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EL PARÁCLITO, EL ESPÍRITU DE LA VERDAD EN JUAN Prof. Carmen Bernabé Aula de Teología 30 de Octubre de 2018 INTRODUCCIÓN Habitualmente se considera el tema del Espíritu en la obra de Lucas debido a su concepción de la historia de la salvación en tres periodos: la preparación, la de Jesús, y la del Espíritu, que llega tras la Ascensión de Jesús y se caracteriza porque en ella es el Espíritu quien guía a la Iglesia. El evangelio de Juan, por el contrario, es mucho más desconocido; se le considera un evangelio muy espiritual, pero, a ciencia cierta, no se sabe muy bien qué significa ese calificativo. Nada mejor que comenzar con dos citas del mismo evangelio: “Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo” ( Jn14, 25). Y, un poquito más adelante, en el mismo discurso de despedida, Jesús dice: “Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podríais comprenderlas ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, el Paráclito, os iluminará para que podáis entender la verdad completa” (Jn16, 12). Espero que a lo largo de la exposición quede más claro el significado, el alcance y la profundidad de estas frases, y de la palabra, “Paráclito”, ese nombre que se le da al Espíritu en Juan, e ellas. ¿Dónde habla el Espíritu y dónde no? ¿Quién le da forma legítima y quién no? ¿Cómo distinguir el verdadero del falso profeta? Es decir, distinguir aquellos verdaderos profetas de aquellos otros que dicen hablar inspirados y movidos por el Espíritu, sin estarlo. ¿Cómo distinguir los falsos espíritus de los verdaderos? Son cuestiones que preocupaban ya en la época del AT y que siguieron preocupando y ocupando a los contemporáneos de Jesús y a los de sus discípulos. La apelación al Espíritu y el discernimiento y control de la presencia y actuación del Espíritu, ha sido un problema y una tentación en torno a la cual se han desarrollado luchas de poder, pero también se han dado fenómenos enormemente creativos que han hecho avanzar las religiones y la vida comunitaria en ellas. De hecho, en la conformación del cristianismo como sistema religioso diferente del judaísmo, la actuación del Espíritu tuvo una importancia fundamental. En las dos sesiones anteriores se ha hablado del Espíritu en el AT y en Jesús de Nazaret y se han dado algunas respuestas a estos interrogantes. El próximo día se hablará del Espíritu en Pablo y en sus Comunidades y se verán entonces otras funciones del Espíritu y otras respuestas a las preguntas que acabamos de hacer. Hoy vamos a hablar del Espíritu en los escritos joánicos: el Evangelio de Juan y sus tres cartas, que son una ventana a los grupos formados en la tradición joánica y, a través de ella, a su vida comunitaria y a su vivencia del Espíritu. Vamos a ver cómo responden a esos interrogantes que poníamos al comienzo, pues debemos ser conscientes de que, cuando leemos o escuchamos el Evangelio de Juan o del de Mateo, etc., hay en ellos dos planos a considerar: uno que nos remite a Jesús de Nazaret, a sus acciones, a sus dichos, a su vida, y

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EL PARÁCLITO, EL ESPÍRITU DE LA VERDAD EN JUAN

Prof. Carmen Bernabé

Aula de Teología

30 de Octubre de 2018

INTRODUCCIÓN

Habitualmente se considera el tema del Espíritu en la obra de Lucas debido a su concepción de la historia de la salvación en tres periodos: la preparación, la de Jesús, y la del Espíritu, que llega tras la Ascensión de Jesús y se caracteriza porque en ella es el Espíritu quien guía a la Iglesia. El evangelio de Juan, por el contrario, es mucho más desconocido; se le considera un evangelio muy espiritual, pero, a ciencia cierta, no se sabe muy bien qué significa ese calificativo. Nada mejor que comenzar con dos citas del mismo evangelio:

“Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo” ( Jn14, 25).

Y, un poquito más adelante, en el mismo discurso de despedida, Jesús dice:

“Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podríais comprenderlas ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, el Paráclito, os iluminará para que podáis entender la verdad completa” (Jn16, 12).

Espero que a lo largo de la exposición quede más claro el significado, el alcance y la profundidad de estas frases, y de la palabra, “Paráclito”, ese nombre que se le da al Espíritu en Juan, e ellas.

¿Dónde habla el Espíritu y dónde no? ¿Quién le da forma legítima y quién no? ¿Cómo distinguir el verdadero del falso profeta? Es decir, distinguir aquellos verdaderos profetas de aquellos otros que dicen hablar inspirados y movidos por el Espíritu, sin estarlo. ¿Cómo distinguir los falsos espíritus de los verdaderos?

Son cuestiones que preocupaban ya en la época del AT y que siguieron preocupando y ocupando a los contemporáneos de Jesús y a los de sus discípulos. La apelación al Espíritu y el discernimiento y control de la presencia y actuación del Espíritu, ha sido un problema y una tentación en torno a la cual se han desarrollado luchas de poder, pero también se han dado fenómenos enormemente creativos que han hecho avanzar las religiones y la vida comunitaria en ellas. De hecho, en la conformación del cristianismo como sistema religioso diferente del judaísmo, la actuación del Espíritu tuvo una importancia fundamental.

En las dos sesiones anteriores se ha hablado del Espíritu en el AT y en Jesús de Nazaret y se han dado algunas respuestas a estos interrogantes. El próximo día se hablará del Espíritu en Pablo y en sus Comunidades y se verán entonces otras funciones del Espíritu y otras respuestas a las preguntas que acabamos de hacer.

Hoy vamos a hablar del Espíritu en los escritos joánicos: el Evangelio de Juan y sus tres cartas, que son una ventana a los grupos formados en la tradición joánica y, a través de ella, a su vida comunitaria y a su vivencia del Espíritu. Vamos a ver cómo responden a esos interrogantes que poníamos al comienzo, pues debemos ser conscientes de que, cuando leemos o escuchamos el Evangelio de Juan o del de Mateo, etc., hay en ellos dos planos a considerar: uno que nos remite a Jesús de Nazaret, a sus acciones, a sus dichos, a su vida, y

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otro que nos permite entrever la vida de la comunidad a la que va dirigido ese evangelio. Esos dos planos explican las diferencias entre los evangelios.

Por eso, aunque no estamos acostumbrados a considerar el evangelio de Juan como un evangelio que surge de una comunidad y para una comunidad, es muy necesario hacerlo porque, solo teniendo en cuenta ciertas características de dicha comunidad, podremos entender en profundidad algunas características del evangelio y la razón por la cual el evangelio responde como responde o dice lo que dice.

Es habitual escuchar que el evangelio de Juan es el más espiritual, aunque no está muy claro lo que se entiende por espiritual; en esto también sería bueno hacernos conscientes de qué es lo que entendemos, porque no queda claro si se alude, como dice E. Schweizer1, a cierta condición humana que se opone a lo corporal, a lo natural sensible, a lo sexual, a la carne, o si se denomina así porque en este evangelio predominan los largos discursos de Jesús donde se habla de Dios, de creer, del mundo de arriba… al contrario de lo que sucede en los evangelios sinópticos que tienen una narración mucho más viva, más cercana, de las acciones de Jesús, con sus curaciones, sus enseñanzas, sus disputas…. Sin embargo, el calificativo de espiritual debería serle atribuido por el papel tan importante, tan fundamental, que tiene el Espíritu en este evangelio, donde implícitamente se dice que, en último lugar, el Espíritu, es el único autor.

1. EL EVANGELIO DE JUAN EN CONTEXTO HISTÓRICO Y CULTURAL

Para poder comprender lo que este evangelio dice sobre el Espíritu son necesarias algunas consideraciones previas que nos orienten en su lectura, situándolo en su contexto histórico y cultural y en la hechura literaria que lo caracteriza. Es imposible comprender bien un mensaje, en un texto antiguo o moderno, si no tenemos en cuenta el contexto en el cual se escribe, los problemas, la situación, los grupos y sus relaciones… que hacen que se escriba ese texto en la forma en que se hace.

Vamos a ver entonces algunos aspectos del contexto en que se escribe el evangelio de Juan, tal como lo tenemos actualmente, dejando de lado la historia y el largo proceso de su composición.

En los escritos joánicos nos asomamos a la vida de unas comunidades de finales del siglo I y comienzos del siglo II; es el final de la segunda generación cristiana y comienzos de la tercera. La situación respecto a los otros evangelios y respecto a Pablo (primera generación) había cambiado mucho y los problemas eran también diferentes.

En primer lugar, tras la primera guerra judía, en el 70 dC, el templo de Jerusalén había sido destruido y los judíos se habían visto obligados a revisar su forma de entrar en contacto con Yahvé y de darle culto, lo que hasta entonces había estado centrado en el Templo y sus ritos. En esa situación se fueron perfilando dos formas de encontrar una solución a esa situación:

a) Por una parte estaban los maestros de la ley, los llamados rabinos, continuadores de los fariseos, que repensaron las tradiciones y la fe judía, poniendo como centro a la Torá, la ley, tal como era interpretada por ellos.

b) Por otra parte, estaban los seguidores de Jesús, a los que llamaban “judíos mesiánicos” porque pensaban que Jesús era el Mesías prometido que el pueblo había estado

1 Eduard Schweitzer, El Espíritu Santo, Salamanca: Sígueme 1984, 11

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esperando. Este grupo hizo también su relectura de las tradiciones y de la fe judía pero no desde la Torá, sino que tuvo como centro y como clave hermenéutica de esas tradiciones judías y de la relación con Yahvé a Jesús de Nazaret, muerto y glorificado.

Este lugar diferente, desde el que se pensaban las tradiciones judías y la relación con Yahvé, este lugar hermenéutico desde el que interpretar la tradición, el culto y la vida fue decisivo y para las comunidades joánicas resultó peligroso, como se ve en el mismo evangelio. Si leemos este escrito pensando que detrás hay una comunidad que se está expresando, y que lo hace muchas veces por boca y por los labios de Jesús, nos daremos cuenta de que es una comunidad que tiene problemas con las sinagogas y sus dirigentes, precisamente por lo que confiesa sobre Jesús (Jn 9,22.34; 16,2-4)

En segundo lugar, se desarrolló una reflexión, muchas veces controvertida y problemática, tanto entre los seguidores de Jesús de diferentes grupos, como entre estos y otros judíos, sobre todo las autoridades sinagogales. Esta reflexión tan controvertida tuvo como objeto varios temas: 1) la identidad de Jesús, esto es, la cristología (¿quién era Jesús, en realidad? ¿cuál era su relación con Yahvé?); y 2) el papel del Espíritu y el discernir su verdadera actividad, porque era él quien otorgaba autoridad. Había grupos que apelaban al Espíritu para legitimar y fundamentar sus doctrinas y su praxis; doctrinas y praxis que, en algunos casos, eran muy diferentes. Vamos a ver estos dos aspectos.

● La reflexión cristológica.

A finales del siglo I y principios del II, la reflexión cristológica se desarrolló de forma considerable, pero no en una sola dirección sino que, dependiendo de posiciones filosóficas y culturales, lo hizo en direcciones opuestas, incluso contradictorias, produciendo situaciones problemáticas y difíciles en las comunidades. ¿Quién es Jesús respecto a Dios? La contestación a esta pregunta dio lugar a diferentes posiciones cristológicas, a debates cristológicos encarnizados y a problemas dentro de las mismas comunidades. Esto se debe a lo que se dice sobre el Espíritu.

Las cartas I y II de Juan hablan de este problema; son reflexiones y desarrollos teológicos y cristológicos con diferentes consecuencias porque esos desarrollos cristológicos eran atribuidos al Espíritu, por lo cual se hacía necesario un discernimiento de los espíritus y unos criterios desde los que juzgar esos desarrollos que se fundamentaban en la experiencia del Espíritu. Todos decían que tenían, o pretendían tener, el Espíritu que les guiaba, que les decía quién era Jesús y cómo hacerlo presente, y muchas veces había grupos que decían lo contrario.

● El papel del Espíritu.

El segundo problema, que tiene que ver con el Espíritu también, es la autoridad, el origen, la transmisión y la legitimación de la autoridad. Los discípulos directos de Jesús habían muerto ya, y también estaban muriendo los discípulos de aquellos primeros discípulos, lo cual suponía una crisis de identidad, una crisis de autoridad y una crisis de testimonio. Se pensaba que Jesús había resucitado y que seguía presente en la comunidad a la que seguía hablando, pero ¿de qué manera hablaba? Se apelaba al Espíritu, pero, al estilo de lo que había sucedido en el AT con los profetas, se hacía necesario discernir el espíritu auténtico del

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espíritu falso entre todos aquellos que decían actuar bajo la inspiración y el impulso del Espíritu2.

Como digo, los discípulos iban muriendo y se apelaba al Espíritu para discernir quién tenía una autoridad legítima y quién tenía una autoridad falsa. En este mundo cultural, la alusión al Espíritu y a los espíritus era algo habitual. Lo espiritual entendido como el mundo de los espíritus invisibles, que influían en la acción de las personas estaba muy presente; muchas veces se apelaba a la inspiración entendida como posesión por un espíritu que habitaba en el escritor, en el profeta, etc. Algunos comportamientos se achacaban a la presencia del espíritu, bueno o malo, dentro de la persona (Mc 3,23-27; 5, 1ss). El criterio de juicio solía ser la evaluación de la acción o las palabras respecto a si reforzaban o no algo el statu quo; pero este criterio se había mostrado problemático con Jesús.

En la carta I de Juan vemos la gravedad de este problema. Aquí todos apelan al Espíritu para decir cosas muy diferentes. El autor de la carta de Juan dice: Hay que discernir los espíritus, no os fieis de todo aquel que dice ‘yo tengo el Espíritu’; hay que saber discernir los espíritus (1Jn 3,14-16). Es decir, necesitamos criterios para poder discernir lo que es fruto del Espíritu que innova y lo que no lo es, que es tanto como decir, lo que es positivo y está en coherencia con el mensaje y buena noticia del Resucitado y lo que no lo está.

● Los grupos místicos. En tercer lugar, en aquel ambiente cultural persistía aún la actividad de ciertos

grupos místicos que proponían unos medios concretos y discutidos para alcanzar el conocimiento y la unión con lo divino y, por ello, la transformación personal. Los componentes de estos grupos practicaban diferentes técnicas de meditación para llegar a “estar poseídos”, o bien para entrar en un estado mental en el que se decía que llegaban al contacto con la divinidad. A esta actividad la denominaban hacer “viajes celestes” cuyo objetivo, como decimos, era el conocer los misterios celestes. Hay testimonios de la existencia de grupos de este tipo3. El evangelio de Juan, que pensamos tan espiritual, se sitúa contra este tipo de reflexiones, de conocimientos, de aquellas “místicas” y espiritualidades que estaban en auge en aquel momento.

● Un rasgo literario típicamente joánico: los largos discursos de Jesús Junto a las características históricas y culturales del evangelio de Juan, es necesario

mencionar un rasgo literario muy importante: la introducción de largos discursos en los que se pone de manifiesto la profundidad teológica a la que llega este evangelio que no habla tanto de la trayectoria histórica de Jesús como del sentido teológico, profundo y definitivo de las palabras y hechos de su vida y de su persona, es decir, su verdadera identidad, que se ve íntimamente relacionada con Dios y que es expresada mediante imágenes y nombres diversos, cada vez más profundos y atrevidos según avanza el evangelio y que ya se anuncia en el Prólogo. Estos discursos, que están llenos de alusiones a tradiciones, símbolos e imágenes judías, no proceden del Jesús histórico sino de la comunidad que confiesa su fe él, en su verdadera identidad y la presenta como una autocomunicación del crucificado -

2 Recuérdese el caso del mismo Jesús al que acusan de actuar bajo el impulso de satanás porque lo que hacía,

invocando el espíritu de Dios, criticaba el statu quo y lo establecido por el poder político religioso como voluntad de Yahvé (Mc 3,23-30).

3 Se suele mencionar la historia de los cuatro rabinos que entran en el “pardes” (Jardín) mediante la meditación

de ciertos pasajes como Gn 1 o el carro de Ezequiel. De los cuatro solo uno, Rabbí Aquiba logró salir bien.

Los otros tres o bien murieron o se volvieron locos…

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glorificado. En esos largos discursos es donde se desarrolla la profunda, novedosa y hasta escandalosa fe cristológica4 a la que la comunidad joánica había llegado en su complejo recorrido, gracias al Espíritu de la verdad, el Paráclito. Confesión que ha provocado el rechazo de otros judíos y de parte de los mismos seguidores de Jesús que no habían llegado a una profundización cristológica tan honda. Situación de rechazo que se pone ya, como anuncio, en labios de Jesús ( os van a perseguir en la Sinagoga, os van a echar… (16,1-4)

La comunidad de Juan tiene conciencia de que, si ha llegado a ese “saber” que le permite confesar así a Jesús, es gracias al Paráclito, al Espíritu de la verdad que les ha llevado a la verdad completa (16,13).

Es en este contexto donde vamos a examinar qué dice el evangelio de Juan sobre el Espíritu, sus notas características y las pistas para discernir el Espíritu verdadero del falso.

2. EL ESPÍRITU EN EL EVANGELIO DE JUAN: DE JESÚS, LLENO DEL ESPÍRITU DE DIOS, AL PARÁCLITO, EL

ESPÍRITU DE LA VERDAD

En este apartado vamos a ver las características con las que el evangelio de Juan aborda y presenta el tema del Espíritu5, la evolución que se observa según se desarrolla el relato evangélico y la vida de Jesús en él, así como la estrecha relación que existe entre ambos. Se puede observar que del Espíritu se habla de forma diferente según se alude a su relación con Jesús o a su relación con los discípulos; en uno y otro caso su función es presentada de forma muy diversa.

Aunque el evangelio de Juan no narra el bautismo de Jesús , nos enteramos por el testimonio del Bautista que el Espíritu Santo bajó y permaneció sobre Jesús (Jn 1,32.34) . Jesús es aquél “que posee el Espíritu ” porque lo ha recibido de Dios, y por eso es el que puede bautizar con Espíritu Santo (Jn 1,33). A diferencia del evangelio de Lucas donde el espíritu se derrama sobre todos y mueve su existencia y su actuación, en el evangelio de Juan la relación de Jesús con el Espíritu es exclusiva; sólo en él se manifiesta de forma plena

y definitiva (sin medida”, 3,34) y por eso podrá darlo6.

Una vez que se dice que el Espíritu permanece en Jesús y que solo se manifiesta de forma plena en él y por eso puede darlo, el Evangelio habla de la promesa del Espíritu a los discípulos, que llegará cuando se vaya, cunado sea glorificado, así se pone en labios del mismo Jesús: “El último día de la fiesta, el más importante, Jesús, puesto en pie ante la muchedumbre, afirmó solemnemente: ‘Si alguno tiene sed que venga a mí y, como dice la escritura, de aquel que crea en mí brotarán ríos de agua viva’. Decía esto refiriéndose al

4 8,25 Pero entonces ellos le preguntaron: ¿Pero quién eres tú?. …Cuando levantéis Hijo del Hombre,

entonces reconoceréis que yo soy… el que me envió está conmigo y no me ha dejado solo…muchos creyeron.. Os aseguro de que antes de que Abraham fuera yo soy. Entonces tomaron piedras para tirarlas, pero Jesús se escondió y salió del Templo (vv. 58-59).

5 En el evangelio de Juan se menciona al Espíritu 24 veces. Y al Paráclito, que parece tener unas características especiales y propias, 4 veces; 2 veces se le designa Paráclito, Espíritu de la Verdad y otras 2 solamente Paráclito. Estas cuatro veces que se habla del Paráclito suceden en los discursos de despedida. Aparece también en la primera carta de Juan

6 Si en el AT, los profetas hablan de la profusión del don del espíritu como la plenitud de la revelación, prometido para la época mesiánica (por ejemplo, en Ez, Za, Is 11,2; 32,15-20; 42,1; 61,1), Juan utiliza esas referencias y su imaginario para presentar a Jesús.

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Espíritu que recibirían los que creyeran en él; aún no había Espíritu porque Jesús aún no había sido glorificado (7,37-39). Aún no estaba el Espíritu que había de enviar el Padre, en lugar de Jesús.

Por tanto, el evangelio de Juan diferencia entre el Espíritu que Jesús recibe, los espíritus a los que se aludía en su contexto y el Espíritu que iba a venir, una vez Jesús hubiera vuelto al Padre. A este es al que se le llama el Paráclito, el Espíritu de la Verdad. El Espíritu que promete Jesús, está íntimamente relacionado con él mismo.

En los capítulos 7-8 donde Juan compone un midrás, un desarrollo teológico sobre quién es Jesús, mediante imágenes del AT, alusiones a la fiesta de las tiendas y a los textos proféticos que se leían en ella. Entre ellos era fundamental el texto de la promesa de Ezequiel sobre los ríos de agua viva y vivificadora que habrían de manar del Altar del Templo de Jerusalén (Ez 47), repetida en Zac 14, 8. Es en este contexto donde Jesús, puesto en pié, se automanifestó como agua viva: “Yo soy el agua viva. El que tenga sed que venga y beba ..” Estas palabras expresan la confesión de fe de la comunidad, como dice después el evangelista: “Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir quienes creyeran en é, pues todavía no había sido glorificado. (Jn 7,37-39).

Esta alusión continua al momento de la glorificación obliga a quien escucha a estar alerta, a estar en tensión expectante de ese momento en que el Espíritu sería entregado por Jesús. Ese momento sucede en la cruz y es anunciado poco antes de morir, cuando la lanzada del soldado hizo manar de su costado sangre y agua; el cuerpo de Jesús que había sido confesado, ya en el cap. 2, como el verdadero Templo de Yahvé, lugar de su presencia (2,21). Jesús es confesado como el altar y el Templo del que hablaban los profetas, aquel del que manaría el agua vivificadora, el Espíritu. Es lo que sucede en el momento de su muerte en cruz; Jesús les entrega el Espíritu: “...todo está cumplido, dobló la cabeza y entregó el Espíritu” (19,30).

Podría pensarse que “entregó el Espíritu” se refiere solo a que Jesús murió, pero el verbo que se utiliza tiene un significado más fuerte; alude al hecho de insuflar algo dentro de alguien, en este caso el Espíritu. Por tanto, es coherente afirmar que se refiere a la promesa de “dar el Espíritu”. Y lo vuelve a dar, cuando Jesús resucitado se aparece a los discípulos, llenos de miedo, encerrados en una casa con las puertas cerradas. Se puso en medio de ellos, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu santo” (20,22). Para Juan, los dos momentos son la cara y la cruz de un mismo acontecimiento, la glorificación de Jesús que es aquel momento que, a lo largo del evangelio, se presenta como punto culminante, momento decisivo al que se alude ya desde el principio (Jn 2, 4; 19-20; 3,14-15, etc)

Ese gesto de “soplar el Espíritu” recuerda el relato del Génesis 1,2, donde se dice que “el viento/espíritu (ruah) de Dios estaba sobre la tierra” y empieza la creación. La alusión en Jn 20,22 al soplar el Espíritu por parte del Resucitado, parece ser una alusión a esta imagen de la creación porque, según Juan, con la muerte y resurrección de Jesús y con la entrega de su Espíritu, empieza una nueva creación. El evangelista utilizó imágenes del A.T. y las tradiciones judías, mezcladas con maestría en su exposición teológica, para presentar a esús, al Espíritu y su acción en los discípulos.

El Espíritu, como hemos visto, aparece estrechamente relacionado con Jesús. Vamos a desarrollar un poco más este punto, desarrollando las características de aquel y el resultado de su donación a los discípulos. Es en los discursos de despedida, tras la última cena y en vísperas de su muerte, donde la convicción de fe a la que han llegado la comunidad joánica se expone en labios del mismo Jesús. Al comienzo, aludimos a dos textos de estos discursos

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que hacen mención expresa al tema (Jn 14,25; 16,12) que han de ser situados en su contexto literario.

3. EL PARÁCLITO, EL ESPÍRITU DE LA VERDAD Y LA COMUNIDAD CREYENTE

Después de la última cena, donde el evangelio de Juan no narra el gesto del pan y la copa sino el del lavatorio de los pies, el evangelista introduce cuatro capítulos (cc. 14-17) que forman un largo discurso de despedida de Jesús, donde, siguiendo los pasos del género literario al que pertenece, recuerda lo vivido, habla del futuro a sus discípulos y les anima. Es ahí precisamente donde aparece por primera vez en el evangelio el término Paráclito, el Espíritu de la Verdad que Jesús promete que enviará en su lugar cuando él no esté.

“Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo” ( Jn14, 25).

Y, un poquito más adelante, en el mismo discurso de despedida, Jesús dice:

“Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podríais comprenderlas ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, el Paráclito, os iluminará para que podáis entender la verdad completa” (Jn 16, 12).

El nombre Paráclito procede del término griego παράκaλein, un verbo que significa llamar a alguien en ayuda, para que acompañe. El Paráclito es quien llega en lugar de Jesús: “Os conviene que yo me vaya porque, si no me voy no vendrá el Paráclito, pero si me voy os lo enviaré” (16,7.8-13). Lo mismo que Jesús había sido enviado por el Padre para hacerle presente, el Paráclito llega para ocupar el lugar de Jesús que vuelve al Padre, y hacerle presente. Por eso, a veces se habla y se dice que Jesús es “el otro Paráclito”. El Paráclito que enviará el Padre, una vez que Jesús se haya ido de vuelta a éste, llegará en lugar de Jesús;

será como el enviado plenipotenciario de Jesús, quien lo había sido del Padre7.

En la tradición judicial judía existía una figura que era el ‘enviado plenipotenciario’ que venía de parte de alguien para realizar una misión; verle a él era como ver a quien le enviaba. Esta figura es una de las que Juan utiliza para presentar al mismo Jesús y presentar después al Espíritu. En este último caso caso, la denominación de Paráclito pretende subrayar la relación estrecha entre ambos y la secuencialidad de su presencia y sus acciones. Solo cuando se anuncia su presencia, tras la vuelta de Jesús al Padre, se habla del espíritu otorgado a los discípulos y se hace con el nombre del Paráclito; el calificativo de Espíritu de la Verdad especifica su misión concreta respecto a ellos.

Jesús vuelve al Padre, pero envía al Paráclito que es su presencia en la comunidad. La comunidad joánica, que ha experimentado esta presencia tras la glorificación de Jesús, la presenta de forma progresiva lo que permite apreciar la profundización teológica, cristológica y pneumatológica, a la que había llegado la comunidad. Y esta profundización teológica se vive como don que posibilita el Paráclito y es lo que se desarrolla en los

7 El “enviado”, como el Hijo, el Logos o la Sabiduría, son imágenes, modelos tomados del ambiente y la

tradición judía que utiliza la comunidad joánica , para pensar la identidad de Jesús.

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discursos de despedida, único lugar donde aparece este término y donde se pone en labios del mismo Jesús, como el origen último de esa “certeza” a la que ha llegado la comunidad.

Las funciones o tareas del Paráclito son dos: 1) ayudar a recordar y 2) iluminar para poder llegar a la verdad completa. Es decir que, sin ese recordar, explicar e iluminar lo que se recuerda (la vida, las acciones y palabras de Jesús que habían recibido), no se podría llegar a la verdad completa. Pero para poder recordar y entender en profundidad, para alcanzar el verdadero significado de lo que ha sucedido en Jesús y en su vida, era necesario el don del Paráclito (7,39; 16,13; también, 8,32; 13,19; 2,14-15).

Según el evangelio de Juan, el recuerdo que posibilita el Paráclito no era un mero recuperar algo que estaba ahí, como puesto en un cajón, sino que suponía comprender, en una nueva totalidad de sentido, la vida de Jesús y su persona. El evangelio de Juan y los discursos de despedida se escriben a finales del s.I o comienzos del s.II, es decir, entre la segunda y la tercera generación, y la comunidad cuenta ya con una vida larga y unas necesidades muy distintas, por eso, no se trataba únicamente de recordar lo que Jesús hizo o dijo, recogiendo y repitiendo sin más las tradiciones anteriores, sino profundizarlas e iluminarlas para alcanzar su verdad profunda . Y es ahí donde se ve la labor del Paráclito. la comunidad cree que el Paráclito, el enviado por Jesús, les ha ayudado a recordar en profundidad y a ver lo recordado en una nueva totalidad de sentido, con una profundidad mayor, que les posibilita responder, con una hondura inusitada, a la pregunta por la verdadera identidad de Jesús en relación con Yahvé. Se trata de una interpretación de los hechos que posibilita el Espíritu de la Verdad, y esa interpretación profunda es lo que se ha plasmado en el evangelio de Juan. En este evangelio proliferan los verbos ‘mirar’, ‘ver’, para los que se usan diferentes verbos griegos para designar diferentes modalidades de la acción de ver y mirar. Algunas veces, en lugares concretos, se usa el término que podríamos traducir como” escudriñar” (los signos visibles) y que hace alusión a ese saber mirar en el fondo que es lo que la comunidad ha hecho con la vida de Jesús.

Este avance cualitativo en la comprensión cristológica, propiciado por el Paráclito que había ayudado a la comunidad a recordar y a iluminar el sentido profundo de lo recordado, conllevó muchos problemas; no solamente con otros grupos judíos de las sinagogas que les hacían el vacío o les expulsaban de ellas, sino también con otros grupos cristianos que no habían llegado a la misma profundidad en la confesión cristológica. De hecho, el evangelio de Juan estuvo a punto de no entrar en el Canon pero, curiosamente, esta profundización cristológica es la gran aportación joánica que, más tarde, será asumida como característica cristiana.

3.1.- El conocimiento de las verdades divinas y el Paráclito

La comprensión profunda de la vida de Jesús y, en ello, el conocimiento de Dios que posibilita el Paráclito, no suponía una mera profundización intelectual ni una experiencia “mística”. Frente a los grupos gnostizantes, que perseguían el conocimiento como fuente de salvación y frente a los grupos místicos, que realizaban “viajes celestes” con la finalidad de transformación personal mediante el acceso a la “visión” de las realidades divinas8, el

8 Se denominaban viajes celestes a aquellas actividades de meditación que llevaban a estados alterados de

conciencia en los que se experimentaba viajar a través de las esferas celestes para llegar a la visión de Dios y de

las realidades celestes y quedar transformados en ellas. La base antropológica que subyace a esta creencia es que

lo que entra por los ojos transformaba el corazón de las personas, y con ello toda su existencia (“...si tu ojo está

enfermo todo tu ser está enfermo” (Mt 6,23).

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evangelio de Juan afirma que era la actividad del Paráclito, dado por Jesús a toda persona creyente, quien llevaba al conocimiento de la verdad plena. No es una verdad platónica sino el conocimiento del proyecto de Dios, que había sido revelado en y por Jesús, el que conduce a la vida. Ese “saber” consistía más bien en un saber “ver” en profundidad (que sabía desentrañar los signos), un comprender en profundidad que daba el Paráclito a las personas creyentes que se abrían a él y a su acción.

Lo que el Paráclito ayuda a “ver”, según Juan, es la presencia de Dios en Jesús, de una forma inusitada y única. Esa es la verdad que el Paráclito muestra; pero se trata de una verdad vital que se experimenta en la comunidad. La Verdad plena a la que se llega es un don del Paráclito, el Espíritu de la Verdad. Es un don que posibilita a los discípulos y a los que creen en Jesús esa comprensión profunda de lo que ha acaecido en Jesús y, por lo tanto, supone la fe. Hay una relación entre conocer, comprender y creer. El conocimiento no es meramente intelectivo como en el gnosticismo, sino experiencial, aunque no se trataba de una experiencia elitista de tipo “místico”, al alcance de unos pocos. Al contrario, la apertura a la fe era el requisito que posibilitaba ese conocimiento en profundidad que daba el Paráclito.

Solo después de recibir el Paráclito, tras la glorificación de Jesús, podían llegar a creer de verdad porque sólo entonces les era posible llegar a “ver” la vida de Jesús en su totalidad, solo entonces podían recordar, es decir, volver a pasar por el corazón lo vivido para comprenderlo en esa nueva totalidad que les otorgaba la fe en la glorificación de Jesús (muerte, resurrección y paso al padre). Solo así era posible alcanzar la verdad completa (4,42; 6,68-69; 10,37-38; 16,29-30; 17,8. También 8,28 (8,24)-8,32; 17,21-23). Pero ese comprender no era un mero acto intelectivo sino una convicción existencial. Se trataba de un “conocer” inserto en la experiencia que daba inicio a una dinámica de confianza fundamental para creer (“ir a Jesús”, “seguirle”, “acoger su palabra”.

4. DISCERNIR ESPÍRITUS, UN PROBLEMA DE LA COMUNIDAD JOÁNICA (1-2JN)

¿Cualquier enseñanza o acción que se diga inspirada por el Espíritu es verdadera? Y ¿si dos posiciones contrapuestas se reclaman provenientes del Espíritu? ¿Cuáles son los criterios para discernir lo que proviene del Espíritu?

El discernimiento de lo que realmente procedía del Paráclito, del Espíritu de la verdad, fue una fuente de conflictos en la comunidad joánica y en el cristianismo primitivo. Ni todo recuerdo, ni toda interpretación podía ser aceptada como igualmente válida. Surgieron los problemas cuando diferentes interpretaciones y actualizaciones de lo recibido reivindicaban tener su origen en el Espíritu, surgieron los problemas. En la carta 1 Jn se puede ver que este fue un problema muy real y muy grave. En 1 Jn 4,1-3 se lee: “Queridos no os fieis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Podéis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne, es de Dios…”.

En las cartas de Juan se habla poco del Espíritu, y cuando se le menciona se hace de forma polémica (1Jn 3,24-4,6.13). Los exégetas piensan que estas palabras están reflejando un problema comunitario. Un grupo que había salido de la comunidad (o quizá estaba sucediendo aún) para legitimar y fundamentar su postura también apelaba al Espíritu; pero esa interpretación de la memoria de Jesús y de su identidad real era contrapuesta a la del autor de la carta y parte de la comunidad que le seguía. La posición del grupo que había

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salido de la comunidad se adivina por la expresión: “si alguno dice…”. Las dos facciones apelaban al Espíritu para apoyar las diferentes posiciones, pero el autor de la carta indica que las implicaciones éticas y comunitarias de cada posición teológica y cristológica son decisivas para dirimir.

Si se lee la carta 1Jn de forma cuidadosa se puede deducir que aquellos contra los que habla el autor, el grupo que se había separado, negaba, por ejemplo, la verdadera humanidad de Jesús9. Esta postura cristológica parece haber tenido importantes consecuencias prácticas que el autor de la carta considera fundamentales a la hora de definir la identidad cristiana; así afirma:

Aquel que dice que conoce a Dios, que tiene el Espíritu, pero ve a su hermano que pasa hambre y le deja tal cual, es un mentiroso y hace mentiroso a Dios (1Jn 4,20-21).

En otro momento dice:

Éste es su mandamiento, que creamos en la persona de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros como él nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En eso conocemos que permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. Queridos, no os fieis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han venido al mundo. En esto podéis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo vino en carne mortal, procede de Dios. Y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios, es el Anticristo. Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido, pues el que está en vosotros, el espíritu que Jesús ha insuflado en vosotros, es más poderoso que el que está en el mundo. Nosotros somos de Dios y quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros, en que nos ha dado su espíritu y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo como salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.

Con todo ello, parece lógico deducir que, en ese momento, había grupos de seguidores que estaban haciendo interpretaciones y actualizaciones de su vida y enseñanza de Jesús en direcciones diversas y, a veces, contrapuestas, aunque todos reivindicaban al Espíritu como el origen de su saber. Huellas de estas polémicas se pueden encontrar en la carta 1Jn ya citada, pero también en el Evangelio se descubren rastros de estas disputas entre grupo de seguidores de Jesús (véase 6,22-66).

Ante estas dificultades, el Evangelio de Juan propone un criterio fundamental para discernir lo que procede del Espíritu de Jesús: Él no dirá nada nuevo porque hablará de lo que ha oído. Se trata de la tensión dialéctica entre la identidad y la relevancia, entre la fidelidad y la actualización que ha cruzado la historia del cristianismo hasta hoy. La solución que se da es que la aplicación actualizadora de lo que Jesús hizo y dijo, debía estar en continuidad con la enseñanza del Crucificado. Por eso, Jesús anuncia que, cuando él sea glorificado, el Paráclito les llevará a la verdad competa, les ayudará a comprender lo vivido, a ver en profundidad, pero no hablará por su cuenta, sino que hablará de lo que ha oído; por eso toda interpretación y desarrollo actualizador debía estar en coherencia con la vida y el mensaje de Jesús.

9 Los grupos docetas proponían que Jesús había sido hombre solo en apariencia. El principio divino había

entrado y salido de él en el bautismo y en la cruz. En el proceso de pensar la verdadera identidad de Jesús en

relación a la relación con Yahvé, estos grupos partían de una idea de divinidad que les condicionaba totalmente.

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En aquellos momentos, a comienzos del s.II, comenzaban a proliferar los movimientos que reivindicaban el Espíritu del Resucitado, entendido muchas veces como esa fuerza irresistible que poseía a algunas personas hasta llevarlos a experiencias de trance desde las que comunicaban lo “visto” y oído. Comenzaba también la multiplicidad de desarrollos de la memoria de Jesús y de la reflexión teológica sobre su identidad. En ese panorama de profusión de experiencias espirituales e interpretaciones de la persona de Jesús, el evangelio de Juan subraya ciertas características del Paráclito y defiende su estrecha relación con Jesús. El Paráclito es el que llega en lugar de Hijo, que vuelve al Padre y, como él, no hablará de nada diferente a lo que ha dicho Jesús. Toda actualización, todo recuerdo, tenía que estar en coherencia con él, con su mensaje y su vida.

El Paráclito es presentado también como el que auxilia, el que ayuda a la hora de dar testimonio de la verdad profunda acerca de lo acaecido en Jesús, acerca de la identidad de Jesús. Así lo interpretó la comunidad de Juan cuando, poniéndolo en labios de Jesús, dice: Si el mundo10 os odia, sabed que antes me ha odiado a mí. Si fuerais del mundo, éste no os odiaría [….] Os he dicho estas cosas para que no os escandalicéis; os expulsaran de las sinagogas e incluso llegará la hora en que todo el que os mate pensará que da culto a Dios […..] Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré; y cuando venga convencerá al mundo en lo referente al pecado, a la justicia y al juicio [… ]. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará a la verdad completa, pues no hablará por su cuenta sino de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir” (15,18; 16,1-2.7-8.13).

Vemos que, efectivamente, el discernimiento de espíritus fue una realidad desde el principio. Se podía apelar al Espíritu para legitimar diferentes posturas, pero se deja bien clara la necesidad de la confesión de Jesús y el seguimiento de sus mandamientos.

5. ACTUALIDAD DEL TEMA. REFLEJOS EN NUESTRO HOY

El problema que se les planteó a las comunidades de Juan sigue teniendo actualidad en nuestros días. En nuestro mundo existe una sed de espiritualidad, de interioridad, posiblemente de trascendencia. Proliferan espiritualidades de todo tipo, orientales, cósmicas, de la diosa, de la bruja, de la naturaleza, algunas están más centradas en el yo y su auto-realización, otras en el vaciamiento, en el silencio… Encontramos en ellas, las más diversas técnicas y los más diversos presupuestos, filosofías e influencias que no siempre son puestas de manifiesto o percibidas. Muchas veces son aceptadas quizá demasiado acríticamente sin cuestionarse si se está de acuerdo con los presupuestos sobre el mundo, el ser humano, la historia…

Es inevitable, por tanto, buscar criterios y surge la pregunta sobre si todas esas espiritualidades son igualmente verdaderas, si son igualmente humanizadoras y si, para quienes se dicen cristianos, son intercambiables o hasta qué punto.

En los escritos joánicos, especialmente en la primera de Juan, hemos visto que, ante un problema muy similar se daban unos criterios que deberían servir para discernir lo que procedía del Espíritu de la verdad, del Espíritu enviado por Jesús. Aparece aquí, de nuevo, el interrogante tan problemático sobre qué es la verdad y desde dónde se define o se le da contenido.

10 Cuando Juan habla del mundo no se refiere a la carne y el espíritu, tal y como a veces se ha interpretado,

sino que el mundo, lo mismo que la carne para Pablo, es esa dinámica de mal, de cerrazón a Dios, que se da en el

ser humano.

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Para los cristianos, la referencia a Jesucristo como Logos encarnado, a su vida y

actuación, al cumplimiento de su mandato de amar al prójimo, es fundamental para dar contenido a lo que se considera verdaderamente humanizador. La pérdida o no de la referencia a Jesucristo y, sobre todo, la pérdida de la referencia a la genuina antropología y ética, que surgen de su vida, muerte y resurrección, siguen siendo hoy en día un criterio fundamental para poder discernir espíritus y espiritualidades. Indudablemente que esa referencia exige una actualización que tenga en cuenta las mediaciones históricas, pero de nuevo volvemos a encontrar la necesidad de la coherencia con el origen. Por ejemplo, cualquier espiritualidad que abdique de la responsabilidad respecto al mundo, a los más vulnerables, a los excluidos…, aquella que no valore la historia y la creación, aquella que nos centre en nuestro yo, en nuestra paz, en nuestro desarrollo y nos cierre a los demás no parece ser una espiritualidad que nazca del Espíritu de la Verdad, que Jesús deja una vez vuelto al Padre para que guíe a las personas creyentes a la verdad completa.

ACLARACIÓN EN EL DIÁLOGO RESPECTO AL ESPÍRITU QUE SOPLA DONDE QUIERE…

Efectivamente, en el episodio de Nicodemo se dice que el viento (ruah) sopla donde quiere y oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu (Jn 3,8). En el primer caso, la palabra hebrea ruah parece utilizarse para designar al viento (aunque es cierto que, como aparece en algunos lugares del AT, puede estar aprovechando la ambigüedad del término que significa tanto viento como espíritu). La segunda vez hace referencia al Espíritu de Jesús. Se utiliza la imagen y comparación para seguir profundizando en las imágenes anteriores del nacer de nuevo, con la finalidad de hacer comprender que entrar en la nueva lógica y en la asunción de esa nueva realidad que Jesús anuncia, el misterio de Jesús glorificado que la comunidad anuncia, no sigue la lógica común ni puede ser conseguido mediante el esfuerzo, sino que es fruto del don que reciben quienes creen.