Inle Lake - Hpa An

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    INLE LAKE HPA AN

    Por motivos de diversa ndole, ha transcurrido ms de un mesdesde la ltima vez que escribiera en estas pginas. Esto no significa

    en absoluto que haya dejado de escribir, pues ha sido precisamenteeste ltimo lapso uno de los ms fecundos y creativos de mi viaje.Ms tarde hablar de los dos cuentos que he alumbrado gracias aeste inesperado aflujo de inspiracin, luego de casi un ao de sequaen el campo de la ficcin, y que se han impuesto sobre la escrituradel diario; y hablar tambin quiz de la inspiracin, tan debatidaentre los artistas y ms recientemente entre los cientficos, que yaestaban tardando en venir a derrumbar el mito.

    Esta demora respecto al diario es una de las razones por lasque, antes de seguir coleccionando experiencias la expresinviene a cuento, ya se ver por qu, he decidido hacer un alto dedos semanas en mi ruta, el ms largo de mi viaje hasta el momento.El lugar, por otro lado, demanda una pausa. Me encuentro en la se-rena y monumental ciudad de Luang Prabang, en el pas de Laos, yla lejana en el tiempo de lo vivido en Myanmar, as como la presen-cia intermedia de acontecimientos que ejercen de rompeolas de sus

    ondas, me obligan a escarbar en los recuerdos y a resucitar sensacio-nes. No importa; a medida que se desarrolla este diario, soy cadavez ms reacio a ceirme a una cronologa exacta de los hechos, o aceirme en absoluto a lo acontecido durante mi viaje. Encuentro,por el contrario, que resulta mucho ms provechoso delimitargrossomodo un segmento de tiempo y hacer con l una especie de mosaicoo collage, donde pedazos de realidad bailan en una esfera libre delencadenamiento temporal, y donde saltarinas alusiones y referen-

    cias juegan el papel de salvar lo insulso de los acontecimientos aisla-dos. Todos lo hacemos: contamos nuestra vida saltando de unaparte a otra segn nos interesa, salpimentando este o aquel episodiocon experiencias laterales, ya sean propias o ajenas, y que tenemosguardadas en tarros como especias en la alacena. No hay buena co-cina sin una buena provisin de condimentos, ni buena literaturasin una memoria ancha, surtida y fcilmente transitable.

    De todos modos, para los partidarios del orden y para los que

    deseen hacerse una idea de mi ruta, dir que mi siguiente destino

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    despus de Bagan fue Inle Lake, que de all puse rumbo a la ciudadsurea de Mawlamyine, desde donde tom un barco ro arriba haciael pueblo de Hpa An, para recalar finalmente en Yangon, dondetom mi vuelo de vuelta hacia Bangkok. Pero volvamos por un rato

    a las pantanosas tierras de Inle Lake. Ya dije en la entrega anteriorque no me dara a una descripcin profusa de este lugar. El dicho deque una imagen vale ms que mil palabras es, segn qu casos, unaverdadera tontera, pero es rigurosamente cierto cuando de lo quese trata es de plasmar un paisaje que ha sido cincelado nicamentepor la mano de la naturaleza. S, ya s que dije algo parecido de Va-ranasi, pero en aquel caso era ms la complejidad de la obra que lamano del escultor lo que me amedrentaba. Verdad es que el Lago

    Inle no cumple cabalmente el requisito de naturaleza virgen, pueses hogar de miles de personas, pero se trata de un paraje natural cu-yos habitantes, movidos por la sensibilidad y la dependencia haciasu medio, construyen sus casas sobre el agua con palos de junco, yque tras cientos de aos de vecindad con ella todava no se hanvisto tentados de estrangular a la naturaleza con sus veleidades. Poreso mismo, porque hay en dicho escenario muy poco de humano, espor lo que el lenguaje, que solo respira a sus anchas all donde habla

    de alguien y no meramente de algo, busca en vano cualquiertropo o figura para representarlo, y la razn por la que, si nos cei-mos al mundo de lo sensible, no puede superar el poder de expre-sin de una pintura o fotografa. Del filsofo Hegel, el gran idealistade la Lgica, la Historia y la Razn, se deca que no senta ningnentusiasmo por la naturaleza, y que portentos como los fiordos deNoruega le dejaban indiferente e imagino que tambin bastantefro. Yo no llego a tanto, pues aprecio como se merece la majestad

    de muchos monumentos naturales. Pero resulta que soy de los quecree que el lenguaje reina en su propia esfera, la cual es muy distin-ta, si bien no ajena, de aquel otro territorio alumbrado por la vista,el gusto o el olfato. Que no se me tiren encima los fanticos de la le-tra: ya s que gran parte de la poesa romntica se inspira en la na-turaleza, pero sospecho que lo que realmente insufla al poeta no eslo que ve, lo que palpa o lo que huele, es decir, que no son los rboles, nilas montaas ni las nubes los que le conmueven, sino el sentimiento

    de gozo, de sublimidad o de armona que en ella se respira, y que

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    coloca al poeta en la tesitura adecuada para dejarse arrollar por lapalabra, la cual, en ltima instancia, no busca re-presentar lo que yaest inmejorablemente presente, sino ser contagiada de su fuerza.Someterse a su poder es una cosa, pero no creo que ningn poeta

    autntico pretenda superar con sus versos los cantos de la Naturale-za.Por todo ello, no hablar en mi diario ni de Inle Lake ni de

    ningn otro escenario natural de cuantos me salen al paso durantemi viaje; no al menos con intencin alguna de representarlo. Paraalgo estn las fotos que intercalo de vez en cuando en el texto. Si hesacado a relucir Inle Lake no ha sido para darme pie a esta digresinsobre el lenguaje, la cual ha surgido de manera espontnea, sino

    porque lo que me dispongo a narrar que atae exclusivamente alanimal humano; ms concretamente al gran abrevadero de la litera-tura: sus debilidades, sus desatinos y sus vicios, tuvo lugar unatarde en que realizaba una excursin en bote entre aquellas aldeasflotantes, juncales y pantanos. Me encontraba en aquel momento enuna de las poblaciones ms grandes y mejor cimentadas de cuantasse asientan en el lago, aguardando a que Flora saliese del servicio deuna cafetera, establecimiento en el cual, por cierto, acababa de tener

    lugar aquella escena del tatuaje de Mickey Mouse que describ en elepisodio anterior. En cierto momento se me acerc un seor entradoen aos, alto y espigado, con sombrero blanco de explorador y unaaparatosa cmara fotogrfica colgando del cuello. No recuerdo muybien el modo en que entablamos conversacin, tan solo que a partirde cierto momento me vi encaonado por su discurso. Era estadou-nidense o australiano, y se encontraba, al igual que nosotros, de ex-cursin por el lago. Sin intervencin alguna de mi voluntad, comen-

    z a narrarme los lugares que haba visitado: la fbrica de cigarri-llos, la factora de licores, el telar... Yo le hice saber tambin loshaba visto. Poco importaba, porque aquel seor no quera en reali-dad hablar de las fbricas ni de los telares, sino utilizarlos como ex-cusa para hacerme partcipe de lo que llamaba sus experiencias au-tnticas. Y es que aquel turista consideraba que todos esos lugaresque acababa de visitar no eran todo lo autnticos que debieran. Yo,habiendo ya rumiado en ocasiones anteriores toda esa cantinela de

    lo autntico y lo espreo, apostill como pude que, por mucho que

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    protestase, esos lugares no eran obra de ficcin alguna sino fidedig-nos y reales, y que el simple hecho de que acudiesen turistas a ver-los no les restaba un pice de autenticidad; del mismo modo, porejemplo, que la matanza de un cerdo en Segovia sigue siendo lo que

    es y teniendo su funcin aun despus de haber sido presenciada pormiles de turistas, y lo seguir siendo despus de aparecer en el Na-tional Geographic. Este comentario pareci sorprenderle, y luego depensrselo unos segundos me concedi parte de razn. Pero habaunpero. Y esepero era que dichas experiencias, si bien no artificialeshasta el punto de ser un trampantojo, no eran nada en comparacincon las vivencias autnticas que l haba tenido durante su viaje...Por fin haba llegado donde quera. Comenz entonces a relatarme

    una a una las tres experiencias autnticas de su viaje por Myanmar,y que atesoraba como piedras preciosas. Esta narracin dur cercade quince minutos, y hube de tragrmela entera de pie frente a l,con la mano a modo de visera para taparme del sol. Me habl dealdeas flotantes situadas en los confines del lago nada que ver conaquella donde nos encontrbamos, de fabricantes de cestas quehilaban escondidos en sus cabaas, de pastorcillas que le saludabancon la mano desde no s qu colina al atardecer y de otras tantas vi-

    vencias impagables con que le haba obsequiado el pas de Myan-mar, el cual, aada, no es un mal pas.A aquel seor debi olvidrsele contarme su encuentro con los

    nats, los genios o espritus del folclore tradicional de Myanmar, o talvez fueron estos quienes le conminaron a guardar silencio sobre suexistencia... No, si ahora resulta que vamos a tener que inventar untercer trmino para quienes no son ni turistas ni viajeros, sino seresmucho ms evolucionados: los exploradores. En realidad, apenas

    recuerdo nada de cuanto me cont aquel hombre, en buena medidapor la dificultad idiomtica y tambin porque, una vez confirmadami sospecha de que hablaba nica y exclusivamente para s mismo,mi atencin cay empicada y comenc, como l haca, a regurgitarinteriormente mis propios asuntos. No s si hace falta aclarar que loque pretenda el explorador no era otra cosa que aparejar, recoser yconfeccionar imaginariamente su viaje con vistas a pintrselo genui-no y provechoso, y que muy lejos quedaba su intencin de estable-

    cer una comunicacin conmigo. Todos hemos sido testigo alguna

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    vez de esta hipnosis autoinducida, por ejemplo cuando hablamoscon un amigo y la conversacin deriva hacia el dinero, dndole pieas a masticar una vez ms lo que ya ha rumiado en su casa hasta lasaciedad, y comienza a narrarnos las cuentas de lo que tiene o le

    falta, mientras su mirada se desenfoca y se pierde, sus dedos asistenmecnicamente al cmputo mental y su discurso se convierte enbisbiseo. Cierto es que dichos arreglos imaginarios podra haberlosrealizado el explorador en la soledad de su habitacin, o mediantela escritura de un exhaustivo email a sus familiares, y apuesto a quetales cosas ocurrieron a su debido tiempo, pero supongo que resultamucho ms sencillo y placentero hablarse a uno mismo cuando setiene delante el pelele de un interlocutor.

    No mucho despus de aquel monlogo le en un cuento deHoffman, titulado El hombre de arena, la historia de un luntico quese enamora de una dama llamada Olimpia. Dicha joven, por algunaoscura razn, apenas gesticula y no pronuncia palabra ms all dealgunos monoslabos. No obstante, el protagonista contina acu-diendo a sus veladas, donde le transmite largas y sinceras confiden-cias y la adula con todo tipo de ternuras. Finalmente, el transcursodel cuento acaba por revelar que la tal Olimpia no era ms que un

    maniqu. Ms tarde volver, tal y como promet, al inquietantemundo de los muecos... Lo que quera decir es que, al leer la turba-dora escena en que se revela la naturaleza inerte de Olimpia, y laciega ensoacin en que consista por tanto el discurso de su pre-tendiente, me acord enseguida de aquel episodio en Inle Lake, sin-tiendo un escalofro ante la angustiosa y robtica capacidad del serhumano para auto-encarcelarse en los bucles de su mente, para locual le vale cualquier monigote de apariencia vagamente humana;

    igual que en aquella pelcula de Nufrago, en la que Tom Hanks sefabrica un amigo mediante un baln pinchado al que pinta dos ojosy una boca.

    ***

    Merece la pena decir unas palabras ms sobre eso de las expe-riencias o lugares considerados autnticos, frente a aquellos otros

    tachados de espreos o artificiales. Desde un punto de vista filosfi-

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    co y riguroso al que no soy ajeno, podra aducirse que esta distin-cin es vacua, pues toda experiencia es, por el mero hecho de ocu-rrir, real y por ello mismo autntica, y lo mismo puede decirserespecto de cualquier lugar del mundo. Cualquier escritor de ficcin

    conoce bien las nefastas consecuencias de introducir en una historiaelementos inverosmiles, mientras que Doa Realidad hace lo pro-pio cuando le apetece sin que nadie le proteste. Y es que no hay me-jor certificado de autenticidad que aquel otorgado por la realidad, ysu palabra supera en fidelidad a la de cualquier notario. Insisto en laperogrullada: todo cuanto sucede es real. Cmo, entonces, puedealguien decir que un lugar o una experiencia no son autnticos?Qu es, en otro caso, lo que se est contemplando? Incluso la

    atraccin turstica ms chabacana est ah por una buena razn,normalmente porque los oriundos del lugar han optado por explo-tarla con intereses econmicos: pero esta explotacin es una reali-dad como cualquier otra. Nadie niega que las mujeres jirafas de Tai-landia o los Masai de Tanzania se han convertido en espectculos decirco, en caricaturas de la tradicin en que se inspiran, pero, sonacaso irreales? son el producto de mi imaginacin? Obviamente no;se trata de una parodia de lo que tuvo en el pasado su razn de ser

    en la sociedad, pero esta parodia es parte del mundo en que vivi-mos y que todos hemos construido, y cerrar los ojos a ella no es msque caer en las redes de otra ilusin an peor: aquella que concita-mos al disear un mundo autntico reflejo de nuestros antojos.

    Con esto no pretendo decir que quien viaje a Tailandia deba ira visitar a las mujeres jirafa. Yo mismo no ira a verlas jams. En rea-lidad, todo lo argumentado hasta ahora es incompatible con lamisma idea de realizar un viaje y debe inmediatamente ponerse en-

    tre parntesis. Pues se trata de una idea extrema cuya premisa esque, en el fondo, cualquier distincin que establezcamos, ya sea en-tre bueno y malo, o entre falso y verdadero, no son ms que juiciosrelativos, y como consecuencia ilusorios o, cuando menos, subjeti-vos. Segn esta idea, todo es autntico por el mero hecho de ser. Dellevarla a rajatabla, tendramos que asumir que toda eleccin, queentraa por s misma el rechazo de otra cosa, es un acto basado en lailusin. Como ya dije en un episodio anterior: viajar sera un ab-

    surdo y para vivir en la sorpresa no hara falta ms que quedarnos

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    en casa. El mero hecho de viajar ya implica que se est optando poralgo,prefiriendo un lugar del mundo y unas experiencias sobre otras,en vez de aceptar pasivamente cualquier cosa que la vida coloqueante nuestros ojos, por muy real que sea debido al hecho de existir.

    Aquel que viaja busca, spalo o no, una experiencia de autenticidad,un trozo ms real de realidad.Partiendo de este derecho a escoger que es inherente al viaje,

    debe hacerse a lo anterior la siguiente concesin: existen lugares queconservan intacta su esencia, y que reflejan por tanto la cultura y latradicin del pas por cuya visita nos hemos gastado un quintal denuestro peculio. Otros, por el contrario, deben su existencia nica-mente a consideraciones de ndole econmica, han sido pervertidos

    por dichos intereses y ya no representan como deben al genio delpas, si es que alguna vez lo hicieron. Esto me parece aceptable y esadems la nica manera de justificar y llevar a buen trminocualquier viaje. Pero este argumento tan razonable puede hacernoscaer en la trampa de pensar que los lugares autnticos y merecedo-res de nuestra visita son aquellos donde no llega el turismo, mien-tras que aquellos ms populares entre los viajeros seran, por as de-cir, los menos autnticos o adulterados. Y esta es la piedra con la

    que tropieza nuestro querido explorador de Inle Lake . Resulta queel grado de afluencia de turistas no es un parmetro adecuado paradeterminar la autenticidad que, haciendo la vista gorda al primerargumento, hemos concedido como criterio vlido para elegirnuestra ruta. Ocurre que hay lugares que, pese a ser destino de mi-llones de turistas, han logrado preservar su esencia original. Por to-mar un par de ejemplos de mi viaje: la ciudad laosiana donde meencuentro, Luang Prabang, o una de esas factoras de cigarrillos de

    Inle Lake que deploraba nuestro explorador, aduciendo que noeran para l. Yndonos al otro extremo, que un pueblo o aldea nohaya sido nunca pisado por el turista no garantiza que sea una espe-cie de baluarte del espritu del pas, siendo a menudo lugares cru-dos y deprimidos. As pues, pretender ir ms all de esta distincinentre lugares depositarios de la cultura y aquellos otros corrompi-dos por la explotacin econmica, y lanzarse a buscar de entre losprimeros aquellos donde no llega el turismo, me parece un total dis-

    late. Ya me gustara ver a aquel explorador australiano o estadouni-

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    dense pasar tres semanas en una aldea birmana sin electricidad, sinagua caliente, sin nadie que chapurree su idioma y sin un solorestaurante o cafetera donde ir a matar el tiempo. Tiene suerte,pues de intentarlo ni siquiera lo conseguira, ya que dichos pueblos

    y aldeas no cuentan con hospedaje para extranjeros, por lo que mu-cho me temo que esa experiencia tan autntica que anda buscandole est vedada. Pero juguemos a la imaginacin y supongamos porun momento que lo consiguiera. Y si nuestro explorador, decididoa obtener el galardn otorgado por el Comit de Experiencias Au-tnticas, lograse que una familia birmana o laosiana le hospedasedurante unos das en su cabaa de mimbre y caa? En ese caso, ca- bra pensar, no tendramos ya nada que objetar para honrar a

    nuestro explorador con el insigne trofeo. Pues parece ser que no,porque resulta, una vez ms, que nuestro valiente explorador yerrael blanco. Uno de los consejeros alicos del Comit de ExperienciasAutnticas tendra que ensearle, llegado el caso, las consecuenciasdel famoso principio de incertidumbre de la fsica atmica, segn elcual no hay manera humanamente posible de realizar una observa-cin sin que con ella se modifique, en una cuanta imponderable,aquello mismo que se observa. La mera presencia de nuestro explo-

    rador en dicha aldea hipottica desencadenara por s sola, y pordiscretos o flemticos que fueran sus habitantes, toda una sucesinde reacciones de asombro, de agitacin o de temor, que perturbar-an el funcionamiento normal de la comunidad, por mucho que nose percatase nuestro querido explorador. La vida diaria y autnti-ca de dicha aldea tiene lugar entre la sociedad formada por susaldeanos, y no incluye la presencia espordica de un ser llegado deotro planeta. Parece que, invente lo que invente, el valioso galardn

    a la Experiencia Autntica est lejos del alcance de nuestro esforza-do explorador. Pero llevemos un poco ms lejos la fantasa, quepara algo estamos en la regin de la literatura y del lenguaje; y siun da el explorador, espoleado por las ansias del trofeo que otorgael Comit, lograse hacerse con una frmula para la invisibilidad,con la cual pudiera pasearse libremente por la aldea sin que su figu-ra causase impresin alguna entre los vecinos? Bueno, parece quellegados a este punto no tendramos rplica alguna con la que negar

    el galardn a nuestro tenaz candidato a la Experiencia Autntica. O

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    habra tal vez que deliberar ms cuidadosamente los hechos? Re-sulta que, para sorpresa de nuestro explorador, el galardn le seraigualmente denegado. En ese caso tendra que ser uno de los ancia-nos ms viejos y sabios del CEA quien viniese y le explicase, no ya

    uno de los principios de la fsica, sino aquel otro de la filosofa, msconcretamente de la filosofa kantiana o de cualquiera de sus innu-merables epgonos. Acaso no sabe le dira el anciano del CEA anuestro candidato que arrastra usted consigo toda una serie decategoras cognoscitivas y esquemas de percepcin que le ciegan to-tal o parcialmente a la realidad que est teniendo lugar en el mundoprivado de esas personas; que usted, como forneo, no tiene accesoa la red intersubjetiva en la que se tejen los juicios, opiniones e

    impresiones de los miembros de una cultura ajena? Qu ms pue-do hacer?, preguntara desesperado nuestro explorador candidato ala Experiencia Autntica. A lo que el Comit, esta vez al unsono, lerespondera: convirtase usted en uno de ellos, solo entonces versu realidad y gozar de la experiencia autntica. Si hace eso le dare-mos su medalla... Pe-pe-pero protestara el explorador eso su-pondra que, al ser yo uno de ellos, me sentira en un lugar to-talmente familiar, y se esfumara por tanto toda sensacin de

    asombro: ya no estara de viaje, sino que estara horror de los ho-rrores !en mi propia casa!Menudo chasco se llevara nuestro explorador, al darse cuenta

    de que la nica manera de optar al galardn de la Experiencia Au-tntica, de atisbar siquiera un trozo de verdadera realidad de lacultura que le acoge, consiste en aniquilarse a l mismo como sujeto.Uno de los msticos que tanto pululan por estas pginas le aleccio-nara diciendo: no te esfuerces ms, explorador, pues nada de lo

    que ves es real, sino una mera proyeccin de tu mente; nicamentedesapareciendo como individuo podrs ver la Realidad, lo cual sig-nifica que jams vers la Realidad. Yo, cambiando un poco las pa-labras, pero sin recusar ni una sola de las de aquel mstico, le conso-lara recordndole el primer argumento esgrimido en esta discu-sin: todo lo que vives es real, y autntico es todo cuanto con-templas; lo nico que engaa a tus sentidos es tu pretensin de au-tenticidad

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    Hace unos das fue mi cumpleaos. Tres dcadas han pasadodesde que mi madre tuviera la gentileza de parirme, o sea, treinta

    aos ya desde que nac. Me encontraba dicho da el de mi aniver-sario, no el de mi alumbramiento en Luang Prabang. No hubo ce-lebracin de ninguna clase, y los nicos indicios de tan sealadoacontecimiento fueron las felicitaciones de amigos y conocidos a tra-vs del caralibro, el cual, justo es decirlo, implementa un sistema deaviso para tales eventualidades. No es que d excesivo valor a unasimple felicitacin de cumpleaos yo mismo he descuidado, porpura vagancia, las de mis dos primos, que para colmo cumplen aos

    un da despus que yo, pero llama la atencin la cantidad de per-sonas que, sin ostentar ms titulo en tu novela personal que el deconocidos, te vitorean y honran con efusin por el mrito de ha-ber logrado sobrevivir un ao ms: si sigues as, parecen decir, a lomejor un da coincidimos en la parada de autobs y tenemos unacharla, despus de siete aos sin cruzar palabra.

    Si he de ser sincero, el da de mi trigsimo aniversario transcu-rri anodino, de color ms bien grisceo estaba nublado y con

    algunas gotas de melancola, tal vez por aquello de sentirme lejos decasa y por carecer en dichos momentos de compaa humana enel hotel hay un perro llamado Toto y que se alegra mucho al verme. La mayor parte del da la pas con una opresin en el estmagoy tensado por una inquietud de origen incierto, lo cual atrajo a todauna bandada de pensamientos infaustos sobre el porvenir de miviaje. Por suerte, hace tiempo que comprend esto: que mientras elcuerpo viaja por pueblos y ciudades, el espritu atraviesa durante su

    ruta toda suerte de estados corporales, anmicos y mentales. Y delmismo modo que se acepta sin refunfuo la estancia de cinco horasen una mugrienta e inhspita parada de autobs, quien viaje con suespritu y no meramente con su cuerpo debe aceptar el enturbia-miento espordico de las condiciones meteorolgicas interiores. Aquien pretenda viajar en solitario durante meses sin llevarse biencon esta idea le aguardan no pocas decepciones.

    Respecto al detalle de haber rebasado esa frontera, tan temida

    como imaginaria, que separa la veintena de la treintena, me compla-

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    cer en parafrasear una ancdota atribuida a Borges. Tuvo lugar du-rante el funeral de su madre, que haba muerto poco antes de alcan-zar el siglo de vida y tras haber pasado por una dolorosa convale-cencia que haca a sus familiares, sino desear, si al menos no temer

    su muerte. En algn momento durante el oficio se le acerc un ami-go, colega o conocido, y luego de dar el psame protocolario ob-serv: una pena que no viviera unos aos ms y hubiera alcanzadolos cien!. Borges, que deba tener ms presente que el otro lo amargode los ltimos aos de su madre, le contest con su habitual flema eirona: pienso, querido amigo, que sobrestima usted las bondadesde nuestro sistema decimal.

    ***

    Una de los pocos elementos de la cultura de Myanmar relati-vamente conocidos por el mundo es el tradicional juego de pelotabirmano, tambin conocido como chinlone. Tiene ms de un mileniode antigedad, y consiste en un corrillo de cinco o seis personas quese pasan entre ellas una pelota hecha de caa, utilizando para ellonicamente los pies, la cabeza y las rodillas. A la dificultad de man-

    tener la pelota sin tocar el suelo el mayor tiempo posible, se le sumael incentivo de tener que realizar, a cada toque de pelota, alguna fi-gura o cabriola de las ms de doscientas que el reglamento establececomo oficiales: desde un simple taconeo a ciegas hasta filigranas yvirgueras bastante ms difciles de explicar. Tuve la oportunidadde verlo en vivo en numerosas ocasiones durante mi estancia en lospueblos de Hpa An y Mawlamyine. Las primeras veces que los ju-gadores me invitaron a unirme a ellos, rehus discretamente la pro-

    puesta, acoquinado por la habilidad y desenvoltura que exhibancon la pelota. Para excusarme, me dije que mi intervencin tan solohabra arruinado la partida. No mucho despus, sin embargo, insti-gado por el remordimiento, me un sin pensrmelo a otro grupo conel que me top en los callejones de un suburbio de Mawlamyine.Por suerte, no hice demasiado el ridculo y pude golpear la pelotatres o cuatro veces sin empearla en un tejado, nos remos un ratode mi torpeza y yo me saqu la espina de la mojigatera.

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    Lo que ms llama mi atencin de este juego, a parte de su sen-cillez casi rudimentaria en la mejor acepcin de ambos trminos, es el hecho de que se trate de los pocos deportes, o tal vez delnico, que aun siendo colectivo y no individual puede practicarse

    sin la necesidad de un contrincante, pues en l todos los jugadorescolaboran por un mismo fin: el de mantener en el aire la pelota yadornar su danza con toda clase de vistosas acrobacias. Cierto esque ms all de los corrillos callejeros se organizan torneos en losque distintos equipos compiten por la puntuacin de un jurado,pero esto no es ms que la consecuencia de la necesidad humana deauto-afirmarse, de medirse con el otro para proclamar as su supe-rioridad, y la nica manera de llamar la atencin del gran pblico.

    No obstante, la esencia del juego brilla por s misma en su versinamistosa y pachanguera, como prueba el hecho de que la estrellanacional de chinlone no sea algn Real Club de Mandalay, ni ningnpichichi con nfulas de semidios grecolatino, sino una joven birma-na especializada en la modalidad femenina de tapandaing, a quien lanaturaleza quiso dotar de un equilibrio y finura portentosos. Creoque el chinlone constituye, por muchos de sus aspectos, un reflejofiel de la mentalidad y la cultura de Myanmar: un producto tan au-

    tctono como esos rostros femeninos para los que no escatim ala-banzas en el captulo anterior.

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    Otra vez me viene a la mente aquel explorador al quecruelmente utilic como conejillo de indias en el captulo anterior,con vistas a socavar de una vez por todas aquel mito de las expe-riencias autnticas. Resulta que, bien pensado, y siempre dentro de

    los lmites que ya han sido trazados, cabe preguntarse: habra ex-periencia ms autntica para el viajero que la de hacerse jugador deun equipo de chinlone? Con ello, salvaramos en buena parte el in-conveniente de la percepcin-desbaratadora del principio de incerti-dumbre: tngase en cuenta que, durante el juego, las mentes de losjugadores se encuentran intensamente concentradas en su ejerciciono falta quien entronca el chinlone con el budismo zen, e inmu-nizadas en alto grado contra cualquier perturbacin extraa; pero

    incluso, y gracias a ese mismo jhana o estado meditativo inducidopor el juego, las categoras mentales de nuestro explorador caeranen un desuso temporal, permitindole durante esos intervalos acce-der a una recproca comunin con el alma del birmano, y atisbar asun escorzo de su ntima experiencia...

    Bravo! Seor explorador exclamaran los miembros alicosdel Comit de Experiencias Autnticas, por fin ha logrado ustedlo imposible: aqu tiene su medalla... Pero, un momento, dnde

    est la medalla?. Esta sera la escena que tendra lugar en el salnde actos del CEA si un absurdo como el que estoy planteando llega-se a ocurrir alguna vez. Y la razn por la que los despistados jura-dos no encontraran la medalla de nuestro explorador es que ya sela habran entregado a otro candidato muchos aos atrs... No s sialguien ha visto el documental al que, implcitamente, me estoy refi-riendo aqu. Trata sobre un joven jamaicano que un buen da descu-bre que la pasin de su vida no es otra que el juego de pelota birma-

    no. El vdeo muestra sus entrenamientos, los embeleses cuasi-msti-cos que le provocan el roce de la pelota con su pie, los numerososviajes que realiza a Myanmar para jugar y entrenar con sus ma-estros y, finalmente, al ms puro estilo hollywoodiense, cmo llegaa ser profesional, formando parte de un equipo nacional y partici-pando con mejor o peor suerte en varias competiciones. Como sesuele decir: encontr la horma de su zapato. La nica duda que mequeda es si no podra haberla encontrado un poco ms cerca; en un

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    campo de ftbol, por ejemplo, o tal vez en uno de voley-playa de losmuchos que debe haber en Jamaica.

    Frente a los que todava comulgan con la idea de una mentevirgen que llega al mundo como un computador listo para ser pro-

    gramado verdadero dinosaurio de las ciencias humanas que nacecon la tabula rasa aristotlica y alcanza su madurez con el ms de-salmado conductismo soy de los que opina que acarreamos al na-cer toda una serie de marcas y disposiciones, las cuales nos pro-penden a desarrollar determinadas facetas y habilidades, concreta-mente aquellas que garanticen la plena realizacin del individuo.No obstante, soy reacio a creer que dichas tendencias apunten a unavocacin particular. Nadie nace para pintor, ni para tenista ni para

    filsofo. Se nace, a lo sumo, para artista, para deportista o para inte-lectual. Afinar ms all de dichas categoras abstractas supone atri-buir excesiva intencin a los genes habra un gen para ser panade-ro, por ejemplo y demasiada puntera al mecanismo de reparti-cin de los mismos. A lo sumo, estas tendencias genticas delimitanun rea de navegacin, quedando el timn de la barca en manos delindividuo. Es ms que probable que Picasso, a quien sus habilida-des innatas empujaban al arte y la creacin plstica, hubiera sido

    igualmente un genio de la escultura, mientras que quiz no hubierapasado de mediocre en reas como la ciencia o la literatura. Decirque aquel jamaicano naci para el chinlone es una afirmacin de loms pintoresca, pero que no debera rebasar los lindes del sentidofigurado.

    Dejando al margen el grado de capricho o de ansias de exo-tismo que pudiera haber tras la pasin del jamaicano, me preguntoqu aspecto presentara nuestra sociedad si, ignorando esa amplitud

    que la gentica nos concede para la bsqueda de la autorrealizacin,cada uno disesemos a medida nuestra idiosincrasia echandomano del catlogo de culturas del mundo. Podramos encontrar aun joven nacido en Badajoz que trabajara como curandero en Guate-mala, vistiese como un kaiser ruso, fuera campen de tala de rbo-les y tuviera por novia a una esquimal... Quiero aclarar que profesoun total respeto por el entusiasmo y la determinacin de ese jovenjamaicano, y en general por todo aquel que, quebrando los grilletes

    de su cultura, se lanza a la aventura de lo alterno; y que no deja de

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    causarme preocupacin el que se piense que me dedico a banalizar,a rerme o, como soplan ciertos rumores, a decapitar alegrementea todo el que asoma por estas pginas. Pero no puedo evitar consig-nar aqu, que para algo es mi diario, cuanto se desata en mi imagi-

    nacin al tener noticia de tales prodigios, por mucho que caiga unavez ms en la irona y el cachondeo.

    ***

    Antes de la llegada del budismo a Myanmar, en el siglo IIIA.C, imperaba entre sus habitantes un conglomerado de creenciasanimistas y mgicas. Poco a poco, partculas de esta tradicin fue-

    ron asimiladas por la nueva y mejor cohesionada religin, para locual hizo falta, como suele ocurrir en estos casos, buenas dosis deimaginacin y artimaa capaces de conciliar los elementos msdispares. A da de hoy, el budismo Theravada de Myanmar pre-serva dichos vestigios paganos como los exticos adornos colonialesde un saln victoriano. El arabesco ms representativo de esta orlason los nats: treinta y siete espritus que se encuentran asociados alugares o a actividades, y que tuvieron su encarnacin humana en

    forma de algn mrtir o hroe de vida esforzada.Por absurdo que suene, comenc mi periplo en Myanmar con

    la vaga y fantasiosa idea de tener alguna noticia de los nats, sin lle-gar a plantearme muy en serio qu tipo de indicio caba esperar deuna creencia que apenas sobrevive en algunas etnias minoritarias.Un da, encontrndome en Hpa An, le en mi gua lonely planetacerca de un santuario no muy lejos de la ciudad, donde haba unaversin menor de la piedra dorada de Kyaiktiyo, es decir, un bloque

    de roca macizo baado en oro y suspendido en precario equilibriosobre un promontorio. El prrafo introductorio insinuaba que, sibien no era fcil tomar contacto con el mundo mgico y espiritualde Myanmar en ciudades como Yangon o Mandalay, existan ciertoslugares, como el mencionado santuario, donde an poda el viajerosentir o presentir el influjo de los nats, y se complaca en equiparardicho territorio con algn lugar sacado de la Tierra Media tolkienia-na. Por un momento, la trmula intencin de asomarme a hurtadi-

    llas al mundo paralelo de los genios y los espritus cobr vida de

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    nuevo; una vez ms, no tena la menor idea del modo en que podasatisfacerse una expectativa de este tipo, pero igualmente decid po-nerme en marcha y echar un vistazo al lugar. Un trayecto en caminpor un carril sinuoso y mareante como una montaa rusa me

    condujo hasta mi destino. Apenas transcurridos los primeros minu-tos, mi difusa esperanza de entrar en contacto con los espectros sedisolvi sin dejar el menor rastro. Finalmente, luego de huronear unrato por el santuario y echar un par de fotos al pedrusco dorado, mefui de all con una mezcla de desencanto y enojo.

    Que habra movido a los editores de mi gua de viajes a consi-derar que era precisamente all, y no en cualquier otro enclave sa-grado del pas, donde se encontraba el canal que comunica el

    mundo profano con la tierra mtica de los nats? Y una vez ms: qudiantres esta palabreja tan manoseada como desconocida signifi-ca, curiosamente, diablo esperaba yo encontrar en lo alto deaquella colina? Y pensndolo bien, no estaran all los sigilososnats, y fue la mirada emprejuiciada de un incrdulo occidental loque los espant, segn las ya mencionadas leyes de la percepcin-desbaratadora? A favor de esta hiptesis hablara el hecho de que lacreencia en los fantasmas es la ms extendida y compartida por to-

    das las culturas de nuestro planeta; y aunque sin duda un estructu-ralista o un antroplogo no dara una explicacin convincente deeste fenmeno, yo optar para esclarecerlo, una vez ms, medianteel enfoque de la filosofa. Son los espritus del vud, los genios se-mticos, los duendes nrdicos o los nats de Myanmar la fantasa dementes primitivas? O se trata de una cuestin demasiado peliagu-da que llama a reflexionar con ms cuidado sobre lo que significafantasa y, muy especialmente, sobre la presunta dicotoma entre el

    mundo interno y el externo? En una palabra: desaparecen los natscuando el turista mira?El psiclogo Jung, en uno de sus viajes por el frica negra, rea-

    liz una serie de interesantes observaciones sobre la psique de losprimitivos, las cuales registr luego en algunos de sus libros. Unade ellas llam poderosamente mi atencin hace ya algunos aos.Comentaba Jung que lo que el primitivo llama espritus de an-cestros, y que asocia a los lugares donde estos vivieron o murieron,

    no son otra cosa que lo que el occidental conoce como recuerdos. No

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    me estoy refiriendo tanto a evocaciones voluntarias de la vida denuestros parientes como a recuerdos que asaltan de forma inespera-da: por ejemplo al pasar cerca del riachuelo donde pescaba nuestroabuelo. Esta invasin inadvertida de la imagen del familiar, provo-

    cada por la asociacin inconsciente con el lugar, es para el primitivola aparicin real de un fantasma. Podra aducirse aqu que el primiti-vo sencillamente se equivoca, pues lo que l interpreta como unapresencia externa no es ms que una imagen interna, y por tantoirreal, y que el carcter sorpresivo de la imagen no es razn suficien-te para otorgarle consistencia, ya que el funcionamiento del cerebro,al igual que el de una pierna, puede escapar a veces al dominio dela voluntad y producir imgenes a su antojo. Y con este argumento

    en contra de la existencia de los fantasmas acabamos de dar en elquid de la cuestin. En primer lugar: es lo interno y subjetivo nece-sariamente menos real que lo externo y objetivo? Y en segundo lu-gar: hasta qu punto es vlida la distincin entre un mbito internocompuesto de imgenes e ideas, por un lado, y un mbito externode objetos y de hechos, por otro?

    Para adentrarse con buen paso en estas cuestiones es necesarioprimero establecer la diferencia entre lo que han sido, a grandes

    rasgos, los dos grandes paradigmas de conocimiento imperanteshasta hoy. El primero obedecera a la cosmovisin mtico o mgica,anterior al racionalismo, y el segundo a la cosmovisin cientfico oracional, que se inicia ms o menos oficialmente con Descartes. Elparadigma mgico se caracteriza porque no se observa en l una di-ferencia clara entre el mbito psquico y el mbito material: ambosse encuentran amalgamados, confundidos y misteriosamente entre-lazados. No se sabe cul es la lnea divisoria dnde acaba la opinin

    y empiezan los hechos, o dnde acaba una emocin como el terror ycomienza la tormenta que vemos en el cielo. Es al socaire de estacosmovisin que el primitivo descubre genios viviendo en los ro-bles, que los hroes homricos interpretan estados anmicos, comoel miedo o el coraje, como intervenciones de los dioses, o que loscientficos y poetas anteriores al iluminismo entendan el mundocomo un Texto Divino ribeteado de guios, seales y corresponden-cias, donde la metfora juega el papel de seuelo para destapar los

    secretos de la Naturaleza.

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    A partir de Descartes, sin embargo, la res cogita y la res extensase divorcian de modo definitivo, dando lugar a lo que se conoce enfilosofa como el nacimiento del sujeto y posibilitando por primeravez el mtodo cientfico. En el paradigma racional, tambin llamado

    significativamente de la representacin, existen dos mundos clara-mente diferenciados: por un lado, el mundo psquico de las ideas, ellenguaje, las emociones, las interpretaciones o los sueos; y frente aeste mundo, el mundo externo de los hechos, las cosas slidas, loscolores, las formas o los pesos. Este ltimo constituye el mundo realde ah fuera, hecho de materia y perceptible solo mediante los senti-dos, mientras que el primero supone un mundo meramente re-pre-sentado, un reflejo en la psique del mundo externo, y que de-

    pendiendo de la calidad de la percepcin del sujeto de su objetivi-dad, se corresponder en mayor o menor medida con la realidad.Surge entonces un modo de entender la verdad que consiste en lo si-guiente: solo ser verdadero aquello que encuentre su co-rrespondencia con el mundo externo, pues es este el nico con po-testad para decir qu es real y qu no lo es. As, una percepcin serverdadera solo si el mundo externo, de algn modo, la refrenda. Enotro caso carece de realidad alguna y es tachada de ilusin. Y puesto

    que un sujeto aislado solo ve lo que su re-presentacin particulardel mundo le permite, para llevar a cabo esta verificacin ser nece-saria la colaboracin de otros sujetos o investigadores, reduciendoas la impureza de la percepcin individual: acaba de nacer lo quese conocer a partir de entonces como conocimiento objetivo, el ni-co del que har uso la ciencia. Ahora, cosas tales como las metfo-ras, los sueos, las exgesis de textos y, en definitiva, todo aquelloque especule ms all del dato positivo dado por los sentidos, ser

    considerado como perteneciente al mundo de la imaginacin. Nique decir tiene que el mundo de los genios y los espritus que esta-mos indagando cae dentro de esta sima de las quimeras, solo que aun nivel ms hondo todava: pues no se trata ni siquiera de una fan-tasa til, como puede serlo una metfora, que cumple su funcinesttica en la literatura, sino que es una fantasa estpida, supersti-ciosa y sin utilidad alguna nicamente mantenida por salvajes.Asistimos con el surgimiento del paradigma de la representacin a

    lo que ms de uno ha llamado el desencantamiento del mundo,

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    que no es ms que el repliegue de las proyecciones psquicas que sehaban puesto sobre ste. El nuevo mundo es ahora un escenario he-cho de materia slida, muda y opaca, donde nada dice ms de loque dice, y donde toda sugerencia, smbolo o significado queda

    restringido al poco fiable y crepuscular territorio del pensamiento.Pese a todo, el gran poder de la ciencia no puede evitar quealgunas colonias del mundo que pretende conquistar y racionalizarsobrevivan escondidas en valles umbros y apartados. No es difcilobservar cmo, a medida que el conocimiento cientfico progresa ensu catalogacin del mundo, van apareciendo aqu y all sustitutos ala creencia mgica, mediante los cuales se pretende, de forma in-consciente, devolver al mundo el encanto que le ha arrebatado el ra-

    cionalismo. La fiebre del espiritismo, los avistamientos de ovnis, losembobamientos csmicos que nos producen las imgenes del Uni-verso, o la bsqueda de civilizaciones perdidas como la Atlntida,dan buena cuenta de esta existencia larvaria de lo mgico. Pero seraun error considerar que solo en la superchera sobrevive el mundode los dioses, pues tambin en el mundo civilizado e impermeable ala supersticin es fcil desenmascarar los vestigios de lo sagrado, eneste caso bajo la forma ms profana que puede adoptar lo Supremo;

    as, la divinizacin de valores tales como la Razn, la Justicia, el Pro-greso o la Belleza han dado origen a un nuevo credo que, al no serreconocido como tal, puede conducir a fanatismos tan violentoscomo aquellos que se crean desterrados. Como bien dijera el mismoJung: a un hombre puedes quitarle sus dioses, pero solo para darleotros cambio.

    Pero volvamos con los genios y los diantres. De obedecer a laidea que acabamos de esbozar, y segn la cual ninguno de los ele-

    mentos del mundo mgico desaparece por completo, sino quesimplemente adopta una forma nueva y ms acorde a la mentalidadimperante, cabe preguntarse: dnde estn ahora los genios?. O,desde un punto de vista racionalista: cules eran en verdad los fe-nmenos que el paradigma mgico-mtico tomaba por dioses, ge-nios y espritus? Respuesta: todo aquello que escapaba al controlconsciente de la mente del primitivo, todo aquello que, desde dichonivel de conciencia, se tiene por lo otro, pero que ahora, desde la

    conciencia racional, se entiende como lo mo. El fenmeno del an-

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    cestro que aparece en la conciencia al pasar por el ro donde pescen vida es, para el primitivo, algo que est fuera, mientras que parael hombre civilizado se encuentra dentro y es, por consiguiente,suyo. Y puesto que es una imagen que solo l percibe, y sabemos

    que el conocimiento objetivo prescribe que solo ser verdadero locompartido por muchas consciencias, entonces dicho fenmeno sertachado de falso, o de simple recuerdo. La lista de fenmenos queel primitivo no ha encerrado todava dentro de su esfera de identi-dad constituye, desde el punto de vista racional, toda ese pantende dioses, genios y espritus de tan dudosa realidad, verbigracia: in-tuiciones, sueos, miedos irracionales, emociones incontroladas,pensamientos obsesivos, despistes y lapsus de todo tipo; he aqu la

    nueva nomenclatura con que el racionalismo conocer a los genios.Uno de los ejemplos ms curiosos y ilustrativos lo tenemos en elduende travieso, personaje que aparece con diversas variantes eninnumerables cuentos y leyendas de todo el mundo, y cuya etimolo-ga es dueo de la casa. Esta criatura se dedica, como es sabido, aimportunar con toda clase de trastadas a los humanos, por ejemplobirlando o escondiendo los objetos de los que hace uso. As, lo queahora entendemos como un simple despiste causado por alguna

    perturbacin inconsciente, la mente mgica, que no sabe nada de te-oras de la mente y que ni siquiera ha asociado sta con el rganodel cerebro, no tiene ms remedio que interpretarlo como la juga-rreta de algn diablo revoltoso.

    De todo lo anterior no debera inferirse, como se ha hecho condemasiada ligereza, que el primitivo simplemente llama por distin-to nombre a nuestras pasiones y afectos, concedindole as un statussimilar al alcanzado por la mente racional. Dejmoslo zanjado desde

    ya: la mente primitiva es inferior en evolucin a la mente racional,por mucho que esta ltima tenga el inconveniente del desencanta-miento prosaico del mundo. No se trata nicamente de usar distin-tas etiquetas, pues el hecho de personificar fenmenos psquicoscomo los afectos, las intuiciones y las pasiones, en vez decomprenderlos ms adecuadamente como acontecimientos psqui-cos que caen dentro de la esfera personal, conlleva necesariamenteactitudes supersticiosas como la adoracin o los rituales propiciato-

    rios. El primitivo est totalmente a merced de sus emociones porque

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    considera que son manifestacin de algn espritu invasor, lo que leincapacita para lidiar con ellas a no ser con algn tipo de exorcismo.Es verdad que la visin mgica posee, al menos en apariencia, algu-nas ventajas sobre la racional, como son la mencionada poetizacin

    del mundo, que aparece como un ser vivo, coloreado y lleno del bri-llo procedente de las proyecciones; o la facilidad con que la mentemgica transita por los dominios de la inspiracin, cerrados a unapsique exclusivamente racional, y lo cual redunda en la creatividadfecunda, frondosa y extica del primitivo, bien conocida porcualquier aficionado a la mitologa. Estas ventajas parecen justificarpor s solas las posturas de algunos reaccionarios, que insisten enuna vuelta a la naturaleza, en una recuperacin del mito y una

    huida, por tanto, de lo racional y lo civilizado el propio Jung cay,en buena medida, en este malentendido. Y as sera tal vez sinoocurriera que el ser humano posee en potencia una comprensindistinta a las dos ya bosquejadas, que las integra y las trasciendeaprovechando, por as decir, lo mejor de ambas, es decir: el encanta-miento del mundo propio de la visin mgica y el sano uso de la ra-zn de la cosmovisin moderna.

    Esta nueva y superadora comprensin no puede considerarse

    cosmovisin ni paradigma porque ha sido alcanzada por un nme-ro relativamente escaso de individuos, mayoritariamente artistas, fi-lsofos, msticos y genios que nos han legado lo que lograron vis-lumbrar de esta tierra prometida. Esta visin ya ha sido pergea-da en otras pginas del diario y est a la base de muchas de las ide-as que por aqu han asomado. Algunos la llaman comprensin no-dual, pues su caracterstica principal consiste en la superacin de lafisura entre mundo interno y externo, as como de tantas otras dua-

    lidades perniciosas. Dos exponentes insignes de la visin no-dualpodran ser la filosofa de Heidegger, en el mundo occidental, y ladel vedanta advaita, en el mundo oriental. La idea de ambos podrasintetizarse as: todo fenmeno, sea considerado interno o externo,acontece en realidad en un mbito que no es ni fsico ni mental, sinoun Claro (Heidegger) o Conciencia (vedanta) que constituye la esen-cia del hombre. La distincin radical entre lo fsico y lo mental nosera ms que una teora elaborada a posteriori y que, como pensa-

    miento, tiene lugar en esa apertura de la Conciencia. Esta visin su-

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    pone una vuelta de tuerca ms sobre la racional, pues donde sta seapropi con todo derecho de las emociones y las ideas, trayndolosa la esfera de la identidad, la visin no-dual hace lo propio con todocuanto surge ante la consciencia: sea un pensamiento, una intuicin

    o un acontecimiento externo. Esto no significa que, desde la visinno-dual, se tenga algn tipo de control extra-sensorial sobre losobjetos materiales, como han querido entender algunos pseudocien-tficos y ms de un filsofo birrioso, sino sencillamente que se los in-cluye, respetando su esencia y dejndolos en libertad, dentro de laesfera de lo propio. Este dejar en libertad es, por cierto, la acti-tud no-dual que garantiza el que la inspiracin del primitivo quehaba quedado inaccesible a la frrea y sellada racionalidad, est de

    nuevo a disposicin del hombre que, superando ambas cosmovisio-nes, se abre de nuevo al Misterio. Asimismo, el mundo recupera suencanto y su brillo, no ya en virtud de proyecciones mgicas o in-fantiles, sino por la comprensin de que aquello que supuestamentelo desencantaba el retraimiento de las proyecciones al interiordel sujeto, posee su propio derecho a ser real, por mucho quepertenezca al orden de lo psquico; as, por ejemplo, lo que me su-giere la visin de una obra de arte, o el sabor de un simple sueo,

    vuelve a ser considerado verdadero dentro de la nueva compren-sin que se tiene ahora de la verdad, que es tan simple como esta:verdad es lo que aparece. Hay que decir que ya los griegos, comoseala con insistencia Heidegger, posean esta comprensin de laverdad, la cual se puede intuir en su idea de la aletheia, o verdadcomo desocultamiento aparicin en la apertura o conciencia. Fi-nalmente, ni siquiera la clasificacin exhaustiva que la ciencia llevaa cabo sobre el mundo a base de conceptos y etiquetas, y por la cual

    no queda ya sitio para lo sobrenatural salvo en la forma larvaria dela superchera, tiene poder para espantar la magia. Pues sabe muybien quien ha arribado a la visin no-dual que, detrs de todos losnombres y las teoras de la ciencia, se oculta una realidad incog-noscible a la que justamente puede drsele el nombre de Misterio.

    ***

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    A Tobas le conoc en Mawlamyine. Con l tom el barco quenos llev desde dicha ciudad hasta el pueblo de Hpa An. Erahamburgus, viajero castizo con algn que otro escrpulo hacia elturismo y de trato afable y amistoso. Un da, ya en Hpa Na, nos fui-

    mos juntos a visitar una cueva que albergaba imgenes de Buda, yque nuestra querida gua de viajes pintaba una vez ms como un lu-gar habitado por fantasmas para el que aconsejaba un corazn re-sistente y unos nervios de acero. Se ve que ms de un escritor de Lo-nely Planet ha errado en la eleccin del gnero literario... De todasformas, el lugar no careca por completo de encanto. Tobas y yoatravesamos la cueva con ayuda de dos guas y desembocamos enun paraje de lo ms singular: una melanclica laguna escondida en-

    tre acantilados, en cuya orilla unas cabras negras masticaban conpachorra la hierba y nos contemplaban con mirada hueca y ato-londrada, como hipnotizadas por el influjo de aquel paraje embruja-do y bostezante. Unos metros ms al fondo, una familia birmana alamparo de un chamizo aguardaba a que llegasen visitantes paraofrecerles un paseo en canoa. La tormenta y la lluvia de aquel da nodeba favorecerles el negocio, y no obstante se demoraron unosveinte minutos antes de acercarse para ofrecernos sus servicios,

    o fue solo un minuto estirado por la ensoacin en que nos sumaaquel lugar onrico y fantasmagrico? Habr que preguntrselo alos de la lonely...

    Ya durante el paseo por el lago me percat del silencio inusita-do de mi compaero, y de su gesto contrariado. Tobas estaba en-fermo, circunstancia que no le permita disfrutar plenamente denuestra pequea aventura espeleolgica. Me lo hizo saber pocodespus, ya lejos de la gruta, mientras nos refugibamos de la lluvia

    en una caseta al lado de la carretera, acompaados de los conducto-res de los moto-taxis que nos devolvan a la ciudad. Lo siento, sedisculpaba, normalmente soy un tipo muy divertido. Yo quithierro al asunto, alegando con sinceridad que apenas me habadado cuenta de su zozobra y que de haber sido yo la vctima deaquella gastritis o infeccin estomacal me habra sumido sin dudaen una apata peor que la suya. Un poco ms tarde, en el coche en elque cubramos la segunda mitad del trayecto hasta Hpa An, me

    mir con expresin llorosa y titubeante, y dijo: espero que no sea

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    grave; tuve cncer de testculo hace un ao y ahora me preocupopor cualquier cosa. En aquel momento invadieron mi mente trespensamientos fugaces y casi simultneos: el primero: cmo es posi-ble que alguien que ha superado un cncer siga preocupndose por

    minucias como un dolor intestinal?, el segundo: por qu tiene tantagente la costumbre de identificarse con sus enfermedades, hasta elpunto de querer confesrselas al primer desconocido con el que con-versan?, y el tercero: debera decirle a Tobas que yo tambin tuvecncer? Esto ltimo, como es normal, merece un prrafo aparte.

    En realidad, yo no he tenido nunca cncer; no al menos si obe-decemos a lo que nos dice el paradigma de la representacin, segnel cual solo es real lo que acontece fuera del mbito mental. Exacto:

    como ya se habr adivinado, mi cncer, al igual que aquel ttanosde Omkareshwar, tuvo lugar en el quimrico territorio de los geniosy los espectros y fue, adems, propiciado por ellos mismos. Me ex-plicar. Estaba en aquellos momentos en Delhi, a falta de un dapara coger el tren que habra de llevarme a Varanasi. Ya desdeAmritsar vena notando sntomas un tanto alarmantes, de los cua-les, debido a su naturaleza escatolgica, me ahorrar unadescripcin. Tan solo hace falta saber que dichos sntomas coincid-

    an uno por uno con aquellos provocados por el cncer de recto. Trasaveriguar esto ltimo en Internet, las puertas de la visin potica-a-nalgica quedaron abiertas de par en par, solo que en lugar de darpaso a la inspiracin franquearon la entrada a todo tipo de lucubra-ciones agoreras, interpretaciones torcidas e impulsos supersticiosos.En otras palabras: comenc a ver por todas partes seales que con-firmaban la presencia de un tumor en alguna parte de mi intestinogrueso. La primera de ellas fue el smbolo del horscopo de cncer,

    el cual descubr por casualidad encima de mi cabeza mientras toma-ba un caf en un restaurante, formando parte de un dibujo en el te-cho que representaba los signos zodiacales. Ms tarde ocurri esto:telefone a mi madre, que result estar en aquel preciso instante encompaa de un seor que haba encontrado en la puerta del cine.Dicho seor era el padre de un amigo de la ms remota infancia, delque nada he vuelto a saber. Fue or la referencia a aquel hombre quemi inquietud se dispar. Un poco despus, desmenuzando los

    pormenores de aquel temor, descubr la razn: aquel seor, del que

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    no recordaba absolutamente nada, era mdico, y la nica cosa queyo poda asociar con l era la fantasa infantil que algunos chicos dela pandilla tejimos en torno a su persona, y por la cual le atribuimosel honor de haber sido el nico mdico del mundo capaz de curar el

    cncer. Cmo era posible tamaa coincidencia? Cmo era posibleque justo en el momento en que decid llamar por telfono a mi ma-dre, se encontrase por casualidad con aquel seor, de quien lo nicoque yo poda recordar era aquella fantasa sobre el cncer? No cabaya ninguna duda: los genios y diantres se estaban confabulandopara hacerme llegar su mensaje, para ponerme sobre aviso de lo lasterribles calamidades que el futuro inmediato me reservaba... Pararematar la faena, poco despus de aquello, mientras esperaba el tren

    a Varanasi en un banco de la estacin, hallndome sumido en untrance autocompasivo y mentalizndome para las sesiones de radio-terapia que me esperaban, un indio pas a mi lado y arroj frente am el envoltorio de su tabaco de mascar. Mi mirada horrorizadadescubri en l una vez ms el aciago smbolo del cangrejo, queahora rubricaba de una vez por todas la cruda realidad de lo que meocurra...

    El cncer de recto se cur por s solo no mucho despus,

    estando ya en Varanasi, donde el alboroto de las ceremonias, el rui-do del gento y la presencia de Dioses ms poderosos enmudecierona los genios y diablillos que me lo causaron. A Tobas le cont la pe-ripecia con los genios, conmovido como me encontraba por la inti-midad de su confidencia, y me permit adems brindarle el consejoque me hubiera hecho falta a m durante aquellos tres das de con-valecencia: que empezase a tomarse a broma cosas tales como unasimple molestia estomacal.

    ***

    Aunque la realidad exterior nunca refrendase aquella enferme-dad imaginaria, s que sufr en Myanmar algn que otro achaque demolestia considerable. Ocurri, curiosamente, el ltimo da de miestancia, y dio sus primeros sntomas en el autobs que me llevabadesde Hpa An hasta Yangon, ciudad desde la que cogera mi vuelo

    de vuelta a Bangkok.

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    Cuando llegu al hostal en el centro de Yangon, la sensacinde tener dentro de mi estmago un enano rabioso que pugnaba poratravesar mi garganta me oblig a tumbarme en la cama sin mo-verme; media hora despus, vomit por primera vez. Al contrario

    de lo que suele ocurrir, la mejora fue solo temporal, y minutosdespus volv a sentir las nuseas y un mareo agudo y desorienta-dor; cualquier cosa que ingera, ya fuera slida o lquida, acababa enel vter quinte minutos despus. Finalmente, opt por hacer elesfuerzo de salir a la calle y buscar una farmacia. Caminando por laacera, el olor de los noodles, los curries y las especias que desprend-an los puestos callejeros pareca penetrar hasta mi estmago yestrangularlo, provocndome nuseas que me hacan temer arrojar

    de un momento a otro sobre cualquier transente. Pero mi autnticodolor y mi pesadilla habra de llegar poco despus, cuando gir laprimera esquina de la calle. Era un tipo menudo y pordiosero, deexpresin alunada; un pobre azotacalles que en aquel momento mi-raba desde la acera el televisor del interior de un local. Viendo quese fijaba en m, decid preguntarle. A pharmacy?, inquir. No pare-ci entender nada. Hice una cruz con los dedos tratando de repre-sentar el signo de un hospital o farmacia. Aquel espantajo segua sin

    comprender cuanto le deca, y tampoco sirvi de nada llevarme lasmanos al estmago y exagerar mi cara de enfermo. Aquel tipo pare-ca habitar en un mundo ajeno por completo al mo. Me desembara-c de l bruscamente e intent lo propio con un par de dependientasde puestos de comida, que trataban de contener su risa cuando leshaca aquella seal de la cruz. Ni siquiera se les ocurri pensar quepoda estar yo buscando una iglesia, instigado por algn terrible pe-cado que confesar; aquel gesto no les deca nada y solo les provoca-

    ba una risa nerviosa.Segu caminando por la acera, decidido a encontrar por mmismo una farmacia. Enseguida advert que el vagabundo me se-gua. Su nuevo gesto, algo ms expresivo, denotaba que por fin ha-ba comprendido algo. Se me acerc y me pregunt si lo que yo que-ra era una sopa de noodles. La sola mencin de aquel alimento elms que probable culpable de mi estado, y la creciente sospechade que tena ante m una especie de maniqu sin empata humana,

    agravaron mi malestar. Le hice varios gestos con el brazo para darle

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    a entender que se marchara. Ya era tarde; l estaba decidido a ayu-darme. Sigui caminando a mi lado durante un rato sin decir pala- bra, observndome y tratando de entender qu significaban migesto descompuesto, mi andar zigzagueante y mis espordicas pa-

    radas en esquinas acompaadas de arcadas. Entonces, al fin, se hizola luz en su cabeza. !Noodles!, exclam sealando un puesto de co-mida. En aquella ocasin le mir amenazante. Le grit enojado queno quera comer nada, sino una fucking pharmacy, contestacinque, lejos de ofender a mi acompaante, suscit en l renovada cu-riosidad por mi persona.

    Prosegu con mi atormentado paseo por las calles de Yangon,sin que ninguna cruz verde se atisbara entre la jungla de luces y

    carteles. Aquel fantoche segua a mi lado, decidido a ayudarme enmi bsqueda. En su enloquecida mente debi de aparecer la idea deque tal vez no quera yo comida, sino algn refrigerio lquido. Co-menz a detenerse en cada tienda que nos cruzbamos y a sea-larme con su mugriento dedo los refrescos de seven-up y coca-colaque se exhiban en las neveras. En aquel punto yo haba optado porignorarle, convencido de que se trataba de un tronado. Minutosdespus, su cerebro se reinici, y la idea fija de los noodles volvi a

    poseerle con violencia. Era ms que evidente deba pensar, quelo que yo necesitaba era comerme un plato de noodles, solo que to-dava no me haba dado cuenta y su deber de chiflado era hacrme-lo saber. De nada sirvi escenificar con mayor ahnco mi condicinde enfermo, ni gritarle a medio palmo de su cara que se marchase; yprobablemente tampoco habra funcionado vomitarle encima, ajuzgar por su repugnante falta de higiene. Lo que yo quera, en elfondo, eran noodles; y l estaba dispuesto a proporcionrmelos fue-

    ra como fuese. Por fin vi a lo lejos el smbolo de una farmacia y ace-ler el paso esperanzado. l se apresur a seguirme, sealndomecada puesto de noodles y tratando de explicarme en un ingls torpelas distintas variedades de fideos que poda comer en cada uno. Misarcadas no le disuadan, sino que confirmaban una y otra vez sucerteza de que yo quera, por encima de todo, comerme unos nood-les. Le seal la farmacia con el dedo, albergando la idea de que, talvez, aquella marioneta carente de inteligencia comprendera al fin el

    propsito de mi afligido deambular. Su semblante volvi a ilumi-

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    narse con la luz del entendimiento. Comenz entonces mi terriblecomparsa a narrarme cuanto saba o crea saber acerca de lostemplos y edificios que haba en direccin a mi seal; de todos me-nos de la farmacia. Evidentemente razonaba el fantoche antes

    de comer noodles quera yo disfrutar de un circuito turstico por laciudad.Cuando por fin llegu a la farmacia, mi estado era tan lamen-

    table que no tuve ms remedio que sentarme a plomo en una sillade ruedas, mientras mi compaero haca lo mismo en una de allado. Las dependientas del local no hablaban una palabra de ingls.El mueco Ndel nunca le pregunt su nombre pero s, con esaextraa certeza que aparece a veces en los sueos, que ese era el que

    me habra dicho se ofreci de nuevo a ayudarme. Se levant de lasilla de ruedas, fue al mostrador y reapareci al instante con unacaja de medicamentos. Quise saber lo que eran, pero Ndel no supocontestarme. Era, simplemente, lo que yo necesitaba; a lo mejor unpaquete de noodles en polvo. Rechac aquellos medicamentos du-dosos y me dirig de nuevo a las farmaceticas, que se compadecie-ron finalmente de m e hicieron llamar a alguien que se manejasecon el ingls. Al cabo de dos minutos apareci un tipo del piso de

    arriba que me dio los medicamentos que necesitaba.Sal a la calle acompaado de Ndel y me acerqu a un puestode comida, no para comer noodles, como Ndel quera que hiciera,sino para comprar una botella de agua en la que diluir las sales mi-nerales y con la que ayudarme a tragar las pastillas que el farmacu-tico me haba prescrito. Como tena que sacar de mi bolso las medi-cinas, ped a Ndel que sostuviera por un momento la botella deagua que acababa de comprar. Mientras hurgaba en mi bolso en

    busca de las medicinas, observ horrorizado cmo Ndel desen-roscaba el tapn, se llevaba la botella a los labios y, aprentndola ensu mano para propulsar el agua, se beba de un solo buche la mitadde su contenido. Yo no daba crdito a mis ojos, pero el dolor y elmalestar que senta me opriman hasta tal punto que tan solo acerta comprar una nueva botella. Luego me retir junto a un rbol paraapoyarme, lo ms lejos posible de Ndel. Pero el terrible muecoNdel no se dara nunca por vencido, y se acerc para seguir

    prestndome su ayuda.

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    Una vez ingeridas todas las medicinas, permanec apoyado enel tronco del rbol en un estado de letargo, tratando de moverme lomenos posible para mantener a raya las nuseas. Ndel me observa-ba con curiosidad de peluche. Vi su mirada vaca y sin vida; esos

    ojos de plstico como los de un mueco dotado provisionalmentede lenguaje y movilidad, diseado para atormentar a los humanoscon su glida y maligna ignorancia. Antes de que lo dijera, adivinpor su expresin lo que estaba a punto de decir. Ahora que se ha cu-rado deba razonar su mente simple y tontuna, le vendra bienun plato de noodles. Me seal frente a nosotros un puesto de no-odles, cerca de la entrada a la farmacia. No reaccion, convencidode que solo mi indiferencia hara desaparecer aquella pesadilla.

    Ndel y yo seguimos ah sentados un buen rato. Peridica-mente, su terrible cerebro de ttere volva a reiniciarse, y aquel discorayado de los noodles volva a empezar otra vez sin asomo algunode desgaste. Llegu a pensar, en algn momento, que a lo mejor eraverdad cuanto deca, y que solo un testarudo empecinamiento pormi parte me haca ignorar mi flagrante hambre noodles, tan patentepara mi comparsa. Poco despus vomit de nuevo todas aquellasmedicinas, y no pudiendo soportar por ms tiempo la presencia de

    Ndel, decid ir a sentarme a otro lado con la esperanza de que sedesentendiera finalmente de m. Me dirig al puesto de noodles quepoco antes me haba sealado Ndel, cog una de esas sillas deplstico diminutas, la desplac unos metros del puestecillo para evi-tar que su dueo me ofreciese un plato de noodles y me qued sen-tado en mitad de la acera con las piernas estiradas, la cabeza ladea-da y el semblante derrotado. La gente que por all pasaba me mira-ba con lstima y curiosidad. Cuando crea haberle birlado, el miseri-

    cordioso Ndel reapareci, cogi igualmente una sillita de muecoy se sent junto a m, preguntndome de paso si me apeteca un pla-to de noodles. Jams acabar esta pesadilla, me dije. Volv a huir del, optando esta vez por regresar a la farmacia, razonando que, conun poco de suerte, los dependientes no dejaran entrar de nuevo aNdel. Ca otra vez a plomo en la silla de ruedas. Ndel, movidopor su infinita y mecnica compasin de marioneta, se adentr tmi-damente unos pasos en el establecimiento. Al cabo de un minuto

    apareci aquel dependiente anglo-parlante y se me acerc para de-

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    cirme que, dada la duracin de mi deplorable estado, hara bien enacudir a un mdico. Le ped que me anotase en un papel las seaspara encontrarlo. l me dijo que no haca falta. l te llevar, medijo sealndome a Ndel, que me miraba desde la puerta con sus

    ojos obtusos y apagados. Mi horror se consum en aquel instante;quise revelarme, gritar y suplicarle a aquel hombre que me dejaseall sentado, que no me echase de nuevo en manos de Ndel, que setrataba en realidad de un demonio disfrazado de maniqu humanocuya nica intencin era hacerme comer noodles hasta perecer; peromi estado de debilidad era tal que no pude ms que entregarme pa-sivamente a mi destino...

    El mueco Ndel me condujo a travs de una amplia y concu-

    rrida avenida, de la cual, obedeciendo a alguna rutina de su micro-chip interno, me sealaba y comentaba cada edificio o estableci-miento, incluso aquellos ajenos por completo a los noodles. Pese atodo, Ndel cumpli su misin de conducirme al hospital. En reali-dad, se trataba ms bien de una farmacia con un pasillo a cuyos la-dos haba algunos cuartos habilitados para pasar consulta. En unode esos cubculos me atendi una doctora de edad madura y airesde matrona. Ndel, siempre atento a mi bienestar, pas tambin y

    se sent en una silla, disimulando su vileza con una actitud modosay obediente: saba muy bien que la mejor manera de hacerme comernoodles era sanndome primero. Yo me tumb en la camilla pororden de aquella seora, que result ser un tanto mandona y antip-tica. Mientras la doctora palpaba mi estmago y abdomen y me ha-ca sentir un miserable por el simple hecho de haber enfermado, elmueco infernal Ndel no pudo resistir la tentacin de coger mibolso, abrir la cremallera y empezar a hurgar en su interior; tal vez

    porque se le agotaba la batera y buscaba unas pilas. Me incorporde la camilla y se lo arrebat de las zarpas como se quitara una za-patilla a un perro. La doctora, en lugar de reprender o expulsar aNdel de la consulta, me mir con odio; sin duda deba estarcompinchada con el mueco, pens. Por un momento, tem que ellugar donde me encontraba no fuera en realidad una clnica, sino unlaboratorio clandestino utilizado para fabricar muecos a partir decuerpos de personas. De ser as, tal vez acabara yo dentro de muy

    poco relleno de caucho y convertido en un espantapjaros ambulan-

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    te, con la nica ocupacin de atormentar a los humanos con miinercia mental y mi pesadez atolondrada. Quiz era eso lo que que-ra Ndel, un amigo con quien compartir su gris y rutinaria existen-cia de mueco. Trat de calmarme, dicindome que todo aquello

    eran simples fantasas, las cuales estaran muy bien para adornarms tarde la verdadera historia en mi diario, pero que no deba de-jarme llevar por ellas en exceso. De todas formas, pens, hara bienen salir corriendo en cuanto viera el menor indicio de un jeringuillacon anestesia o una caja de costura.

    El veredicto de la matrona fue tajante: gastritis. Me prescribilos mismos medicamentos que me haban dado en la farmacia, loscuales haban desaparecido misteriosamente de mi bolso, y me

    prohibi comer otra cosa que arroz. Como era mi ltimo da enMyanmar y no tena kiats para pagar, uno de los enfermeros se ofre-ci a acompaarme hasta el hostal, donde los dueos me cambiar-an los dlares que llevaba, de forma que no tuviera yo que regresaral hospital. Ndel nos acompa parte del camino. Observ, sinembargo, que la presencia viva de dos seres humanos cohiba susartimaas de mueco; o tal vez haba agotado definitivamente sufuente de energa y le urga volver a repostar. Apenas hablaba, ni si-

    quiera para ofrecerme noodles, se paraba de cuando en cuandodistrado por cualquier musaraa y al cabo de un rato acabamos porperderle de vista. Nunca ms le volvera a ver.

    Cuando llegu al hotel, mi dolor de estmago haba remitido,lo que me permiti echarme en la cama con esperanza de conciliarel sueo. No obstante, en el mismo lugar del estmago que ahora sevea libre de dolor fsico, una inquietud de muy distinta naturalezase aloj con intencin de quedarse. Proceda de haber atisbado la

    punta del iceberg de un mundo larvario y siniestro: el de unos seresde piel macilenta, huesos de caucho y cerebro rodo que pululan pornuestras ciudades simulando ser humanos. Ignoro de dnde provie-nen... Acaso de lugares como aquel hospital de Yangon, en cuyosstanos, no me cabe duda, se urden planes y se realizan operacionesde las que nada querra saber quien desee mantener intacta sucordura. Finalmente, exhausto y desmadejado, ca dormido, perouna vocecilla susurraba una y otra vez en mi cabeza: ests a salvo,

    Andrs, pero ahora ya sabes que existen los muecos. Todava hoy

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    lucho por olvidar las zafias palabras y la extinta mirada de aquellacriatura.

    ***

    La historieta que precede la escrib en la ciudad china de Li-jiang, mucho tiempo despus de que ocurriera mi peripecia con elvagabundo de Yangon. He adornado la realidad, como resulta evi-dente, con un halo de horror fantstico no exento de alguna pincela-da lovecraftiana. Durante mi viaje por Myanmar me fui topandocon distintos elementos que posean, de un modo u otro, naturalezade fantoche, o que estaban vinculados de alguna forma al mundo de

    los muecos. All le El hombre de arena, el cuento de Hoffman dondeaparece Olimpia, el terrible maniqu de quieta hermosura de quienqueda prendado el protagonista. Vi tambin los bebs de jugueteque, por razones totalmente ajenas a mi entendimiento, algunoshombres y mujeres birmanos llevan en sus brazos como si fueransus hijos. Y aquellas sillitas en miniatura como de casas de muecasque hay esparcidas por las aceras de todo el pas. Y qu decir delteatro tradicional de Myanmar, donde los actores son sustituidos

    por marionetas de tela? Ahora, mientras escribo, me viene a la me-moria la leyenda del Golem, ese ser de la mitologa juda fabricado apartir de materia inanimada, que aparece cada treinta y tres aos enuna habitacin sellada del ghetto judo de Praga. El nombre de estacriatura significa tonto, y tambin descerebrado. Siempre hecredo que la necedad y el torpor pueden resultar mucho ms ate-rradores que la maldad inteligente; quienes estn dotados de estaltima obran siguiendo motivos definidos, y es ah donde la vctima

    de sus argucias puede, al menos, detectar el plido brillo de un almahumana. Con los tontos no ocurre as. Su maldad es azarosa, in-consciente, a veces incluso el resultado de un amago de buena vo-luntad, como era el caso de aquel botarate de Yangon; y son estaopacidad y ausencia de empata las que impiden a su vctima en-contrar tras sus acciones la familiar voluntad de un ser humano. En-tonces nos descubrimos en la ms radical de las soledades; la mscruel caricatura de la compaa de un ser humano y una burla

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    despiadada de nuestra angustiada bsqueda del ser idntico a noso-tros.

    Fue esa conjuncin de elementos titiriteros que fui encontradodurante mi viaje la que me dio la idea, ya anunciada en el diario, deindagar en el espanto que estos seres nos provocan cuando apare-

    cen bajo una luz determinada. Este propsito fue luego perdiendofuerza, porque me pareca un tema demasiado alejado de la tnicaque siguen estos escritos, los cuales ya presentan bastantes apndi-ces y colgajos. Por ello, haca tiempo que trataba de idear algnmodo de desdecirme de mi promesa. Hace un par de dascomprend que no haca falta: mi vivencia en Yangon hablaba por ssola. No tena ms que embellecerla un poco con elementos litera-rios y la esencia del misterio quedara perfectamente ilustrada. Ni

    siquiera hizo falta exagerar: la martingala de los noodles que me zu-rr el vagabundo se queda corta en el relato. Y uno no puede dejarde admirarse del modo en que la realidad parece, algunas veces, co-laborar con la escritura, facilitando las piezas necesarias para contarlo que se precisa. No es que me sorprenda en exceso: hace tiempoque s que la Vida, al contrario que la materia inerte del mueco, noes un ente ciego, mecnico e inconsciente, sino que es expresin deuna inteligencia vasta y abrumadora. Esta vastedad puede con fre-

    cuencia cegarnos a sus mviles, hacindonos creer que tratamos con

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    un titn de piedra, autmata y sin compasin. Ella misma se en-carga, a veces, de descubrirnos un reflejo de inteligencia en su mira-da, como si nos hiciera un guio que dijera: sigo aqu aunque no meveas. Y es entonces cuando se intuye que esa vida ni empieza con el

    nacimiento ni acaba con la muerte.A da de hoy, echando la vista atrs, se me antoja que fue esamisma Vida, y no mi propio impulso ciego o la mano lacia de unmueco, la que me empuj cierta tarde en una librera de Dharam-sala a hojear la gua de viajes de Myanmar. Pocas horas despus yatena en mi poder el billete de ida, el de vuelta y el visado. El viaje aCamboya quedaba cancelado. No hace mucho vi las fotos tomadasen Myanmar y descubr que ya senta nostalgia. Flora, aquella chica

    italiana con quien compart diez das de mi viaje, me aseguraba ano-che por Internet, entre exclamaciones emocionadas, tener el mismosentimiento. No me extraa, pues fue all donde conoci a quienahora es su novio. La nostalgia es seguramente de las pasiones mscaprichosas y evasivas. Dice Joaqun Sabina que puede sentirse in-cluso de lo que nunca ocurri; yo esto lo suscribo porque lo he vivi-do. Y aadira que puede tambin sentirse nostalgia de lo que ocu-rri hace solo dos semanas, o de lo que acaba de terminar hace un

    minuto; basta tan solo que sepamos que aquello que se esfuma novolver a ser nunca ms. Conoc esta faz de la nostalgia en mi pri-mer viaje a la India, cuando me desped de Rebecca luego de haberpasado juntos cuatro das en Varanasi y otros tantos en Goa.Comprend que no habra nunca otro primer viaje a la India, ni otroprimer paseo en barca por el Ganges, ni otra Rebecca en Varanasi.Hoy, un mes y medio despus de abandonar Myanmar, s que novolver a haber un viaje por sus tierras rayando la frontera de los

    treinta, que no ser con una pareja de hermanos italianos, y quenunca ms ser perseguido en Yangon por la versin birmana delGlem de Praga. Hoy, en China, Myanmar se me antoja un sueo,un jirn de fantasa, el brillo efmero de una joya en el fondo de pie-dra de un estanque antiguo.