El secreto de River Side (Kailas Editorial)

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"El secreto de River Side" es una trepidante y sobrecogedora historia que nos advierte de que los mundos paralelos, habitados por personajes marginales y monstruosos, están más cerca de lo que podamos llegar a imaginar.Jack Stanley, el paradigma del triunfador hecho a sí mismo, descubre cómo su idílica vida se tambalea de forma brutal al recibir un extraño regalo que trae a su memoria fantasmas de un oscuro pasado. Para dar fin a su propia penitencia decide embarcarse en un atroz viaje.Obligado a salir de su universo de cristal, se sumerge en un submundo donde los asesinatos, el odio, la crueldad y la venganza forman parte de lo cotidiano.La noche, la fatídica noche de diciembre de 1977, en la cabaña abandonada de River Side, ocurrió algo inesperado y cruel que cambiaría su existencia para siempre.

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  • dAvid rivErAEl sEcrEto

    dE rivEr sidE

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  • El secreto de River Side

    2015, david rivera 2015, Kailas Editorial, s. l. calle tutor, 51, 7. 28008 Madrid [email protected]

    diseo de cubierta: rafael ricoydiseo interior y maquetacin: luis Brea MartnezFotografa del autor: lydia Feito

    isBN: 978-84-16023-42-4depsito legal: M-7935-2015

    impreso en Artes Grficas cofs, s. A.

    todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperacin de informacin en ninguna forma ni por ningn medio, sea mecnico, fotomecnico, electrnico, magntico, electroptico, por fotocopia. o cualquier otro, sin el permiso por escrito de la editorial.

    www.kailas.eswww.twitter.com/kailaseditorialwww.facebook.com/KailasEditorial

    impreso en Espaa Printed in Spain

    KF3

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  • Para mi madre, por llenar el saln con decenas de libros

    y permitir, despus, que todo fluyera.

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    Prlogo

    Baj los dos ltimos peldaos de la escalera que le situa-ron en una de las esquinas de la habitacin. se sinti en la ms profunda oscuridad.sus ojos tardaron algunos segundos en enfocar la es-cena y, mientras apuntaba al fondo del negro ms absoluto con la pistola sujeta entre los dedos, pudo sentir cmo sus pupilas se agran-daban buscando un halo de luz en cualquier parte. El polvo cubra cada rincn de una manera imparcial y canbal dibujndolo todo de color arena.

    El olor era tan denso que se poda cortar, taponaba su nariz y le impeda respirar con normalidad. ola a madera putrefacta, a descomposicin y a carne.

    sobre todo, a carne.Por un momento pens que no podra dar ni un paso ms.

    instintivamente se tap la boca con la manga de la camisa cuan-do le sobrevino la primera arcada, que fue capaz de contener alargando la respiracin. su pulso hirvi hasta alcanzar un latido fuerte y constante y, aunque era una noche de fro intenso, el sudor se apelmazaba en cada pliegue de su piel.

    trat de serenarse echando la vista atrs, buscando el resplan-dor de la luna que se colaba entre las piedras que taponaban la en-trada, como si aquello fuera su ltima conexin con el mundo real.

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  • Encontrar ese acceso fue simple cuestin de suerte.cientos de escombros de la casa derruida se amontonaban

    sobre la portezuela de madera que, a duras penas, poda soportar aquel peso. cuando pas por encima de aquella montaa inerte de roca, un leve crujido y un cambio en la densidad del aire le hicieron suponer que justo debajo podra haber algo. Entonces la suerte, por primera vez, jug a su favor y el resplandor de un rayo oportuno le mostr el camino.

    Excav lo suficiente, retirando piedras y tablas repletas de musgo hasta que dio con la portezuela de madera que cubra la entrada. levant la pesada cadena de hierro oxidado que la man-tena pegada al suelo y all estaban, delante de l, los escalones que, ochenta aos antes, mandaron construir. la entrada directa a un pequeo infierno.

    A la vista de cualquier curioso que hubiera rebuscado, aquello no era ms que un amasijo de piedra y madera donde el aire seco se tornaba dbil y pestilente.

    se maldijo por no haber cogido la linterna del maletero del coche.

    Busc con dificultad un mechero en el bolsillo de su pantaln y consigui encenderlo al tercer intento. En ese momento, y de un ligero vistazo, pudo comprobar por primera vez las dimensio-nes reales de la estancia. calcul unos veinte metros cuadrados, no ms. El suelo estaba compuesto de largos listones de madera podrida y mechones de paja seca esparcidos al azar. las paredes, en cambio, parecan slidas, formadas por grandes rocas calizas de color negro, nicas testigos de todo lo que all debi haber ocurrido. Haba algunas sbanas polvorientas tiradas por el suelo, unas arrugadas y otras extendidas, llenas de enormes manchas de irreconocibles formas. No haba ventana alguna y el ambiente era asfixiante. costaba un gran esfuerzo mantenerse sereno all abajo y poda sentirse la presencia del horror entre aquellos muros.

    Avanz un par de pasos muy despacio, mientras la llama del encendedor bailaba caprichosa amenazando con apagarse en cualquier momento. cerr un segundo los ojos y rez para que aquello no sucediera. desbloque el seguro de la pistola con el

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  • dedo pulgar y aquel gesto le hizo ganar algo de confianza. saba que no dudara en vaciar el cargador sobre cualquier cosa que se cruzase en su camino.

    record fugazmente todo lo que le haba llevado hasta all y cmo, en las ltimas semanas, la vida haba dado la vuelta delante de sus propias narices, sintindose incapaz de hacer absoluta-mente nada, salvo seguir descendiendo por la imparable corrien-te de los acontecimientos.

    durante unos segundos esper una respuesta de los grue-sos muros negros que le rodeaban, pero no ocurri nada, solo silencio. Un desagradable crujido en el extremo opuesto de la habitacin le sobrecogi y todos sus sentidos volvieron, de forma instantnea, al estado de alerta. Era una estancia con forma de ele, de tal manera que haba un ala, la ms alejada a l, que no era visible desde la posicin en la que se encontraba.

    Ha y alguien ah? p regunt encaonando enrgicamen-te su nueve milmetros hacia el agujero negro que se presentaba frente a l. Hay alguien ah? r epiti con ms fuerza.

    la pistola daba la impresin de pesar varias toneladas y cons-tantemente tena que hacer el gesto de sujetarla, una y otra vez, porque entre sus dedos se empeaba en volverse peligrosamente resbaladiza.

    Avanz con sigilo hacia los crujidos que ahora perciba con mayor intensidad. Bajo la tenue luz que proyectaba la llama pudo distinguir a primera vista una cama maltrecha cubierta de mugre y polvo colocada al lado de un desvencijado escritorio de madera con algunos cajones y varias estanteras cubiertas por unas radas cortinas de tela. sobre la mesa haba un abultado hatillo de cue-ro, una maraa de cuerdas y una esponja sucia que pareca haber sido utilizada recientemente, porque el charco que se formaba a su alrededor se mantena claramente hmedo. cuando la luz del mechero alumbr una pequea jarra de cristal tumbada sobre los jirones de cuerda, una decena de cucarachas huyeron despavoridas correteando por los bordes del mueble. odiaba las cucarachas y no pudo evitar dar un pequeo salto hacia atrs al escuchar cmo daban cientos de pequeos pasos en direcciones desconocidas.

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    se ayud con el can de la pistola para descorrer una de las cortinillas de tela de las estanteras y pudo descubrir que alber-gaban un buen nmero de cajas de cintas de vdeo. las revolvi nervioso un par de veces tratando de encontrar alguna que an mantuviera la cinta, pero no tuvo suerte, estaban todas vacas en-tre innumerables etiquetas de papel con caracteres apenas legi-bles. Pareca que alguien con mucha prisa se haba encargado de sacarlas de all.

    desliz el mechero por encima de la cama y descubri unas cadenas oxidadas que estaban anilladas al cabecero y terminaban en unas muequeras de cuero grapadas en los extremos. se so-brecogi al ver aquello. de nuevo, un olor nauseabundo le tapon las fosas nasales.

    cuando crey haber examinado toda la estancia, su pie dere-cho tropez con algo que le desestabiliz por completo y le hizo desplomarse. se incorpor con la velocidad que solo el miedo puede provocar. Ahora las partculas de polvo volaban suspendi-das en todas direcciones. trat de encender a toda prisa el me-chero, y esta vez la llama no apareci. Un par de intentos ms, pero no fue capaz.

    Joder! ex clam. lo arroj al suelo furioso y sujet la pistola con ambas ma-

    nos, buf y agit la cabeza para constatar que se encontraba en una situacin real. En ese momento, pudo comprobar que lo que le haba hecho caer era el trpode de una cmara de vdeo ancla-do al suelo. despus del golpe, la cmara an se mantena estable, y advirti que estaba encendida. la pantalla led, que serva de visor, estaba desplegada y emita un ligero resplandor verde. se coloc detrs sin dejar de apuntar al frente y comprob que el modo de visin nocturna de la cmara estaba activado. la ima-gen que vea era en tonos negros y verdes y ofreca la suficiente definicin como para poder estar seguro de que el objetivo apun-taba directamente hacia algo.

    se inclin sobre el visor y pudo ver una pequea puerta ocul-ta en la pared que se encontraba frente a l, de apenas un metro y medio de altura. Era de madera gruesa y desconchada, rematada

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    con varillas de acero oxidado que la cruzaban de un lado a otro. A la altura del objetivo haba una pequea trampilla que pareca poder correrse para grabar lo que suceda al otro lado.

    clav su mirada en la pared por encima del visor, pero no consigui distinguir nada dentro de una oscuridad tan abruma-dora. tante a ciegas con las manos y camin inseguro hacia la puerta hasta que consigui acariciarla con la yema de los dedos. En cuanto sinti el tacto de la madera seca sobre su piel, un es-calofro recorri su nuca. retir la mano sbitamente y volvi a sujetar la pistola.

    A los pocos segundos sus ojos se habituaron de nuevo a la espesa noche y una ligera banda de luz apareci suspendida a ras del suelo por debajo de la puerta. Pudo ver cmo una inquietante sombra se mova nerviosa al otro lado. All haba alguien!

    Por primera vez pens que la mejor opcin era largarse, ol-vidarse de todo aquello y tratar de seguir adelante, pero haba llegado demasiado lejos. Apret la mandbula y con los pies fir-memente clavados al suelo trat de parecer sereno.

    Q uin eres? Puedo verte! br am.sus pulsaciones se dispararon.Una parte dentro de l quera huir, correr tan rpido como

    le permitieran las piernas; otra, en cambio, estaba deseando ter-minar con aquella pesadilla. Una cosa era evidente: detrs de esa puerta haba algo y se estaba moviendo.

    se acerc lentamente. A esa distancia, un metro escaso, poda distinguir la hoja de madera con claridad. se arm de valor y, sin pensarlo un segundo, retrocedi en la oscuridad un par de pasos.

    Pens en su futuro, en la innegable realidad de ser quien era y en los dolorosos errores cometidos en el pasado. Ahora era el momento de actuar. de avanzar o de huir. de vivir o morir.

    Quiz todas las soluciones estuvieran all, detrs de aquella puerta de madera.

    Un aluvin de pensamientos le fulmin la mente confun-dindole.

    Accin, opcin.Amenazndole.

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    decisin, rendicin.Juzgndole.culminacin, eleccin.

    Y entonces dej de pensar.

    levant la pierna derecha, cargando todo el peso de su cuer-po sobre la izquierda, e impuls el taln con todas sus fuerzas asestando una patada seca justo encima de las barras oxidadas y carcomidas por el paso del tiempo. la puerta se abri quebrn-dose con un fuerte crujido, y traspas el umbral aullando como un lobo furioso.

    le estaba esperando rugi con calma una sombra negra desde el interior.

    la pistola cay al suelo como si sucediera a cmara lenta y luego le sobrevino un inmenso dolor.

    Acababa de descubrir la habitacin secreta.

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    1Tambores

    (Dos semanas antes)

    la niebla se sumerga entre las cataratas de rboles que recorran el angosto camino de Alton road en direc-cin al valle. Bajo un cielo gris de media tarde, la lluvia reclamaba su oportunidad y las primeras gotas comen-zaban a caer con furia sobre el maltrecho asfalto.

    Aunque la poca estival estaba cerca, resultaba difcil encon-trar por all algn forastero que no fuera de lincoln city, el pue-blo que estaba en la ladera este de la colina. Aquel era un sitio demasiado hmedo, demasiado triste y demasiado hostil para visitarlo por placer.

    los pinos blancos se abran paso en todas direcciones, retor-ciendo furiosamente sus races, amontonando hojas y formando impenetrables bosques que bordeaban la nica carretera de la zona. Algunos de esos rboles pertenecan a aquellas tierras des-de haca ms de cien aos y, por encima de sus copas, incluso a ms de treinta metros del suelo, se poda divisar el extenso hori-zonte, imperturbable y lejano, del condado de Hole Bay.

    El silencio de aquella escena casi mgica se desvaneci cuan-do la vieja furgoneta destartalada del 73, propiedad del veterano larry sullen, atraves las gargantas de las montaas con un es-pantoso aullido del motor.

    So, come on, baby, lets start todaaaay...!

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    El viejo sullen destrozaba la cancin de los Mindbenders a voz en grito, con la seguridad de que nadie podra orle dentro de aquella tartana con ruedas. con frecuencia, aligeraba el con-tenido de una botella de whisky que mantena en el salpicadero, quiz con demasiada frecuencia. Aquello era pura dinamita, el elixir perfecto para que un viejo borracho y putero como l fuese capaz de olvidar su miserable existencia.

    vamos, joder, a este paso no llegaremos nunca! verdad, viejo? ex clam, golpeando con furia el volante de la chevyvan.

    Baxter alz ambas orejas al escuchar aquel tono de voz. El viejo pastor alemn yaca tumbado en la parte de atrs de la fur-goneta y su nica desgracia en la vida haba sido caer en manos de un indeseable como larry sullen. levant las cejas aburrido sin prestar demasiada atencin a su dueo.

    volvi a beber como un animal ansioso y gran parte del whisky se derram por la comisura de sus labios. desde que cumpli los siete aos una parlisis parcial le afectaba a los msculos de la zona izquierda de la cara y, aunque hablaba con aparente nor-malidad, cuando beba, rara era la vez que no terminaba empa-pando su camisa. All era donde el sudor, la mugre y el alcohol se mezclaban durante semanas sin apenas vislumbrar una gota de jabn.

    Eh, Maggie! exclam, mirando al cielo entre las gotas de lluvia que decoraban el cristal delantero . si pudieras ver esto, seguro que te llevaran los demonios. rea a carcajadas. le haca mucha gracia pensar en su difunta esposa revolvindose en la tum-ba por una mancha de whisky en la pechera de la camisa.

    Unos doscientos metros detrs de l, otro vehculo muy dife-rente se acercaba a toda velocidad. Pronto alcanz a la furgoneta y se mantuvo pegado a su parachoques trasero. Apenas un metro y medio les separaba.

    E h, hijo de puta! v ocifer sullen al espejo retrovisor. A qu coo juegas?

    Escupi con furia algunas hojas de tabaco que llevaba mas-cando durante horas y fueron a posarse sobre el salpicadero. Aquello pareca un campo minado de Winston Red Man.

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  • 19

    En ese tramo el camino apenas era accesible para un coche y adelantar se converta en una tarea arriesgada. las curvas se dis-paraban a uno y otro lado, formando una peligrosa serpiente que se elevaba unos veinticinco metros por encima del suelo, en una zona donde no exista ningn tipo de proteccin. si te salas de la carretera te estampabas contra un rbol gigante o caas por un pre-cipicio montaa abajo. con aquel maldito tiempo las probabilida-des de que sucediera alguna de esas dos opciones se multiplicaban drsticamente.

    El debilitado motor de la oxidada chevy comenz a fun-cionar al lmite de sus posibilidades. El viejo intent aminorar la marcha pero lo nico que consigui fue una ligera embestida por detrs. Aquel toque fue suficiente para provocar un severo bandazo de la furgoneta que a punto estuvo de despearse colina abajo, obligando al viejo a sostener el volante con ambas manos.

    dios santo! ba lbuce aterrado tragando saliva.la botella de whisky se estrell contra el suelo y comenz a

    derramarse ante la incrdula mirada de larry sullen. Baxter, que hasta ese momento descansaba plcidamente en la parte de atrs, levant el cuello sobresaltado, con las orejas completamente esti-radas. saba que algo no iba bien.

    sullen ech un fugaz vistazo por el espejo retrovisor y pudo ver que se trataba de una limusina imponente, una tipo infiniti, recin sacada del concesionario. llevaba los cristales tintados, lo que impeda ver quin era el conductor. todos sus cromados bri-llaban relucientes bajo la intensa lluvia.

    la niebla se espes y cay como una aletargada sombra cu-briendo el valle, colmndolo todo de un tono azul fro. comenza-ba a anochecer.

    Era evidente que aquel hijo de puta iba en serio. se estaba divirtiendo con el viejo, jugando con l, como lo hace un gato con una madeja de lana que finalmente termina por desgarrar con sus afiladas uas. se acercaba y se alejaba a su antojo sin llegar a tocarle pero manteniendo los nervios del viejo al lmite.

    Maggie perdname! Perdname donde quiera que ests!, susurr aterrado.

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    Agotando todos sus recursos, sullen aceler a fondo. saba que un kilmetro ms adelante se hallaba una pista de frenado de seguridad para camiones. Era un maltrecho camino de arena de apenas treinta metros de longitud pero que, en esos momentos, representaba su nica va de escape. si no consegua detener la furgoneta en esa distancia la cada sera definitiva.

    El motor ruga agnico y pareca que iba a explotar en cual-quier momento. A un metro escaso la limusina segua acechando a su presa sin perder distancia. Fue entonces cuando apareci, al final de la curva, la pista de frenado al fondo del valle. con una arriesgada maniobra que hizo temblar todo el chasis de la chevy van, consigui desviarse unos metros a su derecha, entrando a toda velocidad en ella. la maniobra, aunque rpida, no fue lo su-ficientemente ajustada y el impacto contra la seal de chapa que anunciaba la salida hacia la pista hizo reventar la luna delantera en una lluvia de cristales que empaparon el suelo de la furgoneta. sullen pis el pedal de freno con todas las fuerzas de sus piernas reumticas. la furgoneta derrap violentamente girando sobre s misma hasta llegar al borde del precipicio al final de la pista, donde se mantuvo balancendose peligrosamente como un mal equilibrista.

    El viejo estaba plido como un cadver, con todos los mscu-los de la cara contrados por la tensin del momento.

    Baxter no dejaba de ladrar atemorizado.Muchos de los pequeos cristales se haban clavado en la piel

    del viejo y tena decenas de marcas de sangre desdibujndole las mejillas. su boca era una mueca pattica de dolor. temblaba como un cachorro recin nacido y los dedos de las manos estaban aga-rrotados por el miedo. A duras penas consigui abrir la puerta de-lantera y, cuando por fin lo consigui, se lanz al suelo como un animal herido, con la respiracin entrecortada y jadeante. El pulso le palpitaba en las sienes y le sobrevinieron varias arcadas de pnico.

    Al volver la cabeza, la densa niebla se haba tragado aquella limusina del infierno. No consigui ver ningn nmero de la ma-trcula, ninguna letra o alguna pista para poder devolverle la ju-gada a aquel mal nacido. Pero s haba un detalle que acuda una y

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    otra vez a su debilitada memoria. No recordaba haberlo pensado antes, ni siquiera durante el accidente repar en ello.

    Mientras babeaba frente al suelo y algunas gotas de sangre caliente se deslizaban por su frente, lo record con cristalina cla-ridad. la limusina estaba pintada de un color inusual. Extrao y llamativo. Era morada. completamente morada.

    2Entorn levemente los ojos y se dej arrastrar por la vibrante me-loda de un cuarteto de cuerda en re menor. Meca su cabeza de un lado a otro acompaando el sonido de la msica; cada comps, cada silencio. En la penumbra de los asientos traseros era impre-sionante la fidelidad con la que el Bang & olufsen, el equipo de sonido que llevaba incorporado la limusina, era capaz de reprodu-cir cada una de las notas del dies irae de Mozart, interpretado por la Filarmnica de Berln. doce altavoces, cinco de medios y siete de agudos ms un subwoofer de tonos graves. todo de alta gama. la sensacin era tan real que el sonido pareca situarle en el Hadium orchester Hall, sentado sobre una de las aterciopeladas butacas de color granate disfrutando de la maravillosa orquesta en directo. con extremada ligereza, un fagot suave y entrometido le aplicaba el contrapunto al colchn de cuerda, provocando una situacin de extrema tensin. Para cualquier profano aquello tan solo eran notas. dispersas notas esculpidas con relativo acierto, pero, para l, que amaba la msica clsica, se acercaba ms a una catarsis hipntica absolutamente colosal.

    todos aquellos sonidos le transportaban a su infancia, cuando recorra los campos de maz subido en el tractor de su padre, y le acompaaba en las largas jornadas de siega de verano. Perteneca a una familia modesta que segua manteniendo sus cultivos a la vieja usanza, de la misma manera que lo hizo el padre de su padre, su bisabuelo y mucho ms all. Faenaban desde la salida del sol hasta que eran incapaces de distinguir detalle alguno. Eran das

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    duros, de mucho trabajo y poca recompensa, donde las roderas de siembra que se extendan hasta el horizonte no terminaban nunca y, aunque en realidad tan solo cosechaban unas veinte hec-treas anuales, para un nio aquellos mares de maz resultaban infinitos.

    siempre que llegaban a sus odos acordes de msica clsica el recuerdo fulgurante de aquella poca le invada de forma re-pentina. El sonido de las escardillas peinando la tierra, el rugido del tractor lento como un fro invierno, aquella vieja radio pol-vorienta colgada del espejo retrovisor reparada una y mil veces por su padre, el olor del maz seco derramndose por sus piernas desnudas y amoratadas, los insectos que bullan a su alrededor y continuamente acariciaba hasta estrangularlos. todo aquello le transportaba a la calle levin, a la tienda de comestibles del seor sulch, a los colores del mercadillo de la plaza y a aquella maldita noche de diciembre en river side.

    todo desbordado y difuso. Mitad real y mitad sueo.A veces, aquellos recuerdos se dibujaban vivos en su cabeza

    como un rosario de fotos impresas grabadas de manera indeleble, y otras, en cambio, no era capaz de situarlos en ninguna poca concreta. Era como si nunca hubiera estado en todos esos sitios, como si sus pensamientos fueran los de otros. imaginando un pasado que nunca fue el suyo.

    Ahora un piano jugaba a salpicar la escena con notas lentas y melanclicas que llevaban la meloda al punto ms ttrico de toda la pieza musical. Entonces era cuando los tambores surgan en el horizonte, primero disimulados y leves como nacen los truenos en la distancia, luego mucho ms presentes. Aquello era el comienzo del caos. se abran las puertas de su verdadera memoria. Un agu-jero negro dentro de su alma, donde comenzaban a zumbarle los odos, como si mil moscas revoloteasen salvajes e inquietas.

    los tambores eran los causantes de dibujarle los peores recuer-dos, los ms secretos y desconocidos por el resto del mundo. las aterradoras esquinas oscuras de su infancia, los callejones solitarios que tuvo que descubrir a una edad demasiado temprana.

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    le transportaban a los lugares ocultos de su interior.dentro de una caja cerrada, cerrada con llave, dentro de la

    misma llave, dentro, dentro del todo. donde nunca nadie se atre-vera a mirar y tan solo l se permita el acceso para recordar lo que era. lo que le hicieron ser.

    Al cerrar los ojos poda verse a s mismo temblando de miedo sobre la cama, esperando el aterrador chirrido de la puerta. Aquel sonido que no olvid nunca significaba muchas cosas: soledad, angustia y sombras. significaba dolor.

    Aquellos tambores se mantuvieron en su cabeza desde enton-ces y, muy a menudo, los oa crecer dentro de s de una manera catica y desmedida. le arda el pecho, se multiplicaban sus latidos y un sudor helado le desdibujaba la cara. dentro de ese absurdo desorden aprendi a reconocer la calma, pero an hoy en da, casi treinta aos despus de aquellas horribles escenas, segua temblan-do con el sonido de los tambores como presagio de un horror in-minente. Antes los tambores le carcoman y ahora le alimentaban.

    Mientras sonaba El Ariodante de Hndel los recuerdos se

    fueron disipando. segua meciendo la cabeza, de un lado a otro, entornando su nico ojo sano. sacndole sabor a la meloda. su otro ojo estaba cubierto por un elegante parche de cuero negro que le daba un aspecto inquietante y tenebroso.

    se enfund con extrema suavidad unos guantes aterciopelados. Aquel era un tacto que le excitaba profundamente. tena la cos-tumbre de no tocar nada sin sus guantes. despleg una pequea mesita de apoyo que se camuflaba en uno de los laterales de la puerta, sac de uno de sus bolsillos un rotulador de color rojo y una afilada cuchilla de afeitar y los coloc en la mesita con sumo cuidado, como si en realidad estuviera manejando pequeas joyas.

    Un ligero vistazo por la ventanilla, repleta de gotas de lluvia, le descubri un paisaje nebuloso y fro, inundado de bosques de pinos blancos que poco le recordaban a los aspticos paisajes ur-banitas de Boston, su actual ciudad. Por otra parte, le gustaba la sensacin que le proporcionaba la niebla, donde nadie poda ver nada y l, en cambio, poda sentirse invisible.

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    Puls un discreto botn gris situado en el apoyabrazos, son un leve clic y el cristal de seguridad que le separaba del chfer descendi con suavidad. la zona del pasaje estaba sumida en una profunda oscuridad. tan solo dos dbiles luces de emergencia, situadas en las puertas, alumbraban con una tenue luz azul el rostro maltratado de aquel hombre, que reflejaba una vida llena de sombras.

    sac un pequeo papel doblado de su chaqueta y, al segundo intento, el chfer pudo recogerlo. Una calle apareci escrita. El chfer la introdujo en el GPs, y lucinda, la voz seleccionada, le indic continuar tres kilmetros hacia delante, antes de tomar el desvo del cruce de la tercera con Quanty Avenue, una de las principales calles de lincoln city. El cristal de seguridad ascen-di, volviendo a dividir la limusina en dos partes.

    cuando se asegur de que tena la intimidad necesaria volvi a meter la mano en su chaqueta. con sumo cuidado sac tres fotografas del bolsillo interior y las coloc en la mesita delante de l en estricto orden. las mantuvo delante de sus ojos un buen rato analizando cada detalle. Mientras lo haca, se le iluminaron brevemente las pupilas y una sonrisa hueca desdibuj su rostro saboreando cada recuerdo.

    cunto os he echado de menos s usurr con una voz nauseabunda y siniestra.

    repas una vez ms las fotos durante un instante largo, como quien descubre al otro lado del cristal a su hijo recin nacido. cogi la afilada cuchilla entre sus dedos y se qued hipnotizado unos segundos con el brillante resplandor del filo.

    Estaba disfrutando del momento.comenz rasgando con meticuloso cuidado la primera de

    las fotografas. lentamente, la ligera caricia de la cuchilla se fue convirtiendo en un movimiento frentico y compulsivo que con-sigui desmembrar las delicadas fibras del papel.

    os va a encantar, os va a encantar! fa rfull con una risa histrica.

    continu rascando con rabia, cada vez ms descontrolado, con el resonar de los tambores en el fondo de su memoria. Pare-

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    ca un pintor bohemio en trance, dejndose llevar por el hilo de un maldito y agudo recuerdo.

    todas aquellas noches que pas maniatado, muerto de miedo, con el corazn siempre a punto de reventar, gritando contra su propio eco, esperando una nueva embestida lo suficientemente fuerte como para terminar de una vez con todo aquel infierno. tantas veces dese morir all; pero all sus deseos no valan nada.

    Utiliz el rotulador rojo para dar el broche final a su pequea obra de arte. introdujo la macabra fotografa en un sobre del mis-mo e identificativo color morado cuyo destinatario estaba con-venientemente impreso con anterioridad. cuando termin con las tres fotografas se reclin orgulloso y excitado en su asiento, sosteniendo los tres sobres entre sus manos.

    Ha llegado la hora m urmur, con la frente repleta de cientos de pequeas venas azules que le hacan palpitar la sien. la hora de cenar.

    3El coche aminor la marcha hasta detenerse en un pequeo cru-ce. Era una zona alejada del centro de lincoln city, en el East side. Una barriada en las afueras donde viva la poblacin ms desfavorecida. las calles recubiertas de irregulares charcos de barro estaban parcheadas una y otra vez con diferentes trozos de asfalto gris. Un par de farolas an mantenan la iluminacin. El resto eran solo oxidados palos metlicos que sujetaban, a du-ras penas, unos globos de cristales rotos y desconchados. Haba una decena de casas bajas muy deterioradas, remendadas con lar-gas tiras de chapa por las que la lluvia escurra la mugre de sus tejados. Poda escucharse el intermitente parpadeo de las gotas golpeando los tablones que cubran las ventanas. All arriba la niebla apenas estaba presente, pero el fro azul lo empapaba todo.

    Aquel ambiente y aquella luz le traan demasiados recuerdos. El olor de la lluvia sobre las granticas aceras lo haba percibido

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    cientos de veces muchos aos antes apoyado sobre el alfizar de una de las ventanas del primer piso de la casa de acogida que le-vant April Austin, y que se encontraba muy cerca de all. Aquel viejo casern, que despus se convirti en un amasijo de ceniza y maderas podridas, le haba visto volver a nacer. En aquella granja, cuando era un joven de tan solo diecisiete aos y estaba marcado por el horror de su pasado, miraba el lejano horizonte buscando respuestas que nunca hallaba.

    las cosas que haces perduran muchos aos dij o April cavando con suavidad la tierra con el cepelln de un rosal en las manos listo para ser plantado, y las que no haces perduran para siempre, comprendes chico?

    s, supongo que s r espondi prestando mucha atencin a cada una de las palabras de su tutora.

    olvida todo lo que has sido, porque, si no, jams podrs ser otra cosa. Mira a tu alrededor.

    April Austin, la fundadora y encargada de la casa de acogida, despleg su brazo en abanico mostrando al muchacho las dife-rentes zonas de cultivo que se encargaba de mantener. Aunque no era ms que una pequea finca, a l le recordaba, en menor es-cala, a aquellos grandes campos que cuidaba con su padre cuando solo era un nio y la vida an era hermosa. le recordaba los buenos tiempos.

    Yo nunca fui la mujer que ves ahora, fui algo mucho peor c ontinu April . Fui los peores vicios que puedas imaginar, una sombra que no importaba a nadie y a la que nada le importaba, pero fjate fjate dnde he llegado. cientos de rosas, un comedor con un horno de lea, un porche de madera para contemplar el atardecer, vosotros, mis chicos... Eso soy! Y te aseguro que antes de llegar aqu y poner la primera tabla de este bendito refugio ni siquiera poda mantenerme en pie. Espero que todo esto que ves a tu alrededor, mi pequeo imperio, te empuje a conseguir el tuyo.

    El chico dudaba mirando a la tierra, avergonzado, sin levan-tar los ojos de las petunias. tena miedo y no se atreva a formular todas las preguntas que nacan en su interior.

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    E llas dij o April refirindose a las flores jams te juz-garn hagas lo que hagas, pero te garantizo que ah abajo solo hay gusanos. No encontrars tus respuestas. tus respuestas estn aqu le s usurr con ternura sealndole el corazn.

    April suspir y dej a un lado el pequeo rastrillo que llevaba en la mano. se sent en la arena colocndose a la altura de los ojos del muchacho, le sostuvo los hombros hasta que este levant suavemente la cabeza y sus miradas se cruzaron.

    chico, t an puedes elegir quin quieres ser, aprende a olvidar y empieza de nuevo, eres tan joven..., en cambio, fjate en el viejo sparky. Alz la cabeza y dirigi su mirada por encima de la valla hacia un anciano decrpito que siempre andaba por all borracho y vagabundo.

    l ya eligi hace muchos aos co ntinu April, y como puedes ver, eligi mal, muy mal. Ha traspasado la lnea y ahora est tan loco que ni siquiera recuerda su nombre. Esa lnea es peligrosa. Podras acabar perdido en cualquier otro mundo que nada tiene que ver con este. Yo misma he visto algunos de esos mundos y no te los recomiendo.

    El chico apret los labios como si quisiera decir algo, pero una fuerza superior le impeda pronunciar palabra alguna. No le gustaba la gente. No se fiaba de nadie, aunque, despus de aque-llos aos en la casa de acogida, April pareca ofrecerle algo de seguridad. En aquel preciso instante y quebrantando las sagradas normas de su personal silencio habl.

    Y si no consigo olvidar? ba lbuce con temor hundien-do su mirada entre las semillas de flores.

    Una emergente sensacin de felicidad recorri la espina dor-sal de April, que contuvo la sonrisa. Haba hablado! El chico trataba de comunicarse. April no quera darle importancia, no quera alarmarle. Aquello deba tratarlo de la forma ms natural posible y, sencillamente, continu la conversacin.

    si no puedes olvidar... Hizo una pausa para levantar un par de dedos su sombrero de paja, lo suficiente como para poder clavar sus potentes ojos azules en el chico, y entonces continu . si no puedes olvidar, tendrs que llenar tu vida de nuevos recuerdos.

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    Aquella era una de las cosas que ms le fascinaban de April. siempre le hablaba con franqueza, como a un adulto, sin rodeos ni falsas explicaciones, y eso le haca sentir mucho ms maduro de lo que era en realidad.

    A veces April, en la soledad de su cuarto, justo antes de cerrar los ojos para dormir, recordaba el da en que aquel muchacho lleg a la casa de acogida. como en una interminable pesadilla, trataba de adivinar por qu horribles laberintos habra pasado antes de apa-recer por all. lleg roto un amanecer de invierno, bajo una bruma implacable y fra que le aplastaba como una mota de polvo contra el suelo, con la camiseta hecha jirones, lleno de mugre y sangre seca, incapaz de articular palabra alguna, arrastrando sus piernas destrozadas, plagado de innumerables golpes y moratones, agaza-pndose en los caminos de las carreteras secundarias para evitar ser descubierto, huyendo de todo, como un fugitivo muerto de miedo y con la memoria rebosante de horribles pesadillas que, a menudo, le impedan respirar. lleg con la mitad de su alma muerta y asustado como un cachorro perdido en la inmensidad del bosque.

    desde el principio April le profes un cario especial entre los dems chicos. No poda evitarlo, era dbil y extremadamente sensible, como una pequea flor que est creciendo en el cen-tro de un huracn y necesita todos los cuidados del mundo. A menudo, bajo la vibrante luz de una vela, cuando llegaba la no-che, April escriba en su pequeo diario cosas como: Quin eres, chico?, dnde has estado?, de dnde vienes?, pero aquel muchacho jams lleg a confiarle su secreto. Es posible que ni siquiera l mismo tuviera las respuestas para aquello.

    los primeros aos en el refugio apenas hablaba con nadie, tan solo merodeaba por all con las manos hundidas en los bolsi-llos, y siempre, en cada gesto, pareca estar recordando momen-tos que tan solo deseaba olvidar. Fsicamente pudo escapar, pero sus pensamientos se mantuvieron atrapados dentro de su cabeza, perennes, como una botella de vino aejo que se marchita en la bodega y finalmente se avinagra con el paso del tiempo.

    recoge las herramientas; voy a ir calentando el horno. Hoy comeremos cordero dij o April.

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    Una leve sonrisa se dibuj en el rostro del chico. Aquello a April le reconfort. saba que era un avance, pequeo, pero un avance.

    N o olvides la bolsa de semillas, seguro que an podemos aprovecharlas un poco ms s ugiri mientras se levantaba con un gesto de acusado cansancio, apoyndose en un viejo rastrillo. Antes de continuar su camino hasta la cocina le revolvi el pelo cariosamente.

    Y o te quiero, chico, quirete t tambin!demasiados pensamientos para tan corta edad. con diecisie-

    te, cuando se supone que la vida debe ser sencilla y despreocupa-da, l trataba de recomponer su mundo que, en aquel momento, estallaba en miles de pedazos como un puzle imposible de mon-tar. siempre le faltaban piezas. Por qu yo? Por qu a m?, se preguntaba constantemente sin hallar respuesta. No era capaz de concentrar su atencin, no saba cmo ni por dnde empezar, y echaba tanto de menos la vida que le haban quitado, que se senta hueco.

    Aoraba su cama, el olor de su ropa, el viejo olivo que se retorca frente a la ventana de su habitacin, creciendo ao tras ao, los libros usados que le consegua de estraperlo la seora Moose, la encargada de la biblioteca, su pequea coleccin de minerales, el tacto del cajn de madera donde guardaba sus par-ches de colores para el ojo cosidos a mano por su profesora de arte, la seorita Keene, los gusanos de seda que criaba en una agujereada caja de zapatos, pero sobre todo echaba de menos a su padre; algn consejo, una mano protectora que fuera de su propia sangre y le indicara qu camino tena que seguir. l fue quien le aliment, le cubri con un techo y le ofreci algo de esperanza cuando las cosas comenzaron a torcerse, y eso fue desde bien temprano, justo al nacer, con la prematura muerte de su madre, deline. En el parto, deline muri desangrada y el beb perdi un ojo. desde entonces aquel estigma le acompa siempre para recordarle la ausencia de su madre. Nadie pudo hacer nada. Aquellas cuatro palabras las haba escuchado cientos de veces en boca de su padre, las tena grabadas en el cerebro como la nica

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    respuesta ante cualquier pregunta. las conversaciones sobre su madre estaban prohibidas, los detalles, las fotografas, los recuer-dos..., todo!; tan solo: Nadie pudo hacer nada, una y otra vez.

    su padre, Joseph, era un tipo retrado que no se relacionaba demasiado con el resto del pueblo. desde el primer momento, con la muerte de su esposa, intent en vano ser padre y madre a la vez, pero aquello no funcion. l era un hombre capaz y creativo, pero en ningn caso afectuoso. careca de esa dulzura innata que las madres poseen de manera natural.

    trabajaba largas jornadas en la cosecha, cultivando cualquier cosa que les diera de comer, cualquier cosa que les dejara un cen-tavo limpio. despus, cuando los das se acortaban y el aire se haca fro e intratable, se pasaba las horas muertas en el cober-tizo. tena una especial habilidad con las manos, era muy ver-stil y poda construir cosas muy diversas: desde una compleja estructura de dos alturas para un establo a la delicada sencillez de moldear una simple taza de barro, y aunque sus dedos eran toscos y gruesos, fruto de las horas de azada en el verano, sola esculpir, con pericia y detalle, pequeas figuras de cera que ser-van para robar una sonrisa a su pequeo. sus vidas transcurran razonablemente bien hasta que ocurri todo. Entonces, cada da se convirti en el peor.

    sentado sobre la tierra del jardn de la casa de acogida, recor-dando aquellos momentos con su padre, le arda el pecho y senta que era incapaz de controlar la furia que le naca por dentro.

    P ap ba lbuce removiendo la arena con las manos. dnde ests? Aydame!

    Esa misma tarde, despus de la intensa conversacin con April, fue la primera vez que sinti el murmullo de los tambores bajo su corazn. Aquella sensacin le aprisionaba las arterias, su ritmo cardaco se elevaba y en su memoria flashes brutales de aquellos horribles das pasados aparecan ante l una y otra vez.

    Aun cerrando los ojos segua vindolos cada vez con ms intensidad.

    Atndole las muecas enrojecidas.

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    Aplastando sus delgadas costillas con cintas mugrientas con-tra la cama.

    las desgarradoras voces chillando su nombre.

    Una decena de gusanos salieron reptando cuando levant una de las bolsas de semillas. caminaban en grupo formando una hile-ra de babas y tierra, con destino a ninguna parte en aquel enorme mar de arena. todos menos uno. Uno ms pequeo que el resto mova su gelatinoso cuerpo en direccin contraria a los dems. Estaba perdido y lo nico que poda hacer para mantenerse con vida era seguir hacia delante. Mirando a aquel insignificante gusano se descubri a s mismo huyendo hacia la nada. cogi una pequea pala que serva para remover la tierra y, con una ira desmedida y en un veloz movimiento, desmembr el cuerpo del gusano en varios trozos. observ cmo abra su minscula boca pidiendo auxilio en idioma gusano, disfrutando de la agona de aquella pequea criatura hasta que, finalmente, dej de moverse.

    de cada pequeo trozo desgajado brotaba un finsimo hilo de savia blanca que regaba la tierra. Haba solucionado de un golpe todos los miedos del pobre invertebrado. Ya no tendra que preocuparse por nada. Ahora estaba muerto, diseccionado en varios trozos que en pocos das se pudriran al sol.

    Esboz una ligera sonrisa al darse cuenta de lo fcil que re-sultaba arrancar una vida. lo poderoso que se senta pudiendo decidir quin poda vivir y quin no.

    Y aquello le hizo sentirse mejor. Mucho mejor.

    4desde la ventanilla de la limusina, bajo la inmensidad de la lluvia derrumbndose sobre las planchas de asfalto y barro, aquellos re-cuerdos de su niez le producan un amargo sabor. Pero ahora era un hombre, un hombre curtido capaz de asimilar todo aquello por lo que haba pasado. Muchos aos antes, cuando destroz a

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    aquel insignificante gusano, se percat de lo gratificante que era jugar a ser dios y comenz a nacer en l un lado oscuro y tene-broso. su parte ms inconsciente y animal se revel y sali a la luz en un acto de pura supervivencia. No poda enfrentarse a sus pesadillas, as que decidi que las aniquilara sin reparar en las consecuencias. su destino ya estaba escrito desde haca tiempo, un destino gris y desolador. la decisin estaba tomada y ahora lo nico que tena que hacer era seguir adelante.

    las calles estaban desiertas, y la vida, como tantas otras veces, lanz los dados del destino colocando debajo de un maltrecho tejadillo de planchas de metal a Harold Bingham y a su hermano pequeo chet, que aguardaban pacientes, pasndose una des-gastada pelota de baloncesto, a que dejara de llover para seguir jugando fuera. la presencia de una limusina tan imponente en un barrio como aquel no pas desapercibida para los dos herma-nos que, curiosos, se acercaron con la intencin de poder verla ms cerca.

    vaya! ex clam alucinado Harold bajo la intensa llu-via. Has visto qu coche?

    U ff! Ya lo creo. Parece una nave espacial r espondi el pequeo chet con la boca abierta. Al menos debe de valer un milln de dlares.

    su hermano se rio con ganas mientras se cubra la cabeza con la capucha de su sudadera.

    P ero qu dices enano! Eso no lo vale ningn coche.E ste seguro que s a firm chet confiado. la ventanilla de la parte trasera de la limusina descendi has-

    ta la mitad. dentro la oscuridad lo difuminaba todo.P ssst! chico, ven aqu! U na voz ronca sali de las en-

    traas del coche. los dos hermanos se miraron sorprendidos sin saber muy bien cmo reaccionar ante aquella llamada.

    Y o? p reguntaron al unsono. t! ven, acrcate! U na mano enfundada en un guante

    apareci por el estrecho hueco de la ventanilla invitando con ges-tos al muchacho para que se acercara.

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    chet se sinti afortunado por haber sido elegido y se acerc an ms, mientras su hermano, con la pelota en las manos, espe-raba receloso. cuando estuvo a tan solo un par de metros de la puerta de la limusina, se detuvo. desde esa distancia ya se poda adivinar la figura de una persona en el interior y, aunque era im-posible descifrar sus rasgos, aquello tranquiliz a chet, que an segua barajando la posibilidad de que aquello se tratarse de una autntica nave recin llegada del espacio.

    Ho la dijo tmidamente chet secndose las palmas su-dorosas de las manos en los pantalones.

    Ho la, chico. la mano seal su camiseta. Eres de los lakers? p regunt la sombra desde dentro del coche.

    chet gir la cabeza hacia su hermano sin saber muy bien qu deba responder. Hizo una pausa mirando al suelo. responde, le susurr su hermano desde la lejana, articulando cada slaba con claridad.

    de los celtics g imi finalmente inseguro.P ero tu camiseta...E s de mi hermano! int errumpi resuelto. te gustara ganar cincuenta pavos para ir a ver un partido

    de los red sox? Este fin de semana juegan contra dallas, ser un buen partido, qu te parece?

    chet, emocionado, mir de nuevo a su hermano sin saber muy bien qu hacer. Harold, desde unos metros ms atrs, le in-citaba con todo tipo de gestos y muecas a continuar la conver-sacin. Al fin y al cabo cincuenta dlares era la mayor cantidad de dinero que haban tenido jams aquellos dos muchachos en sus manos. chet dud unos segundos. Acababa de cumplir ocho aos.

    s, claro! claro que me gustara! ex clam con la cara iluminada.

    ven, acrcate, acrcate un poco ms! ins inu la voz aterciopelada. El chico obedeci al instante. ves aquel buzn de all, el de la esquina?

    los cinco dedos formaron una flecha que apuntaba direc-tamente a un buzn metlico y oxidado al otro lado de la calle.

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    sutilmente poda adivinarse el smbolo de la oficina de correos de oregn en uno de sus laterales.

    lo ves, chico?chet retorci su pequeo cuello y aquello fue suficiente para

    que el buzn apareciera justo delante de su ancha y negra nariz. El pequeo asinti varias veces con alegra. Al girar nuevamente la cabeza hacia la ventanilla trasera de la limusina tres sobres de color morado se mostraban expuestos en abanico.

    solo tienes que echar estos tres sobres en el buzn y el dinero ser tuyo.

    Una repentina dosis de desilusin abord el pensamiento del pequeo; aquello era demasiado fcil. Echar tres sobres en un buzn? solo eso? la realidad decepcion un poco a chet, que esperaba algo de mayor envergadura. Quera los cincuenta dla-res a toda costa, pero no solo por echar sobres a un buzn, eso podra haberlo hecho cualquier chaval ms pequeo que l.

    vamos chico. Adelante!.Aquel pensamiento emergi directamente de la zona ms

    profunda de la limusina, donde aquel hombre asfixiaba nervioso con sus guantes de terciopelo la cabeza de un caballo de bronce que coronaba un elegante bastn de marfil. su pulso se aceler y sinti cmo su pecho suba y bajaba con fuerza de la pura excita-cin del momento. Qu mejor que la inocente mano de un nio para dar rienda suelta al destino?

    Aquel era el lugar, el sitio preciso donde todo deba comen-zar. All, muy cerca del mismo sitio donde aos atrs lo vio con cristalina claridad. Aquella revelacin que acudi a su cabeza como la solucin a sus problemas, entre tambores, pesadillas y gusanos pudrindose al sol.

    Arranca la mquina!.chet no lo dud un segundo ms, avanz el par de metros

    que le separaban de la ventanilla y recogi los sobres que, ins-tantneamente, se empaparon de gotas de lluvia. corri hacia el buzn y, sin fijarse en nada ms que en cumplir su objeti-vo, los lanz dentro con repentina urgencia. Quera quitrselos de encima cuanto antes. El mayor de los Bingham, Harold, que

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    pudo ver la escena completa desde algo ms lejos, no era capaz de comprender muy bien qu estaba haciendo su hermano pegado a aquel buzn.

    Y a! exclam chet volviendo al coche y alargando la mano.

    Un billete de cincuenta dlares sali despedido de la ventani-lla, flotando como una hoja varada al viento y acab tendido en el suelo cubierto de barro. El gesto del chico delataba su ilusin. recogi el billete del suelo y desliz sus pequeos dedos, una y otra vez, por encima del papel para limpiarlo y poder sentir que aquello era cierto. tena cincuenta dlares para l solo entre sus manos. increble!

    la tenebrosa sombra de aquel hombre contemplaba la escena desde la ntima oscuridad de su asiento. No pudo ms que acari-ciarse los labios con la cabeza del bastn. Aquel contacto helado que parti de su boca le atraves la columna vertebral como un impulso nervioso y un repentino cosquilleo le recorri el est-mago. Poda sentir las costuras de los guantes apretndose contra su ajada piel. reclin la cabeza hacia atrs y desliz suavemente la lengua por encima de sus labios morados; finos y secos, como dos tiras de hgado. Hizo chirriar sus pequeos dientes amari-llos, produciendo un siseo parecido al de una serpiente, creando un espeluznante murmullo que dejaba volar su imaginacin. El primer jadeo no tard en llegar, aquella incontrolable excitacin le volva loco. Golpe con el bastn dos veces la mampara oscura que le separaba del chfer como seal de que deseaba arrancar. Necesitaba escapar de all lo antes posible, antes de que llegara la bestia. Antes de que todo fuera irremediable.

    El preciso motor de la limusina se puso en marcha y esta comenz a moverse. En el mismo instante en que la cara de chet Bingham desapareci del cuadro de enfoque de la venta-nilla trasera, el siseo de la serpiente se convirti en un desagra-dable alarido demonaco. Un milln de deliciosas imgenes se mostraron ante l, imgenes que su cerebro le escupa amonto-nndolas unas encima de otras, imgenes que l mismo haba padecido en sus propias carnes y a las que no poda renunciar.

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    volvi a mojarse los labios llenos de cicatrices y golpe instin-tivamente la mampara dos veces. la limusina se detuvo en seco.

    An con la respiracin agitada, abri levemente la puerta tra-sera del coche. las luces de cortesa del interior baaron con sua-vidad el suelo embarrado, y los dos hermanos, que se encontraban fantaseando con todo lo que iban a poder hacer con aquel dinero, alzaron la cabeza cuando oyeron el crujido de la puerta al abrirse.

    Ya nada podra detenerle.Un fajo de billetes sali disparado desde dentro de la limusi-

    na, cayendo a un metro escaso de distancia. chico. Acrcate ins inu con una voz oscura y algo ms

    urgente. En cada slaba se poda percibir el clido jadeo de la bestia

    que llevaba dentro.chet sali disparado para comprobar que no estaba soando

    y que aquello era dinero de verdad. Billetes de cincuenta dlares tirados en el suelo! cinco, diez o quiz veinte! se abalanz hacia ellos clavando las rodillas en el barro y comenz a recogerlos como si fueran caramelos de una piata.

    chet, ven aqu! le r eprendi su hermano.A Harold aquello no le pareci tan buena idea. chet, ven! volvamos a casa! v olvi a advertirle atemo-

    rizado.El pequeo chet apenas alcanz a dar un par de pasos cuan-

    do un brazo siniestro le arrastr con inusual fuerza dentro del coche. A Harold se le hel la sangre.

    chet! chet! c hill desesperado con todas sus fuerzas.la puerta de la limusina se cerr con violencia y esta desapa-

    reci fugazmente entre una cortina de lluvia bajo la turbia noche. la msica clsica volvi a despertar en su cabeza las peores

    pesadillas. Un estado mental que haba terminado por asumir, por disfrutar.

    Entonces, el inocente chet Bingham descubri por fin la verdadera cara de la bestia. El lado oscuro de aquel chico que, aos atrs, disfrutaba troceando gusanos en los ridos veranos de Yorstown.

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    5Aquella misma noche el barrio estall en busca del pequeo. Ningn indicio, ninguna pista, nada. Buscaron en cada bosque, cada ro, bajo los puentes y en los huecos de las alcantarillas, pero no apareci. Harold nunca habl de lo que haba sucedido, aunque su madre se lo implor una y otra vez hasta volverse loca, pero nadie consigui sacarle ni una sola palabra.

    su cerebro le evit el mal trago de recordarlo, aunque, en sue-os, vea cada noche la imponente limusina de color morado, a su hermano recogiendo billetes bajo la lluvia y el brazo agusanado que lo arrastr a la letal oscuridad. Jams dijo nada sobre todo aquello.

    la maana siguiente a la desaparicin, duncan Wright cum-pla su ronda habitual como cada jueves y, aunque se percat de que exista un inusual movimiento en las calles, tampoco le lla-m demasiado la atencin. Mientras recoga las cartas del viejo buzn de la esquina de la calle Wind ridge pens dnde podra llevar a linda por su aniversario; a la bolera del centro? Al Ma-tress? o quiz a algn otro sitio con algo ms de clase?

    le haba comprado un pequeo anillo de plata con lneas ho-rizontales grabadas alrededor y una de esas tarjetas en las que al abrirlas sonaba una meloda. En su interior, un par de pequeos osos sujetaban un globo con forma de corazn. A l le pareci francamente horrible, pero pens que a ella le encantara.

    llen la saca de correos con el contenido del buzn y los tres sobres de color morado cayeron en su interior.

    E h, amigo! le advirti nervioso un hombre negro de mediana edad. Has visto a este chico? le mostr una foto del pequeo chet Bingham. desapareci ayer. No sabemos dnde est. le has visto?

    duncan le ech un vago vistazo a la foto.P ues no, no le he visto en mi vida r espondi, cerrando la

    portezuela de la furgoneta de correos.El hombre negro le insisti ponindole la mano sobre el

    hombro.

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    vuelve a mirarla, to, es importante! solo tiene ocho aos. te he dicho que no! respondi duncan, zafndose de

    malas maneras del brazo de aquel hombre. cuida tus moda-les, joder!

    Para duncan Wright el mundo entero poda irse al carajo si consegua terminar a las cinco, darse una ducha y llevar a su chica a cenar a un sitio bonito. subi el volumen de la radio y condujo lo ms rpido que pudo hasta la central de correos con las sacas recin recogidas.

    En unas horas todas esas cartas estaran listas para ser en-viadas y nada podra evitar que la imparable rueda del destino continuase su marcha.

    6No muy lejos de all, en una pequea y confortable cabaa bajo las montaas nevadas del lago de tillamok Bay, las nubes bajas amenazaban de nuevo con otra tormenta an peor.

    El hambre del diablo se haba saciado con chet Bingham como aperitivo y el arrepentimiento no tard en llegar. obser-vando su reflejo en el espejo que estaba sobre la chimenea del saln, se pregunt en qu maldito engendro le haban convertido. Pareca tener mil aos, y que cada da se converta en un lustro y cada paso en una eternidad. Mentalmente estaba agotado, perdi-do, y nicamente contaba con la lucidez necesaria para cumplir su ltima voluntad. con el rostro en penumbra, iluminado tan solo por el anaranjado color de las caprichosas llamas, las cicatri-ces de su piel parecan montaas.

    tena la sensacin de que le haba crecido el crneo, lo sen-ta presionar contra la piel tensa de su frente en palpitaciones incesantes. decidi liberarse y suavemente retir de su cara una prtesis color carne que le cubra la nariz, los pmulos y gran parte de la barbilla, y que se anudaba bajo el pelo de la nuca con un corchete casi invisible. la visin fue espantosa.

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    El tercio inferior de su cara estaba deformado y lleno de ci-catrices profundas y mal curadas, como los pliegues de una mano anciana. la piel se amontonaba enrojecida dejando entrever los msculos sanguinolentos de su mandbula. All de pie se observ frente al espejo y se compadeci de s mismo. respir agotado y su rostro se entristeci profundamente. su realidad era aquella. Un rostro deforme para una vida deforme.

    Pas dbilmente sus dedos sobre las cicatrices, mientras ta-rareaba I Got You Babe, la vieja cancin de sonny Bono, con un susurro siniestro que dejaba impresa en cada una de las palabras una profunda tristeza. la repeta una y otra vez, casi sin entonar-la, como quien reza una oracin aprendida.

    ... Well I dont know if all thats true, cause you got me, and baby I got you... I got you babe. I got you babe....

    llevaba cada verso de aquella cancin grabado en lo ms profundo del alma. Era su letana ms amarga, la que le acompa- da y noche cuando estuvo en el infierno.

    An llevaba los guantes mientras se acariciaba. Normalmente nunca se los quitaba, pero aquella vez decidi hacer una excep-cin. volvi a palparse el rostro con los dedos desnudos y pudo sentir perfectamente cmo se hunda la carne debajo del labio inferior y cmo su nariz no era ms que un colgajo de nervios y venas retorcidas. llevaba grabado en la cara su personal lbum de recuerdos.

    Fuera comenz a nevar.se sirvi una copa de vino e introdujo una pajita de plstico

    en el vaso. le costaba mucho beber de otra manera. cada vez que haba intentado beber directamente del vaso casi todo el lquido haba acabado derramndose encima de l. Era pattico!

    su mirada se desvaneci en los pequeos copos de nieve que flotaban a travs de la ventana y un bonito recuerdo le abord de repente causndole una extraa sensacin de felicidad. Era l jugando con la nieve en los inviernos de lincoln city, se rea a carcajadas, aleteando sus brazos como una mariposa, dibujando ngeles con su cuerpo sobre el suelo blanco de los prados neva-dos. Por un instante dud de si aquel recuerdo era real o si quiz

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    su mente lo habra inventado para poder sobrevivir a una vida carente de sueos. A estas alturas de su existencia tena claro que no naci as sino que le hicieron as. igual que el perro de Paulov babeaba de forma instintiva cuando hacan sonar la campanilla, l necesitaba calmar esos instintos de la nica forma que saba. los conflictos con su conciencia cada vez eran ms dbiles, ape-nas imperceptibles, y en ese punto muerto haba llegado a asimi-lar que esto era su vida.

    observando aquel reflejo distorsionado de s mismo acudie-ron a su memoria, como una rfaga de viento helado, las palabras de April Austin, su tutora en la casa de acogida. si no puedes olvidar, tendrs que llenar tu vida de nuevos recuerdos. Pero jams lo consigui y se senta hueco. Era un fantasma de mirada triste, invisible al resto del mundo. Y en el mismo punto donde se encontraba su debilidad tambin habitaba su fuerza. Ya solo poda ocupar su mente con una idea: venganza.

    la mirada que cruzaba con el espejo sobre la chimenea, que antes era triste, casi melanclica, ahora se iba cargando de de-terminacin y furia de una manera incontrolable. Arroj con violencia la copa de vino contra el espejo y este se quebr en cientos de trozos que descompusieron su reflejo en decenas de nuevos monstruos. Poda notar perfectamente la rabia creciendo en su interior. iba ms all de un estado mental, era algo fsico. El torrente de sangre que circulaba por sus arterias se aceler de una manera brutal, la sien le palpitaba con furia, sintiendo un creciente calor en el pecho que no dejaba de aumentar. En lo ms profundo de sus entraas ya todo eran tambores. tambores deli-rantes de venganza y que anunciaban, con una fuerza desmedida, que algo horrible estaba a punto de suceder.

    Miraba la chimenea hipnotizado por la caprichosa danza del fuego y el sonido crepitante de los huesos frescos ardiendo entre la lea de encina cuando, sin poder evitarlo, comenz a tararear una meloda con una endemoniada sonrisa macabra.

    I got you babe, I got you babe, ta, ta, ta, ta, ta, ta, ta, ta....

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