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Avengers Angel

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FORO’ LIBROS DEL CIELO

Avenger's Angel

Heather Killough-Walden

Staff

Moderadora

Panchys

Traductoras

Annabelle Andreani

Mery St. Clair Panchys AnnaissJ

LizC Gaby828

Rominita2503 Mimu_14 Violet_7

Katherine ♥...Luisa...♥

DaniO

Larosky

Correctoras

Melii Mali..♥

Mary Ann♥ Mery

Panchys

Deydra Ann Maia8

Recopilación & Lectura Final

Mery St. Clair

Diseño

Mery St. Clair

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Heather Killough-Walden

Índice Sinopsis 04

Introducción 05

Capítulo 1 06

Capítulo 2 10

Capítulo 3 28

Capítulo 4 45

Capítulo 5 58

Capítulo 6 72

Capítulo 7 86

Capítulo 8 97

Capítulo 9 115

Capítulo 10 129

Capítulo 11 140

Capítulo 12 151

Capítulo 13 159

Capítulo 14 171

Capítulo 15 185

Capítulo 16 194

Capítulo 17 207

Capítulo 18 214

Capítulo 19 225

Capítulo 20 237

Capítulo 21 248

Capítulo 22 263

Capítulo 23 278

Capítulo 24 292

Capítulo 25 304

Epílogo 308

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Sinopsis esde el principio de los tiempos, los arcángeles deseaban conocer el verdadero amor. Cuando cuatro ángeles femeninos fueron creados para los cuatro arcángeles, Miguel, Gabriel, Uriel y

Azrael, un caos de celos estalló, y las Arcos fueron secretamente enviadas a la Tierra. Los cuatro arcángeles favorecidos las siguieron, provocando una búsqueda que ha durado miles de años…

Uriel fue una vez el Arcángel de la venganza y uno de los guerreros más poderosos de su reino. Pero eso fue hace una eternidad. Ahora es un galán, una estrella de cine a la cabeza de la franquicia de vampiros más

grande de Hollywood. Y nunca ha estado más solo, hasta un encuentro casual con Eleanore Granger. En el momento en el que posa sus ojos en ella, sabe que es suya.

El primer instinto de Ellie es correr. Las personas siempre han estado detrás de ella por sus poderes ocultos, pero algo en Uriel es diferente. No

puede negar su profunda atracción por este extraño con ojos esmeralda, así que decide confiar en él. Y justo a tiempo, porque hay otros que se proponen utilizar a las Arco para sus propios fines, y Ellie es su primer objetivo.

The Lost Angel, #1

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Introducción Traducido por Panchys

Corregido por Melii

ace mucho tiempo, El Hombre Viejo reunió a sus cuatro

arcángeles favorecidos, Miguel, Gabriel, Uriel y Azrael. Apuntó a cuatro estrellas en el cielo que brillaban más que las demás.

Les dijo a los arcángeles que deseaba recompensarlos por su lealtad y había

creado para ellos almas gemelas. Cuatro seres femeninos perfectos, las Arcos.

Sin embargo, antes de que los arcángeles pudieran reclamar a sus

compañeras, las cuatro Arcos se perdieron y esparcieron por el viento, más allá de su reino y alcance. Los arcángeles tomaron la decisión de dejar su

mundo, viajar a la Tierra y buscar a sus compañeras.

Durante miles de años, los arcángeles han buscado. Pero no han buscado solos. Porque no son las únicas entidades que dejaron su reino y

vinieron a la Tierra para cazar a las Arcos. Otros los siguieron…

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1 Traducido por Panchys

Corregido por Melii

2.000 años a.C.

l arcángel Miguel, aferró la roca en su mano derecha con tanta fuerza, que los dedos dejaron huellas en la piedra. La mandíbula

apretada, los ojos cerrados fuertemente contra el dolor que le corría a través de las venas. Los bosques eran escasos a este lado

del norte y el suelo bajo sus pies, el frío aumentaba a la vez que la resistencia de su cuerpo inhumano se agotaba.

Su hermano, el arcángel Azrael, transformado como una criatura

depredadora, tenía los colmillos profundamente incrustados a un lado de su garganta, y con cada tirón y trago, Miguel experimentaba una nueva y

profunda agonía.

—Az… eso es suficiente —soltó, silbando las palabras a través de los dientes apretados.

Lo siento, fue la vacilante respuesta de Azrael. No dijo las palabras, pero Miguel podía oír el verdadero pesar deslizándose por la mente de su

hermano. Azrael aún no se apartaría y dejaría de beber de él.

No por primera vez, Miguel supo que tendría que usar la fuerza. Cogió la roca que aferraba entre sus dedos y después de otra mueca y respingo de

dolor, golpeó la piedra en un lado de la cabeza de Azrael. Los dientes de su hermano fueron arrancados de su cuello, desgarrando largos pedazos de carne mientras capturaba entre sus fuertes pero temblorosos brazos a

Azrael, que cayó a su lado.

—Az —exclamó Miguel, dejando caer la roca para poner la mano sobre

la herida del cuello—. Az, lo siento —Lentamente se dio la vuelta, apoyándose en un codo, mientras trataba de reparar el daño. Luz y calor crecieron por debajo de la palma, enviando energía curativa a la herida. Pero la cabeza de

Azrael aún se mantenía agachada, el largo pelo ocultando el rostro de la vista de Miguel.

—¿Az?

—Detente, Miguel. No lo puedo soportar.

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Miguel se sintió curado por completo, escuchó el corazón latiendo más estable en su cuerpo y cerró los ojos. Su hermano tenía una voz

increíblemente hermosa. Y, sin embargo, ahora resonaba con desesperación.

Miguel dejó caer la mano y se incorporó. Abrió los ojos de nuevo y miró la forma inclinada de su hermano.

—Este dolor que estás pasando, no puede durar mucho más —dijo en voz baja.

—Un solo momento más ya es demasiado tiempo —susurró Azrael. Lentamente, y con lo que parecía ser un gran esfuerzo, su alta y morena figura se irguió. Levantó la cabeza para encontrarse con la mirada de

su hermano y Miguel se vio una vez más, mirando a los ojos de color oro brillante, misteriosos y fascinantes, en el marco de la hermosa cara de Azrael.

—Mátame. —dijo Azrael.

Miguel se armó de valor y sacudió la cabeza.

—Nunca.

Si alguno de los cuatro hermanos arcángeles pudiera convocar la voluntad de matar al otro, no habría sido Miguel o siquiera Azrael, sino

Uriel. Él era el Ángel de la Venganza. Solo Uriel sería capaz de comprender lo que se necesita para sofocar la empatía, la razón y el amor lo suficiente como para asestar el golpe final por el que Azrael rogaba.

Pero Uriel no se encontraba con ellos. Él y su otro hermano, el arcángel Gabriel, se habían perdido en su caída en picado a la Tierra hace dos

semanas. Los cuatro arcángeles habían sido separados y se habían dispersado como las hojas secas y muertas en un viento huracanado. Miguel no tenía idea de dónde estaban los demás, y mucho menos por lo que

podrían estar pasando. Solo sabía que habían pasado por una transformación mientras tomaban esta forma humana.

Miguel no era tan poderoso como lo había sido antes de su descenso. La naturaleza de sus poderes era la misma, más o menos, pero el alcance de sus facultades había disminuido considerablemente. Era capaz de

afectar solo a lo que estaba inmediatamente a su alrededor y solo por un período de tiempo relativamente corto. Su cuerpo se cansaba. Conocía el hambre. A menudo se sentía débil. Había cambiado drásticamente.

Pero no tanto como Azrael.

Como el anterior Ángel de la Muerte, el cambio de Azrael era diferente

del de Miguel. Era más oscuro. Mucho más doloroso. Como si esta nueva forma se llenara de la energía negativa que había recogido durante su interminable existencia de antes. Como la segadora en el campo de los

espíritus mortales, Azrael había tomado muchas vidas. Y había un peso para esas muchas almas que llevaban con ellos ahora. Su forma alterada, tenía

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los colmillos de un monstruo, una sensibilidad a la luz del sol que lo obligaba a esconderse en las sombras de la noche y lo peor de todo, exigía sangre.

Siempre sangre.

—Por favor, Miguel —Sacudió un poco los anchos hombros de Azrael mientras este apretaba los puños y los poderosos músculos de su cuerpo se

ponían tensos y pronunciados. Su piel era pálida, el pelo del color de la noche, los ojos como el sol. Parecía un estudio de la contradicción mientras

apretaba los dientes, mostrando los sangrientos colmillos—. No me hagas rogar.

Miguel sacó las piernas de debajo de él y se levantó. Se recostó contra

uno de los pocos árboles de la zona y apenas abría la boca para rechazar una vez más la petición de su hermano cuando de repente, Azrael fue un borroso movimiento.

El cuerpo de Miguel se estrelló con fuerza contra el tronco del árbol y la viviente madera se astilló tras él. Era más débil de lo que había sido minutos

antes, la pérdida de sangre drenó el valioso impulso de sus reflejos. A pesar de que era capaz de curar su herida, no era capaz de remplazar la sangre que Azrael tomó de él.

Habían estado aquí antes. Él y Azrael estuvieron aquí todas las noches durante dos semanas.

Miguel no sabía cuánto tiempo iba a ser capaz de aguantar esta batalla

que vivía cada noche con su hermano. Azrael era muy fuerte. Incluso enloquecido por el dolor, era probablemente, el más fuerte de los cuatro. El

monstruo en que se había convertido lo comía por dentro. Devoraba el núcleo de su ser, convirtiéndole en una cáscara vacía.

La vida era diferente en la Tierra. Antes de esto, nunca hubo ningún

tipo de molestia. Ni hambre. Ni sed. Estas sensaciones eran nuevas para Miguel, pero cualquier incomodidad que experimentara a causa de su nueva

forma más humana, Azrael, obviamente, lo sufría mil veces más. Su transformación fue brutal y estaba matándolo.

Pero Miguel no iba a darse por vencido. Ni ahora ni nunca. Con gran

esfuerzo, empujó Azrael lejos de él y se preparó para otra batalla sin sentido con su hermano y mejor amigo.

En algún lugar, Uriel y Gabriel tenían más probabilidades de luchar,

ya fuera por sí mismos o entre sí. O con ambos. Miguel tenía que encontrarlos, y reunir a los cuatro de nuevo. Estaban en la Tierra por una

razón. Habían venido con el fin de encontrar a las mujeres, las compañeras del alma que El Hombre Viejo había creado para ellos. Habían venido a la

Tierra para hallar a sus Arcos. Y no tenían ninguna oportunidad de encontrarlas hasta que se encontraran el uno al otro.

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Y lo que era aún peor, Miguel sabía que no habían llegado a la Tierra solos. Sabía que los habían seguido. Samael, era el único arcángel del que

tenía razones para temer. Siempre había sido más fuerte que Miguel, y por un momento, había sido el favorito del Hombre Viejo. Pero eso fue hace mucho tiempo y ahora, debido a sus celos por las Arcos, había llegado a la

Tierra para encontrar a las mujeres por sí mismo.

Con los años, Samael había demostrado ser un rival carismático, frío,

calculador y completamente peligroso.

Miguel no sabía lo que pasaría si Samael encontraba primero a las Arcos. Tampoco tenía ni idea, de hecho, de qué pasaría si él y sus hermanos

las encontraban tal y como se habían propuesto. Todo lo que sabía con certeza era que no estaba dispuesto a dejar pasar esta oportunidad. Cada

Arco es demasiado importante. Miguel y los otros habían experimentado la soledad por mucho tiempo. Estas mujeres serían el fin de ello. Lo significaban todo.

El tiempo era esencial. Miguel apretó los dientes, entrecerró los ojos y se arremangó la camisa. Azrael llegó como un relámpago, y como un trueno, Miguel se reunió con él a mitad del camino.

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2 Traducido por Panchys

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abía sido advertido, ¿o no? Una y otra y otra vez…

El arcángel Uriel dejó escapar un suspiro y se pasó la mano por la cara. Luego, apretó la mandíbula y miró por la ventana

de la limusina. Observó, distraídamente, cómo el coche pasaba varios escaparates de tiendas decoradas con carteles del éxito de taquilla

Comeuppance.

Caía la tarde del sábado y la ciudad era pequeña, las tiendas estaban cerradas. Pero los carteles aún eran enormes. Se estremeció cuando sus

propios ojos, de color verde hielo, le devolvieron la mirada desde el fondo de las paredes de un castillo en ruinas, un rayo rompiendo el cielo y una

hermosa coprotagonista que colgaba de sus musculosos brazos.

—Cristo. —Apartó la mirada y se hundió en el asiento de cuero.

—Es mejor que no permitas que Gabriel sepa que estás lamentando

esto, porque estoy completamente seguro de que no te dejará tranquilo —Frente a él, Max Gillihan, el agente de Uriel, se sentaba con las piernas cruzadas y una sonrisa de satisfacción, sus propios ojos de color castaño

oscuro brillaban detrás de sus habituales gafas de pasta. Como siempre, llevaba un traje de tres piezas en colores apagados y el cabello castaño corto

y perfectamente peinado. Sonrió, mostrando los dientes blancos—. Nunca.

—Dímelo a mí —murmuró Uriel en voz baja.

Era más que consciente de lo que su hermano pensaría de su

arrepentimiento. Especialmente dado que Gabriel le había advertido, en repetidas ocasiones, en contra de entrar en el mundo de la fama y la fortuna,

moviendo su maldita cabeza de pelo negro y dando su consejo con su profundo acento escocés. Le había advertido de lo peligroso que sería que se convirtiera en un famoso y de que su rostro estuviera pegado en las paredes

de los edificios. Los arcángeles eran inmortales, no envejecían ¿Qué clase de pretexto iba a inventar Uriel para evitar que el mundo notara que no había

cambiado en las últimas décadas? Gabriel tenía razón, pero Uriel odiaba admitirlo. Olvidando incluso el hecho de que estaba borracho cuando dio su consejo no deseado. Tanto si se encontraba sobrio como si no, Gabriel nunca

se equivocaba.

Y eso, irritaba a Uriel hasta el límite.

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—De todos modos no deberías estar lamentándote, Uriel. Demonios, eres Christopher Daniels y ahora eres una gran estrella de cine —dijo Max,

usando el seudónimo de escena de Uriel.

La ceja derecha de Uriel se arqueó de esa irritante manera que volvía locas a las mujeres en la pantalla grande.

—¿Y por qué me iba a importar eso? —murmuró.

Max echó la cabeza hacia atrás y se rió. —Te preocupaba lo suficiente

hace un año cuando firmaste el contrato de Comeuppance.

Uriel cruzó los brazos sobre su pecho y miró hacia otro lado. Eso era tan bueno como admitir la derrota.

Una vez más, el hombre frente a él se echó a reír, esta vez añadiendo un movimiento de cabeza.

—Dos mil años y nunca recibirás ningún crédito. Da un poco ahora, Uriel. ¡Eres un arcángel, por amor de Cristo! Se supone que debes estar en el candelero. —Hizo una pausa para dar efecto—. ¿Verdad?

—Suenas como Samael cuando argumentas así —murmuró Uriel.

—Apuesto a que sí. Puede ser un auténtico dolor en el culo, pero hay

que admitir que tiene un gran olfato para los negocios. —La sonrisa de Gillihan nunca vaciló. El hombre era multifacético. Era el agente de Uriel y también su tutor. Como tal, era muy viejo, un hombre muy sabio, a pesar de

su rostro libre de arrugas y el brillo juvenil en sus ojos color chocolate.

Uriel negó con la cabeza. Se sentía extraño en ese momento,

desplazado. Era un arcángel, o lo había sido muchos años atrás. Siglo arriba, siglo abajo, hace dos mil años, él y sus hermanos habían abandonado su lugar junto al Hombre Viejo y elegido venir al reino de los mortales con el fin

de encontrar la única cosa que faltaba en su reino, una compañera.

Ser un arcángel era un regalo y una maldición. Ellos fueron los

favorecidos, los más cercanos al Hombre Viejo, y juntos, tenían todo el poder del universo. El Hombre Viejo había creado a sus arcángeles como perfectos

ejemplares machos. Pero un hombre, naturalmente, desea a una mujer. Y ya que no había arcángeles femeninos, cada uno de ellos sentía una enorme soledad que nada parecía llenar.

Así que, hace dos mil años, los cuatro arcángeles favorecidos, Miguel, Gabriel, Uriel y Azrael se habían reunido para hablar con El Hombre Viejo, y

este les había dicho que, como recompensa por su lealtad, había creado para cada uno de ellos el don más preciado de todos: una pareja femenina, a las que llamó Arcos.

Uriel cerró los ojos mientras los recuerdos se volvían oscuros. Él y sus tres hermanos, nunca habían tenido la oportunidad de reclamar a sus

Arcos. Antes de que pudieran aceptar, ocurrió el desastre y las mujeres estuvieron perdidas o esparcidas en los vientos de la Tierra.

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Los arcángeles decidieron ir tras ellas.

Pensaron que sería fácil. Eran arcángeles, después de todo. Nada había

sido difícil para ellos. Pero pasaban las décadas y los siglos se arrastraban y los cuatro hermanos no encontraban ningún rastro de sus Arcos. En su lugar, se encontraron atrapados en cuerpos que eran más humanos que

arcángeles.

Experimentaron las emociones y sintieron la agonía humana. Después

de un tiempo, se encontraron con que la lucha por la supervivencia de los hombres era una constante distracción de la búsqueda de sus Arcos.

Miguel fue el primero en mantener su postura en el mundo

humano. Era el guerrero entre ellos y se había unido a todos los ejércitos, había luchado en todas las guerras y se había ofrecido para cada trabajo peligroso que la humanidad requería: espionaje, piloto de combate,

rebelde. Se había mudado de aldea en aldea, de pueblo en pueblo y ciudad en ciudad, dejando atrás a sus amigos cuando el tiempo pasaba y se hacía

claro que no envejecía. La vida era dura, pero mientras los años pasaban él lo había asimilado junto con sus hermanos. Miguel era ahora un agente de policía en Nueva York.

Gabriel, el antiguo Arcángel Mensajero, ha vivido en Escocia de vez en cuando desde su llegada a la tierra. Poseía una afinidad por la tierra y su gente, pero también necesitaba ser muy cuidadoso con el paso del

tiempo. Cada veinte años más o menos, lamentablemente, salía de la tierra del cardo11 y se ausentaba por algún tiempo. Estaba en uno de esos

descansos ahora, trabajando como bombero en la ciudad de Nueva York, no muy lejos de Miguel.

Azrael, el anterior Ángel de la Muerte, no mantenía un lugar concreto en la Tierra. Su existencia era incluso más dura que la de los otros tres hermanos. Al principio, no entendieron lo que le había sucedido a Azrael,

cuando vinieron a la Tierra y se transformaron. Su forma había sido modificada de una manera cruel y dolorosa. Pero ahora, los arcángeles

sabían cómo llamar a su transformación. Sabían lo que era. Él había sido el primero, de hecho, el primer vampiro.

Como tal, visitaba una ciudad diferente cada noche. Se quedaba en las

sombras, se alimentaba y se trasladaba. Nunca mató cuando se alimentaba. Bebió de alcohólicos y adictos. Por la noche ajustaba las cuentas

por los humanos que habían sido dañados y nunca se vio afectado por la corrupción en su sangre.

Durante siglos, Azrael había mantenido este patrón de movimiento

constante. Sin embargo, en los últimos años, su comportamiento había cambiado bastante. Ahora, cuando no estaba durmiendo o bebiendo de algunos incautos mortales, Azrael se encontraba en el escenario, vestido con

1 Tierra del cardo: la flor del cardo es el símbolo nacional de Escocia.

2 Podunk: se describe como una ciudad pequeña o como “en medio de la nada”.

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cuero oscuro y un único antifaz negro. Ese era el traje que usaba cuando interpretaba su música, escondiendo la mitad de su rostro de las miradas

indiscretas de los millones y millones de fans que gritaban en su presencia.

Azrael era El Enmascarado, el cantante de Valle de la Sombra, una banda de rock muy popular que había tomado el mundo por sorpresa desde

hace diez años. Siempre había tenido una voz increíble. Era fascinante, literalmente, y le había impulsado a la cima de las listas de éxitos en un

santiamén.

De vez en cuando, Az era abordado por alguien que lo reconocía por lo que era. A veces aparecían extraños individuos, que sabían que Azrael era un

vampiro y deseaban desesperadamente el vampirismo para sí mismos. Rara vez obligaban a Azrael. Sin embargo, de vez en cuando, sentía que la opción

de convertir a un mortal era la decisión correcta. Entonces, se alimentaba de esa persona un número determinado de veces y el cambio se llevaba a cabo. En el transcurso de miles de años, rara vez se concedía una

solicitud. Aprobada o no, los vampiros ahora vagaban por la Tierra, llamando a Azrael como su padre.

Uriel, por su parte, nunca había sentido que tenía un hueco en el reino

de los mortales que pudiera llenar cómodamente. Una vez había sido el Ángel de la Venganza. Había castigado a una gran cantidad de malhechores que El Hombre Viejo había creado y desatado sobre el mundo. A la vez que nacieron los seres humanos, también se crearon diversos animales y criaturas.

Algunas de estas criaturas llegaron a ser conocidos en el reino de los mortales como demonios, diablos, necrófagos y duendes.

Cuando Uriel residía en el reino de arcángeles, fue su tarea buscar a

estas criaturas y a los seres humanos que se unían a ellas. Pero ahora que estaba en la Tierra… no era tan fácil separar el monstruo de lo humano. E imponerles las sanciones ya no era su tarea, de todos modos.

Todavía distinguía el bien del mal. Todavía odiaba el mal y sentía la necesidad de proteger la inocencia. Sin embargo, encontrar una manera de

hacerlo en el plano mortal no era fácil. No le había tomado mucho tiempo cansarse de su papel como el asesino humano de los alborotadores a lo largo de la historia, como soldado de guerra en guerra, francotirador, agente doble

o asesino. Al final, se había dado cuenta de que se sentía cansado de ser Uriel. Quería ser otra persona por un tiempo. Y por eso, había asistido a un

casting anunciado en la pared de una cafetería de California. Después de todo, la actuación trataba sobre pretender ser alguien que no eras.

Y ahora, aquí estaba. En una limusina de camino a una firma de

autógrafos porque, de repente, se había vuelto tan popular como El Enmascarado. La película, Comeuppance, había tenido un éxito abrumador,

la habían convertido en un libro y ahora los miembros del reparto firmaban ejemplares por todo el país.

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Fuera de la ventana del coche, la falta de definición de los edificios se ralentizó y el coche giró a la derecha suavemente, doblando la esquina de

una calle. Sobre la cabeza de Uriel, un altavoz incorporado tomó vida.

—Estamos aquí, señor Gillihan.

Max se sentó un poco más erguido y asintió hacia Uriel.

—Muy bien, este es el trato. La librería dijo que habrá entre 200 a 500 personas hoy…

—¿Aquí? —Uriel estaba seguro de que su expresión coincidía con sus emociones. Era un actor, después de todo y la expresión lo era todo—. ¿En la ciudad Podunk2?

—Hay quinceañeras por todas partes, Uriel —explicó Max con calma—. Cuando se trata de ti y tus colmillos falsos, van a venir de la nada, aunque

tengan que hacerse camino a mordiscos.

—Bonita imagen.

—Lo sé ¿verdad? —Rió Gillihan de nuevo.

La limusina redujo la velocidad en una parada y los truenos rugían en la parte superior del coche. Uriel frunció el ceño. ¿Se avecinaba una tormenta? No la había percibido y por lo general, podía. Debía de haber estado muy distraído para no darse cuenta.

—Le dije a Nathan que nos sacara por la parte trasera de la tienda y

así darnos un poco de tiempo para prepararte antes de entrar —continuó Gillihan, que de pronto era todo negocios de nuevo.

—¿Has oído eso? —preguntó Uriel, interrumpiéndolo.

Max frunció el ceño y luego parpadeó. —¿Qué? ¿El trueno?

—Sí —respondió Uriel, mirando por la ventana en la oscuridad

mientras se ponía su chaqueta de cuero—. ¿Te diste cuenta antes de que viniera?

Max pareció considerar esto por un momento. Miró por la ventana y su

ceño se frunció un poco más. —En realidad, no. Pero este es el suroeste. Aquí las tormentas surgen de la nada y sin avisar. —Se encogió de

hombros mientras ponía unos bolígrafos nuevos y una carpeta llena de fotografías en su maletín—. Yo me críe aquí.

Uriel puso los ojos en blanco. Max Gillihan no creció en ningún

lugar. Simplemente había existido desde hacía dos mil años. Pero, por alguna extraña razón, siempre sentía nostalgia cuando visitaban una nueva

ubicación e insistía en que había crecido allí.

2 Podunk: se describe como una ciudad pequeña o como “en medio de la nada”. .

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—En un lugar no muy lejos de aquí, en realidad. Llamado Lovington. Era una mierda, una mancha en el mapa hace treinta años y

ahora es incluso más pequeña —continuó Gillihan, sacudiendo la cabeza como si no le costara ningún esfuerzo mentir—. Pero me acuerdo de las tormentas. Volaron el techo de nuestra casa de verano —Entregó las plumas

a Uriel y se volvió en su asiento para dar instrucciones al conductor.

—Espera. —Uriel levantó la mano. Gillihan hizo una pausa, arrugando

una ceja.

Uriel se sentía incómodo. Algo andaba mal. Se suponía que esto era solo otra firma… y sin embargo, algo le decía que no lo iba a ser. —No estoy

listo todavía.

Max le miró entrecerrando los ojos y se acomodó en el asiento de enfrente. —Es mejor que estés listo, amigo. Porque será una noche muy

larga.

Uriel dejó escapar un suspiro y se pasó la mano por su espeso pelo

castaño. —Eso es lo para lo que no estoy preparado.

Eleanore Granger escuchó el trueno. Sabía que se avecinaba una tormenta. Sonrió para sus adentros. Ella siempre lo sabía.

Miró hacia la muchedumbre que se agolpaba más allá de las puertas

de la tienda y no pudo evitar la sonrisa que le iluminó el rostro.

—No podrían haber elegido un día peor, ¿verdad? —En cuestión de

minutos, la lluvia caería y todo el mundo afuera se empaparía.

Probablemente estaba mal que la idea le diera un escalofrío de satisfacción. Pero se sentía cansada y frustrada, y también enferma a muerte

de ver carteles de Comeuppance en cada ventana de cada tienda, de aquí a Tombuctú. Entrevistas en las noticias con todos los miembros del elenco y

los nuevos diseños de moda a la venta en todos los grandes almacenes y que misteriosamente, se parecían a los que los personajes llevaban durante la película.

Y todo porque los personajes principales eran atractivos. Un avión que llevaba a 236 pasajeros se había hundido en el Pacífico la semana pasada y

las noticias que cubrían la horrible historia fueron solamente una hora en vivo y la repetición esa noche y a la mañana siguiente. Mientras tanto, el rostro atractivo de Christopher Daniels, el actor que interpretaba a Jonathan

Brakes en Comeuppance, aparecía sin parar en la pantalla de plasma de cincuenta pulgadas que colgaba sobre la chimenea del café de la librería. Ya

sea por los trailers de la película, por los programas de entrevistas o por los clips de las noticias, lo cierto es que el actor, parecía haber estado allí durante dos semanas consecutivas.

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Y, de hecho, se encontraba allí de nuevo. Era sábado por la tarde y el Día de Denna emitía una entrevista con la estrella. Ellie tuvo que admitir

(aunque solo lo hizo para sí misma) que él era magnífico. Era bastante alto y ancho de hombros y su pelo, grueso y oscuro, ligeramente ondulado donde tocaba con el cuello de sus camisas y chaquetas. La nariz era romana, el

mentón fuerte, pero no demasiado, y tanto si estaba afeitado u oscurecido por una sombra de barba, su rostro obligaba a mirarlo de nuevo.

Es su mirada, pensó Ellie distraídamente. Esos ojos.

Christopher Daniels tenía los ojos del verde más claro que jamás había visto. La primera vez que lo vió en la pantalla grande, había pensado que

eran lentes de contacto. Sin embargo, entrevista tras entrevista, era claro que el color de los ojos era suyo. Ellie había soñado con sus ojos unas cuantas

veces. Y no es que estuviera dispuesta a compartir esa información.

Era, sin duda, un hombre impresionante. Su voz era suave y se movía con una gracia casi antinatural. Ellie tenía que esforzarse para no mirar sus

imágenes cuando las emitían por todas partes, en los escaparates, los costados de los autobuses, en Wal-Mart.

¿Estaban todas las mujeres del mundo realmente tan desesperadas por una cara bonita? ¿Incluida ella misma? ¿Desde cuándo un hombre guapo triunfaba sobre una tragedia en las noticias? Era una locura.

Ellie se negó a participar en esa locura. Al menos mientras estuviera despierta.

El walkie-talkie que se posaba en el escritorio de servicio al cliente, a

un pasillo de distancia, volvió a la estática vida y alguien en el almacén le preguntó si estaba allí. Eleanore terminó de poner en las estanterías los

libros que tenía con ella y se dirigió a la recepción para recoger el walkie-talkie.

—Estoy aquí, Shaun. ¿Qué está pasando?

—Los peces gordos están aquí. Pero se detuvieron en la puerta de atrás en lugar de la puerta principal. ¿Quieres que se lo diga a Dianne o

Mark? ¿Qué debo hacer?

—Um… —Eleanore pensó por un minuto. ¿Por qué se habían retirado hasta la parte de atrás? ¿Se escondían por alguna razón? ¿Necesitaban

hablar con un gerente?—. Dales un minuto, supongo. Tal vez solo necesitan algún tiempo para prepararse. Si todavía están allí dentro de cinco minutos, se lo diremos a Dianne.

—¡Oh, Dios mío!

Eleanore dio un salto y se volvió hacia un grupo de tres chicas en la

entrada del pasillo de ciencia ficción detrás de ella. Una de las chicas señaló a Eleanore.

—¡Te he oído! Christopher Daniels está aquí, ¿no?

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—¿Qué? No, yo…

—¡He oído a ese tipo en el otro extremo, Shaun! ¡Dijo que están por la

puerta de atrás! —La voz de la muchacha cayó a un volumen muy bajo, un susurro conspirador y se volvió frenéticamente a sus dos compañeras—. ¡Oh, Dios mío, chicas, vayamos a la parte de atrás y le veremos antes que nadie!

—¡Espera! —Pero antes de que Eleanore pudiera incluso contemplar detener al trío, las chicas estuvieron fuera como cohetes forrados de

Abercrombie3, deslizándose a través de la tienda hacia la puerta y tratando de no llamar demasiado la atención.

—Mierda. —Eleanore presionó el botón para hablar por el walkie-talkie

y puso la mano en su cadera—. Shaun, ¿me harías un favor?

—Claro, nena.

—Tenemos un trío dirigiéndose hacia la limusina de Christopher

Daniels. ¿Puedes ir a buscarlas por mí, por favor?

Shaun logró hacer clic en el botón para hablar en su teléfono a la vez

de Eleanore intentaba controlar la risa. —Veré lo que puedo hacer.

—Gracias. —Puso la radio de nuevo sobre la mesa y se pasó una mano por si cabello áspero—. Mierda —Cerró los ojos. Luego tomó el teléfono en el

mostrador y se dirigió a su jefa—. Dianne, me temo que tengo que regresar para ayudar a Daniels. Hay un grupo de aficionados a la carrera cruzando la tienda.

Era claro por el profundo suspiro que Dianne no se sentía contenta.

—Esto no es una broma. Las demás chicas lo notaran y habrá más

revuelo. Conseguiré que alguien te cubra temporalmente. Date prisa y ayuda a Shaun —respondió y colgó.

Eleanore se dio la vuelta y salió de la oficina de servicio al cliente para

dirigirse hacia la salida que estaba más allá de los cuartos de baño, pero justo cuando pasaba el de las mujeres, el sonido característico de arcadas le

paró en seco.

Oh, no, pensó. Alguien está enfermo.

El sonido se repitió, esta vez seguido por bajos zumbidos y sonidos de

sollozos, obviamente hechos por una niña. El corazón de Eleanore se rompió. No solo era una persona enferma, era solo una niña.

—Mierda —susurró. Doble mierda.

Miró una vez hacia la puerta trasera cerrada y luego hacia abajo, a la llave que colgaba de una correa alrededor de su cuello. Tenía que tomar una

decisión. Podría ir y salvar a Christopher Daniels de sus fans y a su vez,

3 Abercrombie: marca de ropa estadounidense.

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salvar a la librería de cualquier reprimenda resultante y por lo tanto, salvarse del despido, o podría ir y salvar a la niña en su lugar.

Mientras Eleanore empujaba la puerta giratoria del baño de mujeres, se dio cuenta de que nunca tuvo realmente opción, después de todo.

Uriel miró la lluvia por la ventana. Suspiró. Uno de los poderes que le

habían dado era que podía predecir el tiempo, podía determinar con precisión si iba a hacer un buen tiempo antes incluso de que realmente ocurriera. Sin embargo, hoy la tormenta llego sin previo aviso. Lo cual dejaba un poco

perplejo a Uriel. Tal vez estuviera más distraído de lo que pensaba. Tuvo que admitir que había estado muy ocupado. El rodaje de la segunda película había sido un no parar. Las entrevistas de promoción para la primera

película tomaron la mayor parte del tiempo que quedaba. Añadir firma de autógrafos, responder a cartas de admiradores y encontrar citas para los

eventos de alfombra roja…

—Mierda. —De repente, juró por lo bajo.

—Y aquí estoy yo, con la esperanza de que me ibas a decir que

finalmente te sentías listo para entrar y firmas libros —suspiró Gillihan—. ¿Qué pasa ahora? —Seguía sentado en el asiento opuesto, las piernas cruzadas, las manos apoyadas por casualidad en el pantalón perfectamente

doblado. Arqueó una ceja y esperó a que Uriel respondiera.

—Tengo que encontrar una cita para el jueves. —Tenía una gala en

Dallas por la noche.

—Pregúntale a una de la multitud de mujeres que vienen a tus firmas.

—Preferiría no hacerlo. —Uriel sacudió la cabeza—. Se siente mal,

como que estoy enfrentando a mis fans unas contra otras o algo así.

—Oh, escúchate a ti mismo. —Gillihan rodó los ojos.

Uriel ladeó la cabeza hacia un lado, sus ojos verdes brillando con una advertencia.

Gillihan suspiró de nuevo. —Tú y tus hermanos están en más

problemas de lo que vale la pena. Ustedes querían esto, ¿recuerdas? Fue tu decisión. —Max se inclinó hacia adelante, colocando los codos sobre las

rodillas—. Apuesto a que ni siquiera recuerdas por qué los enviaron en un principio.

Sacudió la cabeza y miró a Uriel por encima de sus gafas.

Uriel frunció el ceño —¿A Texas?

Max negó con la cabeza. —A la Tierra, genio. Pasan unos lamentables mil años y están tan sumidos en lo que significa ser humano que dan por

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sentado su propia existencia —Hizo una pausa, considerando algo—. Excepto, quizás, Miguel. Se toma a sí mismo demasiado en serio.

—No lo he olvidado —dijo Uriel con firmeza.

Y era cierto. No había olvidado por qué él y sus hermanos habían adquirido formas similares a las humanas y les permitían residir en la Tierra

desde hacía dos mil años. Pero habían estado buscando durante tanto tiempo sin encontrar ninguna señal de una sola Arco que habían llegado al

punto en el que, simplemente, no pensaban en ello a diario. Eso era todo.

—Lo menos que puedes hacer es dejar de quejarte y seguir con tu cada-vez-con-menos-sentido existencia, sin darme más problemas —le dijo

rotundamente Gillihan.

Las palabras de Gillihan eran abrasivas y destinadas a serlo. Pero

Uriel sabía que, en el fondo, no era culpa del tutor. Había estado aquí tanto tiempo como Uriel y sus hermanos y eso era demasiado para que cualquiera pudiera estar sin conseguir nada y tener que sentirse satisfecho, sin

importar lo inmortal que sea.

—Lo siento, Max —dijo Uriel suavemente.

Gillihan parpadeó. Se sentó con la espalda recta y luego volvió a

parpadear. —¿En serio?

—Tienes razón. —Uriel se encogió de hombros y dio una palmada en

sus pantalones vaqueros en un gesto de derrota—. ¿De qué tengo que quejarme? Las chicas me adoran. Debería estar más feliz que un cerdo en la mierda —Sonrió con esa sonrisa que hacía que las mujeres se desmayaran

en los pasillos—. Eso es lo que dicen por aquí, ¿verdad?

Max se echó a reír. —Es lo que decían, más bien. Pero estás lo

suficientemente cerca. —Sacudió la cabeza y se volvió en su asiento para estirar su brazo a través de la abertura entre su cabina y el asiento del conductor. Justo cuando le señalaba a Nathan de nuevo la tienda, un

sonido de gritos llamó la atención hacia las ventanas.

Uriel miró también. Y entonces los ojos se le abrieron como platos. —

¿Es eso lo que yo creo que es?

—Me temo que sí —respondió Gillihan.

—Están bloqueando la salida —dijo Uriel, su tono de voz mezclado con

el shock.

No había tiempo para formular un plan. Podía permanecer en el interior del coche de forma indefinida y esperar a la policía o escapar del

coche y correr. Rápido.

Uriel abrió la puerta de la limusina y salió disparado del asiento

trasero. Detrás de él, oyó que Max le llamaba, pero ignoró al tutor y se dirigió directamente a la librería.

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Más tarde, y en retrospectiva, se daría cuenta de que ir hacia la librería en vez de alejarse de ella fue, al menos, una decisión extraña. Sobre todo

teniendo en cuenta que la multitud de chicas adolescentes ya iban corriendo hacia él como una turba de pueblo medieval que procedía de dicho almacén.

Sin embargo, hubo poco razonamiento implicado. Las chicas venían de

la esquina de la parte delantera de la tienda, lo que le dio un claro margen a la puerta de atrás. Fue sobre todo el instinto el que impulsó a Uriel a través

de la puerta cerrada de atrás del establecimiento. Y fue una fuerza sobrehumana, la que luego le permitió desenganchar la puerta de la cerradura y apresurarse hacia el interior.

Sintió que la alarma quería sonar. Utilizó sus poderes para silenciarla y cerró la puerta detrás de él, asegurándose de estancarla lo suficientemente apretada para que se deformara un poco y se mantuviera en su sitio.

Las chicas de fuera llegaron justo mientras cerraban los puños y golpeaban con furia el metal de la salida. Se estaban empapando. De hecho,

él estaba más que un poco húmedo de por sí.

Se preguntó si también se harían daño unas a otras mientras empujaban hacia la puerta. Sinceramente, esperaba que no. Pero por lo que

sea que pasaba ahí fuera y por la cantidad de chicas que parecían surgir, Uriel sabía que la puerta no aguantaría durante mucho tiempo. Todo lo que tendrían que hacer era trabajar en equipo y se abriría.

Uriel pasó de los baños a su izquierda y se dirigió hacia la sección de ciencia ficción de la tienda un poco más allá del vestíbulo de salida. Allí, se

detuvo e hizo una mueca. Otra masa de niñas, casi tan grande como la primera, se agrupaban en torno a la parte delantera de la tienda. Debe haber habido un centenar de ellas… tal vez más.

La puerta tras él crujió y luego raspó.

Uriel pensó rápido y se metió en el baño de las mujeres. Una vez

dentro, cerró los ojos, apretó la espalda contra la pared al lado de la puerta y escuchó. La puerta de salida de la librería cedió y podía escuchar el estruendo de las acometidas de las niñas en el pasillo. Corrieron, sus

Converse chirriaron con el agua de lluvia en las baldosas de linóleo.

—Hay que memorizar una serie de instrucciones para poder actuar y la

película que protagonizó también fue convertida en un libro, así que yo suponía que podría leer.

Los ojos de Uriel se abrieron para encontrar a una mujer y una niña de

pie a unos pocos metros, junto a la puerta del primer puesto.

—Estuve obviamente equivocada —continuó—, porque a ha confundido el baño de las mujeres por el símbolo sexual ridículamente famoso del baño

que está al lado.

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El corazón de Uriel dejó de latir. Su mandíbula se abrió. No podía estar viendo lo que estaba viendo en ese momento. No podía estar sintiendo lo que

sentía. No ahora. No aquí, en un cuarto de baño, después de dos mil años. Quizá se había resbalado bajo la lluvia y golpeado su cabeza. No, eso era imposible. Era relativamente invencible. Ser golpeado en la cabeza no le

haría nada, pero lo pondría un poco de mal humor.

Realmente se encontraba allí de pie delante de él. Era real, podía verla,

oírla, podía incluso olerla. Olía a champú, jabón y lavanda.

Jesús, pensó, incapaz de abstenerse de dejar caer su mirada por su cuerpo y volver a subir. Ella era todo lo que había imaginado que sería, desde

su cuerpo alto, delgado, con su largo pelo negro hasta esos ojos de color azul índigo. El color de la noche en la Vía Láctea. Su piel, era como la

porcelana. Sus labios eran gruesos y de color rosa que enmarcaban una dentadura perfecta y blanca. Ella era un ángel.

Era su Arco. Y estaba ¿frunciéndole el ceño? ¿A él?

La puerta del baño se había cerrado firmemente detrás de Christopher Daniels y era claro que había oído lo que había dicho, pero aun así, se había quedado allí como si estuviera congelado y Eleanore no podía entender por

qué.

—Señor Daniels, ¿hay algo en lo que pueda ayudarle? —preguntó Eleanore.

Tuvo que admitir que cuando Daniels entro por primera vez al baño de mujeres, eso la tomo completa y totalmente por sorpresa. En primer lugar,

era aún más hermoso en la vida real de lo que era en su gran cantidad de fotos de prensa. Y ese no se suponía que tenía que ser el caso en absoluto. ¿No se suponía que hay montones y montones de maquillaje involucrados? ¿Trucos de luz? En la vida real ¿los actores no tienen acné, cicatrices, arrugas y millas de raíces sin teñir?

En la vida real, los ojos de un actor no parecían brillar como lo hacían en las películas. Pero los ojos de Christopher Daniels lo hacían. Eran casi misteriosos, eran tan intensos… Por un se acordó de los sueños sobre él. Siempre era su mirada la que veía justo antes de despertar. Todas las fotos que habían pegado por todo el país no les hacían justicia. Sus ojos eran

del color de los icebergs árticos, tan verdes que parecían… más que humanos. Eran increíblemente hermosos.

Estaba de pie en el baño, cara a cara con un famoso actor que era, literalmente, el hombre más atractivo que había visto nunca. Y además, la miraba como si en su lugar, fuera ella la magnífica estrella de cine.

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Así que estuvo más que sorprendida cuando, en lugar de sentir mareos y caer sobre él como todas las otras chicas en el mundo parecían hacer, su

primer instinto fue hacerle frente. Por qué, exactamente, no tenía ni idea. Por entró en el baño de chicas, supuso. De todas las cosas… ¿Qué tipo de delito era ese, exactamente?

La mente subconsciente de Eleanore sabía la verdad. No estaba enojada porque entrara en el baño equivocado, por supuesto. Se enojaba con

él por ser quien era y lo que era. Hermoso y famoso. Era un pensamiento conservador.

Resultaba obvio que se escondía. Eso era claro. Y por el sonido de las

admiradoras que se reían detrás de la puerta, Ellie apostaría a que era de ellas de quien se escondía. Increíble. En primer lugar, estos chicos luchan

con uñas y dientes para ascender en el fandom4 y luego se resisten a ser amados por las masas.

¿Qué ocurre con eso?

Mientras tanto, se había olvidado de Jennifer, la niña a la que había tratado de a ayudar en el cuarto de baño en un principio. Pero Jennifer se

notaba claramente a Daniels también. Su mano apartó de la palma de Eleanore mientras decía:

—La señorita Ellie hizo que mi estómago se sintiera mejor —intervino,

completamente de la nada—. Vomitaba, pero me tocó la barriga y lo hizo detenerse.

Eleanore palideció. ¡Oh, no! pensó. ¡Cállate, cállate, cállate, no digas nada más!

—Fue bueno —siguió Jennifer, asintiendo con la cabeza

enfáticamente—, ya a que al vomitar me daba ganas de vomitar un poco más. —Jennifer tenía solo unos cinco años, pero no era tímida. Hizo una mueca y

parecía querer apartar los recuerdos con sus pequeñas manos—. Fue tan asqueroso.

Eleanore se sintió más escaldada. Pasó su mirada por el famoso actor y

miró a la pared. Tenía que recobrar la compostura. Tenía que conseguir tomar el control.

Finalmente, cuadro los hombros y lo miró para encararlo.

Ella parpadeó. Todavía la miraba con fascinación. Eso era fascinación, ¿no? ¿No diversión? pensó que tal vez era retrasado mental…

—Señor Daniels, voy a encontrar a los padres de Jennifer y estaría feliz de anunciar su llegada por el intercomunicador, si lo desea…

4 Fandom es una palabra que procede de la contracción de la expresión inglesa Fan Kingdom

(Reino Fan), que se refiere al conjunto de aficionados a algún pasatiempo, persona o fenómeno en particular.

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Daniels se separó de la pared y dio un paso hacia ella. Sus botas hicieron un ruido sordo en el suelo de linóleo. Sonaba peligroso. Una tibia

advertencia erótica vibraba a través del cuerpo de Eleanore.

—Tú eres la razón por la que hay tormenta —dijo—. Ahora tiene sentido.

El mundo de Eleanore se puso de punta sobre su eje y el miedo se apoderó de ella. Su visión empezó a oscurecerse. —¿Perdón? —preguntó. Su

voz sonaba hueca en sus propios oídos.

¿De qué está hablando? No puede saberlo.

Negó con la cabeza casi en contra de la posibilidad. Pensó en dar un

paso atrás, de repente necesitaba espacio. Pero había una pequeña mano en la suya, apretando firme y de la que no podía escapar.

—Usted es un hombre y este es el baño de mujeres —dijo la pequeña Jennifer.

Christopher Daniels miró a la niña. La nariz de Jennifer se arrugó y su

mirada reprendía al actor. Parecía estar considerando a la niña por un momento y luego volvió a mirar a Eleanore. —Ellie —dijo en voz baja.

Eleanore tragó saliva. Su boca y su garganta se habían secado.

—Es… es Eleanore —balbuceó ella. Y luego, al darse cuenta que le había dado su nombre y que tal vez no debería haberlo hecho, apartó la

mirada y meneó la cabeza—. Señor Daniels —trató de nuevo—. Disculpe. Realmente es necesario encontrar a los padres de Jennifer. Está muy enferma.

Pasó junto a él para abrir la puerta y cuando lo hizo, el aire parecía espesarse a su alrededor, de repente se sintió confuso y empalagoso. Tardó

siglos en pasar al actor, podía sentir que la miraba mientras se acercaba y no hacía prácticamente ningún movimiento para salir del camino. Su cercanía era electrizante y la desarmaba, su cuerpo alto, duro y muy real. El tiempo

parecía más lento al abrir la puerta y salir a la tienda.

Pero una vez que pasó más allá de él, camino tan rápido como podía con un atado de cinco años de edad, en el brazo, que no era muy rápido

después de todo. Oyó unos pasos detrás de ella y miró hacia atrás para ver que Daniels la seguía. Mantuvo el ritmo con facilidad, una pequeña y

decidida sonrisa jugando en sus labios.

Christopher Daniels está detrás de mí, pensó Eleanore. ¡El famoso actor, Christopher Daniels, está detrás de mí! Es probable que me esté mirando el trasero. Trató de no gemir en voz alta en ese pensamiento ¡Como si importara!

No estaba segura de lo que su trasero parecería a su punto de vista, nunca se molestó con el espejo en la mañana. Y le horrorizada el hecho de

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que le importaba su apariencia, y no el que pudiera estar mirándola ¿Realmente observaba su trasero?

¡Por supuesto que está mirando mi trasero! pensó ella. ¡Es un chico! ¡Eso es lo que hacen!

Se reprendió por el monólogo interior digno de preocupación y una vez más se preguntó qué había querido decir con su comentario sobre la tormenta. ¿Sabía que había causado la tormenta? Y si lo sabía ¿cómo era

posible?

No hay manera, pensó. Debe de haber querido decir otra cosa. Eleanore se detuvo al lado del escritorio de servicio al cliente y se inclinó para susurrarle al oído un poco a Jennifer.

—Este es nuestro secreto ¿vale? —dijo con la esperanza de que la niña

entendiera la urgencia con la que había hecho la solicitud.

Jennifer levantó la mirada y luego miró a Daniels, quién se apoyaba en una estantería a unos pocos metros, con los brazos cruzados sobre el pecho,

su expresión un tanto desconcertada y divertida. Luego asintió con la cabeza, sonrió a Eleanore, y el temor de Ellie se hizo patente.

Eleanore se irguió y tomó el teléfono en el mostrador de servicio al cliente. Vio a Daniels asomarse a los bastidores de la multitud por la puerta principal. Una mujer vestida con un traje con una etiqueta con su nombre

miró nerviosamente a su reloj y luego se puso de puntillas como si estuviera a buscando a alguien. Se preguntaban dónde estaba su estrella.

Había un hombre alto con traje junto a ellos. Se abría paso a través de las mujeres y algunos hombres, al frente de la tienda. Eleanore se preguntó vagamente quién era, pero lo dejó ir mientras hacía un anuncio de “niño

perdido” por el intercomunicador para llamar la atención de los padres de Jennifer.

Cuando terminó, puso el teléfono en su soporte y se volvió para

enfrentar a una agobiada pareja que al instante se arrodilló delante de Jennifer consolándola. La madre de Jennifer la cogió en sus brazos y con un

rápido agradecimiento a Ellie se dirigieron hacia la salida de la tienda.

Ahora Ellie se volvió hacia Daniels, que seguía apoyado en la estantería, mirándola. En el segundo siguiente, se incorporó, cerró la

distancia entre ellos con dos zancadas y la sujetó a la mesa de servicio al cliente, un fuerte brazo apoyado contra el mostrador a cada lado de ella.

Eleanore inhaló profundamente y su corazón dio un salto mortal en el pecho.

—Tengo que ir a una fiesta la noche del jueves. Ven conmigo —

dijo. Estaba tan cerca, su aliento susurró en sus labios, olía a regaliz y menta.

—¿Q… qu…? —balbuceó. Luego tragó y lo intentó de nuevo—. ¿Qué?

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Oyó un leve sonido de craqueo y bajo la mirada para ver que su agarre sobre la mesa detrás de ella se había apretado. Se volvió hacia él y vio que su

mirada vaciló a su boca y regresó.

—Ellie —dijo, como si probara su nombre en su lengua—. Aquí está la cosa —continuó en voz baja—. Necesito una cita para una gran fiesta de

promoción en Dallas. Una gala. No conozco a nadie en Texas que tenga la amabilidad de dejar que me esconda en el baño de mujeres. —Sonrió con

una sonrisa increíblemente encantadora. Y te lo agradezco —agregó—. Así que sería un honor si consideraras ser mi cita el jueves de la próxima

semana.

A Eleanore le llevó unos segundos digerir esto. Había una parte de ella que simplemente no podía creer su situación en ese momento. Estaba siendo

acorralada por Christopher Daniels, en contra de su propio escritorio de servicio al cliente, y le había pedido una cita. Pero a pesar de la imposibilidad de todo, sabía que no era un sueño. Esto se sentía demasiado real.

Era tan grande. Tan alto y… parecía duro, en todas partes. Y su cercanía le hacía cosas extrañas en ella. Olía bien. A cuero de su chaqueta,

colonia de después del afeitado o cualquier gel de ducha que hubiera usado y que creaban una combinación embriagadora y muy tentadora. No había un ápice en él que no fuera pura masculinidad, desde el conjunto de la

mandíbula hasta el sonido suave y decidido de su voz.

—No estás respondiendo —dijo, una vez más echando un vistazo a sus

labios como había hecho antes. Parecía que se inclinaba más cerca, y a Eleanore le resultaba muy difícil respirar—. ¿Significa que lo estás considerando?

Cristo, estoy siendo deslumbrada por este idiota. Apenas lo conozco y ya estoy mal.

Trató de tragar más allá de un punto en la garganta que se le había secado. Se preguntó entonces, mientras miraba a esos ojos de imposibles colores, el número de mujeres a las que les había hecho esto

últimamente. Era bueno en eso.

Es un actor, se dijo. Por supuesto que es bueno en eso.

Eso fue un pensamiento serio. Parpadeó y sintió que su propia mirada se endurecía. Él pareció darse cuenta, porque algo brilló en sus ojos y su

mirada se redujo en respuesta.

—¿Hablas en serio? —dijo en voz baja—. No sabes nada de mí y quieres que esté de acuerdo solo para ir a una cita, en otra ciudad, contigo.

—Sé lo suficiente —le dijo claramente—. Y sí. Quiero que vayas a una cita conmigo. —Hizo una pausa y luego añadió de manera significativa—.

Mucho.

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Ella le devolvió una mirada más dura, y luego, antes de que se diera cuenta de lo que hacía, tenía el teléfono del escritorio de servicio al cliente en

la oreja y presionaba el botón para encender el altavoz.

Daniels parecía tan sorprendido como ella y solo la observó mientras ponía el altavoz a su boca.

—¡Atención clientes! Es un placer anunciar a todos que la estrella de la noche, el Sr. Christopher Daniels, está aquí con nosotros ahora y comenzará

a firmar autógrafos para todos sus muy apreciados fans.

El sonido de gritos se levantó en el frente de la tienda y se extendió por los pasillos. Daniels levantó la mirada, sin moverse de donde la había

atrapado entre sus brazos.

Eleanore, miró hacia atrás para atrapar el movimiento frenético en la tienda.

Cuando se volvió para enfrentarse a él, fue para encontrar la mandíbula de Christopher tensa y los dientes apretados con evidente

irritación. Sin embargo, su ojos verde hielo volvieron a la cara de Eleanore, y una vez más atraparon su mirada. Tomó una respiración profunda, calmada y pareció reflexionar sobre la situación.

Luego sonrió y se enderezó, alejándose de la mesa. Eleanore se quedó donde estaba y lo miró con recelo. Por un momento, sus ojos se echaron a su cuello, sus hombros y la espalda de nuevo. Habría jurado que vio una

preocupante indecisión cruzar en su hermoso rostro. Parecía como si estuviera tentado de cogerla, tirarla por encima de su hombro, y huir con

ella.

—Fue un placer conocerte, Ellie —dijo en cambio, intercambiando miradas con ella por última vez—. Voy a verte de nuevo pronto.

Con eso, se volvió y se dirigió por el pasillo hacia donde le esperaban sus fans.

Eleanore estuvo demasiado aturdida para moverse. Lo vio alejarse, y cuando desapareció, escuchó. Los saludos de éxtasis comenzaron casi de inmediato. Ellas enloquecían por él.

Y ahora podía ver por qué.

Me pidió una cita, pensó. La hermosa, famosa estrella de la película Comeuppance me pidió una cita.

Una parte de ella quería estar emocionada ante la idea. Pero otra parte que no creía en él. Fue esa otra parte la que la obligo a anunciar su

llegada. Debido a que esa parte de ella tenía la sensación de que Christopher Daniels no era quien pretendía ser. No solo en la pantalla, sino en la vida

real.

Sabe algo, pensó.

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No sabía cómo era posible, e incluso la idea era indescriptiblemente extraña. Pero de alguna manera, Christopher Daniels parecía saber que

Eleanore había causado la tormenta. Tú eres la razón por la que hay tormenta, le había dicho. Estaba dispuesta a apostar un dólar a que incluso

sospechaba de su poder de curación después de la prematura exclamación de Jennifer en el baño.

Y ahora también sabía su nombre y donde trabajaba.

Varios segundos más largos y tensos pasaron y el cuerpo de Eleanore por fin se relajó un poco y se dejó caer contra el escritorio. Cerró los ojos y se pasó una mano temblorosa por el largo pelo.

La vida había llegado a ser un poco demasiado interesante para su gusto. Tal vez ya era hora de mudarse de nuevo.

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3 Traducido por Panchys

Corregido por Melii

odría haber detenido la lluvia si hubiera querido, o si incluso

pensado en hacerlo, pero tampoco era el caso mientras Eleanore salía corriendo por la puerta trasera ―y rota― de la tienda, hacia

su coche, que fue aparcado en el estacionamiento trasero. Apresuradamente

sonó la alarma, tiró de la puerta y se deslizó en el interior, golpeando y cerrando la puerta tras ella. Allí, se sentó en el asiento y se quedó mirando la

parte trasera del edificio del lugar donde trabajaba. Se preguntó si alguna vez volvería a verlo.

La oscuridad pulsaba en las ventanas de su coche. Christopher

Daniels había estado firmando autógrafos durante horas. Eran las ocho y la tienda cerraba a las once. Se preguntó dónde iría después.

¿A su hotel? ¿Dónde estaba su hotel?

Una multitud de preguntas llegaban a su cabeza en aquel momento, todas ellas sin respuesta. Dejó escapar un gran suspiro y puso la frente

sobre el volante. Luego cerró los ojos.

Si se iba, esta sería la decimotercera vez que se habría mudado en los últimos cuatro años. Comenzaba a tener sueños sobre casas que eran

extrañas fusiones de los diferentes lugares en los que había vivido, distintos estilos y culturas todas mezcladas como una especie de inclinación a las

viviendas del Dr. Seuss5. Siempre eran frágiles y se balanceaban un poco con el viento. Y la hacían sentir de esa manera también. Frágil.

—¿Qué voy a hacer?

¿Valía la pena Christopher Daniels otra mudanza? ¿Realmente representaba algún tipo de amenaza para ella? Incluso si de alguna manera

sabía que ella era la causante de la tormenta e incluso si se había dado cuenta de que podía curar, no era de Daniels que quien se asustaba. Era de la fama que venía con él. Siempre le seguían, siempre en el ojo público. Si

atraía este tipo de atención sobre ella, podría ser desastroso.

Eleanore dejó escapar un suspiro y apretó los puños. Podía llamar a

sus padres. Pero si esto en realidad era el comienzo de una nueva situación

5 Fue un escritor y caricaturista estadounidense, más extensamente conocido por sus libros

infantiles escritos bajo su seudónimo, Dr. Seuss. Los estilos de sus casas de conocen por ser locos.

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peligrosa, entonces sería mejor que su madre y su padre no supieran sobre el tema. No quería hacer que se involucraran más. Se habían ganado el derecho

a mantenerse fuera de ello. Y les haría bien creer que su hija encontró por fin un lugar donde podía residir pacíficamente.

Dios, sabía que debía buscar algo estable. Cuando era pequeña, había

pasado el jardín de infantes en tres ciudades diferentes antes de que sus padres se hubiesen dado cuenta de que las cosas iban por el camino

equivocado y decidieran educarla en casa con la ayuda de profesores muy bien pagados. Era difícil en aquel entonces porque era mucho menos cuidadosa con los poderes que usaba y cuando los utilizaba. Y a los niños les

gusta alardear. Eso era parte de ello. La otra parte era que, cuando era pequeña, sus poderes aún estaban en desarrollo, y a menudo los había descubierto accidentalmente.

Y eso siempre era una escena.

Como aquella vez cuando tenía cinco años y había comenzado a poner

las cosas en el carrito del supermercado, a pesar de que su madre le había dicho que no podía hacerlo. Muchos niños hacían esto, por supuesto. Pero no muchos utilizaban la telequinesia para hacerlo.

Y cuando ella y sus padres se habían ido de campamento y había enviado las llamas de la hoguera a través de la maleza circundante con nada más que un pensamiento. Había querido ver la danza del fuego. Hubiera sido

un desastre si sus padres no hubieran reconocido lo que sucedía en ese momento y hubieran hablado con ella para poner el fuego bajo control.

También hizo una danza de la lluvia con sus animales de peluche y de hecho, hacer llover era una escena normal para regar las flores silvestres que ella y su madre habían plantado.

Con el tiempo, sus padres se acostumbraron a sus sorpresas, más o menos, y admiraban la maravilla que era su hija en constante cambio. Pero

eso no significaba que su crecimiento fuera fácil para ellos.

Con el tiempo, empezaron a temer que las habilidades especiales de su hija pudieran ser observadas por alguien poderoso y tal vez no tan agradable,

que quisiera usarla para su propio beneficio. Después de un tiempo, se dieron cuenta que alguien realmente la seguía, pero no sabían quién. Regresaban a casa para encontrar las cerraduras forzadas. Vehículos

extraños con ventanas ilegalmente oscuras, esperaban al final de los callejones. Tenían sus sospechas, los dones de Ellie eran extremadamente

atractivos. ¿Eran estos agentes del gobierno? ¿Un grupo terrorista? No había suficiente evidencia para apoyar cualquiera de sus conjeturas. La idea de su hija siendo utilizada por alguien que le quitara la libertad para tomar sus

propias decisiones y vivir su propia vida, era demasiado horrible para soportarlo. Así que, independientemente de la atención que Eleanore había

ganado sin saberlo, evitar una mayor atención se convirtió en una medida de precaución primordial que terminó gobernando sus vidas.

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Se mudaban con frecuencia y nunca se quedaban en un lugar durante mucho tiempo. Dejaban a Eleanore fuera de la escuela pública. Le enseñaron

a vivir con precaución y estar siempre preparada para tener que salir en cualquier momento.

Ahora, la lluvia golpeaba el techo del coche de Eleanore, dirigiendo sus

pensamientos hacia un día de lluvia similar hace diez años. Tenía quince y estaba absorta por completo en el video de 3 Doors Down “Kryptonite”6, que

se había convertido rápidamente en la favorita de ese año. De repente, su padre irrumpió en su habitación y tirando de una chaqueta para ella.

Vehículos extraños habían sido vistos por amigos de todo el

vecindario. Los padres de Eleanore estaban convencidos de que sus peores temores se estaban haciendo realidad y que alguien iba a venir a tomarla. Y

así fue que, con una resignación extraña e insensible, Eleanore había tirado rápidamente de su bolsa de fuga de debajo de su cama, la había hecho girar sobre su hombro y seguido a sus padres por la puerta trasera de la casa y

por el callejón de barro mojado, hacia el patio trasero de una casa desocupada en la misma cuadra.

Su padre, tenía un coche aparcado en el garaje de la casa abandonada. Se trataba de un utilitario color gris oscuro con vidrios polarizados y con placas de otro estado. Habría sido un perfecto e

indescriptible escape si no hubiera sido por los perros.

Cuando los animales escucharon a su familia ir con prisa por el callejón bajo la lluvia, hicieron todo lo posible para llamar la atención. El

ladrido era ruidoso y furioso. Eleanore no podía distinguir sus cuerpos peludos a través de los listones en las vallas de madera, o habría utilizado

sus poderes telequinéticos para estrellar los unos contra los otros. Cualquier cosa para que se callaran.

En cuestión de segundos, una camioneta blanca se detuvo al final del

callejón y dos hombres se bajaron. Eleanore recordaba a uno de ellos rigurosamente. Llevaba una camiseta gris ceñida sobre los músculos grandes

y un uniforme negro de ejército. En su mano derecha, llevaba una aguja. El húmedo metal brillaba amenazadoramente a la gris luz de la lluvia.

Ella se las arregló para sacar la aguja de su control y enviarla volando

con sus poderes. Pero entonces su padre la arrancó a un lado y la empujó a través de una abertura en una puerta en el callejón. La medio-arrastraron por el patio, y en la distancia, oyó gritar a los hombres. Oyó el sonido de los

neumáticos desgarrando en el asfalto mojado y la grava.

Ella y sus padres llegaron a la cochera y su madre la empujó hacia

abajo sobre el suelo del asiento trasero mientras su padre abría la puerta del garaje.

6 Doors Down: Banda de rock Americana. Video Kryptonite.

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Los recuerdos de Eleanore se volvieron difusos después de eso. Recordó que el coche comenzó a andar y ella fue golpeada de lado a

lado. Había un montón de sonido caótico y violento. Cristales rotos. Metal sonando como los sonidos de los platos en el lavavajillas.

Y luego oscuridad.

Eleanore llegó a entender ese día lo peligrosas que eran sus habilidades y se dio cuenta plenamente de los muchos problemas que habían

causado a sus padres. No, ayudarla no era fácil para ellos.

Pero, afortunadamente para ella, aceptaron sus poderes como parte del quién era su hija y la amaban de todos modos, sin fin, profundamente y sin

condiciones. Jane Granger aseguró que su hija tenía un propósito en este planeta y que podría darse a conocer cuando fuera el momento

adecuado. Walter Granger se inclinaba un poco más en el aspecto científico de la argumentación y se preguntaba si su esposa tomó demasiado edulcorante artificial el tiempo que estuvo embarazada de Eleanore. De

cualquier manera, y sin embargo, estaban bien con ello.

Su padre era profesor y los profesores iban donde fuera que las universidades les contrataran, así que fue fácil para él moverse por el

país. Su madre era una abogada que trabajaba por su cuenta, por lo que también le era fácil viajar. Y los dos trabajando juntos eran lo

suficientemente solventes como para ser capaces de proteger a su hija con una buena cantidad de eficiencia, por lo que Eleanore había estado bien y realmente agradecida por ese día fatídico.

Era un hecho que Eleanore nunca sería capaz de utilizar cualquiera de los estudios de su educación en casa para una carrera que la obligaba a

permanecer en un mismo lugar. Por lo tanto, era malditamente afortunada de que su familia fuera lo suficientemente rica como para facilitarle un siempre-lleno fondo de emergencia.

Eleanore pensó sobre esto, mientras escuchaba el sonido de la lluvia torrencial en la parte superior de su coche. Se preguntó si tendría que utilizar ese fondo para escapar de un extraño determinado y peligrosamente

apuesto Christopher Daniels.

Ninguna de sus habilidades la ayudaría con este problema en

particular. No eran válidas a la hora de impedir ser descubierta. Esa era la parte de la maldición de los dones, como diría Adrian Monk7. Podía hacer un montón de cosas muy impresionantes, sí. Pero cada una de ellas

era tan impresionante que en realidad no podía hacer nada. Porque cuando lo hacía, se notaba.

7 Es el personaje central de la serie televisiva Monk, en la que se relatan las aventuras de un

brillante pero maniático detective de San Francisco. Padece un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) y muchísimas manías.

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Como posiblemente había hecho esta noche. Con la tormenta. Y la pequeña niña.

Así que ahora tenía que barajar sus opciones. ¿Irse? ¿Sin previo aviso de “dos semanas” o cualquier otra indicación de a dónde se dirigía? O quedarse… y tomar sus posibilidades con el actor increíblemente caliente que

la arrinconó en la librería y que podría ser la persona por la que estaba a punto de dejarlo todo.

Dejó escapar un suspiro y levantó la cabeza para mirar por el parabrisas.

—No puedo seguir con esto —Cerró los ojos y negó con la cabeza—. No

más—hizo su elección entonces y allí, en ese momento, mientras los relámpagos iluminaban en la distancia y tronaba una vez más, se dio la

vuelta en el coche.

Cualquiera que sea el peligro que Daniels podría o no plantear, lo enfrentaría y resolvería. No es que se opusiera a salir de Texas. No era eso,

en absoluto. Era que se sentía cansada de huir todo el tiempo.

La próxima vez que se trasladara, querría que fuera así porque le

gustaba el lugar al que se estaba mudando. No porque estuviera desesperada o con miedo. Además, podría estar equivocada sobre el actor. Tal vez no había sumado dos más dos y notado que había sanado a Jennifer. Y tal vez,

su comentario acerca de la tormenta era existencial. Tal vez nunca volvería a verlo y solo intento jugar con ella.

Idiota.

Con ese pensamiento liberador, Eleanore, metió la llave en el contacto y encendió el coche. Mientras conducía, quiso que la tormenta se fuera y en

pocos minutos, las nubes se disiparon y unas pocas tercas estrellas recuperaron su lugar en los cielos.

Cuando llegó a su apartamento, aparcó bajo su toldo asignado y subió

las escaleras hasta la puerta. Entonces entró en la casa, cerrando y trabando la puerta detrás de ella.

Abajo, en el tranquilo patio, una figura alta metió las manos en los bolsillos de su caro abrigo. Asintió una vez a sí mismo y luego caminó por el césped y fuera en el estacionamiento sin hacer un solo ruido perceptible.

Uriel se estaba volviendo loco. Era seguro. Durante dos mil años, había

logrado mantener su sano juicio, a través de la enfermedad, el hambre, las guerras y una cultura mundial que cambiaba tan rápidamente, que

literalmente aturdía la mente. Había tomado todo con calma y trataba de recordar que se encontraba allí por una razón. Y una muy buena.

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Era más difícil algunos días que otros. Había aprendido por las malas que estar abajo del dolor era un muy diferente de lo que era experimentarlo

desde arriba. Ahí arriba, por ahí, había estado desconectado. Independiente y retirado. A decir verdad, siempre se había preguntado por qué los humanos se quejaban tanto como lo hacían. La apatía era la forma común de los

arcángeles ¿Cómo puede uno identificarse con algo si no poseía ningún sentimiento significativo hacia sí mismo?

Pero una vez que estuvo viviendo con los humanos, todo eso había cambiado. Uriel no había sentido nada parecido a la apatía cuando había ayudado a sacar los cuerpos de las aguas o cuando había caminado junto a

Miguel mientras el pobre hombre había tratado de estar en todas partes a la vez cuando la plaga mataba a tantos, o más recientemente, cuando había

repartido el pan y el queso en las líneas de gobierno.

Y seguro como el infierno que no lo sentía ahora.

En este momento, estaba lo suficientemente ansioso y frustrado como

para incluso contemplar la idea de llamar a sus hermanos para que le ayudaran a salir de esta firma. Ya había estado aquí durante horas y por el aspecto de la fila de los aficionados, tenía por delante varias horas

más. Estaría aquí hasta que la maldita tienda cerrara. Ahora que había encontrado a su Arco, perdía un tiempo precioso.

Cuando levantó la vista del otro “mejores deseos” y vio a Max en la multitud, hizo una seña al hombre y le preguntó a la siguiente persona en la fila si podía tener un momento. La niña asintió con la cabeza y sonrió,

probablemente sintiéndose tan ansiosa como él se sentía en ese momento.

Gillihan se trasladó a la mesa y luego se reunió con Uriel en el otro

lado.

—¿Y bien? —dijo Uriel.

—Su nombre completo es Eleanore Elizabeth Granger ―suministró

Max.

—¿Está bien? —preguntó Uriel.

—Llegó a casa a salvo —le dijo Max, susurrando mientras le daba la espalda a la multitud—. Y tengo su dirección.

—Entonces sácame de aquí. Necesito volver a verla.

Max consideró esto un momento. —Sé que estás ansioso. Es comprensible. Pero yo recomiendo esperar hasta mañana. No estaba en el mejor estado de ánimo cuando se marchó de aquí y si vas a llamar a su

puerta esta noche, lo más probable es que la asustes hasta la muerte.

La mirada de Uriel se endureció. —¿Quieres que espere? —La idea era

más que desagradable para él.

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Max suspiró, se encogió de hombros en su abrigo, y se quitó las gafas para apretar el puente de la nariz. —Sí, espera. Podemos poner a Azrael a

vigilar esta noche si estás preocupado por ella.

—¿Por qué debería estar preocupado? —La mirada sin sentido de Uriel se había intensificado, provocando sus ojos ahora con una advertencia.

Los ojos de Max se abrieron a la defensiva. —No sé.

—¿Qué es lo que no me estás diciendo, Max?

Max sacudió la cabeza y se rindió. Empujó a Uriel un poco más lejos de la multitud que esperaba y bajó la voz. —Es solo un presentimiento que tengo. Vi el interior de su apartamento a través de sus ventanas antes de su

llegada. Es más bien minimalista. Como si fuera del tipo que no le gusta estar atada. Creo que la chica se asusta fácil. —Se encogió de hombros—. Es

por eso que sugiero que esperes hasta mañana.

Uriel suspiró profundamente, se apartó de Max, se pasó frustradamente una mano por el pelo y luego puso sus manos en sus

caderas. Se volvió hacia Max. —También es por eso por lo que probablemente no debería esperar.

—No puedes entrar en su apartamento, lanzarla su sobre tu hombro y esperar tener algún tipo de relación duradera con ella.

—Ella es mi Arco. Esto debería ser más fácil.

—Nada es fácil, Uriel. Sobre todo nada de lo que cuenta.

Una vez más, Uriel suspiró. —Bien. Al menos sácame de aquí, así que

puedo hablar con mis hermanos acerca de esto.

Max miró desde él hacia la fila de aficionados a la espera de obtener su firma. Uriel sabía lo que pensaba. Normalmente, Max exigiría que Uriel

hiciera frente a la vida que había elegido y lo llevara hasta el final. Era parte de su trabajo como tutor, asegurarse de que los chicos se comportaban. Sin embargo, esto era claramente diferente. Eleanore Granger era la única razón

por la que Uriel estuviera en este planeta, para empezar.

—Muy bien. Solo por esta vez. —Max ajustó las gafas y se marchó—. Y

ya que vas a estar hablando con ellos de todos modos, ten a Azrael rastreando la pista de Samael. Me gustaría tener una idea de hasta qué punto estamos por delante del juego.

Uriel se agachaba y tiraba de la chaqueta del respaldo de la silla antes de que Max hubiera terminado de hablar. —Me voy de aquí.

Detrás de él, oyó una inhalación brusca. Se volvió para ver a la chica que seguía al lado de la fila con su libro agarrado fuertemente contra su pecho. Sus mejillas estaban rojas y sus ojos brillantes de lágrimas.

Oh, Dios, pensó. Soy un bastardo.

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Forzó una sonrisa en la cara y estiró la mano para tomar su libro. —Uno más —dijo en voz baja.

La niña parpadeó y tragó audiblemente y luego también sonrió, —Muchas gracias, señor Daniels. Este no es para mí, es para mi sobrina. Tiene trece años y tiene faringitis, por lo que no pudo estar aquí.

Uriel la miró, y, como solía hacer cuando se enfrentaba con una noticia que le sorprendía, examinó su alma de cualquier rastro de mentira. Era algo

que todos los arcángeles podrían hacer si pensaban y se concentraban, era un poco como poseer un sexto sentido. Estudió a la mujer de cerca y descubrió que estaba siendo genuina. Y que realmente era el mayor bastardo en el mundo.

—El placer es mío —le dijo con sinceridad—. ¿Cuál es el nombre de su

sobrina?

Mientras Max Gillihan se preparaba para dar excusas por la repentina partida de Christopher Daniels, Uriel escribió un sincero “Buenos deseos” y

puso una fotografía de sí mismo entre las páginas del libro. Luego le entregó el libro y pensó en Azrael, el arcángel con colmillos y los ojos de color oro

brillante.

—No dejes que te muerdan los vampiros —dijo a la chica—. En realidad existen, ya sabes.

El diseño de la mansión de los arcángeles había cambiado muchas veces en los últimos años, como los gustos de los hombres que vivían en ella

parecían cambiar de acuerdo a las preferencias de aburrimiento, comodidad y estilo. Podría parecer cualquier cosa, de verdad. Había sido enviada junto con su tutor, Max, cuando los ángeles llegaron por primera vez a la Tierra en

busca de sus Arcos. Era un espacio vivo y un dispositivo de transporte, todo en uno. Sus propiedades superdimensionales les permitían viajar a través de sus portales, como si se tratara de un tele transportador, lo que les facilitaba

ir a casi cualquier lugar y en cualquier momento que desearan.

Sin embargo, al igual que los arcángeles que habían sido separados

durante el primer descenso, Max y la mansión se perdieron en el viento y no fue hasta muchos años después que los cinco y la mansión se reunieron.

Por el momento, los cuatro hermanos estaban reunidos en una cocina

relativamente pequeña, de aspecto totalmente normal, asentada justo al lado de un salón, también de apariencia común. Todos los arcángeles preferían

tener su espacio vital modesto en estos días. Después de haber vivido en la Tierra tanto tiempo se sentía como si, literalmente, hubieran visto de todo.

Uriel les envió a cada uno un zumbido en su celular tan pronto como

había dejado la firma y, llegó a la mansión a través sus propiedades mágicas, todos se las habían arreglado para ir a casa de inmediato. Cualquiera de los arcángeles podría llamar un portal a la mansión desde cualquier parte del

mundo, siempre y cuando estuvieran de pie ante una puerta. No importa qué

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tipo de puerta fuera. Incluso una puerta de coche o la puerta de un refrigerador funcionaban.

—Muy bien, así que estamos todos aquí —dijo Miguel mientras se sentaba sobre la mesa y entrelazaba sus dedos. Era un hombre alto y sus músculos estiraban el material de su apretada camiseta en el pecho mientras

se inclinaba hacia adelante. Su cabello rubio era probablemente un poco más largo de lo que normalmente prefieren en la fuerza policial, y rizado en la

frente. Al igual que todos los arcángeles, su mentón era fuerte. Sus ojos azules eran del color de los zafiros claros.

Miguel miró al hombre de pelo negro a la cabeza, cuyos ojos salpicados

de oro ámbar brillaron bajo la luz de la lámpara. Azrael le devolvió la mirada y la mantuvo con facilidad. Era todo lo contrario de Miguel en muchas maneras. Aunque Miguel era alto, Az era más alto en varios centímetros, y su

pelo era negro como el alquitrán y un poco más largo. Caía mucho más allá de sus hombros. Su rostro completamente afeitado y pálido, un marcado

contraste con la oscuridad de su cabello.

—Incluso El Enmascarado nos ha honrado con el placer de su presencia —dijo Miguel en tono sarcástico. Se volvió a Uriel—. Entonces

suéltalo ¿Cuál es la gran noticia?

—La encontré. —Uriel no pudo guardárselo más. Le encantó la

expresión aturdida que cruzaron las caras de sus hermanos en ese momento.

La cocina estuvo extrañamente tranquila durante unos segundos. Y

luego, con una voz tan resonante y carismática que le había ganado millones de fans en todo el mundo, Azrael tomó la palabra. —Estás hablando de tu

Arco. —Sus ojos de color ámbar comenzaron a brillar.

Los otros tres le miraron. Los ojos de Miguel se estrecharon y se volvió a Uriel. —¿Es cierto? ¿Estás hablando de tu Arco?

—Sí. —Uriel sacó una silla y la hizo girar, bajándose con gracia y entrelazando sus brazos sobre la espalda—. La reconocí en el momento que la vi. —Uriel brevemente cerró los ojos, recordando la primera impresión que

tuvo de su Arco.

Vestida con vaqueros y un delantal de librería, había aparecido ante él

como un faro de luz vestida con un fino velo de normalidad. Para él, todo en ella era de otro mundo. —Es hermosa. Impresionante, de verdad —les dijo—. La atrapé curando a una pequeña niña en el baño de una librería.

En ese momento, sus hermanos se enderezaron y los pilló mirándose el uno al otro a sabiendas.

Sonrió, incapaz de evitar sentirse orgulloso de Eleanore. —Tiene un

corazón bueno. —Se volvió a Azrael—. Max quiere que averigües lo que Sam está haciendo ahora. —Azrael era el único de ellos capaz de realizar una

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adivinación para determinar el paradero y las acciones de un individuo. De hecho, había mucho que Azrael podía hacer que los otros hermanos no

podían. Su forma alterada a menudo era tanto un don como una maldición.

Miguel se sentó y respiró hondo. Se pasó una mano por el espeso pelo rubio y sacudió la cabeza. Sus ojos estaban muy abiertos. —No puedo creer

esto. Después de tanto tiempo, para uno de nosotros ver realmente nuestra pareja es como…

—¿Un sueño sangriento? —Interrumpió Gabriel.

Uriel lo miró, al igual que los demás. Gabriel era la quintaesencia de alto, moreno y guapo. Considerando que la apariencia de Azrael era dura y

de otro mundo, la de Gabriel era con los pies en la tierra, accesible y relajado. Era lo que más de una mujer había llamado “inminentemente follable.” Su físico era más o menos igual al de sus hermanos, alto y bien construido. Pero tenía un aire descuidado a su alrededor, una especie de aire a ‘Colin Farrell’ que apuntaba a la sensibilidad y luego mataba con un

encanto practicado.

Con una mano, Gabriel giró lentamente una botella de cerveza sobre la

mesa. Su otra mano estaba casualmente en su regazo. Sus ojos de plata eran severos en contra de su hermoso rostro bronceado. Eso era una cosa que los cuatro tenían en común, entre algunas otras características, menos

evidentes: sus ojos eran sobrenaturalmente impresionantes.

—Lo creeré cuando la vea —dijo Gabe, su acento escocés no tan pesado desde que había tomado la mitad de una cerveza. Era un hombre

fuerte y hermoso, pero por el momento se veía cansado.

Uriel se preguntó si Gabe había tenido un día difícil. Pero no permitió

que su preocupación le impidiera disparar a su hermano una mirada sucia. En la gran pantalla, esa mirada habría causado que las mujeres se metieran las manos en el pecho. Pero Gabriel, por su parte, solo sonrió y

tomó otro trago de su cerveza.

—Ella es real —dijo Uriel. Sin apartar los ojos verdes de su hermano,

agregó—: y es mía.

Los ojos de plata de Gabriel brillaron. —¿Es un desafío? —Uriel le enseñó los dientes.

—¡Ya basta! —Retumbó la voz de Miguel a través de la cocina—. Con hermanos como ustedes ¿quién necesita enemigos como Samael? —Sacudió la cabeza y luego miró una vez más sobre la mesa al más enigmático de sus

hermanos.

—Y hablando de Sammy —dijo—, Max tiene razón. —Miguel asintió

hacia Azrael—. Tenemos que saber dónde está en este momento y lo que está haciendo.

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Azrael ladeó la cabeza hacia un lado y estudió su hermano. Luego miró a Uriel. —Te acuerdas de que el adivinar es en dos direcciones, supongo.

Uriel asintió con la cabeza. Lo sabía.

—Por todos los demonios —Gabriel rodó sus ojos—. Si Joe Black8 aquí presente adivina sobre el hijo de puta, entonces Sam sabrá que algo pasa —

Sacudió la cabeza—. No es una buena idea—El acento se había profundizando.

—¿Qué propones, entonces? —preguntó Miguel con calma.

Gabriel se encogió de hombros. —La protegeremos nosotros mismos hasta que ella decida unirse al estilo de vida de los ricos y famosos de aquí.

—Le dio una mirada significativa de reojo a Uriel—. O sea quien sea que ella elija.

Uriel estuvo de pie y fuera de su silla en el instante siguiente, y Gabriel lo siguió, ambos hombres con velocidad de vértigo. Pero antes de que los dos pudieran encontrarse, Miguel estaba de pie entre ellos, una mano en cada

uno de sus pechos. Uriel podía sentir su corazón latiendo debajo de la palma de su hermano.

—Dije que ya era suficiente—Miguel habló con los dientes apretados y

los ojos azules brillándole peligrosamente. Luego se volvió hacia Gabriel—. Sabes que no es como funciona esto, Gabe. Cada uno de nosotros

reconocemos nuestras Arcos. Tu ruido-de-sable es inapropiado en este momento. No olvides que tu propia Arco aún está por ahí en alguna parte —advirtió—. Y Uriel tiene un gusto por la venganza.

Gabriel miró a Uriel.

Uriel sonrió. Fue una de esas sonrisas totalmente desagradables que

hacían temblar a las personas deliciosamente en los cines de todo el mundo. Y estaba llena hasta el borde con la tácita promesa.

Detrás de ellos, Azrael se levantó empujando lentamente su silla de

modo que raspara contra las baldosas del suelo. Los otros tres se volvieron hacia él. Ya era más alto que los otros, pero su inclinación por el negro de

alguna manera lo hacía parecer una torre por encima de ellos. Su pelo largo, negro, ondulado era la carta de presentación del Enmascarado. En el escenario, el cantante se mantenía oculto a millones de personas. Nadie más

que sus hermanos y Max, sabía quién era realmente.

—He hecho la adivinación —dijo en voz baja.

Las manos de Miguel cayeron del pecho de sus hermanos. —¿Ya?

8 De la película Conoces a Joe Black. “Joe Black” es el nombre que el Sr. Parrish le da a la

muerte. (Azrael es el ángel de la muerte.)

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Azrael se apartó de la mesa, sus botas de combate negras resonando con fuerza en el azulejo mientras se dirigía desde la cocina hasta el salón y

las puertas correderas dobles de cristal que llevaban más allá.

—Resulta que la preocupación de nuestro tutor se justifica —les dijo mientras utilizaba la telequinesis para destrabar el bloqueo y abrir las

puertas delante de él—. La manera más fácil de encontrar la miel es siguiendo las abejas. Samael mantiene un ojo en nosotros como nosotros lo

hacemos con él. Ya sabe quién es y dónde está la señorita Granger y está planificando recogerla mientras hablamos.

—¿Qué? —Los tres preguntaron a la vez.

—Y Max se acerca por la tracción delantera. —Azrael terminó antes de salir al balcón y mirar abajo por las tres plantas hacia el masivo patio. Se volvió y asintió con la cabeza a los demás—. Dale mis saludos. Voy a buscar

el desayuno.

Con eso, Azrael sonrió, mostrando sus afilados colmillos blancos.

Luego se disipó en una nube de humo gris y se levantó en el viento, donde desapareció por completo en el cielo de la oscura noche.

—Sangriento fanfarrón —murmuró Gabriel.

Miguel negó con la cabeza y deslizó de forma manual las puertas de nuevo. Uriel, en silencio estuvo de acuerdo con Gabriel. Azrael era sin duda el más… interesante de los cuatro y, obviamente, se había acostumbrado a

hacer alarde de la teatralidad que mostraba en el escenario.

Miguel volvió hacia ellos y suspiró. —Estamos a punto de tener una

pelea, chicos.

Uriel miró por la puerta doble de cristal detrás de él y al negro

desconocido más allá. El verde de sus ojos se oscureció. —Así sea.

Samuel Lambent, también conocido como Samael para un público determinado, se levantó lentamente de su enorme escritorio y caminó hacia las ventanas francesas que había detrás de él en su opulenta oficina. Los

cristales le devolvían su imagen, un hombre alto, elegante, en un traje gris a medida y extremadamente caro. El pelo rubio ceniza rozaba el cuello de su

camisa y chaqueta. Un reloj de pulsera de platino reflejaba las luces del techo. Desde una cara casi dolorosamente hermosa, unos ojos de color gris oscuro miraban con indiferencia al mundo que seguía el bullicio sesenta y

seis pisos más abajo. Su reflejo esbozó una pequeña y satisfecha sonrisa personal, con un intenso carisma y un toque de crueldad.

Una Arco, pensó. Finalmente.

La primera de las cuatro.

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La vida estaba a punto de volverse un infierno más interesante ¿no? A eso, le dio una sonrisa de pleno derecho, mostrando directamente los dientes

blancos. Había sentido el molesto cosquilleo de la intrusión de Azrael, pero había estado esperando eso, por supuesto. Samael tenía hombres, tanto humanos como de otra especie, trabajando como informadores por todo el

mundo. Eran buenos en lo que hacían; Samael nunca tuvo que esperar para obtener los resultados. Y tan pronto como había recibido la palabra de uno

de sus agentes de que Uriel había localizado a su alma gemela, había estado esperando por esa intrusión.

La cuestión ahora, sin embargo, era cuánto tiempo tendría para actuar

antes de que la Arco aceptara a Uriel como su compañero. Con ese pensamiento, se volvió y cogió la carpeta archivadora que había sobre la mesa. Con dedos largos y hábiles, dio la vuelta al abrirla y bajó la mirada

hacia la fotografía.

—Eleanore Elizabeth Granger —susurró, sus ojos de color gris oscuro

se encendieron con chispas de color rojo en el centro—. Un nombre precioso para una adorable criatura —agregó.

Por supuesto, ya lo sabía todo acerca de ella. No había elegido su

profesión terrenal a la ligera. Era el fundador, presidente y director ejecutivo de la mayor compañía de medios en el mundo. En el centro de medios de comunicación estaba la información y él era su rey. Con los años, había

acumulado tanta poder a través de sus multitudinarios canales, que ya podía obtener el conocimiento sobre todo lo que deseara, o sobre cualquier persona

que quisiera, en un momento. Cualquier cosa que no pudiera conseguir por los canales habituales podría obtenerla a través de sus agentes por medios no tan ortodoxos. Continuó mirando la fotografía de la mujer. Sus padres y

amigos la llamaban “Ellie”. Se rió de eso, un sonido melodioso y profundo. Si alguien hubiera oído la risa, habría sido hechizado. Tenía una voz

embriagadora, tan hermosa que solo podría compararse con otro ser en la Tierra. El Enmascarado, también conocido como el arcángel Azrael, poseía

una voz poderosa también, pero era más profunda que la de Samael. El Enmascarado tenía una voz que sonaba como una premonición de malos presagios. Como un fuego acogedor pero peligroso.

Como la muerte.

Samael, por el contrario, sonaba como la seducción. Samael tiró la

carpeta de nuevo en el escritorio y se volvió hacia la ventana una vez más. Luego sacó un teléfono plateado y delgado, del bolsillo interior de su caro traje gris. Lo abrió y su mano brilló un momento. Puso el teléfono en la oreja

y esperó. Contestaron al segundo sonido.

En el otro extremo de la línea, Uriel no dijo nada. La hermosa estrella

de cine había aprendido hace mucho tiempo que lo mejor era dejar que el chico malo hablara primero.

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Así que Samael sonrió y se entregó a él. —Tienes que tomar una decisión, amigo mío.

Uriel permaneció en silencio, pero Sam podía sentir la ira del arcángel incluso a través de la distancia. No perdió el tiempo.

—Entrégala o piérdela. —Rió entre dientes al pensar en la joven

Eleanore y la forma drástica en que su vida estaba a punto de cambiar—. El tiempo es corto. —Cerró el teléfono y lo guardó.

—¿Sr. Lambent?

Sam se volvió hacia el joven que se encontraba en la puerta.

—Su avión ha llegado, señor. Y su coche está esperando.

Samael asintió con la cabeza, cogió la carpeta de archivos y siguió al joven fuera de su oficina.

Uriel se quedó mirando el teléfono en su mano y podía sentir sus ojos

verdes brillando. —Bueno, sabíamos que esto iba a pasar ¿no? —dijo Gabriel. Rozó a Uriel mientras caminaba hacia el rellano de la escalera de mármol. Miguel lo siguió. Ambos lo vieron tomar la llamada.

Uriel siguió mirando el teléfono. Entonces, muy lentamente, lo cerró y lo guardó. Nunca se había sentido tan enojado.

—Max, ¿alguna noticia? —preguntó Miguel mientras bajaba las

escaleras para encontrar al tutor en el fondo.

Uriel se asomó por la barandilla. Max Gillihan cerraba la puerta detrás

de él, tres pisos más abajo. Con una explosión de fuerza sobrehumana, Uriel saltó sobre la baranda del balcón, bajó los tres pisos del vestíbulo de mármol y se agachó para absorber el impacto mientras sus botas golpeaban el suelo.

Se volvió hacia Max. —Él lo sabe.

Max se detuvo, levantó las cejas. —Estoy asumiendo que Samael

contactó contigo.

—Uriel acaba de recibir la llamada —le dijo Miguel.

Max miró a Uriel, al ver sus ojos brillantes suspiró profundamente.

—Ya veo —Sacudió la cabeza y pasó junto a Uriel para subir por las escaleras hacia la cocina—. No tenemos mucho tiempo, entonces —Miró por encima del hombro a Uriel—. ¿Qué te dijo?

—Que la deje ir o la pierda —repitió Uriel. Podía escuchar la ira detrás de sus palabras.

—La quiere para él, ¿no? —sugirió Miguel, con un bajo tono de voz. Él y los demás siguieron Max por las escaleras.

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—Es lógico —dijo Max—. Es por eso que nos siguió hasta aquí todos estos años—Empujó a través de las puertas giratorias de la cocina—. Pero

eso es mejor que esperar su muerte inmediata.

—¿Cómo diablos has sacado eso? —preguntó Gabriel, mientras los tres seguían a su tutor a la mesa de la isla y se sentaron a ver como Max procedía

a hacerse un sándwich.

—Si Samael quiere a alguien muerto, termina muertos en corto plazo

—les dijo Max, poniendo la mayonesa y la mostaza junto a dos rebanadas de pan de trigo integral—. Si, en cambio, tiene planes para seducirla, entonces… bien.

—Es bueno en eso también ¿no? —dijo Gabriel.

—Gabe tiene razón. Todavía no tenemos mucho tiempo —dijo Max—. Hay muy poco en lo que Samael sobresalga más que en la seducción.

Uriel miró la expresión de preocupación más profunda de Miguel. Sabía que sus ojos disparaban dagas. Estaba enojado y no se molesto en

ocultarlo. El registro de Samael en el área las damas incluía a casi todas las famosas bellezas que habían existido en los últimos dos mil años de historia de la humanidad. Las guerras se habían iniciado por las secuelas de sus

seducciones.

—Le pediremos a Azrael que la vigile esta noche —le aseguró Miguel—. Si Sam se acerca de ella, lo sabremos.

—Es hora de que tengas esto, entonces —dijo Max.

Todos se volvieron a ver al tutor sacando una pulsera de oro individual

del bolsillo interior de su chaqueta. La colocó suavemente en el mostrador frente a Uriel y luego volvió a su tarea de hacer una merienda. Todos ellos miraban la pulsera y el silencio cayó sobre el trío.

Los arcángeles reconocieron el brazalete a pesar de que no lo habían visto en miles de años. La cadena de oro era una de un grupo de cuatro. El Hombre Viejo se las había dado a Max hacía mucho tiempo, cuando los arcángeles habían decidido llegar a la Tierra para buscar a sus Arcos. Había

una pulsera para cada uno de ellos.

Las pulseras servían como protección adicional contra la gran cantidad de sobrenaturales, espectrales, psíquicos, hadas y fantasmales (y otras

muchas impredecibles y peligrosas criaturas) que El Hombre Viejo había creado junto con los seres humanos que habitaban el reino de los mortales.

Los arcángeles probablemente podrían haber manejado todo lo que encontraban por su cuenta, pero El Hombre Viejo era realmente aficionado a sus cuatro favoritos. Las pulseras poseían la magia para bloquear los

poderes sobrenaturales de un ser dentro de su cuerpo, haciéndolo así más o menos impotente.

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Si Max, las pulseras y la mansión no hubieran estado perdidos para los arcángeles durante su descenso a la Tierra hace dos mil años, Miguel

habría sido capaz de poner una de las bandas de oro en Azrael. Habría atrapado tanto su lado arcángel y sus poderes de vampiro en su interior y le hubiera dado el respiro que necesitaba para hacer frente a su cambio.

Pero, sin embargo, Max y los arcángeles no se habían encontrado los unos a los otros durante bastante tiempo después de su descenso. Y Azrael

se había ahogado en las necesidades y el poder, gobernado enteramente por la magia turbulenta que corría por sus venas.

Pero ya que nada sobrenatural había amenazado seriamente en varios

siglos, no habían visto los brazaletes en mucho tiempo. Habían sido miles de años desde los primeros pasos en el reino de los mortales y los arcángeles no habían tenido la necesidad de las pulseras por varios cientos de años. Había

pasado mucho tiempo desde que cualquier criatura sobrenatural los había puesto en un aprieto, por lo que los arcángeles, se habían, más o menos,

olvidado de las pulseras.

Después de unos momentos, Uriel se aclaró la garganta. —¿Qué estás sugiriendo, Max? ¿Que use esto en Eleanore?

Max dejó lo que hacía, puso sus manos sobre el mostrador y suspiró. —Piénsalo bien en primer lugar. Pero date cuenta de que, aunque creyera en ti en un principio, puede que no vea con buenos ojos la idea de haber sido

creada exclusivamente para la satisfacción de otro ser, y mucho menos un hombre. ¿Qué vas a hacer si ella decide lanzarte rayos continuamente?

Uriel no tenía una respuesta para eso.

Max siguió. —Recuerda que Samael está a punto de hacer un movimiento. Necesitas proteger a Eleanore de él. Es necesario traerla a la

mansión. Si no viene de buena gana, no tendrás más remedio que tomar medidas. —Miró la pulsera y le dio un codazo para acercarla a Uriel—. Piensa

en esto como medida de precaución. Como un plan B.

Uriel se quedó mirando el aro de oro. Era una impresionante y hermosa pieza de joyería. Pero lo más impresionante de todo era la

complejidad de la magia del tejido en su interior. Una vez puesto, solo el que coloca el brazalete en la muñeca de un ser puede eliminarlo. De lo contrario, el ser está obligado a llevarla siempre.

Se preguntó, mientras se agachaba y tocaba la pulsera con dedos tentativos, cuál sería la reacción de Ellie si la utilizaba en ella. Si ya estaba

en contra de la idea de ser su Arco, entonces atrapar sus poderes dentro de su cuerpo probablemente no la calentaría para él.

Pero como Max dijo, era un plan B. Y Samael era una amenaza.

—Correcto —dijo suavemente. Luego tomó el brazalete y lo puso en el bolsillo delantero de sus pantalones. Si la forma en que Ellie se había

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enfrentado a él en la librería era un indicio, era casi probable que su Arco golpeara su muñeca mientras se la ponía.

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4 Traducido por Annabelle

Corregido por Mali..♥

lrededor de las diez, Eleanore terminó de ducharse y comer, y se

sentó en su escritorio. Encendió la computadora y se registro en su servicio de IM9. Luego, esperó que Ángel se conectara al chat;

cuando vio sus iniciales, comenzó a escribir.

E: No vas a creer quién está ahora mismo, firmando autógrafos en mi

tienda.

A: De acuerdo ¿Autógrafos? ¡Estoy oficialmente al borde de mi silla!

E: Christopher Daniels.

Hubo una larga pausa, mientras al otro lado de la conexión, Ángel

obviamente procesaba la noticia.

A: Estás bromeando.

E: Ja ja, ya quisiera. He estado fuera del trabajo por dos horas, pero el Señor Jonathan Brakes probablemente está todavía allí, preguntándose en

cuál de sus adorables fans puede enterrar sus colmillos para la cena. ¿O sería el desayuno?

A: Nunca había estado tan celosa de ti como lo estoy ahora mismo.

E: Creí que odiabas esa película.

A: Oh, lo hago. Con pasión. ¿Soy la única que se asquea al pensar en alguien muchos años mayor, persiguiendo a una persona que tiene apenas veinte??? Hablemos de robar cunas. Pero Christopher Daniels es jodidamente

CALIENTE. ¿Pudiste hablar con él? ¿Conseguiste su autógrafo?

Eleanore miró la pantalla y sonrió con ironía. Hizo más que hablar.

9 Instant Messaging. (Mensajería Instantánea.)

A

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E: Sabes como soy. No estuve muy interesada en un autógrafo.

A: ¡Estás bromeando! ¡Tú TRABAJAS allí, por el amor de Dios! ¡Pudiste al menos haberle mostrado donde se suponía debía estacionar su caliente trasero!

E: Sí hice eso. Más o menos.

A: ¿Oh? Explícate.

Eleanore vaciló.

A: ¡Ahora!

Rió al ver la pantalla y sacudió la cabeza. No había manera que le

pudiera decir a Ángel exactamente lo que había sucedido, por supuesto. No con lo de la tormenta, y la niñita y todo eso. Después de seis años de

comunicarse electrónicamente, sentía que conocía a Ángel mejor de lo que se conocía así misma y estaba más unida a ella de lo que lo había estado con nadie más en su vida. Eran mejores amigas, de alguna manera, aunque

nunca se habían conocido ni habían tenido nada más que una conversación telefónica. Ambas odiaban hablar por teléfono y habían desechado la idea desde el comienzo.

Se conocieron en un chat para una novela de romance vampírico y de ahí partieron.

Había días en que Eleanore creía poder contarle lo que fuera a Ángel. Ella parecía identificarse con todo en su vida, excepto por la parte de los poderes mágicos, sobre lo que Ángel no tenía ni idea porque Ellie lo había

mantenido en secreto todo este tiempo. Si Ellie le contaba la verdad, entonces Ángel estaría tan condenada a mantener su secreto como lo estaba

ella.

Eleanore continuó mirando la pantalla, mordiendo su labio mientras lo hacía.

A: ¿Estás ahí?

E: Sí, estoy aquí. Lo siento. Solo pensaba.

A: ¿Sobre Daniels?

E: Un poco, pero no, en realidad. Más como en algo general, supongo.

A: Esa es mi Ellie.

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E: ¿Cómo está el Polo Norte ahora?

Ángel vivía en Minnesota, y en lo respectaba a Eleanore, tenía que ser uno de los lugares más fríos del mundo.

A: Frío. Blanco. Capté el cambio de tema, por cierto. Buen intento. Todavía quiero todos los detalles jugosos sobre el chico vampiro.

E: De acuerdo. Está bien. ¿La verdad? Me invitó a salir.

Esta vez, tomó un minuto para que la respuesta llegara.

A: ¿Él, qué?

E: Me invitó a salir. A algún evento el jueves. Pero lo rechacé.

A: ¿Él, qué?

E: Muy graciosa. Me oíste la primera vez.

A: ¿Él, que, qué?

Eleanore rió.

A: De acuerdo, ahora creo que has cruzado la raya. No puedo creer que Christopher Daniels te invitara a salir, joder. De verdad no puedo. Y lo

rechazaste. Estoy dejando la computadora ahora mismo para ir a gritar en mi almohada. Los ojos se me están poniendo verdes.

El chat se tornó gris y Ellie sonrió, sacudiendo la cabeza una vez más. Cerró su e-mail y se levantó del escritorio. Era hora de ir a la cama. Y tenía

un extraño presentimiento que sus sueños iban a ser interesantes.

La mañana siguiente, cuando Eleanore puso el contenedor de la

cafetera en el refrigerador y el cartón de leche en la cafetera, finalmente se admitió a si misma que no había dormido lo suficiente.

Era domingo, y por suerte, no tenía que trabajar ese día, ya que su

sueño había estado impregnado de imágenes, flashes e impresiones de Christopher Daniels. No era la primera vez que soñaba con el actor. Pero sí fue la primera vez que los sueños habían sido tan reales que tuvo que patear

las sábanas con las piernas para poder respirar.

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Sacudió la cabeza, se apretó el puente de la nariz cuando sintió que comenzaba a dolerle la cabeza y lo intentó de nuevo. Con la leche en el

refrigerador y el contenedor de la cafetera en su sitio, encendió el interruptor. Nada sucedió.

—¡No, no, no, ahora no! —Se inclinó y revisó el cable eléctrico a ver si

fue enchufado. Lo estaba. La cafetera era vieja y últimamente había estado en sus últimos días, así que se había acostumbrado a ir a Starbucks a por su

mezcla de cafeína. Solo que hoy, no se sentía con ganas de quitarse el pijama.

Pulsó el interruptor otra vez y de nuevo, nada sucedió.

—Vamos, chica. No me abandones todavía. Por favor… Solo una taza más. Solo hoy, vamos. —Acarició la cafetera mientras movía el interruptor de

nuevo, pero no obtuvo respuesta.

Ellie suspiró y dejó caer la mandíbula hasta el pecho.

Hubo un golpe en la puerta. Su cabeza se irguió súbitamente y la

alerta que había acumulado durante toda la mañana chocó contra ella. Nadie nunca tocaba su puerta y ciertamente, no a esa hora de la mañana. Se mantuvo inmóvil frente a la cafetera, escuchando atentamente. No había

sonidos al otro lado de la puerta, ni una voz que reflejara la identidad del visitante.

Ellie sabía que se comportaba como una cobarde, pero no podía evitarlo. Sabía que si se mantenía inmóvil el suficiente tiempo, quien fuera que estuviera al otro lado de la puerta, se iría.

Volvieron a tocar, esta vez un poco más fuerte y persistente.

Ellie apretó los ojos, maldijo en voz baja y se dirigió a la puerta de

enfrente. Quien estuviera llamando más le valía no ofenderse por su pijama. No es que tuviera ningún derecho de ofenderse, visitando tan temprano y sin anunciarse.

Ellie deslizó la cubierta de la mirilla y observó.

Christopher Daniels se encontraba del otro lado de la puerta, con un gran vaso de café en cada mano.

Estaba parado de perfil, con la mirada fija en algo en la distancia, pero después de pocos minutos, se enderezó y miró hacia la mirilla.

Sonrió y articuló, —Buenos días. —como si pudiera verla.

El mundo de Ellie se sacudió un poco.

Oh Dios Mío, pensó.

No había manera de que Christopher Daniels estuviera del otro lado de su puerta. Ya era lo suficientemente inimaginable que el famoso actor

hubiese encontrado su casa. Que le importara lo suficiente para buscarla en

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primer lugar era aún más impresionante. A menos que… ¿Era posible que el interés que había mostrado en la librería fuese genuino?

Las preguntas rodaban en su mente. Pensó en la manera en que él había mencionado la tormenta y como Jennifer había dejado escapar su secreto. O había sido sincero sobre su interés hacia ella, o quería acercarse

solo por sus poderes. La única razón por la que pudiera querer hacer eso sería para poder entregarla a alguien más, alguien con la intención de

secuestrarla y usar sus habilidades para su propio beneficio. Alguien que la ha estado siguiendo alrededor del país desde que tenía quince años.

Tenía que admitir que el escenario parecía más bien improbable.

Daniels era rico y famoso y no tenía razones para andar trabajando para una operación cubierta. Pero ella no podía entenderlo.

Realmente la había confundido.

—El café se esta enfriando —dijo desde el otro lado, su voz se escuchó claramente.

Eleanore pasó una mano por su cabello, lo envolvió en un puño, dio media vuelta como para irse y luego enfrentó la puerta de nuevo. Era la indecisión hecha persona.

—Sé que soy buen actor —dijo Daniels—. Pero de verdad no soy un vampiro. Lo prometo, si me dejas entrar no morderé.

Ellie exhaló, rodó los ojos dramáticamente, luego abrió la puerta y le

brindó una mala mirada. Sin embargo, su mirada decayó al verlo, con su figura tan distinta a la de la mirilla. Era tan alto. Su camisa térmica manga

larga se encontraba enroscada sobre sus codos, exponiendo los fuertes antebrazos. Se pegaba alrededor de su ancho torso como si estuviera pintada en los duros músculos.

Un pequeño brazalete de oro en forma de banda envolvía su muñeca izquierda, tenía bordados complicados y parecía quedarle perfecto.

Distraídamente, se preguntó cómo se lo había logrado poner. Sus jeans eran tan pegados a su figura como la camisa y llamaba demasiada atención hacia el largo y estilizado poder atrapado allí.

Su oscuro cabello marrón se encontraba un poco húmedo por el frío Noviembre y enrollado contra su frente en gruesas ondas que rogaban por ser tocadas. Percibió su olor, un poco a jabón y colonia y se sintió

instantáneamente ruborizada. La esencia del café vino después, borrando lo que quedaba de su mueca.

Súbitamente se sintió ridícula parada ahí frente al famoso Christopher Daniels, en nada más que su pijama y una mala expresión. Rizos de vapor se levantaron perezosamente desde la superficie de los vasos, atrayéndola.

Suprimió un gemido y le dio una mirada de casi disculpa al actor.

—De acuerdo —dijo con una débil sonrisa—. ¿Cuál es el mío?

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—Este —le ofreció uno de los vasos.

Eleanore lo tomó, y sus dedos se rozaron al hacerlo. Chispas de energía

viajaron por sus dedos, por sus brazos y luego se esparcieron por su pecho. Fue mucho más intenso de lo que debía ser y Ellie se congeló en su lugar por el contacto. Ninguno de los dos dijo nada; finalmente ella se aclaró la

garganta y giró el vaso en sus manos.

—¿Cómo sabías lo que me gustaba?

—Vi la bebida en tu escritorio de la librería —dijo suavemente. Su voz se tensó. Su mirada se había oscurecido, y su atención se enfocó en ella como la luz de un indicador de láser—. Yo estaría bien con solo tomar café

aquí afuera en el umbral, pero me temo que si no me permites entrar pronto, deberemos soportar a la gente viniendo para pedir autógrafos.

Incluso mientras decía eso, Eleanore captó en la distancia los sonidos

de las risas de las adolescentes más abajo en la calle.

Se apartó de la puerta y lo invitó a pasar. —No digas nada sobre mi

estado de vestimenta, ni sobre mi falta de muebles y te dejaré quedarte más tiempo del que me tomará tragarme el café. —Le advirtió.

Daniels pasó el umbral hasta el apartamento de Eleanore. Lo observó

intranquila mientras él miraba alrededor, memorizando su entorno. El apartamento de Ellie no era exactamente barato, se encontraba en una buena parte del pueblo y de alguna manera cerrado. Y aparte, tenía una

chimenea, la cual no todos tenían.

Pero nunca gastó mucho en muebles. No tenía sentido gastar dinero en

algo que probablemente tendría que dejar atrás en cualquier momento. Siempre había la posibilidad que las personas a su alrededor notaran que era diferente. Y entonces, sería tiempo de recoger e irse, así que siempre estaba

preparada.

Se preguntaba lo que Daniels, el famoso y muy millonario estrella de

cine, pensaría de su decoración minimalista.

Probablemente tenía una mansión.

—Toma asiento en la sala, yo voy a cambiarme —le dijo.

Caminó a la cocina y sacó una taza de uno de los estantes. Luego trató de controlar su mano temblorosa mientras vertía el café desde el vaso de papel a la taza y lo metía en el microondas. Tomó un gran respiro y regresó a

la sala, donde él aún se encontraba de pie junto al sofá mirando su entorno. Caminó nerviosa a su lado y se deslizó al dormitorio.

Ellie cerró la puerta tras ella y rápidamente se sacó el pijama. Luego se puso un par de jeans, una camisa y corrió a cepillarse el cabello.

Cuando regresó al salón, encontró a Daniels parado delante un par de

estantes de madera contrachapada que ella había montado y puesto en una

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esquina. Un estante contenía todos sus CDs, el otro contenía libros de cubiertas duras y blandas.

Leía los títulos de los libros cuando miró hacia la entrada.

Su cabeza se giró e instantáneamente su mirada fue hacia ella, una vez más. Eleanore sintió como su rostro y orejas se calentaron. La sombra de

una sonrisa comenzó a adornar la cara de Daniels.

—Te gusta Valle de Sombras —dijo, sosteniendo uno de sus CDs. La

imagen de un cementerio cubría la parte de arriba, y en el centro de una tumba estaba un hombre vestido de negro, con la mitad de su rostro cubierto por una máscara oscura—. ¿Fan del Enmascarado?

—¿Quién no lo es? —Respondió con falso encogimiento de hombros—. Tiene la voz de un ángel. —Era patético, probablemente, pero era muy

inexperta en el coqueteo así que agradeció tener algo más en que enfocar su atención.

Daniels la miró fijamente por un momento y luego sonrió, lento y

enigmático.

—No obtendrás una discusión de mi parte —dijo al voltearse y regresar el CD a su lugar.

Ellie vio como los músculos de su espalda y brazos se contraían inevitablemente cada vez que sacaba un CD y lo devolvía a su lugar. El

schlick-schlick-schlick de sus pies llenaba el aire y creaba una tensa clase de energía estática. En ese momento, estuvo sorprendida con el súbita hecho de que Christopher Daniels, alto, hermoso y lleno de músculos fuertes, se

encontrara en su departamento y parecía genuinamente interesado en sus gustos.

¿Cuáles eran las posibilidades?

Se aclaró la garganta. —Voy por mi café —le dijo. Había caminado un poco hasta la cocina cuando Daniels detuvo lo que hacía y se volteó a verla.

El verde de sus ojos era tan penetrante e intenso en ese momento que casi jadeó.

En cambio, levantó su mano, casi por instinto, y descubrió a sus dedos masajeando ligeramente el hueco de su garganta.

—Tus ojos son tan verdes —dijo antes de poder contenerse. El rubor se

profundizó, encendiendo su cara. ¡Estúpida!

La sonrisa de Christopher era placentera. —Tienden a ser así.

Se sintió como una idiota. Con una gran cantidad de esfuerzo, se obligó a si misma a apartar la mirada de él y concentrarse en su taza de café. —¿El tuyo necesita calentarse? —preguntó. Su voz sonó hueca al oír sus

oídos pitar con el sonido de la sangre corriendo por ellos.

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Miró el vaso de papel que había puesto encima de la mesita para cafés.

—No. —La miró, capturando sus ojos—. Gracias. Estoy bien.

Ella asintió y rápidamente se dio la vuelta. Una vez en la cocina, se inclinó contra su refrigerador y trató de recuperar el aliento. Su corazón latía locamente contra su pecho, podía sentirlo golpear frenéticamente en el pulso

de su cabeza y muñecas.

Dios Santo, ¿qué demonios me está haciendo? Rodó los ojos y mordió

fuertemente su labio. Contrólate, Ellie, se regañó mentalmente. Solo es un ser humano, como tú, como todos los demás. Es solo un hombre, ¡Cálmate, demonios!

Minutos mas tarde, había recuperado el suficiente control para encararlo de nuevo. Regresó a la sala sosteniendo con ambas manos su taza

de café humeante. Sus dedos se movían inquietos alrededor de la porcelana, por lo que los mantuvo ocupados.

—Eres fan del manga, también. —dijo, asintiendo hacia los

abundantes títulos en el estante.

Sonrió nerviosamente. —Tiendo a leer el periódico al revés.

—¿Poe10? —señaló a los tomos envueltos en cuero negro.

—Me encanta Poe.

—Y los vampiros.

Ante esto, se congeló. Daniels le brindó una sonrisa de “te atrapé” y luego hizo un gesto hacia el título del libro más cercano.

—Esclava de un Vampiro: Una Erótica Recopilación sobre Vampiros y las Novias que Reclaman. —Leyó en voz alta.

El sonrojo de Eleanore regresó más fuerte y furioso que nunca.

Daniels se sentó en su sofá y sacó una sola revista de la pila de libros en su mesita de café. En la portada estaba una foto de él como Jonathan

Brakes, con colmillos, ojos brillantes y todo.

Ellie se encogió de hombros y tercamente puso una inocente expresión

en su cara. —Obtuve eso por el artículo sobre Tim Burton11 —explicó.

La ceja de Daniels se alzó. Miró hacia la portada y buscó el nombre de Tim Burton. No estaba. Ella ya sabía eso. La abrió y buscó en la tabla de

contenidos.

Ellie cambió su peso de un pie al otro, tratando de no mostrarse

avergonzada. El artículo de Burton estaba en la página veintitrés. —Estoy

10 Edgar Allan Poe: Renombrado autor, poeta y editor americano. Conocido, entre otras

cosas, por sus cuentos de terror. 11 Director, productor, diseñador y escritor americano.

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sorprendido que supieras que estaba aquí —dijo Daniels—. Con todo este dulce para la vista en medio.

Eleanore no respondió a eso. En cambio, tomó otro sorbo de su café y trató de ocultar su cara detrás de la taza mientras lo hacía.

En el mueble, Daniels abrió la revista en su propio artículo, lo cual fue

fácil, debido a que la revista había sido abierta tantas veces en esa página que ya se abría automáticamente. Daniels le lanzó otra mirada y Ellie se

sintió con ganas de enterrar la cabeza en un hoyo. Luego comenzó a leer. —Christopher Daniels salió del armario hoy, cuando le anunció al mundo que estaba enamorado de su co-estrella Lawrence McNabb, el actor alto y rubio

que juega el papel de enemigo de Daniels en Comeuppance.

—¡No dice eso! —exclamó Eleanore, inclinándose para poner su taza

sobre la mesa y arrancarle la revista.

Sin embargo, él fue más rápido y la movió hacia un lado, lo cual hizo que ella casi le cayera encima.

Apenas logró apoyarse contra el brazo del sofá y obtuvo una sonrisa maliciosa cuando evitó caer sobre sus piernas. —Entonces, sí lo leíste —dijo.

Eleanore se enderezó y cruzó los brazos sobre su pecho. Eso hizo.

Antes se sentía nerviosa, pero ahora sus burlas la habían puesto a la defensiva. —¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó—. ¿Y cómo me

encontraste?

Daniels dejó la revista sobre la mesa y se inclinó hacia atrás para apoyar su brazo sobre el respaldo del sofá. La mirada de Ellie se fue a su

brazo y luego a su cara de nuevo. No lo pudo evitar. Sin embargo, él no se lo perdió y su sonrisa se hizo más grande.

—¿La verdad? —preguntó.

—Es usualmente preferible —dijo tensa.

Asintió y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas

y entrelazando sus dedos. Sus ojos nunca abandonaron los de ella. —Hice que mi agente averiguara tu dirección. Solo necesitaba verte otra vez.

Ella sintió sus cejas arrugarse. —¿Siempre investigas así a tus citas?

Sonrió triunfante. —No eres mi cita. Me rechazaste ¿recuerdas?

Recordó eso. Era verdad.

—Y tampoco sabía de que otra manera encontrarte —admitió, suspirando. Se inclinó una vez más contra el sofá y encogió sus hombros—. Si regresaba a la librería donde trabajas todos me reconocerían y tú

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terminarías en la portada de la revista People12. Llámame loco, pero tuve la impresión de que no apreciarías ese tipo de publicidad.

Ellie parpadeó. Luego miró a otro lado. Fue agarrada fuera de base con esa confesión. No podía estar más en lo cierto, por supuesto, pero se preguntaba cómo lo sabía. ¿Era tan obvio? ¿O tuvo algo que ver con la

tormenta? ¿Con haber curado a la pequeña Jennifer?

Las preguntas regresaron de nuevo. Parecían estar siempre ahí.

De repente, se sintió muy cansada. —Bastante justo —dijo finalmente y se sentó en el mueble frente a él.

Al sentarse, la luz se reflejó en el brazalete en forma de banda en su

muñeca. Ella arrugó la frente e inclinó la cabeza a un lado. —Ese es un brazalete muy interesante ¿Donde lo obtuviste?

Daniels miró su muñeca y pareció pensar profundamente antes de responder. —Lo he tenido por años —dijo—, mi padre me lo dio. Se supone que es mágico.

Eso llamó su atención. Siendo ella la que podía crear rayos en el cielo y controlar el fuego, esa magia—o poder, era algo con lo que estaba familiarizada.

—¿Si?

Daniels la miró, una vez más sosteniendo su mirada. La observó en

silencio durante varios tensos minutos y luego se lamió los labios. —La escritura cuenta una historia —explicó—. El brazalete fue hecho por Dios para sus cuatro arcángeles favoritos. Posee la habilidad de atar los poderes

de un ser mágico a su cuerpo —Hizo una pausa y miró de nuevo al brazalete, girándolo—. Al menos, así es como va la historia.

Eleanore miró la hermosa banda de nuevo. Siempre le ha gustado una buena historia de fantasía y magia.

—¿Qué clase de seres? —preguntó. Y luego agregó—: ¿Qué clase de

poderes?

Algo oscuro pasó por los ojos de Daniels y de pronto, parecía como si pudiera ver el alma de Ellie. —Nómbralos —dijo suavemente—. Vampiros,

hombres lobo, ángeles y demonios. Tú eliges.

Ellie arrugó la frente. —¿Por qué los poderes de un ángel tendrían que

ser atados?

Daniels miró hacia la banda en su muñeca y masticó el interior de su mejilla, ella pudo ver la pequeña acción. Reflexionaba sobre algo. Finalmente

levanto la mirada de nuevo. —Los Ángeles son como los humanos en el sentido de que son impredecibles. —le dijo—. Nunca sabes cuando alguno se

12 Revista semanal que sigue a las celebridades e interés humano.

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volverá en tu contra sin ninguna razón. —Le dio esa sonrisa críptica y se encogió de hombros.

—¿Qué cuatro arcángeles son tus favoritos? —preguntó Ellie. No mostraba interés por él. En verdad quería saber.

—Miguel, el Arcángel Guerrero. —le dijo suavemente—. Uriel, el Ángel

de la Venganza; Gabriel, el Arcángel Mensajero; y Azrael —terminó, su tono un poco más bajo—. El Ángel de la Muerte.

Eleanore permaneció bajo su escrutinio varios segundos de más y luego logró separar la mirada lo suficiente para estudiar un poco más el grabado en su brazalete. Ella no era una persona religiosa, pero por supuesto

que estaba familiarizada con los nombres. Era imposible no estarlo, especialmente trabajando en una librería.

Sin embargo, algo en la historia no tenía sentido. Se sentía…

incompleta. Supuso que en realidad no importaba. La ficción y fantasía era así.

Finalmente, dándose cuenta que no había dicho nada en mucho tiempo, parpadeó y separó su mirada para enfocarla en la mesita. —Si era destinado a los arcángeles, entonces, ¿como terminaste tú con él? —

preguntó. Siguiéndole la historia.

Daniels esperó muy poco para responder. —Simple suerte, supongo.

Ellie lo miró. Su mirada mantuvo la suya. Tragó, enderezó los hombros

y preguntó: —¿Por qué quería verme, Sr. Daniels?

—Es Christopher —dijo.

No le complació repitiéndole la pregunta, y sonrió ante su terquedad.

—Me encantaste anoche —le dijo—. Y me rechazaste. Naturalmente, tenía que intentarlo de nuevo.

—¿Intentar qué de nuevo? —No dijo “Sr. Daniels”, pero tampoco dijo “Christopher.”

Terca, por supuesto.

—Sal conmigo —le ordenó suavemente, inclinándose hacia adelante para atraparla en una de sus más famosas y potentes miradas—, esta noche.

No quiero esperar hasta la gala del jueves. Solo déjame sacarte esta noche—Separó las manos hacia delante en forma de súplica—. Dame solo una noche de tu vida, Ellie. ¿Sería tan malo eso?

Eleanore se mantuvo quieta durante varios largos segundos.

Christopher Daniels la invitaba a salir de nuevo. No podía explicar esa

súbita fascinación que el actor parecía tener con ella. ¿En realidad era tan atractiva? ¿Acaso no podía tener a cualquiera en el mundo que quisiera?

¿Por qué ella?

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Cuando no respondió de inmediato, Daniels se inclinó hacia atrás y descansó de nuevo los brazos sobre el respaldo. La estudio inquisitivamente

en silencio, pero también había tensión en él. Sus músculos se encontraban flexionados y su calma —incluso su respiración —parecía forzada. El aire a su alrededor se sentía… impaciente.

Ellie consideró su petición. La verdad era que tenía muchas ganas de salir con él. Pero a cualquier lado que fuese estaría rodeado de agentes,

guardaespaldas y fans. Eso era demasiada publicidad para ella.

Iba a tener que rechazarlo.

Lentamente se puso de pie y la miró. El estar levantada le ofrecía un

poco de altura sobre él, lo cual la incentivaba a seguir. Se aclaró la garganta.

—Usted es un Vampiro, Sr. Daniels —dijo, decidiendo que el realismo de la fantasía era mejor que la realidad—. Nunca confío en los vampiros.

Algo intenso se reflejó en el verde de los ojos de Daniels. Su tono era bajo. —¿Nunca, Ellie?

Varios segundos en silencio siguieron.

—¿De qué tienes miedo? —Daniels se inclinó hacia delante, quitando sus brazos del sofá—. ¿Miedo de que muerda? —Hizo una pausa por efecto—.

¿O de que no lo haga?

Ellie se congeló. Pudo sentir la sangre abandonando su cara.

—¿O tal ves prefieras algo diferente? —ayudó—. ¿Quizás algo de las

páginas de Esclava de un Vampiro? —Se levantó y camino hacia el estante donde se encontraba el libro.

Lo sacó de su lugar y comenzó a pasar las vergonzantes páginas.

Eleanore sintió como si fuera a morir en ese mismo momento. No podía

dejarle leer lo que contenía ese libro.

¡Especialmente las paginas en las que había doblado las esquinas! Camino hacia adelante, esquivando la mesita del café mientras él comenzaba

a mirar casualmente las palabras con las que se había masturbado cientos de veces.

Pero cuando fue por el libro, con intención de quitárselo, lo movió fuera

de su alcance, se volteó para mirarla y deslizó un brazo por su cintura. Por su espina dorsal subió la electricidad. El tiempo se detuvo, el mundo giró y él

dejo caer el libro para tomar su grueso cabello en un puño. En el siguiente instante, la apretaba contra él con una fuerte mano en su espalda.

Su aliento se detuvo y su mundo se quebró en el momento en que él

cerró la distancia entre ellos, su boca se adueño de la de ella con una fiereza tan determinada que era muy diferente a lo que Eleanore nunca imaginó. Ni en sus sueños más locos podía haber tenido un beso así.

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No pudo evitar entregarse a él. Sabía demasiado bien… como a vino y licor. Su presencia, tan alto, misterioso y fuerte sobre ella la hacía marearse

tanto, que creía que iba a desmayarse.

Era demandante. Delicioso. Ellie se encontraba en el cielo.

Hubo un golpe en la puerta, pero fue muy lejano y apenas real. La

mano de Christopher se extendió en su espalda, atrapándola mientras su otra mano se deslizaba bajo su cabello hasta tomar la base de su cuello.

La gentil presión allí le aseguraba que no podía separarse. Como si fuera a ir algún otro lugar…

El golpe se escuchó de nuevo, y esta vez Ellie se tensó contra él.

—¿Srta. Granger, está despierta? —Una mujer llamó detrás de la puerta—. Pensé que estaría libre hoy —continuó, un poco mas fuerte para poder ser oída a través de la puerta—, entonces esperé hasta esta mañana

para traerle sus papeles de renovación.

El agarre de Christopher sobre ella no se aflojó, pero sí termino el beso,

separándose lentamente. Abrió los ojos para mirar aquellos que habían pasado de jade hasta un intenso esmeralda, sus pupilas estaban dilatadas como las de los gatos antes de saltar.

—Te recogeré a las ocho —murmuró contra sus labios.

La respiración de Ellie era acelerada, pero se sintió un poco mejor cuando notó que la de él también. Su agarre en la espalda era muy fuerte,

casi doloroso. Podía sentir un temblor en su brazo por la inmensa fuerza con la que la sostenía.

Sin esperar respuesta dio un paso atrás y sus brazos se separaron de ella. El frío inmediatamente vino para rellenar el espacio en el que él había estado y Ellie luchó por no temblar.

Christopher la miró por varios segundos. Luego se volteó y caminó hacia la puerta de enfrente. Eleanore vio como abrió la puerta para revelar al

otro lado a una muy sorprendida casera.

Patty Jensen miró a Daniels con una mezcla entre asombro y vago reconocimiento. Obviamente había sido tomada por sorpresa con su

hermosura. Pero luego frunció el ceño, solo un poco, y mientras Daniels asintió un “buenos días” hacia ella y pasó a su lado para bajar las escaleras del complejo, Jensen se volteó hacia Eleanore. —¿Era ese…?

—Nop —respondió Ellie, yendo a agarrar los papeles de las manos de Jensen—. No era.

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5 Traducido por Annabelle

Corregido por Mali..♥

Eleanore le tomó dos duchas, con un viaje al gimnasio en medio, el poder drenar un poco la energía nerviosa con la que Christopher había cargado su cuerpo. Jamás había besado un

hombre antes.

Al crecer, nunca estuvo en un lugar lo suficiente como para tener novio. Y ahora que estaba por su cuenta, no había considerado tenerlo. Una

mirada hacia el entorno en el que vivía y era obvio que Christopher Daniels había sido el primero.

No tenía nada con qué compararlo, pero si su estado actual, extenuante y excitado era una indicación, definitivamente era un buen besador. Un muy, muy buen besador. Como en La Princesa Prometida13, uno

de los cinco mejores besos que alguna vez se han dado.

No podía esperar para contárselo a Ángel. Aunque por supuesto,

también sabía que no debía contarle nada.

Después de todo, alardear sobre este tipo de cosas era de adolescentes, no de mujeres adultas.

Se rió de sí misma al terminar de secarse el cabello con una toalla y se dirigió a su oficina para entrar en la computadora. La hora al final de la

pantalla decía 7:12 p.m. Tenía algo de tiempo antes que Daniels apareciera, si es que de verdad hablaba en serio. No tenía manera de confirmar la cita al no tener ningún modo de contactarlo.

Ellie ingresó su contraseña, confirmo que Ángel estuviera conectada y abrió el chat.

E: No vas a creer lo que pasó hoy.

A: ¡Hola, chica! ¿Qué ocurrió? Algo bueno, espero.

13 La Princesa Prometida: The Princess Bride, película fantástica basada en el libro homónimo.

A

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Ellie estaba a punto de contestar cuando escuchó el rugido de una Harley14 rodando por la vereda al lado de su complejo de apartamentos.

Sabía que Ángel amaba las motocicletas, se volvía loca con la silueta de un hombre sobre una moto. Por lo tanto, estaba bastante segura que la verdadera razón por la que a la chica que le gustaba Christopher Daniels era

porque en Comeuppance, había montado una Triumph15.

La moto se acercaba y Eleanore jugó con las teclas.

E: Espera, hay un fuerte sonido pasando. Suena como mágico.

A: ¡Ooooh! Comenzando un silencioso momento de respeto…

Eleanore frunció el ceño, mientras leía. Hubo un deslizamiento, como

el sonido de un desvío, definido y escalofriante. Y luego un súbito momento de silencio, de esos que ocurren justo antes de que algo vaya muy mal.

El sonido de un choque en la noche era eléctrico. Llama tu atención sin

importar lo que estés haciendo. Se mueve por tu cuerpo como una barra de metal y activa el escenario de tu imaginación.

El sonido del accidente fue como el crujir de las latas bajo la apisonadora, e instantáneamente heló la sangre de Eleanore.

Estuvo arriba y fuera de la silla antes de poder darse cuenta que lo

hacía. Su cuerpo se movió automático a través de la oficina, de la sala y luego de la puerta delantera del apartamento, la cual, apenas se dio cuenta,

abrió con telequinesia.

Cuando se detuvo afuera, se giró hacia la calle automáticamente buscando evidencias de alguna señal posible de daño o cuerpos destrozados.

Sin embargo, no vio nada más que el débil brillo de las luces de la calle reflejándose en el pavimento. La noche era silenciosa.

¿Lo había imaginado? Tal vez se sentía más cansada de lo que creía.

Pero entonces algo parpadeó. Rojo.

Blanco. Rojo.

Foco delantero, pensó. Bajó las escaleras de la entrada de dos en dos. Distraídamente se preguntó porque había sido la única que escuchó el accidente. No era tan tarde ¿No deberían estar ya prendiéndose las luces

detrás de las ventanas de los vecinos?

Eleanore llegó abajo y corrió por el estacionamiento hacia la calle. Allí

se detuvo y miró hacia donde había visto la luz. La calle se encontraba vacía y no había ningún sonido a excepción del zumbido de las luces, el áspero

14 Harley Davidson: famosa marca de motocicletas. 15 Famosa marca de motocicletas.

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sonido de su respiración y el gimoteo de un labrador que se encontraba al lado de una moto derribada, golpeada y sin conductor.

El corazón de Eleanore subió hasta su garganta. Obligó a sus piernas a moverse una vez más. La noche de Noviembre era fría. Lo único que tenía puesto era un par de finos pantalones de Yoga, una camisa blanca y un par

de botas acolchadas.

La luz delantera continuó prendiéndose y apagándose, pero no había

señal de la persona que conducía la motocicleta. Había una zanja a pocos metros, su profundidad oculta en las sombras.

Su estómago se encogió de miedo. Ellie caminó hacia el borde de la

zanja y miró abajo. En la vaga oscuridad de las sombras había una larga figura usando lo que parecía ser cuero. Instantáneamente lo reconoció como un hombre; alto, delgado y de hombros anchos. A primera vista, ninguna

parte de su cuerpo se encontraba torcido en extraños ángulos. Pero su casco no estaba.

Un charco negro se extendía por debajo de una masa de largo y rizado cabello rubio, casi blanco. Eleanore no podía ver su cara. Se encontraba acostado sobre su estómago. Mientras se movía por el cemento,

inconscientemente agradeció tener sus botas, y se dio cuenta de que en realidad no quería verle la cara. Su cara podría haber desaparecido, después

de todo. Si no había estado usando un casco, lo más probable es que estuviera muerto.

Se arrodilló junto a él teniendo cuidado con el charco negro-rojizo que

seguía expandiéndose. Sus largos y delgados dedos tocaron la muñeca del hombre buscando pulso.

No había ninguno.

—Oh Dios, no… —Comenzó a entrar en pánico y lo sintió por el agudo tono de su voz. Sabía que debía obtener latidos antes que nada.

Podía curar sus heridas fácilmente, pero si perdía demasiada sangre su corazón podría darle problemas. No podía crear latidos si no había nada que bombear.

Eleanore colocó su palma contra la espalda envuelta en cuero del hombre, y cerró sus ojos. Sintió el calor en su mano y supo cuando se

comenzó a sentir débil, que la magia funcionaba.

Se apresuró por recuperar los latidos y luego comenzó rápidamente con la herida en su cabeza. Demasiado fuerte, pensó distraídamente. La herida

fue más difícil de curar de lo que debía haber sido.

Arregló una parte para encontrarse algo mucho peor debajo, capas y

capas de sinapsis y conexiones desprendidas y hemorragia interna. Era de las peores heridas en la cabeza.

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Esto está mal, pensó apretando sus dientes en frustración. No debía haber sido tan difícil. Era como si el cuerpo luchara contra ella, dañándose a

sí mismo para hacer las cosas más difíciles. Curar a alguien siempre la drenaba hasta el cansancio, pero este la tenía cayendo hacia la inconsciencia.

Eventualmente, el cuerpo bajo ella se estiró y se movió, pero para entonces, ella ya estaba completamente gastada. Comenzó a caerse hacia

adelante y se agarró del hombro de él justo cuando se volteaba y la miraba. Sus ojos eran de color gris carbón, adornados con rayas plateadas que parecían diamantes y acero juntos. Sus ojos se intensificaron debajo de ella y

se encontró a si misma en trance.

Él se movió y sentó de manera que pudiera descansar el cuerpo de ella

sobre sus manos envueltas en guantes. Ellie no tuvo más opción que permitírselo, estaba demasiado débil para hablar o moverse.

Dios Mío, pensó en silencio mientras lo miraba.

Su cara estaba intacta y era el rostro más increíble que sus ojos habían visto. Su suave piel y sus absolutamente perfectos rasgos le

recordaban a uno de esos personajes de anime, especialmente cuando venía con su cabello amarillo-blanco y su increíblemente alto y musculoso físico. Tenía que ser un modelo. Quizás un actor famoso.

Parece un ángel, musitó mientras la tierra se movía a su alrededor.

Su visión era inestable. Y al hundirse en esa cálida y oscura manta,

creyó haber captado en sus labios el indicio de una sonrisa.

Cruel, pensó.

Y luego ya no había nada.

Algo andaba mal. Uriel miró nuevamente el reloj: 7:13. Se giró y caminó por su habitación, abandonó su ala de la mansión para correr por las escaleras hacia el área principal de abajo.

Miguel se encontraba allí, preparándose para ir al trabajo; en su uniforme usaba una barra dorada de teniente, pero ellos sabían que pronto lo iban a poner como capitán. Aunque usaba un nombre diferente al igual

que en sus anteriores trabajos, Miguel rápidamente subía rangos en cualquier institución para la que trabajara. Pero el hecho de que nunca

envejecía y nunca se lastimaba seriamente, incluso cuando recibía disparos constantemente, le dificultaba el escoger profesiones. A veces, había que llamar a Max para borrar recuerdos, como aquella vez en la que Miguel había

recibido varios disparos en el pecho.

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Al final, Miguel renunciaba con la excusa de querer manejar el negocio familiar o viajar por el país en un Winnebago16. Uriel tenía la ligera sospecha

de que el arcángel policía renunciaría de nuevo; había trabajado para el NYPD17 durante quince años, y no había envejecido ni un día.

A Uriel se le hizo raro verle aún allí; se suponía que Mike debía estar

en el trabajo hacía una hora.

Iba tarde para su turno, aparentemente. Quizás trataba de no obtener

ese ascenso.

Gabriel entraba en ese momento; el hecho de que todavía estuviera mojado por su ducha en la estación, evidenciaba de que había habido un

incendio esa noche. Si era malo para Miguel ser un policía, era peor para Gabriel ser bombero. Podías fingir haber rozado una bala. Pero el fuego era otra cosa completamente diferente. Era vicioso e impredecible, y siempre

dejaba cicatrices.

Ahora Gabe se sentaba en uno de los muebles, sosteniendo una oscura

botella de cerveza.

Uriel pasó a ambos hermanos sin decir una palabra y se dirigió a la cocina. Miró el reloj en el microondas: 7:14.

Tensó su mandíbula y se pasó una nerviosa mano por su grueso cabello. Se sentía al borde. Estaba ansioso, cansado e impaciente y era comprensible; el tiempo pasaba a un ritmo insoportablemente lento.

Necesitaba ver a su Arco otra vez. Necesitaba sostenerla, tocarla. Tenerla.

Pero también había algo más. No sabía qué era, pero parecía como si

tuviera perros guardianes en su cabeza y en ese momento hacían un escándalo.

—Me voy —dijo mientras salía de la cocina y caminaba por la sala de

estar hasta el perchero, donde su chaqueta de cuero se encontraba guindada.

Miguel levantó su rostro y se encontró con su mirada. —Llegarás casi una hora antes. No va a estar lista. —Sacudió la cabeza en advertencia—. Las mujeres odian eso.

—Se le pasará —murmuró Uriel mientras tomaba sus llaves y las metía en su bolsillo.

Gabriel había estado en silencio, pero ahora se inclinó hacia delante,

colocó su botella vacía sobre la mesa para el café frente a él y se levantó. —Voy contigo.

Uriel se detuvo y lo miró. Sus ojos se encontraron, se sostuvieron la mirada.

16 Marca de tráileres para viajes en carretera. 17 New York Police Department: Departamento de Policía de Nueva York.

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—No eres el único que puede sentirlo —le dijo Gabe, yendo por su propia chaqueta.

—Cristo, lo sabía —murmuró Miguel, quitándose su sombrero y acompañándolos en el perchero—. Yo también voy.

—Los encontraré allí —dijo Azrael desde donde salía por el marco de su

ala en la mansión.

Los tres hermanos se volvieron a mirarlo mientras se ponía un largo

abrigo negro, cada parte de su metro noventa y cinco irradiaba el oscuro carisma perteneciente al Enmascarado.

Ahora Uriel entendía porque Miguel no se había ido al trabajo. Todos

sus hermanos habían estado sincronizados con él y sabían que algo lo inquietaba, que algo andaba mal.

Dio las gracias a todos ellos y se dirigió a la puerta de la mansión.

Por suerte para los arcángeles, la mansión no era más que una clase de hechizo temporal; un portal hacia las puertas mágicas del edificio podía

abrir cualquier otra puerta en cualquier otro lugar del mundo. Uriel abrió la puerta y pasó, encontrándose saliendo de uno de los apartamentos a una cuadra más abajo del de Eleanore.

La noche era fría, oscura e inusualmente silenciosa. Azrael voló delante mientras ellos trotaban por la calle, Uriel agradecía por la velocidad de los

vampiros. Mientras más se acercaban al complejo, más seguro estaba de qué algo no iba bien.

Para el momento en el que alcanzaron las escaleras que llevaban hacia

el apartamento del segundo piso, subió de tres en tres y casi volaba también.

Los tres hermanos fueron hasta la puerta de Eleanore y la encontraron

entreabierta. El silencio llegaba hasta más allá.

—¿Az? —llamó Uriel.

—Adelante, Uriel. Te hemos estado esperando.

No era la voz de Azrael quien lo recibía desde el otro lado de la puerta. Era la de Samael.

Uriel empujó la puerta y reveló a Samael sentado en el mismo lugar en

el que se había sentado solo unas horas antes. Un hombre alto en un traje formal azul oscuro se encontraba de pie junto a él.

Azrael se encontraba de pie al otro lado del salón, apoyado en la pared con los brazos cruzados. Le lanzó a Uriel una mirada de advertencia con sus ojos brillantes y luego dirigió su mirada de nuevo a Samael.

—¿Dónde está? —preguntó Uriel molesto, entrando al departamento.

—Honestamente, Uriel ¿no pudiste pensar en algo más original que preguntar?

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—Yo tengo otra para ti —gruñó Gabriel entrando detrás de Uriel, con su propia mirada plateada brillando como el hielo—. ¿Dónde demonios está,

bastardo?

Samuel rió, el sonido profundo y rezumbado. —Esperen, esperen. Esta no es manera de tratar a un invitado que viene con buenas noticias.

Uriel esperó, preguntándose cuanto tiempo tenía que quedarse allí para poder arrancarle la cabeza a aquel arcángel caído.

Samuel desabotonó casualmente el primer botón de su costosa chaqueta de vestir gris oscuro y ajustó su corbata.

—Tu Arco está a salvo, por ahora intacta. He venido a ofrecerte un

acuerdo —dijo, con toda despreocupación—. Propongo un trato.

—Claro que lo haces —dijo Miguel. Su tono era bajo como el de Samael. Y para el momento, igual de letal.

Samael continuó como si Miguel no hubiera dicho nada. —Es muy fácil. Apuesto a que puedo ganarme a tu amada Arco, la adorable Eleanore

antes que tú, Uriel. Lo que está en juego es lo siguiente —dijo, mientras nivelaba su poderosa mirada con la de Uriel y la mantenía ahí—, yo gano y no solo la Arco es mía, sino que tú también accedes a servirme durante toda

la eternidad. Tú ganas, y por supuesto, la Arco es tuya.

La habitación estuvo en silencio por lo que pareció una pequeña eternidad. Miguel inclinó su cabeza a un lado y frunció el ceño.

—Lo siento. Estoy seguro que no te oí bien. Puedo jurar que acabas de proponer una apuesta la cual no hay manera que aceptemos. ¿Puedes

repetir?

La sonrisa de Samael se amplió. Miró sus manos, pareciendo revisar su perfecta manicura.

—Ella ya se está enamorando de mí, Uriel —dirigió sus palabras únicamente a él. Mirando al hombre de ojos verdes que alguna vez había sido

el Ángel de la Venganza—. Puedo tenerla en un día, sin más. —Dejó caer su mano y se enderezó—. Y no tienes manera de encontrarla —Se encogió de hombros—. Ni siquiera sabes donde está. —Su sonrisa volvió—. ¿No es así?

—Apuesto a que está en tu cama —gruñó Gabriel con la mandíbula tensa.

Uriel escogió ese momento para atacar, pero sus hermanos no eran

tontos. Tomó solo un latido para que Miguel y Gabriel envolvieran sus brazos alrededor del fuerte cuerpo de Uriel. Azrael se lanzó a través habitación, su

cuerpo parecía flotar debido a la rapidez con que se movía. Se detuvo entre Uriel y Samael.

—Tiene a Eleanore —dijo Azrael, con su mirada dorada fija en Uriel—.

Recuerda eso.

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—Oh, dudo que lo pueda olvidar muy pronto —murmuró Gabriel, con su agarre muy bien apretado en el brazo de Uriel.

—Por supuesto que puedes tratar de apartarla de mí, Uriel —continuó Samael, como si nada hubiese pasado—. Pero buena suerte al convencerla que tu eres el bueno y yo el malo. —Inclinó la cabeza a un lado y sus ojos

grises brillaron—. Especialmente cuando traigas el brazalete al escenario —sacudió la cabeza—, dudo que aprecie el adorable regalo una vez que sepa la

verdad.

—Lárgate. —Fue Miguel quien habló esta vez, su voz fue por solo un tono más alto que un susurro.

Los ojos de Samael se fueron hacia el alto y rubio arcángel que una vez fue el favorito del Hombre Viejo hace tanto tiempo. Su mirada carbón

comenzó a brillar. La mirada que compartieron fue un intercambio del más puro odio, escondido tras la más leve fachada de calma.

—Muy bien —asintió Samael —. He dicho lo que vine a decir.

Se levantó y caminó hasta la puerta de Eleanore con el hombre en el traje pisándole los talones. En el marco, Sam se volteó y enfocó sus ojos en Uriel una última vez. —La pelota está en tu tejado, Uriel.

Y con esto, el cuerpo de Samael se mezcló con las sombras. Él y su sirviente se desvanecieron en las sombras y el departamento estuvo una vez

más libre de su intensa presencia.

Eleanore se despertó en un placentero aturdimiento, sus extremidades se sentían pesadas, su cuerpo lánguido y su mente en una extraña paz. Pero

la sensación del colchón era diferente, desconocida para ella.

El aire se sentía extraño.

Lentamente abrió los ojos. ¿Dónde estoy?

Podía sentir que helaba afuera. Era una fuerte brisa de Noviembre que terminaría con lo que quedaba de las cosechas de las granjas y con las

últimas tercas rosas que se aferraban a la tierra por toda la ciudad. Siempre podía sentir estas cosas, así que sabía que era verdad, a pesar del cálido edredón blanco envuelto sobre ella.

Lentamente se sentó; el sopor soñoliento en el que su cuerpo estaba envuelto la hacía sentir lujosa y en calma, como un gato estirándose después de una larga siesta. Parpadeó de nuevo. Su memoria a corto plazo era

borrosa, pero milagrosamente no sentía asustada. Debía estarlo. Sabía eso. Pero de todos modos… no parecía importarle.

—¿Dónde estoy? —preguntó en voz alta, notando la enorme suite en la que se encontraba.

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Una chimenea se encontraba pegada a la pared contraria, rodeada de granito y mármol. Había un fuego dentro de ella que provocaba la calidez

perfecta. Llamas de fuego alumbraban el suelo de mármol y sus gruesas alfombras enormes, que invitaban a hundir los pies en ellas. Había varias pinturas en las paredes, cada una mostrando algo antiguo y misterioso.

Había unicornios y dragones, y textos en idiomas que no podía comprender. El aire era limpio, libre de polvo y había una esencia en el ambiente que no

reconocía. ¿Un tipo de flor? ¿Una especia? Era intoxicante y la hacía sentir muchísimo más relajada.

Había una gran puerta de roble en la pared adyacente a la chimenea y

en ella, ahora sonaba un ligero toque.

Eleanore se preguntó quién podría estar del otro lado y cuando lo hizo, recordó todo lo que pasó esa noche; el accidente de la motocicleta, la loca

carrera por la calle, la pelea por salvar la vida de la víctima.

Recordó haberse desmayado y haber mirado a los ojos de un ángel

mientras lo hacía. Se sentó un poco más derecha, se pasó una mano nerviosa por el cabello y miró alrededor de la cama y el cuarto. Debe de ser suyo, pensó. Se preguntó cómo había llegado allí.

El suave toque volvió. Eleanore se aclaró la garganta y dijo: —Adelante.

La puerta se abrió, moviéndose lentamente hacia dentro. El

imposiblemente hermoso ángel conductor cubrió el marco.

—Buenas tardes —dijo. Su voz era tan perfecta que mandó escalofríos por todo el cuerpo de Eleanore. Apenas contuvo el gemido que amenazaba

por salir. Se prohibió absolutamente darle a este completo extraño la satisfacción.

Sus ojos oscuros brillaban llenos de secretos y sus labios curvados en una hermosa e increíblemente sexi sonrisa.

Fácilmente caminó hasta detenerse junto a la cama, mirándola con sus

ojos gris carbón.

Oh mierda, Eleanore pensó. Lo deseo. Y probablemente soy una de las millones de mujeres que ha tenido en esta cama y que lo han deseado tanto como yo.

—¿Dónde estoy? —preguntó.

Era hermoso, pero un extraño. Y estaba sola en su cama.

—Estás en la casa de un doctor que ha estado fuera del país por algún

tiempo. Rento la casa —dijo suavemente.

Vestía apretados jeans azules bastante gastados y una camisa de manga larga gris, que combinaba con sus ojos. Ambos se pegaban a su

increíblemente alto, sencillo y musculoso cuerpo.

Podía ver los músculos marcados bajo la fina tela de su camisa.

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—Espero que me perdones —le dijo, dirigiendo su mirada a los pantalones de yoga y la franela que todavía tenía puestos—. Temo que sangré

un poco en tu ropa. Sin embargo, pensé que te gustaría cambiarte tu misma. —Le dio una sonrisa avergonzada, y ella se quedó totalmente desarmada.

Parpadeó y se miró. Tenía razón. Estaba completamente vestida y

había gotas de sangre seca aquí y allá. Se encontraba hipnotizada por él y era demasiado buen mozo para el bien de nadie, pero había sido un

caballero. Debía otorgarle eso.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Sam —le dijo simplemente. Luego se sentó en la cama junto a ella y

su corazón se le disparó hasta la garganta. Levantó la mano y acunó su cara suavemente. Se sentía incapaz de moverse. De hecho, estaba bastante segura de estar congelada en el sitio mientras le acariciaba los huesos de sus

mejillas con los pulgares y la miraba como si fuera tan hermosa como lo era él—. Y tú eres Eleanore.

Su corazón latía como loco. —¿Cómo… cómo lo sabes?

—Hace bastante tiempo hice de mi trabajo el saberlo todo. —Sonrió travieso—. Me he vuelto muy bueno en ello. —Se carcajeó.

Cuando retiró su mano, Eleanore se sintió un poco rara. Un poco desolada. Pero su sonrisa llenó el pequeño hueco y se relajó nuevamente.

Despierta, Ellie, su voz interna advirtió.

No sabía nada sobre ese hombre. Bueno, no en realidad. Sabía que era rico… eso era obvio por todo lo que la rodeaba. No puedes rentar una casa

totalmente amueblada con pisos de mármol y alfombras enormes a menos que estuvieses forrado en dinero.

También sabía que le gustaban las motocicletas.

—¿Sam qué? —preguntó Ellie. Lo menos que necesitaba era un apellido.

Se carcajeó de nuevo y hubo más deliciosos escalofríos. —Lambent.

Eleanore pensó que el nombre le sonaba familiar. —¿Te refieres a Samuel Lambent, el magnate mediático…? —Qué coincidencia, pensó. He

conocido a dos famosos hombres guapísimos en una semana. Pero por supuesto este era otro Sam. Muchas personas tenían el mismo nombre. Y el

extremadamente rico, extremadamente famoso Lambent no iba a pequeños pueblitos en Texas. Estaba bastante segura que vivía en Chicago.

—No voy a retenerte —suspiró, su sonrisa era casi triste al cambiar el tema—. Te daré ropa nueva y un viaje a casa. Y prometo que tu secreto está a salvo conmigo. Pero —hizo una pausa y sus ojos se oscurecieron—, pido

que me permitas verte de nuevo. —Vio como sus pupilas se expandían.

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Estuvo casi atrapada en esa mirada de creciente hambre cuando súbitamente se dio cuenta que no lo había negado. No había negado ser

Samuel Lambent.

—Oh mi… —susurró—, tú eres Samuel Lambent.

Sam solo la miró fijamente por un largo y silencioso momento.

Le miró de vuelta.

Él asintió, finalmente. —Sí. —Se encogió de hombros, saliéndose de la

cama para levantarse nuevamente—. Lamento habértelo ocultado.

Ellie tragó y lo miró de arriba a bajo y se dio cuenta que ahora sí lo reconocía. Había visto fotos de perfil en revistas y periódicos, tomadas

rápidamente. Nunca daba entrevistas, así que las fotos eran de mala calidad. Pero allí estaba esa figura alta y fuerte. Estaba también el shock que provocaba su cabello blanco. Obviamente no capturaban su increíble

hermosura.

—¿Por qué lo mantuviste en secreto? —preguntó. ¿Por qué era tan

misterioso en general?

—Seguro que estoy tan acostumbrado a esconderme como tú debes estarlo. —Esto lo dijo con la cabeza baja y una significativa mirada entre las

manchas en sus ojos gris carbón. Sabía perfectamente a qué se refería. Lo había salvado, así que obviamente sabía que podía curar a las personas. Y debía saber que un poder así no podía ser valorado. Él sabía que siempre

debía estar huyendo.

Y, por supuesto, en el fondo de su mente se preguntaba si tenía que

huir de él también.

Y si haría algún bien huir de uno de los hombres más ricos y poderosos del país.

Eleanore miró hacia otro lado. —Francamente, lo dudo. —¿Qué tenía que ocultar que fuera un secreto tan fuerte como el de ella?

Sam deslizó las manos en los bolsillos de su pantalón. —¿Eso crees? —preguntó.

Lo observó. Miraba el piso contemplativamente. Se alejó de ella para

caminar hacia una silla tapizada al lado de una pantalla envuelta del otro lado del salón.

Se sentó cuidadosamente y luego la miró de nuevo.

Eleanore estuvo instantáneamente embriagada. Su expresión era dolorosamente intensa. Se sentó más derecha y se movió lo suficiente para

asomar las piernas en el borde de la cama. Se sentía débil, pero no lo suficientemente incómoda.

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—En verdad, estoy tratando que algunas personas no sepan donde estoy.

—¿Te escondes de ellos?

Asintió.

—¿Por qué?

No contestó. Solo le dio una pequeña y secreta sonrisa y en seguida supo que no iba a obtener una explicación muy pronto.

—¿En realidad es tan malo? —le preguntó sorprendida.

Su sonrisa se volvió casi sucia. —No tienes idea.

Y luego se levantó y esta vez caminó todo el camino hasta la puerta.

—Voy a hacer que te traigan algo de ropa —le dijo al abrirla—. Hay comida ligera esperando abajo; sé que debes de tener hambre —Le sonrió cálido y gentil—. Curar a la gente obviamente toma bastante de una persona.

Te dejé exhausta —Se detuvo lo suficiente para dejar que procesara eso.

Eleanore se sonrojó y miró a otro lado.

—Cuando termines estaré feliz de llevarte de nuevo a tu apartamento.

Ella asintió. Luego salió al pasillo y cerró la puerta, dejándola sola.

Afuera en el pasillo, Samuel se detuvo y llevó una temblorosa mano hasta su blanco-rubio cabello. Luego bajó la cabeza en dirección a su mano y

la miró.

Esto es inesperado, pensó. ¿Estoy temblando?

Ella lo atrapaba. Su cercanía. Su perfección. Saber lo que era y lo que representaba era demasiado. No podía dejar de pensar en cómo ella se

sentiría.

Y era tan buena. Había sido creada para ser la pareja de un ángel… y ahí estaba, su propia mujer, llena de sus propios pensamientos y moral y su

propia vida a la que debía volver. Era su propia persona.

No le pertenecía más a Uriel, al igual que él tampoco pertenecía al Hombre Viejo.

Era extraño para él darse cuenta de todo esto. Nunca pensó así sobre de otro ser humano antes. Lo hacía sentirse… no sí mismo. No cómo era él.

Samuel se movió por el pasillo hasta el borde de las escaleras de mármol.

—Jason ¿dónde está Lilith? —le preguntó al joven que caminaba por el

vestíbulo de abajo con un celular pegado a la oreja.

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El joven inmediatamente desconectó el teléfono y lo guardó. —No estoy seguro, mi señor. Pero la encontraré para usted ahora mismo.

Samuel asintió una vez y luego descendió por las escaleras. Jason lo acompañó en el borde.

—¿Le molesta si pregunto cómo se encuentra nuestra invitada? —

inquirió Jason. Era un buen mozo, joven con cabello marrón y ojos azules. Como en el apartamento de Eleanore, vestía de nuevo un costoso traje azul.

Parecía alto, pero no tanto como su maestro. También era bastante corpulento.

Había ese aire de sabiduría y silenciosa obediencia en él que

demostraba su juventud claramente en sus rasgos. Esperó pacientemente mientras Samuel miró arriba de nuevo y luego lo enfrentó otra vez.

—Es hermosa —susurró Samuel—. Y delicada. —Entonces, frunció el

ceño y miró a la nada en la cercanía del piso de mármol—. Siento que tengo su confianza. Y estoy bastante seguro que querrá verme de nuevo. —Se

encontró con la mirada de Jason—. ¿Alguna noticia del chico amante?

—Todavía no, mi señor. Pero pronto, no tengo duda.

—No —Samuel sonrió y sacudió la cabeza—. Yo tampoco.

Eleanore se hundió en el cómodo cuero del asiento del pasajero y trató

de no agitarse.

Todo ocurría tan rápido y tan increíble que de verdad no sabía que

pensar.

Primero, Christopher Daniels. Y ahora Samuel Lambent. Dos extremadamente conocidas personalidades en un muy pequeño pueblo y en

dos extremadamente cortos días. Era un poco abrumador.

Eleanore cerró los ojos, se inclinó hacia atrás y recostó la cabeza

contra la cabecera del lujoso vehículo. Olía bien dentro. Como buen cuero, esencia de auto nuevo y un poco de colonia.

Dinero, notó. Así es como el verdadero dinero huele.

Siempre pensó que su familia estaba bien económicamente, pero había algo sutilmente distinto en esto. Quizás era el hecho que ninguno de ellos

había manejado un Bently nunca.

—Me disculpo si hice tu vida más complicada —dijo Sam de repente.

Eleanore abrió los ojos y se giró hacia él. Jesús, es hermoso, pensó. Su

perfil fue sacado directamente de un comic. Tan perfecto. El reloj de platino en su muñeca izquierda brilló momentáneamente dentro de la luz y Eleanore

sacudió la cabeza, permitiéndole caer contra la cabecera una vez más.

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—La has hecho más interesante, eso seguro —murmuró.

Él sonrió y el sonido envió deliciosas espirales de placer por el cuerpo

de Eleanore. ¿Cómo hace eso?

—Estoy por hacerla mucho más interesante —dijo, su voz decayendo hasta volverse incluso más baja.

Eleanore se congeló. Vio como giraba la mirada hacia ella. —Lo siento, Eleanore. Pero no mentía cuando te dije que mi trabajo era aprender todo lo

que podía sobre las personas con las que me involucraba. Y sé sobre tu asociación con Christopher Daniels.

Ella parpadeó y frunció el ceño, sin saber como sentirse sobre eso.

—¿Qué pasa con él?

El agarre de Sam sobre el volante se tensó y se relajó nuevamente.

Miró como la tensión subía por sus brazos hasta sus hombros. Aspiró profundamente al observar la calle afuera. —Él no es lo que parece.

Eso es misterioso, Eleanore pensó. De acuerdo. Explícate, por favor.

—¿A qué te refieres? —le preguntó en voz alta.

Ante eso, Sam se giró y atrapó a Eleanore en una intensa mirada. —

Solo digamos que tú y yo no somos los únicos en el mundo que tenemos algo que ocultar.

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Traducido por Andreani

Corregido por Mali..♥

riel levantó la mirada desde la silla de madera donde estaba

sentado, frente a las oscuras ventanas las cortinas se retiraron para revelar más la negrura de las primeras horas de la mañana

del lunes.

Miguel sintió la mirada verde del Arcángel y se volvió para encontrarla. La figura alta de Uriel enmarcada por la noche que moría tras él. Su expresión era inquietantemente tranquila y aun así, tenía un toque

demasiado determinado para los gustos de Miguel. Nunca había visto así a su hermano antes. Uriel había sido nombrado el Fuego de Dios en cuartos

cerrados. El nombre era pronunciado en silencio por quienes sabían que habían hecho mal. Él era la justicia oculta en la sombra; aquel a quien los hombres culpables temían cuando lo buscaban sobre sus hombros. El Ángel

de la Venganza tenía una voluntad indomable. Un ojo para ver almas. Y una espada que era afilada, rápida y despiadada.

Y aún así, Miguel nunca lo había visto así.

No podía decir a ciencia cierta lo que estaba pensando. Estaba simplemente... sombrío. Imperturbable. Realmente asustado.

Los dos ángeles solo se miraban entre sí, sin decir nada. Miguel se preguntó cuánto tiempo tendría que pasar, cuando finalmente Uriel avanzó elegante y lentamente, a grandes pasos a través de la sala, hacia los salones

y habitaciones más allá.

Se dirigió hacia su ala de la mansión. Miguel se preocupaba; el desafío

de Samael aún estaba sobre ellos sin respuesta y Uriel era impulsivo. Se resistía a perder demasiado. Su Arco era todo lo que en verdad siempre había querido. Miguel estaba seguro de que si se le presentaba la oportunidad,

Uriel intentaría contactar a Samael y hacer frente a su desafío. Pero no podía salir de la mansión sin que al menos Max lo supiera. El guardián estaba estrechamente ligado al edificio mágico; siempre sabía lo que pasaba.

Miguel tomó una respiración profunda, y lentamente la soltó. La situación era insoportable, pero no podía permitir que Uriel hiciera un

trueque con un Caído. Bajo ninguna circunstancia.

U

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Uriel se movía a través de las habitaciones, envuelto en una calma totalmente falsa. Su mente había tomado una decisión desde aquel día. Y

cuando sintió el sobre en el bolsillo de su chaqueta de cuero negra, supo que era de Samael.

Todo lo que necesitaba ahora era cierta privacidad.

Llegó a su cuartel, entró en su habitación y cerró la puerta tras él. Luego, fue hasta la chimenea, agitó una mano sobre el fuego y contempló las

llamas que de repente estallaron a la vida. Crepitaban y brillaban, proporcionado la suficiente luz para leer el pequeño sobre que entonces sacó del bolsillo.

Es gris claro, con un sello de color carbón. La imagen incrustada en el sello era de un par de alas de Ángel. Una nota había sido garabateada en un lado del sobre: “No romper este sello.” Era una advertencia a medias. Uriel

estaba muy familiarizado con aquello. El Hombre Viejo había sido muy aficionado a ellas y Uriel había sido asignado a impartir justicia a todos los

que desobedecieran.

En esencia, había advertencias sin razón. En conjunto, debía decir: “No romper este sello... a menos que tengas negocios con Samael”.

Los cuales tenía.

Uriel metió su pulgar bajo el sello y lo rompió. El fuego junto a él se

incrementó, llenando la sala con una luminosidad de rojo anaranjado que creció hasta que lo envolvió todo.

Se sorprendió un poco al principio, pero la sorpresa se desvaneció

rápidamente. No se molestó en colocar el brazo sobre los ojos. En cambio, se puso frente al fuego, apretó sus dientes y esperó. El incendio lo envolvió, no

era doloroso pero era tan cálido y brillante que, si hubiera sido humano, habría sido cegado por el resto de su vida.

Comenzó a disminuir después de unos segundos y Uriel ya no estaba

en su dormitorio.

—Ah, veo que has decidido unirte a nosotros —dijo Samael, desde donde se encontraba, junto a una bandeja de licor, sirviéndose un whisky

con hielo. La sala en la que se situó Uriel parecía ser un estudio, tan opulento y decorado como todo lo demás que rodeaba a Samael.

—Yo no iría tan lejos como para decir eso todavía —murmuró Uriel.

Samael se rió y volvió a enfrentarse a él. —¿Puedo ofrecerte un trago?

Uriel no dijo nada. Su mirada viajó de Samael al hombre alto y apuesto

que estaba tranquilamente de pie contra una de las paredes. Tenía el cabello castaño oscuro, ojos azules y vestido con un traje italiano fino.

—Jason —saludó fríamente.

Los ojos azules de Jason brillaron, destellando intenciones malignas.

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—Tú sabías lo que estabas haciendo —le dijo Uriel.

—Lo dice el Ángel Vengador con la apática espada en el brazo —

contratacó Jason. Su tono todavía era calmado, pero su mirada lanzaba dagas.

Samael los miró a los dos con interés. Arqueó una ceja y regresó la

copa a la pequeña mesa. —Tal vez sería mejor si nos ocupamos de nuestro negocio.

—Tengo algunos términos propios —declaró Uriel mientras se volvía para enfrentar al Arcángel que él y sus hermanos llamaban El Caído.

Samael tranquilamente señaló al pequeño sobre gris que ahora

descansaba, abierto, en la mano de Uriel. —Todos tus términos. Nombrarlos y aparecerán en el documento.

Uriel bajo la mirada hacía el sobre. Luego sacó la hoja blanca de papel de su interior y hábilmente la desdobló. Estaba en blanco. Pero sabía que no seguiría estándolo por más mucho tiempo.

—Imagino que querrás la misma cantidad de tiempo frente a la Arco —sugirió Samael, sus propios ojos color carbón brillaban con luz tortuosa. Mientras hablaba, palabras en tinta de color negro profundo, escritas en un

lenguaje conocido solo vagamente hace eones, aparecieron en la página de la mano de Uriel—. Y, por supuesto, un día o dos para deshacer el daño que se

ha hecho—agregó Samael.

Más palabras aparecieron en la página.

Uriel luchaba contra las ganas de estrujarlo por su irritación. Pero,

aunque permitió que el documento permaneciera intacto, su agarre se hizo más fuerte y sus dientes comenzaron a rechinar. Levantó la mirada y la puso

a la altura del arcángel rubio con una mirada fulminante. —Quiero muchísimo más que eso—dijo—. Quiero tu promesa de que si gano, permanecerás alejado de los demás.

Eso pareció sorprender un poco a Samael. Hizo una pausa y consideró las palabras de Uriel. —Supongo que por “demás” te refieres a los Arcos.

Uriel notó que ya no seguían apareciendo más palabras escritas en la

página. Sonrió con arrepentimiento. —No me digas que tienes miedo, Samael.

Samael se encogió de hombros despreocupadamente, aparentando ser completamente indiferente al sonido que producía el sable de Uriel.

—Más preocupado, realmente, que cualquier otra cosa. —Caminó

alrededor de Uriel hasta llegar al fuego, que resplandecía desde chimenea través de la sala. Allí, se inclinó sobre él, cruzando los brazos en el pecho mientras contemplaba las llamas—. Estás jugando con personas reales aquí,

tú y tus hermanos. Almas reales, mujeres reales, con vida propia. —Se irguió nuevamente y se volvió a Uriel—. Y si deciden rechazar a alguno de ustedes,

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dudo que les vayan a dar la opción. La libertad no es una opción para un Arco, ¿verdad?

—Y tu planeas salvarlas de nosotros… ¿Es eso? —Preguntó Uriel, con una mirada de incredulidad absoluta en su hermoso rostro.

Una vez más, Samael se encogió de hombros. Sonrió pero no contestó.

En lugar de eso, cambió de tema. —Puedo entender tu reserva a firmar, Uriel. Después de todo, soy mucho mejor en esto que tú y tus hermanos. Veo

tu necesidad de proteger las demandas sobre estas almas que crees que has apostado.

—No caeré en tu trampa, Samael. Miguel, tal vez. Gabriel, sin duda.

¿Pero yo? —Uriel sacudió su cabeza.

—Por supuesto que no —Samael acordó fácilmente—. El Ángel de la Venganza no se deja engañar tan fácilmente como para comportarse de

manera imprudente.

Aquí, Uriel se erizó, pero mantuvo su rostro tranquilo. —Estas son mis

condiciones, Samael. Acéptalas o no habrá ningún trato.

—Oh, no hay necesitad de regatear, Uriel—dijo Sam, mientras daba grandes pasos a través de la sala hacia el arcángel con ojos color metal—.

Tiene muy poca importancia para mí. Eleanore Granger puede ser mía de la noche a la mañana, con o sin tu sangre en ese documento—prometió—. Yo simplemente no puedo dejar pasar la oportunidad de obtener algo extra.

Se paró delante de Uriel, los dos ángeles, frente a frente, de pies a cabeza y echó un profundo vistazo a los ojos de su enemigo. —El Ángel de la

venganza sería una muy beneficiosa adición a mi equipo —susurró—. Es la única razón por la que he propuesto una apuesta después de todo —Sacudió la cabeza una sola vez—. Por otra parte, la Arco ya es casi, con toda

seguridad, mía.

Uriel contempló largamente los ojos tormentosos de Samael. Pensó en

Eleanore Granger, curando a la niña en el baño a pesar del riesgo que planteaba para sí misma. Recordó la manera en que ella olía (como a lavanda y jabón). Vio sus ojos, tan profundos y de color índigo azul, sus pupilas

agrandadas con deseo.

Ella lo había querido. Casi tanto como él la quería a ella. Era innegable. Fue este deseo mutuo lo que le hizo a Uriel estar seguro de tener

una sólida oportunidad con ella. Si Samael se echaba para atrás, Uriel podría ser capaz de reparar cualquier daño que ya hubiera hecho El Caído.

Samael era bueno. Muy, muy bueno. Con nada más que una mirada, engatusaba a devotas reinas quitándoselas a sus reyes y lanzando batallas que traían miles muertos.

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Uriel tomó una respiración lenta, profunda, preparándose antes de que hablar. Finalmente, dijo: —Quiero una semana solo con ella. Y guarda tus

mentiras para ti mismo.

—Nunca soñaría con mentirle a una mujer—Samael sonrió abiertamente, sus dientes perfectamente blancos brillaron—. No es mi estilo.

El contrato se volvió más cálido en la mano de Uriel. Bajo la mirada para ver que toda la página ahora estaba cubierta de las letras en tinta

negra. Había dos líneas dibujadas en la parte inferior. Una para la firma de Samael. La otra para la suya. El Caído chasqueó sus dedos y una pluma apareció en su mano. Al mismo tiempo, la pulida mesa gigante de roble, que

se encontraba contra el muro un momento antes, estuvo repentinamente justo al lado de ellos. Samael arrebató el contrato de la mano de Uriel y lo

colocó sobre la mesa.

Luego se volvió hacia Uriel y levantó la pluma. Era una pluma de cristal claro. Parecía como si no hubiera ninguna tinta en ella.

—Sugiero que leas muy cuidadosamente antes de poner la pluma en el papel —le dijo el Arcángel—. Mis contratos tienden a ser comprometedores.

La mirada de Uriel pasaba de la pluma en su mano, al contrato sobre

la mesa. Lo leyó, sabiendo muy bien que lo más probable es que nunca fuera lo suficientemente cuidadoso. No había tal cosa como la seguridad cuando se

trata con Samael. Su agarre en el documento se endureció cuando vio que la cláusula que había solicitado en relación a los otros Arcos había quedado fuera. Samael no cedía ni un poco. Pero no había nada que él pudiera hacer

al respecto.

Cuando terminó, se volvió a su rival. —Tú primero.

El Caído arqueó una ceja y luego se puso frente a la mesa. Con una expresión en su hermoso rostro que no regalaba absolutamente ningún rastro de emoción, Samael colocó la punta de la pluma en el interior de su

muñeca y presionó fuertemente. El metal se deslizó hasta su vena y la pluma se llenó de líquido rojo.

Uriel se forzó a sí mismo a mantener en calma mientras observaba al

Arcángel más poderoso firmar su nombre con sangre en la primera de las dos líneas. Cuando había terminado Samael, la pluma mágicamente se vació sola

una vez más, y Él Caído se la tendió. Él no dijo nada; solo esperó para que Uriel hiciera lo suyo.

Uriel tomó la pluma, y sin dudar, la presionó contra su vena. El dolor

fue mucho mayor de lo que debería haber sido, pero nuevamente, había estado esperándolo. Samael no dejaría pasar ninguna oportunidad para

causarle a él, o cualquiera de sus hermanos agonía.

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Nunca le dio al Arcángel Caído la satisfacción de saber cuánto le dolió. Simplemente colocó la pluma en la línea y firmó con su propio nombre.

Cuando terminó, devolvió la pluma y esperó.

No tuvo que esperar mucho tiempo. La pluma y el contrato desaparecieron.

—Nos vemos en una semana, Vengador —dijo Samael suavemente—. Hasta entonces —sonrió, levantando una copa de vino tinto que Uriel no lo

había visto sostener —, buena suerte.

Samael tomó un sorbo de vino y luego él y su sirviente y el estudio en que se encontraban habían desaparecido. Uriel estuvo de vuelta en su

habitación, en la mansión. Y el interior de su muñeca palpitaba.

—Tienes que estar en televisión en vivo en menos de una hora, Uriel. Puedes cancelar, por supuesto —Le dijo Max, con falsa despreocupación—.

Sin embargo, luego tendrás que explicárselo a Jacqueline Rain y a la mitad del mundo que la ve por qué cambiaste de opinión y arruinaste su show con absolutamente ninguna advertencia. Entonces habrá averiguaciones.

Probablemente, demasiadas para nuestro nivel de confort particular.

Uriel le lanzó a Max una mirada completamente exasperada y

nuevamente pasó su mano a través de su cabello. Caminaba de un lado a otro en el vestíbulo de la mansión y así había sido durante los últimos veinte minutos. Era el lunes por la tarde y Jacqueline Rain era reina de las tardes

del lunes. Esta entrevista se concordó hace mucho tiempo y no había forma de cancelarla. Su mente estaba trabajando ansiosamente, formulando el

comienzo de un plan y cada interrupción a su pensamiento parecía ser una aguja encajada en la almohadilla de su mente.

Los coches lo esperaban afuera. La prensa al parecer se había reunido

en la calle, bloqueando la entrada al estudio. El celular de Max había estado sonando tan fuerte y tan a menudo, que el Guardián había sido forzado a apagarlo.

El mundo esperaba. Y tenía menos de seis días para ganar el corazón de su alma gemela.

—Has hecho un trato con El Caído —comentó Miguel desde donde estaba recostado contra la barandilla, con sus musculosos brazos cruzados sobre el pecho—. Espero que tengas un plan.

Uriel admiraba al arcángel. Miguel estaba decepcionado con él; eso era seguro. Pero el hombre también era inteligente y lo suficientemente sabio

como para saber que reprender a Uriel en este momento no le haría ningún bien a nadie.

—Estoy trabajando en ello.

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Max se paró frente a él, bloqueando su retorno por piso de mármol del vestíbulo. —Lo siento, Uriel, —dijo firmemente—. Pero nos tenemos que ir —

Dio al arcángel una mirada seria y añadió firmemente—: Ahora.

Uriel tomó una respiración profunda y asintió. En realidad, estaba listo. Sabía lo que iba a hacer y esperaba, desesperadamente, que

funcionara.

Se volvió hacia Gabriel, que se apoyaba de manera casual en una de

las muchas mesas colocadas a los lados que había forrado el vestíbulo. —Gabe, necesito que me hagas un favor.

Gabriel cruzó los gruesos brazos y se irguió, sus ojos plateados se

llenaron de vida. —¿Ahora qué? —preguntó. Él y Uriel tenían sus diferencias y ninguno de ellos discutiría ese hecho. Pero Gabriel sabía, y muy bien, que no había tiempo para pequeños desacuerdos o rencores. La eterna libertad

de su hermano, así como la seguridad de una Arco, estaban en juego.

—Asegurarte de que Eleanore este viendo el canal catorce hoy a las

tres en punto.

Gabriel asintió una vez. —Puedo hacer eso —Los arcángeles tenían la capacidad de manipular lo ordinario, cosas de todos los días como los

canales de televisión o radio, la temperatura de un refrigerador o un microondas, si un aire acondicionado funciona, y así sucesivamente. Es un poder que se parecía un poco a utilizar un control remoto o tomar el

ascensor cuando perfectamente tienes buenas piernas, por lo que no era algo que utilizaran muy a menudo. Sin embargo, este podría ser útil hoy.

Uriel se volvió hacia Max. —Muy bien, terminemos con esto.

Max asintió y encabezó el camino hacia la salida de la mansión, a la calle más allá. Justo ahora, su capacidad de transportarse a través de una

puerta de la mansión hacia cualquier cercanía que eligieran por capricho sin duda les iba a venir bien. Si no hubieran sido capaces de tal hazaña, Uriel

nunca habría logrado llegar al estudio a tiempo. Estaba en California y se encontraban en Texas en ese momento.

—Espero que al menos aprendas una lección de todo esto —murmuró

Max mientras se subían en la limusina y cerraban la puerta detrás de ellos.

—No te preocupes, Max —respondió Uriel cuando tomó asiento frente a él—. Si no, estoy seguro de que los otros tres a aprenderán de mi horrible

error.

—Tengo a otro, General.

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—Déjame ver —Kevin Trenton dio un paso adelante, un hombre aparentemente joven, usando un traje militar, botas de combate y una

camiseta negra estrecha sobre sus músculos bien definidos.

Descansó las palmas en el escritorio a ambos lados del técnico delante de él y observó, con sombríos ojos azules, la imagen en la pantalla de la

computadora. El centro del mapa pulsaba con el resplandor rojo del otro flujo registrado. Se estaba acercando. Había trazado en un mapa estas

anomalías en todo el mundo y en un principio habían aparecido al azar. Pero ahora... Ahora existía un patrón definido para ellas. Parecía que se centraban en nada menos que la misma extraordinaria joven que había estado vigilando

durante los últimos veinte años.

Si este mapa estaba en lo cierto y estos flujos eran alguna indicación, sería capaz de identificar su ubicación —y la ubicación a la que ella muy

pronto estaría viajando— con suficiente precisión para atraparla de una vez por todas.

—Pon al comandante al teléfono. Quiero hablar con él en privado.

—Sí, señor.

Los ojos de Kevin se entrecerraron hacia la pantalla, como si estuviera

mirando a Eleanore Granger y no a un mapa electrónico. —Puedes correr, pequeña Ellie. Pero no esconderte —Entonces sonrió, sacudiendo su cabeza—. No por mucho tiempo, de todos modos.

Eleanore seguía mirando sobre su hombro. El pasillo estaba siempre vacío u ocupado por un cliente que buscaba algo: Ningún rico motociclista alto importante. No estrellas de cine de Hollywood. Solo ella y la clientela.

Entonces, ¿Por qué se sentía tan nerviosa?

Porque yo he entrado en la dimensión desconocida, es por eso.

Cerró los ojos por un momento y descansó su frente contra los libros de filosofía que había estado reorganizando. Tenía dolor de cabeza, pero tratar de curarse a sí misma implicaría estar aún más cansada de lo que ya

estaba y por experiencia, sabía que era mejor guardar su energía en caso de que algo mucho más importante surgiera. Como huesos rotos o ataques al corazón o niñas vomitando en el baño.

Así que había tomado un poco de ibuprofeno y, porque no había tenido apetito, la había tomado en ayunas. Y ahora tenía un caso bastante molesto

de indigestión ácida que añadir.

Suspiró y trató de pensar en algo positivo para sacar su mente de la incomodidad. No tuvo que esperar por una distracción. Una vez más, sobre la

chimenea en el café, la pantalla de plasma gigante se había encendido. Janet

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Gomez, la mujer que trabaja detrás del mostrador, tenía el control remoto en sus manos y la miraba furiosamente con lo que parecía ser frustración.

—Esta cosa no funciona. La pantalla no se apaga —Murmuró para sí misma.

Eleanore sonrió, recogió otra pila de libros y volvió hacia el pasillo de

filosofía. Cuando lo hizo, Janet aparentemente se rindió y empezó a saltar través de los canales. Eleanore dejó de mirar mientras caras y sonidos

cambiaban en la pantalla, hasta que apareció una cara muy familiar y Janet instantáneamente detuvo su paseo por los canales.

—. . . Sr. Daniels, regresará al suroeste después del espectáculo para

terminar el rodaje de la secuela de la Comeuppance, si no me equivoco.

Christopher Daniels, luciendo tan sexy como nunca, en una camisa

negra y pantalones vaqueros, que no hicieron nada por ocultar el cuerpo alto y fuerte debajo de ellos, asintió. —Sí, eso es correcto.

—E irá a la gala de la alfombra roja en Dallas el jueves, supongo—Era

el lunes y Jacqueline Rain, la altamente popular presentadora diurna, se inclinaba hacia delante en su silla.

Una vez más, Daniels asintió, añadiendo una sonrisa brillante.

—¿Tienes acompañante? —preguntó Rain, sonriendo sugestivamente—. Estás a solo tres días.

Eleanore casi soltó los libros que sostenía.

Daniels dudó antes de contestar y la audiencia, invisible a las cámaras, muy ruidosamente, alentó su respuesta. Se rió y sacudió su cabeza. —No

puedo decirlo todavía.

Rain se volvió hacia la audiencia y se encogió de hombros impotente.

—¿Qué puedo hacer, señoras? ¡No lo dirá!

El público se rió y las mujeres lo alentaron.

Cuando se habían calmado un poco, Rain volvió a Daniels. —Bueno,

siento mucho decir que hemos llegando al final de nuestro tiempo aquí contigo…

Rain fue interrumpida por un tremendo alboroto de abucheos y

gemidos decepcionados de su audiencia en vivo.

Ella giró con una simpática sonrisa hacia ellos y sonrío a la cámara.

Daniels tenía una asombrosa gracia para ruborizarse.

El ruido murió y Eleanore dejó los libros y comenzó a desplazarse por el pasillo principal, con sus ojos inexplicablemente pegados a la pantalla. Los

otros empleados y clientes en las inmediaciones habían dejado de hacer lo que estaban haciendo y se encontraron mirando también. Daniels era un hombre muy carismático.

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—¿Pensé que no te gustaba? —Janet se deslizó silenciosamente junto a Eleanore y la empujó con su codo.

Eleanore sintió el calor colarse por su cuello. Le lanzó a Janet una mirada resentida y se encogió de hombros en lo que esperaba se tradujera como un despreocupado nunca dije que me gustara

—Sí claro. —Janet rodó sus ojos, una pequeña sonrisa recorrió sus labios—. Di lo que quieras.

En la pantalla, Jacqueline Rain se había vuelto a girar hacia Daniels y repitió lo que había estado diciendo antes del estallido de la audiencia. —Como he dicho, Christopher, me temo que estamos llegando al final. Pero

mencionó anteriormente que había algo que necesitaba hacer antes que terminara el show.

—Sí—Christopher asintió, sus ojos verdes brillaron bajo las luces. —Lo hay. Gracias.

Jacqueline se recostó en su gran silla de cuero y le indico que

continuara.

Eleanore observó, con una extraña fascinación, como Christopher se giró directamente hacia la cámara y la miró. El hombre de la cámara hizo un

acercamiento y las hermosas facciones del actor llenaron la pantalla, sus ojos estaban abiertamente serios e intensos.

Ella verdaderamente sintió, en ese momento, que él la estaba mirando, personalmente ¿Era ridículo, verdad? Pero podría haber jurado que la veía a través de la cámara y a través los kilómetros y que la estaba poniendo en

evidencia con aquella mirada.

—Quisiera pedirle un favor a Eleanore Granger, el encantador ángel de

la librería a quien le gusta el Valle de la Sombra y Edgar Allan Poe.

¿Qué?

Hubo un compás de silencio que se debía haber sentido en todo el

mundo.

Y entonces, Eleanore parpadeó. Eso no estaba bien. No había forma de que acabara de decir su nombre en la televisión nacional.

La audiencia de repente soltó un “ooooh” y Jacqueline Rain, sonrió ampliamente. —¿Eleanore Granger?—Repitió.

—Sí.

—Santa Madre de Jesús —susurró Janet a su lado—. ¿Él está hablando de ti? ¿Acaba de nombrarte delante de millones de personas?

Eleanore sintió la sangre huir de su rostro, una mezcla fría y caliente de emociones empapándola. Experimentó algo así como un impresionante choque, incredulidad absoluta, un miedo ligeramente anestésico y

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gratificación imperturbable, mientras los otros empleados comenzaron mirarla embobados. Los pocos clientes alrededor de ellos tomaron esto como

una señal y se dieron cuenta de quién era ella. Entonces también comenzaron a mirarla.

—Eleanore, Ellie —Dijo su nombre suave, sensual y muy

personalmente—. ¿Harías el honor de acompañarme a la Gala de la Alfombra Roja el jueves por la noche?

De nuevo, el público en estudio ovacionó y esta vez había una energía nerviosa definida sobre ellos. Jacqueline Rain pareció estar encantada más allá de la imaginación debido al giró de los acontecimientos; por supuesto,

eso significaba más publicidad y esta siempre era una cosa buena.

—Oh Dios mío... —susurró Janet.

Eleanore sacudió la cabeza. Su mandíbula estaba floja, sus ojos muy

abiertos.

—Cielos ¿Cuántos ángeles de librería pueden existir con el nombre de

Ellie Granger? —Janet se giró hacia ella, le agarró por los brazos y la miró a los ojos—. Debes de haberle causado algún tipo de impresión cuando estuvo aquí el sábado—dijo con una expresión anonadada y su cabeza agitándose

en incredulidad.

Eleanore aun no podía hablar. Apenas consiguió encogerse de hombros y debido a que Janet la estaba sujetando de los brazos, no fue un

encogimiento de hombros, realmente.

—¡Tienes que ir con él! —dijo Cynthia Washington, que se les habían

unido en la cafetería. Para ella, Christopher Daniels era la perfección, un dios. No podías negarle nada a un dios—. Definitivamente tienes que aceptar la invitación—reiteró sofocada.

El café irrumpió en murmullos de acuerdo, los clientes y otros empleados alentándola incondicionalmente a que aceptara.

Eleanore pasaba su mirada de ellos a la pantalla. La cámara había dejado a Daniels y estaba en una toma panorámica hacía la audiencia, algunos de los cuales habían creado muy improvisados carteles

apresuradamente con hojas de papel sueltas y letras gruesas y en las pantallas de los teléfonos celulares. Todos se leían, “¡Ellie, di que sí!”

—Mamá, cálmate. No es gran cosa… —Eleanore dio pequeños

golpecitos a su sien derecha con su dedo y cerró fuertemente los ojos. Nunca había estado antes tan tentada a curarse un simple dolor de cabeza. Se estaba convirtiendo en algo más que un simple dolor de cabeza. Su madre y

su padre estaban en el otro extremo de la línea, cada uno con sus propios teléfonos y ambos hablan al mismo tiempo.

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—Cariño, esto es demasiada publicidad ¿Cómo puede este hombre incluso conocerte?—Le preguntó su padre.

—Walter, estaba obligado a pasar eventualmente. Es decir, ¡Piensa en ello! ¡No es como nuestra hija fuera poco atractiva! De todas formas, no importa cómo sucedió; Tenemos que afrontarlo ahora.

—Katherine, déjala contestar a mi pregunta sin interrumpir por una vez.

—No interrumpiría si dejaras de taladrarla con preguntas.

—Mamá, papá, en serio. Necesitan respirar. Estoy bien, ¿De acuerdo? Nada me ha pasado.

—Todavía no, cariño. Pero en poco tiempo, alguien va a tomar una foto de ti en su teléfono celular y tu imagen va a ser muy, muy pública—Su madre suspiró—. Nos encontraron una vez antes, Ellie....

El estómago de Eleanore se hizo un nudo, su dolor de cabeza al instante martilló con más fuerza. —Lo sé, mamá. —No la iba dejar olvidarlo.

Jamás.

Cayeron en un silencio temporal, cada uno de ellos atrapados en el recuerdo.

Finalmente, su madre habló nuevo. —Creo que debería contactar con el agente de Christopher Daniels y decirle de inmediato que tú no quieres tener nada que ver con él. Luego regresa aquí durante un mes o dos y deja

que las cosas se tranquilicen. Estamos aislados aquí—le recordó Katherine Granger—. Una cabaña en el bosque, lejos de miradas indiscretas.

—Detesto admitirlo, amorcito, pero tu madre podría tener razón. Sé lo mucho que restringirá tu vida social—Su padre sonaba triste y más viejo que sus cincuenta años—. Pero, aunque ambos queremos que tengas amigos,

esto es demasiado público. Esto es demasiado grande. Es necesario retirase gradualmente.

¿Retirarme gradualmente? El cerebro de Eleanore estaba zumbando. Girando, deslizándose, bailando y nada tenía sentido ya. Había huido toda su vida. Era más difícil de lo que parecería tener que mantenerse en el

anonimato. Era increíblemente difícil, nunca poder ir a una universidad real, nunca entrar a medicina veterinaria como habría querido, nunca tener citas

o hacer amistades duraderas en cualquier lugar, porque temía constantemente que pudiera cometer un desliz.

Ahora, a pesar de todo lo que había soportado y todas las precauciones

que había tomado, el mundo la había encontrado y puesto en evidencia. Y tendría que huir nuevamente.

—Tengo que irme. Les llamo más tarde esta noche.

—Cariño, espera…

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Eleanore colgó y apagó el teléfono. Se giró y lanzó el teléfono móvil a través de su sala con toda la fuerza que pudo reunir. Este golpeó la pared

más lejana, haciendo una abolladura en el yeso y luego cayó a la alfombra.

Se asombró debido al dispositivo electrónico extraordinariamente duro y luego se volvió para mirar la chimenea. Las llamas crepitaban y hablan con

ella en una lengua antigua, siseando. Trató de calmar los ánimos; el crepitar de fuego generalmente lograba el truco. Pero era más difícil esta vez.

Imágenes de aquella experiencia hace diez años, se deslizaron a través de los ojos de su mente. Existía peligro, la aguja, el ruido y el caos y sobrepasándolo todo, el temor de que la separaran de sus padres y todo que

era sólido y real en su vida.

Sus padres tenían razón y eso era lo peor de todo.

Eleanore ciertamente estaba asustada, pero también muy enojada

¿Cómo se atrevía Christopher a traer ese tipo de atención sobre ella? ¿Cómo podría haber confiado en él? ¿Dejarlo en su apartamento?

¿Besarlo?

Oh, definitivamente estaba loca. Y, de nuevo, hubo otra emoción montando sus nervios desgastados en ese momento, enviándola bailando

peligrosamente cerca a la sobrecarga emocional. Estaba molesta y asustada, pero también se mantuvo viendo esos ojos color jade. Y ese cuerpo alto, de roca dura. Pensó en la manera en que él la había cubierto y cómo se apoderó

de sus labios con un beso, como si fuera un hombre presa de la desesperación. Sintió como si solo ella pudiera salvarlo.

A pesar de la furia, su cuerpo respondió ante la idea. Cada vez que imaginaba cualquier parte de él o escuchaba su nombre o veía su foto en un póster, se sonrojaba. Ansiosa. Húmeda.

—Oh, mierda —Murmuró, pasándose las manos sobre la cara mientras se deslizaba hacia abajo por la pared para sentarse en la alfombra.

Estoy en muchísimos problemas.

Se preguntó, de pronto, cuánto tiempo pasaría antes de que algunos chismes salieran en una revista o periódico o incluso un reportero del canal

de noticias llegara a su puerta. No tardarían mucho en averiguar donde vivía ahora que sabían su nombre y donde trabajaba. Para eso era Internet. Y los medios de comunicación eran implacables.

Medios de comunicación... Eleanore arrugó su frente mientras un pensamiento se le ocurrió. Samuel Lambent era un magnate de los medios.

Joder, probablemente era propietario de cada estúpida revista y periódico y canal de noticias, que probablemente, podría decidir venir e interrogarla en los próximos días.

Podría ir con él, pensó dubitativa. Podría pedirle un favor. Después de todo, le salvé la vida.

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Podría protegerla de los medios de comunicación: hacerla invisible para ellos.

Pero, tan rápidamente como el pensamiento entró en su mente, lo había alejado. —No. —Se dijo firmemente.

—Voy manejar esto yo sola—Su madre tenía razón. Necesitaba cortar

esto de raíz enseguida. Pero no lo haría a través del agente de Christopher. Iría hasta la misma estrella de cine.

Imaginaba que probablemente se pondría en contacto con ella personalmente antes del sábado. No tenía ninguna manera de contactarlo, después de todo, el balón estaba en su lado de la cancha. Y cuando él la

contactara, le diría lo que pensaba. La mejor manera para hacerle frente a las cosas. ¿Verdad?

No, Ellie. Necesitas huir.

El pensamiento fue susurrado en su mente como una luciérnaga en una noche sin luna. Era brillante y repentino y era imposible de ignorar.

También era probablemente cierto. Pero lo ignoró de todos modos, se levantó y caminó a grandes pasos a través del departamento hacia su dormitorio. Era tiempo para una ducha larga y dormir sin soñar nada.

Desde su percha, fuera de la ventana de su dormitorio, el Ángel de la

Muerte observó la mujer dormir. Ella iba más allá de ser encantadora; sus pestañas eran tan largas que le rozaban las mejillas. Su cabello brillaba

tenuemente bajo la luna y su suave piel era pálida y perfecta.

Su pecho subía y bajaba en un ritmo lento. Estaba bajo un profundo sueño.

Azrael había sido enviado para vigilarla después la pequeña exposición pública de Uriel esa tarde. Observaba una vena pulsando en su cuello, azul a

la luz de la luna, invitando en su inocente oferta.

Azrael sonrió, fue una sonrisa lenta y sacudió su cabeza. Uriel era muy afortunado.

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7 Traducido por Andreani

Corregido por Panchys

l tráfico era malo esa mañana, incluso para ser un martes. A Eleanore le tomó veinte minutos llegar de Frankford a una cuadra del Starbucks en la esquina de las avenidas University y

Eighty-second. Prácticamente era desconocida en una ciudad del tamaño de la suya.

Por suerte, se había levantado temprano, sueños sobre Daniels, una

vez más, la habían despertado. Por lo tanto no había sido tan difícil como lo es normalmente ducharse, vestirse y saltar en el coche para tomar un café

antes de la apertura de la tienda.

Fue en esa última cuadra, antes de que Eleanore finalmente fuera capaz llegar al estacionamiento y unirse a las masas de SUVs y camionetas,

cuando quedó atascada en un tráfico que era tan lento como en Navidad. A la luz del semáforo le tomó una eternidad cambiar; le llevó tanto tiempo, que

ella realmente pensó que se había roto. Los conductores estaban siendo groseros, no permitían a nadie girar a la izquierda. El sol comenzaba a asomarse en el horizonte y sus fuertes rayos cegaban a las personas que ya

estaban bizcas por la falta de sueño.

Era una de esas mañanas.

Mientras Eleanore dejó que su Mini-Cooper descansara en la larga fila,

subió sus ventanillas y presionó unos botones en el reproductor de CD. La música se vertió alrededor de ella y momentáneamente cerró los ojos.

Casi había logrado relajarse, cuando escuchó un sonido muy fuerte de neumáticos quemados contra el pavimento. Fue repentino y aterrador, un sonido que desgarró por dentro a Eleanore, silenciando la música, el

zumbido de su motor y sus propios vertiginosos pensamientos. Por segunda vez esta semana, sintió como si se moviera a cámara lenta, agobiada por el

terrible conocimiento de que algo malo estaba a punto de suceder. Y sucedió.

El sonido continuó devastadoramente durante largos segundos y fue acompañado por un segundo chirrido de cacofonía. Eleanore giró, en el

denso y espeso aire, para ver a través de su ventana como una camioneta se viró hacia la izquierda, frenó muy rápido y, luego se volteó, rodando hasta un sedán blanco y entonces se impactó contra un SUV en el carril derecho.

E

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A través de la intersección, más coches derrapaban en inestables paradas, sus parachoques crujían, un poste de teléfono calló para aplastar a

un coche aparcado debajo.

Probablemente todo ocurrió en el transcurso de unos segundos. Pero a los ojos de Eleanore, pareció una vida. Muchas vidas. Nacimientos, infancias,

matrimonios, carreras y jubilaciones existían un instante y desaparecían en el próximo. Era el tipo de accidente que las personas miraban en un horror

silencioso, porque sabían que había personas heridas y probablemente casi muertas.

Fue con una extraña resignación y una conciencia ajena, que Eleanore

se dio cuenta que había dejado su coche. Estaba corriendo por el estacionamiento hacia la intersección. No podía sentir el suelo bajo sus pies o escuchar algo aparte la corriente de sangre en sus oídos. Su cuerpo se

trasladó por voluntad propia, como si ella quedara atrapada en un sueño y se viera a sí misma desde arriba.

El vehículo más cercano era el sedán blanco. Su techo había cedido y el anciano al volante estaba atrapado entre el metal que se retorcía por encima de él y por debajo de su asiento. Pero Eleanore sabía que estaba

completamente bien. Era algo instintivo y natural en ella. Siempre había sido capaz de leer si las personas tenían lesiones o enfermedades.

El hombre estaba aterrorizado y se había mojado a sí mismo. Pero,

parte de unos que otros arañazos a causa del cristal, estaba ileso.

Sin embargo, su sentido de malestar creció cuando saltó sobre el capó

del sedán, ignorando los rasguños causados a su propia carne, y corrió hacia el segundo vehículo que había sido capturado en la carambola. El SUV.

—Oh Dios. No, no, no, no... —Hablaba y apenas se dio cuenta de eso,

escuchaba su voz a lo lejos: aguda, desesperada, un grito, un sollozo y un susurro de súplica.

Había una niña en la parte trasera. Muy pequeña... el asiento del coche en el que había estado, la estaba aplastado por debajo, y la puerta había sido empujada al lado de su cuerpo pequeño y delicado.

Estaba inconsciente y bañada en sangre, al igual que su padre en el asiento delantero. El lado del conductor del vehículo había sido brutalmente empujado hacia adentro. Ella sintió las costillas rotas y la hemorragia

interna. Sintió conmociones y la ruptura de un órgano y un latido que constantemente estaba desacelerando. Desacelerando...

Con un determinado grito de alarma, Eleanore metió el brazo por la destrozada ventana trasera, colocando la palma contra la cabeza ensangrentada de la niña. En destellos de dolor y desorden, reconoció las

lesiones en el pequeño cuerpo, observando que de hecho, no era el corazón de la niña el que se estaba rindiendo. No había mucho tiempo.

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Algo estaba pasando delante. Podía sentirlo antes bajarse—un tipo de zumbido que rasgaba el aire, vibraba por su columna vertebral y llevó a sus dientes al límite. Se encontró a si mismo inclinándose hacia adelante en su

asiento hasta que Max lo miró fijamente desde el lado opuesto y arrugo el ceño.

—¿Hay algo mal?

—Sí —contestó Uriel. Su mirada verde viajo lejos en la distancia, en algún momento a unas cuadras, donde parecía haber algún tipo de atasco de

tráfico. Una multitud estaba reuniéndose alrededor de un SUV.

La conciencia se disparó a través de él como un rayo de electricidad.

—¡Max, es Eleanore!

Eleanore no sabía que estaba siendo observada. A su alrededor, se agolpaban las personas, algunos llamaban al 911, otros señalaban y otros, usaban sus celulares para tomar fotografías que más tarde se convertirían en

espeluznantes relatos de vida y muerte en las calles de Texas.

Unos pocos estaban tendiendo a la mujer relativamente ilesa en la camioneta que inicialmente causó el desastre. La policía encontraría más

tarde que había estado mandando mensajes de texto cuando había cambiado la luz y no miró a tiempo para ver los coches delante de ella disminuir su

velocidad y detenerse.

Todavía algunos transeúntes trataban de calmar el pánico que tenía el anciano en el sedán blanco. Pero nadie se acercó a Eleanore. En su lugar, la

miraban con los ojos muy abiertos y hablaban entre sí en susurros.

. . . Su mano está resplandeciendo.... No, te lo juro. No te estoy engañando...

. . . ¿Santo carajo… ella está? ¡Lo está! ¡Está curando a esa niña!

. . . Juro por Cristo que no estoy imaginando esto; ¿No me creerás....?

. . . ¡Toma una foto!

Eleanore no escuchó nada de esto, no era consciente de nada y solo veía el cuerpo debajo de su toque y sentía el alma que se aferraba a ella en la

desesperación. Se centró en su corazoncito primero. Lo animó a seguir latiendo, prometiéndole que le daría la sangre que necesitaba para seguir la

lucha. Entonces arregló la herida en el hígado de la niña. Después fue hacía el pulmón aguijoneado; tenía que mover las costillas a su lugar y reacomodarlas, a fin de hacer que pudiera funcionar.

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Mientras se concentraba, Eleanore se volvió débil. Las heridas eran mortales, como habían sido para Samuel Lambent. Había tanto daño, tanto

que reponer.

Varios segundos y veinte eternidades después, sacó la mano y se desplomó contra el lateral del coche. Cansada, notó a la gente a su alrededor.

Sin embargo, era borrosa, la mitad estaba y la mitad no, menos valiosa para ella que el hombre agonizante en el asiento delantero.

Padre de la niña.

No te dejaré morir....

Con renovada determinación, Eleanore quitó el metal arrugado y giró

hacia la parte delantera del coche una vez más.

El papá estaba colgado allí. Pero estaba perdiendo mucha sangre. Si no le curaba pronto, perdería demasiada. Las sirenas se escuchaban en la

distancia. Pero era una distancia muy, muy lejana.... Eleanore entró y colocó su mano derecha sobre el pecho aplastado del hombre. Las costillas estaban

rotas. Un pulmón estaba perforado también. Se golpeó varias vértebras fuera de lugar.

Llevaría una eternidad sanarle. Sentía como si estuviera empujando

una roca de quinientos kilos por una pendiente fangosa en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Al fin, sintió la última costilla hacer clic en su lugar y la vida del hombre estabilizarse bajo su toque.

Sus piernas se rindieron debajo de ella entonces y el mundo se inclinó sobre su eje. Podía oír a la gente reunida a su alrededor y entender lo que

decían, a pesar de que las oraciones se mezclaba juntas. Pudo ver sus caras: extraños peligrosos, que se cernían sobre ella y a su alrededor. Sabía que todo había acabado.

Todas las veces que huyó. Todas las veces que se escondió. Terminarían esta mañana, en esta calle. Ellos vendrían y se la llevarían lejos

y la drogarían para evitar que luchara y viviría el resto de su vida atada a una cama dura con sábanas blancas y olor de antiséptico en el aire.

—Por favor... —quiso decir “Por favor no me lleven”, pero sus cuerdas

vocales tenían vida solo para esas palabras. Fue todo lo que pudieron hacer antes de ceder.

¿Se había matado a sí misma? Se preguntó, mientras cerró los ojos

contra la inundación de realidad. Nunca había salvado dos vidas de esta manera. Nunca había sanado tantas horribles, horribles heridas.

Fui demasiado lejos, pensaba, mientras sentía que dos fuertes brazos la levantaban de la tierra pedregosa y la sujetaron con fuerza contra un pecho duro.

El calor la envolvió. Había un olor de cuero y alguien respirando suavemente contra su oído.

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—Estás a salvo, Ellie. Descansa. Te tengo. Estas segura... —Unos dedos se aferraron a su antebrazo; bandas de acero la levantaron

firmemente. Sabía que estaba siendo trasladada y rápidamente. Pero se sentía tan agotada y había ido tan lejos, que ya no podía seguir manteniendo la inconsciencia lejos por más tiempo.

Ganó, al final, la nada oscura a la que van los indefensos. Pasaría lo que tuviera que pasaría.

Solo podía rezar… y dormir.

Con un aumento de increíble posesividad y actitud protectora, Uriel hizo su camino a través de la multitud hacia su alma gemela, que ahora estaba recostada sobre la calle, sus bellos ojos azules cerrados a la locura

que se formaba a su alrededor.

Curo a la niña y a su padre. Lo sabía, como si lo hubiera visto con sus

propios ojos. Ellie, había estado en el lugar correcto, en el momento adecuado y había sido testigo del accidente. Y la Arco en su interior, se había lanzado con el fin de proteger a quienes no eran tan poderosos como ella. Se

drenó a sí misma, exponiéndose a los ojos del público y poniéndose en extremo peligro, para salvar a dos inocentes de una muerte segura. Y la gente a su alrededor le pagaba su amabilidad tomando fotografías y

grabándola en sus teléfonos celulares.

Algunos de ellos tomaban fotos de él también. ¡Christopher Daniels!

Uriel se inclinó sobre su Arco y la levantó en sus brazos. Era tan ligera, era como si su poder la hubiera vaciado, literalmente, de toda sustancia. Le susurró, tratando de consolarla, y mientras lo hizo, sintió lágrimas cálidas

escociéndole en los ojos. En una demostración de ira, sobre la que no tenía ninguna capacidad de control, Uriel se volvió para enfrentar a los

espectadores una vez más.

Sus ojos esmeraldas brillaban iluminados con la rabia que corría a través de él. Dejando sus dientes al descubierto, se irguió a su altura

completa y rugió a la multitud, —¡Quítense! —Su orden fue antinaturalmente ruidosa, cargada de estruendo por la confusión y el asombro en que se había

convertido la intersección.

En el instante siguiente, y del cielo azul claro, cayó un relámpago que golpeó un vehículo negro estacionado en el lote en una esquina de la

intersección. El trueno atravesó el cielo, dibujando alaridos de sorpresa a la mitad de la gente en las calles. Algunos se agacharon, protegiendo sus cabezas, mientras otro rayo golpeó la parte superior de un edificio,

obteniendo el segundo estruendo de un trueno, que sacudió la tierra bajo sus pies y rugió en sus tímpanos humanos.

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La multitud comenzó a alejarse de Uriel, cuyos ojos estaban iluminados con un fuego misterioso y antinatural.

En la acera frente a él, una limusina paró y derrapó cuando freno fuertemente. Pero el sonido del chirrido de sus neumáticos contra el pavimento fue ahogado cuando otra descarga de un relámpago cayó, y las

personas se dispersaron por el miedo.

Uriel corrió hacia el coche, con Eleanore en sus brazos y la puerta se

abrió para él antes de que llegara. Se subió en la parte trasera y Max se bajó de la acera.

Uriel recostó a Eleanore en uno de los asientos y giró su ardiente

mirada a su guardián. —Ocúpate de ellos —gruñó.

Max Gillihan tragó y asintió. Nunca había visto a Uriel así. Y el relámpago errante era algo nuevo; Uriel normalmente no podía controlar el

clima. Todo fue muy desconcertante, pero Max tuvo poco tiempo para pensar en ello. Mentes humanas necesitaban ser limpiadas de sus recuerdos

recientes. Teléfonos celulares y cámaras necesitaban ser eliminados. Las conversaciones tenían que tener un seguimiento y lidiar con ellas.

Eso era parte de su trabajo.

Así que Max cerró de un golpe la puerta de coche y asintió al conductor de la limusina, quien arrancó sin más preámbulos, dejando al guardián en su ardua tarea.

La salida del sol sobre el lago en Chicago, nunca dejaba de quitarle el aliento a Samael.

Era algo que nunca había conocido, ni habría podido apreciar desde

donde solía residir; en un lugar donde el sol nunca salía y nunca se ponía.

Pero sin la noche, no podría haber día. Y tomaba toda una existencia

humana el comprender tal cosa.

Samael sabía que esta era la razón por la cual El Hombre Viejo nunca sería capaz de solidarizarse con la gente que vivía y respiraba en su planeta.

Estaba demasiado lejos de ellos; sus manos estaban demasiado limpias, desempolvadas con firmeza hace mucho, mucho tiempo.

Ahora, desde el sexagésimo sexto piso del edificio Willis, el cual mucha gente todavía llamaba la torre de Sears por hábito y un respeto reticente, Samael creía que había hecho la elección correcta. Aquí, ahora, con esos

reflejos de rosa-violeta-naranja brillando fuera del agua y las creaciones hechas con sangre, sudor y lágrimas del hombre, era fácil.

Samael tomó una respiración profunda y la dejó salir lentamente.

Cerró los ojos cuando el primer rayo de luz golpeó su ventana, calentándolo

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desde el exterior. Colocó sus manos contra el vidrio y absorbió el calor, lo necesitaba tanto como lo hacía el mundo humano allá abajo.

—¿Mi Señor? —Lentamente, con una deliberada tranquilad y un poco de irritación, Samael bajó sus manos y se dio la vuelta. Él y su “equipo” estaban solos hoy en su piso. De lo contrario, Jason no lo habría abordado

de esa forma.

—¿Qué pasa?

—Deseará ver esto, señor. —El apuesto joven levantó una carpeta en su mano. Se parecía mucho a la carpeta de papel manila que había contenido la información personal de Eleanore Granger. Jason dio grandes

pasos hacia adelante y se la tendió a su maestro.

Samael lo tomó y lo abrió en la primera página. Se encontró con la fotografía de una mujer joven mirándolo fijamente con ojos color avellana,

que brillaban casi en color bronce, en una cara sonriente.

—Esta fotografía fue tomada en Brisbane, Australia, hace dos días —le

dijo Jason mientras Samael absorbía la belleza de la mujer y sus dedos trazaban los muchos rizos marrones que caían en cascada sobre sus hombros y detrás de su espalda—. Uno de los hombres de Darion la tomó, mi

Señor, después de ver a la mujer curar a un surfista herido.

La cabeza de Samael se elevó repentinamente, sus ojos color carbón gris se oscurecieron. —¿Alguien más vio esto?

—No, señor. —Jason sacudió su cabeza una vez—. Darion no estaba en su forma humana y el surfista inconsciente. Ella lo sacó del agua, lo

atendió y huyó de la escena. Darion y uno de sus hombres la siguieron durante el resto del día, hasta que tomaron esta fotografía esa misma noche, mientras cenaba con unos amigos.

Samael pensó sobre esto. Sus ojos oscuros brillaban con incontables maquinaciones. Volvió a bajar su mirada hacia las páginas en su mano, leyó

su nombre. —Juliette Anderson —susurró.

La segunda Arco. Al igual que Eleanore, también era sorprendentemente hermosa. Eran casi tan diferentes como la noche y día en

complexión y color de pelo. Pero había una semejanza en ellas también. Era increíblemente sutil, lo era; él no podía darle un nombre exactamente.

—Me pregunto —dijo entonces, con su mano sobre la fotografía

nuevamente—, a quien pertenece.

Fue, con una incertidumbre lenta y altamente inestable, que Eleanore regresó a la conciencia. Sus párpados pesaban, pero había luz detrás de

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ellos. No una luz azul o una luz silenciosa, como uno podría encontrar en una habitación de hospital o bajo luz fluorescente. Se trataba de luz solar.

Eso es una buena señal, pensó dócilmente.

Entonces se concentró en escuchar. Esperaba oír zumbidos, como el parpadeo de las bombillas halógenas. Esperaba el tintinear de las llaves en

las cadenas, personas mudas, presionando botones en teclados de código. Pero no hubo nada de esto. En cambio, estaba el crepitar suave del fuego en

una hoguera. Y había calidez. Y la sensación de que estaba siendo observada.

Eleanore giró la cabeza y abrió los ojos. Su visión era borrosa, pero a

través de ella, reconoció el contorno borroso de un rostro y cuerpo al lado de la cama. Este se inclinó hacia adelante y retiro un mechón de cabello

suavemente su frente.

—Tranquila —dijo—. Estás segura aquí, Ellie. No dejaré que nadie te lastime. —La figura se enderezó de nuevo y oyó el crujir de una silla de

madera debajo de él. Reconoció su voz esta vez, cuando añadió—: descansa tanto como sea necesario. —Suspiró y le vio pasar una mano a través su cabello marrón oscuro—. Dios sabe que te lo has ganado.

Aunque no podía verlo claramente, sabía que su cabello castaño era espeso y un poco más largo de lo convencional. Y también sabía que sus ojos

eran verdes; el tipo de verde ultra claro, que era casi imposible de conseguir sin lentes de contacto.

Y si no se sintiera como si hubiera sido atropellada por un camión, se

habría sentado bien entonces, en esa cama, y se habría arreglado.

—Idiota... —susurró, su voz ronca, por todo lo que había tenido que

pasar esa mañana.

Tragó, parpadeó y se obligó a seguir. —No tenías derecho... egoísta... mimado… malcriado... —Respiro la última parte, el esfuerzo era absoluta y

completamente exhaustivo.

Christopher Daniels estaba aún al lado de la cama. Parpadeó varias veces, mientras su figura llegaba a enfocarse. Preguntándose que pensaba él.

Su bella forma era afilada y clara cuando echó atrás la cabeza y se rió con todo su corazón, profunda y completamente, el sonido era como un alivio

para el cuerpo y el alma de Eleanore. Calmó su miedo, y de alguna manera, suavizó las partes más ásperas de su indignada furia.

Frunció el ceño, observándolo, desconcertada por el hecho de lo

fascinada que estaba con el sonido de su voz y la calidez que su cercanía le ofrecía.

Finalmente, él recobro la compostura, bajó la cabeza y su sonrisa

iluminó su cara de la misma manera que lo hacía en la pantalla. Pero esta

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sonrisa era solo para ella. Y sus ojos verdes brillaban con emoción que no era falsa; no actuaba ahora.

—Tienes toda la razón, Ellie. No debí haber hecho lo que hice. —Pareció meditar algo por un momento, silencioso y contemplativo. Luego preguntó suavemente—: ¿Considerarías perdonarme?

Eleanore pasó la legua por sus labios y susurró: —Estoy muy cansada para perdonarte.

—Creo que puedo hacer algo al respecto —dijo y entonces se puso de pie. Observó cómo se alejaba de la cama y otros dos hombres entraban. Ella parpadeo y frunció el ceño.

Eran muy guapos los dos. Uno tenía el pelo negro y ojos color gris plata y parecía como si hubiera pasado mucho tiempo al aire libre; estaba tan desaliñado y parecía que no se hubiera rasurado esa mañana. El tono oscuro

de su piel y sus ojos, destacan con una intensidad severa, parecían casi brillar en el hermoso y enmarcado rostro.

El otro hombre tenía cabello rubio ondulado y ojos muy, muy azules. Parecían luces, claros zafiros mientras la observaba.

Dos hombres más con un color de los ojos imposible. Con la piel de

gallina e impotente de detener la corriente de un rubor que calentó su cuello y mejillas. Quería sacudir la cabeza debido a las circunstancias; que eran demasiado improbables. Pero estaba demasiado débil. ¿Qué demonios era

esto de todas formas? Realmente no existen este tipo de hombres. ¿Esto era algún tipo de convención de actores divinos? ¿Estaba Richard Armitage por

aquí en algún sitio también?

—Eleanore, mi nombre es Miguel —explicó suavemente el hombre Rubio cuando tomó el asiento de Christopher y se inclinó hacia adelante.

El alto, oscuro y guapo, se situó junto a él y saludó.

—Yo soy Gabriel —le dijo, observándola atentamente. Tenía un poco

del habitual acento escocés, que rizaba los bordes de sus palabras con un antiguo tipo de elegancia.

Muy suavemente, el rubio colocó su mano en brazo expuesto de

Eleanore. Por alguna razón, aunque era un completo desconocido, no quiso retirarlo. Su toque no le asustaba. Era cálido y reconfortante, y por más inexplicable que pareciera, Eleanore confiaba en él.

—Esto va a ser difícil de aceptar al principio, pero no eres la única persona del mundo que posee la habilidad de sanar a otros —Le dijo. Su tono

permaneció calmado, su voz era tranquila. Hablaba lentamente y esperó a que ella procesara sus palabras—. Yo puedo hacerlo también —dijo, destellando sus dientes blancos en una humilde sonrisa.

Eleanore no sabía qué decir a esto. Obviamente, nunca había experimentado una situación como esta. Se preguntó cuánto daño había

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causado. Todas esas personas, todos esos celulares... y la niña y su padre. ¿Estaban bien? ¿Valió la pena? A su lado, Miguel cerró los ojos y Eleanore

sintió el calor en su brazo bajo su palma. Durante medio segundo, tuvo miedo de que se pudiera calentar demasiado y que la quemara. Pero en lugar elevarse, el calor se extendió por su brazo, a través de su pecho, su cuello y

abajó a través de su estómago y sus extremidades.

Ella cerró los ojos y suspiró, permitiendo a su cabeza rodar a un lado

mientras la magia curativa de Miguel hacía su trabajo. Podía sentir su fuerza volver a ella. Era como ser desenterrado y levantarse de la tumba después de ser enterrado vivo. Ella nunca había estado en el extremo receptor de este

tipo de energía. Era maravilloso.

Casi quería volver a estar lastimada para poder seguir sintiéndolo.

Gabriel se rio y Eleanore notó vagamente que su risa era tan

carismática en su timbre profundo como lo era la de Christopher Daniels. —Creo que se está sintiendo un poco mejor.

—¿Tú también eres un actor? —Se encontró preguntando, como si estuviera ebria y no hubiera ningún filtro para sus pensamientos.

Las cejas de Gabriel que levantaron, a la vez que su expresión fue de

desconcierto y disgustó por la insinuación.

—No. Pero hablando de actuar —dijo, mientras se volvió hacia Christopher y le disparó una mirada acusadora.

Miguel también levantó la mirada y Eleanore pasó su mirada de uno a otro, esperando. Miguel asintió. —Creo que es hora de que los dos tengan

una larga charla. —Se levantó y se alejó de la cama, los músculos de su alta figura se marcaba debajo de sus pantalones y camisa, como siempre lo hacían los de Christopher.

Eleanore lo tomó esto como una señal. Puso sus brazos debajo de ella y se sentó en la cama, maravillada por cuán fácil era moverse. Solo unos

segundos antes, hubiera estado casi segura de que su propio corazón dejaría pronto de latir por agotamiento. Ahora, sin embargo, sentía que podría inscribirse a un maratón y llegar por lo menos a la mitad del camino. Y

correr no era lo suyo.

Quitó las sabanas y balanceó sus pies sobre un lado de la cama. Ahora que ya no estaba en posición horizontal, podía ver la inmensidad de la

habitación. Se asemejaba a la casa alquilada de Samuel Lambent, por su tamaño grandioso y la buena calidad de su decoración. La chimenea era de

mármol, en las paredes habían colgado fino arte del Renacimiento y los pisos de mármol estaban cubiertos por gruesas alfombras de felpa, todo en tonos apagados. Buen gusto.

Christopher estaba de vuelta al lado de la cama ahora, arrodillado para estar al nivel de sus ojos. —¿Cómo te sientes? —preguntó tranquilamente.

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Eleanore lo observó y un peligroso pensamiento brilló en su mente.

Él que se llamaba Gabriel aclaró su garganta. —Uh, Uriel, yo no…

Eleanore no notó que Gabriel le había llamado por otro nombre. Ella no estaba prestando, a Miguel o Gabriel, ninguna atención en absoluto, de hecho. Su mano estaba formando un puño y sus ojos rápidamente se

entrecerraron. En este momento, toda su concentración estaba sobre una cosa y solo una cosa.

Con cada gramo de energía rejuvenecida que poseía, Eleanore recogió su brazo derecho y lo lanzó hacia adelante, contra la mandíbula de Christopher. Su cabeza cayó a un lado y él se desplomó hacia atrás, lejos de

la cama.

Con renovado vigor y la jubilosa y deliciosa impresión de que algo en su mundo finalmente tenía sentido, Eleanore se levantó. No estaba nada

débil o inestable.

—¿Querías saber si yo te perdonaría? —preguntó tranquilamente,

sintiendo que, juraba-por-Dios, flotaba cuando caminaba sobre sus pies y bajó su mirada al hombre guapo que estaba frotando cuidadosamente su mentón—. Bueno, por supuesto lo haré —replicó, sonriéndole dulcemente.

Miguel, que obviamente estaba tratando, muy duramente de no reír, como lo hacía Gabriel, levantó las manos en son de paz cuando Daniels les lanzó una mirada asesina a los dos. Los labios del hombre rubio estaban

fuertemente presionados en una sonrisa apretada que contenía su aparente diversión. Se encogió de hombros, impotente. —Gabe intentó advertirte,

hombre.

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8 Traducido por Violet_7

Corregido por Mali..♥

ay diferentes maneras en las que uno puede reaccionar cuando

se enfrenta con noticias que son o altamente improbables o increíblemente malas. Puedes gritar y llorar, o reír en un tono

realmente alto mientras simultáneamente hiperventilas. También puedes

rehusar a creerlas completamente y, en casos extremos, cerrarte por completo.

A menos que seas una mujer con la habilidad de ordenar rayos, mover objetos y curar la varicela.

—Pruébalo —Eleanore se sentó en la silla de madera junto a la mesa y

cruzó las piernas. Cruzó los brazos sobre el pecho y espero pacientemente. Sanar era una cosa. Había sido capaz de hacerlo desde que tenía dos años.

Pero las cosas que estos hombres afirmaban eran exageradas en un buen día. Y no había sido exactamente un buen día. Le dijeron, sin rodeos, que ellos eran arcángeles que habían venido a La Tierra hace dos mil años para

encontrar a sus Arcos, las que, aparentemente, eran sus almas gemelas, ángeles femeninos. Eso, en sí mismo, era una muy buena historia.

Además, afirmaban que cada uno tenía más o menos los mismos

poderes excepto por Miguel que era capaz de curar heridas y Azrael era capaz de hacer muchas cosas que los otros no podían. Esto parecía una clase de

giro extraño en su cuento, pero ellos no darían detalles y aparentemente “Azrael” no estaba allí para hablar por sí mismo.

Reclamaban fuerza supernatural, telequinesia, un vago control sobre

los elementos, la habilidad de pronosticar el clima con absoluta certeza y un talento para hablar, leer y escribir cualquier lenguaje en el mundo. Encima

de todo eso, afirmaban que podían usar las armas en formas que los guerreros humanos solo podían soñar.

Los hombres frente a ella se miraron los unos a los otros, sacudidos

por su petición.

—Estoy esperando —dijo, encogiéndose de hombros y arqueando sus

cejas.

—Está biennn… —El hombre cuyo nombre ella siempre pensó era Christopher Daniels, pero que ahora reclamaba que era el arcángel llamado

Uriel, estrecho su mirada en consideración y empujo sus manos dentro de

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los bolsillos de sus jeans. Movió sus botas y ladeo su cabeza a un costado—. ¿Qué tienes exactamente en mente?

Sus coloreados marcados ojos brillaban a la luz del fuego.

Aun es increíblemente sexy, pensó, cualquiera que sea su jodido nombre.

Recordó su beso, comenzó a sonrojarse y rápidamente miró al piso.

—Bueno, no lo sé —Se encogió de hombros otra vez—. ¿Te pueden

brotar alas o algo?

Gabriel rió en esa voz profunda y Eleanore le disparo una mirada de reojo.

—Bueno ¿puedes o no? —reitero.

—No, exactamente —Gabriel sacudió su cabeza.

—Abandonamos esas formas cuando vinimos aquí abajo —le dijo Miguel.

—Que conveniente —Bromeó Eleanore.

Los hombres se miraron unos a los otros, aparentemente impotentes hasta que Eleanore suspiro pesadamente. —Mira, no es tan difícil. Solo muéstrenme.

—Cristo —juró Gabriel, disparando una mirada asesina a Uriel—. Si mi Arco quiere que tu bailes la maldita giga18, te vale hacerlo jodidamente bien

—le dijo rotundamente. Después giro y sin advertencia, metió su brazo derecho al fuego de la chimenea.

En respuesta, este salto a la vida repentinamente y procedió a

dispararse hacia adelante unos seis metros desde la chimenea, sacando un chillido alarmado de Eleanore. Saltó de la silla en la que estaba,

preparándose instintivamente para correr o ejercer algún control paranormal sobre el fuego si comenzaba a esparcirse, pero se salvó del problema cuando de repente el fuego se congelo en hielo sólido.

Eleanore permaneció inmóvil y miro fijamente la maravillosa escultura de la naturaleza. Crujía tanto como lo haría una fogata, y resplandecía desde donde se cernía a unos metros sobre el piso de mármol, una columna de

agua congelada que había crecido de su opuesto elemental.

No tuvo oportunidad de comentar la muestra de poder de Gabriel, sin

embargo, ya que la tarea se deslizaba de un hermano a otro en una fracción de segundo y Uriel tomo las riendas. Alzó los brazos a los costados y cada mueble en la habitación, incluida la silla en la que Eleanore había estado

18 La giga es una alegre danza folclórica, de origen probablemente inglés, en que uno o dos solistas realizan pasos rápidos, saltados y muy complejos.

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sentada hace solo unos segundos, se alzaron del suelo y comenzaron a girar lentamente sobre sus cabezas.

Eleanore se quedó quieta, con la boca abierta ante la puesta en escena. Ella podía mover objetos también, pero nunca lo hubiera intentado con tantos, o nada más pesado que una silla. Usar sus poderes tendía a drenarla

terriblemente.

Uriel sonrió, ladeo la cabeza a un costado, y el mobiliario giro más

rápido y más rápido hasta que se volvió un borrón de cuero y tela. Cuando se detuvo, se había transformado. El canapé era ahora un sillón de desmayos. El sofá, un diván.

Hubo varios latidos de silencio atónito. Y entonces Uriel coloco las piezas de nuevo en el suelo.

Eleanore miro con ojos muy amplios a Gabriel y Uriel después giro a

Miguel. Se encogió de hombros y sonrió a Eleanore. —Ya has visto algo de lo que podemos hacer —le dijo en un tono amigable, recordándole que él, de

hecho, la había sanado—. ¿Ahora nos crees?

—Creo que eso es suficiente, chicos —dijo de repente una voz desde el marco de la puerta que guiaba al vestíbulo y a la salida de la mansión

después.

Eleanore reconoció al hombre que había hablado como Max Gillihan, quien sabía que era el agente de Christopher Daniels.

Uriel, se corrigió.

La mirada de Eleanore se estrechó en Gillihan mientras se sacó las

gafas y las colocó en el bolsillo delantero de su traje. Se dirigió a una gran silla mullida de cuero y se hundió en ella, cruzando las piernas en las

rodillas.

—La señorita Granger no se lo está creyendo.

—¿Creyéndomelo? —preguntó Eleanore, inmediatamente erizada por el

tono del hombre.

—Oh, tú crees que estos hombres tienen poderes, como tú, Señorita Granger. Pero no es por eso que estamos aquí ¿no es así? —No era una

pregunta. Eleanore sabía lo que quería decir. Él quería decir que aceptaba esas habilidades porque ella también las tenía y por eso era difícil ignorar

que cosas como esas eran posibles.

Era la afirmación de que eran ángeles, arcángeles, de hecho, lo que no se estaba creyendo.

—Señorita Granger, sé porque esto es difícil de aceptar para usted.

Eleanore clavo su dura mirada azul en el agente. —¿Sí? —pregunto,

ahora, de alguna manera irritándose—. ¿Y qué papel juega usted en todo esto, Señor Gillihan?

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Él era el agente de una estrella de cine. ¿Qué tenía que ver con esto, exactamente?

—Max no es solo mi agente —le dijo Uriel, como si pudiera leerle los pensamientos—. Él es nuestro guardián y lo ha sido por miles de años.

—Si —continúo Gillihan, su tono suave, su voz tranquila. Después

volvió a lo que estaba diciendo—. Y la razón por la cual es difícil para ti aceptar esto es porque si crees que Uriel y sus hermanos son ángeles, eso

significa que tienes que tomar el siguiente paso lógico y aceptar que tú también eres un ángel. Una Arco, para ser precisos.

—Ahora, escucha —Eleanore apretó los dientes y apunto al hombre—.

Vamos a dejar una cosa bien clara ahora mismo ¿sí? —Tomo una respiración profunda y sacudió la cabeza—. No soy un ángel —dijo rotundamente—, No tienes idea de la clase de cosas que he hecho en mi vida. No tienes idea de la

clase de persona que soy. Esto es ridículo.

Sacudió su cabeza otra vez y arrojo las manos al aire. Después cerró

los ojos, pesando sus palabras.

—Puedo ver que son todos muy especiales. Bravo por ustedes que pueden hacer las cosas que hacen. Pero no me gusta que me mientan. Mi

vida es suficientemente complicada y francamente —dijo, su tono bajando significativamente—, no creo en los ángeles.

—No te culpo —dijo Max con la mayor naturalidad—. El mundo en el

que vives carga con demasiadas cicatrices de batalla. Hay tanto dolor inexplicado y pérdida que incluso yo admito que es mucho.

Eleanore frunció el ceño, su mirada estrechándose. —¿Qué se supone que significa eso?

—Nada —dijo Max—. Solo entiendo de dónde vienes. Pero eso no

cambia el hecho de que Uriel, Miguel, Gabriel y Azrael son arcángeles, y también tú.

Las manos de Eleanore se volvieron puños, sus dientes se apretaron de irritación. —No soy el tipo de persona que… —rebusco por el término correcto, frustrándose cada vez más con cada segundo, hasta que

finalmente, se rindió y simplemente señalo hacia arriba—. Qué Él elige para volver ángel. Créeme. Solo soy una humana. Y no soy muy buena en eso.

—Ninguno de nosotros creerá eso por un segundo, Ellie —dijo Uriel desde atrás. No había notado que se había movido para estar tan cerca de ella. Se dio la vuelta para enfrentarlo, su pelo azulado volando alrededor de

ella mientras su oscura mirada encontró la de él. Estaba dándole una pequeña sonrisa. Como sus hermanos, usaba ropa ajustada sobre músculos muy desarrollados, que podía ver moviéndose con gracia debajo de su

camiseta térmica de manga larga.

Que mierda de distracción.

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—¿Qué demonios sabes tú? —le preguntó, intentando mantener su tono calmado y la atención fuera de su cuerpo.

—Sé que arriesgaste tu propia vida esta mañana para salvar a esos dos extraños.

—Cualquiera con mi habilidad habría hecho lo mismo —dijo ella,

sacudiendo su cabeza cansadamente.

—Mentira —La mirada de Uriel se estrechó—. Si hay algo que sé sobre

los humanos, es que la mayoría de ellos son imbéciles. He pasado suficiente tiempo castigando a los peores de ellos para estar seguro de eso.

Eleanore frunció el ceño, confundida. —¿Castigándolos? —pregunto,

descubriendo que su voz había perdido volumen.

Hubo un breve pero pesado silencio, preñado de secretos no dichos. Y entonces Miguel se aclaró la garganta desde donde estaba inclinado en el

marco de la chimenea.

—Uriel solía ser el Ángel de la Venganza.

Eleanore parpadeo. Se sentía extraña y desconectada. Como si hubiera sido catapultada no muy gentilmente hacia un sueño extraño. —¿El Ángel de la Venganza? —preguntó. Nunca prestó demasiada atención en

mitología cristiana, así que estaba impactada por lo que escucho. Se oyó a si misma hablando, pero no estuvo segura de que podría ser responsable de sus palabras en este punto—. Como con espadas en llamas, justicia,

golpeando a los pecadores ¿cosas como esas? —Su voz era casi un susurro ahora.

Uriel no dijo nada. Sus ojos brillaban otra vez.

Brillando, Eleanore se dio cuenta, como si las luces hubieran sido

encendidas detrás de ellos, innaturales y hermosos y oh, tan mal.

Al final, el arcángel asintió, admitiendo la verdad. Y, en ese instante, Eleanore supo que todo era verdad. Todo.

—Tu… —Se sentía mareada. Cerró los ojos y corrió las manos sobre su rostro, intentando enfriarlo. El mundo se había vuelto un confuso, caótico,

sin sentido y febril paseo de carnaval y Eleanore quería bajarse.

—Quieres decirme que castigas a las personas, los derribas o lo que sea que hagas… pero tú nunca… ¿los ayudas?

Nadie le respondió. Levanto la mirada hacia Uriel y después a Miguel. Y después a Gabriel y a Max. Encontró sus ojos, uno a la vez, mientras dijo—: Las mujeres son violadas una y otra vez en Sudan, saben —Su tono había

caído, su voz se había tranquilizado—, Niñas, ellas solo son pequeñas niñas…

Recordó leer los artículos y las imágenes que sus palabras evocaban.

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—Son secuestradas, golpeadas, torturadas y después les pegan un tiro o son cortadas en pedazos con un machete. Algunas son cocinadas y

comidas —Tragó fuertemente, forzando a la bilis repentina a bajar—. Y los hombres que hacen esto quedan impunes...

Sacudió su cabeza y miro de nuevo a Uriel. —Y ¿dónde estás tú

mientras todo esto está ocurriendo? Oh, claro. Estás en la televisión. Hablando con Jacqueline Rain. Estás en la gran pantalla, brillando con

colmillos falsos para quinceañeras en jeans Hollister y camisetas Hot Topic19 —Se rió, el sonido duro y frío incluso para sus propios oídos—. Eres jodidamente famoso —acusó—. El Ángel de la Venganza es famoso.

—Eleanore, hay algo que tienes que entender—comenzó Miguel, pero Eleanore le evito el problema de continuar. Giro hacia el rubio arcángel y le dio una mirada que sabía, reflejaba toda la ira que estaba sintiendo en ese

momento.

—Y tú... ¿Qué ángel eras tú, Miguel? ¿No me digas que eres Miguel, como el arcángel Miguel? Guau. Y aquí estás en esta hermosa mansión de mármol cuando tornados y huracanes están matando niños, y el sida y el cáncer están creciendo de forma galopante y cosas como la religión o la raza

están alimentando guerras que nunca terminan ¿Por qué es eso? ¿No tienes un hechizo mágico para esas cosas, Miguel? —No era realmente una

pregunta. Y sabiamente, Miguel no intento responderla.

—No. Claro que no —Ellie sacudió su cabeza decididamente y cerró los ojos, tanto cansada como desesperada por convencerse de lo que decía—.

Porque si lo tuvieras, ya lo habrías usado.

—Nunca tuvimos esas habilidades, Eleanore —le dijo Miguel. Se había

enderezado, empujándose fuera de la pared y ahora hubo una gran cantidad de calmada influenciada a través de sus palabras—. Incluso antes de que nos dieran forma humana, no éramos para nada omnipotentes —Miro hacia el

suelo y se encogió de hombros sin poder hacer nada—. Es algo que las personas nunca han entendido.

Eleanore no estaba aplacada para nada. Si algo hizo sus palabras, fue

enojarla aún más. —¿Lo que estás diciéndome es que los Ángeles no son nada más que trucos santos parlantes? —dijo suavemente—, ¿Hermosos,

brillantes y algo llamativos, pero completos inútiles de mierda? —susurro esto último, girando en el lugar para enfrentar cada una de sus miradas mientras tranquila pero firmemente ponía la acusación sobre la mesa.

Era un desafío en toda regla. Quería que le dijeran que se equivocaba. Los estaba retando, prácticamente rogándoles, que le probaran lo contrario.

19 Hollister y Hot Topic: marcas de ropa.

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Pero ninguno de ellos podía aceptar ese desafío, porque al final, ella sabía que tenía la razón. Cualquiera que fueran sus razones, habían fallado

en salvar al mundo de la maldad en él. Y ellos perderían.

—Yo no soy un ángel —repitió Eleanore—. No soy una de ustedes.

Aunque tuvo que alzar la voz, estaba claramente disgustada ahora;

Uriel podía sentir su ira congelando su piel y calentando su rostro. Se sentía como un hombre hambriento mirando hacia el agua para encontrar un pez

gigane20 oler la lombriz del anzuelo y luego verlo girar y nadar a toda prisa lejos.

Estaba perdiéndola. Ahora nunca la ganaría de vuelta; se escabullía de

su agarre. Porque lo odiaba. Los odiaba a todos ellos. Y desde su perspectiva, tenía todo el derecho a hacerlo. Demonios, tampoco podía culparla.

Uriel metió las manos en sus bolsillos, sus labios presionados en una siniestra línea. Entonces sintió el brazalete, el suave metal acariciaba la punta de sus dedos. Cerró los ojos cuando el latido de su corazón aumento y

su estómago dio un tirón. Siempre estaba eso. Como último recurso. Sí Ellie elegía pelear contra ellos en esto y rehusaba quedarse en la mansión, sería fácil de ganar para Samael. No podía dejar que eso pasará.

Y hablando del Caído, Uriel no podía ni comenzar a contarle sobre Samael hasta que al menos aceptará quien era. Una cosa dependiendo de la

otra.

Eleanore finalmente bajó la cabeza para refregar sus ojos. Después de una larga pausa de silencio, susurró: —Quiero ir a casa.

—Allí no será seguro para ti —le dijo Max—. Puede que haya perdido a alguien en el sitio del accidente esta mañana y no debemos olvidar el

mensaje transmitido que Christopher Daniels te envío —Aquí, se detuvo y le disparo a Uriel una mirada acusadora.

—Oye, ella dijo que me perdonaba por eso.

Gillihan rodó sus ojos. —Temo que en el mejor de los casos, estás mejor permaneciendo aquí hasta que podamos determinar el mejor y el más seguro curso de acción desde este punto en adelante.

Otra vez, Eleanore estaba en silencio, no por primera vez desde que la conocía, Uriel se encontró deseando poseer la habilidad de Azrael de leer las

mentes. Se preguntaba que pensaba.

Finalmente, suspiro y sus hombros cayeron. —Esto es demasiado…

Max estaba de pie y fuera de su asiento en un destello. Camino hacia

ella, su expresión era una de profundo entendimiento y preocupación. —Lo sé, Ellie —dijo mientras venía a pararse frente a ella y le ofreció la mano.

20 Pez gigane hace referencia a la especie de pez.

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Miró hacia él y, por alguna razón, la tomó. A Uriel le impresionó, pero no estuvo sorprendido. Max solo tenía esa cosa con la gente…

—Resolveremos esto —dijo el guardián suavemente, dándole un apretón a su mano—, Mientras tanto, podemos traer lo que sea que necesites de tu apartamento a la mansión.

—Necesito llamar a mis padres —masculló. Pero el tono de su voz sonó entumecido. Era una clase de suave monotonía, sin inflexiones; un tipo

distraído de murmuro, hecho solo como un reflejo vocalizado de algún pensamiento interno problemático.

—Claro —dijo Max, dándole un apretón final y gentilmente dejándola

ir. Miró hacia Uriel—. Hice que trajeran su auto aquí y lo colocaran en el garaje. Su cartera y su teléfono están en el asiento del pasajero.

Uriel asintió. —Los traeré —Sacó las manos de sus bolsillos—. Ellie —

dijo suavemente.

Ella giro para enfrentarlo, él vio la confusión en sus ojos. Estaba unido

con cansancio y redoblada por incredulidad. Se encontraba casi en shock. Frunció el ceño y muy gentilmente ahueco el costado de su rostro con su mano.

Instintivamente ella cerró los ojos con su toque y la esperanza floreció dentro de Uriel. Era un comienzo.

—¿Te gustaría venir al garaje conmigo? ¿Tomar algo de aire fresco? —

preguntó. Recordó los paquetes de chocolate Ghirardelli21 en los estantes de su cocina—. Y podemos detenernos en la cocina en el camino; puedo

prepararte un chocolate caliente.

Eleanore lo miró y él espero conteniendo el aliento por su respuesta. Finalmente, ella asintió con la cabeza. —Aire fresco estaría bien.

Y chocolate, añadió con una sonrisa. Apuesto que la tendré para el chocolate.

Samael levantó la vista de su escritorio ante el tentativo sonido de un

golpe en la puerta, conocía bien el golpe; lo había escuchado, en sus diferentes formas, por miles de años. Excepto cuando no era un golpe, sino

un lento y ansioso ojeo detrás de la solapa de una carpa. Pero eso fue en otro mundo y en otro tiempo.

—Entra, Lilith.

La puerta se abrió para revelar a una mujer pequeña en una falda de lana, medias de nylon, botas hasta la rodilla, y una camisa abotonada de

21 Chocolate Ghirardelli: nombre de la marca del polvo de cacao.

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seda. Un par de lentes para leer colgaban de una larga cuerda de cuentas alrededor de su cuello. Su cabello marrón oscuro estaba pulcramente

recogido atrás en una coleta baja que resplandecía bajo las luces de la oficina. Su piel era suave y sostenía un brillo juvenil, pero sus ojos oscuros eran ancianos.

Se detuvo dentro de la oficina, miró a Samael por un largo y silencioso momento, y después lentamente cerró la puerta detrás de ella. Luego ladeo la

cabeza y dijo—: Querías verme.

Samael suspiro pesadamente y se recostó en la silla. —Necesito que me hagas un favor.

—¿Otro más? —preguntó suavemente, casi con tristeza—. Este comportamiento tuyo es autodestructivo, Sam.

Ella era la misma encarnación de la contradicción. Lilith debería estar

tan amargada y enojada como él lo estaba. Más aun, de hecho. Ella había sido la primera de las creaciones del Hombre Viejo que fue expulsada,

arrojada hacia abajo y olvidada. Cuando ocurrió, hace eones, el momento había marcado el amanecer de la última epifanía condenatoria de Samael.

El Hombre Viejo no era, de hecho, todo lo que pretendía ser.

Pero ese era otro tema. Lilith debería haber estado llena de justificada ira y deseo desesperado de venganza. En cambio, ocupaba su tiempo

leyendo, viajando, aprendiendo y preocupándose perpetuamente por Samael.

Era confuso…

Samael pensó por un momento antes de echarse atrás en la silla de

cuero de su oficina. —Esto es diferente.

—¿En serio? —preguntó Lilith mientras se adelantaba y tomaba

asiento en una de las sillas alineadas del otro lado del escritorio. Cruzó las piernas y colocó las manos en el regazo—. Sí es diferente, entonces no involucrará un contrato, claro. Y no tendrá nada que ver con tus hermanos

—Parpadeó unas pocas veces, para transmitir una falsa inocencia y esperó a que respondiera.

Un músculo en la mandíbula de Samael tembló y su mirada gris se estrechó.

—No son mis hermanos.

—Son más tuyos que míos.

—Eso no es decir mucho.

—Todos tenemos el mismo padre ¿no es así?

Samael se inclinó hacia delante y juntó las manos sobre el escritorio.

—¿Me harás el favor o no?

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Lilith suspiro y frunció los labios. Era un gesto extrañamente entrañable. Era una mujer muy atractiva con piel de porcelana, fina

estructura ósea y una delicada forma, aunque siempre elegía vestirse conservadoramente, preocupándose más por la comodidad y la funcionalidad que por la apariencia. El efecto era lindo en un grado casi

doloroso.

Esperó un largo tiempo antes de hablar. Finalmente, con un tono que

reflejaba el agotamiento que debía sentir dentro, muy profundamente, preguntó—: ¿Qué quieres que haga?

*****

—Estoy en Hogwarts22 —murmuro Eleanore cuando pasaron otro

corredor que no debería haber estado allí. La mansión era inmensa y parecía no estar atada a las leyes de la física. Solamente seguía y seguía.

—Te acostumbraras —le dijo Uriel, la esquina de sus labios doblándose en una autocrítica y muy atractiva sonrisa.

Cuando alcanzaron la puerta del garaje, giro para enfrentarla y

Eleanore se encontró a sí misma muy nerviosa. Se encontraba a solas con Christopher Daniels otra vez. Había estado suficientemente nerviosa cuando él era solo una estrella de cine pero ahora era también un ángel.

—Escucha —dijo suavemente—. Realmente siento lo que te hice en la televisión nacional —Sacudió su cabeza y rió por lo bajo—. Estaba

desesperado por verte otra vez. Seriamente no pensaba con claridad —Se detuvo y preguntó—: ¿Me permitirás hacer las paces contigo?

—¿Eres realmente un arcángel? —Eleanore preguntó.

Uriel parpadeo. —Lo era. No estoy seguro de cómo nos llamarían ahora —Se encogió de hombros—. Dos mil años en este planeta le hacen cosas

extrañas a un hombre. Hemos cambiado.

—¿En una buena o mala forma?

Entrecerró los ojos un poco mientras consideraba como responder a

esa pregunta. Y después sacudió la cabeza. —Solo somos diferentes. Algunos buenos, otros no tan buenos.

Eleanore procesó eso y tomo un profundo y purificador respiro. El

chocolate caliente la había ayudado mucho. Él lo preparaba perfectamente, con toneladas de pequeños malvaviscos.

—Ellie, por favor ¿me acompañarías a la gala el jueves? —Hizo la pregunta tan de repente y tan suave, que no estuvo segura al principio de si

22 Hace referencia a la famosa academia de la Saga Harry Potter.

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lo había escuchado correctamente. Pero la mirada en su apuesto rostro era una de sincera esperanza, parecía superar cualquiera cosa que hubiera

jamás pretendido sentir en la gran pantalla. Muchas mujeres hubieran asesinado porque él las mirara de esa manera.

—¿Tendría que comprar un vestido nuevo?

—No me importa si vas en pantalones cortos y patines —dijo con una sonrisa. Y entonces sus ojos verdes brillaron con algo travieso—, de hecho,

eso quizás no sea mala...

—¿Y me pasarás a buscar? —Ellie lo interrumpió rápidamente para cambiar de tema.

Se rió entre dientes. —Claro.

Eleanore se detuvo y trago fuerte. La próxima pregunta era la única que realmente importaba. —¿Y serás capaz de… manejar las cosas si algo

ocurriera?

Uriel frunció el ceño. Se inclinó, solo un poco. —¿Cómo qué, Ellie?

Amaba cuando decía su nombre de esa manera. Nunca la había llamado de otra forma y sonaba perfecto viniendo de su lengua.

—No lo sé... ¿cómo equipos SWAT23 y helicópteros y esposas y hombres

en batas blancas de laboratorio con agujas llenas de tranquilizantes? —Se encogió de hombros e intento sonreír, pero le había ocurrido antes y las imágenes corriendo por su cabeza eran muy reales y la asustaban mucho.

Bajo la cabeza y miró el piso.

Uriel delicadamente tomo su barbilla entre sus dedos y alzó su cabeza

hasta que encontró sus ojos. Sus ojos verdes se habían endurecido, dejándola paralizada. Su tono bajo aún más. —Ellie, háblame ¿Alguien te hirió?

Fragmentos de imágenes brillaron en su ojo mental: cielos empapados de lluvia, charcos de lodo, perros ladrando y agujas. Se estremeció y ante la

muy determinada y preocupada expresión de Uriel, suspiro en resignación.

Y le contó todo.

Allí y entonces, en el vestíbulo fuera del garaje en su magnífica, mágica

mansión, Eleanore le relató la historia de su vida, sus poderes y los extraños hombres que habían cazado a su familia. Le contó sobre su escape por los pelos cuando tenía quince años, sobre como siempre se mudaba y para su

horror, se encontró a sí misma compartiendo cuán sola se sentía a veces. Las amistades eran a larga distancia. Las relaciones con el sexo opuesto eran

inexistentes.

23 SWAT: hace referencia a las unidades especializadas en intervenciones especiales de gran peligro de diversos cuerpos policiales de Estados Unidos.

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Solamente le había gustado un chico, Kevin, cuando tenía quince y eso nunca había llegado a ninguna parte porque tuvo que abandonar su casa

antes de siquiera tener la oportunidad de hablar con él en persona.

Uriel era el único hombre que jamás había besado.

Y aunque intento detenerse, realmente le dijo mucho. Mientras admitía

esto al final, maldiciendo un poco, ahogo un sollozo y forzó a sus ojos a permanecer secos. Toco su brazo y ella se estremeció; el sentimiento era

eléctrico. Ahora se sentía expuesta frente a él y no podía encontrar su mirada.

Pero el pensamiento de él besándola perseguía su mala memoria. Su

cercanía era como estar de pie cerca de una caldera sexual. Se sentía no solo vulnerable, sino de repente expectante. Esperanzada.

Por segunda vez ese día, Uriel ahueco su barbilla y movió su cabeza,

forzándola a mirarlo. Jadeo cuando vio que sus ojos brillando como habían hecho cuando había levantado todo en la habitación con su poder de la

telequinesia.

Ahora lucía como un ángel, sobrenatural y poderoso. Podía imaginar fácilmente alas en su espalda. Esos brillantes ojos verdes la sostenían en su

lugar como seguramente podrían hacerlo sus brazos.

—Ellie, no permitiré que nadie te lastime. No ahora. Ni nunca —Sacudió su cabeza una vez—. ¿Entiendes eso?

Eleanore se las arregló para asentir. Apenas.

Luego Uriel libero su mandíbula y colocó las manos en la pared detrás

de ella, atrapándola contra esta; ella retrocedió contra la dura superficie y no podía ir más lejos. Sus ojos fueron hacia sus labios y viceversa. Estaba tan cerca...

—Sé que no lo entiendes completamente aun y sé que te tomará un tiempo aceptarlo, pero tú y yo somos… —Se detuvo, como buscando las

palabras correctas—. Fuiste hecha para ser protegida por mí —finalmente le dijo—: No hay ninguna fuerza en la Tierra que pueda pasar sobre mí cuando tú estás del otro lado —Sacudió la cabeza, bajándola para mirarla a través de

esos antinaturales ojos determinados—. Prometo mantenerte a salvo —juró—. Siempre.

La cabeza de Eleanore se hundió. Él olía tan bien; siempre olía tan

bien. Como el cuero de su chaqueta y ese perfecto jabón especiado, masculino. Él llenaba sus sentidos, sin dejar lugar para pensamientos.

Otra vez, tragó duro. De repente estaba teniendo algunas dificultades para respirar. Pero algo se quejaba en su consciencia. Había algo dejado sin hacer, sin resolver, flotando en la vaguedad y ambigüedad.

Siempre había poseído una dura terquedad y esta vino a jugar justo ahora. Justo cuando parecía que iba a besarla, y, Dios ella quería que lo

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hiciera, reunió todas sus fuerzas y se forzó a enderezarse. Con algo de esfuerzo, irguió los hombros, extendió la mano, y coloco la palma contra su

pecho.

Él esbozó una sonrisa irónica y miro hacia su mano.

Dios, él se siente bien...

Podía sentir los músculos debajo de su toque, duros, enroscados y fuertes, esperando, como magia no explotada.

Cristo, no puedo concentrarme...

Cerró los ojos y dijo rápidamente—: Necesito aclarar algo —Hablo de prisa, como si quizás no lograra sacar las palabras sí no las decía todas de

una vez.

—Dices que fui creada, junto con otras tres como yo y que fuimos arrojadas al viento y aterrizamos aquí abajo. ¿Así como así?

Abrió los ojos otra vez y dejo caer su mano. Fue difícil de hacer. Sus dedos inmediatamente extrañaron sentirlo. Pero apretó los dientes y se forzó

a empujarse hacia adelante. —¿Y después eligieron venir tras nosotras? ¿Solo así? ¿No hay nada más en la historia? Quiero decir, ¿Por qué fuimos arrojadas como basura en primer lugar? Somos... —Aquí, se detuvo,

sorprendida de cuanto le dolería decir la siguiente palabra—. ¿Somos errores?

Los ojos de Uriel se ampliaron. Instantáneamente se separó de la

pared. —Dios, no.

Eleanore jadeo cuando cogió sus brazos y la acerco hacia él, toda su

forma irradiando una intensidad que no había estado allí hace unos segundos antes. Sus brillantes ojos verdes destellaron fuego naranja

mientras sacudía la cabeza.

—No, Eleanore. Absolutamente no. Tú eres... —Su mirada viajo a través de sus ojos, sus mejillas, sus labios, su cabello negro azulado y

retorno a sus ojos. El espacio entre sus labios era de repente como el espacio entre el dedo de Adan y Dios en la Capilla Sixtina—cargado, eléctrico, tan pequeño y a la vez tan grande.

—Tú eres la perfección —le dijo, su voz no más que un susurro—. En cada sentido de la palabra.

—Entonces ¿por qué fui expulsada? —susurró.

Uriel frunció el ceño y ella podía ver las ruedas girando detrás de esos hermosos ojos. Había algo más ahí, algo que no le decía.

—¿Qué es? —preguntó Eleanore, necesitando saber.

—Es complicado —Sacudió su cabeza, solo un poco.

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Su mandíbula se endureció y por un momento, Eleanore pensó que no iba a decírselo.

Pero entonces dejo salir la respiración por su nariz, y cerró los ojos. —Pero fuiste tan honesta conmigo, así que...

Su tono era de cansancio y derrota, estaba claro para Eleanore que él

preferiría hablar sobre cualquier otra cosa en ese momento que sobre lo que estaba por decir.

Abrió los ojos y retrocedió, solo un poco, dejando caer sus brazos desde donde la habían atrapado contra la pared.

—Mis hermanos y yo no éramos los únicos arcángeles —comenzó—.

Había otros. Uno, en particular, había sido el favorito del Hombre Viejo desde la creación. Entonces Miguel llegó y —pausó como inseguro de cómo

enunciar sus palabras—. De alguna forma, Miguel tomó su lugar. Hubo un montón de desconfianza. Algunos Ángeles no sentían que El Hombre Viejo tuviera ya la cabeza en su sitio. Las disensiones causaron grietas y nos

separó en facciones.

La mirada de Uriel viajó hacia el cabello de Eleanore y suavemente

cogió un mechón para, lentamente, acariciarlo entre sus dedos mientras habló.

—Un día, El Hombre Viejo nos apartó a un lado y nos dijo que tenía un

regalo para nosotros. Nos mostró cuatro estrellas en el cielo. Brillaban más fuerte que las otras. Nos dijo que había una para cada uno. Nuestras almas

gemelas, nuestras Arcos —Uriel soltó su cabello y pasó su mano por el suyo propio—, Hemos existido por tanto tiempo y —Dio una pequeña sonrisa, extrañamente irónica—, somos todos hombres. Estábamos solo más allá de

toda la creencia.

Eleanore imagino ese mundo mientras él hablaba. No podía evitar hacerlo. Y como siempre ocurría cuando se enfrentaba a algo triste, su

corazón empático dolió por él.

—El Hombre Viejo había decidido recompensarnos por la lealtad que

siempre le habíamos mostrado creando estas ángeles femeninas solo para nosotros —Él dulcemente ahueco su mejilla y acaricio con el pulgar a lo largo de su mejilla, calentándola hasta la médula—. Para que ya no estuviéramos

solos —añadió suavemente.

Uriel parpadeo, frunció el ceño y miro hacia el piso ahora, como

perdido en las partes oscuras de sus recuerdos.

—Mientras estábamos de pie allí, el arcángel que había caído en desgracia del Hombre Viejo vino detrás de nosotros. Su nombre era Samael.

Él no estaba solo. Y demandó que El Hombre Viejo crease Arcos para él y para los otros arcángeles. Siempre quería cualquier cosa que otro poseyera.

Era su idea de justicia —Uriel suspiro—, Cuando El Hombre Viejo se rehúso,

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hubo una revolución. Tu seguridad fue amenazada. Para protegerlas, decidió esconderlas enviándolas lejos del reino y hacia este.

Uriel miró a Eleanore.

—Nosotros cuatro decidimos que queríamos venir tras ustedes. Nunca antes se había hecho. Ningún ángel había caído a la Tierra antes. No

teníamos idea de lo que nos esperaba —Se encogió de hombros—. Pero El Hombre Viejo nos concedió nuestros deseos y partimos. Pensamos que sería

mucho más fácil de lo que fue. Desafortunadamente, sus almas fueron diseminadas y no teníamos idea de dónde buscar. Nuestra comunicación con El Hombre Viejo fue cortada completamente; no hemos sido capaces de

comunicarnos con él en dos mil años. Es como si hubiéramos entrado a un universo completamente diferente. Por lo que sabemos, ustedes cuatro

podrían estar en el limbo por eones o podrían nacer una y otra vez y las perderíamos de casualidad —Se encogió de hombros y sacudió la cabeza—. Es sorprendente cuan poco entendíamos del reino humano antes de

experimentarlo por nosotros mismos. Incluso El Hombre Viejo no tiene ni idea —Ante eso, se detuvo y frunció el ceño. En una voz más suave, dijo—: a

veces creo que aún no lo hace.

Eleanore estuvo en silencio mientras digería esto. Tenía que haberse sentido abrumada, pero aparte de su anterior ira inicial, se sentía

extrañamente… en calma. Eso explicaría mucho. Porque siempre había sido tan diferente. Su habilidad para sanar, de repente, incluso tenía sentido, que

nunca le había realmente importado su falta de cualquier tipo de novio. Los hombres siempre estaban vagamente interesados en ella, pero cuando tenía que empacar y moverse, eran la última de sus preocupaciones.

Y ahora sabía porque. Ellos no estaban hechos para ella.

Uriel sí.

Eso explicaría su fascinación con él desde lejos. Porque soñaba con él y leía sus artículos e incluso se sentaba frente a sus películas solo para poder mirar sus ojos verdes.

—Tú... pareces bien con esto —dijo Uriel. Lo miró para encontrar una casi dolorosa expresión esperanzadora en su apuesto rostro—. ¿Lo estás?

Eleanore dio una pequeña sonrisa y se encogió de hombros. —Sabes,

creo que realmente lo estoy —Le creía. Creía en Max. Era una Arco y Uriel era su alma gemela. Era una asombrosamente pacifica realización. Como si

hubiera tenido una rasguño que no pudo alcanzar en toda su vida. Y ahora ya no picaba.

—¿Quién está haciendo tu trabajo ahora que ya no eres el Ángel de la

Venganza? —preguntó suavemente. Era algo que se había estado preguntando desde que él lo había admitido.

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—Nadie. Los humanos ya no necesitan que los ángeles hagan su trabajo. No es que nunca lo hubieran necesitado. Los humanos tienen

imaginaciones sorprendentes y su capacidad para castigarse los unos a los otros sobrepasa cualquier cosa que a mí se me hubiera ocurrido. Al final, la venganza encuentra su propio camino, como lo hace todo lo que alguna vez

enviamos a este mundo.

Ellie no dijo nada. No podía discutir con eso.

Uriel la tomo por los antebrazos, apretándolos suavemente. —¿Estamos bien? —preguntó, sus ojos ya no brillaban.

Se encogió de hombros y le ofreció una confusa pero amistosa sonrisa.

Él sonrío de vuelta, luciendo aliviado.

Luego se alejó de ella y abrió la puerta del garaje. Una vasta oscuridad que hacía eco se abría más allá de la vista, y él camino dentro. Eleanore

parpadeo mientras sus ojos intentaban ajustarse y dudosamente lo siguió, mirando alrededor mientras lo hacía. La puerta del garaje era sólida pero

interrumpida por varias ventanas polarizadas y listones de vidrio transparente que permitían la entrada de muy pequeños rayos de luz solar en el vasto garaje. Las ventanas eran mayormente polarizadas para proteger

los trabajos de pintura de los vehículos dentro. Algo zumbaba eléctricamente en la oscuridad y algo más campanilleaba en un ritmo mecánico. Maquinaria de algún tipo.

Oyó a Uriel correr la mano por la pared, y giro para verle buscar la luz. La encontró, presiono el interruptor y los tubos fluorescentes surgieron a la

vida sobre ellos. El garaje quedo repentinamente iluminado, parpadeando a la vista. Eleanore se detuvo en su camino y observó.

Uriel desapareció en la fila de vehículos y lo perdió de vista. —¿Qué

son todos estos coches? —preguntó, su tono lleno de dudas. El “auto” más cercano a ella era por lejos el más raro, y apenas reconocible como algo que

se movía—eran las ruedas lo que la hacían creer que era alguna clase de dispositivo de transporte. De otra forma, lucía como algo de la Edad Media. Sus ruedas eran enormes, su “carruaje” no era más que un vagón gigante

plano y el artefacto completo estaba conectado a un enorme tanque cónico con un tubo gigante sobresaliendo de él.

Eleanore se movió lentamente hacia él y coloco la mano en el carruaje.

—¿Qué demonios es esta cosa?

—Es técnicamente el primer automóvil inventado —le dijo Uriel, su voz

traída desde algún lugar lejano en el garaje—. Fue diseñado en 1335 por un hombre llamado Guido da Vigevano24. Era también un doctor y un buen amigo de Miguel.

Un amigo de Miguel…

24 Guido da Vigevano. físico e inventor italiano.

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La golpeo entonces, en ese momento. Cuán verdaderamente viejos eran Uriel y sus hermanos. Una cosa es que alguien te diga que eran inmortales.

Es otra estar de pie a centímetros de alguna prueba de ello.

Eleanore se alejó del vehículo y bajó la vista hacia su mano. Acababa de tocar el primer automóvil jamás construido. ¿Cuántas personas podían

decir eso? —¿Funciona?

—No sin ayuda —respondió Uriel, de pronto cerca de ella una vez más.

Eleanore saltó y giró para enfrentarlo. No lo había escuchado venir a su lado. Él sonrió. —¿Y estos otros autos?—Gesticulo a la larga fila de vehículos que parecía progresar desde lo más antiguo a los más modernos en

una sólida línea de historia.

—Todos inventados o propiedad de personas que hemos conocido a través de los años. Miguel ama cualquier cosa con ruedas, así que la mayoría

de ellos son suyos.

—Ya veo —Eleanore miró del vehículo de 1335 al siguiente, que parecía

un triciclo masivo con tuberías de vapor y ventilaciones por todas partes. Después de ese vino una reconocible máquina de vapor, aunque pequeña. Luego algo parecido a lo que ella hubiera identificado como un Modelo T25.

Después, era una larga línea de suavizados ángulos, mejores trabajos de pintura, menos madera, más cuero, goma y cromo.

Eleanore abandono el saliente donde estaba de pie y camino frente a la

línea de autos hasta que estuvo frente a uno de los primeros modelos de una Harley-Davidson. —¿A Miguel también le gustan las motocicletas?

—Como dije, cualquier cosa con ruedas.

Eleanore tuvo que sonreír ante esto.

Samuel Lambent amaría esto, pensó.

Alguien se aclaró la garganta detrás de ellos y Eleanore y Uriel giraron para ver a Miguel y Gabriel de pie en el portal del garaje.

—¿Qué piensas? —preguntó Miguel, con orgullo evidente en sus rasgos.

—Creo que eres un demonio de coleccionista. Conozco a alguien que

probablemente pagaría el mejor precio por esa —Señalo hacia la Harley.

—¿Si?—preguntó Miguel, de alguna forma divertido—. No está a la

venta. Pero por curiosidad ¿quién?

—Samuel Lambent —respondió Ellie sin pensar.

25 Modelo T: Modelo de automóvil creado por la compañía Ford.

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El garaje cayó en silencio alrededor de ella y miró hacia arriba para ver a cada uno de los hombres mirándola fijamente, sus expresiones un tanto

afectadas en sus apuestos rostros.

—¿Qué? —preguntó con los ojos muy abiertos.

Gabriel miro a su hermano. —Necesitamos hablarle sobre Sam.

Eleanore giró de él hacia Uriel, quien la observó y después miro lejos, como si no pudiera encontrar su mirada.

—Ya lo conoció, Uriel, y sabes que ha obtenido la impresión equivocada sobre él —dijo Miguel.

—¿Quién? —preguntó Eleanore, incapaz de detenerse—. ¿Tengo la

impresión equivocada de quién?

—Samuel Lambent —respondió Gabriel, antes de que Uriel pudiera.

—Suficiente, Gabe. Yo manejaré esto.

—Bueno entonces, pero mejor hazlo pronto; el maldito obviamente se hizo pasar por un héroe.

Eleanore giró para enfrentar a Uriel una vez más y se llevó las manos a las caderas. —¿Qué demonios está pasando, Christopher? —Se corrigió a sí misma con una rápida sacudida de su cabeza—. Quiero decir Uriel —Iba a

tomarle un tiempo acostumbrarse, sin importar cuan atraída estaba hacia él.

—Ustedes dos váyanse —Uriel apuntó a sus hermanos con una dura, mirada significativa. Miguel se encogió de hombros y se fue de inmediato.

Gabriel regreso la mirada oscura con una propia, asintió una vez a cada uno de ellos y luego siguió afuera a Miguel, cerrando la puerta detrás de él.

Finalmente, Uriel giro de Nuevo hacia Eleanore y suspiro. —Lo siento, Ellie. Ellos tienen razón. Debemos hablar sobre Samuel Lambent.

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Traducido por Violet_7 & Panchys

Corregido por Mary Ann♥

Qué hay sobre él?

—Él no es lo que pretender ser —dijo Uriel.

—¿Sacaste mis cosas del auto?—preguntó ella, cambiando de tema rápidamente y alejándose de él para quedarse parada en la punta de los pies observando la larga línea de vehículos. Probablemente buscaba su propio

Mini Cooper26. Sin embargo, estaba claramente incomoda con el tema de Lambent y no quería discutirlo. Él se preguntaba por qué.

Uriel miro fijo la cabeza de Eleanore y frunció el ceño. —Ellie, necesitas escucharme ahora mismo. Lo que estoy tratando de decirte es muy importante.

Se movió hacia adelante para tomar su brazo y girarla, pero mientras se acercaba, los delgados rayos de sol de las rendijas de las ventanas del

garaje cambiaron y una oleada de ellos golpeo sus ojos. Entrecerró los ojos, instantáneamente irritados y retrocedió.

Entonces frunció el ceño otra vez. Eso era raro.

—Ellie, por favor, voltéate y háblame.

—No puedo ver mi auto desde aquí debe estar detrás de esa SUV27 allá —Camino delante de la fila de autos una vez más y se vio forzado a seguirla.

Instintivamente, giró su rostro lejos de la luz de las ventanas, sin siquiera darse cuenta de que lo estaba haciendo.

Ella se estaba moviendo rápido y él podía sentir su irritación creciendo. —Eleanore, Samuel Lambent no es solo un magnate de los medios y sé que piensas que es un buen tipo…—Se encogió cuando el sol lo golpeó una vez

más, pero apretó los dientes contra el dolor—. Pero no podrías estar más equivocada —terminó con la mandíbula apretada.

Eleanore se agachó entre dos vehículos a su izquierda y Uriel apresuradamente fue tras ella. —Ellie, su nombre no es en verdad Samuel. Es Sama…

26 Modelo de automóvil que se caracteriza por su pequeño tamaño. 27 SUV: Nombre que se le da las camionetas todoterreno o a los autos utilitarios.

¿

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Un dolor agudo se disparo a través de su ojo derecho y dentro de su cráneo, inmediatamente punzando todo desde el cerebro hasta el estómago

con agonía. Se detuvo instantáneamente y una vez más por instinto, se alejó de las ventanas, aferrándose a sus intestinos mientras se agachaba detrás de la gran SUV a su lado. Se agazapó y cerró los ojos. El dolor se alivió, y

mientras lo hacía, notó que su respiración era dificultosa. Pesada.

¿Qué me está sucediendo?

Esto no era normal. Raramente sentía dolor, y cuando lo hacía, era fugaz o una herida, en cualquier caso, Miguel lo curaría y eso sería todo. Esto era diferente.

Algo estaba definitivamente mal.

—¡Aquí esta! —Eleanore llamó a varios autos de distancia.

Uriel la ignoró y se concentró en su cuerpo. El lado interior de su muñeca izquierda punzaba. Debajo del zumbido de las luces sobre su cabeza, que de repente eran más fuertes que antes, también distinguió el

sonido de algo salpicando.

Gota… gota… gota…

Intento estabilizar su respiración y escuchar más de cerca. Después

miró para ver pequeñas, brillantes manchas carmesí en el pulido suelo de concreto del garaje. Cada flor de rojo oscuro era un poco más grande que la

anterior. Mientras las miraba, otra flor se unió al grupo. Y después otra.

Venían de la punta de sus dedos. Lentamente, giro su mano. Un río de brillante rojo se dispersaba a lo largo de su palma y hacia abajo por sus

dedos. Siguió su rastro hacia la ahora manchada manga de su camiseta térmica y entonces rudamente la empujo hacia arriba en su brazo.

Su muñeca estaba sangrando. La herida era pequeña pero profunda; era la perforación que se había hecho el mismo con la hoja de la punta de la lapicera de Samael. Pensó que había sanado —aparentemente no.

—¡Eleanore! —Alzó su cabeza y la descansó en la parrilla del vehículo detrás de él. Cerró los ojos y espero su respuesta.

—¿Sí?—ahora estaba más lejos.

—Por favor…—Ven aquí, pensó, queriéndola cerca. Necesitándola cerca—. ¡Necesitas saber la verdad! —le dijo, incluso cuando el dolor estaba

de regreso en su cabeza y le arrebató temporalmente el aire de los pulmones. Tragó fuerte varias veces, empujo abajo la bilis, y continúo—. Samuel

Lambent es uno de n…

Eso fue lo más lejos que llegó antes de que la verdadera tortura lo golpeara. Hubo un sonido desgarrador dentro de su cráneo y sangre explotó

en su boca. Gritó, incapaz de detenerse, y golpeó su cabeza contra la tapa del radiador de la SUV. Sus encías sangraban y palpitaban con una angustia

diferente a cualquiera que haya conocido en su larga existencia. Con una

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fascinación desconcertada, mortificada, Uriel sintió a sus colmillos estirándose detrás de su lengua.

Oh Dios, pensó. ¡Azrael! ¡Ayúdame!

Ahora estaba petrificado con el conocimiento absoluto de que una transformación estaba sucediéndole. El miedo por sí mismo era

suficientemente malo; el miedo por Eleanore era más grande. Ella estaba en este garaje con él—en alguna parte—y el hambre que crecía en su interior y

despertándose lo asustaba hasta los huesos. Podía oler su sangre donde continuaba acumulándose en su palma y se derramaba sobre el suelo del garaje.

Y también podía olerla.

Había solo un hombre en el que pudo pensar que quizás sería capaz de ayudar. Solamente Azrael poseía la habilidad de oírlo. Pero era de día y El Enmascarado estaría confinado por el sol en su alojamiento bajo la mansión.

La desesperación se deslizo a través de Uriel. Jadeo por aire bajo la

arremetida y gritó otra vez, usando toda su capacidad mental. No había nada más que hacer.

¡AZRAEL!

—¿Uriel?—La voz de Eleanore vino tentativamente alrededor de varios autos más lejos—. ¿Estás bien?

Podía sentir que algo estaba mal. Él sabía que era parte de ella, de su habilidad para sanar. Sabía eso ahora; mientras sabía con espantosa

seguridad que sí no se alejaba de ella lo más inhumanamente posible, iba a lastimarla.

Cuando le había jurado que no permitiría jamás que nadie le hiciera

daño, no había considerado que una de las personas de quienes la tendría que proteger era de si mismo.

Az. Por favor ayúdame.

Y entonces escuchó la voz de Azrael en su cabeza. Estoy enviando a los otros, Uriel. Intenta permanecer calmado.

El tono de su hermano era tranquilo y controlado, pero poderoso en la forma en que cargaba a través de la mente de Uriel e hizo eco en las cámaras de su inconsciencia. Instantáneamente lo llenó con esperanza. Estaban en

camino.

Al mismo tiempo, escucho los pasos de Eleanore acercándose.

—¿Uriel? ¿Dónde estás? ¿Estás bien? —ahora estaba más preocupada y moviéndose rápidamente de vehículo en vehículo. Podía olerla acercándose…. Ella olía como… como…

Oh mierda.

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Olía como a sexo y a cena y satisfacción y cielo y él estaba en agonía, su interior anudado, su cuerpo en fuego y congelado a la vez, sus colmillos

ahora totalmente desarrollados y sus encías zumbando. Su visión se había vuelto levemente roja y todo en la habitación estaba completamente muy brillante. Su cabeza se sentía como si estuviera por explotar.

Explotar…

A menos que hundiera sus colmillos en la garganta de Eleanore y la

bebiera. Su sangre detendría su dolor. Terminaría con esta tortura. Ahora sabía en lo que se convertía. Había representado el papel lo suficiente en la pantalla como para reconocer los síntomas. No tenía idea de cómo estaba

sucediendo o por qué, pero se estaba volviendo un vampiro.

Y necesitaba a Ellie…

—Ellie, estoy aquí —susurro, graznó y la llamó.

En un giro, sus pasos cambiaron de dirección, rompiendo en una carrera mientras la acercaban a él. Levanto la mirada cuando ella vino por la

esquina.

—¡Eleanore, retrocede!

La puerta del garaje se abrió sobre sus bisagras golpeando

ruidosamente contra la pared adyacente. Eleanore se detuvo sobre sus pasos y miró hacia Gabriel, Miguel y Max Gillihan. Ellos corrían hacia ella.

Como a cámara lenta, miró hacia Uriel. Ojos rojos como el fuego la

miraron de regreso, congelándola en el camino. Su apuesto rostro se había vuelto pálido, su cabello estaba más largo y más oscuro, sus labios estaban

separados para revelar el par más cruel de colmillos que nunca había visto. Eran blancos como la luna, largos, afilados y levemente bañados en su propia sangre. Su cuerpo estaba sacudiéndose, temblando de profana

necesidad; podía sentir su dolor y sabía qué estaba sucediendo en su cuerpo como siempre sabía cuándo miraba el sufrimiento. Sus duros músculos estaban aún más pronunciados de lo normal y un profundo gruñido gutural

emanaba del hueco de su garganta.

Eleanore no podía gritar. Ni siquiera podía jadear. Todo lo que podía

hacer era estar de pie allí y observar a través de ojos amplios mientras el monstruo que momentos antes había sido un arcángel se alzaba de posición agachada y saltaba hacia ella.

Entonces todo ocurrió muy rápido; el tiempo pareció tomar velocidad e impulso para que cada evento se difuminara en una rápida sucesión; los rasgos transformados de Uriel se apresuraron hacia su rostro; alguien

estaba empujándola bruscamente, su mano golpeando su pecho con tanta fuerza que sacó el aire de sus pulmones; cayó hacia atrás golpeando

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violentamente una de las paredes del garaje, golpeando su cabeza contra el concreto y sus labios contra un cofre de herramientas de metal mientras caía

al suelo, atónita.

Hubo un rugido —y después un gruñido—... algunos gritos, cosas rompiéndose. ¿Destrozándose?

Eleanore parpadeo perezosamente; el mundo estaba fuera de foco y los sonidos eran distantes, como un eco.

Estaba asustada. También tenía mucho sueño. Pero lo peor de todo eran las náuseas. Vinieron rápido y furiosamente, como lo hacían con las migrañas y Eleanore intento no vomitar. Le tomo medio segundo más antes

de estar cerrando los ojos otra vez y convocando todas sus fuerzas para sanarse a sí misma. Sabía que era su cabeza. Sabía eso como si pudiera ver la herida desde el punto de vista de un doctor. Vio la conmoción cerebral y la

sangre juntándose bajo su cráneo y se concentró en eso —y en las náuseas—que eso creaba.

Justo cuando las náuseas bajaron y Eleanore estaba otra vez descansando su cabeza contra la pared para exhalar con nuevo cansancio, sintió una respiración en su mejilla. El garaje se había vuelto extrañamente

tranquilo.

Abrió los ojos. Uriel se arrodillo ante ella, sus manos presionaban la pared a ambos lados, atrapándola allí. Los iris de sus ojos estaban rojo

fuego; podía en realidad ver el movimiento de llamas dentro de ellos. Desnudó sus colmillos y un profundo, lento, gruñido predador los rodeo a

ambos como un trueno.

Eleanore trago duro, los latidos de su corazón aumentando unos cientos de grados. ¿Qué demonios le está sucediendo a él? Una vez más, su

vida se había precipitado hacia un maldito caos.

—Uriel —dijo suavemente, intentando desesperadamente encontrar la

fuerza para razonar con él. La auto-supervivencia estaba golpeando. Podía sentir un poco de su poder aún allí, pero había usado mucho sanando su conmoción. Aun así, si lo necesitaba, ella podía mover algunos objetos,

quizás apuntar hacia su cabeza.

—Por favor no me lastimes —susurró—. Lo prometiste.

Miró dentro de esos ojos y se sintió perdida. El mundo a su alrededor se disolvió en un fondo monocromático. Él es un vampiro. Era irracional e imposible, pero ahí estaba. Se había convertido en el Jonathan Brakes de la

imaginación de América. Se había convertido en el vampiro, la oscuridad, el hambre.

Le sentaba bien, pensó Eleanore. Era uno de esos locos, pensamientos sin sentido que corría sin impedimento a través de la mente de una persona cuando se balanceaba al borde de la locura inducido por el miedo.

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Es hermoso. Va a asesinarme, pero es precioso.

Entonces las esquinas de la boca de Uriel se alzaron, creando la más

ligera, cruel sonrisa.

—Ahora puedo leer tu mente —le dijo, su voz más profunda y más seductora de lo que había sido antes. ¿Puedes oírme, mi amor?

Estaba sobresaltada de que él pudiera hacer que sus propios pensamientos fueran escuchados además de ser capaz de leer los suyos. La

risa de él hizo eco a través de su mente, baja, retumbante y erótica. Y los ojos de Uriel brillaban, sus pupilas de pronto expandiéndose para casi devorar sus iris rojos ardientes.

Eleanore no desperdicio energía gritando. En cambio, se enfocó como nunca lo había hecho, notando varias cosas en una rápida sucesión. La

espalda de la chaqueta de cuero de Uriel estaba humeando.

Había una fina línea de luz desde las rendijas de las ventanas del garaje formándose sobre él desde detrás. Había una motocicleta a unos

metros de distancia de ambos.

Y entonces Eleanore concentró cada onza del poder restante que poseía y envió la motocicleta detrás de Uriel levantándola de su lugar de reposo y

rápido, a toda velocidad, hacia las ventanas oscuras polarizadas del garaje. La envió volando tan rápido como pudo y espero que golpeara el vidrio lo

suficientemente fuerte como para destrozarlo.

Lo hizo.

La puerta del garaje se sacudió violentamente en sus marcos cuando la

motocicleta se estrelló contra el metal, abollándolo bajo su peso de cromo. El vidrio explotó instantáneamente, astillándose en un millón de pequeños

fragmentos de cristal y floreciendo hacia el exterior en trozos brillantes de destrucción. El sonido debió darle a Uriel una pausa, porque su sonrisa se había ido y sus pupilas instantáneamente se encogieron a su tamaño

normal, revelando una vez más sus rojos y ardientes iris.

Y después la luz entró libremente a través de las ventanas y Uriel estaba agachándose, rodando, corriendo por cubrirse detrás de la SUV en la

que había estado agazapado momentos antes.

Eleanore entrecerró los ojos ante la repentina luz solar que inundaba el

garaje, y luego escaneo sus alrededores, buscando a los otros arcángeles. Miguel salía desde donde había aparentemente sido arrojado contra una pared lejana, su pecho cubierto en sangre.

La mirada de Eleanore abandonó su cuerpo y viajó al aparente cuerpo roto de Gabriel donde yacía boca abajo, a pocos metros de Miguel. La parte de atrás de su cabeza estaba ensangrentada; enmarañaba cabello oscuro y

manchaba su cuello y su brazo derecho. Un terror familiar corrió a través de ella cuando se dio cuenta de que no tenía la fuerza necesaria para traer a un

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hombre adulto de regreso del borde de la muerte. Pero cuando él, también, comenzó a estirarse y empujarse hacia arriba del suelo, el alivio fluyo por su

sistema.

Max Gillihan no estaba en ninguna parte. Eleanore miró hacia Uriel una vez más. Estaba acorralado seguramente en las sombras detrás del gran

vehículo y actualmente lanzándole una dura mirada con ojos enfadados.

Se quedó abrumada bajo esa mirada; había tal determinación detrás de

ella, rozada con el odio. Pero también había dolor en esos ojos. Siempre sería capaz de reconocer tal cosa. Y a pesar del obvio peligro que él poseía mientras se agazapaba allí y la marcaba con esa mirada, ella estaba

sufriendo por él. Por todos los razonamientos lógicos, apenas lo conocía. Y aun así él era todo. No podía soportar verlo sufrir.

Uriel… intentó, pensando que podría alcanzarlo más efectivamente a

través de sus pensamientos.

Uriel, no sé qué te está sucediendo, pero podemos averiguarlo juntos. Quiero ayudarte.

El bajo gruñido regreso, profundo y resonante como el trueno.

Por favor confía en mí, Uriel. Comenzó a hablar rápidamente en su mente ahora, intentando distraerlo de su dolor y hambre; casi podía sentirlo ella misma, de la misma forma que siempre hacia con aquellos sufriendo.

Sé que algo extraño está sucediendo —algo antinatural. Sé que te has convertido en un vampiro. Pero confió en ti. Se sumergió, esperando que al

menos algo de esto estuviera llegando. Tenemos que arreglar esto; me debes una gala el jueves.

—Eleanore, aléjate de allí —Miguel le gritó, con una voz mucho más débil de lo que había sido antes. Miró en su dirección para encontrarlo doblado en dos, su brazo aferrado fuertemente alrededor de su sangrienta

cintura. Aún no se había curado, y porque ella había crecido con la misma habilidad sanadora, automáticamente asumió que eso era porque no quería desperdiciar poder en caso de que lo necesitase para algo peor más tarde.

Cuando giro de regreso a Uriel, fue para encontrarlo con la cabeza baja; ya no la miraba. Sus ojos estaban cerrados, sus manos cerradas en

puños junto a sus sienes.

¿Uriel? Susurro mentalmente.

Duele… vino la débil, rasposa respuesta. Aún en su mente, él sonaba

agonizante.

¿El sol? Se atrevió.

Todo. El sol —su voz empática continuó—el hambre. . .

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—¡Tenemos que llevarlo dentro! —Eleanore se volvió a Miguel, y luego a Gabriel, que ya estaba de pie sobre sus dos temblorosas piernas, apoyándose

contra la pared del fondo. Ambos la miraron como si fuera verificable.

—¡Por favor! —Los llamó. Sus piernas temblaban debajo de ella. Se sentía tan cansada como lo había hecho después de la curación de la niña y

su padre en el accidente esa mañana.

Gabriel cerró los ojos y pasó su mano por la nuca de su cabeza. Se

estremeció, silbando entre dientes. Entonces abrió los ojos otra vez, ahora de un brillante y fundido platino, y los niveló en Eleanore. La sorprendieron, obligándola a dar un paso atrás.

—Primero, dile que se ponga el brazalete de mierda —gritó Gabriel con dureza, tosiendo después. La sangre apareció en sus labios.

Eleanore frunció el ceño y se volvió a Uriel. ¿El brazalete? Le preguntó,

forzando el pensamiento mental en su cabeza.

Inteligente… me impedirá… usar mis poderes, vino su agonizante

respuesta. Uriel bajó sus manos, aflojó sus puños, y metió la mano derecha en el bolsillo delantero de sus pantalones. Cuando volvió a salir otra vez, sus

dedos agarraban el brazalete de oro fino que había estado usando cuando había estado en su apartamento. Se sacudió en sus manos temblorosas y se estremeció cuando reflejó un haz de luz del sol, como para aumentar su

potencia cruel.

De ninguna manera, pensó Ellie. ¿Era cierto? ¿La historia que le había

dicho acerca del brazalete, era todo verdad? ¿Era realmente mágico? Si lo que le había dicho era cierto, uniría todas sus capacidades sobrenaturales en el interior de su cuerpo. Sería dejarle indefenso. Recordó cuánto había estado

confundida acerca de por qué un ángel necesitaría limitar sus facultades. Él le había dado esa sonrisa enigmática y un encogimiento de hombros.

Ahora lo sabía. Los ángeles no eran necesariamente siempre ángeles.

Miró mientras bajaba la pulsera hacia su muñeca izquierda y tocaba su carne. Al contacto, la corona de oro se evaporó en otro despliegue de luz y

luego reapareció, perfectamente envuelta alrededor de su brazo.

Y eso responde a la pregunta de cómo la obtuvo, pensó.

Se dejó caer de sus manos y cayó de bruces. Al mismo tiempo, tanto

Gabriel como Miguel estallaron en movimiento, corriendo a agarrar a su hermano por los brazos, uno a cada lado. Eleanore dio un paso atrás

saliendo del camino mientras ellos lo levantaban de su posición de rodillas.

Instantáneamente, un rayo de luz golpeó su mano izquierda y el lado izquierdo de su cuello y rugió de dolor. Lo dejaron mientras se agachó,

tratando de cubrir la rojez que había aparecido en una línea en el cuello y el dorso de la mano.

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¡Aquí! Max estaba de vuelta y corriendo desde la entrada del garaje hasta donde los tres se agachaban detrás de la negra camioneta. Llevaba lo

que parecía ser una lona de cuero grueso. No dudó en lanzar el material negro sobre la forma humeante de Uriel. Miguel y Gabriel de inmediato la

envolvieron alrededor de él más apretada y luego, con un asentimiento a los demás, una vez más trataron de sacarlo de las sombras del Bronco y a través del garaje. Esta vez, no hubo grito de agonía y el equipo fue capaz de moverse

rápidamente.

Fuera de las ventanas rotas del garaje, el cielo comenzó a oscurecerse

con nubes de tormenta. Nadie más que Eleanore lo notó. El tiempo había reflejado siempre sus emociones. Ahora no era diferente. Ella estaba desgarrada tanto por el miedo de Uriel, como por el miedo por él y el cielo

estaba rasgado también entre la luz y la oscuridad del edificio.

Mientras los dos hombres dieron paso a su hermano de vuelta a la

mansión, Eleanore se quedó atrás. Se sentía como un recipiente compuesto por el desconcierto y la adrenalina. Justo cuando había llegado a aceptar que Uriel era un arcángel y ella era su Arco, justo cuando pensó que en realidad

podría estar bien con los jodidos acontecimientos de los últimos días, él había cambiado.

Se había convertido en otra cosa. No se sentía segura de qué hacer

ahora. No estaba segura de qué pensar. Estaba adormecida, en shock. Más que un poco confundida.

Max se volvió mientras los hermanos pasaban y suavemente tomó a Eleanore por el brazo. —¿Estás bien? —preguntó, llevándola hacia la puerta también.

Ella asintió. Luego sacudió la cabeza. —¿Qué le pasó? —preguntó. Su voz estaba más aguda de lo normal.

El ceño de Max se frunció con preocupación. —No lo sé —le dijo—. Vamos a llevarte dentro.

Se volvió para ir con él, pero de repente se detuvo. —E-espera —dijo,

temblando violentamente. El shock se estaba estableciendo. Max debió haberse dado cuenta y lo reconoció como lo que era porque se sacó su chaqueta con un encogimiento de hombros y la colgó sobre sus hombros.

—¿S-sabía él que algo como esto iba a suceder? —Le castañeteaban los dientes ahora, como si acabara de salir de una piscina fría—. Quiero decir…

él t-tenía ese brazalete puesto, ¿verdad? —Ellie miraba hacia él—. Me d-dijo lo que hace. ¿Por qué estaba llevándolo si no s-sabía que esto p-pasaría?

Max Gillihan visiblemente palideció. Parpadeó detrás de sus gafas y

miró hacia otro lado, tomando una respiración lenta y profunda. —Es complicado —le dijo—. Entra, Eleanore. No está haciendo mucho calor. Te voy a hacer un poco de café o té.

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Una idea vino estrellándose contra ella en ese momento, chocándola como si hubiera cruzado la calle en contra del tráfico. —Oh mi D-

Dios. Significa que era para mí ¿no? —Ella sabía que era verdad, incluso mientras lo decía. Uriel no sabía que esto iba a suceder, no sabía que se convertiría en un vampiro, por cualquier extraña razón. Había estado

llevando el brazalete para su uso en ella. Porque ella era un ángel. Una Arco.

Max cerró los ojos y puso sus manos sobre sus caderas, sus labios en

una línea delgada, triste. Pensó largo y tendido sobre su respuesta antes de contestar. Luego dijo: —Como he dicho, Ellie, es complicado. —Suspiró derrotadamente y dejó caer sus hombros—. La pulsera era solo por

precaución. No teníamos idea de cómo ibas a reaccionar al aprender lo que eres. La mayoría de las mujeres en estos días se enojaría contra la idea de haber sido creada para un hombre.

Estaba tratando de razonar con ella, pero solo medio-escuchaba ahora. No estoy a salvo aquí, pensó. Era un pensamiento irracional e

inducido por el shock y golpeó en su mente como un pinball. En primer lugar ellos son ángeles y también lo soy yo y ahora Uriel es un vampiro y sé que ellos iban a usar el maldito brazalete en mí… Continuó temblando, pero su enfoque se agudizó y su mirada se estrechó. No puedo confiar en estos hombres. No puedo confiar en Uriel.

Max abrió los ojos y estudió su expresión. —Hay mucho que explicar, Eleanore, y siento que todo esto esté saliendo de esta forma. No podría haber

ido peor. Pero si nos das una oportunidad, vamos a hacer lo correcto. —Max se volvió y se dirigió a la puerta del garaje—. Por favor, ven conmigo y veré

que entres en calor.

Se detuvo en el pasillo cuando se dio cuenta que ella no lo seguía y se volvió para mirarla. Eleanore se balanceaba un poco sobre sus pies, pero se

las arregló para encontrarse con su mirada. Y luego llamó a los rayos adelante de los cielos.

Sabía exactamente cuándo agacharse y cubrir sus oídos.

La electricidad al rojo vivo serpenteaba a través de las ventanas del garaje, no saliendo de la tierra como se suponía, pero naciendo de algún

lugar desconocido en el cielo y fuera de su inquebrantable voluntad. El camino de su calor quemó el aire detrás de Eleanore mientras se iba hacia el suelo, cubriéndose la cabeza con desesperación. El dorso de sus dedos y

nudillos quemados mientras pasaba. En alguna parte de arriba, atacó a través de la pared y Eleanore sabía que había tomado una ruta directa a través de Max Gillihan en su camino.

Ella no se molestó en darse la vuelta y mirarlo después de que los truenos habían cesado en su auge. Al contrario, se empujó a sus manos y

rodillas, sacudió la cabeza para despejarse y luego se puso de pie. Solo entonces se tomó la molestia de mirar.

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Gillihan estaba acostado sobre su estómago, boca abajo y había una marca negra de quemadura en la espalda de su camisa. Cerca de sus dedos

inmóviles había un brazalete de oro. Eleanore lo reconoció al instante. Era otro brazalete exactamente como el que Uriel había utilizado solo en sí mismo.

Hijo de puta, pensó. Iba a usarlo en mí. Hombre inteligente. Lo hubiera salvado de un rayo.

Con ese pensamiento, se agachó, recogió el brazalete y se lo metió en el bolsillo. Luego se volvió para hacer a toda prisa su camino a través del garaje hacia la ventana que había roto la moto. Utilizó una camioneta para llegar

hasta la ventana. Los cristales le cortaban las palmas de las manos mientras subía, pero apenas notó el dolor. Una vez arriba, plantó su bota izquierda

con firmeza en el cristal y luego saltó hacia la cornisa y salió al patio más allá.

Fue una suerte que hubiera sacado el truco al mismo tiempo que

estaba en el primer piso. La hierba en la que aterrizó era espesa y húmeda. El aire estaba cargado de humedad, como si acabara de ver el paso de una tormenta de verano.

Eleanore se enderezó lentamente y miró a su alrededor. La carretera en frente de la mansión estaba desierta y sin pavimentar, el barro era fresco y

profundo, una tormenta había llegado definitivamente antes. Charcos de agua sucia llenaban la calle en los baches sin fondo.

Se volvió y miró hacia el edificio del que acababa de escapar y se

sorprendió al encontrarse a sí misma mirando a la puerta de un viejo granero. No había ninguna mansión a la vista.

Eleanore quedó boquiabierta durante unos segundos, completamente aturdida. Por fin, negó con la cabeza, decidió atribuírselo a otra imposibilidad sobrenatural y se volvió hacia el sucio camino.

La tierra a través de la calle estaba sin desarrollar y densa con matorrales, cardo ruso y bajos árboles que estaban más espinosos que hojas. El follaje era así en el oeste de Texas.

Eleanore no perdió tiempo en carreras de velocidad sobre el largo y cuidado césped de la mansión… o granero. El desierto aire era frío y húmedo

en el crepúsculo después de la lluvia y ya comenzaba a sentir el frío a través de su ropa. Las temperaturas caían drásticamente durante la noche en Texas. Tenía que llegar a la ciudad, encontrar un teléfono y llamar a alguien

en busca de ayuda antes de que llegara a la hipotermia.

Lástima que su coche se encontraba atrapado en el garaje de la mansión. Dondequiera que estuviera.

Sabía que tenía que actuar antes de que se pusiera el sol, porque algo le decía que cuando lo hiciera, Uriel el vampiro no estaría ya adolorido. Y

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apostaría que iría detrás de ella. La mirada en sus ojos le había asegurado eso y más.

—Santa mierda, ¿qué te pasó? —preguntó Gabriel.

Max se separó de la pared de la arcada que conducía a la habitación de

Miguel y se quitó la mano de su boca donde había estado sosteniendo un pañuelo blanco contra sus labios. Que estaba manchado de sangre. —Fui golpeado por un rayo.

Gabriel frunció el ceño y luego estiró el cuello para mirar alrededor del todavía cuerpo humeante de Max. —¿Dónde está Granger?

—Se ha escapado.

Miguel se levantó lentamente de donde había estado sentado al lado de la forma semi-inconsciente de Uriel. El arcángel-convertido-en-vampiro

estaba con las piernas abiertas y esposado, gruesas cadenas atrapando sus brazos y piernas a la cabecera y las patas de una cama de metal con marco.

—¿Qué quieres decir con que se ha escapado? —preguntó Miguel.

Max tiró el pañuelo en la mesilla de noche y luego se congeló cuando los ojos de Uriel se abrieron de golpe y su cabeza se volvió hacia él.

—Estás sangrando —dijo Uriel. Su voz no era la suya. Todavía era

extrañamente profunda y tenía una extraña cualidad de eco. Sus ojos también ardían aún de un rojo brillante, ardiente.

—Así es —dijo Max en voz baja. Miró a su pupilo con una cautela que no estaba de humor para exponer en ese momento. Se sentía más dolorido y quemado en ese momento. Literalmente.

Piezas de su camisa y pantalón de traje faltaban en manchas oscuras y su pelo, también era algo más oscuro de lo que debería haber sido. Si

hubiera sido humano, estaría muerto sin ninguna duda. Así las cosas, sin embargo, su recuperación estaba tomando un poco más tiempo de lo que a él le gustaba.

—Tu novia me atacó con mil millones de voltios de electricidad. Me temo que me mordí la lengua en el proceso.

Uriel no dijo nada. Simplemente siguió observando a Max con los ojos

ardiendo hasta que Max no pudo aguantar más y se alejó. Se dirigió a Miguel en su lugar. —Tiene miedo de nosotros. Utilizó lo último de su poder para

golpearme con el rayo y luego tomó el brazalete que había estado a punto de colocar en ella. Salió corriendo por la ventana rota del garaje.

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—Ella se cortó —dijo Uriel entonces, llamando la atención de todos. El ángel-convertido-en-vampiro miraba hacia el techo ahora—. Tienes algo de

su sangre en ti cuando estabas buscando por la ventana, sin duda.

—Es Sherlock Holmes, el sangriento no-muerto —murmuró Gabriel, los ojos muy abiertos.

Él, Max y Miguel se miraron, y luego Max les hizo una seña hacia la puerta abierta que llevaba a la sala de más allá. Captaron la pista y lo

siguieron. Una vez fuera, cerró la puerta detrás de ellos a pesar de que eran conscientes que si Uriel realmente se había convertido en un vampiro, serviría de poco.

—¿Iban a obligarla? —preguntó Miguel, de buenas a primeras.

—Ella sabía del brazalete; me imagino que Uriel le habló. Y descubrió que él lo estaba llevando para su usarlo en ella. Estaba en shock y no

confiaba en como reaccionaría. Con buena razón, al parecer —explicó Max.

Miguel y Gabriel no dijeron nada.

Max cambió de tema. —Sé lo que pasó en el garaje. El contrato que firmó Uriel debe haber tenido algún tipo de estipulación dentro de ella, una cláusula oculta, si se quiere, que le impide hablar de Samael.

—Estoy seguro de que lo leyó antes de firmar —dijo Miguel.

—Es por eso que sugerí que estaba oculto —dijo Max.

Miguel se pasó una mano por el pelo, frustrado y Gabriel juró por lo bajo.

—Por lo tanto, cuando empezó a decirle a Eleanore la verdad, él

también empezó a cambiar —explicó Max.

—Ese hombre… tiene un maldito gran sentido del humor.

Max asintió con la cabeza y respiró hondo. —¿Qué hizo Uriel con el contrato después de que lo firmó? —le preguntó a Miguel.

Miguel negó con la cabeza y se encogió de hombros. —Dijo que había

desaparecido.

—Tenía miedo de eso. Tendré que ir a recuperar una copia. Por suerte, se me ocurre donde puede estar Samael. —Max se enderezó, y añadió—:

Hasta entonces, los dos tendrán que vigilarlo de cerca. Azrael pasó por mucha hambre cuando fue convertido. Cuando se despierte, infórmenlo de la

situación. Él sabrá mucho mejor que ustedes cómo hacer frente a uno de su propia especie.

—Creo que es bastante fácil de decir que tiene hambre —sugirió

Gabriel.

—Sí ¿y qué propones hacer al respecto? —preguntó Max.

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Gabriel se encogió de hombros y meneó la cabeza. —Solo estoy diciendo.

—Vamos a averiguarlo —dijo Miguel—. Ahora, ¿qué hay de Eleanore?

—Se fue en algún lugar en las afueras de la ciudad en la que vive, por lo que yo podría decir —comentó Max—. La mansión se reparó a si misma

casi inmediatamente después de su partida y ha cambiado desde entonces. Tiene que haber sabido que ella quería ir a casa, por lo que la llevó

allí. —Hizo una pausa y consideró sus siguientes palabras antes de decir—, creo que el mejor hombre para rastrearla es Azrael. Será pronto de noche. Nadie es mejor en la búsqueda de presas en la oscuridad de lo que es

él.

Miguel y Gabriel digirieron eso en silencio cauteloso. Pasó un largo rato antes de que Miguel suspirara profundamente y asintiera con la cabeza. —Ve

a buscar el contrato, Max. Averigua qué diablos está pasando.

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10 Traducido por DaniO

Corregido por Mary Ann♥

uando la vida es incierta y te encuentras repetidamente en la

carrera, aprendes a tomar ciertas precauciones. Haces planes. Si crees que podrías estar estancado en algún lugar de repente, sin dinero, inviertes en una pieza de joyería que puedes empeñar en

cualquier momento, luego formulas un plan que incluya la obtención de transporte, comida y alojamiento.

Hace tiempo, Eleanore se aseguró de dejar en pie una cuenta en Western Union28 y memorizar el número de recogida. Luego planeó cuáles serían sus próximos movimientos, así que ahora sabía usar computadoras de

bibliotecas, Craigslist29 y taxis.

Eleanore planificaba sus próximos movimientos incluso mientras sus

pies golpearon el barro debajo de ella. Sentía el cuerpo cada vez más frío en el exterior y cada vez más caliente en el interior. Si aún tuviera cualquiera de sus poderes, hubiera hecho al sol brillar, pero estaba rendida y la noche

transcurría de todos modos.

Tal y como estaban las cosas, sabía que sería muy afortunada si alcanzaba un teléfono antes de que alguien de la mansión lograra localizarla.

Mientras corría, luchó contra la idea de contactar con sus padres. Era su instinto recurrir a ellos. Siempre habían estado ahí para ella y eran las

únicas personas en las que confiaba plenamente. Sin embargo, no estaba segura de querer envolverlos en todo este desastre. Y ni siquiera estaba segura de que en verdad los necesitara.

Tenía un diamante en una larga cadena alrededor de su cuello, que su madre le dio para situaciones de emergencia. Lo llevaba escondido debajo de

sus camisetas y había sido así durante tanto tiempo, que normalmente olvidaba que incluso se encontraba allí.

Sabía usar computadoras locales para encontrar un carro que

estuviera a la venta de acuerdo con su presupuesto. Y también taxis o

28 Es una compañía que ofrece servicios financieros y de comunicación. Tiene su sede en los

Estados Unidos. 29 Es una red centralizada de comunidades urbanas en línea, ofreciendo anuncios

clasificados gratis de empleo, vivienda, sentimentales, artículos para la venta/trueque/se busca, servicios, comunidad.

C

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autobuses públicos y alias para desplazarse entre ciudades en este tipo de situaciones.

Tal vez no necesitaría llamar a su madre o su padre. Uriel le había mencionado la habilidad mágica de la mansión para transportar gente a través de extensos espacios y toda la zona suroeste lucía bastante igual con

sus matorrales y tierras planas, por lo tanto, no podía estar segura si se encontraba en el estado correcto o no. Pero si estaba en algún lugar cerca de

su hogar en Texas, entonces podía hacer esto por sí sola. Por otro lado, si estaba al otro lado del estado, o peor, en Arizona o Nuevo México, entonces había mucho terreno que cubrir antes del amanecer.

Eleanore alejó la imagen de Uriel y sus colmillos de su mente. Y de repente, se sintió muy cansada. No sabía siquiera si confiaba completamente en sí misma para pensar con la claridad suficiente para no quedar atrapada

esta noche.

Ni siquiera sabía que había pasado antes. Era tan jodidamente

confuso. Solo sabía que Uriel era más de lo que había afirmado ser y que esa mirada en sus ojos en el garaje era mortal.

Me escuchó. Pensó erráticamente. Me escuchó cuando le hablé telepáticamente, lo que sea que estuviera pasando con él, trató de tranquilizarse por mí…

No sabía por qué eso era importante. Simplemente estaba aterrada y eso era todo lo que podía percibir en el momento. El estómago comenzaba a gruñir de hambre, sus manos y pies estaban fríos, se encontraba más que

sedienta y el costado le estaba lanzando puntadas. Era bastante difícil contemplar la realidad y llegar a una verdad más profunda cuando te sentías

como basura.

Más adelante, la sucia carretera se convertía en grava y la atmósfera se empañaba con niebla. Pudo ver el comienzo de la pista de aterrizaje

pavimentada. Se dirigió en esa dirección, con la esperanza floreciendo dentro de ella.

Azrael bajó la mirada hacia el hombre que se encontraba encadenado

al metal de la cama. Estaba oscuro, y habían crecido profundos círculos debajo de los ojos cerrados de Uriel, sus labios estaban pálidos.

—El tiempo no está de nuestro lado. Debe alimentarse pronto o morirá

—dijo Azrael suavemente—. Ya está ido —En verdad, se veía bien muerto, pero Azrael sabía lo contrario.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Miguel, viniendo por detrás. —Sé que

él se ve mal, pero ¿eso no es solo una cosa vampírica?

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—Un vampiro debe alimentarse todas las noches o no sobrevivirá —Le dijo—, y estuvo despierto durante el día. No tienes idea de lo agotador que es;

si no consume sangre humana pronto, no habrá salvación para Uriel. —No estaba totalmente seguro de que incluso eso fuera suficiente para salvarlo.

—Tienes que estar bromeando —Gruñó Gabriel, enredando una mano

a través de su cabello negro. Casi todos los rastros de su acento se habían ido ya; cambiaban acorde con su humor y la gravedad de la situación—. ¿Va

a morir? —preguntó, mirando firmemente el fuego.

Azrael conocía bien a sus hermanos. Reconocía el dolor desplomado en la figura de Gabriel. Uriel y él nunca se habían llevado bien. Y sin embargo,

en el fondo, apostaría que ellos dos eran los más cercanos entre los cuatro. Azrael era la oveja negra del grupo y cercano a ninguno. Miguel era el líder nacido del equipo y tendía a imponer normas inalcanzables. Uriel y Gabriel

estaban en igualdad de condiciones y siempre había sido así. Ellos podían simpatizar el uno con el otro y aunque eso facilitara las peleas entre ellos,

también hacía su vínculo más fuerte. Siempre herías a quienes más amabas.

Contempló lo que se necesitaba hacer. Sabía que Eleanore estaba sola en la noche y que necesitaba ir tras ella. Pero lo más urgente por el momento

era obtener sustento para el agonizante recién creado vampiro.

Tendría que ir a cazar en representación de Uriel. Ninguno de los otros ángeles entendería esto, o serían capaces de ofrecerse a sí mismos para

semejante tarea. Dependía de él.

Azrael asintió una vez y se preparó para dejarlos. Pero luego la olió. Era

una esencia distinta, suave, caliente y sutil. Y con un carácter similar. Eventualmente, los vampiros detectaban tales toques y aprenden inconscientemente a asignar estas características a las cosas que olían; una

esencia individual, se convertía en una firma de lo que eran, como las líneas de sus caras o el sonido de sus voces. Por eso no estaba sorprendido por las

gentiles pisadas que se escucharon tras la puerta.

—Quizás sea capaz de ayudarlos —dijo la voz de una mujer.

Los otros se volvieron, Azrael se les unió mirando brevemente la

pequeña forma de Lilith, que estaba con una mano apoyada casualmente contra el marco de la puerta.

La carretera se había solidificado bajo sus pies y, quince minutos

después, Eleanore agradecía de todo corazón a la pareja que le había dado un aventón a la tienda de comestibles más cercana.

Había una cabina telefónica en la pared que estaba a uno de los lados

del aparcamiento. Entró en la tienda y se tomó unos minutos para calentarse. Compró la cosa más parecida a una barra proteica que pudo

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encontrar y la acompañó con una botella de Dasani30. Una vez que estuvo más o menos cómoda, tomó prestado un rollo de papel si usar y en bolígrafo

del cajero más cercano y se dirigió a la cabina telefónica. Empujó la delgada guía telefónica de su estante y estudió el nombre que había en la tapa. Rockdale.

Sonaba vagamente familiar. Estaba en Texas, pero el problema era que podría haber jurado que estaba más cerca de Austin que de donde vivía. Le

iba tomar al menos diez horas llegar a casa si iba en auto.

Eleanore trató de conservar la calma.

—Este estado es jodidamente enorme —murmuró.

Apresurándose, hojeó las páginas de la guía telefónica, anotó algunas cosas en la parte de atrás del rollo de papel y regresó el bolígrafo al cajero.

Ahora tenía la dirección y las horas de funcionamiento de la casa de

empeño del pueblo y un taxi estaba en camino para recogerla. También sabía la dirección de la única oficina de Western Union que había en el pueblo. No

estaba segura de cuánto dinero iba a necesitar para comprar un carro usado sin la necesidad de dar su verdadero nombre, pero, probablemente iba a costar más de lo que tenía disponible para ella.

Cuando terminó de doblar el papel, lo empujó dentro del bolsillo; sus dedos rozaron el suave metal del brazalete de oro que había robado de la mansión. Parpadeó.

Sacó el brazalete y le dio la vuelta en sus manos. Brillaba en la débil luz del sol. Era, en verdad, una extraordinaria pieza de arte. El grabado y los

detalles del brazalete eran tan delicados y había sido tan perfectamente labrados que parecía que solamente habría podido grabar el diseño… pero sabía que el objeto era demasiado viejo para el láser. Prácticamente, la

pulsera irradiaba un aire de antaño.

También era de oro. Eleanore se dio cuenta que el oro era uno de los

mejores conductores de electricidad y que se debía de haber derretido cuando golpeó a Gillihan con el rayo. Al menos, debía de haberse quedado marcado por sus dedos cuándo se agachó para recogerla.

Pero había estado fría al tacto y completamente intacta.

Eleanore observó el brazalete por unos minutos más, sintiéndose cruda por dentro. Este brazalete debía de haber pertenecido a uno de los otros

hermanos. Se preguntó si Miguel y Gabriel habían estado planeando usar los brazaletes en sus Arcos también. Max dijo que era una precaución; que ellos

no tenían ni idea cómo una Arco reaccionaría a la noticia de haber sido creadas para otro ser. Pero para ella era más que eso. Si a una mujer no se le permitía estar enojada o en contra de lo que sentía, era una injusticia,

entonces no eran nada más que prisioneras.

30 Dasani es una marca de agua mineral.

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Esto se sentía como una traición a la confianza. Más que nada, era esa hipocresía sombreada la que hería. Más que cualquier cosa que le habían

hecho, dolía que Uriel hubiera estado dispuesto a usar su brazalete para llevarse lejos lo que ella era y hacer que sus poderes no estuvieran en contra de él. Para llevarse lejos su libertad y sus opciones.

Eso en verdad dolía.

Eleanore parpadeó para mantener alejadas las lágrimas y volvió a

guardar el brazalete. Tomó una profunda y tranquilizadora respiración, salió de la cabina, se apoyó contra la pared de la tienda de comestibles y dejó caer su cabeza hacia atrás para cerrar los ojos.

—Lilith —saludó un dudoso Max a la joven y muy vieja mujer, y dio

unos pasos hacia adelante—. ¿Qué te trae por aquí?

Azrael podía ver que el guardián quería ir hacia ella. Sus sentimientos

no habían cambiado a pesar de los siglos. Pero se mantuvo donde estaba, posicionado entre los arcángeles y la mujer conocida en su círculo como La Despedida, y esperó.

Pasó un momento antes de que Lilith respondiera. Finalmente, bajó la mano y entró en la habitación. Estaba vestida como siempre solía vestir.

Conservadora y simple. Solamente usaba una camisa de seda con botones, una falda de negocios que le llegaba hasta la rodilla, medias que eran más bien ligas y tacones. Las gafas de lectura que a veces cargaba en una cadena

alrededor del cuello no estaban y su cabello caía suelto.

Pocos humanos sabían la verdadera historia de Lilith. Eones atrás, casi

antes del inicio del mismo tiempo, Lilith había sido creada como compañera de los primeros mortales que El Hombre Viejo colocó en la tierra. Esos mortales fueron considerados por muchos arcángeles el comienzo de la

degeneración del Hombre Viejo. Los arcángeles pensaron que la creación del hombre era una mala decisión. Lilith era peor. Le habían dado un

ultimátum: servir a los hombres o sufrir duros castigos. Como todos los mortales, Lilith había nacido con mente y voluntad propia. Era ferozmente fuerte y definitivamente se negó a seguir las órdenes del Hombre Viejo. Como

castigo, había sido enviada a la inmensidad del reino mortal con nada más la habilidad de sufrir una muerte mortal, para luego despertar otra vez a su

mortal, e inmortal, forma. Y así murió miles de muertes en esos primeros años de hambre, enfermedad y asesinatos.

Su pequeña estructura debía de haber albergado un alma

horriblemente amarga y tal vez con un toque de locura. Sin embargo, no lo hizo. Lilith era un pilar de fortaleza y perseverancia, paciencia y perdón.

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Azrael pensaba acerca de esto, mientras la mujer despacio y graciosamente, se abrió paso a través de la enorme habitación principal de

Miguel, hasta que se detuvo a los pies de la cama de hierro y observó al hombre atado a ella.

—Espero que no haya rencores, por supuesto —dijo Lilith, girándose

para encarar a Max con una triste sonrisa y un leve encogimiento de hombros—. Pero, para qué vean que vale la pena, les traigo una oferta de

parte de Sam.

Antes de esto, la compañía de ángeles y su guardián no dijeron nada. Después de unos largos segundos, y con calma y compostura, Max

finalmente tomó un profundo respiro y preguntó:—¿De qué se trata?

—Uriel morirá si no se alimenta, y en este punto, necesitará más que sustento humano.

Por primera vez, Max se volvió y enfrentó a Azrael.

—¿Es verdad?

—Es posible —dijo. De hecho, esto ya se le había ocurrido antes. Por un lado, un humano bastante saludable con mucha sangre podría salvar a Uriel. Pero él había estado funcionando durante todo el día, su energía había

sido absorbida por esas calientes y brillantes horas. Y se había quemado por el sol; tales cosas eran más letales para un vampiro que el cianuro para un mortal.

Max se volvió a Lilith y ella continuó—: Le ofrezco mi sangre a cambio de una modificación en el contrato.

Max tensó la mandíbula. Azrael podía ver el músculo palpitando. Junto a él, escuchó el ritmo del corazón de Miguel acelerarse. Y, detrás de él, podía oler como se derramaba de repente la adrenalina en el torrente sanguíneo de

Gabriel. El primer Mensajero de Dios estaba furioso. Azrael se preguntó cuánto tiempo sería capaz Gabriel de retener su temperamento antes de que

decidiera hacer algo drástico.

—¿Qué tipo de modificación? —preguntó Max

—Al terminar la alimentación de Uriel, Samael desea que se le permita

encontrase otra vez con la Arco —Su tono era cansado y a la vez con una gota de disculpa—. Básicamente, está impaciente y no quiere seguir esperando —ladeó su cabeza hacia un lado y esperó por la respuesta. Estaba

claro por su expresión que no estaba orgullosa de ser la portadora de tales solicitudes. Simplemente era la mensajera. Azrael se preguntó si Gabriel

sería capaz de compadecerla.

—Déjenla hacerlo —dijo Azrael entonces, todos los pares de ojos se posaron en él. Sabía que eso no era lo que ellos querían oír. Sabía que

esperaban que pensara en algo más; él era el vampiro, quien debería haber sabido cómo salir de esta situación. Pero la dura verdad del asunto era, que

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el vampirismo no era un regalo. Era llamado una maldición por una razón. No había una manera fácil de salir de esta. Y Uriel estaba muriendo.

Así las cosas, la decisión era difícilmente discernible.

—Hazlo —Se volvió hacia Lilith, sabiendo que sus ojos color oro brillaban con determinación—. Hazlo antes de que sea demasiado tarde.

Lilith cuadró sus pequeños hombros y asintió. Se veía tan frágil ahí, al lado de la cama, mientras se resignaba a cumplir su deber.

Azrael se preparó para detener a su guardián en caso de que Gillihan decidiera interferir, lo cual podía imaginar que era lo que el tipo quería. Pero Max lo sorprendió manteniendo su distancia. Estaba tenso y enojado. Azrael

podía decir eso fácilmente. Pero se mantuvo donde estaba. Tomando la sabia decisión de no hacer nada que pudiera poner en peligro a Uriel.

Y mientras Lilith se sentaba junto a Uriel en la cama, empujando su

grueso y oscuro cabello a un lado de su cuello, exponiendo la larga, delgada columna de su garganta, los ojos de Azrael quemaban.

Él tampoco se había alimentado aún.

Tan solo tomó un codazo suave para que Uriel abriera sus brillantes ojos rojos. Le dio una mirada a Lilith y a la tensa y pálida carne que ella le

ofrecía. Las cadenas que retenían sus muñecas se sacudieron cuándo se sentó en la cama. Si no hubiera estado usando el brazalete que impedía que empleara su fuerza sobrehumana, las cadenas se habrían reventado.

Al mismo tiempo, Miguel y Gabriel estaban en movimiento, ambos moviéndose hacia Uriel para detenerlo de lo que fuera que iba a hacer. Pero

Max alzó su mano y Azrael se movió hacia las cadenas, para abrirlas, después se volvió para mirar a Miguel y Gabriel con ojos duros.

—Déjenlo —les dijo Max—. Él no le hará daño. No puede —agregó

suavemente, su voz cayendo a un susurro mientras se volvía para mirar.

Azrael no se podía dar el mismo lujo. Incluso, tuvo que retroceder de la

escena carnal y darse la vuelta hacia la ventana, que había sido cubierta con pesadas cortinas. Caminó hacia ella y apartó las cortinas de un tirón, revelando la profunda noche. Azrael abrió la ventana hábilmente, dejando

que una fría brisa con olor a madreselva inundara la habitación.

En un estoico silencio y sin una despedida, dejó que su forma se transformara en niebla y se evaporara para salir a la oscura noche.

Eleanore se alejó de la pared y escaneó el estacionamiento, buscando cualquier señal que indicara que el taxi había llegado. Habían pasado al menos cinco minutos desde que había llamado. Pero mientras caminaba por

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el asfalto, con su mano protegiéndole los ojos de las luces de la calle, empezó a notar algo. Sentía punzadas en el cuello y un aleteo en el estómago.

Estaba siendo observada.

Eleanore echó a andar a través del estacionamiento, la sensación creció más fuerte. Se paró en medio de un Jetta azul y un Jeep amarillo, y,

lentamente, se dio la vuelta, su mirada escaneando las esquinas más lejanas del aparcamiento.

Detuvo su exploración cuando sus ojos se encontraron con los de un hombre alto de cabello castaño y ojos verde azulado. El hombre, llevaba un abrigo negro encima de sus ropas de vestir. Las puntas de sus zapatos de

cuero brillaban bajo la luz de las lámparas. Bajó su cabeza un poco y la miró a través de esos extraños ojos, luego levantó su mano a su oreja y sus labios empezaron a moverse, casi imperceptiblemente.

Un auricular, pensó Eleanore. Se está comunicando con alguien… Oh no…

Eleanore trató de calmar el frenético latido de su corazón mientras apartaba la mirada fuera de la de él y continuaba alrededor del estacionamiento. Otro hombre, también alto y llamativo, vestido de manera

similar, salió de una furgoneta blanca sin ventanas, estacionada en el borde del aparcamiento. Eleanore observó cómo el hombre extendía su brazo para

que quedara ligeramente oculto detrás de su abrigo y la sombra de la puerta aún abierta. Pero algo dentro de su puño enguantado brillaba malévolamente.

Una aguja. No cabía duda del brillo perverso que desprendía el metal.

El estómago de Eleanore se retorció, el mundo se detuvo y se

entumeció a su alrededor. Flashes de su niñez pasaban detrás del ojo de su mente. Una carrera loca bajo la lluvia, otra furgoneta blanca, un hombre con una aguja…

También él, alzó una mano hasta su oreja y se empezó a comunicar. Los dos hombres la estaban mirando detenidamente.

Eleanore tragó duro, probando su bilis. Solo podía recordar una sola

vez en su vida en que había estado tan asustada. Ni siquiera en esa mansión, viendo como Uriel se transformaba en un monstruo, ni siquiera entonces,

había estado tan aterrada como lo había estado esa noche, cuando tenía quince años. Y como lo estaba ahora.

Este era su peor miedo.

Ahora ellos sabían de ella. La habían encontrado otra vez. Y habían venido a recogerla. Max Gillihan había estado en lo cierto; él había perdido a alguien en el accidente. Alguien tuvo que haber tomado fotografías, o un

video. Imágenes de ella curando a dos personas con nada más que sus manos desnudas.

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Dios mío, Dios mío, Oh santo Dios. Necesitaba concentrase. ¡Concéntrate, maldita sea! Dos a la izquierda del estacionamiento. Se obligó a procesar la

información. Pero la salida de la derecha estaba sola. No vio a nadie debajo de la luces y no habían carros extraños estacionados de ese lado.

Con una explosión de energía que no sabía que tenía, Eleanore rompió

en una carrera hacia el lado opuesto de estacionamiento. Sus botas golpeaban el piso debajo de ella, sus largas piernas cubriendo la distancia

con velocidad.

Pero mientras se acercaba a una bahía que daba acceso a la calle que había en frente de la tienda, una SUV negra patinó, virando violentamente

para no golpear el bordillo. La brillante pintura negra resplandecía bajo las luces de la calle, llevando a Eleanore a una repentina y violenta parada. La

SUV se detuvo chirriando bloqueando la salida antes que ella.

Eleanore jadeó y retrocedió, sabiendo muy bien quien se escondía tras los ilegales vidrios oscuros. No tuvo que esperar mucho por una confirmación

mientras la puerta se abría y un hombre que podría haber sido una copia de carbón de los otros dos habló lo suficientemente alto en su auricular para que ella pudiera escuchar esta vez.

—Ella está aquí. La tenemos.

Eleanore no esperó. No había lugar para ningún pensamiento racional.

Simplemente se dio la vuelta y rompió en una rápida carrera directamente hacia los árboles que había al otro lado del estacionamiento. No sintió dolor, ni cansancio, nada excepto adormecimiento inducido por la adrenalina

mientras golpeaba una masa de espinos negros y lo árboles. Sus brazos escudaron su cara mientras que sus largas piernas la llevaban a través del

follaje y la adentraban al oscuro y traicionero desierto que había más allá.

Una vez que atravesó el matorral, no bajó la velocidad. Se mantuvo corriendo. Corrió, se agachó bajo las ramas, a milisegundos de que éstas le

sacaran los ojos. Corrió y corrió saltando charcos que ensuciaban sus piernas.

Corrió.

—Es suficiente.

Uriel observó a su guardián más allá de la suave planicie del cuello en el que sus dientes seguían firmemente clavados. El dolor había disminuido.

Había estado acumulando el dolor hasta llegar a un punto en que era insoportable, acosándolo severamente como nadie habría podido imaginar. Había sido una tortura, el infierno. Nunca había conocido un cuerpo que

pudiera doler como el suyo lo había hecho. El único modo de tratar con el dolor había sido esconderse dentro de sí mismo.

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Y luego, justo cuando se había resignado a caer en un olvido final, había olido una oferta de sangre. Comida. Sustento. Salvación.

El conocido aroma lo había arrancado de la semi inconsciencia con una dura sacudida, como cuchillos clavándose en su ser, infundiendo, una vez más, su forma cambiada con el hambre que lo estaba literalmente

matando.

Con una simple mirada había localizado a la mujer. Él la conocía, de

algún modo, pero estaba demasiado lejos para asimilarlo. Todo lo que podía oler era la sangre. Todo lo que podía oír era el pulso en sus venas. Rugía en sus oídos, llamándolo y tentándolo.

Nada lo habría podido detener —ni siquiera las cadenas alrededor de sus muñecas—o todos los ejércitos del infierno de tomar lo que él necesitaba.

Y lo hizo.

—Dije que es suficiente —El tono de Max era duro ahora, contundente en el borde de la autoridad.

Uriel parpadeó, el entendimiento fluyó a través de él. Probó la salinidad en su lengua, sintió sus colmillos en su garganta. Y supo lo que había hecho.

Lentamente, para no herirla más de lo que ya estaba, Uriel empujó sus

colmillos fuera de su cuello y se alejó de ella. Max estaba instantáneamente levantando la forma inconsciente en sus brazos.

Era Lilith. Lo podía ver ahora.

Oh Dios, ¿Qué he hecho?

El miedo corrió por sus venas como seguramente lo estaba haciendo la

sangre que había tomado de ella. Rápidamente, Max se alejó de la cama cruzando la habitación hasta la puerta abierta. Se llevó a Lilith con él, apretándola fuertemente contra su pecho. Era tan pequeña en sus brazos,

tan diminuta y frágil.

¿Qué he hecho?

—Sé lo que estás pensado. Pero hiciste lo que tenías que hacer —le dijo Gabriel desde donde estaba, a los pies de la cama metálica.

—Ahora concéntrate en Eleanore —agregó Miguel. Se levantó de la silla

en donde había estado y se aproximó a la cama.

Uriel se deslizó a un lado de la cama y apoyó los brazos en contra del colchón, sujetándose también a sí mismo. Aún estaba completamente

vestido; sus hermanos no habían querido tocarlo una vez que había sido contenido.

—¿Dónde está? —preguntó, sintiendo su fuerza incrementar diez veces más.

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—Escapó de la mansión ¿Recuerdas? —preguntó Miguel, entrecerrando los ojos mientras miraba a su hermano. Su expresión era preocupada.

Pero Uriel recordó. Había sentido el perfume de ella en Max. Ella había atravesado una ventana —una ventana rota—. ¿Y el relámpago? Si… Él había olido el aroma quemado y amargo de la carne y las ropas que se

incendiaban. Recordaba todo ahora.

Su mirada se endureció inconscientemente mientras pensaba en ello.

Había huido de él. Y no podía culparla en lo más mínimo. Y aún así… el pensamiento de ella escapando de él hizo que su sangre zumbara en sus venas. Hacía que literalmente, sus sentidos se incrementaran, su mirada se

enfocara y que sintiera una nueva fuerza en sus extremidades. Y sus colmillos seguían ahí.

—Está herida —dijo, rememorando la dulce canción de sirena de su

sangre especial—. No tan herida para que no pudiera correr —dijo Gabriel—. Esa es una buena señal.

—No está sola. Azrael ha ido tras ella —continuó Miguel.

Gabriel rodeó la cama y cogió su chaqueta negra de cuero del respaldo de una silla de madera que había a los pies de la cama. —Bien —Estuvo de

acuerdo, su tono era oscuro y bajo—. La esta buscando —Se deslizó dentro de su chaqueta y estudió a sus hermanos con sus ojos de platino fundido—, Pero también Sam.

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11 Traducido por Katherine

Corregido por Mary Ann♥

or segunda vez esa noche, mientras corría, las esperanzas de Eleanore se elevaron de repente cuando pudo distinguir la superficie plana y brillante de una zona pavimentada a través de

los árboles. Se acercó y entró en el asfalto negro y mojado para descubrir el cementerio que se escondía tras unas puertas de hierro forjado.

Tiene que ser una broma. Casi rió ante la gótica e irónica situación.

Corriendo por mi vida a través de un cementerio. Perfecto.

El suelo de asfalto simplemente había sido un camino improvisado. En

ambas direcciones y a ambos lados del lugar, el bosque espeso lindaba por fuera como si se tratara de un amanecer de invierno —interminable y retorcido— Sería una tarea difícil, sino imposible, abrirse camino a través de

él. No tuvo más remedio que pasar entre las tumbas.

Exploró el cementerio, tocó las cruces torcidas y las piedras angulares

que se derrumbaban y luego se deslizó por una pequeña apertura cerrada con cadena y oxidada, que había a la izquierda.

No había ninguna tumba reciente dentro del cementerio. Era viejo y

desgastado, cubierto de hojas. Las piedras estaban rotas y algunas simplemente servían de cama para las malezas y lianas que hacía tiempo que

se habían arraigado hundiendo sus raíces en los nombres y las fechas. Viendo el estado de algunas de las flores de plástico descoloridas por el sol que estaban puestas sobre las piedras y cubiertas de lluvia salpicada de

barro, Eleanore se preguntó si el cementerio había sido olvidado por completo.

Le llenaba de una profunda sensación de tristeza el caminar entre las

lapidas, ver las esculturas grabadas una tras otra. Cuanto más viejas eran las fechas, más desgastadas estaban y más jóvenes eran los difuntos. Un par

de piedras en particular, pequeñas e inclinadas, eran de niños. Hermano y hermana que habían muerto solo con un año de diferencia. Cuando estudió las fechas, se dio cuenta que el primero había muerto mientras la madre

estaba embarazada del segundo.

Eleanore no podía correr a través de esta tierra sagrada. El tiempo

apremiaba sobre ella, el sol ya se había ocultado y la temperatura había caído de forma espectacular.

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Pero las almas que estaban bajo sus pies la obligaban a permanecer en un estado de reverencia y respeto. Las fechas en las piedras, los nombres

y las vísperas, le susurraban en voz alta. Los muertos querían ser reconocidos. Habían estado allí por un año o cien. En el momento en que llegó al otro lado, los grabados no eran perceptibles y la niebla había envuelto

completamente la tierra sagrada.

La noche estaba completa y la cubrió. Eleanore llegó a la puerta de

hierro y envolvió las manos alrededor de las barras de metal oxidado. Tendría que saltar para llegar a ese lado. Dio a la puerta un rápido empujón para probar su solidez y la sostuvo. Entonces, tomó una respiración profunda

para reunir fuerzas, apoyando la frente contra el metal y cerrando los ojos.

—Ellos te están hablando.

Eleanore saltó y se dio la vuelta para hacer frente al origen de esa voz

profunda y melódica. Un hombre alto, se quedó allí, a cinco metros de distancia, vestido de negro de pies a cabeza. El largo cabello negro le recordó

al suyo; el color mezclado a la perfección con el material de su chaqueta. Los ojos, sin embargo, eran severos como el oro del sol. Eleanore se quedó petrificada. Ni siquiera podía preguntarle de qué estaba hablando. Tenía la

boca seca al instante. Estas eran sus pesadillas. Un cementerio, una carretera desierta, un desconocido que era sin duda diez veces más fuerte que ella. Y que apenas parecía humano.

—Los muertos —dijo, con una ligera inclinación de cabeza a la lápida más cercana—. Los únicos que se quedan. Ellos siempre hablan, pero los

mortales no pueden oírlos. Sin embargo tú eres diferente. Puedo sentirlo. Por eso caminas con respeto a través de sus cuerpos ¿no?

Habló en voz baja, y sin embargo, su voz resonó con un carisma fácil

en el vacío de la noche. Sonaba vagamente familiar....

Dio un paso hacia ella y luego metió las manos en los bolsillos de sus

vaqueros negros. Fue un gesto casual, tal vez para hacer que se sintiera cómoda.

Ellie trató de preguntarle que quería. Sus labios se separaron y su

lengua se movió, pero no había sonido o susurro. Estaba muy asustada. La noche había tenido sorpresas demasiado desagradables.

Presionó la espalda contra el frío metal de la puerta; los bordes

oxidados cortaban la tela húmeda de su sudadera con capucha. Se preguntaba si la barra de proteínas que había comido le proporcionaría

suficiente energía como para llamar a otro rayo desde el cielo encapotado.

—No te haré daño —dijo esbozando una pequeña sonrisa. Ellie podría haber jurado que había algo depredador en ella. Pero estaba oscuro y no

podía decirlo con seguridad—. Estoy aquí en nombre de mi hermano —anunció.

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¿Qué hermano? Intentó preguntarle.

Finalmente, fue capaz de hacer un sonido. —¿Quién…? —la voz se le

rompió, resquebrajada por la sequedad. Tragó, tosió y lo intentó de nuevo—. ¿Quién demonios eres? —dijo por fin.

—Soy Azrael —respondió con calma mientras comenzaba a

acercarse—. Uriel es mi hermano. —Sus largas piernas cortaron con rapidez la distancia que los separaba, a pesar de su ritmo calmado y fácil. Ella no

podría ir a ninguna parte.

Se acordó de Azrael. Era el hermano que no había estado en la mansión cuando ella estuvo, y que al parecer, tenía más poder que los

demás. Mirándolo ahora, lo podía creer.

—¿Qué ángel… —tragó saliva, a punto de ponerse a toser de nuevo por

la sequedad que hería su garganta. Luchó contra el incómodo cosquilleo y terminó—: eres?

Con esto, se detuvo en seco y algo despertó en sus ojos de sobrenatural

color ámbar. Miró hacia el cementerio a su alrededor y luego de nuevo a ella. No dijo nada, pero no tenía que hacerlo. Ellie lo sabía.

—Tú eres el ángel de la muerte. —Se sintió entumecida incluso cuando

lo dijo.

Azrael asintió y Eleanore volvió a sentir que su rostro le era familiar.

Tenía un algo de estrella de rock. En ese momento le recordó a Lestat31.

Eleanore parpadeó. Luego los ojos se le agrandaron. Levantó la mano, bloqueando la mitad superior del rostro del hombre —.Eres El Enmascarado

—susurró.

Él levantó la cabeza y su mirada brillaba. Sonrió.

Eleanore no sabía qué hacer con esta nueva información. Parecía que todos en la pequeña “familia” de Uriel fueran famosos. Se estaba acostumbrando a esto y le hastiaba un poco. Pero, sobre todo, aún tenía

miedo.

—Mira, necesito algo de tiempo para resolver esto —le dijo, aclarándose

la garganta para seguir adelante—. No quiero ir a ninguna parte contigo ahora —Bajó la mirada hacia las botas de él, que dieron otro paso más cerca—. Y puedes dejar de acercarte, también —agregó—. No me importa lo

famoso o conocido que seas. —Sacudió la cabeza—. No confío en ti.

—Niña sabia —dijo otra voz.

Eleanore se sobresaltó un poco contra las barras de metal que la

sostenían en su lugar y se volvió a ver a Samuel Lambent salir tranquilamente de las sombras que oscurecían la zona más enredada y

31 Personaje de la saga Crónicas Vampíricas de Anne Rice.

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olvidada del cementerio. Estaba vestido con un traje de noche a medida de color gris oscuro. La visión de él en este lugar encantado y fantasmal era

surrealista.

Azrael se volvió para mirarlo también, aunque no parecía sorprendido en absoluto. Su expresión no cambió. Sus ojos brillaban en oro en la

brumosa oscuridad.

—Mucha gente ha tenido problemas después de confiar en este ángel

en particular. —Samuel asintió con la cabeza hacia Azrael.

Eleanore frunció el ceño con los ojos muy abiertos. ¿Qué demonios? ¿Qué está haciendo Lambent aquí? ¿Cómo sabía que Azrael era un ángel? Por todos los santos ¿Qué estaba pasando?

Comenzaba a sentirse como si los hombres del estacionamiento la

hubieran atrapado, después de todo. Este era una especie de sueño inducido por fármacos. El cementerio, la niebla, El Enmascarado y Sam.

Solo que estaba demasiado incómoda para que esto fuera un sueño.

Tenía tanto frío... Le dolían las piernas. Sentía ardor en los pulmones. La piel estaba arañada por las ramas y las espinas que habían desgarrado a través

de su ropa, dejándola un poco descubierta.

—No es un sueño, Eleanore —le dijo Azrael suavemente.

Sam se echó a reír. El cabello rubio blanquecino le rozó los hombros.

Se veía bien, como las plumas, y brillaba descarnadamente en la oscuridad que les rodeaba. Había una luz detrás de sus ojos, gris oscuro, que agregaba una cualidad surrealista a su aparición.

—¿S-Sam? —murmuró, sintiéndose estúpida. ¿Por qué no podía hablar bien? ¿Es esto lo que verdaderamente le da terror a una persona? ¿Agotamiento? ¿Estaba en estado de shock?

—Lo siento, Ellie —le dijo—, las cosas no tendrían que haber ido tan lejos.

—Ella no es tuya, Samael —dijo Azrael entonces, con su tono tranquilo mezclado con un trasfondo de maldad—. ¿Por qué no lo aceptas?

¿Samael? Pensó Eleanore ¿He oído bien?

—Todavía no. —Sam se encogió de hombros y esbozó una amplia sonrisa—. Y estoy comenzando a estresarme.

Tengo que salir de aquí, pensó Eleanore en ese momento. Podía sentir que algo muy malo estaba a punto de pasar. Era una vibración en el aire a

su alrededor, una sensación de zumbido en su sangre.

—¿Puedes sentirlos, Azrael? Aquellos cuyos antepasados trajiste a este lugar saben que caminas entre ellos. Están inquietos. —Rió entre dientes

otra vez, juntando las manos con facilidad a la espalda mientras lentamente

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caminaba hacia algún lugar entre Azrael y Eleanore. La miró y no había diversión genuina en su mirada de plata crepitante.

—Basta —dijo Azrael. Habló sin ira y sin ninguna fuerza real, pero su voz se escuchó a través de la oscuridad con una belleza increíble. Él también parecía cansado. Realmente cansado—. Di la verdad, Samael. Por primera

vez en tu existencia.

En ese momento, Samuel Lambent, echó hacia atrás la cabeza y se rió

con ganas. El sonido era tan profundo, sordo y hermoso como la voz de Azrael.

Eleanore estaba simplemente desconcertada. Hubiera dado cualquier

cosa en ese momento para poder tele-transportarse a un lugar seguro y totalmente libre de hombres.

Sam dejó de reír y volvió su mirada penetrante sobre ella. Se le quitó el

aliento de repente deseó ser…

¿Cualquier otra persona, Eleanore?

Eleanore parpadeó. Me leyó la mente....

—¡No le digas nada Ellie! —ordenó Azrael desde donde se encontraba. Sus ojos de oro brillaban como el fuego. Le recordaron a la brillante mirada

congelada de Uriel cuando la había contemplado en el garaje solo unas horas atrás—. No hables y guarda bien tus pensamientos —le dijo Azrael. Algo en

sus ojos dorados contenía una advertencia muy real. Miró de Azrael a Samael, y en su mente, rememoró la reunión con el rico magnate de los medios. Pensó en el accidente de motocicleta y la lesión que había sido tan

difícil de reparar. Y ahora, aquí estaba él. En un cementerio, en medio de una noche oscura, cuando no debería haber sobrevivido.

Eleanore, de pronto tuvo dudas sobre Samuel Lambent. Samael, pensó. Azrael le había llamado Samael ¿Era el mismo Samael del que Uriel habló en la mansión? ¿El que había causado que ella y los otros Arcos perdieran a los arcángeles todos esos años?

Sam ladeó la cabeza hacia un lado y la miró con mucho cuidado. Se

giró hacia ella por completo, clavándole la mirada de forma abrupta y desconcertante.

—¿De quién, entonces, deberías fiarte esta noche, Eleanore? —Le

preguntó lentamente, con suavidad. No había peligro en la mirada, pero sí había algo más. ¿Dolor? Él sonrió un poco, una sonrisa auto-despectiva—.

¿De La Muerte o del Diablo?

Eso es, pensó Eleanore.

Las lápidas eran lo suficientemente pesadas como para hacerle daño a un ser humano si se las lanzaba mediante telequinesia, pero ya no estaba tan segura de que Samuel fuera un ser humano. Y, honestamente, aún no

sentía sus fuerzas recuperadas lo suficiente como para poder convocar un

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relámpago. Tampoco es que los rayos hubieran podido detener a alguno de los hombres que la acompañaban.

Aunque sabía que sería inútil, el único recurso que le queda, después de todo, era correr. Se dio la vuelta, aferró con fuerza las barras de metal de la puerta del cementerio y alzó las piernas con la intención de saltar.

Pero Samuel Lambent era muy rápido. En su impecable traje gris, ahora la miraba fijamente desde el otro lado de la puerta. No le había visto

pasar, por supuesto. Y debería haber sido imposible para él estar de pie detrás de ella en un momento y al siguiente, estar a diez metros de distancia, en las afueras del cementerio.

—Correr no te ayudará—dijo mientras se acercaba a la puerta desde el otro lado. Lo dijo de manera casual y miró hacia el suelo mientras caminaba. Era un hombre magnífico en un traje caro, simplemente resaltando un

hecho, nada más.

Eleanore, instintivamente, dejó las barras oxidadas y dio un paso hacia

atrás distanciándose de la barrera metálica que ahora le parecía más frágil.

Sam se detuvo donde estaba y tranquilamente se desabrochó la chaqueta. Se metió las manos en los bolsillos del pantalón. —Correr solo te

debilitará, Ellie —dijo encogiéndose de hombros. Avanzó otros dos perezosos pasos más y suspiró profundamente, casi cerrando la distancia entre él y la puerta. Cuando finalmente llegó, levantó la vista capturando los ojos de Ellie

y miró todo el camino hasta su alma.

En no más que un susurro, dijo: —Te prometo que tendrás toda tu

fuerza una vez que yo te tenga a solas.

El aire alrededor de Eleanore cambió a un viento antinatural. Azotó su cabello y le lanzó escombros a los ojos justo cuando fue empujada hacia

atrás y voló a través del cementerio, cayendo sobre su espalda en un pedazo de pasto y lodo a varios metros de distancia.

Eleanore se quedó aturdida por un momento, escuchando el chirrido de los metales doblándose y el desgarrador y violento crujido de las astillas de madera. Y entonces se dio la vuelta y se impulsó con su codo, usando su

otra mano para sacarse el largo pelo negro de la cara. En ese momento unos fuertes brazos la rodearon, tiraron de ella hacia atrás a través de la tierra y la colocaron contra un cuerpo igualmente duro.

El instinto de conservación apareció y Eleanore se puso a toda marcha, peleando con furia contra las garras de su captor. Pero la lucha no sirvió de

nada y no pasó mucho tiempo antes de que su captor torciera el brazo detrás de ella. Una vez más, la idea del rayo pasó por su mente.

—Destrúyeme y yo también te liquidaré. Se una chica buena y quédate

quieta.

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Reconoció la voz. Era la voz de Jason o la de algún otro asistente personal de Samuel Lambent.

A pesar de la lucha o —el intento de huida—, la adrenalina comenzó a inundar la sangre de Eleanore, estaba empezando a sentirse bien. En el momento en que recuperaba las fuerzas los brazos de Jason la atraparon

otra vez.

No podía moverse. No había lugar a donde ir. Jason la sujetó con

fuerza mientras miraba hacia el otro lado del cementerio donde dos gigantescos hombres estaban luchando; figuras de altura en un combate mortal. Cada uno tenía una mano alrededor de la garganta del otro. El aire

estaba cargado con la electricidad del rayo y no era Eleanore la que lo provocaba. También, una profunda oscuridad envolvía la noche alrededor de los dos púgiles. Era más empalagosa, más fría y más negra. Daba la

impresión de que se enredaba en la niebla y se movía como los dos luchadores. Les seguía, dándoles la bienvenida a los invitados de honor,

trepando por sus sombras, pisándolas y cubriéndolas como mantas de alquitrán.

Al otro lado del cementerio, Azrael lanzó a Samuel contra una cripta

que se rompió en pedazos que cayeron sobre la hiedra muerta; el golpe hirió el fornido cuerpo de Sam. Pero cuando se enderezó lentamente, desde los restos de la cripta, un gemido se levantó del suelo del cementerio. Era un

silbido, una especie de chirrido que hizo que Eleanore agachara la cabeza y deseara tener las manos libres para taparse los oídos.

El llanto —gemido—creció en volumen y Azrael miró a su alrededor entre las lápidas y la tierra fangosa y densa.

Eleanore miró hacia arriba para ver Jason con una amplia sonrisa

blanca.

Samuel, alejándose de la pared y recolocándose la ropa como lo hizo

antes, dijo: —Como he dicho, Azrael, saben que estás aquí. Saben quién eres —Miró hacia el suelo y a la bruma tenue que salía de cada tumba. Sonrió—. Y no están contentos de verte.

El sonido culminó y las brumas se unieron y se oscurecieron, flotando hacia la alta figura; una oscura forma que había visto a los padres de sus padres ir hacia sus tumbas. Era como si una presa que retenía a los

espíritus se hubiese roto y la inundación fuera corriendo hacia el Ángel de la Muerte.

Samuel se giró hacia Jason y levantó la mano. Antes de Eleanore supiera que estaba pasando, Jason levantó la otra mano hacia su amo y el mundo se derritió a su alrededor.

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—¿Por qué te haces esto, Sam? —sonaba como cansada de sí misma, su tono de voz tan suave, tan tierna su tristeza, que por un momento Samael

se arrepintió de haberla traído hasta esta fase. Pero el arrepentimiento fue fugaz y la dejó en las mismas alas en las que había volado antes.

—Está en mi naturaleza, Lily. —Se encogió de hombros, le dio una

mirada de reojo y luego se volvió para terminar de preparar la bebida que había estado haciendo para Eleanore Granger, que esperaba con Jason en el

salón de al lado—. Es lo que soy.

—No, no lo es.

Con eso, él sonrió. Una risa sin alegría, pero no discutió, en cambio,

simplemente negó con la cabeza. —Nunca te darás por vencida, ¿verdad?

—No contigo —replicó ella. Se levantó del sofá que estaba frente a la barra—. Tu conducta es autodestructiva —Entonces se dirigió a la barra

junto a él, y sin mirarlo, comenzó a servirse una copa—. Miles de años y yo soy la única que ha vislumbrado ti otro lado —dijo en voz baja. Lo miró por

encima del hombro y se encontró con su mirada oscura—. Te torturas —le dijo.

—Alguien tiene que hacerlo —Su sonrisa era autocrítica y encantadora.

Luego se puso serio y entrecerró los ojos—. ¿Cómo te sientes?

Por un momento, Lilith parecía nerviosa por el peso de la pregunta. Luego dejó la bebida que se acababa de servir, sin tomar un sorbo. Se

enderezó la camisa y bajó la vista hacia el mostrador de mármol de la barra. —Mejor. Cicatrizo rápido.

—Sí, lo sé —dijo Sam, ladeando la cabeza y estudiándola con más atención—. Nunca he dicho lo contario.

Ella no dijo nada y evitó su mirada.

—Gillihan insistió en que quiere verte una última vez antes de terminar el contrato —le dijo. Sam la observó de cerca para ver su respuesta.

Lilith se ruborizó, aunque solo ligeramente, y lo miró con sorpresa. Eso fue suficiente respuesta para él. Su sonrisa se volvió pícara—. Estás enamorada de El Guardián.

—Basta —insistió ella en voz baja—. ¿Qué es exactamente lo que Max va a descubrirá una vez estudie los contratos, Sam? —preguntó, cambiando

de tema. Hizo una pausa y suspiró, girando el tallo de la copa entre sus dedos—. ¿Qué has hecho?

Ahora Samael sonrió, alejándose de la barra con las dos bebidas en

sus manos. —Las estipulaciones, querida. Detalles. —Se encogió de hombros mientras se abría camino hacia la puerta del otro lado de la habitación—. Los contratos son un asunto serio. Uriel sabía en qué se estaba metiendo.

—Le diste pocas alternativas.

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Samael se detuvo y le lanzó una mirada oscura sobre sus anchos hombros. Su tono era muy bajo cuando respondió: —Siempre hay una

elección, Lily.

El sol estaba saliendo en la mañana del miércoles. Él podía sentirlo, quedaba menos de una hora de noche. Azrael se había acostumbrado a su ir

y venir y lo que significaba. Pero era un vampiro entre ángeles y nunca antes había experimentado un amanecer a través de los ojos de otro vampiro. Az podía leer los pensamientos y las emociones de Uriel; cosa que ya le

resultaba fácil cuando este era un solo un arcángel. Ahora, era incluso más sencillo.

Uriel siempre había considerado el día como cualquier humano. Era

simplemente el sol. Existía y eso era todo. Pero ahora, como nuevo vampiro, notaba los rayos progresivos deslizándose hacia el horizonte como tentáculos

de un dios enojado. Era, en toda esta gigante, gaseosa gloria, una muerte segura. Y sentía como si viniera por él.

—No tenemos mucho tiempo —dijo Uriel. Tenía los ojos fijos en la

ventana y en las cortinas gruesas que se cernían sobre ella. Eran de un negro aterciopelado y detrás, estaban los listones protectores de madera de las persianas venecianas. Más allá de las persianas y de las ventanas, estaba

el patio. Era el ala de Azrael de la mansión, tan lejos del alcance de la luz del día como fuese posible. Él aún era nuevo.

—Lo sé —dijo Max, levantando la mirada—. Estoy trabajando tan rápido como puedo —El guardián miró a su acompañante con un gesto cauteloso y cuidadoso. Uriel había sido advertido por sus hermanos y por

Max, de no tratar de perseguir a Eleanore por su cuenta. No estaba acostumbrado a ser un vampiro y no se podía confiar en que no perdería el

control y la lastimará.

Azrael podía sentir la ira que rodeaba al Ángel de la Venganza como un invisible manto latiente.

Max volvió su atención a su tarea. Frente a él, descansaba una losa espesa compuesta por una combinación de mármol y piedra caliza. Se parecía a un altar, pero sin la grasa de cera de una vela. En la parte superior

descansaba el contrato que Uriel y Samael habían firmado.

Al otro lado del altar, Gabriel y Miguel observaban de cerca a Max, con

sus hermosos rostros ensombrecidos, las mandíbulas apretadas y guardando silencio.

Al otro lado de la habitación, escondido entre las sombras y apoyado

contra una pared de piedra tallada, esperaba Azrael. Aún estaba débil. El hechizo de Samael lo había tomado por sorpresa y drenado gran parte de su

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fuerza. Los Caídos, habían llamado a los espíritus de los muertos que aún no habían abandonado la Tierra y estos se habían lanzado contra Azrael. Sus

esencias amargas le habían lacerado y devorado la fuerza vital que tan desesperadamente ansiaban. Az no tenía una gran cantidad de fuerza vital en él, para empezar. Era un vampiro. El hechizo lo había dejado débil

inmediatamente, permitiendo a Samael escapar con la Arco.

Sin embargo, Az se ha alimentado —dos veces— y ahora la oscuridad

le lamía las heridas. Observó en silencio, sabiendo lo que todos estaban pensando. Cuidadosamente calibró cada latido del corazón de Uriel, cada uno de sus puños apretados y cada flexión de los músculos impacientes

dentro de su cuerpo alto y tonificado.

Azrael notó que estaba más pálido ahora. El nuevo Uriel se parecía más a su personaje, Jonathan Brakes, que a su alias Christopher Daniels.

Az sonrió ante eso.

—Aquí —Los hombros de Max se desplomaron un poco. Finalmente

había podido desentrañar el hechizo que deshacía los nudos de la tela de araña tejida en el contrato de Samael. Hizo un gesto con la mano sobre el papel.

El negro de la tinta sobre el documento comenzó a elevarse en el aire sobre el altar, mostrando cada apartado de la página que se cernía sobre la losa de piedra mientras los arcángeles y El Guardián lo miraban. Cada letra

de cada palabra se reveló, mostrando que estaba creada, no solo por un golpe de pluma, sino de muchos. Cada carta se componía de otras muchas

cartas y de palabras ocultas en el lenguaje del contrato que era otro contrato. Y otro. Promesa tras promesa, en capas tan engañosamente ocultas que nunca se hubieran visto a simple vista.

—Sugiero que lo leas cuidadosamente —murmuró Uriel.

Max parpadeó y se volvió hacia él con los ojos muy abiertos.

Uriel le miró.—Eso es lo que me dijo. —Sus ojos verdes brillaban misteriosamente—. Justo antes de que lo firmara.

—Sí, bueno... —Max se volvió hacia las frases en el aire y meneó la

cabeza—. Samael es muy bueno en lo que hace.

—¿Y ahora qué? —preguntó Miguel, sus ojos azules estaban puestos en la letra pequeña que se volvía más clara junto a la sangre de la firma.

—Ahora tengo que leerlo con cuidado. —Max sonrió con ironía—. Me llevará algún tiempo. —Se volvió hacia Uriel—. Mientras tanto, tú duerme.

Samael no le hará daño Eleanore. Más o menos tenemos la prueba aquí mismo, delante de nosotros. —Hizo un gesto con desdén hacia el contrato sin abrir—. Solo Dios sabe quien es Samael realmente, pero parece que quiere el

corazón de ella, no su cuerpo.

—Quieres decir no solo su cuerpo, ¿no? —le corrigió Gabriel.

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Los ojos de Uriel se desataron peligrosamente y comenzaron a brillar. Muy bajo, el gruñido amenazador retumbó a través de la cámara de piedra y

provocó que las llamas de los candelabros parpadearan inestablemente.

La mirada plateada de Gabriel se trasladó de la piedra verde jade que eran los ojos de su hermano a los pronunciados colmillos entre los que

silbaba el gruñido de advertencia de Uriel. —Cierto —murmuró en voz baja—. Lo siento.

Luego Max rompió la tensión, como acostumbraba hacer. Dio un paso separándose del altar y se volvió hacia las sombras donde sabía que Azrael miraba en silencio. —¿Cómo te sientes? —preguntó.

Azrael se vio a través de los ojos de su guardián. Ojos dorados que brillaban en la oscuridad y un silencio en las sombras a su alrededor, depredador y peligroso. —Mejor —dijo en voz baja.

—Bien —dijo Max, asintiendo con la cabeza.

Voy a tener que obligarlo a dormir, le dijo a Max, usando sus

habilidades telepáticas. Querrá ir tras ella de inmediato.

En ese momento, Uriel ladeó la cabeza y le ofreció a Azrael una sonrisa

algo cruel. No podía usar su telepatía de vampiro causa del brazalete que llevaba, pero parecía como si hubiera leído sus pensamientos de todas formas.

Azrael salió de las sombras y estudió a su hermano cuidadosamente.

Samael conocía a Uriel muy bien. Había más de Jonathan Brakes de lo que habría pensado.

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12 Traducido por ktymontañez ◕‿◕

Corregido por Panchys

leanore miró a Samuel Lambent desde uno de los lujosos sillones

de su oficina en la antigua Torre Sears. Jason, Sam y ella se habían materializado en esta habitación después de que Sam les

hubiera trasladado mágicamente fuera del cementerio. Ya no la sujetaban ¿y para qué iban a hacerlo? Sabía que no iría a ninguna parte.

—Eres Samael —susurró ella con tono acusador. Había descubierto un

par de cosas a lo largo de las últimas horas—. El arcángel del que Uriel hablaba. Eres el que causó que las Arcos se perdieran hace tantos años.

Samael le sonrió, su postura destilaba calma y tenía las manos en los

bolsillos. —No lo voy a negar.

—Le hizo algo a Uriel, ¿no?

Samael se volvió y le dirigió una mirada de soslayo. —Él se lo hizo a sí mismo —dijo con la mayor naturalidad. Luego se apartó del sillón para moverse alrededor de la mesa que había detrás, su atención estaba puesta en

una ventana. Los rayos del sol de la mañana se asomaban a través de las persianas, calentando el aire. Se detuvo allí, permitiendo que la luz le bañara

en su gloria—. Él firmó el acuerdo. Un trato es un trato.

—Lo convirtió en un vampiro.

Ante eso, Samael sonrió para sus adentros, pero no dijo nada.

—¿Qué quiere de mí? —preguntó Ellie con los dientes apretados.

Samael se volvió de nuevo y la miró larga e intensamente. Eleanore quería ser valiente, pero él era… bueno, era demasiado hermoso, su mirada

resultaba invencible. Al final, se las arregló para apartar la vista y dirigirla hacia la mesa de café. Era todo lo que podía hacer para evitar ser absorbida

por las crepitantes tormentas de sus ojos.

—Tenía la esperanza de que consideraras hacer un trato por tu cuenta.

Eso le llamó la atención. La cabeza de Eleanore se elevó, sus ojos

encontrando los de él una vez más. —¿Contigo? —Suspiró—. No puede estar hablando en serio.

—Generalmente encuentro que raramente soy algo, excepto serio —dijo con un amago de sonrisa.

E

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—Señor Lambent…

—Sam.

Eleanore parpadeó. Lo del alias era ridículo con este grupo. Nunca estaría segura del todo de cómo llamar a cualquiera de ellos. Siguió adelante. —Me gustaría mucho saber en medio de qué tipo de juego me encuentro. No

sé qué tipo de pacto tiene con Uriel y sus hermanos, y yo no sé dónde encajó en todo esto. Pero, francamente, me está enfadando.

Samael la estudió detenidamente. Podía sentir cómo observaba todo, desde la cima de su cabeza hasta la punta de sus botas. Se puso nerviosa hasta el extremo, pero se forzó a no dar marcha atrás. Sé valiente.

Él dejó la ventana y se colocó delante de ella. Para su crédito, ella no retrocedió.

—¿Quieres toda la verdad? —Le preguntó.

—Por favor —dijo, deseándolo desde el fondo de su corazón. Estaba tan cansada.

—Muy bien. —Le dijo todo entonces. Él contó la historia que ya había oído de Uriel y sus hermanos, cómo ella y otras tres mujeres más habían sido creadas, hace mucho tiempo, como almas gemelas para los cuatro

arcángeles.

Le habló de la revuelta y de cómo ella y las otras habían sido

“descartadas” por El Hombre Viejo. —Lo que sea para mantener una paz precaria en un lugar donde tal cosa no era más que una máscara para un poder irresponsable y deseos impedidos.

Incluso le habló de su trato y del contrato con Uriel. Lo único que no le dijo fue el por qué había exigido el acuerdo en el primer lugar. Eso,

aparentemente, era asunto suyo y solo suyo.

—Me usaste —le dijo—. Para engañar a Uriel y que aceptara servirte.

—Quizá lo hice —admitió con facilidad—. No siempre me siento

orgulloso de las cosas que hago, Eleanore. Sin embargo, las hago de todos modos. —Caminó una vez más a la ventana y miró a lo largo de Chicago—.

Es lo que soy.

—¿Y qué tipo de acuerdo quiere de mí?

Samael parpadeó, bajo la mirada y luego, tras un momento de

consideración, se alejó de la ventana y caminó hacia un gran escritorio de roble que descansaba frente a un conjunto de bibliotecas enormes cargadas de libros. Cogió un trozo de papel del escritorio y una pluma estilográfica que

estaba de pie sobre un soporte de mármol en una esquina.

—Quiero lo mismo que siempre he querido —le dijo mientras llevó el

papel y el lápiz alrededor de la mesa y los puso frente a ella—. Quiero ganar.

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¿Qué demonios significa eso? Pensó Eleanore. Miró hacia el papel. Parecía ser un trozo de pergamino muy viejo y amarillento, pero estaba

completamente en blanco. La pluma era igual de extraña para ella. Estaba hecha de algo similar al cristal de cuarzo; clara, brillante y hermosa.

No es cuarzo, se dio cuenta. Es un diamante.

Con los ojos muy abiertos miró a Samael, quien tomaba asiento en el sofá de enfrente y la observaba de forma constante, sin decir nada.

—No tiene tinta —dijo. La pluma era transparente y centrarse en la falta de tinta, alejó su mente de su objetivo principal.

—No usa tinta —le dijo en tono bajo, su voz era una caricia mala,

demoníaca.

—Todavía no sé lo que quieres de mí —se atragantó ella.

—Quiero tu palabra de que si Christopher Daniels… Uriel —aclaró, con los ojos brillando en plata—, hace cualquier cosa para hacerte daño en los próximos siete días, vendrás a mí.

Eleanore parpadeó. —¿Qué haría Uriel para dañarme? —Imágenes del arcángel, con brillantes ojos rojos y prominentes colmillos flotaban ante su

mente.

—No puede ser fácil pasar por los cambios que su cuerpo está experimentando —dijo Samael—. Hay muchas cosas a tener en cuenta. —

Apoyó su espalda contra el sofá y se encogió de hombros—. Mientras que la luz del día fue nada más que iluminación para él, ahora será mortal. Luego está la alimentación —dijo y su mirada la cortó. Su voz se había reducido

sutilmente, de forma significativa—. Él tendrá que hacerlo todas las noches y tendrá que aprender a no matar a aquellos de los que se alimenta. Puede ser

muy tentador dar un paso más de lo estrictamente necesario.

Eleanore digirió esto y encontró que cuanto más se imaginaba a Uriel hundiendo sus colmillos en la garganta de alguien, su boca más se secaba.

Hubo un breve destello de luz en frente. Eleanore abrió la boca y miró hacia abajo para encontrar un vaso de agua helada goteando frente a ella, en

la mesa de café.

—No está envenenada, así que bebe, por favor —dijo Samael.

Eleanore se dio cuenta de que esto significaba que había estado

leyendo su mente y que probablemente todavía lo hiciera. Pero también se dio cuenta de que sería inútil pedirle que se detuviera.

Tomó el vaso y bebió. El agua, fría y refrescante, calmaba su garganta

y le dio la fuerza suficiente para formular su siguiente pregunta. Dejó el vaso, ahora medio vacío, en la mesa y dijo: —¿Usted cree que Uriel me va a matar?

—No. —Samael esbozó una sonrisa irónica—. No, Eleanore. Si lo creyera, me sería poco útil pedirte que vengas a mí en caso de que te haga

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daño. Sin embargo, no me extrañaría que tomase más de lo que está dispuesto a dar.

Eleanore sintió cómo se ruborizaba una vez más, mientras la mirada de Samael la quemaba desde el respaldo del sofá donde se había apoyado con indiferencia. Ellie miró a la mesa de café y se abrazó.

—De acuerdo a nuestro trato, cuando la semana haya terminado, voy a liberar a Uriel de su maldición —confesó Sam.

Esto le llamó la atención. —¿Y si no estoy de acuerdo?

—Entonces se quedará atrapado en su nueva forma para el resto de la eternidad ¿Quién sabe? Tal vez se acostumbre algún día.

Eleanore se pasó una mano por el pelo y sobre los ojos. No había forma fácil de salir de esto de ninguna manera. Había demasiadas cosas que afrontar: contratos, ofertas, maldiciones de vampirismo… Pero por encima de

todo, Uriel y ella aún se tenían el uno al otro para hacerle frente a la situación. Eso debería ser suficiente por sí solo. ¿Podría llegar a amarlo como

se esperaba de una Arco?

La verdad es que es un chico caliente, pensó con ironía.

Era la base misma de su existencia lo que más le molestaba. Enterarse

de que era una Arco y de lo que eso significaba, explicaba las muchísimas preguntas que había tenido toda su vida acerca de por qué era diferente. Y

descubrir que Uriel era su alma gemela no era tan malo. Tenía que admitir que se había sentido atraída por él, en cuerpo y alma, desde el primer momento en que le conoció. Pero saber que había sido creada con el único

propósito de ser su compañera, era otra cosa ¿Dónde quedaba su libre albedrío en todo esto?

Había sido robado la primera vez que Uriel había puesto los ojos en ella. O quizá, la primera vez que sus poderes se habían mostrado al mundo y al instante se había escondido en la clandestinidad. O tal vez, había sido en

el momento de su creación y nunca la había tenido.

No era libre. Nunca lo había sido. Y le molestaba.

—Te puedo dar la libertad —dijo entonces Samael.

Eleanore le miró con los ojos muy abiertos. —¿Qué?

Samael tomó una respiración rápida y se quedó pensativo. Se paseó

hacia su escritorio, se volvió y se apoyó en él, con los brazos cruzados sobre el pecho. —Eleanore, debes saber en tu corazón que te puedo dar todo lo que desees.

Oh, no, pensó. Se fuerte, Ellie, se fuerte.

Pero su sonrisa era tierna y su mirada la hizo sentir débil. —Debes

confiar en mí. —Entonces, sin previo aviso, desapareció.

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Eleanore miró con sorpresa el lugar donde había estado momentos antes y luego se giró instantáneamente cautelosa. Lentamente, se levantó del

sillón, sus oscuros ojos azules exploraron las cuatro esquinas del largo y lujoso estudio. Buscó en las sombras su aliento vivificante una vez más, pero no encontró rastro de él.

Se había ido, simplemente.

Se volvió para mirar a la mesa de café solo para descubrir que había

desaparecido y Samael estaba de pie a pocos centímetros de distancia, mirándola con esa cuidadosa mirada calculadora.

Oh Cristo, pensó frenéticamente mientras se ponía mano en el pecho.

Él es aterrador como el infierno, pero tan guapo… y está tan cerca… su corazón estaba acelerado

Él sonrió, sin duda, leyendo sus pensamientos. —Dame lo que quiero, Eleanore, y yo corresponderé. Es así de simple.

Levantó la mano para posarla gentilmente al lado de su cara. Reprimió

un escalofrío al contacto. Su piel era tan cálida que el ardor la bañó al entrar en contacto, de la misma forma en la que un rayo de sol, por la ventana,

podría ahuyentar el frío invernal.

—Dame este pequeño beneficio. Lo único que te pido es que confíes en mí. —La atrajo más cerca y enganchó el aliento de Eleanore. Bajó los labios

hasta que sus siguientes palabras le acariciaron los oídos—. Y ven a mí.

Entonces, le puso el más dulce de los besos en el lóbulo, provocando un fuerte escalofrío a través de su forma esbelta. —Tienes todo para ganar —

susurró, tan suave, tan cálido.

Y nada que perder…

La idea se fue flotando, sin control a través de su mente. No sabía si era propia pero a ella no le importaba. Estaba bajo su hechizo, lo hubiera hecho a propósito o no. Él era demasiado perfecto. Demasiado hermoso.

Demasiado caliente y alto y duro y fuerte y persistente y amable y peligroso. Tan maravillosamente peligroso.

Ellie trató de asentir con la cabeza y no supo si había tenido éxito, hasta que poco a poco fue alejándose lo suficiente como para que abriera los ojos. Tenía una de sus muñecas en la mano, los dedos curvados alrededor en

un agarre suave pero firme. En la otra mano, sostenía la pluma, que brillaba con la luz del sol entrando por la ventana y destellando en sus ojos.

—Déjame hacer esto más fácil par ti —le dijo, llevando el interior de su

muñeca a sus labios, donde gentilmente puso un beso en la palpitante vena. Ella lo observó con fascinación mientras retrocedía y una pequeña gota de

sangre brotó desde el lugar que había besado.

No había dolor. Solo estaba sangrando.

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—La pluma requiere la sangre de cada parte contratante.

Luego bajó la punta de la pluma a la sangre y hábilmente llenó el

compartimento interior con el rojo, precioso líquido.

Una vez que estuvo lleno, se volvió y dejó la pluma sobre la mesa de café, mientras esta reaparecía, aun sosteniéndole el brazo con firmeza.

Entonces, la enfrentó una vez más y soltó su agarre en la muñeca, dirigiendo el dedo suavemente sobre la pequeña herida que había creado. Desapareció,

dejando su carne una vez más sin marca.

Las rodillas de Eleanore se sentían débiles y él debió haberlo sabido, porque tomó la otra muñeca y la guio hacia el sofá. Cuando se sentó, se

arrodilló ante ella, manteniendo el contacto visual.

—¿Eleanore, prometes venir a mí si Uriel hace algo para hacerte daño en los próximos siete días?

Ella dudó. Pero entonces se dio cuenta de que no había vuelta atrás ahora. Uriel era un vampiro, porque había llegado a un acuerdo para

protegerla. Lo menos que podía hacer era devolver el favor y tratar de salir del lío en que sin querer la había colocado.

Y… era más que eso.

No solamente sentía que se lo debía. Quería ayudar a Uriel. En el esquema normal de las cosas, no tendría ningún sentido. Se acababan de conocer. Pero este no era el mundo normal. Este era un mundo de arcángeles

y sus almas gemelas Arcos. Era su mundo y Uriel era en su centro. Si hubiera la más mínima posibilidad de que este acuerdo con Samael pusiera

fin al dolor que había visto en Uriel, en el garaje de la mansión, entonces valía la pena intentarlo.

Todo lo que Samael pedía era que le permitiera protegerla. Que

confiara en él. ¿Qué podría salir mal por eso?

Miró a los ojos de Samael y tragó saliva, asintiendo con la cabeza.

—Dilo, Eleanore —instruyó con calma, sus ojos grises brillando oscuramente.

Ella parpadeó rápidamente y se lamió los labios.

—Sí —dijo—. Lo prometo.

Con esto, Samael esbozó una encantadora y bella sonrisa y suavemente colocó la pluma, ahora de color rojo rubí, en la mano de

Eleanore. Su punta afilada burbujeaba ligeramente con una gota roja, lista para ser puesta en el papel.

Samael se levantó y se alejó de la mesa así que Eleanore tuvo una visión clara del pergamino antiguo frente a ella. Ya no era blanco, negras letras estaban desplazándose en la página incluso mientras observaba. Las

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palabras estaban escritas en lo que le parecía a simple vista un idioma muy antiguo.

Antiguo. Al igual que Sam.

Cuando las letras se quedaron por fin estáticas, un par de líneas de firma aparecieron en la parte inferior de la página. Una era para ella.

Samael esperó pacientemente, pero Eleanore sabía que si no lo hacía ahora, se pondría nervioso. Así que se bajó del sillón y se arrodilló delante de

la mesa de café. Luego colocó la pluma en la línea y firmó con su nombre.

Ellie esperaba que pasara algo después. Tal vez un rayo le pegaría o tal vez sería una combustión espontánea. En su lugar, todo lo que oyó fue un

suave sonido a su lado mientras Sam se colocó en el otro extremo de la mesa y se arrodilló también. Él le tendió la mano con la palma hacia arriba y se dio cuenta de que quería la pluma.

Se la entregó, percatándose de que ya no era roja, sino una vez más clara y vacía. Samael tomó la pluma, rozando sus dedos. Ellie se estremeció y

se alejó, mirando al suelo.

¿Qué he hecho?

Cuando oyó el ruido de arañazos en el pergamino, levanto la mirada

para ver que él firmaba también, y que de nuevo, la pluma era roja. Había tomado su propia sangre y no lo había visto. Estaba agradecida por eso. Sentía el estómago un poco extraño en ese momento. Era tan inestable, tan

insegura…

Cuando terminó, movió con la mano la pluma y el pergamino y

simplemente desaparecieron. Luego se puso de pie una vez más, se trasladó a su lado y le ofreció su mano. La expresión de su increíblemente hermoso rostro era de preocupación intensa. —¿Estás bien? —preguntó.

A Eleanore le pareció extraño. ¿Por qué lo pregunta? ¿Por qué le importa? Has conseguido lo que quieres, ¿no es así? Ella parpadeó hacia él y

luego asintió con la cabeza. —Creo que sí.

—Entonces te pediré un último favor, Eleanore.

Oh no, aquí vamos, pensó. El rayo…

—La gala a la que Christopher Daniels debe asistir en Dallas no es hasta mañana por la noche. Sé que has aceptado ir con él y no te detendré.

Sin embargo, también sé que él no es el único que representa una amenaza para ti. —Aquí se detuvo, permitiendo que la información fuera asimilada.

Ellie se dio cuenta de que eso significaba que sabía sobre los hombres que la habían perseguido durante la mayor parte de su vida—. No estoy seguro de que estés a salvo en tu apartamento por más tiempo. Por favor, permíteme

ofrecerte un alojamiento seguro hasta mañana. —Hizo una pausa otra vez, lo que le permitió examinar la solicitud. Luego agregó—: Me aseguraré de que estés provista de alimentos, ropa y todo lo que necesites o desees.

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¿Por qué está siendo tan amable conmigo?

Si fuera posible, sus tormentosos ojos grises se veían tristes. Tal vez un

poco cansados. No, muy cansados. Está agotado, pensó de repente. La fuerte impresión estuvo ahí un momento y desapareció el siguiente. Fugaz. Se preguntó si lo había imaginado.

A regañadientes, asintió. Estaba en lo cierto. No podía ir a casa.

Él no dijo nada más. En cambio, le soltó la mano y miró hacia el suelo.

Parecía estar pensando profundamente, el músculo de su mandíbula se tensó y se relajó. —Haré que Lilith, mi asistente, se encargue de todo.

—Tengo que llamar a la librería —dijo Ellie.

—Eso ya está solucionado —respondió.

Finalmente, se apartó de ella y se dirigió hacia la puerta de la oficina.

Una vez allí, agarró la manija, giró el picaporte y luego miró por encima del amplio hombro. Le dio una mirada escrutadora y ella se preguntó qué era lo que buscaba.

Luego abrió la puerta y salió al pasillo, cerrando tras él.

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13 Traducido por: ♥...Luisa...♥

Corregido por: Deydra Ann

iguel observó con evidente interés como Max, finalmente, se

secaba la frente con la parte posterior de su manga y se apoyaba en la mesa, dejando caer la cabeza por el agotamiento.

El rubio arcángel había estado observando pacientemente a Max mientras trabajaba. El contrato y su desenredo; palabras arremolinadas,

brillantes, aún descansaban frente a él en la superficie de madera de roble de la mesa, pero el movimiento de palabras en su cabeza se había detenido mas o menos. Ahora estaba completamente descodificado.

Estuvo callado por largo rato, mientras Max se inclinaba sobre la mesa grande, con la cabeza gacha y los ojos cerrados. Había consumido toda su

energía para desentrañar el engaño de Sam. Finalmente, Miguel tomó la palabra, al parecer cansado de esperar.

—¿Y bien? ¿Qué dice? —Max levantó la cabeza para mirarlo.

—Nada. —Miguel frunció el ceño

—¿Qué? —Max se enderezó una vez más, se quitó las gafas y se puso a limpiarlas con el dobladillo de su camisa. Estaba hecho un desastre.

—No dice nada. Absolutamente nada. —Suspiró. Se puso las gafas y las ajusto—. Samael está jugando conmigo.

Max dio un paso atrás y miro las palabras brillantes que flotaban en el aire, llenando el espacio desde el escritorio hasta el techo. Flotaban allí en una vaga formación gráfica. Había miles de ellas. Y no significaban nada.

Se pasó una cansada mano por el pelo y se alejó de la mesa para caminar hacia la barra de bar que había junto a la pared.

—La única obligación escondida en el desastre es la que ya ha ocurrido —dijo Max con calma—. La que le dio a Uriel su nueva forma de vampiro. Todo lo demás es una tontería —Sacó una licorera de cristal de la estantería

superior, la descorchó y vertió una buena cantidad de líquido marrón en un vaso transparente—. Sospecho que trataba de mantenernos ocupados durante un tiempo. Eso, o sencillamente se está divirtiendo con nosotros.

Se volvió para ver a Miguel dispararle una mirada frustrada.

M

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—Conociendo a Sam, las dos cosas. —Max hizo una mueca cuando se tragó una fuerte cantidad de alcohol y apretó los dientes. Asintió con la

cabeza baja y miró hacia fuera.

—En efecto. —Max casi nunca bebía, simplemente no era lo suyo. Sin embargo, esta noche el líquido color ámbar lo llamaba y dado que sus

habilidades de guardián le permitían alejar sus efectos con tan solo un pensamiento, no se iba a detener.

—Entonces, ¿Qué crees que ha estado haciendo mientras nosotros estábamos aquí, descodificando esta mierda?

—Lo siento… ¿Nosotros? —preguntó Max incrédulo. Se sentía muy

cansado en estos momentos para las sutilezas sociales. Miguel tuvo la decencia de mostrarse un poco culpable. Se encogió de hombros.

—Lo siento. Quería decir “tú”.

—No ha sido para nada bueno, eso seguro —dijo Max. Comenzaba a sentir el alcohol ya, le estaba golpeando duro y rápido—. Probablemente

involucra a Eleanore.

—Sí, eso ha hecho —dijo una voz desde la puerta.

Miguel y él se volvieron para ver a Gabriel pasear por la habitación con

expresión sombría.

—Ella firmó un contrato de sangre con el espía. —Max casi se ahogó con su bebida.

—¿Qué? —rugió Miguel. Max se apresuró a tragar y se aclaró la garganta.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó, cuestionándose si debía desembriagarse rápidamente con un poco de magia.

—Sabíamos que estaba en la torre, así que espere fuera ya que no hay

forma de entrar. —Gabriel caminó por la habitación hasta situarse al lado de Max y tomó la copa de su mano. Bebió sin ceremonias el resto del licor y

luego le entregó el vaso vacío de nuevo.

Max le lanzó una mirada sucia, pero Gabriel no se dio cuenta… o no le importó.

—Lilith salió y me lo dijo todo.

Max no se sorprendió. Lilith a menudo ayudaba a los arcángeles a la hora de tratar con Samael. Simplemente era parte de su personalidad:

generosa, valiente, sabia. Era una de las muchas cosas que Max admiraba de ella.

—¿Qué diablos pasó? —preguntó Miguel.

Gabriel llegó hasta el estante superior del armario de las bebidas y se llevó la misma botella que Max había cogido antes. Con una mano acomodo

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el vaso de Max, aún en las manos del guardián, y con la otra, lo volvió a llenar.

Max le vio hacer esto con irritación y vago desconcierto.

Cuando Gabriel había terminado, regresó la botella al estante superior y luego, una vez más, tomó el vaso de la mano de Max para tirar hacia atrás

su cabeza y vaciar el contenido de un trago. Esta vez, cuando devolvió el vaso a la mano del guardián, el músculo de la mandíbula de Max se tensó. Gabriel

apretó los dientes, eructó y se alejó del gabinete de licores en dirección a los sofás que había en el centro de la habitación.

Max puso los ojos en blanco y dejó el vaso sobre el mostrador con un

golpe exasperado.

—Gabe —repitió Miguel, con toda la calma que pudo reunir, dadas las circunstancias—. ¿Qué demonios pasó en la fortaleza de Sam?

Gabriel miró a su hermano y se encogió de hombros.

—¿Qué puedo decir? Le ofreció lo que no podíamos darle.

—¿Qué es…? —preguntó Max, de nuevo completamente sobrio. Era inútil tratar de embriagarse alrededor de Gabriel. El arcángel siempre lo vencería en ese juego en particular.

—Levantar la maldición de Uriel. —Miguel juró por lo bajo y Max se encontró apretándose el puente de la nariz para evitar el dolor de cabeza que se acercaba.

—¿Y qué tenía que darle a cambio? —preguntó Max.

—Ahora, solo tú podrás averiguar eso, Max. —Gabriel puso una

sonrisa torcida antes de dejarse caer en uno de los lujosos sofás de cuero.

—Lo que significa que tienes que pedir su contrato también —aclaró Miguel—. Solo el diablo sabe lo que Eleanore ha aceptado.

—Bien dicho —agregó Max, sombrío. Samael era un arcángel, pero hacía tiempo que Miguel y sus hermanos habían comenzado a referirse a él

como el Príncipe Oscuro y otros apodos que vienen con el título. Y después de todo, ¿Por qué no iban a hacerlo? Samael era peligroso y retorcido hasta el extremo. Los nombres le iban de maravilla.

Max nunca se había sentido tan cansado. Una vez más, se pasó una mano por el cabello, dándose cuenta de que había cogido el mismo hábito que uno o varios arcángeles. Parecía que todos lo hicieran.

—Veré lo que puedo hacer para obtener una copia. Mientras tanto, ¿Sónde está Ellie?

—Estará quedándose en el August —ofreció Gabriel con un acento perezoso, arrastrando las palabras.

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—Ese es un hotel relativamente nuevo —reflexionó Max—. En las Vegas. —Frunció el ceño. —Creo que se siente más segura manteniéndose

alejada de Texas en este momento.

—Así es —coincidió Gabriel. Miguel hizo un sonido de burla.

—Solo Samael consideraría La Ciudad del Pecado una alternativa

segura a Texas.

—Sr. Farnsworth, me temo que un trato es un trato.

Lilith se detuvo fuera de la oficina de Sam en la Torre. Estaba abierta y

tenía una visión clara del interior. Él estaba en el teléfono de espaldas a ella, mirando por la ventana al espacio de sesenta y seis pisos que le separaban

de la calle. Era aficionado a la vista, parecía tranquilizar su mente. Lilith no se molestó en llamar, simplemente entro y esperó a que terminara.

Samuel se rió en voz baja y Lilith hizo una pausa en su tranquilo

recorrido a través de la habitación. No le gustaba el sonido de esa risa, era uno de sus tonos más peligrosos.

—Escúchame ahora, Farnsworth.

Hubo una pausa. Entonces Samael continuó—: Querías que recibiera su merecido para hacer una cierta cantidad de dinero. Y lo ha hecho. Yo

mantuve mi parte del trato. Es hora de que mantengas el tuyo.

Hubo otra pausa y luego Samael comenzó a girar en su sillón de piel.

—Eso es lo que pensaba. Hasta pronto, señor Farnsworth. —Dejó el

teléfono en su receptor y miró a Lilith—. Se lo dijiste.

—Sí —admitió Lilith de inmediato—. Era mejor para ella. —Los labios

de Samael se curvaron en una sonrisa.

—Oh, sin duda. —Se recostó en su silla y juntó los dedos frente de él—. No pasa nada —dijo—. Apuesto…

Lilith estrechó su mirada. —Que tienes lo que quieres de ella ¿no es así?

—No del todo —dijo—, pero es suficiente por ahora.

Lilith suspiró, sintiéndose de pronto muy cansada. Últimamente se había estado sintiendo de esa manera. Era este mundo. Tomaba la fuerza de

los mejores. Tenía el mismo temor de la población humana, así había sido por mucho tiempo.

—Sam, dime que no destruiste a esa mujer. —Lilith finalmente suspiró.

Se sentía demasiado cansada para participar en otra pequeña charla. Se

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rodeó con los brazos como si quisiera evitar un viento frío. Le produjo una cierta cantidad de comodidad.

Samael estaba tranquilo en su silla. Luego se levantó y, cerrando la distancia hacia la ventana, presionó las manos contra el cristal.

—Pedí una promesa, Lily. Nada más. Te doy mi palabra.

—¿No urdiste mil mentiras en su contrato? —preguntó incrédula.

—No.

Lilith parpadeó. Se enderezó, dejando caer los brazos a sus costados. Estaba confusa, cuanto menos.

Sabía que Samael le había pedido a Eleanore Granger que fuera hacia

él si ella y Uriel peleaban o alguna otra tontería. Sin embargo, asumió que era mucho más que el contrato acordado. ¿Samael podría realmente decir que no había nada más que su acuerdo? ¿Qué solo le había pedido a la Arco

su confianza?

Samael bajó las manos y se alejó de la ventana. Fijó a Lilith con una

mirada firme, ilegible.

—Nadie en este mundo confía en mí, Lily —dijo, otra vez usando el apodo más personal con el que a veces la llamaba. Luego se río por lo bajo,

un sonido de auto desprecio y calma—. Por una buena razón, sin duda. —Sacudió la cabeza—. Ni siquiera tú.

Lilith no estaba segura de qué decir. Sus palabras la tomaron un poco

por sorpresa. Por una parte, eran ciertas. Oh, muy cierto. Ni una sola alma en el universo confiaba en Samael. No habían confiado en él durante dos mil

años. Y aunque él también tenía razón acerca de que había motivos de peso para esa desconfianza, se sobresaltó al oírle admitirlo. ¿Cómo debe de ser

existir sin la confianza de otro hombre?

—¿Es tan malo de mi parte querer una cosa después de dos mil años? —le preguntó entonces.

Pasó un largo tiempo antes de que Lilith pudiera responder y el silencio impregnaba la habitación, las paredes, los estantes llenos de libros, solo un poco interrumpido por el ruido de los aviones y helicópteros que venía desde

más allá del panel grueso de la ventana.

Cuando finalmente respondió, lo hizo sin voz. Lilith simplemente negó

con la cabeza. Una vez.

No era malo.

Si Eleanore no hubiera estado tan cansada, se habría quedado sumamente impresionada por todo lo que Samael había hecho por ella en el

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transcurso del día. Su avión privado la había llevado a Las Vegas en poco menos de dos horas.

Y entonces, cuando su limusina la había llevado finalmente hasta el hotel August en el Strip32 y había entrado en su habitación, fue para encontrar un armario lleno de ropa y zapatos esperándola. Estaban todas las

marcas que ella amaba. Había botas Frye, Dr. Martens, zapatillas Converse, vaqueros Ed Hardy, camisetas y chaquetas de cuero, todo lo de Victoria’s Secret… y todo en su talla.

Sobre la mesa había un festín de comida, desde fresas cubiertas de

chocolate, hasta quesos, galletas caras y bebidas frías en el mini-bar.

Pero quizá el hallazgo más asombroso de todos fue lo que estaba en el centro de la gigantesca cama de su habitación. Era su bolso Fossil y, en su

interior, todo lo que había dejado atrás cuando había abandonado su coche después del accidente en el Slide Road, tan solo ayer por la mañana, pero

que parecía una eternidad.

Eleanore no tenía idea de cómo Samael había logrado sacarla de su auto en la mansión de los ángeles. Ella pensaba que el edificio mágico en

constante cambio era impenetrable. En cualquier caso, allí estaba. Tenia su licencia de conducir, las tarjetas de crédito, su teléfono celular, todo.

Ella lo atribuyó, una vez más, a la magia que se había convertido en parte de su vida. Luego se duchó, se puso algo de su ropa nueva y disfrutó de la habitación del hotel.

Era extraño para una persona en su situación, obligada a moverse tanto como lo había hecho. No podía explicarlo. Le encantaba la sensación de

ser “libre”, de poder ir a cualquier parte del mundo y saber que dondequiera que fuera, simplemente podía conseguir una habitación en algún hotel, motel, hostal o cama-y-desayuno y que tendría, al menos, una cama en la

que dormir.

También le encantaba conocer nuevos lugares, lo cual era una suerte para ella ya que no tenía muchas opciones con respecto a esto.

Ella nunca había estado fuera del país, pero había estado en todo EEUU. Había viajado, literalmente, de mar a mar y las habitaciones de hotel

se habían convertido desde hacía tiempo en una segunda residencia para ella.

La tarde del miércoles era oscura y ella miraba desde el piso hasta las

ventanas del techo, sobre la cada vez más brillante plaza de neón que estaba más abajo del Strip. Pensó en Uriel y se preguntó qué estaría haciendo en ese momento.

32 Calle más famosa de Las Vegas, Nevada.

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Uriel despertó lentamente de su sueño al igual que siempre lo hacía,

poco a poco y no de la forma que había esperado de un vampiro.

—Los seres humanos se equivocan. —Azrael habló desde donde estaba sentado, al estilo indio, en la parte superior de una mesa a unos metros de

distancia. Miraba a Uriel con ojos penetrantes, brillantes—. No morimos durante el día. No dejamos de respirar y nuestros corazones siempre laten. —

Sonrió, mostrando los colmillos—. Simplemente somos amantes de la noche.

—Tengo hambre —dijo Uriel sencillamente, mientras se empujaba fuera de la cama de piedra fría en la que había pasado el día. En un primer

lugar, había intentado dormir en una cama normal. Sin embargo, su cuerpo se sofocaba, haciéndole desear la frialdad del mármol en esta sala, que Azrael había creado mucho tiempo atrás por la misma razón.

—Y eso es otra cosa —Azrael se río entre dientes—. Tenemos muy mal humor cuando no comemos.

Uriel enarcó una ceja y sonrió irónicamente.

—¿Y ahora qué?

—Comemos —dijo Azrael con un encogimiento de hombros, saltando

de repente desde la mesa con un movimiento fuerte y elegante. Las antorchas a lo largo de la pared parpadearon con la repentina turbulencia del aire frío de la sala.

—¿Haces mucho esa mierda en el escenario? —preguntó Uriel al darse cuenta de que no muy a menudo podía atrapar a su hermano actuando como

El Enmascarado.

—Ocasionalmente. —Sonrió Azrael.

—Puedo ver por qué has causado tanta impresión —murmuró Uriel, balanceando las piernas sobre el borde de la losa de piedra y saltando hacia abajo. Su cuerpo se movía de manera diferente en este estado. Parecía borrar

los límites entre la acción, moviéndose a una velocidad mucho mayor de lo normal.

—¿Por qué el brazalete me permite moverme así?

—Tu capacidad para moverte con rapidez no es más que un poder de vampiro al igual que la capacidad de correr es un poder humano. Es

simplemente parte de tu nueva fisiología —explicó Az.

—Va a tomar algún tiempo acostumbrarse —dijo Uriel mientras se miraba.

—Nah. —Azrael subió por debajo de la mesa, tan solo fue un borrón en el aire mientras lo hacía. Era como ver una película, pero sin la pantalla—. Es reflejo —explicó—. No pasará mucho tiempo en absoluto.

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Uriel parpadeo y de repente Azrael estaba parado directamente enfrente de él, a menos de un pie de distancia. El alto y oscuro arcángel lo

miro fijamente con esos misteriosos ojos dorados.

—Ahora sígueme. Te iniciare.

—Suena muy a pandilla de vampiros de los años ochenta —replicó

secamente Uriel.

—¿Y qué mejor lugar para ser un niño perdido que en La Ciudad del Pecado?

—¿Las Vegas? ¿Me vas a llevar a Las Vegas para la cena? —Azrael río.

—Nop —dijo. Agitó su mano a una puerta alta y de madera oscura que

había en la pared de piedra de la sala. La puerta y la pared que lo rodeaban brillaban, agitándose dentro y fuera de la existencia como en un efecto

especial de Hollywood. Luego desapareció por completo y una cálida, ruidosa oscuridad, fue revelando un poco más allá la apertura. Azrael se volvió hacia Uriel, su sonrisa tan perversamente aguda como siempre—. Nos acabamos

de despertar, ¿recuerdas? Es el desayuno.

Uriel se mordió la mejilla. —Claro —dijo. Esto era sin duda nuevo.

Parecía que Azrael era una persona completamente diferente si lo atrapabas por la noche, en su propio terreno. Haciendo lo suyo. Incluso bromeaba. Azrael nunca bromea. Era la muerte, por el amor de Dios. Pero en este

momento, el alto y moreno arcángel sonreía y había en sus pasos una ligereza que no solía mostrar.

Entonces, Uriel se dio cuenta de que no conocía a su hermano en absoluto ¿Cuántos años habían pasado desde que los dos habían tenido una conversación real? ¿O hacer algo juntos? Hacía muchos años. Miles de

hecho.

Bueno, eso está por cambiar, pensó Uriel. Lo quisieran o no, ahora

tenían el papel de profesor y alumno. Y, curiosamente, la enseñanza parecía ser algo natural en Azrael. Dirigía sin pretensiones e incluso parecía disfrutarlo. Maravilla de maravillas.

—¿Estás listo? —-preguntó entonces Azrael.

Uriel se giró para estudiar la oscura abertura en la pared de la cámara.

Sabía lo suficiente acerca del funcionamiento de la mansión como para deducir que, posiblemente, el portal que Azrael había abierto les conduciría directamente a Las Vegas. Probablemente, abriéndose en cualquier callejón o

en un almacén abandonado.

Asintió con la cabeza y observó avanzar a Azrael en la oscuridad. Cuando Uriel le siguió, pisándole los talones, una brisa cálida le dio la

bienvenida, junto con el sonido de sirenas, la música apagada de un club de baile y una discusión entre dos amantes borrachos por la calle.

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—Ah, Las Vegas —dijo Azrael mientras caminaban por la acera fuera del callejón, mezclándose en el ambiente.

No se preocuparon por el portal de la mansión a sus espaldas. La casa multidimensional sabía cómo cuidar de sí misma; la apertura ya se había ido.

—Allí. —Azrael señaló con la cabeza hacia un par de mujeres a mitad de la cuadra. Eran jóvenes, tenían probablemente no más de veinte o

veinticinco años. Vestían escasamente, una con una minifalda de cuero y la otra en jeans ajustados y tambaleándose en un par de tacones.

Tampoco eran del gusto de Uriel, vampiro o no. Negó con la cabeza y le

disparó una mirada de reojo Azrael. —No, gracias.

—La presa no, genio —le regañó Azrael. Señalando un punto por encima de ellos en su campo de visión, levantó la mano para que Uriel

siguiera su línea de visión hacia un grupo de hombres que estaban en la misma calle, en la esquina, medio escondidos en la sombra—. Los

depredadores.

La mirada de Uriel se estrecho en el grupo de hombres. Había tres de ellos, con sus rostros cubiertos hasta el pescuezo de suciedad. Los tres

estaban ligeramente tostados y si el olor que percibió desde esta distancia fue una indicación, también estaban drogados con algo bastante desagradable.

—Ese es el olor de la metanfetamina —le dijo Azrael—. Se encuentran

muy lejos33, y están esperando a que esas dos mujeres se dirijan directamente a ellos.

Uriel estaba acostumbrado a actuar por instinto. Era parte de ser un arcángel. Sin embargo, esta vez, cuando percibió el peligro y sintió las malas intenciones en la brisa del desierto, el poder que solía convocar

automáticamente no se encontraba allí. No respondió.

Uriel frunció el ceño, se echó un vistazo de reconocimiento y mientras

lo hacía, vio el destello del metal alrededor de su muñeca.

Junto a él, Azrael se desplazo. —Te lo pusiste tú mismo, por lo tanto, solo tú debes quitártelo. —Azrael asintió con la cabeza hacia el poderoso

brazalete de oro que limitaba los poderes de Uriel dentro de su cuerpo—. Sin embargo, debes esperar hasta que te alimentes para hacerlo —dijo con seriedad—. Una vez que te la quites, te asaltara el influjo de tu fuerza,

haciendo más difícil para ti aceptar el cambio que se está llevando a cabo en tu cuerpo. Posiblemente te abrume. Y probablemente será doloroso. —El tono

de Azrael fue bajo, sus palabras sombrías y sus ojos de oro comenzaron a brillar un poco con el peso de la advertencia.

Uriel apretó los dientes y los dedos en la banda de oro en su muñeca.

—Supongo que puedo hacer esto sin mis poderes —dijo, señalando con la

33 Se refiere a que los hombres están muy drogados.

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cabeza hacia el trío de malhechores drogados por la calle. Ante esto, Azrael volvió a sonreír de manera oscura.

—Por supuesto. Como he dicho, está en tu fisiología. Ahora eres un cazador, solo necesitas actuar por instinto. —Volvió a centrar su intensa mirada dorada en los hombres que, sin saberlo, estaban a punto de

convertirse en presas—. Lo hace más divertido.

—Muy bien. —Uriel dejó su brazalete y asintió con la cabeza a su

hermano—. Después de ti.

Azrael se transformo sin previo aviso en una borrosa mancha en movimiento, dejando a Uriel parpadeando en el sitio, repentinamente vacío,

donde el arcángel había estado una milésima de segundo antes. Y entonces algo dentro de él se deslizó en su lugar. El clic de compresión fue apenas audible, a la vez que simplemente supo qué hacer. Como había dicho Azrael,

era puro instinto.

La visión de Uriel cambio. Los olores en el aire se convirtieron en

rastros visibles que lo llevaban en distintas direcciones. Su oído se agudizo. Podía distinguir el sonido de corazones latiendo más adelante. Dos pertenecían a las jóvenes. Luego vinieron los golpes erráticos de los

maltratados corazones de los hombres que estaban delante de ellos.

A Uriel le tomó unos cuantos preciosos latidos salvajes de corazón alcanzar a Azrael en la entrada del callejón donde los hombres estaban de

pie. Unos pocos más y Azrael había arrastrado a dos de los hombres hacia atrás en la espesa oscuridad. Uriel se hizo cargo del tercero. Envolvió el

fuerte brazo alrededor del cuello del hombre y tiró de él hacia el callejón, húmedo y maloliente, tan rápidamente que sus cuerpos se vieron borrosos con el movimiento. El hombre nunca supo qué lo golpeó.

Los colmillos de Uriel se agarraron a un lado del cuello del hombre. Se resistió todo lo que pudo, cuando la sal se reunió con su lengua y el hedor de

alcohol y las otras sustancias no saludables llenaron sus fosas nasales.

La influencia de Azrael estuvo al instante en su cabeza. Es el sustento, Uriel. Y estás salvando más vidas aquí, aparte de la tuya. Uriel sabía que su

hermano tenía razón. A su manera, todavía eran arcángeles. En cierto modo, seguía siendo su trabajo ofrecer cualquier tipo de justicia que fuera capaz de

dar.

Pero sabía como la mierda y, francamente, Uriel estaba harto de ser un arcángel. Por primera vez en su larga y dolorosa existencia, hubiera preferido

estar en el lado que toma las cosas en lugar del que las da. Él bebía porque tenía que hacerlo. La sangre lo mantendría vivo. Pero a medida que tomaba,

cerró los ojos y se imagino otra cosa. No era la sangre de este hombre la que quería probar.

En ese momento, habría dado casi cualquier cosa por estar bebiendo

de Eleanore en su lugar. El olor de su sangre había sido un canto de sirena

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para él. Todavía lo era. De hecho, su recuerdo era tan tentador, tan crudamente claro, era casi como si pudiera olerla ahí en Las Vegas. Lo cual

era imposible, por supuesto. Realmente estaba loco por ella. Necesitaba a Eleanore más de lo que necesitaba cualquier otra cosa en el universo. Ella lo completaba, era su otra mitad. La parte faltante de su alma. Con ese

pensamiento, Uriel retiró sus colmillos y arrojó al hombre ya inconsciente al suelo.

Azrael lo siguió un segundo después. Al tercer hombre, Azrael simplemente lo había golpeado dejándolo inconsciente con el fin de sacarlo del camino. Los tres aspirantes a violadores ahora yacían inmóviles en el

asfalto del callejón, rodeados de colillas de cigarrillos, botellas de agua plásticas vacías y pajitas para mezclar bebidas que se vendían por el Strip.

No perjudicarían a nadie esa noche.

—Ayúdame a ocultarlos —le pidió Azrael. Uriel le ayudó a arrastrar los cuerpos detrás de un contenedor de basura cercano, donde los hombres

dormirían el resto de la noche. Parecía casi inútil preguntar, ya que no le podía haber interesado menos de todas formas, pero se encontró preguntando de todos modos.

—¿Van a estar bien?

—No están muertos. Por la mañana, se despertarán sintiéndose menos que fantásticos —Azrael sonrió—.Y he añadido un sueño o dos a sus

recuerdos.

—¿Ah, sí? —Uriel dirigió una mirada de duda sobre su hermano.

Azrael había tenido durante mucho tiempo la capacidad de influir en los sueños de los mortales. Junto con una serie de habilidades, el poder había llegado después de muchos años en la Tierra y era considerado por los

arcángeles como parte de ser un vampiro muy antiguo. Uriel de repente se sintió muy curioso en cuanto a lo que el ángel de la muerte le haría a los tres

alborotadores.

Azrael sonrió. —No querrán violar a nadie en un tiempo —dijo, los ojos de oro chispeaban con oscuro mal—. No ahora que han experimentado la

versión de pesadilla de sí mismos.

Los ojos de Uriel se abrieron como platos, pero no pudo evitar la sonrisa de sus labios. Azrael puso una mano sobre su espalda y dio media

vuelta para sacarlos del callejón maloliente.

Mientras Uriel lo seguía, centró su atención en su propio cuerpo y en

los cambios que continuaban produciéndose incluso ahora. La sangre que había tomado alimentaba sus sentidos. Su rango de audición se había incrementado, pudo distinguir una conversación que debía estar teniendo

lugar cerca de una milla de distancia. ¿Y eso era una ducha en funcionamiento? ¿Un inodoro?

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Su sentido del olfato había aumentado. Pero parecía que su deseo inconsciente de Eleanore era primordial, podía jurar que todavía la olía en el

viento. No era solo su sangre. Podía oler su champú de lavanda, canela, su aliento. Incluso el aroma suave y limpio de su piel.

Cristo, pensó. Ella llenaba su interior. No podía sacársela de la cabeza

y de repente se sentía como si ser tan consiente de ella lo estuviera enloqueciendo.

Pero entonces, Azrael lo empujó de nuevo en la oscuridad de las sombras del callejón, una mano presionándole firmemente el ancho y grueso pecho.

—¿Que dem…?

—Quieto —siseó Azrael—. Ella no puede verte aquí. Todavía no. No así.

—¿Quién? —susurró Uriel, demasiado distraído por sus pensamientos sobre Eleanore y más confundido e irritado de lo que probablemente debería haber estado.

Ante esto, la mano de Azrael cayó del pecho de Uriel y se volvió para enfrentarse a su hermano, la rígida mirada ámbar enviaba una luz de advertencia.

—No vas a creer esto —dijo en voz baja, dando un paso atrás para que Uriel tuviera una visión clara de la calle más lejana.

El perfil delgado de una mujer con largo cabello y negro, de inmediato le llamó la atención.

Azrael asintió con la cabeza, ante la comprensión que debió de haber

visto aparecer en la cara de Uriel. —Es tu Arco.

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14 Traducido por Panchys/♥...Luisa...♥/Rominita2503

Corregido por Deydra Ann

Uriel le tomó unos segundos darse cuenta de que no había

perdido el juicio y que su fantasía era realidad. Eleanore era la última persona que esperaba ver en Las Vegas esa noche, pero estaba casi más sorprendido por el hecho de que reconoció que

ella estaba allí todo el tiempo.

—Creí que se encontraba con Samael —susurró, simplemente

pensando en voz alta. ¿Había escapado? ¿Samael la ha dejado ir? ¿Qué demonios pasaba?

—Gabe se enteró de que estaba aquí y Max me dijo que te trajera

cuando despertaras —le dijo Az tranquilamente—. Simplemente pensé que deberíamos tomar el desayuno en primer lugar.

—¿Qué hotel es ese? —preguntó Uriel, su voz más fuerte esta vez.

—El August.

Uriel miró al alrededor de la entrada del hotel a la gran cantidad de

hombres guapos reflexionando, entrando y saliendo. —¿Qué pasa con toda esa gente? —preguntó Uriel, sintiendo crecer su irritación.

—El August es, supuestamente, donde los artistas prefieren quedarse mientras están en la ciudad.

Eso lo explicaba todo. Estos hombres probablemente eran magos,

contendientes, instructores de baile, lo que sea. Pero solo logró calmar un poco su creciente enojo.

—¿Cómo diablos se las arregló Eleanore para elegir ese hotel, de entre

todos los que hay en Las Vegas? —se preguntó con irritación.

—Ella no lo eligió. Samael lo hizo.

En cuanto a Uriel se refería, eso aseguró la victoria. —Voy a sacarla de allí —dijo. No estaba pidiendo permiso en esto y por lo que a él le concernía, Azrael bien podría ayudarle en su tarea o salir de su camino.

—Límpiate primero —dijo Azrael mientras se volvió hacia él—. Llevas sangre de otra persona.

Uriel bajo la mirada para encontrar que su hermano tenía razón. No le había gustado tanto el sabor adictivo de la sangre, así que debió de haberse

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alejado demasiado pronto, lo que permitió que un poco de líquido rojo cubriera su pecho.

Respiró hondo y soltó el aire en un suspiro. Podía regresar a la mansión y cambiarse allí, pero no quería perder tiempo. Podría comprar otra camisa, pero una vez más, eso llevaría tiempo. Y el vendedor, sin duda,

cuestionaría lo de la sangre.

Por otro lado, podría simplemente transformar la camisa y estaría listo

en un segundo, pero, por supuesto, ese era un poder sobrenatural y tendría que quitarse el brazalete si quería usarlo. Y por ahora no tenía ninguna certeza de querer hacerlo.

Ser un arcángel, era como caminar por ahí con un zumbido constante. El poder zumbaba a través de sus venas a un nivel casi constante, y de alguna manera, siempre había logrado mantenerlo a raya.

Añádele a ese poder la llegada del hambre y el vampirismo, y sería demasiado. Azrael había logrado sobrevivir a la combinación. Pero era el

único que Uriel sabía capaz de hacerlo. Az era, sin duda, especial. Uriel no se sentía listo para exponerse a la misma prueba agotadora.

—Hazlo rápido y luego póntelo de nuevo. De todas formas tienes que

aprender a controlar todo ese poder a la vez —dijo el arcángel en voz alta. Luego, mentalmente, Azrael añadió, pero mantén el brazalete cerca de Eleanore. No querrás asustarla.

Uriel asintió y rápidamente se sacó el brazalete de oro de la muñeca. Se fue con un destello blanco y los ojos, al instante, se le volvieron negros de

esquina a esquina. Realmente lo podía ver.

Por un momento, parecía estar flotando fuera de su cuerpo, mirando

hacia abajo en la escena en el callejón. Se estaba viendo, viéndose a sí mismo a través de sus ojos de arcángel, como solía hacerlo con los mortales para juzgar qué tipo de alma poseían. Se veía de pie, con los ojos de tono negro

como un demonio, con el pelo innaturalmente más oscuro y un poco largo, su piel más pálida, sus colmillos totalmente alargados, su camisa de manga larga térmica cubierta de sangre de otra persona.

Era un poco aterrador de contemplar.

Y entonces, como si se detectara alguna atracción gravitatoria, Uriel

fue succionado de vuelta a su cuerpo y de inmediato superado por el tremendo poder corriendo por sus venas. Lo sentía todo ahí, listo para usar, le llamaba. Cada habilidad que poseía estaba amplificada. Y con esta

amplificación, vino el deseo a cuestas para descargarse. Con más sangre.

Enfócate, Uriel. Contrólalo. Cámbiate la camisa de mierda y ponte el maldito brazalete de nuevo. Ahora.

La voz de Azrael encontró su camino en la cabeza de Uriel, ordenándole desde el interior. Sin embargo, Uriel tenía un mal momento prestando

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atención. Quería correr, saltar, volar, lanzar un tren de carga en el cielo iluminado por las estrellas, cosas que normalmente no podía o no quería

hacer. Quería usar su telequinesia para arrojar los coches a través de la calle, golpear los edificios entre sí, romper algo, solo para oír el estruendo. O para escuchar su grito.

¡Uriel!

Su cabeza se volvió en dirección a Azrael, su visión de un rojo extraño

y oscuro.

Piensa en Eleanore.

Azrael forzó el pensamiento a través de él y Uriel casi podía sentir las

palabras raspar las paredes de su conciencia. Dolió. Pero también ayudó. Uriel cerró los ojos y tiró de las riendas. Era como agarrar un torbellino de luces y obligarlas a acercarse, a ponerse a su alcance. Lo consiguió, pero a

duras penas.

Cuando lo hizo, su visión cambió y pudo asumir con seguridad que los

ojos ya no se le veían negros. No perdió el tiempo, llegó a través de ese vórtice de luz de sus nuevas habilidades y sacó la energía que necesitaba para limpiarse la camisa.

En pocos segundos, la sangre se había ido, su ropa era nueva y se colocaba el brazalete de vuelta a la muñeca. Cuando se solidificó en una cadena de oro macizo, una vez más, la locura dejó su sangre, los latidos de

su corazón dejaron de rugirle en los oídos y no se sentía como si fuera desgarrado miembro a miembro.

Tomó una profunda y temblorosa respiración y miró a su hermano.

—Lo hiciste bien. —Azrael asintió sabiamente—. Ella se ha ido a su habitación —dijo, volviéndose para mirar al hotel a través de la calle una vez

más—. Dale unos minutos. Luego… —Miró de nuevo a Uriel y le sonrió—. Buena suerte.

E: No es lo que yo esperaba, supongo.

A: ¿Cómo es eso?

E: Bueno, ya sabes… Llegué aquí y pensé que lo de la gran ciudad sería muy divertido para una noche. Pero solo está llena de gente, es cara y

huele un poco mal. Pero sobre todo, parece… no sé. De plástico.

A: Oh, dímelo a mi. No hay nada más triste que una estatua falsa de la

libertad en luces de neón. Impresionante en niveles muy elevados.

E: Ja, ja. Exactamente.

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Eleanore negó con la cabeza en la pantalla.

A: Oye, chica, me tengo que ir. Tómalo con calma durante la noche. Permanece en el interior y mira el canal SyFy34. Stargate35 deberías salir esta noche. Sé que deseas a Daniel Jackson36 y su gran, masiva y pulsante

materia gris.

E: *sonríe* Correcto. Cuídate, Ángel.

A: Tú también, cariño. Adiós.

Eleanore cerró sesión y la ventana del chat. Luego se reclinó en la silla

del escritorio. Con todo lo que sucedía, debería haberse sentido exhausta, pero en cambio, se sentía… vibrante.

Pensó en Kevin, el enamoramiento del que le había hablado a Uriel en el garaje, antes de convertirse en un vampiro. Tenía quince años cuando conoció a Kevin, pocos meses antes de aquel fatídico día con el hombre y la

aguja. Kevin estaba en último año en la escuela secundaria local, en la ciudad de Connecticut, en la que ella vivía en ese momento.

No había sabido nada sobre el chico, porque fue educada en casa, y no lo conocía personalmente, solo lo miraba desde lejos. Cada mañana, esperaba en la esquina de la cuadra para el autobús. Destacaba sobre los

demás porque él era más alto, de mayor constitución y parecía más mayor.

La mayoría de los chicos de último año manejaban hasta la escuela, pero él siempre tomaba el autobús, con las manos casualmente escondidas

en los bolsillos de sus vaqueros.

Y llenaba esos pantalones muy bien.

Llevaba camisetas apretadas y se podría decir, incluso, desde donde miraba, por las rendijas de sus persianas, que tenía algunos tatuajes. A ella le gustaban los tatuajes. Le hacían parecer más duro y a Ellie secretamente

le gustaban con ese aspecto. En las películas, siempre prefería los chicos malos y, a pesar de que en realidad nunca había salido con nadie, podía

imaginar que salir con un “chico malo” sería más divertido que salir con un “buen chico”. Pero no era tan estúpida como para mencionarlo delante de su familia.

El chico era tranquilo. Reservado. Nunca le vio conversar con los otros que esperaban el autobús.

Entonces, un día, él se volvió hacia la ventana. Ella no fue capaz de

retroceder a tiempo para evitar ser vista, pero se alejó, dejando caer las

34 Canal de televisión de Estados Unidos. 35 Serie de televisión de ciencia ficción militar de Canadá y Estados Unidos. 36 Personaje de la serie Stargate.

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persianas, con la mano en el corazón. Después de unos segundos calmando su respiración y estabilizando su pulso, dio otra mirada.

El chico estaba sosteniendo un cartel que había hecho en una página en blanco en su cuaderno con espiral. Había escrito en tinta negra y espesa:

Soy Kevin. ¿Cuál es tu nombre?

En los próximos dos meses, Eleanore había tenido dificultades para concentrarse en otra cosa que no fuera Kevin. Se intercambiaban notas a

través de la ventana, aunque nunca hablaban.

No es que sus padres fueran funcionarios de prisiones y la mantuvieran bajo llave. Simplemente, todos coincidieron en que no sería una

buena idea llegar a ser demasiado amistoso con nadie en ese momento, Eleanore estaba entrando en una etapa difícil. Sus poderes se vieron afectados por los cambios de su cuerpo y, a veces, eran muy difíciles de

controlar.

Los Granger no podían permitirse el lujo de correr riesgos. Se habían

vuelto cada vez más temerosos de que alguien con malas intenciones se hubiera dado cuenta de las habilidades de Eleanore y los estuviera observando.

Así que, Ellie miraba a Kevin a través de la ventana, y él la sonreía desde la parada del autobús. Su sonrisa siempre la llenaba de mariposas.

Así era como Eleanore se sentía ahora. Estaba distraída, ansiosa y con

las endorfinas y la adrenalina un tanto disparadas. Había demasiados altos, guapos y poderosos hombres en su vida en este momento que ocupaban sus

días y noches, si no en persona, entonces en pensamiento.

Sobre todo uno en particular. Ella permitió que su mente vagara a ese momento fatídico cuando, por primera vez en la librería, Christopher Daniels

la reclinó en el mostrador y se inclinó.

Uriel.

Conseguir un pase de seguridad había sido fácil en su nuevo cuerpo de

vampiro. A pesar de la espléndida decoración del hotel y el gran número de guardias, Uriel llegó a la última planta del gran hotel sin ningún problema y sin ser visto.

En ese momento, se puso de pie ante la puerta de Eleanore y cambió el ramo de rosas rojas a la mano izquierda. Levantó la derecha para tocar a la

puerta y luego se quedo inmóvil con la cabeza inclinada ligeramente hacia un lado.

Él podía oír más allá de la puerta. Pero no eran solo sus movimientos,

los sonidos de revolver la ropa o los suaves ruidos que hacia la silla al crujir

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cuando se giró, sin duda estaba sentada en ella. Era su respiración. Podía escucharla. También podía oír su corazón latiendo.

Incluso con la banda de oro alrededor de la muñeca, podía olerla como si se hubiera inclinado a inhalar el aroma de su pelo.

Lavanda.

Podía contar los golpes del pulso en su garganta. Y no podía imaginar como luciría... tentadora y de un color ligeramente azul debajo de la tersa

porcelana de su carne.

Bajó la mano y cerró los ojos. Azrael tenía razón. Era un cazador ahora, al menos una parte de él. Tal vez esto no había sido tan buena idea. Y

entonces ella suspiró y le pareció un sonido tan triste, tan solitario… abrió los ojos una vez más, el corazón le dolía otra vez. La llamada de esa soledad endureció su resolución, levantó la mano y tocó.

Pudo oír al corazón de Ellie dar un salto, acelerado, obligando a la sangre a correr desenfrenadamente por las venas. Esbozó una sonrisa lenta,

incapaz de ayudarse a sí mismo. Esa sangre era tanto una llamada para él como para cualquier otra cosa. No se sorprendió cuando ella dejó de moverse y no respondió a los golpes. Era cuidadosa. Pero iba a ser persistente. Llamó

a la puerta de nuevo y amplió su sonrisa.

—Toc, toc —añadió, delatándose inmediatamente. Estaba contento de saber que sus latidos pasaban a otro nivel—. ¿Me dejas entrar? —pidió en

voz baja. Luego, en un tono un poco más divertido, agregó—: No muerdo.

Era lo que le había dicho fuera de su apartamento hace unos días.

Tenía mucho más significado ahora. La oyó moverse entonces, rápidamente caminando hacia la puerta. Ella, obviamente, miró por la mirilla.

—Fue más divertido y mucho menos significativo la primera vez que lo

dijiste —contestó, reflejando sus pensamientos.

Se río entre dientes, su cuerpo zumbaba a la vida ante el simple sonido

de su voz y la esperanza que le causaba el hecho de que le estuviera tomando el pelo. Pero ella no hizo ningún movimiento para abrir la puerta. Salto de un pie al otro y consideró sus opciones.

Siempre podría derribar la puerta. Los vampiros en realidad no necesitaban ningún tipo de invitación para entrar en una vivienda, como el mito quiere hacer creer a la gente. E incluso sin la magia que el brazalete

mantenía bajo control, su cuerpo vampiro podía atravesar la puerta y llevarlo al otro lado en un abrir y cerrar de ojos.

Pero irrumpir en la habitación no era el objetivo que tenia. Conseguir el corazón de Eleanore sí lo era.

Intentó con otra táctica y borró la sonrisa de su cara.

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—Sabes que por lo menos podrías abrir la puerta, Ellie —le dijo a ella, con un tono tranquilo y razonable—. Piénsalo. Si realmente fuera una

amenaza para ti ¿crees que una puerta me detendría?

Ella estuvo en silencio, esperaba que meditando sus palabras. Después de unos largos segundos, en voz baja, admitió: —Probablemente no.

Una vez más, sonrió, pero bajó la cabeza para que ella no pudiera verlo a través de la mirilla. Era importante en ese momento para él mantenerse en

la piel de oveja un poco más. Varios tensos segundos más pasaron y oyó la cadena en la cerradura. El pestillo estaba echado, la perilla giro y Uriel se encontró mirando a un par de ojos índigos cautelosos.

Sintió como una cuerda vibraba, chocando a través de él. Tan hermosa, pensó. ¿Siempre seria así? ¿Se quedará sorprendido cada vez que ella le mirara?

Poco a poco se abrió la puerta y ella le miró, su labio inferior atrapado entre las dos filas de dientes perfectos. Echó un vistazo hacia la carne de sus

labios color rosa, sensuales, apretados fuertemente y pensó en cómo se sentiría atrapándolos con sus propios dientes. La imagen le produjo dolor y

sus músculos se flexionaron por voluntad propia. Por un momento se había perdido en su deseo constante por ella, y momentáneamente perdió el hilo de sus palabras.

Su perfecta ceja estaba fruncida y su mirada era estrecha.

Uriel se dio cuenta de que se había perdido y rápidamente recobró la compostura. Sentía las espinas en la mano izquierda y se acordó de las

rosas. Aclaro su garganta.

—¿Tregua? —le preguntó mientras las mantenía provisionalmente

alejadas de ella.

Eleanore miró las rosas y las contemplo en silencio. Después, lentamente, las tomó y se las llevo a la nariz. Respiró y su hermoso rostro

mostró una sonrisa fácil y natural. Uriel no podía utilizar el poder de vampiro que había ganado para leer su mente mientras llevaba el brazalete,

pero no tenia necesidad de eso. Podía ver sus pensamientos escritos con claridad en su expresión. Amaba las rosas.

—Quería conseguirte lavanda —le dijo—. Sé que te gusta.

El cabello siempre le olía a lavanda, tentador y limpio. Pudo atrapar un toque ahora y le hizo añorar poder correr sus manos a través de esos hilos de seda y enterrar su cara en ellos. Ellie lo miró expectante, con los ojos

brillando. Una vez más se aclaró la garganta, el cuerpo le dolía por ella como nunca lo había hecho.

—Pero nadie en Las Vegas la vende —continuó—. Así que me fui con algo que huele casi tan dulce. —La sonrisa de Ellie se ensanchó y agachó la cabeza.

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—Me encantan —dijo en voz baja—. Son muy hermosas. —Las miró un momento más, como si la capturaran. Se enderezó y su sonrisa se

desvaneció, golpeándolo con una repentina expresión defensiva—. Pero todavía quiero saber cómo me encontraste —le dijo—. Y... —Hizo una pausa, miró al suelo, a la punta de la puerta enmarcada en la alfombra, y le miró

una vez más—. Y quiero saber qué es lo que quieres de mí.

Lo que yo quiero... Uriel podría haber gruñido con el hambre que sentía

cuando pensaba en lo que él quería de ella. Si ella tuviera la menor idea, cerraría de un golpe la puerta y echaría el cerrojo. Y luego, llamaría a la Infantería de Marina.

En cambio, se concentró en forzar a sus colmillos, que habían entrado en erupción en su boca, para que se redujeran una vez más. Y metió las

manos en los bolsillos para mantenerlas ocupadas.

—La verdad es que yo no tenía idea de que estarías en Las Vegas esta noche —dijo—. Me desperté y tenía que… comer. —La miró con nerviosismo

y rápidamente desvió la mirada—. Azrael me trajo aquí.

—Entonces… —se interrumpió y levanto los ojos para poder estudiar su rostro. Casi podía ver los engranajes girando en su cabeza—. Azrael sabe

que estoy aquí ¿no? —Uriel asintió con la cabeza. No tenía sentido negarlo.

—¿Samael te hizo daño? —le preguntó entonces, sorprendido por su

propia pregunta. Debía de haber estado quemando la parte posterior de su cerebro para que de repente la dejara escapar. Pero encontró que, incluso cuando se concentraba en el tema, su sangre se sentía más fría en las venas,

sus ojos se calentaban y los dientes le latían en las encías.

Eleanore le miró en un repentino silencio, sus ojos azul oscuro se

ensancharon ligeramente. Estuvo tentado, entonces y allí, de dar un tirón a la banda fuera de la muñeca para poder leerle los pensamientos. Había miedo en sus ojos. Y algo más.

Pero ella tragó saliva. Uriel pudo escuchar como tragaba a pesar del nudo que tenía en la garganta. Negó con la cabeza.

—No —dijo—. No me hizo daño.

No le creyó. Ni por un segundo. Había algo que no le estaba diciendo. Pero no había marcas en su cuerpo que pudiera ver, y sabría si ella estuviera

sintiendo dolor, sería capaz de oler el cortisol y la adrenalina inundando su sistema. Todo lo que podía oler en este momento era la lavanda en el pelo, la canela en su lengua y el embriagador aroma de las rosas.

Inclinó la cabeza hacia un lado y poso los ojos verde jade en ella una vez más. Ellie se removió y capturo un mechón de su pelo entre los dedos en una agitación nerviosa.

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—¿Uriel, puedes leer mi mente ahora? —preguntó—. ¿Quiero decir, ahora que eres un vampiro? —Él sonrió y negó con la cabeza, levantando la

muñeca.

—No con esto puesto. —Ella miró la pulsera y él vio como los recuerdos le inundaban los rasgos. Todavía estaba enojada por lo que había sucedido

en la mansión.

—Lo siento, Ellie —le dijo con sinceridad—. Max me sugirió que lo

mantuviera conmigo. —Había cogido el brazalete como medida de precaución, pero cuando llegó junto a ella, sabía en su corazón que no había querido utilizarlo, porque nunca sería capaz de forzar a Eleanore a hacer

nada contra su voluntad—. Yo nunca lo utilizaría en ti —admitió. Rezó para que ella pudiera ver la urgencia en sus ojos—. Espero que me creas.

Ellie lo estudió de cerca y se encontró inexplicablemente nervioso bajo

su escrutinio. Finalmente, se limpió las manos en los pantalones vaqueros y asintió con la cabeza.

—Te creo. —El alivio lo inundó, alimentando su valor.

—¿Puedo entrar, Ellie? —Ella tragó saliva otra vez.

—No sé —dijo—. Si te dejara entrar ¿serías capaz de controlarte?

No.

—Sí —dijo, sosteniendo su muñeca una vez más. La banda de oro brillaba bajo las luces del pasillo—. Y tengo la pulsera adecuada. —Ella

sonrió, en su bello rostro había una sonrisa verdadera con hoyuelos. El estómago se le agito, los músculos se le tensaron y el corazón se le derritió.

—Muy bien —dijo, dando un paso atrás—. Puedes entrar.

Uriel se tragó una sonrisa de triunfo y se metió en su habitación. Samael le había proporcionado una suite en la esquina. Era extravagante en

extremo. Podía oler el aroma persistente de las fresas y el chocolate, el vino y el queso. El aire estaba filtrado y reciclado hasta el punto de la esterilización.

La alfombra era de lujo, los colores apagados y las estatuas de mármol. Jarrones de agua con orquídeas decoraban cada superficie de la mesa.

Su mirada se centró en el florero más cercano. Era lo que Samael

estaba haciendo.

Detrás, la puerta se cerró y Eleanore olfateó las rosas otra vez. En un arranque de velocidad vampírica, y antes de que ella pudiera girarse para

quedar de cara a él, Uriel cogió el jarrón de flores, saco las orquídeas, las tiró en el cesto de basura mas cercano y luego tendió el vaso hacia Eleanore.

—Pondré estas en un poco de agua —dijo mientras se volvía hacia él. Y luego frunció el ceño.

—¿De dónde sacaste el jarrón?

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—¿Importa? —dijo con una de sus sonrisas desestabilizadoras. Ella le lanzó una mirada burlona y luego negó con la cabeza un poco, como si en

realidad no quisiera saber. Tomó el vaso que le ofrecía y volvió su atención a las rosas.

—No es que ponerlas en agua ayude en algo. Puedo ser capaz de curar

a los seres humanos, pero tengo un pulgar negro con las plantas. —Como lo dijo, su apretado agarre sobre las rosas era de frustración.

Estuvo a punto de escuchar la espina perforar su carne, como si se estuviera deslizando. Escuchó el latido de su corazón debajo de la punzada de dolor. Y al instante podía oler la sangre.

Ellie bajo la mirada a la sangre que brotaba, sacudió la cabeza en muda irritación y se dirigió al cuarto de baño.

Uriel se paró en medio de su habitación con el corazón martilleando, la

sangre rugiéndole en los oídos. El olor de su sangre alrededor. Las rosas habían sido un error ¿qué había estado pensando? La más mínima

posibilidad de que ella se cortara era peligrosa para él.

En ese momento, quedarse quieto era lo único que podía hacer para evitar dañarla. Podría tomarla por sorpresa. Tenía la fuerza y la velocidad.

Sería tan fácil echarla sobre la cama y mantenerla ahí, mientras hundía tanto su polla como sus dientes en su cuerpo perfecto y delicioso.

Contrólate. Apretó las palmas de las manos sobre los ojos y se volvió

hacia la ventana, tratando de concentrarse en los sonidos. Las vistas y los olores más allá del cristal. Necesitas controlarte, se dijo. Contrólate. Contrólate…

—¿Quieres ir a dar un paseo? —preguntó, con voz tensa y la frente

pálida de sudor mientras luchaba contra sus impulsos.

—¿A dónde quieres ir? —le contestó desde la otra habitación. Él tomó una respiración profunda, penetrante, y dejó escapar el aire lentamente—.

¿Uriel?

Después de dos respiraciones profundas, sintió una aparente calma de

regreso y se enderezó para enfrentar el cuarto de baño. Se metió las manos en los bolsillos de nuevo y se dirigió a la puerta de éste. Estoy controlado, pensó, mientras apoyaba el hombro contra el marco de la puerta, mirándola

cuidar las flores.

—¿Has visto las luces de Fremont? —le preguntó. Su tono era bajo, su

voz seguía siendo mucho más estricta de lo que él hubiera preferido que fuera.

—No —admitió, organizando el ramo en el lado derecho de la barra de

mármol. Luego se volvió hacia él y esperó a que se moviera fuera del camino.

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Se quedó donde estaba. En realidad, no quería moverse. Estaba atrapada frente a él y le gustó. Estoy usando la pulsera, pensó

sombríamente. Y sigo sin poder controlarme.

El pulso de Eleanore se aceleró más de lo normal. Podía escucharlo.

Sabía que era capaz de afectarla con una fuerte mirada y podía decir, por la manera en que ella le miraba, que notaba cada uno de sus músculos abultados debajo de su camisa térmica.

Sentía el cuerpo como si estuviera preparado para saltar.

Ella apartó la mirada de su pecho y cruzó los brazos en un gesto defensivo. Algo en sus ojos debía de estarla asustando. No es que pudiera

culparla. Podía imaginar que debía verse bastante aterrador en este instante.

Lentamente pasaron algunos segundos y, al final, se trasladó de forma

cortés fuera del camino. No fue fácil. Ellie, se deslizó lentamente por delante de él, que se quedó rígido cuando su cuerpo le rozó. La electricidad zumbaba entre ellos, espesando el aire y manteniéndola momentáneamente en su

lugar. A ella se le cortó la respiración suavemente, y él nunca había estado tan tentado en su vida a alcanzar y agarrar algo. Quería besarla de nuevo.

Habría dado su mano derecha por hacerlo en ese momento.

Pero la dejó ir. Este era un tiempo provisional. Necesitaba ganarse su confianza de nuevo. Adaptarse a las ovejas, se dijo. Mantenerlas juntas, Uriel.

Se trasladó pasando junto a él y saliendo a la sala principal de la suite, Uriel la siguió de cerca. —Entonces te llevaré —dijo, refiriéndose a los shows

de luces en la calle Fremont.

Eleanore dio la vuelta para mirarle a la cara. Por supuesto, ella sabía que él se refería a las luces de Fremont. Sin embargo, pasaba por alto el

doble sentido. Se dio cuenta de que ella sabía exactamente lo que él había estado pensando.

—Suena bien —se atragantó.

Ella se volvió de nuevo y, con manos temblorosas, agarró su bolso. Sacó su cartera, el dinero, la licencia de conducir, la tarjeta de crédito y la

llave de la habitación. Metió todo en lo más profundo del interior del bolsillo de su sudadera con cremallera y luego tiró la capucha sobre ella.

Salieron de la habitación del hotel y esperaron por el próximo ascensor

que bajara. Había otras tres personas que ya estaban dentro cuando las puertas se abrieron. Dos de ellos eran una pareja de ancianos que se veían

muy bien. La tercera era una mujer joven, posiblemente en su adolescencia o veinte años, vestida con una camiseta sin mangas con lentejuelas, una minifalda de seda negra y con maquillaje suficiente para abastecer a tres

artistas del escenario.

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Una de las primeras cosas que Eleanore notó, era la abundancia de la piel de gallina a través de su carne. Incluso en Las Vegas, hacía demasiado

frío en la noche de noviembre para una camiseta y sin chaqueta.

Pero Eleanore rápidamente se olvidó de la piel de gallina cuando los ojos de la chica se abrieron en obvio reconocimiento.

—Christopher Daniels —Medio susurró, medio gritó.

Eleanore se encontró queriendo desaparecer. ¡Oh, no!, pensó. No de nuevo.

Trató de dar un paso atrás, pero la mano fuerte de Uriel encontró su codo y la condujo hacia el ascensor. Al mismo tiempo, le dedicó una sonrisa

blanca a la joven y la saludó amablemente.

—¿Está usted filmando en la ciudad? —preguntó la chica con los ojos

iluminados—. ¿Está disfrazado? ¡Es que se parece tanto a Jonathan en este momento! ¡Es un trabajo de maquillaje increíble! Su piel se ve tan pálida y sus ojos tan extraños. —Alzó la mano, como si estuviera a punto de tocarlo,

luego se contuvo y tiró su brazo hacia abajo—. Hermoso, ¡Pero extraño! —repitió, luego se río con nerviosismo y comenzó a buscar en su bolso de lentejuelas.

—Tienes que darme un autógrafo, por favor, significaría mucho. Sería lo mejor que me puede pasar en Las Vegas. Es decir, espera hasta que María

se entere de esto, oh Dios mío ¡Christopher Daniels en mi ascensor! ¿Te vas a quedar en el August?

Eleanore estaba mareada de escucharla. Solo podía mirar con asombro

como la niña saltó de una pregunta a la siguiente, todo el tiempo rebuscando en su bolso por papel y lápiz.

La acaudalada pareja de edad avanzada en el ascensor observaba en silencio, sus expresiones faciales no cambiaban.

—¡Oh, no! No puedo encontrar nada para escribir. Podría haber jurado

que había al menos un poco de papel de arroz aquí para mis porros, pero no, nada. No sé lo que voy a hacer si no puedo conseguir tu autógrafo. María nunca va a creerme…

—Creo que tengo una solución —dijo Uriel, su voz profunda y carismática fácilmente acallando la suya.

La chica parpadeó y sonrió con una sonrisa brillante, expectante, mientras Uriel se sacaba su chaqueta de cuero y se la tendía a ella. —Toma esto —le dijo—. Tiene mi nombre grabado en la etiqueta, por lo que no hay

necesidad de firmar nada. —Él sonrió desarmando totalmente a la joven fan y una parte de Eleanore se derritió en ese mismo momento en el ascensor.

La chica se quedó con la boca abierta ante la chaqueta y no parecía

saber qué hacer.

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—Vamos —le dijo suavemente—. Yo estaba bastante caliente de todos modos. Siempre puedo conseguir otra. —Él río entre dientes, maniobrando

para que pudiera deslizar la chaqueta sobre sus brazos fríos y desnudos. Luego, dio un paso atrás.

La chica nadaba positivamente en el cuero de la chaqueta, era tan

grande para ella, pero la expresión de su rostro era tan de agradecida adoración, que Ellie en realidad se sintió triste por ella.

—Yo... No sé por qué... Me refiero...

—No tiene importancia —insistió Uriel—. Que lo pases bien en Las Vegas.

El ascensor repiqueteo, las puertas se abrieron y Uriel no perdió tiempo en agarrar del brazo a Eleanore una vez más para sacarla del ascensor junto a él. No dijo nada cuando la llevó a través de la multitud en el

vestíbulo, pasando las máquinas tragaperras, los hombres con dispositivos de comunicación por radio en los oídos y mujeres vestidas con uniformes

reveladores e incómodos, llevando bandejas cubiertas con bebidas, fichas de póquer y billetes de dólar.

Eleanore no notó nada de eso. Seguía pensando en la cara de esa chica

cuando Uriel le había entregado su chaqueta. No era lo que ella hubiera esperado. No de él. Le hizo darse cuenta que no le conocía muy bien.

Apenas tuvo tiempo de mirar a su alrededor, ya que él los llevo

rápidamente a través del vestíbulo. Pero no importaba. Por el momento, era Uriel el que tenía la mayor parte de su atención. Lo que había hecho en el

ascensor la había dejado, sin duda, un poco sin aliento. No podía imaginar a cualquier otra estrella haciendo algo tan desinteresado. No es que ella conociera a alguno de ellos personalmente. Excepto por El Enmascarado.

En el momento en que Uriel se había quitado la chaqueta y la colocó sobre la niña temblando, una parte de Ellie se había derretido. Se había

sentido tan repentinamente caliente como la chica debió de estar, envuelta apretadamente en la bondad de Uriel.

Finalmente sobrepasaron las grandes puertas dobles en la entrada y

salieron a la noche de Las Vegas. La temperatura había descendido bastante desde que Ellie había llegado esa misma tarde. Eso pasaba en el desierto;

una vez que se ponía el sol, el termómetro se desplomaba de veinte a treinta grados. Había hecho veintiún grados ese mismo día más temprano, pero ahora tocó fondo en los cuatro y medio.

En la acera, Uriel se detuvo y se volvió hacia ella. —¿Estas lo suficientemente caliente? —preguntó.

—Sí —le dijo Eleanore sinceramente. De hecho, se sintió ruborizada. Le

miró y le ofreció una sonrisa sincera. El gesto pareció tomarlo por sorpresa.

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Él parpadeó, dejando caer la mirada de sus ojos a sus labios y luego de vuelta.

Ellie casi se río. —Lo que hiciste fue increíblemente amable —Le dijo.

Uriel frunció el ceño. —¿Amable?—le preguntó, claramente confundido—. ¿Qué quieres decir?

—Fue una cosa muy altruista darle a esa chica tu chaqueta así.

Ante esto, se veía positivamente desconcertado. Parpadeó varias veces,

con el ceño más profundo. Y luego, lentamente, se giró hacia ella completamente y, con cuidado, la tomó por los brazos. Negó con la cabeza. —Eso no significa nada, Ellie. Le regalé algo que nunca echaré de menos. Para

mí, no significaba nada...

—Pero para ella, lo es todo —terminó Ellie por él—. ¿No te das cuenta? Realmente le hiciste el milenio a esa chica. Y, ciertamente, no tenías que

hacerlo.

Uriel parecía estar sin palabras. Durante varios segundos, sus ojos

verdes intensos bordearon los planos de su rostro, esa misma expresión sorprendida suavizándole los rasgos. Y luego, finalmente, la tomó de la cara y se acercó. —Si yo hubiera sabido que eso iba a hacer que me miraras como

lo haces ahora, lo habría hecho días atrás.

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15 Traducido por Mery St. Clair

Corregido por Deydra Ann

espués de todo esto, pensó Uriel, guerras y batallas y terremotos e inundaciones… nada le había hecho sentirse así de bien como se sentía en este momento, de pie en la acera, con su preciosa

Arco sonriéndole con lo que podría jurar, era orgullo.

Nunca había visto nada tan hermoso. Con dos mil años de experiencia en la Tierra y nunca posó los ojos en algo tan increíblemente hermoso como

la sonrisa que ella tenía. Era como el sol de su alma.

Podía escuchar su corazón latiendo fuerte y constante bajo las costillas

y el aroma del ligero cambio hormonal en su torrente sanguíneo. Estaba excitada. La mirada viajaba de sus ojos a sus labios y de regreso, y sabía que se preguntaba si iba a besarla.

Oh, sí, pensó. Nada podría detenerme.

Como si ella pudiera sentir su repentina y dura determinación, las

pupilas se le dilataron, los labios se le entreabrieron, y escuchó como contuvo la respiración. El efecto sobre él fue instantáneo. Sus colmillos emergieron en su boca, su visión se agudizo y pudo oír su pulso acelerándose

en sus tímpanos.

—Voy a besarte, Ellie —le dijo de repente, hablándole como si ellos

fueran las únicas dos personas en Las Vegas en este momento. Fue una advertencia; era un vampiro ahora y las cosas eran diferentes. Era un cazador. Ella su presa.

Utilizó un suave agarré sobre su rostro para mantenerla quieta frente a él mientras cerraba el pequeño espacio entre ellos y se inclinaba. —Detenme, ahora —susurró—. No tendrás otra oportunidad.

Eleanore no dijo nada y la sintió estremecerse contra su duro cuerpo. No podía esperar más. Ella se estremeció una vez más mientras los labios de

Uriel encontraban los suyos.

Él quería ser amable; ella merecía mucho más. Sin embargo, cuando llegó el primer suave toque de sus labios, una electricidad despertó y

encendió algo volátil en su interior. Ellie gimió en su boca y Uriel casi perdió el control. Se movía peligrosamente, profundizando su beso con una necesidad feroz de dominar. Sintió que ella se ponía tensa cuando su lengua

D

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tocó la punta de sus muy afilados colmillos, pero disminuyó su agarre para permitirle escapar.

Al segundo siguiente, ella estaba derritiéndose en su contra, cediendo a sus demandas y gimiendo sobre sus labios. Podía oír su corazón acelerado, era como música para un baile mortal. Y podía olerla… estaba húmeda por

él.

Le tomó cada parte de su autocontrol suprimir el gruñido que

evidenciaba el deseo proveniente de lo más profundo de su ser. Quería una cama. Necesitaba más de ella…

—¡Santa mierda! ¡Ese es Christopher Daniels, chicas!

Eleanore se puso rígida entre sus brazos al escuchar la voz intrusa y el monstruo de Uriel instantáneamente levantó su fea cabeza. La sintió comenzando a tratar de alejarse y apretó su agarré. Fue instintivo. Ella

despertó algo en él; La necesitaba tanto en este momento… era todo lo que podía hacer para controlarse, para no echársela sobre el hombro y llevarla

con él al cielo hasta que estuvieran solos y pudiera dejarla sobre un tejado, arrancarle la ropa y saciar su dolor con el placer.

Se había abierto para él tan fácilmente…

Uriel terminó el beso y lentamente se alejó lo suficiente para poder abrir los ojos y bajar la mirada hacia los suyos. Encontró una mirada azul oscuro y una expresión que se debatía entre anhelo y miedo.

Ella temblaba tanto como él. Podía ver, oír y oler el efecto que su beso había tenido sobre ella. Le quería tanto como él la deseaba. Y ahora estaba

asustada de las personas detrás de ellos y su peligrosa atención. Sabía que no quería ser vista con él, porque creía que había hombres malos detrás de ella. Podía ver su miedo mientras la abrazaba, enfriando el calor que le había

dado momentos antes.

—Oh, Dios mío, tienes razón —susurró una segunda voz—. ¡Chris,

necesito tu autógrafo, hombre!

—¡Amigo, haz algo vampírico para nosotros! —vino una tercera orden.

Hubo sonidos de pies acercándose y risas detrás de él y reconoció el

olor de alcohol mezclado con aros de cebolla sin digerir en el aire.

No se trataba de una chica inocente en el elevador, sonrojada y avergonzada. Esto era una intrusión, en lo que a él concernía, esto lastimaba

a Eleanore.

Estaban borrachos. Odiaba a los borrachos maleducados. Sus

colmillos estaban completamente desarrollados ahora, detrás de los labios cerrados y pudo ver su reflejo en los ojos de Eleanore cuando su mirada comenzó a cambiar, adquiriendo un tono rojizo, molesto. Su sangre comenzó

a rugir dentro de las venas. Esta vez, cuando el gruñido hizo su camino desde el pecho hasta la garganta, no fue un gruñido de deseo, sino de ira.

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Los ojos de Eleanore se abrieron ampliamente. El color desapareció de sus mejillas.

—Uriel, no… ¿Qué vas a…?

Se dio la vuelta entonces y su protesta quedo en el aire. Se concentró en el grupo de adolescentes que se había reunido detrás. Un chico,

posiblemente de veinte años. Tres chicas. Una era la hermana del chico; Podía saberlo por su aroma.

Todos sobrepasaban su capacidad para mantenerse de pie sin balancearse.

Una de las chicas sacó un celular de su bolso y claramente lo

cambiaba a modo cámara. La furia por que lo apartaran de Eleanore se incrementaba dentro de Uriel.

—¡Oh, hombre, te pareces a Brakes justo ahora! —Exclamó el chico

borracho, señalando a Uriel mientras los ojos le resplandecían con un brillo de ebriedad—. ¡Britt, toma una foto rápido! ¡Amo los vampiros, hombre!

¿Puedo tener tu autógrafo, también? —Bajó luego la mirada y busco en los bolsillos de su chaqueta como si estuviera seguro de tener papel y pluma en algún lugar para esta ocasión.

—Así que, ¿Te gustan los vampiros? —preguntó suavemente Uriel, su voz profunda se perdió en el frío aire de la noche. El grupo de borrachos se quedó inmóvil, como si de repente no estuvieran seguros.

Pero entonces, la chica con la cámara de teléfono rió y asintió enfáticamente mientras el obturador de la cámara se presionaba varias

veces, tomando sus fotos.

—¡Absolutamente! —exclamó—. Dejaría que Jonathan Brakes me mordiera cuando quisiera. —Bajó su teléfono y la cabeza y después le dio a

Uriel una mirada entre tímida y descarada.

—¿De verdad? —Uriel sonrió un poco, estando de frente al grupo y

finalmente liberando a Eleanore—. ¿Estás segura de eso? —preguntó entonces, sintiendo la fuerte urgencia de mostrarle lo que podría sentir al ser comida por un vampiro.

—Oh, sí —dijo la chica.

Uriel sonrió a continuación, sus colmillos resplandecieron.

Las chicas del grupo jadearon y el chico dio un paso atrás. —¡Oh,

mierda! —dijo, sintiendo la pared detrás de él mientras perdía el equilibro temporalmente.

Uriel dio un paso lento y amenazador hacia la chica, quien estaba congelada en su lugar mientras el resto del grupo se apartaba de su camino. Ella le miró con asombro, pero había más que un poco de miedo real en sus

ojos.

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—Eso es… —tragó duro, no capaz de decir mucho mientras parpadeaba y Uriel se acercaba—. Es un increíble trabajo de caracterización,

Sr. Daniels —tartamudeó. Pero sabía que ella estaba al tanto, muy en el fondo, de que no era un trabajo de caracterización.

—Uriel, por favor… déjala en paz. —La mano de Eleanore estuvo de

pronto en su brazo, agarrándolo tan fuerte como podía, sus bíceps eran mucho más grandes que su mano.

Sin embargo, el toque fue suficiente para que Uriel se diera cuenta de lo que hacía. Dejo de moverse y parpadeó. Echó una mirada a los delgados dedos en su brazo, su agarre tan desesperado.

Luego tomó una profunda respiración y dejó salir el aire por su nariz. Sin mirar de regreso a la chica, le quitó el teléfono de la mano y lo aplastó. Entonces se dirigió a ella con su tono más frío y dominante. —No deberías

tomar fotos sin preguntar primero. Ahora volverás a casa donde perteneces —se detuvo, levanto la mirada y agregó—: Y no bebas más. No puedes

manejarlo.

—S-sí, señor —balbuceó la chica. Su comportamiento había cambiado por completo para entonces. Ya no era atrevida, ni nerviosa. Estaba

simplemente aterrada y casi todo a causa de la influencia de Uriel.

Él le dio un empujón final a su mente y ella se giró y se dirigió a la avenida August, dejando a sus amigos rígidos y tambaleantes detrás.

La mano de Eleanore se deslizó del brazo de Uriel, dejándole la sensación de que había perdido una parte de sí mismo. Se volvió y encontró

su mirada, notando que ella se estremecía por la expresión de sus ojos.

Trató de frenarla. Otra vez, esto era difícil.

Eleanore tenía los labios rojos e hinchados por el beso y los ojos azules

eran grandes y brillantes en su hermoso rostro. El largo cabello negro quedó atrapado en una brisa del desierto y lo invitaba a tocarlo. Quería enredar sus

dedos en él y evitar que volara.

—¿Estás bien? —preguntó ella, cerrando la distancia entre ellos y tomando su mano.

Parpadeó, sorprendido. Había estado preocupado por ella, y sin embargo, fue ella la que preguntó si se encontraba bien. Era muy valiente. Bajó la mirada hacia su mano, donde ella lo envolvía firmemente, y le regresó

el apretón.

Casi de inmediato, sintió los colmillos retroceder. Sintió su ira

evaporarse. Su visión aclarada, no teñida de rojo, y el cuerpo abandonó ese modo de monstruo. No lo podía creer. No habría tenido la fuerza para hacer eso solo, pero Eleanore se las arregló para regresarle el control en unos

segundos.

La miró, una vez más encontrando su mirada. —Ellie ¿Cómo hiciste…?

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Ella lo interrumpió colocando un suave pero firme dedo sobre sus labios. —Estoy tan feliz de que no te hayas comido a esa chica. —Sonrió un

poco irónica y parecía como si estuviera a punto de reírse.

Los ojos de Uriel se abrieron por completo. Ella estaba burlándose. Miró sus ojos brillantes y ella se mordió el labio para no reír, lo poco que le

quedaba de tensión se desvaneció. Descubrió que apenas podía contener su risa.

Ella rió con él y luego preguntó: —¿Crees que tendrá pesadillas sobre Jonathan Brakes ahora?

Uriel sonrió y negó con la cabeza. —Quien sabe. Supongo que perdí

una fan, ¿no?

Eleanore se encogió de hombros. —Probablemente no. Despertará con un fuerte dolor de cabeza y un vago recuerdo de haber ido al cine a ver

Comeuppance. Apuesto por eso.

Cláxones fueron tocados en el camino al lado de ellos y las sirenas

comenzaron a sonar a unas cuadras de distancia. Uriel miró las luces parpadeantes de neón rosa y amarilla e hizo una mueca. Nunca había sido aficionado de Las Vegas. Además, las fuentes del Bellagio eran un lugar

demasiado llamativo para su gusto.

—¿Aún quieres ver las luces de Fremont? —le preguntó en voz baja.

—No realmente —admitió encogiéndose de hombros—. No soy una gran fan de Las Vegas.

Él sonrió. —Yo tampoco. Todo es demasiado superficial para mi gusto.

Eleanore parpadeó, comprendiendo su descripción. Parecía placenteramente sorprendida con sus palabras. Luego le sonrió de regreso.

—Estoy de acuerdo —dijo.

—Excelente. Está arreglado, entonces. —Se dio la vuelta, aún sosteniéndole la mano y comenzó a dirigirla lejos del hotel, hacia un callejón

a un par de cuadras más abajo.

—¿A dónde vamos? —preguntó, después de haber caminado una calle.

Uriel consideró hacerla esperar hasta llegar y simplemente sorprenderla, pero se le ocurrió que quizás no le gustaría el lugar que él tenía en mente. —¿Te agrada la Costa Oeste?

—¿La costa Oeste? —repitió ella, claramente confundida.

—Sí. —Rió entre dientes—. California. Oregón. Algún lugar intermedio.

—No hay nada en medio —dijo con aire ausente, parpadeando.

—Ellie…

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—Solo he estado allí una vez. Una pequeña ciudad llamada Trinidad fue mi favorita. Es al norte de San Francisco. La playa era increíble;

probablemente el lugar más hermoso que he visitado. ¿Qué tienes que hacer allí?

—Me gustaría llevarte allí. Conozco a alguien en San Francisco que es

dueño de una tienda de ropa. Pensé que tal vez… —se detuvo, considerando la mejor manera de abordar el tema de la noche de gala de mañana. Luego se

enderezó y dijo—: Tenía la esperanza de que aún consideraras ir a la gala en Dallas conmigo. Y que me permitieras comprarte el vestido que necesitas para ir. —No estaba acostumbrado a pedir permiso. Era extraño lo

importante que era dar cada paso con suavidad y ganar la confianza de esta mujer. Es decir, tratar de que ella aceptara todo lo suyo y que no huyera.

—¿La gala? —Parecía que hablaba consigo misma ahora, reflexionando

todo en su mente. Ella se sorprendió sonriéndole—. Me encantaría ir contigo, Uriel. Pero prométeme que no te comerás a nadie.

Uriel no pudo evitar bromear. —¿A nadie? —preguntó, sintiendo su hambre por ella crecer otra vez ante el pensamiento de “comérsela”.

Eleanore parpadeó y se ruborizó. —Bueno, quiero decir… —Y luego

dejó escapar un suspiro de frustración y simplemente le dio un puñetazo en el brazo.

Él rió mientras llegaron al callejón.

—Entonces, todo está arreglado. —Estaba de cara al largo callejón oscuro, localizó la vieja puerta oxidada del almacén que quería y ondeó su

mano sobre la superficie llena de grafitis. Era una suerte tener la capacidad de abrir un portal hacia su mansión y que esté lo reconociera como uno de los cuatro arcángeles favorecidos y no por sus propias habilidades o el

brazalete que llevaba. Se giró a Ellie—. Éste portal que he abierto podrá llevarnos de regreso a la mansión y desde allí, podremos ir a donde nosotros

deseemos. Solo quédate a mi lado.

Esperaron y luego todo se desvaneció por completo. Más allá estaba el elegante vestíbulo de la entrada de la mansión. Ambos lo atravesaron y Uriel

ondeó su mano de nuevo, abriendo otro portal desde la casa.

Uriel sintió el cambio de aire tan pronto como el segundo portal se abrió. Era salado y pesado con niebla y el sonido de gaviotas llenó la noche.

Las olas rompían en algún lugar cercano.

—¿Esto es San Francisco? —preguntó Ellie.

Uriel, que estaba justo detrás de ella, suavemente la urgió a pasar a través de la abertura. La atravesaron y Eleanore miró alrededor. Uriel siguió su ejemplo y se giró para observar también.

Parecía que habían llegado a un antiguo faro. Solo la puerta seguía intacta. El portal de la mansión se cerró tras ellos.

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Uriel se inclinó para susurrarle al oído. —Estamos en Trinidad. —El gesto envió un escalofrío viajando por su débil cuerpo y él sonrió—. Dijiste

que era el lugar más hermoso donde habías estado. Así que te traje de regreso.

Le dio un suave empujón hacia la playa rodeada de acantilados de roca

oscura. Una densa niebla se asentaba demasiado lejos en el agua, como un gigante dios blanco, esperando venir a cubrir la costa y los acantilados con

su enorme cuerpo sin forma.

Por ahora, sin embargo, el reflejo de la luna en la arena proporcionaba la luz suficiente para ser capaz de ver todo a su alrededor sin necesitar

ninguna luz en absoluto. No es que Uriel necesitara la luz. Como un vampiro, podría ver todo alrededor sin ninguna luz en absoluto. Ni un poco de luz,

pensó.

Se puso de pie detrás de Eleanore y escaneó sus alrededores. Había estado por todo el mundo una infinidad de veces, pero tenía que admitir que

esta playa era indescriptiblemente hermosa. No podía culpar a Eleanore por amarla como lo hacía. Una rápida mirada hacia su embelesada expresión y supo que había tomado la elección correcta.

—Tengo un encendedor —dijo—. Ayúdame a recoger algo de madera y podremos comenzar una fogata.

Unos minutos más tarde, habían reunido una buena cantidad de madera y la apilaban en el centro de un círculo que crearon con piedras y conchas. La desbarataron en pequeñas astillas de madera y fueron dejando

los trozos más grandes en la cima. Uriel sacó el encendedor y lo sostuvo cerca de las piezas más pequeñas hasta que encendió la llama y cobró vida.

La madera aún estaba un poco húmeda y su capacidad de manipular las llamas estaba atrapada por el brazalete que usaba. El fuego podría haberse convertido en brasas y después apagado, si no fuera por la habilidad de

Eleanore de controlar el fuego tan bien.

Ella alimentó la llama y se concentró en ello, forzándolos a buscar astillas secas hasta que el fuego fue constante. Para cuando ella logro

controlarlo, Uriel tuvo claro que estaba agotada y muy hambrienta. Escuchó su estómago gruñir.

—Siéntate —le dijo, envolviendo su brazo alrededor de su cintura y atrayéndola hacia él suavemente, sentándola en su regazo mientras sacudía la arena—. ¿Estás bien? —preguntó.

—Sí —asintió con la cabeza—. Solo un poco agotada.

Agotada… No pudo evitarlo, la primera cosa que él imaginó fueron sus

propios dientes hundiéndose en su cuello. Y hablando de beber sangre…

—Estás muy hambrienta —le dijo entonces, susurrando las palabras tan cerca de su oído que ella fue incapaz de detener un escalofrío.

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Fue imposible que Uriel no lo notara. Estaba sentada entre sus piernas y con la espalda presionada contra su pecho. Los brazos envueltos gentil,

pero firmemente, alrededor de ella. Podía sentir todo en ella ahora. Podía escuchar su pulso acelerado por la cercanía. Podía oler su champú en el cabello y el más mínimo matiz de adrenalina en la sangre.

La imagen de él tomándola de nuevo, pero fuertemente esta vez, llegó a su mente y sintió una advertencia en sus encías. —Conozco un lugar no muy

lejos de aquí. Puedo llevarte a comer. Está abierto hasta tarde.

—¿Podemos caminar? —preguntó ella.

—No. —Él se detuvo, considerando sus siguientes palabras y sus

pensamientos cuidadosamente—. Podríamos volar. Pero… —Humedeció sus labios y bajó la mirada hacia la banda de oro alrededor de su muñeca—, Pero no estoy seguro de si sea una buena idea, ahora que lo pienso. —Volar era

una habilidad sobrenatural que venía con su reciente vampirismo. El brazalete lo mantenía en control.

Eleanore se giró en sus brazos y lo miró a los ojos. Su expresión era una mezcla de perplejidad y confusión. —¿Honestamente puedes llevarme volando a algún lugar? ¿Cómo Superman?

Uriel no pudo evitar sonreír por eso. —Sí —dijo—. Como Superman. Y Jonathan Brakes —agregó y su sonrisa fue más amplia. Afortunadamente, era capaz de mantener sus colmillos en control.

—¿Por qué no sería una buena idea? —preguntó ella.

Su sonrisa vaciló mientras estudiaba su rostro. No le paso inadvertida

la decepción que brilló en sus ojos. Ella quería volar.

Nunca habría imaginado eso de ella. Había mucho que aprender…

Si él pudiera darle una cosa ¿Qué le daría?

Ahora Uriel quería llevarla al cielo más de lo que alguna vez había querido hacer algo por alguien en su larga existencia. —No importa —dijo,

sonriendo con confianza—. Es una buena idea —le dijo—. Una muy buena idea.

Se levantaron y él agarró el brazalete, pero se detuvo un momento

reflexionando tranquilamente. —Eleanore, no importa lo que ocurra, lo que sea que veas… no huyas de mí. —Sabía por instinto que si ella lo hacía, iría a cazarla. Era un cazador ahora. Y como todos los cazadores nacidos,

automáticamente seguiría cualquier cosa que huyera de él.

—Puedo manejarlo —dijo con valentía.

Es una locura, se dijo a sí mismo. Miró los ojos azul oscuro de Eleanore

y pensó en todo lo que significaba para él. La había buscado por dos mil sangrientos años. A través de guerras, hambre y dificultades que la mayoría

de personas no podrían imaginar. Ella era la otra mitad de su alma. Lo que

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sentía cuando estaba cerca no se comparaba con ninguna experiencia con otra mujer. Con ningún otro ser, sin duda.

Si él cambiaba y no podía controlarse, sabía que podría usar todo su poder para seducir sus sentidos, para matarla y beber de ella hasta dejarla seca. Y cuando regresara a la conciencia, si regresaba de nuevo, no podría

perdonarlo ¿Iba a arriesgar todo entre ellos solo para llevarla a volar?

Quizá nunca tenga otra oportunidad, pensó. Quizá siempre seré un vampiro. Quizá nunca me cure. Quizá tenga que usar este brazalete por siempre.

Con ese pensamiento, Uriel se quitó la banda de oro de alrededor de la

muñeca. La apartó de su brazo con un destello brillante y decisivo.

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16 Traducido por Mery St. Clair

Corregido por Maia8

leanore observó mientras el brazalete se disolvía, dejando de

existir, y luego reaparecía en las garras de Uriel, pero ya no envuelto en la seguridad de su muñeca. Levantó la mirada para

encontrar su cabeza inclinada y sus ojos cerrados. Sus labios presionados

firmemente como si sintiera dolor. O posiblemente concentrándose.

Eleanore no pudo evitar ponerse tensa.

—¿Uriel? —preguntó en voz baja, dando un tentativo paso hacia él—. ¿Estás bien?

Ella se detuvo de golpe cuando sus labios se abrieron, revelando largos

y brillantes colmillos blancos. Luego jadeó cuando él levantó su rostro y abrió sus ojos.

El bello verde de su iris ya no era visible. Había sido tragado por completo por un negro profundo y sin fondo que dominaba sus ojos de esquina a esquina.

Uriel era peligroso, su mirada innatural se posó sobre ella y sonrió.

No era una sonrisa tranquilizante.

No importa lo que ocurra, lo que sea que ves… no huyas de mí. Esas

habían sido sus palabras.

—Uriel… —Oh, Dios, pensó ella. Correr era exactamente lo que quería

hacer. Era instintivo.

Cuando un depredador con grandes y afilados colmillos esta

mirándote, debes correr.

Pero él le advirtió que no lo hiciera. Y en el tornado de pensamientos de Eleanore, sabía que tenía razón. Correr sólo empeoraría las cosas.

Él dio un paso hacia ella. Esa determinación era engañosamente tranquila.

—Oh, Uriel —suspiró, sintiéndose mareada con el miedo.

—¿Sí, Ellie? —Su voz sonó como el satín y la envolvió como una manta sedosa, abrazándola con la voluntad de su influencia oscura. Aumento sus

deseos de huir.

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—¡Contrólate! —Le dijo, le suplicó, ni siquiera estuvo segura de lo que decía. Se aferro a las palabras que le había dicho a Uriel segundos atrás.

Él siguió avanzando. Su instinto le decía que retrocediera, pero se mantuvo obstinadamente congelada en su lugar. Mientras lo observaba acercarse, una idea relampagueó en su cabeza. Él pareció calmarse cuando

lo tocó, recordó. Afuera en el August, cuando sacó a su monstruo frente a los adolescentes, había sido Ellie quien lo ayudo a controlarse.

Otro pasó. Él cerraba la distancia entre ellos.

Eleanore tragó saliva y trató de mantener su respiración calmada.

—Sé que no vas a herirme, Uriel —dijo, negando con su cabeza para

dar énfasis—. Confío en ti. Eres más fuerte que esto. Eres un arcángel. —Contra todas las fibras de defensa de su ser, ella dio el paso definitivo hacia enfrente, cerrando la brecha para que ellos estuvieran pies contra pies, y

levantó la mirada a sus ojos.

—No eres un vampiro.

Uriel pareció detenerse, mirándola fijamente a través de esos portales negros, estudiándola cuidadosamente. Pero ella no podía saber lo que pensaba; sus ojos eran extraños para ella… carecían de color o emoción.

—Por favor, recuerda quien eres —susurró, lentamente alargó su mano para colocar su palma contra su mejilla—, y quien soy yo.

Uriel pudo sentirlo de nuevo. Pero esto era más fuerte que antes. Estaba surgiendo dentro de él sin control, incitándolo a usarlo. Era una

furiosa forma de poder, como un monstruo enjaulado y hambriento y atormentado por estar encerrado, repentinamente ansioso por atacar a todo lo qué lo mantuvo encarcelado.

Al inicio, había olido la sangre de Eleanore, como deseo y necesidad y todo eso mezclado y embotellado en un perfume. Y ella estaba allí, delante de

él, indefensa y hermosa, con el viento rodeándola y congelada, su piel ligeramente humedecida por la niebla en el aire. Era una tentación en forma humana y él nunca se había sentido tan hambriento.

Ella había pronunciado su nombre, con miedo, y al principio sólo sirvió para alimentar el fuego en su sangre. Pero entonces le dijo que se controlara. Le dijo que confiaba en él. Y, aunque la curva de su mentón y la inclinación

seductora de su cuello estuvieron a punto de matarlo, ella le dijo que recordara quien era.

Quien era ella.

Y él no puedo evitar hacer lo que ella ordenó, porque era su Arco. Fue hecha para él y, si hacía un recuento de los eventos, en esencia él fue hecho

para ella, también. Él nunca la lastimaría.

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Alargó su mano y tocó su mejilla y el monstruo dentro de él retrocedió dentro de su jaula, dejándolo aturdido y… algo más. No podía ponerle un

nombre. Pero era asombroso.

Sólo podía mirarla mientras su mundo poco a poco cambiaba de rojo a una visión nocturna normal, la cual antes había tenido cuando usaba el

brazalete. Sus ojos cambiaron. Su sangre dejo de acelerarse. La necesidad dentro de él disminuyo y se apagó con un sonido lejano, pero insistente. No

era exactamente cómodo, pero era el mismo dolor necesario que siempre sentía cuando estaba cerca de Eleanore.

Podía manejarlo.

Sus caninos retrocedieron a su tamaño normal. Él se estremeció bajo su toque y levantó su propia mano para cubrir la suya sobre su mejilla.

—Lo siento —dijo en voz baja—. ¿Te asusté?

Ella sonrió ante eso. Obviamente la asusto hasta el infierno. Pero fue muy valiente y lo sorprendió tanto.

—Sólo un poco —mintió, encogiéndose de hombros, restándole importancia—. ¿Estás bien?

—Sí —dijo Uriel—, pero parece que siempre tienes que preguntarme

eso. Te mereces algo mejor.

—¿Que es mejor? —preguntó ella.

—Esto —Y de repente, sus brazos serpenteaban alrededor de su

cintura y él estaba elevándose de la arena y la llevaba con él.

Eleanore gritó. El mundo se alejaba, el vértigo crecía, y todo era un borrón difuso, estaba aterrada mientras Uriel giraba en el cielo, su apretón

se sentía como un cinturón de acero, envolviendo su cuerpo con el suyo.

Ella cerró sus ojos contra el cambio inesperado, aferrándose al

arcángel con cada onza de su fuerza. Se preguntó si iba a desmayarse.

Y entonces, de repente, el viento que azotaba su pelo a su cara cesó. Su estómago subió de golpe a su garganta, y respirar dejo de doler. Eleanore

era rodeada por el silencio, todo era tranquilidad y vacío. No había gaviotas, no olas golpeando la orilla. No había nada, solo el sonido de su respiración temblorosa, inhalando y exhalando a un ritmo casi histérico. Varios

segundos pasaron antes de que se atreviera a abrir sus ojos.

Su cara estaba presionada contra el pecho de Uriel. La había enterrado

allí por miedo.

Ella hizo un movimiento, levantando su cabeza para mirar sobre su hombro y mirar alrededor, se giró. La oscuridad se extendía en la distancia,

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curvándose en el horizonte lo suficiente para que notara que la Tierra era, de hecho, esférica. El océano no tenía fin debajo de ellos, oscuro y amenazante

y, tal vez, sin fondo.

Lejos, muy lejos, en la pequeña franja blanca de la playa que ellos dejaron atrás, la fogata era un pequeño punto de calor. Las olas parecían

una línea de lento balanceo de espuma, moviéndose perezosamente hacia la orilla. En el agua, la blanca pared de niebla esperaba pacientemente, y había

pequeños puntos de gaviotas entrando y saliendo de la niebla, jugando en la noche, sus ruidos eran silenciados por la distancia entre ellos y los ángeles que estaba por encima.

—Creo que ahora es mi turno de preguntar —susurró Uriel, sus labios acariciando la curva de su oreja—. ¿Estás bien?

Eleanore parpadeó lentamente cuando el silencio en torno a ellos poco

a poco tranquilizo el latido frenético de su corazón. Flotaban en el aire, separados del resto del mundo, lejos del caos que existía en el suelo. Y poco a

poco, Eleanore notó lo perfecto que era eso. Cuan pacífico.

—Sí —susurró ella, dándole un pequeño asentimiento—. Es muy silencioso. —Se giró en su abrazo y levantó la vista hasta él. Apenas podía

ver en la oscuridad y su contorno dibujado por la luna hacía su expresión todo un secreto. Pero ella advirtió el brillo en sus ojos, un resplandeciente verde como esmeraldas, y eso la tranquilizó.

—¿No me dejaras caer?

Muy suavemente, él dijo:

—No.

Una briza llegó otra vez, suave y vacilante. Ella pudo saber que él descendía lentamente hacia el suelo.

—¿A dónde vamos? —preguntó.

—A la playa. Allí dejé mi camisa y toma mi mano.

Eleanore miró hacia su mano tendida. Su otro brazo estaba aún envuelto seguramente sobre su cintura. Pensó en Superman y como él llevó a Luisa Lane volando encima de Metrópolis con nada más que el agarré de

dedos. Ella sonrió nerviosamente y apartó su mano que se encontraba en su espalda para busca la mano de él.

Sus dedos se cerraron apretadamente, posesivamente, sobre los suyos.

—Ahora dame tu otra mano —susurró, sus palabras una vez más acariciaban su oído.

—De ninguna manera.

Él rió entre dientes, el sonido envió deliciosos temblores a su espalda.

—Confía en mí, Ellie.

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—Oh, no —Ella negó con la cabeza.

—Te arrepentirás más adelante si no tomas la oportunidad ahora —Le

dijo en voz baja—. Confiaste en mí lo suficiente como para quedarte a mi lado cuando me quité el brazalete. Si no te lastimé entonces, ¿por qué te lastimaría ahora?

Él tenía razón. Pero eso no importaba.

—No puedo —Le dijo.

Hubo un breve momento de silencio mientras él parecía contemplar algo. Luego, en un tono más serio, dijo—: Puedo ayudarte.

Eleanore volvió a levantar la mirada, tratando de averiguar que

pensaba.

—Puedo hacer que te relajes. Si me permites adentrarme… —Se inclinó y depositó un suave beso en su frente—. Allí.

—¿Quieres decir hipnotizarme?

Él rió, fuerte y claro. Fue un sonido delicioso, ruidoso.

—Sí. Básicamente. Pero sólo si quieres que lo haga.

Eleanore lo consideró.

—No me obligues a desnudarme para ti o a cacarear como una gallina,

¿vale?

Otra vez rió, esta vez una risa baja que le calentó el abdomen y lugares más abajo.

—No puedo prometerlo. Me gustan las gallinas.

Eleanore le dio una mala mirada.

—Está bien. Sólo relájame un poco y eso es todo.

—Sí, señora.

Eleanore pensó que él le daría un tiempo para prepararse, pero casi al

instante, ella sintió su presencia dentro de su mente, y no sólo su mente, en su cuerpo también. Era como si estuviera insertando morfina o Valium,

mezclado con una fuerte dosis de algún tipo de afrodisíaco. Las palabras fueron susurradas en sus oídos, pero ella no pudo entender lo que significaban. Eran indescifrables y enviaron temblores a través de ella,

deliciosos y suaves escalofríos. La humedad bajó sin pudor entre sus piernas. No pudo evitarlo.

Estaba increíblemente encendida.

Eleanore cerró sus ojos, incapaz de reprimir el lento gemido de placer que escapó de su garganta.

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—Déjalo ir, Ellie —dijo él, su voz fue un susurro influyente acariciando su cuerpo y mente.

Eleanore no pudo evitar obedecer. Ella lo dejó ir. Sintió su agarré en su mente, firme como siempre, pero era la única parte de ellos que seguía tocando.

—Eso es —Le dijo a ella—. Ahora abre tus ojos.

Otra vez, ella obedeció. Luego la llevó cerca de la larga línea de la playa

debajo de ellos y comenzó flotar por encima de la tierra, llevándola a ella con él. Ella dio un grito cuando estuvieron tan cerca de la arena a unos metros sobre la superficie.

Eleanore sabía que sus ojos brillaban y su sonrisa era amplia. Podía sentirla de oreja a oreja, mientras la arena se acercaba a ella y sus brazos extendidos a cada lado. Volaba como siempre lo había estado haciendo en

sus sueños. Era maravilloso, no había ningún tipo de molestia, ni miedo, ni dolor. No era únicamente la noche y su interminable océano y sus

espumosas olas, ni la forma en cómo se deslizaba debajo de ella. Se sentía como si pudiera bajar y pasar sus dedos por el agua como la aleta de un tiburón.

Ellos entraron en un banco de niebla y salieron al otro lado. Eleanore quería traspasar el reflejo de la luna en el agua. Quería seguirla, seguir en movimiento, seguir rozando el océano, y Uriel parecía saberlo, porque se lo

permitió. Ni una sola vez aflojó el control sobre su mano. Él simplemente la guió por todos los lugares donde ella quería ir.

Ella rió a carcajadas cuando escuchó más allá a una pequeña manada de lobos marinos y las criaturas retrocedieron por la sorpresa.

Eleanore se olvidó de todo en estos momentos preciosos. Lo dejó todo

atrás. No había contratos, ni hombres con agujas, ni padres preocupados, no había empleos sin futuro, ni peligrosos fanáticos con cámaras, no aquí con

Uriel y la noche y su viento salado.

La noche avanzaba y, eventualmente, Uriel comenzó a bajar de regreso a la tierra. La atrajo hacia sí mientras se acercaban al pavimentado asfalto

del estacionamiento del Cama y Desayuno. Cuando sus pies tocaron tierra, fue un vacilante y suave toque, mientras ella estaba envuelta con el fuerte abrazo de Uriel.

Bajaron sus piernas y la gravedad hizo su trabajo una vez más.

Eleanore miró los ojos verdes de Uriel, los cuales ahora podía ver muy

claramente por debajo de las luces del estacionamiento. Quería decirle tantas cosas. Quería agradecerle, especialmente. Pero se sentía sin aliento y grandiosa y fantástica y debido a que aún tenía su hipnosis sobre ella, se

sonrojó. Lo anhelaba.

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Quería besarlo otra vez. Quería mostrarle lo mucho que había disfrutado el vuelo. Algo naranja, como el fuego, brilló en los ojos verdes de

Uriel y su mano se deslizó por su espalda, tirando de ella más duro contra su pecho.

Y luego su estómago gruñó. Fuerte.

Ella parpadeó.

Uriel cerró sus ojos, como si tratara de recomponerse. Y entonces los

abrió de nuevo y frunció sus labios para no sonreír.

—Vamos —dijo—. Habrá mucho tiempo para otros asuntos después de que hayas tenido una comida decente.

Sam terminó de leer el último archivo de Juliette Anderson y luego

suavemente lo colocó encima de la mesa de café frente a él.

Era una joven muy interesante. Hija de Abigail Anderson de veintidós

años, y de Scott Anderson hace veinticinco años atrás. No se parecía a Eleanore Granger, sus poderes no se había materializado hasta hace poco. Tenía mucha suerte en algunos aspectos, había tenido una infancia

relativamente normal y había sido capaz de ir a la universidad. Sin embargo, tuvo mala suerte en otros aspectos. Los hombres de Samael le informaron que se encontraba asustada de sus nuevas habilidades. Se sentía sola, e

incluso sus padres no eran conscientes de su doble naturaleza.

Era una mujer hermosa. Como una Arco, eso era de esperar. La

carpeta que él examinó contenía varias fotografías, tomadas desde diferentes ángulos. Ella tenía una gran cantidad de cabello castaño que caía en gruesas ondas por su espalda. Juliette, o “Jules” para sus amigos, era un poco más

pequeña que Eleanore, pasando un poco el metro sesenta, pero dentro de su pequeño cuerpo había un torbellino de fuerza, energía y poder. Sus hermosos

ojos castaños brillaban tanto con fuerza como con bondad. De acuerdo con su expediente, la mujer se ofreció voluntariamente para numerosas organizaciones benéficas y donaba su dinero y pertenencias personales.

Ella era preciosa, por dentro y por fuera. Pero Samael sospechaba, también, que eso probablemente hacía mucho más difícil permanecer como una Arco de bajo perfil. La gente nota a mujeres como ella. Justo como ellos

notaron a Eleanore.

Y hablando de Eleanore… Samael se reclinó en su sillón y entrelazó

sus dedos sobre su estómago. Se preguntó si ella y el nuevo vampiro se llevaban bien.

Él, por supuesto, esperaba que no fuera tan bien. Pero, si era así o no,

poco importaba. La gala sería mañana en la noche. El arcángel y su alma gemela seguramente estarían presentes.

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Pero no estarían solos.

El General Kevin Trenton parecía bastante joven para ser un general. Pero él no era como la mayoría de los hombres. Él era… diferente. Siempre lo

ha sido.

Justo ahora, estaba en su propia naturaleza y su hija siguiendo un

accidente de auto en una pequeña ciudad en West Texas.

Había costado tiempo y recursos valiosos localizar el material. De acuerdo con sus hombres, a pesar del hecho de que la escena del accidente y

la posterior cicatrización habían sanado como un milagro, la evidencia del evento resultaba ser casi inexistente.

Kevin no estaba feliz. Este encubrimiento significaba que alguien

protegía a Eleanore. Alguien más que tenía las mismas ideas que Kevin había estado pensando durante años.

Granger era una mujer muy especial. Ella tenía algo que Kevin y sus hombres no tenían, nunca tuvieron, y desesperadamente querían.

Su necesidad para curar al prójimo era natural en ella. Y esa

capacidad de curación a él le había atraído todos estos años.

Eleanore Granger necesitaba ser traída allí. No había más tiempo que perder. Él había tratado de capturarla después del golpe de suerte que

tuvieron al localizarla en medio de Texas, en una ciudad llamada Rockdale, donde varios de sus hombres la persiguieron, pero de alguna manera ella

escapó.

Su capacidad para eludirlo fue positivamente desconcertante.

Kevin estaba seguro de que Christopher Daniels tenía que ver con

Eleanore, pero sospechaba que actor no era todo lo que él parecía ser.

Por otra parte, Kevin estaba bastante seguro de que Daniels, también,

tenía algo que ver con las bajas temporales que su equipo había estado sufriendo en todo el planeta.

Todo se centraba en Granger. Él necesitaba poner sus manos sobre

ella.

Christopher Daniels tenía un evento promocional en Dallas al que asistir mañana por la noche. Kevin sabía que Eleanore podría acompañarlo.

Con suerte, un plan cuidadoso, y un buen número de hombres cualificados, Granger estaría bajo su control para la mañana del viernes.

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Uriel nunca se había forzado a ejercer tanto control sobre sí mismo como lo había hecho esta noche. Primero el beso en frente del hotel. Luego,

esos estúpidos fans. Entonces, se quitó el brazalete.

Estaba un poco nervioso por dentro. Por fuera, parecía calmado, en control, era comprensivo y gentil, pero no tenía idea de cuánto tiempo podría

manejarlo, porque francamente, Eleanore estaba volviéndolo loco. Si no hubiera tenido dos mil años para aprender a ejercer un control inmenso

sobre su cuerpo, tendría una dolorosa ira en este momento. Por suerte, todo lo que tenía eran unas encías palpitantes y un par de colmillos que no desaparecían por completo.

Él se las arregló para ocultar eso bastante bien, asegurándose de que Ellie no pudiera ver su rostro cuando estuviera atormentado. Pero, ¿cuánto tiempo sería capaz de mantener esta situación?

Cristo, pensó, mientras la seguía a través de la puerta principal del Cama y Desayuno. Él podía oler su excitación. Sabía que estaba húmeda del

deseo por él. Lo había sabido desde el momento en que se adentró a su mente, la excitación que ella cuidadosamente protegía. Sabía que la estaba sometiendo, rompiendo su voluntad, y él no quería hacer eso, pero había una

parte de él que no lo lamentaba en absoluto. Eso causó que su propio monstruo despertara, levantar su cabeza y olfateara el aire. Su estómago dio

un vuelco, apretó la mandíbula, su hambre regreso con fuerza.

Le había dado un poco de lo que ella siempre había deseado, a cambio, ella había sentido la verdadera felicidad. De alguna manera, eso hizo que la

amara aún más.

¿Amarla?

Él pudo escuchar su corazón aún latiendo rápidamente en su pecho y no pudo evitar que su mirada se deslizara en la curva de su firme trasero en esos vaqueros ajustados, balanceándose suavemente mientras caminaba

delante de él.

Maldijo en voz baja y se tragó su gemido.

Observó como ella tentativamente colocó una delgada mano en la

pared y asomó su cabeza en la esquina del vestíbulo. Su cabello se deslizó de su cuello cuando lo hizo, dejando al descubierto su delgada y larga garganta.

Tragó otro gemido.

Y allí estaba el monstruo.

Maldición, pensó. La amo. Me encanta todo en ella. No fue exactamente

una sorpresa para él. Ella era su Arco, después de todo. Pero había existido durante incontable generaciones y nunca había conocido el amor antes. Era

una nueva emoción para él, y era desconcertante también.

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Había una mujer limpiando la mesa de café en la habitación contigua. Uriel instantáneamente llamó su atención y, en unos microsegundos,

inmediatamente se adentro en su mente.

La mujer sonrió cálidamente a Eleanore y puso sus manos en las caderas.

—¡Oh, Dios mío! Mírense, están empapados. ¿Han venido desde muy lejos?

—Algo así —dijo Uriel, siguiendo el juego con facilidad. Él era bueno actuando—. Nos preguntábamos si tenía una habitación disponible, y también esperábamos que no sea demasiado tarde para conseguir algo de

comer.

Comer…

—¡Claro que tenemos una habitación! —La mujer sonó feliz—. ¡De hecho, nuestra suite del segundo piso fue entregada esta mañana y no estará reservada hasta Acción de Gracias! Sean bienvenidos. Ya está limpia y

preparada. —Se apresuró a dirigirse a un pequeño escritorio contra la pared, donde extrajo algunas formas de un archivo y se las tendió a Uriel.

—Mi nombre es Tilda, por cierto —dijo ella, cuando les entregó los

formularios—. Mientras llenan los formularios, iré a la cocina y pondré algo de sopa en la estufa. ¿Minestrone les parece bien? —preguntó.

—Eso sería fantástico —dijo Eleanore con una sonrisa de agradecimiento.

Media hora más tarde, Ellie había terminado su comida en el comedor

y se dirigían a su habitación en el segundo piso de la posada. El corazón de Eleanore latía rápido mientras seguía a Uriel subiendo las escaleras. Durante

la cena, ella le había confesado que necesitaban hablar. Aunque había sido una noche fantástica, sabía que tenía que decirle sobre su contrato con Samael.

La habitación que ellos habían adquirido para pasar la noche eran en realidad dos habitaciones separadas, unidas por un largo pasillo que terminaba en un enorme baño. La bañera era una tina de agua caliente, con

perrillas y una esquina en la pared para colocar bebidas frías. Había una chimenea en el dormitorio, y Tilda ya había iniciado el fuego por ellos. Estaba

ardiendo bajo, crujiendo cálidamente y dándole un brillo reconfortante al resto de la habitación.

Era adecuado para las personas que pagaban por una suite. Un lado

de la habitación principal estaba cubierto con ventanas que iban desde el piso hasta el techo y un conjunto de puertas de vidrios dirigían a un balcón. El sonido de las olas era claramente audible, al igual que las gaviotas y los

lobos de mar en algún lugar en la distancia. Incluso por la noche, Eleanore sabía que sería impresionante por la mañana.

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—¿Disfrutaste la cena?

No, pensó Eleanore. Pasé toda la comida preocupada sobre lo que vendría después.

—Sí —mintió—. Era una buena sopa —Al menos eso era cierto.

Uriel seguía observándola de cerca. Asintió y se sentó en un gran sillón

de cuero que estaba al otro lado de la cama principal. Luego apoyó sus largas y embotadas piernas sobre la mesa de café, y le dirigió una mirada dura.

—Hablemos ahora.

—Estoy asustada —Le dijo honestamente—. Esta ha sido una noche maravillosa, Uriel. Tú has… me has demostrado tanto. Pero estoy asustada.

—Se encogió de hombros, un escalofrío viajo a través de su cuerpo.

Él lo notó, pero la dureza de su mirada no cedió.

—¿De qué tienes miedo exactamente? —preguntó suavemente.

—No quiero que me odies.

—Nunca podría odiarte, Ellie —Le dijo calmadamente—. Así que

puedes dejar de tener miedo justo ahora.

Eleanore lentamente se sentó en el borde de la cama y miró fijamente el fuego.

—De acuerdo. Lo hecho, hecho está. —Y aunque sabía que era una tontería haber hecho un trato con ese hombre, ella también sabía, en su

corazón, que tenía que hacerlo por las razones correctas. Lo había hecho esperando que Samael pudiera curar a Uriel de su maldición vampírica. Para ella, eso era un noble motivo. Sólo esperaba que Uriel lo viera de esa manera,

también.

—Ayer firmé un contrato con Samael —dijo, decidida a dejarlo salir

todo de una vez. No levantó la mirada hacia Uriel para ver su reacción. En cambio, miró fijamente al fuego y no se movió—. El trato fue que yo iría a él por protección si, en cualquier momento de la siguiente semana, tu hicieras

algo para… para lastimarme —Tragó, luchando con el nudo que se había formado en su garganta. Comenzaba a temblar, pero se obligo a continuar. Aún no miraba hacia Uriel—. A cambio, él accedió a liberarte de tu maldición

de vampiro al final de la semana.

La habitación estuvo en silencio, pero el sonido de las llamas

crepitantes y las gaviotas y las olas provenían de afuera de las ventanas.

Eleanore se preguntó si debía levantar la mirada y encontrarse con los ojos de Uriel. Lo consideró. Consideró suplicar para que la comprendiera o

perdonara. Pero una parte de ella, la parte terca, sentía que no debía pedir perdón, en primer lugar. Después de todo, ella no era la única que había hecho un trato con Samael.

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El silencio se alargó hasta que Eleanore estuvo tan nerviosa que considero romperlo.

—¿Él te lastimó? —preguntó Uriel finalmente, en un tono extrañamente tranquilo.

La pregunta sorprendió a Eleanore, pero aún no lo miró. Negó con la

cabeza.

Una vez más, él se quedo en silencio durante algún tiempo. Y luego

agregó:

—¿Hiciste esto por mí? —preguntó.

Eleanore asintió, con sus ojos tercamente sobre la chimenea

crepitante.

De repente, Uriel fue un movimiento borroso, llevando con él una ráfaga de viento que voló su cabello y añadió al fuego vivacidad. Eleanore

cerró sus ojos mientras su cabello se batía en su rostro. Sintió sus fuertes brazos en su cintura, levantándola, pero no tuvo tiempo de gritar u objetar

antes de ser llevada a través del aire y empujada contra la pared. Se quedo allí atrapada debajo de un cuerpo alto y duro.

El poder oscuro vampírico de Uriel penetró inmediatamente en su

mente, inundándolo con deseo. Sus labios se separaron, un gemido de nostalgia escaló en su garganta, pero nunca se escuchó, los labios de Uriel se estrellaron con fuerza contra los suyos, reclamándolos con ferocidad. Él

profundizó, sin atisbo de dulzura, y ella pudo sentir sus colmillos totalmente alargados y afilados, amenazando con atravesar su lengua.

Trató de luchar apartándose, pero Uriel la atrajo hacia él más, sin piedad, asfixiándola con su propio deseo.

Él alargó su brazo, la palma de su mano se deslizó por el costado de su

cintura. La presionó contra la pared usando su propio peso y llevó su otra más suavemente, pero amenazadoramente, alrededor de su cuello. La apretó,

controlándola, mientras los dedos de su otra mano encontraban el dobladillo de su camisa y la levantaba, exponiendo la tensa carne de su abdomen. Sus uñas rastrillaron su piel, despertando un deseo profundo dentro de ella, el

cual él bebió mientras continuó besándola duramente, bebiendo de ella.

Te quiero, ella lo escuchó decir dentro de su mente.

Ella se sentía aturdida y caliente, confusa de deseo. No pudo responder, pero se encontró arqueándose contra sus dedos viajando hacia el sur, desgarrando sus pantalones en el frente para que él pudiera meter su

mano debajo de la banda de encaje de sus bragas.

Dios, te necesito, Ellie…

Él estaba envolviéndola. Absorbiéndola, brindándole un terrible,

agradable, y agonizante placer. Sus terminaciones nerviosas suplicaban para

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que él… ¿Se detuviera? ¿Continuara? Él encontró la suave curva entre sus piernas y aumentó la presión sobre su garganta.

Ella estaba en llamas.

—Te amo —le dijo entonces, mientras sus dedos seguían adelante, invadiéndola, quebrándola, y hundiéndose más profundamente.

Entonces, tómame.

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17 Traducido por Rominita2503

Corregido por Maia8

riel estaba loco por la lujuria. Se sentía enojado como el infierno

por lo que Sam le había hecho a su Arco. Estaba tan furioso que, con las palabras de Eleanore, su mundo se había pintado

una vez más de color rojo. Pero su ira era para El Caído, no para Ellie.

Su propia adrenalina había encendido fuegos artificiales dentro de su cuerpo. Primero vino la ira, los fieros celos de que otro hombre había llegado

a Ellie de alguna forma, entonces el orgullo y el temor de que ella corriera peligro por él. Esa emoción más profunda, más sentida, fue lo que realmente le llegó. El deseo saltó a la vida como una hoguera, consumiendo todo su ser,

hasta que todo lo que sabía era que quería a Eleanore, la necesitaba, y tenía que tenerla, o él estaba seguro que moriría.

Muy despacio, retiró los dedos de su humedad apretada y tuvo que reprimir un gruñido de locura, cuando en realidad se quejaba en desacuerdo. Ella no era ella misma, se dio cuenta. Él la había tomado en cuerpo y mente,

y ella era un cuerpo sin voluntad, ansiosa de deseo de debajo de él.

Todo lo que podía pensar era en concentrarse de no cerrar su mano en su cabello, tirar su cabeza hacia atrás, y hundirle sus colmillos en la

garganta.

—Cristo, Ellie... —Susurró en sus labios, y mordiéndolos suavemente,

sus colmillos perforando poco antes de mudarse a la línea de su mandíbula. Su agarre en su garganta se apretó, sólo un poco, antes de que él quitara la mano y lo remplazará con su boca.

Eleanore quedó sin aliento cuando los dientes rasparon a través del lado de su cuello.

Uriel la mordió en el cuello, su aliento caliente la amenazaba, y luego, al apretar su cuerpo firmemente contra ella, apenas salió de su espacio para respirar, gruñó bajo en su garganta y se enderezó, capturando su mirada en

suya una vez más.

Con un rugido de furia necesidad, se echó hacia atrás y empujó a sí mismo de la pared, llevándosela con él.

Todo pensamiento coherentemente le abandonó mientras se volvía hacia la cama y la tiraba sobre su estómago en el centro del colchón.

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Eleanore abrió la boca y gritó, claramente tratando de darle sentido al movimiento repentino, luchando para tener sus manos y las rodillas debajo

de ella.

Él no le dio la oportunidad. Se colocó sobre ella, presionándola en la colcha antes de que pudiera ganar cualquier ventaja.

—¡Uriel! —gritó, y volvió a peinar su mente. Su necesidad todavía estaba allí, su deseo aún caliente y húmedo y exigente, pero él la estaba

asustando. Él era todos los ángulos duros y fuerza inquebrantable para ella, y ojos extraños y oscuros. Una parte de ella se enroscaba de miedo, a la vez insegura e inestable. Otra parte de su disfrutaba de la dominación, con

ganas de más.

Él se lo daría a ella.

—No pelees conmigo, Ellie —susurró a su oído mientras sus manos le

tomaban las muñecas y se las ponía juntas, fijándolas por encima de su cabeza en un tenso agarre contra el colchón—. Sólo ríndete a mí y déjame

guiarte.

Confía en mí, le dijo con firmeza, la orden se filtró en lo profundo de sus pensamientos. Eso la calmó lo suficiente para que la única parte de ella

que se moviera fuera su pecho que subía y bajaba en rápida sucesión, una feroz sucesión con cada aliento desesperado.

El auto-control Uriel se había ido. No había nada en él, sino un vampiro dominante, un arcángel que necesitaba a su Arco, y la determinación de que forzaría a su voluntad a la mujer atrapada debajo de

él. Él le facilitaría esta transición a ella en la única forma de que ahora podía. Le daría el placer que él sentía y la esperanza de aliviar su dolor era

suficiente.

Él pudo haberle arrancado la ropa a continuación, y destruirla. Pudo haber transformado el material y hacerlo caer. Poseía los poderes que los

hombres normales no tienen a su disposición y, si lo hubiera elegido, podría haberla dejado desnuda a su contacto con nada más que un pensamiento impaciente y el relampagueó de esa voluntad.

Pero Eleanore lo estaba atrayendo hasta el extremo y no había manera de que Uriel se negara a sí mismo hasta el más pequeño placer a la hora de

acostarse con ella. Hizo desaparecer sus botas, ya que sólo lo retrasarían. Pero el resto de ella, se condenaría a desnudarla él mismo.

En un movimiento limpio, Uriel metió la mano entre el estómago tenso

y el colchón, y le agarró en la pretina de sus pantalones vaqueros. Uriel dio un tirón en el material, mostrando su encaje la ropa interior de algodón blanco sobre la hinchazón de su entre pierna.

Eleanore gritó ante la exposición repentina, sin duda desacostumbrada a desnudarse a sí misma de tal manera ante nadie en absoluto.

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Uriel se inclinó para reír en su oído. Ella se estremeció mientras él seguía desnudándola, su mano fuerte subiendo debajo de su camiseta,

empujando hacia arriba. Cuando llegó al aro de su sujetador de encaje blanco, luchó contra el impulso de envolver los dedos alrededor de él y deshacerse de la prenda. Eso podría provocarle a ella también mucho dolor.

Así que se obligó a desabrocharlo, con el brazo debajo de ella, su cuerpo manteniéndola en la cama.

Una vez que le quitó el sostén, Eleanore se estremeció, su respiración entrecortada. Él la tenía totalmente a su merced ahora y el conocimiento que ella era consciente de su impotencia puso dura la polla Uriel, latiendo de

manera dolorosamente contra sus pantalones vaqueros.

—Te voy a soltar. No trates de escapar, ¿me entiendes? —le susurró al oído con dureza.

Ella dudó en contestar, su deseo de luchar con su instinto natural de huir. La mano de Uriel ya no estaba entre ellos y una vez más envolvió su

garganta en un instante. Él lo utiliza para tirar de ella hacia arriba y contra él, apretando en advertencia.

—¿Entiendes?—Exigió una vez más, con los labios en su oído.

—Sí —Exclamó ella, y respiró más humedad en respuesta a su dominación. Confiaba en él y quería que él se hiciera cargo de todo tanto como él—. Entiendo.

Él la soltó y se movió de nuevo lo suficiente para poder que ella encontrara sus manos y rodillas. Ella se levantó a una la posición de rodillas

y se enderezó.

—Levanta los brazos sobre tu cabeza.

Ella hizo lo que le dijo y él tiró de la camisa hacia arriba y sobre su

cabeza, sacando el sujetador también. Tan pronto como lo tuvo fuera, él la apretó contra su pecho, su mano extendiéndose a través de su cintura y

deslizándose para tomar su pecho.

Ella gimió y se arqueó en su mano, apretando su carne contra su palma. Los dientes de Uriel le dolían en sus encías. Su visión empezó a

cambiar una vez más, el oscurecimiento y endurecimiento en ángulos agudos y profundos contrastes.

—Agárrate a la barandilla de metal de la cabecera —le dijo, dejándola ir

y empujándola hacia delante.

Ella parecía confusa al principio, así que él tomó una de sus manos

entre las suyas y la envolvió alrededor de la barandilla de metal él mismo. Ella hizo lo mismo con la otra por su cuenta. Podía oír su corazón martilleando lejos, sentir que su propia necesidad aumentaba su propia

excitación. También podía oler su sangre, mezclada con el olor de su deseo, y prácticamente le rogaba que hiciera lo que desesperadamente quería hacer.

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Una vez que tuvo la barandilla en su agarre, Uriel le bajo los pantalones hasta las rodillas y la levantó con un brazo fuerte alrededor de su

cintura, tirando de ellos y su ropa interior el resto del camino fuera de ella.

Estaba desnuda delante de él, vulnerable y húmeda y esperando su Arco, con las rodillas ligeramente separadas, la espalda arqueada, y sus

manos firmemente agarrando una barandilla de metal delante de ella. Si pudiera haber esperado, si pudiera haber resistido la presión, habría

permanecido donde estaba, sus ojos grabando su imagen en la mente, de modo que él nunca, nunca olvidaría este momento. Pero él no podía esperar. Ya no.

Con un destello simple de pensamiento, se deshizo de sus prendas. Como si no hubiera sido bastante difícil antes, la liberación de la presión en su pene permitió que más sangre a fluyera en él, casi volviéndolo loco con la

punzante necesidad.

Apretó los puños contra el fuerte dolor. Él no era un hombre pequeño.

A esto se añadía el hecho de que era un arcángel, y formado por lo que El Hombre Viejo había considerado la perfección, y Uriel tenía la sensación de

que, le gustase o no, esto iba a dolerle a Eleanore.

Pero no se podía evitar. Nada en el mundo podría haberlo detenido de tomarla entonces. No era capaz de soportar estar lejos de ella por más

tiempo, Uriel se inclinó hacia adelante, presionando su pecho contra su espalda. Le pasó las manos sobre sus caderas pequeñas, hasta su pequeña cintura y el oleaje de sus costillas y su redondos, pechos perfectos.

Eleanore se quejó otra vez, y con los ojos duros, Uriel miró sus dedos deslizarse un poco en la barandilla.

—No te atrevas a soltarte —gruñó, y ella saltó, apretando con más fuerza. Luego se movió hacia arriba y tiró de ella tensa en su contra, hasta que pudo sentir su dureza presionando entre sus piernas. Eleanore trató de

alejarse dando tumbos entonces, casi liberando la barandilla una vez más. Uriel la sostuvo rápidamente, mostrando los dientes mientras otro gruñido

hizo su camino hasta su garganta.

Su polla latía caliente y pesada y dura como un ladrillo y el férreo control de Uriel en la cintura de Eleanore la guió de vuelta hacia él hasta que

la punta le dio un codazo a su apertura. Ella hizo un sonido pequeño, sin aliento y sacudió la cabeza, su cabello negro cayó en cascada sobre los hombros. Él quitó una de sus manos de la cintura y tomó su pelo, tirando

de nuevo para exponer su garganta para él.

Ella apretó los dientes mientras al mismo tiempo él se levantó y

empujó hasta la mitad dentro de ella. Ella se estremeció violentamente cuando su miembro traspasó sus labios externos y se deslizó en el interior.

Uriel vio su cara cuando él la tomó, la sensación de victoria se apoderó

de él. Le encantaba la forma en que ella desnudó sus propios dientes blancos

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y cerró los ojos ante el dolor y el placer que le causaba. Amaba su pulso acelerándose y sus pechos que subían y bajaban y la forma en que ella le

obedeció, y todavía tenía que dejar de lado la barandilla.

Se acercó adentrándose una vez más, le susurró en su oído:

—Te voy a tomar ahora de la forma en que he querido tenerte desde

que te vi esa noche en la librería —le dijo, manteniendo su control sobre el cabello apretado por lo que no podía alejarse—. Voy a tenerte fuerte y rápido

—le prometió—. Porque eres mía, Ellie. —Casi gruñó su propiedad—. Y siempre lo serás.

Con eso, él le tapó la boca con una mano y empujó más hacia adelante,

manteniéndola quieta mientras lo hizo. En un movimiento limpio, a travesó su virginidad y la partió en dos.

Eleanore gritó en la palma de su mano y Uriel la sostuvo contra él

mientras redujo el penetrante dolor repentino. Al mismo tiempo, se acercó con sus poderes de vampiro y la inundó con más del placer en que ella ya se

estaba ahogando. En cuestión de segundos, se olvidó del dolor y él retiró la mano.

Pero su control se mantuvo rígido en su pelo y, mientras el balanceaba

sus caderas hasta llegar a la empuñadura, bajó su boca a un lado de su cuello. Con su mano libre, separó sus rizos y presionó su clítoris, provocando un maullido bajo, un gemido desde el fondo de su garganta.

Tiró hacia atrás y empujó hacia adelante. Y lo hizo de nuevo. Y una vez más.

Eleanore casi soltó la barandilla de la pura fuerza con la que ahora se sumergió en ella, pero la parte inocente, cautiva de ella, continuó prestando atención a su advertencia y se mantuvo agarrada fuertemente. Él tuvo que

sonreír ante eso, oscura presunción, la satisfacción masculina alimentando la fuerza en sus venas. No fue sino hasta que él expuso sus dientes y le

pinchó con ellos amenazadoramente la carne de su cuello tenso, que por fin ella dejó de lado la cabecera y le agarró sus muslos detrás de ella. Él sonrió mientras sus uñas cavaron profundo, quería su sangre.

—Eso fue un error, Ellie —ronroneó en su oído, casi riendo por la reprimenda. No le dio tiempo para reflexionar sobre sus palabras antes de que él levantara la cabeza, abriera la boca, y luego hundiera sus colmillos

profundamente en su cuello.

Una vez más, Eleanore gritó, pero esta vez, Uriel dejo que el grito

llenara la sala y la oscuridad. Si alguien lo había oído, él se ocuparía de ello más tarde.

Él la abrazó allí en su abrazo vampiro, su polla profunda dentro de

ella, sus dientes enterrados en la garganta, y succionando lentamente sobre

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la piel, tragando con un hambre inhumana apenas domesticada mientras su cuerpo entregaba su sangre para él.

Bebió con moderación, porque no quería drenarla, y fue como la crear un incendio en una gasolinera, era casi imposible de detener el fuego que se propagaba y lo envolvía.

Todo de ti, pensó distante mientras se movía dentro de ella, de ida y vuelta, instándola a su propio prohibido éxtasis. Dame todo de ti...

Ella sabía a gloria, la forma en que se imaginaba el sabor dulce y seductor y temple de la ambrosia. Pasó los dedos sobre su clítoris sensible y luego presionó, una y otra vez, provocando y tomando, mientras la

reclamaba.

Eleanore gimió y abrió la boca y suspiró y él sonrió contra su carne

perforada mientras sintió que ella se presionaba sin darse cuenta contra él. Ella quería más, así que él se lo dio. Con más fuerza ahora, lo que los llevó adelante. Un breve roce de su mente y sabía que ella sentía dolor, así como

placer. Y sabía que le gustaba de esa manera.

El animal en él nuevamente asomó la cabeza y tiró con más fuerza en

su contra, su vena, extrayendo su sangre con renovado vigor. Al mismo tiempo, la llevó hasta la cama, empujándola hacia delante por debajo de él mientras mantenía los dientes y el pene firmemente alojado en el interior de

ella, manteniendo su reclamación sobre su cuerpo.

Ella golpeó el colchón y él le soltó el pelo y rápidamente sujeto sus muñecas y la mantuvo una vez más clavada a la cama, encima de ella.

Él se salió, casi todo el camino, sólo para conducirse en ella con fuerza implacable, empujando su roca dura de necesidad tan profundamente que

ella gritó una vez más. Era despiadado, embistiéndola una y otra vez de esta misma manera brutal.

Él sintió que su clímax acercándose, y luego, mientras ella se tensó

debajo de él con un tipo de estremecimiento y la repentina rigidez el estómago se abrió camino hacia abajo, su interior apretó su polla con una

sensación increíble.

Un rayo se estrelló fuera de las ventanas, bañando su acto carnal en electricidad, luz azul-blanca. Un trueno le siguió rápidamente, ahogando el

sonido del propio grito gutural de Uriel cuando apartó los colmillos de la garganta de Eleanore, hundió los dedos en sus muñecas, y explotó dentro de ella.

Un rayo partió el cielo por segunda vez. Y luego una tercera. Duro, lluvia cayendo sobre el techo del Cama y Desayuno, empapando el

establecimiento en un aguacero extraño y repentino.

La cama dejó de mecerse. El fuego se había desvanecido.

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Y Uriel lentamente, muy lentamente, bajó sus labios al cuello de Eleanore, tiernamente besando las heridas que había colocado allí. Ella se

estremeció y lanzó un suspiro.

Él tomo a su arco en sus brazos, rodando sobre su lado de modo que su espalda se apretaba contra su pecho.

Ella se estremeció y, debido a que seguía enterrado todavía en el interior de ella, sentía las consecuencias de su clímax con éxtasis feliz. Cerró

los ojos y respiró sobre ella, oliendo su sexo, su pelo, la ceniza del fuego, y su sangre.

Podía oír que su corazón latía más firme, fuerte, y la calma. Su

respiración se había reducido en un saciado suave, ritmo. Absorbió todo esto, poniendo en todo mucha atención. Él estaba en el cielo. No. Era mucho mejor que el cielo. No querría moverse nunca de la cama. Sus fuertes brazos

atraparon el cuerpo delgado de Ellie contra él y no quería dejarla ir. No por nada.

Un trueno sonó en la distancia. La lluvia siguió cayendo.

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18 Traducido por Mimu_14

Corregido por Maia8

ilith miró por la ventana hacia el jardín que fue rápidamente drenado de color por la luz de la luna. No había podido dormir. Había algo en el aire esta noche que la inquietaba, era una

vibración sin resolver que no podía reconocer. No había pegado ojo en toda la noche, y descubrió que seguía inquieta.

Se apartó de la ventana, y con un simple pensamiento, el camisón se

transformó en una falda de seda, una blusa de seda, y un par de sencillos, tacones bajos. Luego salió de su habitación y se dirigió por el pasillo hacia

las habitaciones de Sam.

A mitad de camino, se detuvo en seco. En ese punto, la vibración llegó a ser peor, más errática, más problemática. Se sentía ahora como si la

atmósfera se hubiera vuelto muy aprensiva.

¡Oh no!, pensó, su mente pensaba en torno a las consecuencias.

Samael era una criatura muy, muy poderosa, y cuando se enojaba, era un tipo muy potente de furia.

El corredor más adelante parecía más oscuro de lo que debería, incluso

de noche. Era como si un manto hubiera caído sobre la zona. Tal vez fue esto, combinado con la tensión en el aire, que llevo a Lilith a su fin.

Tragó saliva y se acercó con su mente, asustada de lo que iba a encontrar, algo se sacudió en las habitaciones más allá de ese tramo oscuro del pasillo frente a ella.

Eso no le sorprendió. Pero el presentimiento denso y pesado que le decía que ocurría algo malo seguía allí. Era la esencia misma de la maldad. Era Samael en su peor momento.

Se preguntó qué había provocado este cambio. Sólo unas horas antes había estado hablando con Jason en voz baja, pero relajado. Planeaba

cuidadosamente su estrategia para la gala de Christopher Daniels. Y aunque Lilith se había distanciado de sus intrigas, agradecía que él por lo menos mantuviera la calma y el control.

Ahora, sin embargo, caía esa sensación terriblemente familiar en el aire que le recordaba a un ultimátum y los ángeles caídos.

¡Oh, Samael!, pensó con tristeza. ¿Qué has hecho?

L

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Con más coraje de lo que hubiera pensado que ella poseía, Lilith respiró hondo, enderezó los hombros, y se dirigió por el pasillo oscuro.

El cuerpo de Eleanore se sentía pesado. Era como si cada centímetro

de él fuera ponderado hacia abajo, lo que la obligaba a presionarse contra el colchón. La gravedad la mantuvo cautiva, drenando su fuerza, e hizo difícil

para ella abrir los ojos. Normalmente no se sentía tan débil a menos que hubiera estado usando sus poderes. ¿Qué estaba mal con ella?

Obligó a sus ojos abrirse todos modos, parpadeando frente a un gris

borroso, y trató de orientarse.

Se encontraba desnuda, en una cama, en una habitación desconocida. Había una puerta corredera de cristal delante de ella, y más allá de eso, no

había niebla. No era más que una pared de blanco denso.

¿Dónde estoy?

Frunció el ceño y trató de moverse. Fue atacada inmediatamente por un dolor profundo. Que se impregnó en cada músculo, y entre sus piernas, era un dolor que nunca había experimentado antes. Le cortó la respiración

cuando sintió su pulso muy abajo, caliente e inflamado. Y entonces Uriel se movió detrás de ella, empujando suavemente un brazo contra su cadera, donde dejo en cubierto gran medida sobre su cuerpo.

Los recuerdos empezaron a llegar, como recuerdos incompletos y escenas de corte de una película. Al cabo de unos segundos, recordó dónde

estaba.

Y lo que había sucedido la noche anterior.

Su cuello y la cara enrojecieron de color rosa, su mente confundida por

el recuerdo de lo que había ocurrido. Oh, Dios mío, pensó, recordando los dedos de Uriel enterrados profundamente dentro de ella, y luego en otras

partes suyas más adelante. Ahogó un gemido, un escalofrío, y cerró los ojos frente a la creciente necesidad que ya se encendía dentro de ella una vez más.

No era natural. No podría ser normal querer se tomada otra vez. Y eso fue lo él le había hecho, la tomó. Recordó la mirada en sus ojos de vampiro,

la sensación de que él la asfixiaba con su placer, el deseo en cascada sobre ella, hasta que sintió que iba a morir si no lo hacía… si no lo hacía… si no se la follaba.

Oh Cristo, pensó, sus entrañas se retorcieron con la gran cantidad de emociones encontradas. Recordó los dientes de Uriel en el cuello, el calor de

su dureza enterrado en lo más profundo de su cuerpo, y su empuje, que era cualquier cosa menos suave.

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Le había dolido. Todo había sido doloroso.

Eleanore recordó su promesa a Samael. Fue un acuerdo hecho en

sangre. Si Uriel le había hecho daño, ¿Debía ir con Samael ahora?

No.

No lo haría. No esta vez. Porque el dolor había sido también un placer.

La comprensión de por qué su noche con Uriel no requería que corriera a Samael por protección fue sorprendente. No podía contar esto como un

ataque, no podía afirmar que Uriel le había causado un sufrimiento innecesario, ya que, la dura verdad era que, Eleanore había deseado a Uriel y la naturaleza volátil y violenta que llegó con su forma de vampiro.

Había hecho todo cuanto ella había secretamente necesitado de él, aquello que había anhelado. ¿Cómo podía saberlo?

Eleanore se estremeció al recordar las muchas veces que había llegado al orgasmo, sola en la ducha, en su cama, incluso en el coche una vez, mientras estuvo atascada en el tráfico. Era una criatura sexual por

naturaleza, pero nunca había sido capaz de explorar ese lado de sí misma con otra persona.

Ayer por la noche, Uriel había sido de algún modo capaz de ver a través

de ella, de darle lo que necesitaba. Nunca había tenido un orgasmo como el que él le dio. Y quería más. En este momento, de hecho. En esa cama

alquilada, en esa pintoresca casa de dos pisos, en aquella orilla fría y con niebla.

En realidad, estaba húmeda solo de pensarlo, podía sentir el calor de

Uriel en la espalda, su fuerte presencia envuelta a su alrededor. Podía sentir su propia vulnerabilidad desnuda, e incluso el dolor punzante de las marcas

de mordidas en el cuello la encendió.

Miró el fuerte y bien musculoso brazo envuelto posesivamente sobre ella y pensó en las palabras susurradas de Uriel.

Te amo.

¿Y si imagino esas palabras, o si fue su mente quien las proyectó? Si él no lo dijo, entonces ella estaba perdida. Pero si lo hizo y significó lo dijo,

entonces…

Sus ojos se perdieron en los planos hermosos de su rostro dormido.

Con los dedos le tocó suavemente la mejilla y rozó por encima de sus labios. Es tan perfecto, pensó. Y es mío.

Y luego casi se rió. Dejó caer la mano y sacudió la cabeza. Estoy desesperada, pensó con una leve sonrisa. Está evidentemente agotado. Deja descansar al pobre muchacho.

Echó un vistazo por la habitación, a las ventanas de nuevo y reflexionó sobre el color de la niebla. Tenía que ser por la mañana muy temprano, tal

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vez justo después del amanecer. El cielo llenaba de nubes a la Tierra. Apenas podía distinguir el borde del balcón más allá de las puertas de cristal.

Muy despacio, para no despertar al arcángel a su lado, Eleanore deslizó su pequeño cuerpo de debajo del brazo pesado y se levantó de la cama. Uriel frunció el ceño donde se encontraba en el centro del colchón,

pero no se despertó. Parecía profundamente dormido y apenas se movía mientras ella atravesaba la habitación hacia el baño contiguo.

Una vez allí, cerró la puerta detrás de ella. Necesitaba una ducha larga y caliente.

—Algo está mal.

Miguel miró desde donde estaba sentado a la mesa, vestido con el

uniforme azul de un oficial de policía de Nueva York.

—¿Qué quieres decir?

Max frunció el ceño y dejó la taza de café.

—No lo sé. —No podía poner su dedo en la llaga. Había un sabor amargo en su boca, sin embargo. El aire se sentía extraño, como si hubiera

sido acusado de algún tipo de negatividad. Había una agitación en el estómago que nunca había sentido antes.

—Creo que es Uriel —dijo finalmente.

Miguel dejó su propia taza de café y redujo su mirada.

—Az dijo que estaba bien cuando lo dejó con Ellie.

—Lo sé, pero… —Max sacudió la cabeza, se quitó las gafas y se frotó los ojos. Él siempre sabía lo que pasaba con sus arcángeles. Era su tutor, estaba conectado a ellos de una manera indeleble. Y ahora mismo, seguía

viendo la cara de Uriel en el ojo de su mente. Había niebla en torno a él, pero cuando Max se concentró, la niebla se levantó, revelando la salida del sol

sobre un mar de color azul.

Se quedó paralizado. Se enderezó y cubrió a Miguel con una mirada atónita.

—Él está en problemas.

—¿Dónde está? —Le preguntó a Miguel, empujando de la mesa para ponerse de pie.

—La Costa Oeste —Respondió Max, también de pie—. Dame unos segundos y la mansión nos llevará allí.

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Inteligente, Uriel. Muy inteligente.

Uriel frunció el ceño en su sueño, sin saber si escuchaba a alguien

dirigirle la palabra, o si era su propia voz que flotaba en su cabeza.

Estoy impresionado, hermano. Lograste conseguir lo que querías, ¿no?

Ahora la sangre de Uriel comenzó a correr fría. Reconoció la voz.

Samael le hablaba, pero Uriel parecía no poder abrir los ojos para hacer frente al Caído. No podía despertar. Se sentía extrañamente pesado y sedado.

Espero que te hayas divertido torturando a tu Arco. Obviamente estoy celoso. Sin embargo, a pesar de que le causaste una buena cantidad de dolor físico con tus... métodos, no puedo arrebatártela. Sólo hiciste lo que ella deseaba. Había un buen atisbo de envidia insondable que le erizó la piel a Uriel. Y eso no cuenta.

Siguió un silencio, lleno de odio eléctrico como un deseo de venganza a fuego lento. Uriel lo reconoció lo suficientemente bien. Él era el Ángel de la Venganza, después de todo.

Pero, por supuesto, Samael continuó lentamente, lo sabía.

¿Qué está pasando? pensó Uriel. No podía orientarse. No tenía ni idea

de dónde se encontraba, todo estaba oscuro a su alrededor y sintió que su cerebro se nubló. De nuevo intentó despertar, despertarse a sí mismo y entrar en contacto con algo solido. Pero su mundo no iba a cooperar.

Risas. Bajas y enfriadas con hielo.

Tsk, tsk, Uriel. Puedes luchar todo lo que quieras. Pero eres un vampiro. ¿Qué tan pronto te olvidas de tus nuevas debilidades? Hay algunas cosas, hermanito, que tú seguramente no pueden combatir.

El miedo, real y duro y potencialmente mortal, se alojó en el intestino de Uriel. Su estómago se revolvió, su mente ardió, como quiera que fuese, estaba adormecido, con una certeza fría. La muerte estaba más allá de las

oscuras paredes que lo rodeaba. La muerte le esperaba.

Lo único que tendría que hacer para terminar esto era abrir los ojos.

Muy cerca, Uriel, pero sin alcanzarlo. La muerte no espera de ti aún, pero no es el sueño lo que te mantiene a salvo. Es tu Arco la que inconscientemente te mantiene a salvo. Ella ni siquiera sabe que te protege. No tiene idea de que es por su propio instinto que las nubes rodean los aposentos, bloqueando el sol de su forma de dormir.

El shock impactó a Uriel a través de las palabras de Sam. Se acordó de

todo en esa fracción de segundo, la noche anterior, el sabor de Eleanore, él reclamó a su Arco.

Y entonces recordó la habitación y sus numerosas ventanas que daban

sobre el océano y el cielo abierto más allá. Se había quedado dormido sin

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ninguna preocupación y olvidado por completo la mañana inminente y el muy brillante, muy mortal, sol.

Hubo más risas, el mal y la oscuridad y todos a su alrededor.

Te sugiero que despiertes pronto, hermano pequeño. Porque yo puedo controlar el clima también. Y nunca he sido aficionado a los días nublados.

Con eso, la presencia de Samael se deslizó de su mente y el pulso de Uriel aumento, en un grado doloroso.

¡Despierta, maldita sea! ¡Lucha contra esto!

Sabía por la experiencia de una noche, que los vampiros en realidad no caían en coma durante el día, y sin embargo no podía luchar contra el sueño

que había sido envuelto tan fuertemente sobre él.

Fue Samael. El Ángel Caído tenía algún tipo de poder sobre ese maldito contrato. Tenía mucho sentido, ya que Uriel era un vampiro por la voluntad

de Samael.

Ahora, en los sentidos de Uriel, no había el más mínimo cosquilleo de

dolor. Era tan lejano, era apenas perceptible. Más bien como una sensación de hormigueo, de verdad. Pero fue premonitorio en el extremo, y Uriel se volvió más desesperado.

Imaginó su cuerpo inmóvil, estirando sus dedos, y extendió la mano con cada onza de su poder para despertar a su dormido cuerpo de donde descansaba, tan impotente e inmóvil, en el colchón, debajo de él. No pudo.

El hormigueo en los bordes de su cuerpo se extendió a una quemadura que aumentaba lentamente.

Eleanore cerró la corriente de agua en la ducha y pasó las manos sobre

su cabeza, apartando el pelo de sus ojos. Salió, se ató una toalla a su alrededor, y empezó a acariciar su largo cabello mientras se lo secaba con

otra.

El baño estaba lleno de vapor y el espejo se empañó, pero su mirada fue atrapada por una corriente de luz de debajo de la puerta del baño.

Por alguna razón, la hizo detenerse. Frunció el ceño, sintiendo como si algo estuviera fuera de lugar. No debería estar ahí, pensó con cautela. No

sabía por qué, pero sintiendo fuertemente que la luz no debía de asomarse.

Se quitó la toalla y rápidamente se puso sus pantalones vaqueros y camiseta, dejando su ropa interior en el suelo. Entonces, abrió la puerta y

salió a la habitación más allá.

Era demasiado brillante. Luz del día inundó la habitación, ya no era mantenida a raya por una espesa capa de niebla más allá del balcón del

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segundo piso. La mirada de Eleanore de inmediato cayó sobre Uriel, su cuerpo fuerte inmóvil y medio cubierto por la sábana de la cama. Él estaba

de espaldas, en un profundo sueño, su hermoso rostro pálido, sus labios pálidos, con el pelo más largo y más oscuro de lo que había sido antes de la maldición.

La maldición, pensó Eleanore aturdida.

Una sola corriente, un rayo brillante de luz se había deslizado en

ángulo a través de la alfombra y se abría camino al lado de la cama sobre el cual yacía Uriel.

La comprensión la golpeó como un mazazo, y apenas contuvo un grito

de alarma cuando vio la marca que dejaba el curso del rayo de sol, desde la punta de los dedos de Uriel en la palma de su mano extendida, y la muñeca y

el antebrazo más allá. En todas partes que tocaba, dejaba una marca de quemadura, profunda, negra y humeante. El olor a carne quemada se registró en su cerebro, al mismo tiempo que golpeó el colchón y cubrió el

cuerpo de Uriel con el suyo.

Trató de empujar y juntar las nubes, trató de llamar a una tormenta con sus poderes, pero el clima no respondió. Trató de ocultar el brazo de

Uriel y trató de rodarlo fuera de la cama, pero era demasiado pesado. Era como si estuviera sobrecargado por una fuerza natural.

Se echó hacia atrás un poco y trató de usar la telequinesis en él, con la esperanza de que se mueva de esa manera en su lugar. No pudo. Él no se movía.

La luz del sol se deslizó por su espalda, podía sentir su calor a través de su fina camiseta.

La desesperación le arrancó un medio sollozo. Necesitaba ayuda para moverlo. Hizo otro intento y gritó.

—¿Hay alguien ahí fuera? —gritó la pregunta en la puerta, esperando

contra toda esperanza de que alguien la oyera—. ¡Alguien por favor me ayude! —gritó—. ¡Hola! —Intentó por última vez.

¿Dónde se encontraba Tilda? ¿Los otros huéspedes?

No podía moverse de donde estaba, si el sol golpeaba a Uriel de nuevo. ¡Piensa!, ¡Eleanore! ¡Piensa! Se devanó los sesos.

La inspiración le llegó con el sonido del motor de una Harley en la carretera que corría por Cama y Desayuno. Recordó la Harley que había visto en el garaje y utilizo para escapar al atravesar la ventana en la mansión de

Uriel.

Podía hacer lo mismo ahora, sólo que al revés. Se volvió hacia la mesa

para lanzarla con una mirada determinada a la ventana. La mesa empezó a vibrar y luego la levantó del suelo y flotó hacia la ventana, girando sobre su lado mientras se acercaba a las puertas correderas de cristal. Eleanore se

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concentró en poner la mesa contra la ventana y logró bloquear una pequeña cantidad del sol. Sin embargo, la luz seguía entrando, y se dio cuenta de que

necesitaba más muebles.

Levantó una silla cercana, y luego otra. Pero equilibrar todo comenzaba a ser un problema y podía sentir que la corriente de la luz del sol sobre sus

hombros ahora. Ella se estaba quedando sin tiempo. Un punto débil jugaba en su contra. Estaba cansada.... Uriel tomó una buena cantidad de su

sangre y usar este poder la drenaba.

¡Vamos, Ellie! ¡Piensa, maldita sea!

Su mirada se desvió sobre las características de su amante, tan frío y

tan hermoso. Se estaba muriendo ahí, en esa cama, lo sabía. Iba a morir, su cuerpo magnífico devorado por la luz del día porque no había nada para protegerse de ella, pero una pequeña sabana frágil....

¡Las sabanas!

Eleanore gritó con frustración, ¿Por qué no lo pensó antes? Centró su

atención en las mantas y toallas en la habitación de la suite, en lugar del mobiliario pesado.

Una ráfaga de diferentes materiales navegó a través de la habitación

hacia las altas ventanas y cayó sobre el vidrio. Bloqueó el sol un poco más con cada capa que añadía a las cortinas improvisadas. Mientras trabajaba, no podía dejar de maldecir un a Tilda, porque proporcionaba enormes

ventanales, pero no persianas. Pero no perdió tiempo en su ira, se sentía muy cansada. Lo importante era proteger a Uriel de la luz directa del sol

hasta que pudiera encontrar la manera de moverlo.

Cuando el sol estuvo completamente bloqueado, Eleanore se dejó caer un poco y bajó la cabeza. Pero no podía apartarse todavía. Tenía que

mantener su concentración o las mantas se caerían.

—Uriel —Agarró sus anchos hombros y lo sacudió con fuerza, tratando

de despertarlo. Apenas se movía bajo sus cuidados, su cuerpo era como el hierro, pesado y sólido más allá de la lógica—. ¡Uriel! ¡Por favor, despierta!

Ella presionó sus dedos en el cuello y sintió el pulso allí. Era débil y

errático, pero al menos existía.

Las esquinas de unas cuantas sabanas se deslizaron por la ventana y Eleanore cerró los ojos.

¡Oh, Dios!, pensó. Necesito ayuda. ¿Qué demonios puedo hacer?

Estaba al borde de las lágrimas cuando estalló la puerta y Miguel,

Gabriel y Max Gillihan se precipitaron en la habitación.

—¡Ellie! —exclamó Miguel.

—Uriel —Hizo eco Gillihan.

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Eleanore dejó escapar un sollozo de agradecimiento al verlos y rápidamente se bajó de la cama, ya que se apresuraron a rodear la figura

dormida.

—¡No lo puedo mover! —Lloraba, todavía trataba de concentrarse lo suficiente como para mantener la ventana bloqueada. Estaba a punto de

derrumbarse, se encontraba muy exhausta ahora. Max miró la ventana, notó las sabanas, y luego volvió a mirarla una vez más.

—Lo estás haciendo bien, Ellie —le dijo rápidamente, la rozó al correr a la ventana. Anclo las esquinas de las mantas de forma manual y se dirigió a los arcángeles.

—¡Un poco de ayuda! —gritó—. Eleanore está a punto de desmayarse.

Gabriel levantó la mirada, tomó el control de la situación, y sus ojos de plata empezaron a brillar. Eleanore podía sentir un cambio en el aire cuando

comenzó a usar sus poderes. La luz detrás de las sabanas se oscureció, empezando a disiparse hasta que fue nada más que un gris tenue, casi tan

oscuro como la propia pared.

Las sábanas cayeron revelando las ventanas que parecían como si hubieran sido pintadas con pintura de oro de espesor. Fuera lo que fuese,

bloqueó el sol. Apartó la mirada desde las extrañas ventanas al lugar donde Uriel yacía en la cama.

Miguel tenía sus brazos alrededor del torso del cuerpo de Uriel y

Gabriel tenía sus piernas, pero los dos hombres seguían teniendo problemas para moverlo.

—Es Samael —dijo Miguel.

—Lo sé —respondió Gabe.

—¡Sam, ha tenido su diversión, ahora se acabará! —Bramó Miguel en

el aire, sus ojos azules parpadeando por un momento con la luz de zafiro natural.

Los ojos de Eleanore se abrieron cuando la risa llenó la sala como un trueno, bajo y de otro mundo, y cruel. Cerró los ojos y se estremeció a continuación, ya que rozó su cuerpo como las puntas de unos dedos cálidos,

recorriendo su nuca. Una especie de calor venía detrás de ella, envolviéndola y atravesándola, haciéndola aún somnolienta y vaciando lo que quedaba de sus fuerzas.

Ella se apoyó contra la pared, tratando de concentrarse en lo que sucedía en la habitación. Era tan difícil.

Más allá de la cama, Miguel y Gabriel pudieron levantar el cuerpo de su hermano lo suficiente como para moverlo.

No perdieron el tiempo. Lo llevaron a la puerta y más allá de eso, notó

que abrieron un portal hasta la mansión.

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Max cruzó la habitación en dos zancadas y tomó el brazo de Ellie mientras murmuraba algo entre dientes sobre “el diablo de Samael”, y la

conducía hacia el portal, después de los demás.

—Atraviesen el portal, me quedaré para arreglar este desastre —Les dijo Max a toda prisa. Le dio un empujón con buenas intenciones hacia

adelante y ella tropezó a través de la apertura.

Cuando el portal brilló a su alrededor y cerró su paso detrás de ellos,

las piernas Eleanore finalmente dejaron de funcionar. Alguien la atrapó con facilidad en el otro lado, envolviéndola en un abrazo fuerte y levantándola de la tierra para sostenerla contra su pecho.

Se encontraban en una cámara subterránea, una plataforma de piedra fue levantada en el centro de la habitación y antorchas encendidas se alineaban en la pared circular.

—Apoya la cabeza, Ellie. —Su salvador le susurró al oído. Era Azrael, y sin darse cuenta de lo que hacía, le obedeció, apoyando la cabeza contra su

hombro y cerrando los ojos. Las lágrimas se deslizaron libres.

Por favor, que esté bien...

—¿Qué demonios hacemos ahora? —Maldijo Gabriel.

Eleanore abrió los ojos y se concentró en él y Miguel. Uriel fue colocado en un altar de piedra. Se veía como un altar para ella, de todos modos.

Estaba tan quieto y pálido. Al igual que en un sacrificio.

—Va a necesitar sangre —Les dijo Azrael con calma, con su voz retumbando en el pecho cerca de la mejilla de Eleanore. Era el tipo de voz

que casi dolía, porque temía no escucharlo de nuevo muy pronto. Era esa voz, por supuesto, que la había hecho fan del Enmascarado.

Gabriel y Miguel, ambos la miraron y podía sentir sus ojos en la marca

que Uriel dejo en su cuello.

—No de ella, él no… —declaró Miguel rotundamente.

—No —Estuvo de acuerdo Azrael fácilmente—. De mí.

Miguel y Gabriel parpadearon mucho, sus expresiones horrorizadas.

Azrael, sin embargo, no perdió el tiempo. Caminó hacia Miguel,

cerrando la distancia entre ellos.

—Llévatela. No tengo tiempo de explicarle. Se necesita sangre, y una vez más, la sangre humana no es suficiente.

Miguel se adelantó, tomando a Eleanore de las garras de su hermano.

—Nunca has dado a nadie tu sangre antes —dijo—. ¿Estás seguro de

esto?

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—No —admitió Azrael. Se arremangó y se acercó a la plataforma de piedra donde estaba Uriel.

—Entonces, deja uno de nosotros hacerlo en tu lugar —dijo Miguel, permitiendo a su voz penetrar en la penumbra de la cámara. Azrael se congeló al lado de la plataforma y luego, lentamente, se volvió a encontrarse

con la mirada de su hermano.

—Va a doler —Le dijo Azrael simplemente.

—Voy a hacerlo bien sangriento —se ofreció Gabriel, adelantándose antes de que nadie pudiera detenerlo.

Los dos arcángeles se volvieron para ver al antiguo Mensajero

enrollando la manga de su brazo izquierdo y levantando la mano hacia sus hermanos. Tenía la mandíbula apretada y suspiró con impaciencia.

—¿Y bien? —Movió los dedos como si estuviera esperando a que le

dijeran algo—. Voy a necesitar una navaja, entonces, ¿verdad?

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19 Traducido por LizC

Corregido por Mery St. Clair

na vez que Azrael entregó la daga de terrible aspecto a su hermano, Gabriel no perdió tiempo en cortar una línea limpia a

través de su muñeca. Ellie se encogió cuando la hoja cortó limpiamente en su carne y una línea de color carmesí subió a su encuentro. Pero se sentía tan débil, que fue toda la reacción que mostró.

Gabriel sostuvo su muñeca en alto por debajo de la nariz inconsciente de Uriel. Por un momento, no pasó nada. El fuerte cuerpo de Uriel

permaneció inmóvil, extendido donde estaba en el altar de Azrael. Y luego, sin previo aviso, Uriel salió disparado hacia adelante, un borrón en movimiento mientras agarraba el antebrazo de su hermano, enseñaba sus

colmillos, y los hundía en lo más profundo de la muñeca de Gabriel.

Eleanore nunca había visto a Uriel de esta manera, y la ferocidad con la que se aferró a la carne de su hermano y se alimentó de él era muy

inquietante. La expresión tensa y dolorosa en la cara de Gabriel la dejó sintiéndose con náuseas. Se sentó entre los brazos de Miguel, y éste le

permitió pararse sobre sus propios pies. Estaba tambaleante, pero adormecida lo suficiente como para que sus músculos funcionaran por su cuenta.

Gabriel apretó los dientes mientras que Uriel se sujetaba firmemente y bebía con avidez. El estómago de Eleanore se hacía cada vez más un lío a

medida que la escena se desarrollaba ante sus ojos. Como siempre había sido capaz de hacer con alguien que sufría, su instinto de curación se hizo presente y podía sentir el malestar de Gabriel, como si estuviera sintiéndolo

ella misma.

Cada tirón que Gabriel sentía era como si panales de agujas rasparan el interior de sus venas. Cada trago se sentía como una punzada de picas de

acero en los músculos de su brazo. Y el dolor se extendía.

―Uriel, cálmate ―le susurró Miguel, su voz reflejaba el desconcierto, y

de alguna manera disgusto, el temor con que todos veían a un hermano alimentarse de otro—. Está tomando demasiado —dijo, con el ceño fruncido por la preocupación—. ¡Uriel, tómalo con calma!

—No te escucha —dijo Azrael rotundamente—. Y si lo hiciera, no le importaría. Nada de lo que ninguno de los dos le diga lo hará detenerse.

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Heather Killough-Walden

—Santo Cristo, esto duele —dijo Gabriel con fuerza, mientras el sudor estallaba en su frente—. ¿Te duele de esta manera, Ellie? —preguntó, su voz

reflejaba un mundo de dolor.

Sintió que se le ruborizaba el rostro con vergüenza, pero no era un secreto que Uriel la había mordido. Tenía una marca de mordedura muy real

en el cuello como prueba. Echó un vistazo a Uriel y luego otra vez a Gabriel y negó con la cabeza.

—No —dijo, con honestidad y un poco sin aliento. Estaba todavía muy débil—. No así.

—Esto es diferente —le dijo Azrael—. Eres su hermano y eres muy,

muy viejo. Tu sangre no está destinada a ser compartida. —Azrael bajó sus ojos a Uriel—. Y Uriel está cerca de la muerte. Es incapaz de hacer esto más fácil para ti como sin duda lo hizo para Eleanore.

—¿Se siente igual que esto para Lilith? —preguntó Miguel.

Hubo una breve pausa en la que la expresión de Azrael fue oscura pero

ilegible. —Creo que se sentía peor.

Eleanore se alejó de Azrael para mirar de vuelta a Uriel y Gabriel una vez más. Dado al matiz pálido del hermoso rostro de Gabriel, no estaba

segura de cuánto más de esto podría soportar. Justo cuando estuvo segura de que no sería capaz de evitar ya sea caerse o apartarse de Uriel, Azrael se adelantó y puso su mano sobre el hombro de Uriel.

—Debes detenerte, Uriel.

Eleanore vio que Uriel lo ignoró y siguió bebiendo. Gabriel apretó los

dientes y el sudor se extendió a lo largo de su frente. Eleanore se encontró mordiéndose su labio, su estómago se acalambraba con la tensión.

Y entonces algo extraño y oscuro pasó entre Azrael y Uriel; era como

una sombra fugaz o una cubierta que bordeaba desde la altura de Az hasta la forma oscura de Uriel antes de desaparecer por completo.

Y Uriel se congeló. Se enderezó y abrió los ojos, parpadeando como un rayo esmeralda.

—Suéltalo —le ordenó Azrael. Su voz sonaba diferente. Más profunda.

Uriel soltó el brazo de Gabriel y retiró sus colmillos.

Gabriel dio un paso atrás, sin duda, ganando una buena cantidad de respeto por parte de Uriel y sus hermanos al instante, al no caer de rodillas

con la debilidad y el dolor que debió haber sentido.

—¿Uriel? —la pequeña voz de Ellie se deslizó a través del silencio de la

cámara, a la vez reclamando la atención de Uriel.

Sus ojos verdes zanjaron en ella, de pie al lado de Miguel. La forma de Uriel se lanzó en un rápido movimiento y luego se detuvo a unos pocos

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metros delante de ellos. El movimiento brusco le quitó el aliento a Ellie una vez más, sorprendiéndola tanto que se encontró con su mano apretada

contra el corazón. Sin embargo, su hermoso rostro ya no estaba compuesto de ángulos duros y hambre. Sus ojos parecían normales. Y no podía ver sus colmillos.

Eleanore se alejó de Miguel y se acercó a Uriel.

—¿Estás bien? —preguntó, sin saber qué más decir. Estaba exhausta y

abatida por los acontecimientos de la mañana y podía sentir una fuerza nueva, más volátil proviniendo de su arcángel. No estaba segura de qué pensar de ello, pero estaba contenta —realmente feliz— de que no estuviera

muerto.

Los ojos de Uriel zanjaron en ella y sus facciones se relajaron, suavizando su expresión.

—Estoy bien —dijo en voz baja, casi susurrándolo—. Me salvaste la vida, Ellie.

Eleanore miró hacia el suelo, recordando las nubes en el exterior y la forma en que habían bloqueado el sol y luego los muebles y las cortinas que había arrojado sobre la superficie de la ventana. Supuso que él tenía razón.

Más o menos.

Uriel se volvió para dirigirse a Gabriel, quien se encontraba al otro lado de la habitación y que tenía más que un toque pálido.

—Los dos lo hicieron —dijo Uriel.

Gabriel de inmediato desvió la mirada, sus ojos plateados destellaron

en la oscuridad. Era demasiado orgulloso para acunar su brazo, pero Eleanore sabía que le dolía demasiado. El puño de su camisa estaba rojo con sangre. El arcángel escocés miró a Uriel una vez, y luego apartó la mirada de

nuevo. Asintió con la cabeza. Era su versión de “de nada”.

Miguel se dirigió al lado de Gabriel, y antes de que su hermano pudiera

alejarse, puso la mano en el pecho de Gabriel. Un breve destello de luz después, y Gabriel estuvo sanado. El corte del cuchillo y las dobles heridas en el interior de su brazo habían desaparecido.

—Ha ido demasiado lejos esta vez —dijo Miguel a continuación, dejando caer su brazo y girando para hacer frente a Azrael y Uriel. Su mirada bordeó por Eleanore también—. Samael podría haberte matado hoy.

—Soy consciente de eso —dijo Uriel.

—Puede que lo estés —dijo Max, quien apareció de repente a través de

un nuevo portal, entrando en la habitación mientras se cerraba detrás de él—. Pero no te lo estás tomando muy en serio.

—¿Ah, sí? —preguntó Uriel, levantando una ceja.

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—Te fuiste a dormir sin protección y fallaste al establecer una alarma —le dijo Azrael, su tono tan tranquilo como siempre, pero haciendo alusión a

la desaprobación—. Si fuera Samael, habría hecho lo mismo.

—Voy a matarlo —dijo Uriel entonces, su tono de voz fue fuerte, con rabia contenida.

—No, no lo harás —le dijo Max simplemente—. Pero si vas a la gala de esta noche, Sam estará allí. Y creo que podríamos estar seguros de que ha

estado jugando bien.

—No ganará nada al matarme —dijo Uriel—. El contrato era por mis servicios eternos. Va a ser difícil que le sirva, si estoy muerto.

—No está tratando de matarte. —Max sacudió la cabeza, con un tono cansado—. ¿No puedes ver eso? Estaba muy consciente de que íbamos a ir por ti esta mañana. —La mirada de Max se fijó en Eleanore—. Él estaba

también muy consciente de que Eleanore te protegería, y aflojó su control sobre ti. No quiere matarte, Uriel. No puedo decirlo con certeza, pero me

parece que sólo quiere que pierdas. Mi conjetura es que quiere que fracases en la única cosa que pensó que tú podrías adquirir antes de que él pudiera.

Con eso, los ojos de Max zanjaron en Eleanore una vez más… como lo

hicieron todos los demás.

—Bueno, pero los atacó a los dos, ¿no? —Señaló Gabriel a cabo—. No es como si accidentalmente ella fuera a enamorarse del idiota ahora,

¿verdad? —Gabriel se encogió de hombros—. No veo a qué le tienes miedo.

—Como he dicho —Max suspiró—, No tengo idea de qué es lo que

Samael busca realmente. Pero es inmortal. Y mientras que Eleanore se mantenga con Uriel, entonces, tiene todo el tiempo del mundo para llevar a cabo cualquier retorcido plan que tenga.

—¿Estás diciendo que va a tratar de separarlos? —dijo Miguel—. En la gala.

—No —Max negó con la cabeza, volviéndose para enfrentar la mirada de Miguel—. No va a tratar. Hablamos de Sam. Él va a tener éxito.

—Entonces no puedes ir. —Miguel se volvió a Uriel—. Debes quedarte

aquí dentro de la mansión. Es el único lugar en el universo en el que no puede interferir.

—Eso no va a pasar —les dijo Uriel—. No voy a permitir que nos

convirtamos en prisioneros debido a esto.

—Estás arriesgando mucho, Uriel —le advirtió Max.

—Siempre arriesgamos mucho, Max. La existencia es arriesgada. La vida es una batalla… lo sabes. —Hizo una pausa y miró a Eleanore. Captó su mirada y ella se perdió en sus ojos color esmeralda—. Y le debo a Eleanore

un vestido.

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—¿Qué? —preguntaron Miguel y Gabriel al mismo tiempo.

—Me voy a llevar a Ellie de compras —anunció Uriel—. Tengo un

compromiso esta noche y muchas personas cuentan con que aparezca. El dinero va a buenas causas y ya he dado mi promesa. Las promesas deberían significar algo, señores —les dijo Uriel en voz baja, pero con convicción—.

Sobre todo para nosotros.

Max volvió a suspirar.

—Qué buen momento para que empieces a aceptar tus responsabilidades. Pero la verdad es que sería un infierno hacer frente a las consecuencias de no presentarse esta noche.

Miguel y Gabriel volvieron sus ojos muy abiertos en él ahora y lo miraron como si se hubiera convertido en un traidor. El guardián levantó sus manos en alto y se encogió de hombros. —Tiene razón. No pueden quedarse

atrapados aquí para siempre.

—¡No para siempre, pero por un maldito tiempo al menos! —Insistió

Gabriel.

Azrael no había hablado durante un tiempo, pero ahora ladeó la cabeza hacia un lado, dirigiendo sus ojos dorados hacia Uriel. —¿Qué tienes en

mente?

Miguel y Gabriel quedaron boquiabiertos ante su enigmático hermano de cabellos largos. Él no les hizo caso y observó a Uriel, su expresión era

inescrutable, pero sus ojos ardían con picardía y curiosidad.

—Bueno, es de día aquí, obviamente —remitió Uriel lentamente.

—Casi mediodía —facilitó Azrael, la más leve insinuación de una sonrisa encrespaba las comisuras de sus labios—. Pero es de noche en París.

La sonrisa de Azrael se ensanchó, e inesperadamente resplandeció sus

colmillos.

—¡Ah, París! —Sonrió el arcángel—. Ha pasado tanto tiempo.

Los hermanos de Uriel sólo estarían de acuerdo en la salida con la condición de que todos fueran juntos. Eleanore estuvo molesta por esto.

Por un lado, quería en cierto modo distanciarse de ellos. Se sentía un

poco concurrida y abrumada y quería un poco de tiempo para solventar las cosas. Por otro lado, agradecía la protección extra. Los arcángeles y su guardián parecían rodearla, por todos los lados, en todo momento. Era como

si fuera un cachorro de lobo en una manada; los cazadores y guerreros la envolvían y rodeaban para protegerla.

Se sentía agradecida por esto, pero no porque tuviera miedo de que Samael pudiera separarla de la manada.

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No. Algo más se le había ocurrido mientras escuchaba la discusión en la cámara subterránea en la mansión. No estaba segura de si la posibilidad

se le hubiera ocurrido a cualquiera de los otros ángeles, pero si lo habían hecho, eligieron no decir nada al respecto.

Si Samael realmente quería evitar que ellos estén juntos, la forma más

sencilla de hacerlo sería matarla.

Ya se había decidido que Sam no quería matar a Uriel —después de

todo, el Primer Caído quería al ex Ángel de la Venganza como un siervo. Al menos eso fue lo más cerca que podría suponer.

Sin embargo, no había ninguna razón para que Sam deseara a

Eleanore viva. Y eso enfrío a Eleanore hasta la médula. Descubrió que no podía dejar de aferrarse a Uriel. No es que a él pareciera importarle en absoluto. Cuando el portal de la cámara se había abierto una vez más, esta

vez llevándolos a través de una puerta en un callejón en una calle de París, Uriel había soltado a regañadientes a Eleanore. Pero se apresuró a clamar su

mano con las dos de las suyas. Y en vez de la sorpresa que esperaba ver en sus hermosos rasgos, descubrió una sonrisa; él trató de ocultarla dándole la espalda para llevarlos a través de la apertura. Pero ella la había visto allí.

Él estaba feliz.

Supuso que era una buena cosa, por lo menos.

Era justo después del atardecer en París, y en noviembre, el aire era

muy frío. Entre los cuatro arcángeles y su guardián, habían conseguido ropa a la moda más cálida para Eleanore, lo que por supuesto le hizo preguntarse

por qué no podrían hacer un vestido para la gala también.

—Así no es tan divertido —había dicho Azrael.

—Y no es el punto —dijo Uriel—. Te debo esto.

Después de salir del callejón y pasear por las calles muy transitadas de la ciudad espléndidamente iluminada por alrededor de media hora, Max los

dirigió a una panadería y ordenó varios pasteles para Eleanore, una para él, y un sándwich y una botella de vino para Gabriel. Miguel se decidió por una manzana, y, por supuesto, Azrael se abstuvo.

—Tú te lo pierdes —le dijo Max.

Azrael se limitó a sonreír y movió la cabeza de mala gana.

—Crecí aquí, sabes —les dijo Max. Los hermanos pusieron los ojos en

blanco—. En un pequeño appartement37 a un par de cuadras por aquella

37 Appartement, apartamento en francés.

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calle. —Señaló por la calle de la lámpara iluminada—. Ma mere38 hizo estas Brasiliennes mismas y un brioche aux sucre39. —Olió los pasteles en sus

manos y sonrió.

Esto confundió a Eleanore hasta que Uriel se inclinó y le dijo—: Es sólo Max siendo Max. Lo hace adonde quiera que va.

Parecía que todos los arcángeles hablaban perfectamente el francés. Eleanore permaneció muda y perpleja.

Una vez que habían comido y “Christopher Daniels” y su séquito habían cortésmente ahuyentado a unos cuantos aficionados europeos, se fueron a la búsqueda de un vestido. Azrael se salió con la suya,

desapareciendo en el contraste de la luz eléctrica y la húmeda sombra de Paris como si fuera nada más que vapor de agua.

Eleanore quería apresurarse. Se sentía sobresaliente y mimada, y

estaba más que un poco preocupada acerca de Sam, por todo el bien de ellos. Pero Uriel insistió en que ella se tomara su tiempo, que se relajara, y que

escogiera algo que realmente amara, sin importar lo que cueste.

Fue difícil para ella concentrarse.

Después de un rato, fue una pequeña sorpresa cuando sintió la

influencia vampira de Uriel deslizarse sobre su cuerpo y mente.

Estaba casi enojada por eso. Casi. Pero una vez que la ansiedad se fue y su pecho se sintió libre de restricciones, se dio cuenta que estaba

realmente agradecida. Tuvo que haber sabido lo asustada que estaba. Y eso ablandó su corazón, el saber que se preocupaba lo suficiente para ayudarla

de esta manera.

Su miedo le había revuelto el estómago, le había dado un dolor de cabeza, y había arruinado completamente lo que era su primera visita a

Francia. A pesar de toda una vida de viajes, todos habían sido dentro de los EE.UU., mostrar pasaportes sólo llama más la atención hacia ti. Eso era

algo que los padres de Eleanore evitaban a toda costa.

—Ahí.

Eleanore se detuvo de golpe, el agarre de Uriel en su muñeca se

apretó. Levantó la vista para encontrar que se habían detenido ante un escaparate. Era la Maison Lavonde y sólo había un artículo de ropa en la ventana… un vestido.

De satén rojo carmesí.

38 Ma Mere, Mi madre en francés. 39 Brioche aux sucre, pan de yema, bollo de leche o suizo, es un tipo de dulce de origen

francés ligero pero sabroso hecho a base de una pasta con huevos, levadura, leche,

mantequilla y azúcar. La corteza se dora antes de hornearla obteniendo así su color característico.

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Eleanore lo miró, sorprendida completamente en silencio. No había ninguna manera en el infierno de que se probara ese vestido… mucho menos

comprarlo. Era probablemente el vestido más hermoso que jamás había visto. Lavonde era conocido por sus creaciones para la alfombra roja de las cuales las personas hablaban por meses después. A veces, años. Este vestido

no era la excepción. De hecho, tenía que ser el diseño más impresionante de Lavonde en su historia. Y también tenía que costar más que el Mini Cooper

de Eleanore.

—De ninguna manera —susurró. Había querido que saliera con un poco más de fuerza, pero su garganta estaba seca.

Gabriel y Miguel ya hacían su camino a la tienda, ignorando por completo a la objeción de Eleanore. Max paseó un poco más retirado por la calle para descansar contra una farola.

Uriel estaba detrás de Eleanore y se inclinó para susurrarle al oído. Podía sentirlo fuerte, sólido y caliente en su espalda mientras se presionaba

suavemente en ella.

—Sí —dijo suavemente—. Por lo menos pruébatelo.

—Es probablemente el tipo de cosa donde, si lo quitas del maniquí,

tienes que comprarlo.

—Tonterías —dijo Uriel, empujándola hacia la puerta.

—O lo arruinaré simplemente al pasarlo por encima de mi cabeza. Creo

que es una talla dos. No soy una talla dos.

—Seguro te va.

—No les gustan los estadounidenses. Probablemente no van a permitir que una mujer estadounidense se lleve el vestido.

—Después de ti —dijo mientras sostenía la puerta abierta.

—Apuesto a que tienes que ser famoso para entrar aquí —intentó desesperadamente cuando envolvió su cintura y la condujo al interior—. ¡No

soy famosa! —finalizó.

—Yo lo soy. —La puerta se cerró detrás de ellos y Uriel pasó junto a ella para encontrarse con el encargado de la tienda, un hombre pequeño en

Armani con ojos negros y penetrantes, finos dedos, y una permanente expresión de disgusto crítico.

A Eleanore le desagradó en el acto.

Sin embargo, cuando el encargado vio a Christopher Daniels, su expresión cambió al instante. Ahora era la imagen misma de la simpatía y la

humilde sumisión. La mirada de Eleanore se estrechó. Estúpido elitista.

Tras un breve debate entre los dos, el encargado le sonrió cálidamente a Eleanore y luego se apresuró a la ventana, donde suavemente retiró el

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vestido de la maniquí y luego expertamente lo dobló sobre la manga de su Armani. Rodeó a Eleanore, con su cálida sonrisa todavía en su lugar, aunque

no terminaba de llegar al negro de sus ojos.

—Si por favor pudiera seguirme, señorita, le mostraré un probador —dijo, en un acento que era una imitación sorprendentemente buena del

americano. Se alejó en dirección a lo que debe haber sido un vestidor en la parte de atrás y Eleanore clavó sus ojos en Uriel.

—Te ves como si estuvieras a punto de desmayarte, Ellie —le dijo con suavidad, su sonrisa era toda una autentica joya.

—¿Realmente tengo que hacer esto?

—No —dijo, y luego se inclinó para susurrarle al oído una vez más—. Pero si no lo haces, entonces voy a hipnotizar al encargado, enviar a mis hermanos afuera, y te llevaré al vestidor en la trastienda yo mismo.

El cuerpo de Eleanore se puso rígido con una combinación de lujuria y calor y agitación.

Uriel se alejó un poco y miró a sus ojos.

—Ahora que lo pienso, a lo mejor lo haré de todos modos.

Eleanore tragó pesadamente.

—Me probaré el vestido en este instante —bromeó mientras giraba lejos de él para cruzar la tienda. Eleanore se deslizó más allá del encargado mientras éste mantuvo la puerta abierta para ella.

—Puse un par de zapatos para usted allí, en el sofá —le dijo—. Pulse el botón de llamada si necesita alguna ayuda.

Luego cerró la puerta y ella estuvo sola. Se volvió hacia el vestido largo y lujoso de color rojo que colgaba con tanta gracia, tan perfecto en la percha. Estoy sola con un vestido que cuesta... Echó un vistazo a la etiqueta en el

interior del traje. ¡Mierda!

Dejó caer la etiqueta con un gesto de frustración y miró desde el

vestido a su reflejo en el espejo. Soy un desastre, pensó. ¡Mira mi cabello! La fría humedad en París le había provocado que se rizara y ahora tenía un poco

más de cuerpo de lo que estaba acostumbrada. Su nariz y sus mejillas estaban ligeramente rojas, pero el resto de su cara estaba muy pálida, especialmente en contraste con su cabello negro azulado. Y sus ojos eran

completamente enormes en su cabeza. Se parecía vagamente a un fantasma.

Estaba segura de que no podría hacerle justicia al vestido.

—Póntelo, Ellie —llegó la orden desde el otro lado de la puerta—.

Última advertencia.

—¡Estoy poniéndome el maldito vestido! —le susurró ella.

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Él se rió entre dientes, el sonido profundo y prometedor, y luego oyó sus pasos vagar por el pasillo hacia la habitación del frente de la tienda.

Uriel entró en la habitación del frente y Gabriel levantó la mirada desde donde estaba sentado en un lujoso diván de cuero.

Miguel miró por encima del borde de un mostrador. Ambos hombres sonrieron al ver la expresión en el rostro de Uriel.

—Cállate —dijo Uriel.

—¿Puedo ofrecerle a los caballeros una bebida? —preguntó el encargado en francés—. ¿Un vaso de Romanée Conti o Pétrus?

Gabriel se levantó y se dirigió al encargado, llegando a un punto

altísimo delante de él. Tenía unos buenos centímetros por encima del pequeño vendedor. El encargado levantó la vista y no estaba seguro si estar

emocionado o aterrorizado.

Gabriel tomó un fajo de billetes grandes del bolsillo interno de su chaqueta de cuero y sacó un buen número de ellos. Luego tomó la mano del

encargado y lanzó los billetes en la palma de su mano.

—Llévale un poco al hombre afuera en el traje de tres piezas apoyado contra el poste de la luz —le dijo en Inglés.

El encargado tragó saliva y Uriel pudo ver el sudor estallar a lo largo de su frente. Él asintió con la cabeza de forma rápida y tartamudeó—: S-sí

señor. Ahora mismo. —Se guardó los billetes y luego fue detrás del mostrador, donde extrajo una buena botella de caro vino francés, y una única copa de cristal.

Uriel vio como el encargo salió, permitiendo que la puerta de cristal se cerrara detrás de él. Luego se volvió con las cejas levantadas hacia Gabriel,

quien ya no estaba prestando atención. Él y Miguel miraban con los ojos muy abiertos a algo por encima del hombro de Uriel.

Uriel se volvió para ver lo que estaban viendo boquiabiertos.

Eleanore había salido del vestidor. Se movió lentamente bajo las luces del techo de la tienda, y a medida que lo hacía, la luz de la lámpara capturó la luminiscencia del vestido de satén carmesí, y de inmediato despertó los

sentidos de Uriel.

Decir que el vestido era espectacular habría sido una gran

subestimación. A la vez, Uriel podía sentir sus pantalones cada vez más apretados. El vestido se aferraba a Eleanore como una segunda piel,

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claramente su Arco no llevaba nada debajo de él. El color era como la sangre, duro y atractivo en contra de su perfecta piel blanca como la leche.

Llegaba a unos cuantos centímetros apenas por encima del suelo, pero de una apertura por un lado estaba expuesta la larga y delgada pierna de Eleanore a la mirada de los hombres. Sus pies estaban atados a unos

zapatos plateados de tacón alto que fueron diseñados para que de forma sutil y hábilmente llevaran la mente a la esclavitud y restricciones.

Tenía los hombros al descubierto, ya que las mangas largas del vestido, comenzaban al raso de los brazos, como una alfombra roja para la hermosa extensión de carne que era su clavícula y escote.

Uriel apenas podía respirar. Se sentía aprisionado en el interior, como si alguien lo tuviera atando con bandas de hierro. A lo lejos, notó la apertura de la puerta de la tienda detrás de él, y el sonido bullicioso de alguien

entrando rápidamente.

—Dios mío —susurró el encargado en francés después de una brusca

respiración—. Está impresionante...

Eleanore sonrió nerviosamente, mostrando pefectos dientes blancos.

—¿Y bien? —preguntó en voz baja, con recato, con los dedos

suavemente acariciando el tejido del vestido antes de que se encogiera de hombros—. ¿Cómo me veo?

Podía oír su corazón martillando detrás de su caja torácica. Estaba

aterrorizada.

Uriel trató de responder, pero aún no había encontrado el aliento antes

de que Miguel hablara desde detrás de él.

—Como si fueras a poner en marcha un millar de barcos —dijo en voz baja.

—Por lo menos, para empezar un infierno de batalla, muchacha —agregó Gabriel, con profundo mérito.

—El vestido fue hecho para ti —agregó el encargado con un suave gesto de impotencia—. Eso es obvio. —Todo indicio de falsa pretensión había desaparecido de su expresión y tono.

A Eleanore le resultaba difícil respirar. No es que el vestido fuera demasiado apretado, a pesar de que encajaba perfectamente. Era la forma en que todos la miraban. Y sus palabras… nunca había sido elogiada de tal

manera.

Estaba segura que ninguna mujer había sido alguna vez elogiada de tal

manera. Era eso… y el hecho de que Uriel aún no había hablado. Él simplemente la estaba mirando con ojos ligeramente amplios, tan oscuros, que eran casi negros.

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Sus pupilas se habían extendido, una vez más devorando el jade en sus irises.

Hambre, pensó, su pulso golpeó a otro nivel. Eso es lo que esa mirada era.

—Te ves hermosa —dijo finalmente, su voz fue tan suave que era casi

un susurro—. Ahora quítate el vestido.

—Correcto —dijo Gabriel a espaldas de él, saltando a la acción—. Creo

que es hora de que salgamos un rato.

Miguel no necesitaba consejos adicionales. Se dirigió rápidamente hacia la puerta, agarrando al encargado sorprendido por el codo mientras lo

hacía.

—¿Por qué? —preguntó Eleanore, su voz también era apenas un

susurro. ¿Por qué quería que se quitara el vestido?

Uriel dio un paso hacia ella y ella dejó de respirar justo cuando la puerta de la tienda se cerró una vez más, dejando a los dos solos.

—Te ves como una diosa con ese vestido —le dijo—. No me gustaría ver que se dañe.

Un paso más e iba cerrando la distancia entre ellos. —Pero lo necesito

fuera de ti ahora mismo. —Ellie empezó a temblar. Las imágenes de la noche anterior se dispararon por el ojo de su mente, ruborizándola y enviando calor

entre sus piernas. Temblaba, no de miedo, sino de anticipación… deliciosa y terrible.

No tenía idea de qué decir o qué hacer y no se podía mover de todos

modos. —Pero las ventanas...

Uriel se inclinó y, en un movimiento fuerte y fluido, la levantó en sus

brazos y la acunó contra su pecho.

Luego se dirigió con ella por el pasillo hacia la trastienda, dejando la tienda vacía detrás de ellos.

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20 Traducido por Anna Banana

Corregido por Mery St. Clair

e estás poniendo nerviosa. —Regañó Ellie removiéndose en el asiento en el otro lado de Uriel. Era jueves por la noche y

estaban solos en la parte trasera de una limosina de un color negro brillante; Max conducía.

—Ya estabas nerviosa.

—Bueno, sí, pero tú lo estás empeorando. —Eleanore volvió su rostro hacia la ventana, descruzando sus piernas y luego volviéndolas a cruzar,

después puso sus brazos en su regazo—. Deja de mirarme. Sólo ve por la ventana o algo.

La risa profunda de Uriel llamó su atención. Centró sus ojos en él y se

encontró con su enorme sonrisa. —No lo creo. —Él sacudió la cabeza.

Eleanore resopló con frustración. El hombre era insaciable. La había tomado contra una pared de un vestidor en París hace menos de tres horas,

y ya atravesándola con esos ojos hambrientos.

No importaba cómo Eleanore se sentara en el asiento frente a él, la

abertura provocadora del vestido Lavonde recién comprado le proporcionaba una clara vista de la mayor parte de su pierna. Él, al contrario, estaba vestido de negro de pies a cabeza —jeans negros, botas de motociclista

negras, una camisa de color negro a manga larga y un abrigo de piel negro— como si fuera un vampiro.

Y ella se sentía como una carnada vampírica.

Eleanore apretó los dientes y se obligó a mirar por la ventana hacia los carteles de neón y farolas a lo largo del camino. La recepción donde la gala se

llevaría a cabo era un pequeño lugar conocido como Quixotic World Theatre en Dallas. Max le había explicado que era una inspiración gótica, con una fachada de color rojo y pisos de mármol veteado en negro y oro. Al parecer

era privada y pintoresca, y única a su manera, pero perfecta para un actor-vampiro y sus fanáticos de Brakes Flakes.

El edificio contaba con mesas y stands en el interior, pero había tantos invitados que el patio y jardín exterior habían sido ampliados hacia la calle, la cual estaba bloqueada para el evento. Esto dejaba una gran cantidad de

posible terreno para Samael y sus hombres.

M

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Podrían aparecer en cualquier parte.

Debido a eso, Max había decido que sería una buena idea llegar a la

gala temprano y echarle un vistazo al lugar. Miguel y Gabriel se habían adelantado, vestidos como seguridad, para interactuar con los asistentes y los equipos de noticias y obtener un esquema las áreas vecinas del teatro.

Azrael estaría observando los procedimientos desde una vista por encima del caos, como sólo él podía hacerlo. Estaría encamarado sobre el techo de un

edificio de al lado. Al menos, eso fue lo que Eleanore supuso había querido decir cuando les dijo que sería los ojos en el cielo.

Max también contrató “músculo” extra para reforzar la seguridad entre

la multitud. Ellie sabía muy bien que eso no serviría de nada contra Samael y sus secuaces, pero ese no era el punto. Sunlight Cinematics, la empresa que tenía los derechos para Comeuppance, había dado a conocer el evento

caritativo, por lo que iba a estar demasiado lleno. El objetivo era alejar cualquier problema adicional que podría acechar y brindarle una sensación

de control a Max en lo que era casi una situación desesperada.

Ellie estaba estoica cuando sus pensamientos se turnaron obscuros y se preguntó qué exactamente planeaba hacer Max y sus arcángeles si Samael

se aparecía detrás de ella y enterraba un puñal mágico a través de su corazón.

Eleanore compartió el hecho con Uriel.

—Se nos ocurrió —dijo—, pero descartamos la posibilidad. Samael no te quiere muerta.

—¿Qué te hace estar tan seguro?

—Es simple —dijo—. Si te quisiera muerta, ya lo estarías.

Eleanore no podía decir nada contra eso. Sólo esperaba que él tuviera razón.

Uriel se estiró y tomó su mano entre las suyas, dándole un apretón.

El coche dobló la esquina y se detuvo detrás de una limusina de donde más personas salían. Eleanore los observaba a través de la ventana de Uriel. Uno de ellos era el actor que interpretaba al enemigo de Jonathan Brakes. El

otro era la actriz que interpretaba el interés amoroso de Brakes. Ambos hacían su camino hacia el mar de aficionados en cada lado de la alfombro

roja.

—No puedo hacer esto —dijo Ellie, sin saber que había hablado en voz alta. De pronto se sentía abrumada por la multitud fuera del coche y sin

saber qué parte iba a jugar en todo esto.

—Sí, tú puedes —dijo Uriel, dándole otro apretón. Después, sus ojos color verde brillaron con diversión—. Además, no podrías negarle tu

donación al Fondo Mundial para la Mujer y no presentarte y obligándome a no asistir también, ¿verdad?

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Eleanore palideció. —¿Esa es la caridad que este evento está patrocinando?

Él asintió con la cabeza.

—Oh, por Dios. —Eleanore rodó sus ojos y se pasó una mano nerviosamente por su cara. Tenía suerte que nunca usaba maquillaje o lo

hubiera corrido. Ella suspiró y su voz salió tambaleante—. Bien. —dijo con voz ronca.

El cristal que separaba los asientos del conductor se deslizó hacia abajo. Max se volvió y puso un brazo encima de su asiento y le ofreció una sonrisa tranquilizadora. —Vas a estar bien, Ellie. Te estamos observando

cuidadosamente. Nadie te tocará. Ahora, ¿estás segura de lo que debes hacer?

—Cuando salgamos, Miguel y Gabriel me escoltaran hacia el edificio

mientras que Christopher Daniels firma autógrafos y habla con la prensa.

—Sí. Y no es que Mike o Gabe vayan a permitirlo, pero si alguien trata

de hacerte cualquier pregunta, no te detengas —agregó Uriel.

A Eleanore no le gustaba eso. Entendía lo importante que era mantener las promesas y ayudar a las organizaciones benéficas y todo eso,

pero esto podría ser considerado una locura. Además, ser trasladada de la limusina a la seguridad del teatro, la hacía sentir como una especie de “secreto” que un famoso actor ocultaba. Ella no dudaba que la multitud

sumaría uno y uno y se daría cuenta que ella era la “Ellie Granger” la cual él había invitado a salir en televisión nacional. Por lo menos, ellos esperarían a

que ella se detuviera, sonreírles y presentarse como un ser humano normal y sano.

—¿Qué vas a decirles? —Preguntó—. ¿Cuándo pregunten acerca de

mí?

—Les dirás que es un viejo amigo quien es tímida, luego saldrás

rápidamente de la multitud —Max le informó con brusquedad—. Sólo asegúrate de entrar en el edifico lo más humanamente posible.

Uriel suspiró. —De acuerdo.

Max se dio la vuelta justo cuando el coche delante de él se apartó de la acera y él fue capaz de seguir adelante. Uriel se echó hacia atrás y soltó la mano de Eleanore a regañadientes. Inmediatamente, sus manos se hicieron

puños y sus uñas se clavaron en la piel de las palmas de sus manos.

—Hora del espectáculo —susurró Uriel, observando a la multitud

desde las ventanas. El coche se detuvo completamente y un hombre alto con un esmoquin blanco y guantes abrió la puerta de la limusina.

Uriel salió primero y reprimió el impulso de llevar sus manos a sus

oídos cuando la gente se volvió absolutamente loca.

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Su sentido del oído era más agudo como vampiro; el fragor de los aficionados le lastimaba sus oídos. Sin embargo, plasmó un sonrisa en su

cara y se tomó un minuto para saludar a sus fans. Luego regresó al coche para ofrecerle su mano a Ellie.

Ellie miró su mano, sus ojos brillantes y amplios con temor. Tragó

saliva y él pudo oírlo, a pesar del rugido de la multitud. Él simplemente estaba en sintonía con ella.

—Ellie, toma mi mano, nena —dijo en voz baja, esperando que la suavidad de su voz aliviara algunos de sus temores. Ella miró hacia sus ojos y él pensó en lo mucho que la amaba. Como si ella pudiera ver ese amor

reflejado en su mirada, le ofreció una pequeña y valiente sonrisa y tomó su mano.

Protectoramente —posesivamente— sus dedos se cerraron sobre los de

ella y le dio un suave tirón para ayudarla a salir del asiento trasero. Cuando su larga pierna y desnuda y el dobladillo del vestido rojo quedaron frente a

las cámaras y la multitud de fans, un silencio cayó sobre todos. Él no podía culparlos. Ella era una diosa.

Él sintió una sonrisa de orgullo expandirse por sus labios.

Poco a poco Ellie se puso de pie y se enderezó junto a él, su mirada azul oscuro deslizándose sobre los rostros de los presentes.

Todos estaban encandilados por ella. Podía oír sus corazones latiendo

rápidamente, escuchar sus suspiros, ver sus mandíbulas caídas y ojos muy abiertos. Ellie no era inmune a la atención; se ruborizó bajo su escrutinio y

la sintió tensarse junto a él.

Se inclinó y le susurró al oído—: Esa es mi chica.

Cuando se retiró, fue para encontrarse con Miguel y Gabriel frente a

ellos, ambos vestidos como agentes de SWAT de pies a cabeza. —Ven con nosotros, chica —dijo Gabriel, mientras Miguel y él se deslizaron a sus

costados y Uriel soltó su mano de mala gana.

El silencio que había caído sobre la multitud pronto fue sustituido por un murmullo de susurros y luego un estruendo de preguntas. Todas las

preguntas eran dirigidas a todos ellos —Christopher Daniels, a la “bella dama de rojo,” e incluso a sus “guardaespaldas.” Una vez que Max salió del auto también, también fueron disparadas a él.

Por supuesto, nadie respondió. Miguel gentilmente tomó el codo de Ellie y él y Gabriel la condujeron hacia adelante. Uriel notó su vacilación,

pero obedientemente forzó una pierna delante de la otra y logró llegar a mitad de camino por la alfombra roja antes de que algo cambiara en el aire.

Uriel lo sintió medio segundo antes que sucediera.

BANG. Un disparo, fuerte y claro. No había ningún otro sonido en la Tierra como ese.

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La multitud cayó en un silencio misterioso y repentino, y Ellie fue rodeada inmediatamente por una pared de músculo. Una fracción de

segundo después, alguien gritó. Gritos resonaron y fueron seguidos por otro BANG.

Uriel se abalanzó y agarró el brazo de Eleanore, tirándola hacia él. Ella

se quedó sin aliento cuando él la levantó en sus brazos y se disparó a una velocidad imposible hacia la puerta del edificio.

Él no pensaba. Simplemente actuaba. Su cuerpo se había convertido en un vaso de puro instinto animal. Su pareja estaba en peligro, él tenía que protegerla. Afuera, podía oler el matiz de hierro de la sangre y oír las

amargas notas de miedo. La adrenalina estaba espesa en el aire cuando Uriel cogió a Eleanore en sus brazos. Más disparos resonaron y el ambiente se impregnó con el olor de la sangre y miedo. Los hermanos de Uriel

permanecían a su lado mientras él se dirigía a toda velocidad hacia el teatro.

—¿De dónde vienen los disparos? —Preguntó Miguel.

—No lo sé. —respondió Gabriel.

—¡Uriel, bájame! —Eleanore cavaba sus uñas en sus músculos cuando atravesaban la puerta y se sumergían en la oscuridad. Sus ojos estaban muy

abiertos—. ¡Alguien está herido! ¡Puedo sentirlos!

Uriel la dejó entre una mesa y un stand y ambos se agazaparon juntos. Miguel y Gabriel se dividieron, dejándolos solos. —No puedes ir allá. —le dijo.

—¡Hay más de uno! —Gritó ella, incapaz de mantener su voz baja.

Ella estaba desesperada; él podía ver su mandíbula tensa y el enojo en

sus ojos índigos. Uriel sabía que varias personas habían sido lastimadas. Eso estaba más que claro para él. Él sabía por su olor que eran jóvenes.

Dos mujeres, un hombre.

—¡Se están muriendo, Uriel!

Ella tenía razón, también. Él podía escuchar sus latidos del corazón—

distinguirlos sobre los demás con rapidez, corazones latiendo rápidamente a su alrededor mientras que ellos se desvanecían poco a poco, siendo negados la sangre que necesitaban para bombear a través de las venas hacia sus

cuerpos destrozados.

—¡Miguel! —gritó Uriel, preguntándose a dónde exactamente su hermano se había ido. Lo más probable era que Gabriel y él estuvieran

afuera, tratando de averiguar quién había disparado.

Pero Uriel tenía un mal presentimiento. Sabía que los disparos habían

sido de varias direcciones.

Él también sabía que esto no era por parte de Samael. Las armas no eran el estilo de los Caídos. Samael seguramente tenía algo planeado para

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esta noche, pero quien quiera que fueran esos tiradores, le habían ganado la partida.

Uriel, ¿está Eleanore a salvo?

Azrael se estaba comunicando con él. Él probablemente ya lo sabía, sólo percibiendo los latidos de su corazón, que estaba bien. Pero él

necesitaba crear un vínculo.

Ella está bien. Pero quiere sanar a quién sea que esté herido. ¿A quién le han disparado?

A dos chicas adolecentes y un camarógrafo. No obstante…

¡BANG, BANG, BANG!

Uriel no entendía la cacofonía fuera de las puertas del edifico. Las personas corrían hacia adentro, corriendo a los baños y tratando de ocultarse detrás de las mesas y los stands, como Uriel y Eleanore lo habían

hecho.

¿Quién carajo está disparando? Le preguntó a Azrael.

No puedo ver a nadie. No veo hombres armados. Las balas, literalmente, están saliendo de la nada.

La voz mental de Azrael era tan tranquila como su voz lo era por

general, pero había una mezcla de urgencia y frustración.

¡BANG!

Esta vez, el sonido de la bala provino dentro del edificio y Uriel miró justo a tiempo para ver a una de las mujeres que habían corrido a través de la puerta salir volando hacia una mesa cercana. Su propia sangre le

procedió, recorriendo el mantel y las velas de cera como una exhibición gótica.

El tirador estaba dentro del edifico.

Uriel miró de la mujer a Ellie, quien ahora se levantaba de su posición de cuclillas para correr a ayudar a la mujer herida. Él no perdió tiempo en

tomarla del brazo y tirarla hacia abajo junto a él. —¡No, Ellie! —Gritó.

—Uriel, déjame ir, por el amor de Dios. ¡Se va a morir si no la sano!

Uriel parpadeó. Entonces se dio cuenta —en ese momento. Los

disparos eran al azar y viciosos y sobrenaturales. No parecía haber ninguna razón para ellos— y no había explicación lógica de su existencia. No

significaban nada.

A menos que alguien estuviese tratando de separar a alguien con poderes curativos de su protector para que ella se agotara por sanar a tantas

personas como fuera posible.

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Oh, Dios mío, pensó, su horror se asentó en su estómago. Quien sea que esté haciendo esto está tras Eleanore.

Él sabía lo que tenía que hacer. Si quería mantenerla a salvo, era su única opción. Sólo esperaba que ella lo perdonara. Eventualmente.

—Lo siento tanto, Ellie —dijo. Su tono se había disminuido y no estaba

seguro de que ella lo escuchó sobre los gritos y sirenas.

Pero después, con los dientes apretados y sus ojos lanzándole una

mirada a la mujer herida, Eleanore negó con la cabeza y le preguntó: —Uriel, perdonarte por…

Él no le dio la oportunidad de terminar su pregunta. Al contrario,

extendió su mano como un rayo y tomó el pelo en la parte detrás de su cabeza. Luego, él la jaló hacia sus brazos simultáneamente echando su

cabeza hacia atrás, exponiendo su cuello. Sus colmillos surgieron en su boca y, un latido del corazón después, se sumergían en el cuello de Ellie.

No se concentró en el placer esta vez. Ese no era el punto. Esta vez, él

necesitaba que ella sintiera el dolor y nada más que dolor. Él necesitaba que doliera, en todos los sentidos de la palabra. Era, muy probablemente, su última esperanza.

Eleanore se puso rígida en sus brazos y el corazón de Uriel se rompió. Él lo sintió; un dolor demasiado real en el hueco de su pecho. Ella ni siquiera

gritó. Cuando el dolor verdadero se apodera de una persona, les puede robar el aliento de sus pulmones, quitándoles la voz por completo.

Por favor, perdóname, repitió desesperadamente, enviando cada

pensamiento en su mente aún cuando sabía que no debería. Sería mejor para ella si él no mostrara ninguna emoción, ningún remordimiento; como si

él simplemente tomaba y no daba nada a cambio. Necesitaba hacerle daño si quería que su contrato con Samael tomara efecto. Pero, a pesar de que fue capaz de sujetarla, perforar su carne, y dejarla casi seca, no fue capaz de

hacer una cosa pequeña. Él no pudo evitar sus súplicas fuera de su mente y de su alma.

Te amo, le dijo. Perdóname.

La victoria había dado inicio oficialmente y Samael sonrió al saber que estaría elegantemente tarde.

Sin embargo, se volvió con sorpresa de donde se encontraba ajustando las mancuernillas frente al espejo cuando el aire en su dormitorio brilló y comenzó a zumbar. La vibración tenía un sonido familiar—un delicado

sonido femenino.

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No puede ser, pensó. Pero estaba equivocado esta vez, porque al final resultó, que si lo era.

Se volvió hacia su cama, donde el aire brillante se había concentrado, deformado, y luego lanzó una deslumbrante luz blanca y brillante. Entrecerró sus ojos, y cuando la luz se apagó una mujer joven estaba en su cama, su

cuerpo inconsciente recostado ligeramente sobre su edredón de satén negro. Ella estaba vestida de carmesí y su piel era pálida contrastando contra el

material oscuro y brillante.

—Ellie. —susurró.

Caminó a un lado de la cama y miró hacia su forma inmóvil. Parecía

que no estaba respirando, pero dos terribles heridas, en el fondo de su garganta seguían sangrando mientras él observaba. Su líquido vital se

derramaba débilmente empapando el edredón debajo de ella.

Eso significaba que su corazón seguía latiendo.

Samael se arrodilló al lado de la cama y le tomó la barbilla con su

mano. Suavemente, giró su rostro hacia él y contempló sus párpados cerrados. Sus largas pestañas rozaban la parte superior de sus mejillas. Parecía inocente.

Puso su mano en su pecho, cerró los ojos y se concentró. Un poder increíble y raro se transportó de su cuerpo al de ella. Reparó el daño en su

garganta, restableció la arteria rota e incluso remplazó la sangre que había perdido. No todos los ángeles podían sustituir la sangre. De hecho, sólo él. Pero, también, él poseía muchos poderes que los otros arcángeles no tenían.

Samael se retiró, y una vez que sintió su pulso comenzar a latir fuerte y constante por debajo de su palma, quitó la mano de su pecho.

Había sido un largo tiempo desde que El Caído se había molestado por traer a alguien del borde de la muerte. Y, sin embargo ahora, con Eleanore Granger, parecía lo más correcto. El no sanarla hubiera sido impensable.

De hecho, traer a Ellie del borde de la muerte en primer lugar era inaceptable. Y él no podía entender por qué lo había hecho.

Por un momento, la vio dormir, su mirada deslizándose sobre su rostro

hasta la curva de su barbilla, hacia su cuello elegantemente largo, y su escote—hasta su estupendo cuerpo. Entonces, su mirada volvió a sus ojos.

Con una determinación repentina, mentalmente se adentró en ellos, llegando más profundo. Dentro de los límites de su cerebro, escaneó a través de sus recuerdos, revolviendo sus pensamientos y observando los acontecimientos

de las últimas horas, en busca de la razón por la cual Uriel la atacó.

Cuando oyó los disparos y sintió el miedo y vio la confusión desde la perspectiva de Eleanore, Samael entendió.

Todo tenía sentido ahora.

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Uriel no le había hecho daño porque así lo quería. Y él no había perdido el control, lo que Samael pensó había sucedido, teniendo en cuenta

la vista de Eleanore en el vestido de satén rojo. Al contrario, Uriel la había atacado para salvarla. Él sabía que ella no tendría más remedio que mantener su parte del trato con Samael. Y él también suponía que,

conociendo a Samael, había más de una estipulación en el contrato que por arte de magia la llevaría lejos de Uriel en el momento en que le hiciera daño.

Por suerte para Eleanore, Uriel tenía razón sobre sus suposiciones.

Uriel cayó un poco hacia adelante cuando Eleanore de pronto desapareció de sus brazos. Después, se recargó contra la pared detrás de la

mesa y se obligó a mantener la calma.

Ella estaba con Samael ahora. Y a pesar de que confiaba en Samael,

Uriel sabía que ella se encontraba más segura con El Caído de lo que estaría en ningún otro lugar en el mundo en ese momento.

Uriel se tomó un momento para alejar el oleaje de poder que se

precipitó a través de él cuando la sangre de Eleanore se mezcló con la suya en sus venas. Pero junto con el flujo de poder también había una dosis de miedo de que él bebiera tanto.

Sin embargo, eso también lo alejó. No le haría ningún bien pensar en ello. Lo hecho, hecho estaba.

Lo importante ahora era averiguar qué demonios pasaba y tratar de resolverlo. Uriel cambió a modo vampírico por completo. Al mismo tiempo, se movió tan rápido que su cuerpo se hizo borroso a la gente a su alrededor. Se

detuvo y buscó en su entorno en busca de cualquier rostro familiar.

Decenas de personas habían entrado en el edificio y ahora estaban en

los baños con el fin de escapar de los disparos que parecían venir de todos lados. Alguien había arrastrado a la mujer herida fuera de la mesa y movido a un lado. Por los latidos de su corazón, ella aún vivía, muy apenas.

Afuera, las sirenas se acercaban, pero muchos de las personas estaban histéricos. Otros en estado de shock. Uriel se enfocó hacia afuera y lanzó una llamada telepática a sus hermanos y guardián.

Hubo un tiempo en silencio, en el cual Uriel tuvo la nueva preocupante sensación de que estaba solo—que su “familia” ya no existía. Pero luego

sintió una fuerte presencia familiar en su mente y el miedo se fue.

Estoy aquí, Uriel, dijo Azrael. Has hecho lo correcto con Eleanore. Me temo que estamos luchando contra algo que no podemos derrotar fácilmente.

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Eso no es posible, pensó Uriel, mientras volaba a través del cuarto hacia la puerta pasando a dos miembros de la prensa que se escondían en

las paredes de ambos lados.

Lo es, dijo Azrael. Miguel y Gabriel ya han caído.

Uriel se detuvo en seco, su aliento abandonó sus pulmones, su mundo se derrumbaba debajo de él.

¿Qué?

Max los llevó de vuelta a la mansión. No sé si nuestro enemigo será capaz de seguirlo allí, pero él no tenía otra opción. Estos hombres no son humanos y nunca antes me había encontrado con nada igual.

¿Dónde estás? Gritó Uriel, la rabia y el miedo atravesándolo. Él no entendía. Nada era más poderoso que un arcángel. ¡Nada!

Sin embargo, no hubo respuesta de Azrael.

Uriel lo llamó de nuevo.

Todavía nada.

Uriel se detuvo en medio de la calle y se dio la vuelta en círculo. A su alrededor, la gente estaba sobre la cubierta cuando las primeras balas fueron

disparadas. Algunos resultaron heridos. Otros habían sido heridos en sus intentos de escapar. Las sirenas estaban justo a la vuelta de la esquina. Los heridos podrían sobrevivir.

De repente, un sonido y sensación atravesaron la mente y cuerpo de Uriel.

¡Uriel!

Era Azrael. Era una advertencia—y un grito de ayuda.

Otro disparo sonó en el aire, pero esta vez la bala dio justo en el pecho

de Uriel.

El impacto fue increíblemente violento. Uriel había sido disparado varias veces en el pasado. Había vivido innumerables guerras. Había sufrido

heridas de lanza, de arma blanca, de flecha, de bala, explosiones de granada, de metralla, contusiones, fracturas de huesos y cualquier otra lesión.

Pero ningún ser humano podría forjar un arma como ésta. Uriel bajo la mirada para encontrar que su herida se había vuelto negra como la noche. Su corazón se sentía pesado y frío y… mal. Después, ante sus ojos, vio a su

cuerpo brillar y trasluciente. Se sintió enfermo.

Él nunca se había sentido enfermo. Nunca así. Se dobló a vomitar,

pero nada salió. En cambio, se cayó sobre sus manos y rodillas en medio de las miradas de terror de sus fans.

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Trató de respirar, pero sus pulmones no se expandían. Su entera sección media se había convertido en una masa inmóvil y sólida. Era como si

hubiera sido petrificado. El mundo a su alrededor se convirtió en una mancha borrosa. Cayó a su costado y levantó la mirada hacia las farolas y las estrellas y al cielo oscuro más allá de ellas.

Un rostro apareció frente a él, entrando en enfoque.

El rostro le sonreía a Uriel. Era un rostro hermoso. Comenzó a

borrarse y el mundo de Uriel se volvió negro.

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21 Traducido por Annaiss

Corregido por Mery St. Clair

hoomp…

Whoomp…

El sonido era bajo y lento, rodeando a Uriel en todos los lados. Era todo lo que había en su mundo en ese momento —sólo el sonido. Llegó una vez más. Y otra vez.

Whoomp…

Y, finalmente, el sonido no era lo único; fue combinado con una tenue luz rojiza que se expandía y contractaba. Una vez. Dos veces. Tres veces.

Cuatro.

Luego vino la tercera sensación. Y cuando llegó, Uriel deseó que no lo

hubiera hecho y que pudiera permanecer en el mundo del sonido y de la vista solo.

—Duele, ¿no?

La voz era tan fuerte que resonó en los oídos de Uriel y llenó los espacios en su cerebro.

Intentó hablar, pero no pudo. No podía sentir ninguna parte de su

cuerpo excepto por su pecho, el cual ardía de dolor.

—Lo sé —dijo la voz—. Un desafortunado efecto secundario de las

armas de fuego que no matan a sus víctimas. La muerte, en este caso, es la mejor opción para quien ha recibido el disparo.

Cállate, pensó Uriel. La voz del hombre comenzaba a volverlo loco. O

tal vez era el dolor. Su pecho se sentía solido, y se sintió como si se hubiera estado ahogando y ahora volvía a tomar aire. En el momento en que sus

pulmones finalmente se extendieron después de haberles sido negados el aire por mucho tiempo, fue tan intenso que casi lo deja inconsciente de nuevo.

—No hay que preocuparse —dijo el hombre—. Ya casi termina.

Tenía razón. Uriel odiaba que él tuviera razón—quienquiera que fuese. Odiaba el hecho de que el extraño sabía lo que pasaba y que tenía el control.

No hizo nada más que aumentar el sufrimiento de Uriel.

—En unos treinta segundos, serás capaz de hablar, lo cual es bueno, porque tengo unas cuantas preguntas que hacerte. —Hubo un sonido

W

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chirriante, como si alguien estuviera moviendo muebles a través de un suelo de concreto.

Y luego estaba la blancura brillante detrás de la luz roja que se había infiltrado detrás de los parpados cerrados de Uriel.

Ahora pudo sentir que se encontraba atado; sus muñecas esposadas y

el metal mordía su piel. En ese momento, la sensación no era lo suficiente dolorosa cómo para remplazar el dolor en su pecho.

Inhaló y exhaló, y con cada respiración que se sentía como gas neurotóxico en sus pulmones, él se volvió más consciente de su posición. No estaba acostado, pero levantado en una posición vertical. Sus botas no

tocaban el suelo. Todo su peso descansaba sobre el metal de los grilletes en sus muñecas.

Éstas comenzaban a doler un poco más ahora, aun cuando sus

pulmones y su corazón dolían menos.

—¿Está pasando el dolor? —Preguntó el hombre.

Uriel sabía que él esperaba una respuesta; era una prueba para ver si era capaz de hablar. Pero él no tenía ganas de colaborar con su captor. Permaneció en silencio.

—Muy bien. Vamos a suponer que aún no estás listo para hablar.

La luz se intensificó y Uriel se encontró a sí mismo parpadeando rápidamente. Sus ojos abiertos; la luz lo inundó, borrando su visión y

pinchando su cabeza con un nuevo dolor. Tenía la lengua seca y la sentía demasiado grande en su boca. Y ahí estaba el mareo de nuevo. Era una

sensación completamente nueva e incómoda para el arcángel.

Pensó en el arma que —quienes quieran que fuese— habían utilizado en sus hermanos y él. ¿Qué diablos podría haberles hecho a ellos?

—¿Cuántos de tu especie están aquí en la Tierra? —Preguntó el hombre.

Uriel podía distinguir un vago contorno de su captor. Era alto y musculoso; en la oscuridad su aspecto se parecía al de Azrael. Su pelo era negro, pero corto. Si Uriel tuviera que adivinar, diría que éste era el mismo

hombre que había estado frente a él justo antes de que se desmayara.

Uriel continúo ignorando al hombre. Se concentró en su cuerpo. Era difícil hacer lo contrario. Tenía lo que los humanos llaman una migraña.

Aunque él nunca había personalmente sufrido una antes, era fácil de reconocer. Se disparaba desde su lado derecho de su cerebro y sólo había

unos pocos dolores de cabeza que podrían doler tanto.

—Pensé que estábamos sólo aquí —continuó el hombre, casi conversando. Su tono de voz se había reducido y su voz era más suave, como

si estuviera recordando—. Por mucho tiempo, hemos estado solos. Luego

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vino Eleanore… y ahora tú. —Tomó el respaldo de una silla, la giró y luego se sentó, recostando sus brazos en la parte superior—. Te preguntaré de nuevo.

¿Cuántos de ustedes están aquí?

—Billones —dijo Uriel, decidiendo que el hombre podía irse a la mierda—. Miles de millones de nosotros. —Su voz se quebró un poco ante el

dolor que ganó por hablar.

Su captor se echó a reír. Era una carcajada profunda y genuina de

diversión.

—Puedo asegurar que los otros tres en la gala eran tus compañeros —se arriesgó, haciendo caso omiso de la respuesta de Uriel—. Y, por sus

descripciones, apostaría que sé sus nombres… y el tuyo.

Se puso de pie y Uriel obtuvo una mejor visión de él. Él era, de hecho, tan alto como Azrael, midiendo alrededor de casi dos metros. Parecía tener

unos treinta años. Se veía fuerte y sólido, y había algo en él que le recordó a Uriel de una daga humana.

Vestía botas de combate, pantalones negros militares, y una camiseta negra que se estiraba sobre sus brazos y pecho. No había ninguna pista o marca en alguna parte de su ropa o cuerpo que delatara para quién o en

dónde, en todo el mundo, Uriel se encontraba en ese momento.

El hombre se movió alrededor de la silla y fue a pararse frente a Uriel, quien estaba atado a una gruesa “X” de metal. No debían ser hierro o acero

regular; Uriel ya había intentado transformarlos, doblarlos e incluso romperlos con su mente. Sus poderes eran inútiles contra ellos.

—Ustedes son los cuatro favoritos, ¿no?

No era una pregunta. Por lo que Uriel no se molestó en responder.

El hombre continuó, impávido. —El rubio era Miguel —afirmó, su

mirada encontrándose con la de Uriel y sosteniéndola por unos minutos.

Uriel notó que sus ojos azules eran, curiosamente, tan azules como los

de Miguel. Asombrosamente similares.

—El número uno del Hombre Viejo es fácil de reconocer. Hay una sensación de seriedad a su alrededor que casi es cómico. —La expresión del

hombre no era una sonrisa de satisfacción. Era más como una pequeña sonrisa de diversión verdadera.

Uriel podía ver que este hombre tenía carisma. Había una chispa en el azul de sus ojos, un indicio encantador e inteligente a sus características. Uriel asumió que él era el líder. De qué, no tenía ni idea.

—El otro con el acento es Gabriel, estoy seguro. El Mensajero del Hombre Viejo sería el que adquiriría un acento perceptible. Y, por proceso de eliminación, eso haría al moreno que nos dio tantos problemas como Azrael.

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—El hombre miró hacia abajo, juntando sus manos detrás de su espalda, y se volvió a caminar lentamente a través de la habitación de metal.

Uriel se encontraba lo suficientemente alerta como para observar en su entorno. No había ventanas. Una puerta. Todo parecía construido del mismo metal que lo sostenía a la cruz. Una mesa. Una silla. Una lámpara ultra

brillante—su captor vestido de negro.

—Y tú, por supuesto, eres el Ángel de la Venganza. O, ¿Debería decir el

ex Ángel de la Venganza? —Se volvió y se niveló a la altura de Uriel, sonriéndole con complicidad—. ¿Cuál eres, Uriel?

Hubo un largo silencio, donde ninguno de los dos habló, y sus miradas

pudieron haberlos reducido a cenizas.

—¿Quién eres tú? —preguntó Uriel finalmente. Ya no era capaz de

contener su curiosidad.

El hombre ignoró su pregunta. —¿Cómo se escapó ella esta noche? —Preguntó. Su tono había desvanecido un poco; la pregunta era obviamente

importante para él.

Uriel tragó a través del seco y doloroso lugar en su garganta y pensó en la cosa horrible que le había hecho a su Arco. Si este hombre no sabía lo que

había ocurrido, aún podría haber esperanza. Era posible que él no tuviera conocimiento de Samael.

—No esperaba que me digieras —dijo su captor—. Pero supongo que tiene que haber con otra de sus habilidades. Debió haber sido así como ella nos evitó en Rockdale, también.

Uriel frunció el ceño. ¿Rockdale? ¿De qué está hablando ahora?

—Ella es, sin lugar a dudas, una mujer increíble. Hay tantas cosas que

podríamos aprender de ella.

—¿Quién diablos eres? —Preguntó Uriel, casi gruñendo con la ira reprimida que sentía. El dolor estuvo presente en sus palabras, haciéndolas

agudas y reduciéndolo a sus instintos básicos. Lo que necesitaba saber era quién era el enemigo.

Para así poder matarlo después.

La mirada azul del hombre se redujo ligeramente. Observó a Uriel por un tiempo, como si estuviera considerando su respuesta. Luego tomó una

respiración profunda, dejándola escapar en un suspiro, y se apoyó en la mesa de metal, con sus brazos cruzados sobre su amplio pecho. Miró hacia el suelo hablando en voz baja. —Somos una ronda de práctica, supongo que

dirías. Yo soy un borrador. —Él rió amargamente y el estómago de Uriel se contrajo, su mundo una vez más siendo arrebatado por debajo de él. De

alguna manera, él sabía lo que se aproximaba.

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—Hubo algo que el Viejo Hombre vio en ti que no vio en mí. Ni en mis hermanos. Nosotros estábamos incompletos, muchos de nosotros. No

estábamos bien. Yo fui el primero.

Uriel tragó saliva y se humedeció los labios. —¿El primer qué?

—El primero de los arcángeles. Él lo intentó con nosotros; pero lo hizo

bien con ustedes. Nosotros fuimos eliminados. —Miró en torno a él e hizo un gesto alrededor de la habitación, como si estuviera refiriéndose al mundo

entero—. Enviados aquí —Sus ojos se estrecharon y ladeó la cabeza ligeramente a un lado—. Dime, ¿cuál es tu excusa? Escuchamos rumores de que los cuatro de ustedes habían venido a la Tierra. Pero lo rechazamos

como nada más que chismes. Hasta ahora.

Uriel muy apenas podía digerir lo que oía. ¿Había otros arcángeles? ¿Antes que sus hermanos y él? ¿Arcángeles imperfectos?

¿Desechados?

Era incomprensible. El Hombre Viejo había castigado a Lilith

enviándola a la Tierra. Y él había enviado a los Arco en a la Tierra con el fin de protegerlos. Sus hermanos y Uriel habían elegido bajar y buscarlas. Samael había elegido seguirlos a la Tierra. Pero el Hombre Viejo nunca había

desechado ni destruido a nadie nunca. Él no era así. En lo absoluto.

¿Verdad?

Era algo que Uriel no podía llegar a entender. ¿Por qué el Hombre Viejo

necesita un borrador?

—¿Cómo te llamas? —Preguntó Uriel.

—Kevin. —Rió suavemente el hombre—. Por lo menos ahora lo hago. General Kevin Trenton —agregó con frialdad—. Pero una vez fui conocido como Abraxos.

Kevin… Uriel frunció el ceño cuando los recuerdos revoloteaban por su cabeza. Eleanore—de pie junto a la puerta del garaje de la mansión

contándole acerca de su primer amor. El chico de la esquina. Había sido un chico con pelo negro y ojos azules… alto y fuerte. Un chico llamando Kevin.

Kevin Trenton.

Jesús, pensó. —Tú eres el chico del cual ella se enamoró en la escuela secundaria. El chico de la esquina —dijo a través de dientes apretados. Pero, ¿cómo puede ser? Si lo que este hombre decía era verdad, era un arcángel.

Los arcángeles nunca eran niños.

—Eras un chico… —Hizo una mueca en el momento en que una

punzada aguda en su pecho detuvo su respiración.

Kevin rió entre dientes. —Es bueno saber que sus recuerdos de mi le prevalecen. ¿Crees que podría haberme visto algo como esto?

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Hubo un breve destello, como una luz gris viajando a la velocidad de la luz. Uriel parpadeó, perdiendo la visión de Trenton por un momento. Cuando

él reapareció, el general ya no era el hombre alto y fuerte que había sido un momento antes. Ahora era un adolescente, aún alto, pero menos fuerte y con una hermosura infantil que le brindaba una inocencia que se contrastaba

con los tatuajes en sus antebrazos y bíceps.

Puede cambiar de forma, pensó Uriel, sus ánimos hundiéndose cada

vez más cada segundo. Oh, mierda…

Kevin destelló de nuevo y volvió a ser un adulto.

Esto era demasiado para Uriel. Era demasiada información, demasiado

poder, demasiadas malas noticias. Esto no era un altercado—una guerra, una batalla, un robo, una violación—algo que él había tratado durante miles

de años y era su protocolo. Esto era diferente. Kevin y sus hombres parecían todo, pero invencibles. Si todos eran como su líder, eran matones con armas mágicas que podían acabar con los Caballeros del Cielo.

Él no podía procesarlo todo. Tampoco quiso intentarlo. En este momento, sus sangrientas muñecas palpitaban y los músculos de sus brazos y pecho dolían. No tenía idea de lo que había sucedido con sus hermanos o si

aún seguían con vida. Y Eleanore estaría con Samael—eso, solo, era demasiado para digerir. No se encontraba de humor para analizar la filosofía

de la creación y la razón detrás de todo lo que pasaba y no sucedía en este universo.

Todo de lo que estaba seguro—todo lo que él podía apenas llegar a

entender—era su amor por Eleanore, y el hecho de que el hombre frente a él iba detrás de ella por alguna razón.

—¿Qué quieres de ella?

Kevin lo consideró por unos segundos. Luego se retiró de la mesa, metió las manos en los bolsillos de sus pantalones y caminó lentamente por

la habitación. —Mi especie posee muchos talentos muy valiosos. —Miró a Uriel sobre su hombro dirigiéndole una sonrisa—. Como puedes ver.

Se volvió y continuó. —Parte de lo que originalmente asustó al Hombre

Viejo fue la cantidad de poder que nos había dado. —Hizo una pausa, se quedó en silencio por un momento y luego continuó—: Sin embargo, nunca

hemos sido capaces de agregar la habilidad de sanar a nuestros atributos. Estoy seguro que no necesito decirte lo precioso que es una habilidad para ser capaz de curar heridas y enfermedades, tal como somos.

Ahí, se detuvo de nuevo, se volvió y miró a la pared adyacente a Uriel.

Uriel se preguntó qué miraba hasta que Kevin sacó la mano derecha de su bolsillo y la agitó a la pared. La superficie de metal comenzó a derramarse

como el agua. Uriel parpadeó, incapaz de ocultar el hecho de que estaba, sin lugar a dudas, impresionado.

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La pared de color gris desapareció y en su lugar había una escena en un patio de recreo, como si Uriel estuviese viendo a través de una ventana.

Varios niños giraban en un pequeño carrusel, aferrándose a las barras de metal. Una niña balanceándose en un columpio no demasiado lejos. Tenía el pelo negro azabache y piel de porcelana. Ella no podría haber tenido más

de seis o siete años, pero incluso a esa edad tan joven, Uriel la reconoció como su Arco.

—Hace veinte años, paseaba por un patio de juegos. Pasé desapercibido por lo niños. Esto fue lo que vi.

A través de la ventana hacia el pasado, Uriel vio uno de los niños en el

carrusel soltar la barra de metal que había estado sosteniendo. Como consecuencia, ella salió volando en el aire y cayendo a varios metros de distancia sobre su costado.

Hubo gritos de los otros niños, y después la deceleración del carrusel cuando trataban de bajarse de él. La niña no se movió de su posición sobre

la hierba y la tierra.

Luego Eleanore Granger saltó de su columpio y corriendo a la niña.

Uriel sabía lo que venía.

Eleanore se arrodilló junto a la niña inmóvil, colocando su mano en la espalda de la niña, y luego cerró sus grandes ojos azules. En pocos segundos, se produjo un cálido resplandor que emanaba por debajo de su

pequeña palma. La luz se intensificó mientras los niños detrás de ella permanecían en silencio y miraban atónitos.

Uriel se preguntó dónde estaban sus padres. Ciertamente, habrían impedido que esto ocurriera si hubieran sido testigo de ello.

La niña en el suelo se movió y dio la vuelta y Eleanore retiró su mano,

enderezándose de nuevo sobre sus rodillas. Hubo una conversación tranquila entre las dos niñas, una que Uriel no podía oír.

—La niña le preguntaba si ella era un ángel —dijo Kevin. Dejó la escena reproducirse unos pocos segundos más, y después sacudió su mano una vez más, disipando la imagen.

—¿Qué le harás con ella?

—Eso depende —dijo Kevin a la ligera—. Preferiríamos que ella se una a nosotros y transmita su ADN de forma natural. Una nueva raza de seres

que poseen una mezcla de nuestras habilidades y de la de ella sería imparable.

Uriel se dio cuenta, en ese momento, que Abraxos no tenía idea que Miguel también poseía la habilidad de curar. Lo que Kevin Trenton creía era que sólo Ellie poseía ese poder. Y si el general planeaba dormir con ella—y

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permitir que sus hombres hicieran lo mismo—con la esperanza de transmitir cualquier gene que le haya dado esa habilidad.

Uriel nunca había querido matar a un hombre tanto en toda su existencia.

—Si eso no funciona, podemos tomar el ADN directamente de sus

venas y experimentar con él hasta que tengamos los resultados que necesitamos.

Uriel imaginó a Eleanore atada a una dura cama con agujas en sus brazos y él sabía que lo que veía la destruiría.

Kevin se quedó mirando hacia donde la imagen del pasado de Eleanore

había desaparecido y dijo: —Ella no es un arcángel. Eso puedo verlo. —Se volvió hacia Uriel y lo inmovilizó con sus ojos azules tan intensos que casi brillaban—. Así que, ¿qué es?

—Muérdeme —gruñó Uriel, tratando de forjar el metal alrededor de sus muñecas una vez más. Sus esfuerzos no hicieron más causar que los grilletes

cortaran su piel, liberando más de su preciosa sangre.

—Aparentemente, ese es tu trabajo ahora —dijo Kevin—. Sé de muy buena fuente que has hecho algún tipo de transformación. —Sonrió,

mostrando sus dientes blancos—. ¿Tanto te gusta tu personaje de Hollywood?

Uriel no respondió. Trató de entrar a la mente del hombre, pero fue

bloqueado. Trató de usar telequinesis para lanzarlo contra la pared. Más no funcionó. Trató de prenderle fuego. Eso tampoco funcionó. Trató de

convertirlo en algo pequeño y anfibio. Pero Kevin no cambió y Uriel comenzaba a sentirse cansado.

—Todo está bien. —Kevin se encogió de hombros y poco a poco caminó

hacia Uriel—. Puedo apostar a que sé lo que ella es.

Uriel contuvo su aliento.

—Ella es un arco, ¿no?

Esta vez fue una pregunta, pero aún así Uriel no iba a responder. Sin embargo, sabía que su silencio era su respuesta.

—Eso es lo que me imaginaba—Kevin asintió, ofreciéndole, extrañamente, una sonrisa triste—. Sé de su existencia a través de una especie… celestial. —Él se rió, el sonido profundo y divertido—. Créeme

cuando te digo que los arcángeles no son las únicas creaturas que el Hombre Viejo ha desechado a la Tierra.

Su risa se fue desvaneciendo y la expresión de Kevin se puso seria. Vio a Uriel directamente a sus ojos y su mirada se entrecerró. —Supongo que crees que ella es tuya.

Uriel apretó los dientes. —No hay ninguna duda —gruñó.

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—¿Ah, sí? —Kevin parecía perplejo—. La conocí mucho antes que tu pusieras tus ojos sobre ella, arcángel. Por accidente. ¿Quién puede decir que

ella no era, por hecho, destinada a ser mía?

—Estás demente.

Una vez más, Kevin se rió. —Tal vez. Pero, tú y yo sabemos que el

Hombre Viejo no es el ser más poderoso en este universo. Sólo que yo soy lo suficientemente sabio como para admitirlo y tú sigues siendo un tonto

obstinado. —Se dio la vuelta, acercándose a la mesa, y se apoyó en ella por segunda vez, sus manos metidas en sus bolsillos.

—No, Uriel. Las Parcas son más fuertes. El Hombre Viejo ha cometido

errores antes. —Aniveló su mirada en Uriel—. Y no importa. Mis hombres y yo necesitamos a Eleanore de una manera u otra. Por lo tanto, ahora que sé exactamente lo que ella es, tengo la intención de probar mi teoría. Después

de todo —le envió una sonrisa devastadora y Uriel se acordó de su co-estrella en Comeuppance, el que había interpretado a su enemigo—, yo fui su primer

amor.

—Si la tocas, juro por todo lo que no es sagrado que te voy a matar.

—Sí, por supuesto. —Kevin esperó unos segundos. Luego meneó la

cabeza—. ¿Realmente crees que te dejaré vivir lo suficiente para que puedas ser alguna clase de competencia, mucho menos una amenaza, para mí?

Uriel sintió su mirada ardiendo cuando su visión se volvió roja.

—Estás vivo sólo porque te necesito para llegar a ella. —Kevin se paró y se dirigió casualmente hacia la puerta de metal, la cual se abrió con un “clic”

mientras se acercaba—. Cuando Eleanore Granger esté bajo mi posesión, habrás terminado tus servicios de utilidad.

Abrió la puerta, salió y la cerró tras él. Uriel apoyó su cabeza contra la

“X” de metal que se había convertido en su prisión y cerró los ojos ante el dolor.

Max vio a Miguel apoyarse sobre su codo en los cojines del sofá y

parpadeando con fuerza, tratando de aclarar su visión. Fue lo mismo que Azrael había hecho una hora antes. El ex Ángel de la Muerte era el más fuerte de los cuatro; su cuerpo se había reparado por sí mismo, pero no

había sido agradable de ver.

Gabriel, quien había sido disparado dos veces en el pecho con esas

extrañas armas, aún tenía que despertar. Él todavía estaba tirado, y aparentemente sin vida, en el segundo sofá en la sala de la mansión.

Max Gillihan se sentía más preocupado sobre sus cargos de lo que

nunca lo había estado. Uriel se encontraba desaparecido.

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Eleanore se encontraba con Samael. Y el pecho de Gabriel era negro como la noche y duro como una piedra. Max honestamente se preguntaba si

el Arcángel Mensajero se movería de nuevo.

Max se arrodilló junto a Miguel y capturó su mirada. —¿Puedes escucharme?

Miguel hizo una mueca y levantó un dedo, sin ser capaz de hablar, y luego se enroscó sobre sí mismo por el dolor. Azrael también había estado en

agonía; parecía ser lo que sucedía después de salir del estado en que las extrañas armas los habían dejado. No los habían matado. Sólo… los había petrificado, o algo parecido a ello.

Miguel se quejó y luego el gemido se convirtió en un gruñido de rabia. Azrael también se había puesto furioso. Ningún arcángel se tomaba bien el ser derribado en un ataque.

—¿Quién… carajo…?

—No lo sabemos —respondió con calma Azrael. Él había sanado

completamente y ahora estaba parado bajo el arco de la puerta que unía el comedor y la sala, su cuerpo alto iluminado por la poca luz detrás de él—. Pero quienquiera que fuese ha capturado a Uriel.

La mirada de Miguel se unió a la de él.

—Miguel, ¿estás lo suficientemente bien como para curar a Gabriel? —Max no quería perder más tiempo. Miguel era el único entre ellos quien

poseía la habilidad de sanar, y Gabriel no parecía estar recuperándose de esto. Tal vez sólo era cuestión de tiempo antes de que lo hiciera por sí mismo,

pero también, el tiempo podría arrebatárselo.

Miguel miró por encima del hombro de Max al cuerpo inconsciente de su hermano, tendido sin vida en el sofá frente a él.

—Sus heridas son mayores que las nuestras —dijo Azrael.

Miguel lentamente se sentó, su frente sudorosa con el dolor que le

causó.

Luego cerró los ojos, tomó varias difíciles y profundas respiraciones, y se puso de pie. Dio unos pasos a través de la brecha entre los dos sofás para

luego caer de rodillas junto a Gabriel.

—Gabe… —Jadeó cuando empujó la camisa de Gabriel para revelar su pecho ennegrecido. Se veía mal, como si Gabriel fuera una escultura de

Miguel Ángel hecha de mármol negro; una estatua de un arcángel.

—Cristo —susurró Miguel, cerrando los ojos y moviendo la cabeza. A la

misma vez, colocó su mano derecha sobre el duro pecho de su hermano y Max lo vio sentarse sobre sus talones para concentrarse.

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La cálida luz que brillaba por debajo de su mano pasó de ser un suave resplandor a ser un rayo radiante y cegador. Cuando se agotó, Miguel se

inclinó, con los ojos cerrados, su cuerpo completamente agotado.

El pecho de Gabriel ya no era negro—y lo mejor de todo, bajaba y subía.

Está respirando, pensó Max, sintiéndose aliviado.

Era claro que Miguel estaba agotado. Él nunca había tenido que poner

tanto esfuerzo para curar a alguien antes. Su rostro pálido, su alta figura desplomada, su respiración lenta. Parecía casi inconsciente de nuevo. Pero había sanado a su hermano.

—Lo hiciste —exhaló Max, dándose cuenta que había estado conteniendo la respiración. Se apresuró hacia el sofá y se arrodilló junto a los

dos—. Está respirando. —Puso su mano sobre la muñeca de Gabriel y sintió su pulso. Por fin.

Era como si hubiese vuelto de entre los muertos.

Volvió su atención hacia Miguel, quien aún no había dicho nada. Sus ojos aún estaban cerrados, su cabeza inclinada y su cuerpo encorvado.

—¿Estás bien? —Le preguntó Max.

Un asentimiento de cabeza fue su única respuesta.

—Alguien viene —dijo Azrael.

Max se volvió hacia él.

El arcángel vampiro caminó con gracia hacia el arco que llevaba al vestíbulo y a la puerta. —Es el sirviente de Samael —añadió, justo antes de

desparecer por la salida.

—¿Qué? —Preguntó Max con alarma. Se puso de pie, y con una última

mirada llena de preocupación hacia Miguel y Gabriel, se apresuró a seguir a Azrael.

Az llegó a la puerta, agarró la manija y la abrió. En el umbral se

encontraba Jason, la mano derecha de Samael. A Max le disgustaba. En el exterior, era muy apuesto y bien vestido. Pero Max sabía que algo diferente se ocultaba por debajo de su atractiva fachada.

—No me andaré con rodeos o les haré perder su tiempo —dijo Jason, juntado sus manos detrás de su espalda. Estaba, como siempre,

impecablemente vestido con un traje de Armani y corbata que asimilaba el azul de sus ojos—. Ya saben que la señorita Granger está con nosotros. El Señor Samael desea traer a la arco aquí. En vista de la situación, siente que

tiene mucho que hablar con los cuatro de ustedes.

—Él sabe lo que ha ocurrido —dijo Azrael.

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Jason asintió con la cabeza. —Así es. Y creo que ustedes estarán de acuerdo de que esto requiere de cooperación.

—Qué casualidad —dijo una grave y debilitada voz detrás de Max. Él se volvió para ver a Miguel de pie bajo el arco detrás de ellos, apoyado contra la pared—. Sam siempre tan disponible a prestar su ayuda a quienes están

dispuestos a pagar su precio.

Jason se encontró con la mirada de Miguel y la sostuvo. Su odio mutuo

y la desconfianza eran absolutamente claros.

—En este caso, Miguel —dijo Max con un suspiro—. Sam podría tener razón. Estamos luchando contra algo que no podemos luchar y mucho

menos comprender. Y tienen a Uriel.

—¿Qué quiere tu amo, exactamente? —Preguntó Azrael, siempre yendo al grano.

—Él quiere su permiso para entrar en la mansión. Si no están de acuerdo con esto, está dispuesto a reunirse con ustedes en un lugar público.

Sin embargo, si eligen esta última, sean consientes de que su reunión no será tan privada o protegida como ustedes lo desean.

—Hijo de puta —susurró Miguel, cerrando los ojos cuando se inclinó

hacia atrás y se pasó una mano a través de su pelo rubio.

—Yo jodidamente estoy de acuerdo con eso —dijo otra voz detrás de todos. Miguel y Max se volvieron para encontrarse con Gabriel empujándose

sobre la pared en la cual, al parecer, había estado apoyándose en su camino al vestíbulo. Él se veía terriblemente débil y pálido, y el color gris plateado de

sus ojos brillaba, como si estuvieran febriles. Había un ligero brillo de sudor a lo largo de su frente, humedeciendo su cabello negro.

—Pero esa mierda tiene a Ellie. Y lo que sea que estamos peleando se

siente como la peste bubónica en una jodida bala.

—Te ves como una mierda —dijo Miguel en voz baja, casi bromeando.

—Necesito un trago.

Max se apartó de los dos arcángeles para encarar a Jason una vez más. —No tenemos otra opción en este caso. ¿Cuándo le gustaría reunirse?

—Ahora —dijo Jason simplemente—. Todo lo que necesitan es invitarlo a entrar.

Ante eso, los ojos de Max se encontraron con los de Azrael. ¿El

arcángel tenía que ser invitado?

Las esquinas de los labios de Azrael se alzaron ligeramente. —Los

humanos tienen sus mitos confundidos.

—¿Por cuánto será la invitación? —Le preguntó Max.

—Una noche —respondió Azrael—. Lo más probable un día, también.

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Max suspiró y se volvió a Jason lanzándole una mirada dura. —La invitación es sólo para tu amo, no para ti.

—Está bien —dijo otra voz detrás de los presentes en el vestíbulo. Miguel y Gabriel inmediatamente se enderezaron, sus cuerpos en modo de batalla cuando se dieron la vuelta para hacerle frente al intruso en la sala de

estar.

—Él no necesita una invitación de su parte —dijo Samael de donde se

encontraba sentado en uno de los lujosos sillones reclinables de cuero, con las piernas cruzadas casualmente en los tobillos, su traje gris le daba una imagen de perfección.

—Eso fue rápido —dijo Max bajo su aliento.

La sonrisa de Samael era sabihonda y un rayo relampagueó en las profundidades de sus ojos. Un momento después, Eleanore apareció a su

lado, todavía vestida de rojo, una diosa de la tentación de color carmesí.

—¡Eleanore! —Max corrió hacia ella.

—Max —dijo, abrazándolo. Se enderezó, mirando sobre su hombro—. Miguel, Gabriel, Az, están bien. —El alivio inundó su rostro, pero la culpa le nubló sus ojos y sus dedos apretados en su vestido delataron su sentimiento

de culpabilidad.

—Ellie, esto no es tu culpa —le dijo Max al instante, tomando sus manos entre las suyas. Podía ver las manchas de las lágrimas en sus mejillas

de porcelana—. Cristo, Eleanore, no puedes culparte a ti misma por esto.

—Sí, sí puedo —susurró, su mirada en el suelo—. Esos hombres están

detrás de mí. Y les hicieron daño a todos ustedes y ahora tienen a Uriel. —Su voz se quebró cuando terminó, y Max la tomó en sus brazos otra vez.

—Esto no es tu obra, ¿verdad? —Acusó entrecerrando sus ojos a

Samael sobre el hombro de Eleanore.

Samael se encogió de hombros inocentemente. —Al contrario. He

tratado de convencerla de que ella no tiene la culpa. Si tuviera que nombrar al responsable, lo más probable es que sea el Hombre Viejo.

—Oh, aquí vamos de nuevo. —Gabriel rodó sus ojos y se dejó caer con

fuerza en el otro sofá, su cuerpo claramente agotado por estar de pie.

Jason desapareció del umbral de la mansión, y en un instante reapareció detrás del sillón donde se encontraba Samael. Nadie se

sorprendió. Obviamente Samael había traído a su sirviente adentro de la mansión.

Azrael calmadamente cerró la puerta y se unió al resto en la sala de estar. —¿Qué es lo que deseas discutir? —Preguntó, ninguna emoción mostrándose en su hermoso rostro.

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Samael unió su mirada con la del arcángel oscuro. —Mientras Eleanore se recuperaba, leí sus pensamientos y escaneé sus recuerdos.

Nadie se sorprendió ante esa confesión, pero los músculos tensos de los arcángeles dejaban claro su disgusto ante ello.

—Parece que mientras tú y yo estábamos en un cementerio en Texas,

un grupo de hombres rastreaba a Eleanore por todo el país. —Él entrelazó sus dedos sobre su estómago y continuó—: No sé quiénes son. Pero al

parecer la acorralaron en un estacionamiento afuera de una tienda de abarrotes justo antes de que ella lograra escapar y retomar su camino hacia el cementerio.

Eleanore lentamente se alejó de Max y se pasó el dorso de su mano sobre los ojos. —Vestían con batas de laboratorio y uniformes negros. Unos de ellos tenían agujas llenas de un líquido claro —dijo en voz baja. Un

pequeño escalofrío le recorrió el cuerpo y Max pudo ver el temblor atravesar su esbelta figura—. Los reconocí. Se parecían a los hombres que atacaron a

mi familia cuando yo tenía quince años. Mi familia apenas pudo escapar.

El grupo consideró la información por un momento. —¿Crees que son estos son los mismos hombres que nos atacaron en la gala y secuestraron a

Uriel? —Preguntó Miguel.

—Probablemente —dijo Sam.

—¿Tienes alguna idea de qué tipo de armas están usando? —Preguntó

Max.

Samael lo consideró. —Honestamente, no. Pero si fue capaz de

incapacitarlos a los cuatro al mismo tiempo, entonces tenemos mucho de que preocuparnos.

—¿Para qué quieren a Ellie? —Miguel cuestionó.

—Me temo que no puedo estar seguro de eso, tampoco. Sé un poco más que ustedes en este caso. Sin embargo, si tuviera que aventurar una

respuesta… —Se encogió de hombros—. Como un Arco, Eleanore posee muchas habilidades envidiables. Puede que ellos quieran unas cuantas cosas de ella. Tal vez quieren que ella se una a ellos en una batalla. O quieren

determinar la forma para reproducir sus poderes y crearlos en otros. Las posibilidades son muchas.

—Bueno, por un lado, esa es una buena noticia. —Suspiró Max—. Eso

significa que dejaran a Uriel con vida el tiempo suficiente para que hable.

—Hablando de eso… —dijo Azrael—, tenemos compañía.

Max frunció el ceño, sus cejas juntándose en confusión. —Eso es imposible. Nadie conoce la ubicación de la mansión. —Parpadeó, reconsiderándolo, y añadió—: Ningún ser humano.

Se oyó un golpe en la puerta principal y éste retumbó en la habitación.

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—En ese caso, creo que podemos asumir una cosa por segura —dijo Miguel.

Todos lo miraron.

—Lo que sea que estamos enfrentando no es humano.

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22 Traducido por gaby828

Corregido por Panchys

eneral, tengo al coronel en el teléfono para usted.

Kevin tomó el auricular y lo colocó en su oído. Después de unos segundos, asintió con la cabeza. Luego devolvió el teléfono a su

capitán y cruzó la habitación hacia la puerta. La invitación había sido entregada. Todo lo que quedaba hacer ahora era esperar, y planear.

Kevin tenía un par de preguntas más que quería que le respondieran.

Otra conversación con su prisionero especial venía en camino. Salió de la habitación y se dirigió por el pasillo hacia las celdas de detención. El

arcángel Uriel había sido liberado de sus ataduras en la sala de interrogatorios y se le permitió una celda privada. Por supuesto, él estaba asegurado todavía y no había nada en la celda sino sus cuatro paredes y el

suelo. Construido con el mismo material que el cuarto de interrogaciones. Uriel no iría a ningún lugar.

Lo más probable es que, en este momento, el General tenga a un Ángel de la Venganza muy enojado en sus manos.

—General. —Cuando Kevin llegó a la celda, los hombres de uno y otro

lado de la puerta le saludaron y se hicieron a un lado.

—¿Algún problema con nuestro invitado? —preguntó Kevin.

—No señor, nada que no podamos manejar.

La puerta se abrió y Kevin se asomó a la grisácea sala más allá. Él

escuchó. Una respiración superficial provenía de la esquina. Ajustó su visión y la altura de Uriel, el contorno curvado se hizo claramente visible.

—No hay necesidad de levantarte ante mi presencia. Por favor, siéntate

antes de caer.

—Si has venido a torturarme, por lo menos hazlo en silencio. Realmente no puedo soportar el sonido de tu voz —respondió Uriel con voz

rasposa.

Kevin entró en la habitación y permitió que la puerta se cerrara detrás

de él. El candado se deslizó a su lugar e hizo click al cerrarse. Analizó en el estado físico del arcángel: labios ensangrentados, nariz ensangrentada, ojo negro, corte en la frente, formación de hematomas por todas partes. Sus

hombres se habían estado divirtiendo con su prisionero. No hay duda que

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Uriel no pudo defenderse en contra de ellos. Las esposas alrededor de las piernas del arcángel fueron forradas con el mismo metal con que había sido

atado en el interrogatorio sobre la mesa. Era un metal que Kevin había creado siglos atrás, cuando había descubierto que la aleación impedía a un arcángel utilizar cualquiera de sus habilidades sobrenaturales.

—Es una lástima que hayas tenido que sufrir tanto. Si sólo Eleanore estuviera aquí. —Kevin atravesó la sala de estar para pararse frente a Uriel,

quien se apoyaba en la pared del fondo, la ropa hecha jirones y desgarrada y empapada con sangre y sudor.

El arcángel miró a Kevin con ojos cautelosos y cansados.

—Ella podría curarte. —Kevin terminó.

Uriel echó atrás la cabeza y se rió, el sonido profundo, ladridos rebotando y rebotando de las paredes a su alrededor.

Kevin se paró en seco. La risa fue la única respuesta de Uriel. No es que Kevin hubiera esperado algo más. Pero habría sido agradable, por una

vez, no tener que hacer las cosas de la manera difícil.

Rayos corrían a través de la oscura noche, el trueno persiguiendo sus talones con una determinación tenaz. Sacudió las ventanas de sus celdas y

creó una música de fondo caótico a las conversaciones que tenían lugar dentro de la mansión.

La tormenta la hacía Eleanore, aunque ella había tenido años de práctica para controlar el clima, se reflejan las turbulencias dentro de ella, ahora no importa lo mucho que trataba de calmarla. Y no era la única

molesta. Todo el mundo en la gran cocina de la mansión se sentía nervioso hasta cierto punto.

Todo el mundo, es decir, menos uno.

Samael solo parecía calmado. Él era el ojo del huracán, y se quedó apartado y en control. Era desconcertante y se sentía un poco como estar

sentado en una sala de estar con un dragón inquietantemente sereno.

Cuando el golpe había llegado a la puerta menos de una hora antes, Azrael había abierto para encontrar un sobre cerrado en la puerta. Un

ultimátum había sido entregado: Eleanore por Uriel, o Uriel iba a morir y Eleanore se tomaría de un modo u otro.

El ultimátum había puesto en marcha un temblor de ira a través de la habitación. Ninguno de ellos se encontraba bajo el engaño de que el enemigo pretendía devolver a Uriel con vida, no importaba lo que en el papel se

pudiera leer. Si Miguel, Gabriel y Azrael tenían alguna esperanza de ver a su

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hermano vivo de nuevo, lo cierto era que necesitaban la ayuda de Samael. Nada trajo a casa esa comprensión más que el hecho de que el enemigo

había encontrado la casa en el primer lugar. Tal cosa era imposible.

Nadie en la mansión parecía reaccionar muy bien a los acontecimientos de la noche.

La reacción de Gabriel era la más impresionante. Había ido a por un paquete de seis en cuarenta y cinco minutos y había grabado casi una zanja

en el suelo donde había estado yendo y viniendo, furiosamente pasándose la mano por el pelo negro y espeso, con los ojos de plata intermitentes con obvia ira. Max lo manejó de manera diferente, prefiriendo permanecer en su papel

de cuidador que romperse y mostrar alguna emoción real. Había dado instrucciones a los arcángeles para crear ropa nueva para Eleanore para que pudiera salir del vestido Lavonde y estar más cómoda. Luego se preparó una

taza de té.

Miguel, por su parte, había establecido su residencia en un asiento al

otro lado de Samael en la mesa del comedor. Jason, como de costumbre, estaba de pie, y veía la tormenta de Ellie a través de una gran ventana a varios pasos discretos lejos de su amo. Azrael se había ido a buscar una

“comida”. Eleanore no se hacía ilusiones en cuanto a lo que eso significaba.

Los hombres que tenían a Uriel querían hacer una transacción a las dos de la mañana en un campo en las afueras de Dallas. Tenían una hora y

veinte minutos para ir y el plan prácticamente no era viable en cuanto a la forma de recuperar a Uriel vivo. Eleanore sintió la piel susceptible. Su rostro

se sentía caliente y su cuerpo se sentía frío. Se sentía aterrorizada.

Mucha gente hizo una política para nunca hacer frente a los terroristas o secuestradores. No era una buena idea dar al enemigo cualquier tipo de

control sobre ti. Todo el mundo en la mansión era consciente de ello. Todos eran muy conscientes de que aceptar cualquier cosa que los secuestradores

propusieran sería tan bueno como decir: —Ganaron. Son más fuertes que nosotros. Tomen lo que quieran, no podemos detenerlos.

Pero las armas de sus enemigos eran superiores, sus poderes eran

mayores, sabían acerca de la mansión y los que están dentro —y tenían a Uriel. Tenían todas las cartas.

—No pueden colocar ninguna confianza en este tipo de acción —dijo

Samael, en respuesta a algo que Miguel acababa de sugerir—. No sabemos que poderes tienen, ni siquiera sabemos que son.

Habían estado lanzando ideas de ida y vuelta durante los últimos cuarenta minutos, y con cada segundo que pasaba, Gabriel y Max estaban más agitados. Samael, por el contrario, simplemente mantuvo la pose de

muchacho guapo, sereno y seguro. Por la mirada en el rostro de Miguel, Eleanore supuso que el hombre nunca había odiado más a Samael.

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—Entonces, ¿Que demonios son? —Miguel finalmente gritó. Golpeando con el puño sobre la mesa mientras salía disparado de su silla para tomar el

ritmo una vez más—. ¡Alguien sólo dígalo ya!

—Son llamados Adarians —Llegó una voz femenina inesperada de un poco más allá del arco que conducía a la sala de estar y recibidor.

Todo el mundo en la sala de giró para encontrar de pie a Lilith junto a la chimenea, sus manos cruzadas delante de ella con calma, la riqueza de su

pelo oscuro recogido en un moño suelto que permitió a los mechones caer y enmarcar sus rasgos delicados.

—Lilith —dijo Max, claramente sorprendido, cuando llegó a sus pies.

—Max. —Lilith asintió con la cabeza hacia él—. Miguel, Gabriel, Azrael

—saludó a todos ellos a su vez y luego estableció sus ojos oscuros en

Eleanore—. Arco —dijo, sonriendo amablemente e inclinando la cabeza ligeramente.

Eleanore parpadeó, sorprendida por el gesto. Pero se salvó de tener que responder de alguna manera porque la profunda, sexi voz de Samael cortó el

silencio.

—Lilith, ¿qué estás haciendo aquí? —Hubo un borde en sus palabras que no había estado allí antes. Era el primer descanso en su fachada de

tranquilidad que ninguno de ellos había presenciado hasta el momento de la noche.

—Estoy ayudando, Sam —dijo Lilith—. Como tú deberías.

A eso, Samael no dijo nada. Sin embargo, sus grises ojos se oscurecieron por la tormenta y los relámpagos que cruzaban el cielo exterior

reflejada en sus oscuras profundidades.

—Como decía —continuó Lilith, sin dejarse intimidar por su mirada oscura. Ella se apartó de la chimenea y Max al mismo tiempo se trasladó

alrededor de la mesa, acercándose a ella. Eleanore se había dado cuenta de que Samael se enderezó en su silla, como si él también estuviera listo para

ponerse de pie.

—Los hombres que tienen a Uriel se llaman Adarians. Son, por falta de una mejor descripción —Hizo una pausa encontrándose con cada una de sus

miradas antes de terminar—, arcángeles.

Un silencio aturdido siguió este anuncio. ¿Arcángeles? La idea era

imposible.

Miguel y Gabriel miraban a Lilith en estado de shock. Max pálido. Azrael inmóvil como una estatua, lo que Ellie sabía que sólo significaba que

cualquiera que fuera la sorpresa que sentía, la había escondido tan magistral como siempre.

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Samael era el único entre ellos que no parecía sorprendido. En cambio, su expresión era de furia apenas contenida.

Lilith siguió. —No sabían de su existencia debido a que el Hombre Viejo hizo todo lo posible para ocultarles su creación. Ustedes se hicieron mucho

después de que fueran eliminados.

—Lilith. —La voz Samael era tan baja, tan mortal en su advertencia que El Caído atrajo cada par de ojos en la habitación.

Sin embargo, Lilith no le hizo caso, una vez más. —Su nombre fue dado a ellos por su creador después de su eliminación, y significa “el

primero”, aunque no eran, obviamente, el último de su especie —continuó. Ella había llegado a un alto cerca del arco que conducía al comedor, y no se acercó más. En su lugar, miró una vez a Samael, quien le clavó una mirada

dura, luego apartó sus ojos para mirar a Max.

—Había doce Adarians creados antes de que uno fue formado de forma en que el Hombre Viejo no estaba contento. El decimotercer Adarian no

parecía ser tan poderoso como los otros, o tan preocupado por su propio bienestar y sus intereses. Hasta ese momento, los Adarians había

demostrado ser egoístas y la combinación de su egoísmo y el inmenso poder preocupaba al Hombre Viejo. Así que la primera docena fueron eliminados. Sin embargo, el decimotercer Adarian…

—Lilith, es suficiente. —Samael se levantó de su silla entonces, y un rayo cayó directamente sobre sus cabezas, sus truenos sacudiendo los

cimientos de la mansión.

—Oh mi Dios —susurró Eleanore. Su mano en su garganta en un gesto protector inconsciente. Se quedó mirando con asombro a Samael—. El

décimo tercer arcángel, el decimotercer Adarian, eres tú.

Otro momento de silencio aturdido, y después, Gabriel volvió su

mirada de plata hacia El Caído. —Tú sabías —acusó con un silbido—. Tú

sabías muy bien quiénes eran ellos todo este maldito tiempo.

Samael se encontró con su mirada y la mantuvo. No lo confirmó. Pero no era su silencio una negación.

Miguel debe haber sentido lo que se avecinaba medio segundo antes de

que ocurriera, y él empujó su cuerpo en movimiento, en un esfuerzo para detener el problema inminente

Gabriel fue corriendo por Samael, un torbellino de hombre alto,

moreno y Samael giró a su encuentro cara a cara. Miguel se movió con tanta rapidez, que volvió a aparecer entre Gabriel y Sam.

—¡Detente! —Se volvió y gritó la orden a Gabriel, lo que permitió a su mando hacer un boom a través de la habitación y eco de las paredes.

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Gabriel se detuvo repentinamente, sus ojos plateados brillando extrañamente en su rostro bronceado y guapo. —Quítate del camino, Mike, o

juro que te llevaré junto con él —gruñó Gabriel.

—Suficiente, ambos. —Max hizo un gesto con la mano con fuerza y una oleada de aire templado separó a Miguel de Gabriel, empujando a los dos

hacia atrás, hasta que Gabriel se estrelló contra el mostrador detrás de él y Miguel chocó contra la pared. Ambos hombres aterrizaron en sus botas,

mostrando los dientes, los cuerpos preparados para la batalla.

Eleanore retrocedió a la cocina contigua, marchándose de la sala. No sabía qué hacer con todo esto. Pero sabía que el hecho de que Samael oculto

la verdad, no sólo era egoísta y malo, era peligroso. No tenía idea de por qué no compartió lo que sabía, sobre todo desde que había llegado a ellos con una especie de tregua. Pero sabia que no podía confiar en él, nunca.

La altura de Samael, la forma fuerte nunca pareció más como el acero tallado. Se alejó de los dos hermanos y centró su atención en Lilith. —Crees

que has ayudado, pero como puedes ver, solo has complicado las cosas. —Su expresión era tranquila, una vez más, pero detrás de ese exterior fresco e imperturbable era un genio turbulento.

—Así quieres creer, Sam —dijo Lilith—, pero ambos sabemos que no es verdad. Y sabes que Uriel morirá a menos que los hermanos puedan entender y prepararse para lo se están enfrentando.

—¿Por qué quieres a Uriel muerto? —preguntó Eleanore en voz baja.

No pudo evitarlo. Nada de esto tenía sentido—. Si Uriel muere, entonces lo vas a perder como un siervo. Pensé que eso era lo que querías —acusó.

Samael volvió esos intensos ojos grises-carbón sobre ella, y tragó

saliva. Había más que ira en sus profundidades tempestuosas. Había algo codicioso allí también.

—¡No la mires así! —gritó Gabriel—. ¡No es tuya!

Se puso en marcha desde donde él estaba de pie en el mostrador de la cocina. Él y Samael se golpearon tan duro, tan rápido, el impacto creó un

destello de energía que se propagó en círculos, como en un estanque. Rayos y truenos una vez más sacudieron la mansión. Eleanore fue lanzada con fuerza hacia atrás, pero Max logró cogerla en sus brazos antes de que cayera contra

la pared detrás de ella. Él la dejó en el suelo y corrió hacia los dos arcángeles luchando, al igual que Miguel.

Pero antes de que cualquiera de ellos pudiera interferir, la forma alta de Azrael pasó de donde él se encontraba en las sombras a un lado del comedor. Eleanore levantó la mirada para coger el breve destello de la

superposición de una imagen del arcángel vampiro. Fue borrosa y confusa, pero podría haber jurado que vio el contorno de lo que parecía una figura oscura con túnicas, llevando una guadaña.

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Y luego se fue y los ojos de Azrael dorados brillaban como soles y sus colmillos sobresalían, y no había una onda de sonido capaz de crecer desde

su rincón de la habitación.

La arruga en el espacio se estrelló contra Samael y Gabriel, separándolos con la fuerza de un huracán y lanzándolos a los dos a través de

las habitaciones de la mansión. Era una ola inmensa de poder concentrado y, milagrosamente, no golpeó a nadie más. Gabriel salió rodando por el aire

hasta chocar contra la pared de la izquierda y aterrizar en el pasillo, al otro lado. Samael llegó a treinta centímetros de golpear la pared de la derecha de la sala antes de detenerse, se irguió en el aire, y suavemente aterrizó en la

alfombra debajo de él. Sin embargo, sus ojos brillantes eran cualquier cosa menos suave.

La tormenta que rugía fuera ahora había dado a luz a un viento tan

fuerte, sonaba como si estuviera a punto de ser golpeado por un tornado clase 5.

—Azrael tiene razón —dijo Eleanore—. Esto tiene que parar. —Ella era la voz de la razón en una mansión llena de rabia y testosterona—. No tenemos mucho tiempo —continuó, mientras hacia su camino hacia la mesa

del comedor y empezó a tirar de una silla.

Max pareció sacudirse y saltó a la acción caballeresca, moviéndose hacia adelante para tomar la parte de atrás de la silla de sus manos y

deslizarla hacia fuera para ella. Ella le ofreció una pequeña sonrisa, agradecida y se sentó. Entonces Max se volvió a Lilith y sacó otra silla vacía.

Señalando que ella debía sentarse también.

Lilith se sentó y Max se unió a ellas.

En el comedor, Samael chasqueó los dedos y la ropa desgarrada y un

poco arrugada que había estado usando un momento antes fue remplazada al instante con un traje y una camisa de tono color negro. Su corbata gris

carbón a juego con sus ojos. Mientras se dirigió a la mesa y se sentó con gracia frente a Eleanore, tuvo que admitir que tenía un aspecto increíblemente sexi.

Samael cogió su mirada y la retuvo; no había manera de que había perdido su reconocimiento. Eleanore se ruborizó y se obligó a apartar su atención de El Caído, regresó a la tarea en cuestión.

Podía oír a Gabriel venir por detrás y podía ver a Miguel unirse a ellos y se dio la vuelta hacia Lilith y le preguntó: —¿Cómo podemos traer a Uriel con

vida?

—Finalmente —dijo Lilith, sonriendo cálidamente—. Un ángel

razonable.

—No soy un ángel —insistió Eleanore en voz baja.

—Sí, lo eres —dijo cada hombre en la habitación.

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—Muy bien, chico grande —dijo el guardia cuando tomó las cadenas de Uriel y, de un tirón, con la ayuda de otros dos guardias, trajo a Uriel a sus

pies—. Es hora de salir. —El guardia lanzó una desagradable, brillante sonrisa blanca—. El conejo está casi en la guarida del lobo

Uriel lentamente levantó la cabeza y miró al guardia por encima de sus ojos verdes y brillantes. El hombre fue capturado, aunque sólo fuera por un momento, en el odio que quemaba la mirada esmeralda. Por una milésima de

segundo, la incertidumbre brilló en sus propios ojos de color marrón claro. Pero luego desapareció, y el guardia se encontraba, una vez más, ladrando órdenes a los demás miembros de su personal de seguridad.

Juntos, trasladaron a Uriel por el largo corredor revestido de metal y a través de una puerta metálica que daba al exterior. En el momento que se

abrió la puerta, cortinas de lluvia se estrellaron contra el grupo, inclinada en la oscuridad de la noche de tono negro. Los guardias parecían estar esperándolo, ya que no se vieron sorprendidos por el rayo que dividió el cielo

con fracturas azul-blanco que parecían grietas de tela de araña en un vaso de ébano. Ellos ni se inmutaron por el trueno que parecía retumbar como un avión no tripulado, fuerte y constante.

Uriel, por otro lado, no sabía que había una tormenta. La pequeña celda donde había sido encerrado se encontraba bajo la tierra y el dolor

había sido su único compañero, bloqueando todas las demás sensaciones. La lluvia lo sorprendió ahora, cuando levantó la cara y probó las gotas que entraron en su boca y nariz. Mientras lo trasladaban desde el edificio

anodino en el que se había mantenido, a la camioneta que los esperaba, la lluvia se apoderó de él, un bálsamo fresco en su carne desgarrada y

músculos cansados.

Su cuerpo estaba exhausto.

Los hombres del General poseían poderes realmente maliciosos. Todos

ellos eran sobrenaturalmente fuertes y todos habían sido entrenados para golpear donde más dolía. Sin embargo, algunos de ellos tenían la vil capacidad de causar dolor, simplemente con no más de un toque. O con una

mirada. Uno de ellos había demostrado su aptitud para hacer a alguien sangrar por los poros, manchando la camisa de Uriel con sangre que

necesitaba desesperadamente permanecer dentro de sus venas vampiras. Sin embargo, otro poseía la capacidad de entrar en la mente de Uriel, el parpadeo de imágenes tórridas y ofensivas de Eleanore, atada y sufriendo toda clase de

tortura, cada una de ellas descaradamente sexual.

Sus manipulaciones combinadas durante las últimas horas habían

drenado el cuerpo y la mente de Uriel. Él había tratado de defenderse por sí

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mismo tantas veces, pero no pudo y al final, se quedó desprovisto de fuerza o poder. Ni siquiera podía arreglar su ropa, y si alguna vez veía a Eleanore de

nuevo, no quería que ella viera lo que lo cubría de la cabeza a los pies con su propia sangre.

Nunca se había sentido tan impotente, tan desesperanzado, en toda su

larga vida…

Pero la lluvia… tal vez era su imaginación, tal vez deliraba y su mente

le jugaba una mala pasada. Sin embargo, habría jurado que la lluvia desaparecía el dolor. Se sentía diferente, se sentía bien. En la fiebre de su cerebro cansado, le recordaba a Ellie.

Uriel miró la camisa negra rota y se dio cuenta que la lluvia lavaba la sangre fuera de él en riachuelos teñidos de rosa. Las corrientes de color rojo eran cada vez más y más claras con cada momento que pasaba. Él alcanzó a

ver su piel y, para su sorpresa, parpadeando, no vio el corte que había estado allí momentos antes.

Se había ido.

—Métanlo rápido —ordenó un guardia. Uriel fue empujado hacia adelante hasta que golpeó su pierna con el marco de la puerta de la

camioneta y cayó sobre sus muñecas esposadas y en todo el piso de metal. Las esposas, una vez más mordieron su piel, pero esta vez el metal corto rebanadas frescas en su carne. Lo que significaba que las heridas que había

tenido antes habían sanado.

Una vez más, Uriel parpadeó asombrado. Apenas podía comprender

cómo había ocurrido. De alguna manera, la tormenta que rugía en el exterior lo había sanado. Por lo menos hasta cierto punto físico. Seguía siendo drenado de sangre preciosa, y como vampiro, era particularmente grave.

Sin embargo, los cortes y moretones habían desaparecido, y los pocos huesos que habían logrado romper se sentían como si hubieran sido

reparados. Se preguntó si los guardias se habían dado cuenta de su milagrosa recuperación.

Uriel pensó rápido. En un esfuerzo por mantener su recuperación

oculta, se acurrucó en sí mismo, como lo haría un hombre con gran dolor. Alguien de pie encima de él se echó a reír. Otro hombre soltó una risita. La puerta de la camioneta se cerró.

Sus captores hicieron algunos comentarios groseros acerca de “venganza” y “merecido” y la camioneta arrancó y se retiró del terreno baldío.

Uriel se quedó quieto y escuchó el sonido de los neumáticos sobre el asfalto mojado y la lluvia torrencial en el techo de la furgoneta. Su mente daba vueltas en un intento loco, frenético para formular algún tipo de plan.

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No tenía idea de hacia dónde se dirigían. Sólo sabía que, dondequiera que fuera, los hombres que lo tenían prisionero, junto con su General,

estaban seguros sobre que Eleanore estaría esperando allí.

Si el ataque de Uriel la había enviado a Samael, como él había planeado, entonces no estaría sola. Samael podría no importarle lo que

pasara con Uriel, pero seguro como el infierno que se preocupaba por lo que pasaba con la Arco. Los arcángeles no valían nada para Samael, pero una

Arco era preciosa.

Y sus hermanos… ¿Estarían allí? ¿Aún vivían?

El pecho de Uriel se sintió apretado con el pensamiento, pero empujó

su duda lejos y se obligó a pensar de manera positiva. Ellos están vivos. Él sabría si no lo estuvieran.

En este caso, era posible que pudieran ser capaces de ayudar. No era

probable, pero posible. Todo solo tomaría un poco de colaboración entre ellos y Samael.

Uriel cerró los ojos y obligó a sus pensamientos negativos alejarse. Era una posibilidad remota. Al igual que la lluvia curara sus heridas. Había algo que no ocurría todos los días.

Es Ellie.

Se le ocurrió de la nada, pero se hizo eco en su mente claro como una campana. Eleanore era la causa de la tormenta. Debía de estar en algún

lugar cercano. Ella había llamado a un vendaval y, de alguna manera, eso lo había curado. Lo había sanado.

Tan imposible como parecía, él sabía que era verdad. Y sea cual sea la razón, sólo reforzó la decisión de Uriel de estar libre de estos monstruos y salvar a Eleanore de la suerte que había soportado durante las últimas

horas. Él no les permitiría tocarla. Ella era más preciosa que el sol y la luna. Y era sólo suya.

Desde debajo de la cubierta de los brazos cruzados en que tenía su rostro y su cabeza, Uriel abrió los ojos y miró rápidamente alrededor de la camioneta. Había tres hombres en la parte posterior con él. Todos armados

con armas extrañas y horribles. Las muñecas de Uriel y los tobillos todavía se aferraban con puños hechos del mismo metal que en su celda y le impidió el uso de cualquiera de sus habilidades sobrenaturales. Y necesitaba

desesperadamente sangre. Ahora que el resto de su cuerpo había sido sanado, era más fácil de sentir el dolor lacerante en su intestino que le decía

que necesitaba alimentarse, y pronto, o él moriría.

Piensa, Uriel. ¡Piensa! Cerró los ojos y vio el interior de la furgoneta detrás de sus párpados cerrados. Tres hombres. Todos armados. Tuvo la

visión de todos ellos, sus posiciones, sus armas.

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Sus poderes no habían trabajado hasta el momento contra ninguno de estos “primeros” arcángeles. Sabía ahora lo suficiente para perder su energía

o ni siquiera intentarlo. Si iba a vencerlos, tendría que hacerlo sin ningún tipo de habilidad sobrenatural.

Como un humano.

Piensa como un ser humano, se dijo. Piensa.

—Así que vamos a ver si lo entiendo —aventuró Eleanore, lamiéndose los labios y encontrándose con las miradas de varios de los hombres a su

alrededor. No es que se diera cuenta. Se quedó mirando la mesa mientras se concentraba, su enfoque de cruda determinación—. El chico con quien me

comuniqué a través de la ventana de mi habitación cuando yo era una adolescente no es en realidad Kevin. ¿Su nombre es Abraxos?

Lilith asintió con la cabeza. —Sí, a pesar de que va por Kevin en su

mayor parte en estos días. Él ha cambiado su nombre varias veces en los últimos años, como te puedes imaginar.

Eleanore asintió, entendiendo.

Lilith continuó. —A primera vista, y para un extraño, esto parece ser algún tipo de operación militar como tiene coroneles, tenientes y capitanes de

trabajo por debajo de él. Sin embargo, la mayoría de ellos ni siquiera son humanos, y mucho menos pertenecientes a ningún ejército en la Tierra. Los que son humanos, obviamente, van y vienen. Actúan como sirvientes de los

Adarians, peones, si se quiere. Pero lo hacen por su propia voluntad y por lo general por las recompensas que vienen con el servicio. El General ha

acumulado una considerable cantidad de riqueza a lo largo de los años. Ni uno solo de sus soldados humanos jamás ha traicionado su confianza, y estoy seguro que se puede adivinar por qué, sería suicida. El resto de sus

hombres son Adarians. Todos ellos, humanos o no, son conscientes de lo que es y son leales a no fallar.

—¿Cuáles son sus debilidades? —le preguntó a Miguel, un poco

impaciente.

Lilith pensó cuidadosamente. —No pueden curarse a sí mismos, por lo

que, si están heridos, se tienen que curar a un ritmo normal, humano.

—Pero Samael puede sanar —dijo Eleanore, con el ceño levemente fruncido—. No entiendo.

—Es diferente de los otros Adarians por varias razones —explicó Lilith, como si Samael no estuviera realmente allí sentado con ellos en la mesa del comedor. Para sorpresa de todos, sin embargo, Samael, simplemente se sentó

en su silla, cruzó los brazos sobre su pecho, y escuchó en silencio mientras una pequeña sonrisa se dibujó en las esquinas de sus labios.

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—Hay unos pocos poderes que los Adarians poseen que Samael no. Y viceversa —dijo Lilith.

Hubo un breve momento de silencio después de esto, y entonces Miguel se inclinó hacia adelante en sus brazos y entrelazó los dedos sobre la mesa.

—Así que no pueden curarse a sí mismos, no pueden controlar el clima, y no pueden leer la mente de la gente. Hasta el momento, esta es una

lista de los no poderes, no una lista de debilidades. ¿Qué diablos podemos hacer que en realidad hará daño a estos chicos?

—Oro.

La sala se quedó inmóvil por la sola palabra pronunciada por Samael. Sonrió a la respuesta e intercambiaron una mirada cómplice con Lilith.

—¿Vamos de nuevo? —dijo Gabriel, su voz ronca con la ira que había

logrado mantener controlado durante la última media hora.

—El oro es cáustico para los Adarians —dijo Lilith.

—¿Quieres decir en la forma en que la plata es cáustica para los hombres lobo? —preguntó Eleanore.

—La plata no es cáustica para los hombres lobo —le dijo Azrael

suavemente—. Una vez más los seres humanos tienen sus mitos confundidos.

Eleanore supuso que no debería sorprenderse por nada en este

momento.

Miguel volvió su mirada a Lilith. —Así que el oro les hará daño. ¿Y todo

lo que tienen que hacer es tocarlo?

—Yo creo que sí. Eso sí, mi conocimiento de los Adarians es limitado —dijo Lilith.

Max suspiró profundamente. —Así que necesitamos un barco lleno de oro y lo necesitamos rápido. Será mejor ir a trabajar, muchachos. Se supone

que debemos reunirnos con los Adarians algún lugar en las afueras de Dallas en poco más de media hora.

—No hay problema —Azrael, Gabriel y Miguel dijeron a la vez. Los tres

arcángeles se volvieron hacia la sala de estar detrás de ellos y, como tal, se centraron en la mesa de café en el centro de la habitación.

Un destello de luz, un zumbido en el aire, y la mesa de roble café era

de oro macizo.

Los ojos de Eleanore se abrieron como platos. Recordó el oro grueso de

la “pintura” que Gabriel había creado a lo largo de la ventana en la cama en Trinidad. Ahora se dio cuenta de que él había convertido en realidad la

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ventana en oro. —De acueeeeerdo —susurró—. ¿Por qué no todos los muebles en su casa se hacen oro macizo, entonces?

—¿Qué, como una especie de Rey Midas? —preguntó Miguel, volviéndose con una sonrisa hacia ella—. No es nuestro estilo. Además —añadió encogiendo sus anchos hombros—, el oro es frío y duro y te ciega la

vista cuando le llegan los rayos del sol.

—Así que tenemos nuestro oro —dijo Max—. Ahora tenemos que

averiguar qué hacer con él.

—Yo digo que probemos esto ahora mismo y ver si funciona en los Adarians como él dice que lo hará. —Gabriel redujo sus ojos a Samael y

estrechó su mirada. Luego extendió la mano y un cuchillo para carne de la encimera de la cocina se deslizó de su lugar de descanso en un recipiente de madera y voló en el asimiento de Gabriel. Otro pequeño flash de la

transformación de luz y, también, era de oro macizo.

—Contrólate, Gabriel —advirtió Max, llegando a sus pies para colocarse

entre los dos arcángeles—. No tenemos tiempo para esto.

Gabriel disparó a Samael una mirada de advertencia de plata pura y el

cuchillo para carne de oro voló de regreso a su lugar en el bloque.

Max se volvió hacia Samael. —Para el combate mano a mano, se dobla

el oro macizo con demasiada facilidad. Necesitamos armas construidas con

algún tipo de aleación, yo diría diez quilates o menos. —Él miró a Lilith para

su confirmación y, después de una breve consideración, ella asintió con la cabeza.

—Bueno. ¿Pueden ustedes cuatro manejarlo mientras yo hablo con Eleanore? —Su mirada se deslizó de Sam a Miguel y sus hermanos.

No tuvo que esperar su respuesta, sino que le ofreció su mano a

Eleanore. Ella lo miró con incertidumbre. Entonces, tomó su mano y la condujo fuera del comedor, a través de la sala de estar, y a uno de los largos pasillos más allá.

Una vez que estuvieron solos en una de las habitaciones, Max cerró la puerta detrás de ellos y agitó su mano en la cara de ella. Se agitó un poco y

luego se acomodó en su lugar.

—¿Qué hiciste?

—Insonorice la habitación. No quiero que Samael escuche lo que tengo

que decirte.

Eleanore se removió nerviosamente cuando volvió toda su atención en

ella.

—Si lo que Lilith nos dijo es cierto acerca de Samael y los Adarians, y no tengo ninguna razón para dudar de ella, entonces, Samael es

increíblemente poderoso, Ellie. Más potente de lo que habíamos imaginado.

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Si se determina que él te reclama como su propia Arco, entonces tú y Uriel tienen una lucha terrible en sus manos. —Negó con la cabeza—. Una lucha

que no tienen casi ninguna esperanza de ganar.

—¿Por qué me dices esto?

—Porque es una posibilidad. —Esperó un momento antes de

continuar—. También es posible que no seas tú, en particular, por quien vaya Samael. Es posible que él tenga el ojo puesto en una Arco en general.

No eres más que la única que hemos logrado encontrar hasta el momento.

—Está bien... ¿y? —Eleanore evadió su punto.

—En ese caso, su plan podría ser detener la unión de al menos uno de

los arcángeles. No estoy seguro de por qué, pero tengo la sensación de que no quiere que los cuatro encuentren y reclamen sus Arcos. Una parte de mí profundamente confía en que ese sea el caso, porque significaría que una vez

que estés completamente unida con Uriel, Samael te dejará ir para cazar a otra Arco.

Eleanore consideró sus palabras, su estómago dando saltos mortales. No sabía qué hacer. ¿Cómo se suponía que debía vincularse a sí misma a Uriel? —¿Qué necesitas que haga? —preguntó finalmente.

—Quiero que busques tus verdaderos sentimientos, Eleanore —dijo Max, ahuecando su mejilla suavemente con la palma de la mano y sus ojos mirando profundamente en ella.

—Porque cuando llegue el momento, vas a tener que tomar una decisión y vas a tener que tomar esa decisión muy clara. No es tan fácil como

la proclamación de tu amor en dos palabras. Espero que no pensaras que pudiera ser eso.

Eleanore frunció el ceño. —Bueno… sí. Supongo que en cierto modo.

Max sonrió y negó con la cabeza. —¿Tienes alguna idea de cuantas mentiras se han dicho con esas palabras? Incontables. Es la número uno en

el top Cinco millones de mentiras y ha sido desde tiempos inmemoriales. —Él se rió suavemente y Eleanore encontró que no pudo evitar sonreír también, a pesar de que su corazón se hundía en el estómago.

—Pero eso es lo que Uriel hizo —dijo en voz baja—. Él me dijo que me amaba.

Max asintió con la cabeza. —Uriel realmente te ama. Desde el momento

en que puso sus ojos sobre ti, Eleanore. Su devoción nunca estuvo en cuestión. Pero eres un ser de libre albedrío y no has estado buscando tu

pareja angelical por la duración de tu vida, como él lo ha hecho.

Eleanore tragó saliva y negó con la cabeza, encogiéndose de hombros una vez más. —¿Qué se supone que debo hacer?

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—Sólo recuerda, Ellie —dijo Max mientras dejaba su mano caer a su lado—. Las acciones hablan más que las palabras. Siempre lo han hecho y

siempre lo harán. Sabrás qué hacer cuando llegue el momento. —Le ofreció una última sonrisa de ternura, le guiñó un ojo, y luego hizo un gesto con la

mano sobre la puerta. Se agitó una vez, hizo click abriéndose y Max salió de la habitación.

Eleanore le vio hacer su camino por el pasillo hacia la habitación

familiar hasta que desapareció por la esquina. Luego se volvió hacia las grandes ventanas francesas contra una pared y contempló la noche húmeda,

a la espera. Cayó un rayo y el trueno, haciendo eco de la tempestad de emociones causando estragos con su corazón y alma.

—Max Gillihan es un hombre sabio —dijo una voz fría y profunda

detrás de ella.

Eleanore dio la vuelta para ver de pie Samael justo dentro de la habitación, alto y fuerte, increíblemente guapo con su traje gris. Sus ojos

color carbón se reunieron con los suyos oscuros. Con un movimiento casual de su muñeca, agitó la puerta para cerrarla. Por segunda vez esa noche,

Eleanore vio que dominó bajo un efecto silenciador.

—Ahora que ha tenido la oportunidad de hablar, es hora de que yo tenga la mía.

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23 Traducido por Rominita2503

Corregido por Panchys

amael bajó la mirada hacia el suelo, mientras el seguro de la puerta se deslizó telequineticamente en su lugar. Casualmente, metió las manos en los bolsillos y parecía estar pensando en algo

profundamente cuando comenzó a dirigirse lentamente hacia Eleanore.

Una mezcla fuerte y embriagadora de miedo y anticipación se disparó a través de Eleanore y se encontró dando un paso atrás.

La tormentosa mirada de Sam se levantó al instante, deteniéndola con precisión y manteniéndola en su lugar. Su expresión era la más decidida que

le había visto jamás.

—Ellie —comenzó diciendo en voz baja—, voy a ser honesto contigo. Gillihan está en lo correcto. Quiero una Arco para mí—le dijo, aun

acercándose con pasos lentos y deliberados por el suelo alfombrado—. Tengo mis razones.

Ya no podía retroceder, él la mantenía en algún tipo de esclavitud.

—También está en lo correcto al suponer que yo poseo… —Se detuvo a medio metro de ella, la miró de arriba abajo, y recuperó su mirada añil—. Un

poder formidable —finalizó.

Luego inclinó la cabeza hacia un lado, sus ojos de carbón brillantes mientras él estudiaba su rostro. —Soy un rey entre los ángeles, Ellie. Y me

vendría bien una reina. ¿Qué dices?

Eleanore trago duro y ni siquiera trato de ocultar el hecho de que su

respiración se había vuelto irregular y su cuerpo se estremeció.

Samael cerró la distancia final entre ellos y Eleanore jadeo por su súbita cercanía.

Olía divino, era el olor de la colonia cara, y algo más, algo seductor y embriagador… poder. Su forma alta, ancha, envuelta expertamente en el fino

material, a la medida, era abrumadora. Él era tan intenso, tan vívidamente potente. Podía sentir su poder a su alrededor, y al de ella también.

Levantó la mano y poco a poco capturó un mechón de su cabello negro

frotándolo con admiración entre sus dedos pulgar e índice. —Sabes en tu corazón que te puedo dar todo lo que quieras. —Dejó caer el pelo y Ellie

S

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sintió que su mano serpenteaba alrededor de su cintura para presionar suavemente contra su espalda. Apenas podía respirar.

—Quiero a Uriel —dijo.

Samael no se inmutó. Él rió entre dientes, usando su mano para tirar de su cuerpo contra el suyo. —Y puedes tenerlo. —Sonrió—. Sé mía,

Eleanore, y Uriel se convertirá en mi sirviente. Si te unes a mí, él te servirá también. Puedes tenerlo cuando quieras. —Su blanca sonrisa era

devastadora. Ella no podía decir si bromeaba o no, pero se perdió en esa sonrisa y la pura naturaleza depredadora de la misma.

Eleanore cerró los ojos. No estaba segura de que fuera lo más sensato

de hacer mientras se encontraba en brazos de El Caído, pero al menos le dejó escapar de su mirada hipnótica. Permitiéndole el mínimo espacio para pensar.

—Tú lo vas a dejar morir —acusó en voz baja.

—Cásate conmigo y me aseguraré de que viva.

Los ojos de Eleanore se abrieron y fueron capturados de inmediato, una vez más por su mirada. Ella miró largo y duro a aquella mirada tormentosa, buscando alguna señal de que lo que decía era cierto.

—¿Puedes salvarlo? —¿Cómo podía estar tan seguro? Los Adarians eran un pequeño ejército de arcángeles intensamente poderosos. ¿Samael podría prometer realmente una cosa así?

Su sonrisa y la luz que brilló con tanta resolución en su mirada eran la respuesta que necesitaba. Podía hacerlo. Podía hacer cualquier cosa. Él era

Samael.

—Considera la posibilidad, Ellie —continuó. Su mano libre se elevó hacia el cuello y ella trató de alejarse, pero su brazo en la espalda le impidió

escapar. Con destreza y suavidad, rodeo su cuello y le acarició la curva de su mentón con el pulgar—. Yo sé lo que te gusta. Sé lo que te enciende. —

Usando una tierna, pero persistente fuerza, le inclinó la cabeza hacia un lado, exponiendo su cuello a su mirada. Ellie, una vez más cerró los ojos—. Y en una semana, tu precioso Uriel ya no será un vampiro. Un trato es un

trato, después de todo.

Se inclinó sobre ella, acercando los labios a su oído. —Dime, Ellie, ¿seguirás disfrutando tanto de su compañía cuando no muerda?

Lucha contra él, Eleanore. ¡Aléjate de él! Su mente le gritó, pero su cuerpo permaneció esclavizado, sus piernas debilitándose, la cabeza le daba

vueltas de punta a punta. Él la atrajo hacia sí con más persistencia. Sus senos apretados contra la dureza de su pecho y sintió su aliento en la carne tirante de su cuello.

Sus dientes la rozaron allí.

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El aliento de Eleanore quedo atrapado en su garganta y sus manos volaron, sus dedos agarraron los duros músculos de sus brazos por debajo

del fino material de su traje.

Detente, pensó, porque no podía decirlo en voz alta. Por favor, detente.

—¿De verdad quieres que yo me detenga?

Su mano se deslizó por debajo de su sudadera y camiseta por su espalda hasta alcanzar su piel. Sus dientes trazaron un amenazador camino

por su garganta hasta la curva de su oído, donde mordió suavemente. Una ola de placer penetrante cabalgó a través de ella, haciéndola humedecerse y provocando un gemido en algún lugar profundo de su garganta.

No… ¡sí!

Ella quería que se detuviera, realmente lo quería. Pero él la confundía,

creándole nudos por dentro, confundiendo incluso sus respuestas mentales a sus condenadas preguntas. Era demasiado bueno en esto. No había nadie mejor en la seducción que Samael.

Y sin embargo, había una parte de ella, en algún lugar cerca de su pecho, que estaba sufriendo de una manera que no era en absoluto agradable. A pesar de que Samael enviaba felicidad a su cuerpo, un doloroso

vacío se abría en su corazón. Se sentía incorrecto.

Uriel.

Pensó en él dándole su chaqueta a su fan en el ascensor. Lo vio guiñándole a ella desde el otro lado de una puerta. Recordó la forma en que primero se había sentido, tan cerca de ella, mientras él le había atrapado

contra ese escritorio de servicio al cliente en la librería menos de una semana atrás. Y su vacío creció.

Tienes sentimientos por él. Samael habló en su mente, su voz resonó en las cámaras de su conciencia. Eso está claro. Así que salva su vida, Ellie. Entrégate a mí.

No, respondió ella. No tenía idea de dónde había venido la fuerza para negarse, pero ahí estaba. No podía ceder a Samael. En el fondo sabía que

Uriel preferiría morir antes que ella se sacrificara para salvarlo. Y a pesar de que rompió con saña una parte de ella, actuar con ese conocimiento le dio la voluntad para resistir a El Caído una vez más.

No, repitió, esta vez realmente queriendo decirlo

Sam permaneció sobre ella, su boca en su garganta, una amenaza sin

movimiento. Su control no disminuyó, sin embargo, y aún seguía en su cabeza.

¿Podrías tomar una decisión apresurada en su nombre? Preguntó

suavemente. Hubo un rumor oscuro en sus palabras ahora, un manojo de peligros. ¿Lo condenarías a muerte por el bien de su romance incierto?

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Él no va a morir, le dijo Eleanore.

No lo permitiré, se dijo. Esta vez, el pensamiento era solo para ella sola.

Era una afirmación, una promesa a sí misma.

Él lo escucho todo igualmente.

Samael se echó hacia atrás y la miró a los ojos. Ella se enderezó cuando él la liberó de cualquier hechizo en el que la había tenido, pero su mano se mantuvo alrededor de su cuello, un recordatorio siempre presente

de su dominio.

—Cuanta determinación —susurró, su pulgar acariciando el lado de su cuello—. Realmente eres una mujer fascinante, Eleanore.

Ellie trago y se obligó a no ceder. No dar marcha atrás. Un poco más de su influencia se deslizó fuera de ella, pero sabía que era obra suya, no de

ella. Él lo hacía fácil para ella, dejarla ir.

—¡Qué desperdicio! —dijo entonces, quitando su mano y dando un paso hacia atrás. Su retirada produjo una dicotomía de pesar y alivio tan

fuerte, que casi dobló sus rodillas.

Eleanore envolvió sus brazos alrededor de su estómago y le imploró con

la mirada. —¿Vas a dejar morir a Uriel? —preguntó, sin importarle que su voz sonara desesperada. Ella estaba desesperada. Y él lo sabía.

—Lo qué pase con tu arcángel no es mi problema —le dijo, su tono

suave, incluso cuando era difícil.

—¡Pero acabas de decir que podías salvarlo! —insistió Eleanore.

—Ten cuidado, Ellie —advirtió entonces. Las luces del dormitorio parpadearon. El aire alrededor de ellos se sentía pesado y caliente—. No me pongas a prueba —dijo. Sus ojos gris oscuro aclarándose a un platino tan

rígido que parecían brillar. Observó mientras él daba un paso atrás, y luego otro, sus ojos nunca dejando los suyos.

—¿Así que es eso? ¿No voy a ser tu puta por lo que vas a hacer

berrinches y dejar morir a Uriel? —Oh, Dios mío, pensó de repente cuando se dio cuenta de sus palabras. ¿Realmente dije eso? Ojos abiertos, la respiración

acelerada, se encontró dando un paso atrás también. Estoy tan muerta.

Pero en lugar de la ira que ella esperaba del formidable arcángel, fue

recibida con un largo y muy frío silencio. Samael retiró su mirada de ella y miró al suelo mientras una vez más se ponía las manos en los bolsillos.

—Nunca podría matarte, Ellie —casi susurró—. No siempre. Pero

escúchame bien —dijo mientras miraba hacia atrás y capturaba su mirada por última vez—. No soy conocido por mi bondad. —Movió la mano hacia la

puerta que se agitó y luego se acomodó—. Soy un hombre determinado y acostumbrado a salirme con la mía.

Con eso, abrió la puerta y salió de la habitación.

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Eleanore permaneció quieta y en silencio durante varios minutos. Luego se pasó una mano temblorosa por el pelo, tomó un aliento igualmente

inestable, y se arrodilló en la alfombra. Se sentía débil y agotada emocionalmente.

Y no podía dejar de pensar en Uriel. Y lo que los Adarians podrían

estar haciéndole. Ellie cerró los ojos y bajó la cara en las manos. Recordó el adolescente en la esquina de la calle todos esos años atrás. Había estado tan

guapo, tan alto, con ojos de un azul penetrante. Kevin. El primer arcángel que jamás se haya creado. Y ahora él se encontraba torturando a Uriel, y ella estaba a punto de ir contra él y sus hombres en una extraña, sangrienta

batalla sin un resultado determinable.

Él me ama, pensó de repente. Uriel me ama. Era una mujer tan

afortunada que tuvo la entrega incondicional de uno de los cuatro arcángeles legendarios. ¿Con qué frecuencia sucedo algo como eso?

Cuatro veces, al parecer, pensó Ellie, sonriendo para sus adentros. Lo

que ayudó a romper el estado de ánimo oscuro en el que se había encontrado. Después de mí, habrá otras tres. Tal vez… tal vez, si puedo salir de esto viva, y Uriel y yo podemos resolver las cosas entre nosotros, entonces tal vez pueda ayudar a las demás. De alguna manera. Eleanore ponderó eso por un momento.

Era un pensamiento reafirmante. Tomó una respiración profunda, esta vez menos inestable que la anterior, y se puso de pie. Mientras lo hacía,

metió las manos en los bolsillos de su sudadera con capucha y las puntas de sus dedos rozaron algo frío, suave y redondo.

El brazalete.

Era el brazalete de unión que le había arrebatado a Max Gillihan después de que ella lo golpeó con un rayo lo que parecían siglos atrás. Cada

vez que se cambió de ropa, no importa dónde fue o lo que lo hacía, de alguna manera se las arreglaba para mantener la posesión del extraño, hermoso artículo de joyería. Se pasó de un pliegue interior de su vestido rojo al bolsillo

de su sudadera polar a pesar del hecho de que Miguel había formado esta ropa para ella de la nada. Era como si la pulsera fuera un mítico boomerang que siempre volvía a ella.

Al igual que el martillo de Thor, pensó para sí misma.

Sacó las manos de sus bolsillos, dejando la pulsera ahí. Luego salió de

la habitación, sintiéndose un poco mejor de lo que había estado dos minutos antes.

Uriel miró a los tres guardias a través de las rendijas de sus ojos color

jade. No tenían idea de que los observaba. En lo que a ellos concernía, se

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encontraba enroscado sobre sí mismo, gravemente herido, y lo más probable inconsciente.

Él usó su percepción errónea en su ventaja y aprovechó la oportunidad para formular un plan a toda prisa. Varios minutos pasaron en los que Uriel media mentalmente las distancias, calculando probabilidades, y poco a poco

y con cuidado flexionaba cada uno de sus músculos para asegurarse de que sus huesos se habían compuesto y que sus miembros se encontraban

funcionando correctamente una vez más.

Podría decir en qué tipo de carretera estaban por la vibración de los neumáticos sobre el asfalto. En el momento en que la Van había tomado una

rampa de acceso a una autopista y aumentó la velocidad, Uriel estuvo listo para avanzar.

Con la esperanza de que tenía razón acerca de las disposiciones de

estos hombres, Uriel pretendía tener un calambre y sonar como si fuera a vomitar. El guardia más cercano se encontraba sentado tan cerca que su

bota no estaba muy lejos del pecho de Uriel. Uriel se inclinó un poco hacia él, usando toda su habilidad en la actuación para dejar en claro que no tenía ningún control sobre la bilis que ahora se levantaba por su esófago y lo más

probable se proyectara como un cañón, sobre la pierna del guardia.

Justo como Uriel esperaba, el guardia sacó su pierna de atrás y le dio una patada a Uriel directo en el pecho, enviándolo volando a través de la

camioneta. Uriel se torció un poco en el aire, una vez más haciendo que se viera como si él no tenía control sobre sus movimientos. En el momento

en que golpeó al guardia en el lado opuesto, estuvo frente a él. En el impacto, Uriel le arrebató el arma de mano de la funda desabrochada del Adarian. Luego, con las habilidades perfeccionadas por miles de años de batallas y

guerras, Uriel cayó de pie y se volvió, apuntando con la pistola al guardia que lo había pateado. Disparó una vez, hirió al Adarian en el pecho, y luego

rápidamente apunto el arma hacia el segundo guardia, lo que lo tomó demasiado por sorpresa para reaccionar. Apretó el gatillo por segunda vez y golpeó su objetivo en el blanco. Otra fracción de segundo y él daba vueltas

una vez más para hacer frente al guardia del que había tomado el arma. El arma se disparó una tercera y última vez y los tres Adarians estaban en el piso de la camioneta. Sus pechos se expandiéndose en una petrificada

oscuridad, sus manos eran garras que se cerraron arrancándole sus ropas. En pocos segundos, se deslizaron en la inconsciencia.

Uriel se quedó solo en el centro de sus enemigos caídos y bajó su arma. Estaba equipada con una especie de silenciador extraño y que no sonaba como las armas que lo habían golpeado a él y a sus hermanos hasta en la

gala. Con una mirada penetrante en la parte delantera de la camioneta, donde el conductor siguió maniobrando el vehículo como si no hubiera

escuchado la conmoción, Uriel se inclinó sobre sus rodillas y buscó el cuerpo del guardia más cercano a él. Buscaba las llaves de las esposas que aún lo

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ataban. Había tenido tiempo de darse cuenta de que lo retuvieron del uso de cualquiera de sus habilidades sobrenaturales.

Sin embargo, las llaves no las tenía el primer guardia. O el segundo o el tercer guardia. Lo que significaba que estaban con el controlador o con el General. Uriel seriamente esperaba lo primero en lugar de esto último. Dejó

caer el arma que había estado sosteniendo, suponiendo que una buena cantidad de sus municiones se habían gastado, y se llevó las dos armas sin

disparar de los otros guardias caídos.

Luego tomó al arcángel que lo había pateado, tiró de su hermosa cabeza para atrás por el pelo, y hundió sus colmillos de vampiro en el

espesor del cuello del hombre.

La sangre se tardó en llegar, ya que había piedra en las venas del guardia, extendiéndose en una lenta petrificación. Pero lo que Uriel consiguió

fue increíblemente poderoso. No era dulce y embriagador de la manera en que la sangre de Eleanore había sido. No había ninguna nota erótica para

que disparara su sangre y obligara al animal en él a despertar con extrema necesidad, indomable. Era sólo el sustento. Pero era sangre muy vieja, y muy potente, y Uriel esperaba que si se esforzaba lo suficiente, si él lo quería

bastante y si se concentraba lo suficiente, pudiera ser capaz de absorber un poco de la energía que venía con esa sangre. Quería las habilidades de los Adarians.

Uriel parpadeó sorprendido cuando notó un cambio en la sensación de cada tirón y tragar. Lo hacía. Absorbía la capacidad del Adarian. Se preguntó

brevemente por qué no había sucedido lo mismo con Eleanore. Entonces de nuevo, no había querido tener los poderes Eleanore, cuando él la había mordido. Sólo había querido darle placer o repudiarla. Se percató ahora que

si bebía de ella mientras intentaba absorber su capacidad de curación al mismo tiempo, sería capaz de hacerlo. Al parecer, sólo había que quererlo

bastante.

Uriel bebía más rápidamente cuando se dio cuenta de que uno de los poderes que absorbía del Adarian era una especie de inmunidad a las armas

de fragmento. Mientras él bebía, se dio cuenta del cuerpo del Adarian había comenzado a restaurarse a sí mismo.

Uriel llevó a su relleno al guardia, y luego lo dejó caer antes de que se

descargaran los otros fragmentos de la primera arma que había usado en el cuerpo del guardia. Esto le ganaría más tiempo. Luego pasó al siguiente

Adarian inconsciente. Estaba bastante seguro de que no había conseguido matarlos, pero en el espacio de muy pocos minutos, había absorbido las habilidades sobrenaturales de los tres, restaurando el precioso líquido que

había sido robado de sus propias venas y la reposición de su propio deposito de poder.

Ahora a obtener las llaves. Uriel recogió el arma que había descartado anteriormente y apuntó hacia la parte posterior derecha de la camioneta. Él

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trató de juzgar el lugar donde la rueda estaría girando debajo de él y apuntó. Luego se apoyó contra la pared del vehículo y apretó el gatillo. Como

esperaba, hubo un ruido de golpes extraños cuando el neumático se pinchó. La camioneta hizo una rutina de salto, y viró a la derecha. Uriel presumió que el conductor quitó su pie del acelerador con el fin de reducir la velocidad.

Bajó el arma. Había volado con éxito el neumático. Eso por lo menos lo llevaría al costado de la carretera.

Cuando Eleanore volvió a entrar en la sala, la encontró vacía. Frunció

el ceño y se trasladó a través de ella y en el comedor, pero estuvo vacío también. Por otro lado en la mesa vacía, había una taza llena de té humeante. Era de miel-manzanilla-vainilla, por su olor. Su brebaje especial.

Lo cogió y le dio la vuelta en sus manos, permitiendo a su calor hundirse en sus dedos y palma. Era suave con la crema de soja, que ella amaba, y

también podía oler. Sabía que había sido hecho para ella. Tomó un sorbo. Fue realmente bueno y la calentó, ya que bajó, espantando el frío que venía con las preguntas que ella había estado evadiendo toda la noche.

¿Alguna vez volveré a verlo? ¿Van a matarlo?

—¿Estás bien?

Eleanore bajó la taza de té entre las manos y se volvió hacia Azrael, que

estaba en el arco que conducía a una serie de pasillos y habitaciones más allá del comedor.

—Sí —respondió Eleanore, asintiendo con la cabeza—. Gracias por el té.

—No tiene importancia. Tenía la sensación de que después de ese

encuentro, necesitarías algo para calmarte los nervios. Pido disculpas por que te dejamos a solas con él —dijo con calma Azrael—. Una de las

habilidades de Jason es que su forma puede ser moldeada por su maestro —Explicó metiendo las manos en los bolsillos de sus jeans negros y apoyó el hombro izquierdo contra la pared—. Cuando el aroma de Samael de repente

no fue el suyo por más tiempo y notamos que Jason no parecía estar por ningún lado —sonrió y se encogió de hombros—, supe que Jason se hacía pasar por El Caído como una diversión. La única razón por que Sam habría

de querer desaparecer por un tiempo eres tú.

Ellie esbozó una pequeña sonrisa, tomó otro sorbo, y trago. —Tenías

razón. —Luego dejó la taza—. ¿Dónde están todos?

—En el garaje. Casi han terminado de construir las armas que usaremos en contra de los Adarians.

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—¿Granadas de oro? —preguntó Eleanore, sólo un poco en broma. Azrael esbozó una sonrisa deslumbrante blanca y llena de colmillos que

iluminó sus ojos.

—Chica lista —dijo—. De hecho, sí. Entre otras cosas.

Eleanore se ruborizó un poco por el cumplido. Ella miró a la pared y se

mordió los labios antes de decir: —Bueno, me di cuenta que las espadas, probablemente no sería la mejor manera de ir en contra de ángeles con

antiguas armas de fragmento.

Podía oír su risa suave y no podía dejar de mirarlo. Todavía sonreía. —Asumes correctamente. —Se apartó de la pared y se dirigió con gracia hacia

a ella. Era tan alto… ¿Qué era? ¿Dos metros con 10 centímetros? ¿Dos metros con 15 centímetros? Y envuelto en el color de la noche, con los ojos tan duros que casi brillaban, incluso cuando no estaba en modo de vampiro

completo.

—Fuiste muy fuerte ahí dentro. No mucha gente puede hacer frente a

El Caído como lo hiciste.

Eleanore no sabía qué decir a eso. La felicitaba de nuevo, pero era vergonzoso, también. Eso significaba que sabía lo que había sucedido entre

ellos dos, a pesar del hecho de que Sam había insonorizado la habitación. Trató de girar la cabeza, pero con su dedo en su barbilla evito el movimiento. Captó su mirada una vez más y la mantuvo fuertemente.

—Vamos a traerlo a casa con vida —dijo en voz baja—. Te lo prometo.

Eleanore sintió una elevación del peso de algún lugar en las

inmediaciones de su pecho. Con esas pocas palabras habladas, Azrael había logrado llegar a donde más dolía y aflojar el vacío dolor.

—Te tomo la palabra —susurró.

—Muy bien, chicos. —Max apareció en la puerta con tres bolsos negros estilo militar al hombro.

—Es hora del show.

Ellie y Azrael se volvieron hacia ellos mientras los otros arcángeles aparecían detrás de Max. Tanto Gabriel como Miguel llevaban fundas de

doble hombro, equipados con armas de mano, y sólo Dios sabía lo que había en el oscuro paquete que cada uno de ellos llevaba. Eran idénticos a los de Max.

Eleanore pudo ver que en sus brazos, llevaban brazaletes compuestos de cuero con tiras de oro cosidas en el exterior. Alrededor de sus cuellos

había lo que parecían ser los pares también de oro. Se mudaron a la cocina y Max entregó a Azrael el segundo de los tres bolsos que llevaba. Luego se dirigió a Eleanore.

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—Tengo algunas cosas para ti también —dijo, entregándole un paquete a ella—. Te vamos explicar lo que son y cómo usarlos una vez que lleguemos

al sitio del intercambio.

—¿Nos vamos ahora?

Max asintió con la cabeza. —Quiero llegar temprano para que podamos

ver la disposición de la tierra.

Eleanore miró hacia la puerta, que estaba vacía, y se dio cuenta de que

Samael y Jason no habían entrado en el comedor.

—¿Dónde están…?

—Van a encontrarse con nosotros allí —le dijo Max. Luego se volvió

hacia el comedor y levantó su mano derecha. Su palma de la mano comenzó a brillar y un portal se arremolinaba a la vida dentro de la sala de estar—. Es hora de irse.

Abraxos, también conocido como el General Kevin Trenton, entrecerró los ojos en la parte trasera de la furgoneta delante de ellos. El neumático

trasero derecho había reventado sin previo aviso, y el conductor se estacionaba. Se había comunicado mucho a través de su radio.

Kevin dio su consentimiento y el conductor siguió su orden, pero al

General no le gustaba. No tenía ningún sentido. Las llantas de sus vehículos eran todas nuevas. Él y sus hombres eran muy buenos en atender a cada

pequeño detalle en cada operación. El neumático no debería haber volado. Ya sea que algo en el camino lo había causado o había un problema con su prisionero.

—Estaciona detrás de él —le ordenó a su propio conductor. Luego se volvió hacia los hombres en su espalda—. Mantengan sus armas apuntadas

en la furgoneta. Disparen a todo lo que sale de la parte trasera sin previo aviso. —Asintieron y sacaron sus armas.

Kevin esperó hasta que la camioneta paro completamente detrás de la

furgoneta. Luego sacó su propia pistola fragmento de la funda en su muslo y se bajó del vehículo. Esperó a que el conductor de la furgoneta delante de ellos saliera y entrara a la parte trasera, pero después de varios segundos, la

puerta del conductor aún no se había abierto.

Y luego, de repente, el motor de la camioneta fue acelerando. Los ojos

de Kevin se abrieron como platos cuando la rueda de vuelta brillaba y se rizaba, y luego estalló en una explosión rápida de la luz. Se tapó los ojos con el brazo y cuando, la luz disminuyó, vio que el neumático fue reparado

completamente como si nunca hubiera reventado.

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—Código rojo —gritó en el receptor de su radio y echó a correr hacia la camioneta. Sin embargo, la camioneta chilló hacia adelante, dejando sus

neumáticos humo negro a su paso antes de que pudiera llegar a ella. Kevin replicó a su propio vehículo y emitió la orden de seguir. En pocos segundos, el auto había regresando al tráfico y la camioneta negra de Kevin

iba a alta velocidad detrás de ella.

Uriel sabía que podía utilizar una de las puertas de la camioneta para

abrir un portal a la mansión ahora mismo si quisiera. Las esposas de metal extraño no estaban y que podía sentir el oleaje de su poder, además de los poderes de los hombres que había drenado, cada vez mayor en su interior.

Sin embargo, la apertura de un portal en medio de la noche y en medio de una interestatal era bastante peligroso, los seres humanos podrían resultar lastimados. Si lo hacía con un equipo de Adarians en su cola sería aún peor.

Porque sabía, que le seguirían derecho a través del portal y a la mansión.

Tanto como un vampiro y un arcángel, podía volar de allí, apostaba

qué por algunos de los Adarians podían volar también. Y le superaban en número casi diez a uno.

Así que Uriel hizo lo único en que podía pensar. Noqueó al conductor,

se puso al volante, y comenzó a conducir.

Él sabía que el general y sus hombres lo seguían. Con un poco de suerte, podría tirar del convoy del mal de la carretera hacia algún lugar más

privado. ¿Qué iba a hacer entonces?, no tenía ni idea, pero trabajaba en eso.

A ambos lados de la carretera, molinos de viento gigantes de metal

partían el cielo, girando más rápido que lo normal bajo la tormenta en construcción. El área de Dallas estaba llena de turbinas de viento, las copas de los mismos periódicamente se encendían en sincronizada iluminación roja

para mantener a los aviones que volaban bajo lejos de ellos. Él les dirigió una mirada y luego se volvió a la carretera. Y entonces se dio cuenta. Volvió a

mirar a las turbinas. Algunos giraban más rápido que otros. De hecho, parecían a exceso de velocidad un lado, como si estuviera acercándose al corazón de cualquier tormenta que se contruía en esta área.

Con un agarre determinado en el volante, Uriel giro la Van en esa dirección. A un kilómetro y medio el camino había una salida. Se desvió la derecha, mirando en el espejo retrovisor.

En ese momento, el SUV negro que seguía detrás de él viró la derecha y, al igual que otro SUV detrás de éste.

Uriel miró por el espejo. Le impresionaba que no le hubieran disparado todavía. Supuso que no querían matarlo. Kevin Trenton quería a su prisionero vivo, Uriel era el objeto de negociación para poner sus manos en

Eleanore. El pensamiento forzó los colmillos de Uriel a punto de estallar en su boca, pero esta vez tenía hambre de sangre de un hombre en particular.

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No importa, Uriel pensó sombríamente. Todo va a terminar pronto, de una manera u otra.

Él sabía a dónde iba ahora. Él sabía lo que esperaba al final de esta ruta donde cada vez más rápido giraban los molinos de viento. La tormenta que creció y se oscureció delante de él no era una tormenta normal. Nació de

la misma mujer cuya mágica lluvia había sanado sus heridas. Y fue esa mujer que lo impulsaba constantemente hacia ella ahora.

Uriel odió el hecho de llevar a los Adarians directamente hacia ella. Pero sabía que no estaría sola. Por lo menos, ella estaría con Samael. Con un poco de suerte, los hermanos de Uriel estarían allí también.

Y teniendo en cuenta que había nueve Adarians y un puñado de humanos armados detrás de él que harían lo necesario para atraparlo, le

gustaba esas probabilidades mucho mas que a las que se enfrentaba ahora mismo.

—Eres una mujer tempestuosa, Granger —murmuró entre dientes Gabriel, levanto la mirada para observar alrededor, la construcción de la

tempestad que les rodeaba—. ¿Puedes no controlar eso? —le preguntó, buscando de vuelta mirarla a los ojos.

Ella sacudió la cabeza. —Lo siento.

A su alrededor, los gigantes de metal se quejaron de su enojo por haber sido despertados. Por lo que respecta al ojo podía ver en todas direcciones,

altas estructuras de hoja blanca salpicaban el paisaje, el más alto llegaba a parpadear una advertencia de color rojo lento cada pocos segundos.

Desde la distancia, eran bastante hermosos, monumentos que giran lentamente con la ironía de que Texas era el número uno en el país por los avances de los recursos renovables.

De cerca, sin embargo, cada turbina era ominosa en su tamaño abrumador. Las bases de las estructuras eran de más de cincuenta metros de diámetro y, por lo que Eleanore había aprendido mientras vivía en Texas,

las turbinas de pie tenía más de doscientos cincuenta metros de altura.

Eso había asustado siempre a Eleanore. Sus hojas solas eran más

largos que camiones y tuvieron que ser transportadas individualmente por las carreteras interestatales, envueltos en lonas de protección hasta que llegaron a sus destinos y pudieron ser montadas. Se giraban muy lentamente

hacia abajo, lo que pomposamente, podría ser visto como como una amenaza para alguien tan pequeño como un humano de pie por debajo de ellas.

Ahora cortaban el aire mientras la oscuridad del cielo se volvió de color

amarillo-gris, con nubes de yunque y un rayo fue capturado por los pararrayos colocados a lo largo de los campos.

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—¿Cuánto tiempo tenemos? —le preguntó Miguel a Max, gritando un poco para hacerse oír por encima del viento de montaje.

—¡Diez minutos, más o menos! —Respondió Max—. Ahora reúnanse alrededor. —Un gesto de él a los demás para acercarse y así lo hicieron.

Todavía no había señal de Samael o cualquiera de la multitud de

siervos que trabajaban para él.

Eleanore se preguntó si realmente se presentarían como él había dicho

que lo harían.

—Bien, aquí está lo que sabemos —comenzó Max—. El Adarian puede llegar a ser invisible, algunas pueden volar, y de acuerdo a Lilith, tienen una

serie de habilidades que pueden utilizar a largo plazo. —Hizo una pausa por un momento, miró su reloj, y luego continuó—: Por esa razón, son tan peligrosos a distancia, como estando cerca, si no más. Tenemos que llegar

dentro de su espacio personal y derribarlos con fuerza —dijo Max.

Fue surrealista para Eleanore ver el hombre en tal instrucción. Estaba

acostumbrada a verlo con gafas y un traje de tres piezas. Ahora, sin embargo, se vestía con pantalones de fajina y una camiseta ceñida y ella pudo ver que en realidad era bastante construido. Vagamente le recordó a

Daniel Jackson40 de Stargate, sacado de la biblioteca y colocado en el campo de batalla. No sonaba como un agente de una celebridad, su voz sonaba como un taladrador sargento, pero sin todos los juramentos ridículos.

Max se volvió hacia ella y luego le sujetó con una mirada dura. —Ellie, necesito que permanezcas oculta. En el momento en que

pongan sus manos sobre ti, nuestra lucha ha terminado.

La alarma le atravesó. —Pero, ¿Qué pasa con Uriel? —preguntó.

—Déjalo para nosotros —dijo Miguel con firmeza.

Un rayo cayó sobre una varilla en algún lugar muy cerca y todos ellos se agacharon un poco, por reflejo, y se estremecieron bajo los truenos en

pleno auge.

Max se enderezó y puso una mano sobre el hombro de Eleanore. —Trata de controlar tus miedos, Eleanore —dijo.

—No estas sin recursos. En la bolsa, encontrarás las granadas, una pistola automática, pistolas de aire comprimido de polvo de oro, y tres bolsas separadas de polvo de oro en sí —asintió—. Es por eso que es tan pesada.

Eleanore asintió con comprensión, a pesar de que su estómago parecía tener muchos nudos ese día.

40 Es un personaje del universo Stargate. Aparece por primera vez en la novela, y en

la película es interpretado por James Spader. Posteriormente es uno de los protagonistas de la serie Stargate SG-1, interpretado esta vez por el actor canadiense Miguel Shanks.

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Temía de qué si Kevin no la veía de inmediato, acabara de matar a Uriel.

Recuerda mi promesa, pequeña.

Eleanore miró a Azrael, capturando su mirada de oro. Él prometió que traería de vuelta Uriel con vida. Se miraron el uno al otro por un momento y

luego asintió. De alguna manera, le creía.

—Hemos venido con una salvaguardia final para ti, Ellie, aunque

esperamos que no lo necesites —dijo Max entonces.

—¿Qué es?

—Armadura. Más o menos.

Max sacó un pequeño frasco de lo que parecía loción brillante de su mochila. —Pon esto en tus brazos y cuello. Es incrustado con oro en polvo y debe actuar como un repelente de todo tipo si alguno de ellos se acerca a ti lo

suficiente como para tocarte.

Eleanore tomó el frasco y se quitó su sudadera con capucha. Quitó la

tapa del recipiente pequeño y no perdió tiempo en verter la solución en sus manos y después extenderlo sobre la piel expuesta.

—Luces bien chica —dijo

Gabriel. Le guiñó un ojo. Ella se sonrojó y volvió a mirar su piel para ver que brillaba un poco con un resplandor que le recordaba a una especie de bronceado exótico. En realidad, era más bien atractivo. Ella deseaba tener

unas cuantas botellas de eso en su apartamento. Una vez que terminó, le entregó el vial de nuevo a Max y se colocó su sudadera con capucha de

nuevo. La lluvia comenzaba a caer ahora y hacía frío.

Max se volvió a Miguel y estaba a punto de decir algo cuando el sonido de los neumáticos chirriando en los oídos sobre la grieta distante del trueno

y la cada vez más constante lluvia que caía. Se volvieron a ver luces en la distancia, tres pares.

—Mierda —murmuró Miguel.

El tiempo se había acabado oficialmente.

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24 Traducido por ♥...Luisa...♥ / Mimu_14

Corregido por Panchys

os arcángeles habían estado alrededor por un tiempo, y Eleanore

estaba segura de que cuando las balas comenzaron a volar unos segundos atrás, todos sabían, instintivamente, lo que debían

hacer. Pero Ellie era nueva en el trauma de recibir un disparo, aparte de su

aterrorizante experiencia en la gala, no tenía experiencia en campos de batalla.

Cuando una ametralladora, que sólo podía asumir era como el fragmento de armas de las que Lilith les había dicho, comenzó a tirar agujeros extraños parecidos a una piedra dentro del lodo delante de ellos,

ella gritó. Era natural. No habían tenido tiempo para esconderse antes de que el ataque cayese sobre ellos. Todos peleaban y el mundo era un caos

intermitente de chispas de pólvora y relámpagos y gritos y truenos.

Alguien puso una mano firme sobre su cabeza y la empujó al suelo, girando su cuerpo encima de ella.

Le gritó algún tipo de declaración a otra persona, aunque el sonido se perdió en sus oídos cuando un rayo impactó en una turbina cercana, agrietando sus tímpanos con un trueno que fue seguido de cerca por el

gemido extraño y siniestro de metal pulido. Trató de darse vuelta y levantar la mirada, pero alguien pesado se encontraba encima de ella. Entonces, esa

persona la levantó por la muñeca en un agarre firme como si estuviera usando grilletes.

Ella se dio la vuelta y de forma totalmente inesperada, estuvo en el

aire. Trató de gritar, pero el sonido se quedó en su garganta. Se quedó sola unos pocos segundos en el aire antes de que cayera una vez más al suelo y

rodara.

Una vez más, un cuerpo estaba encima de ella, y el sonido de las balas impactando contra el metal la obligó a cerrar bien sus ojos. El cuerpo encima

de ella se movió por segunda vez obligándola a elevarse junto con él. Después, Ellie fue empujada hacia una furgoneta blanca sin ventanas. Tropezó y fue atrapada. Se tranquilizó y se enderezó de nuevo, corriendo a lo

largo, casi violentamente hasta que, finalmente, cayó en la tierra espinosa y áspera detrás del vehículo parado. Periféricamente, se dio cuenta de que

tenía cuatro ruedas pinchadas.

L

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—¡Ellie!—Alguien silbó la palabra en su oído, levantándola otra vez hasta que ella estuvo sentada. Él sostuvo su cabeza en sus manos para que

ella lo mirara a los ojos.

Eran verdes.

—Ellie, ¿te encuentras bien?

Eleanore lo miró fijamente, no muy segura de creer lo que veía. —¿Uriel?

—Soy yo, Ellie. —Sonrió, mostrando aquellos brillantes colmillos suyos, y frotando su mejilla con el pulgar—. Te voy a sacara ahora mismo de aquí.

Él quito su mano de su cara y se levantó, tomándola por la parte superior del brazo. La sacudió un reflejo y le agarró la mano. —¡No nos podemos ir! —Debía estar loca para pensar lo que pensaba, pero ahí estaba.

No se podía irse en medio de la batalla, debía quedarse a curar a aquellos que fueran heridos. Max y los hermanos de Uriel se encontraban allí. Tenía

que ayudar.

Pero en un movimiento tan completamente inesperado que hizo jadear a Eleanore, Uriel tiró su mano fuera de su agarre y el dolor brilló en sus ojos

verdes.

Ellie miró su mano para encontrar quemaduras con ampollas de color rojo oscuro y con bandas de huellas dactilares alrededor de sus bordes.

… el oro es corrosivo para ellos…

—Oh, Dios mío… —susurró, recordando la loción rociada de oro que se

había aplicado.

—Lo siento, encanto —susurró Uriel, regresando su atención devuelta a su rostro. Él extendió la mano como un rayo y le agarro de la parte

superior de su brazo, cubriéndola con su capucha—. Dios no está aquí. —Su mirada se endureció, yendo del verde al azul en un latido de tiempo.

Eleanore reconoció esos ojos. Incluso después de diez años, conocía la apuesta mirada de Kevin Trenton como si fuera ayer cuando se había observado en ellos. No era Uriel sosteniéndola en absoluto. Lilith había dicho

que los Adarians podían cambiar de forma. Este era Kevin.

La lluvia comenzaba a caer ahora, y esto hizo que el apretón de Uriel en su enemigo fuera escurridizo. A través del contacto que tenía en la

garganta del arcángel, sentía oleadas de gran poder, todavía sin explotar.

Uriel se había alimentado tres veces mas esa noche y la lluvia de Eleanore lo había sanado. Sin embargo, no estaba seguro de que podría

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sobrevivir a un ataque general, y mucho menos ponerse a él y a Eleanore a salvo.

Tenía la esperanza de tener más tiempo para planear un escape. Pero tan pronto como había comenzado a conducir esa camioneta a través del vacío valle, recorriendo el espacio entre él y sus hermanos, empezaron los

disparos.

No pasó mucho tiempo antes de que descubriera que los primeros

arcángeles trataban de impedir su avance hacia el otro lado. En segundos, él perdió las cuatro ruedas y, por ultimo, el control del vehículo.

Se estrelló en las aberturas y abrió la puerta para caer en el suelo por

debajo de las balas que se desplegaron a través del improvisado campo de batalla. La explosión de una pistola le golpeó en la pierna, comenzando a solidificar el músculo de su pantorrilla y rodilla, y luego la sangre del Adarian

que él había tomado lo golpeó invirtiendo el proceso.

Se las arregló para poner los pies debajo de él una vez más y empezó a

correr hacia sus hermanos cuando fue derribado al suelo, rodando por encima de uno de los hombres del general. El arcángel que lo abordó era uno de los hombres que lo habían torturado en su celda. Lo reconoció de

inmediato, no sólo por sus características, sino por el hecho de que el enemigo arcángel de inmediato comenzó a formar horribles imágenes mentales en la mente de Uriel.

Uriel emprendió el camino con velocidad vampírica y literalmente arranco la garganta del hombre. El esófago del hombre se abrió con un

sonido sibilante y la sangre fue rociada con una exuberante, enorme presión, casi recubriendo a Uriel. Se las arregló para esquivar y rodar, evitando el desastre sangriento, y cuando miró por encima de su hombro, fue para

encontrar al arcángel tumbado hacia adelante sobre su rostro en el suelo embarrado de sangre. El Adarian no se movía y ya no respiraba.

Simplemente quedó allí y murió desangrado.

Pueden ser asesinados por otros arcángeles, Uriel se dio cuenta de esto al escuchar el corazón del hombre titubear y detenerse.

Otra bala encontró el hombro de Uriel e hizo una mueca ante el duro dolor como una roca extendiéndose. Pero, también, cedió y retrocedió, una

vez más, dejando su carne normal en el extremo. Se puso de pie y se dirigió a sus hermanos por segunda vez, usando los reflejos de vampiro para medio dispersar el polvo de color verde y esquivar las balas que volaban por debajo

en ambas direcciones.

Mas adelante, Uriel pudo distinguir la silueta trazada en el fuego de dos hombres altos y con anchos hombros. Oyó su nombre gritado por el

viento. En unos pocos segundos y dos impactos de explosión después, atravesó el espacio entre ellos y fue empujado al suelo detrás de una base de

la turbina junto a Gabriel.

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—¿Dónde está Eleanore? —gritó Gabriel, la expresión de su rostro era una mezcla cruda de confusión, miedo, furia y dolor.

El corazón de Uriel subió a su garganta y se quedó allí. Sin perder tiempo investigó en la mente de su hermano, y Gabriel voluntariamente lo dejó entrar. Fue en unos pocos latidos que Uriel descubrió que sus hermanos

pensaron que ya lo habían saludado, aunque de forma rápida y en medio del fuego hostil, y lo habían visto sacar a Eleanore de la pelea. Al parecer, Uriel,

o algún ser que pensaban que era Uriel, la había agarrado, gritado un breve adiós a los demás, y llevado a los cielos. Gabriel se sintió totalmente desconcertado al ver que Uriel regresaba, y sin Eleanore.

Kevin Trenton, Uriel pensó fríamente. El arcángel tenía la capacidad de cambiar de forma.

Una vez más, él estuvo arriba y en movimiento. Esta vez, disparó hacia el cielo y se evaporó en la niebla verde, con eficacia, evitando todos y cada uno de los tiros. Fue más difícil maniobrar así, sobre todo en la tormenta que

Eleanore había causado a su alrededor. El viento sacudió sus partículas, separándolas hasta que esto le tomó casi demasiada concentración para mantenerlas juntas. Y fue más difícil de ver. Era una visión de la mente y no

de los ojos, todo era una sombra, y era como ver las impresiones en lugar de los seres en tres dimensiones.

Sin embargo, estaba decidido.

La encontró abajo, al lado de la camioneta blanca, de pie, con Trenton, quien se disfrazaba del mismo Uriel. Se dirigía hacia ella como si ella fuera

un salvavidas y él se estuviera ahogando.

Aterrizó en el lado opuesto de la camioneta y dio la vuelta para

enfrentarse a ella y a Trenton cara a cara. El general la sostuvo rápidamente, atravesándola con una malvada mirada azul.

—Dios no está aquí —dijo.

—No —susurró Uriel, llamando su atención—. Pero yo si.

Kevin le enseñó los dientes con rabia, tiró bruscamente a Ellie a un lado, y se preparó cuando Uriel embistió directamente hacia él. Un rayo

golpeó una vez más en algo cercano y chispas de fuego se desplegaron en el cielo nocturno por encima de ellos mientras él y Kevin se reunieron en el

combate.

Uriel podía oír el sonido horrible del metal, crujiendo y doblándose y sabía que el último rayo había causado un daño grave a una turbina

cercana. Pero fue una comprensión pasajera y dejándola en segundo plano siguió en la batalla. Kevin y él peleaban de una manera en la que nunca había peleado con otro ser. Esto era más que la venganza, que, en sí mismo,

se merecía. Esto era más que celos, el instinto de conservación, y el amor.

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Esto era el odio, en su máxima expresión, en su núcleo, llenando su cuerpo más allá de todo sentimiento de dolor, sonido o vista.

La cara de Trenton se transformó ante los ojos de Uriel, tomando sus propios familiares, atractivos y odiados rasgos.

—No puedes ganar, Uriel —gruñó Kevin directamente a través de sus

dientes blancos y apretados—. Te sobrepasan en número. —Hizo una mueca y gruñó cuando Uriel los golpeó a ambos en la plataforma de cemento de una

turbina—. Dos de tus hermanos ya han caído. El tercero, los seguirá en poco tiempo. —Debió haber sido difícil para él hablar a través del limitado suministro de aire que el apretón de Uriel alrededor de su cuello le permitía.

Pero se las arregló, quizás impulsado por el mismo tipo de odio que alimentaba a su atacante.

Uriel sabía lo que hacía Trenton. Si decía la verdad o no, sus palabras

eran una distracción, una advertencia destinada a retardar a Uriel, para darle una pausa, y volverlo inseguro.

Junto a ellos, un aspa de la turbina dañada cayó y su impacto sacudió la tierra y mandó lodo volando en el aire. Uriel pagó por no prestar atención. Nada podría haberle disuadido de lo que iba a hacer a continuación.

Cura esto, Uriel le escupió a Kevin a través de una forzada conexión mental. Luego se echó hacia atrás, intentando arrancar la garganta del

hombre como lo había hecho el otro soldado. Pero antes de que su brazo bajara a su marca, fue agarrado por un par de manos fuertes, y tirado hacia atrás, obligaron a Uriel a perder el control y caer.

Era un rostro que no reconoció el que apareció a su izquierda, y era un poder que no había encontrado hasta ahora estrellándose contra él como un

muro de ladrillo invisible, levantándolo y enviándolo con una fuerza aplastante al pie de la misma turbina que había perdido su aspa. Acero reforzado y concreto gimieron ante el impacto, Curvándose en la estropeada

abolladura, donde el cuerpo de Uriel había impactado. Allá arriba, las dos restantes turbinas se inclinaron sobre su eje y empezaron a rasguñar su tronco, eliminando su correcta alineación. Esto disparo chispas de calor en la

noche, el grito de metal raspado sonó como un tren descarrilado.

La turbina se va a caer, pensó Uriel, cuando el soldado que lo había

atacado lo golpeó con su muro de fuerza solida, una vez más. Esta vez, el campo invisible golpeó a Uriel más lejos en el tronco de la turbina, aplastándolo con una fuerza inmensa, implacable. Detrás de él, la turbina

gritó de agonía y se torció. Uriel la sintió ceder, ondulándose sobre él como una enorme flor marchita de metal.

Sabía que se encontraba atrapado. Trató de evaporarse en una niebla verde, pero no pudo. Trató de usar la telequinesis para enderezar la gigante turbina, y de nuevo fracasó. Era como si el campo de fuerza que lo mantenía

en su lugar también atrapara sus poderes dentro de su cuerpo. Al igual que

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un brazalete de unión, pero más grande. E invisible. Y controlado por el enemigo.

No podía ir a ninguna parte, mientras el metal gigante encima de él estuviera doblado sobre si mismo y comenzando su inquietante descenso hacia el suelo.

Cuando Eleanore miró desde el suelo al lado de la camioneta blanca, encontró a dos Uriel luchando en un combate cuerpo a cuerpo, un nuevo tipo de terror se apoderó de ella. Quería ayudar al verdadero Uriel, pero fue

incapaz de hacerlo.

Y después, la turbina por encima de ellos fue golpeada con un rayo, dejó de girar por completo y empezó a sonar de una manera completamente

nueva y mala.

Los miró más detenidamente, la atención de sus ojos muy abiertos

atrapada en el aspa, ya que se resistió, bajó un poco, y comenzó a rasgar su marco donde se atornillaba en el tallo de la turbina, a doscientos cincuenta metros de altura. El sonido fue horrible. Era como se imaginaba que debía

sonar un accidente de avión, la agonía de cuatro motores y trecientas personas.

Giró en el lugar y comenzó a correr justo cuando el aspa se rasgo libre

de sus tornillos y soldadura y comenzó su descenso extraño, lento hacia abajo, hacia la tierra. Supo que iba a aplastar todo lo que estuviera debajo de

ella. Tenía que salir del camino, pero era como si estuviera flotando en el agua, se movía en cámara lenta, perezosamente a través de una densa atmósfera.

Detrás de ella, el aspa de la turbina golpeó y sacudió la tierra. Hubo más ruido terrible, el desgarramiento de más metal y el sonido de algo

aplastado, y luego un rayo cayó en varios lugares a su alrededor y Eleanore se arrojó al suelo y se cubrió la cabeza.

Ahora le zumbaban los oídos, le dolía el pecho, y no había más ningún

sentido en el mundo. En algún lugar de su carrera loca de aquí para allá y viceversa, ella había dejado caer su mochila llena de armas de oro. Literalmente, no tenía idea de qué hacer o dónde ir.

Y luego Eleanore sintió brazos deslizándose alrededor de ella, con una seguridad apacible de una manera extraña, a pesar de su fuerza. Descubrió

su cabeza y se dio la vuelta mientras fue levantada una vez más fuera de la tierra.

Los ojos gris tormenta de Samael no eran de su carbón normal. Estos

eran platino y crudamente resplandecientes en los planos de su hermosa cara angelical. Detrás de él, la oscuridad se movió. La mirada fija de Eleanore

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viajó a las sombras más allá de Samael. Le tomó unos pocos segundos, para que su visión se ajustara, y cuando lo hizo, se encontró mirando a una

escena sacada de una dantesca versión del apocalipsis.

Las filas de jinetes negros con armaduras sentados a horcajadas sobre negros sementales que pateaban la tierra, provocando que las chispas

volaran dónde sus pezuñas rasparon el suelo. Había docenas de ellos. Un caballo resopló y el fuego disparo desde sus fosas nasales. Otro relinchó, y el

fuego surgió detrás de sus labios amordazados.

Largas espadas enfundadas en cuero negro colgaban de las cinturas y espaldas de los jinetes. De los espacios en sus mascaras negras de metal,

sus ojos brillantes de color rojo miraron a través de la oscuridad y se fijaron en Eleanore en el lugar.

No son humanos, pensó aturdida. Monstruos. Los demonios. Jinetes Oscuros…

—Se acabó, Ellie —dijo Samael. Volvió su atención hacia él y supo que

comandaba el extraño y oscuro ejercito detrás de él. Ellos esperaban que emitiera órdenes—. Uriel y los demás están tan bien como perdidos —añadió, su resplandeciente mirada implacable—. Ven conmigo. Te voy a sacar de

aquí.

Eleanore negó con la cabeza.

Los caballos detrás de Samael pateaban con impaciencia el suelo. El aire se sentía pesado y los sonidos de los truenos y el fuego y el metal gimiendo fueron ahogados por un pitido en sus oídos.

—Sí —insistió silenciosamente Samael.

Una vez más, ella negó con la cabeza. Su corazón se sentía como el

plomo en su pecho. Su estómago se sentía vacío y sin fondo y estaba bastante segura de que su alma se había deslizado a través del agujero de que se extendía dentro de ella que conducía, sin duda, al infierno.

—N-no —murmuró, incapaz de pensar en nada más que decir. No podía imaginar la muerte de Uriel. No podía imaginar perder a sus hermanos. Ella simplemente no podía imaginarlo, tal vez, simplemente no quería.

Pero la expresión de Samael le dijo todo lo que necesitaba saber. Era a la vez triunfante y arrepentido, triste y victorioso. Había una firme resolución

en el conjunto de sus labios, y era igualado por el implacable control que tenía sobre sus brazos.

—Pero aquellos jinetes… —susurró Eleanore—, ¡puedes usarlos, hacer

que ayuden!

Samael negó con la cabeza. Así lo hizo, una vez, y un pánico muy real floreció en su interior. En ese momento, vio que el resto de su vida se

extendía ante ella. Caminó sola por los pasillos de la mansión infinita de

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Samael, pero por los breves momentos que ella misma se prostituyó hacia El Caído y sus egoístas deseos. Su reina. Su concubina.

Ella vio una lápida en la noche, sin fecha y estéril, pero para un único nombre, antiguo. Y sabía que nunca volvería a pronunciar ese nombre en serio o en la lujuria o la exasperación de nuevo.

Porque él iba a morir.

A menos que…

—No. —Eleanore pronunció la palabra otra vez, esta vez con convicción—. ¡No!

Ella se tiró fuera del agarre de Samael y el relámpago partió el cielo por

encima de ellos, tan cerca que sus cabellos se erizaban y el aire alrededor de ella crujió amenazadoramente. Ellie jadeó y se agachó, y en un impulso, atascó sus manos en los bolsillos de su sudadera con capucha. Sus dedos

rozaron el frio y liso oro.

Sin pensarlo, se lanzó hacia delante, empujando su cuerpo contra el de

Samael. Él no esperaba el extraño movimiento, y su respuesta instintiva fue envolver sus brazos con fuerza alrededor de ella. Eleanore tiró la pulsera de su bolsillo, se volvió en su abrazo, y luego cerró la pulsera abajo en su

muñeca izquierda. La banda de oro resplandecía, brillante, y fundida, ahora cerrada seguramente en su lugar.

Samael se apartó y bajo la mirada, a la pulsera. Eleanore lo miró, sin

aliento, esperando a ver qué iba a hacer. Esperaba que la golpeara, y se puso tensa para el ataque.

Pero Samael le sorprendió. En su lugar, volvió sus brazos por encima para ver el brillo del oro bajo los destellos de la sobrecarga de un rayo. Y luego sonrió. Era una sonrisa triste y algo secreta.

Eleanore no tenía idea de lo que significaba y no le importaba. No perdió más tiempo. —Sálvalos, Samael, o nunca te quitaré la pulsera y

estarás atascado sin tus poderes para siempre —dijo entre dientes. No era una amenaza vacía. Si Uriel moría, a ella no le importaría lo que pasara con Samael. No le importaría lo que ocurriera a nadie.

Samael la miró y el fuego de platino en su mirada se apagó. —Continuas impresionándome, Eleanore —dijo. Sorprendentemente, oyó su voz una vez más sobre la cacofonía de la batalla—. Sin embargo, me

pregunto, ¿qué esperas que haga en favor de Uriel si no puedo usar mis poderes?

—¡Tienes un ejército de… no lo sé… Jinetes Oscuros detrás de ti! —gritó con enojo—. ¡Diles que ataquen!

Samael la miró largo y tendido. Parecía reflexionar sobre algo y

Eleanore sintió el tiempo salir de su alcance. Su carácter llameo. —¡Ahora, maldita sea! —gritó de nuevo.

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En ese momento, la sonrisa de Samael se ensanchó, extendiéndose en una sonrisa blanca. Bajó su brazo, y con gracia lenta y casual, se volvió para

hacer frente a los jinetes detrás de él.

Voy a morir, pensó Uriel.

No era la primera vez en esa semana que había pensado tal cosa. Pero

esta vez era con un desagradable añadido de un miedo amargo y fuerte en la lengua. Sabía que esta particular muerte de seguro iba a doler. Era seguro que sería lenta. Sería aplastado hasta la muerte, ¿podría incluso morir un

vampiro de tal manera? ¿O descansaría allí, muriendo y despertando y muriendo y despertando, una y otra vez en un giro eterno de agonía?

El campo de fuerza fue implacable, el arcángel que lo inmovilizó lo miró a través de una nube de odio. Uriel no tenía ninguna esperanza de salir de esto, y la turbina se inclinaba a baja altura sobre él, empujándolo

lentamente, sin descanso en la plataforma de hormigón sobre la que se puso de pie. Cerró los ojos en contra de su triste suerte, deseando desesperadamente a Eleanore y su cercanía y su toque sanador más de lo

que había deseado alguna vez en su vida.

Por tercera vez en los últimos segundos, Uriel trató de desintegrarse en

la niebla, pero sin éxito. El poder del soldado de arcángel mantuvo la forma de Uriel unido, obligándolo a permanecer en su estado sólido, lleno de dolor.

Uriel apretó los dientes, mientras sus músculos gritaban.

Y luego, de repente, la turbina se detuvo en su marcha hacia abajo, gimiendo hasta detenerse de mala gana, incluso las piernas de Uriel

comenzaron a ceder.

Uriel abrió los ojos y contempló la noche frente a él para encontrar una escena muy cambiada desde la que había mirado sólo unos segundos antes.

El soldado arcángel que lo encerró en su lugar contra la turbina se encontraba bajo el mismo ataque. Imposible que fuera, Uriel vio como un jinete negro, blindado en una montura igualmente de tono negro abrió una

espada que brillaba con el azul-negro fuego. El soldado se agachó, rodó y se puso de pie, evitando una mirada a Uriel y tratando de mantener el campo de

fuerza el tiempo suficiente para que pueda hacer su trabajo y matarlo.

Pero incluso mientras lo hacía, Uriel podía sentir el deslizamiento de la barrera. Y, al mismo tiempo, la turbina no seguía cayendo.

Uriel escaneó la zona y abrió los ojos. Eleanore descansaba sobre sus rodillas a varios metros de distancia, con la cabeza gacha, los ojos cerrados. Era obvio que se concentraba con mucha fuerza. Y todo su cuerpo brillaba

con una luz blanca extraña y hermosa.

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No podía aguantar mucho más. Se sentía como Enterprise después de

una pelea horrible con los Romulans, hasta la última gota de su energía y combustible y la fuerza utilizada y salió disparado a algún enemigo astuto, peligroso. Y sin embargo, siguió adelante. Como lo había hecho en la calle

cuando aquellos coches se habían estrellado hace unos días, sacó fuerzas de su propio cuerpo ahora. Fue socavado de sus músculos, de su médula ósea,

de su sangre.

Con cada latido del corazón que pasaba, se sentía un poco enferma y un poco más cerca de la muerte. Pero la alternativa era demasiado horrible

como para permitirlo. No podía vivir, mientras que Uriel era aplastado por todo ese metal. Como ser tragado por el océano o aplastado sobre concreto o

aplastado por un tren de carga.

No.

Tan pronto como Samael había dejado su compañía para comandar

sus tropas bizarras y totalmente de apariencia malvadas en una manifestación contra los Adarians, Eleanore se había dado cuenta del sonido de una turbina al caer. Ella había ido hacia el sonido, corriendo hacer

retroceder a la turbina al lado de la camioneta blanca que ya había perdido su lámina.

El molino de viento masivo se inclinaba sobre sí mismo, aplastando una forma inmóvil debajo de él.

Uriel.

Eleanore no le había dado el pensamiento. Ella simplemente se apresuró hacia él y comenzó a usar sus poderes una vez más en un intento

por detener la turbina de caer más lejos en la forma atrapada de Uriel.

Y ahora, aquí se encontraba ella. Muriendo. Estaba segura de ello. El momento había pasado de largo cuando tomó y utilizó la última de sus

reservas de energía y la convirtió en telequinesis. No quedaba nada dentro de ella de donde sacar.

Se sentía ligera como el aire, donde se arrodilló en el suelo. Se sentía entumecida y sin peso y vacía, como un globo de helio. Una parte de ella se preguntaba si iba a empezar a flotar en el viento.

Pero el resto de ella aun se centraba en esa turbina y el hombre atrapado debajo de ella.

Su amor. Su vida. La otra mitad de su alma.

Fue mientras ella se agachó en el suelo húmedo, que descubrió qué no había otro hombre en el mundo que podría hacerla sentir como él. Y ningún

otro hombre en el mundo se preocupaba por ella como él lo hacía. La había reconocido a la vista. La rescató de la multitud en las calles. Él la llevo volando sobre el Océano Pacífico.

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Moriría por ella. Ella lo sabía.

Y al final, Eleanore simplemente no podría vivir sabiendo que tendría

que seguir sin él. Si iba a morir por ella, entonces ella iba a morir por él también.

Que así fuera.

Sin entender, de donde la fuerza venía, Eleanore detuvo la turbina en su arco hacia abajo. Sintió una nueva conmoción removiendo alrededor de

ella, el cuerpo de ligero y entumecido en que ahora habitada apenas importaba. Se preocupó solamente de salvar a Uriel. Nada más importaba.

Alas, Uriel pensó con asombro. Dios mío, son alas…

Detrás del cuerpo resplandeciente de Eleanore, dos formas blanquecinas azuladas habían comenzado a tomar brillante forma. Eran

débiles y transparentes, recordando a la post-imagen brillante del flash de una cámara. O fantasmas.

Pero mientras Uriel balanceó sus piernas debajo de él y trató una vez

más evaporarse en la niebla para finalmente poder escapar, miró el cambio de sombras azul de Eleanore. Se solidificaron y oscurecieron, tomando un cariz que reflejaba los destellos de los rayos por encima de la misma manera

como su pelo negro hasta que al fin, la Arco dio la medianoche negra, alas de gasa, perfectamente dobladas a la espalda. Eran tan grandes, que Uriel podía

imaginarlas estirándose por lo menos dos metros en cualquier dirección cuando están extendidas.

El soldado arcángel que lo había atrapado de repente se congeló, y la

turbina tiró con rabia hacia arriba, lo que permitió a Uriel liberarse. La flor de metal poderoso gritó su rabia por no poder morir, y él sabía que era Ellie

salvándolo. Eleanore Granger, la Arco que ahora brillaba de manera extraña en la noche con cicatrices de un rayo y llevaba alas muy reales, muy físicas de una mítica arcángel.

Ellie.

Una vez que Uriel estuvo lejos de la plataforma de cemento del molino de viento, corrió hacia su alma gemela, sabiendo solamente que tenía que

sostenerla, que él tenía que sentirla en sus brazos, real e inimaginable y preciosa.

Llegó a ella en el espacio de una milésima de segundo y se arrodilló, doblando las rodillas ante ella en reverencia. Pero cuando llegó a tirar de ella hacia él, deslizó sus brazos a través de su forma, como si ella no estuviera

allí.

Parpadeó, negándose a aceptar lo que había sucedido, y lo intentó de nuevo. Y de nuevo, se movió a través de ella.

—Ellie —se atragantó, tratando de doblar el dedo debajo de su barbilla. No había nada allí para tocar. Ella era visible, pero intangible, y cuando ella

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levantó la cabeza para mirar a sus ojos, se encontró ahogándose en piscinas de forma inhumana de un brillante azul índigo.

Estás a salvo, ella pensó en su cabeza.

Luchó contra la locura que arañó en su cerebro y la angustia que se deslizó hasta su corazón.

Sí, le dijo con firmeza. Tú me salvaste.

Traté. Ella sonrió. Pero fue una sonrisa agotada, pálida y débil y se

había ido tan rápido como había llegado.

Uriel conocía entonces la desesperación, y se dio cuenta de que jamás

la había conocido antes.

No me dejes, le dijo. Le suplicó. Te quiero, Ellie. Por favor, no me dejes.

Eleanore era tan pálida como la luna. Sus labios se separaron y Uriel

esperó en lo que juró sería uno de sus últimos suspiros, para escuchar sus palabras.

A la vez, dos voces lo alcanzaron, una en su mente, la otra en voz alta. Juntas, suavemente dijo: —Te quiero, también.

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Avenger's Angel

Heather Killough-Walden

25 Traducido por Gaby828

Corregido por Panchys

a mente de Uriel se rebeló, su corazón se partió en dos. No.

—No, Ellie…

Cuando se acercó por tercera vez para tratar de tirar de ella a sus

brazos con la dolorosa y adormecedora desesperación que sentía, fue para descubrir que no solo ella era informe y etérea, también lo era él.

Sus dedos se arrastraron a través de su esencia, dejando las corrientes de su propia firma molecular, que así lo hicieron. Se disolvía, al parecer, rompiéndose en fragmentos de lo que era y disipándose en la sopa de la

sustancia brillante que alguna vez fue Ellie Granger.

Él levantó la mirada para capturar sus ojos brillantes. Su mirada de alivio desapareció y fue remplazada por una de confusión.

—¿Que esta pasando? —preguntó ella, mirando a su cuerpo evaporándose rápidamente. Él podía sentir su angustia. Ella acababa de

salvarlo, y ahora se evaporaba ante a sus ojos.

Era inquietante para él también, pero no tanto como, quizá, debería haber sido. Porque algo en su mente, parecía... recordarlo. Hacer clic en un

lugar.

A medida que su mundo fundido a su alrededor y el resto del universo

comenzó a parecer cada vez más irreal, Uriel se dio cuenta que no se sentía asustado. Se suponía que iba suceder.

Había estado esperando por esto por dos mil años.

—¿Uriel? —Fue ese susurro haciéndose eco otra vez. Hueco y resonante.

—Cierra los ojos Eleanore —le dijo suavemente.

Ella frunció el ceño. Sin embargo, él esbozó una sonrisa tranquilizadora y asintió con la cabeza. —Confía en mí —dijo—. Cierra los

ojos.

Ella lo hizo. Sus párpados etéreos apenas apagaron el resplandor blanco azulado de sus ojos de otro mundo.

Luego él cerró los suyos, y espero. Y espero...

L

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—Ahora ábrelos, Ellie.

En la apagada oscuridad negra y blanca que la envolvía, Eleanore se

dio cuenta de que el mundo alrededor de ellos había quedado en silencio. Era la clase de silencio que invade en una mañana de nieve, sordo y absoluto. Sabía que ya no se encontraba en un campo de batalla en Texas en medio de

gigantes ángeles caídos petrificados. No había tormenta. No había nada.

Si no hubiera escuchado la voz de Uriel, habría pensado que estaba

realmente sola. Pero él le dijo que abriera los ojos y los abrió para mirar a través del hombre que amaba.

Era sólido, una vez más y en la espalda había un par de alas diferentes

a cualquiera que jamás hubiera imaginado. Eran negras, teñidas de verde, la forma de las plumas de un cuervo estaban tintados en azul. Eran enormes. Hermosas. Impresionantes.

Como su sonrisa.

—¿Uriel? —dijo, mas para poner a prueba su voz y el sonido que por

cualquier otra cosa.

Se echo a reír suavemente. —¿Estas bien? —preguntó, al fin ahuecando su mejilla con la mano. Su tacto era cálido ahora, sólido. La

llenaba de paz y seguridad al instante.

—Estoy bien —sonrió—. Lindas alas.

—Las tuyas no están tan mal tampoco —dijo, sus ojos color esmeralda

brillante. Coincidían con sus alas, se dio cuenta. Perfectamente—. ¿Dónde estamos?

—En ningún lugar —dijo. Después miró a ambos lados de él, a la pared de niebla blanca que los abarca—. No al menos de momento. —Miró a su vez—. Creo que nos están dando una opción.

—¿Qué clase de elección?

—De dejar la tierra, o quedarnos.

Eleanore lo considero por un momento. —¿Quieres decir que podemos… —vaciló, como si decir en voz alta de alguna manera haría

diferente la experiencia—, podemos morir e ir a donde se supone la gente va

cuando muere… o podemos volver a la forma en que estábamos antes?

Uriel asintió con la cabeza, frotando el dedo pulgar contra su mejilla.

El gesto era tan tierno, ella cerró los ojos otra vez sólo para disfrutarlo.

—¿Qué pasa con nuestras alas? —preguntó ella, con los ojos todavía

cerrados. No estaba segura de por qué había preguntado tal cosa. No había filtro entre su cerebro y su lengua en ese momento, y le gustaban las alas. Se sentía natural.

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Volvió a reír, un sonido suave y fácil. —Honestamente, no tengo idea. A mi como que me gustan también.

Ella abrió los ojos cuando sintió los dedos cepillar a lo largo de la parte superior de sus plumas de color negro azulado. Si alguien le pidiera que explique lo que se siente al tener una persona tocando sus alas, no sería

capaz de hacerlo. Era como pedirle a una sirena describir sus piernas.

Pero se sentía bien. Se estremeció.

—Coincide con tus ojos —agregó.

Ella se inclinó hacia él y miró sus pupilas expandirse, comer el verde de su iris. Había un hambre reveladora de nuevo, ese deseo que nunca

parecía estar muy lejos de su mirada cuando se trataba de ella.

Tragó saliva, sintiendo su necesidad y también construyéndose dentro de su propio cuerpo.

—Tengo familia —dijo—. No puedo dejar a mis padres. Y sabiendo lo que sabemos ahora, podemos ayudar a tus hermanos y sus Arcos si nos

quedamos…

Se interrumpió cuando él se inclinó, con las alas expandidas envolviéndola en su negrura, alto y ancho. Sus labios inclinados sobre ella

con ansia evidente, presionando y abriendo y exigiendo.

Él la dejó sin aliento y, con ello, todos los pensamientos que ella poseía.

Se apartó rápidamente y por un momento. El tiempo suficiente para murmurar unas pocas palabras a tierra con los dientes apretados.

—Nos quedaremos —dijo.

Como Ellie comenzó a asentir con aprobación, la besó de nuevo, y ella sintió cambiar el mundo que les rodeaba, una vez más. Se disolvió, pasó, y

fundió, y en algún lugar entre su sometimiento y su entrega, el sonido se infiltró en los bordes y un frío húmedo y fangoso se estableció debajo de sus

rodillas.

Por fin, Uriel rompió el beso.

—Pensé que no regresarían —dijo una voz familiar.

Uriel vacilante apartó la mirada de su Arco y se volvió a ver a Miguel y sus hermanos a unos cuantos pies de distancia. Detrás de ellos descansaba una masa de metal enredado de turbinas caídas y escombros de concreto y

acero. La tormenta alrededor de ellos se había elevado a la deriva.

La batalla había terminado, al parecer. Y sus hermanos estaban

todavía de pie.

—¿Hemos ganado? —preguntó.

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Max subió al otro lado. —Por ahora —dijo. Pero luego sonrió y su mirada se desvió de Uriel a Eleanore.

—Lindas alas —dijo.

—Voy a decir —agregó Gabriel—. ¿Cómo planeas esconder esas?

Pero nadie tuvo la oportunidad de contestarle antes de que Azrael

tomara la palabra. —Bienvenida a casa, Ellie —dijo en voz baja. Las esquinas de su boca se volvieron en una sonrisa acogedora y cálida.

¿Estas segura de que esta es la opción que deseas?

Eleanore le devolvió la sonrisa. Sí, pensó. Lo es.

Entonces, es bueno tenerte con nosotros. Hubo alivio y admiración en su

voz mental.

Ella sabía que no iba a ser fácil la vida que eligió. Todavía era un Arco

y poseía la capacidad de curar. Los Adarians estarían siempre buscándola. Y a las otras Arcos, según ella.

Y luego habría que enfrentarse a Samael.

Pero al menos sabía lo que había aquí. Tenía a los arcángeles y a Max. Tenía la mansión. Y tenía a sus padres. En conjunto, sería fuerte. Ellos

resolverían las cosas.

Con Uriel, pensó con una sonrisa.

Se apartó de Azrael y una vez más atrapada en la mirada codiciosa de

su amante.

Ah, sí, pensó. Vamos a averiguarlo.

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Epílogo Traducido por Larosky

Corregido por Panchys

asaron varios días antes de que el desastre de la fiesta y sus

consecuencias hubieran sido limpiadas y el orden había sido restaurado. La batalla en el campo de turbinas cuando el infernal

ejercito de Samael había sobrepasado lo que quedaba de los Adarians.

Aunque Miguel, Gabriel y Azrael habían destruido al menos la mitad de los arcángeles antiguos con sus armas de oro, algunos permanecieron de pie para usar las armas de fragmento, causando que Gabe y Miguel cayeran.

Sin embargo, nada parecía herir a los Jinetes Oscuros de Samael. Era solo cuestión de tiempo antes de que el General y sus hombres, incluidos

aquellos que habían estado inconscientes o aparentemente muertos, desaparecieran, un soldado herido tras otro, todos ellos usando algún tipo de dispositivo de retirada para desvanecerse del campo de batalla.

En el despertar de la pelea, Max estuvo ocupado volviendo a construir monstruosos monumentos de metal, borrando memorias, localizando y

destruyendo documentación, y quizás lo más difícil de todo, ayudando a Eleanore a limar las asperezas con sus padres.

Había decidido confesarse con ellos. Cuando oyeron lo que había

pasado en la fiesta y vieron imágenes de su carrera hacia el edificio con el famoso actor Christopher Daniel, comprensiblemente se aterrorizaron.

Así que Eleanore y Max fueron rápidos en localizarlos, estar a solas con

ellos, y tranquilizarlos con sus mejores habilidades.

Lo tomaron bien, considerando todo. Su madre lloró por solo unas

pocas horas y su padre solo necesitó unos pocos tragos. Al final, pasaron la mayor parte de los tres días hablando con los arcángeles, aprendiendo sobre la mansión y las Arcos, y llegando a entender la irrealidad de todo eso.

Se sentía orgullosa de ellos. También supuso que el hecho de que hayan estado conscientes de las cosas supernaturales por algún tiempo, les

permitió aceptar esta nueva información más fácilmente. Ellos habían criado una hija que podía manipular el clima, sanar las heridas, y transportar espaguetis en el carro de las compras cuando su mama se lo había prohibido

estrictamente.

Así que para ellos esta era solo una imposibilidad más que al final no era tan imposible.

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Por parte de Eleanore y Uriel, ellos habían aprendido a manipular la estructura de sus alas. Era tan simple como sacarlas y después volverlas a

guardar. La mejor parte, desde el punto de vista de Ellie, era que eran funcionales.

Podía volar.

Ella y Uriel volaron juntos por primera vez en el medio de la noche, fuera, en el vasto desierto de Nevada.

En algún punto, Eleanore aterrizó en un acantilado con vista a un cañón y se sentó simplemente a mirar a Uriel volar. Él era la esencia de la gracia. Sus alas eran enormes, abarcando unos 3 metros en cada dirección,

sus plumas eran finas y oscuras, de un profundo esmeralda brillante como sus ojos. Había algo inmensamente sexi en un hombre en ajustados jeans desgastados, una ajustada camisa negra que delineaba sus músculos y un

par de grandes alas en su espalda.

Él es mío, pensó ella. Todo mío. Mi ángel Uriel.

Ahora, mientras Ellie se sentaba en el sillón, sola en la mansión por primera vez en casi una semana, dio un suspiro. Este era de alegría. Era el primer momento de paz verdadero que había conocido en su vida. Entendió

quién y qué era ella, y sabía a quien pertenecía. Definitivamente había algo que decir.

El fuego en su corazón crujió y estalló, con una confortante bienvenida mientras Ellie abría su laptop, hacía clic en su navegador y establecía la conexión familiar.

E: ¿Adivina qué?

A: ¡Hola de nuevo! ¡Mucho tiempo sin escribir! ¿Qué estoy adivinando?

E: ¿Te acuerdas del asunto con Christopher Daniels?

A: ¿Cómo me podría olvidar?

E: Nos vamos a casar.

Hubo una larga pausa en la que nada pasó en la pantalla. Y de la nada, la respuesta de Ángel apareció en la siguiente línea.

A: ¿Me estas jodiendo, no?

E: Nunca, A. me sorprende que no lo supieras ya, está por todos los

tabloides.

Eleanore se rio y sacudió sus manos mientras escribía esto. Era

verdad. En vez de la fuerte crisis en su popularidad que Uriel había predicho

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que surgiría de él saliendo con alguien, el público había decidido amar a la nueva pareja. Ya habían empezado a llamarlos “Chrisellie”

A: Mierda. Necesito salir más. ¿Dónde va a ser? ¿¡Cuándo!?

E: Es una ceremonia privada.

Eleanore fue deliberadamente vaga sobre esto. Ella y Uriel iban a intercambiar votos a puertas cerradas. No querían que los Adarians aparecieran y arruinaran la ceremonia.

E: Pero me gustaría que pudieras venir.

Hubo otra pausa, mas corta que la anterior.

A: Puedo ir.

E: ¿De verdad?

A: Ja, ja. Solo necesito que alguien abra una ventana del chat durante

la ceremonia. Voy a estar en espíritu.

Eleanore se rio de la idea. Y luego se enderezó. En realidad eso era

enteramente factible.

E: Es un trato.

A: ¡Woohoo! Voy a estar ahí con las campanas.

E: ☺

A: Hasta luego, chica. Me tengo que ir. Felicitaciones y no dejes morder a tu compañero de cama. ¡Abrazos, muac!

Con una sonrisa, Eleanore se despidió y cerró su computadora una vez más. Luego se volteó y contempló el fuego. Pensó en el vestido rojo que Uriel

le había comprado la semana anterior. Iba a usar el mismo en blanco para su boda.

Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.

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Y luego le llevó el corazón a la garganta. Se suponía que nadie sabía donde estaba la puerta de la mansión, mucho menos poder tocarla.

Ella se paró y miró el vestíbulo, detrás del cual esperaba la puerta de la mansión. Dudó y reflexionó y enroscó sus dedos entre la tela de su blusa.

Alguien volvió a tocar la puerta.

Mierda, pensó.

¿Que se suponía que hiciera? Max y Uriel trataban con los

lanzamientos a la prensa de la secuela de Comeuppance. Miguel se encontraba de guardia en Nueva York, Gabe había regresado a Escocia el día anterior, y Azrael estaba en su habitación subterránea, durmiendo.

Enderezo sus hombros e hizo su camino hacia el vestíbulo. Se detuvo y llamo: —¿Quién es?

—Es Jason, señorita Granger. Vengo a entregar un regalo de parte de Señor Samael.

¿Qué? Las cejas de Eleanore se elevaron, sus ojos se abrieron. ¿Qué

podría Samael querer regalarle a ella?

—Le juro, señorita Granger, que usted no está en peligro. Tiene mi

palabra de que no se le hará daño.

Eleanore presionó sus dedos contra sus ojos por un momento y considero las opciones. Jason no se iría. Y si Samael quería lastimarla lo

habría hecho hace tiempo.

Tomó aire, suspiró, y abrió la puerta.

Jason se paró en el peldaño de la puerta, vestido de traje y corbata como siempre. Las Carpathians41 se extendían detrás de él.

—Señorita Granger —dijo formalmente, asintió una vez, y le tendió una

pequeña caja negra con un listón rojo.

Eleanore tomó la caja. —Esta bien, ya te puedes ir.

Él no dijo nada, pero las esquinas de su boca se curvaron ligeramente. —Como quieras. —Con eso, dio un paso hacia atrás y desapareció.

Eleanore cerró la puerta rápidamente y en un impulso, le puso el

pestillo. Volvió a la sala y dejó la caja en la mesa de café, mirándola con recelo.

La siguió mirando durante varios minutos.

Y luego, sin poder esperar más, se arrodilló frente a la mesa y desató el listón. La tapa se abrió fácilmente, revelando el interior de terciopelo negro y

un brazalete de oro.

41 Son unas montañas de Europa que forman un duro arco de una longitud de 1500km.

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Era el brazalete que Eleanore había puesto en la muñeca de Samael durante la batalla contra los Adarians.

Ellie levantó el adorno de oro cautelosamente de su caja y lo giró en su mano con la confusión marcando sus movimientos. Le habían dicho que solo quien puso la pulsera en la muñeca del arcángel podría sacarla. Pero ahí

estaba.

La miró por otro largo rato, y luego pestañeo.

Todo el tiempo, pensó, la comprensión la aturdió. Samael nunca estuvo unido por el brazalete. Los ayudó en la batalla por su propia voluntad.

Había una nota en el fondo de la caja. Ellie bajó el brazalete y desdobló

la nota.

Querida Ellie,

Felicitaciones por tu compromiso.

Considera esto como mi regalo.

—Samael

P.D: Amé las alas.

Fin

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Ángel Mensajero Desde el principio del tiempo, los

arcángeles han esperado encontrar el verdadero amor.

Cuando cuatro mujeres fueron creadas para los arcángeles, Miguel, Gabriel, Uriel, y Azrael, un caos de celos explota, y las Arcos son enviadas secretamente a la Tierra. Los cuatro arcángeles favorecidos las siguieron, provocando una búsqueda que ha durado miles de años…

Como el antiguo Arcángel Mensajero, Gabriel ha pasado varias vidas buscando a la mujer hecha para él. Así que se sorprende de encontrar a Juliette Anderson en un oscuro rincón en su pub favorito en Escocia, la tierra que ha llamado hogar durante dos mil años—y es el último lugar donde espero encontrarla. La conexión entre ellos es fuerte, caliente e instantánea.

Juliette se encuentra en la ciudad para investigar sobre su tesis doctoral. No necesita un hombre alto y hermoso, con ojos plateados distrayéndola. Especialmente después de besarla y decirle que es su Arco. Cree que está loco. Hasta que se encuentra siendo perseguida por hombres peligrosos, dirigidos por un arcángel caído con tendencias vampíricas.

Ahora, Juliette debe recurrir a Gabriel por ayuda—y desentrañar la verdad detrás de su existencia.

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