Tinkuna Relato en Los Andes (1)

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  • Fernando Guerrero F.

    TinkunaRelatos en los Andes

  • Fernando Guerrero F.

    TinkunaRelatos en los Andes

    2013

  • Tinkuna. Relatos en los Andes Fernando Guerrero [email protected]

    Primera edicin: Ediciones Abya-Yala Av. 12 de Octubre N24-22 y Wilson, bloque A Casilla: 17-12-719 Telfonos: 2506-267 / 3962-800 e-mail: [email protected] www.abyayala.com Quito-Ecuador

    Diseo de portada: Fernando Yela

    Diseo de interiores: Lizeth Rodrguez

    Dia gra ma cin e impresin: Ediciones Ab ya-Ya la Quito-Ecuador

    ISBN: 978-9942-xx-xxx-x

    Im pre so en Qui to-Ecua dor, noviembre 2013

  • El camino dE EstE libro

    Pag.AgRAdecimienTos _______________________________________ 9

    PResenTAcin _____________________________________________ 11

    PRlogo ___________________________________________________ 13

    i. escRiTURAs ______________________________________________ 17Acercamiento al libro _________________________ 19

    ii. Ki(R)PU _____________________________________________________ 29

    iii: PAlABRAs de ARenA __________________________________ 51II. La senda de Gabriel ________________________ 55III. Noche de Huamani. ________________________ 63IV. Camino de Huaynos _______________________ 66VI. En la noche _____________________________ 77El exilio. ___________________________________ 79

    iV. cAnToR del BosQUe ________________________________ 85

    V. HAiKUTAKi _______________________________________________ 97

    PoR/VeniR __________________________________________________ 107

  • ...a quienes escriben

  • agradEcimiEntos

    A los seres creadores, a quienes caminan en el resplandor de las es-crituras, a los taitas y mamas de los Andes, a quienes son memorias inmemoriales cantando cuentos, historias y encantamientos en cada amanecer.

    A quienes escriben con el corazn en el palpitar de la noche, en el sonido del tambor y los vientos, a quienes danzan en las palabras, y, en ellas trazan mundos y senderos siempre inacabados, a los amigos del Libro, a las plantas espritus guardianes del conocimiento, a los amigos porvenir.

    Agradezco el apoyo, la confianza y enseanzas compartidas y sembra-das en mi corazn; a mis padres Hctor Guerrero Guerrero, Gladis Flrez Benavides, mis hermanos Milena, Claudia, Margarita, Car-los, Hctor, y Luis; mis tos Francisco, Luis, Jaime, Mariela, a mis amigos y compaeros de viaje Boris Delgado, Sandra Molina, Bruno Mazzoldi y Olga Daz de Mazzoldi, a taita Luis Florez, Taita Guiller-mo Mavisoy, Mama Concha, Taita Gaspar, Luis Montenegro, Paulo y Luisa Bacca, Ciro Moncayo, Dani Laso, Anita Ros, Greis Eraso, Ever Ascuntar, Andrs Dvila, Ximena Ruiz, Hugo Castro, Oliver Velsquez, Jos Luis, Juan Pablo Chamorro, Yurany y Tatiana Paz, Juan Carlos Espaa, Lizeth Rodrguez y Paula Guerrero. A los hijos de la tierra, a quienes en ella caminan y caminan infinitamente.

    En el andar de estos caminos, a las palabras y enseanzas de Mario Madroero, quien, desde ese pensar huakaki, mueve otras escrituras.

    A la comunidad de quienes escriben desde el corazn de los Andes.

  • PrEsEntacion

    En el cuenco de los tiempos se escriben cantos y cuentos de comu-nidades que vienen entre sus ojos con el resplandor de la noche. En sus voces, habitan relatos inmemoriales tejindose en el calor de los cuerpos, de las palabras tejidas al cuerpo.

    Reunidos alrededor el fuego vamos escribiendo palabras que conjuran el olvido, se hacen literaturas infinitas, Otras literaturas en las cuales se entreoyen los rumores de la tierra; espacialidad de la naturaleza diseminndose con el paso de las constelaciones en el movimiento de los das.

    El texto se presenta como posibilidad de hilarse entre Saberes y tradi-ciones compartidos en los Andes, el texto se hace medicina del cuerpo en relacin con la naturaleza y su movimiento, hace de la experiencia con el otro, una literatura escribindose en cada encuentro, en cada caminar, en cada escucharse de manera diferente en el corazn latente de una lengua extranjera.

    Tomar al cuerpo en su silencio, hacerle hablar y escribir en sus movi-mientos, conjurar el hechizo del cuerpo al despertar esa otra memoria abierta en la experiencia con la escritura. Saberlo como una apertura a los aprendizajes siempre porvenir, escribir en la desmesura del en-cuentro con el Otro; tejerlo a saberes cuya memoria se disemina en la palabra mgica, en la viva voz de los relatos compartidos en una comunidad, hilarlo a otras voces y rumores de la tierra, es el sencillo movimiento de las letras y los textos por venir que se hilan en estas pginas.

  • Prologo

    S, la filosofa en los Andes esta en varias lenguas, podra traducirse en varias lenguas.

    Cada comunidad, una lengua acercndose en otras, tejiendo relatos en la apertura de los silencios y las voces que se manifiestan en cada encuentro.

    La filosofa andina, el pensar-sentir-hacer andino se abre en la pa-labra, se da en la palabra, se escribe en la vivencia, se guarda en el corazn de quien camina por sus senderos; caminos tejidos en el habla, nacindose en las manos de quienes se acercan entre escrituras; todos las escriben, seminando y diseminando tradiciones, voces entreodas y compartidas en el calor de las miradas tras la luz de la tulpa, de la escucha que se enhebra al caminar de los ros, del Otro quien viene a lanzarnos en el territorio infinito que es la escritura.

    Al darse la posibilidad, el chance de escribir entre tradiciones, de salivar entre varias lenguas, en otras lenguas, textos con los cuales se riegan aguas inmemoriales del saber andino, aguas diluidas en las palabras de quienes transitan los senderos siempre desconocidos de la naturaleza.

    Al intentar transmitir un saber en el salivar de quien escribe en una tierra siempre por conocer, por caminar, y en este acto, en este inten-to, ensearse que toda tradicin se traiciona, se traduce y tradiciona en otro saber.

    Al entender este movimiento de voces, textos y cuerpos acsticos, quizs podamos acercarnos a otras lecturas del encuentro entre tradi-ciones, de una lengua a otra, de una regin a otra, en la cual se da un

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    Fernando Guerrero F.

    vocablo, una letra, una palabra con la cual se interna y ahonda en el orden y la ley de una comunidad.

    Al escribir se intenta abrir y abrirse a un texto que siempre es des-mesura y apertura a lenguas y saberes inmemoriales por donde el uni-verso andino escapa a su recibimiento. En esa apertura, en ese recibir se puede acercar y acercarse a tradiciones filosficas presentes en el da a da de quienes caminan por el territorio andino; de una lengua extranjera a otra lengua extranjera, desde una voz diluyndose en las pginas de un libro, de una tradicin que da la bienvenida, acoge y recibe en sus abrazos a quienes oradan y siembran escrituras en el mundo y la tierra andina.

    Aqu, entre pgina y pgina, es desde los Andes que se canta, borran-do la frontera de una lengua que es todas las lenguas, de una filosofa que es todas las filosofas, de un mito que es todos los mitos, y en esta diseminacin de palabras y gentes poblando los territorios no tan solo andinos, se canta un canto, se hila y escribe en un libro cuyas pginas son inacabables, interminables. Un texto interminable en el cual pal-pita y aflora la palabra del otro, del prjimo, relato inacabado como un hablar y escribir incesantes.

    Si el hacer no solo una, sino muchas posibles e imposibles traduccio-nes filosfico literarias en los andes es una posibilidad de encuentro, de hospitalidad y bienvenida en lo porvenir que la pgina trae:

    Cmo hacer en/de la experiencia literaria en los Andes, un texto. Otro texto?La presente experiencia en escrituras, intenta internarse entre una y varias tradiciones, se hila a las voces poblndole al ser escrito, al rumor de los vocablos en el libro; esa experiencia solitaria y errante por los territorios desconocidos de la literatura, del tejerse a un texto

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    infinito, en la lengua extranjera del Otro, lengua del exilio que a de estar presente en todos y cada uno de los relatos que conforman el corpus y los hilos de este texto.

    Este texto, se une a las voces de los que han volcado el tiempo y el espacio en la palabra de la larga noche de la escritura. Vuelve entre signos y velos que cubren con su sombra las piedras antiguas; atravie-sa ros y peascos en el andar huakaki de la escritura; donde el vuelo de anacondas traza el silencio de las manos por la regin inasible de la escritura.

    Nace de la paciente escucha entre cascadas y ruidos de monte; Puen-tes y umbrales donde nacen cndores, serpientes y jaguares antiguos.

    El vuelo de su canto despierta el sentido silencioso de los vocablos La noche extensa de los colibres verdes que danzan en la escritura. Este libro se abre entre caminos que van y vuelven en la espiral de los tiempos. Retornan en la ilegibilidad de los vocablos que van dejando su eco en lo alto de los paramos y montaas.

    A ti que lees, solo queda andar entre estas y otras regiones, para des-atar los vocablos que en el andar se vuelven otro canto.

  • I. ESCRITURAS

  • El canto es ms arisco y es ms libre que el hombre. El hombre vive en una crcel de piedra y cielo, con una senda que sube, con un camino que baja. Pual azul, el canto desbarata las nubes. El alma del arriero se prenda de silencios para una cancin en la noche. El hombre sigue siendo un pedazo de cerro que se ha echado a andar. Ya lo dijo choquehuanca: El hombre es tierra que anda... no puede apartarse de la tierra. Cuando se cansa de an-dar sobre ella, busca dormirse debajo de ella. Por eso ha creado su canto: la baguala. Para volar como el cndor; para gritar sus anhelos recnditos, sus sueos de hombre, su azoramiento de nio; para enfrentarse a los astros y averiguar su destino; para acompaarse en el viaje por esas lejuras solitarias, abriendo su corazn dolorosamente ensanchado, tenso como un arco, del que partir un canto que ha de subir hasta confundirse con la sinfona sideral.

    Atahualpa Yupanqui Cerro Bayo

  • ACERCAmIEnTo Al lIbRo1

    El Libro de los Andes o Anki, montaa de bronce baada por el sol, abierta en las voces y rumores apareciendo y llegando al declinar el da. Tejido en quien de ellas se entera, en el aire sonoro del cual se desprende la llama antigua de las palabras.

    Libro que teje el fuego de la naturaleza en las manos de quienes escriben con el brillo de las constelaciones. En el silencioso rumor de las montaas.

    Runa simi, huakaki2, sabedor del fuego y las aguas de la escritura, adivino, brujo y mago de las palabras.

    1 Las palabras anotadas en Quechua o Kkeechua, aparecen para generar tensin en la navegacin del texto, para abrir con el tono de las escrituras andinas el insondable mar de lenguas y traducciones posibles de los saberes que rodean a sus comunidades. En palabras de Jos Maria Argudas: debo advertir que el haylli-taki que me atrevo a publicar, fue escrito originalmente en el quechua que domino, que es mi idioma materno: el chanka, y despus lo traduje al castellano. un impulso ineludible me oblig a escribirlo. a medida que iba desarrollando el tema, mi conviccin de que el quechua es un idioma ms poderoso que el castellano para la expresin de muchos trances del espritu, y, sobre todo, del animo, se fue acrecentando, inspirndome y enardecindome. Jos Maria Argudas, Temblar /katatay, Editorial casa de las ameritas, 1976, (los subrayados, cursivas y negrillas son mos)

    2 ...tenanjuntamenteestosincasunosmdicosofilsofosadivinosquesedicenGuaccue, los cuales andaban desnudos por los lugares mas apartados y sombros de esta regin, y por esta razn se llamaban as; y andando solos por los desiertos, sin reposo ni sosiego, se daban a la adivinanza o a la filosofa. DiccionarioGlaucoTorresFernndez.Ampliandoestatraduccin,huakaki,sabedoryfilsofoy ahondando un poco mas en este traducir etno-literaturas, encontraramos en eltextoLapruebadelculo:existeunafilosofalatinoamericana?delprofesorBruno Mazzoldi las siguientes anotaciones: En kichua, por ejemplo, asegura Glauco Torres en su Diccionario Kichua-Castellano,filsofosedicehuakaki, siendo huakaloinslito/hermoso/sagrado,lacaverna,elentierro,elsepulcroylamonstruosidad,elladrn,elloco....Ensuma,laactividaddelfilsofo y la del huakaki no seran ni totalmente intraducibles ni integralmente traducibles la una en la otra, ni, por encima de todo, su comn repertorio operacional podr nunca constituir un fabuloso caudal conceptual en que bautizar a otras formas de pensamiento. Ethos y posibilidad de pensarse en otras filosofas, ethos de

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    Runas, gentes vestidas por el polvo y las hojas cantoras de esta tierra; transitan maternalmente entre vestigios y remembranzas dejadas en la noche, al escuchar palabras en la voz de los ancianos, de los nios, de los Aukis y ayllus escribiendo en la memoria de aquellos quienes relatan una tradicin, y que, entregados en el vuelo de los vocablos, hacen posible la escucha de una lengua maternal entre otras, de una lengua inmemorial diluyndose en los vocablos diseminados por el cuerpo de quien escribe.

    Runas, en quienes la palabra es la voz de los ancestros unida a otras voces en la apertura del espacio.

    Escritos por las voces de la tierra, del sitio en el cual otras voces apare-cen, nos enviamos, tejemos cercanas, hacemos de las palabras tejidos de un telar interminable. Nudos en el tiempo con los cuales narramos antiguos relatos en el libro de los tiempos, en la fisura de un libro develado en el da a da del runa andino.

    Libro del monte, libro de la selva, libro de fuego escrito en las pgi-nas del desierto, libro del ritmo depositado en las olas del mar, libro del agua cantora tejida en las manos del runa andino. Libro cuyas palabras se despiertan alrededor del fuego, en noches estivales y de embriagues lucida con el universo.

    Y es ah, en ese encuentro, donde todos se escuchan, se citan, se oyen y miran, se rozan y ren, se hablan con las miradas y se escuchan con los gestos, pueden traficar silencios en el calor del abrazo, conjurar

    existencia cuya propuesta se puede percibir en el trabajo de tesis HUACAKICUNA. MrgenesdelafilosofaenlosAndesdelprofesorMarioMadroero,endondese podran entender otras latitudes, magnitudes y aperturas de esta palabra en el ethos de quien se desliza en lo porvenir en el ejercicio de la escritura. Ahora bien, entre tradiciones y traducciones, el presentar al huakaki, (sabedor, adivino, medico, caminador de los misterios que rodean el territorio andino), se podra comprender el ejercicio de escrituras en magnitudes huaka, como una tica en el acto de ejercer la escritura.

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    gritos en el palpitar del corazn. Pueden hacer de la voz un puente, chakana de mundos contndose de una a otra generacin, en la sin-gularidad del canto y soplo que cada uno lleva.

    Soplan al fuego para avivar vocablos de escrituras sagradas, unos a otros, cara a cara, canto a canto, se entregan a la danza, se mueren por un instante, se nacen hacindose fraternales en el abrazo, en la caricia, en las distancias que acercan al or el canto nacido en sus corazones.

    Las palabras nacidas por el fuego de otras voces y otras lenguas en las cuales se escuchan, brillan con luz propia, y en la luz de cada astro, teje a quienes las escuchan en un viaje interminable.

    Escuchan los rumores del fuego ardiendo en el libro nacido al dormir en el sueo de la selva, en las pginas inmemoriales teidas en sus cuerpos selvticos:

    Montes, pramos y desiertos escritos en la sangre, Arroyos del tiempo baando sus cuerpos

    escribindoles con la tinta de una tierra encantada.

    Ebrios de hablas y letras,

    se entregan al fuego de la escritura, se hilan al canto en el cual despiertan la msica y tono regadas por la musicalidad del espacio que caminan.

    Sus voces de ro, montaa, nevado, cerro durmiente, se conjugan en-tre manantiales baados por los rayos de la luna y los rayos solares depositados en el roco de la maana; rayos de sol inmemorial desper-tndoles en el sonido del tambor y los pasos de las danzas en la noches edonde otra lengua nos habla.

    Tocan sus cuerpos

    La lejana del tacto los hace diluirse en la msica intangible de la tierra

    Tocan tambores sonoros al pie de las chorreras,

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    llamando pequeas apariciones nocturnas,

    danzantes illas hilados al resplandor de las aguas en las cuales nacen;

    sea por el aparecer de una luz matinal,

    o por la hendidura dejada al caer de un rayo, acariciando el pliegue sonoro de la tierra y sus encantos.

    Sus voces de flautas levantando el canto de una selva tinturada por el verde de las plantas; plantas-gentes-espritus poblando las noches de sus noches, las voces de sus voces, el blanco lienzo selvtico en el cual tien las letras de su vida.

    Voces volando en el cantar del cndor, en el vuelo del sol regado por las alas de un colibr, en el beber la miel de las flores cobijadas por el aleteo de los gorriones, en el misterioso canto de los guacamayos tiendo de colores el rumor del ro y el verde de la selva.

    Voces viajando y navegando en la cada de las cascadas, en el paso de las piedras llevando gritos por la ladera, por el valle regado de soles y lunas en el rostro y las manos de quien lo camina.

    Hablan, y sus palabras van teidas de colores dejados por el paso de la nubes, por el verde palpitar de una hoja suspendida en el sueo de un rbol; hablan, y en el horizonte, se levantan las espirales del tiempo, suben y bajan en ellas, traen relatos y narran hazaas, ah escuchan las piedras y ros tallando sus cantos en el corazn del runa, del huakaki, del escritor reverdeciendo en las pginas del libro:

    Voz del escritor, del libro abierto en sus manos,

    samay de la escritura

    de la montaa hechizada en el claro resplandor de sus sen-deros

    de las aguas inmemoriales trazando alfabetos en las orillas del tiempo.

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    Soplo,

    samay de runa

    atraviesa las montaas,

    deja ver y or el brillo de las grutas. Y, en las grietas de estas, la gente trabajando en el telar de la noche.

    Yachas,

    Beben del sol y filtran sus rayos en sus palabras y cantos,

    beben de la luna y es la oscuridad de la noche pasando en sus cuerpos;

    en ellas las aguas hechizadas de sus vocablos, se diluyen en el polvo de los sueos.

    Beben del agua del ro y del agua de la mar, su lengua esta baada por el brillo y la tintura de otras aguas,

    en ellas

    bebidos, sumergidos,

    navegan sin cesar en el oleaje de los tiempos.

    En el intervalo de los tiempos, cosechan la tierra, y en sus adentros, siembran el calor y humor del suelo desprendido.

    En cada grano sembrado, en cada semilla lanzada a la tierra, ven nacer sus sueos y el color de su sangre, luego, esta se tie con los astros baando ese instante de infinita siembra.

    Riegan sus semillas por la extensa llanura, saben de los sitios donde el canto de la tierra hace brotar el fruto que conjura el olvido, saben de la palabra cantora tejida al grano en el cual son sembrados, en el cual sienten nuevamente el palpitar de los universos.

    Ren al encontrarse en la tierra sembrada, unos a otros se miran, se cuentan del paso de sus das, cantan las canciones aprendidas con los

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    Fernando Guerrero F.

    aos, uno a uno aparecen en sus cantos, en sus tonos, en la intimidad entregada a la tierra labrada.

    Olvidan sus cuerpos y se embriagan de siembras, horadan el espacio en sus voz, y este, en ellos, riega sus canciones. Nacen escribindo en sus rostros, cada arruga, cada mueca, cada lunar o signo escrito en ellos, es una historia o un relato en el cual se cuentan los das de su existencia.

    La paciencia del da se conjuga con la calma de sus pasos, caminan y van retomando la senda por la cual su corazn les dirige, intuitivos e instintivos avanzan en el oleaje tempestuoso de sus das.

    Llegan las pocas de cosecha, con ella llegan los das de carnaval y can-tos solares. Ven llegar el carnaval en los cantos de sus cuerpos, su carne vive ms intensamente, la risa lleva el temblor de la tierra, el cantar del Huamani y el Auki. Su corazn es un corazn grande y cantor tejido a los danzantes que van surcando el espacio con sus pasos:

    Un pie tras otro, una mano tras otra, van abrindo en la tie-rra la meloda embriagadora con la cual se hacen una danza,

    En ella, siguen las huellas dejadas por quienes les transmiten un canto, por quienes se hicieron esa msica ahora invadin-doles el cuerpo.

    En crculo y ondulando en sus pasos, hombro a hombro, dan apertura a un tiempo en el cual su canto es un navo, sus cuerpos una tierra escribindose en la llegada de la em-briagues que les cobija; ahora, sus manos son mundos encon-trndose con otros,

    en la caricia,

    en el rozarse las pieles de su piel.

    Prenden el fuego de las palabras, gritan y cantan, danzan y agonizan en las melodas, en ellas sienten las armonas de su tierra llegndoles a los cuerpos.

    Hablan en una lengua: la suya, y en Otra extranjera ardiente

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    y febril que les embriaga de palabras.

    Unos a otros se escuchan, se palpan, se sienten en la alegra del encuentro y juegan con la luz del da en la cual se baan.

    llegada la noche Otra danza, otra fiesta los revela, los acoge, los embriaga, y en ella, se incendian, se abrazan y se hacen danza entre estas y otras regiones cuidadas por el rumor de los ancestros.

    En las temporadas del carnaval aman amarse, escriben palabras para el corazn y la memoria en la cual son amantes. Tejen sus palabras a otras, unas en otras, apareciendo con el resplandor del da que va con sus rayos escribindo las montaas. Ah, entre sus pieles de musgo y hojarazca, se baan, se siembran, recogen palabras para enviarlas a sus seres amados, en una hoja o en sus cuerpos hechos ahora geogra-fas infinitas tejidas en el telar de la noche. Noche llamada por el canto de las calandrias y la voz alada de los poetas o los upas.

    Una araa hace nido en tus hojas

    en ellas dejas nacer el agua encantada de los sueos.

    en silencio, por tu ventana, te miro,

    llegas y pasas como un cndor tejiendo signos en las monta-as.

    Es la despedida de tus ausencias

    es el llamado de otras tierras que aman amarte.

    Poetas, chasquis y huakakis, danzan en las palabras de la noche baan-do el pliegue y los surcos desdoblados de las montaas. La noche en la cual duermen, les enva al sueo de los abuelos diluido en su sangre, en l suean y cobijan con amor a sus familias, son hijos del viento divagan-do por parajes desconocidos, atentos ellos al silencioso canto y rumor de ella en los astros, dejan nacer las palabras entregadas en una hoja escrita desde su silencio.

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    Fernando Guerrero F.

    Pasan con sus caricias habitando las pginas desconocidas talladas en el rostro de sus prjimos, como si en este pasarse de uno a otro, en esta acogida de sus manos, en esta escritura de sus vidas, el amor lle-gara a invadirles con su tempestuosa calma.

    Al caer una estrella, al nacer un nio, al or la voz de un cerro regn-dose en el corazn de quien ha nacido, al escribirse en las constelacio-nes dejadas al abrigo de la noche y su ausencias, un sonido de flauta los levanta, les hace recordar el melodioso canto depositado en sus huesos; nacen nuevamente en cada nuevo palpitar de la tierra, palpi-tar de sus hijos embriagados con el calor de las plantas, abrazados por el fuego de la tierra, abrindose en cada movimiento de las constela-ciones y el tiempo.

    Las lagunas son sus memorias en el sonido del viento dibujando ondas en el agua, ah reconocen el canto de sus antepasados. Las lagunas se em-briagan con el sonido de las flautas, se abren en la voz de sus cantores, se hilan a las palabras tejidas en sus cuerpos. Canto a canto, se sumergen en una superficie lquida y sonora, de ella extraen la quintaesencia del canto, las palabras y vocablos en los cuales se escriben sus cuerpos; con ese canto conjuran el olvido y recuerdan en sus corazones el amor por la tierra, por las semillas nacidas en el palpitar de los caminos, semillas melodiosas abriendo caminos en las profundidades de la tierra, tierra tejida de cantos en los cuales transitan; con sus pasos abren senderos en el nacimiento del da y en la sombra de la noche.

    Las aves a sus pasos son signos revelando misterios de la naturaleza, en sus vuelos, en sus dorados aleteos, el sonido de las estrellas conjuga en sus plumas, crepsculos y amaneceres lanzndoles a vuelos intermi-nables, vuelos por regiones desconocidas, que los yachas saben adi-vinar cuando se embriagan con las plantas espritus de sus regiones.

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    Al volar tien el aire con el fuego de lo invisible, ondulan en los hilos que sostienen el universo, trenzan espirales de humo nacidas en el her-vor de las tulpas, de los hogares y malocas abiertas como vocablos y alfabetos donde otra lengua traduce el silencio de la hoguera, el silencio de quienes avivan y se incendian al prender el fuego de las palabras.

    Visten el color de la tierra en la cual han nacido, tien sus tejidos de liquids sonora a la cual le impregnan el aliento de sus cantos. Sus ca-minos son los nudos de sus trajes, danzan entre nudo y nudo, danzan entre kipus y tinkus abrindose a su paso. Tejidos a la voz de su tierra los runas la cargan en su cuerpo.

    Al vestirse, sus colores son el grito de un rbol o el suspiro de un arbusto colgando en el aire de los andes; el color es la emanacin profunda del encuentro de los mundos, algunos brillan con la lumino-sidad del espacio, otros se hacen en el espacio velo de las formas en las cuales se han plegado. Los ojos del runa, del caminante, se filtran en-tre los colores de la tierra, en ella transitan, de ella traen la humedad y el calor de los colores depositadas en sus territorios, en sus lagunas, chorreras, valles, desiertos, montes donde reflejan el sentimiento de sus aprendizajes.

    Escuchan el canto del canto entonado por la calandria, del chotaca-bras y la lechuza; lo siguen, lo navegan, transitan el ro de las palabras con las cuales llaman melodas y vibraciones nacidas en las profundi-dades de la tierra. Navegados por el tmpano del sueo, suean en los arpegios sonoros del espacio, caminan soando y prenden el fuego para conjurar sus nostalgias.

    Las mujeres llevan a sus espaldas el futuro, un nio, grita y suea en el caminar con cada uno de los movimientos de la madre; fajado por el chal, se cobija en el calor de los que siempre vienen, fajado y abierto en una tierra donde siempre ha de ser extranjero, el infante se despide

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    Fernando Guerrero F.

    de sus gritos para caer en el calor y abrigo de las palabras de la madre, en el beber la leche de su senos, sabia dulce llevando la memoria de la tierra a sus corazones.

    Paso a paso el universo los cobija con sus cantos y melodas, paso a paso se siembran en la tierra por la cual beben el futuro en el cual caminan; la sorpresa y lo incierto estn en sus ojos, por eso miran y es-cuchan el porvenir en las voces de sus antepasados, inflaman su pecho con el color de los vocablos y, en el teido de las palabras hablan para vestirse con el canto inmemorial de los encuentros.

    Caminan, los Andes se abren a sus ojos, dejan or sus cantos en sus odos, las montaas dejan reverdecer su color en el color de sus ojos, pisan el camino que los camina, beben el agua que los bebe, recuerdan el latido del universo palpitando en ellos, cada constelacin, cada una de las estrellas en las cuales viajan son un designio el cual leen atentos, as logran recordar lo viajeros que son, que continan siendo.

    Al llegar la noche duermen en el sueo de su tierra, oradan el espacio y se tejen en l, recitan oraciones y hacen el rito del amor, cada uno entregndose en otro, cobijndose en otro y escribindose al hablar de sus caminos.

    Sus mundos son chakanas de vocablos que cantan y encantan a la tierra caminada, por eso, en la danza y festividad del universo andino, todos los das, son das de fiesta.

    El telar andino sigue tejindose entre paso y paso. Cada historia se crea y recrea en la memoria de los que vienen. Ah, la danza de los andes, el encuentro de los tiempos, la memoria de los sueos, va mo-viendo los hilos sonoros de un relato antiguo, en donde se camina y va sembrando el encuentro de las tradiciones.

  • II. KI(R)PU

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    Fernando Guerrero F.

    Hanak pacha

  • 31

    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    kay pacha

  • 32

    Fernando Guerrero F.

    uku pacha

  • 33

    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    Piedra cantora tallada en las manosenredada a la memoria del aguallamada por los astros a depositar tus semillas en la nocheabiertapasasdel canto de las floresy de ellasal lienzo en el cual pintas senderos.

    Estas orillas se pierdentodo vibra en derredor de tus coloresnaces en los gritos escondidos en las cascadas...Rumoras cantos inauditosen elloste haces lazo de nudos sonoros.

    Al sonido de los tamboresaparecen los hijos que te cantanen su msicacaminas en silencio por las cimas de esta tierra...

    El humo de la tulpatalla su olvido en tus entraas.

    Ojo felino caminando por las grutas de esta pginalunarsolarsilencioso y oscuroteje nudos de auroras

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    Fernando Guerrero F.

    en las pginas de la tierracuenta de nacimientos dadospor el brillo de las estrellas tejiendo kipus en la calma de quien escribedejas or el leve rumor de la selva encantadahoy levantada en los rostros de tu rostro.

    Kipusdel agua recorriendo en su liquides el movimiento y la unin de cada letraen el fuego brillando hasta deshacerse en la sombra apareciendo silenciosos en cada trazocomunicando la soledad de la semilla naciendo y danzando en la tierra

    kipunakuna... en su exilio... gritael latido de sus manosunindose a voces de milenios para labrar esta hoja.

    Manos de tierralabrando el aire para dejar del aire su lejanallamando lo ausente en cada cantoconjurando el silencio en cada sonido nacido de la tierra.

    Manos de tambores sonorosnacidos en el resplandor dejado en las cascadas al caer la tardepasan estas manos entre las tuyas ovillando el silencioso rumor del tiempofruto melodioso tejiendo ecos de lgrimas en lagunas encantadasfruto dulce y maternal

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    deshaciendo las palabrashasta convertirlas en arena:Rostro de los hombres

    Nacido en el barrocaminas abandonas tus huellas en la cicatriz del universo

    Tus pasosson retorno del exiliovan deshacindote en la arena.

    Vas encontrando piedras ardiendo en su lejana:

    La primera piedra tall tu nombre, lugar misterioso de tus ausencias.La segunda, convirti en carne el movimiento de las manos desatando los ovillos del amor ...en la noche.La tercera, hizo que la aurora visitara tu rostro,ilumin tus ojos y leste silenciosola cada de tus prpados,cada una fue dando forma a tus nacimientosresplandor a la negrura de tus ojoscalor al silencio de tu nombre

    cada piedra ha tallado su cantoen las hojas de verde oro donde ha de beber la luz tu cuerpo

    Visitado en el exilo: caminas

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    Fernando Guerrero F.

    Eres laguna cantando en cada grano de cielo cayndose al chocar las nubesespacio abierto a las esquirlas del sol lacerando tus manos.

    Escribes y en ello la vida palpitacorazn de laguna encantada por los cerroscorazn de blanca espuma en la danza de los ancestroscorazn de felino en el ardor de una lianadanzando en la calma de una tormenta de arenas.

    Tallas tu memoria en la sombra de las piedrascantas hechizas el espacio y este teje su msica en tu cuerpocon sus cantos late bajo la piel de tus pielesen ellas viajas abriendo el mundo en el ardor de tu lengua.

    En el hilo de la ausenciallamas a tus ancestros y pides consejollegan cabalgando la sombra de tus sueospasan a tus manos en el galopar silencioso de los vocablosen ellos con el brillo de las pginas de tu rostronavegas.

    De oro son los sueos poblando la nochede plata los rayos de luna dando nacimiento a los hijos de lagunasen las grietas de las peashendiduras de un sol y sus semillas en el vientre de la oscura noche

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    A veces el sueo es la salida de los sentidos en el mundo de la sangreGritas con tus manos al universobajas de l la blanca flor hecha espuma en tus labiosabres el horizonte en cada parpadeoabres las piedras en el canto en cada tacto urdimbras milenios

    Tu piel es una piedra tallada por la danza de las nubesvistes el arpegio sonorode una cascada milenariasabes de la nocheen ella caminassabes de la noche del daloto naciente en el brillo de las lagunasloto de mil colores entre tus letras flor poblando la maana posndose inasible por tu ventana.

    Las hojas de la tierra han nacido en las orillas de tus dedospalpas y siembras el mundoen cada grano de sol, naciendo entre las horas del sueo.

    Una hojaun grito en espiralviajero y sonorocubre tu cuerpoaguas inmemoriales enredando tu tactocolor lquido depositado en el vientre de una letra

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    Fernando Guerrero F.

    humedades acariciadascon el ardor melodioso de las palabraslanzndote a las estrellasal dulce sonido dejado por ellas en la tierra.

    Ausentedel mundo bandote con su escrituraescribescada gruta e intersticio por donde arriba la Nochees una lenta agona habitada por tu cuerpo

    Tocas una piedrala tallasvacas tu rostroen grutas de color ureote vas regresas con las manos untadas de fuegotizne del tiempo depositando sus canciones en tus entraas.

  • 39

    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    Tejes cantos de montaasvegetaciones silenciosasvan embriagando tus muslosgritando en la palabra abierta con el grito de la tierra

    Pgina de exilio llevndote por chorreras y manantiales hechas en tus manoscrislidas del sueo

    Aguas de rosa en la alquimia de los ojostejidos blancosenredndose trmulosal calor de las manos.Con ellassostienes el mundocesto de creacin donde van hilndoseel da y la nochela mar y la arenalo fro y lo clidolos surcos y tolaslos aucas y mamaslagunas y montaastodosbesando tus manosgerminndote hoja a hojavibrando eternamente en cada rayo creciente de solatravesando tu rostro.

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    Fernando Guerrero F.

    Cielos

  • 41

    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    Duermesla eternidad cantando tras la sombra de las hojastallas tus cantos en las grietas de la arenapasas de labio en labiohilando resplandores en la nochetejes sueos en cada respirotejes mundos en cada soplo

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    Fernando Guerrero F.

    Espirales

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    El solel desiertoel pramoabren tus ojosla claridad del mar va bebiendo tus prpadosesmeralda lquida en la cima de un volcnriega su canto en tu piel esmaltadalleva la sangre de tu sangrete viste y nombra con silenciosas eras de soleras sin tiempo palpitando en el vibrar de la tierra.Ahen ese latir de noches embriagadorasTodo estallala claridad de la noche hace estallar cada astrode ellas: la voz, el alientoel soplo con el cual moldeas el nocturno brillo hinchado en tu pecho.

    Subes Con el vientre hilado a lianas dejadas por el canto de la lunaCruzas caminosExtravos del almaescuchas un ro haciendo claroscuros en tu vozarcilla de silenciocolibr celeste moldeado en el vuelo

    Mujer cantandoselva sonora ardiendo en el cuerpo.

    Subesfuego melodioso de un mundo lquidodonde un rayo de sombraparte tus manos en otras

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    Fernando Guerrero F.

    Escribestrazas letras te visten de extravosvan tejiendo el universo infinito de las incertidumbresse hacen rostro y pgina visitando tu exilio

    Cada movimiento de las manoses un sonido de cmbalos llamando el corazn de la tierraCorazones de lunaEllos palpitan en derredor de un fuego nocturnoEn ese fuego tus pies hechos de flor de crisantemocaminan en el xtasis de las estrellas regadas por tu cuerpo

    Los dientes felinos de una hoja escriben tu nombrecuando pasas y caminasa orillas del tiempo diluido entre tus manos.

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    Cinco espritus. Autor: Juan Carlos Espaa

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    Fernando Guerrero F.

    Dejas morir el tiempo entre tus manosmueres en el canto del hacedor de arcorismueres en el regazo de una cascadatienes un nombre y te llamanolvidas la lengua con la cual te hablan

    En la armona de la voz llegasuna a una caen las lianas de la memoriaptalos de la noche regndose por la selva y el papel.Una gran ave en el cielo empieza a devorar las pieles que cubren tu pielte entregas al lugar de tus iluminacionesSabes de la ausenciay escribes en la erranciagrano de mazentre las pginas del vientoarena entre mares y desiertossemilla de cobrecaminando por los surcos hiladoscon los hilos de una araa ancestralSales entre cascadas y remolinos del tiemposubesbajaste entregas en la voz yes ahen ese instantecuando el poema acontece.

    .

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    ..a las piedras talladas en la regin de los Andes.

    Un labio: una pginaUna mano: cinco alfabetosUn rostro: el universo se detiene-alguien va hojeando la claridad del libro.

    ***Mir la nocheVesta de piel azul y felinaIncendiada en cada astro Tejiendo la meloda arenosa del silencio pasando por las manos.

    ***Un astro a su paso tejindonos entre olvidos...

    ***Nocturna horadonde se tejen alfabetos de legiones nocturnasSecretos de astros diluidos por el tiempoBrillo de plantas y luminosidad de letras surcadas en el firmamentoTodos los mundos en una trazaTrazaTrazas... dejas caer la ltima estela de tu sombra luegoescribes.

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    Fernando Guerrero F.

    ***Al recibir la palabraEl cuerpo tiemblaSe mueve la tierra al palpitar de cada astroSe inclina la noche al vaco del hombre

    ***Lees la primera pgina del libro:Vida y muerteDepositadas en cada latido dejado en la auroraCorazn de selva encantadaEn la negra claridad de la noche

    ***En el firmamento cae una espadaLa visin cruza tiemposSe ovilla el silencio.

    ***Esta hoja colgando mi cuerpo en los hilos de una araael cuerpo hacindose oro en el vientodeslizndose oculto entre la opacidad del tiempo.

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    ***Escribir Paso entre tierras negras y vestidas en el ardor de coloresPendiendo de intermitentes silenciosCada ondulacinUn retorno al nacimiento del primer vocabloNunca hubo un principioNunca un finSlo hilosHilos de fuego en la alquimia del oro y el verboOro regndose con la cada del roco Prendindose a la piel de quienes beben la claridad del cielo

    Como si esta hoja me bebiera: Bebo el oro de mis ausenciasUn rayo de sol atraviesa esta ventana.

    Duermes, entre dos signosUno, de manos abiertas hilando estelas de olvido entre las montaasColores de rojo sol que baan caras talladas entre las piedrasSilencios de mileniosCubriendo la espalda de los que vienen.Otro, de rostros cubiertos por hojarascas y cantos de seres poblando los atardeceres de las chorreras.

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    Fernando Guerrero F.

    Entre sueosSuena la wairaInsectos de plomo comienzan a arder en el viento ureo destilando el destinoLa tierra poblada de cantosLaguna profunda donde se escarba y desliza el tiempo.

    El canto del galloDeshechiza la nocheTodos los astrosSe extravan en su plumajeAparecen en el daVistiendo el secreto brilloDe quienes cantandoHan poblado la nocturna hora de los escribas...

    Tiempo de aguaEn la liquides de los dedosAl final de la pginaEsta el comienzo del libro

    Escribes

  • III: PAlAbRAS DE AREnA

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    Fernando Guerrero F.

    Rostro. Autor: Fernando Guerrero

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    Caminamosen las huellas

    el aire del pasado deja su sonido de cantos y canciones tejidos en el cuerpo cada paso

    una historia sembrndose en la tierracada paso

    una voz de milenios levantndose desde el fondo de la tierra.en el sur

    agua canta en la piel de los hombres encanta

    hacindose canciones en la musicalidad del cuerpo.La voz de los ancianos puebla la noche de la escritura

    en ellas viajamos danzamos

    avivamos el fuego de la palabrasconjuramos el olvido

    abrimos senderos por donde el viento nos enva al silencioso rumor de la tierra

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    Fernando Guerrero F.

    I CaminoEn los destellos de Nochecaminoabriendo caminoscamino cabalgata abierta en la tierra cantoracaminode brujos, yachaysescritores y mdicosde hablas en la naturalezaotras hablasotros caminos

    Caminomelodioso resplandor de una letra errantehacindose arena en las manosfuegos crecientes levantados por rayos de lunaestrellas viajeras surcando la noche.

    Caminopalabras levantadas en el negror de la tierrafiltrando el agua del sueotejiendo una letra a otraescribiendo el vaivn de la marlos vientos del desiertolas hojas verdes de la selvael agua viva de los encantos.

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    Caminoen el silencioso grito de la lluviatras las cortinas del atardecerfrente a los cerros durmientesen la alquimia del roco maanero

    Abro la ventanamiro el caminoentre otroslevanto la manosaludo al despedirme del hogartodos una hoguerallegando en el caer de la tardeen el movimiento de las manosen el tizn y la cenizallevada por el viento

    II. la senda de gabriela Paulo y Luisa

    El viejo anciano solt una carcajada, risotada enorme agrandndose cada vez ms en el espacio. Los nios le miraron y entreoyeron el eco del huamani en su lengua, la de l y la de ellos, la de los dos y la de otros, la ma y la de l nuevamente.

    Le omos rerse en medio de la multitud. Distante en la distancia abra sus labios, dejaba salir el sonido de su risa Al instante, una manada de halcones cruz el espacio en direccin al oriente, un nio tir piedras

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    Fernando Guerrero F.

    al aire, las nias cogieron flores y las dejaron en el camino. Todo pare-ca estar en completa calma.

    Maana subiremos al Monte Huamani dijo Gabriel. Be-bers de sus aguas, sentirs el calor de esta tierra abrigndose en tu pecho, labrars con tus palabras el espacio abierto en la musicalidad del agua bebida y, en la cada del crepsculo, sentirs el cobijo de la noche llevndote en la embriaguez de profundos sueos.

    Luego apunt con su ndice en direccin a la luz que baaba la cima del cerro. Yo soy de esa cima dijo, y comenz a rer nueva-mente como si llamase al cerro a sus manos, a su boca, a su corazn, en todo su cuerpo, y en ese llamado se desprendiera de la tierra en la cual estbamos, para deslizarse en la sombra de las nubes pasando por el filo de ese paisaje.

    Quise rer con l, irme con l en su risa, pero mi risa ya estaba ah desde antes, y en ella l traduca la naturaleza de nuestras carcajadas. La risa en la cual l y yo estbamos nos dejaba agonizar en el sitio del cual sentamos estar cada vez ms y ms lejanos.

    En esa cima, en ese espacio encantado, la tarde va levantndose, ca-yndose, tejindose en el sol que le tie de prpura celeste, color des-prendido del resplandor emanado de la mar y la noche al copular con el silencio de las estrellas, color donde se lee la eternidad y el infinito majestuoso del universo. Ah en esa cima la tarde va cayendo con sus ondas y canciones, espacio neutro, aclarando los cuerpos con la luz del da, apareciendo entre voces y piedras talladas por el fuego del sol en el sol, por el agua de la lluvia en la lluvia, por el resplandor del rayo en el firmamento.

    Cae un rayo: anuncia la aparicin de los seres que pueblan la noche me dice la voz del anciano Gabriel. Or sus voces y no

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    entundarse, no perder la cabeza en la msica salida de sus flautas y tambores, escuchar atentos entre sus msicas y sus voces, mi queri-do Jacobo. Sus voces van abriendo cada vez ms abajo. Se les oye y tambin se les deja de or. Se les llama y tambin se les deja irse Se los despacha, se los despide, se les agradece y se les olvida.

    Solt otra risa confundindose con el sonido de un trueno. Las dos una voz, los dos una voz, las voces una a una girando entre la risa y el sonido del espacio, la luna menguando y las estrellas regndose por cada una de las palabras escuchadas, odas, ledas en el firmamento sembrado de cantos. Los rboles haciendo msicas al dejar caer sus hojas en la tierra, hojas suspendidas y desprendidas de sus cuerpos blandos, tomadas en la mano y recogidas en el abismal sonido de la risa.

    Mirndole fijamente re otra vez. Sus ojos eran como dos toros salien-do de las lagunas, pisando el cristal agua de la lluvia, levantando on-das donde el agua mova otras aguas. Escuchaba de cerca las imgenes en las cuales vea su mirada. Escuchaba el sitio desde donde partan mis ojos en los suyos. Ambos acaricibamos regiones desconocidas, distintas y nuevas, de encanto, encontrndose entre danza y danza.

    Los dos remos, nios traviesos jugando con el rostro, con los nom-bres. Miramos en cada nio el fulgor de los Andes en sus ojos. Uno pareca el aletear de un colibr al salir de las esferas del sueo; otro posaba su cuerpo como si estuviera habitado del clido silencio de las lechuzas, entreabra en sus ojos el canto de las piedras y montes talla-dos con el sonido de las estrellas, dejaba nacer la noche en su profundo telar oscuro, brillaba con el resplandor de las estrellas, era un nio nocturno jugando a plena luz del da; otro infante, callado y de paso firme, pasaba alrededor de los dems con la delicada calma que tienen los cojos, sus palabras eran alas trenzadas en el ovillo de un lenguaje

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    Fernando Guerrero F.

    incomprensible, se teja en los cantos de sus amigos, volaba con ellos y esperaban la llegada de la tarde para retornar a sus hogares, para incendiarse en el calor de la tulpa, de las palabras entregadas en las voces de los abuelos. Gustaban de or los relatos del mundo a sus espaldas, del mundo en el cual ellos eran pequeos caminantes en los das de juego y fiesta.

    Las manos palpan otros mundos cuando se dejan ir en el telar del sueo, le oa decir en el caer de las hojas y aves nacidas con el crecer del Monte.

    La maana se aproximaba con su coro anglico. El canto de las go-londrinas y los gorriones nos despertaron cerca de la luz del sol. To-mamos leche y panela, prendimos la tulpa y emprendimos la marcha, no sin antes llevar el mechn de una cabra para hacer pagamento al Auki, como lo haba enseado la tradicin.

    Me escuchas? Pregunt Gabriel Me escuchas al hilarme en el telar de tus palabras, en el camino de tus aguas, en el galope de tus andanzas.

    Escuch su voz y fui arrebatado del lugar en el cual le escuchaba. Ca de nuevo en las palabras y con ellas quise responderle, no sin antes dejarme ir en las cosas que dira, no sin antes estar seguro de dar una respuesta afirmativa a su demanda.

    Vuelas alto hijo?

    Sbitamente me desprend de las palabras, mov las manos y dibuje en el aire un crculo con espirales en el centro, cada una con un color, siete si mal no recuerdo, y en cada uno, una voz y una luz filtrndose por el espacio.

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    Su tono de voz haba cambiado, su risa diseminada en el espacio de nubes y montaas abiertas a los sentidos, pasaba a mi cuerpo como un suave sonido del mar, otras risas entre las suyas, oleajes intermi-nables por los cuales navegaba al orle, caballos de mar, sirenas, elfos, pequeos seres luminosos, de gorros blancos y rojos, de doble rostro y cubiertos de hojarasca unos o de frailejn otros, algunos sin cuerpo, otros iluminados con luz propia, subidos en carruajes tirados por in-sectos alados, por equinas voces abrindose paso entre las imgenes nacidas en el color del crepsculo.

    Un halcn pas nuevamente por el borde de la montaa. En l retor-n a las palabras de Gabriel. Me intern en la soledad ms profunda que jams haba experimentado.

    Gabriel me mir fijamente y dej su ruana al borde del camino. Ha-bamos caminado cerca de tres horas desde la ltima vez que remos. Nuestros pasos eran sonidos de flautas en el ltimo resplandor que cubra la noche clara, con ellos pasbamos en el silencio del silencio, callados, absortos, reflexivos y cmplices uno en el otro, transportados en cada silencio al cual nos envibamos.

    No tienes mi voz en tu cuerpo deca. Es tu voz, Jacobo Illumani, tu voz en las palabras de la tierra. Con ellas oyes las palabras que te digo, pero estoy mas all de las escuchas hilvanadas en tus fr-giles odos, aqu, en esta hora y en este sitio, sintiendo cercano al ami-go y al caminante de esta maana que te cobija con el canto del monte Huamani. Estoy en las aves entonando cantos de una tierra verde y frtil, o en el sueo de un nio transformado en delfn solfeando los senderos de la mar y las constelaciones, o en la nube dejando caer al universo en cada gota de lluvia nacida en los pechos desnudos de una madre. Estoy hablando de las tierras que tu corazn de runa camina

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    Fernando Guerrero F.

    y en cada palabra, el sonido del viento posado en este Monte, se hace una letra errante que llevars en tu cuerpo.

    Ahora eres la sonoridad del espacio diluido en tu cuerpo. Miras el cerro, caminas con el viento soplando alrededor de la verde montaa. Una nube golpea con su humedad cada rbol nacido para cantar en el silencio de las horas luminosas de la noche. El sonido del trueno hace remolinos en tu cuerpo. Eres una sinfona de plantas en la mitad de la noche, y embriagado de palabras bebes alfabetos de las montaas en tus palabras.

    Llegamos a la piedra que llaman churo, y en su cuenco tom del agua cuyo sabor cura y da fuerza a los guerreros que caminan en los Andes, segn me lo haba contado Gabriel.

    Beb de sus aguas y el monte se hizo una fuente sonora de donde bro-taban infinitos cantos y melodas inmemoriales.

    Inundado de todo aquello cuanto escuchaba respond a sus odos:

    La voz resuena con las olas del mar, con las voces del desierto desprendidas al ser golpeadas por un rayo de sol. No puedo or tus palabras al estar absorto en el rumor de una tierra abrindose a mis odos. Con esta letra abro en la tierra una simiente por la cual ha de nacer una flor o un capullo de mariposa. En la lengua llevo tan solo un canto entre cantos, una letra inaudita reconocida en el sonido de las quenas, maracas, tambores y lades que cantan en los Andes, hacien-do msica en esta tierra de montes y vegetaciones hechizadas por el calor de las palabras. Fuego de los Andes, de otros andes en las pala-bras de quienes andan y desandan caminos, son las voces en las cuales mi cuerpo se extrava, pasa errante de sitio en sitio sin quedarse con la sonoridad del espacio, en el cual se ha ido horadando un canto.

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    No te escucho, y sin embargo respondo con esta escucha mor-tal. Mi odo es a veces una concha de mar tallada en la geometra sonora de lo eterno, de la eternidad desnuda de tiempos y calendarios, tiempos sin retorno, embriagantes y caticos, posados en las alturas y huaycos de esta tierra caminada.

    Escuchndote escribo con el cuerpo tembloroso y habitado de risas. Llego al meldico canto del cual te desprendes y eres el calor de los colores, en el cual la forma de las cosas y las cosas de las formas se contienen, y entre estas y otras apareces con tus arrugas hechas tal vez indescifrables cicatrices talladas en el paso de la historia.

    Al escucharnos, caminamos en silencio. La tarde se levantaba y deja-ba descifrar la voz del Huamani en el brillo de los astros. El nos haba sumergido en sus aguas. El da se haca camino de illas para labrar el insondable telar de la noche.

    Bajamos de la montaa y llegamos al otro pueblo. Ah el aire bata las lmparas de las calles que alumbraban la oscuridad de la noche. Ella iba creciendo en nuestros huesos, en el latir de nuestros corazones. Mis pasos ondulaban en la luz tenue del andn, los rostros ya casi no se vean, eran equinas voces galopando en los misterios de la noche. Las manos abrigadas de caminos se dejaban invadir del fro pasando por esos callejones. Ya los nios haban llegado a casa, en ella la tulpa y su fuego abrigaba los sueos venidos despus en las palabras del abuelo. La noche silenciaba el alma de los transentes, las paredes escriban un alfabeto intraducible, remolinos de viento cruzaban el espacio. Gabriel entraba en casa de gloria, vea la callana ennegrecida por maces dorados en el fuego de los leos, maces tostados para alimentar a los nios. El sonido y la voz del fuego se desprendan de cada leo trado del monte. Pareca una cancin de tropas y legiones de ngeles y duendes al recibir el nacimiento del da. El sonido del

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    Fernando Guerrero F.

    fuego desprendindose de la tierra, de la tulpa, recordaba el paso de los chasquis en otros tiempos, vestidos de verde esmeralda y plumas de colibres, mensajeros llevando por entre las montaas el canto de los dioses.

    Don Gabriel se puso la ruana y sali a la chichera a beber con los amigos.

    Antes de despedirnos me entreg una pluma de colibr en el silencio de la noche festiva. El oleaje de viento se torn fuerte y dej or las canciones guardadas en el bosque. Escuch una armnica en casa de Guillermo y me desped riendo en la compaa de Gabriel. Luego se me hizo escuchar su voz enredndose al humo desprendido de uno de los volcanes.

    Sigue escribiendo, es mi orden. Fue el ltimo resonar melo-dioso de su voz en esa noche. Camin a casa a beber del agua dejada en la mesa donde la tierra crece hacia adentro, en las semillas cadas de la mano, en su vientre.

    Al dormir en la noche sent crecer en el vientre una regin amada. La tierra dejaba or sus cantos y el agua haca beber los hilos del sueo. Con los rayos de la luna, el cuerpo como una flor crece y resplandece al copular en el brillo desprendido en los hilos del sol. El canto del Huamani sale en la aves que nacieron de su vientre, pequeos amau-tas corriendo con sus libros abiertos. Es de da, es de da, la aurora anuncia nuevos relatos en la voz de los ancianos.

    Un nio nace en el oleaje del tiempo.

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    III. noche de Huamani.Porqu no pintar el dolor de los que murieron en quinientos

    aos? me dijo Diego; el dolor y el sufrimiento de los que nacieron de la tierra y en ella murieron, en ella fueron entregados sin antes ha-berla llamado con el calor de las palabras que van despertando cerros, cascadas, flores y piedras; sin antes haberlas llamado a todas y cada una de las estrellas nacidas en el nacimiento de cada guagua, de cada runa, de cada Kari o Warmi tejidos en el cordn umbilical de la Tierra Madre.

    Su voz era el sonido de las quenas y tambores escritas al danzar en los Inti raimis de su comunidad. Su voz, un trueno en el aire, una mari-posa abrindose y partiendo en el color de las montaas tejidas en su vuelo. Voz de Pastos filtrndose en su piel, en el polvo de su piel y el color de los ojos por donde explora la noche.

    Fumaba la hierba con el corazn volcado en otros tiempos, en otras tierras de las cuales se desprendan canciones y silencios inundando el espacio. Cada sendero de humo ascendiendo en el espacio, dejaba caer una letra cubriendo la soledad de los cuerpos. Entonces hablba-mos de montaas y valles caminados, del to en quien resonaban los murmullos de guijarros y araas al parirse la noche en sus manos, del abuelo en quien su memoria se haba nacido, del abuelo mayor y del abuelo menor, del ayllu y la familia, de los hermanos y los wamanis, de la tierra pa labrarla y tejerla con el corazn de las palabras, de las semillas sembradas en los das que son pa la siembra, de los das de cosecha y el alegre caminar con el olor a chicha mascada o chicha fer-mentada con el licor de los sueos; de las montaas hacindose liqui-des en el grano de maz fermentado, en el grano de maz estallndose en el dulce licor embriagante del cual se bebera en las fiestas.

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    Fernando Guerrero F.

    Sangre india deca, hacia dentro y hacia fuera, en su lengua y en la lengua con la cual le escuchaba, sangre india puktik yawar muyu, sangre quechua-aymara nacida en los cerritos y el calor de las tulpas, abrigada por el fogn de las casas andinas, abrigada en el calor de los abrazos y despachos, de la chagra hecha mundo y medi-cina pal vecino y sus caminos, pa quien llega y camina en el corazn de su tierra, de su pequea parcela de tiempo inundada de tiempos inmemoriales.

    El libro de los andes se abra a sus ojos, en su brillo miraba literaturas sembradas con el calor de la tierra labrada, del horadar da y noche en el telar de los encuentros.

    Pinta tinku, pinta warmi, pinta huaka, palabras diluidas en su len-gua, en la lengua de sus ancestros, de su gente habitndole en tomas de ayahuasca o en el labrar la tierra en las manos de su to, de su familia, en el runasimi escrito por todo su cuerpo, escrito en todos quienes lean los signos de la noche tallados en sus manos.

    Le acompaaba mientras caminbamos por la espiral, en el camino me cont del Aymarita que viaj a Mxico, de las palabras y los silencios de quienes por ellos haban luchado, de la lucha y la resistencia en los das que la amarun vibra con el canto de los cerros, de los volcanes hechos udo oracular en la tierra que transitaba.

    -Ven te cuento del ymarita, cuando este lleg a Mxico dijo: - Vengo de mi tierra aymara -deca de adentro pafuera, vengo en nombre de mi tierra aymara, en lengua aymara hablo a mi corazn y en su lengua esas palabras han de ser escuchadas como los vientos andinos cruzados por el vuelo de los cndores, como las cascadas baando las manos de los nios en el atardecer que sorprende el fuego de las tulpas; somos de los andes, en estas tierras, hablando, hablando con nuestra lengua teida por el fuego de las palabras.

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    Somos andes profiri despus Diego, somos gente ca-minando de pueblo en pueblo, de montaa en montaa, hombro a hombro. Caminamos con los abuelos y las mujeres que amamos, con el hogar en el cuerpo y la tierra labrada por nuestras manos. Vamos hablando en nuestras lenguas y aunque hayan guerras en-tre nuestros taitas, seguimos caminando, en esa, en esa cosmogona andina.

    Le pregunt por el aymarita y me dijo que esa historia habla del hom-bre que siendo extranjero llega en su lengua para sentirse an ms extranjero en la tierra que anda. Despus de escucharle, entend por qu nosotros somos andes, somos regiones andinas y no importa si nacimos o no entre indios, lo importante es que nacimos, que estamos y vamos por la senda de la espiral; de pensarse en espiral, subiendo y bajando el mundo en nuestras manos, atentos a los cambios polticos y los asuntos de la comunidad, creando en el arte, lenguajes posibles para conjurar el olvido, haciendo de nuestras lenguas, una posibilidad de traducir el infinito universo de los vocablos.

    Pas el da y lleg la aurora. Luego, le mir llegar a casa, saqu unas hojas de cedrn, encend la tulpa, mir el paso de orin por encima de la casa y escrib en algn viejo cuaderno la historia del aymarita.3

    3 Agradezco laspalabrascompartidasporDiegoTupazenBogotelda21deabril del 2005. Nos coga el amanecer entre palabras y pintas de plantas y msicas quechuas y aymaras; protegidos de los cerros hablbamos. Hablamos, contando elcaminarsencilloydifcildenuestrasvivencias,delindioDiegocobijadoporsu ruana blanca en la cual est el abrigo del nevado de Cumbl, con sus ojos brillando por el amor de su tierra, de la mujer en quien regara sus semillas para no olvidar los cantos de su abuelo al hablarle en la laguna de la cual lleva su apellido; uno a otro, escribindonos en las palabras, tejindonos en la noche de los Andes, abrazndonos en la palabra.

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    IV. camino de HuaynosAl sonido del tambor las palabras danzan; el rostro se interna en el sonido de las manos al pasar por el aire de quien toca esa msica escrib mientras contemplaba el paso de la aurora en los das del sol naciente.

    Todos danzan, una pierna en otra, un paso en otro, geometra infinita del encuentro, tinku, tinku, tinku, tinkuna, se grita mientras la monta-a va vistindose con el brillo de los rayos del sol. Una nube anuncia a lo lejos la lluvia, es el paso del verano a los das de humedad creciente. Danzan, danzan como ranas y en sus pasos la arena se levanta, cae y sube y sube y baja y cae y nuevamente sube. Paso a paso, los danzan-tes van escribiendo crculos en la tierra, espirales de doble direccin, las mujeres giran dentro del circulo de los hombres, y estos, preados en los cantos de las mujeres, danzan alrededor de ellas cuidados por el ayauma, por el diablito fiestero que cuida a los danzantes.

    Al caer la tarde, el ltimo rayo de sol va anunciando la llegada de otra noche, otras danzas y otros rostros a los cuales se han de lanzar los invitados.

    cuya cuya warmi cuyacuya warmiwairita conawairita conapoderoso conaayudante conauri uriwascayagecito wascapoderoso conaayudante conacuya cuya warmi cuyacuya warmi

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    cuya cuyanguilloswairita conawairita conapoderoso conaayudante conataita yagecitopoderoso conacuya cuya warmi cuyacuya warmiwairita conawairita conapoderoso conaayudante cona

    El canto nos pinta y escribe, nos hace literaturas caminando por el espacio abierto en la noche, las estrellas nos tejen entre todos los cantos, miramos los ojos de quienes llegan ms desconocidos que de costumbre. Los tambores pasan de la tierra al corazn del aire, y en l, levantan msicas coloridas llenando el espacio, pintando de aguas multicolores el espacio. Los sonidos son hilos de sol por donde se filtran escrituras inmemoriales, los sonidos pasan de los cuerpos a las canciones y melodas emanados de estos. Unos a otros escuchando cantos, escuchando palabras escribindose en el tacto, en ese otro tac-to musical pintado de palabras y voces cantoras.

    Nuevamente las palabras del taita, su canto, el agua maternal de su saliva, las palabras de la selva convirtindose detrs de las formas en las cuales se ocultan; ya no se mira solamente al rbol, ni se palpa la dureza de la piedra que inmvil va siendo vestida por los rayos de la luna. Ahora los rboles se hacen gentes danzando en el aire sonoro del espacio, las piedras dejan or sus cantos, en ellas la voz y tono de una montaa, en ellas el samai de una tierra extranjera. Los caminos de la selva se hacen caminos de la tierra; entre ellos se puede mirar

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    Fernando Guerrero F.

    ciudades pobladas de nubes grises, or casas teidas por el aire melan-clico levantado en las cosas; cada uno, un silencio revestido de otro silencio, quizs el ms ntimo, el de adentro hacia afuera, y de afuera hacia dentro; se miran esos caminos y soplndoles se los deja pasar, es otro sitio al cual se va entre canto y canto.

    Los cerros hablan en su lengua, en aquella musicalidad tallada y escrita en las hojas de los rboles, traducida por el canto de las aves y el paso de los ros llevando cantos de luminosa emancipacin que el taita llama.

    Todo se inventa nuevamente, las palabras llaman otras palabras, los cantos son hablas de gente poblando las alturas de los cerros, las pro-fundidades de los abismos, debajo de abajo, saliendo en las formas odas y miradas al mover las manos.

    Las plantas tienen espritu, samay -dijo el taita-; escuch el samay de la piedra, de la nube, de la montaa, una entre tantas, una entre muchas, somos as, llenitos de hablas, somos la piedra, el canto de esa ave, la msica de las hojas al caer en la arena, cada uno una hoja, una piedra, un grano de arena viajando en las pginas de la tierra.

    Los cabellos hilan el saber de una tierra, las manos acarician los cabe-llos en cada maana, finos hilos de araa entre finos hilos de la noche. Sienten como si las cascadas en la noche hubieran baado de brillo su cabello, con otras aguas, con msicas y tinturas de la selva, como si en el sueo las palabras del sueo ya no fueran las mismas, quizs estn hiladas al paso de los astros y el sueo de la aves en la silenciosa armona del himno nocturno. Ah se canta, se sopla, se vuela en las palabras, nombramos en el resplandor del da y el da aparece entre la negra claridad de las cosas, de las formas, ah los ojos bien abiertos y el odo bien despierto y atento.

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    El canto de los taitas se acerca cada vez ms, est aqu y est en aque-lla lejana tierra de exilio. Los escucho, llegan, sonidos de cascadas, galopar de caballos desbocados, vuelo de colibres y gruido de tigres, aleteo de escarabajos y cigarras, caminata de hormigas y aleteo de mariposas, cantos de ranas y melodas del ro en el ro de la vida.

    Se pinta la noche, se pinta en la danza, los pasos ahora hacen salir se-millas de maz y trigo en la piel de los pies. Paso a paso, tierra a tierra, hombro a hombro, levantamos la msica de las semillas, en ellas la san-gre va diluyndose, pasa por hilos de araas arpegiando msicas odas en el silencio de los caminantes, en la voz de los que se fueron adelante, de los que regresan con el canto de la luna llena para abrigar la soledad de quienes caminan entre montaas y montaas. Cuanto ms fuerte se toque el tambor, ms cercanos se encuentran los secretos y misterios escritos en la simplicidad de la tierra; tocar fuerte no es tocar duro, es unir el corazn al corazn del tambor llamando el latido del universo, si es lento el toque, la tierra tiembla y se abre en el galope de las estrellas; si es rpido el toque, las piedras dejan or sus cantos en un himno cere-monioso por el cual se viaja a las profundidades de la noche oscura; si las manos se unen, se unen dos universos en cada hilo tejido por los dedos, si ellas cargan una quena abren la tierra en el aire teido de voces inme-moriales, cada hombre es un sonido vibrando en el sonido de las quenas, un salivar en aguas encantadas, una cancin entonndose a mitad de la noche; las manos palpan el aire de las montaas, los nervios del volcn y las piedras, se tejen en ellos y danzan en las palabras del danzante.

    La fiesta se escribe en sus cuerpos, la danza sigue escribiendo en cada uno de los danzantes. Al salir la maana, se brinda un abrazo de des-pedida, se invita nuevamente a otra chumita, a otro da, se re y se levanta las manos en el aire que ahora es un canto al caminar de los das.

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    la Tunda y Jacob Autor: Fernando Guerrero

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    V. Runas.

    Nuestros campos son cantos

    Edmond Jabes

    El Libro De Las Preguntas

    el negro que se adentra en la manigua, que penetra de lleno en un corazn de monte, no duda del contacto directo que establece con fuerzas sobrenaturales que all, en sus propios dominios le rodean; cualquier espacio de monte, por la presen-cia invisible o a veces visible de dioses y espritus, se considera sagrado. el Monte es sagrado porque en el residen , viven las divinidades. los santos estn mas en el monte que en el cielo.

    Lydia Cabrera

    El Monte.

    hace ms de cinco aos un formidable negro de barbacoas, Daniel Quinez, cont como conoci a la Tunda, el espri-tu del extravo del que se puede regresar graduado en la que Quintn Lame llamo la Universidad del Monte y entendiendo la lengua de los rboles, los Maestros verdes, o regresar sin saber hablar ni con la mujer, o no regresar para nada, que es lo ms comn, pues la Tunda es capaz de tomar el aspecto del ms querido familiar para mejor alejarle de la familia y hacerle desconocer la diferencia de monte y casa, gruido y palabra,

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    excremento y comida, siempre que no se conozca de antemano la de las piernas porque, hay que saberlo, una la tiene buena, pero la otra es molinillo, igual al que se frota para batir cre-ma de chocolate, de manera que una extremidad, al helicoidal, solicita el fundamento de la otra, revolvindolo en burbujas

    Bruno Mazzoldi

    Golosa.

    Nuestros montes son cantos.

    El runa simi es la lengua de la gente del Monte con la cual se des-piertan, animan, y encantan aquellos parajes donde se bifurcan los destinos. Al escuchar estas hablas, al dejarse embriagar por el sonido melodioso del Monte, surge un rumor entre mar y selva que sacude el cuerpo, arroja a parajes donde lo nico que acompaa es su canto, el canto tejido en las noches de largas caminatas por la oscura senda del Monte.

    La gente del Monte camina en silencio por el canto de la montaa. Las hojas a su paso son alfabetos sonoros que desprenden los gritos de la Noche. Los rboles crecen y retoan en el movimiento de la selva, en el aleteo de las manos que escriben las huellas de su paso. La gente del Monte sabe del hilo invisible con el cual suben y bajan las apariciones tutelares que cuidan sus caminos. Por esto, dan ofrenda y hacen pagamento cuando el Monte se enoja: no hay un rbol, una planta o un arbusto que no tenga santo, que no tenga un dueo. Lydia Cabrera nos ensea que todo est relacionado con todo, nada es independiente en el Monte.

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    Unos creen y crecen en las palabras escuchadas al descansar en el silencio del Monte. Otros creen y crecen en la necesidad de una len-gua para borrar la memoria de quienes caminan en el extravo de la montaa. Otros son memorias vivas que transmutan sus trazas en las pginas del libro.

    El libro del Monte es abierto para todos, ledo por algunos, escrito y he-cho canto en el corazn de los abuelos que transitan como un canto de verde montaa y van narrando el eterno paso y movimiento de los das.

    Una quena en el crepsculo, es un dios del bosque que llama con su meloda al hacer cantos alrededor del fuego de la hoguera, donde se renen los cantores para tejer relatos de estas y otras vidas. Con palabras y hablas que se desprenden del cuerpo, los cantores se citan, se miran, se escuchan: otra llama arde en sus corazones. Hilan en si-lencio, tejen y destejen el ovillo de los relatos, que viven y danzan en ellos, en los cantores se crean incesantemente otras historias.

    Llegamos en el canto de la selva. Caminamos en la ausencia, escuchan-do y mirando estelas de sol regadas por la tierra, semillas de rboles de guanto para el corazn de los guerreros, pramo yuyo para purgar las visiones que en la mente se guardan, y plantas diseminadas en la tierra cantora que guardan el misterio en el agua de los tiempos.

    El runa en su salivar teje las palabras de las plantas que se diluyen en su cuerpo, viaja con ellas y transita parajes nacidos de la palma de sus manos: los escribe, los deja aparecer una y otra vez en las pginas de su cuerpo. Sus ojos son dos conchas talladas por el paso de la mar, sus labios fraguan el mundo de arriba y abajo en cada palabra contada a sus amigos. l vive en la magia de sus mitos, con ellos recuerda en su corazn las palabras de sus abuelos, las que vienen y horadan el espacio por el que camina.

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    El misterio de orse en las palabras se revela en cada encuentro. A veces uno llega con su voz imantada por el canto de los violines de los pramos: esas pequeas laminillas de paja que atraviesan el aire en su movimiento. Otros dejan or ese chirrido de gorriones y lechuzas diseminados en los bosques y en las orillas de las quebradas. Es bello orles y viajar en sus melodas. Hay otros que escuchan la msica de las quenas enamoradas: chocan unas con otras haciendo la danza de las tierras en el silencio de la noche. As se cuenta, y puede orse an los atabales de los duendes.

    El sonido de las cascadas se hace llanto de calandria en el corazn de las mujeres, de sus lgrimas parten seres que pueblan la quietud de los bosques. El rbol, con su sonido de viento, mezcla el aire de los crepsculos con el sudor enloquecido del musgo, deja deslizar la lluvia amada en la cual se fertilizan sus races, tallos y hojas con las que in-vade el espacio de clidas presencias.

    Cada palabra nacida en el sonido de la selva, destila en su lengua l-quidos vegetales con los cuales va llenndose de preguntas al transitar por el tiempo. Tiempo que pasa en el rengln donde vuelan palabras como pjaros enloquecidos que llegan a tocar el corazn del nio.

    Dentro del runa existen preguntas de la tierra que crecen con su ne-gror celeste. Los ojos de los amados, van llenando el mundo con las distancias que la caricia teje, son ros de conocimiento que despiertan los interrogantes del runa. Las preguntas tambin nacen del recuerdo, cuando los vestigios de sus caminos son solo una trenza suelta en el pasar de sus manos por la tierra labrada de nfimos silencios. Algunas preguntas son pasajeras y dejan brotar lgrimas en los ojos del runa. Otras, como crepsculos donde se unen dos tierras, dejan or el coro de los ngeles que cantan en la llegada de las estrellas. Ah escucha a su ngel, quien le ha de cuidar el sueo de los sueos. Perder a su

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    ngel sera perder su camino, por eso cuida de no extraviarle en sus viajes con el sinsabor que a veces queda al preguntarse en el misterio.

    Sus manos, sus otras manos, dejan regar el tiempo de sus ausencias. El runa puede mover sus dedos y sentir las estrellas tallndole mu-chos caminos. Las yemas vibran al lanzarse en la pgina en blanco. Su cuerpo sufre el cambio de los tiempos, como si dioses y guardianes abrieran distancias al atravesarle, y, como esfera de colores donde toda realidad se desprende de las formas, va rozando, acariciando, dejndole sentir el suave temblor de su otra carne, donde ha dejado el guardin de sus caminos.

    Una serpiente es un camino deslizndose entre naturalezasres-ponde a su corazn cuando se entrecruzan las ideas Sus manos son serpientes de fuego resplandeciendo con cautela al llegar a tocar y vibrar en otros caminos de encanto.

    Contempla una concha de mar: la geometra del universo ha ido escri-biendo lneas y abismos en la profundidad de esta. Sus manos, hechas navos, tocan la musicalidad desprendida de los astros en el suave polvo de la concha. El agua se ha tornado en un aire suave y clido, sobre sus orillas tiempos de sueo van diluidos hasta llegar a la palma de las manos- El runa hace verter el melodioso canto de las sirenas, con ellas va refundindose en el oleaje de los tiempos, llega al lugar de sus nacimientos, y encuentra a viajeros de das inmemoriales labrando con las palabras el firmamento revelado en el silencio.

    Levanta el rostro. La luz del da que va iluminando sus ojos llega a sus odos como embriagadores cantos de constelaciones surgidas de sus entraas, un vocablo que ahora es el canto de su vida. La luz lo sumerge en el oleaje del destino., ha dejado or la voz con la cual pro-nuncia una eeeeRrrrreee interminable.

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    Como la unin del fuego y el agua, de la tierra y el viento, de la sal y el mercurio, esa letra, ese vocablo, va surcando el firmamento en el cual l escribe. Llega a su cuerpo y un torrente de escrituras se deslizan por su vida- Ah empieza la travesa de sus palabras, las que llegaron antes de verle nacer en su blanda inocencia, y ahora estn tejidas en vasos comunicantes diluidos en su lengua. En el salivar de esa lengua tranquila y acuosa, donde se diseminan alfabetos traficados a lo largo de sus experiencias.

    En el humo de la tulpa lee los signos de la selva: una mariposa puede ahora ser el aleteo de un brujo transformado en su enemigo. El pasar inadvertido de un pequeo escarabajo puede tornarse en aliento y voz de un dios del desierto. La cada de una hoja se hila al respirar de un anciano. Y entre aire y aire se van tejiendo los das y las palabras donde se revelan otras historias. El vuelo de una lechuza trae el canto y el llanto que el monte guarda. En este canto, el runa puede ver y or el parloteo dado por una mujer subida en las copas de los rboles. El mundo que le rodea deja escuchar los signos sonoros desdoblados del firmamento. Su odo, su otro odo, le enva a parajes desconocidos donde recuerda los cantos de su pequea infancia. El sonido del tam-bor estalla en miles de manos. En las calles esas manos llegan a invadir el silencio como torrentes de cascadas.

    En el humo del tabaco las formas son ilusiones y su corazn las inte-rroga. Hay animales danzantes, espirales, y ventanas que abren mun-dos en la sonoridad del humo. En el humo del tabaco est el humo de las antiguas palabras. Si se tuerce o dispersa, su corazn dejar el ca-mino dado por los cantos de la tierra. Si un humo asciende recto, has-ta perderse en el movimiento de las nubes, los dioses, que guardan su camino, le acompaaran en el largo viaje de sus sueos. Los ancestros y espritus guardianes del tabaco le cuidan el camino, porque al beber

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    el runa el silencio de sus vocablos, esas otras palabras con las cuales l se comunica, trenzan en sus cabellos las historias de los abuelos.

    As suelen nacer los encantamientos en los Andes. As la palabra del hombre del Monte se vuelve viajera. Se convierte en un himno inmemorial que viaja en la mirada y en el pliegue acstico del otro del universo sonoro, donde las palabras de los viajeros andinos se hacen alteridad de un relato, diseminndose en miles de voces.

    VI. en la nocheDosis de palabras, sobredosis, adiccin sin recaudo, adicin sin recato.

    La escucha mortal se filtra por la sombra de la calle. Las personas pa-san entre paso y pasos. Uno es el viejo anciano del mar caminando con su bulto a cuestas, otro el jugador de cartas tirndolas en el asfalto, regndose en ellas:

    Ven, adivino tu futuro, grita a dos manos quien recorre las calles con sus cartas hechizadas. Antes advierte paga y propina por adelan-tado, sabe del futuro y pide por adelantado el pan de su futuro.

    Ambos se miran, se engloban entre pupilas derretidas y ojos afelpa-dos, ambos se pasan, se filtran, se huelen, se vuelan, cada uno por su lado, por sus lados, mirndose, mimndose, siempre atentos, atentos y contentos. El uno, hablando en una lengua incomprensible. El otro, escuchando lenguas incomprendidas. Ninguno se entiende, sobra en-tenderse, sobra el detallito.

    Ambos tirados al futuro, las manos del adivino, tiesas y escamosas, pasan las cartas por el aire, parte -con suerte de anfitrin hambriento- la baraja, pide tres cartas, pide el nombre y pide silencio.

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    Entre los dos, la noche pasa con su callado secreto: secreto es no guardarse ante la reserva de los acertijos dice quien adivina, mientras ojea las tres cartas salidas en la oferta. Al frente, la espera, le espera con sus ojos abiertos, atento a escucharle, atento con los labios reteniendo preguntas infinitas. El augur lo ve a secas, le lanza una mirada mezclada de ternura, compasin y desasosiego, sonre para adentro y brillndole los ojos le dice:

    Atento al derroche de letras:

    Carta unoSignos y seales aparecen entre liquidas pginaslas del escarabajo tejido a telares de araalas de araas trepando huesos y canciones,en la sobriedad de los dedosel musgo fermenta letra como halcones entre cielos in-contenibles

    Carta dosUna marea pasa por el estomagoindigestin cvica de mal caminanteatento a la cicatriz de lo inciertoen el abismo y vaco de lo dicho se confunden las pala-brassus cabellos le trenzan trenzassus palabras trenzas sonhilo a hilo sujetndose en los dasdel oro felino diluido a sus pies

    Dos signos masla unaluna y sol en las arrugas del cuerpola otra

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    saturnina carga conjurando espanto al abrir los sellos del nombre.

    Los dos se miran. El uno no sabe si est ms loco por lo que paga o ms demente por haberse dispuesto ceremonialmente a participar de la estafa, entre magia y visin de augur; pero que se le va a hacer, as suele manejarse la magia, as es el comercio de los magos.

    La mano extendida y el precio justo, los dos se miran, se huelen, se de-testan, se niegan la posibilidad de encontrarse nuevamente, ninguno queda satisfecho, ley ciega de la adivinacin.

    el exilio.

    Luego del tiraje ninguno quiso verse.

    Las palabras del texto estaban en los dos, ya lo saban: escribir de la calle era escribir de los rostros, las caras, los pasajes y los das desdo-blndose en la eterna salida de casa, salir entrar, salir, caminar, llegar, arribar, mirar, pasar, separar, estar aqu, estar all, estar ah, estar sin estar, mirar nuevamente, nuevamente mirar, saberse exiliado, saberse ledo, saberse sin saberse, pasarse nuevamente, caminar, estar en la calle adelantndose unos con otros, rozando hombros y palmas de manos, estar en ningn sitio, desvanecer el cuerpo y desvanecer los ojos en el firmamento, correr, correr, conducir al cuerpo en la calle, cuerpo-mente-espritu caminando, ni ms ni menos cercanos, ni tan lejanos ni muy prximos.

    I le dijo: no escribas, por favor, deja esa mana, deja de hacerlo, te enfermas, no lo sientes, te haces dao, mira tus manos, tiemblan en la sonoridad de tu carne. Mira tus ojos, ya no miran al pasado con ese febril encanto de los recuerdos. Todo lo englobas en

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    una letra y en una letra te quedas quieta, absorta y silenciosa en tus meditaciones.

    La suplica le erizaba el cuerpo, era letana sin destino, sin origen ni fundamento. (la suplica no deba de fundar nada, claro esta). Sin em-bargo al hablar I, eran los horrores del mundo saliendo de sus labios como una inmensa carga cinematogrfica proyectados ante ella.

    I en el temor de desconocerle, de saberle mar en sus venas y no saber navegar en ese oleaje, de sentirle oleaje en su cuerpo y perder el horizonte incierto en los ojos que le vean, de sentirse siempre ex-tranjero en sus palabras, (an cuando ella las dijese en el tono dulce con el cual siempre le acoga). I temeroso de salir al encuentro con quien siempre habra de estar cambiando, navegando en mares incon-tenibles del destino, de su destino.

    Cuando el temor y el temblor se juntan aparece la risa arrasando todo a su paso; la risa ya no dice, entra, pasa, detiene el tiempo acstico camuflado en los espejismos del mirarse, toma rumbos indefinibles, inabordables, rompe con los fantasmas del creer que se cree y crece al contemplarse. La risa deshace el rostro, lo transforma, muta en el, en su arrugas, en el viento levantado por orientes desconocidos, escribe a su paso y lo disemina todo, lo hace y rehace, lo crea sin cesar, la risa pasa de rostro en rostro y sin embargo, no puede ser contenida en el pequeo resplandor de los ojos que han de traicionarla.

    I hablo en su lengua, la que ella no comprenda, no buscaba com-prender, por creer en el maternal recibimiento de todas las palabras, de todos los lenguajes; as haba aprendido a soplar en el aire palabras incomprensibles, despiertas siempre en la naturaleza. Haba regresado del sonoro y melodioso canto del ro escribindose en su piel, tallndo-se en su memoria. Recordaba el calor de la montaa en el abrigo de las tulpas, en el compartir cara a cara una sonrisa, un abrazo, o hasta el

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    Tinkuna. Relatos en los Andes)

    mismo espritu del vino con el cual se embriagaban. Aprendi a sem-brarse en las palabras de los ancianos regadas por la tierra en la cual labraban su destino, or el habla de las aves susurrando a sus odos cantos de poetas despidiendo y anunciando la entrada en la Noche.

    Todo eso llevaba escrito en su corazn mas I tan slo escuchaba la fugacidad de las letras regadas por el papel.

    Le pas una hoja, antes le roz con los dedos la rodilla, le dibujo en ella una nube y dejo caer su mirada en la quietud de sus manos; quiso sentirla ms cerca, ms y ms cerca, a ella que estaba loca de or el estremecedor balbuceo de las ciudades. ella loca al exiliarse en la ciudad, ella loca en su propia casa, en sus propias palabras.

    Hacia dentro y hacia fuera una locura insoportable le sobresala en su risa, hacia temblar a cada una de las personas cuando la vean rerse, pues si en ellas rea, se hera, perda su cuerpo, se abra en su cuerpo y lloraba dulcemente mientras lograba entretejer un hilo de certezas dispersndose en el viento.

    I cant en la calle, tarareo un viejo canto de indios, record la msi-ca de los abuelos, record el canto guardado en su corazn, su memo-ria no olvidaba la regin de donde provenan sus cantos. A menudo le cruzaba la idea de haber dejado enceguecer y ensordecer su espritu, denunciaba a su corazn al haberlo poblado de imgenes pasajeras y fugaces con las cuales simulaba seguir caminando por el mundo.

    Tomando aire ley una cita en el diario de ella ms o menos repeta las siguientes palabras: Palabra de santo en la salida del sol, palabra de gallo cantor, de gallo maanero, avisando los menores y por menores del da, las palabras chocndose unas con otras, movimiento arbitrario de las personas entre las palabras, del producto y lo producido, del lector y lo ledo, del texto y lo tejido. Quiso preguntarle por la cita, por lo

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    Fernando Guerrero F.

    escrito, al mirarla desisti de tal empresa, miro sus ojos distantes por la neblina cayendo en la ciudad, sus ojos dispersos en el brillo de las estrellas cobijndoles esa noche, ese sbado, ese majestuoso da en el cual las palabras eran de oro y la carne arcilla moldeada por un soplo divino.

    Caminaron por la calle como dos extraos, extranjeros uno en el otro, con una lengua entre los dos y un aire sonoro recorrindoles los la-bios ... un violn a lo lejos, Saturday de Dylan, Seven day, sptimo da abriendo caminos en la calle donde caminan; ella camina, ella pa-sando entre mundos como una mariposa vestida de colores y veranos, de atardeceres y alas de colibres en las cuales prenda veloz vuelo hacia los silencios de la noche, de las calles, del desierto abrumador en el cual sus pasos resonaban como tambores en otras tierras lejanas.

    No soportaba verla as, a ella lejana, absorta, perdida, suspendida en la ciudad donde contemplaba a quien escriba el silencio de las montaas.

    Vestida de Azul llego en el mes de mayo, entrego sus hojas a I y sali cantando por las calles, pareca la misma esposa del dios de la m-sica, pasando por el fuego alqumico de las palabras, danzando y ago-nizando en ellas, hablando al viento para incendiar de luz su pecho.

    I ley la primera estrofa del himno numinoso en el cual ella se em-briagaba:

    Luna menguante oscuridad del poetanegra tierra, oscuro senderoen el cual mi voz toma ausenciasLuna oscura y nuevapreada de luz matinalseduces las manos de los poetas

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    riegas la luz inmemorial de tu voz en su tactoahora ellos son intangiblesLuna crecientepeldao del sueoescaln de Jacobahora abres a corocantos en la piel

    Ley y reley esas pginas, una tras otra comprenda en ellas el si-lencio de las montaas, caminos de hojas verdes escribindose en su cuerpo; lunas plateadas y ojos felinos, voces de sus ancestros tejidas en el resplandor de la selva.

    Llev las hojas al editor, ste, no muy sorprendido hizo la propues-ta de publicar esas pginas con la condicin de no ser publicadas en otra editorial ajena a la suya, I prendado en la oferta entrego esos escritos.

    A los pocos meses sali al mercado la publicacin de ella bajo el nombre de huellas y canciones, nombre nunca comentado a la auto-ra y cuyas consecuencias habran de ser funestas.

    ella ley la absurda portada de la editorial, sorprendida por la risa de su amigo, dos lagrimas brotaron y fueron la seal del exilio; un grito estremecedor pobl la soledad de las calles, una grieta de infra-mundo se abri en su pecho, movi sus manos en el aire y alzo vuelo en las hojas del libro abierto. Ya lo sabia, de antemano sabia el riesgo de leer sus hojas a quien de ellas no sabra escuchar los cantos de la tierra nacida, sabia el riesgo de traicionarse a s en manos de un ami-go, y envi su condena en el largo camino de los libros y su comercio, de las pginas vendidas; ella vendida en monedas de oro, de plata o bronce, ella comprada en su palabra, ella entregada a los silencios de

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    Fernando Guerrero F.

    quienes la leyeran, ella ah, solitaria y anunciando su nunca-regreso, ella, ella, ella.

    I recordaba a su amiga antes de mayo, la risa temblorosa en sus mejillas, el rosado color de sus labios, las lunas de oro bandola en das de caminatas por las calles, record el aire divino en ella nacido; caminaba a su lado y le miraba con asombro, no le escuchaba ms que el tarareo del primer himno entonado antes de entr