafrsica (de hecho no lo es), sigue siendo un esdndaln de la fllnsofia y del entendimiento hu mano en general el tener que aceptar s6lo por ft la existencia de las cosas exteriorcs a nosotros (a pesar de que de elias extracmos todos el material para conocer, in­cluso ~ara n~estro sentido interno) y el no saber cootcaponer una prueba satis­factona a qu1en se le ocurra du dar de tai existencia. Dado que en las expresioncs de 12 p~ueba se hallan, desde la !Inea tres a la seis 2, algunas oscuridades, cuego se.~~•fiq~e este periodo como sigue: Ptro tJe a/go pqmantlfle no pketk Jtr lfna in­llfltiOn t n "''· Plftr lodotlos j1111damm/os de dtltrmiMciôn dt mi txislmtia fjlfe pkeden ha-

1/~r~t tn mf son reprum:~cioneJ .J• romo laits, eilat misma.s neresilan 11n a/go pumanenle dn_tlnl~ de t~laJ, en r~lar1on con lo r11al plftda dtltrminarse tif cambio .J, toNigxienlemenlt, "'.' exultntJa tf1 tllumpo en fjlft laits represenlaûonu rambian.» Es probable que se diga contra ~sta dem~straci6n: s61o tengo conciencia in media ta de lo que est:i en ml, cs dec1r, de ou repreunlatio, de las cosas externas. En consccuencia que­da todavfa ~or resolver si hay o no fuera de ml algo que corresponda a 'dicha representac16n. Pero si tengo conciencia, por la exptrienâa interna, de mi existen­

tia en el tiempo (y, consiguientemeote, de la deterroinabilidad de la misma en el ciempo). Lo cual, aunque es algo m2s que rener simplememe conciencia de mi rcpresentaci6n, es idéotico a la tontiencia empirita dt mi existmûa 12 cual solo es dete~inable en relaci6n con algo que se halle ligado 2 mi exi~tencia, pero ~u.e e~la jxtra dt.ml. Esta conciencia de mi existencia en d tiempo se ha lia, pues, Jdenuc:~~eote hgada a la conciencia de una relaci6n con algo exterioc a rru. Lo que une tnsepacablemenre lo extcrior con mi sentido interno es, pues, una expe-~

1 Véase p. 246 de esta edici6n (N. del T.) 2 Véase p. 247 de esta edici6n (N. del T.)

PROLOGO D E LA SEGUNDA EDICJON 33

les para la completud del conjunto, pueden ser echadas de menos por alguoos lectores, dada su posible utilidad desde otro punto de vista, han tenido que ser suprimidas o abreviadas para dar cabida a una exposici6n que es ahora, segun conffo, mas imeligible. Aunque, en el fondo, no he cambiado nada de lo que afecta a las proposiciones y a sus pruebas, el método de presentaci6n se aparra a veces tanto del empleado en la

-. riencia y no una invenci6n, es un sentido, no una imaginaci6n. P ues el sentido externo es ya en si mismo relaci6n de: la intuici6n con algo rul fueca de ml, y su cealidad descansa simplemente, a diferencia de lo que ocurre con la imagina­ci6n, en que el sentido se hali2 inseparablemente unido a la mjsma experiencia interna, como condici6n de posibilidad de ésta ültima, cosa que sucede en este caso. Si en la representaci6n "Yo IO.J», que acompaila todos mis juicios y actos de entendimiento, pudiera ligar a la conciencia intelectual de mi existencia una simultânea determinaci6n de mi existencia mediante una inluiûôn inltlealfal, no se requeriria nccesariamente que ésta ruvie.ra conciencia de una relaci6n con algo c:xterioc a ml. Ahora bien, aunque dicha incuici6n intelcctual es 2nterior, la intuici6n interna, ünica que puede dctcrminar mi existencia, es sensible y se ha­lia ligada a la condici6n de tiempo. Pero esta dererminaci6n y, por tanto, 12 mis­ma experiencia interna, depende de algo permanente que no csrâ en mi, de algo que, conslguienremenre, esta fuera de ml y coo Jo cual me tcngo que considerar en relaci6n. Asi, pues, la re:alidad del senrido externo se halla nccesariamen1e li- BXLI gada a la del interno, si ha de ser posible la experiencia. Es decir, tengo una cer-teza tan segura de que existen fuera de mf cosas que se relacionan con mi senti-do como de que yo mismo existo como determinado por el riempo. Cu:ilcs sean, en cambio, las intu iciones dadas a las que correspond an objetos reales fue-ra de mf, las intuiciones, por tanto, que perteoezcan aluntido exrerno, 12s que haya que atribuir a ésce ühimo y no a la imagioaci6n, cs algo que ha de rcsol-verse en cada caso de acuerdo con las reglas segûn las cuales distinguimos la ex­periencia en general (incluso la interna) de la imaginaci6n. Para dio se prcsu-pooe siempce la proposici6n de que se da real.mente experiencia exteroa. Se pue-de objetar todavfa que la representaci6n de algo permanente en la existencia no es lo mis mo que una reprtstnlation permanentt. Pues, aunque la primera 1 pu ede ser muy tcansitoria y variable, como todas las representaciones que poseemos, incluidas las de la mareria, se refiere a algo pecmanente, lo cual dene, pues, que consistir en una cosa exterior y distiota de rodas mis representaciones. La exis-tencia de esa cosa exterior queda necesariameote incluida en la dtltrmination de mi pcopia exisrencia y constituye con ésta ûltima una ünica expeciencia, una ex­periencia que no se darfa, ni siquiera intemamente. si no fueca, a la vez (parcial­meme) externa. C6mo sea esto posible no puede explicarse aquf m:ls a fondo, al igual que no somos tampoco capaces de aclarar c6mo pensamos Jo permanen-te en el tiempo, de cuya coex.istencia con Jo mudable surge el concepto dd cam-bio (Nota de Kant).

1 Entiendo, de acuerdo con Wille,jene en lugarde dim (N. del T.)

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34 KANTfCRlTICA DE LA RAZON PURA

edici6n anterior, que no ha sido posible desarrollarlo a base de interpolaciones. De todos modos, esta pequeiia pércüda, que puede remediar cada uno por su cuenta consultando la primera edici6n, se vera compensada con creees, segun espero, por una mayor claridad en esta nueva edici6n. Me ha complaci­do gratamente el observar, a través de diferentes escritos publi­cos (sea en la recension de algunos libros, sea en tt~tados especiales), que no ha muerto en AJemania el espiritu de profun-

BXLIIl didad, sino que simplemente ha permanecido por breve tiempo acallado por el griterio de una moda con pretensiones de genialidad en su libertad de pensamiento. Igualmente me ha complacido el comprobar que los espinosos senderos de la critica que conducen a una ciencia de la raz6n pura sistematiza­da -unica ciencia duradera y, por ello mismo, muy necesaria­no ha impedido que algunas cabezas claras y valientes llegaran a dominarla. Dejo a esos hombres meritorios, que de modo tan afortunado unen a su profundidad de conocimiento el talento de exponer con luminosidad (talento del que precisa­mente no sé si soy poseedor), la tarea de completar mi trabajo, que sigue teniendo quizâ algunas deficiencias en lo que afecta a la exposici6n. Pues en este caso no hay peligro de ser refutado, pero si de no ser enteodido. Por mi pane, no puedo, de ahora en adelante, entrar en controversias, aunque tendré cuidadosamente en cuenta rodas la insinuaciones, vengan de arnigos o de adversarios, para utilizarlas, de acuerdo con esta propedéutica, en la futura elaboraci6n del sistema. Dada que al realizar estos ttabajos he entrado ya en edad bastaote avanza­da (cumpliré este mes 64 anos), me veo obligado a ahorrar tiempo, si quiero terminar mi plan de sumirusttar la metafisica de la naturaleza, por una parte, y la de las costumbres, por otra, como prueba de la correcci6n tanto de la critica de la raz6n especulativa como de la critica de la raz6o prâctica. Por ello tengo que confiar a los meritorios hombres que han hecho suya esta obra la aclaraci6n de sus oscuridades -asi

B X uv inevitables al comienzo- y la defensa de la mis ma coma conjunto. Aunque todo discurso filos6fico tiene puntos vulne­rables (pues no es posible presentarlo tan acorazado como Jo estân las rnatern:iticas), la estructura del sistema, considerada como unidad, no corre ningun peligro. Son pocos los que poseen la suficiente agilidad de espiritu para apreciar en su conjunto cücbo sistema, cuando es nuevo, y son todavfa menos los que estân dispuestos a hacerlo porque toda inoovaci6n

PROLOGO DE LA SEGUNDA EDICION 35

les parece inoportuna. Igualmente pueden descubrirse aparentes contradicciones en todo escrito, especialmente en el que se desarrolla como discurso libre, cuando se confronran determi­nados pasajes desgajados de su com exto. A los ojos de quienes se dejan llevar por los juicios de otros, tales conttacücciones proyectan sobre dkho c-scritc:> ~na luz desfav~r~ble. Por el contrario, esas mismas contradtcc10nes son muy faciles de resol­ver para quien domina la idea en su conjunto. De todos modos, cuando una teoria tiene consistencia por sf misma, las acciunc:::. y rc:acciunc:s que: la amc:nazab-dn inicialmente c~n gran peligro vienen a convertirse, con los anos, en ~edtos para limar sus desigualdades e incluso para proporctonarle en poco tiempo la elegancia indispensable, siempre que haya personas imparciales, inteligentes y verdaderamente populares

que se decüquen a ello.

Kiinigsberg, abri/ de 1787.