Eagleton Terry-La Funcion de La Critica-1984

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    PREFACIO

    La mejor manerade describir el impulso al que obedece estelibro quiz sea imaginar elmomento en que un crtico, senta-do ante su mesa para comenzar un estudio sobre algn temao autor, seve de repente asaltado po r una serie de inquietan-tes cuestiones. Qu propsito tiene elestudio? A quin pre-tende llegar, influir, impresionar? Qu funciones atribuye lasociedad en su conjunto a tal acto crtico? Un crtico puedeescribir con conviccin siempre y cuando la propia institu-cin crtica no se vea como algo problemtico. Una vez queesa institucin se pone en cuestin de manera radical, cabraesperar que los actos individuales de crtica se tornen proble-mticos y se autocuestionen. El hecho de que tales actossigan producindose hoy en da, aparentemente con su tradi-cional confianzaen smismos intacta, es sin lugar a dudas unaseal de que la crisis de la institucin crtica o no ha sido lobastante profunda o se est esquivando activamente.La tesis de este libro es que hoy en da la crtica carece detoda funcin social sustant iva. O es parte de la d ivisinde relaciones pblicas de la industria literaria, o esun asuntoprivativo del mundo acadmico. Que esto no ha sido siem-pre as, y que ni siquiera hoy tenga po r qu ser as, es 10queintento demostrar realizando un recorrido drsticamenteselectivo por la institucin de la crtica en Inglaterra desde

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    10 TERRY EAGLETONprincipios del siglo XVIII. El concepto conductor de estebreve estudio es elde la esfera pblica, elaborada po r primera vez po r jrgen Habermas en su Structural Transfor-mation of the Public Sphere (t 962). Este concepto no ha es-tado en modo alguno exento de polmica, pues se muevecon indecisin entre elmodelo ideal y la descripcin hist-rica, adolece de graves problemas de periodizacin histricayen la propia obra de Habermas no esfcilmente disociablede una cierta visin del socialismo que es profundamentecuestionable. La esfera pblica es una nocinque resultadifcil de aislar de connotaciones nostlgicas e idealizadoras;como la sociedad orgnica, a veces parece que haya esta-do desintegrndose desde su nacimiento. No obstante, no esmi intencin aqu entrar en estas argumentaciones tericas;me interesa ms destacar algunos aspectos del concepto, deforma flexible y oportunista, para verter luz sobre un a his-toria panicular. Huelga decir que este anlisis histrico noes en modo alguno desinteresado polticamente: esta historia la analizo como una forma de suscitar la cuestin de cu-les son las funciones sociales sustantivas que la crtica podrarealizar un a vez ms en nuestra propia poca, ms all de sufuncin crucial de mantener desde dentro del mundo acad-mico una crtica de la cultura de la clase dirigente.

    Quiero dejar constancia de mi gratitud a Perry Anderson, john Barrell, Neil Belton, Norman Felres, Toril Moi,Francis Mulhern, Graham Pechey y Bernard Sharratt, porsu valiosa colaboracin en esta obra. Tambin estoy profundamente agradecido po r la cordialidad y el compaerismode Terry Collits y David Bennett de la Universidad de Mel-bourne, en cuyacompaaensay por primera vez algunasde estas ideas.

    T. E.

    1

    La crtica europea moderna naci de la lucha contra elEstado a b s o l u t i s t ~ . Durante. los siglos XVII y XVIII, la burguesaeuropea c O I ~ l l e n . z a a forjarse dentro de ese rgimen represi-vo ~ espacio discursivo diferenciado, un espacio de juicioraciona] y de crtica ilustrada ajeno a los brutales ucases deu,na p o l ~ i ~ a autoritaria. Suspendida entre el Estado y la soc I e d ~ d CIvil,esta esferapblica burguesa, como la ha denominado Jrgen Habermas, engloba diversas institucionessociales ~ c l ~ b . e s , peridicos, cafs, gacetas- en las qu e seagrupan individuos particulares para realizar un intercambio libre e igualitario de discursos razonables, unificndoseas en un cuerpo relativamente coherente cuyas deliberacio-nes pueden asumir la forma de una poderosa fuerza poltica.' Una opinin pblica educada e informada est inmunizada contra los ~ i c t a d o s de la autocracia; se presume quedentro del espacIO transparente de la esfera pblica ya nos ~ el pode.r s ~ c ~ a l , el privilegio o la tradicin los que confieren a los individuos el derecho a hablar y a juzgar, sino sum a y ~ r o menor c a p ~ c i d a d para constituirse en sujetos oS-CurSIVOS que coparticipen en un consenso de razn universal. Las normas de esta razn, aunque son en s mismas ab-

    1. Vase Habermas..]., StTllktllrwandel der Offentljehkeit, Neuwied, 1962.

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    12 TERRY EAGLETON LA FUNCIN DE LA CRTICA 13solutas , vuelven la espalda a la insolencia de la autoridadaristocrtica; las normas, como advierteDryden, se fundanen el buen juicio y en la razn lgica, no en la autoridad.'..Durante la Ilustracin, escribe Peter Hohendahl, elconcepto de crtica no se puede separar de la institucin dela esfera pblica. Todo juicio est destinado a un pblico; lacomunicacin con el lector es parte sustancial del sistema.Mediante esta relacin con elpblico lector. la reflexin crtica pierde su carcter privado. La crtica se abre al debate,intenta convencer, invita a la contradiccin. Pasa a formarparte del intercambio pblico de opiniones;'Visto histricamente, el concepto moderno de crtica literaria va ntimamente ligado alascenso de la esfera pblica liberal y burguesa que se produjo a principios del siglo XVIII. La literaturasirvi al movimiento de emancipacin de la clase media como medio para cobrar autoestima y articular sus demandashumanasfrente alEstado absolutista ya una sociedad jerarquizada. El debate literario, que hasta entonces haba servido como forma de legitimacin de la sociedad cortesana enlos salones aristocrticos, se convirti en el foro que prepar el terreno parael debate poltico entre las clases medias.s-'Este proceso, sigue sealando Hohendahl, se produjo porprimera vez en Inglaterra; pero tendramos que recalcar que,dadas las peculiaridades de los ingleses, la esfera pblicaburguesa se consolid ms al amparo del'absolutismo poltico que como resistencia a l desde dentro. La esfera pbli.caburguesa de comienzos del XVIII, de la que The Tatler, deSteele,y TheSpectator, de Addison, son instituciones centrales, est de hecho animada por la correccin moral y la bur-la satrica de una aristocracia licenciosa y regresiva en lo so-

    2. William P.Ker Icomp.), Esseys, Oxford.I926, pg.228.3. Hohendshl, P.U.The lnstiteuon ofCriticism. Londres, haca, 1982,pg. 52.

    cial; pero su principal inters es la consolidacin de una clasesocial, la codificacin de las normas y la regulacin de lasprcticas que permitan a la burguesa inglesa negociar unaalianza histrica con las clases sociales superiores. CuandoMacaulay seala que josephAddison sabausar laburla:sinabusar de ella, lo que quiere decir en realidad es que Addison saba cmo recriminar a la tradicional clase dirigente sinperder las buenas relaciones con ella, evitando el vituperiodisgregador de un Pope o de Swift. Jrgen Habermas apunta que la esfera pblica se desarroll antes en Inglaterra queen ningn otro lugar porque la nobleza y la aristocracia inglesas, tradicionalmente involucradas en cuestiones de gusto cultural, tambin tenan intereses econmicos en comncon la clase mercantil emergente, al contrario que, pongamos por caso, sus homlogos franceses. La relacin entre laspreocupaciones culturales, polticas y econmicas espor tanto ms estrecha en Inglaterra que en ninguna otra parte. Elrasgo distintivo de laesfera pblica inglesa es sucarcter consensual: Tbe Tatler y TheSpeetator son los catalizadores de lacreacin de un nuevo bloque dirigente en lasociedad inglesa,que cultivaron a laclasemercantil y ennoblecierona ladisoluta aristocracia. Las hojas de estas publicaciones (de aparicindiaria o tres veces por semana), con sus cientos de imitadores menores, dan fe del nacimiento de una nueva formacindiscursiva en la Inglaterra posterior a la Restauracin, unacomunicacin intensiva de valores de clase que fusionaronlasmejores cualidades del puritano y el caballero (A. J. Beljame) y modelaron un lenguajepara las normas comunes delgusto y la conducta (Q. D. Leavis).Samuel johnson detectesta smosis ideolgica en un estilo tan literario como el deAddison, familiar, pero no burdo en su opinin. Lo quehaba detrs de esteconsenso era lamoderada tendencia whigdeAddison y Steele, lacalidad desenfadada, cordial y no sec-

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    14 TERRY EAGLETN LA FUNCIN DE LA CRITICA 15taria de una poltica que poda satisfacer los deseos de un.toryde procedencia rural como Sir Roger de C ~ v e r l e y y ,al ~ l s m otiempo provocar la admiracin del c o m e r C l ~ n t e W ~ l g Su An-drew Preeport. El propio Addison tena m v e r s l O n e ~ en laciudad y una finca rural , reconciliand? as en su p:opla per-sona los intereses prediales y dineranos; era, segun uno. deSllS comentaristas, el defensor ms elocuente en su partidode la prosperidad econmica inglc:say del mercado,' pero.elclub Spectator est diseado deliberadamente para r e ~ e J a rtodas las categoras sociales respetables

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    16 TERRY EAGLETON LA FUNCiN DE LA CRTICA 17yeroo por un discurso entre profanos cultos.? Se traza sobre la tradicional estructura de poder de la sociedad inglesauna nueva formacin cultural, diluyendo momentneamente sus distinciones para dar ms solidez a su hegemona. Enlos cafs de la Inglaterra dieciochesca (y slo en Londreshaba ms de trescientos), los autores se codeaban, en uncontexto igualitario, con sus mecenas, ya fuesen nobles, hacendados, clrigos, comerciantes o profesionales... Es caracterstico de las sociedades literarias de la poca que sussocios fuesen de procedencia muy heterognea, dando cabida a polticos, diplomticos, abogados, telogos, cientficos, mdicos, cirujanos, actores, etc.." Los cafs, escribeBeljame, eran puntos de encuentro. La gente se reuna enellos, intercambiaba opiniones, formaba grupos, creca en nmero. En resumen, a travs de ellos comenz a desarrollarse una opinin pblica con la que habra que contar en losucesivo.s" Addison, segn su bigrafo victoriano, fue elprincipal arquitecto de la opinin pblica del siglo XVIII.10El discurso deviene fuerza poltica: La diseminacin de lacultura general en todas direcciones, destaca fascinado Beljame, uni a todas las clases de la sociedad. Los lectores yano estaban segregados en compartimentos estancos de puritano y caballero, corte y ciudad, metrpoli y provincia: to-dos los ingleses eran ya lectores." Exagera un poco, sin lugar a dudas: The Spectator venda alrededor de tres milejemplares entre una poblacin total de unos cinco millonesy medio de personas, el nmero de quienes compraban li-

    7. Hohendahl, pg.53.8. Saunders,J. W., TbeProjeesion af Eng/isb Lettert,Londres. 1964, pg. 121.9. Beljame, pg. 164.10. Counhope, W.J., Addisan,Londres, 1884, pg. 4.11. Beijame,pg.J15.

    bros habitualmente se puede medir en decenas de miles, ymuchsimos ingleses eran analfabetos o semianalfaberos.No parece que el espacio emulsivo de la esfera pblica fuese ms all de los clrigos y los cirujanos y llegase a incluira los trabajadores agrcolas ni a la servidumbre domstica, apesar de la aseveracin a todas luces exagerada de Defoe:Encontrars poqusimos cafs en esta opulenta ciudad(Londres) donde no haya un mecnico analfabeto comentando las ms materiales ocurrencias y juzgando las acciones de los ms grandes de Europa, y raro ser el colmadodonde no te encuentres a un calderero, a un zapatero o a unmozo de cuerda criticando los discursos de Su Majestad olos escritos de los hombres ms clebres del momento-.t''No obstante, Beljame ha captado a su manera el asuntoesencial: lo que est en juego, en medio de este incesantetrfico de discurso culto entre sujetos racionales, es la consolidacin de un nuevo bloque de poder en el nivel del signo. La defensa de la buena literatura en el mundo, segnJohn Clarke, est subordinada a los fines de la religin y lavirtud, pero tambin a los de la buena poltica y el gobiernocivil. La promocin del buen gusto en las composicionespoticas, escribi Thomas Cooke, es asimismo lapromocin de las buenas maneras. Nada puede interesar ms a unEstado que el apoyo a los buenos escritores.>'?Lo que se habla o se escribe, dentro de este espacio ra cional, tributa el debido respeto a las sutilezas de la clase yla categora social, pero el acto del discurso en s mismo, lanonciation en contraposicin al nonc, constituye en supropia forma una igualdad, una autonoma y una reciprocidad que no concuerda con el contenido propio de su clase.

    12. Citado enFoley,Timothy P., Tasreand Social C i a s s ~ , manuscritoindito.13. Citado en ibdem.

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    18 TERRY EAGLETON LA FUNCIN DE LA CRITICA 19El propio acto del habla revela una comunidad cuasi trascendental de sujetos, un modelo universal de intercambior a c i o n ~ l . l o que amenaza con contradecir las jerarquas y lasexclusiones de las que habla. En un cierto sentido la esfera. 'pblica resuelve las contradicciones de la sociedad mercan-til al invertir con osada sus trminos: si lo que resulta embarazoso para la teora liberal burguesa es el proceso mediante el cual una igualdad abstracta en el nivel de losderechos naturales se transmuta en un sistema de derechosdiferenciales reales, la esfera pblica burguesa tomar esosderechos diferenciales como punto de partida y los convertir, en el mbito del discurso, en una igualdad abstracta. Elmercado verdaderamente libre es el del discurso cultural~ i s m o , dentro, po r supuesto, de ciertas regulaciones normauvas; el papel del crtico es administrar esas normas, en und?ble r e c h ~ z o del absolutismo y de la anarqua. Lo que sedice no obtiene su legitimidad ni de s mismo como mensaje ni del ttulo social del emisor, sino de su conformidad como enunciado con un cierto paradigma de razn inscrito enel propio acto de habla. El ttulo de hablante deriva del carcter formal del propio discurso; no es la autoridad de esediscurso la que deriva del ttulo social del hablante. Lasidentidades discursivas no estn preconcedidas, sino que seconstruyen en el acto mismo de participacin en una con v e r ~ a c i n culta; y esto, pod:a alegarse, hasta cieno puntoesta en desacuerdo con la tests de Locke segn la cual los su-jetos con propiedades preestablecidas establecen relacionescontractuales entre s. La esfera pblica, po r el contrario nor:cnoce identidad ~ a c i o n a l alguna ms all de sus pro;ioslmites, pues l que l m p ~ r t a como racionalidad es precisamente la capacidad de articular dentro de sus lmites' los suj e t o ~ racionales son quienes son aptos para un c i e r t ~ modode discurso, pero esto no se puede juzgar como no sea en el

    acto de su emisin. Colaborar en la esfera pblica se constituye as en el criterio que determina el derecho del sujeto ahacerlo, aunque por supuesto es inconcebible que quienescarecen de propiedad -quienes carecen, en el sentido dieciochesco, de

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    20 TERRY EAGLETON LA FUNCIN DE LA CRTICA 21politica.v" No en vano seal Goldsmith el significado dela frase repblica de las letras, pues qu podra correspondersemejor con el sueo de libertad de la burguesa queuna sociedad de productores intrascendentes cuyo biensiempre asequible y absolutamente inagotable es el propiodiscurso, compartido equitativamente de un modo que reconfirme la autonoma de cada emisor? Slo en esta esferadiscursiva ideal es posible la comunicacin sin dominacin,pues persuadir es no dominar y trasladar una opinin esms un acto de colaboracin que de competicin. La circulacin puede proceder aqu sin asomo de explotacin, puesno hay clases sociales subordinadas dentro de la esfera p-blica-de hecho, en principio, ni siquiera hay clases sociales-oLo que est en juego en la esfera pblica, de acuerdo con supropia autoimagen ideolgica, no es elpoder sino la razn.La verdad, no la autoridad, es su fundamento, y la racional idad, no la dominacin, su moneda diaria. Es en es ta radical disociacin de la poltica y elconocimiento en lo quese basa todo su discurso; y es cuando esta disociacin setorna menos plausible cuando empieza a desmoronarse laesferapblica.

    Las revistas de principios del siglo XVIII fueron un componente esencial de la emergente esfera pblica burguesa.Eran, como escribe A. S.Collins: ..Una influencia educativamuy poderosa, que repercuta tambin en la organizacinpoltica mediante la formacin de una opinin pblica nacional amplia.Jane jack ve las revistas, con su popularizacin de clase alta, como la forma literaria dominante delaprimeramitad del siglo," y Leslie Stephen las describe co-

    14. Citadoenibdem.15. Collins,A. S.,Authorship in the Day, affohnson,Londres, 1927, pg. 240.16. jack, jane, ..The Periodical Essayisrs, en The Pelicen Guide to English

    Literature, ool.4:From Dryden tofohnson, Harmondswonh, 1957, pg. 217.

    mo lams afortunada innovacin del momentov.t? The Ta-tier y The Speetator supusieron un avance cualitativo respecto a lo que haba hasta el momento: Muchas publicaciones anteriores, refiere Richard P. Bond, se haban'centrado en exceso en las obras eruditas, usando resmenesy extractos ms que crticas originales, y unas cuantas revistas haban admitido rasgos literarios, pero ninguna haba intentado elevar el gusto prestando ms atencin a las artes,principalmente las literarias, de una manera a la vez seria ygenia!. The Tatler fue la primera publicacin peridica inglesa que hizo esto." Todava no era, por supuesto, crticaprofesional en el sentido moderno. Los mismos comentarios literarios de Steele estaban hechos ad hoey eran impresionistas, careciendo de toda estructura terica o principioque los rigiese; Addison es algo ms analtico, pero su crtica, como su pensamiento en general, es esencialmente emprico y afectivo al estilo de Hobbes y Locke, interesndolems el efecto psicolgico pragmtico de las obras de arte-deleita esto? y cmo lo hace?- que otras cuestiones mstcnicas o tericas. La crtica literaria en su conjunto, en este momento, todava no es un discurso especializado autnomo, aunque existan otras formas ms tcnicas; es msbien un sector de un humanismo tico general, indisociablede la reflexin moral, cultural y religiosa. The Tatler y TheSpectator son proyectos de una poltica cultural burguesacuyo lenguaje amplio e insulsamente homogeneizador es capaz de englobar el arte, la tica, la rel igin, la filosofa y lavida cotidiana; aqu todo lo relacionado con la crnica literaria est absolutamente condicionado por una ideologa 50-

    17. Op. cit, pg. 44.18. Bond, Richard P., The Taller: Tbe Making af a Luerary joemal, Cam

    bridge, Massachuserrs, 1971,pgs. 125-126.

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    22 TERRY EAGLETON LA FUNCIN DE LA CRTICA 23cial y cultural. La crtica todava no es literaria sino cultural: el anlisis de los textos literarios es un momento re 'lativamente marginal de una empresa ms ambiciosa queexplora las actitudes hacia los criados y las normas de cortesa, la situacin de las mujeres y los afectos familiares, la pu-reza de la lengua inglesa, el carcter del amor conyugal, lapsicologa de los sentimientos y las leyes del vestido. Algoas es lo que nos encontramos en la influyente publicacincontempornea de DefoeReview: La primera revista emi-nente de Inglaterra con ensayos sobre temas polticos, econmicos, eclesisticos, sociales y ticos.'? El crtico, comoestratega culturalms que como experto literario, debe resistirse a la especializacin: La verdad, advierte Addison enThe Spectatorn 291, es que no hay nada ms absurdo que,cuando un hombre quiere establecerse como crtico, carezcade un buen entendimiento de todas las ramas del saber. .. lOLo corts est en guerra con lo pedante: aunque Addison eraun entusiasta de la experimentacin cientfica y de la nuevafilosofa, adopt tales ocupaciones slo porque su estudioera adecuado paraun caballero. El crtico como comentarista social no admite la existencia de lmites inviolables entreun lenguaje y otro, entre un campo de la prctica social y elcontiguo; su funcin es vagar o deambular entre todos ellos,probando si cumplen todas las normas de ese humanismogeneral del que les portador. Las formas flexibles y hetero-gneas de la revistay elperidicoreflejan esta relajada capacidad; los materiales ficticios y los no ficticios coexisten conserenidad, los ensayos morales se deslizan fcilmente haciala ancdota y la alegora y se solicita activamente la colaboracin escrita del lector. (Ante el riesgo de quedarse sin material, en un momento dado Stee1e adviene a sus lectores de

    19. Ibdem, pg. 12&.

    e a menos que escriban en la revista sta tendr que ce-qu .r.) Las fronteras entre los gneros literarios, como entrena 1 f ' " autores y lectores, o corresponsales rea es y teucros, estanpor suerte poco definidas; los mismos The Tatle: y TheSpectator son complejos r ~ f i n a m i e n t o s y reconversiones deformas periodsticas previas, de las que unas veces t o ~ a nrestado un recurso y otras refinan o descartan un estilo,~ o m b i n a n d o con habilidad elementos procedentes de ~ u distintas fuentes. El extracto o el sumario de libros erudicosque algunos peridicos del siglo XVII hacan p ~ r a los lectores,muy ocupados (sin lugar a dudas una de las pnmeras formasde crtica literaria que se dio en Inglaterra) halla entoncesuna versin ms elaborada en el ensayo de crtica literariapropiamente dicho; 10torpe y lo ~ r i v i a l de esas primeras pu-blicaciones se expurga con sobriedad, pero sus a f a n ~ s porpropagar el saber se convierten en ~ a n o s de.Addison ySteele en un retrato ms oblicuamente informativo del beaumonde. Las estrategias de colaboracin de publicaciones taninfluyentes como el Athenian Mercury de John Dunton,que da respuestas cuasi cientficas a las consultas d: los lectores se limitan a la inclusin de correspondencia real oficticia de stos. Sesigue conservando la cauta receptividadde la prensa popular del siglo XVII l.as e x i g : n c i : ~ delpblico, saciando su apetito de c o ~ o c l m l e n t o s Cle?tlflcOS,consuelo moral y orientacin SOCial, pero s s u ~ l t m a conun lenguaje sofisticado que h a l a g ~ el savozr [aire ~ suslectores e incluso lo fomenta. Escritor y lector, realidad yficcin documentacin y didactismo, suavidad y sobriedad:seelabora un solo lenguaje escrupulosamente estandarizadopara articular todos estos elementos, desdibujando l ~ lmites entre produccin y consumo, reflexin y reportal.e, teo-ra moral y prctica social. Lo que resulta ~ es.te c n ~ o . l desubgneros literarios, estilos de clase y motivos ideolgicos

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    24 TERRY EAGLETON LA FUNCIN DE LA CRITICA 25es una nueva manera de poltica cultural que est almismotiempo ampliamente dispersa, inmediatamente disponibleysocialmente cerrada.

    El crtico como flaneuT o bricoleur, vagando y merodeando entre diversos paisajes sociales en los que siempre seencuentra como en su propia casa, sigue siendo elcrtico C O roo juez; pero este juicio no debera confundirse con los fallos reprobatorios de una autoridad olmpica. Es una observacin particular que yo siempre he hecho, escribeSteele en The Tatler n" 29, que de todos los mortales, uncrticoes elms necio; pues al habituarse a examinar todas lascosas, tengan o no trascendencia, nunca observa nada sinocon el propsito de emitir un juicio sobre ellas; y po r estonunca es un compaero, siempre es un censor .. . Un crticocabal es una especie de puritano en un mundo educado .. . El acto mismo de la cr tica, en suma, plantea un problemaideolgico acuciante, pues cmo va uno a criticar sin caerprecisamente en ese sectarismo sombro que ha arrasadoel orden social ingls y cuya reforma es parte del proyectode Steele? Cmo puede un movimiento inevitablementenegativo como el de la crtica celebrar un pacto ideolgicocon el objeto de su desaprobacin? La propia funcin dela crtica, con sus amenazadoras insinuaciones de conflicto ydisensin, propone desestabilizar el consenso de la esferapblica; y el propio crtico, ubicado en el meollo de losgrandes circuitos de comunicacin de esa esfera, difundiendo, recopilando y divulgando su discurso, es dentro de ellaun elemento dscolo en potencia. La reconfortante respuesta de Sreele a este dilema es la camaradera; elcrtico no estanto el fustigador de sus compaeros como la persona merecedora de pertenecer a ese club, es su igual codiscursivo, esms su portavoz que su flagelo. Como representante simblico transitorio de lo pblico, como mero reflejo del co -

    nacimiento que este mbito ya posee sobre s mismo, el crtico ha de amonestar y corregir desde dentro de un pactosocial primordial con sus lectores, sin reivindicar ningn tipo de situacin o posicin que no se derive espontneamente de esas ntimas relaciones sociales.

    La literatura peridica, sealaWilliam Hazlitt, es en lamoral y en las costumbres lo que lo experimental es en la filosofa natural, a diferencia del mtodo dogmatico-.w Lostonos caractersticos de Tbe Tatlery The Speetator,livianos,conciliadores, urbanos y muy prximos a lo satrico, son lossignos de esta solucin. En principio, escribe Hohendahl,todo elmundo tiene una capacidad bsicade juicio, aunquelas circunstancias individuales pueden hacer que cada persona desarrolle esa capacidad en distinta medida. Esto suponeque todos estamos llamados a participar en lacrtica; que noesprivilegio de una cierta clase social o de un crculo profesional. Por tanto elcrtico, incluso el profesional, es un meroportavoz del pblico en general y formula ideas que se le podran ocurrir a cualquiera. Su tarea especial frente alpblicoconsiste en ordenar eldebate general.s.' Pope trat el mismoproblema de forma un poco ms sucinta: A los hombreshay que ensearlos como si no se les enseara / Y las cosasdesconocidas proponrselas como cosas olvidadas (Essayon Criticism). Lo que hace tolerable la asuncin tcita de lasuperioridad de la crtica, como lo que hace tolerable la acumulacin de poder y de propiedades, es elhecho de que todos los hombres posean la capacidad de hacerla. Si bien talcapacidad implica poner en juego las destrezas ms civilizadas, tambin esamateur sin remedio: la crtica se correspon-

    20. Hazlin, William, Complete Worb, Howe, P.P. (comp.), Londres, 1931,vol. 6,pg. 91."01'. cit, pg. 52.

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    26 TERRY EAGLETON LA FUNCiN DE LA CRITICA 27de con una concepcin tradicional inglesa de la gentileza queenturbia la distincin entre lo innato y lo adquirido, elarte yla naturaleza, lo especialista y 10espontneo. Este amateuris-mo no es ignorancia ni falta de capacidad, sino la eventual,rericia polimorfa de alguien a quien ningn sector de la v l ~ acultural le es ajeno, que pasa de escritor a lector, de moralista a mercantilista, de tory a whig y viceversa, ofrecindosecomo poco ms que el espacio desocupado dentro del c u ~ lestos elementos pueden reunirse y cruzarse. La c o n f l u e n c ~ ade escritor y lector, crtico y ciudadano, mltiples modos Iiterarios y mbitos dispersos de investigacin, todos ellos cobijados en un lenguaje a un mismo tiempo corts y transparente es seal de una ausencia de especializacin que hoy en, .da quiz slo nos resulte inteligible en partepo r ser a n t e r ~ o ra esa divisin intelectual del trabajo a la que nuestros proplOSamateurismos son inevitablemente refractarios. El crtico, encualquier caso, como funcionario, mediador, ~ r e s i d e n t e ydepositario de lenguajes que recibe pero que no m v e ~ t a ; TkeSpectator, como seal T.H. Oreen, como una eepeoe de literaturaque consiste en hablar al pblico sobre smism?",21y el crtico como el espejo en que toma forma esta auro.lmagen fascinada. Regulador y abastecedor,de. un h U ~ ~ l l 1 s m ogeneral, guardin e instructor del gusto pblico, el c n u ~ ~ debe realizar estas tareas desde dentro de una responsabilidadms fundamental como reportero e informador, como unmero mecanismo u ocasin mediante la cual elpblico pueda entrar en una unidad imaginaria consigo mismo ms profunda. The Tetler y The Spectator estn educando conscientemente a un pblico socialmente heterogneo en las formasuniversales de la razn, elgusto y lamoralidad, pero sus juicios no han de ser caprichosamente autoritarios, no han de

    21. Citado enWarr,lan, The Ri u af cheNooe, Harmondswonh, 1966,pg. 53.

    ser los dictados de una casta tecnocrtica. Al contrario, elmismo consenso pblico que pretenden fomentar ha de moldearlos y constreirlos desde dentro. El crtico no es ennuestro sentido un intelectual: en el siglo XVIII, como comenta Richard Rorty: Haba hombres ingeniosos, hombrescultos y hombres piadosos, pero no haba eruditos." Si,como el espectador silencioso, el crtico permanece un pocoapartado del ajetreo de la metrpoli, ello no es seal de enajenacin: es slo po r observar con mayor agudeza y podercomunicar con mayor eficacia lo que aprende de esemundoa sus ms ocupados participantes. Un juicio crtico vlidoes fruto no de la disociacin espiritual sino de una enrgicacolusin con la vida cotidiana. Es en ntimo compromisoemprico con el texto social de los primeros momentos de laInglaterra burguesa como hace su primer.a aparicin 1 ~ ~ r t i camoderna; y la lnea que va desde este VIgOroSO empmsmohasta F. R. Leavis, y en algn punto de la cual la crtica seconvertir a lo

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    28 TERRY EAGLETON LA FUNCIN DE LA CRTICA 29res. Estos hombres, apunta Stephens, se congregaban en loscafs en una especie de confederacin tcita de clubes paracontrastar sus notas y formar la opinin pblica del da."El lenguaje cultural y el poltico se entretejan de continuo: el propio Addison era funcionario del aparato del Estado adems de periodista, y Steele tambin desempeabaun cargo pblico. Las relaciones entre la clase literaria y lapoltica eran probablemente ms estrechas que en ningnotro momento de la his toria moderna inglesa, y ThomasMacaulay sugiere una razn verosmil de que esto fuera as.A principios del siglo XVIII, antes del advenimiento de la libertad de informacin parlamentaria, los efectos de la oratoria parlamentaria se limitaban a su audiencia ms inmediata; difundir las ideas fuera de este foro exiga, pues, esaintensa accin polemista y propagandstica tan presente enla produccin literaria de la poca. Sera razonable poneren duda, comenta Macaulay, si St John hizo tanto porlos tones como Swift y si Cowper hizo tanto po r los whigscomo Addison.>" Si The Tatler y The Spectator no son ens mismos especialmente polticos, el proyecto culturalque representan slo puede sostenerse, po r su par te, mediante un estrecho contacto con el poder polt ico; y si noeran especialmente polticos, es en parte porque, como heexplicado, lo que el momento poltico exiga era precisamente cultural.Addison, escribeMacaulay en un clebre comentario, reconcili el ingenio con la virtud.>" Los nombres deAddison y Steele son la esencia misma del compromiso in-

    24. Srephen, pg. 23.25. Macaulay, Thornas, Lite and Writingsof Addison-, en Mi5CIdLmeous Es-

    s a y ~ , vol. 2, Londres, sin fecha, pg. 386.26. Ibdem, pg. 440.

    gls: ~ u la hbil ~ e z c l a de gracia y gravitas, urbanidad ymoralidad, correccin y consolidacin no dejasen de seducir a una intelectualidad burguesa posterior, ahora espirit u a l m e ~ t e escindida del capitalismo industrial que las habapr.oducldo. Regresar en espritu a una burguesapreindus-triel, cuyo fervor moral an no haya quedado ensombrecido po r el filistesmo industrial, y que suene aristocrticaal mismo tiempo que rechaza la frivolidad de la aristocracia: cabe sospechar que si la historia no la hubiese facilitado, alguien habra inventado tan fantstica solucin. Anno existe, comentan Legouis y Cazamian, ese filistesmo d e que luego se acusara a las clases medias inglesas,yno sm razn.s-" En estos primeros gaceteros, la crticainglesa consigue atisbar sus propios orgenes gloriosos,aprehender el frgil momento en el que la burguesa alcanz la respetabilidad antes de volver a prescindir de ella. Lamayora de los cr ticos literarios, seal en una ocasinRaymondWilliams, son caballeros por naturaleza; pero como casi todos son tambin producto de la clase media laimagen de Addison y Steele les permite abandonarse a'suespritu antiburgus en un terreno gratamente familiar eimpecablemente moral. Si Addison y Steele marcan elmomento de la respetabilidad burguesa, estos autores tambin constituyen el pumo en el que adquiere legitimidad elhasta entonces desacreditado gnero periodstico. Las pu blicaciones anteriores, escribe Walter Graham, padecanlos males de la agresividad partidista, el sectarismo exacerbado, el mal gusto y la animadversin personal.. . Gracias aAddison y Steele,la gaceta "literaria se vuelve respetable,y con el ensayo el periodismo comienza a perder su estig-

    27. Legouis, P. y Cazamian, L., A HislOry DIEnglish Ljurature, Londres,1957, pg. 779.

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    30 TERRY EAGLETON LA FUNCiN DE LA CRITICA 31re L l sectarioa, a tregua en e sectarismo exacerbado -tregua que,

    como veremos, ser breve- es paralela al renacimiento delperiodismo como literatura: la literatura se ajusta al canoncuando consigue transmutar la sordidez poltica en estilo,sustituyendo la animadversin po r reconciliacin. Por estarazn los escritores satricos tones del siglo XVIII a menudohicieron pasar una cierta vergenza,po r su violencia extrcmista, a los posteriores guardianes de 10literario: acaso nose echa a perder la prosa de Swift y de The Dunciad por laclera patolgica que se manifiesta en ellos? Lo literario esel punto donde se desvanece lo poltico, su'disolucin y reconstitucin en letras refinadas. La ironade un juicio comoste sobre el siglo XVIII es evidente: la transicin de una polmica sectaria al consenso cultural que define a las publicaciones peridicas de tono ms amable es precisamente sufuncin ms esencial polticamente.

    A comienzos del siglo XVIII, pues, el principio burgusde la comunicacin abstracta libre e igualitaria es elevadodesde la plaza del mercado a la esfera del discurso para mistificar e idealizar relaciones sociales burguesas autnticas.Los insignificantes propietarios de un bien conocido comoopinin" se renen para su intercambio regulado, imitando de una forma ms pura y no dominante los intercambiosde la economa burguesa y contribuyendo al mismo tiempoal mecanismo poltico que la sostiene. La esfera pblica asconstruida es a un tiempo universal y propia de una clase:todos pueden enprincipio participar en ella, pero slo porque los criterios de lo que en cada clase es una participacinsignificativa siempre estn pendientes de definir. Lamonedaque circula en este mbito no es ni el ttulo ni la propiedad,

    28. Graham, Walter, Engli5h LiteTary Paiodicals, Nueva York, 1930, pgs.83-84.

    sino la racionalidad, una racionalidad que slo pueden articular de hech.o quienes tienen los intereses sociales queg,c.?era la propiedad. Pero como esa racionalidad no es poses l ~ n .de una sola clase perteneciente al bloque social hegemomeo -pucsto que es producto de una intensa conversacin entre esas clases dominantes, un discurso que tiene po rn o ~ b r e s concretos los de The Tatler y The Spectator- esposible verla Como algo universal y, po r tanto, se puede Iib e r ~ r .ladefinici,n, de caballero de todo rgido determinantegeneuco o,especlft,co d7una clase social. El disfrute de poder y propiedades mscnbe al sujeto en determinadas formasde d i s c u ~ s o correcto, pero ese discurso no es en modo alguno esencial para el fomento de los fines materiales, Al contrario, la comunicacin que se establece con interlocutoresqu e tienen las mismas propiedades es en buena medida f-rica: un. despliegue d las formas y convenciones apropiadas del discurso cuyo fin no es ms que el deleitoso ejerciciodel gusto y la razn, La cultura , en este sentido, es autnoma respecto a los intereses materiales; donde se entrelazacon e ~ l o s es,visible en,la forma misma de la propia comunidad discursiva, en la libertad, la autonoma y la igualdad delos actos de discurso apropiados para los sujetos burgueses.

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    I I

    Quiz lo ms apropiado para definir la esfera pblica bur-guesa de la Inglaterra de principios del siglo XVIII sea entenderla no c om o u na sola formacin homognea sino comoun a serie de centros discursivos entrelazados. Las relaciones de colaboracin literaria establecidas entre The Tatlery The Spectator tienen tambin resonancia, aunque co nu n t on o ideolgico mu y diferente , en la obra de SamuelRichardson. Ya he explicado otras veces cmo el continuotrfico de textos de Richardson entre amigos y corresponsales, co n sus correspondientes discusiones, defensas, revisiones, interpretaciones de interpretaciones, llega a constituiren s mismo una comunidad discursiva en toda regla, un a especie de esfera pblica en forma miniarurizada o domesticada dentro de la cual, en medio de todas las intrascendentesfricciones e incertidumbres de lacomunicacin hermenutica, consigue cristalizar un cuerpo de pensamiento moral,una sensibilidad colectiva, mu y cohereote.oPero tambin espertinente tener en cuenta a este respecto la publicacin po rsuscripcin de Pope y otros autores, qu e convertan a loslectores en mecenas colectivos y transformaban su relacincon el texto, po r lo comn pasiva y nuclear, en pertenen-

    29. VaseEagleton, Terry, Tbe Rape o[Clarsa, Oxford, 1982,Introduccin.

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    34 TERRY EAGLETON LA FUNCiN DE LA CRITICA 35cia a una comunidad de benvolos participantes en elproce-so de escritura. Estos autores, como Richardson, construanactivamente su propio pblico: la campaa de Pope parabuscar suscriptores, segn sostiene Par Rogers, lo llev a definir, a atraer y en definitiva a crear su propios lectores." Susan Staves ha puesto de manifiesto cmo la nueva c,lase dela gente educada est presente en las listas de suscnptoresde Pope: aristcratas, caballeros, doctores, abogados, ?an-queras, editores, actores y damas se entremezclaban en listasordenadas en parte alfabticamente y en parte por e.se.al.a social; todos los suscriptores seagrupaban por laletra inicial desus apellidos y luego, a grandes rasgos,. p,?r ~ a n g o s dentrode cada letra." Aqu se conservan las dlstlllClOn.es de c l a ~ e ,en contraposicin co n el ideal de la esfera pblica propIa-mente dicha, pero se conservan dentro de la ~ o m u m d a dniveladora de la inicial del apellido. Pope, sosnene Staves,estaba as participando en la f?rmacin de esa .nueva clasemixta cuyos nombres aparecen lmpresos.en sus listas d: s ~ s criptores; a medida que t r a n s c ~ r r ~ el SIglo XVIII, la dlst,mcin social vital no era entre ansrocratas y plebeyos, smoentre damas y caballeros, po r una parte, y el v u l g ~ po r otra.La tcnica de suscripcin de Pope, segn L e s l ~ e . ~ t e p h e n ,consista en que l reciba una e ~ p e c i e de ~ ~ m l s l 0 n de lasclases altas para realizar su trabajo; el t r a d l C l O n a ~ m e c ~ n a sindividual quedaba aqu reemplazado por un accionariadode patronazgo colecrvo." . ' . ' ,A medida que avanzaba el SIgloXVIII,la rpida expanSlOnde las fuerzas de produccin literaria comenz a sobrepasar y

    }O, Rogers, Pat, Pope ana his Subscribers, Publishing Hstory Y (1978),pgs. 7-}6,}1 . SUves, Susan, ~ R e f i n e m e n t . , artculo indito.

    32. Srephen, pg. 51.

    trastocar las relaciones sociales de produccin dentro de lasq u ~ ,haban o ~ i g i n a ~ o proyectos como los de los primerosperidicos.HaCIa la dcadade 1730, el mecenazgo literario yaestaba ~ e c a y e n d o , dndose un incremento paralelo del poderde los h b ~ e r o s ; con elcrecimiento de lariqueza, la poblacin yl ~ d u c a c I n , los ~ v a n c e s tecnolgicos en la imprenta y la edic ien, y la expansin de una clase media vida de literatura elexiguo nmero de lectores de los tiempos de Addison, localizado en su mayor parte en Londres, se estaba multiplicandopara sostener a toda una casta de escritores profesionales. Aslas cosas, a ~ e d i a d o s de siglo la profesin literaria haba que-dado consolidada y el mecenazgo literario agonizaba; este perodo presencia una sealadaaceleracin de la produccin literaria, una amplia difusin de las ciencias y las letras y, en losa o s . c i n c ~ e n t a y sesenta, una verdadera explosin de peridicos literarios. SamuelJohnson calculaba que la revistaGentle-man's Magazine, de Edmund Cave, tena una difusin en tor-no a los 10.000 ejemplares; JanWatt consideraque estas formashbridas no tradicionales contribuan a crear el tipo de pblicoque luego devorar la novela. La literatura, seal DanielDefoe en 1725, .. . se est convirtiendo en una ramamuy estim ~ b l e del comercio ingls. Los libreros son los principales fabricanres o patronos. Los escritores, autores, copistas, sub-escritores y todos los dems operarios de la pluma y el papelson los obreros a los que emplean los citados fabricantes." Elnombre de Grub Street debera prevenirnos contra cualquierlectura demasiado deterioracionista" de laproduccin literaria

    }}. Watt, pg. 53.}4. Citado enWatt, pg. 55._ * Deteriorac.ionismo: Denom.inacin propia de! mbito cultural anglosajn,

    aplicada a las comentes de pensarruenro que suponen que e!mundo est sometidoa una degeneracin progresiva. (N. del t.)

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    36 TERRY EAGLETON LA FUNCN DE LA CRTICA 37del sigloXVIII, como si laedad dorada de laesferapblica f u ~ ~se seguida de una cada catastrfica en el comercio; los gacetIllerosdeGruh Streetson loscoetneosdeAddisony Steele, nosus herederos.Aun as,a medidaque avanzael siglosepuededetectar una entrada de capital cada vez mayor en la produccin literaria; y se podra considerar que el clebre estilo prosstico delprincipal crtico de la poca,Samueljohnson, estindirectamente relacionado con ese acontecimiento material.El estilo de Johnson, que WilliamHazlitt describi comouna especie de r ima en prosa (ecada oracin, girando entorno a su centro de gravedad, se encierra en s misma comoun pareado, y cada prrafo va tomando forma de estrofa),35se puede ver, por una parte, como una especie de marca comercial o marca registrada, un intento testarudo e idiosincrsico de conservar la personalidad en una poca de produc-cin l iteraria cada vez ms annima y comercial. Pero, porotra parte, ese estilo puede leerse como un giro introspectivopo r parte del intelectual literario con el que ste se aparta delopresivo negocio de la vida material, que en toda la sombraobra de ]ohnson aparece ms como algo irritantey c ? ~ o unadistraccin quecomo bullicio vivificador. La excentricidad dela literatura de Johnson es la de un sonoro discurso pblicoque, sin embargo, es profundamente ntimo; se caracterizapo r un espesamiento del lenguaje en el que las palabras, enopinin de Hazlitt, seconvierten en objetos po r derecho pro-pio, con lo que sugieren una cierta desarticulacin social encontraposicin con la lcida transparencia de los primerosgaceteros.Johnson es a un tiempo profeta generalizadory gacetillero proletarizado; y lo ms llamativoes larelacin dialctica entre estos aspectos incongruentes de su obra. Las alienaciones sociales del segundo sepueden encontrar de manera

    35. Hazlitt, William, op. cit., pg.I02.

    implcita en las enrevesadas meditaciones del primero; y noslo de manera implcita, pues uno de los temas recurrentesde Johnson es precisamente el de los riesgos y las frustraciones del autor en una forma de produccin literaria regidapor lo comercial. Privado de seguridad material, el crticomercenario compensa tal ignominia y se desquita de ella conla autoridad sentenciosa de su extravagante estilo individualista. Moralista, melanclica y metafsica, la obra de Johnsonse dirige al mundo social (senta, segn cuenta Boswell, ungran respeto hacia la opinin general) en elmismo momen-to de zaherirlo; es, como seala Leslie Stephen, el moralistaque s observa la vida real, pero se mantiene alejado de ellay conoce muchas horas de melancola-." El sabio an no hallegado a renunciar po r completo a la realidad social, perohay en johnson inquietantes sntomas, en toda su sociabilidad personal, de una creciente disociacin entre el intelectualliterario y el modo material de produccin al que se dedica.En este sentido no es tan aceptable socialmente para los crticos posteriores como son Addison y Steele, precisamenteporque con su ruda for taleza y su obstinado realismomachaca en buena medida ese sombro didactismo del quelos crticos amantes de lo caballeresco necesitan distanciarsea toda costa. Los ingleses adoran la buena reputacin, perotodava les gusta ms un seor, Johnson es ms tosco yAddison ms refinado, comenta el exquisito G. S.Marr;"y hasta el propio Boswellseal que si Addison tena ms decamarada, su amigo tena ms de maestro. En este giro ha-cia el dogmatismo moral puede detectarse una relajacin yuna perturbacin de esa cordialidad fcil establecida entre el

    36. Stephen, pg. 93,37. Marr ,G. S., Tbe Periadical Esseystsof the Eighteenth Centery, Londres,

    1923, pg. 131.

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    38 TERRY EAGLETON LA FUNCN DE LA CRfTICA 39gacetero principiante y sus lectores, igual que elgenial ama-teurismo de un Addison va agrindose en la queja del profesional explotado. Leslie Stephen, teniendo en mente.demanera muy especial CriticalReoieeo, de Smollert, e s c n ~ esobre el surgimiento en la Inglaterra dieciochesca del crftico profesional, sobre el nacimiento de un nuevo tribunal oinquisicin literaria en la que el discurso interpersonal delos intelectuales de caf va cediendo paso de forma gradualal crtico profesional cuya nada envidiable tarea consiste endar cuenta de todos los libros que se publican." Johnson,descrito por un bigrafo moderno como un gacetero excepcionalmente bueno-e'? slo escriba po r dinero y pensaba que tonto sera quien no lo hiciese.as. The Rarnbler, conun tono considerablemente ms ttrico que las revistas anteriores y con la prdida de un cierto efecto de sociabilidadespontnea, no estaba pensado para tene.r un gran nmerode lectores y quiz vendiese unos 400 ejemplares de cadanmero, aproximadamente la misma difusin que el C'"!te-rion de T. S. Eliot. Por otra parte, Tbe Rambler dedicaba ms espacio a la crtica que cualquier publicacin anterior, y uno de los logros ms destacados de]ohnson,. con unxito editorial como Lives of the Poets, fue populanzar para un pblico lector no especializado u n crtica l i t e r a . r ~ ahasta entonces asociada con la pedantera y la descalificacin personal. Lo que hizo posible esta aceptacin generalizada fue en parte el clebre sentido comn de johnson:para l, igual que para Addison y Sreele, el acto de l crticaliteraria no habita en una esfera esttica autnoma. SIllO quepe.rtenece de manera orgnica a la ideologa g e n e r a l ~ es i ~ disociable de los estilos comunes del juicio y la expenencra,

    38. Stephen, pg. 88.39. Wood Kruteh,]oseph, SamuelJohnmn, Loodres, 1948, pg. 88.

    est estrechamente ligado al Lebenswelt que precede y engloba todas las distinciones disciplinarias especializadas.An no hemos llegado a un puma en el que podamos hablarde la crtica literaria como una tecnologa aislable, aunquecon johnson vamos evolucionando hacia ese distanciamiento entre el intelectual l iterar io y la formacin social de la.que acabar po r surgir una crtica plenamente especializada.En el difcil viaje desde la poltica cultural de Addison hasta las palabras sobre la pgina, el momento filosfico deSamuel Johnson -una mente que todava hace una reclamacin amateur de evaluar toda la experiencia social. peroaislada y abstracta frente al afn emprico de un Addisones un hito significativo.Entre los factores responsables de la gradual desintegracin de la esfera pblica clsica, hay dos que son de particular relevancia en la historia de la crtica inglesa. El primero es de tipo econmico: a medida que progresa lasociedad capitalista y las fuerzas del mercado van condicionando cada vez ms el des tino de los productos literarios, deja de ser posible asumir que el gusto o el refinamiento son f ruto del dilogo civil izado y del debaterazonable. En este momento se estn estableciendo de for.ma clara resoluciones culturales desde algn punto ajeno alos lmites de la propia esfera pblica dentro de las leyes deproduccin de bienes de la sociedad civil. El espacio acotado de la esfera pblica es invadido con agresividad por intereses comerciales y econmicos manifiestamente privados, lo que quiebra la seguridad del consenso. El paso delmecenazgo literario a las leyes del mercado marca un cambio de unas condiciones en las que un autor podra ver suobra como el producto de la mutua colaboracin con sussemejantes espirituales, a una situacin en la que el pblico surge amenazador como una fuerza annima e impla-

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    40 TERRY EAGLETON LA FUNCIN DE LA CRITICA 41cable, como objeto del arte del autor ms que como cosuje-too La segunda razn del declive de la esfera pblica es decarcter poltico. Como todas las formaciones ideolgicas,la esfera pblica burguesa sedesarrolla sobre una ceguedadnecesaria de sus propios permetros. Su espacio es infinitoen potencia, capaz de incorporar la totalidad de lo refina-do; no hay ningn inters significativo fuera de su alcance,pues todo inters realmente significativo reside en susposesiones monopolsticas. La nacin -el conjunto de lasociedad- es efectivamente idntica a la clase dirigente; s-lo quienes ostentan un ttulo para hablar racionalmente, ypor tanto slo los hacendados, son miembros de la sociedadpropiamente dichos. "Se crea, como ha sealado John Ba-rrell, que el caballero era el nico miembro de la sociedadque hablaba en una lengua universalmente inteligible; suuso era "comn", en el sentido de que no era ni un dialectolocal ni estaba infectado po r los trminos de ningn arteconcreto.a" El lenguaje de la gente corriente, po r el contra-rio, no se puede dec ir en propiedad que pertenezca a lalengua comn: Del sector obrero y mercantil del pueblo, escribe Johnson en el Prefacio de su diccionario, ladiccin es en gran medida fortuita y mudable... esta jergahuidiza, que est siempre en estado de ascenso o de mengua, no puede considerarse parte de los materiales perdurables de una lengua, y po r tanto hay que dejar que perezcacon otras cosas que no merecen preservarse. Igual que lagente corriente no es por tanto, coma seala Barrell, partede la autntica comunidad lingstica, tampoco son parteautntica de la comunidad poltica. Los intereses de las cla-ses adineradas son en un sentido real lo nico que existe po-

    40. Barrell,John. Engli5h Literature in Hicory 1730-80:An Equa/, Wide Survev, Londres, 1983, pg. 34.

    lticamente; los lmites de la esfera pblica no son lmites,pues al otro lado de ellos, como al otro lado de la curvaturadel espacio csmico, no hay nada.

    Lo que un reino de esta naturaleza ser, pues, incapazdesoportar esla irrupcin en lde intereses sociales y polticosque estn en conflicto palpable con sus propias normas racionales universales. En cierto sentido, estos intereses nopueden ser reconocidos como tales, pues caen fuera del propio discurso definitivo de la esferapblica; pero tampoco selos puede descartar sin ms ni ms, pues constituyen unaamenaza material real para la existencia de esa esfera. Habermas data este momento en Inglaterra desde la ascensindel cartismo, como lo identifica en Francia con la revolucinde febrero de 1848; pero en elcaso de Inglaterra almenos, es-ta datacin es sin duda algo tarda. Lo que est surgiendo enla Inglaterra de finales del siglo XVIII y principios del XIX,en toda esa poca de intensa lucha de clases que se dibuja enla obra de E. P.Thompson The Making of the English Working Class, ya es nada menos que una contraesfera pblica. En las sociedades correspondientes, en laprensa radical,en el owenismo, enPoliticalRegister de Cobbett y en RightsofMan de Paine, en elfeminismo y en las iglesias disidentes,toda una red opositora de diarios, clubes, panfletos, debatese instituciones invade el consenso dominante, amenazandocon fragmentarlo desde dentro.Un comentarista de 1793 se-alaba con pesimismo que las clases ms humildes sabenleer; y se les est imponiendo a las clases ms humildes li-bros adaptados a su capacidad sobre poltica y sobre otrosmuchos asuntos. Los peridicos, aada, comunican losdebates de los partidos opositores en el senado; y ya se dis-cuten las medidas pblicas (aunque sea en concilibulos)en el chamizo, en el obrador y en los antros ms modestosdel jolgorio plebeyo. Esta difusin produce grandes cam-

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    42 TERRY EAGLETON LA FUNCiN DE LA CRITICA 43bios en la mente pblica, y estos cambios deben produciruna innovacin pblica."

    Es interesante en este aspecto contrastar el tono de losperidicos de principios del siglo XVIIIcon los de principiosdel XIX. Lo que distingue a laprensa peridica burguesa delsegundo perodo - y de hecho casi lainmortaliza- es10 queun comentarista ha resumido como su sesgo partisano, elvituperio, eldogmatismo, el tono jurdico, el aire de omnisciencia o irrevocabilidad con que realiza su funcin crtica." Es la procacidad y la virulencia sectaria del EdinburghReview y del Quarterly Review lo que ha quedado grabadoen la memoria histrica, en radical contraste con el ecumenismo de un Addison o un Steele. En estas publicaciones tansumamente influyentes, el espacio de la esfera pblica ya noes un mbito de apacible consenso sino de fiero enfrentamiento. Bajo las presiones de una lucha de clases cada vezmayor en el conjunto de la sociedad, la esfera pblica bur-guesa se resquebraja y se deforma, se va destruyendo conuna saa que amenaza con privarla de credibilidad ideolgica. No se trata, por supuesto, de que la lucha de clases de lasociedad en general tenga reflejo directo en los destructivosantagonismos de los diversos organismos literarios; estosimprocedentes altercados son ms una refraccin de otrosconflictos ms amplios dentro de la cultura de la clase dirigente, dividida como est sobre qu grado de represinpoltica de laclase obrera estolerable sin riesgo de insurreccin. Prancis Jeffrey, editor del Edinburgh Review, publicacin de orientacin whig, no senta elms leve deseo deponer fin a la supremaca de los hacendadosni de instituir lademocracia. Simplemente tema lo que poda ocurrirsi la es-

    41. Knox, Vicesimus, citado en Foley, op. cit.42. Marr, pg. 226.

    tructura gubernamental no ceda a la presin popular paraconservaruna sociedad que en caso contrario (crea l) amenazaba con la subversin totah.4J De un partidismo exacerbado, la publicacin Edinburgh Review pronto hizo quesurgiese otra de orientacin tory llamada Quarterly Re-view; po r su parte, la London Magazine se propuso rompercon la desmesura poltica de sus competidoras, censur laspolmicas infantiles de Blackwood's Magazine y se vio inmersa en una controversia que acab con la muerte en duelo de su editor, John Scott. John y Leigh Hunt, editores delradical Examiner, fueron detenidos po r un delito de calumnia contra el prncipe regenter-' Fraser's Magazine era unabasura insultante atestada de aleluyas y crueles parodias. SirRoger de Coverley y Sir Andrew Freeport ya no eran com-paeros de copas en el mismo club, sino encarnizados rivales. Lo que distingue a estas polmicas de las trifulcas dewhigs y tones en pocas precedentes es su funcin de clase:son en su raz reacciones ante una amenaza a la propia esfera pblica procedente de intereses sociales organizados ajenos a ella.Sila crtica haba conseguido liberarse hasta cierto pun-to del yugo econmico de aos anteriores, cuando a menu-do no era ms que un adornomedio oculto en las estanterasde los libreros, lo cierto es que lo que hizo fue cambiar esaquerencia po r otra de carcter poltico. La crtica ahora esexplcita y descaradamente poltica: los peridicos tienden aseleccionar slo aquellas obras sobre las que podan escribirextensos artculos ideolgicos sin demasiado rigor, y sus jui-

    43. Clive,John, Sroteh Reoemers: Tbe Edinburgh Review 1802-1815, Londres, 1957, pg. 122.

    44. Vase Blunden, Edmund, Leigh Hunt',. Exeminer Examined,Londres,1928.

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    44 TERRY EAGLETN LA FUNCiN DE LA carnee 45cios literarios, respaldados por la autoridad del anonimato,estaban estrictamente subordinados a su poltica. La crticaan no era en un sentido pleno obra de expertos literarios:casi todos los abogados, economistas y expertos en polticadel Edinburgh Review t rataban de vez en cuando temas literarios." El Quarterly Review se ensa con Keats, Hazlitt, Lamb, Shelley, Charlotee Bront; Blackwood's Magazi-ne puso en marcha una cruel campaa contra la escuelaCockney agrupada en torno a la London Magazine; [ef{rey, el editor del Edinburgh Review, autoproclamado custodio del gusto pblico, conden a los poetas del distrito delos Lagos -Wordsworth, Coleridge y Soutbey- por regresivos y ridculos al considerarlos una amenaza para la escalasocial tradicional y para la rectitud de la moral burguesa.Desalentado por estas luchas, Leigh HuO! volvi la miradahacia los aos ms sosegados de principios de siglo, proclamando su deseo de criticar a los dems con elmayor espritu acrtico a la antigua usanza de que seamos capaces. Laverdad es, se lamentaba Hum, que la crtica misma, en sumayor parte, es un fastidio y una impertinencia: y nadie denatural bondadoso y con buen juicio sera crtico si no fuera porque los hay peores>" El ensayista peridico, en opinin de Hunt, es un escritor que exige una peculiar intimidad con elpblico; pero la poca de lafilosofa peridicava languideciendo, desplazada po r lapublicidad en prensa ypo r el espritu mercantilista. Antes los polticos.. . escriban en prensa para asentar sus opiniones y cobrar reputacin; los de ahora no quieren ms que dinero... ,!7 Una edi-

    45. Vase Ces, R. G.,The Reviews and M a g a z i n e s ~ en PelicanCuide lo En-glishLiterature,vol 6:FromDickm, toHardy,Hamond.sworth, 1958,pgs. 188-204.

    46. Leigh Hum', Literary Crlticism, Houtchens, L. H. YC. W. (comps.),Nueva York, 1976,pg. 387.

    47. Ibdem, pg. 88.

    cin de The Spectator de 1831 se manifestaba a favor de laesfera pblica clsica en los siguientes trminos: El periodismo no es sino la expresin de la opinin pblica. Un peridico que intente imponer su criterio pronto fracasar."Tal altruismo haba sido reemplazado tiempo antes po r ladesmembracin de la opinin pblica, la mercantilizacinde la produccin literaria y el imperativo poltico de procesar la conciencia pblica en una poca de violento conflictoentre las clases sociales. Hasta Leigh Hunr, comprometidocomo se crea con la bsqueda desinteresada de la verdad filosfica, reconoci inquieto la necesidad de escribir con algo menos de candor: El desarrollo de la opinin pblicaexige estmulos," y tal estmulo de lo que en este momento es po r implicacin un pblico lector parcialmente ignorante exiga una cierta delicadeza diplomtica. El crtico esidealmente espejo pero en realidad eslmpara: su funcin seest convirtiendo en algo a la larga tan insostenible como lade expresar una opinin pblica que l de forma encubierta o descaradamanipula.

    La cr tica , pues, ya es ms un lugar de enfrentamientopoltico que terreno de consenso cultural; y es en este contexto donde quiz podamos evaluar mejor el nacimiento delsabio del siglo XIX. Lo que el sabio representa, podra decirse, es un intento de rescatar la crtica y la literatura de lassrdidas luchas polticas internas que alarmaban a LeighHunt, constituyndolas en formas trascendentales de conocimiento. El desarrollo en Europa de la esttica idealista,importada a Inglaterra po r Coleridge y Carlyle, es c.oncomitante con esta estrategia. Desde las obras posteriores deColeridge, hasta las de Carlyle, Kingsley, Ruskin, Arnold y

    48. Ibdem. pg. 88.49. Ibdem. pg. 381.

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    46 TERRY EAGLETON LA FUNCIN DE LA CRITICA 47otros, la literatura se saca de la arena de la Realpolitik y seeleva a una esfera donde, en palabras de un comentaristavictoriano, todos podran reunirse y expandirse en comnv." La literatura cumplir sus funciones con la mayoreficacia slo si se libera de todo cometido de carcter poltico y se convierte en depositaria de una sabidura humanacomn ajena a lo ms srdido de la historia. Si sta llevaal sabio a un aislamiento trascendental, si su visin de ladegradacin cultural lo aboca a la produccin de tono proftico pero esas mismas circunstancias lo privan de una audiencia apropiada para sus cavilaciones, siempre podraprovecharse ideolgicamente de este aislamiento haciendovir tud moral de la necesidad histrica. Si ya no puederefrendar sus juicios crticos con normas pblicas vlidas,siempre puede interpretar el misterio inherente a tales juicios como inspiracin divina. Carlyle, sabio entre los sabios, escriba enPraser'sMagazine, pero la consideraba uncatico montn de est ircol en descomposicin," y soaba con el d a en que po r fin fuese libre para escribir conindependencia. No degenerar, escribi a su futura esposa, en esa miseria que se llama a s misma autor en nuestras ciudades y que garabatea en los peridicos de hoy enda con inmundo afn de lucro." Thackeray; ensalzando aCarlyle por su supuesta negativa a subordinar el juicio crtico al prejuicio poltico, escriba: Ruego a Dios que pronto empecemos a amar el arte po r el arte. Es Carlyle quien hatrabajado ms que ningn otro para dar al arte su indepen-

    50. Robinson, H. G., -O n the use of English Classical Literaturein rhe Workof Education, Marmillan'5 MagaZIne, 11(1860).

    51. Citado en Gross, john, The ReandFallof [heMan o[ [erur$, Londres,1969,pg.16.

    52. Citado en Dudek, Louis, Literatureand tbe Pren: A Htory o[ Printing,Primed MedUJ and tbeirRelation ro Literature, Toronro, 1960,pg. 212.

    dencia. El sabio no es ya el igual codiscursivo de sus lectores, que atempera sus percepciones con un rpido sentidode su comn opinin; la posicin del crtico en relacin consu audiencia es ahora trascendental, dogmticos e inapelablessus pronunciamientos y escalofriante su negativa postura hacia la vida social. Rota sobre las rocas de la lucha de clases, lacrtica se bifurca en Jeffrey y Carlyle, el lacayo poltico y elprofeta especioso. La nica alternativa viable al inters desenfrenado es, p a r e c ~ , un desinters espurio.Pero el desinters en el perodo romntico no es meramente espurio. En manos de un Hazlitt, el natural desinters de la mente humana se convierte en base de una poltica radical, una cr tica de la psicologa egocntrica y laprctica social. La imaginacin compasiva de los romnticos es desinters como fuerza revolucionaria, la produccin de un sujeto humano enrgico pero descentrado que nose puede formalizar dentro de los protocolos de la comunicacin racional. En la poca romntica, la profundidad y elalcance de crtica que podran ser equitativos para una sociedad destruida po r las turbulencias polticas cae fuera delas facultades de la crtica en su sentido tradicional. La funcin de la crtica pasa como consecuencia a la propia poesa:la poesa, en frase posterior de Arnold, como crtica de lavida, el arte como la ms absoluta y ms profundamentearraigada respuesta a la realidad social dada. Ninguna crtica que no establezca tan implacable distancia entre s misma}'el orden social, que no se manifieste desde un lugar po rcompleto distinto, podr evitar su incorporacin al mismo;pero esa distancia tan fructfera es tambin la tragedia delRomanticismo, pues la imaginacin trasciende gozosa loreal slo para consumirse a s misma y al mundo en su pro-

    53. Citado en Gross, pg.28.

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    48 TERRY EAGLETON LA FUNCIN DE LA CRITICA 49pio aislamiento vergonzoso. La crtica en el sentido convencional ya no puede limitarse a emitir juicios verificables ~ acuerdo con normas pblicas compartidas, pues el acto rmsroo del juicio se ve ahora manchado por una racionalidadprofundamente sospechosa, y las asunciones normativasson precisamente lo que la fuerza negadora del arte pretende subvertir. La crtica, po r tanto, debe convertirse en enemiga del arte, como Jeffrey lo es de Wordsworth, acapararpara s parte de la energa crea tiva de la propia poesa. otransformarse en una meditacin cuasi filosfica sobre lanaturaleza y las consecuencias del acto creativo. El c r ~ i c oromntico es, en efecto, el poeta que justifica ontolgicamente su propia prctica, que elabora sus implicaciones msprofundas, que reflexiona sobre los f u n d a m e - ? - ~ o s ! las ~ o n secuencias de su arte. Una vez que la producclOn literaria ens se torna problemtica, la crtica ya no puede ser el me.roacto de juicio de un fenmeno asegurado; po r el contrano,es un principio activo en la defensa, desarrollo y profundizacin de esta incmoda prctica de la imaginacin, el autoconocimiento explcito del arte mismo. Tal autorreflexincuasi filosfica ser siempre irnica. pues si la verdad es enefecto poesa, cmo puede un discurso no potico aspirar acaptar larealidad de laque habla, atrapado como est en unaracionalidad -l a del propio discurso social--que va en buscade la verdad pero que nunca podr ser la verdad? El crtico,pues, ya no es en primer lugar juez, a d m i n i ~ t r a d ? r de normas colectivas o depositario de preclara racionalidad; tampoco es en primer lugar estratega cultural ni catalizador poltico, pues tales funciones tambin se estn trasladando alterreno del artista. No es ante todo mediador entre obra ypblico. pues sila obra consigue sus efectos lo hace gracias auna inmediatez intuitiva que surge como un destello entreella y el lector y que slo podra disiparse pasando po r el

    mecanismo regulador del discurso crtico. Y si la obra hotriunfa es porque en verdad no hay una audiencia apta pararecibirla, porque el poeta es un ruiseor que cama en la oscuridad, no habiendo por tanto, una vez ms, lugar para mediadores. Sia este pblico hay que construirlo activamente.entonces segn el Supplementary Essayde Wordsworth de181'5 es al poeta a quien corresponde ser el agente ms importante en esta tarea, de la cual el crtico es encarnizadoenemigo. La duda a, la que se enfrenta ahora la crtica no esms que sta: cmo esposible ser crtico siel arte es supropia verdad inapelable y categrica, si el discurso social estirremediablemente alienado y si no hay pblico al que dirigirse en primer lugar? Con la decadencia del mecenazgo literario y de la esfera pblica clsica, el abandono de la literatura al mercado y la urbanizacin annima de la sociedad,el poeta o sabio se ve privado de un pblico conocido, unacomunidad de cosujetos familiares; y esta ruptura con todolector concreto permanente que le ha impuesto la pujanzade la produccin de bienes puede convertirse entoncesen ilusin de una autonoma trascendental que no habla demanera idiomtica sino universal, no con acentos de clase sino con tonos humanos, que se aparta con desdn de la masa y se dir ige en cambio a las personas, al futuro, a un potencial movimie-?-to poltico de masas, al genio potico quese esconde en cada pecho, a una comunidad de sujetos trascendentales inscrita espectralmente dentro del orden socialestablecido. La crtica racional no puede hallar aquasidero, pues sedesarroll, como hemos visto, en respuesta a una~ o r m a de absolutismo (pol ti co) y se encuentra perdidaIgualmente ante otra forma de absolutismo inapelable en elreino del espritu trascendental.

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    I I I

    El siglo XIX habra de producir una categora que uni al sabio y al autor de crticas para revistas bajo una incmoda de-nominacin.Iade hombre de letras, Es un trmino interesante aunque escurridizo, ms amplio y ms nebuloso queelde escritor creativo, y no del todo sinnimo de erudito,crtico o periodista. T. W. Heyck ha argumentado que es eltrmino ms aproximado que encontramos en la Inglaterradel siglo XIX para una categora que significativamente estausente, la de intelectual, y que no se extendera en su sentido modernohasta fines de la dcada de 1870.54 Al igual quelos gaceteros del siglo XVIII, el hombre de letras es ms elportador y abastecedor de una sabidura ideolgica generalizada que elexponente de una destreza intelectual especializada; esaquel cuya visin sinptica, no nublada po r un inters tcnico singular, es capaz de abarcar todo el panoramacultural e intelectual de su poca. Tan integral autoridad entronca al hombre de letras po r una parte con el sabio; peromientras que la capacidad de sinopsis de este ltimo depende del distanciamiento trascendental, el hombre de letrasve con tanta amplitud porque la necesidad material lo obli-

    54. Vase Heyck, T. W., The TramlonrutionolImellectual Life in VirtonanEngland, Londres, 1982.pg. 13.

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    52 TERRY EAGLETON LA FUNCiN DE LA CRiTICA 53ga a ser un bricoleur, un diletante, un manitas, profundamente envuelto para poder sobrevivir en elmismo mundoliterario comercial del que Carlyle se bati en desdeosa retirada. El ?ombre de letras sabe tanto porque no puede ganarse la vida con una sola especialidad intelectual. El aumento del nmero de lectores a mediados del siglo XIX, conel consiguiente auge del mercado periodstico. incrementsobremanera las oportunidades de escribirprofesionalmente; G. H. Lewes opinaba con razn que la posibilidad de haC:f de la literatura una profesin se debi a la prensa peridica. El hombre de letras es en este sentido un gacetero; peroes tambin una figura de autoridad ideolgica similar al sabio, y en el perodo victoriano la mitad de las veces puedeobservarse esta desestabilizadora coexistencia dentro de losmismos individuos.Fue ste un conflicto que Thomas Carlyle confiaba enresolver elevando al hombre de letras a la categora de hroe,en un gesto que no puede sino parecernos profundamenteridculo. En The Hero asMan of Letters, Carlyle escribesobre el poder de la imprenta para difundir la palabra delparlamento {ef.a literatura es tambin nuestro parlamento)y sobre la prensa como sustituta del plpito y del senado.wLa imprenta trae consigo la democracia (e incluso es su origen, segn da a entender Carlyle), creando una comunidadde literatos -vhombres de letras- de una influencia, senos informa, incalculable. Todo el ensayo, pues, representauna reinvencin forzada y nostlgica de la esfera pblicaburguesa clsica, que ensalza el poder del discurso para influir en la vida poltica y eleva a los cronistas parlamentariosa la categora de profetas, sacerdotes y reyes. Pero tambin

    ss. VaseCarlyle, Thomas, On Hroes, Hero-Worsbipandthe Heroicin Hisla') ' , Landres, 1841.

    hay ansiedad y ambigedad: si los hombres de letras ~ i e n e nuna influencia tan incalculable, por qu -y Carlyle tiene ladosis de realismo necesaria para hacerse esta pregunta- selos ignora de esa manera? La previsible r e s p u e s ~ a de Cady:lees que la clase literaria es disorgnica, socialmentedifusa y desorganizada, poco menos que gremial en su ser social corporativo. Sin lugar a dudas hay aqu un eco delposterior miedo de Coleridge a una casta de intelectualesdesarraigada, desclasada y desafecta, que para l haba t ~ n i do gran in fluencia en el advenimiento de la Revolucinfrancesa. La contradiccin tcita en la efusin de Carlyle-c son los hombres de letras redentores de la sociedad o escrirorzuelos ignorados i-- es de un romanticismo q:ue nossuena familiar: elpoeta como legislador no reconocido, unsueo de poder que se cruza continuamente con lo que pretende ser una descripcin de la realidad. Existe todava laesfera pblica clsica, o se ha desintegrado?Silos juicios del sabio son fros y autoritarios, el hombrede letras, ligado uno o ms de los grandes peridicos victorianos, an se afana por dar unidad a una esfera pblica dediscurso burgus ilustrado. Su funcin, como la de Addisony Steele, es ser comentarista, informador, mediador, intrprete, vulgarizador; como sus predecesores dieciochescos,ha de reflejar y consolidar la opinin pblica, trabajando enestrecho contacto con los variados hbitos y prejuicios delos lectores de clase media. La capacidad de asimilar e interpretar, en palabras de Heyck, era una cualidad superiora la habilidad de escribirsobre una ciencia especial.s-" En lamedida en que el hombre de letras victoriano logr un xitoconsiderable en este empeo, puede decirse que la esfera pblica sobrevivi en una u otra forma hasta mediados del si-

    56. Heyck,pg.42.

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    54 TERRY EAGLETON LA FUNCIN DE LA CRTICA 55glo XIX, Heyck seala que, dado el reducido tamao delelectorado hasta 1867y su composicin bsicamente de clase media, es probable que cualquier novela importante,cualquier trabajo histrico o polmica social, llegase a unaproporcin muy amplia de la elite gobernante. r-A travsde sus peridicos, gacetas y libros, aade, los hombres deletras escriban directamente para todas las personas quecontaban en la toma de decisiones.sv Adems, muchos deellos tenan estrechas relaciones personales y familiares conhombres de negocios y con la clase dirigente. Al compartiruna serie de normas con su pblico, podan escribir con unsentido instintivo de lo que sera popular, inteligible y aceptable. Leslie Stephen crea que el hombre de letras tena quedesarrollar una literatura viva hacindose representante de"las ideas que interesaban de verdad a todas las clases cultas,en lugar de escribir meramente para el crtico exquisiro.En un ensayo titulado

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    56 TERRY EAGLETON LA fUNCIN DE LA CRTICA 57cun lentamente van abrindose camino la verdad y el sanojuicio. incluso entre las clases lectoras de la comunidad-r" yeste problema encuentra una formulacin interesante en elensayo que Walter Bagehot escribi en 1855 sobre los primeros crticos del Edinburgh Review:

    Es en efecto una peculiaridad de nuestros tiempos quehayamos de instruir a tantas personas. Sobre poltica, sobrereligin, y an ms sobre otras cuestiones de menor importancia, todo elmundo se cree competente para pensar, y a sumanera llegan a hacerlo;y como mejor sepamos hemos de ensearles a que lo hagan, pero como es debido. Aunque tuvisemos un estadista profundo y trascendental, sus profundasideas y su visin trascendental nos resultaran intiles si nopudisemos infundir confianza en ellasa lagranmasade personas influyentes, a los ciudadanos de a pie, al concejo noelecto que asistea las deliberaciones de lanacin. En religinya no se apela a los tecnicismos de los eruditos, o a laficcinde los sabios solitarios, sino a los sentimientos profundos, alas emociones autnticas, a los dolorosos afanes de todos losque piensan y esperan. Y esta advocacin a lamayora tieneuna consecuencia inevitable. Hemos de hablar a la colectividad para que escuchen-para que lesguste escuchar- para quelleguen a entender. No tiene sentido dirigirse a ellos con lasformas de la ciencia, ni con el rigor de la precisin, ni con el,tedio de ladiscusin exhaustiva. Lamultitud desea brevedadle exaspera elmtodo, ledesconcierta la formalidad.e

    Lo que proporciona esta instruccin, aade Bagehot, esel ensayo crtico y la crtica ensaystica. Lo que teme y la-

    61. Citadoen Clive, pg. 128.62. Tbe Nationai Review, octubre de 1855;reeditado en Walter Begehot: Li-

    terarv Studief,Hurten, R. H. (comp.), vol. 1,Londres, 1902,pgs. 146-147.

    menta aqu es la decadencia de la esfera pblica burguesa-los ciudadanos de a pie,., que asisten a las deliberacionesde la nacin-e- en una poca de comprensin superficial y deindividualismo obcecado, donde el concejo no electo seha extendido ms all de quienes tienen una formacin slida para englobar a una clase media de una educacin informe, d iver sa y de poca altura cultural. En un cierto sentidoestas personas siguen estando al mismo nivel que el propioautor: personas influyentes que aunque sea de manerafortuita piensan como es debido. Pero tambin son, dichocon un trmino victoriano crucial, una masa de personas in fluyentes, y en unas pocas lneas han degenerado en multitud. Aunque fortuitamente piensen como es debido, detodas maneras hay que ensearles a pensar correctamente:"Al hombremoderno hay que decirle lo que tiene que pensan>, insiste ms adelante Bagehot en ese mismo ensayo,brevemente, sin lugar a dudas, pero hay que ensearle. Laansiedad poltica que se esconde tras el subrayado es palpable. Los lectores de clase media ya no son tanto las personasque estn al mismo nivel del crtico, ayudndole en la laborde ilustracin cultural, como un objeto annimo cuyos sentimientos y opiniones hay que modelar con tcnicas desimplificacin cultural. Abstenerse de utilizar un discursotcnico ya no es tanto una parte (como con Addison) de lanaturaleza misma del saber autntico como una estrategiatctica para su difusin. An se acepta un ideal de la esferapblica clsica, pero la urgencia poltica de su reconstitucinconfiere al lenguaje del crtico una insistencia dogmtica quepuede estar en desventaja frente a ese ideal mismo. No quedaclaro si es imperioso propagar las ideas del supuesto estadista clarividente, o simplemente producir una seguridad emocional universal acerca de ellas; hay que dar luz intelectual alas masas de clase media o basta con despertarlas y confor-

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    58 TERRY EAGLETON LA FUNCIN DE LA CRITICA 59tarlas? Bagehot trata a las personas influyentes de la clasemedia como si fuesen clase trabajadora: son inmoderadas,obtusas, emocionales, incapaces de todo pensamiento queno sea del tipo econmico ms primario. La esfera pblicaclsica est en franca descomposicin, y con ella la funcindel crtico. El hombre de letras ha de ser a un tiempo fuentede autoridad sapiencial y sagaz divulgador, miembro de unaelite culta espiritual pero vendedor intelectual verosmil.John Morley, editor de Fortnightly Review, habla de sus colaboradores como personas a las que se les ha confiado latrascendental misin de forjar la opinin pblica, ytmientras que el objetivo declarado es tradicional en la esferapblica, ese trascendental revela su desalentadora histo-ria. Ahora el crtico est almismo tiempo dentro y fuera dela escena pblica, respondiendo con inters desde dentro slo para dirigir y modelar la opinin pblica con ms eficaciadesde una superior situacin de ventaja externa. Es una actitud que amenaza con invertir las prioridades de correcciny colaboracin que son evidentes en The Tatler y The Spec-tator, donde la primera era posible y tolerable slo a partirde la segunda.

    La desigualdad cultural del pblico lector del siglo XIXes importante en este sentido. En la poca de Addison ySteele, las fronteras entre la sociedad educada y el resto delanacin eran rgidas y palpables. Haba, naturalmente, mu-chos grados de educacin en la Inglaterra del siglo XVIII, pe-ro era obvia la distincin entre quienes saban leer, en unsentido del trmino inseparable de las nociones ideolgicasde la aristocracia, y quienes no saban. El hombre de letras del siglo XIX deba sufrir el desdibujamiento de este l-mite razonablemente preciso y las contrariedades que ello

    63. MorJey,john, Recolledwn" vol. 1, Londres, 1917,pg. 100.

    causa. Lo que en este momento esms problemtico no eselanalfabetismo, que es despus de todo una especie de condicin absoluta y determinable, sino quienes, aunque puedenleer perfectamente, no son capaces de leer; quienes, aun-que son capaces de leer en un sentido fisiolgico y psicolgico pero no en un sentido culruralmente valorado, amenazan con desconstruir la rgida oposicin entre personasinfluyentes y multitud. Lo que ms debilita ideolgicamente es una educacin que no es educacin, una forma deleer que traspasa la frontera entre la ceguera yel entendi-miento, toda una nacin que lee pero no en nuestro sentidode leer y que po r tanto ni es del todo culta ni es analfabeta,ni pertenece decisivamente a nuestras categoras ni se encuadra con toda propiedad en las dems. Es en este punto desconstructivo, en esta apora de la lectura, donde el crtico seencuentra dirigindose a un pblico que es y no es su igual.Suspendido precariamente entre la clase culta y las fuerzasdel mercado, el crtico representa elltimo intento histricode suturar estos dos reinos; y cuando la lgica de la produc-cin de bienes haga de tal afn una obvia utopa, habr llegado elmomento de que desaparezca de lahistoria. El hom-bre de letras del siglo xx es ms claramente una figuraminoritaria que su predecesorvictoriano.

    A mediados del siglo XIX, como sugiere el fragmento deBagehot, el impulso de consolidar al pblico lector burguscada vez tiene un carcter ms defensivo. Rodeada y acosada po r intereses extraos, inmersa en una penosa confusiny dividida en su interiora consecuencia de ello, la esfera p-blica se ve obligada a ver sus propias act ividades bajo unprisma ideolgico. La provisin de informacin social o deeducacin moral ya no puede ser inocente de una determinacin de categorizar la solidaridad ante un grave riesgo po-l t ico. El saber y elpoder ya no se pueden disociar sin acri-

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    60 TERRY EAGLETON 61rud; la difusin de la cultura ya no se puede concebir a loAddison como un fin deleitoso en s mismo, como el placer.que proporciona la conversacin culta, sino que se entrelazaculpable con las mismas cuestiones de clase que en principiodebera trascender. Y es que en realidad, como hemos visto, en el siglo xvmlo nico que haba eran los intereses y laracionalidad de la clase dirigente; y como esta problemticaera universal, como hablar con educacin slo era posibledentro de esa clase, haba menos necesidad que en la pocavictoriana de temer que esos hombres y esas mujeres no hablasen convenientemente. Lo que dijesen, los enunciadosconcretos que formasen, bienpudieran ser incorrectos, peroel acto de hablar educadamente, regido como estaba po rciertos protocolos racionales, ya era en smismo una especiede conveniencia. Cuando comienza a temer que sus interlocutores, abandonados a sus propios recursos, puedan caer enun craso error ideolgico, elcrtico ha de abandonar toda esperanza de que elmercado libre del discurso, abandonado asu propio funcionamiento, produzca los bienes morales e in-telectuales apropiados. Ya no es posible creer con SamuelJohnson que sobre aquello en lo que piensa mucho, po r locomn el pblico consigue pensar como se debe-. El valorde Sobre la libertad(1859), de John Stuart Mili, radica precisamente en esta fe de ltima horaen que la esfera pblica clsica an podra ser viable, en que el libre juego de la opinin,exento de siniestros intereses, acabar produciendo unaverdad ms rica y perdurable que cualquier norma centralizada del mercado discursivo. No obstante, es signo de lostiempos que elconcepto de opinin pblica sea ahora, pa-ra Mili, rotundamente negativo, una de las fuerzas tirnicas

    64. Johnson, Samuel, -Life of Addison, en Livts of tbe Englh Poets,Hil!;G. Birkbeckfcomp.), vol. 2, Onord, 1945, pg. 132.

    que ponen en peligro, irnicamente, la esfera pblica mis-ema. MilI escribe sobre la tirana de la mayora, y sobre laascendencia de la opinin pblica en el Estado como unafuerza peligrosamente homogeneizadora. Conforme sevannivelando socialmente las diversas dignidades que facultarona las personas amparadas bajo ellas a hacer caso omiso de laopinin de la multitud; conforme va desapareciendo de lasmentes de los polticos la idea de resistirse a la voluntad delpueblo, cuando se sabe positivamente que el pueblo tienevoluntad, deja de haber apoyo social para el inconformismo,para cualquier poder de peso dentro de la soc iedad que ,opuesto de por s a la prevalencia de los nmeros, tengainters en tomar bajo su proteccin las opiniones y las ten-dencias que estn en desacuerdo con las del pueblo.se Elprincipio de la esfera pblica sehavuelto violentamente con-tra s mismo: los sujetos pertenecientes a la clase dirigenteque tienen un discurso ilustrado, habiendo sido forzados aextender a las masas elderecho alvoto, y con llos lmites delaesfera pblica, de repente seven como una minoradesprotegida dentro de sus propios dominios, y esto incluso antesde que laclase obrera adquiera elderecho alvoto. La antiguaconfianza de Bentham en el poder de la opinin pblica parece ahora ingenuarBenrham, escribe Mill en su clebre ensayo sobre l, haba sealado lo parciales y siniestros queson los intereses de la clase dirigente (en Europa), sin mscontrol que elque les impone la opinin pblica, que al ser,en elorden establecida de las cosas, fuente perpetua del bien,lo llevaron guiado por su natural parcialidad a exagerar suintrnseca excelencia-ve El ensayo sobre Bentham podra

    65. Mili, John Sruart, On Liberty, Londres, 1901.pgs. 138-139.66. Mill, john Sruart, B e n t h a m ~ , en Mil!on Benrham and Coleridgt. Leavis,

    E R. (comp.), Londres, 1950,pg. 89.

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    63emparejarse as con elestudio de Coleridge, cuyo proyectode una clase ilustradapodra atemperar los peores efectos deuna esfera pblica ahora tirnica. Sobre la libertad hace ge-:la, no obstante, de una confianza en elprincipio de esa esfecafrente a su deprimente realidad. Confiar en el libre.juegodel discurso en tales condiciones es, po r supuesto, un riesgoenorme; pero MilIes plenamente consciente de que el error,la agitacin ideolgica y la vulnerabilidad poltica puedenser el precio que hay que pagar si se quiere preservar lasestructuras discursivas profundas del sujeto burgus: la Iibertad,la igualdad, la autonoma, la reciprocidad. MatthewAmold, como era de esperar, no est dispuesto a pagar tanalto precio: la consecucin del bien a toda costa y la represin po r parte del Estado en nombre de la libertad individual son con l las consignas de un liberalismo que, al observar la des in tegrac in final de la esfera pbl ica, se vatransformando a un ritmo constante en autocracia. Arnoldest dispuesto a sacrificar las formas poltico-discursivas dela sociedad burguesa clsica en pro de su contenido social;MilI est mucho menos convencido de que las verdades producidas desde fuera de los dilogos espontneos de la esferapblica sean tan valiosos como las verdades formales que tales dilogos expresan.

    Si lamisin del hombre de letras es evaluar cada nuevavariedad de ciencia especializada con el criterio de un humanismo general, cada vez est ms claro que tal empresa nopuede resistir la divisin del trabajo intelectual que cada vezse da ms en la sociedad inglesa. G. H. Lewes, editor de TheLeader y, antes de Morley, de The Fortnightly, pareci uniren su persona ms que ninguno de sus colegas toda la gamade actividades culturales como actor, crtico teatral, cientffi-,co aficionado, periodista, filsofo y autor de farsas sin valor'literario escritas para ganar dinero; pero este eclecticismo

    fue para l causa de ansiedad y no de satisfaccin. [Qu pocos hombres de letras hay que piensen', se quejaba en unaocasin." Los variados y atractivos dones de Will Ladislaw,ms que estimulantes en 1832, haban adquirido un ciertosabor a diletantismo para cuando se publicMiddlemarch.El humanismo amateur general del hombre de letras cadavez era menos capaz de actuar como centro de coherenciaconvincente para la conflictiva formacin discursiva de loslt imos aos de la Inglaterra victoriana. Este humanismo,con su confianza en la responsabilidad tica, la autonomaindividual y el yo libre trascendental, estaba padeciendo elduro ataque de algunos de los mismos avances intelectualesque intentaba procesar y desactivar. Newman realiz un ltimo intento condenado al fracaso de restablecer la teologaa su funcin medieval de metalenguaje, reina de las cienciasy significado de significados. Leslie Srephen volvi la vistacon nostalgia al siglo precedente, con su cultura literariaaparentemente ms homognea. Esa homogeneidad, creal, ya estaba sometida a presiones en t iempos de Johnson, aunque incluso en ese momento la sociedad inglesa eratodava lo bastante pequea para tener en el c lub un solocuerpo representativo y un hombre (johnson) como dictador. En poca posterior, Carlyle y Macaulay, todava figuras hasta ciert