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MARCHA SOBRE WASHINGTON EL INTENTO DE GOLPE FASCISTA DE 1933-1934 Roberto Muñoz Bolaños Doctor en Historia Contemporánea Universidad Camilo José Cela Introducción El 1973, el antiguo congresista demócrata por Massachusetts (1928-1971) y expresidente de la Cámara de Representantes (1962-1971), John W. McCormack (1891-1980), afirmaba: “Si el general de división retirado Smedley Butler, del Cuerpo de Marines de los EE.UU. no hubiera sido un devoto defensor de la democracia, hoy los americanos podrían vivir evidentemente bajo un Mussolini, Hitler, o Franco americano” (Archer, 1973: IX). Aunque esta declaración podría sorprender a primera vista, dada la tradición y la fortaleza democrática de los EE.UU., el respetado político tenía razón, pues se estaba refiriendo a un hecho alucinante, pero real, que tuvo lugar en este país en los años 1933 y 1934: la puesta en marcha de un complot por parte de la derecha fascistizada con objeto de hacerse con el control del Gobierno, forzando al entonces presidente Franklin Delano Roosevelt (1982-1945), a abandonar su política de New Deal. A esta operación golpista se la conoció como Business Plot. El objetivo de este artículo es explicar este complot contextualizándolo en la situación que vivían entonces los Estados Unidos -marcada por la Gran Depresión, iniciada tras el crac bursátil de 1929-, donde, a semejanza de lo que había ocurrido en Europa, determinados sectores de la derecha habían iniciado un proceso de fascistización, y estaban dispuestos a emplear la violencia ante el temor de que la crisis económica pudiera producir un cambio en la política económica que redujese sus privilegios. Las fuentes que vamos a utilizar son principalmente las actas del Comité de Actividades Antiamericanas (HUAC), que investigó este complot; junto a la bibliografía existente sobre este periodo y sobre este complot. La estructura de nuestra investigación se articula en cuatro epígrafes: la Gran Depresión, donde explicaremos la situación económica en 1932; las elecciones presidenciales de 1932 y el New Deal, donde analizaremos las diversas corrientes políticas norteamericanas, así como el significado y características del proyecto político encabezado por F. D. Roosevelt, y el Business Plot, donde abordaremos el proceso de fascistización de determinados sectores de la derecha norteamericana, los conjurados en la operación golpista, el plan y el papel asignado en el mismo al general Butler, y

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Análisis del intento de golpe de Estado en Estados Unidos de 1933-1934.

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MARCHA SOBRE WASHINGTON

EL INTENTO DE GOLPE FASCISTA DE 1933-1934

Roberto Muñoz Bolaños

Doctor en Historia Contemporánea

Universidad Camilo José Cela

Introducción

El 1973, el antiguo congresista demócrata por Massachusetts (1928-1971) y expresidente de

la Cámara de Representantes (1962-1971), John W. McCormack (1891-1980), afirmaba: “Si el

general de división retirado Smedley Butler, del Cuerpo de Marines de los EE.UU. no hubiera sido

un devoto defensor de la democracia, hoy los americanos podrían vivir evidentemente bajo un

Mussolini, Hitler, o Franco americano” (Archer, 1973: IX). Aunque esta declaración podría

sorprender a primera vista, dada la tradición y la fortaleza democrática de los EE.UU., el respetado

político tenía razón, pues se estaba refiriendo a un hecho alucinante, pero real, que tuvo lugar en

este país en los años 1933 y 1934: la puesta en marcha de un complot por parte de la derecha

fascistizada con objeto de hacerse con el control del Gobierno, forzando al entonces presidente

Franklin Delano Roosevelt (1982-1945), a abandonar su política de New Deal. A esta operación

golpista se la conoció como Business Plot.

El objetivo de este artículo es explicar este complot contextualizándolo en la situación que

vivían entonces los Estados Unidos -marcada por la Gran Depresión, iniciada tras el crac bursátil de

1929-, donde, a semejanza de lo que había ocurrido en Europa, determinados sectores de la derecha

habían iniciado un proceso de fascistización, y estaban dispuestos a emplear la violencia ante el

temor de que la crisis económica pudiera producir un cambio en la política económica que redujese

sus privilegios.

Las fuentes que vamos a utilizar son principalmente las actas del Comité de Actividades

Antiamericanas (HUAC), que investigó este complot; junto a la bibliografía existente sobre este

periodo y sobre este complot.

La estructura de nuestra investigación se articula en cuatro epígrafes: la Gran Depresión,

donde explicaremos la situación económica en 1932; las elecciones presidenciales de 1932 y el New

Deal, donde analizaremos las diversas corrientes políticas norteamericanas, así como el significado

y características del proyecto político encabezado por F. D. Roosevelt, y el Business Plot, donde

abordaremos el proceso de fascistización de determinados sectores de la derecha norteamericana,

los conjurados en la operación golpista, el plan y el papel asignado en el mismo al general Butler, y

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su desarticulación. La investigación finalizará con una conclusión, donde se abordarán las

consecuencias del complot y se comparará su organización y metas con el golpe de estado del 23-F.

1. La Gran Depresión (1929-1932).

El 4 de diciembre, el presidente Republicano Calvin Coolidge (1923-1928), enviaba un

mensaje al Congreso, que sería su testamento político (Galbraith, 2005: 15):

Ninguno de los Congresos de los Estados Unidos hasta ahora reunidos a examinar el

estado de la Unión tuvo ante sí una perspectiva tan favorable como la que nos ofrece en los

actuales momentos. Por lo que respeta a los asuntos internos hay tranquilidad y satisfacción… y

el más largo periodo de prosperidad. En el exterior hay paz y esa sinceridad promovida por la

comprensión mutua…

Su sucesor, el también Republicano Herbert Hoover (1929-1932), compartía el optimismo

de Coolidge, y lo reflejó en el discurso inaugural de su presidencia el 4 de marzo de 1929 (Hoover

1952: II, 222). Sin embargo, poco más de siete meses después, el 24 de octubre, la bolsa de Nueva

York se derrumbaba, y comenzaba la Gran Depresión. ¿Cómo pudo ser? ¿Cómo un crac bursátil

produjo una crisis económica mundial? El presidente Hoover no dudó en echar la culpa a la

situación económica de los Estados europeos (Hoover, 1952: 2-4). Sin embargo, Galbraith cree que

las razones eran más profundas, apuntando cinco: la pésima distribución de la renta, la deficiente

estructura de las sociedades anónimas, la pésima estructura bancaria, la situación de la balanza de

pagos internacional (Galbraith, 2005: 204-215).

En todo caso, la Gran Depresión desencadenada por el crac bursátil de 1929 hundió la

economía norteamericana. El PIB cayó en un tercio de su valor entre 1929 y 1933, la producción

industrial se hundió, quebraron 6000 de los 12000 bancos del país, y el paro alcanzó a 13 millones

de personas (Galbraith, 2005: 195). Pero, también arruinó la presidencia de Hoover, cuyas políticas

para hacer frente a la crisis, basadas en el liberalismo estricto y en el apoyo a las grandes empresas,

y en el equilibrio presupuestario como dogma (Hoover 1952: III, 38-176), fueron ineficaces

(Galbraith, 2005: 210-214).

La prosperidad general había sido un gran aliado en mi elección en 1928. La depresión

general que la sustituyó, fue la responsable de mi derrota en 1932. La recuperación que comenzó

en julio, aumentó de forma constante durante el verano, pero no fue suficiente como para superar

ese problema político particular.

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En estas circunstancias, con el país quebrado y cuya población estaba desmoralizada por la

pobreza, el paro y sobre todo por la carencia de expectativas, la elecciones de 1932 se convirtieron,

junto a las de 1860, en las más importantes de la historia de los EE.UU.

2. Las elecciones de 1932. El New Deal.

En 1932, el sistema político norteamericano, articulado sobre dos grandes partidos, el

Republicano y el Demócrata, se encontraba al final de lo que se denomina Fouth Party System o

“cuarto sistema de partidos”, también conocido como “Era Progresista”, que se extiendió desde

1896 a 1932, y que estuvo marcado por la división de la élite política norteamericana en tres

grandes tendencias.

La primera era la integrada por los conservadores, tanto del Partido Demócrata como del

Republicano. Se caracterizaban por su individualismo, liberalismo económico, el apoyo a las

grandes empresas (Craig 1992: 10-11). y el rechazo por la Ley Vostead, o Ley Seca, aprobada el 28

de octubre de 1919, denominándose wet o “mojados”, ya que consideraban que el Gobierno Federal

no podía legislar sobre aspectos privados del individuo, pues esto suponía una violación de los

principios básicos sobre los que se apoyaba la Constitución de los EE.UU. Esta posición se

vinculaba fundamentalmente con la facción conservadora del Partido Demócrata, y se plasmaba en

el apoyo de sus miembros a la Association Against the Prohibition Amendment (Asociación de

Lucha contra la enmienda de la prohibición, AAPA), creada en 1918 para poner fin a la Ley Seca

(Alsop, 1987: 70 y 77).

La segunda eran los populistas, vinculados con el Partido Demócratas, más concretamente

con su organización sureña, y ligados a la figura de William Jenings Bryan (1860-1925), que fue

candidato del partido en las elecciones 1896, 1900 y 1908. Con mucha influencia en las zonas

rurales, abogaban por el bimetalismo –oro y plata- como patrón monetario, el intervencionismo

estatal en la economía, apoyando el aumento de los impuestos directos, y el control estatal de

teléfonos, telégrafos y ferrocarriles; además de defender la democracia directa. Sin embargo, estas

posiciones progresistas en materia económica, se combinaban con una posición fundamentalista en

materia religiosa –Bibble Belt o cinturón bautista del Sur de los EE.UU.-, una mentalidad

conspiranoica frente a las grandes corporaciones industriales (Schlesinger, 2003: 17-18) y una

posición favorable a la Ley Seca, por motivos religiosos –el Sur es el Bible Belt, dominado por la

religión baptista-, lo que hacía que se denominaran dry o “seco” (Alsop, 1987: 70 y 77).

La tercera tendencia era la de los liberales o progresistas, términos sinónimos (Craig 1920:

14), y que era común en ambos partidos. Su origen se vincula a la recepción del New Liberalism

británico, postulado por Thomas Hill Green (1836-1882) y sobre todo Leonard Trelawny Hobhouse

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(1864-1929) (Freeden 1978), en EE.UU. y da lugar a dos tendencias: el New Nacionalism en el seno

del Partido Republicano, que daría origen al Progresismo. Su creador fue Herbert Croly (1869-

1930), con su obra The Promise of American Life (1909) (Engeman, 2003: 523), y a esta corriente

se adscribieron importantes líderes políticos norteamericanos del siglo XX como Charles Evan

Hugues (1862-1848) –secretario de Estado entre 1921 y 1925-, Robert LaFollette (1855-1925) –

senador por Wisconsin de 1906 a 1925 y líder del progresismo norteamericano-, Henry Stinson

(1867-1951) –secretario de estado entre 1929 y 1933, y de Guerra entre 1011 y 1913 y 1940 y

1945- o George Norris (1861-1944) –senador por Nebraska entre 1913 y 1943-, pero su gran figura

fue Theodore Roosevelt (1858-1919), primo de F. D. Roosevelt y presidente de los EE.UU. entre

1901 y 1908 (Schlesinger, 2003: 18-19), y creador del término New Nacionalism en una serie de

discursos en 1910 (Yarbrough, 2003: 544).

Los progresistas abogaron por la defensa de las virtudes de las clases medias frente a la

corrupción política y la riqueza de los grandes empresarios, pero sobre todo por la idea de que las

nuevas condiciones socio-económicas habían superado los principios de Gobierno limitado y de

respeto por el individualismo sobre los que se había fundado la República, siendo partidarios de un

poderoso gobierno federal que desarrollara una democracia pura y protegiera a los individuos frente

a las grandes corporaciones industriales; ya que consideraban que el individualismo liberal había

provocado una desigual distribución de la riqueza (Yarbrough, 2003: 545-546).

En el Partido Demócrata, se puede hablar de una tendencia liberal, a partir del segundo

mandato del virginiano Thomas Woodrow Wilson (1856-1924), un demócrata del Viejo Sur,

jeffersoniano de ideología, que gobernaría desde 1913 al 1920, bajo el lema de New Freedom

(Pestrito, 2003: 559-560), y que en las elecciones presidenciales de 1916, asumió buena parte de la

ideología del New Nacionalism, apoyando un Gobierno fuerte, y el intervencionismo estatal en

favor de trabajadores y asalariados, llegando a nacionalizar los ferrocarriles a partir de la entrada de

los EE.UU. en la Primera Guerra Mundial (1917). Esta política le permitió contar con el apoyo de

antiguos progresistas como Harold Ickes (1874-1952), y el gran periodista Walter Lippman (1889-

1974) y de los miembros del Partido Demócrata más liberales como Cordell Hull (1871-1955) –

senador por Tennessee entre 1931 y 1933 y secretario de Estado entre 1933 y 1944-, Sam Reyburn

(1882-1961) –congresista por Texas y presidente de la Cámara de Representantes durante 17 años.

Esta considerado el mejor presidente de ese órgano en toda su historia-, Oscar Underwood (1862-

1929) –senador por Alabama entre 1915 y 1927 y contrario a Ku Klux Klan, que dominaba la vida

política de este Estado del Deep South-, y también un caballero rural de Nueva Inglaterra,

perteneciente a una vieja familia patricia de Nueva York: F. D. Roosevelt, que fue subsecretario de

Marina entre 1912 y 1920 (Schlesinger, 2003: 34-37).

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Estas tres tendencias, aparecerían en las elecciones de 1932. El Partido Republicano decidió

presentar al presidente saliente Hoover –un conservador puro- como candidato, mientras que el

Demócrata aparecía dividido. En la Convención de Chicago (27 de junio-2 de julio), donde debería

elegirse el candidato, se plantearon tres opciones.

La coalición conservadora del Noroeste, integrada por James Cox (1870-1957) –candidato

perdedor en las elecciones de 1920-; John W. Davis (1873-1955) –candidato perdedor en las de

1924-; Irénee du Pont (1873-1963), quien junto a sus hermanos Pierre (1870-1954) y Lamont

(1880-1952), controlaba uno de los mayores emporios industriales del mundo, que incluía la

empresa automovilística General Motors (GM) (Burk, 1990: 123), y John J. Raskob (1879-1950),

presidente del Comité Nacional Demócrata (CND) entre 1929 y 1932, secretario personal de Pierre

Du Pont, uno de los líderes de la industria automovilística americana, y un miembro destacado,

junto a todos los Du Pont, de la AAPA (Craig, 1992: 112-129), decidieron apostar por Alfred Smith

(1873-1944), candidato perdedor en las elecciones de 1928, y un descendiente de irlandeses,

italianos y alemanes, devoto católico y nacido en Lower East Side, uno de los barrios más

deprimidos de la ciudad de Nueva York. Smith había iniciado su carrera política como un

progresista, y durante su mandato en Nueva York (1923-1928), se había mostrado como un

progresista que había establecido la jornada laboral de ocho horas de trabajo para las mujeres, la

sanidad estatal en las zonas rurales, los seguros de maternidad, la seguridad social para los

trabajadores y había mejorado el servicio de instrucción pública (Schlesinger, 2003: 97). Sin

embargo, tras su vinculación con los Du Pont –fue presidente del Empire State, Inc., la sociedad que

construyó y operó el rascacielos más grande del mundo, financiado por Raskob y los Du Pont

(Willis, 1995: 375-376)-, se había inclinado por posiciones muy conservadoras (Craig, 1992: 157-

180).

Los conservadores del Sur, de ideología dry, y con un fuerte apoyo del Ku Klux Klan,

entonces en su momento de máximo auge con cerca de 5 millones de negros, y que controlaban el

Partido Demócrata en los antiguos Estados Confederados (Pegram, 2011: 47-88), tenían como

candidato al senador de Texas John Nance Garner (1868-1967) (Alsop, 1987: 88).

Los liberales del Norte y del Oeste y los populistas del Sur, como los senadores Robert F.

Wagner (1877-1953) -Nueva York-, Huey P. Long (1893-1955) –Louisiana-, Cordell Hull –

Tennessee-, Hugo Black (1886-1971) –Alabama-, Alben W. Barkley (1877-1956) –Kentucky-,

Burton K. Wheler (1882-1975) –Montana- y Clarence C. Dill (1884-1978) –Washington-, más

William Gibbs MacAdoo (1863-1941) –político sureño y líder del Partido Demócrata en California-

, junto a importantes demócratas conservadores como el editor William Randolph Hearst (1863-

1951) o el financiero Joseph P. Kennedy (1888-1969), apoyaban a F. D. Roosevelt, quien había

sufrido una poliomielitis que le había dejado invalido a partir de 1921, pero que la había superado,

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convirtiéndose en gobernador de Nueva York, sustituyendo a su mentor, Alfred Smith, en 1928,

pero del que luego se había alejado, aunque manteniendo su inicial política progresista, con cierto

éxito frente a la Gran Depresión (Alsop, 1987: 74-77).

Al inicio de la convención, Roosevelt poseía la mayoría de los delegados, pero no alcanzaba

los 2/3 necesarios para lograr su elección como candidato del partido (Craig, 1990: 247). Sin

embargo, tenía una gran ventaja sobre Al Smith: su carácter de Damp, su origen rural, su

vinculación con los granjeros y su alejamiento de las grandes corporaciones, lo que le hacía más

atractivo para los sureños. Además, en un rasgo de inteligencia política, Roosevelt negoció con

Nance y le ofreció la vicepresidencia, lo que el texano aceptó. Los partidarios de Nance, que

constituían buena parte de los delegados de los estados del Sur se unieron a los de Roosevelt y

consiguieron la mayoría en la cuarta votación (Alsop, 1987: 82-85). El 2 de julio, Roosevelt se

trasladó de Albany (Nueva York) a Chicago para dar su discurso de aceptación, donde prometió “un

New Deal para el pueblo estadounidense” (Gunther, 1952: 270-272). El New Deal o “Nuevo Trato”,

se convertiría en el símbolo de su Presidencia, y en el concepto cumbre sobre el que se articularía

todo el liberalismo norteamericano posterior.

La victoria en la convención de Chicago, se repetiría el 8 de noviembre, cuando Roosevelt

obtuvo 22.821.277 votos (57%) y 473 compromisarios frente a los 15.761.254 (39,7%) y 59

compromisarios de Hoover (Schlesinger, 2003: I, 438).

El triunfo de Roosevelt significó un antes y un después en la historia de los EE.UU. porque

no sólo significó el fin del “Cuarto Sistema de Partidos Políticos”, y la puesta en marcha del

“Quinto Sistema” (Stensher, 1975: 127-149), que se prolongaría hasta 1964, cuando la aprobación

de la Civil Rights Act (“Ley de Derechos Civiles”), el 2 de julio de 1964 –que suponía el fin de la

segregación racial en el Sur-, auspiciada por un presidente Demócrata y sureño, el texano Lyndon

B. Johnson (1908-1973), rompió la llamada “Coalición New Deal”, integrada por los blancos del

Sur, las minorías étnicas y religiosas, los negros, los sindicatos, los trabajadores, los intelectuales y

la población de las grandes ciudades, que había dado la hegemonía al Partido Demócrata durante

todo este periodo (White, 1966: 278-283). No, la elección de Roosevelt fue determinante porque

produjo una auténtica revolución en el pensamiento político norteamericano, al poner en tela de

juicio la ideología de los Padres Fundadores -siguiendo la estela de su primo Theodore y los

progresistas-, ya que como afirmó Brand, pensaba que el régimen que habían fundado era

incompleto porque los fines que ellos habían identificado para el Gobierno Federal no eran capaces

de proporcionar la felicidad al pueblo (Brand, 2003: 598). Sería el propio Roosevelt quien mejor

definiría esta idea en un párrafo ya mítico: “Cada hombre tiene derecho a la vida, y esto significa

que también tiene derecho a una vida confortable. Puede… declinar el ejercicio de ese derecho;

pero no se le puede negar” (Denton, 2012: 41). Este pensamiento se haría realidad bajo la forma del

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Second Bill of Rights, basado en cuatro libertades –libertad para hablar y expresarse, libertad de

toda persona a trabajar a su propia manera, libertad para querer, y libres del miedo- (Brand, 2003:

598), y cuyo objetivo era asegurar el máximo bienestar para el Forgotten Man, el “hombre

olvidado”.

Roosevelt haría realidad su pensamiento a partir del 4 de marzo de 1933, cuando se inauguró

su Presidencia. En los 100 primeros días del New Deal, aprobó una ingente legislación en ese

sentido: la Ley de Economía (14 de marzo), por el que se reducían los salarios de los empleados

públicos y las pensiones; la Ley de Emergencia Bancaria (9 de marzo), que estabilizó el sistema

bancario; la Ley de Valores, para evitar otro crac bursátil (27 de mayo); derogación de la Ley Seca

(13 de marzo), y planes para recuperar la agricultura, y reducir el desempleo, mediante subsidio y

planes de obras públicas (Schlesinger 2003: II, 179-194).

No obstante, hubo otras dos decisiones de Roosevelt que estarían vinculadas directamente

con el Business Plot: la negativa a pagar un bono en metálico a los veteranos de guerra -4 millones

de personas- y la suspensión momentánea del patrón oro, que convirtió las fortunas líquidas de

grandes millonarios en simple papel (Schlesinger 2003: II, 195-212).

3. El Business Plot

3.1. Movimientos fascistas y fascistización de la derecha. La Legión Americana.

En los años 20, tras la “Era Progresista”, se produjo una importante derechización de la vida

política y la sociedad norteamericana, empezando a extenderse actitudes como la intolerancia y el

racismo que se plasmó en el aumento del número de integrantes del Ku Klux Klan, que vivió en

este momento su época dorada, alcanzando los 4.000.000 millones de miembros, todos ellos ligados

al Partido Demócrata, y con una base fundamental en el Sur, donde realmente llegaba a confundirse

con este partido. Sin embargo, no puede hablarse de una organización fascista, sino simplemente de

la derecha ultraconservadora (Pegram, 2011: 47-88).

Tampoco puede considerarse fascista a Huey P. Long, quien a partir de 1933, inició un

movimiento populista, que se basaba en un reparto radical de la riqueza, y que llevó a ser

considerado por Roosevelt, como “el segundo hombre más peligroso de los EE.UU.” (Denton,

2012: 56); ni la Silver Legion, de William Dudley Pelley (1890-1965), un movimiento

fundamentalista cristiano; ni tampoco la Black Legion, de William Shepard, una escisión del Ku

Klux Klan. De hecho, el fascismo en los EE.UU. se limitó básicamente al Unión Nacional Para la

Justicia Social, del el del sacerdote católico Charles Coughlin (1891-1979), un líder radiofónico que

apoyó inicialmente a Roosevelt, pero que posteriormente se radicalizó, abogando por la

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desaparición de las grandes empresas y mostrando su admiración pública por Adolf Hitler (1888-

1945), Benito Mussolini (1883-1945) y el general Francisco Franco (1892-1975) (Denton, 2012:

58-60). Igualmente, puede considerarse fascista la Liga Germano-Americana, que era la sección en

los EE.UU. del Partido Nacional-Socialista de los Trabajadores Alemanes (NSADP), que nunca

tuvo mucha importancia en la vida política del país (Payne 1995: 350-352). La razón de que el

fascismo no tuviera un gran desarrollo en los EE.UU. es obvia: se trataba de un fenómeno

estrictamente europeo porque los factores, especialmente los culturales y los políticos, que lo

hicieron posible, sólo se dieron en este continente (Muñoz Bolaños, 2013: 24-36).

Sin embargo, el hecho de que el fascismo no se desarrollara en este país como un

movimiento político, no significó que no se produjera un fenómeno de gran importancia que

también tuvo lugar en Europa: la fascistización de sectores de la derecha conservadora. La causa de

este proceso hay que buscarla en el temor a que la crisis económica que había estallado en 1929,

derivara no tanto en una posible revolución comunista, sino en un mayor intervencionismo del

Gobierno Federal en materia económica, que supusiera aumento de los salarios, seguros laborales,

aumento de salarios y una mayor redistribución de la riqueza (Muñoz Bolaños, 2013: 37-44). Es

decir, en un programa de gobierno como el New Deal.

Este proceso se manifestaría en dos hechos. El primero fue la aparición de tendencias

corporativistas y fascistas entre determinados sectores de la élite empresarial norteamericana, tanto

financiera como industrial y agraria. Los casos más conocidos es el de los poderosos hermanos Du

Pont, cuya ideología no se oponía a una centralización estatal que abarcara todos los aspectos de la

sociedad, incluida la esfera de los negocios siempre que estuviera en sus manos. Representaban una

visión de la política pre-jacksoniana, en el sentido que se ligaba con la idea de los Padres

Fundadores de que la acción política debía estar en manos de los propietarios; pero a la vez, ligada

con las tendencias corporativas europeas que habían surgido a finales del siglo XIX, y cuya idea

fundamental era superar los enfrentamientos de clase, e incluso la competencia propia del

capitalismo, mediante una organización del Estado en corporaciones, donde el poder quedara en

manos de los propietarios, y donde se crearan carteles en los diversos sectores de la economía que

fijasen precios y producción. El objetivo era crear un Estado regido por los mismos principios de

eficiencia con los que funcionaban las corporaciones privadas. El corporativismo fue común en

buena parte de la derecha conservadora europea de los años 20, y también en las ideologías

fascistas. Si la familia Du Pont aparecería posteriormente como cabeza del sector conservador del

Partido Demócrata, y como defensora a ultranza del individualismo y de la no injerencia del

Gobierno federal en la economía fue porque no pudo imponer su programa, yante esta tesitura, optó

por defender estos principios, ya que consideraba muy perjudicial para sus intereses que la

centralización de la economía fuera realizada por sus “enemigos” (Burk, 1990: VII-XI).

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La admiración por el corporativismo, e incluso por el fascismo, no se limitó a los Du Pont,

sino que se extendió a otros miembros de la élite empresarial estadounidense, como Hearst (Procter,

2007: 150-151); Henry Ford (1863-1947), el gran empresario del automóvil y cuyo retrato presidía

la mesa del despacho de Hitler; Thomas Lamont (1870-1948), socio del muy importante banco J. P.

Morgan (Steel 2008: 250-251); John Foster Dulles (1888-1959), secretario de Estado de los EE.

UU. (1951-1959), abogado de I.G. Farben, el cartel alemán de la industria química y la mayor

corporación industrial del mundo en ese sector, e intermediario de los Du Pont en la financiación

del rearme alemán de los años 30 (MacGowan, 2001: 128); el general Graeme K. Howard,

vicepresidente de GM, nazi y autor de la obra America and a New World Order (Howard 1940),

(Pichardo Almazan y Kulik, 2013:7), que sería prologado por el mayor general (general de división)

James B. Harbord (1866-1947), presidente de la Radio Corporation of America (RCA), y al que se

citaría en la investigación del Business Plot, y Prescott Bush (1895-1972), padre y abuelo de dos

presidentes de los EE.UU., hombre ligado al grupo empresarial Harriman –ferrocarriles-, a través de

la dirección de la Union Banking Corporation (UBC) –donde contó con el apoyo legal de Foster

Dulles- que ayudó a financiar a Hitler y mantuvo negocios con el empresario metalúrgico alemán

Fritz Thyssen (1873-1951), el principal apoyo de los nazis. La UBC perdería todos sus activos el 20

de octubre de 1942, bajo la Ley de Comercio con el Enemigo (Tarpley y Chaitkin, 1992: 25-42).

El segundo hecho fue la conversión de la American Legion , una organización de ayuda

mutua, convertida posteriormente en un lobby, creada en 1919. La causa fue el temor a que los

soldados norteamericanos –dos millones- que comenzaban a desmoralizarse tras el final del primer

conflicto mundial porque no regresaban a su país, pudieran repetir los conatos revolucionarios que

habían tenido lugar en otros países de Europa (Baker, 1954: 12). Para evitarlo, el coronel Theodore

Roosevelt, jr. (1887-1944), hijo del célebre presidente progresista, lanzó la idea de una organización

de veteranos de guerra que velara por los intereses mutuos de los veteranos. Idea que contó desde el

primer momento con el apoyo del general de los Ejércitos John J. Pershing (1860-1948),

comandante supremo de la Fuerza Expedicionaria Americana (AEF) en Francia, y cuyas bases se

pusieron en una reunión celebrada el 17 de febrero de 1919 en París. No obstante, aunque la idea

fue de Roosevelt, Pershing controló el proceso de creación, y procuró dotar a la Legión de un fuerte

carácter religioso, bajo el lema “Por Dios y por la Patria”, que permitiera utilizarla como fuerza

armada contra cualquier levantamiento comunista (Baker, 1954: 14). Esta idea se plasmaría ya en el

primer Caucus (reunión) de la Legión celebrado en Paris entre el 15 y el 17 marzo de 1919, cuando

Eric Fisher Wood, presidente temporal, afirmó (Baker, 1954: 75):

Page 10: Marcha Sobre Washington

Creemos que durante los próximos veinte o treinta años, que prometen estar llenos de

movimientos sociales y económicos a nivel mundial, la Legión Americana será el mayor baluarte

contra el bolchevismo y la anarquía en nuestro país natal. . . .

La Legión está inalterablemente opuesta a todos aquellos grupos irresponsables,

perezosos y cobardes de hombres, que buscan por la acción anarquista indirecta derrocar al

gobierno y la Constitución, con el fin de apoderarse por métodos violentos de lo que por ser

demasiado lentos, demasiado estúpidos, o demasiado incompetentes, no han podido obtener por

medios justos.

De hecho, desde el primer momento, la Legión se convertiría en una fuerza importante en la

política norteamericana, integrada por millones de hombres, dotada de una ideología

ultraconservadora –con vínculos con el Ku Klux Klan (Littlewood, 2004: 92-103)- y controlado por

lo que se llamo la “Royal Family” de los banqueros de Wall Street (McCormack-Dickstein, 1934:

10), que fue empleada como rompehuelgas desde el primer momento, como ocurrió en la ciudad de

Centralia, el 11 de noviembre de 1919 (Copeland 1993), a semejanza de los Fascios de Combate, de

Mussolini, con los que en 1923, el comandante nacional de la Legión, el demócrata texano Alvin

Owsley (1888-1967), se identificó (Pencak, 1989: 21):

Si alguna vez es necesario, la Legión Americana está dispuesta a proteger a las

instituciones y los ideales de nuestro país como el Fascisti ocupó de los elementos destructores

que amenazaban Italia! ... La Legión Americana está luchando contra todos los elementos que

amenaza nuestro gobierno democrático - soviéticos, anarquistas, IWW, socialistas

revolucionarios y cada otra roja.... No hay que olvidar que los fascistas son a Italia lo que la

Legión Americana es para los Estados Unidos.

El carácter fascista de la Legión, volvería a manifestarse en 1935, cuando su

vicecomandante, el coronel William F. Easterwood, visitó Italia, y condecoró a Mussolini con la

insignia de la Legión, haciendo “miembro honorario” de la misma, y le invitó a la próxima

convención de la Legión en Chicago para que diera un discurso (Archer, 1973: 211).

Por tanto, en los años 30 existía en EE.UU. una base económica –la Gran Depresión-,

política e ideológica –fascistización de importante sectores de la derecha-, financiera –apoyo de

grandes empresarios- y paramilitar –la American Legion- para poner en marcha un movimiento

fascistoide que pudiera modificar en mayor o menor medida, el sistema político vigente.

Page 11: Marcha Sobre Washington

3.2. Los conjurados

El aspecto más difícil de cualquier investigación histórica sobre un golpe de Estado es

determinar quien fueron los participantes en el mismo, es decir, quienes integraban la conjura. En el

caso del Business Plot, las fuentes para conocer a los participantes son dos: las actas de la comisión

McCormack-Dickstein, y los artículos del periodista comunista Louis Spivak, donde se publicaron

las declaraciones completas del general Butler, cosa que la comisión no hizo. A partir de estas dos

fuentes, los conjurados se pueden dividir en tres grandes grupos.

El primero estaría formado por aquellos que participaron directamente en los hechos, y que

se reducen fundamentalmente a tres personas: dos oficiales de la Legión, William Doyle y Gerald

MacGuire (McCormack-Dickstein, 1934: 1), y sobre todo un empresario, Robert Sterling Clarck

(1877-1956), heredero de la fortuna de Singer Corporation, valorada en unos 30 millones de dólares

en dinero líquido (McCormack-Dickstein, 1934: 2-3).

El segundo, por aquellas personas que sin participar directamente en las reuniones

conspirativas, fueron citados por alguno de los conjurados anteriores. En este grupo se pueden

distinguir tres subgrupos:

Empresarios: el coronel Grayson Mallet-Prevost Murphy (1878–1937), un banquero y directivo

de importantes compañías como Anaconda Copper Mining Company, Guaranty Trust

Company, New York Trust Company, Bethlehem Steel, Goodyear Tire & Rubber, New York

Railways, Fifth Avenue Coach Co., y Chicago Motor Coach Co. Murphy estaba ligado a J.P.

Morgan, como Thomas Lamont, y era un miembro activo de la AAPA y financiero de la Legión

(McCormack-Dickstein, 1934: 11-12); los Du Pont, que por el control que ejercían de la

empresa de armas Remington, se encargaría de armar a los miembros de la Legión (Spivak,

1935: 12); Thomas Lamont (McCormack-Dickstein, 1934: 1), y el banquero John Pierpont

Morgan, jr. ( 1867-1943) (Spivak, 1935: 15).

Políticos: John W. Davis y Alfred Smith, ex candidatos demócratas a la presidencia (Spivak,

1935: 14); el gobernador de Massachusets Joseph Buell Ely (1881-1956), un demócrata

conservador del grupo de Alfred Smith y enemigo de Roosevelt (Spivak 1935: 14), y Louis

Johnson (1891-1966), otro demócrata conservador, comandante nacional de la Legión entre

1932 y 1933, y futuro secretario de Defensa (1949-1950).

Militares: el general de brigada Hugh Johnson (1881-1942), un colaborador de Roosevelt y

presidente de la Administración Nacional de Recuperación (NRA), organismo encargado de

reorganizar la industria de los EE.UU. (Spivak 1935: 12); el teniente general Hanford MacNider

(1889-1968), republicano y uno de los fundadores de la Legión (Spivak, 1935: 15); el almirante

William Sims (1868-1936), enemigo de Roosevelt desde los tiempos en que este fue secretario

Page 12: Marcha Sobre Washington

de la Marina con Wilson (McCormack-Dickstein, 1934: 1) y el ya citado general Harbord

(McCormack-Dickstein, 1934: 1), y sobre todo el general del Ejército Douglas MacArthur

(1880-1964), Jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, vinculado familiarmente con la

banca Morgan (Spivak, 1935: 15), y considerado por Roosevelt como “el segundo hombre más

peligroso de América”. El primero era el ya citado senador populista Long (Denton, 2012: 56).

El tercer grupo estaría integrado por aquellas personas no citadas en ningún momento, pero

que Spivak en sus investigaciones, ligó con los conjurados. En este grupo, los personajes más

destacados eran el editor Hearst (Spivak, 1935: 20); Felix Warburg (1871-1934), uno de los

fundadores de la Reserva Federal de los EE.UU. y socio de la importante firma financiera Kuhn,

Loeb & Co (Spivak 1935: 9); Frank Belgrano (1895-1959), comandante de la Legión y socio de la

corporación bancario AP Giannini, aliada de Morgan y los Rockefeller, y de la aseguradora Trans-

America, ligada al banquero Amadeo Giannini (1870-1949) (Spivak, 1935: 18); Fred I. Kent (1969-

1954), vicepresidente del Bankers Trust Company de Nueva York, controlado por J. P. Morgan

(Spivak, 1935: 19); Sewell L. Avery (1873-1960), directivo de U. S. Steel, la mayor empresa

siderúrgica del mundo, controlada por J. P. Morgan (Spivak, 1935: 17), o Alfred P. Sloan (1875-

1966), presidente de GM, controlada por los Du Pont.

Sin embargo, a pesar de que se trataba de un grupo de personalidades muy poderosas,

pertenecientes a la élite conservadora de la empresa, la política y las fuerzas armadas, ninguno de

ellos poseía el carisma necesario para dirigir una marcha de un millón de legionarios sobre

Washington, ni siquiera MacArthur, ya que su imagen había quedado muy dañada tras haber

dirigido la represión el 28 de julio de 1932 contra la llamada Bonus March, una manifestación de

43.000 personas, formada por 17.000 veteranos de la Primera Guerra Mundial y sus familias, que

reclamaban un adelanto del pago de los bonos de guerra que se les debían, y que deberían recibir en

1945. Hoover ordenó a MacArthur, como Jefe del Estado Mayor del Ejército que utilizara unidades

militares para detenerlas, y el general hizo un uso masivo de ellas, incluidos carros de combate,

provocando cuatro muertos y 1017 heridos. A partir de ese momento, su prestigio entre los

veteranos de guerra, quedó muy dañado (Daniels, 1971: 171-3 y 332-334).

Por tanto, se hacía necesario buscar a un militar con el suficiente carisma como para

arrastrar a los miembros de la Legión en una marcha sobre Washington. Y este hombre sólo podía

ser el mayor general Smedley Darlington Butler (1881-1940), el militar más condecorado en la

historia de los Estados Unidos –dos medallas de Honor del Congreso, la más alta condecoración de

los EE.UU.- y el oficial más popular entre las tropas (Smith, 1998: 6-198).

Sin embargo, la meteórica carrera de Butler -general de brigada a los 37 años y general de

división a los 48 (Smith, 1998: 199)-, había comenzado a truncarse tras regresar de China en 1929,

cuando comenzó a mostrarse como un pacifista, ya que consideraba que todas las guerras en las que

Page 13: Marcha Sobre Washington

había participado, especialmente en Sudamérica, habían sido para favorecer a las grandes

corporaciones empresariales norteamericanas; lo que le provocó la censura del presidente Hoover

(Smith, 1998: 202-205). A este hecho se unió que, en un discurso pronunciado en enero de 1931,

afirmase que según le había contado un amigo suyo, Cornelius Vanderbilt –uno de los hombres más

ricos de EE.UU.-, Mussolini había atropellado y matado a un niño, y que ni siquiera se había

parado, diciendo “¡Qué es una vida en comparación con los asuntos de un Estado!”, lo que provocó

una fuerte protesta del embajador de Italia, un conflicto diplomático y el arresto domiciliario de

Butler. Años después, Vanderbilt confirmaría lo que el general había dicho (Smith, 1998: 208-210);

En estas circunstancias fue comprensible que cuando hubo de cubrir el puesto de comandante

general del cuerpo de Marines, el secretario de Guerra Stinson, le postergara, eligiendo al general

de división Ben H. Fuller (1870-1837). Butler entendió esta elección como una censura, dado su

mayor prestigio y mejor hoja de servicios que Fuller, y pidió el retiro el 1 de julio de 1931 (Smith,

1998: 313).

A partir de ese momento, y tras una carrera política frustrada –perdió las elecciones al

senado por Pennsylvania en 1931, como candidato del Partido Republicano, al cual había

pertenecido su padre, Thomas S. Butler (1855-1928), como congresista del mismo estado entre

1904 y 1928, inició una fuerte campaña en apoyo de los veteranos de guerra para que cobraran sus

bonos –a lo que Roosevelt como ya sabemos, se había negado-, ligándose a la organización

Veterans of Foreign Wars (“Veteranos de Guerras Exteriores” VFW), dirigida por su amigo James

E. Van Zandt (1898-1986), congresista republicano por Pennsylvania. Por el contrario, Butler tenía

una pésima opinión de la Legión, a la que consideraba ligada con los intereses financieros de Wall

Street (Smith, 1998: 223).

Es curioso que, a pesar de su marcado carácter antifascista y su desprecio por la Legión, los

conjurados eligiesen a Butler como cabeza de su plan. O, ¿fue por eso?

3.3. El plan

Los conjurados que se entrevistaron con Butler para exponerle el plan fueron MacGuire,

Doyle y Clarck, de acuerdo a la siguiente cronología.

El 1 de julio de 1933, en el domicilio de Butler, cerca de Philadelphia, tuvo lugar el primer

encuentro, en el que MacGuire y Doyle le pidieron que se presentara como candidato para dirigir la

Legión en la convención de Chicago que tendría lugar en octubre de ese mismo año. El general les

dijo que no estaba interesado, y ellos le sugirieron que fuera como delegado por Hawai. En ese

punto terminó la conversación (MaCormack-Dickstein, 1934: 9-10).

Page 14: Marcha Sobre Washington

El 3 ó 4 de julio de 1933, de nuevo en el domicilio de Butler, tuvo lugar el segundo

encuentro. MacGuire y Doyle le pidieron que diera un discurso en la próxima convención de la

Legión, y le dejaron el testo del mismo. Además, le explicaron que podría reclutar 200 ó 300

legionarios para que le acompañasen. Cuando el general dijo que esos hombres probablemente no

tendrían dinero para viajar hasta Chicago y costearse una estancia de cinco días, le dijeron que no se

preocupase, que tenían 42.000 dólares para gastos. Butler inmediatamente pregunto de donde había

salido esa cantidad, a lo que respondieron “nosotros tenemos amigos”. Así terminó este segundo

encuentro. El texto del discurso que habían dejado sobre la mesa giraba en torno a la vuelta del

patrón-oro (MaCormack-Dickstein, 1934: 10-11).

El 1 de agosto de 1933, de nuevo en el domicilio de Butler, tuvo lugar el tercer encuentro, al

que sólo asistió MacGuire, quien informó al general que uno de los financieros de la operación era

el coronel Murphy, para el que trabajaba (MaCormack-Dickstein, 1934: 10-11).

El 1 de septiembre de 1933, en un hotel en Netwark (Nueva Jersey), durante la convención

veteranos de la 29ª División, se produjo el cuarto. Durante el mismo, MacGuire intentó comprar a

Butler, ofreciéndole 18.000 dólares, en billetes de 1000. Cuando el general le explicó que esos

billetes estaban controlados; MacGuire se ofreció entonces a cambiárselos por otros más pequeños.

En ese momento, el general le pregunto quien realmente estaba financiando la operación, y su

interlocutor dio el nombre de Robert Clarck, a quien Butler había tenido a sus órdenes como

teniente durante la rebelión de los Boxers (1899-1901), y que quería verle. El general accedió

(MaCormack-Dickstein, 1934: 12-13).

A finales de septiembre de 1933, en el domicilio de Butler, tuvo lugar el encuentro con

Clarck, que había viajado en tren desde Nueva York. En el mismo, el banquero le explicó que el

discurso que había leído, costó “mucho dinero” (MaCormack-Dickstein, 1934: 13), y que lo había

escrito J. W. Davis (Spivak, 1935: 14). Cuando el general le preguntó que tenía que ver la vuelta al

patrón-oro con los intereses de los veteranos, Clarck le dijo que ellos querían que los soldados

cobraran en dólares-oro, y no en papel. Pero, el banquero también le dijo que tenía unas fortuna de

30 millones de dólares, y que estaba dispuesto a emplear 15 en la operación, para salvar los otros

15. En ese momento, Butler le dijo que no iba a ir a Chicago, lo que Clarck aceptó (MaCormack-

Dickstein, 1934: 13-15).

Entre el 2 y el 5 de octubre de 1933, tuvo lugar la 15ª Convención de la Legión Americana

en la ciudad de Chicago, y para sorpresa de Butler, se leyó el discurso donde se pedía el retorno al

patrón-oro, lo que sorprendió a Butler, que recibió numerosos telegramas sobre el tema, también

una llamada de MacGuire, pidiéndole una nueva entrevista a su regreso de la convención. Ambos se

encontraron, y fue cuando MacGuire le invitó a una cena, ofreciéndole 1000 dólares por dar un

discurso (MaCormack-Dickstein, 1934: 13-15), y lo que es más importante, explicándole que en el

Page 15: Marcha Sobre Washington

coche de que le llevaría hasta el lugar de la cena, presidida por el gobernador de Massachussett, Ely,

le acompañaría el político demócrata conservador Al Smith, que quería hablar con la cena, porque

había roto definitivamente con Roosevelt y estaba dispuesto a enfrentarse con el presidente por la

cuestión del patrón-oro. Butler se negó totalmente a ir a esa cena, y menos a hacer de agente

político de Al Smith (Spivak, 1935: 24).

En noviembre de 1933, en Nueva York, tuvo lugar un nuevo encuentro entre MacGuire y

Butler, donde el primero le dijo textualmente “Vd. sabe que más pronto o más tarde habrá que hacer

un examen sobre la forma democrática de Gobierno. Los soldados son la única parte de nuestro país

que pueden tomar un papel activo en esto” (MaCormack-Dickstein, 1934: 15). Y a continuación, le

pidió que se pusiera al frente de medio millón o un millón de hombres para crear una

superorganización que mantuviera el sistema democrático. Butler le dijo que no quería oír nada de

eso pero que le explicara la verdad de ese “business” porque había mucho dinero metido en el

mismo. MacGuire le dijo que él era un hombre de negocios, un “businessman”. Y entonces el

general le contesto que si su negocio era destruir la democracia, que no contase con él, y se

despidieron (MaCormack-Dickstein, 1934: 15-16).

En los meses siguientes, Butler no volvió mantener contacto personal con ninguno de los

conjurados, salvo con MacGuire, que había iniciado un viaje por Europa para estudiar las diferentes

organizaciones paramilitares fascistas, y de cuyas observaciones mantuvo informado al general,

mediante diferentes misivas. Es curioso, pero muy lógico dada la ideología conservadora del

conjurado, que no sintiera ningún aprecio ni por las milicias fascistas italianas ni por las Sesiones de

Asalto (SA) alemanas, sino que se inclinara por una organización disciplinada de excombatientes

nacionalistas como era la Croix-de-Feu o Association des combattants de l'avant et des blessés de

guerre cités pour action d'éclat, dirigida por el coronel François de La Rocque (1885-1946)

(Nobécourt, 1996), como demostró en una misiva que le dirigió el 6 de marzo (MaCormack-

Dickstein, 1934: 10).

En agosto de 1934, a su regreso de Europa, MacGuire llamó por teléfono a Butler para

concertar una nueva entrevista, que tuvo lugar en un hotel de Filadelfia, en el Bellvue. Fue en esta

entrevista cuando el conjurado explicó al general el plan de la conspiración. Crear una organización

paramilitar como la Croix de Feu, que marchase sobre Washington, y a semejanza de lo que había

ocurrido con la “Marcha sobre Roma” -organizada por Mussolini, entre el 27 y el 29 de octubre de

1922-, obligara a Roosevelt a cambiar su política, nombrado un “Secretario de Asuntos Generales”

o “Supersecretario”, que se encargaría de dirigir el Gobierno, como había hecho Víctor Manuel III

(1900-1946) con el líder fascista. Los conjurados podían justificar este cambio ante el pueblo

americano, amparándose en la mala salud de Roosevelt, ya que dominaban la prensa. La persona

que tomaría ese puesto sería el general Hugh Johnson. Butler se indigno a oír el plan, y preguntó

Page 16: Marcha Sobre Washington

porque sabía todo eso, a lo que el conjurado respondió porque tenían gente cerca de Roosevelt, y

sabían todo lo que ocurría. Entonces el general estalló y le dijo que si ellos movilizaban 500.000

hombres para crear un gobierno fascista, el movilizaría otros 500.000 para salvar la democracia. Sin

embargo, la conversación continuó, y fue entonces cuando MacGuire le explicó que si Roosevelt se

oponía a la labor de ese “Supersecretario”, forzarían su dimisión, y como Garner, el vicepresidente

no quería ocupar la vicepresidencia, el “Supersecretario” podía ocupar el lugar del Secretario de

estado, y convertirse en presidente de los EE.UU. Pero para lograr este objetivo final, era necesario

que alguien dirigiese la marcha de los 500.000 veteranos sobre Washington, y que la persona que se

había elegido era él, el general Butler, a pesar de la oposición de la banca Morgan, que era

favorable a que lo hiciera MacArthur o el general MacNider (MaCormack-Dickstein, 1934: 16-19).

Con esta información, terminó esta última entrevista.

Butler se asustó al oír el plan, máxime cuando el 22 de octubre, algunos de los nombres que

habían citado MacGuire y Clarck, como Smith o Davis, con el apoyo de Irénée Du Pont, crearon la

American Liberty League, para combatir el New Deal (Craig, 1992: 274-295).

Entonces decidió desarticularlo.

3.4. La desarticulación

Butler sabía que no podía denunciar públicamente el complot porque dada la fama de

exaltado que tenía, se pensaría que era una alucinación suya. Por eso, decidió recurrir a un amigo

suyo, el periodista Paul French, para tener un testigo de lo que se estaba tramando. French telefoneó

a MacGuire presentándose como secretario del general para concertar una cita. Esta tuvo lugar en

Nueva York, en las oficinas del coronel Grayson, el 13 de septiembre, y durante la misma

MacGuire le explicó el complot, la implicación de Louis Johnson en él, así como la de los Du Pont,

que a través de la empresa Remington, armaría a los legionarios, y la necesidad de crear campos de

trabajo para los desempleados (MaCormack-Dickstein, 1934: 20-22).

Con el testimonio de French, Butler informó a John Edgar Hoover (1895-1972), director de

la Federal Bureau of Investigation (“Oficina Federal de Investigación” FBI), que ya tenía noticias

de lo que se estaba tramando. El director del FBI no se comprometió a investigar el complot, pero

se pondría en contacto con el Comité de Actividades Antiamericanas para que lo investigase

(Gentry, 1991: 204). El 20 de noviembre, el comité comenzó a investigar la conjura. Al día

siguiente, French publicaba dos artículos sobre la misma en el Philadelphia Record y New York

Post.

El complot estaba desarticulado.

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Conclusión

El Business Plot se convirtió inmediatamente en un tema que debía olvidarse. La comisión

MaCormack-Dickstein no quiso profundizar en sus investigaciones; la inmensa mayoría de los

periódicos trataron de ridiculizar las declaraciones de Butler (Marshall, 2008: 77-120), mientras que

algunas de las personas que habían aparecido en las declaraciones Thomas Lamont, MacArthur o J.

P. Morgan, se limitaron a desvincularse de la misma, juzgándola como “una historia de risa”

(Smith, 2998: 224). Los historiadores académicos tampoco le dieron importancia. Así, Schlesinger

(Schlesinger, 2003: II, 83); Burk (Burk, 1990: 175). Hofstadter (Hofstadter, 1965: 3-4), y Penkak

(Pencak, 1989: 315), negaron cualquier viabilidad a la operación. Solo entre los historiadores

académicos, Marshall (2008) ha dado importancia al complot, al igual que divulgadores y

periodistas como Spivak (1935), Archer (1973) o Denton (2012).

Sin embargo, ninguno de ellos ha profundizado realmente en como se diseño el plan y

porque se eligió a Butler. A Butler se le eligió precisamente por su carácter radical y exaltado, ya

que el objetivo de los conspiradores era utilizar la marcha sobre Washington para crear una

situación de inestabilidad, que permitiera un cambio político radical y un giro autoritario en el

sistema político. En este sentido, el Business Plot tuvo un diseño muy parecido al golpe de Estado

del 23-F, aunque la democracia española no era comparable en tradición ni en consistencia con la

de los EE.UU.

1. Las dos operaciones fueron diseñadas en época de crisis global.

2. Las dos fueron instigadas por una parte de la élite política y económica más conservadora.

3. Las dos necesitaban un “ariete” con fama de exaltado para desencadenarla: el teniente coronel

de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina y el general Butler.

4. Las dos llevarían al poder a un militar-político: el general Alfonso Armada Comyn y

probablemente el general de brigada Hugh Johnson

5. Las dos culminarían con un cambio “legal” del Gobierno, que permitiera un giro político

radical.

6. Las dos fracasaron, por diferentes motivos, pero demostraron que en épocas de intensa crisis,

cualquier suceso puede tener lugar.

Page 18: Marcha Sobre Washington

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