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LA IGLESIA CAT~LICA Y LA CUESTION RACIAL el Rvdo. P. Yves M.-J. CONGAR, O.P. UNESCO PARIS

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LA IGLESIA CAT~LICA Y LA CUESTION RACIAL

el Rvdo. P. Yves M.-J. CONGAR, O.P.

U N E S C O P A R I S

LA CUESTION RACIAL Y EL PENSAMIENTO MODERNO

i

Acabóse de imprimir el 22 de junio de 1953 en la im renta Union Ty ographique

de f)illeneuve-Saint-6eorges por la Orgmiizuci8n de las Naciones Unidas

para la Edacaci6n, la Ciencia y la Cultiira, Paris

ss. 53. IX. 1 s.

N O T A P R E L T M I N A R

Los opúsculos publicados por la Unesco en la colección «La cuestión racial ante la ciencia moderna» tenlían por objeto presentar, en forma breve, un resumen del estado de la cuestión racial frente a la antropologia, la genética y la sociologici, en los tiempos actuales.

Mas los problemas creados por los prejuicios y la discriminación racial no atañen solamente a la ciencia. Seria dar pruebas de un optimismo cándido creer que basta llevar al concocimiento del público 10s resultados obtenidos por los hombres de ciencia de nuestra época, para resolver los conflictos raciales y poner fin a los dramas que suscitan. La cuestión racial interesa tam4 bièn fundamentalmente a la conciencia humana y , desde hace tiempo, las religiones y las filosofias han tratado de ella y han adoptado una actitud frente a tan impor- tante problema.

Ha llegado el momento de conocer esa actitud de las grandes religiones y de los sistemas filosóficos frente a la diversidad de tipos humanos.

Iniciamos nuestra nueva colección «La cuestión racial y el pensamiento moderno» con el presente opúsculo del Rudo. Padre Congar, de la Orden de los Dominicos, cuyo manuscrito ha recibido la aprobación eclesiástica.

I N D I C E

Introducción . . . . . . . + . . La Iglesia contra el racismo en el terreno de los principios . , . . . . . . . . .

Afirmaciones cristianas sobre la unidad de la naturaleza humana . . . , . . . . Afirmaciones cristianas sobre la dignidad de la naturaleza humana . . . . . . . . El racismo niega el espiritualismo cristiano . . El racismo es una pseudorreligión . . . . El racismo tiene consecuencias desastrosas para el cristianismo . . . . . . . . .

Racismo y eugenesia. . , . . . . . La negación del amor al prójimo . . . El antisemitismo . . . . . . . .

¿La Biblia es acaso racista? . . . . .

Actitudes concretas de la Iglesia ante los hechos raciales . . . . . . . . . . .

El punto de vista racial se opone a la tradición católica . . . . . . . . . . . La Iglesia frente al racismo actual . . . .

La Iglesia y las razas desde el punto de vista de la misión evangelizadora de la Iglesia. . La Iglesia y los problemas de convivencia entre

La Iglesia frente al racismo nazi y al antise- mitismo moderno. . . . . . I . blancos y hombres de color . . .

Conclusión. . . . . . . . . . . Bibliografia , , , . - . . . . .

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INTRODUCCION

LOS lectores de nuestros anteriores opúsculos sobre «La cuestión racial ante la ciencia moderna» se verán quizá sorprendidos por el tono y el método del presente estudio. Les debemos, por tanto, algunas palabras de explicación.

Las afirmaciones de la ciencia o de la filosofia pueden reducirse, en Último término, a hechos demostrables o a datos y razonamientos de evidencia universal: se basan en métodos de comprobación o de verificación racional. La teología, expresión orgánica y sistematizada de la doctrina de la Iglesia, se sirve también de razonamientos y puede utilizar datos concretos, pero la verdad de sus afirmaciones es comprobada por otras que le sirven de base : las de la Revelación y de la tradición, interpretadas por la Iglesia. La teologia es una ciencia, con un objeto y un método propios; formula razonamientos y, en cas0 necesario, demuestra; pero todo eso lo hace basándose en premisas establecidas por una autoridad y admitidas únicamente por los creyentes como punto de partida absoluto.

Con un método distinto del que gobierna las disciplinas de la razón, la teología se distingue igualmente de ellas por su objeto o su contenido. Las ciencias se ocupan de las cosas en sí mismas, en su estructura interna, y buscan una explicación de todo lo que comprende la experiencia del hombre. La filosofía, en cuanto sabiduría, sin renunciar a la búsqueda de explicaciones más gene- rales (la definición del conocimiento, la definición de la vida..,) inquiere sobre la significación de las cosas para el hombre. Las consideraciones de este orden han adqui- rido particular amplitud en lo que se ha llamado la filosofia de los valores, que no tiene por objeto los hechos en sí, sino la apreciación acerca de éstos. La teologia no aporta nada de positivo sobre los aspectos técnicos de la cuestión racial; con excepción de lo que pudiera decirnos la Biblia-ya hablaremos de ello más adelante-no puede explicarnos lo que es una raza,

cuhntas razas existen, ni cuàles son las relaciones pasadas o presentes entre ellas, cuestiones a las que procuran contestar las ciencias. En cambio, basàndose en la palabra de Dios enseñada por la Iglesia, la teología puede decirnos cuál es la significación de las razas y qué es el racismo para el hombre del cual nos habla la Revelación, es decir, para el hombre creado a la imagen de Dios y llamado a la comunión del Padre en Jesu- cristo. No debe buscarse otra cosa en el presente

La cuestión no es tan sencilla como parece. Hay el racismo y hay los hechos raciales. El racismo es en último término una posición doctrinal, una sistematiza- ción y una justificación teóricas de los prejuicios de raza; en la práctica se traduce por ciertas discrimina- ciones de mayor o menor violencia. Pero, por debajo de esa doctrina existen verdaderos hechos raciales confun- didos en un proceso histórico de extrema complejidad. En ciertos casos es casi imposible percibir grados y matices entre esos factores concretos y las medidas de discriminación de menor gravedad. Con toda evidencia, un juicio sobre las formas extremas del racismo es fácil y axiomático, mientras que la actitud que ha de adop- tarse ante tal o cual hecho racial es mucho menos definida. Entramos aquí en el dominio de lo que se ha llamado con frecuencia -usando una expresión justa y equívoca a la vez- «la doctrina social de la Iglesia). Esta doctrina presupone en su infraestructura un con- junto de principios inmutables, expresión que traducen las afirmaciones explícitas o las consecuencias necesarias e inmediatas de la Revelación. Pero supone también aplicaciones que sólo pueden manifestarse en el curso de los hechos históricos, sociológicos, económicos y cultu- rales. Muchos son en este terreno los factores variables que determinan las declaraciones o las actitudes en las cuales se manifiesta la inspiración de los principios y en las que de hecho adquieren éstos carácter explícito. Incluso la misma sensibilidad de los hombres está sometida a variaciones y, en consecuencia, varía la de los cristianos, que no se hallan fuera de la historia, como entre cieIo y tierra, sino que se esfuerzan por dar vida, dentro del terreno histórico, a su fidelidad a Jesu- cristo. Es innegable, por ejemplo, que la libertad del acto de fe, la del consentimiento necesario para el

opúsculo.

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matrimonio o la de la profesión religiosa no se sienten ni se conciben en nuestros días como en tiempos de San Benito o de Carlomagno, ni aÚn.como en la época de Luis XIV. Tenemos sobre la libertad de los actos personales y sobre la influencia social opiniones que no existían en esas épocas. El mismo derecho canónico excluye en la actualidad procedimientos que antigua- mente admitía. La doctrina no ha cambiado en sus prin- cipios, pero han variado sus aplicaciones; incluso puede decirse que se ha producido una evolucih, porque ciertas exigencias o aplicaciones contenidas ya inicial- mente en los principios del Evangelio han encontrado con la ayuda del tiempo y de las circunstancias la posibilidad de manifestarse con carácter explícito. Aná- logamente, la psicología de un individuo se afirma según las ocasiones y posibilidades de la existencia.

No es de extrañar, por ello, que nuestro estudio tenga dos partes: la primera se desarrolla en el terreno de los principios, para formular una condenación absoluta del racismo; y la segunda en el dominio de los hechos raciales y de la historia, para examinar la conducta del cristianismo y sus actitudes concretas frente a esos hechos.

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LA IGLESIA CONTRA EL RACISMO F:N EL TERRENO DE LOS PRINCIPIOS

El racismo consiste en establecer distinciones y jerar- quias entre grupos humanos y en practicar una discri- minación contra algunos de ellos, alegando que SUS cualidades o caracteristicas se encuentran determinadas por la herencia biológica. El racismo se niega a considerar al hombre fuera de un sistema de categorias fundado en la aceptación de factores genéticos (reales o supuestos).

Estos factores, en electo, según la doctrina racista, diferencian, unen o separan a los hombres de modo radical y definitivo.

Esta actitud es incompatible con las afirmaciones de la fe cristiana sobre 1." la unidad y 2." la dignidad de la naturaleza humana, asi como con el espiritualismo cristiano. El racismo es una pseudorreligión y tiene consecuencias desastrosas por la esencia misma del cristianismo.

AFIRMACIONES CRISTIANAS SOBRE LA UNIDAD DE LA NATU- RALEZA HUMANA

El cristianismo -podriamos decir, el judeo-cristianismo, porque la Revelaci6n es judeo-cristiana- afirma la unidad total como principio y término de la naturaleza humana. Porque ese principio y término residen en Dios, que es uno. Siempre que San Pablo habla de la unidad y de la universalidad de la salvación, alude a la unidad de Dios 1. Un racismo consecuente entrañaria la negación práctica de Dios y de su omnipotencia y significaria retroceder a una época anterior a los profetas de Israel que afirmaron la supremacia universal y absoluta de Dios, o sea, hasta los tiempos de las religiones étnicas con su pluralidad de dioses, de los cuales cada uno estaba vinculado a un lugar. Los Padres de la Iglesia se han

1. Hechos de los Apóstoles, XVII, 34 y s . ; Epístolas Ef., IV, 4-6; 1 Tim., II, 1-5; Rom., III, 29-30 y X, 12.

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complacido en comentar en repetidas ocasiones el relato de los orígenes, en el Génesis, dando a entender la unidad de todos los hombres. Efrén, Ambrosio, Teodo- reto observan incluso que ése es el verdadero sentido del relato que muestra a Eva formada de una costilla de Adán y que no debe buscarse en ello necesariamente una afirmación de orden anatómico, sino más bien una afirmación religiosapara ilustrar y confirmar el prin- cipio de la unidad de origen y de la homogeneidad absoluta de la naturaleza en el hombre, en la mujer y en toda su descendencia. Esto es también lo que Dios ha querido dar a entender al decir: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Sabemos que hay en Dios tres personas distintas, pero una sola divinidad: las tres personas poseen en común la misma naturaleza divina, la misma bondad, la misma omnipotencia, etc. Así, el hombre es a la vez uno y varios: varios si se consideran las personas, pero uno solamente si se atiende a la naturaleza, o sea al conjunto de determinaciones congénitas en virtud de las cuales todos y cada uno pueden denominarse hombres.

El cristianismo no muestra la unidad tan sólo en el origen, sino también al final, como término al que tiende el mundo. Un filósofo cristiano como Vladimir Soloviev ha expresado esta idea en una fórmula profunda, perfec- tamente ajustada al espíritu de los Padres de la Iglesia, al hablar de la «unitotalidad» como intención del plan de Dios. El hombre fué creado como unidad originaria- mente, pero como unidad de soledad. El plan de Dios, cuyo medio de realización se llama Jesucristo, consiste en pasar de esa unidad de soledad a la unidad de ple- nitud atravesando por etapas de desarrollo plural y multiforme de las virtualidades casi infinitas que encierra la criatura humana. Es, por consiguiente, nor- mal y bueno que la humanidad exista y se desarrolle en multitud de razas, pueblos, culturas y creaciones de toda suerte. Así lo quiere el programa del cristianismo, que es un proprama de catolicidad y de unidad al mismo tiempo. Pero, sin arraigarse de ninguna manera en el neoplatonismo, y para interpretar meramente el plan de Dios como nos lo ha dado a conocer la Revelación, pode- mos decir que ese plan consiste en ir de la unidad a la unidad por el camino de la multiplicidad: de la unidad de soledad a la unidad de plenitud, pasando por un

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amplio despliegue de variedades. El hombre f ué creado, en un principio, conio ser unico; pero s610 cuando, al final, después de transcurrido el proceso completo de la historia, todos los pueblos y todas las razas hayan llegado a unificarse en Cristo, podrá decirse en verdad: ha sido creado el hombre. Ésta es la idea que, después de San Gregorio de Nicea (y, en el fondo, después del mismo San Pablo con sus nociones de recapitulación, pleroma, cuerpo de Cristo) expresaba el poeta inglés Tennyson cuando decía:

Man as yet being made, and ere the crowning Age of ages, Shall not aeon after aeon pass and touch him into shape ? All about him shadow still, but, while the races flower and

[fade, Prophet-eyes may catch a glory slowly gaining on the shade, Till the peoples all are one, and all their voices blend in

[ choric Hallelujah to the Maker '' It is finish'd. Man is made ''1.

Como vemos, el cristianismo puede compaginar la afir- mación más radical de la unidad de la naturaleza humana con el reconocimiento explícito del hecho de la diversidad de razas y de pueblos (hecho que acepta la ciencia). Es más : el cristianismo atribuye un verdadero valor, no sólo humano o terrenal, sino cristiano y pro- videncialmente establecido, a la existencia de pueblos distintos, y eventualmente de razas diversas. Así lo exige la evolución que va de la soledad a la plenitud de la unidad, que es el sentido de la historia. Infortunada- mente, el egoísmo y el orgullo humanos -de los que nadie queda indemne, porque todos los hombres reciben desde su origen una naturaleza inclinada al mal-, trans- forma sin cesar las diferencias en oposiciones y las diver- sidades en motivos de discordia y de querellas fratricidas (véase, más adelante, el episodio de la Torre de Babel).

AFIRMACIONES CRISTIANAS SOBRE LA DIGNIDAD D E LA NATU- RALEZA HUMANA

Si la naturaleza humana es una sola, su dignidad tam- bién es la misma en todos los hombres. Igualdad y 1. In Memoriam, CVI, y The Making of Man en The Death of Oenome and

other Poems.

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fraternidad son valores inherentes a esa naturaleza. En realidad, la filosofía antigua, en la doctrina estoica, estuvo muy cerca de reconocer esos valores. Pero el cristianismo les dió una base, una fuerza, una delica- deza, un alcance que sin él nunca hubieran tenido. No solamente afirm6, sino que hizo prácticamente sensible ia idea de que todos los hombres tienen el mismo Creador y el mismo Padre, el mismo Redentor, la misma voca- ción, la misma esperanza final y el mismo hogar que es la Iglesia.

El cristiano que, ai decir «Padre Nuestro», excluyera de entre sus hermanos, aunque sólo fuera de modo meramente implícito y práctico, a algún negro o algún judío, no invocaría verdaderamente al Padre que está en los Cielos y no sería oído. Precisamente porque hay só10 un Dios, a cuya imagen hemos sido creados, y un solo Padre, del que todos somos igualmente hijos, todos los hombres son hermanos y esta fraternidad no puede ser destruida por ninguna potencia humana. El Único modo de oponerse a esta fraternidad es colocándose fuera de la paternidad de Dios. De este modo, lo repe- timos, todo racismo consecuente implica una apostasía del cristianismo.

Nuestra fraternidad es también una fraternidad en el pecado, en la necesidad de un mediador que nos recon- cilie con Dios nuestro Padre, y en la Redención universal en Jesucristo, quien murió «no solamente por la nación, sino también para congregar en un cuerpo a los hijos de Dios que estaban dispersos I » . Abundan las afirma- ciones sobre la catolicidad de la Redención; puede decirse que no hay un texto que, al referirse a la Reden- ción, no nos hable de su catolicidad. Sería imposible negar la una sin impugnar la otra.

Asimismo los hombres tienen la misma vocación y la misma historia profunda en el dominio de la vida inmor- tal del alma, que es el má; decisivo, aunque no el más probado. Es verdad que, desde el punto de vista terrestre podríamos decir, al menos en cierta medida: q q u é tengo de común con los lapones o con los habitantes de la Tierra del Fuego? Mi historia no es la de ellos ni su historia la mia,. Es algo ridículo, indudablemente, poner en manos de un niño de Indochina manuales escolares

1. an., X I . &a.

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franceses, donde éste leerá, por ejemplo : <nuestros ante- pasados los galos...»; pero siempre podremos poner en sus manos la Biblia y enseñarle a decir, como podría hacerlo un niño alemán: nuestro padre Abraham. Porque, como lo ha dicho magnificamente Pio XI, «espi- ritualmente, somos semitas,. Abraham es nuestro padre, puesto que es el primero de los «llamados> y de los creyentes. Tenernos todos en común una historia que empezó con él y cuyo centro es Jesucristo.

Los Últimos años transcurridos han demostrado que lo que más une a los hombres es la comunidad de des- tino y de esperanza. Esta es sin duda una de las razones por las que el hombre se liga fácilmente con compañeros de ruta que, sin embargo, acaba de encontrar y que habrá de abandonar muy pronto. Y, más aún, con com- pañeros de guerra o de evasión, de partido politico o de lucha social. Compartimos con todos los cristianos -mejor dicho, con todos los hombres del mundo- la comunidad del destino más total, la más profunda y decisiva, la de la salvación, o sea la del sentido divino del mundo; la comunidad de esperanza más alta, miis fuerte y más arrebatadora, la del Reino de Dios. NO la sentimos apenas, porque ella no es perceptible por los sentidos; pero, sin embargo, existe.

Por esta misma razón debemos hacer y hacemos el camino juntos: somos una sola y única Iglesia, que es el cuerpo terrenal de Cristo. No hay una Iglesia para cada raza o para cada nación, como no hay un Dios para cada nación o raza; si el cristianismo admite la realidad de ciertas Iglesias nacionales y llega a reco- nocer, en una misma ciudad, jurisdicciones y ritos distintos según la filiación étnica (en Alejandria y en Jerusalén, por ejemplo), lo hace para respetar lo que existe de humano en la obra de Dios. Tuvo raz6n San Pablo al decir que en el Cuerpo místico de Cristo ya no hay distinción de judio ni griego, de esclavo ni hombre libre1; y luego aún: de varón ni hembra, palabras que nos dan el sentido exacto de esta afirmación. Jesús ha dicho que en el cielo no habria más relaci6n de marido y mujer 2 ; y ha dicho igualmente a este respecto que habria en la tierra, entre los cristianos, ciertas antici-

.

1. Gal., III, 28. 2. Mt., XXII, 30. . ,

paciones a modo de parábolas de su Reino l. Si la Iglesia se hallara totalmente desprovista de carácter humano, no habría en ella distinción alguna entre hombre y mujer, entre griego y judío; mas en este mundo, no puede liberarse por completo de ias diferencias huma- nas. Además, constituye para la Iglesia una manera de afirmar su trascendencia frente a esta diversidad el hablar griego en Grecia y habe o copto en Egipto: pero ella no es en sí misma «ni latina, ni griega, ni eslava, 2 .

La adaptación a los pueblos y a las razas es también para la Iglesia un medio de realizar su programa de unificar a todos en Jesucristo y la condición esencial de su cato- licidad. Pero en modo alguno significa que existan una Iglesia o una verdad nórdica o eslava. En ningún caso, esa adaptacidn a lo humano debe convertirse en sumi- sión al egoísmo orgulloso y particularista, o sea en una traición al Evangelio. Por todo lo que el Evangelio nos dice de Jesucristo, nos parece evidente que, si éste supiera que en algún lugar existían iglesias de negros, con prohibición de entrada para los blancos, allá iria a celebrar la misa, y en Pretoria o en la ciudad del Cabo subiría a los compartimentos reservados a los indios ...

Sin ninguna duda, la Iglesia católica ha sido gene- ralmente fiel al programa del Evangelio, pues los profetas del racismo nazi, como H. St. Chamberlain o Alfred Rosenberg, hubieron de lanzar contra ella, en las páginas de sus libros, la acusación de haber destruido

. todos los organismos nacionales y todas las culturas originales. EI ideal de la Iglesia, dicen los nazis, es el de uniformar el universo en el marco unitario de una euolklose Weltkirche,. ¡Y, en particular se la inculpa de haberse opuesto siempre al genio nórdico y germánico!

EL RACISMO NIEGA EL ESPIRITUALISMO CRISTIANO

La encíclica Mit brennender Sorge, de 14 de marzo de 1937, acusaba ai racismo nazi de hacer de la sangre la única base y norma de la conducta del hombres. Es cierto que los teóricos del racismo nórdico recurrían a elementos de orden psicoldgico y moral, como el valor,

1. Mt.. XIX. 12. 2. Benedicto XV, Motu proprio Dei proufdentis. de 1.0 de mayo de 1917. 3. A c ~ Q , 1937, 158.

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el honor, el espíritu de iniciativa, de fidelidad. Es incluso muy significativo el hecho de que los teóricos del racismo (Gobineau, Chamberlain, Rosenberg, Darré) no pudieran nunca definir lo que ellos llamaban raza sin servirse de esos elementos y sin crear arbitrariamente una especie de tipo ideal muy alejado de la comprobación positiva y de los hechos históricos. Asi, un mismo personaje se incluía ya en un grupo racial ya en otro, invocando razones que nada tenían que ver con la genética, pues eran puramente ideológicas: Luis XIV, por ejemplo, era calificado de antigermánico cuando expulsaba a los pro- testantes; pero era echter Germane cuando defendía las prerrogativas de Ia Iglesia galicana ... Sin embargo, el racismo es materialista al considerar las realidades supe- riores como el arte, la cultura, el derecho e incluso la religión, como una expresión de impulsos o exigencias de la «sangre», es decir de factores genéticos. Todos recordamos aún estas fórmulas: «el arte es siempre producto de una sangre determinada) ; «toda cultura auténtica es la forma que toma, en la conciencia, el elemento vital vegetativ0 de una raza, (Rosenberg). Y luego estas abominables blasfemias : «El derecho es para nosotros Únicamente aquello que sirve al honor alemán,; «el derecho es lo que sirve al Volk % ; «la fe depende intimamente de la raza, (W. Hauer, etc.). Tampoco hemos olvidado las consecüëncias trágicas de esas ideas: la creación, por el III Reich, de una nueva forma de jurisdicción, el juicio que se funda sobre la apreciación instintiva de lo que exige el bien del pueblo antes que sobre una ley definida (decreto del 28 de junio de 1935), el intento de definir y de crear una religión nbrdica, por último, el antisemitismo bárbaro cuya obra fué Auschwitz, el más grande de los crímenes de la historia humana.

Ninguno de los paises que admiten en la actualidad discriminaciones raciales profesa semejantes aberra- ciones. Más adelante, en nuestro estudio, habremos de justificar la discriminación en ciertos aspectos; pero no por motivos de raza. Puede ser legítimo, aun cuando sea muy discutible y se preste a muchos abusos, que se aplique en el mismo país un sistema penal a los euro- peos, entre los cuales se han eliminado desde hace

1. Palabra que signiflca a la vez upueblos y traza».

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tiempo ciertas penas corporales, y otro a los aborígenes, entre los que todavía esas penas son de uso corriente. Pero, 1." en ningún caso un acto puede estimarse como bueno para un grupo de hombres cuando el conjunto de la humanidad lo considera criminal para otro; 2." podrá aceptarse una discriminación invocando una situación histórica de hecho, pero nunca por motivo de una dife- rencia puramente racial.

Será permitido, por ejemplo, establecer limitaciones estrictas en las condiciones de residencia a los gitanos, porque representan un grupo social determinado, con un modo de vida o una conducta especiales, pero no porque tengan un tipo físico diferente o antecedentes raciales distintos. En ciertas ocasiones, puede ser dificil establecer esa distinción, pero la diferencia es real y de la mayor importancia.

Se trata del principio puro que da legitimidad al cabo a todas las leyes. Si el legislador humano niega algo ante una conducta determinada o ante la falta de cierta aptitud -o si el poder eclesiástico, por ejemplo, niega la comunión a un hombre porque se presenta incorrec- tamente vestido o por pertenecer a una secta conde- nada- impide el ejercicio de un derecho que es de su competencia reglamentar; en cambio, si niega algo a un hombre por el color de su piel, usurpa la dignidad del legislador divino atribuyéndose una autoridad que no le compete. Porque el hombre no puede tener autoridad en un dominio en el que no es autor; el poder humano tiene autoridad en los bienes sociales producidos por la industria humana, cuyo uso común reglamenta, pero no en lo que atañe a los derechos inherentes a la naturaleza humana elemental, la que no ha sido creada por el hombre. Esos derechos corresponden al Creador, y por eso la Iglesia está encargada de su custodia y, aunque reconoce al Estado, en su dominio, una competencia fundada en la voluntad de Dios, la Iglesia ha declarado siempre nulas en derecho las medidas legislativas que invaden la jurisdicción del derecho natural, de la perso- nalidad humana o de la familia, más antiguo y más hondo que el derecho de la sociedadl.

En cuanto a la religión, subordinarla a una raza es una aberracidn que los teóricos del racismo nórdico sólo

9. Cf. Ylt brennender Sorge, pdgs. 159-1813.

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pudieron mantener creando, arbitrariamente y en opo- sición a los documentos más irrefutables, el mito de una treligión aria,, interior y mística, en contraposición a una fantasmagórica ereligión semita,, hecha de sumi- sión exterior y servilismo. El hombre no es mistico o ateo, moralmente bueno o malo según la sangre que corra por sus venas, sino por su fidelidad a un instinto espiritual que Dios ha puesto en su misma naturaleza y según la respuesta personal que quiera dar a la VOZ de Dios ya sea en el interior de su conciencia, ya sea en el exterior, en la predicación apostólica.

En la Biblia aparece repetidas veces la afirmación de que la religión judeocristiana no viene de la carne ni de la sangre, sino de una doble iniciativa de Dios: una, fuera de nosotros, al dirigirnos su Palabra; otra, en nuestro interior, al inclinarnos hacia esa Palabra por la obediencia de la fe. Toda esa religión tiene sus comienzos en la vocación y en la fe de Abraham, llamada a <sepa- rarse de su familia y de sus parientes, l. Más adelante demostraremos que, a pesar de una apariencia superficial de vinculación a una raza, el Antiguo Testamento se mantuvo en realidad fiel a esa inspiración. En todo caso, esto es lo que afirma con la mayor claridad el Nuevo Testamento. La comunidn con Dios no depende del lugar de nacimiento ni de ninguna relación carnal, proclama Jesús, ni siquiera de ia situación, única y bendita entre todas, de ser su madre2, sino tan sólo de la fe con que cada hombre acoge en su corazón la palabra que se le ha dirigido. Así se repite sin cesar esta afirmación de que no es la sangre ni la carne lo que nos acerca a Dios, sino la obediencia a su voz en nuestro Fuero internoa. Esta es la razón por la que cualquier hombre y cualquier raza pueden entrar, por medio de Cristo, en la cornunibn de Dios, que es la Iglesia. Y, en efecto, la Iglesia tiene visiblemente en su seno (que es el seno de Abraham) hombres de todas las razas: la visión del Apocalipsis (VII, 9>, que consagra las profecías del Antiguo Testa- mento, es una visión que puede alegrar ya nuestros ojos terrenales.

1. Gen., XII, 1.

3. Cf. Jn., I, 13; Mt.. XVI, 17; 1 Cor., XV. 50; Cai., I, 16; EP., VI, 12. 2. Cf. Le., XI, 27-28; Mt., XII, 46-50.

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EL RACISMO ES UNA PSEUDORRELIGION

El papa Pío XI ha proclamado con palabras elocuentes y verdaderamente proféticas que, al reducir a los térmi- nos de la raza los grandes principios del cristianismo, el racismo los desvirtuaba profundamente y se convertía en una pseudorreligidn en todas las nociones de revela- ción, fe, inmortalidad, pecado original, redención y cruz, humildad y gracia 1. Si existe en el cristianismo un misterio de la sangre y una solidaridad de la sangre, no son los de una raza opuesta a otras razas, sino de la totalidad de los hombres unidos en la herencia del pecado que viene desde nuestros primeros padres y en la herencia de la Redención ganada por la sangre de Cristo 2. Cada vez que se proclama la santidad absoluta de una raza -o de una clase social- se la reviste de 10s atributos de la Iglesia o del Cuerpo místico de Jesu- cristo. Muy fácilmente se puede probarlo hojeando las publicaciones racistas o ciertos libros al servicio de una clase social. Se afirma en ellos que un hombre es justo, inocente, que se salva y llega a la verdadera libertad, que hereda los más altos bienes y entra en una especie de comunión con los santos, por pertenecer a una raza o a una clase determinadas. Pero esto se realiza siempre con exclusión de los demás, contra los cuales es permi- tido y aún laudable hacer la guerra para la que se consideran buenos todos los medios.

La verdadera Iglesia, el verdadero Cuerpo místico están abiertos a todos los hombres: su combate es espiritual y sólo admite armas de luz; su ley es el amor universal y misericordioso que proviene del corazón de Dios.

EL RACISMO TIENE CONSECUENCIAS DESASTROSAS PARA EL CRISTIANISMO

Todos los racismos, no sólo el racismo teórico y absoluto, sino también el racismo práctico y relativamente mode- rado, tienen consecuencias desastrosas para el espíritu y la letra del cristianismo.

1. MI1 brennender Sorge, paga. 156-158. a. Discurso del cardenal Van Roey, arzobispo de Malinas. 1938.

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Racismo y eugenesia. La Iglesia católica no reprueba toda eugenesia, pero ha adoptado una posición decidida y severa contra las formas de eugenesia que no respetan el valor absoluto de la vida humana y tratan al hombre como una simple especie animal, como un elemento de zootecnia. No seria del todo leal, ni muy inteligente, presentar sus inter- venciones y sus prohibiciones en este dominio sin rela- cionarlas con los principios generales que las explican. Sin embargo, así es como procede, por ejemplo, un autor como Paul Blanshard. La Iglesia no trata de prohibir de ninguna manera toda investigación y toda práctica eugenésicas. Tiene una concepción propia, inspirada en su firme decisión de no tratar las cosas humanas como meras realidades físicas y de no separarlas de la calidad, de la vocación y de las facultades espirituales del hombre. La Iglesia inculca a éste la responsabilidad de sus actos, la dignidad de la vida sexual y de la procreación, el valor superior de las virtudes sobrenaturales. Mantiene que, incluso en lo que posee de animalidad, el hombre no es un animal; su sensibilidad -uno de sus atributos orgá- nicos- no es una sensibilidad de animal, sino de hombre, subordinada a sus fines humanos y espirituales.

Esta verdad es olvidada no sólo por el racismo, sino también por esa eugenesia inconscientemente materia- lista inspirada por los sentimientos de raza a una socie- dad que, desprovista del valor que suelen conceder una vitalidad plena y las disciplinas de la salud, siente amenazado su porvenir.

La oposición de la Iglesia católica frente a la esterili- zación no se ha afirmado plenamente sino después de cierto tiempo. Sin duda alguna, éste constituye uno de los puntos que podrian ilustrar la idea formulada por un jurisconsulto corno G.R. Renard del «derecho natural con un contenido progresivoB. También nosotros hemos dicho anteriormente que la tdoctrina social de la Iglesia, es de esta índole y que sólo se desarrolla progresiva- mente, por reacción de un sentido cristiano, basado en principios permanentes, ante los hechos de la historia, y en condiciones determinadas. En su etapa actual, esa doctrina, sancionada por el magisterio ordinario 1, puede resumirse del modo siguiente :

1. Principales documentos : Enciclica Casti connubii, del 31 de diciembre

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1. Toda persona no tiene derecho a hacerse practicar la esterilización sino para salvar su vida y no, por ejemplo, para poder gozar de los placeres de la carne evitando la procreación. Por consiguiente, las legisla- ciones que impusieran la esterilización a reserva úni- camente del consentimiento del interesado no cumpli- rían con lo que exige la Iglesia en nombre de derecho natural.

2. Toda persona tiene derecho a renunciar libremente a hacer uso de su poder de procreación y puede incluso tener el deber moral de hacerlo (profesión de celibato o de virginidad, deber de limitar el número de nacimientos, responsabilidad que entraña la trans- misión de taras hereditarias).

3. La. sociedad (el Estado) se atribuye el derecho de practicar esta mutilación como sanción de ciertos delitos muy graves y quiz5 aún como medida preven- tiva de reincidencias criminales. La encíclica Casti connubii no se pronuncia sobre este punto. El pro- greso de las ideas morales parece eliminar esta prác- tica, definitivamente, de la legislación de los países civilizados. Ciertos autores católicos (por ejemplo, el P. Agapito Marin de Sobradillo) estiman que el Es- tado podría excluir a ciertos individuos del derecho al matrimonio y a la procreación, cuando así lo exija el bien común. Otros se oponen absolutamente a ello 1.

4. El Esfado no tiene el derecho de privar a un individuo de su potencia de procreación para obtener simples bienes materiales eugenésicos, pero tiene el derecho de aislar a los individuos enfermos que podrían trans- mitir graves taras a sus descendientes.

5. La verdadera eugenesia es inseparable de la solución de la cuestión social (problema de la vivienda, alcoholismo, prostitución, miseria), del respeto gene- ~-

de 1930 (Acta Ap. Sedis. 1930, págs. 502 y s.), y Decreto del Santo Oficio, de 21 de marzo de 1931 (Acta A p . Jedis, 1931, págs. 118-119); Reacciones de los catdlicos alemanes e italianos (cf. Documentation catholique, París, t. 30 (1933), coi. 683-699, 817-828 y 31 (1934), 430- 431); Decreto dei Santo Oficio, por el que se prohibe la esterilización «directa», es decir, como fin en si misma, y no, por ejemplo, como medio de salvar la vida de un hombre, 24 de febrero de 1940 (Acta A p . Sedis, 32 (1940), pág. 73); Decreto dei Santo Oficio del 2 de diciembre de 1940, por el que se condena el homicidio por eugenesia

1. L'Osseruatore Romano dei 13 de agosto de 1933. (Acta A p . Sadis, 32 (1940), pág. 533).

ral de la moral, de la formación de un sentido de responsabilidad y previsión y de una legislación sanitaria positiva (especialmente en favor de los hijos que no han heredado las taras de sus padres, a pesar de ser éstos degenerados o enfermos) y la difusión de los deportes. La posición católica es una solución de conjunto. No impone determinadas prohibiciones sin ofrecer al mismo tiempo medios positivos de vida sana. Sin más que observar la Ley de Dios, se conseguirían muchos de los fines que persigue la eugenesia.

La negacidn del amor al prdjimo.

Todo racismo, por limitado que sea, se opone a la esencia misma del cristianismo -que es la caridad- y niega la noción de *prójimo,, nombre con que se designa a los demás en el lenguaje cristiano, que es el de la caridad igualmente.

Bien conocida es la escena en que, después de haber enunciado la ley del amor, un doctor de la ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: aiY quién es mi pró- jimo?, Jesús respondió: cBajaba un hombre de Jeru- salén a Jericó, y cayó en manos de los salteadores de caminos, quienes le dejaron medio muerto. Llegó a ese lugar un sacerdote, y aunque le vi&, pasó de largo. Igual cosa hizo un levita. Pero un samaritano que pasaba, a su vez, se inclinó sobre la víctima y vendó sus heridas. ¿Quién de estos tres,. concluyó Jesús, *te parece haber sido el prbjimo del hombre que cayó en manos de los salteadores?, El doctor de la ley respondió: aAquél que ejercitó con él la misericordia 1,. Infinita es la profun- didad de estas palabras. Jescs no quiso decir, natural- mente, que debemos amar a nuestro prójimo porque haya dado pruebas de bondad hacia nosotros: explicita- mente condenó esta actitud como propia de paganos, y no de los discípulos llamados a imitar al Padre Celestial que hace alzarse el sol sobre buenos y malosz. Es indudable que Jesús ha querido enseñarnos, sobre todo, que nuestro prójimo es el hombre que Dios pone sobre nuestro camino; no el amigo que hemos elegido: sino el

1. Lc.. X, 25-37. 2. Mt., V, 43-48.

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desconocido que encontramos y con el que tropezamos sin poderlo evitar, y que Dios propone a nuestro amor. Más aún, en su parábola Jesús obliga al doctor de la ley a reconocer que su.prójimo no es el sacerdote ni el levita, es decir, un hombre de su grupo o de su clase, de su mundo o de su raza, sino un samaritano, hombre de sangre impura al que se despreciaba y con quien se evitaba tener relación 1. En realidad, el prójimo no es la persona más cercana a nosotros por la sangre, por las afinidades o por la pertenencia a un mismo grupo, sino la que se nos aproxima por un amor puramente mise- ricordioso y desinteresado. He aquí la raz6n por la cual, en lenguaje cristiano, los demás hombres se llaman uel próximo, o prójimo.

Por el contrario, el prejuicio racial, y más aún el racismo transformado en teoria, implica, en vez del amor, el desprecio a los demás, la desconfianza hacia ellos. El colonizador, en su aspecto desfavorable, ha podido ser caracterizado por una falta de comprensión de los otros hombres2. El racista aplica a todo, lleván- dola hasta el paroxismo, una mentalidad de colonizador. Y como nada hay más apasionado ni más irreflexivo que el prejuicio de un grupo contra otro y como es tan fácil ligar el desprecio o el prejuicio a cualquier detalle del aspecto físico o del comportamiento exterior de los demás, pronto se convierte el racista en esclavo de un verdado complejo que destruye en él hasta las mismas raíces de la caridad. San Juan, el apóstol del amor, nos dice: uQuien odia a su hermano es un homicida3,. Y ésta es una gran verdad. Es imposible odiar a un hombre, o simplemente menospreciarlo, sin que llegue- mos a pensar un día: useres como éste no deberían existir,. Ahora bien, el genial Dostoievski nos ha demos- trado, en la figura de Smerdiakov de los Hermanos Karamazof, que un pensamiento de esta índole es el principio de un asesinato.

Ei antisemitismo.

EI prejuicio racial, y sobre todo el racismo teórico, conducen casi siempre al antisemitismo. Ésta es la

1. Jn., IV. 2. O. Mannoni, Psychologie de la colonisation. Paris, Ed. du Seuil, 1950. 3. Jn., III, 15.

segunda forma en que se opone a la esencia misma del cristianismo.

También en este caso los acontecimientos han depa- rado a la Iglesia y a numerosos cristianos, entre los cuales nos contamos, la ocasión de precisar, de profun- dizar y de poner en claro el sentido íntimo y las conse- cuencias de sus principios doctrinales. N. Berdiaeff decía ya con razón en 1938: «Las formas que actualmente adopta la persecución de los judíos conducen, desde el punto de vista cristiano, a una condenacih definitiva del antisemitismo. Este hecho es un factor positivo del racismo nazi.» Los infinitos padecimientos de Israel parecen haber sido como una misteriosa condición para llegar a una visión más clara de lo que representa ese pueblo en la economía providencial y para realizar un nuevo descubrimiento, fecundo y aclarador, de lo que significa el Antiguo Testamento para el propio cristia- nismo. Ya la Iglesia de la antigüedad, tan cercana aún de sus orígenes, tenía clara conciencia de ser el «Nuevo Israel» que «realizaba» el Antiguo y no podía renegar nada de este Último. Hecho aún más notable si se recuerda que en aquella época la Iglesia cristiana afir- maba sus principios contra la Sinagoga y discutía con los judíos. Pero cuando Marcio quiso conservar sólo un Nuevo Testamento del que se hubiera eliminado todo elemento del Antiguo, la Iglesia le expulsó de su seno, afirmando así su profunda convicción de que no podría ser la Iglesia de Cristo sino en la continuidad de la tradición de Israel. Este es el motivo también por el cual las tentativas del racismo nórdico para oponer una religión «aria», interior y mística, a la religión «semita, de un Dios creador y dominador, no podían ser acogidas por la Iglesia, sino como una absurda invención. «Espiritualmente, somos semitas,, dijo Pío XI a un grupo de peregrinos belgas el 6 de septiembre de 1938.

Para un cristiano, ser antisemita es negar práctica- mente que Israel sea un pueblo como los demás y lleve siempre en sí, como una elección divina, la dolorosa contradicción de ser todavía el Israel de Dios, pero no el «verdadero Israel». No se trata en este caso sencilla- mente de esa falta contra la caridad de que antes hemos hablado; más bien se trata de un elemento propio de Israel que se encuentra también en la esencia del cristianismo. En la segunda parte del presente estudio

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hemos de ver los problemas concretos, de orden socio- 16gico y politico, que plantea a las naciones, tanto a las cristianas como a las demás, la presencia de una comu- nidad judía en el seno mismo de los países donde los elepentos de esa comunidad se hallan dispersos. Son problemas reales, aunque muchas veces exagerados y complicados por una falta lamentable de serenidad e incluso de objetividad. Pero sería un error limitarse a esos problemas y ver en la comunidad hebraica Única- mente a los judios, y no a Israel, como lo exige una distinción de términos que ya se encuentra en la Biblia *. Se suele incurrir en dos errores gravísimos, el primero consiste en no ver el problema espiritual o en ocultarlo o hacerlo desaparecer totalmente en el problema humano, sociológico o politico; el segundo, en tratar incluso ese problema humano desde un punto de vista puramente físico, es decir no humano y sobre todo no cristiano. «La existencia de los judíos en un país puede plantear un problema o diversos problemas. Pero en ningún caso tiene un cristiano el derecho de enjuiciar esos problemas con una mentalidad antisemita z . ~

Al limitar el misterio de Israel al problema sociológico o político del judío (problema ya de por si mal plan- teado), se expondrían los cristianos a reducir el catoli- cismo a una doctrina sociológica, a una religión- de carácter social. Este peligro se ha manifestado con suficiente claridad en la actitud de Ch. Maurras. Elimi- nado el «peligro judío,, por un tratamiento puramente político, resulta que el mismo cristianismo pierde su *virulencia%. Porque la savia profética que vive en la Iglesia tiene sus raíces en el pueblo de la espera y de la promesa, el pueblo del mesianismo y de la escatología, e1 pueblo «que introdujo en la conciencia humana la noción de lo hist6ricoD (N. Berdiaeff). Es muy de lamentar en cierto sentido que Israel, al no corresponder

aHebreo, es un nombre puramente etnol6gico (acaminantes). aJudio», que viene de aJudea, Judas,, designa al pueblo como entidad puramente humana y terrestre. Las Escrituras y los textos profanos emplean esta palabra cuando se habla de los judíos como pueblo político, o como comerciantes, etc.; en el Evangilio de San Juan, el ujudio» es el que ha rechazado a Jesús. aIsraelita, designa al pueblo judio como realidad religiosa, pueblo de la Revelación y de la Alianza (cf. von Rad y Gutbrod, art. Israel, en el Wörterburch de Kittel, t. III. especialmente pbgs. 357 y s., 378 y s . ) . Y. de Montcheuil, en L’EgZisc e t l e monde actuel, diciembre de 1940, phg. 106.

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a su elección en Cristo. haya dado -por decirlo asi- un sentido laico a su vocación propia, contenida en el fermento profético. fisa es la razón por la que un Karl Marx, a pesar de las acerbas críticas que formula contra el judaismo del dinero, sigue siendo profundamente judío; y ése también es el motivo por el cual, en la acción de los judíos hay frecuentemente algo de revoluciona- rio e inquietante. Pero la auténtica vocación de los judíos es la de sentirse destinados para las naciones -pars pro toto, aminoria al servicio de una mayoría, (J. Weill). Aun en el plano humano de la historia, es imposible comprender a los judíos fuera de esta perspec- tiva.

Con mayor razón no se puede alcanzar y conservar la esencia del cristianismo si no respetamos en él sus raíces judias y si en esos fragmentos infieles de Israel dispersos ahora en el seno de los demhs pueblos no vemos los restos del Vaso de elección que nos ha transmitido los más altos dones de Dios.

/LA BIBLIA ES ACASO RACISTA?

Pero ¿no han sido los mismos judios los primeros racistas? ¿No encontramos en la Biblia una bendición para ellos y maldiciones contra las demás razas en cuanto tales?

Hay que volver asi a examinar las afirmaciones raciales de las Escrituras y el contenido de racismo que hay en el hecho de que Israel sea el «pueblo elegido,. No hay discusión sobre un punto primordial : se trata, sin duda, de la elección de un pueblo, pero esta elección no tiene, ni por su contenido ni por su signi- ficación, carácter racista. No hay que olvidar, por otra parte, que la religión de Israel se diferencia profunda- mente de la de otros pueblos con los cuales, sin embargo, formaba una sola comunidad racial, y esto reduce a arbitraria construccibn de ingenio la tesis nazista que liga estrechamente raza y religión y establece entre ambas una correspondencia rigurosa. Israel fué elegido como pueblo porque es designio de Dios congregar a todos los hombres en un sólo pueblo espiritual, la Iglesia, para salvarlos y llevarlos a su comunión, no aislada- mente los unos de los otros, sino en común. Así, el

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pueblo de Israel fué elegido en representación de todos y para todos, pars pro toto. La elección se limita en un principio a un pueblo porque Dios parece complacerse en dar primero a uno sólo o a unos pocos lo que destina a todos, con el fin de integrar en su plan de misericordia universal los esfuerzos y las aportaciones de los hombres en el transcurso de la historia. También lo hace así para proteger la plantación y el primer brote del germen de la verdadera religi'ón, antes de exponerlo a todos los vientos de la cultura mundial.

Las Escrituras prueban en la forma más explícita que la elección no tuvo sentido racista y que el cpueblo elegido, de que nos habla la Biblia nada tiene que ver con una raza noble o con un Herrenuolk. Estas Escrituras nos dicen precisamente que Israel no fué escogido por sus cualidades superiores -los griegos lo hubieran merecido mucho mhs en ese caso- sino, al contrario, porque no las poseíanl. Este sentido de la elección divina lo subrayan todos los libros de la Biblia, cuando nos refieren cómo Dios se complace sin cesar en imprimir a los acontecimientos una direcci6n inesperada, en escoger fortuitamente a los hermanos menores en lugar de los mayores - c o m o en la historia de Caín y Abel, de Jacob y de Esail, de Efraín y de Manasés, de David-, o en preferir que las madres de los elegidos de su pueblo, sean mujeres estériles: Sara; Rebeca, madre de Sans6n; Ana, madre de Samiel; Isabel, madre del Bautista. De esta manera nada tiene el (pueblo elegido, de raza privilegiada ni excepcionalmente dotada : su elección no tiene sentido racista.

Tampoco lo es el contenido de la elección. Desde un principio y constantemente, Israel es el pueblo escogido para la humanidad entera para ser mediador de una Revelacih destinada a todos. La idea de Dios que se afirma en la Biblia difiere Profundamente, por un rasgo característico, de la que encontramos en los demás pueblos que rodean a Israel: Jehová no es el Dios de un pueblo determinado, ligado como los dioses parti- culares a un grupo de hombres. Es el Creador de toda,s las cosas y no hay más Dios que El. Esta es la raz6n por la que tampoco está vinculado a un lugar preciso, a una montaña, por ejemplo, a una fuente o a un

1. Vdase Deut., VII, 7 ; X, 14-15; Ez., XVI, 3-15; 1 Cor., I, 27.

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santuario particular. Así lo indicaron con toda claridad San Esteban, en su discurso ante el Sanhedrin, y San Pablo, en las palabras que pronunció ante el Areópago 1.

Todo eso nos lleva a precisar el sentido de los dos pasajes de la Biblia en que se habla de la división de las razas: la descendencia de Noé y la Torre de Babelz. M. W. Zimmerlis, autor de un reciente estudio sobre el relato de los orígenes, ha observado que estos dos episodios se completan mutuamente. Aquel que expone la diversidad de los pueblos descendientes de Noé pre- senta el aspecto afortunado y positivo de esta diversidad: una descendencia numerosa es un bien. La Biblia no dice nada de los negros como «hijos malditos de Cam, ; los autores teocráticos que, como Joseph de Maistre, han pretendido ver en la Biblia lo que Dios pensaba de la historia de su época, y sobre todo los que, como ciertos anglosajones de los siglos XVIII y XIX, justificaban la trata de negros con la Biblia, han incurrido en la más absurda de las contradicciones, dando al texto sagrado un sentido que nunca tuvo. No hay en las Escrituras ninguna maldición contra ninguna raza como tal.

Desde el punto de vista de la Revelación bíblica, lo normal es la unidad del género humano y, en todo caso, su armonía pacífica. Si existe entre los hombres una diversidad que llega a ser oposición, imposibilidad de entenderse, se trata de una anomalia que es necesario explicar. La Biblia da la explicacibn en el episodio etiológico de la Torre de Babel, donde se .presenta un aspecto nefasto de la diversidad -la cual en si misma es indiferente y más bien feliz- de razas, pueblos y lenguas. Según ese relato, la unidad racial, política y lingüística de la humanidad no tiene nada de censurable. Dios no se opone a ella sino cuando se halla inspirada por el propósito orgulloso de sustraerse a su soberania. E. König, que ha observado este hecho 4, señala también 5

que ninguna otra literatura de la antigüedad proclama la unidad del género humano con la misma insistencia que la Biblia. Demuestra este autor que desde el

1. Hechos, VI1 y XVII, 22 y s . 2. Gen., X, 1, XI. 9. 3. I Mose, 1-11. Die Urgeschichte, Zurich, 1943; especialmente t. II, págs.

170-235. 4. Theologie des Alten Testaments (pár. 13, Stuttgart, 1922 págs. 63-54). 5. Ibid., pág. 51. 6 . Zbfd., y p8r. 77, págs. 259-269.

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momento de la creación de Adán, la Biblia presenta un plan de Dios y una historia de salvaci'ón pata toda la humanidad. Incluso después del pecado, Dios se abstiene de aniquilar al género humano; le da pruebas de su amor y ciertos medios de conocerlo, y se compromete, como por una alianza, a asegurarle su benevolencia y los dones de la naturaleza. Aun cuando el orgullo de los hombres ha provocado la maldición de Babel, Dios, transfiriendo su plan de gracia a una familia y a un pueblo por la elección de Abraham, no deja de procla- mar explícitamente, desde un principio, el fin universal que persigue: tBenditas serán en tí todas las naciones de la tierra.>

Este plan universalista se halla presente siempre en la historia de IsraeI. Antes de que los gentiles entraran en la Iglesia y de que la confusión de Babel quedara repa- rada por el milagro de Pentecostés, había en Israel como una anticipación y una promesa de salvación universal por la que se asimilaron al pueblo de Dios individuos étnicamente distintos : Rahab, cortesana de Jericó; Abimelech, hijo de Gedeón y de una cananea; Ruth, la moabita, que figura entre los ascendientes de Jesíis y otros que, en gran número y sin gloria, fueron admitidos a la comuni'ón religiosa de Israel como prosélitos (palabra que, dicho sea de paso,-es propia de la lengua bíblica, lo cual no deja de ser significativo) l. ,yC.ómo podríamos dejar de recordar aquí los magníficos textos universalistas que abundan en los Salmos y en los Pro- €etas después del destierro? Sería imposible citarlos, pero merecen leerse*. Para la Biblia, todos los pueblos son culpables, pero todos pueden obtener el perddn de Dios y todos vendrán a fil.

Pero las Escrituras prescriben también la extermina- ción de miembros de otras razas, e incluso de otras razas en gener al... En los mil años que transcurren desde la orden de exterminar a los madianitas, a los cananeos, etc. - c o m o puede verse en el Libro de los Números, en el Deuteronomio o en el Libro de Josué- hasta las medi- das similares dictadas por Esdras después del destierro, fué derramada mucha sangre. Pero es indudable, y los

1. Véase Exodo, XII, 48-49. 2. Véase Isa., XI, 9; XIV, 1-2; XIX, 19-25; XLIX. 18-23; LII, 1 0 y Sig.;

LVI, 1-8; LXVI, 18-21; Sal., 2, 7-8; 22, 27-28; 65, 32; 77, 1-2; 72, 8-11; 86, 6-10; 96, 5, 7, 10; 98, 8-7; Zac., II, 15; 8, 20-24; XIV, 20-21; Joel, III, 1-2; Mal., I, 11, etc.

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textos sagrados lo dicen explícitamente, que nunca fueron condenados a la destrucción pueblos o mujeres extraños a Israel por una discriminación racial pro- piamente dicha, sino por peligro o actos de idolatria'. Y no fué tampoco un prejuicio racial lo que di6 origen a tantas medidas de protección aplicadas a la descen- dencia de los patriarcas, y más tarde a la de Judá, sino el cuidado de cumplir fielmente el designio de Dios que, desde Abraham hasta María, pasando por Judá y David, trataba de asegurar la realización de las promesas mesiánicas.

Seria, pues, totalmente falso interpretar el Antiguo Testamento en términos de razas y sobre todo de racismo. Incluso después del advenimiento del cristia- nismo, el judaísmo, disperso y no obstante siempre indi- visible, no ha interpretado nunca su posición en términos de raza. Puede haber en este sentido una tendencia espontánea y vulgar, que acaso se ha afianzado en la medida en que los mismos judíos han dado carácter laico a la idea de su pueblo y, como ya hemos explicado anteriormente, han demostrado ser más «judíos, que <israelitas,. Aun en ciertos textos del Talmud, el uni- versalismo desaparece prácticamente en algunos pasajes y se considera la eleccih de Israel únicamente para ese pueblo y no para toda la humanidad. Mas esto no llega a ser un racismo. En efecto, jamás se excluyó definiti- vamente a nadie de la comunidad de Israel porque no descendiera físicamente de Abraham. No sólo fueron acogidos en esta comunidad hombres de origen ario, sino grupos étnicos enteros (los khazars del Volga infe- rior, desde el siglo IX al siglo XI, en que fueron aniqui- lados; los bereberes judaizantes de Africa del Norte). Pero sucede con frecuencia que un grupo, tratado con un criterio racial, adquiere una conciencia de raza y reacciona en consecuencia: se ha observado este fenó- meno entre los negros en más de una región de Africa. Sin duda que los judíos han seguido en ciertas ocasiones un camino semejante; pero aun así, no se les puede considerar en todo caso como los primeros racistas.

1. NQmero XXV, 5; Deut. IX, Esdr., 1X. 1 y B.

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ACTITUDES CONCRErAS DE LA IGLENSIA ANTE LOS HECHOS RANCIALES

EL PUNTO DE VISTA RACIAL SE OPONE A LA T R A D I C I ~ N C A T ~ L I C A

El cristianismo llevaba en sus mismos principios la negación del prejuicio de raza. Además, surgi6 y se difundió en sus comienzos en el mundo grecorromano y dentro de los confines del Imperio, que abarcaba razas de toda suerte y no profesaba ningún principio racial, como tantas veces lo han afirmado los racistas nórdicos modernos. El imperio de Augusto, la pax romana y el orbis romanus eran en absoluto independientes de la noción de raza. La filosofía estoica, en la que los latinos encontraron casi espontáneamente su ideal, proclamaba la unidad del género humano y una igualdad y una fraternidad de principio entre todos los hombres. Así, la Iglesia se mantuvo libre de los prejuicios de raza. Los Padres de la Iglesia se han complacido en subrayar ese milagro de la unidad cristiana, que reunia en la unanimidad a tantos hombres y pueblos diversos. cAqué1 que está en Roma sabe que los habitantes de la India son miembros de su Iglesia. qué sociedad podría compararse con esta? Y todos tienen un solo jefe, que es Cristo ... 1,

Cuando, al convertirse príncipes y pueblos, el cristia- nismo comenzó a existir no sólo espiritualmente como Iglesia, sino bajo la forma políticojurídica de «Repu- blica cristiana,, cuando la autoridad espiritual tuvo medios de acción social, la oposición de los cristianos a otros grupos de herejes o de infieles tomó muchas veces una forma de lucha y en ciertos casos de opresión. Recordemos las violencias de que fueron objeto los judíos en varias ocasiones, las guerras contra los árabes, las cruzadas contra el Islam, las guerras de los Caballeros Teutónicos contra1 baltos y eslavos, la lucha contra los

. .

1. San Juan Crisdstomo, San Agustin, etc.

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turcos ... Pero es sumanente notable que el sentimiento de raza no apareció nunca en esas luchas. No se esta- blecía la división en ese plano, sino en el plano espiritual de la fe, oponiendo la creencia verdadera a las creencias falsas1. No se luchaba contra el moro por ser «árabe» sino por ser infiel. Conviene recordar con este motivo que la famosa expresión «perfidia judaica, no tiene probablemente el sentido moral que sugiere su engañosa transcripción a las lenguas modernas, sino el sentido teológico y canónico -muy próximo a su etimología- de falta de fe o de negativa a creer 2.

No hemos de hacer aquí, ni aun sucintamente, una historia del antisemitisnio cristiano ; baste observar que, en la medida en que éste ha existido, obedecía a motivos unas veces económicos o psicológicos, las más de orden religioso, pero nunca consideraciones racistas.

Tampoco existía el sentimiento racial en la cristiandad en forma de patriotería nacionalista. Hoy día se precisan con mayor claridad los rasgos del sentimiento nacional, que aparecen desde la época de los carlovingios en Europa, pero se admira el universalismo de una Iglesia y de una cultura que hicieron del inglés Alexandre de Hales, del alemán Alberto el Grande y de los italianos Santo Tomás de Aquino y §an Buenaventura, en el siglo XIII, glorias de la Universidad de París; ese univer- salismo que permitió que «en el siglo XII la Sede Epis- copal de Canterbury fuera ocupada por un italiano, San Anselmo; la de Lincoln, por un saboyano, §an Hugo; la de Chartres por un inglés, Jean de Salisbury 3 » .

Por cierto, tal universalismo tuvo también aspectos negativos. La universalidad romana ha traído consigo a veces demasiada uniformidad, sumisión, ignorancia de legítimas particularidades nacionales. Diversos cismas encontraron terreno abonado en un sentimiento nacional, a veces casi racial, ignorado con excesiva frecuencia: así sucedi6 con los cismas africanos del siglo IV (dona- tistas, circuncelios) ; más tarde el sentimiento nacional

1. Cf. Fi. F. Bencdict., Hace and Racism. Londres, The Labour Rook Service, 1943, pág. 107.

2. Tenemos sobre este punto no só10 estudios científicos (E. Peterson, <perfidia judaica», en Ephemerides Liturgicae, 1936, págs. 296-311 ; J . 4 . (Esterreicher, uPro períldis Judaeis», en Theological Studies, marzo 1947, phgs. 80 y s . ) , sino también una declaretión de In Congre- gación de Ritos que autoriza las traducciones c~i i i f id~l idad~, cmegntivd a creer»: Acta A p . Sedis, 1943, p4g. 342.

3. Mons. Feltain, pastoral, 1952.

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checo eiieontrb expresión en cl movimiento Hermanos de Bohemia, en las reivindicaciones de los «utraquistas» (comunión en ambas especies) y en la acción de Juan Huss; análogamente, la reforma de Lutero tuvo por telón de fondo el sentimiento nacional alemán herido por las exacciones romanas y por la dominación humi- llante de los italianos. Todo ello nos demuestra que la Iglesia, al mismo tiempo quc afirma y realiza la unidad superior, debe tener en cuenta los hechos de naciona- lidad y, eventualmente, de raza. La justa medida está en la armonia entre el principio de universalidad y la realidad nacional 1. Probablemente, de haber existido una Iglesia bereber en Africa del Norte, el Islam hubiera tropezado con una resistencia más eficaz ...

Los pocos historiadores de la idea racista nos dicen unanimemente que «el prejuicio racista surgió con la colonización en el siglo XVI... y no es un fenómeno mani- festado de una sola vez. Porque no debe olvidarse que, para los hombres del siglo XVI, la incorporación al cris- tianismo, es decir, a la forma de civilización predomi- nante, impedía toda discriminación racial, 2. «European expansion overseas set the stage for racist dogmas and gave violent early expression to racial antipathies without propounding racism as a philosophy3.» Parece indudable que el prejiiicio racial está vinculado, en su origen y desarrollo, al imperialismo colonialista. Tiene este aserto una confirmación elocuente en la evolución de los sentimientos hacia los hombres de color, en Inglaterra, y especialmente hacia los negros. Hasta el siglo XVIII los negros vivían en Inglaterra como servi- dores, sujetos a un régimen paternal, sin suscitar nin- guna repulsión. Sólo apareció alli un sentimiento de desprecio hacia ellos en el siglo XIX, y aún en el siglo xx, al crecer la soberbia imperialista y el colonia- lismo 4 .

El prejuicio colonialista se afirmó con toda su vio- lencia entre ciertos españoles después del descubrimiento y conquista de América. Solórzano refiere, en De Zndin-

1. Cf. Fr. Dvornik, National Chiirches and the Churrh Universal, Wets-

2. Ch.-A. Julien, uLe racisme et l’Union francnise», rn Mondes d’orient,

3. R. F. Benedict, o p . cit., p4g. 111. 4. Cf. K. L. Little, Negroes in Britain. A S t u d y of Racial Relations in

minster. 1941.

números 9, 10, 11.

English Society. London. Kegan Paul, 194ß.

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rum jure, que muchos negaron a los indios la calidad de hombres porque, aun teniendo apariencia humana, les faltaba la inteligencia. Pedro Mártir de Anghiera, Francisco López de Cómara, Pedro Cieza de León, el milanés Girolamo Beiizoni, Antonio de Herrera, SimÓn Maiolus y el P. Gregorio García - e s t e último, hermano en religión, sin embargo, del admirable Las Casas- repitieron, durante el siglo XVI, una fórmula que les permitía mantener a los indios en aencomienda,, es decir, en una condición similar a la esclavitud. Fué entonces cuando advertido por el dominico Julio Garcés, obispo de Tlascala, el papa Paulo III publicó en mayo y junio de 1537 una serie de bulas que constituyen las primeras declaraciones del magisterio romano sobre las cuestiones raciales :

aHa llegado a nuestro conocimiento que nuestro amado hijo en Cristo, Carlos, emperador de los romanos y rey de Castilla y de León, ha publicado contra aquéllos que movidos por la codicia tratan a seres humanos con espiritu inhumano un edicto que prohibe a sus súbditos reducir a la esclavitud y privar de sus bienes a los indios occidentales y meridionales. Considerando que los indios, aunque se hallan fuera del seno de la Iglesia, no están privados ni deben ser privados de su libertad o de sus bienes, puesto que son hombres, y por ello capaces de fe y de salvación, y no deben ser reducidos a servi- dumbre, sino i n v i î a b s a 19 v- vida por la pre- dicación y por el ejemplo ... [a continuación figura una excomunión, reservada a la Sante Sede, para quienes reduzcan a los indios a la esclavitud o los despojen de sus bienes].

cEl enemigo del género humano ha sugerido a algunos de sus satélites la idea de difundir en el mundo la opi- ni6n de que los habitantes de las Indias occidentales y de los continentes australes, de cuya existencia no hemos tenido conocimiento sino en tiempos recientes, deben ser tratados como animales desprovistos de razón y utili- zados exclusivamente para nuestro provecho y servicio, con el pretexto de que no participan de la fe católica y son incapaces de aceptarla. Nos vicario indigno de Cristo Nuestro Señor hemos de consagrar todo nuestro esfuerzo a guardar el rebaño que Xos fué confiado y salvar las

1. Bula o breve Pastorate offleiurn dirigida al cardenal Juan de Tavern, arzobispo de Toledo, el 29 de mayo de 1538.

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ovejas descarriadas, Consideramos a los indios hombres verdaderos que no sólo pueden aceptar la fe cristiana, sino que aspiran a ella.

>Y, con el deseo de remediar el mal que se ha causado, Nos decidimos y declaramos por la presente Carta, cuya traducción deberá ser legalizada por cada párroco mediante su sello, que dichos indios, como todas las demás tribus de que, en el porvenir, tenga conocimiento la cristiandad, no deberán ser privados, aunque no sean cristianos, de su libertad ni de sus bienes, no obstante cualquier disposición que pudiera alegarse en contra y serán dueños de seguir gozando de éstos.

,Los indios y los demás pueblos que más tarde puedan aún ser descubiertos deben ser convertidos Úni- camente con la palabra de Dios y con el ejemplo de una conducta buena y santa 1.a

AI año siguiente, en sus lecciones sobre la templanza, y más tarde en 1539, en su De Indisz, el dominico Francisco de Vittoria declaraba que los indios eran hombres y que, por consiguiente, debía aplicárseles el mismo derecho natural que se aplicaba en España. En un mundo al que se abrían amplias perspectivas, ante el hecho nuevo de la convivencia de europeos y hombres de color, y ante las primeras pretensiones de un colo- nialismo duro y violento, la actitud de la Iglesia era muy clara: los indios, lo mismo que los negros o los amarillos, son hombres como los europeos. El derecho natural, la fe y la salvación no tienen fronteras de raza.

Por otra parte, la misma noción de «raza, no era explicita en esa época, sino más bien implícita. En el idioma francés del siglo XVII la palabra raza no tiene sino el sentido de <progenie,, de familia considerada en su continuidad física (Littré). Ha sido necesario, después de la edad misionera y mercantil de los grandes descu- brimientos, llegar a la época de los primeros estudios de etnología y de ciencia de las religiones y de los trabajos de zoologia del siglo XVIII para emplear la palabra raza aplicándola a pueblos enteros. Apenas había hecho su aparición la idea de raza en el dominio de las ciencias naturales, cuando ya se apoderaban de ella los filósofos en espera de que más tarde, después de la época román- - 1. Bula Sublimis Deus, del 2 de junio de 1537 (según otros, del U de

2. Edicidn Getino, Madrid, 1034. junio).

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tica, se sirvieran de ella los políticos. Voltaire la esgrime ya contra la idea rousseauniana de la unidad natural y la igualidad primitiva entre les hombres. Kant fué sin duda el primero en dar una definición precisa del con- cepto de raza, el cual desde entonces quedó incluido en el patrimonio de la cultura humanal.

LA' IGLESIA FRENTE AL RACISMO ACTUAL

Habiendo llegado así las ideas a una fase que podría- mos llamar de madurez, tres grandes grupos de hechos, que caracterizaron el siglo XIX, han planteado de una manera nueva y a veces.verdaderamente aguda la cues- tión racial, exigiendo una reacción concreta de la con- ciencia cristiana: el desarrollo de las misiones; las conquistas coloniales con la necesaria convivencia pri- inero de europeos y aborígenes, y después el movimiento antiesclavista con sus consecuencias; y el romanticismo que culminó en la creación del mito de una raza nórdica especialmente dotada y atractiva, mito que remozaron luego, sobre una base pseudocientífica, los profetas de la supremacía aria. Así la Iglesia se vi6 obligada a hacer frente, con una actitud concreta, 1." a los problemas que suscitaban las misiones; 2." a los que surgían de la convivencia de blancos y hombres de color, señalada- mente en Africa del Sur y en los Estados Unidw de América, y 3." al racismo nazi y al antisemitismo moderno.

La Iglesia y las razas desde el punto de vista de la misión evangelizadora de la Iglesia.

La actividad evangelizadora consiste en incorporar nuevos fieles a la Iglesia apostólica, en fundar la Iglesia de los apóstoles en lugares y pueblos donde no existia anteriormente, dando una presencia activa a sus tres elementos principales: la fe, los sacramentos de la fe y los poderes del ministerio (sacerdocio, episcopado). Pero, tanto en las misiones remotas como en los países de antigua cristiandad, la Iglesia ejerce necesariamente su misi,Ón secundaria de civilización cristiana. Los hechos I . Bestimmung des Begriffs einer Menschenrasse, 1785; Werke, t. IV,

pág. 225.

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demuestran que jamás ha creído, ni aun remotamente, en las máximas racistas según las cuales sería una locura emprender una obra evangelizadora por estar los pueblos paganos racialmente predestinados a ser inferiores l. La Iglesia ha llevado a todas partes, con el Evangelio -como su preparación, su complemento o su iruto natural-, la instrucción, el cuidado de los cuerpos enfermos o mal alimentados, la elevación de la niujer, la moralidad de la familia, el respeto de la infancia y de la vida humana, la estima y la práctica del trabajo, el esta- blecimiento de normas de justicia y relaciones de paz.. .

En una palabra, las, características primordiales de la actividad misional católica son una afirmación efectiva de unidad y una ventaja considerable para los seres humanos que benefician de ella. La Iglesia es una, pero su aportación es multiple.

Mas, no olvidemos otros aspectos complementarios : la realidad de la diversidad y el enriquecimiento de la Iglesia. La Iglesia recibe mediante las misiones; no se nutre tan sólo de una fuente de lo alto, Jesucristo, segundo Adán, lleno de gracia y de verdad, sino también de una fuente mundanal, la de una humanidad que es solamente la substancia del primer Adán, multiplicada y desplegada, en el transcurso de la historia, a través de pueblos, culturas y lenguas y que debe ser «recapitu- lada, en el segundo Adán. En una teología de la cato- licidad se encuentra la justificación del papel que puede desempeñar, en la Iglesia, la diversidad de los pueblos y, eventualmente, de las razas. Ya hemos explicado este punto con anterioridad.

El factor esencial en este caso es, sin duda, el pueblo, realidad perteneciente al mundo de la historia y de la cultura y no al de la biología. Los autores racistas incurren constantemente en el paralogismo de pasar de un terreno a otro, atribuyendo a un concepto más bien místico, que llaman raza, elementos que son en realidad producto de circunstancias históricas o geográficas, de la cultura y de la historia. La noción de raza no es un concepto de la tradición católica y no se encuentra en la teología, en las cartas pastorales, en la misionología o en el derecho canónico. La Iglesia, en este caso, tiene que limitarse a aceptar, cuando existen, las conclusiones

1. Hitler, M e i n K a m p f , pág. 446. 2. Ciirdtiens désunis, Paris, 1937, cap. 3.

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de la ciencia. Después de todo, si las almas son iguales, aunque un individuo no deja de distinguirse de otro, en inteligencia y en carácter, por un equilibrio y una per- fección diferentes de sus facultades corporales -y estas disposiciones corporales se transmiten parcialmente por herencia y quedan genéticamente determinadas-, i por qué no ha de poseer un grupo de hombres procedentes de un origen común, más o menos remoto, un tempera- mento original hereditariamente determinado y, por consiguiente, de carácter racial? No deja esto de ser posible; la dificultad reside en que los cruzamientos han sido en casi todas partes tan numerosos que la realidad de la raza ha llegado a ser problemática. Decididamente, no se puede hablar de razas sino de pueblos.

Los problemas que plantea a la misionología (que no es sino una parte de la eclesiologia) la diversidad de pueblos y de culturas han sido generalmente tratados en el capitulo de la «adaptación,. La bibliografía sobre esta cuestión formaría por sí sola un opósculo como el presente. Sin embargo, el concepto de adaptación es inadecuado : implica una condescendencia un tanto paternalista, que, loable en sí misma, no basta para expresar plenamente el ideal de catolicidad. En cambio, nos acercamos a ese ideal cuando hablamos de Iglesia indígena, clero indígena, arte indígena, e incluso teolo- gía indígena. No se trata únicamente, en efecto, de enviar a los países que hayan de ser evangelizados un clero «adaptado,, conocedor del idioma y de las cos- tumbres, un arte de formas asimilables, un catecismo debidamente traducido (lo cual representa ya un inmenso problema), sino de suscitar y consagrar la vocación de indios, chinos o africanos y, al mismo tiempo, un arte, un pensamiento, una expresión del culto del catolicismo apostólico que sean autenticamente indios, cbiiios o africanos, como pueden ser franceses, eslavos o espa- ñoles.

El esfuerzo más intenso se ha dedicado al más impor- tante de los problemas: el del clero indígena. Tanto los papas1 como la congregación De propaganda fide2 habían ya indicado desde un principio la necesidad de un clero autóctono y obispos nacionales, para la expan- sión de las misiones en países remotos. Esta indicación

1. Piu V, Carta al rey de Portugal, 1571; Urbano VII, bula de 1627. 2. Instrucciones de 1630, etc.

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ha adquirido carácter imperativo en la época contem- poránea : Benedicto XV, encíclica Maximum illud, de 30 de noviembre de 1919; Pío XI, encíclica Rerum Ecclesiæ, de 18 de febrero de 1926; Pio XII, encícliw Euangelii præcones, de 2 de junio de 19151. Este Último documento contiene no sólo declaraciones terminantes sobre la necesidad de un clero indígena (párrafos 23, 25, 26) sino también las páginas más explícitas sobre el respeto a las civilizaciones indigenas, a la originalidad de los diversos pueblos, y a todos los elementos de verdad que el cristianismo encuentra en ellos (párrafos

Al estallar la segunda guerra mundial, conflicto que había hecho inevitable el racismo nazi, S.S. Pío XII tradujo en un gesto elocuente el mensaje que la Iglesia dirige al mundo -mensaje que afirma la paz y la unidad por encima de todas las fronteras de razas O de cultura y reconoce como un hecho la diversidad huma- na-. El 29 de octubre de 1939, día de Cristo Rey, el papa consagró a doce obispos misioneros, y ese nuevo colegio apostólico comprende un chino, un francés de las misiones extranjeras, un jesuíta indio, un salesiano mexicano, un dominico italiano, un sacerdote holandés del V.D. de Steyl, un norteamericano, un irlandés, un franciscano alemán, un padre blanco belga, un sacerdote natural de Madagascar y otro originario del Congo. i Auténtica catolicidad de la Iglesia ! En los países donde se desarrolla una actividad misional, los misioneros nacionales y los extranjeros guardaban en 19,51 las pro- porciones siguientes l :

5 8-82)) .

Misioneros

nacionales extranjeros

Africa . . . . . . . . 1.096 6.3866 Amèrica . . . . . . . . 397 1.2'23 Asia. . . . . . . . . 6.751 5 . 8 4 Europa . . . . . . . . 782 2014 Oceania . . . . . . . . 2.113 2.067

Total . . . . . . . . 11.139 15.701

1. Cifras tomadas de Rythmes du Monde, 1951-1952, phg. 52.

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Bien claro esta, por tanto, que, doctrinal y práctica- mente, la Iglesia reconoce los hechos raciales; pero la raza no es para ella motivo de discriininación religiosa ni norma de unidad.

La Iglesia y los problemas de convivencia entre blancos i~ hombres de color.

Estos problemas se refieren a la vida social en corniin entre personas de origen étnico diferente y, sobre todo, de un nivel de cultura diverso y desigual. En ciertos países, el hecho no presenta extrema gravedad. En el Brasil, por ejemplo, la ley castiga lo que pudiera ser discriminación racial por parte de los funcionarios, y numerosos sacerdotes son hombres de color. La convi- vencia de indios, negros y blancos procedentes de la península Ibérica ha encontrado en ese país una solu- cion armónica 1 . En cambio, subsiste un estado de tensión en Africa del Sur, donde la solución es muy difícil, y en los Estados Unidos de Amkrica, donde podria no serlo. Só10 después de estudiar cada uno de estos dos casos, será posible comprender las características gene- rales de la actitud católica.

En Africa del Sur, 8.50i0.000 negros y 300.000 indios conviven con 2.500.0010 blancos y un millón de mestizos. Los blancos, descendientes de los colonos holandeses, de hugonotes emigrados de Francia o de ingleses, poseen el $31 "/o de las tierras y detentan el poder político; sólo 5 % de los negros saben leer y escribir, a pesar de que se ha realizado un esfuerzo considerable y se han consa- grado fondos importantes a la creación de escuelas para su instrucción. Una legislación draconiana mantiene una separación total e impide, incluso físicamente, el con- tacto entre blancos y hombres de color (apartheid); éstos Ultimos suniinistran a empresas dirigidas y explo- tadas por los blancos una mano de obra miserable y son mal alimentados, mal alojados y a veces maltratados. Esta situación suscita problemas sociales y da lugar a escándalos e injusticias como los que denuncia Alan

1. Véase la encuesta de ia Unesco, en 1952, cuyos resultados se pubii- caron en Race and Class in Rural Brazil, ed. Ch. Wagley, y que fueron resumidos por el Sr. A. Métraux en EI Correo, agosto-septiembre de 1963.

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Paton en su novela Llora, pais QmQdO, ante la opinión pública mundial. Las iglesias cristianas no podían perma- necer niudas e indiferentes ante semejante situación.

Los protestantes, por su parte, han hecho declara- ciones contra las discriminaciones raciales, como la del Consejo Cristiano de Africa del Sur, en mayo de 1947. Sin embargo, el informe publicado en 19151 por la Comi- sión Sindical de la Iglesia reformada holandesa de Africa del Sur puede interpretarse como una justificación del apartheid, basada en la Biblia. No nos corresponde exponer aqui esa actitud, contra la que se han declarado ya numerosos pastores protestantes sobre todo entre los j óvenes .

En cambio, debemos resumir la admirable carta pas- toral colectiva de los arzobispos y obispos católicos de Africa del Sur acerca del problema racial y social publi- cada en mayo de 1952 (véase bibliografia).

Comienzan los obispos por señalar las graves dificul- tades que suscita la convivencia de hombres de cultura y nivel de desarrollo humano tan diferentes. No puede haber, según los prelados, solución fácil ni rápida; por esta razón no deben ahondarse los antagonismos actuales ni debe hacerse, de la lentitud inevitable de las solu- ciones, un arma de subversión politica y social. Y obser- van después con gran acierto: «Si la actitud de los europeos fuese la sola causa del problema racial en Africa del Sur, seria bastante fácil condenarla eomo injusta y anticristiana, y procurar su eliminación por una educación adecuada y progresiva. Pero el problema es mucho más complejo: estriba en que la mayoría de los no europeos, y especialmente de los africanos, no han alcanzado todavía el grado de desarrollo que permi- tiria su integración con los europeos en una sociedad homogénea. Seria vana ilusión intentar que acepten totalmente y por fuerza los usos y costumbres de Europa [...I D «Es preciso tener en cuenta», prosiguen los obispos, dos cuatro puntos siguientes : 1." el prejuicio, profundamente arraigado entre la inayoria de los euro- peos, contra los no europeos; 2." entre muchos no europeos una desconfianza y un resentimiento que son instintivos en los no ilustrados y se vuelven más hondos en los demás por su experiencia y como resultado de sus lecturas, hasta el punto de que no creen que los euro- peos deseen sinceramente ayudarles a progresar; 3." la

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existencia de un grupo de no europeos de nivel cultiird diverso, pero que en su mayoría son aún incapaces, en general, de participar en una vida social y politica del nivel que suele llamarse occidental; 4." las divisiones y oposiciones que existen entre los diversos grupos de no europeos.,

Indican los obispos la manera de llegar a una solución equitativa y realista, y resumen su programa en tres palabras: serenidad, amor y justicia. Clon serenidad, se evitarán las decisiones desesperadas y las medidas espectaculares, que causan más daño que otra cosa. El amor debe ser motor y luz de todo, entendiéndose que lleva consigo un esfuerzo efectivo de justicia. La jus- ticia reconoce los derechos de los demás, sobre todo 10s que derivan de la misma naturaleza humana: ce1 dere- cho a la vida, a la dignidad, a la subsistencia, al ejercicio de la religión, a la integridad, al uso y al ejercicio de las facultades del individuo, al trabajo y a sus frutos, a la propiedad privada y al bienestar, a la libertad de per- manencia y de movimiento, a casarse, a tener hijos y a educarlos, a asociarse con sus semejantes). Cada uno de los términos de esta enumeración alude a restric- ciones de que los no europeos son prácticamente víctimas todos los días en Africa del Sur. Los prelados hablan también de otros derechos, menos esenciales, que se desprenden de la naturaleza social del hombre: «el derecho a votar en la elección de cuerpos legislativos, el derecho a recibir una ayuda del Estado para la educa- ción, socorros para los desocupados, pensiones para la vejez, etc.,

«El Estado no puede), prosiguen los obispos, adesco- nocer los derechos esenciales del hombre ni limitar arbi- trariamente los del ciudadano; su misión estriba, por el contrario, en crear O fomentar las condiciones más favorables para su ejercicio. Mas, no sólo incumben estas obligaciones al Estado: los patronos y todos los que desempeñan cargos influyentes comparten con él esa responsabilidad.» Y los obispos concluyen formulando los siguientes principios, inspirados en la caridad, en la justicia y en la prudencia: ~ 1 . Una diferencia fundada exclusivamente en el color

de la piel es una injusticia, una ofensa a los dere- chos y a la dignidad de los no europeos como seres humanos.

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$2. Aunque los derechos fundamentales de los no euro- peos son en su mayoría teóricamente respetados, el ejercicio de estos derechos se ve impedido por la situación que crea la legislación racial (por ejemplo, la ley sobre la admisión a los empleos), por las con- venciones sociales, por una administración inade- cuada. Puede citarse, como ejemplo, la destrucción de la vida de familia.

~ 3 . La justicia exige que se asegure a los no europeos la posibilidad de acceder paulatinamente a una par- ticipación plena y efectiva en la vida política, econó- mica y cultural del pais.

,4. Esta evolución no puede llevarse a cabo sin un ,esfuerzo considerable de los no europeos, quienes deben prepararse a cumplir con las obligaciones inherentes a los derechos a que aspiran.,

Hemos querido resumir y citar extensamente este notable documento, porque es un claro ejemplo de la actitud y de la acción de la Iglesia católica frente a hechos y pro- blemas raciales concretos.

En los Estados Unidos de América existen, como es sabido, 1151 millones de negros que, en su mayoría, des- cienden de los esclavos traídos de Africa desde 1619 hasta la guerra civil de 18161-1865. Hay también otras minorias de color -japoneses, portorriqueños y demás- que plantean un problema análogo y a veces más cruel que el de la minoría negra, y por último una minoría de indios que, aun cuando reducida a sus reservas, no ha dejado de preocupar a la administración federal. Examinaremos aqui sólo el caso de los negros, sobre el que se han escrito tantos libros que podrían llenar varios estantes de una biblioteca. La Iglesia católica no cuenta entre esos negros sino con 350.000 fieles, pero no ha podido eximirse de fijar su posición, en la teoría y en la práctica.

Su posición en el plano de los principios es muy clara. La formuló magistralmente Mons. Ireland, arzobispo de San Pablo, en un discurso pronunciado el 1." de enero de 18191, con motivo del aniversario de la Ley de Eman- cipación de 18163. Después de haber celebrado la aboli- ción de la esclavitud, Mons. Ireland dijo:

dhmplamos plenamente con nuestro deber. Nos queda aún mucho trabajo por realizar. He dicho que la escla-

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vitud ha sido abolida en América, pero todavia se ve en la tierra el rastro de la cola de la serpiente. No conce- demos a nuestros hermanos negros todos los derechos y privilegios de la libertad, patrimonio común de la humanidad. Esos hermanos nuestros son víctimas de un ostracismo que no tiene sentido ni justificación. Les reconocemos el derecho a la vida, pero a condición de que vivan lejos de nosotros, como una raza separada e inferior, con la cual un contacto estrecho significa conta- minación. Parece que les hemos concedido la emanci- pación a disgusto, y nos sentimos aún contentos de mantenerlos en la servidumbre.

»¿Qué es lo que reclamo para los negros? Unicaniente lo mismo que pido para los blancos, ni más, ni menos. Yo quisiera suprimir la barrera del color. Los blancos tienen sus particularidades. Difieren por su riqueza o su inteligencia, por su cultura o por sus antepasados ... Pero no debe haber una barrera simplemente contra el color.

»¿Por qu6 ha de existir esa barrera? ¿En dónde se halla la raz6n que la justifique? No se la encuentra en el color. El color es meramente accidental en el hombre y es el resultado de una diferencia de clima. La piel del hombre puede tener colores muy diferentes, y no son pocos los matices que se observan en la raza que lla- mamos blanca. ¿Por qué hemos de mirar con soberbia exclusivista todo lo que es negro, aiin en su matiz más leve, que difícilmente puede distinguirse de la tez bron- ceada, color de piel tan admirado en todas las naciones blancas ?

>No se encuentra esa justificación tampoco en la raza. Todos los hombres son de la misma raza, descendientes del mismo padre y de la misma madre. Dan testimonio de ello tanto la etnología como las Sagradas Escrituras. Las subdivisiones de raza no son más que desviaciones accidentales del tronco familiar. Las razas vuelven a su primer modelo de igual manera que se apartaron de él y en el mismo número de años. Es ilusión de ignorantes o de sectarios In idea de que Dios, por una disposición especial, haya establecido subdivisiones en la iamilia humana y marcado cada grupo con un sello indeleble de inmutabilidad. Se objeta que los negros son inferiores a los blancos desde el punto de vista intelectual. Yo respondo que hay hombres blancos inferiores a otros

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blancos y, sin embargo, no se alza entre ellos esa barrera de separación. No he de censurar que se trate a ciertos negros intelectualmente inferiores a nosotros, como nosotros tratamos a los blancos inferiores. Pero si se habla de una inferioridad radical del negro, comparado con su hermano blanco, la negaremos basándonos en lo que el negro ha conseguido hacer en el breve período de tiempo transcurrido desde que se le ha devuelto su libertad. Si existe alguna inferioridad, podemos atribuirla a su desventurada condición, durante siglos enteros, tanto en América conio en su Africa natal.

asomos víctimas de un prejuicio estúpido, y cuanto antes nos liberemos de él, tanto más pronto habremos comprendido el verdadero sentido de lo humano. jAcaso nos honra perseguir a esos hombres a causa de la con- dici6n social de sus hermanos? No hace aún mucho tiempo que los pueblos más orgullosos de Europa esta- ban sumidos en la barbarie. No constituye un honor para nosotros la práciica de castigar a los hombres para satisfacer nuestro propio orgullo. El hecho de que los negros hayan sido un dia nuestros esclavos debería obli- garnos a tratarlos con extraordinaria liberalidad, para compensar en lo posible nuestras malas acciones y borrar, con una actitud de favor y de clemencia mutua, el triste recuerdo de los tiempos pasados ...

,YO quisiera suprimir todas las barreras. El negro debe ser nuestro igual ante la ley. En algunos Estados, la violación de los derechos personales más sagrados goza de impunidad ante la ley cuando la víctima es un negro. En muchos Estados, la ley prohibe el matrimonio entre blancos y negros, fomentando así la inmoralidad y el envilecimiento, tanto del blanco al que esa ley pre- tende elevar como del negro cuya degradación la deja indiferente. Los negros deben ser nuestros iguales en el ejercicio de todos los derechos políticos del ciudadano. La Constitución les reconoce estos derechos : seamos leales con la Constitución. Si la educación que recibe el negro no le capacita para votar ni para desempeñar cargos públicos, apresurémonos a instruirlo por su bien y por el nuestro.

>Yo quisiera que se abriesen a los negros las puertas de todas las profesiones y de todos los oficios, estable- ciendo como único criterio de elevación social sus facul- tades personales, pero niinca el color. Quisiera que en

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todas las reuniones y en todos los sitios piiblicos, en las salas de espectáculos y en los hoteles, se tratara a los negros como se trata a los blancos. Me apartaré del hombre grosero, cualquiera que fuere su color, pero jamás evitaré el encuentro de un caballero, sea blanco o negro.

niDeben abrirse a los negros las puertas de los hogares de los blancos, deben encontrarse unos y otros en ed salón en completa igualdad social? Mi respuesta es que cada cual manda en su casa; nuestro hogar es el lugar privilegiado en que seguimos nuestras propias inclina- ciones y deseos, y nadie, blanco o negro, rico o pobreb puede franquear su umbral sin nuestra invitación ni censurar la conducta del dueño de casa.,

Este texto notable ofrece ya numerosos detalles de aplicación e indicaciones precisas. Sin embargo, entre los fines u orientaciones y el acto inmediato existen en la realidad ciertas etapas que es preciso recorrer, obs- táculos que es necesario superar; se impone la espera de una madurez y será preciso tolerar ciertos imposibles prácticos. Por no decir nada de la resistencia del egoismo, del orgullo, de la pusilanimidad y del espíritu carnal, ni de la lamentable inercia a la que está subordinada toda realidad sociolQgica. <El espiritu está pronto, pero la carne es flaca ... ,

Es un hecho que los negros tropiezan con dificultades para ser acogidos en los hospitales; en Pensilvania, por ejemplo, en 1951, sólo se reservaba a los negros, que constituyen el 11 "/o de la población, el 2 % de las camas. En ciertos Estados, como sucede por ejemplo en Cali- fornia, la ley no establece ninguna discriminación y sucede que los blancos acudan a un médico o a un dentista negro. En otros, como en Misisipi o en Carolina, dei Sur, por ejemplo, los blancos evitan siempre que pueden a los negros. Los complejos históricosociales son los más tenaces y no se liquidan en un siglo; recuér- dense los de los protestantes en Francia y de los católicos en Inglaterra. Los negros tienen sus complejos que influyen en el problema; pero también los tienen los blancos y, sobre todo, aunque menos aparentes, las mujeres blancas. Muchas veces se ha observado entre ellas un miedo animal del negro como posible agresor. Se convive dentro de la nación norteamericana, pero esta convivencia no se realiza espiritualmente y lo

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menos posible localmente. Después de la emancipación, el segundo Concilio plenario de Baltimore (1866) plante0 la cuestión de si se debían construir iglesias separadas para los negros o darles entrada en las iglesias como a los demhs fieles. El Concilio dejó por Último libertad a cada obispo para decretar lo que estimara más conve- niente sobre este punto 1. De hecho, existen muy pocas parroquias mixtas. En primer lugar, porque los lugares de- habitación no son mixtos: los negros tienen SUS barrios propios y, en algunos casos, aun cuando no son objeto de discriminación, como sucede en California, se agrupan según su origen. Pero existen también razones menos confesables que estriban pura y simplemente en el prejuicio del color, y no puede dejar de ser motivo de escándalo, para un francés, ver a los fieles separados según el color de su piel para celebrar el sacrificio eucarístico o un congreso diocesanoz. Tanto más nos complace poder citar la parroquia de Ntra. Sra. del Rosario en Brooklin, deliberadamente interracial, o la pequeña parroquia congregacionista de Staff ordville, cuyos setenta y cinco feligreses son en su mayoría blancos y cuya dirección ha sido confiada a un pastor negro.

Durante largo tiempo, hicieron falta sacerdotes de color, incluso para los negros: sólo 14 sacerdotes negros recibieron las órdenes entre 18,514 y 1934. En 19150 no había más que 33. En cambio, en la actualidad son frecuentes las vocaciones y se prevé que habrá 1.0001 sacerdotes de color en 1960: Como es natural, la Santa Sede apoya esta tendencia, sobre la que podemos citar unas palabras de S.S. pio XII al episcopado de los Estados Unidos de América: «Debemos manifestar que nos sentimos penetrados de profundo amor paternal, ciertamente inspirado por el cielo, hacia los negros que habitan entre vosotros, porque sabemos que, en el dominio de la religión y de la instrucción, necesitan especial cuidado y consuelo de los que son merecedores en verdad ... 3 »

A los católicos norteamericanos les queda, por consi- guiente, mucho que hacer todavía en un dominio en que

1. Art IO, decreto 4. 2. Véase la encuesta publicada por el Rvdo. P. J. H. Fichter, S . J.,

3. Acta A p . Sedis, 1939, págs. 637; texto inglés. pág. 647. Southern Parish, t. I, University of Chicago Press, 1952.

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se halla comprometido su honor cristiano más que su honor democrático. Una asociación denominada Catholic Interracial Council, cuyo principal mentor es el Rvdo. P. La Farge, S.J., publica una revista mensual, Interracial Review, a Journal for Christian Democracy que pro- pugna ia idea de la unidad absoluta del cuerpo mistico y de la celebración del culto litúrgico. Es preciso decir, además, que el clero comparte plenamente esas convic- ciones. Los textos teológicos de que éste dispone son tambiCn terminantes. El Rvdo. P. J.E. Coogon, S.J., ha sostenido en uno de sus escritos que la discriminación de los negros en las escuelas y en las iglesias está conde- nada por los teólogos como ainjusta, impía y escanda- losa 2 ~ . Un moralista, J.F. Boherty, declara que puede quizá tenerse en cuenta la diferencia de raza cuando se trata de contraer matrimonio; pero, si después de todas las consideraciones se quiere tomar por marido, o por mujer, a una persona de otra raza, ninguna ley puede prohibirlo, y la que lo hiciere seria una ley injusta, y por consiguiente estaría desprovista de obligatoriedad 3.

A estos testimonios, que seria fhcil multiplicar, debería añadirse el texto completo de la carta dirigida, en marzo de 1952, por Mons. H. Varin de la Brunelibre, obispo de Fort-de-France, en la Martinica, a los estudiantes antilla- nos residentes en Francia. No se limita el prelado a condenar el prejuicio de raza, sino que exalta las cualidades de los negros y su aportación positiva a la civilización y a los países a que pertenecen. Su carta es un canto de alabanza a los negros, pero también a las naciones que les sirven de patria: oLa historia de los negros norteamericanos prueba las aptitudes de la raza. A pesar de todos los obstáculos, la población negra norteamericana ha progresado en todos los dominios : muchos son en la actualidad los negros que ocupan situaciones envidiables en el mundo de las artes, de la ciencia o de la industria. ¿Se sabe acaso que los negros de los Estados Unidos de América dirigen en la actualidad 14 bancos, 200 establecimientos de crédito, 60.01M empresas comerciales, 20,O compañías de seguros, poseen aproximadamente 200 periódicos y revistas y son

1 . 20, Vosey Street, Nueva York. 2. aChristlan Intouchables?~, en Reuiew for Religious, 1916, pAgs. 107-113. 3. Moral Problems of Interrneinl Marriages, Washington, 1950.

dueños de 5 millones de hectáreas. de tierra, es decir, de mia expansión más grande que la de los Países Bajos l)).

La Iglesia frente al racismo nazi y al antisemitismo moderno.

Es tradición de la Iglesia tratar con los regimenes constituidos, para normalizar el ejercicio de la religión entre los fieles y de su ministerio entre los sacerdotes. Roma concluyó un concordato con el III Reich en julio de 18313. Sii lucha ya iniciada contra el nazismo racista había de adquirir muy pronto un carácter agudo hasta llegar a sii paroxismo en 1927 y 1938. gista es una historia desgraciadamente apenas conocida, aunque es fácil informarse sobre ella en las revistas o publicaciones de la Bpoca. Lo único que podemos hacer aqui es recor- dar algunos episodios particularmente significativos, ya no de la lucha cotidiana que libraron, en cada localidad, inillares de hombres adniirables, clérigos y seglares (a algunos de los cuales hemos conocido personalmente), sino de la que sostuvieron, cada cual en su diócesis, los obispos y, desde Roma, la Santa Sede, representada por el hombre de fe intrépida que fué Pio XI: Febrero de 1931: carta pastoral del episcopado de

Baviera, por la que se condenan los errores del racismo ;

23 de enero de 1933: carta pastoral de Mons. Gfoellner, obispo de Linz, contra el paganismo y el racismo nazi;

Diciembre de 1933: sermones del cardinal Faulhaber, en 10s qu'e se reprueba la persecución contra los judíos;

21 de diciembre de 1933: carta pastoral colec,tiva del episcopado austríaco ;

9 de febrero de 1934: inclusión en el Indice del libro de A. Rosenberg Der Mgthus des 20. Jahrhunderts 2 ;

7 de junio de 1934: carta pastoral colectiva de los obis- pos alemanes;

10 de julio de 1934: inclusión en el Indice del libro de A. Rosenberg An die Dunkelmcïnner unserer Zeit: eine Antwort auf die Angriffe gegen den Mythus des 20. Jahrhunderts ?;

14 de marzo de 1937: encíclica de Pio XI: Mit brennen-

i. Véase el texto completo en Témofgnuge chrdfien, i 3 de junto de 1942. 2. Acta A p . S e d f a , 1935, pAgs. 304-305.

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der Sorge, que condena la doctrina del nazismo1; el texto, clandestinamente introducido y difundido en Alemania, es leído en las iglesias;

19 de junio de 19317: inclusión en el Indice del libro de C. C o p i I l Razzismo2;

13 de abril de 1938: carta de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades al cardenal Baudrillart, por la que se pide que las instituciones científicas católicas refuten las tesis del racismo, resumidas en ocho proposiciones 3 (véanse más abajo las circunstan- cias de la publicación);

19 de abril de 1938: carta pastoral colectiva de los obispos alemanes;

3 de mayo de 19381: visita de Hitler a Roma. El 30 de abril, Pio XI había salido del Vaticano para Castel Gandolfo, declarando que el aire de Roma le parecía irrespirable, y había ordenado que se cerraran los museos del Vaticano y que los establecimientos reli- giosos no izaran la bandera del Reich nazi: «Es imposible dejar de encontrar inapropiado e inoportuno el hecho de levantar el día de la Santa Cruz la insignia de otra cruz que no es la de Cristo», declaró Pío XI. Además, precisamente el 3 de mayo, L’Osservatore Romano, órgano oficioso de la Santa Sede, publicó la carta contra el racismo, fechada en 13 de abril, guardando al mismo tiempo un silencio absoluto sobre el viaje de Hitler a Roma;

15 de julio de 19381: Pío XI pronuncia un discurso contra «el nacionalismo exagerado que levanta barre- ras entre los pueblos» 4, cuando un grupo de sabios

1. A c t a A p . Sedis, 1937, p á g . 145-167. 2. Acta A p . Sedis, 1937, pág. 206. 3. Las seis primeras de estas ocho proposiciones son las siguientes:

1.e Las razas humanas, por sus características naturales e inmutables, son tan diferentes que la mjs humilde de ellas está mas lejos de la más elevada que de la cspecie animal más alta. 2.a Debe preservarse y cultivarse, por todos los medios, el vigor de la raza y de la pureza de la sangre: todo lo que puede conducir a ese resultado es, en consecuencia, bucno y licito. 3.R En la sangre residen los caracteres raciales y de ella derivan todas las cualidades intelectuales y morales del hombre, como de una fuente principal. 4.8 La finalidad esencial de la educación es desarrollar las características de la raza e infundir en los espíritus un amor ardiente a la propia raza como a un bien supremo. 5.’ La religión está subordinada a la ley de la raza y debe adaptarse a ella. 6.O. El instinto racial es la fuente primera y la norma suprema de todo el sistema juridico.

4. L’Osservatore Romano, 17 de julio.

fascistas ha publicado la víspera un docuniento en diez puntos, favorable al racismo y al antisemitismo.

21 de julio de 1938: discurso de Pío XI, que condena el nacionalismo exagerado y el racismo, y afirma la unidad universal de la Iglesia l ;

21 de julio de 1938: discurso de Pio XI ante los alumnos del Colegio de Propaganda, procedentes de treinta y siete naciones distintas : «Católico significa universal ... No queremos separar nada de la familia hu- mana... La expresión «género humano» pone de mani- fiesto la unidad de la raza humana ... No puede negarse, sin embargo, que en esa raza universal tienen cabida las razas particulares, como tantas variaciones diver- sas ... Pero cabe preguntarse cómo ha sido desventu- radamente posible que Italia haya tenido que seguir el ejemplo de AIemania ... «Chi mangia il Papa, muore» ... La dignidad humana estriba en constituir una sola gran familia, el género humano, la raza humana ... Ésta es In respuesta die la Iglesia, ése es para la Iglesia el verdadero racismo ... »

6 de noviembre de 1938: publicacih, por el cardenal Van Roey, arzobispo de Malinas, de un discurso que condena el racismo y su mito de la sangre;

17 de noviembre de 1938: carta del cardenal Verdier, arzobispo de París, en la que se adhiere al texto de Mons. Van Roey;

13 de noviembre de 1938: discurso del cardenal Schuster, arzobispo de Mi lb , contra el mito racial;

6 de enero de 1939: discurso del cardenal Piazza, patriarca de Venecia, que condena el antisemitismo racista y justifica la actitud de la Iglesia ante los judíos 2 .

No vamos a hablar aquí de una cuestión tan compIeja corno la del antisemitismo y la posición de la Iglesia católica frente al «problema judío,. Abundan, por lo demás, las obras documentadas que pueden consultarse sobre esta cuestión (véase la bibliografia). Muy clara- inente hablan los hechos y los textos más recientes, en particular, la carta pastoral de Mons. Gfoellner (23 de enero de 19331, la de los obispos austríacos (21 de diciembre de 1033), los sermones del cardenal Faulhaber,

1. L’Osseruatore Romano, 23 de julio. 2 . L’Osseruatore Romano, 19 de enero.

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el discurso del cardenal Piazza (6 de enero de 19.391, y finalmente las diversas protestas que los obispos fran- ceses elevaron contra el tratamiento de que fueron victimas los judios en Francia desde julio de 1942 l. La protesta católica contra el antisemitismo es rotunda, inonolitica, absoluta, en el terreno religioso 2, como lo es en el terreno del respeto a la personalidad humana y al derecho natural inmanente, y excluye con el mismo yigor la discriminación de los judíos basada en el racismo. Presenta ciertos matices cuando se refiere a los aspectos politicos y sociológicos de la cuestión. Por ejemplo, los obispos católicos de Hungría, que formaban parte del Parlamento, aceptaron en 19391 el numerus clausus establecido para la admisión a determinadas profesiones y en ciertas escuelas. En este caso 10s obispos procedían como dirigentes de la nación en un pais donde la minoría judia (5,3 % de la población) detentaba, cn diversos dominios (la prensa, el teatro, etc.), casi todos los puestos, o tenía, en todo caso, una situa- ción superior a su importancia numérica, aun conside- rando su niJ.el cultural. Éste es sólo un ejemplo, entre los muchos que cabria citar, de los problemas que pueden surgir en el dominio politico y social. Los textos del magisterio pastoral que hemos citado con anterio- ridad reconocen la existencia de estos problemas. Afirman que es imposible resolverlos sin cumplir con todas las exigencias de la justicia y de la dignidad humana, e iixliiso de la caridad, pero reconocen implícitamente que una concepción purainente religiosa o mística de la realidad judia no siiprime ni resuehe ciertos problemas concretos. Los mismos pensadores católicos que, como J. Maritain, se preocupan ante toda del misterio sobre- natural de Israel, proclamando por otra parte que todo antisemitismo se opone a su misma esencia, no dejan de tener en cuenta, al menos somerainente, los proble- inas concretos planteados por el particularismo y el

1. Doeuineiifation catholique, 42, 1945, col. 87 y s., 119 y s . ; P. Guerry, L’Eglise cafholiqiie en France sous l’occupation, Paris, 1947,

2. Citemos un texto del Santo Oflcio, decreto de 25 de marzo de 1928: «Porque reprueba todos los odios y todas las enemistades entre los pueblos, [la Santa Sede] condena en sumo grado el odio contra el pueblo cscogido por Dios en otros tiempos, ese odio que se designa volgarmente con cl nombre de antiseniitismo)) (Acta A p . Sedis, 1928. pig. 104).

p 4 g s . 33 y s.

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espítitu inquieto y emprendedor propio de los judíos. Pese a las más sinceras y terminantes declaraciones contra el antisemitismo religioso, filosófico O racista, existe en realidad un problema judío; los mismos judíos lo plantean y no dejan, en el fondo, de pensar en Cl con gran preocupación.

Los acontecimientos de nuestra época y los espantosos padecimientos de Israel no han permitido ver mejor, sin embargo, la nocividad del antisemitismo, y la casi imposibilidad de resolver con justicia y verdad por lo inenos los problemas politicos y sociológicos reales, si admitimos en nuestro fuero interior un asomo de antisemitismo. En principio, el numerus clausus, que se aplica en algunos países a ciertas minorías étnicas, no sería injusto, pero en el terreno de los hechos constituye ya una medida de discriminación racial: desde el nume- rus clausus hasta las persecuciones -que todo hombre digno repruebz- el proceso de la discriminación se desarrolla en forma imperceptible, pero lógica, como un germen que no lo infecta todo desde un principio, pero que no deja de ser infeccioso y nocivo desde su origen. Ese germen es preciso eliminarlo radicalmente. Si hay cuestiones concretas que plantea el hecho social del judaísmo es menester abordarlas con el espiritu, el coraz6n y la imaginación exentos de todo antisemitismo, es decir, de la aceptación de una discriminación contra cualquier hombre por su mera condición de judío.

Ademits, partiendo únicamente del punto de vista sociológico del bien de la comunidad que se trata de proteger, el antisemitismo es una actitud malsana. No sólo substituye a una explicación de los verdaderos inales -por lo que constituye una desviación del sentido poli- tico-, sino que es un medio perverso que corrompe el cuerpo mismo al que trata de servir. «Se pretende actuar en aras del bien común al desencadenar el antisemi- tismo, pero el resultado es la corrupción y el envileci- miento de cuantos son arrastrados por la corriente, ya que se hace triunfar en ellos los instintos más bajos y más inmorales, los mAs opuestos a una vida social humana. 1» Los problemas concretos que plantea la realidad judia deben ser resueltos por cada persona con arreglo a una línea de conducta que no traicione sus

1. Y. de Montcheuil, diciembre de 1940.

ideales: el cristiano, con arreglo a su filosofía y a su mistica, el homo politicus o el homo economicus, mediante una actividad estimulada por la de los judios, cuya función social es precisamente la de un fermento, y por inedio de una legislación que se oponga con eficacia a los factores disolventes, que no son en verdad exclusivamente judíos.

CONCLUSION

Una conclusión se desprende de la actitud de la Iglesia frente a los tres grandes problemas concretos que acaba- mos de esaminar. En todos los casos, la Iglesia niega siempre el racismo como principio, pero tiene en cuenta los hechos raciales y las circunstancias históricas con- cretas en que los problemas de la raza tienden hacia una solución justa. La Iglesia ha sabido aliar así un sano realismo al más puro idealismo. Mas, su realismo está penetrado de ideal, y su idealismo es realista: son como las dos caras de la misma verdad y, en este caso como en todos, la verdad es la liberación. Se podría demostrar fácilmente que no hay mejor manera de oponerse al racismo o a la discriminación racial que el reconoci- miento franco y realista de los hechos raciales y las desigualdades históricas y culturales. U n conocido inves- tigador sueco, Gunnar Myrdal, sostiene que las conside- raciones de orden racial se interponen en los paises democrbticos que profesan un ideal de igualdad y tratan de justificar su incapacidad de realizarlol. También en este caso, un sano realismo en el plano de los hechos es la mejor salvaguardia del verdadero ideal de igualdad.

La Iglesia no es racista: es la negación misma del racismo, ya que proclama la unidad de la familia humana, unidad que no pretende abolir las diferencias, sino que más bien se establece en función de ellas, puesto que es «católica». Sin embargo, la Iglesia reco- noce que existen, en el dominio temporal, arduos pro- blemas de convivencia entre grupos humanos distintos en el seno de la misma sociedad; y no porque las razas, que corresponden en realidad o hipotéticamente a esos grupos humanos, sean fundamentalmente desiguales como tales, sino porque cada uno de esos grupos se halla a distinto nivel cultural, politico, y por tanto humano. Lo humano, en efecto, no es tan só10 un factor

1. An American Dilemma, Nueva York, 1944.

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biológico, sino una realidad de cultura. Incluso allí donde la pertenencia a la comunidad -y no la traza,

o el color de la piel--, como sucede generalmente en Francia, determina Ia manera de pensar y de vivir, es evidente que una diferencia demasiado marcada en el grado de desarrollo humano iinpediría la asimilación y, si se tratara de todo un grupo, plantearía un grave problema. Cabe preguntarse : i qué harian los franceses si, como sucede en Africa del Sur, hubieran de vivir al lado de todo un pueblo de zulúes?

Tiene primordial importancia dejar perfectamente aclarado este punto : las desigualdades son auténticas desigualdades humanas, pero no se deben a una infe- rioridad hereditaria, genéticainente .fatal. Dependen de circunstancias históricas, y en ciertos casos, geográficas. Las situaciones determinadas por el tiempo pueden ser también modificadas por el tiempo. Los noruegos eran un pueblo atrasado cuando Bizancio tenía la civilización más brillante del mundo; los egipcios llegaron a ser, en cierta época, los maestros de Grecia, y los árabes lo fueron del Occidente; los chinos han tenido varios siglos de adelanto sobre los europeos antes de detenerse en la inmovilidad y quedar rezagados. El porvenir está quizá reservado a pueblos que se hallan ahora al margen de la historia. Podemos hablar, por consiguiente, de una desigualdad de hecho, de orden cultural, social y político solamente, y no de una desigualdad de principio deter- minada por factores hereditarios.

Las consecuencias que de ello se siguen son muy importantes. Por una parte, las desigualdades de desa- rrollo no implican ninguna desigualdad fundamental; por otra, la igualdad radical no supone necesariamente la igualdad de hecho en todos los aspectos de la vida cultural, social o política. Es indudable que debe apli- carse siempre el principio trascendental al de ia unidad humana, pero éste no excluye las estructuras culturales. Todos los hombres son fundamentalmente iguales, y esta igualdad se traduce en la igualdad de derechos naturales inmanentes que quedan resumidos en la expresión «dignidad de la persona humana,. Pero hay hombres que no saben leer ni escribir, hombres que no se lavan ... Hay otros que se lavan y saben leer y no están obligados a asociarse necesariamente y en todo a los primeros; pero en cambio tienen, por un principio de

.

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solidaridad que crea la unidad de la familia humana, el deber de ayudarles a elevarse, a aprender a lavarse y a leer. A nuestro juicio, en estas ideas se basa la actitud concreta de la Iglesia. La Iglesia ofrece a las sociedades humanas un ejemplo de verdad, pues pro- clama y practica la unidad y la igualdad de todos los hombres, eleva a los menos adelantados y, eri cuanto se hallan en condiciones propicias, les confia responsabili- dades de dirección. La IgIesia es la unidad, pero encierra una variedad extraordinaria que incluye la de todas las razas -en la medida en que éstas existen- y confiere a esta variedad un sentido positivo y fecundo.

B I B L I O G R A F I A

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