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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXIV, No. 68. Lima-Hanover NH, 2º Semestre de 2008, pp. 55-78 EL HUMANISMO Y SUS HETEROTOPÍAS: FOUCAULT, BORGES Y LA (REINCIDENTE) MUERTE DEL HOMBRE Oswaldo Zavala City University of New York-College of Staten Island En su análisis de los avatares filosóficos del siglo XX, Alain Ba- diou afirma que el humanismo occidental contemporáneo se divide en dos corrientes que coexisten pero que se contraponen: la prime- ra, la declaración que Michel Foucault hizo para anticipar la “muerte del Hombre” 1 como sujeto y objeto autónomo del conocimiento; la segunda, el proceso de emancipación concebido por el existencia- lismo de Jean-Paul Sartre. Badiou cataloga estas dos vertientes como “humanismo radical” (Sartre) y “antihumanismo radical” (Fou- cault) (248). Los dos filósofos, explica, comparten una misma estra- tegia al “abrir” la categoría del “Hombre” y el campo del humanismo hacia una revisión continua que evita formular esencialismos univer- sales. Al referirse a estos esencialismos, Badiou acusa los valores de un cierto humanismo “animal” 2 que ha sido articulado en la era neoliberal y que ha propiciado interpretaciones “reaccionarias” de la obra de Foucault particularmente en Francia, como la de El pensa- miento del 68: Ensayo sobre el antihumanismo contemporáneo (1985) de Luc Ferry y Alain Renaut. Para desconstruir el misreading de la obra de Foucault perpetrado por la visión neoliberal, el crítico estadounidense Eric Paras se remite en su libro Foucault 2.0 (2006) al esfuerzo llevado a cabo por esa vertiente de la inteligencia france- sa: para describir a las principales figuras de la generación precedente – Foucault, Derrida, Bordieu y Lacan– como practicantes de un riguroso y consistente antihumanismo: como negadores, más bien, del hombre, el su- jeto y la libertad. […] Para Ferry y Renaut, como para otros dentro de la co- rriente neoliberal, el “nietzscheanismo francés” de Foucault, […] represen- taba una amenaza positiva a los derechos humanos y a los valores republi- canos (151 –mi traducción).

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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXIV, No. 68. Lima-Hanover NH, 2º Semestre de 2008, pp. 55-78

EL HUMANISMO Y SUS HETEROTOPÍAS: FOUCAULT, BORGES Y LA (REINCIDENTE)

MUERTE DEL HOMBRE

Oswaldo Zavala City University of New York-College of Staten Island

En su análisis de los avatares filosóficos del siglo XX, Alain Ba-diou afirma que el humanismo occidental contemporáneo se divide en dos corrientes que coexisten pero que se contraponen: la prime-ra, la declaración que Michel Foucault hizo para anticipar la “muerte del Hombre” 1 como sujeto y objeto autónomo del conocimiento; la segunda, el proceso de emancipación concebido por el existencia-lismo de Jean-Paul Sartre. Badiou cataloga estas dos vertientes como “humanismo radical” (Sartre) y “antihumanismo radical” (Fou-cault) (248). Los dos filósofos, explica, comparten una misma estra-tegia al “abrir” la categoría del “Hombre” y el campo del humanismo hacia una revisión continua que evita formular esencialismos univer-sales. Al referirse a estos esencialismos, Badiou acusa los valores de un cierto humanismo “animal”2 que ha sido articulado en la era neoliberal y que ha propiciado interpretaciones “reaccionarias” de la obra de Foucault particularmente en Francia, como la de El pensa-miento del 68: Ensayo sobre el antihumanismo contemporáneo (1985) de Luc Ferry y Alain Renaut. Para desconstruir el misreading de la obra de Foucault perpetrado por la visión neoliberal, el crítico estadounidense Eric Paras se remite en su libro Foucault 2.0 (2006) al esfuerzo llevado a cabo por esa vertiente de la inteligencia france-sa:

para describir a las principales figuras de la generación precedente –Foucault, Derrida, Bordieu y Lacan– como practicantes de un riguroso y consistente antihumanismo: como negadores, más bien, del hombre, el su-jeto y la libertad. […] Para Ferry y Renaut, como para otros dentro de la co-rriente neoliberal, el “nietzscheanismo francés” de Foucault, […] represen-taba una amenaza positiva a los derechos humanos y a los valores republi-canos (151 –mi traducción).

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El trabajo reciente tanto de Badiou como de Paras permite e invi-ta a una relectura de la controversial y célebre declaración de Fou-cault sobre la muerte del Hombre, reinsertándola a su contexto his-tórico pero también analizando su vigencia en los debates actuales. Y aunque en ciertos momentos Paras y Badiou parezcan considerar la muerte del Hombre como un episodio datado y sólo comprensible como rival histórico del proyecto sartreano, la posibilidad de un co-nocimiento epistemológico sin un sujeto unívoco y estable, como es sabido, penetró múltiples sectores de la literatura y la crítica literaria en Latinoamérica en particular durante las décadas de 1960-70, y como argumentaré en lo que sigue, dicha penetración continúa acti-va y operante. Reconsiderando esta primera etapa de la obra de Foucault, propongo en estas páginas reubicar la muerte del Hombre en el centro del debate en torno al humanismo occidental y no como su antítesis o como una versión negativa del existencialismo. Re-apropiándola como una crítica a la subjetividad en el contexto de la modernidad, Foucault extiende una desarticulación de los presu-puestos de la Ilustración al análisis de una corriente de la literatura occidental desde finales del siglo XIX. Esta corriente, que va de Ma-llarmé a Bataille y Blanchot, es ante todo entendida como un discur-so desestabilizador de los paradigmas epistemológicos que en su punto más álgido conduce al vaciamiento de significado de las no-ciones de autor y de texto para privilegiar al lenguaje literario como el único factor determinante no sólo del hecho estético, sino del conocimiento epistémico.

El presente ensayo está dividido en dos secciones: en la primera contextualizo la declaración de la muerte del Hombre y su importan-cia en relación al concepto de humanismo articulado por Foucault y las implicaciones que esto conlleva en cuanto a su lectura de la lite-ratura moderna occidental. En la segunda parte, me detendré en el caso más emblemático de la narrativa hispanoamericana en el cual la muerte del Hombre asume un significado crucial: la obra de Jorge Luis Borges. Analizaré cómo su influencia puede observarse, si-guiendo a Foucault, como la consolidación de una nueva discursivi-dad que a través del siglo XX mantiene una amplia repercusión y que sólo en la obra de algunos de los más recientes narradores lati-noamericanos ha comenzado a alcanzar un punto de agotamiento incuso dentro de los paradigmas críticos que postulan la “literatura mundial”. Encontrar los ecos foucaultianos en la obra de Borges no implica reducir su obra a tales parámetros filosóficos, sino iluminar un aspecto clave de su poética que encierra no una revelación sino la positividad de una ausencia: la definición alterna de la subjetivi-dad moderna que reincide como una larga y extendida muerte del

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Hombre.

I. El humanismo foucaultiano y la dispersión de la literatura moderna

En Las palabras y las cosas (Les mots et les choses, 1966), Fou-cault argumenta que el ser humano se convirtió en objeto del cono-cimiento en la cultura occidental desde finales del siglo XIX en ade-lante, lo que Foucault llama el épistémè de la modernidad. Paradóji-camente, el Hombre, entendido aquí por Foucault como figura o concepto filosófico, era ya (desde Descartes y Kant), sujeto de ese mismo conocimiento. Estratificado en conocimiento, del épistémè moderno surgen las ciencias humanas: la biología, la historia y la fi-lología. La declaración de la muerte del Hombre fue articulada por Foucault durante lo que algunos llaman su periodo “arqueológico” –enfocado en el análisis de las prácticas discursivas– que inicia con La historia de la locura (Histoire de la folie à l’âge classique, 1961) y concluye con La arqueología del saber (L’archéologie du savoir, 1969). Con su método arqueológico, Foucault se propone el estudio del conocimiento según aparece en el “archivo” –el conjunto de do-cumentos multidisciplinarios de un determinado épistémè cuyo con-junto de “enunciados” marcan el orden del conocimiento– de una particular práctica discursiva. El método arqueológico se define de la siguiente manera:

Designa el tema general de una descripción que cuestiona lo ya-dicho al nivel de su existencia: de la función enunciativa que opera en ello, de la formación discursiva, y del sistema del archivo general al cual pertenece. La arqueología describe discursos como prácticas especificadas en el elemento del archivo (L’archéologie du savoir 173 –mi traducción).

Aplicando este método, Foucault argumenta que antes del siglo XIX la historia no existía en sí como disciplina, sino como una cróni-ca general y cósmica de todas las cosas que abarcaba una visión totalizadora de la cultura y el ser humano, este último considerado un elemento integral de esa red de conocimiento. Después del siglo XIX, el estudio de la filología, la economía y la biología asume una discursividad independiente que aliena al Hombre e inhibe su habili-dad de reconocer su lugar en el orden cosmológico. Una suerte de “densidad” libera al conocimiento de compartir la misma cronología que el Hombre, dejándolo desposeído de historia. Olivier Dekens entiende esta transición como el pasaje de un paradigma en el cual la representación se articulaba en un espacio infinito, hacia una mo-dernidad que introduce al tiempo en la vastedad de ese espacio, re-velando límites antes insospechados:

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La aparición de la duración y de la historicidad dentro del orden de la re-presentación constituye un cambio de paradigma, el cual pudo ser expre-sado por una filosofía como la de Hegel, “dedicada al Tiempo, a su flujo”. El tiempo, que era sólo un elemento disruptivo del orden, se convirtió en su principio. El nuevo carácter que constituirá la unidad de la vida, el trabajo y el lenguaje no sólo será entonces finito, sino ante todo histórico, o finito por ser histórico (16-17 –mi traducción).

El Hombre, entonces, se convierte en el actor central que intenta aprehender estas “historias” y que espera hacer corresponder con la suya propia. Es así que la biología es justificada por la figura del Hombre, que lo posiciona en el extremo superior de la cadena de la evolución; así la lucha de clases es considerada para promover los intereses colectivos del Hombre, activando los motores del cambio más que cualquier otro aspecto de la sociedad; así las transforma-ciones de la lengua del sujeto a través del tiempo se encuentran en el corazón de las investigaciones filológicas.

Foucault explica que desde la aparición del Hombre, su condi-ción finita y el historicismo se han opuesto en una tensión contradic-toria. El historicismo busca la “posibilidad” y la “justificación” de la relación entre el conocimiento y su propia historia; el sujeto finito in-tenta controlar este conocimiento que debería además corroborar su centralidad como agente del saber. La crisis de la modernidad radica en la búsqueda paradójica de sí misma: el Hombre moderno opera en una dinámica que lo mismo afirma y niega su condición como ser finito. Foucault plantea esta paradoja en lo que Dreyfus y Rabinow estudian como tres posibilidades epistemológicas binarias de un “sistema humanístico de pensamiento”: 1) La primera implica que el Hombre es un objeto que puede ser estudiado empíricamen-te, pero también un sujeto trascendental que condiciona los meca-nismos del conocimiento; 2) a su vez, la unidad del Hombre como sujeto cartesiano pensante es vulnerada por la imposibilidad de dis-cernir la totalidad del conocimiento; 3) finalmente, la condición finita del Hombre lo propone como la fuente de una historia cuyo origen nunca podrá conocer del todo. El análisis de la condición finita del Hombre hecho por Foucault revela que las mismas facultades que definen al ser humano como Hombre también constituyen su impo-sibilidad inherente de ser ese Hombre. El Hombre está marcado por una identidad en constante movimiento, una capacidad limitada de razonamiento y un origen que lo elude precisamente cuando cree haberlo alcanzado. El Hombre, escribe Foucault, es el Mismo (una identidad homogénea) y su Otro (heterogéneo). En su lectura de Las palabras y las cosas, Michel de Certeau concluye que el episteme del Hombre fracasa en su ilusión de vencer su propia alteridad, pues

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el Hombre encarna a la vez la posibilidad y la imposibilidad de su contradictoria existencia.

Mientras el Hombre confronta el péndulo paradójico de su doble condición de sujeto y objeto de la modernidad, Foucault asume que una vez que su construcción epistemológica ha establecido su muy particular lugar en la historia, es lógico anticipar su agotamiento con el advenimiento de otro cambio de paradigma. El desmantelamiento de la centralidad del Hombre en la modernidad –su “muerte”– es la afirmación final de Las palabras y las cosas. En la compleja red de enunciados que sirve de locus del conocimiento, el sujeto moderno se desvela como sólo un elemento histórico más, de muy reciente invención, que caerá en desuso al igual que otras figuras de épis-témès anteriores. Para De Certeau, sin embargo, en la modernidad es “el problema de la muerte el que siempre permanece” (358 –mi traducción). La célebre frase final de Las palabras y las cosas predi-ce que la figura del Hombre se disolverá (o acaso esté en continua disolución) “como un rostro dibujado en la arena, al borde del mar” (398 –mi traducción). Pero la disolución opera en los granos del len-guaje que también están dispersos. Hayden White anota que la ma-yor contribución de Foucault es precisamente su enfoque en el len-guaje, que señala, además del orden de la cosas, la posición real del sujeto moderno en la secuencia de ese mismo orden:

Lo que Foucault ha hecho es redescubrir la importancia del aspecto pro-yectivo o generacional del lenguaje, al punto que no sólo “representa” al mundo de las cosas sino que también constituye la modalidad de las rela-ciones entre las cosas por el propio acto de asumir una postura frente a ellas (254 –mi traducción).

El lenguaje es el espacio donde es posible el estudio de cómo y bajo qué condiciones es posible el conocimiento occidental. Foucault observa para ello la noción de un lenguaje “no-dialéctico” en el que el sujeto descubre que ni juega un papel primordial como articulador ni “habita” el lenguaje (en el sentido heideggeriano ontológico del término). Ni fuente ni base de las palabras que ya no responden como vehículos de expresión del ser: el lenguaje habla, escribe Fou-cault, y es aquí donde radica su mayor cercanía con Nietzsche.

Foucault argumenta que la crisis es histórica y sólo pertinente a la modernidad. Esta visión, retroactivamente, expande su análisis del humanismo. En su conocido artículo “¿Qué es la Ilustración?” (1984) posterior a Las palabras y las cosas, Foucault anota que con frecuencia el humanismo tiende a ser confundido con la compleja serie de eventos que ocurrieron durante lo que se acostumbra lla-mar la Ilustración. Este periodo histórico, en el que se registraron

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múltiples transformaciones sociales, políticas y científicas en Euro-pa, es visto por Foucault como un momento crucial de reflexión ma-siva sobre el presente de esa época. El humanismo, en cambio, es según Foucault ante todo una práctica discursiva:

Es un tema, o más bien, un conjunto de temas que han reaparecido en va-rias ocasiones a través del tiempo en las sociedades europeas; estos te-mas, siempre vinculados a juicios de valor, han obviamente variado de forma sustancial en su contenido, como también en los valores que han preservado. Más aún, han servido como principio crítico de diferenciación. En el siglo diecisiete, existió un humanismo que se presentaba a sí mismo como una crítica del cristianismo o de la religión en general; hubo un humanismo cristiano opuesto a un humanismo ascético y mucho más teo-céntrico. En el siglo diecinueve, había un humanismo sospechoso, hostil y crítico de la ciencia, y otro que, al contrario, depositaba su esperanza en esa misma ciencia. El marxismo ha sido un humanismo; también lo han si-do el existencialismo y el personalismo; hubo una época en que la gente apoyaba los valores humanísticos representados por el nacional-socia-lismo, y en que los estalinistas mismos decían que eran humanistas (“What Is Enlightenment?” 44 —mi traducción).

Entendido como un conjunto inconsistente y contradictorio de dis-cursos inestables cuyos mecanismos de acción provenían de avata-res de la religión, la ciencia y la política, (y más peligroso aún: justifi-cando esas prácticas), Foucault contrasta estas versiones cambian-tes del humanismo con lo que él considera el legado esencial de la Ilustración: la recurrente reflexión sobre el presente y la crítica epis-temológica permanente. El humanismo occidental, al igual que la modernidad, está fundado para Foucault en la razón dialéctica que oscila entre alienación y reconciliación y que “promete el hombre al hombre” (“L’homme est-il mort?” 569 –mi traducción).

Como posibilidad de un lenguaje no-dialéctico, Foucault examina la obra de toda una genealogía literaria moderna que va desde la experiencia límite del erotismo (Sade), la vanguardia de fin de siglo XIX (Mallarmé y Baudelaire), hasta la narrativa experimental heredera de esas dos tradiciones (Bataille y Blanchot). En el caso de Igitur (1925) de Mallarmé, por ejemplo, Foucault afirma que el poeta fran-cés –contemporáneo de Nietzsche– transforma la literatura en una práctica discursiva en dispersión, en la cual la subjetividad moderna del Hombre desaparece: “es posible decir que la literatura es el lu-gar donde el hombre no deja de desaparecer a favor del lenguaje. Donde ‘eso habla’, el hombre no existe más” (“L’homme est il mort ?” 572 –mi traducción). Como medio para subvertir la autoridad del sujeto articulador del discurso, Derrida, Barthes y Foucault compar-tieron proyectos similares pero de conclusiones difícilmente equiva-lentes. La “muerte” del autor, proclamada por Barthes, se corres-

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ponde con las investigaciones de Foucault al desconstruir la noción de “autor” para privilegiar el papel del lector y la autonomía del len-guaje, pero Foucault orienta su crítica hacia la reconsideración del autor como una “variable and complex function of discourse” (“What Is an Author?” 118). Más que eliminar al autor, anota Blanchot, Fou-cault describe sus funciones históricas:

El sujeto no desaparece; más bien se cuestiona su excesivamente deter-minada unidad. Lo que causa interés e investigación es su desaparición (es decir, su nueva manera de ser que es la desaparición), o más bien su dis-persión, lo cual no lo aniquila sino que nos ofrece, a través de ello, nada más que una pluralidad de posiciones y una discontinuidad de funciones (28-29 –mi traducción).

Lo que Blanchot y Foucault llaman “dispersión” del autor no es sim-plemente un síntoma de la postmodernidad, sino una noción funda-mental de la que emerge una compleja historia de la subjetividad moderna. Escribe Foucault:

No es suficiente, sin embargo, repetir la afirmación vacía de que el autor ha desaparecido. Por la misma razón, no es suficiente seguir repitiendo (después de Nietzsche) que Dios y el hombre han muerto de una muerte en común. En vez de ello, debemos localizar el espacio vacío que dejó la desaparición del autor, seguir la distribución de huecos y rupturas, y bus-car las aperturas que esta desaparición descubre (“What Is an Author?” 105 —mi traducción y mi énfasis).

La apertura producida por la dispersión del sujeto es la modificación conceptual que encontró referentes claros durante la boga del nou-veau roman en Francia. Más allá de la experimentación formal de la época, uno de los principales corresponsales del pensamiento de Foucault avant la lettre fue Borges. Este dilatado recorrido por los principales conceptos en torno a la muerte del Hombre y la visión del humanismo occidental de Foucault resultarán cruciales para comprender cómo este filósofo francés y Borges avanzan en direc-ciones paralelas al visualizar una práctica literaria que explora la dis-continuidad radical de la literatura moderna, en la cual las nociones básicas del autor y la subjetividad en general se convierten en fun-ciones de un lenguaje no-dialéctico condicionado, en la crisis de la modernidad, por la dispersión.

II. Mr. Hyde

El escritor argentino Ricardo Piglia divide la obra de Borges en dos principales “líneas”: la primera ocupa el tema de la gauchesca y la tradición oral y épica; la segunda explota su exacerbado cosmo-

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politismo, con sus eruditas referencias de la cultura occidental y oriental y su uso de múltiples tradiciones y dominios extranjeros, especialmente del inglés. Borges, según Piglia, se inserta en el de-bate entre civilización y barbarie propuesto en el siglo XIX por Sar-miento en Facundo (1845). Estos dos polos de la cultura argentina se corresponden con la dos líneas genealógicas y sus respectivas lenguas que Emir Rodríguez Monegal discute en su estudio biográfi-co sobre Borges: el español (la cultura barbárica, vulgar) y el inglés (la educación de la alta burguesía inmigrante). Piglia arguye que en Borges esta oposición binaria se resuelve “secretamente” poniendo fin a la disyuntiva al unir las dos posturas que representan el Facun-do de Sarmiento y el Martín Fierro (1872) de José Hernández, el más celebre poema de la tradición gauchesca, del mismo modo en que Rodríguez Monegal explica la simbiosis de las dos lenguas (la sin-taxis inglesa en los textos en español) que llevó a cabo Borges en su obra. Escribe Piglia:

Borges es al mismo tiempo un populista, como Hernández, que cree que la experiencia es más importante que los libros, y a la vez es alguien que vive encerrado en una biblioteca y cree que solamente la cultura y la lectura constituyen el mundo. Lo notable, claro, está en que no resuelve la contra-dicción, sino que mantiene los dos elementos vivos y presentes. Y para eso ha necesitado inventar una forma, un tipo de ficción, que le permite mantener la tensión. La forma es siempre forma de una relación y Borges inventa un tipo de escritura, un estilo y una construcción que le permite mantener unidos los polos con sus redes antagónicas y opuestas (Crítica y ficción 157-58).

Por ese inusual balance que Borges alcanza en su obra reconci-liando los dos extremos de la tradición literaria argentina, Piglia ima-gina a Borges como una suerte de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Como en el clásico relato de Stevenson, Borges se convierte en un extraño practicante de ambas corrientes como un escritor inserto en su rea-lidad (Dr. Jekyll) y a la vez como un monstruo inhumano que habita una biblioteca y no el mundo (Mr. Hyde) sin que ningún aspecto de su doble rostro predomine, efecto en el que radicaría su genio. Este argumento es una recomposición del comentario que hace el perso-naje Renzi en la novela Respiración artificial (1980) de Piglia. Renzi señala que Borges escribe la frase final de las dos principales tradiciones del siglo XIX en el país: la devoción, uso y abuso de la cultura europea que introduce Facundo; y la corriente popular y oral de la gauchesca más refinada, Martín Fierro. Renzi afirma que el primer cuento escrito por Borges, “Hombre de la esquina rosada”3 y “Pierre Menard, autor del Quijote”4 “son el modo que tiene Borges de conectarse, de mantenerse ligado y de cerrar esa doble tradición que divide a la literatura argentina del siglo XX”5. En ese sentido,

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divide a la literatura argentina del siglo XX”5. En ese sentido, explica el personaje, “El sur” es el mejor cuento de Borges porque logra de manera inédita unir las dos vertientes. El personaje de Piglia niega la modernidad a Borges al intentar asir y comprender sus genealogías literarias. Hay, sin embargo, un aspecto débil en la tesis de Renzi en cuanto a su lectura de la forma en que Borges incorpora en sus tex-tos el mundo del gaucho y la vida popular de Argentina:

Borges hace algo distinto, algo central, esto es, comprende que el funda-mento literario de la gauchesca es la transcripción de la voz, del habla po-pular. No hace gauchesca en lengua culta como Güiraldes. Lo que hace Borges, dice Renzi, es escribir el primer texto de la literatura argentina pos-terior al Martín Fierro que está escrito desde un narrador que usa las flexiones, los ritmos, el léxico de la lengua oral: escribe “Hombre de la es-quina rosada” (Respiración artificial 132).

Tal lectura puede ser válida para los primeros dos libros de Bor-ges Inquisiciones (1925) y El tamaño de mi esperanza (1926) –en los que se acerca a la vida y habla popular de la Argentina criolla– y re-latos como “Hombre de la esquina rosada” durante una etapa tem-prana de su obra. Sin embargo, tanto en relatos como en ensayos, Borges esclarece la naturaleza de su arte poética, atribuyendo siempre a la imagen del gaucho literario la condición del artificio: “Tan dilatado y tan incalculable es el arte, tan secreto su juego” ("La poesía gauchesca" 179). Al ir “de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito” ("Borges y yo" 186), Borges suscribe una ficción siempre consciente de ese pasaje. Un escritor no es realista por su uso de temáticas con referentes reales. En el relato “Juan Muraña”, Borges le da forma narrativa a esta idea al someterse él mismo como personaje al comentario crítico de un lec-tor que busca desentrañar la fidelidad y precisión del uso de moti-vos populares en su libro sobre Evaristo Carriego: el crítico cuestio-na a Borges: “hablás todo el tiempo de malevos; decime, Borges, vos ¿qué podés saber de malevos?” ("Juan Muraña" 420). Borges concede y confiesa:

Durante años he repetido que me he criado en Palermo. Se trata, ahora lo sé, de un mero alarde literario; el hecho es que me crié del otro lado de una larga verja de lanzas, en una casa con jardín y con la biblioteca de mi pa-dre y de mis abuelos. Palermo del cuchillo y de la guitarra andaba (me aseguran) por las esquinas ("Juan Muraña" 420).

Una versión más elaborada de esta idea fue ofrecida por Borges en su discurso de aceptación de un premio de la Sociedad Argenti-na de Escritores en 19456 por la publicación de Ficciones el año anterior. Borges no sólo dice festejar el hecho de que sea un texto de ficción el que haya sido reconocido, sino incluso pone en duda

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ficción el que haya sido reconocido, sino incluso pone en duda que la realidad pueda adaptarse a un género literario, pues cada día está siempre atravesado por “sueños y símbolos e imágenes” (301).

El deliberado misreading de Piglia, además de estar conciente de practicar “una cierta estrategia de apropiación literaria” (Crítica y fic-ción 160) para posicionar a Borges como un escritor anacrónico le-gible sólo en el contexto decimonónico, opera en forma involunta-riamente análoga a una larga lista de críticas que consideran a Bor-ges como un escritor ajeno o incompatible con su entorno socio-histórico contemporáneo. Esta insuficiencia crítica tuvo efectos pa-ralelos tanto en la época del modernismo como en las vanguardias, pero alcanza un punto radical al intentar analizar la obra de Borges a partir de Ficciones, o con mayor precisión según Renzi, desde la publicación de “Pierre Menard, autor del Quijote”. ¿Qué dificulta po-der dilucidar la totalidad de la obra de Borges? Desde La expresión de la irrealidad en la obra de Borges (1957) de Ana María Barrene-chea, hasta estudios más recientes, la crítica borgeana ha anotado sus fuentes filosóficas y literarias y se ha detenido en los aspectos más importantes de su ejercicio estilístico. Al mismo tiempo, los es-tudios en torno a sus referentes históricos y su biografía continúan problematizando la relación entre obra y autor, o texto y contexto, bajo la perspectiva de los estudios culturales7. El trabajo de Beatriz Sarlo, por ejemplo –además de ofrecer un importante precedente latinoamericano de la visión materialista de Pascale Casanova y su concepto de “literatura mundial”8– propone una imagen similar a la de Renzi pero trasladada al siglo XX, considerando a Borges como escritor nacionalista y cosmopolita simultáneamente que dispone de ambas condiciones con libertad insólita y sin atavismos ideológicos.

El diálogo entre la obra de Borges y la de ciertos pensadores y narradores post-estructuralistas9 ha sido ya estudiada10. Pero en el caso de Foucault, el vínculo borgeano tiene un carácter epistemoló-gico que va más allá de su papel evidente en el campo literario, so-bre todo desde la perspectiva sociológica de Bourdieu que informa el trabajo de Casanova. Desde este punto de vista, cuando Foucault explica que Las palabras y las cosas fue concebido a través de su lectura de un ensayo de Borges11, la poética borgeana es compren-dida como un dispositivo desestabilizador de los paradigmas en que la cultura occidental es asimilada por su sujeto moderno. Los princi-pios que nos permiten funcionar como agentes de la modernidad son difuminados por la mítica enciclopedia china, inventada por Borges, que estremece “todas las superficies ordenadas y todos los planos que ajustan la abundancia de los seres, provocando una lar-ga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenaria de lo Mismo

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y lo Otro” (Les mots et les choses 7 –mi traducción). Es por ello que el análisis de Casanova, limitado a la legitimación que Foucault y la inteligencia francesa de la década de 1960 confieren al prestigio in-ternacional de Borges12, ilustra las dinámicas del campo literario pe-ro omite la profundidad de la correspondencia epistemológica entre filósofo y narrador. Expuesto de forma más compleja, Sarlo subraya una codependencia entre el exacerbado cosmopolitismo de Borges y su vínculo a la tradición nacional que explica una rara tensión (de nuevo en la misma lógica de Piglia pero trasladada al debate de la modernidad) que produce un perfil borgeano absolutamente moder-no: “un marginal en el centro, un cosmopolita en los márgenes” (16). Convertido al reducto de una dialéctica extendida y de polos varia-bles –centro/margen, Europa/Latinoamérica, universal/regional, rea-lismo/ficción– los acercamientos mundialistas y sociológicos de los que es deudora Casanova pasan por alto una y otra vez la impor-tancia de estas interrogantes epistemológicas en la obra de Borges. Foucault, descubriendo los límites de la estratificación de la moder-nidad, se asombra con la posibilidad borgeana de minar nuestra ca-pacidad –en tanto que sujetos– de experimentar el sustrato episté-mico al inutilizar los mecanismos que hacen inteligible la producción y recepción del conocimiento. La transgresión de Borges, escribe Foucault, no es la búsqueda de una utopía sino el hallazgo de una “heterotopía”, un espacio múltiple donde el sujeto mismo existe también para ser otro. Es a partir de esta inminente crisis de subjeti-vidad, como argumenté antes, que Foucault desarrolla su visión de la modernidad, donde justamente la noción de Hombre se disolverá en el movedizo terreno de la heterotopía borgeana. Si se considera que desde 1925 Valéry Larbaud saluda Inquisiciones como uno de los mejores libros de crítica; que en 1959 Blanchot estudia la noción del infinito borgeano el mismo año en que Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama y Carlos Real de Azúa todavía debatían el tema de “evasión y arraigo” en Borges; que dos años antes de que Foucault publicara Las palabras y las cosas Gérard Genette escribe un ensayo que aparece en el número de L’Herne dedicado a Borges y que será recogido en el primer volumen de su influyente Figures (1966); y que en 1968 Derrida cita a Borges como epígrafe de “La farmacia de Platón”, la importancia del marco post-estructuralista y su lectura de Borges no puede ser confinada a una simple interacción del centro al margen o viceversa en la lucha de poderes legitimadores del “ca-pital” literario en la “república mundial de las letras”, sino al esfuerzo de un colectivo de filósofos y críticos confrontando el agotamiento de los presupuestos de modernidad europeos, donde sólo la radical fuerza de un escritor al mismo tiempo exógeno y occidental, como

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lo entiende Ignacio Sánchez Prado, puede proporcionar el equiva-lente literario de esa disruptiva forma de pensamiento. Al determinar que la obra del escritor argentino encarna el reclamo de Alfonso Re-yes de asumir “el derecho a la ciudadanía universal”, Sánchez Prado anota que Borges asesta un golpe fatal al orden establecido de la modernidad cuya fuerza desarticuladora entusiasma a la oleada post-estructuralista:

La canonización mundial de Borges no se da debido a que Borges fue construido por el espacio editorial europeo o por las lógicas transatlánticas del mercado literario, sino a que su estética del margen implica una ruptura profunda de los presupuestos intelectuales de la modernidad europea […] es la irrupción de la orilla en el centro. Borges no ingresa a la modernidad literaria. La destruye (32-33).

Si el sujeto moderno, como nos recuerda Foucault en su lectura de Baudelaire, “is the man who tries to invent himself” ("What Is En-lightenment?" 42), aunque Borges no destruya la modernidad euro-pea sí lleva a un nuevo extremo la recodificación de la relación entre autor, subjetividad y práctica literaria. Seis años antes de Las pala-bras y las cosas, Borges publica El hacedor (1960), libro que incluye el célebre texto “Borges y yo”13, donde la dicotomía entre hombre y autor, más que resolverse, se dispersa:

Nada me cuesta confesar que [Borges el autor] ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición ("Borges y yo" 186).

Cuatro años después, Ernesto Sábato publica uno de los ata-ques contra Borges más recordados que curiosamente intenta re-vertir el proceso de descomposición de la subjetividad articulado por textos como “Borges y yo”. El ensayo, “Sobre los dos Borges”, propone “rescatar” al primero, “el poeta que alguna vez cantó cosas humildes y fugaces, pero simplemente humanas” (61-62), el mismo que Sábato quiere encontrar en la frase escrita por Borges en la úl-tima página de Otras inquisiciones (1952): “El mundo, desgraciada-mente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges” ("Nueva refuta-ción del tiempo" 149). La “heterotopía” borgeana inquieta a sus con-temporáneos cuando intentan aprehenderla. En un artículo de 199314, Enrique Anderson Imbert condena la falta de “sustancia humana” (28) en los textos de Borges. El escritor argentino Alan Pauls cita el caso similar de los intelectuales de izquierda, como Jo-sé Abelardo Ramos, quien reclamaba la “nacionalización” de Bor-ges, y Abelardo Castillo, quien decía no poder imaginar vivo a un escritor tan fríamente inhumano.

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Contra el nacionalismo de vocación humanista, Pauls propone que la vida de Borges se entienda en términos estrictamente litera-rios: “nada más alejado del ‘mundo’ (la vida, el presente, el aquí y ahora)” que el escrito argentino y su existencia anómala en la tradi-ción (Pauls 32-33). El péndulo de la crítica aparece así con otro mo-vimiento oscilante entre lo humano y lo inhumano. Una de las lectu-ras más reveladoras en esta dirección se encuentra en la colección de textos de Mario Vargas Llosa dedicados a Borges a lo largo de varios años15. Allí afirma que Borges es el más grande escritor en lengua española después de Cervantes y Quevedo, pero que ade-más marca los límites de un escritor realista, como el mismo Vargas Llosa se declara: “la beauté et l’intelligence du monde qu’il a créé m’ont aidé à découvrir les limites du mien, et la perfection de sa pro-se m’a fait prendre conscience des imperfections de la mienne” (“la belleza y la inteligencia del mundo que ha creado me han ayudado a descubrir los límites del mío, y la perfección de su prosa me han hecho tomar conciencia de las imperfecciones de la mía”) (Un demi-siècle avec Borges 7-8 –mi traducción). La prosa borgeana, enfatiza Vargas Llosa, no admitió nunca el “barro humano” de la historia. A pesar de que Borges utiliza con frecuencia temas históricos, el escritor peruano lo observa como un autor alejado de la tradición realista. La carencia de humanidad, sin embargo, es entendida aquí como un atributo superior al del escritor realista, un don que Vargas Llosa dice no sólo no poseer, sino que le será para siempre negado (Un demi-siècle avec Borges 52). Vargas Llosa va todavía más lejos en su reflexión, y al comentar el estudio de John Sturrock, Paper Ti-gers, The Ideal Fictions of Jorge Luis Borges (1977), anota:

Au cours de cette alchimie, les choses, les hommes, l’histoire, la vie objec-tive –tout ce qui est contenu– se transforment en quelque chose qui n’est pas leur reflet mais leur antithèse : l’« idée », c’est-à-dire des mots, autre-ment dit la forme, c’est-à-dire la littérature. (A lo largo de esta alquimia, los hombres, la historia, la vida objetiva –todo lo que es contenido– se trans-forman en algo que no es su reflejo sino su antítesis: la “idea”, es decir las palabras, dicho de otra manera la forma, es decir la literatura). (Un demi-siècle avec Borges 24 –mi traducción).

En esta afirmación, Vargas Llosa equipara a la literatura con la au-sencia de contenido sociohistórico, que también puede entenderse, en términos foucauldianos, con la ausencia de la subjetividad cuya historiografía y razón dialéctica –la historia del Hombre, el “barro humano” al que se refiere Vargas Llosa– convalida su centralidad. Opuesta a esta subjetividad está la literatura no-dialéctica borgeana, que Vargas Llosa señala declarándose incapaz de practicarla. En parte, esta inaccesibilidad surge, según Vargas Llosa, por el rechazo

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abierto del género novelesco que Borges articula con su “divorcio” de la historia como condición humana, al dictaminar, por ejemplo, que “el problema central de la novelística es la causalidad” pues se resiste al hecho de que al artificio narrativo –lo que Borges llama de otro modo “la magia”– “todas las leyes naturales lo rigen, y otras imaginarias”. ("El arte narrativo y la magia" 230-31). Juan José Saer sigue esa reflexión al considerar Bouvard y Pécuchet (1881) en la línea de Borges, como una novela desarticuladora de la tradición épica, pues anula toda posibilidad de causalidad y clausura efecti-vamente el género, radicalizando la modernidad del escritor:

Después de Bouvard y Pécuchet la narración ha dejado de ser novelesca. Si las novelas del siglo XX no son novelescas, y si Borges no ha escrito no-velas, es porque Borges piensa, y toda su obra lo demuestra, que la única manera para un escritor en el siglo XX de ser novelista, es no escribiendo novelas (Saer 411).

Carlos Fuentes, por su cuenta, aplaude la “pluralidad de tiem-pos” de la narrativa hispanoamericana que “asume la paradoja de la relatividad para dar cuenta de la totalidad” (Valiente mundo nuevo 42) y que Borges introduce en la narrativa latinoamericana sobre to-do a partir de Ficciones y El Aleph. Abandonando el léxico post-estructuralista que utilizó en 1969 para escribir La nueva novela his-panoamericana, Fuentes reapropia a Borges, en un ensayo de 1993, como un cómodo y conciliador precursor del boom, que “nos liberó del naturalismo y que redefinió lo real en términos literarios, es decir, imaginativos” (Geografía de la novela 46). La “triunfal universaliza-ción” de Borges, como escribe Sarlo (9), y la postura en contra de la individualidad del autor que Borges toma de su lectura de T. S. Eliot16, convierten a su obra en un ejemplo del patrimonio universal de occidente, que desde una perspectiva como la de Casanova sólo puede entenderse en la medida de su acercamiento al canon mun-dial (lo que es decir europeo), pero sin ser leída desde el paradigma epistemológico en que se enuncia. En otras palabras, Casanova re-conoce la importancia de Borges porque es apreciado desde Euro-pa y no por el valor intrínseco de su proyecto literario, lectura que sí fue efectuada a profundidad por los pensadores franceses de 1960 y 70 aquí citados.

Entre la perplejidad, la incomodidad y la reapropiación, el hecho es que la obra de Borges representa el punto más alto de la moder-nidad literaria en Latinoamérica que algunos estudios latinoamerica-nos han podido vislumbrar. En su clásico ensayo Las corrientes lite-rarias de Hispanoamérica (1945), Pedro Henríquez Ureña divide la historia literaria desde el siglo XIX en dos “corrientes”. Entendido

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así, el modernismo del primer Darío, las vanguardias, la obra de Ma-cedonio Fernández y ciertamente Borges se inscriben a la corriente “en la cual los fines puramente artísticos están a la vista”, mientras que los autores cercanos al realismo se encuentran en la corriente “en que los fines a la vista son sociales” (185 –mi traducción). La búsqueda retroactiva de esta genealogía es crucial porque, siguien-do a Foucault, sería durante la fisura del modernismo que dio inicio esta crisis de subjetividad radicalizada posteriormente en la obra de Borges. No sorprende entonces que el análisis que Guillermo Sucre hace del modernismo siga un desarrollo crítico paralelo a algunos de los acercamientos a la obra de Borges que he resumido en estas páginas:

De ahí que el modernismo haya sido inicialmente una literatura de la eva-sión y el desarraigo; pero ello tuvo en el fondo un objetivo superior: reco-brar nuestra realidad de mundo a partir, esta vez, de nuestra propia inven-ción (Sucre 267).

Luego, citando a Borges como fuente de su análisis, Sucre propone una visión crítica influida por el post-estructuralismo:

La crítica se quedará al margen de la verdadera creación estética si no to-ma en cuenta este sentido de la literatura moderna. No se trata ya de hacer una crítica sobre autores sino sobre obras y textos. Detrás de cada autor lo que hay es un lenguaje, no un yo. Siguiendo a Valéry, Borges proponía una historia de la literatura en donde no hubiese nombres sino obras. […] La obra no es sino palabras, y no hay ninguna objetividad fuera de las pala-bras, sino entre ellas, en el texto mismo que configuran. Y aún esta objeti-vidad es cambiante: las palabras se comunican entre sí para poder revelar su sentido, pero también se comunican con alguien que al recibirlas de al-guna manera las modifica. La sinceridad de la crítica es asumir este riesgo del lenguaje (Sucre 265).

Este texto, incluido en la ya también clásica antología América Lati-na en su literatura, editada por César Fernández Moreno en 1972, es evidentemente producto de su época, pero su lectura nos resulta más cercana a la poética borgeana que la de estudios más recientes sobre la obra del argentino. Es por ello que la reconsideración de la muerte del Hombre foucaultiana en una obra cuya influencia ha permanecido vigente a lo largo del siglo XX y principios del XXI, nos acerca más a una lectura de los paradigmas de la modernidad que continúan operantes. “Borges is refashioned and his function redefi-ned; his personal diction, his metaphors, his language are borrowed but put to use with different aims” (“Borges es recreado y su función redefinida; su dicción personal, sus metáforas, su lenguaje son adoptados pero puestos en uso con diferentes fines” –mi traduc-

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ción), escribe con razón Marta Morello-Frosch (28). En relación a Foucault, sin embargo, la muerte del Hombre reincide más allá de la ahora extinta y anacrónica boga post-estructuralista. No puede ex-plicarse de otro modo que en una entrevista concedida en 1968 (dos años después de la publicación de Las palabras y las cosas), Octa-vio Paz se refiera a la obra de Borges prácticamente en los mismos términos de Foucault17, un filósofo que Paz descartó considerándolo apenas “comentarista” de Heidegger18:

La crítica de Borges es creadora de una manera paradójica: su creación es la disolución del hombre por el lenguaje. Su obra deshace, corroe nuestras certidumbres lingüísticas y metafísicas. Ciertos escritores describen la re-laciones sociales entre los hombres. Borges no nos habla de las relaciones humanas sino de las relaciones entre las palabras. Me dirá usted que un artista como Faulkner nos describe el mundo del sur de los Estados Uni-dos, las relaciones espantosas entre negros y blancos. Es cierto, pero su obra es ante todo una gran creación verbal. Lo que pone a prueba Faulk-ner no son las relaciones humanas únicamente, sino el lenguaje mismo19 ("Poesía y metafísica" 26).

La lectura reciente de los escritores latinoamericanos nacidos en la segunda mitad del siglo XX está redescubriendo la obra de Bor-ges con esa visión más abarcadora de la modernidad. El propio Alan Pauls, por ejemplo, en su colección de ensayos El factor Borges (2000), haciendo eco de Saer, considera Bouvard y Pécuchet como la inacabada novela borgeana. Las ficciones de Borges continúan una genealogía de la modernidad inaugurada a finales del siglo XIX, y como algunos de sus personajes, escribe Pauls, “han ido dema-siado lejos, han llevado el pensar y el pensamiento hasta el límite, un límite donde el pensamiento coincide con la imposibilidad de pen-sar” (147). Luego agrega:

Ese límite es exactamente lo que Herbert Quain tiene en mente cuando hace su célebre confesión: “No pertenezco al arte, sino a la historia del ar-te”. Y si la risa de Foucault estalla precisamente ahí, en ese borde, enton-ces no hay razón para adjudicarle a la frase de Quain ninguna melancolía, y muchas, en cambio, para despojarla del tono condescendiente con que Borges la usó más de una vez para relativizar el valor de las extravagancias del arte contemporáneo: Quain, pero también Joyce y todos los “experi-mentalismos” que decía ignorar y de los que fue contemporáneo (148).

En el colmo de esa radicalidad, que Pauls extiende al siglo y a toda la tradición occidental, se vislumbra una tajante conclusión: “Borges lleva el borgismo al límite y se vuelve irreconocible” (155). El legado borgeano reincide en la historia de la literatura occidental con el mismo estremecimiento inicial que sacudió al Foucault de Las pala-bras y las cosas en 1966. Para Roberto Bolaño (1953-2003), uno de

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los más celebrados escritores hispanoamericanos de los últimos veinte años, resulta clave reposicionar a Borges “en el centro del canon” ("Sevilla me mata" 18-21) con el fin de explicar las diferentes rupturas literarias del siglo XX en obras que por disímiles y dispersas que sean comparten una misma genealogía. La influencia de Borges en la poética de Bolaño, por mantener la referencia, puede ser co-rroborada por toda su obra hasta llegar a su novela más compleja y ambiciosa, la póstuma 2666 (2004), que puede leerse a la vez como radicalización y agotamiento del presupuesto borgeano: el texto lite-rario como exacerbación y desarticulación de los conceptos de oc-cidentalismo y nación, la disolución y divergencia de distintos domi-nios literarios (inglés, alemán, francés). El título de la novela, como se revela en Amuleto (1999), remite a “un cementerio del año 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo” (Amuleto 77). Fragmentaria e in-acabada, la novela póstuma de Bolaño (escritor chileno exiliado en México y España) nos permite experimentar, en su olvido transfor-mador, el episodio final de la modernidad literaria latinoamericana. En su compleja estructura, 2666 –como en su momento hizo El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971) de José María Arguedas– cues-tiona el concepto mismo de tradición literaria nacional, desafiando desde un espacio de enunciación otro la nociones de literatura mundial como las de Casanova. Conviene recordar, entonces, una de las más simples pero más necesarias consignas para la crítica literaria latinoamericana actual escrita por Bolaño: “Hay que releer a Borges otra vez” ("Derivas de la pesada" 30).

III. Coda: la apertura del humanismo

Con la actual hegemonía de los estudios culturales en la acade-mia estadounidense, es lógico que los proyectos finales de Fou-cault, con su enfoque en la subjetividad, sexualidad y poder, man-tengan una posición central en los más recientes debates20. El cam-bio drástico que registran sus últimas investigaciones –sobre todo en Vigilar y castigar (Surveiller et punir, 1975) y el primer volumen de La historia de la sexualidad (Histoire de la sexualité : la volonté de savoir, 1976)– ha sido interpretado por algunos como un descrei-miento de sus posturas en torno al humanismo, existencialismo y la figura del Hombre. Creo, sin embargo, que la declaración de la muerte del Hombre puede considerase como un primer paso –pero fundamental y necesario– para cuestionar los alcances y límites del humanismo tradicional en la cultura occidental. Los primeros textos de Foucault, en particular Las palabras y las cosas y La arqueología

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del saber, proporcionan herramientas imprescindibles para repensar la unidad del sujeto moderno, a pesar de que con frecuencia la críti-ca actual utilice de manera superficial un reducido léxico para fines metodológicos limitados21. En Francia, por otra parte, la obra de Foucault continúa reformulándose en su totalidad22, aunque los acercamientos desde los estudios culturales no tengan la misma re-sonancia. Un ejemplo interesante del desfase entre ambas acade-mias son las lecturas de Badiou y Paras citadas al principio de este ensayo. Badiou observa el legado de Foucault como una estrategia de análisis permanente en el contexto general del humanismo y su cambiante contexto político y cultural, sobre todo ante la insurgen-cia del neoliberalismo esparcido por todo occidente23. Paras, en cambio, se enfoca en la crítica de la subjetividad que, precisamente por la inercia de los estudios culturales, debe tomar distancia de la etapa arqueológica de Foucault, vinculada al post-estructuralismo que aún estudiosos de la obra del primer Foucault como Dreyfus y Rabinow consideran como metodológicamente fallida. Así, Paras lleva a cabo un ejercicio de historia intelectual24 interpretando Las palabras y las cosas como un libro escrito principalmente para con-frontar el existencialismo de Sartre, quien en su momento atacó la crítica a la subjetividad moderna de Foucault. La respuesta final de Foucault contra Sartre, explica Paras, es la razón medular de La ar-queología del saber, que sirve a su vez como justificación metodo-lógica de Las palabras y las cosas. La lectura de Paras, sin embargo, desvincula esa primera etapa de Foucault de su visión más amplia del humanismo. Al enfocarse en la confrontación entre Sartre y Fou-cault, Paras rompe la continuidad que une al desmantelamiento de la subjetividad moderna con el ethos de la nueva subjetividad en la que un individuo puede activamente moldear su relación con los discursos de conocimiento y poder. La declaración de la muerte del Hombre es desde esta perspectiva una de las más devastadoras crí-ticas al humanismo tradicional, pero también un vehículo para su supervivencia. Su diagnóstico de la modernidad mantiene además una vigencia que permite interpretar los rasgos más esenciales de la literatura contemporánea, y en la tradición hispanoamericana, como he intentado señalar, su crítica trasciende la plataforma post-estructuralista. Repensar a Foucault de esta manera, nos lleva, co-mo en el caso de Borges, a la necesidad de volver a leerlo como una puerta de acceso a la reformulación constante y reincidente del humanismo en la que el Hombre muere para reinventarse una vez más.

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NOTAS:

1. Me referiré al concepto de Hombre acuñado por Foucault con la mayúscula “H”. Foucault utilizaba el término en minúscula.

2. Badiou critica la tendencia de la sociedad neoliberal de reducir los valores humanos a una esencia “animal” que socava una reformulación real del huma-nismo clásico, privilegiando en cambio la funcionalidad de las instituciones, las organizaciones y la sociedad dirigida por el mercado que garantiza la supervi-vencia de la especie humana sin un proyecto de equilibrio e igualdad social. Anota Badiou: “Después de Sartre y Foucault, un mal Darwin. Con un toque ‘ético’, pues ¿de qué inquietarse, a propósito de una especie, si no de su su-pervivencia?” (246).

3. Publicado por primera vez en la edición de Crítica del 16 de septiembre de 1933 bajo el título de “Hombre de las orillas”. Se reeditó con el nuevo título en Historia universal de la infamia (1935).

4. Publicado por primera vez en la edición de Sur de mayo de 1939. 5. En cambio, la obra de Roberto Arlt, dice Renzi, no sufre de esta disyuntiva. Por

ello, Arlt escribe con un lenguaje nacional lleno de contradicciones, un “con-glomerado” de clases sociales y registros cultos, locales, eruditos y vulgares, “bien” y “mal” escritos, lo que lo acerca, más que a Borges, a la verdadera modernidad, según Renzi. Así, Arlt “abre” e “inaugura” la literatura argentina del siglo XX (Respiración artificial 132, 37).

6. Vale la pena citar el pasaje completo: “Así, durante muchos años, yo creí haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aven-turadas y de ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de un largo muro, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses. Palermo del cuchillo y de la guitarra andaba (me aseguran) en las esquinas, pero quienes poblaron mis mañanas y dieron agradable horror a mis noches fueron el buca-nero ciego de Stevenson, agonizando bajo las patas de los caballos, y el trai-dor que abandonó al amigo en la luna y el viajero del tiempo, que trajo del por-venir una flor marchita, y el genio encarcelado durante siglos en el cántaro sa-lomónico y el profeta velado del Jorasán, que detrás de las piedras y de la se-da ocultaba la lepra. Han transcurrido más de treinta años, ha sido demolida la casa en que me fueron reveladas esas ficciones, he recorrido las ciudades de Europa, he olvidado miles de páginas, miles de insustituibles caras humanas, pero suelo pensar que, esencialmente, nunca he salido de esa biblioteca y de ese jardín. ¿Qué he hecho después, qué haré, sino tejer y destejer imaginacio-nes derivadas de aquéllas?” ("Agradecimiento a la Sociedad Argentina de Es-critores" 301).

7. Un ejemplo obvio de esta tendencia es el estudio de Daniel Balderston sobre los referentes históricos de Borges. La biografía reciente de Edwin Williamson intenta, por su parte, una dilatada sesión de psicoanálisis con la vida y obra de Borges.

8. El estudio de Casanova reduce la obra de Borges a la lucha que, según esta visión, los escritores de lenguas marginales (del centro canónico que ella ubica en París y en la tradición francesa) llevan a cabo para adquirir “capital litera-rio”.

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9. Me refiero aquí, además de Foucault, a Maurice Blanchot, Jacques Derrida, Roland Barthes, Roger Caillois y Gérard Genette, utilizando la categoría “post-estructuralista” de manera amplia.

10. Véase el notable acercamiento de Emir Rodríguez Monegal, "Borges y la nou-velle critique", en Borges, hacia una lectura poética.

11. Foucault se refiere a "El idioma analítico de John Wilkins". 12. El propio Borges, inclusive, llegó a alimentar esta visión en sus explosivas y

polémicas declaraciones a periodistas. En una de ellas, que leída ingenuamen-te convalidaría la tesis de Casanova y complacería a su público francés, dice: “Soy un invento de los franceses porque ellos hicieron que yo sea visible. En mi país nadie se había fijado especialmente en mí. Vivía en función de otras personas, de mi madre, de mis abuelos, de mis bisabuelos. Entonces, cuando me dieron un premio en Francia empezaron: ‘Caramba, ¡un premio así a un ar-gentino!’. Porque nuestro país, desdichadamente, es muy nacionalista. Y en-tonces ya la gente sintió simpatía por mí, empezaron a fijarse en mí”. En otra ocasión, afirma, acaso no sin ironía: “Yo he sido inventado por mis traducto-res. Y los prefiero, ya que salgo muy mejorado. En primer lugar por Roger Cai-llois. No hace mucho se lo dije: “¡Oh, mi inventor! ¡Oh, mi bienhechor!”. (Peicovich 88, 165).

13. El texto apareció originalmente en La Biblioteca en 1957. 14. El libro más reciente de Borges hasta ese año era Discusión (1932). 15. Un demi-siècle avec Borges (2004). Publicado a la fecha únicamente en Fran-

cia, este libro incluye un prólogo original de Vargas Llosa y textos publicados anteriormente en español. Mis citas del prólogo provienen de esta versión en francés, ya que la versión original en español continúa, hasta donde sé, inédi-ta. Para uno de los textos más emblemáticos de la colección, véase "Las fic-ciones de Borges" en Contra viento y marea, III (1964-1988).

16. En un tono muy foucaultiano, Eliot escribe: “What happens is a continual su-rrender of himself as he is at the moment to something which is more valuable. The progress of an artist is a continual self-sacrifice, a continual extinction of personality” (“Lo que ocurre es una continua renuncia de sí mismo, de lo que es él en ese momento a favor de algo que es más valioso. El progreso de un artista es un continuo sacrificio personal, una continua extinción de la perso-nalidad” (28-29 –mi traducción).

17. La escritora argentina Alejandra Pizarnik, por citar otro ejemplo más cercano a Borges, tiene una intuición similar, casi reproduciendo, palabra por palabra, las reflexiones de Foucault y su lectura de Borges en Las palabras y las cosas, al reseñar los Seis problemas para don Isidoro Parodi (1942) de H. Bustos Do-mecq (autor híbrido inventado por Borges y Bioy Casares) con motivo de la re-edición del libro por la editorial Sur en 1971. Pizarnik anota: “Y éste es el mila-gro del humor verbal de Borges y Bioy Casares: presentarnos algunos elemen-tos familiares del lenguaje dentro de un contexto que los vuelve desconocidos; deshabituarnos bruscamente del lenguaje familiar que de pronto se vuelve otro, está enfrente y es grotesco o delicioso o absurdo. Nos hace reír, claro está. Pero también nos permite descubrirlo” (280).

18. En entrevista con el crítico César Salgado, Paz opina: “Los grandes sistemas filosóficos han desaparecido. […] En cuanto a la fenomenología y a sus here-

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deros: no hay nadie después de Sartre. Sus sucesores son comentaristas de Heidegger, como Foucault y Derrida” (“Poesía de circunstancias” 521).

19. La entrevista apareció originalmente en la revisa Ínsula (números 260-261, ju-lio-agosto de 1968, pp. 12-13). En un ensayo escrito con motivo de la muerte de Borges en 1986, Paz continúa esta reflexión: “Tal vez la literatura tiene sólo dos temas: uno, el hombre con los hombres, sus semejantes y sus adversa-rios; otro, el hombre solo frente al universo y frente a sí mismo. El primer tema es el del poeta épico, el dramaturgo y el novelista; el segundo el del poeta líri-co y metafísico” ("El arquero, la flecha y el blanco: Jorge Luis Borges" 211).

20. Foucault 2.0 es el más reciente estudio sobre la compleja noción de subjetivi-dad de la obra completa de Foucault que aquí he abordado apenas superfi-cialmente, sobre todo en conexión con sus cursos en el Collège de France en la década de 1980. Un muy oportuno estudio de la influencia del post-estructuralismo en la academia estadounidense y su lento diálogo con la aca-demia francesa puede encontrarse en la historia intelectual comparada de François Cusset, French Theory (2003). Un panorama abarcador de la influen-cia de Foucault en la crítica literaria latinoamericana aparece en la antología de Benigno Trigo, Foucault and Latin America, que nos recuerda, por ejemplo, la deuda que La ciudad letrada (1984) de Ángel Rama y Mito y archivo (1998) de Roberto González Echevarría tienen con Foucault y su método arqueológico.

21. Para Nathalie Piégay-Gros, algunos de los críticos literarios que hacen refe-rencia a Foucault utilizan sólo “vocabulario migrante” de sus textos sin propo-nerse un uso a profundidad de sus métodos y teorías.

22. La obra completa de Foucault continúa siendo un tópico obligado de discu-sión en los círculos académicos e intelectuales de la vida cultural francesa. Va-rias antologías siguen apareciendo a un ritmo consistente, reproduciendo ac-tas de congresos recientes y respondiendo a convocatorias específicas. En particular, con ensayos de Roger Chartier, Jacques Le Goff y François Ewald, véase: Au risque de Foucault, editada por Dominique Franche, Sabine Prokho-ris e Yves Roussel. Véase también: Michel Foucault, la littérature et les arts, editada por Philippe Artières. En octubre de 2004, múltiples eventos se lleva-ron a cabo en París para celebrar el legado de Foucault conmemorando veinte años desde su muerte. En los últimos diez años se ha publicado la totalidad de sus cursos en el Collège de France bajo los sellos Gallimard y Seuil, con sus respectivas traducciones al español por el Fondo de Cultura Económica en México.

23. Un libro muy representativo de la inteligencia neoliberal como reacción al pen-samiento de Foucault y las corrientes post-estructuralistas es La humanidad perdida: ensayo sobre el siglo XX de Alain Finkielkraut (uno de los “nouveaux philosophes” combatientes de las escuelas de pensamiento de las décadas de 1960 y 70), en el que afirma que Foucault, al desarticular el discurso del humanismo occidental, “combate, con el nombre de humanismo, al mismo adversario que su adversario”, concediendo al individuo, como en el huma-nismo medieval, “el peligroso honor de moldear su ser” (61). Empatando la ideología a su rechazo del pensamiento foucauldiano, Finkielkraut, citando a Mario Vargas Llosa en calidad de politólogo, elogia el advenimiento de “la economía de mercado, el poder electivo y –garantizada por los derechos del hombre– la independencia de la sociedad respecto al poder, la democracia li-

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beral sucede a su sucesor: el hombre al fin humano es al fin universal”. A estos “cuatro componentes de la nueva civilización mundial” (145) agrega en un pla-no más destacado la era de la informática globalizada, todavía siguiendo a Vargas Llosa y reproduciendo la tesis del conservador articulista de The New York Times, Thomas L. Friedman, en su ensayo La tierra es plana: breve histo-ria del mundo globalizado del siglo XXI (2005).

24. Paras se distancia de Rabinow y Dreyfus rechazando la tesis de estos últimos que registra el abandono del método arqueológico a favor del genealógico como producto de la relectura que Foucault hizo de Nietzsche. Paras, en cambio, identifica las causas de ese cambio de vocabulario dentro de las di-námicas del campo cultural francés. Más que el análisis del trabajo de Fou-cault, admite Paras, su visión se articula hors du texte, atribuyendo las fuentes del cambio a las tensiones políticas, sociales y literarias de la época, como por ejemplo, la interacción de Foucault con el grupo de los “nouveaux philosop-hes”.

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EL HUMANISMO Y SUS HETEROTOPÍAS: FOUCAULT, BORGES… 79

NOTAS: 1 Me referiré al concepto de Hombre acuñado por Foucault con la mayúscula “H”. Foucault utilizaba el término en minúscula. 2 Badiou critica la tendencia de la sociedad neoliberal de reducir los valores humanos a una esencia “animal” que socava una reformulación real del humanismo clásico, privilegiando en cambio la funcionalidad de las instituciones, las organizaciones y la sociedad dirigida por el mercado que garantiza la supervivencia de la especie humana s in un proyecto de equilibrio e igualdad social. Anota Badiou: “Después de Sartre y Foucault, un mal Darwin. Con un toque ‘ético’, pues ¿de qué inquietarse, a propósito de una especie, s i no de su supervivencia?” (246). 3 Publicado por primera vez en la edición de Crítica del 16 de septiembre de 1933 bajo el título de “Hombre de las orillas”. Se reeditó con el nuevo título en Historia universal de la infamia (1935). 4 Publicado por primera vez en la edición de Sur de mayo de 1939. 5 En cambio, la obra de Roberto Arlt, dice Renzi, no sufre de esta disyuntiva. Por ello, Arlt escribe con un lenguaje nacional lleno de contradicciones, un “conglomerado” de clases sociales y regis tros cultos, locales, eruditos y vulgares, “bien” y “mal” escritos, lo que lo acerca, más que a Borges, a la verdadera modernidad, según Renzi. Así, Arlt “abre” e “inaugura” la literatura argentina del siglo XX (Respiración artificial 132, 37). 6 Vale la pena citar el pasaje completo: “Así, durante muchos años, yo creí haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de ocasos vis ibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de un largo muro, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses. Palermo del cuchillo y de la guitarra andaba (me aseguran) en las esquinas, pero quienes poblaron mis mañanas y dieron agradable horror a mis noches fueron el bucanero ciego de Stevenson, agonizando bajo las patas de los caballos, y el traidor que abandonó al amigo en la luna y el viajero del tiempo, que trajo del porvenir una flor marchita, y el genio encarcelado durante s iglos en el cántaro salomónico y el profeta velado del Jorasán, que detrás de las piedras y de la seda ocultaba la lepra. Han transcurrido más de treinta años, ha sido demolida la casa en que me fueron reveladas esas ficciones, he recorrido las ciudades de Europa, he olvidado miles de páginas, miles de insustituibles caras humanas, pero suelo pensar que, esencialmente, nunca he salido de esa biblioteca y de ese jardín. ¿Qué he hecho después, qué haré, sino tejer y destejer imaginaciones derivadas de aquéllas?” ("Agradecimiento a la Sociedad Argentina de Escritores" 301). 7 Un ejemplo obvio de esta tendencia es el es tudio de Daniel Balderston sobre los referentes históricos de Borges. La biografía reciente de Edwin Williamson intenta, por su parte, una dilatada ses ión de ps icoanálisis con la vida y obra de Borges. 8 El estudio de Casanova reduce la obra de Borges a la lucha que, según esta vis ión, los escritores de lenguas marginales (del centro canónico que ella ubica en París y en la tradición francesa) llevan a cabo para adquirir “capital literario”. 9 Me refiero aquí, además de Foucault, a Maurice Blanchot, Jacques Derrida, Roland Barthes, Roger Caillois y Gérard Genette, utilizando la categoría “post-estructuralis ta” de manera amplia. 10 Véase el notable acercamiento de Emir Rodríguez Monegal, "Borges y la nouvelle critique", en Borges, hacia una lectura poética. 11 Foucault se refiere a "El idioma analítico de John Wilkins". 12 El propio Borges, inclusive, llegó a alimentar es ta vis ión en sus explosivas y polémicas declaraciones a periodistas. En una de ellas, que leída ingenuamente convalidaría la tesis de Casanova y complacería a su público francés, dice: “Soy un invento de los franceses porque ellos hicieron que yo sea visible. En mi país nadie se había fijado especialmente en mí. Vivía en función de otras personas, de mi madre, de mis abuelos, de mis bisabuelos. Entonces, cuando me dieron un premio en Francia empezaron: ‘Caramba, ¡un premio así a un argentino!’. Porque nuestro país, desdichadamente, es muy nacionalista. Y entonces ya la gente sintió simpatía por mí, empezaron a fijarse en mí”. En otra ocasión, afirma, acaso no sin ironía: “Yo he sido inventado por mis traductores. Y los prefiero, ya que salgo muy mejorado. En primer lugar por Roger Caillois. No hace mucho se lo dije: “¡Oh, mi inventor! ¡Oh, mi bienhechor!”. (Peicovich 88, 165). 13 El texto apareció originalmente en La Biblioteca en 1957. 14 El libro más reciente de Borges has ta ese año era Discusión (1932). 15 Un demi-siècle avec Borges (2004). Publicado a la fecha únicamente en Francia, es te libro incluye un prólogo original de Vargas Llosa y textos publicados anteriormente en español. Mis citas del prólogo provienen de es ta versión en francés, ya que la versión original en español continúa, has ta donde sé, inédita. Para uno de los textos más emblemáticos de la colección, véase "Las ficciones de Borges" en Contra viento y marea, III (1964-1988). 16 En un tono muy foucauldiano, Eliot escribe: “What happens is a continual surrender of himself as he is at the moment to something which is more valuable. The progress of an artist is a continual self-sacrifice, a continual extinction of personality” (28-29). 17 La escritora argentina Alejandra Pizarnik, por citar otro ejemplo más cercano a Borges, tiene una intuición similar, cas i reproduciendo, palabra por palabra, las reflexiones de Foucault y su lectura de Borges en Las palabras y las cosas, al reseñar los Seis problemas para don Isidoro Parodi (1942) de H. Bustos Domecq (autor híbrido inventado por Borges y Bioy Casares ) con motivo de la reedición del libro por la editorial Sur en 1971. Pizarnik anota: “Y és te es el milagro del humor verbal de Borges y Bioy Casares: presentarnos algunos elementos familiares del lenguaje dentro de un contexto que los vuelve desconocidos ; deshabituarnos bruscamente del lenguaje familiar que de pronto se vuelve otro, es tá enfrente y es grotesco o delicioso o absurdo. Nos hace reír, claro está. Pero también nos permite descubrirlo” (280). 18 En entrevista con el crítico César Salgado, Paz opina: “Los grandes s istemas filosóficos han desaparecido. […] En cuanto a la fenomenología y a sus herederos : no hay nadie después de Sartre. Sus sucesores son comentaristas de Heidegger, como Foucault y Derrida” (“Poesía de circunstancias” 521). 1919 La entrevis ta apareció originalmente en la revisa Ínsula (números 260-261, julio-agosto de 1968, pp. 12-13). En un ensayo escrito con motivo de la muerte de Borges en 1986, Paz continúa es ta reflexión: “Tal vez la literatura tiene sólo dos temas: uno, el hombre con los hombres, sus semejantes y sus adversarios; otro, el hombre solo frente al universo y frente a s í mismo. El primer tema es el del poeta épico, el dramaturgo y el novelis ta; el segundo el del poeta lírico y metafísico” ("El arquero, la flecha y el blanco: Jorge Luis Borges" 211). 20 Foucault 2.0 es el más reciente estudio sobre la compleja noción de subjetividad de la obra completa de Foucault que aquí he abordado apenas superficialmente, sobre todo en conexión con sus cursos en el Collège de France en la década de 1980. Un muy oportuno es tudio de la influencia del post-estructuralismo en la academia estadounidense y su lento diálogo con la academia francesa puede encontrarse en la historia intelectual comparada de François Cusset, French Theory (2003). Un panorama abarcador de la influencia de Foucault en la crítica literaria latinoamericana aparece en la antología de Benigno Trigo, Foucault and Latin Amer ica , que nos recuerda, por ejemplo, la deuda que La ciudad letrada (1984) de Ángel Rama y Mito y archivo (1998) de Roberto González Echevarría tienen con Foucault y su método arqueológico. 21 Para Nathalie Piégay-Gros, algunos de los críticos literarios que hacen referencia a Foucault utilizan sólo “vocabulario migrante” de sus textos sin proponerse un uso a profundidad de sus métodos y teorías. 22 La obra completa de Foucault continúa s iendo un tópico obligado de discus ión en los círculos académicos e intelectuales de la vida cultural francesa. Varias antologías siguen apareciendo a un ritmo consistente, reproduciendo actas de congresos recientes y respondiendo a convocatorias específicas. En particular, con ensayos de Roger Chartier, Jacques Le Goff y François Ewald, véase: Au risque de Foucault, editada por Dominique Franche, Sabine Prokhoris e Yves Roussel. Véase también: Michel Foucault, la littérature et les arts, editada por Philippe Artières. En octubre de 2004, múltiples eventos se llevaron a cabo en París para celebrar el legado de Foucault conmemorando veinte años desde su muerte. En los últimos diez años se ha publicado la totalidad de sus cursos en el Collège de France bajo los sellos Gallimard y Seuil, con sus respectivas traducciones al español por el Fondo de Cultura Económica en México. 23 Un libro muy representativo de la inteligencia neoliberal como reacción al pensamiento de Foucault y las corrientes post-estructuralis tas es La humanidad perdida: ensayo sobre el siglo XX de Alain Finkielkraut (uno de los “nouveaux philosophes” combatientes de las escuelas de pensamiento de las décadas de 1960 y 70), en el que afirma que Foucault, al desarticular el discurso del humanismo occidental, “combate, con el nombre de humanismo, al mismo adversario que su adversario”, concediendo al individuo, como en el humanismo medieval, “el peligroso honor de moldear su ser” (61). Empatando la ideología a su rechazo del pensamiento foucauldiano, Finkielkraut, citando a Mario Vargas Llosa en calidad de politólogo, elogia el advenimiento de “la economía de mercado, el poder electivo y –garantizada por los derechos del hombre– la independencia de la sociedad respecto al poder, la democracia liberal sucede a su sucesor : el hombre al fin humano es al fin universal”. A estos “cuatro componentes de la nueva civilización mundial” (145) agrega en un plano más destacado la era de la informática globalizada, todavía s iguiendo a Vargas Llosa y reproduciendo la tesis del conservador articulis ta de The New York T imes, Thomas L. Friedman, en su ensayo La tierra es plana: breve his toria del mundo globalizado del siglo XXI (2005). 24 Paras se distancia de Rabinow y Dreyfus rechazando la tesis de estos últimos que registra el abandono del método arqueológico a favor del genealógico como producto de la relectura que Foucault hizo de Nietzsche. Paras, en cambio, identifica las causas de ese cambio de vocabulario dentro de las dinámicas del campo cultural francés. Más que el anális is del trabajo de Foucault, admite Paras, su visión se articula hors du texte, atribuyendo las fuentes del cambio a las tensiones políticas, sociales y literarias de la época, como por ejemplo, la interacción de Foucault con el grupo de los “nouveaux philosophes”.