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Anne Rice - El Mesias 02 Camino a Caná

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2 parte

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  • CAMINO A CANA

  • Ttulo original: Christ the Lord: The Road to CanaTraduccin: Francisco Rodrguez de Lecea1 edicin: noviembre 2008 2008 by Anne O'Brien Rice Ediciones B, S. A., 2008Bailen, 84 08009 Barcelona (Espaa)www. edicionesb. comPrinted in SpainISBN: 9788466639057Depsito legal: B. 40.9462008Impreso por LIBERDPLEX, S.L.U.Ctra. BV 2249 Km. 7,4 Polgono Torrentfondo08791 Sant Llorens d'Hortons (Barcelona)

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes,queda rigurosamente prohibida, sin autorizacin escrita de los titulares delcopyright, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio oprocedimiento, comprendidos la reprografa y el tratamiento informtico, ascomo la distribucin de ejemplares mediante alquiler o prstamo pblicos.

  • A Christopher Rice

  • Invocacin.En el nombre del Padre, del Hijo,

    y del Espritu Santo. Amn.

    La verdad de la fe slo puede ser preservada haciendo una teologa deJesucristo, y rehacindola una y otra vez.

    KARL RAHNER

    Oh Seor, Dios nico, Dios trino, todo cuanto he dicho en estos libros es tuyo,para que quienes son tuyos comprendan; cuanto he dicho de m solo,

    perdnalo T y perdnenlo los tuyos.SAN AGUSTN

    En el principio exista la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra eraDios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella no se

    hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de loshombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron... En el

    mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoci.Evangelio segn SAN JUAN

  • 1Quin es Cristo el Seor?Los ngeles cantaron a su nacimiento. Magos de Oriente le llevaron regalos:

    oro, incienso y mirra. Le entregaron esos regalos a l, a su madre Mara y alhombre que deca ser su padre, Jos.

    En el Templo, un anciano tom al recin nacido en sus brazos. El ancianodijo al Seor mientras sostena al beb: Ser luz para iluminar a los gentiles ygloria de tu pueblo Israel.

    Mi madre me cont esas historias.Eso ocurri hace muchos aos.Es posible que Cristo el Seor sea un carpintero del pueblo de Nazaret, un

    hombre de treinta aos de edad, de una familia de carpinteros, una familia dehombres y mujeres y nios que llena las diez habitaciones de una casa antiguay, en este invierno de sequa, de polvo inacabable, de rumores de disturbios enJudea, Cristo el Seor duerma bajo una manta de lana gastada, en unahabitacin con otros hombres, junto a un brasero que humea? Es posible queen esa habitacin, dormido, suee?

    S. S que es posible. Yo soy Cristo el Seor. Lo s. Lo que debo saber, los. Y lo que debo aprender, lo aprendo.

    Y bajo esta piel, vivo y sudo y respiro y gimo. Me duelen los hombros. Misojos estn secos por tantos das de temible sequa; por las largas caminatashasta Sforis a travs de los campos grises donde las semillas se queman aldbil sol invernal porque las lluvias no llegan.

    Yo soy Cristo el Seor. Lo s. Otros lo saben tambin, pero lo que saben loolvidan a menudo. Mi madre no ha dicho una sola palabra sobre ello durante

  • aos. Mi padre putativo, Jos, ya es viejo, tiene el pelo blanco y tendencia adivagar.

    Yo nunca olvido. Y cuando me duermo, a veces temo, porque los sueos noson mis amigos. Mis sueos son salvajes como helechos o como los repentinosvientos ardientes que soplan en los bien cultivados valles de Galilea.

    Pero sueo, como suean todos los hombres.Y esta noche, junto al brasero, con las manos y los pies fros bajo mi

    manta, he soado.He soado con una mujer prxima, una mujer ma, una mujer que se

    convirti en una virgen que en el fcil tumulto de mis sueos se convirti enmi Abigail.

    He despertado. Me he sentado en la oscuridad. Todos los dems dormanan, con la boca abierta, y en el brasero los carbones se haban deshecho encenizas.

    Mrchate, muchacha amada. Eso no debo conocerlo, y Cristo el Seor noconocer lo que no quiere conocer... o lo que conocera nicamente a travs dela forma de su ausencia.

    Ella no se marchar... eso no, la Abigail de mis sueos con el cabello sueltodesparramado entre mis manos, como si el Seor la hubiera creado para m enel Jardn del Edn.

    No. Tal vez el Seor cre los sueos para un conocimiento como ste; o asse lo ha parecido a Cristo el Seor.

    He saltado de mi jergn y, tan silenciosamente como he podido, he echadoms carbn al brasero. Mis hermanos y sobrinos no se han movido. Santiagoha pasado la noche con su mujer fuera de casa, en la habitacin que amboscomparten. Judas el Menor y Jos el Menor, padres ambos, han dormido aqu,separados de los bebs acurrucados junto a sus esposas. Y aqu dormanadems los hijos de Santiago: Menahim, Isaac y Shabi, los tres juntos,desmadejados como muecos.

    He pasado delante de todos, uno tras otro, para sacar una tnica nueva delarcn, de lana olorosa a la luz del sol que la ha secado. Todo lo que hay en esearcn est limpio.

    He cogido la tnica y he salido de la casa. Una rfaga de aire helado en elpatio vaco. Crujidos de hojas rotas.

    Y me he detenido un momento en la calle de guijarros y mirado a lo alto, algran despliegue de estrellas brillantes ms all de los tejados.

    Ese cielo fro, sin nubes, repleto de luces infinitesimales, me ha parecidohermoso por un instante. El corazn me dola. Pareca mirarme, envolverme con cario, fijndose en m como una inmensa red tendida por una solamano, ya no el inmenso vaco inevitable de la noche sobre la pequea aldea

  • dormida desparramada como cientos de otras por una ladera, entre cuevaslejanas repletas de huesos y campos sedientos, y bosques y olivares.

    Yo estaba solo.En algn lugar abajo de la colina, cerca de la plaza donde se instala el

    mercado ocasional, un hombre cantaba con voz bronca de borracho, y brillabauna chispa de luz en el umbral de la taberna tambin ocasional. Ecos de risas.

    Pero por lo dems todo estaba en silencio, y no haba ni una sola antorchaencendida.

    La casa de Abigail, frente a la nuestra, estaba cerrada como todas lasdems. Dentro Abigail, mi joven parienta, dorma junto a Ana la Muda, sudulce compaera, y las dos mujeres ancianas que la sirven, y ese hombreirritable, Shemayah, su padre.

    Nazaret nunca tuvo una beldad. Yo he visto crecer generaciones demuchachas, todas frescas y agradables a la vista como flores silvestres. Lospadres no quieren que sus hijas sean beldades. Pero ahora Nazaret tiene unabeldad, y es Abigail. Ha rechazado a dos pretendientes, o lo ha hecho su padreen nombre de ella, y las mujeres de nuestra casa se preguntan muy en serio sila propia Abigail ha sabido alguna vez que esas personas la pretendan.

    De repente me ha asaltado el pensamiento de que acaso muy pronto yoser uno de los portadores de antorchas en su boda. Abigail tiene quince aos.Poda haberse casado el ao pasado, pero su padre la mantuvo encerrada.Shemayah es un hombre rico al que una cosa, y slo una, hace feliz; y es suhija Abigail.

    He caminado hasta la cima de la colina. Conozco a las familias que vivendetrs de cada puerta. Conozco a los contados forasteros que van y vienen,uno de ellos acurrucado en un patio fuera de la casa del rabino, el otro en laazotea, donde duermen muchos incluso en invierno. ste es un pueblocotidiano, tranquilo, que no parece guardar ningn secreto.

    He bajado por la ladera opuesta de la colina hasta llegar a la fuente, y acada uno de mis pasos se levantaba el polvo, hasta hacerme toser.

    Polvo y polvo y polvo.Gracias, Padre del Universo, porque esta noche no ha sido tan fra, no, no

    tan fra como poda haber sido, y envanos la lluvia en el tiempo que Tjuzgues oportuno, porque sabes que la necesitamos.

    Al pasar junto a la sinagoga, he odo la fuente antes de verla.La fuente est casi seca, pero por ahora an mana, y llena los dos grandes

    aljibes excavados en la roca en la ladera de la colina, y se dispersa en hilillosrelucientes por el lecho de roca hasta el bosque lejano.

    La hierba crece suave y fragante en ese lugar.

  • S que en menos de una hora llegarn las mujeres, unas para llenar vasijasy otras, las ms pobres, para lavar sus ropas aqu lo mejor que puedan yponerlas a secar sobre la roca.

    Pero de momento la fuente es slo ma.Me he quitado la vieja tnica y la he dejado en el lecho del arroyo, donde

    muy pronto el agua la ha empapado y oscurecido. He dejado a un lado latnica nueva y me he acercado al estanque. Con el hueco de las manos me helavado en el agua fra, salpicndome el pelo, la cara, el pecho, dejando quecorriera por mi espalda y mis piernas. S, arrojar los sueos como la tnicavieja, y lavarlos a conciencia. La mujer del sueo no tiene nombre ahora, nivoz, y qu era aquella punzada dolorosa cuando ella rea o alargaba la mano,bueno, pas, se desvaneci como empieza a desvanecerse la noche misma, ytambin el polvo, el polvo sofocante, que ahora desaparece. Slo queda el fro.Slo el agua.

    Me he tendido en la otra orilla, frente a la sinagoga. Los pjaros hanempezado a piar, y como siempre me he perdido el momento exacto. Era unjuego que me gustaba, intentar or al primer pjaro, aquellos pjaros quesaban que llegaba el sol cuando nadie ms lo saba.

    Las palmeras altas y gruesas que rodean la sinagoga descollaban sobre lamasa informe de sombra. Las palmeras parecen medrar durante la sequa. Noles importa que el polvo recubra todas sus ramas. Las palmeras crecen como siestuvieran acostumbradas a todas las estaciones.

    El fro slo estaba en el exterior. Creo que el latido de mi corazn mantenael calor de mi cuerpo. Luego la primera luz empez a despuntar sobre lastinieblas lejanas y yo tom la tnica limpia y la deslic por mi cabeza. Qu lujola ropa nueva, su olor a limpio.

    Me tend de nuevo y dej vagabundear mis pensamientos. Sent la brisaantes que los rboles suspiraran con ella.

    En lo alto de la colina hay una arboleda de olivos viejos a la que a veces megusta ir solo. Pens en ella. Qu bien tenderse en aquel lecho blando de hojascadas y dormir todo el da.

    Pero no es posible, no ahora con todo el trabajo que ha de hacerse y con elpueblo cargado de nuevas preocupaciones y rumores sobre un nuevogobernador romano que ha de venir a Judea y que, hasta que se acostumbre anosotros, como ha ocurrido con todos los anteriores, tendr en vilo a todo elpas, de un extremo a otro.

    El pas. Cuando digo el pas me refiero a Judea y tambin a Galilea. Merefiero a la Tierra Santa, la tierra de Israel, el pas de Dios. No importa que esehombre no nos gobierne a nosotros. Gobierna sobre Judea y la Ciudad Santaen la que se alza el Templo, y por tanto bien podra ser nuestro rey en lugar deHerodes Antipas. Se entienden bien, los dos: Herodes Antipas, el rey de

  • Galilea, y ese hombre nuevo, Poncio Pilatos, del que recelan nuestros hombres.Y en la otra orilla del Jordn gobierna Herodes Filipo, que tambin se entiendecon ellos. Y as, el pas lleva sometido mucho, mucho tiempo, y a Antipas yFilipo les conocemos, pero de Poncio Pilatos no sabemos nada, y las pocasinformaciones que tenemos sobre l son malas.

    Qu puede hacer al respecto un carpintero de Nazaret? Nada, pero cuandono llueve, cuando los hombres estn ociosos e irritados y llenos de miedo,cuando la gente habla de una maldicin del Cielo que agosta la hierba, y deagravios de los romanos, y de un emperador inquieto que ha marchado alexilio en seal de duelo por un hijo envenenado, cuando todo el mundo pareceagitado por la necesidad de arrimar el hombro y empujar todos a una, bueno,en un momento as yo no puedo ir a la arboleda a pasar el da enterodurmiendo.

    La luz ya haba llegado.Una figura apareci entre las oscuras siluetas de las casas del pueblo y

    corri colina abajo hacia m, con una mano alzada.Mi hermano Santiago. Hermano mayor, hijo de Jos y su primera mujer, que

    muri antes de quejose se casara con mi madre. Inconfundible Santiago, consu pelo largo, anudado en la nuca y que cae sobre su espalda, y sus hombrosestrechos y nerviosos, y la rapidez con que llega, Santiago el Nazarita,Santiago el capataz de nuestra cuadrilla de obreros, Santiago que ahora en lavejez de Jos ejerce como cabeza de familia.

    Se par en el otro extremo de la pequea fuente, un reguero de piedrassecas en su mayor parte, por cuyo centro fluye ahora la cinta brillante delagua, y pude imaginar sin esfuerzo la cara que pona al mirarme.

    Coloc el pie sobre una piedra grande y luego en otra, mientras cruzaba elarroyo hacia m. Yo me incorpor y me puse en pie de un salto, una muestrahabitual de respeto hacia mi hermano mayor.

    Qu ests haciendo aqu? pregunt. Qu pasa contigo? Por qusiempre me haces enfadar? No contest.

    El levant las manos y mir los rboles y los campos en busca de unarespuesta.

    Cundo tomars una esposa? pregunt. No, no me interrumpas, nolevantes la mano para hacerme callar. No voy a callarme. Cundo tomars unaesposa? Ests casado con este arroyo miserable, con su fra agua? Qu vas ahacer cuando se seque, y se secar este ao, lo sabes.

    Me re sin mover los labios.l sigui:Hay dos hombres de tu edad en este pueblo que no se han casado an.

    Uno est tullido y el otro es idiota, y todo el mundo lo sabe.Tena razn. He cumplido ya treinta aos y no me he casado.

  • Cuntas veces hemos hablado de esto, Santiago? repuse.Era hermoso contemplar cmo iba aumentando la luz, ver transformadas

    por el color las palmeras agrupadas alrededor de la sinagoga. Me pareci orgritos lejanos, pero puede que fueran slo los sonidos habituales de un puebloque empieza un nuevo da.

    Dime qu es lo que de verdad te preocupa esta maana pregunt.Recog la tnica empapada del arroyo y la extend sobre la hierba para que sesecara. Cada ao te pareces ms a tu padre aad, pero nunca has tenidosu aspecto. Nunca tendrs su misma paz mental.

    Nac inquieto reconoci con un encogimiento de hombros. Mir conansiedad hacia el pueblo. Oyes eso?

    Oigo algo.Es la peor temporada de sequa que hemos sufrido. Levant los ojos al

    cielo. Y hace fro, pero no lo bastante. Sabes que las cisternas estn casivacas. El mikvah est casi vaco. Y t, t eres una preocupacin continua param, Yeshua, una preocupacin continua. Vienes en la oscuridad aqu, al arroyo.Subes hasta esa arboleda a la que nadie se atreve a ir...

    Te equivocas en cuanto a ese bosque. Son piedras viejas que nosignifican nada.

    Una vieja supersticin local afirma que antiguamente en la arboleda ocurrialgo pagano y horrendo. Pero all slo hay las ruinas de un antiguo molino deaceite, piedras que se remontan a una poca en la que Nazaret no era anNazaret.

    Ya te lo dije el ao pasado, recuerdas? Pero no quiero que estspreocupado, Santiago.

  • 2Esper a que Santiago continuara.Pero sigui callado, mirando hacia el pueblo. Haba gente que gritaba,

    mucha gente. Me pas los dedos por el pelo para alisarlo, me volv y mir.A la luz del da, que ya haba alcanzado su intensidad normal, vi un nutrido

    grupo de personas en la cima de la colina, hombres y nios que tropezaban yse empujaban unos a otros de modo que todo el tumulto avanzaba lentamentecolina abajo, hacia nosotros.

    Al margen del grupo apareci el rabino, el viejo Jacimus, y con l su jovensobrino Jasn. Pude ver que el rabino intentaba detener a la multitud, pero eraarrastrado hacia el pie de la colina, hacia la sinagoga, por la avalancha depersonas que baj como un rebao en estampida hasta detenerse en el claro,delante de las palmeras.

    De pie en el montculo que se alza al otro lado del arroyo, pudimos verlescon claridad.

    Del medio del grupo sacaron a la fuerza a dos chicos jvenes: Yitra barNahom y el hermano de Ana la Muda, ese al que todos llaman sencillamente elHurfano.

    El rabino subi a toda prisa los escalones de piedra que llevan a la partesuperior de la sinagoga.

    Yo quise adelantarme, pero Santiago me empuj con brusquedad haciaatrs.

    T te quedas al margen de esto dijo.Las palabras del rabino Jacimus se escucharon por encima de los ruidos y

    murmullos de la multitud.

  • Hemos de celebrar un juicio aqu, os digo! grit. Y quiero a lostestigos, dnde estn los testigos? Que se adelanten los testigos y digan loque han visto.

    Yitra y el Hurfano estaban inmviles aparte, como si un abismo lesseparara de los aldeanos furiosos, algunos de los cuales agitaban los puosmientras otros maldecan entre dientes, esos insultos que no necesitanpalabras para expresar su significado.

    De nuevo intent adelantarme, y Santiago tir de m hacia atrs.T te quedas al margen de esto repiti. Saba que iba a ocurrir. Qu? De qu hablas? pregunt.La multitud prorrumpi en gritos y rugidos. Haba dedos que sealaban. Abominacin! grit alguien.Yitra, el mayor de los dos acusados, mir desafiante a los que tena frente a

    l. Era un buen chico al que todos queran, uno de los mejores en la escuela, ycuando fue presentado en el Templo el ao anterior, el rabino estuvo orgullosode sus respuestas a los maestros.

    El Hurfano, menor que Yitra, estaba plido de miedo, sus ojos negrosabiertos de par en par, temblorosa la boca.

    Jasn el sobrino del rabino, Jasn el escriba, subi tambin al techo de lasinagoga y repiti las declaraciones de su to.

    Parad ahora mismo esta locura dijo. Habr un juicio, como ordena laley. Y vosotros los testigos, dnde estis? Tenis miedo vosotros, que habisempezado esto?

    La multitud ahog su voz.Colina abajo lleg a la carrera Nahom, el padre de Yitra, con su esposa y

    sus hijas. La multitud prorrumpi en una nueva retahla de insultos einvectivas, agit los puos, escupi. Pero Nahom se abri paso a travs de ellay mir a su hijo.

    El rabino no haba dejado de gritar que se detuvieran, pero ya no podamosorle.

    Pareci que Nahom hablaba con su hijo, pero no pude orle.Y entonces la multitud lleg a un paroxismo de furia cuando Yitra se

    acerc, quiz sin pensar, y abraz al Hurfano como para protegerlo.Yo grit No!, pero en el estruendo nadie me oy. Corr adelante.Volaron piedras por el aire. La multitud era una masa hirviente, entre el

    silbido de las piedras lanzadas contra los chicos del claro.Cruc entre la multitud en un intento de llegar hasta los dos muchachos,

    con Santiago a mis talones.Pero todo haba terminado.El rabino rugi como un animal en la azotea de la sinagoga.La multitud se alej en silencio.

  • El rabino, con las manos crispadas sobre la boca, mir los montones depiedras, abajo. Jasn sacudi la cabeza y volvi la espalda.

    Se oy un grito inarticulado de la madre de Yitra, y luego los sollozos desus hermanas. La gente haba desaparecido. Unos corran colina arriba, o acampo traviesa, o cruzaban el arroyo y escalaban el montculo de la otra orilla.Huan por donde buenamente podan.

    Y entonces el rabino levant los brazos. Corred, s, huid de lo que acabis de hacer! Pero el Seor os ve desde lo

    alto! El Seor de los Cielos est viendo esto! Apret los puos. Satansreina en Nazaret! exclam. Corred, corred y avergonzaos de lo que habishecho, miserable horda sin ley!

    Se llev las manos a la cabeza y empez a sollozar de forma ms aparatosaque las mujeres de Yitra. Se dobleg hacia delante y Jasn lo sostuvo.

    Nahom reuni entonces a las mujeres de Yitra y las forz a alejarse. Nahommir atrs una sola vez y tir de su esposa colina arriba, y sus hijas seapresuraron detrs de l.

    Slo quedaron los rezagados, algunos braceros y trabajadores temporales,y los nios que atisbaban desde sus escondites bajo las palmeras o tras laspuertas de las casas vecinas; y Santiago y yo, que mirbamos las piedrasamontonadas y los dos chicos tendidos all, juntos.

    El brazo de Yitra segua pasado por el hombro del Hurfano, la cabezareclinada en su pecho. La sangre manaba de un corte en la cabeza delHurfano. Los ojos de Yitra estaban semicerrados. No haba sangre, excepto ensu pelo.

    La vida los haba abandonado.O ruido de pisadas, los ltimos hombres se alejaban.En el claro junto al cual estbamos apareci Jos acompaado por el

    anciano rabino Berejaiah, que apenas puede caminar, y otros hombres de peloblanco que forman parte del consejo de ancianos del pueblo. Tambin estabanmis tos Cleofs y Alfeo. Ocuparon su lugar junto a Jos.

    Todos parecan soolientos, asustados, y luego asombrados.Jos miraba fijamente a los chicos muertos. Cmo ha ocurrido esto? susurr. Nos mir a Santiago y a m.Santiago suspir; las lgrimas corran por sus mejillas.Ha sido... as susurr. Tendramos que... No pens... Agach la

    cabeza.Encima de nosotros, en la azotea, el rabino sollozaba en el hombro de su

    sobrino, que tena la mirada perdida a lo lejos, hacia los campos abiertos; surostro era la imagen de la desolacin.

    Quin les acus? pregunt el to Cleofs. Me mir a m. Yeshua,quin les acus?

  • Jos y el rabino Berejaiah repitieron la pregunta.No lo s, padre dije. Me parece que los testigos no se han

    presentado.Los sollozos agitaron al rabino.Yo me acerqu a las piedras.De nuevo Santiago tir de m hacia atrs, pero esta vez con ms suavidad

    que antes.Por favor, Yeshua murmur. Me qued donde estaba.Mir a los dos, tendidos all como si fueran nios dormidos, entre las

    piedras lanzadas, y sin bastante sangre entre los dos, en realidad, sin lasuficiente para que el ngel de la Muerte se detuviera en su carrera al advertirsu presencia.

  • 3Llegamos a la casa del rabino. Las puertas estaban abiertas. Jasn se habacolocado de pie en el rincn ms apartado, junto a un estante con libros, conlos brazos cruzados. El anciano rabino Jacimus estaba sentado de espaldas anosotros, cabizbajo ante su escritorio, de codos sobre un pergamino, la cabezacubierta.

    Se balanceaba a un lado y otro, y rezaba o lea, era imposible saberlo. Talvez tampoco l lo saba.

    No te enfurezcas con los hombres porque no somos nada murmur.Y no tomes en cuenta lo que hacemos, porque qu somos nosotros?

    Me coloqu en silencio al lado de Jos y Santiago, esperando y escuchando.Cleofs estaba detrs de nosotros.

    Porque considera que por Ti hemos entrado en este mundo, y nosalimos de l por nuestra voluntad; quin ha dicho nunca a su padre y sumadre "Dadnos la vida"? Y quin entra en los dominios de la Muerte diciendo"Recbeme"? Qu fuerza es la nuestra, Seor, para resistir vuestra Ira? Qusomos para poder soportar vuestra Justicia?

    Se incorpor. Al advertir nuestra presencia, volvi a sentarse y suspir, y segir un poco hacia nosotros mientras continuaba recitando su oracin:

    Acogednos en vuestra Gracia, y srvanos de socorro vuestro Perdn.Jos repiti esas palabras en voz baja.Por un momento dio la sensacin de que todo aquello superaba la

    capacidad de aguante de Jasn, pero en sus ojos brillaba una pequea luz deesperanza que muy pocas veces le haba visto. Es un hombre hermoso de

  • cabello negro, siempre bien vestido, y en el sabbat sus ropajes de linodesprenden a menudo un tenue aroma a incienso.

    El rabino, que era un hombre joven cuando lleg por primera vez a Nazaret,est ahora encorvado por el peso de la edad, y su cabello es tan blanco comoel de Jos o el de mis tos. Nos mir como si no pudiramos verle, como si noestuviramos de pie esperndole, como si l simplemente nos observara desdeun lugar oculto y meditara; por fin dijo con lentitud:

    Se los han llevado?Se refera a los cuerpos de los dos chicos.S respondi Jos. Y tambin las piedras manchadas con su sangre.

    Se han llevado todo.El rabino mir al cielo y suspir.Ahora pertenecen a Azazel dijo.No, pero se han ido dijo Jos. Y nosotros hemos venido a verte a ti.

    Sabemos lo mal que te sientes. Qu quieres que hagamos? Vamos a visitar aNahom y a la madre del chico?

    El rabino asinti.Jos, lo que quiero es que te quedes a consolarme le dijo, sacudiendo

    la cabeza, pero t les perteneces a ellos. Nahom tiene hermanos en Judea.Debera irse all con su familia. Nunca volver a encontrar la paz en este lugar.Jos, dime, por qu ha ocurrido esto?

    Jasn intervino con su apasionamiento acostumbrado: No hace falta ir aAtenas ni a Roma para saber lo que estaban haciendo esos chicos dijo.Por qu no puede ocurrir una cosa as en Nazaret?

    No es eso lo que he preguntado replic el rabino, dirigindole unamirada dura. No pregunto qu hicieron los chicos. No sabemos lo quehicieron! No hubo juicio, ni testigos, ni justicia! Pregunto cmo han podidolapidarlos, eso pregunto. Dnde est la ley, dnde la justicia?

    Uno podra pensar que despreciaba a su sobrino por la forma en que lecontest, pero lo cierto es que el rabino ama a Jasn. Los hijos del rabino hanmuerto. Jasn hace que el rabino se sienta joven, y siempre que Jasn estlejos de Nazaret, el rabino se muestra distrado y olvidadizo. Tan pronto comoJasn cruza la puerta, de regreso de algn lugar lejano, con un paquete delibros a la espalda, el rabino renace, y a veces, cuando pasean los dos juntos,parece recuperar el entusiasmo de un muchacho.

    Por cierto le pregunt Jasn y qu harn cuando el padre de Yitra setropiece con los nios que empezaron esto? Porque eran nios, sabis, esosnios pequeos que corretean alrededor de la taberna, y han escapado, sefueron antes de que volara la primera piedra. Nahom puede pasarse la vidaentera buscando a esos chiquillos.

  • Nios dijo mi to Cleofs, nios que puede que ni siquiera sepan bienlo que vieron. Qu tiene de particular, dos jvenes debajo de la misma mantaen una noche de invierno?

    Se acab dijo Santiago. Pues qu, vamos a celebrar el juicio ahoracuando no lo hemos hecho antes? Se acab.

    Tienes razn asinti el rabino. Pero irs a ver a la madre y el padre,y les dirs algo de mi parte? Si voy yo, llorar largamente y me pondr furioso.Si va Jasn, dir cosas raras.

    Jasn ro sin alegra.Cosas raras. Que esta aldea no es ms que un miserable montn de

    polvo? S, dira cosas as.T no tienes por qu vivir aqu, Jasn dijo Santiago. Nadie ha dicho

    nunca que en Nazaret hiciera falta un filsofo griego. Vuelve a Alejandra, o aAtenas o Roma, o a donde sea que vas siempre. Necesitamos nosotros tuspensamientos? Nunca nos han hecho falta.

    Santiago, s paciente aconsej Jos.El rabino se dirigi a Jos, como si no hubiera odo la discusin.Ve a verles, Jos, t y Yeshua, vosotros siempre decs las palabras justas.

    Yeshua puede consolar a cualquiera. Explicad a Nahom que su hijo erasimplemente un nio, y el Hurfano, ah, el pobre Hurfano!

    Estbamos ya despidindonos cuando Jasn se acerc y me mir conatencin. Yo levant la vista.

    Cuida de que los hombres no digan las mismas cosas de ti, Yeshua dijo.

    Qu ests diciendo? exclam el rabino, y se levant precipitadamentede su asiento.

    No tiene importancia dijo Jos en voz baja. No es nada, slo el dolorde Jasn por cosas que uno no alcanza a comprender.

    Cmo, no sabis que andan diciendo cosas raras sobre Yeshua? dijoJasn, con la vista clavada en Jos, y luego en m. Sabes cmo te llaman, mimudo e impasible amigo? me dijo. Te llaman Yeshua Sin Pecado.

    Me re, girndome para que no pareciera que me estaba riendo en su cara.Pero lo cierto es que me re en su cara. Sigui hablando, pero no le escuch.Observ sus manos. Tiene manos finas y hermosas. Y a menudo, cuando recitaun largo prrafo o un poema, yo me limito a observar sus manos. Me hacenpensar en pjaros.

    El rabino se puso de pronto a tironear la tnica de Jasn, y levant la manoderecha como si fuera a abofetearlo. Pero luego se dej caer de nuevo en susilla, y Jasn enrojeci. Ahora lamentaba lo que haba dicho, lo lamentaba condesesperacin.

  • Bueno, la gente habla, no es cierto? dijo Jasn, mirndome. Dndeest tu esposa, Yeshua, dnde estn tus hijos?

    No voy a quedarme aqu escuchando estas cosas ni un momento ms salt Santiago. Me agarr del brazo y tir de m hacia la calle. No hables deesa forma a mi hermano dijo a Jasn. Todo el mundo sabe lo que tereconcome. Crees que somos tontos? No puedes estar a su altura, es eso?Abigail te ha rechazado. Su padre incluso se burl de ti.

    Jos empuj a Santiago por delante de m, hasta llevarlo fuera de lahabitacin.

    Ya basta, hijo. Siempre has de meterte con l?Cleofs hizo un gesto de asentimiento.El rabino se dej caer en su silla y baj la cabeza entre sus pergaminos.Jos se inclin y susurr algo al rabino. O el tono conciliador, pero no las

    palabras. Mientras tanto, Jasn miraba furioso a Santiago, como si ste fueraahora su enemigo, y Santiago sonrea despectivo a Jasn.

    No tienes bastantes enemigos en el pueblo? le pregunt Cleofs, entono tranquilo. Por qu siempre juegas a Satans? Tienes que juzgar a misobrino Yeshua porque Yitra y el Hurfano no tuvieron juicio?

    A veces dijo Jasn, creo que he nacido para expresar lo que losdems no se atreven a decir. He prevenido a Yeshua, eso es todo. Su vozdisminuy hasta convertirse en un susurro. No est su propia parientaesperando su decisin?

    Eso no es cierto! declar Santiago. Eso viene de la idiotez febril deuna mente envidiosa! Te rechaz a ti porque ests loco, y por qu ha decasarse una mujer con el viento, si no est obligada a hacerlo?

    De pronto todos empezaron a hablar a la vez, Jasn, Santiago, Cleofs, eincluso Jos y el rabino.

    Sal a la calle. El cielo estaba azul, y el pueblo vaco. Nadie deseaba salir acontar lo que haba sucedido. Me alej un poco, pero segu oyndoles.

    Ve a escribir una carta a tus amigos epicreos de Roma dijo Santiagocon voz dura. Cuntales los sucesos escandalosos del miserable villorrio enque ests condenado a vivir. Compn una stira, por qu no?

    Sali a buscarme.Jasn vena detrs de l, adelantndose a los ancianos, que le seguan.Te dir algo respecto a eso dijo Jasn, furioso: si escribo alguna cosa

    de valor, slo hay un hombre en este lugar capaz de comprenderlo, y esehombre es tu hermano Yeshua.

    Jasn, Jasn... terci. Vamos, a qu viene todo esto?Bueno, si no es por una cosa es por otra dijo Santiago. No hables con

    l. No le mires. En un da como

  • ste, l tiene tema para empezar una discusin. Estamos pasando uninvierno duro, sin lluvia, y Poncio Pilatos amenaza con llevar sus estandartes ala Ciudad Santa. Pero l va y se pone a discutir por esto.

    Crees que son una broma? estall Jasn. Esos estandartes? Te digoque esos soldados se dirigen en este momento a Jerusaln y que colocarn susinsignias en el mismo Templo, si les apetece. As estn las cosas.

    Para, eso no lo sabemos dijo Jos. Estamos esperando noticias dePoncio Pilatos igual que esperamos la lluvia. Acabad con esta disputa, los dos.

    Vuelve con tu to dijo Santiago. Por qu nos sigues y nos molestas?Nadie ms en Nazaret quiere hablar contigo. Vuelve. Tu to te necesita ahora.No hay pginas que escribir, para informar de estos odiosos sucesos aalguien? O es que ste es un pas sin ley, como si furamos bandidos de lasmontaas? Qu, podemos tirarlos a una fosa y que nadie se entere de cmohan muerto? Vuelve y haz tu trabajo.

    Jos dirigi a Santiago una mirada severa que le hizo callar, y lo envi pordelante, con la cabeza gacha.

    Seguimos nuestro camino, pero Jasn vena an detrs de nosotros.No te deseo ningn mal, Yeshua dijo.Su tono confidencial enfureci a Santiago, que dio media vuelta, pero Jos

    le detuvo.No te deseo ningn mal repiti Jasn. Este lugar est maldito. La

    lluvia nunca llegar. Los campos se estn secando. Los huertos se marchitan.Las flores mueren.

    Jasn, amigo dije, tarde o temprano la lluvia siempre llega. Y si no llega nunca? Qu ocurre si los cielos nos han cerrado sus

    compuertas con toda la razn?De su boca estaba a punto de brotar un torrente de palabras, pero lo

    detuve levantando la mano.Ven despus, hablaremos delante de un vaso de vino dije. Ahora he

    de ir a consolar a esa familia.Dio media vuelta y se dirigi despacio a la puerta de su to. De pronto se

    volvi hacia m.Yeshua, perdname dijo desde lejos.Lo dijo en voz lo bastante alta para que todo el mundo lo oyera.Jasn dije, ests perdonado.

  • 4La madre de Yitra haba puesto a toda la familia a empaquetarlo todo. Losburros estaban ya cargados. Las dos pequeas enrollaban la alfombra,cuidando de quitarle el polvo del suelo; la alfombra fina que tal vez ha sido suposesin ms valiosa.

    Cuando la madre de Yitra vio a Jos, se puso en pie y corri a sus brazos.Pero temblaba y tena secos los ojos, y se limit a colgarse de l como sihuyera de una inundacin.

    El viaje a Judea es seguro dijo Jos. Incluso os har bien, y cuandocaiga la noche las pequeas estarn lejos de las murmuraciones y las miradasde refiln de este lugar. Sabemos dnde descansa Yitra. Iremos a visitarlo.

    Ella le mir como si no encontrara sentido a sus palabras.Luego apareci Nahom, el padre, con dos de sus braceros. Nos dimos

    cuenta de que los dos hombres haban convencido a Nahom de que volviera asu casa, y l se dej caer contra la pared, con los ojos en blanco.

    No te preocupes ms por esas criaturas le dijo Jos. Han huido. Sabenque han hecho mal. Deja que el

    Cielo se apiade de ellos. Ahora marchad a Judea, y sacude el polvo de estelugar de tus sandalias.

    Uno de los braceros, un hombre de expresin amable, se adelant y asintial tiempo que pasaba sus brazos por los hombros de Jos y Nahom.

    Shemayah comprar tus tierras y te dar un buen precio dijo. Yo lascomprara si pudiera. Vete. Jos tiene razn, las criaturas que acusaron a loschicos estn ya muy lejos. Probablemente irn en busca de los bandidos de las

  • montaas. All es donde suelen ir a parar los desechos. Qu podras hacerles,de todos modos? Puedes matar a todos los hombres de este pueblo?

    La madre de Yitra cerr los ojos y agach la cabeza. Cre que se iba adesmayar, pero no fue as.

    Jos les abraz ms estrechamente.Tenis a estas pequeas, ahora. Qu les ocurrir si no afrontis esta

    situacin? los anim Jos. Ahora escuchadme, quiero deciros... quierodeciros...

    Vacil. Tena los ojos anegados en lgrimas. No encontraba las palabras.Me acerqu y coloqu mis manos sobre los dos, y ellos me miraron de

    pronto como nios asustados.No ha habido juicio, como sabis dije. Eso quiere decir que nadie

    sabr nunca lo que hizo Yitra o lo que dej de hacer el Hurfano, o cmo fue ocundo, o si nunca ocurri nada. Nadie lo sabr. Nadie puede saberlo. Nisiquiera los nios que les acusaron. Slo el Cielo lo sabe. Ahora no debisjuzgar a los dos chicos en vuestro corazn. No pudo celebrarse un juicio, y esosignifica que nadie podr nunca juzgarles. Por eso habis de llorar a Yitra envuestro corazn. Y Yitra es inocente para siempre. Tiene que serlo. No puedeser de otra manera, no en este lado del Paraso.

    La madre de Yitra me mir. Sus ojos se estrecharon y asinti. El rostro deNahom careca de expresin, pero se dirigi muy despacio a recoger los bultosque faltaban y luego los llev con andar cansino hasta los animales queesperaban.

    Os deseamos un buen viaje dijo Jos, y ahora habis de decirme sinecesitis alguna cosa para el camino. Mis hijos y yo os daremos cualquiercosa que necesitis.

    Esperad dijo la madre de Yitra.Fue hasta un arcn colocado en el suelo y desat las correas. Sac de l una

    pieza de tela doblada, tal vez un manto de lana.Esto dijo, y me lo tendi, esto es para Ana la Muda.Era la hermana del Hurfano.Cuidars de ella, verdad? pregunt la mujer.Jos se emocion.Hija ma, pobre hija ma dijo. Qu amable por tu parte acordarte de

    Ana en un momento as. Claro que cuidaremos de ella. Siempre cuidaremos deella.

  • 5Cuando entramos en la casa, vimos que estaban all Ana la Muda y Abigail.Ahora, all donde iba Abigail, iba tambin Ana, y donde iban las dos,

    siempre haba con ellas un enjambre de chiquillos. Los hijos de Santiago, Isaacy Shabi, y mis dems sobrinos y sobrinas, rondaban siempre alrededor deAbigail y Ana la Muda. Era Abigail quien cuidaba de los nios, a menudo lescantaba y les enseaba canciones antiguas, fragmentos de las Escrituras, eincluso a veces versos que se inventaba, y dejaba que las nias la ayudarancon los hilos y las agujas y todos los trapos por remendar que sola llevar en elcesto. Ana la Muda, que ni oa ni hablaba, viva con Abigail la mayor parte deltiempo, aunque de cuando en cuando, si el padre de Abigail estaba muyenfermo, con su pierna mala, Ana poda quedarse en nuestra casa, con mis tasy mi madre.

    Pero ahora, cuando entramos, slo estaban las mujeres con Abigail y Ana laMuda. Todos los nios haban sido enviados a otro lugar, estaba claro, y Anase puso de pie en espera de noticias y mir implorante a Jos.

    Abigail se coloc a su lado, dispuesta a sostenerla. Los ojos de Abigailestaban enrojecidos de llorar, y de pronto no se pareca a nuestra Abigail, sinoms bien a una mujer como la madre de Yitra. El dolor por todo aquello habatransfigurado su rostro, miraba fijamente a Ana la Muda y esperaba.

    Ana tena un repertorio de gestos fluidos y elocuentes para todo, ynosotros los conocamos. Haban pasado varios aos desde que el Hurfano yella llegaron a Nazaret como vagabundos, y desde entonces ella viva connosotros, y el Hurfano haba vivido en muchos sitios. Pero todos conocamos

  • su lenguaje de signos y yo pensaba que sus manos eran tan hermosas enocasiones como las de Jasn.

    Nadie saba qu edad tena, quiz quince o diecisis aos. El Hurfanohaba sido ms joven.

    Ahora se puso en pie delante de Jos, y de pronto empez a hacer losgestos que representaban a su hermano. Dnde estaba su hermano? Qu lehaba ocurrido a su hermano? Nadie se lo deca. Sus ojos vagaban por lahabitacin, recorran los rostros de las mujeres apoyadas contra la pared. Qule haba ocurrido a su hermano?

    Jos empez a responderle. Empez, pero una vez ms las lgrimasacudieron a sus ojos, y sus manos plidas quedaron inmviles en el aire,incapaces de describir las formas de lo que haba visto o querido ver.

    Santiago estaba enfurruado. Cleofs empez a decir algo. No conoca muybien los signos, nunca los haba conocido.

    Abigail no poda decir ni hacer nada.Finalmente, me acerqu a Ana la Muda y la gir hacia m. Hice el gesto de

    su hermano y me seal los labios, porque saba que a veces era capaz de leeren ellos. Seal arriba e hice el signo de rezar. Habl despacio mientrastrazaba varios signos.

    El Seor vela por tu hermano ahora, y tu hermano duerme. Tu hermanoduerme ahora en la tierra. No volvers a verlo.

    Seal sus ojos. Me inclin hacia delante y seal mis propios ojos, y los deJos, y las lgrimas de su rostro. Sacud la cabeza.

    Tu hermano est ahora con el Seor dije. Me bes los dedos y volv asealar arriba.

    La cara de Ana se descompuso y se apart de m con un gesto violento.Abigail la sujet con firmeza.Tu hermano despertar el ltimo da dijo Abigail, y mir hacia arriba y

    luego, soltndola, hizo un gesto amplio como si todo el mundo se hubieracongregado delante del Cielo.

    Ana la Muda estaba aterrorizada. Encogi los hombros y nos mir a travsde sus dedos.

    Yo habl de nuevo, acompandome con gestos.Fue rpido. Fue malo. Como si alguien cayera. Acab de repente.Hice los gestos de descansar, de dormir, de calma. Los hice tan despacio

    como pude.Vi que su cara cambiaba poco a poco.Eres nuestra hija dije. Vives con nosotros y con Abigail.Ella esper un largo momento y luego pregunt dnde haban llevado a su

    hermano a descansar. Seal hacia las colinas lejanas. Ana conoca las cuevas.No necesitaba saber en qu cueva, la de quienes moran lapidados.

  • Su rostro permaneci inmvil otra vez pero slo por un instante, y luego,con una extraa expresin temerosa, pregunt por signos dnde estaba Yitra.

    La familia de Yitra se ha marchado dije. Hice los gestos de los padres ylas pequeas caminando.

    Ella me mir. Saba que no poda ser cierto, que eso no era todo. De nuevotraz los signos de dnde est Yitra. Dselo dijo Jos. Lo hice.

    En la tierra, con tu hermano. Se han ido.Sus ojos se agrandaron. Luego, por primera vez vi curvarse sus labios en

    una sonrisa amarga. De su interior brot un gruido, un terrible sonido sinlengua.

    Santiago suspir. Cleofs y l cruzaron una mirada.Ahora vente a casa conmigo dijo Abigail.Pero no haba acabado todo.Jos seal de nuevo el cielo con un gesto rpido, y traz los signos de

    descanso y paz en el cielo.Ayudadme a llevarla pidi Abigail, porque Ana la Muda se negaba a

    moverse.Mi madre y mis tas se adelantaron. Poco a poco, Ana cedi. Caminaba

    como en sueos. Salieron de la casa en grupo.Debi de pararse en medio de la calle. Omos un sonido como el mugido de

    un buey, un sonido poderoso y estremecedor. Era Ana la Muda.Corr hacia ella y vi que haba enloquecido y golpeaba a todos los que se le

    acercaban, a puntapis, a empujones, y de su interior brotaba aquel mugidoinforme, ms y ms fuerte, arrancando ecos de los muros. Dio a Abigail unempelln que la envi contra la pared, y Abigail de pronto rompi a sollozar ylamentarse.

    Shemayah, el padre de Abigail, abri la puerta.Pero Abigail corri hacia Ana la Muda, gimiendo y llorando y dejando correr

    las lgrimas, y le rog que por favor fuese con ella. Ven conmigo! suplic Abigail.Ana la Muda haba dejado de mugir. Estaba quieta, mirando a Abigail. Los

    sollozos agitaban todo el cuerpo de sta, que extendi los brazos y luego cayde rodillas.

    Ana corri a levantarla y se puso a consolarla.Todas las mujeres se agruparon alrededor de ellas. Acariciaban los cabellos

    de las dos jvenes, palmeaban sus hombros. Ana secaba las lgrimas deAbigail como si quisiera borrarlas por completo. Tena la cara de Abigail entresus manos y secaba a conciencia las lgrimas. Abigail asenta. Ana la abrazabauna y otra vez.

    Shemayah sostena abierta la puerta para su hija, y finalmente las dosjvenes entraron juntas en la casa.

  • Nosotros volvimos a la nuestra. Las brasas brillaban en la penumbra, yalguien puso una taza de agua en mis manos y dijo:

    Sintate.Vi a Jos reclinado contra la pared, con las piernas dobladas y la cabeza

    gacha.Padre, no vengas con nosotros hoy dijo Santiago. Qudate aqu, por

    favor, y cuida de los nios. Hoy te necesitan,Jos levant la vista. Por un momento mir como si no entendiera lo que le

    deca Santiago. No se produjo la discusin de costumbre, ni siquiera unapalabra de protesta. Hizo un gesto de asentimiento y cerr los ojos.

    En el patio, Santiago dio unas palmadas para que los chicos se dieran prisa.El luto est en nuestros corazones les record. Pero vamos

    retrasados. Y para los que trabajis hoy aqu, quiero el patio bien barrido,entendido? Mirad.

    Dio varias vueltas, sealando los sarmientos secos que colgaban delemparrado, las hojas muertas amontonadas en todos los rincones, la higueraque no era ms que una maraa de ramas entrelazadas.

    Ya de camino, apiados en la lenta caravana de carros que transportaban alas cuadrillas de trabajadores, se sent a mi lado y me dijo:

    Has visto lo que le ha ocurrido a padre? Lo has visto? Intent hablar y...Santiago, un da como el de hoy habra agotado a cualquiera. Despus de

    esto... l tendra que quedarse en casa. Cmo podremos convencerle de que yo puedo hacerme cargo de todo

    ahora? Mira a Cleofs. Suea despierto y habla a los campos.l lo sabe.Todo recae sobre m.Es como t quieres que sea dije.Cleofs era el hermano de mi madre. No era l el cabeza de familia, sino los

    hijos de Cleofs y su hija Salom la Menor, a los que yo llamaba hermanos yhermana. La esposa de Santiago era hermana ma.

    Es verdad dijo Santiago, un poco sorprendido. Quiero que todorecaiga en m. No me quejo. Quiero que se hagan las cosas como deben serhechas.

    Asent, y aad:Lo haces muy bien.Jos nunca volvi a trabajar en Sforis.

  • 6Pasaron dos das antes de que subiera otra vez a la arboleda, a mi arboleda.A pesar de que el trabajo pareca no acabar nunca, terminamos temprano

    unas paredes; no poda hacerse nada ms hasta que se secara el yeso, yquedaba an una hora de luz que poda aprovechar para irme, sin una palabraa nadie, en busca del lugar que ms amaba, entre los olivos antiguos y ocultodetrs de una cortina de hiedra que pareca crecer con la misma facilidad tantoen tiempo seco como lluvioso.

    Como he dicho ya, los aldeanos teman ese lugar y nunca suban all. Losviejos olivos ya no daban fruto, y el tronco de algunos estaba hueco; erangrandes centinelas grises, y retoos ms jvenes arraigaban en sus troncosresecos. Haba all algunas piedras, pero aos atrs me convenc de que nuncahaban formado parte de un altar pagano ni de un monumento funerario; y unaespesa alfombra de hojas las haba cubierto de modo que uno poda tendersesobre una superficie blanda, como sucedera en campo abierto con la hierbasedosa, tan tersa a su manera como sta.

    Llevaba un bulto de trapos limpios que me sirvi de almohada. Me deslicen mi escondite, me tend y exhal un largo y lento suspiro.

    Di las gracias al Seor por ese lugar, por ese escape.Mir encima de m el juego de la luz en el laberinto de finas ramas

    movedizas. En los das de invierno la oscuridad llegaba de forma brusca. Elcielo haba perdido ya su color. No me import. Conoca de memoria el caminode vuelta a casa. Pero no poda quedarme tanto tiempo como deseaba. Meecharan en falta y alguien vendra a buscarme, y eso supondra problemas queyo no deseaba en absoluto. Lo que deseaba era estar solo.

  • Rec; intent aclarar mis pensamientos. Aqul era un lugar fragante ysaludable, precioso. No haba en Nazaret otro lugar igual, y tampoco habapara m un lugar semejante en Sforis, o en Magdala, o en Cana, o en cualquierotro lugar donde trabajbamos y siempre trabajaramos.

    Y todas las habitaciones de nuestra casa estaban ocupadas.Cleofs el Menor, el nieto de mi to Alfeo, se haba casado el ao anterior

    con una prima, Mara, de Cafarnaum, y haban ocupado la ltima habitacin, yMara estaba ya esperando un hijo.

    De modo que haba venido aqu a estar solo. nicamente por un rato. Solo.Haba intentado agitar la atmsfera del pueblo, el aire de recriminacin que

    se haba extendido entre la gente despus de la lapidacin; nadie quera hablarde eso, pero nadie pareca capaz de pensar en otra cosa. Quin haba estadoall? Quin no? Y aquellos nios haban escapado en busca de los bandidospara unirse a ellos, y alguien debera salir en pos de esos bandidos y prenderfuego a sus cuevas para obligarles a salir.

    Y por supuesto los bandidos haban estado saqueando las aldeas. Ocurracon frecuencia. Y ahora, con la sequa, el precio de los vveres se habaencarecido. Corra el rumor de que los bandidos bajaban a las aldeas mspequeas a robar ganado, y pellejos de vino y de agua. Nadie saba cundouno de esos hombres poda irrumpir a caballo en nuestras calles rebanandogaznates a diestro y siniestro.

    En Sforis era el mismo tema, los bandidos y el mal invierno. Pero tambinse hablaba en todas partes de Pilatos y sus soldados, que avanzabanperezosamente hacia Jerusaln con estandartes que llevaban el nombre delCsar, estandartes tan altos que no pasaban por las puertas de las ciudades.Era una blasfemia traer esas enseas con el nombre de un emperador anuestra ciudad. Nosotros no permitamos las imgenes; no permitamos que sepaseara el nombre o la imagen de un emperador que pretenda ser un dios.

    Bajo el emperador Csar Augusto nunca haba ocurrido nada parecido.Nadie estaba seguro de que el propio Augusto hubiera credo ser un dios. Nolo desmenta, desde luego, y se haban levantado templos en su honor. Tal veztampoco lo crea su hijo Tiberio.

    Pero lo que preocupaba a la gente no eran los puntos de vista privados delemperador. Les preocupaban los estandartes que los soldados romanosestaban paseando por toda Judea, y eso no les gustaba, y tambin los soldadosdel rey discutan sobre ese tema, fuera de las puertas de palacio, en lastabernas y en la plaza del mercado, o all donde se reunieran.

    El propio rey, Herodes Antipas, no se encontraba en Sforis. Estaba enTiberiades, su nueva capital, una ciudad a la que se haba dado el nombre delnuevo emperador, y que Herodes haba edificado junto al mar. Nunca bamos atrabajar a esa ciudad. Sobre ella se cerna un nubarrn; para construirla se

  • haban removido tumbas. Y como los trabajadores a los que no preocupabanesas cosas haban afluido al este para trabajar all, en Sforis tenamos mstrabajo del que podamos desear.

    Siempre habamos trabajado bien en Sforis. El rey vena a veces a supalacio, pero viniera o no, haba all un continuo desfile de notables a travs delas distintas cmaras; y debido a las esplndidas mansiones que levantaban, eltrabajo nunca faltaba.

    Ahora esos hombres y mujeres ricos estaban tan preocupados por lo quehara Poncio Pilatos como todos los dems. Cuando se trataba de que losromanos llevaran sus enseas a la Ciudad Santa, fuera su nivel social el quefuera, todos los judos eran simplemente judos.

    Nadie pareca conocer a Poncio Pilatos, pero todo el mundo desconfiaba del.

    Y mientras tanto, la noticia de la lapidacin se haba difundido por todo elpas, y la gente nos miraba como si furamos la miserable chusma de Nazaret,o as les pareca a mis hermanos y sobrinos cuando les devolvan las miradas, yla gente discuta sobre el costo de la lechada para los ladrillos que yo extenda,o sobre el espesor del yeso que remova en un cuenco.

    Desde luego, la gente tena razn al preocuparse por Poncio Pilatos. Eranuevo y no conoca nuestras peculiaridades. Corra el rumor de que era unpartidario de Sejano, y nadie senta una gran simpata por Sejano, porque sterecorra el mundo, al parecer, en representacin del emperador retiradoTiberio. Y quin era Sejano, deca la gente, sino un soldado corrupto y vicioso,un comandante de la guardia personal del emperador?

    Yo no quera pensar en esas cosas. No quera pensar en el dolor de Ana laMuda que iba y vena con Abigail, colgada del brazo de sta. Tampoco querapensar en la tristeza de los ojos de Abigail cuando me miraban, en la oscuracomprensin que haca enmudecer por un momento su risa fcil y lascanciones que antes tena siempre a flor de labios.

    Pero no poda quitarme esos pensamientos de la cabeza. Por qu habavenido a la arboleda? Qu haba pensado que iba a encontrar aqu?

    Durante un instante, me adormec. Abigail. No sabes que ella es elParaso? No es bueno que el hombre est solo!

    Despert sobresaltado en la oscuridad, recog mis trapos y sal de laarboleda para volver a casa.

    Muy abajo vi el parpadeo de las antorchas en Nazaret. Los das de inviernosignificaban antorchas encendidas. La gente tena que trabajar un poco ms detiempo a la luz de las lmparas, las linternas o las antorchas. Me pareci unavisin alegre.

    Desde donde yo estaba el cielo apareca sin nubes y sin luna, de unhermoso color negro tachonado por innumerables estrellas. Quin puede

  • sondear tu Bondad, Seor? murmur. T has creado el fuego y con l hasformado las incontables lmparas que decoran la noche.

    La serenidad descendi sobre m. El dolor habitual de brazos y hombroshaba desaparecido. La brisa era fresca, pero llena de sosiego. Algo ascendien mi interior. Haba pasado mucho tiempo desde la ltima vez que sabore unmomento parecido, en que dej que se disolviera por unos instantes laestrecha prisin de mi piel. Sent que me mova hacia lo alto y hacia fuera,como si la noche estuviera llena de miradas de seres y el ritmo de su cancinahogara los latidos ansiosos de mi corazn. Mi cscara corporal habadesaparecido. Yo estaba en las estrellas. Pero mi alma humana no me dejabapartir. Intent expresarlo en lenguaje humano: No; tengo que acabar esto,me dije.

    Erguido sobre la hierba seca bajo la bveda del Cielo, yo era muy pequeo.Me sent solitario y cansado. Seor dije en voz alta a la suave brisa,cunto tardar?

  • 7Dos linternas ardan en el patio dando una luz alegre. Me sent satisfecho alverlas, satisfecho al ver a mi sobrino Cleofs el Menor y a su padre, Silas,trabajando en serrar una serie de listones. Saba de lo que se trataba, y quetena que estar hecho para el da siguiente.

    Parecis cansados dije. Dejadlo ya, lo har yo mismo. Serrar lamadera.

    No podemos dejar que lo hagas t dijo Silas. Por qu quieresacabarlo todo t solo? Hizo un gesto ominoso en direccin a la casa. Tieneque estar terminado esta noche.

    Puedo hacerlo esta noche dije. Me gusta hacerlo. Quiero estar soloprecisamente ahora con algo que hacer. Y Silas, tu mujer te est esperando enla puerta. Acabo de verla. Ve.

    Silas hizo un gesto de asentimiento y march colina arriba hacia su casa.Viva con su esposa en casa de nuestro primo Lev, que era hermano de sumujer. Pero el hijo de Silas, Cleofs el Menor, viva con nosotros.

    Cleofs el Menor me dio un rpido abrazo y entr en la casa.Las linternas daban luz suficiente para trabajar, pero las lneas de corte

    tenan que ser perfectamente rectas. Tom la herramienta que necesitaba y unpedazo de arcilla afilada para sealar las marcas. Tena que trazar siete lneas.

    Jasn vena paseando y entr en el patio.Su sombra cay sobre m. Ol a vino.Has estado esquivndome, Yeshua dijo.

  • No digas tonteras, amigo. Sonre. Segu con mi trabajo. He estadoocupado con todas las cosas que haba que hacer. No te he visto. Dndeestabas?

    El sigui pasendose mientras hablaba. Su sombra alargada se recortabasobre las losas del suelo. Llevaba una taza de vino en la mano. O cmo echabaun trago.

    S dnde has estado dijo. Cuntas veces has subido la colina y tehas sentado en el suelo a mi lado para que te leyera algo? Cuntas veces te hecontado las noticias de Roma y has estado pendiente de todas y cada una demis palabras?

    Eso era en verano, Jasn, cuando los das son ms largos dije consuavidad. Trac cuidadosamente una lnea recta.

    Yeshua Sin Pecado. Sabes por qu te llamo as? Porque todo el mundo tequiere, Yeshua, todo el mundo, y a m nadie puede quererme.

    No es cierto, Jasn, yo te quiero. Tu to te quiere. Casi todo el mundo tequiere. No es difcil quererte. Pero a veces s es difcil entenderte. Apart ellistn y coloqu el tabln siguiente en posicin.

    Por qu el Seor no nos enva la lluvia? pregunt. Por qu me lo preguntas a m? respond sin levantar la vista.Yeshua, hay muchas cosas que nunca te he dicho, cosas que pens que

    no vala la pena repetir. Tal vez era as.No, no estoy hablando de los estpidos chismorreos de este pueblo.

    Hablo de otras historias, de historias antiguas.Suspir y me sent sobre los talones. Mir al frente, ms all de l, ms all

    de su lento paseo a la luz titubeante de las linternas. Llevaba unas sandaliasmuy bonitas, de factura exquisita y tachonadas con clavos que parecan deoro. Los flecos de su manto me rozaron cuando se volvi, movindose comoun animal inquieto.

    Sabes que he vivido con los Esenios dijo. Sabes que quera ser unesenio.

    S, me lo contaste.Sabes que conoc a tu primo Juan hijo de Zacaras cuando viv con los

    Esenios aadi. Bebi otro trago.Me prepar para trazar otra lnea recta.Me lo has dicho muchas veces, Jasn. Has tenido noticias de tus amigos

    Esenios? Dijiste que me lo diras, recuerdas? Si alguien saba algo de mi primoJuan.

    Tu primo Juan est en el desierto, eso es lo que dicen todos, en eldesierto, alimentndose de frutos silvestres. Nadie le ha visto este ao. Enrealidad, nadie le vio tampoco el ao pasado. Un hombre le dijo a otro quehaba hablado con un tercero que tal vez haba visto a tu primo Juan.

  • Empec a dibujar la lnea.Pero sabes, Yeshua, nunca te he contado todo lo que me dijo tu primo

    cuando estuve viviendo con la comunidad.Jasn, tienes demasiadas cosas en la cabeza. Me cuesta imaginar qu

    puede tener que ver mi primo Juan con ellas, si es que tiene algo que ver.La lnea no me sala recta. Cog un trapo, lo anud y frot con l los trazos.

    Tal vez haba apretado demasiado, porque costaba borrarla.Oh, s, tu primo Juan tiene mucho que ver con esto dijo, y se detuvo

    frente a m.Ponte un poco a la izquierda, me tapas la luz.Levant el brazo, sac la linterna de su gancho y me la coloc delante de

    los ojos.Me sent de nuevo, sin mirarlo. La luz me molestaba ahora.De acuerdo, Jasn, qu quieres contarme sobre mi primo Juan?Tengo dotes para la poesa, no crees? Sin duda.Frot el trazo con suavidad y poco a poco fue desapareciendo de la madera,

    que adquiri un ligero brillo.Eso es lo que ha hecho que me fije en ti dijo, las palabras que Juan

    me recitaba, las letanas que se saba de memoria... sobre ti. Haba aprendidoesas letanas de labios de su madre, y las declamaba todos los das despus derecitar la Shema junto a todo Israel; pero esas letanas eran su oracin privada.Sabes lo que decan?

    Pens un momento.No s si lo s dije.Muy bien, entonces djame que te las recite. Pareces decidido a

    hacerlo.Se agach. Qu aspecto el suyo, con su hermoso cabello negro bien

    perfumado con leos y sus grandes ojos serios.Antes de que Juan naciera, tu madre fue a visitar a la suya. Por entonces

    viva cerca de Betania y su marido, Zacaras, an viva. Cuando lo mataron, Juanya haba nacido.

    S, eso cuentan dije.Volv a intentar trazar la lnea, y esta vez lo hice de forma correcta, sin

    desviarme. Hice una incisin en la madera con el filo cortante del pedazo dearcilla.

    Tu madre cont a la madre de Juan que un ngel se le haba aparecido dijo Jasn, inclinndose sobre m.

    Todo el mundo en Nazaret conoce esa historia, Jasn dije, y segumarcando la lnea,

    No, pero tu madre, tu madre, de pie en el atrio, con sus brazos en torno ala madre de Juan, tu madre, tu silenciosa madre que apenas habla nunca, en

  • ese momento enton un himno. Miraba ms all de las colinas donde fueenterrado el profeta Samuel, y compuso su himno con las antiguas palabras deAna.

    Me interrump y levant despacio los ojos hacia l.Su voz son baja y reverente, y su rostro era ms sereno y ms dulce.Mi alma proclama la grandeza del Seor. Mi espritu se alegra en Dios,

    mi Salvador Porque l ha puesto los ojos en la humildad de su sierva. Por eso apartir de ahora todas las generaciones me llamarn bienaventurada. ElTodopoderoso ha obrado en m maravillas, y santo es Su nombre. Sumisericordia alcanza de generacin en generacin a los que le temen. Hadesplegado la fuerza de Su brazo, y dispersado a los soberbios de mente ycorazn. Ha derribado a los poderosos de sus tronos y exaltado a loshumildes. A los hambrientos les ha colmado de bienes, y ha despedido a losricos sin darles nada. Ha acogido a Israel su siervo acordndose de Sumisericordia, como haba prometido a nuestros padres...

    Se detuvo y nos miramos. Conoces esa oracin? pregunt.No respond.Muy bien dijo con tristeza. En ese caso te recitar otra, la plegaria

    pronunciada por el padre de Juan, Zacaras el sacerdote, cuando bautiz aJuan.

    No dije nada.Bendito el Seor Dios de Israel, porque ha visitado y trado la redencin

    a Su pueblo. Ha suscitado una fuerza para nuestra salvacin en la casa deDavid, Su siervo, tal como haba prometido desde tiempos antiguos por bocade los santos profetas. Se interrumpi y baj la vista unos instantes. Tragsaliva y continu: Salvacin... de nuestros enemigos y de las manos de todoslos que nos odian... Y t, nio, sers llamado profeta del Altsimo, porque irsdelante del Seor para preparar Sus caminos... Se detuvo, incapaz decontinuar. De qu sirve todo esto? susurr. Se puso en pie y me volvi laespalda.

    Yo continu las letanas, tal como las conoca.Para dar a su pueblo conocimiento de salvacin por el perdn de sus

    pecados dije. Por la tierna misericordia de Dios.Se volvi para mirarme, asombrado. Yo continu:El har que nos visite una luz de lo alto, a fin de iluminar a los que se

    hallan sentados en las tinieblas y las sombras de la muerte, y guiar nuestrospasos por el camino de la paz.

    Se ech atrs y palideci.Por el camino de la paz, Jasn dije. Por el camino de la paz.

  • Pero dnde est tu primo? pregunt. Dnde est Juan, que ha deser el Profeta? Los soldados de Pondo Pilatos acampan frente a Jerusaln estanoche. Nos lo han dicho las hogueras encendidas a la puesta del sol. Qu vaisa hacer?

    Me cruc de brazos y observ su actitud, llena de fervor y furia. Bebi elresto de su vino y dej la taza sobre el banco, pero cay y se rompi. Mequed mirando los pedazos. l ni siquiera los vio. No haba odo romperse lataza.

    Se me acerc y se acuclill de nuevo, de modo que la luz mostr con todaclaridad su rostro.

    T crees en esas historias? pregunt. Dmelo, dmelo antes de queme vuelva loco.

    No respond.Yeshua suplic.De acuerdo, s, creo en ellas dije.Me mir expectante durante un largo rato, pero yo no aad nada.Se llev las manos a la cabeza.Oh, no tendra que haber dicho estas cosas. Promet a tu primo Juan que

    nunca las revelara. No s por qu lo he hecho. Pens... pens...Son momentos amargos dije. Yitra y el Hurfano han muerto. El cielo

    tiene el color del polvo. Cada da encorva un poco ms nuestras espaldas y traedolor a nuestros corazones.

    Me mir. Deseaba tanto comprender!Y confiamos en la tierna misericordia del Seorprosegu. Esperamos

    que llegue el tiempo del Seor. No tienes miedo de que todo sea mentira? Yeshua, nunca has tenido

    miedo de que todo sea mentira?T sabes las historias que yo s repuse. No te asusta lo que est ocurriendo en Judea?Negu con la cabeza.Te quiero, Yeshua dijo.Y yo te quiero a ti, hermano.No, no me quieras. Tu primo no me perdonar si sabe que te he contado

    estos secretos. Y quin es mi primo Juan, si ha de vivir toda su vida sin confiarse

    siquiera a un amigo? pregunt.A un mal amigo, a un amigo poco fiable replic.A un amigo con muchas ideas en la cabeza. Tuviste que resultar muy

    molesto para los Esenios. Molesto! Se ech a rer. Me echaron.

  • Lo s dije, y tambin re. A Jasn le encantaba contar la historia decmo los Esenios lo invitaron a marcharse. Casi siempre era lo primero quecontaba a un nuevo conocido, que los Esenios le haban pedido que se fuera.

    Tom el pedazo cortante de arcilla y empec de nuevo a cortar, deprisa,manteniendo la regla perfectamente inmvil. Una lnea recta.

    No vas a pedir la mano de Abigail, verdad? pregunt.No, no lo har. Fui a por el siguiente tabln. Nunca me casar.

    Segu midiendo.Pues eso no es lo que dice tu hermano Santiago.Jasn, djalo dije en tono suave. Lo que diga Santiago es algo entre l

    y yo.El dice que vas a casarte con ella, s, con Abigail, y que l se encargar.

    Dice que el padre de ella te aceptar. Dice que el dinero no significa nada paraShemayah. Dice que eres el hombre que su padre...

    Basta! exclam. Lo mir a los ojos. Estaba casi encima de m, como sipretendiera amenazarme. Qu es? Qu tienes dentro, en realidad? Por quno lo sueltas ya?

    Se puso de rodillas y se sent sobre los talones, demodo que de nuevo nuestros ojos se encontraron a la misma altura. Estaba

    pensativo y triste, y habl con voz ronca. Sabes lo que dijo de m Shemayah cuando mi to fue a pedir la mano de

    Abigail para m? Sabes lo que dijo ese viejo a mi to, a pesar de que saba queyo estaba esperando detrs de la cortina y poda orle? Jasn dije en vozbaja.

    El viejo dijo que se me notaba lo que era desde una legua de distancia. Seburl. Utiliz la palabra griega, la misma con que calificaron a Yitra y elHurfano...

    Jasn, es que no puedes leer entre lneas? Es un hombre viejo,amargado. Cuando muri la madre de Abigail, l muri con ella. Slo Abigailhace que siga respirando, caminando, hablando, quejndose de su piernaenferma.

    Estaba pendiente de s mismo. No me escuchaba.Mi to simul que no le haba entendido, qu astuto! Mi to, sabes, es un

    maestro en guardar las formas. Soslay el insulto. Se limit a ponerse en pie ydecir: Bien, en todo caso tal vez ms adelante cambie de opinin... Y nuncame dijo lo que le haba dicho Shemayah...

    Jasn, Shemayah no quiere perder a su hija. Ella es todo lo que tiene.Shemayah es el granjero ms rico de Nazaret, pero lo mismo podra ser unmendigo de los que acampan al pie de la colina. Lo nico que posee es aAbigail, y tarde o temprano tendr que darla en matrimonio a alguien, y temeese momento. Llegas t, con tu tnica de lino y tu cabello recortado y tus

  • anillos y tu facilidad para expresarte en griego y latn, y le das miedo.Perdnalo, Jasn. Perdnalo por el bien de tu propio corazn.

    Se puso en pie y reanud sus paseos.Ni siquiera sabes de qu estoy hablando, verdad? dijo. No entiendes

    lo que intento decirte! Por un momento parece que me entiendes, y alsiguiente pienso que eres imbcil!

    Jasn, este lugar es demasiado pequeo para ti. Cada da y cada nocheests luchando con demonios en todo lo que lees, en lo que escribes, en lo quepiensas, y probablemente tambin en tus sueos. Ve a Jerusaln, donde estnlos hombres que desean hablar sobre el mundo. Vuelve a Alejandra o a Rodas.Eras feliz en Rodas. Es un buen lugar para ti, est lleno de filsofos. Puede queen Roma te encuentres an mejor.

    Por qu tengo que irme a esos sitios?repuso con amargura Porqu? Porque crees que el viejo Shemayah tiene razn?

    No, no lo creo en absoluto.Bueno, djame decirte una cosa: t no sabes nada de Rodas ni de Roma

    ni de Atenas, no sabes nada de ese mundo. Hay un momento en que unhombre que disfruta de una compaa selecta, cuando se cansa de tabernas ygoras y banquetes de borrachos, desea volver a su casa y pasear bajo losrboles que plant su abuelo. Puede que yo no sea un esenio de corazn, perosoy un hombre.

    Lo s.No lo sabes.Deseara poder darte lo que necesitas. Como si t supieras qu necesito!Mi hombro dije. Mis brazos alrededor de tu cuerpo. Me encog de

    hombros. Un poco de cario, nada ms. Deseara poder drtelo ahora.Se qued boquiabierto. Las palabras hervan en su interior, pero ninguna

    sali de su boca. Se volvi a un lado y otro, y luego me dio la espalda.Pues ser mejor que no lo intentes murmur, y me mir de arriba abajo

    con ojos como rendijas. Nos lapidaran a los dos si hicieras eso, comolapidaron a esos chicos.

    Se alej hacia el extremo del patio.En un invierno como ste dije, es muy probable que lo hicieran.Eres un simpln y un bobo replic en un susurro surgido de las

    sombras.Conoces las Escrituras mejor que tu to, verdad? Lo mir, una silueta

    gris contra la celosa. Chispas de luz en sus ojos. Qu tiene que ver contigo y conmigo y con esto? pregunt.Pinsalo. Sed amables con los extranjeros que vienen a vuestra tierra,

    porque una vez fuisteis extranjeros en la tierra de Egipto. Me encog de

  • hombros. Y ya sabis lo que significa ser extranjero... De modo que dime,cmo hemos de tratar al extranjero que hay dentro de nosotros mismos?

    La puerta de la casa se abri y Jasn se encogi un poco ms contra lacelosa, sobresaltado e inquieto.

    Era Santiago. Qu te pasa esta noche? pregunt a Jasn. Por qu andas

    rondando, con tu tnica de lino? Qu te pasa? Pareces haber perdido la razn.Mi corazn se encogi.Jasn resopl con desdn.Bueno, eso no puede arreglarlo un carpintero dijo. Seguro que no.Y se march colina arriba.Santiago dej escapar un suave bufido. Por qu lo aguantas, por qu le dejas entrar en este patio y comportarse

    como si estuviera en la plaza del mercado?Volv a mi trabajo.Le aprecias mucho ms de lo que das a entenderobserv.Quiero hablar contigo dijo Santiago.Ahora no, si me disculpas. Tengo que marcar estas lneas. Dije a los otros

    que lo hara. Les mand a casa.Ya s lo que has hecho. Te piensas que eres el cabeza de familia?No, Santiago, no lo creo. Continu con mi trabajo.He decidido hablar contigo ahora mismo dijo. Ahora, cuando las

    mujeres estn calladas y no hay nios por medio. He venido aqu para hablarcontigo, y nicamente por esa razn.

    Se pase de un lado a otro, frente a los tablones. Yo los coloqu todos enfila. En lnea recta.

    Santiago, el pueblo duerme. Yo casi estoy dormido. Quiero irme a lacama.

    Trac la lnea siguiente, tan cuidadosamente como pude. Bastante bien.Coloqu el ltimo tabln. Me detuve un momento para frotarme las manos. Nome haba dado cuenta pero mis dedos estaban rgidos de fro.

    Yeshua dijo Santiago en voz baja, ha llegado el momento y no puedesseguir retrasndolo. Has de casarte. Ya no hay ninguna razn para que sigasdando largas al asunto.

    Lo mir.No te entiendo, Santiago. No me entiendes? Adems, dnde est escrito en las profecas que no

    has de casarte? Su voz era dura. Hablaba con una lentitud no habitual en l. Quin ha declarado que no puedes tomar esposa?

    Baj la vista de nuevo, cuidando de moverme muy despacio para no hacerlesentir de una forma ms cruda mi desafo.

  • Acab de trazar la ltima lnea. Levant la vista de los tablones. Muydespacio, me puse en pie. Senta un dolor intenso en las rodillas, y me inclinpara frotarme primero la izquierda y despus la derecha.

    El segua de brazos cruzados, presa de una clera fra muy distinta de losarrebatos ardientes de Jasn, pero que, a su propia manera, era incluso msfuriosa. Evit su mirada lo mejor que supe.

    Santiago, nunca me casar dije. Es hora de que acabemos con estahistoria. Hora de que pongamos el punto final definitivo. Es algo que tepreocupa a ti... y solamente a ti.

    Alarg su mano como haca a menudo y apret mi brazo con la fuerzasuficiente para que me doliera, y no la retir.

    No me preocupa a m solo dijo. Ests llevando mi paciencia al lmite,eso es lo que haces.

    No lo hago a propsito. Estoy cansado. T ests cansado? T? Sus mejillas enrojecieron. La luz de la linterna

    subray las sombras de sus ojos. Los hombres y las mujeres de esta casaestn todos de acuerdo. Todos dicen que es hora de que te cases, y yo digoque vas a hacerlo.

    Tu padre no respond. No me digas que tu padre ha dicho eso. Ytampoco mi madre, porque s que no lo hara. Y si los dems estn deacuerdo, es porque t les has convencido. Y s, estoy cansado, Santiago, yquiero irme ya. Estoy muy cansado.

    Me solt de su presa tan despacio como pude, recog la linterna y me dirigal establo. Todo estaba en orden all, los animales alimentados, el suelobarrido y limpio. Cada arns colgaba de su gancho. El ambiente estabacaldeado gracias a los animales. Me sent a gusto y me entretuve unosmomentos para disfrutar de aquel calor.

    Volv al patio. Santiago haba apagado la otra linterna y esperabaimpaciente en la oscuridad. Luego entr detrs de m en la casa.

    La familia ya se haba acostado. Slo quedaba Jos junto al brasero,dormitando. As, medio dormido, su rostro se vea terso y joven. Me gustan losrostros de los viejos; me gusta su pureza crea, la forma en que la carne seadhiere a los huesos, las rbitas de los ojos marcadas detrs de los prpados.

    Me dej caer junto a las brasas y empec a calentarme las manos, y en esemomento apareci mi madre y se qued de pie junto a Santiago.

    T tambin, no, madre dije.Santiago daba vueltas como antes haba hecho Jasn.Terco, orgulloso dijo, entre dientes.No, hijo mo dijo mi madre. Pero hay algo que debes saber ahora.

  • Dmelo entonces, madre dije. El calor era una delicia para mis dedosagarrotados. Me gustaba el brillo del rescoldo debajo de la espesa capa deceniza de los carbones.

    Santiago, djanos solos, quieres? le pidi mi madre.El dud, y luego inclin la cabeza con respeto, casi en una reverencia, y

    sali. Slo con mi madre era as, irreprochablemente atento. A su mujer lasacaba con frecuencia de sus casillas.

    Mi madre se sent.Es una cosa extraa dijo. Ya conoces a nuestra Abigail, y bueno,

    sabes que este pueblo es lo que es, y que hay parientes que vienen a pedir sumano desde Sforis, incluso desde Jerusaln.

    No dije nada. Sent de pronto un dolor lacerante. Intent localizar ese dolor.Estaba en mi pecho, en mi vientre, detrs de mis ojos. Estaba en mi corazn.

    Yeshua susurr mi madre. La chica ha venido en persona a preguntarpor ti.

    Dolor.Es demasiado modesta para venir a hablar conmigo susurr mi madre

    . Ha hablado con la vieja Bruria, con Esther y con Salom. Yeshua, creo que supadre dira que s.

    El dolor pareci hacerse insoportable. Me qued mirando las brasas. Noquera mirar a mi madre. Quera evitarle eso.

    Hijo mo, te conozco mejor que nadie dijo ella. Cuando Abigail estcontigo, te derrites de amor.

    No pude responder. No podra controlar mi voz. No podra controlar micorazn. Guard silencio. Luego, poco a poco, me vi capaz de hablar de unaforma normal y tranquila.

    Madre dije, ese amor me acompaar all donde vaya, pero Abigailno ir conmigo. No ir conmigo ninguna esposa; ni esposa, ni hijo. Madre, t yyo no tenemos necesidad de hablar de esto. Pero si hemos de hacerlo ahora,pues bien, has de saber que no voy a cambiar de idea.

    Inclin la cabeza, como yo saba que hara. Me bes en la mejilla. Yoacerqu de nuevo las manos al fuego, y ella me tom la derecha y la acaricicon su propia mano pequea y clida.

    Cre que mi corazn se iba a detener.Ella me solt.Abigail. Esto es peor que los sueos. No son imgenes que sea posible

    ahuyentar. Es sencillamente todo lo que s de ella y siempre he sabido, deAbigail. Es casi ms de lo que un hombre puede soportar.

    De nuevo, compuse mi voz normal. Habl en voz baja y sin nfasis.Madre, le resultaba Jasn realmente insoportable? Jasn?

  • Cuando pidi la mano de Abigail, madre, a ella le result insoportable?Jasn. Lo sabes, no? Arrug el ceo y pens.

    Hijo mo, no creo que Abigail haya llegado siquiera a enterarse de queJasn la pretenda dijo. Todo el mundo lo saba. Pero creo que ese daAbigail estaba aqu jugando con los nios. No estoy segura de que ella dijerauna sola palabra al respecto. Shemayah se present aqu esa noche, y se sentaqu y dijo las cosas ms terribles y despectivas sobre Jasn, pero Abigail ya noestaba. Estaba en su casa, durmiendo. No s si Abigail encuentra insoportablea Jasn. No, no creo que ella lo sepa siquiera.

    El dolor haba ido creciendo mientras ella hablaba. Era agudo y profundo.Mis ideas se hacan borrosas. Qu gran cosa habra sido poder llorar; estarsolo y llorar, sin nadie que me viera ni oyera.

    Carne de mi carne y huesos de mis huesos. Mantuve una expresinserena y las manos quietas. l los cre varn y mujer. Tena que ocultarleesto a mi madre, y ocultrmelo a m mismo.

    Madre dije, podras mencionrselo a ella... que Jasn fue a pedir sumano. Tal vez puedas hacrselo saber, de alguna forma.

    El dolor se hizo tan intenso que no quise seguir hablando. No podraconfiar en m mismo si deca una palabra ms.

    Sent sus labios en mi mejilla. Su mano se pos en mi hombro.Despus de un largo silencio pregunt: Ests seguro de que es eso lo que quieres que haga?Hice un gesto de asentimiento.Yeshua ests seguro de que es la voluntad de Dios?Esper a que el dolor retrocediera y mi voz volviera a pertenecerme.

    Entonces la mir. De pronto, su expresin serena me trajo una nuevatranquilidad.

    Madre dije, hay cosas que s y cosas que no s. A veces eseconocimiento me viene de forma inesperada, como respuestas repentinas aquienes me preguntan. Otras veces, el conocimiento llega a travs del dolor.Pero siempre tengo la certeza de que se trata de un conocimiento superior alque yo podra alcanzar por m mismo. Sencillamente, est ms all de mialcance, ms lejos de cuanto puedo averiguar. S que vendr a m cuandotenga necesidad de l. S que puede venir, como he dicho, de formaimprevista. Pero hay cosas que s con total seguridad, y que siempre hesabido. No hay sorpresas. No hay dudas.

    Otra vez guard un largo silencio, y luego dijo:Eso te hace infeliz. Lo he visto antes, pero nunca me ha parecido tan

    malo como ahora. Tan malo es? murmur. Apart la vista, como hacen los hombres

    cuando slo quieren ver sus propios pensamientos. No s si ha sido malo

  • para m, madre. Qu es malo para m? Amar a Abigail como la amo... ha sidoun resplandor, un resplandor grande y hermoso.

    Ella esper.Hay estos momentos dije. Momentos que te parten el corazn,

    momentos en que se mezclan la alegra y la tristeza. Cuando descubres que eldolor se convierte en una dulzura secreta. Recuerdo haberlo sentido porprimera vez cuando llegamos a este lugar, todos juntos, y sub hasta lo alto dela colina de Nazaret y vi la hierba verde y viva, y las flores y los rbolesmovindose como en un gran baile. Duele. Ella no dijo nada.

    La mir. Me golpe levemente el pecho con el puo. Duele dije. Perotena que ser as... desde siempre. Asinti a regaadientes, inclinando lacabeza. Guardamos silencio.

    Cuntaselo a Abigail dije al cabo. Arrglatelas para que sepaquejasen ha pedido su mano. Jasn la quiere, y yo he de reconocer que la vidajunto a Jasn nunca ser aburrida.

    Ella sonri. Me bes otra vez, se apoy en mi hombro para incorporarse, yse fue.

    Santiago volvi a entrar. Se prepar una almohada con su manto doblado yse tendi a dormir junto a la pared.

    Yo me qued mirando los rescoldos rojizos. Cunto tardar, Seor? le susurr. Cunto?

  • 8El hecho es que, a su manera modesta, todas las doncellas de Nazaretsuspiraban por Jasn. Y nunca result tan evidente como en la tarde siguiente,cuando el pueblo se volvi loco y abarrot la sinagoga; hombres y mujeres ynios llenaron todos los bancos y se apiaron en el umbral y se sentaronocupando cada centmetro de suelo, hasta los mismos pies del rabino y losancianos.

    Con las primeras sombras del da, las hogueras de seales transmitieron aGalilea las noticias que ya se haban difundido por toda Judea. Los hombres dePoncio Pilatos haban izado sus estandartes en el interior de la Ciudad Santa, yse negaban a retirarlos a pesar de las protestas del populacho furioso.

    El cuerno de carnero sopl una llamada tras otra.Apiados y estrujados, ocupamos como pudimos nuestros sitios cerca de

    Jos, y Santiago se esforz por controlar a sus hijos Menahim, Isaac y Shabi.Estaban presentes todos mis sobrinos y primos, as como todos los que podanvalerse por s mismos en Nazaret, e incluso los imposibilitados de caminar,llevados a hombros por sus hijos o nietos. El anciano Sherebiah, que era sordocomo una tapia, tambin haba sido llevado all.

    Abigail, Ana la Muda y mis tas estaban ya sentadas entre las mujeres,inquietas pero en general silenciosas.

    Cuando Jasn se adelant para informar con detalle de las noticias, vi losojos de Abigail fijos en l con la misma atencin que los dems.

    Jasn subi de un salto al banco colocado junto al de los ancianos.

  • Qu deslumbrante estaba con su habitual tnica de lino blanco con flecosazules, y un manto claro sobre los hombros. Ningn maestro bajo el Porche deSalomn tena un aspecto ms imperioso ni ms elegante.

    Cuntos aos hace que Tiberio Csar expuls de Roma a la comunidadjuda? pregunt a viva voz.

    Un rugido se alz de la asamblea, incluso las mujeres gritaron, pero todosguardaron silencio cuando Jasn continu:

    Y ahora, como todos sabemos, un hombre de la clase ecuestre, Sejano,gobierna el mundo en representacin de ese emperador despiadado. Tiberio, acuyo propio hijo Druso asesin Sejano.

    El rabino se levant y le pidi que no hablara as. Todos meneamos lacabeza. Era peligroso decir aquello, incluso en el ltimo rincn del Imperio,aunque todo el mundo ya lo supiera. Tambin los ancianos gritaron a Jasnque se callara. Jos fue hacia l y lo sujet con firmeza para que noprosiguiera.

    Ya han sido enviados mensajeros para informar a Tiberio Csar de esosestandartes en la Ciudad Santa anunci el rabino. Sin duda, se ha hechoya. Creis que el Sumo Sacerdote Jos Caifs est con los brazos cruzados yguarda silencio ante esta blasfemia? Creis que Herodes Antipas no va a hacernada? Y sabis muy bien, todos y cada uno de vosotros, que el emperador noquiere disturbios en estos lugares, ni en ninguna parte del Imperio. Elemperador enviar una orden, como ha hecho otras veces. Los estandartessern retirados. Poncio Pilatos no tendr otra opcin!

    Jos y los ancianos hicieron vigorosos gestos de asentimiento. Los ojos delos hombres y mujeres ms jvenes estaban fijos en Jasn, que se limitaba aobservar, insatisfecho. Luego neg vigorosamente con la cabeza.

    De nuevo se produjeron murmullos, y de pronto tambin hubo gritos.Paciencia es lo que necesitamos ahora dijo Jos, y algunas personas

    sisearon para poder orle. Fue el nico de los ancianos que intent hablar, peroera intil.

    Entonces la voz de Jasn se alz, aguda y burlona, por encima del barullo: Y si ese informe nunca llega a las manos del emperador? Quin nos

    asegura que ese Sejano, que desprecia a nuestra raza y siempre la hadespreciado, no interceptar al mensajero y destruir el informe?

    Los gritos de apoyo se hicieron ms fuertes.Menahim, el hijo mayor de Santiago, se puso en pie.Yo digo que marchemos sobre Cesrea, que vayamos todos como un solo

    hombre a exigir que el gobernador retire los estandartes de la ciudad.Los ojos de Jasn brillaron, y atrajo hacia l a Menahim.

  • Te prohbo que vayas! grit Santiago, y otros hombres de su edad loimitaron con la misma vehemencia, en un intento por detener a los jvenes,que parecan a punto de echar a correr fuera de la asamblea.

    Mi to Cleofs se puso en pie y rugi: Silencio, chusma insensata!Subi a la tribuna de los ancianos. Qu sabis vosotros? dijo, y seal con el dedo a Menahim, Shabi,

    Jasn y muchos otros, volvindose a un lado y otro. Decidme qu sabis delas legiones romanas que han entrado en esta tierra desde Siria. Qu habisvisto de ellas en vuestras pequeas vidas miserables? Nios de cabezacaliente! Fulmin a Jasn con la mirada.

    Luego salt encima del banco, sin buscar siquiera una mano para ayudarse,y empuj a Jasn a un lado, casi hacindolo caer.

    Cleofs no era uno de los ancianos. No era tan viejo como el anciano msjoven, que era precisamente su cuado Jos. Cleofs tena una cabeza pobladade cabello gris que enmarcaba sus facciones vigorosas, y una voz potente conel timbre de la juventud y la autoridad de un maestro.

    Respndeme pidi Cleofs. Cuntas veces, Menahim hijo deSantiago, has visto soldados romanos en Galilea? Bueno, quin los ha visto?T, t... t?

    Dselo declar el rabino a Cleofs, porque ellos no lo saben. Y los ques lo saben, al parecer no pueden recordarlo.

    Los hombres ms jvenes estaban furiosos y gritaban que ellos saban muybien lo que queran y qu era necesario hacer, e intentaban superar a los otrosa base de gritos ms potentes.

    La voz de Cleofs reson ms alta de lo que nunca le haba odo. Dio atodos una muestra de la oratoria que nosotros estbamos acostumbrados a orbajo nuestro propio techo.

    No estaris pensando que Sejano, al que tanto detestis declam, nohar nada para detener los disturbios en Judea, verdad? Ese hombre no quieredisturbios. Quiere el poder, y lo quiere en Roma, y no quiere que nadie rechisteen el oriente del Imperio. Yo os digo que le dejis alcanzar su poder. Hacemucho que los judos han regresado a Roma. Los judos viven en paz en todaslas ciudades del mundo, desde Roma hasta Babilonia. Y sabis cmo se haforjado esa paz, vosotros que correrais a chocar de frente con la guardiaromana en Cesrea?

    Sabemos que somos judos, eso es lo que sabemos declar Menahim.Santiago quiso pegarle, pero lo sujetaron.

    En el otro lado del templo, mi madre cerr los ojos e inclin la cabeza.Abigail tena los ojos abiertos de par en par y miraba a Jasn, que se haba

  • cruzado de brazos como si l fuera el juez de aquel pleito, y observaba confrialdad al pequeo grupo de ancianos.

    Qu historia vas a contarnos? pregunt Jasn a Cleofs, colocados losdos lado a lado en el banco. Vas a decirnos que hemos disfrutado dedcadas de paz bajo Augusto? Lo sabemos. Que hemos tenido paz conTiberio? Lo sabemos. Que los romanos toleran nuestras leyes? Lo sabemos.Pero tambin sabemos que los estandartes, los estandartes con la figura deTiberio, estn en la Ciudad Santa desde esta maana. Y sabemos que el SumoSacerdote Jos Caifs no los ha hecho retirar. Y tampoco Herodes Antipas. Porqu? Por qu no han sido retirados? Yo os dir por qu: la fuerza es la nicavoz que el nuevo gobernador Poncio Pilatos comprender. Ha sido enviadoaqu por un hombre brutal, y quin de nosotros no saba que una cosa aspoda ocurrir?

    Los gritos se hicieron ensordecedores. El edificio resonaba como unenorme tambor. Incluso las mujeres estaban inflamadas. Abigail, acurrucadajunto a mi madre, miraba a Jasn con admiracin. Incluso Ana la Muda, con losojos velados an por la pena, lo contemplaba vagamente fascinada.

    Silencio! exigi Cleofs. Rugi la orden por segunda vez y empez agolpear el banco hasta que las voces cesaron. Las cosas no son como tdices, pero quines somos nosotros, simples mortales? Nosotros no somoscriaturas brutales. Se golpe el pecho con ambas manos. La fuerza no esnuestro lenguaje! Puede que sea el lenguaje de ese gobernador loco y sussecuaces, pero nosotros hablamos una lengua distinta y siempre lo hemoshecho. Si no sabis que las legiones pueden caer sobre nosotros desde Siria yllenar esta tierra de cruces en tan slo un mes, no sabis nada. Mirad avuestros padres. Mirad a vuestros abuelos! Sois vosotros ms celososseguidores de la Ley que ellos?

    Seal aqu y all. Seal a Santiago. Me seal a m. Seal a Jos.Recordad el ao en que Herodes Arquelao fue depuesto prosigui.

    Diez aos gobern ese hombre, y despus fue destituido. Y qu ocurri enesta tierra cuando el emperador, en defensa de todos nosotros, tom esadecisin? Os voy a decir lo que ocurri: en las montaas se levantaron Judas elGalileo y su cmplice fariseo, e infestaron el pas, en Judea y Galilea y Samara,de muertes, incendios, saqueos y revueltas. Y nosotros, que habamos vistoantes una carnicera tras la muerte de Herodes el Grande, volvimos a verla,oleada tras oleada. Como en el incendio de una pradera, las llamas despiden alaire la hierba muerta en forma de cenizas. Y vinieron los romanos comosiempre hacen, y se levantaron cruces, y recorrer los caminos era pasar entrelos gritos y los gemidos de los moribundos.

    Silencio. Incluso Jasn lo miraba en silencio.

  • Queris que vengan ahora otra vez? pregunt Cleofs. No queris.Os quedaris donde estis, en este pueblo, aqu en Nazaret, y dejaris que elSumo Sacerdote escriba al Csar y le exponga esta blasfemia. Dejaris que losmensajeros se hagan a la vela, como sin duda van a hacer. Y esperaris sudecisin.

    Por un momento, la discusin pareci zanjada. Hasta que se alz un gritoen el umbral:

    Pero todo el mundo va all! Todos estn yendo a Cesrea!Al punto se oyeron protestas y declaraciones inflamadas.Jasn sacudi la cabeza. Los ancianos se levantaron y los hombres

    buscaron a sus hijos.Menahim se solt del brazo de Santiago, desafiante, y ste enrojeci de ira. Los hombres ya estn en camino! grit otra voz desde atrs. Una

    multitud se est dirigiendo hacia all desde Jerusaln!Jasn grit por encima del tumulto: Eso es verdad! dijo. Los hombres no van a tolerar cruzados de

    brazos esa insolencia, esa blasfemia. Si Jos Caifs cree que vamos a tolerarlopara mantener la paz, est muy equivocado! Yo digo que vayamos a Cesrea,con nuestros vecinos!

    Los gritos se hicieron ms y ms fuertes, pero l no haba terminado.Digo que vayamos, pero no a armar disturbios, no! Eso sera una locura.

    Cleofs tiene razn. No iremos a luchar, sino a presentarnos ante ese hombre,ese arrogante, para decirle que ha quebrantado nuestras leyes, y que no nosmarcharemos hasta que nos d satisfaccin!

    Pandemnium. No qued ningn hombre joven sentado en el suelo; todosse levantaron, algunos saltaban excitados como nios, y agitaban los puoscon furia y daban brincos aqu y all. La mayora de las mujeres tambin selevantaron. Y otras tenan que levantarse para poder ver algo por encima de lasdems. Los bancos de un extremo de la sala retumbaban con el baile de pies.

    Menahim e Isaac se abrieron paso hasta colocarse junto a Jasn y formar unfrente con l, mirando ceudos a su to. Menahim se agarr al manto de Jasn.Todos los jvenes forcejeaban para acercarse a Jasn.

    Santiago sujet por el brazo a Menahim y, antes de que su hijo pudierasoltarse, Santiago le golpe con el revs de la mano; pero Menahim semantuvo firme.

    Parad esto ahora, todos vosotros! grit Santiago, en vano.Jos resopl. Iris a Cesrea y los romanos os recibirn con sus espadas! grit

    Cleofs. Creis que les importar que llevis dagas o rejas de arado?El rabino repiti sus palabras. Los ancianos intentaban dar su opinin, pero

    era intil con el gritero apasionado de los jvenes.

  • Menahim salt al banco junto a Jasn, y Cleofs perdi el equilibrio y cay.Yo le ayud a incorporarse.

    Vamos! grit Jasn. Nos presentaremos delante de Poncio Pilatos enun nmero tan grande como no puede ni imaginar. Es que Nazaret va aconvertirse en sinnimo de cobarda? Quin es el judo que no vendr connosotros?

    Una nueva oleada de ruido recorri el recinto, las paredes retemblaron, ypor primera vez o gritos en el exterior de la sinagoga. Fuera haba gente quegolpeaba las paredes. La noche estaba llena de gritos; poda orlos a nuestrasespaldas.

    De pronto, la multitud que taponaba la puerta se apart, empujada por ungrupo de hombres vestidos para ir de viaje, con botas de vino colgadas delhombro. Yo conoca a dos de Cana, y a uno de Sforis.

    Esta noche nos vamos a Cesrea anunci uno de ellos. Vamos aplantarnos delante del palacio del gobernador y all nos quedaremos hasta queretire los estandartes!

    Jos me indic que le ayudara y se apoy en Cleofs. Entre los dosconseguimos subirlo al banco. Menahim se apart para dejarle sitio, e inclusoJasn se hizo a un lado.

    Jos estuvo u