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Óscar Mas Herrera La persona y los derechos humanos Summary: Any attemp-to build a just and stable social order must begin with a concept of person that supports such attempt. What is man and his value? Society as a whole and the rela- tion between person and the Sta te will depend on the type of theoretical and practical answers gi- ven to the two questions stated before. The star- ting point for the recognition of human rights lies in the answers given to the problems posed. Now, are these rights likely to be taught, learned and made of the formation of citizens? Since there have been cultures of hatred and racism, could a culture of tolerance and fraternity be built? On what basis? Resumen: Todo intento de constituir un or- den social estable y justo debe partir de un con- cepto de persona que dé sustento a ese intento. ¿ Qué es el hombre y cuánto vale? Del tipo de res- puesta teórica y práctica que se dé a las anterio- res preguntas, dependerá el todo de una sociedad y la relación entre persona y Estado. El reconoci- miento de los derechos humanos tiene su punto de partida en las respuestas que se den a los proble- mas planteados. Ahora bien: ¿ son estos derechos susceptibles de ser enseñados, aprendidos y obje- to de laformación ciudadana? Puesto que se han dado culturas del odio y del racismo, ¿podrá ins- taurarse una cultura de la tolerancia y de la fra- ternidad? ¿Sobre qué bases? Es cosa sabida desde siempre que todo hom- bre, por naturaleza, ansía ser feliz, aunque la mag- nitud de este último concepto nos presente pro- blemas. ¿Existe la felicidad? ¿En qué consiste? ¿Es, de alguna manera, alcanzable? Quizás ha- bría que cambiar un billete tan grande en mone- da más menuda para poder entendemos. Proba- blemente todos estaremos de acuerdo en que ca- da persona, cada uno a su manera busca.un cier- to grado de armonía interior, de conformidad consigo mismo y con su medio, de satisfacción física y espiritual, aunque estemos convencidos, por otra parte, de que semejante proyecto jamás será alcanzado a plenitud, al menos en nuestra condición presente. Tal vez sea el término "armonía" el que me- jor nos ponga en la pista de nuestra investigación. En efecto, desde su más antiguo origen, la pala- bra significó tanto acuerdo como acorde musical. Ambas expresiones remiten a la comunidad o in- cluso comunión entre varios elementos. Así, la armonía es lo opuesto a la discordia o a la diso- nancia. La aceptación de sí mismo, el diálogo y la amistad con el otro, la convivencia social, el entendimiento entre los pueblos, supone y exige armonía, lo que equivale a decir ajustes y propor- ciones entre elementos diversos y, con frecuen- cia, disímiles. Esta disimilitud entre los elementos en juego nos prohibe, desde el umbral mismo de nuestro tema, hacemos ilusiones o planteamos utopías: la meta de la felicidad estará siempre lejana, justa- mente porque su agente, el hombre, es un ser con- flictivo que a duras penas consigue la paz consigo mismo. Sabemos que los intereses oscuros se in- miscuyen en todo, porque el hombre es complejo y débil. Que el mal y la injusticia formaron y for- marán parte de la trágica y doliente trama de la historia humana. Todo eso lo sabemos y somos conscientes de ello. Quien pretenda la absoluta Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, XXXVIII (94), 9-15, Enero-Junio 2000.

La persona y los derechos humanos - inif.ucr.ac.cr de... · nunca cosa fácil de superar en la historia huma-na. Me he referido hasta el momento sólo ala in-transigencia religiosa

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Óscar Mas Herrera

La persona y los derechos humanos

Summary: Any attemp-to build a just andstable social order must begin with a concept ofperson that supports such attempt. What is manand his value? Society as a whole and the rela-tion between person and the Sta te will depend onthe type of theoretical and practical answers gi-ven to the two questions stated before. The star-ting point for the recognition of human rights liesin the answers given to the problems posed. Now,are these rights likely to be taught, learned andmade of the formation of citizens? Since therehave been cultures of hatred and racism, could aculture of tolerance and fraternity be built? Onwhat basis?

Resumen: Todo intento de constituir un or-den social estable y justo debe partir de un con-cepto de persona que dé sustento a ese intento.¿ Qué es el hombre y cuánto vale? Del tipo de res-puesta teórica y práctica que se dé a las anterio-res preguntas, dependerá el todo de una sociedady la relación entre persona y Estado. El reconoci-miento de los derechos humanos tiene su punto departida en las respuestas que se den a los proble-mas planteados. Ahora bien: ¿son estos derechossusceptibles de ser enseñados, aprendidos y obje-to de laformación ciudadana? Puesto que se handado culturas del odio y del racismo, ¿podrá ins-taurarse una cultura de la tolerancia y de la fra-ternidad? ¿Sobre qué bases?

Es cosa sabida desde siempre que todo hom-bre, por naturaleza, ansía ser feliz, aunque la mag-nitud de este último concepto nos presente pro-blemas. ¿Existe la felicidad? ¿En qué consiste?

¿Es, de alguna manera, alcanzable? Quizás ha-bría que cambiar un billete tan grande en mone-da más menuda para poder entendemos. Proba-blemente todos estaremos de acuerdo en que ca-da persona, cada uno a su manera busca.un cier-to grado de armonía interior, de conformidadconsigo mismo y con su medio, de satisfacciónfísica y espiritual, aunque estemos convencidos,por otra parte, de que semejante proyecto jamásserá alcanzado a plenitud, al menos en nuestracondición presente.

Tal vez sea el término "armonía" el que me-jor nos ponga en la pista de nuestra investigación.En efecto, desde su más antiguo origen, la pala-bra significó tanto acuerdo como acorde musical.Ambas expresiones remiten a la comunidad o in-cluso comunión entre varios elementos. Así, laarmonía es lo opuesto a la discordia o a la diso-nancia. La aceptación de sí mismo, el diálogo yla amistad con el otro, la convivencia social, elentendimiento entre los pueblos, supone y exigearmonía, lo que equivale a decir ajustes y propor-ciones entre elementos diversos y, con frecuen-cia, disímiles.

Esta disimilitud entre los elementos en juegonos prohibe, desde el umbral mismo de nuestrotema, hacemos ilusiones o planteamos utopías: lameta de la felicidad estará siempre lejana, justa-mente porque su agente, el hombre, es un ser con-flictivo que a duras penas consigue la paz consigomismo. Sabemos que los intereses oscuros se in-miscuyen en todo, porque el hombre es complejoy débil. Que el mal y la injusticia formaron y for-marán parte de la trágica y doliente trama de lahistoria humana. Todo eso lo sabemos y somosconscientes de ello. Quien pretenda la absoluta

Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, XXXVIII (94), 9-15, Enero-Junio 2000.

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pureza en la intención humana está pretendiendolo imposible y de esa intención, parcialmente vi-ciada al menos, es que debe partir todo proyectorealista de cambio.

Pero lo anterior no puede impedimos creerque es deber de todo hombre, en especial del quese siente comprometido con la justicia, poner susmejores esfuerzos en la construcción de un mun-do mejor y más tolerante; que la justicia y la to-lerancia, si en realidad las queremos y ponemoslos medios que estén a nuestro alcance para con-seguirlas, no serán solo un sueño. Es un hechoque ya contamos con algunos logros al respecto.

Justicia y tolerancia dije y quizás valdría lapena detenerse un momento a considerar el sen-tido de esos términos. Desde antiguo asentó Ul-piano que iustitia est constans et perpetua volun-tans ius suum cuique tribuere: "la justicia es laconstante y perpetua voluntad de otorgarle a ca-da uno el derecho que le corresponde", lo que po-ne bien a las claras la dificultad inmensa de laconsecución del bien jurídico por excelencia: lajusticia. Darle a cada uno lo suyo es un proyec-to inagotable en el tiempo y en el espacio. En elespacio, porque aquí y ahora cada persona es unmicrocosmos de urgencias y factibilidades impo-sible de satisfacer plenamente. La sociedad, porsu parte, es un conjunto de personas y de gruposcon sus propias exigencias, que requieren ser sa-tisfechos como comunidad de hombres libres.

Por otra parte, las personas físicas y las so-ciedades evolucionan a un ritmo creciente, y lajusticia tiene que acomodarse al cambio de las si-tuaciones tomando las providencias del caso. Demodo que el factor tiempo -"historia", sería pre-ferible decir- conspira contra el principio de unajusticia pronta y cumplida, puesto que su objetode incidencia, el hombre, lo humano particular ysocialmente considerado, cambia y evoluciona,tornando obsoletas, con la mudanza de los usos ycostumbres, las antiguas instituciones jurídicasque otrora resultaron útiles y oportunas.

Sin embargo, no por eso desespera el hom-bre de fijar su meta en la consecución de la jus-ticia, por su carácter de valor que pretende darcabalidad al todo social gracias a su función uni-ficadora y armonizan te. Todos sabemos que elDerecho no es la justicia, pero que el día en que

el Derecho deje de tender a la justicia como a sumeta natural, habrá perdido enteramente su norte.

Sobre la tolerancia mucho se ha escrito ennuestro siglo, aunque sus antecedentes remontana la Ilustración y aún atrás, con personajes tan se-ñeros como Spinoza y Locke. La Constitución delos Estados Unidos de América (1787) y la De-claración Universal del Hombre y del Ciudadano(1789) por su parte, señalaron momentos crucia-les en la lucha por la tolerancia. No olvidemosque ya en el siglo XIV, en plena Edad Media, elfranciscano inglés Guillermo de Ockham escri-bió que "No es imposible que Dios ordene que elque vive conforme a los dictámenes de la rectarazón y no crea sino lo que su razón natural con-cluye que deba creerse, sea digno de vida eterna.y si Dios lo dispone así, podría salvarse el que notuviera en la vida sino la recta razón como guía"(Comentario al Libro de las Sentencias l/l, cues-tión 8,C, apud Abbagnano). Durante siglos, lasideas acerca de la tolerancia no tuvieron como re-ferente sino el ámbito de lo religioso, sin dudaporque era allí donde más se daba el escándalo yel furor de las intolerancias, genocidios, inquisi-ciones, cazas de brujas y depuraciones sangrien-tas. La tolerancia se presenta siempre como unareacción tardía, dificultosa y con frecuencia fu-gaz, ante las intolerancias que se renuevan sin ce-.sar. La negativa a soportar las diferencias y laconsecuente voluntad de eliminarlas, no seránunca cosa fácil de superar en la historia huma-na. Me he referido hasta el momento sólo a la in-transigencia religiosa porque ha sido una doloro-sa constante histórica, y porque parece ser que laferoz reacción de "Mis dioses no son los tuyos:adóralos o muere" está a flor de piel de nuestraespecie desde la época tribal. Sin embargo, seríaexcesivo decir que ese tipo de intolerancia sea laúnica o sea inevitable. Un espíritu tan religiosocomo Pascal, ya en el siglo XVII, pudo escribir:"Dios, que todo lo dispone con bondad, imprimela religión en el entendimiento por medio de ra-zones y en el corazón por la gracia. Pero preten-der inculcarla por la fuerza y con amenazas en lainteligencia y en el corazón, no es sembrar la re-ligión sino el terror":

Hoy el principio de la tolerancia cubre nue-vos campos y engloba la aceptación, el diálogo y

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la convivencia con hombres de distintas etnias,ideologías y con otros tipos de minorías; oficial-mente, puede decirse que el concepto ha entradoa formar parte de la conciencia civil de los pue-blos de todo el mundo. Empero, su realización enlas instituciones que rigen la vida pública en nopocos lugares es incompleta y está sujeta de con-tinuo a llJeVOSpeligros.

Sin embargo, dicho lo anterior, aún quedaríamucho por dilucidar si este tema fuera nuestracuestión central. En efecto, hay aspectos de latolerancia que presentan serias dificultades parael jurista, para el moralista, para el filósofo. Lostotalitarismos modernos, independientementeque sean o hayan sido de tipo marxista o fascis-ta, al practicar la intolerancia de Estado, a partirde una ideología que sacralizan pretendiéndolacapaz de proporcionar la felicidad y la salvación,han sido los responsables de los genocidios másatroces, al punto de hacer de nuestro siglo el mássangriento de la historia. ¿Es que podemos pre-tender relativizarlo todo y sostener que todo cri-terio equivale? ¿Que cada uno puede crear supropia verdad? ¿Que el nazismo y la democraciavalen lo mismo? Si no hubiera verdades que contodo rigor no pudiesen llamarse sagradas, comola dignidad humana, sería irrisorio el testimoniode Antígona contra Creonte reivindicando ejem-plarmente una libertad de conciencia contra la ti-ranía de la razón de Estado. Pareciera, pues, quela tolerancia sólo puede ser practicada elevadapor encima de sí misma, fuertemente arraigada auna visión del hombre suficientemente fuerte yrica, capaz de resolver la clásica antinomia deverdad y libertad. Bástenos por ahora señalar elproblema.

Pero, en todo caso, los temas capitales de lajusticia y la tolerancia nos han despejado la víapara abordar con más propiedad el tema de losderechos humanos. En efecto, hasta donde seme alcanza, si hay un momento en que el hom-bre ha hecho un esfuerzo por darle fundamentolegal y político a la justicia y a la tolerancia a ni-vel internacional, fue el de la fundación de lasNaciones Unidas, en cuya carta constitutiva deSan Francisco (1945), como es sabido, se con-signa como uno de los fines principales de la Or-ganización:

"Realizar la cooperación internacional resolviendo losproblemas internacionales de orden económico, social,intelectual o humanitario, desarrollando y fomentandoel respeto a los' derechos del hombre y las libertadesfundamentales para todos, sin distinción de raza, de se-xo, de lengua o de religión" (Art. l°, párr. 3).

Como quedaban por precisar cuáles eranesos derechos y esas libertades, tres años des-pués, la Asamblea General de la O.N.U. se reu-nió en París y ellO de diciembre de 1948 votó la"Declaración Universal de los Derechos Huma-nos". Tal declaración no constituye sino la pro-clamación de un ideal a conseguir, cuya obser-vancia está muy lejos de ser practicada íntegra-mente en ninguna parte del mundo, aunque lasviolaciones son, ciertamente, de muy desigual in-tensidad. Sin embargo, constituye un bello logroen pro de la justicia y de la paz, cuya obligatorie-dad corresponderá fijar en un estadio más avan-zado de la historia humana, mediante la toma deconciencia de su intrínseco valor y necesidad,apoyada por un sistema de sanciones eficaz. Lareciente creación de la Corte Internacional Penalpermite abrigar esperanzas al respecto.

Considero oportuno referirme a los tres pri-meros Considerandos del Preámbulo de la Decla-ración, recordando aquello que "hay cosas quepor sabidas se callan y por calladas se olvidan".Estos rezan así:

"Considerando que la libertad, la justicia y la paz en elmundo tienen por base el reconocimiento de la digni-dad intrínseca y de los derechos iguales e inalienablesde todos los miembros de la familia humana;"Considerando que el desconocimiento y el menospre-cio de los derechos humanos han originado actos debarbarie ultrajantes para la conciencia de la humani-dad; y se han proclamado, como la aspiración más ele-vada del hombre, el advenimiento de un mundo en quelos seres humanos, liberados del terror y de la miseria,disfruten de la libertad de palabra y de la libertad decreencias;"Considerando esencial que los derechos humanossean protegidos por un régimen de Derecho, a finde que el hombre no se vea compelido al supremorecurso de la rebelión contra la tiranía y la opre-sión" ... etc.

Estimo igualmente oportuno señalar que laDeclaración, en el párrafo anterior al articuladose autodefine:

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"Como el ideal común por el que todos los pueblos ynaciones deben esforzarse, a fin de que tanto los indi-viduos como las instituciones, inspirándose constante-mente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y laeducación, el respeto a estos derechos y libertades, yasegure, por medidas progresivas de carácter nacionale internacional, su reconocimiento y aplicación univer-sales y efectivos, tanto entre los pueblos de los EstadosMiembros como entre los territorios colocados bajo sujurisdicción".

De los textos anteriormente citados de la De-claración Universal de los Derechos Humanossólo quisiera hacer hincapié en dos ideas: la de ladignidad intrínseca de la persona humana y la dela promoción, mediante la enseñanza, del respe-to por los derechos humanos.

No puede hablarse de justicia y de concordiasin hacerse referencia a su sujeto y objeto por ex-celencia: la persona humana. En efecto, la cons-trucción de un orden social estable depende, enprimer término, de la valoración que se concedaa la persona.

¿Qué es el hombre y cuánto vale? El tipo derespuesta teórica y práctica que se dé a las ante-riores preguntas funda el todo de una sociedad, desu organización social, de su orientación jurídica,de la función que se asigne al Estado. Nada másfácil que hacer retórica en el terreno que aquíabordamos; nada más fácil también de practicaraquello del personaje de Dosteyevski: amar a lahumanidad en general y odiar a los individuos enparticular (Los hermanos Karamasovi, 1, Il, 4).

La dignidad de la persona es un valor fun-dante y, sin duda, el más radical de los valores.Ahora bien, llegados a este punto surge la pre-gunta, ¿por qué un ser, por el mero hecho de serhombre es ya digno? Es decir, ¿por qué todoaquello nacido de mujer, independientementede sus logros y virtudes debe ser sujeto de dere-chos inalienables? ¿Por qué ha podido sostener-se que "el concepto de parte. se opone al con-cepto de persona"? (S. T. de Aquino, In III Sent.d. 5, q. 3, a. 2).

La respuesta dependerá, sin duda, de la filo-sofía que se profese y será muy diferente la quese ofrezca desde una perspectiva materialista onaturalista; o desde una perspectiva sartreana,donde el absurdo de la existencia impone la náu-sea; o desde el horizonte cristiano que afirma que

el hombre está hecho a imagen y semejanza delCreador, de lo que deriva su esencial dignidad.

En todo caso, y para los efectos que aquí nosinteresan, nos basta con que se convenga en elprincipio de que el hombre, todo hombre, todo elhombre, es un ser digno, sujeto primario de de-rechos y fin último en sí mismo considerado.Que la suprema dignidad de la persona humanano deriva del reconocimiento del Estado ni delimperio de la ley, sino de los principios mismosde su condición natural.

Soy consciente que cabría aún preguntar aqué remiten esos "principios mismos de la condi-ción humana"; pero tratar de dilucidar ese temanos obligaría ineluctablemente a entrar en las dis-quisiciones filosóficas ya señaladas, lo cual esperfectamente factible, pero que requiere otro tí-

po de ensayo. Tengamos en cuenta, esto sí, quetoda forma de pensar, confesa o inconfesamente,descansa sobre una axiomática más o menos cla-ra o confusa. Pero creo que el priI}cipio señaladopuede profesarse desde diferentes perspectivasdoctrinales en la medida en que todas defiendanel humanismo y lo ubiquen a la base de su espe-cular y de su actuar. A este respecto, me pareceque puede entenderse por humanismo toda escue-la de pensamiento que proponga un ideal de vidahumana o que se aplique a precisar la perfecciónintegral del hombre; todo programa de vida y deacción, todo movimiento social que se esfuerce enpromover el desarrollo integral de la humanidad.(cf. Femand Van Steemberghen: "La Philosophieau xttr siécle", Lovaina-París, 1966, p. 24).

A la luz de lo expuesto hasta el momento,quizás podría intentarse una cierta síntesis del te-ma diciendo que el fundamento de los derechoshumanos, tanto en su singularidad particular co-mo de todos en conjunto, así como su finalidad úl-tima, es la plena realización de la persona huma-na, en su integridad física y espiritual, considera-da tanto en su dimensión individual como en lasrelaciones sociales que la determinan y la hacenpartícipe y elemento solidario de la comunidad.

Este elemento señalado últimamente, el de lasolidaridad social, no puede ser pasado por alto,sino que merece unos instantes de reflexión. Losderechos humanos y particularmente su enseñan-za, no son ajenos, en forma alguna, al concepto y

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a la práctica del bien común. La naturaleza delbien común es compleja, puesto que remite, porun lado, al bien de los integrantes del cuerpo so-cial, que n9 son únicamente individuos, es decir,elementos de un conjunto genérico, sino que sontambién personas, fines en sí mismos, con susexigencias de una realización originalísima,puesto que se trata de seres únicos e irrepetibles,con su hambre de afecto, su vocación, aficionesy peculiaridades. Pero por otro lado, remite a lasociedad como tal, que debe ser protegida, pro-movida y lanzada a un ritmo de evolución espiri-tual y material que involucre la evolución de to-dos sus miembros, respetando lo característico decada uno de ellos, en la medida en que no seopongan ni violenten el bien del todo social.

El irrespeto del bien común conduce, nece-sariamente, o bien a un individualismo excesivoque desembocará en la ley del más fuerte, o biena un colectivismo tiránico, de tipo colmena uhormiguero, donde los derechos individuales sonignorados y conculcados en aras de un pretendi-do interés social. Así las cosas, podría proponer-se una definición del bien común diciendo queconsiste en la síntesis y el equilibrio histórico en-tre el bien de cada persona y el bien de la comu-nidad humana, de manera que se logre la satis-facción y plenitud del todo social en armonía conla satisfacción y plenitud de cada una de las per-sonas que lo integran.

Entendemos por síntesis y equilibrio históri-co el hecho de que, al igual que todo lo humano,el bien común está inserto y se realiza en el tiem-po, por lo que necesariamente es evolutivo ycambiante. Lo que en un momento del devenirhistórico pudo no ser visto como una injusticia ouna iniquidad (recordemos que Platón y Aristóte-les encontraron numerosos argumentos para jus-tificar la esclavitud), en otro momento resulta to-talmente inaceptable.

De modo que por un lado lo humano exigelo social, puesto que solos no podemos nada."Somos desde el diálogo" apuntó con agudezaHolderlin: por su parte Fromm señala que "Sóloexistimos con los otros y frente a los otros y nonos conocemos sino por los otros". Pero, por otraparte, de alguna inanera la persona humana supe-ra y trasciende al mismo Estado, al punto. que la

sociedad civil no puede imponerle nada en lo re-lativo a su bandería política, a su vida afectiva, asus aficiones artísticas, y a su credo religioso,pues todo eso pertenece al fuero inviolable de laconciencia de cada cual.

Y, finalmente, ¿qué podría decirse al respec-to de la educación para los derechos humanos?La sola enunciación del tema parecería indicar sital cosa debe darse es porque existe la posibilidadque se dé una educación ajena a los derechos hu-manos o incluso contraria a ellos. No sería difí-cil probarlo; en las sociedades primitivas elmiembro de otra tribu, de otra lengua o de otrareligión era, por definición, un enemigo. Pero laevolución de las civilizaciones, bien lo sabemos,no trajo forzosamente la tolerancia y nuestro sigloha visto -y todos somos testigos de ello- cómodiversas ideologías han adoctrinado a las masasde población en la convicción de que el otro, porel hecho de serIo, es nefasto y debe ser eliminado.¿Hará falta recordar que millones de hombres hansido encarcelados, torturados y ejecutados por serjudíos o gitanos, por ser cristianos o marxistas,por ser demócratas o artistas de vanguardia?

Someramente y en términos muy generalespuede entenderse por educación la transmisiónde los valores, técnicas y costumbres de una ge-neración a otra. El lenguaje es, qué duda cabe,uno de los elementos que más ayudan a configu-rar la forma de ser y de pensar de los seres huma-nos; dentro del lenguaje van, como escondidos,una serie de contenidos que a la postre ayudaránal entendimiento y solidaridad entre los hombreso que, por el contrario, conspirarán contra ello.En francés, por ejemplo para designar un hombrede raza negra, lo más correcto es decir noir, peropuede utilizarse también el término négre que enel francés actual sonaría grosero; y existe, ade-más, en lenguaje arrabalero, el término negró queconstituye un insulto. He aquí un ejemplo de ra-cismo a partir de las posibilidades de un idioma;bastaría que un niño oyese utilizar todo ese voca-bulario para que por la vía de la imitación (pro-bablemente la más eficaz de las formas de educa-ción), ya estuviera bien equipado para proferireventualmente insultos de tipo racista.

La primera página de La Paideia, la monu-mental obra de Werner Jaeger, comienza con

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estas palabras: "Todo pueblo que alcanza un cier-to grado de desarrollo se halla naturalmente incli-nado a practicar la educación. La educación es elprincipio mediante el cual la comunidad humanaconserva y transmite su peculiaridad física y es-piritual". Los contenidos intelectuales, morales,políticos, religiosos y estéticos de tal transmisiónconstituyen la cultura. Durante siglos la culturatuvo como principales características el ser aris-tócrata y contemplativa. Desde la Ilustración setiene, como uno de sus ideales, que sea universal,es decir, que cubra todos los sectores de la pobla-ción. Hoy, debido al desarrollo científico e in-dustrial, la enseñanza tiende con frecuencia a li-mitarse a capacitar al joven para manejar condestrezas y precisión los instrumentos materialeso conceptuales indispensables para la vida delhombre en el sociedad moderna tecnificada. Es-to trae como problema, entre otras cosas, un de-sinterés creciente por parte de las nuevas genera-ciones por la especulación filosófica, por el mun-do de los valores más elevados y por las grandespreguntas sobre el sentido de las cosas, limitacio-nes que no son en modo alguno indiferentes al te-ma central que nos ocupa: el de la enseñanza delos derechos humanos. Estos, en efecto, suponenla capacidad de un tipo de abstracción otro que elde la matemática, la sensibilidad por un orden deproblemas que escapa a la ingeniería mecánica oa la administración de empresas; una cierta deli-cadeza humana que no pareciera poder derivarsedel empleo de la cibernética.

Evidentemente no se trata de erigirse contrael mundo de la tecnología con un inútil espírituprofético, oponiéndole el ideal clásico de la cul-tura en su pureza y perfección, como formacióndesinteresada del hombre aristocrático dirigidahacia la vida contemplativa (N. Abbagnano). Pe-ro sí el conciliar las exigencias de la especializa-ción, inseparables de un desarrollo maduro de lasexigencias culturales, con la de una formaciónhumana total o por lo menos suficientementeequilibrada. Ignorar los valores y los logros delos griegos y romanos, del espiritualismo medie-val, del Renacimiento y la Ilustración, no nos ca-pacita especialmente para afrontar los retos delfuturo. Una cultura viva y formadora debe estarabierta al porvenir, pero anclada en el pasado. Se

encuentra uno a cada paso, con ilustres ingenie-ros que desconocen aún en sus grandes líneas losantecedentes, el desarrollo y las consecuenciasde las dos Guerras Mundiales, acontecimientosque tanto han condicionado el mundo en que hoyvivimos.

El hombre culto es, en primer lugar, elhombre de espíritu abierto y libre que sabe com-prender las ideas y las creencias de los demás,aún cuando no pueda aceptarlas ni reconocerlesvalidez (N. Abbagnano). Pero no sólo las ideas:son también las diferencias étnicas y las particu-lares de nivel social, la fineza o grosería, las ex-travagancias en el hablar o en el vestir, los pan-talones voluntariamente agujereados y la comi-da chatarra de los Estados Unidos, aunque mu-chas de estas cosas pueden causamos algunaaversión. Obviamente y como ha sido repetido,"mi libertad termina donde comienza la libertaddel prójimo", y la sociedad, por su propio bene-ficio y en aras del bien común, tiene todo el de-recho de establecer los límites del caso. No setrata de eliminar ni el Código Penal ni la moraluniversal y las buenas costumbres para compla-cer a un grupo de desenfrenados ... aunque fijarlas fronteras del desenfreno no sea siempre có-modo de hacer.

Apunté algo más arriba que el instinto deimitación es el método educativo por excelencia-para bien y para mal-o Los valores o disvaloresde los padres, de los maestros, de los amigos, delos héroes del deporte o del rock, inciden fatal-mente en los que de alguna manera están bajo suórbita de influencia, que no pueden menos quetransformarse en s~s discípulos. Allí están las raí-ces de una actitud abierta, tolerante, "humanista"en el sentido más digno de la palabra o, por elcontrario, de toda intransigencia e intolerancia.Será difícil que las escuelas puedan hacer algopor abrir la mente de un niño, cuando en su casase le inculcó con palabras y con hechos el despre-cio al hombre de otra etnia. Sin embargo, puedey debe intentarse.

Todos los niveles de la educación formal ytodos los medios de educación informal, comolos centros religiosos, políticos, artísticos, de-portivos y otros, deberían ponerse al servicio dela causa más noble que imaginarse pueda: la

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aceptación del otro. La literatura y el cine estánllamados, sin duda, a unirse a la cruzada y en al-guna medida, ya lo están haciendo. Los pedago-gos, desde hace tiempo, vienen publicando ma-nuales, con frecuencia muy ingeniosos, para en-señar a los niños los Derechos Humanos. El Ins-tituto de Derechos Humanos con sede en San Jo-sé de Costa Rica, no ha ahorrado esfuerzos en esesentido y tiene ya un cierto número de publica-ciones al respecto. No puede olvidarse que des-de 1951 la UNESCO emitió en París una docu-mentada declaración acerca de la raza, redactadapor una comisión compuesta por cinco expertosen genética y por seis antropólogos pertenecien-tes a seis países diferentes, donde se pulverizabatodo intento de fundamentar científicamente elracismo. Es posible que este documento carezcade la publicidad deseable.

No sería desacertado, tal vez, cerrar estas con-sideraciones con un pensamiento de Louis JosephLebret, hombre de nuestro siglo si lo ha habido,fundador del Centro de Economía y Humanismo,de París, quien en su obra Acción, marcha haciaDios escribe lo que podría ser el lema de todo an-helo de práctica de los derechos humanos: "Desdeque alguien es un hombre, ya es mi hermano".

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Óscar Mas Herrera

Escuela de Filosofía, U.C.R.