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ESCRIBIR LA NACIÓN

EN LAS PROVINCIAS

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IDEHESIInstituto de Estudios Históricos, Económicos, Sociales e Internacionales, U.E.R., CONICETNodo IH: Instituto de Historia de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del Rosario UCADirector: Mario RapoportVicedirectora: Beatriz Josefina FigalloCoordinadora Académica: Noemí BrentaComité Académico del presente volumen:Beatriz Bosio (Universidad Católica de Asunción, Paraguay)Herib Caballero Campos (Universidad Nacional de Asunción, Paraguay)Luis María Caterina (Universidad Católica Argentina)María Silvia Leoni de Rosciani (Universidad Nacional del Nordeste, República Argentina)Tomás Sansón Corbo (Universidad de la República, Uruguay)

Diseño de tapa: Gráfica Amalevi SRLPrimera edición: Diciembre de 2013IMPRESO EN LA ARGENTINA

Escribir la nación en las provincias / Liliana María Brezzo ... [et.al.] ; edición literaria a cargo de Liliana María Brezzo ; María Gabriela Micheletti ; Eugenia Molina. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : IDEHESI- Instituto De Estudios Historicos, Economicos, Sociales e Internacionales del Conicet, 2013. 136 p. ; 22x15 cm.

ISBN 978-987-29642-2-1

1. Historia Argentina. I. Brezzo, Liliana María II. Brezzo, Liliana María, ed. lit. III. Micheletti, María Gabriela, ed. lit. IV. Molina, Eugenia, ed. lit. CDD 982

Fecha de catalogación: 16/12/2013

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Liliana M. Brezzo, María Gabriela Micheletti, Eugenia Molina

(editoras)

Eduardo Escudero – María Gabriela Quiñonez

ESCRIBIR LA NACIÓN

EN LAS PROVINCIAS

I D E H E S I

C O N I C E T

NODO ROSARIO

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ÍNDICE GENERAL

Presentación ................................................................................

CAPÍTULO I

La nación como proyecto y la escritura de la nación ..................Liliana M. Brezzo

CAPÍTULO II

Democracia y federalismo: el lugar de Córdoba en la magna Historia de la Nación Argentina .................................................Eduardo A. Escudero

CAPÍTULO III

Santa Fe en la representación de sus historiadores: el “eje histó-rico” de la Nación Argentina .......................................................María Gabriela Micheletti

CAPÍTULO IV

Construyendo la nación desde la periferia: Mendoza y su rol en el mito de los orígenes ................................................................Eugenia Molina

CAPÍTULO V

Manuel Florencio Mantilla y la construcción de un relato hege-mónico del pasado correntino .....................................................María Gabriela Quiñonez

Acerca de los autores ..................................................................

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Presentación

Este libro reúne los resultados de una indagación sobre el pro-ceso de escritura del origen y la definición de nación argentina por parte de un manojo de historiadores que, desde las provincias, intervinieron en el proyecto pergeñado por Ricardo Levene, entre los años 1936 y 1950: la Historia de la Nación Argentina; desde los orígenes hasta la organización definitiva en 1862.

La investigación constituyó uno de los ejes del Proyecto de In-vestigación Científica y Tecnológica titulado “Los proyectos de nación en la Argentina: identidad, relaciones internacionales y modelos econó-micos (de 1930 a nuestros días)”, financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (PICT - REDES Nº 02107/07) y estuvo dedicado a examinar la construcción de la identidad nacional y el concepto de nación desde ángulos diferentes. Por un lado, la inter-pretación de las diversas visiones de nación que desarrollaron las prin-cipales líneas de pensamiento e ideologías existentes en nuestro país; y por el otro, la incidencia que han tenido esas visiones en la constitución del Estado argentino.

Como es conocido, en cumplimiento del Plan Orgánico fijado por el presidente de la Junta de Historia y Numismática Americana, fue-ron convocados 24 autores para participar en los volúmenes IX y X de la Historia de la Nación Argentina dedicados a las historias provincia-les. ¿Qué discursos históricos produjo ese elenco en torno a los orígenes de la nación argentina? ¿Qué contribuciones le asignaron, en el proceso

PrEsENtacióN |

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de edificación nacional, a sus respectivas provincias? ¿Qué tensiones y consensos tejió con la narración provista por Bartolomé Mitre desde la segunda mitad del siglo XIX? ¿Cuál fue la figura de la nación argentina que, finalmente, apareció como resultado del proceso de integración en un relato que se pretendía “objetivo y unificado”?

Esos fueron, fundamentalmente, los interrogantes planteados al comienzo del abordaje. Posteriormente, en las tareas de cimentación del andamiaje teórico y del desarrollo empírico, surgieron otras pro-blemáticas. Una de ellas fue la necesidad de profundizar en la idea de la historia que tenían en mente los escritores de las provincias. ¿Cuál era su concepción del pasado? ¿Qué circunstancias determinaron su elección en lugar de otros autores que, en algún caso, contaban con una trayectoria más destacada? ¿Qué vínculos personales e institucionales los unían a la Junta de Historia y Numismática Americana? En fin, se vio preciso resolver, hasta donde fuese posible, las relaciones entre la trayectoria individual de esos letrados y su participación en el proyecto colectivo.

Otro asunto, difícil por cierto, fue establecer la recepción que tuvo la Historia de la Nación Argentina en las provincias. Conocemos que se produjeron tres ediciones, todas en Buenos Aires. La primera, entre 1936 y 1950, estuvo a cargo de la Imprenta de la Universidad. Hubo luego una segunda edición, que comenzó a publicarse en 1939, y una tercera, entre 1961 y 1963, ambas editadas por El Ateneo. Si bien no estuvo entre los propósitos de este estudio el documentar de forma exhaustiva los volúmenes de las lecturas escolares, oficiales, etc., que pudieron haber tenido lugar en cada uno de los espacios provinciales, surgieron interrogantes. ¿Cuándo y cómo se distribuyó? ¿Quiénes la compraron? ¿Quiénes la leyeron? Sea como fuese, en el transcurso de la investigación ha podido comprobarse que la obra tuvo vías de circu-lación más amplias y concurridas que las de los historiadores profesio-nales.

En los capítulos que componen este trabajo se da cuenta de buena parte de las preguntas reseñadas hasta aquí para las provincias de Santa Fe, Mendoza y Córdoba. Ciertamente se asume el resquicio de arbitrariedad en el criterio de selección de los casos estudiados, de-terminado por las actuales líneas de trabajo de los investigadores que intervinieron en el proyecto; sin embargo se desea hacer constar que se puso especial cuidado en aplicar una perspectiva comparativa con otros

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casos, lo que ha permitido poner de manifiesto especificidades propias del proceso de escritura histórica y de las relaciones entre historia y política en los diversos espacios provinciales.

En lo que hace a la provincia de Corrientes, los resultados se ven enriquecidos al dialogar con el análisis de María Gabriela Quiño-nez en el que, si bien no se hace foco en el capítulo elaborado por Ángel Acuña para la Historia de la Nación Argentina, permite explicar las ra-zones por las que, en el texto de Acuña, prevaleció la visión del pasado provincial construida en el siglo XIX por Manuel Florencio Mantilla, no obstante el profuso desarrollo que tuvo el campo historiográfico co-rrentino en las décadas de 1920 y 1930.

De esta forma, al recoger las visiones de los historiadores de las provincias, se espera contribuir a la mejor comprensión del proceso de escritura de la Historia de la Nación Argentina e invitar a la reflexión en torno a la realidad de sus trabajos y a los singulares itinerarios de institucionalización y profesionalización de la práctica de la historia.

Por todo ello, las editoras no podemos menos de agradecer a los investigadores que componen los tres nodos de la Unidad Ejecutora en Red IDEHESI, dependiente del CONICET, que han escuchado y realizado, con acierto, aportes a lo largo de los sucesivos tramos de esta investigación. Asimismo, quisiéramos agradecer a los integrantes del Instituto de Historia de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del Rosario (PUCA) que han acompañado, con su habitual alegría, estos trabajos en el día a día.

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CAPÍTULO I

La nación como proyecto y la escritura de la nación

Liliana M. Brezzo

En la comprensión del cambio historiográfico intervienen tres factores básicos: el contexto histórico, la práctica historiográfica y la influencia de diversas formas del pensamiento filosófico sobre los his-toriadores dando lugar a nuevas formas de entender el oficio, su objeto, su método, sus técnicas. En este sentido, me limitaré a insistir en este capítulo introductorio –puesto que en cierta manera ha sido ya apunta-do por influyentes investigaciones– sobre la relación entre el contexto histórico abierto entre fines del siglo XX y comienzos del XXI con la multiplicación de los estudios sobre la nación y en particular sobre los procesos de construcción nacional en el área latinoamericana.

Apenas parece existir cuestión más procelosa que la de la na-ción. A otear las diferentes miradas hacia el pasado, las formas que ha adquirido en distintos casos latinoamericanos, el modo como ha sido construida y retomada en diversos momentos se han dedicado numero-sísimas páginas, tantas como con frecuencia contradictorias. En lo que sí coinciden investigaciones procedentes de horizontes muy diversos, tanto en Europa como en América, es en el progreso que esa figura ha mostrado a partir de la última década del siglo XX. Acontecimien-tos como la caída del muro de Berlín, el derrumbamiento del imperio

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soviético, la desintegración de Yugoslavia, es decir, el resurgir explo-sivo de un nuevo problema de las nacionalidades planteó el tema con una urgencia e intensidad nueva. A tal punto la realidad de lo sucedido desde 1989 ha contribuido a lo que ha dado en llamarse el retorno de la nación que en lugar de un mundo postnacional –como algunos pre-veían– da la impresión, transcurrida la primera década del siglo XXI, que se está en presencia de un mundo post multinacional. Otros rasgos se agregaron como explicación de este revival: el distanciamiento de la idea de nación y nacionalismo con el fascismo o los nacionalismos anti democráticos, la superación en la identificación del nacionalismo con un único momento histórico y la emergencia de una sociedad industrial avanzada que permite al mismo tiempo la autonomía particularista y la integración supranacional.

A la par del influjo que esos sucesos e ideas han tenido, en ma-yor o menor grado, en América Latina, el ciclo conmemorativo de los bicentenarios de las independencias determinó el regreso de la nación a la agenda política e intelectual porque su nacimiento, en esta área se dio, precisamente, en loyalidad con aquel proceso, como una primera desintegración de uno de esos conjuntos políticos multicomunitarios tan frecuentes y normales en los Estados europeos del Antiguo Régi-men1 y porque a partir de esa ruptura, el gran proyecto del siglo XIX fue la construcción de la nación. La producción histórica que ese ani-

1 El Antiguo Régimen no es ya concebido, a partir del conocido libro de Pierre Goubert, como un marco cronológico desván, se ha convertido en un concepto político. Modo bas-tante específicamente francés de abordar la realidad francesa trisecular que separa las gue-rras de Italia de la Revolución de 1789, la expresión nació durante la pre–Revolución y se impuso rápidamente. El AR fusiona una doble aproximación: social –designa una sociedad consuetudinaria, corporativa y jerarquizada y católica siempre también– y política –es una monarquía de derecho divino que tiende hacia el absolutismo y hacia formas burocráticas de administración–. Las concepciones alternativas del AR responden a su manera a esta dialéctica de lo político y de lo social: ya rechazándola, por ejemplo, separando las nociones de monarquía absoluta y de sociedad de órdenes, ya exacerbándola, el marxismo coloca en primera línea los conceptos de feudalismo, de formación económica y social y de transición del feudalismo al capitalismo; insiste sobre la continuidad del período medieval y del AR, pero no por ello lo recusa, sino que lo integra en una teoría general del movimiento histórico. Está, pues, situado con precisión: surgido del liberalismo revolucionario y de la filosofía de las Luces, cuya herencia asume, se inscribe en una tradición jacobina. La contemporanei-dad inevitable de la historiografía le coloca actualmente a la izquierda, en el seno de una izquierda no marxista. En este último cuarto del siglo XX, las sensibilidades conservadora y autoritaria o las corrientes revolucionarias, sin rechazar forzosamente el empleo de la expre-sión Antiguo Régimen, no hacen de él un uso conceptual y se vuelven hacia otros sistemas de explicación para dar cuenta de los fenómenos históricos de los que la Francia moderna fue sede. En El Antiguo Régimen (España, Siglo XXI, 1973). Consideraciones conceptuales en la misma línea también en el capítulo de FraNçois XaviEr GuErra, “El olvidado siglo XIX”, en IV Conversaciones Internacionales de Historia. Balance de la Historiografía en Iberoamérica 1945–1988 (Pamplona, UNAV, 1988).

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versario ha desencadenado contribuye, también, a dar cuenta del actual consenso sobre su definición y su peculiaridad.

I

Existe acuerdo en reconocer las dificultades que reviste la opción por una descripción de nación aplicable a este espacio geográfico como así también la necesidad de no subsumir las múltiples facetas de su rea-lidad histórica en un concepto de validez general. Esta condición ha potenciado diversas estrategias para su estudio, prevaleciendo aquella que parte de la nación no en cuanto lo que es, sino en cuanto lo que se quiere que sea, es decir, partir de la idea o del “proyecto de nación” para así poder considerar la permanencia de la referencia a ella y la variabi-lidad temporal de su contenido, su extensión cada vez más universal y el particularismo de donde procede su fuerza movilizadora. Se convie-ne entonces que, para aprehenderla, más vale no intentar determinar si tal o cual comunidad humana cumplen con los criterios que permiten considerarla como nación, sino analizar si esas comunidades humanas adoptan o no el modelo nacional y correlativamente ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Bajo qué forma?2 En tal sentido es pertinente el enfoque que define a la nación, en primer término, como un orden pensado. En la medida en que parten de “proyectos nacionales” historiadores latinoa-mericanos y europeos enfrentan de manera similar el problema de la formación del estado y de la nación en América Latina.

Otro manojo de acuerdos que componen el consenso vigente es el concerniente a su peculiaridad. Indagaciones presentes sostienen su carácter no natural, construido, enfatizándose los aspectos dinámicos y/o los funcionalistas en dicho proceso y relegándose el modelo expli-cativo que subraya los aspectos estático–esenciales3. El análisis de los

2 Reflexiones teóricas, problematizaciones y críticas en torno a la nación han sido recogidas en trabajos colectivos como: móNica Quijada, FraNçois XaviEr GuErra (Ed.), Imaginar la Nación, Cuadernos de Historia Latinoamericana (Hamburgo, AHILA, 1994) Nº 2, HaNs joacHim KöNiG (Ed.) Estado–Nación, Comunidad Indígena, Industria, Cuadernos de His-toria Latinoamericana (Hamburgo, AHILA, 2000), Nº 8 y cENtro dE iNvEstiGacioNEs dE américa latiNa (Comp.), De súbditos del Rey a ciudadanos de la Nación (Castelló, Univer-sitat Jaume I, 2000).3 bENEdict aNdErsoN en Imagined Communities (Londres, Verso, 1983) define la nación como “una comunidad política imaginada porque los miembros de, incluso la nación más pequeña, nunca conocerán a la mayoría de sus compatriotas, aunque en la mente de cada uno permanezca viva la imagen de su comunión”. Pero si bien reconoce el carácter artificial de la nación, no cree por eso que sea un arbitrario producto ideológico porque creada o imaginada no quiere decir fabricada o falsa. Eric HobsbawN, por su parte, en Naciones y Nacionalismo desde 1870 (Barcelona, Crítica, 1995), para mostrar lo endeble de la pretensión nacionalista,

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casos particulares latinoamericanos indica que la nación remite a signi-ficaciones muy diferentes según las épocas y los países. Por ello, para evitar anacronismos o generalizaciones poco fundadas se previene tan-to contra la “esencialización que hace de las naciones contemporáneas realidades atemporales, como considerarlas sólo una pura invención o artefacto”.4 En la misma línea reflexiva se señala, como principal difi-cultad a la hora de explicar su surgimiento, la escasa operatividad que la tipología imperante reviste para su aplicación rigurosa a este espacio geográfico; el inevitable sesgo europeísta que informa y condiciona las especulaciones de los principales autores que han problematizado el origen y tipologías demanda, para su utilización, la realización de un esfuerzo cuidadoso de conversión de sus teorías.5 De hecho, no sólo ha debido de reconocerse que en el campo de las causas que explican la aparición de estas nuevas naciones no son operativas muchas de las ra-zones dadas para explicar el nacimiento de los movimientos nacionales en Europa como, por ejemplo, la modernización económica o cultural, sino que no puede perderse de vista la particularidad de la nación en esta área que queda justificada, al menos, por el siguiente tríptico: su precocidad, puesto que los latinoamericanos eran estados nuevos que se incorporaron precozmente al concierto de las naciones; su carácter exó-geno ya que se contaron entre los primeros que, para fundar su indepen-dencia apelaron a la soberanía de la nación o de los pueblos, sin que esta reivindicación estuviese precedida por movimientos que podrían ser ca-lificados de nacionalistas y el hecho de que su nacimiento no estuvo ba-sado en una nacionalidad, entendida esta como una comunidad dotada de un particularismo lingüístico y cultural, religioso o étnico. América Latina es un verdadero mosaico de grupos de ese tipo, pero ninguna

relega la nación al status de ficción, producto de fuerzas socioeconómicas y sin un arraigo fuerte en los pueblos. A juicio de algunos –y del nuestro también– el enfoque de Hobsbawn tiene un innegable valor correctivo frente a explicaciones ingenuamente naturalistas, sin embargo, al señalar su naturaleza dinámica, Hobsbawn la interpreta de una manera negativa. Para una perspectiva crítica véase KarEN saNdErs, Nación y Tradición. Cinco discursos en torno a la nación peruana 1885–1930 (Lima, Pontificia Universidad Católica de Perú–FCE, 1997). 4 aNtoNio aNNiNo y FraNçois XaviEr GuErra (coords.), Inventando la nación. Iberoaméri-ca. Siglo XIX (México, FCE, 2003), p. 9. 5 EdmuNdo HErEdia se ha ocupado de desenvolver esta dificultad en: “Una aproximación teórica sobre los conceptos de nación y de espacios regionales en la configuración de las relaciones internacionales latinoamericanas”, en Relaçoes internacionais dos países ameri-canos, (Brasilia, Universidad de Brasilia, 1994), y también “La región en la globalización y en la historia de las Relaciones Internacionales Latinoamericanas”, en Historia y Globa-lización (Tandil, Universidad del Centro, 1998). Cabe recordar que con excepción de los trabajos de Benedict Anderson y de Hugh Seton–Watson, en los demás estudios se omite el caso americano.

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nación latinoamericana corresponde ni pretendió nunca corresponder, a ninguno de esos grupos. Al contrario, puede sostenerse que los de-nominados forjadores de los nuevos estados, esencialmente las elites criollas, compartían todo lo que en otros sitios constituye una naciona-lidad: el mismo origen europeo, la misma lengua, la misma religión, la misma cultura, las mismas tradiciones políticas y administrativas. Así enfocado, el problema es cómo, a partir de una misma nacionalidad, se construyeron naciones diferentes.6

Otro de los rasgos que confiere singularidad a la realidad lati-noamericana es que el proceso de construcción del estado y de la nación no coincide. Este enfoque puntualiza que las sociedades organizadas en estados sólo pueden ser consideradas naciones cuando en el curso de su desarrollo han alcanzado determinadas características: un sistema de valores estandarizado, una creciente movilidad social y un incremento en la participación política de la población con clara tendencia a la igua-lación económica. Este proceso transcurriría por cuatro fases: la funda-ción del estado, la fijación territorial por una elite, la incorporación de amplios estratos de la población al sistema político y el aumento de la participación activa y redistribución de los bienes nacionales. Tal ca-racterización, que parte de un proceso sociopolítico de formación de la nación paulatino y a largo plazo, continuo e inacabado se lo ve como el más apropiado para analizar los procesos de formación o construcción nacionales. De esto se deriva la concordancia respecto a que en Améri-ca Latina el estado precedió a la nación y que las naciones americanas modernas, como unidades políticas en función de fronteras culturales no existieron hasta mediados del siglo XIX.

Esa aquiescencia no alcanza, aún, a la hora de explicar por qué el proceso de las independencias tuvo, entre sus consecuencias, el surgimiento de dieciocho estados–nación, es decir, las razones de esas mutaciones. Tal indefinición explicativa es el resultado, a su vez, de la completa declinación de las interpretaciones clásicas de esa transforma-ción fundadas sobre el presupuesto de la emancipación nacional, esto es, que todo grupo humano que aspira a una existencia autónoma como estado posee una fuerte identidad cultural en la lengua, la religión, las costumbres, en una particularidad étnica, en una historia específica, etc. Desde ese supuesto, la relación entre la identidad cultural y la aspira-

6 FraNçois XaviEr GuErra, “Epifanías de la Nación” en Imaginar la Nación, Cuadernos de Historia Latinoamericana…cit.

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ción al ejercicio pleno de la soberanía aparecía como una evidencia que no necesitaba justificación. Pero no sólo se ha demostrado que la idea explícita de que en América Latina existía una nación constitui-da por el pueblo que debía tener autonomía política no aparece, sino que, de forma convincente, flamantes trabajos han argumentado que, en muchos casos, la reivindicación de la soberanía se dio en colectivi-dades que se distinguían poco de sus vecinas.7 En definitiva, la nación no fue el resultado de reivindicaciones nacionalistas porque el mismo proceso independentista no fue impulsado, en sus comienzos, por una fuerte aspiración al ejercicio de la soberanía, sino por una causa exó-gena, esto es, la crisis desatada en la península ibérica a partir de 1808 y, por lo tanto, la independencia habría que considerarla en el contexto de la desintegración de la monarquía hispánica. Aunque sostenida de forma generalizada hay quien no comparte la tesis de la ausencia de nacionalismo. Hans J. König, por ejemplo, sostiene que si bien en la guirnalda de países americanos los criollos no denominaron el objeto de su patriotismo con el término Nación, sino con términos a veces impre-cisos como por ejemplo este reino, este país, esta tierra, este suelo, esta sociabilidad y sobre todo patria, ello no impide caracterizar las ideas y el comportamiento de los criollos como nacionalismo. En ese caso, el nacionalismo criollo y los movimientos nacionales serían respuestas al desafío de la modernización, eran reacciones frente al atraso econó-mico con el deseo de participar en los cambios sociales y económicos. De allí resultaron reclamaciones políticas que iniciaron un proceso que en Tierra Firme conducía a la formación de estados propios, naciones. Las elites americanas practicaron un nacionalismo anticolonial que en primer lugar aspiraba a la transformación política del status colonial y a la liberación.8 Aún con diversos cuestionamientos, Benedict Anderson, por su parte, ha explicado la formación de las nacionalidades en Amé-rica enfatizando la influencia del llamado print capitalism en el trans-curso del siglo XVIII, cuando la imprenta en estos territorios se inde-pendizó del control de la Iglesia y de la Corona. El periódico, sostiene, contribuyó a la creación de aquella comunidad imaginada que es uno de los sellos de la Nación, fijando a la vez los límites de la extensión de

7 FraNçois XaviEr GuErra, “Identidades e Independencia”, en Imaginar la Nación, Cuader-nos de Historia Latinoamericana…cit. También, del mismo autor, los ensayos reunidos, con anterioridad, en Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas (México, FCE, 1993).8 “Nacionalismo y Nación en la Historia de Iberoamérica”, en Estado–Nación, Comunidad Indígena, Industria…cit.

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esa comunidad, que estaban en proporción a los factores logísticos (las comunicaciones, el alcance de la tecnología, la ubicación geográfica, etc.). Hay que decir, sin embargo, que en la Hispanoamérica del siglo XVIII, el alcance de los productos del print capitalism fue restringido a las zonas administrativas; el gran tamaño del Imperio y el limitado desarrollo técnico de la época no facilitaban una industria de imprenta a escala continental; en consecuencia, la imprenta no podía contribuir a la creación de una conciencia nacional a esa escala.

Si bien los análisis, con vistas a una homologación, sobre las epifanías nacionales revisten un desigual grado de profundización –México, Perú y Argentina se cuentan entre los países que mayor aten-ción han merecido– se coincide en que la singularización nacional se llevó a cabo con absoluta celeridad, sin implicar con ello –como se expresara más arriba– que la nación existiera en el imaginario colectivo con anterioridad a la independencia o que fuera el destino inevitable del proceso abierto por ésta. Ni las identidades locales que actuaron una en contra de otra, ni la idea de patria fueron suficientes para la creación de un imaginario nacional. En América Latina fue preciso “construir” o, más aún, “inventar” la nación, proceso que entrañó la configuración en el imaginario de las elites de una serie de rasgos diferenciales que singularizaran a la propia patria más allá de los límites definidos por el territorio, rasgos asumidos como únicos e irrepetibles, que establecie-ran una distinción no ya del tronco inicial español, sino de los propios vecinos.

No cabe duda que el estado se constituyó en actor destacado en ese proceso. Fue el responsable de la propagación de los discursos nacionales: estableció el vocabulario simbólico de la nación –banderas, himnos, calendarios de fiestas, etc.– y fijó planes de estudio mediante los cuales se inculcaba en los estudiantes del país una específica visión de la historia, con su panteón de héroes y de malvados.

También intervino en fases más adelantadas, como el proceso de integrar a poblaciones caracterizadas por la heterogeneidad, cuestión de suma importancia, por ejemplo, en Argentina. En el imaginario de la emancipación, la nación aparecía como una construcción incluyente, en la que la heterogeneidad y la ausencia de cohesión entre los individuos se irían esfumando paulatinamente por obra de unas benéficas institu-ciones y una educación orientada a la formación de ciudadanos.

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Junto al estado, los letrados desempeñaron un papel central en la creación de la comunidad nacional: los relatos de los historiadores, periodistas, novelistas, filósofos, no fueron sólo los modos por medio de los cuales entendíamos “lo que somos”, sino también la manera a través de la cual llegamos a ser lo que somos. Teóricos como Benedict Anderson y Anthony Smith han concordado que, en efecto, la intelli-gentsia desempeñó un papel clave a través de la construcción de las narraciones nacionales. Éstas, ha reconocido asimismo Karen Sanders, en las cuales los acontecimientos fueron plasmados en formas especí-ficas y significativas, “con consecuencias para el presente”, tuvieron una importancia peculiar en la plasmación del sentido de identidad y el ethos de la nación.9

II

Pues bien, en Argentina, desde su surgimiento como estado–na-ción, en el último tercio del siglo XIX, la pregunta por su origen, na-turaleza y particularidades comprometió a una generación de letrados, cuya figura más influyente fue Bartolomé Mitre.

La Historia de Belgrano y de la independencia argentina tuvo, entre los años 1858 y 1945, once ediciones, con un tiraje, en la mayoría de ellas, de 20.000 ejemplares cada una. Al divulgarse la tercera edi-ción, en el año 1876, su autor situó el origen de la nación argentina en una supuesta profundidad histórica, alojada en un pasado inmemorial y distante –más precisamente en el siglo XVIII– en el que era posible distinguir, también, a las provincias.

Una selección de motivos tomados de la lectura de la obra ser-vían, asimismo, para dar cuenta de la representación de la nación ar-gentina revestida de excepcionalidad. Así, el descubrimiento del Plata, obra de navegantes mejores que Colón; la conquista del Paraná y de sus Pampas, empresa de capitanes de buena familia; el desarrollo na-tural, orgánico y social de la idea revolucionaria de Mayo; San Martín, principal capitán de América; la vocación argentina para el comercio con el mundo (es decir con Europa); Argentina, tierra abierta para los inmigrantes; la civilización en Buenos Aires; en fin, Argentina tenía

9 KarEN saNdErs, Nación y Tradición. Cinco discursos en torno a la nación peruana 1885–1930…cit.

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reservado un puesto en el liderazgo en la América meridional.10

Escribió Mitre pasajes como el siguiente:

Argentina es en Sud América el único ejemplo de una so-ciabilidad hija del trabajo reproductor. Los conquistadores del Plata, en su mayor parte, vizcaínos y andaluces, “traían en su temperamento étnico las calidades de dos razas su-periores, altiva y varonil la una, imaginativa y elástica la otra”.

E intercalaba un vaticinio respecto al espacio platense: “es un territorio preparado para la ganadería, constituido para prosperar por el comercio y predestinado a poblarse por la aclimatación de todas las razas de la tierra.”11

Ese relato matriz tuvo una incuestionable aceptación a lo largo de cincuenta años. No obstante el proyecto liberal contenido en estos discursos históricos, esto es, la tentativa de hacer del país una Europa americana, empezó a ser puesto en entredicho a finales de la primera Guerra Mundial. El triunfo electoral de Yrigoyen en 1916 y la reivin-dicación de Rosas resultó a la vez la expresión del populismo y de un nuevo nacionalismo que se reforzó, aún más, con la crisis de 1930. En ese contexto, se levantó un conjunto de escritores, agrupados bajo el apelativo de revisionistas, que impugnaron la versión canónica acusán-dola de ocultamiento del pasado. Con todo, no se encuentra en ellos un rechazo decidido a las ideas de Mitre. Fernando Devoto aduce la aceptación de sus explicaciones hasta el año 1820 (cuando se detienen las historias de Belgrano y de San Martín) por parte de historiadores como Julio Irazusta, José María Rosa y Ernesto Palacio. Si Mitre había postulado la excepcionalidad argentina, su destino manifiesto y su gran-deza intrínseca, los revisionistas, luego de la debacle económica y la dependencia creciente de la economía nacional, se preguntaron por qué esa grandeza no se había materializado y quiénes eran los culpables. Acuerdo de fondo, según Devoto.12

10 sErGio mEjía, “Las historias de Bartolomé Mitre: operación nacionalista al gusto de los argentinos” en Historia Crítica (Bogotá, enero–junio 2007), N° 33, p. 114.11 sErGio mEjía, “Las historias…”12 Sobre ese clima de época y su relación con las tradiciones historiográficas tratan FErNaNdo

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Sea como fuese, lo cierto es que esa atmósfera de decadencia pro-vocó una ruptura fundamental en las representaciones en torno a la na-ción argentina como una república liberal y democrática, produciendo reflexiones que en diversos sentidos trataron de elaborar explicaciones sobre el fracaso nacional.13

Junto a los embates provenientes del revisionismo se alinearon los reclamos de los historiadores de las provincias para que los aportes de cada una de ellas a la construcción nacional fuesen incorporados a la escritura de ese proceso, un reconocimiento del que, postulaban, habían sido excluidos por la perspectiva porteñocéntrica encarnada por Barto-lomé Mitre y sus epígonos.

Como han advertido María Gabriela Quiñonez, María Gabriela Micheletti y María Silvia Leoni, entre otros autores, los mismos títulos de las historias o crónicas provinciales que fueron apareciendo entre-siglos evidenciaron ese llamado a la construcción de una historia nacio-nal que recogiera tales aportaciones.14

La historia, como disciplina en vías de profesionalización, se ha-llaba presta a mediados de los años treinta para ofrecer una explicación del fracaso de un país que se creía predestinado al éxito y la orientación hacia un futuro que podía ser promisorio si se miraba hacia atrás, como enorme muestra de ejemplos de virtudes cívicas. Así, el rigor metodoló-gico, la insistencia en el tratamiento crítico de las fuentes y la cobertura institucional que habían logrado los historiadores que de algún modo podían adscribirse a las normas de la Nueva Escuela Histórica,15 tenían

dEvoto y Nora PaGaNo en su estudio Historia de la historiografía argentina (Buenos Aires, Sudamericana, 2010). También en otros casos se ha analizado este tipo de mutaciones como, por ejemplo, para el caso de Colombia, la excelente monografía de alEXaNdEr bEtaNcourt, Historia y Nación (Medellín, La carreta histórica, 2007) y para Venezuela los textos de Fré-dériQuE laNGuE como por ejemplo: “La independencia de Venezuela, una historia mitificada y un paradigma heroico”, en Anuario de Estudios Americanos 66, 2 (Sevilla, julio–diciembre 2009).13 Una excelente síntesis de lo que significó en el plano de las ideas políticas y las representa-ciones sociales la crisis de 1930 en oscar tEráN, Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales, 1810–1980 (Buenos Aires, Siglo XXI, 2008), pp. 227–255. 14 maría GabriEla QuiñoNEz, “Prólogo. Hacia una historia de la historiografía regional en la Argentina”, en tErEsa suárEz y soNia tEdEscHi (Comp.), Historiografía y sociedad. Discur-sos, instituciones, identidades, (Santa Fe, Ediciones UNL, 2009), pp. 8–10; maría GabriEla micHElEtti, Historiadores e historias escritas en entresiglos. Sociabilidades y representa-ciones del pasado santafesino, 1881–1907 (en prensa), ErNEsto j. a. maEdEr, maría silvia lEoNi, maría GabriEla QuiñoNEz y maría dEl mar solís carNicEr, Visiones del Pasado. Estudios de Historiografía de Corrientes (Corrientes, Moglia, 2004).15 alEjaNdro cattaruza y alEjaNdro EujaNiaN, Políticas de la historia. Argentina 1860–1960, (Buenos Aires, Alianza, 2003), pp. 103–142.

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recursos “científicos” para contribuir a la reconstrucción de la concien-cia nacional.

Concebida –al igual que en el resto de los países latinoamerica-nos– siguiendo el modelo propuesto, en Francia, por Langlois y Seigno-bos, el proyecto editorial de la Historia de la Nación Argentina; desde los orígenes hasta la organización definitiva en 1862, de la Academia Nacional de la Historia, pareció recoger los reclamos de los historiado-res de las provincias. Resultan elocuentes las expresiones de Ricardo Levene en el Plan Orgánico al sostener que la “proporción del todo y las partes integran el moderno concepto de la historia de la Nación y las Provincias, indisolublemente unidas, dando por concluida aquella etapa de la historiografía en la que se escribía una historia argentina desde Buenos Aires y para Buenos Aires”. Una Historia que, además, se pretendía objetiva, elaborada de acuerdo a los rigurosos cánones de la ciencia histórica en el que se reconstruían cronológicamente los acontecimientos y se periodizaba el pasado nacional que correspondía, esencialmente, al de la elite política y sus luchas parlamentarias o mi-litares.16

Pues bien, planteadas esas premisas, Levene convocó a 24 au-tores provenientes de las distintas provincias para participar en los vo-lúmenes IX y X dedicados a esas historias.

La publicación de los sucesivos volúmenes anunciados no es-tuvo exenta de algunos malestares. Como es conocido, uno de ellos se concentró en torno a la aparición del tomo VII dedicado a Rosas y su época que se imprimirá recién en 1951, después de los que le seguían cronológicamente, prueba de la confusión que el revisionismo había provocado en la tradición liberal de la historia argentina. Otra limita-ción estuvo asociada a la integración de las historias de las provincias, las que fueron incorporadas por separado, reunidas en dos volúmenes finales, a manera de “apéndice”. María Silvia Leoni ha resaltado el jui-cio negativo que le mereciera la obra al historiador correntino Félix Gómez. Si bien tuvo a su cargo la redacción de un capítulo dedicado a los territorios nacionales, el resultado del proyecto lo había decepciona-

16 Pero, aun con sus limitaciones, como resultado de la época en que fueron concebidas, esos proyectos han producido obras que, en gran parte, todavía no han sido superadas como la Historia de la República del Perú de Jorge Basadre, cuya edición principiara en 1939. FraNçois XaviEr GuErra, “El olvidado siglo XIX”, en IV Conversaciones Internacionales de Historia. Balance de la Historiografía en Iberoamérica 1945– 1988…cit., p. 597.

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do. Para Gómez “la historia argentina es una, indivisa y podía ser vista desde la plataforma de las catorce provincias, que actuaron con ideas y sentimientos propios en el devenir de los sucesos”.17 En su lugar, la nación argentina resultaba, en el proyecto de la Academia Nacional de la Historia, una composición en la que aparecía, en el centro, Buenos Aires, rodeada de un bello collage de provincias.

No obstante los avatares y su discutible legado, ese proyecto editorial significó escribir sobre una figura, la de la nación argentina, a la vez omnipresente y proteiforme, con sus enemigos, con el “horrible pasado del que había logrado liberarse” y con el grandioso futuro que le cabía esperar. En los años que siguieron a su divulgación, fenómenos como la internacionalización creciente de la economía, de los modos de consumo y las reivindicaciones étnicas condicionaron diversas crí-ticas hacia la nación.18 Al mismo tiempo, los historiadores aparecieron inhibidos de escribir una historia nacional y buscaron artilugios para dar cuenta de ella. Tal el caso paradigmático del monumental empren-dimiento de Pierre Nora en cuyos volúmenes se advierte la preocupa-ción patriótica, el problema de cómo escribir una historia nacional (en ese caso la de Francia) en un momento en el que cualquier intento de escribir una historia narrativa nacional se arriesgaría a ser acusada de anacrónica. Puesto que la escritura de la historia ya no es la sierva de la Nación, puesto que ya no canta la evolución de la nación desde los antiguos orígenes hasta nuestros días ¿cómo escribir la historia de la nación? La solución que se ofrece en la obra es la de rechazar la narra-ción y fragmentar la historia en una serie de lugares representativos que serían recuperados por una memoria –patrimonio.19

En fin, como se ha argumentado al comienzo de este capítulo, ciertos acontecimientos internacionales dan muestras de su regreso. Ra-zón de más para volver, en lo que a América Latina respecta, a ese siglo XIX que la vio nacer y dar sus primeros y fundamentales pasos. Y, en el caso de Argentina para indagar qué tipo de historia tenían en mente los historiadores de las provincias que intervinieron en la escritura de la Historia de la Nación Argentina.

17 maría silvia lEoNi dE rosciaNi, “Hernán Félix Gómez un historiador para Corrientes”, en Visiones del Pasado. Estudios sobre historiografía correntina…cit., p. 92.18 aNtoNio aNNiNo y FraNçois XaviEr GuErra, Inventando la nación…cit., p. 11.19 PiErrE Nora, Les Lieux de Mèmoires (París, Gallimard, 1984–1992).

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CAPÍTULO II

Democracia y federalismo: el lugar de Córdoba en la magnaHistoria de la Nación Argentina∗

Eduardo A. Escudero

A modo de introducción

Muestra de consensos múltiples fundamentados en la perdura-ción de sus preceptos historiográficos o de rotundas negaciones expre-sadas por sus detractores, la Historia de la Nación Argentina (HNA) que concibió y dirigió Ricardo Levene desde mediados de los años ’30 es aún un pasaje de la historiografía argentina que se halla sin explorar. Alentadora es, entonces, la aparición de algunos trabajos como los que integran el presente volumen, que fijan a su vez la mirada en uno de los puntos que, a nuestro juicio, ofrecen mayor interés en el concierto de esta obra trascendente: la inclusión sistemática de las historias de las provincias y la configuración conflictiva del/los relato/s sobre la nación.

* Agradezco a Liliana Brezzo y a María Gabriela Micheletti por la invitación a participar de esta compilación; a Marta Philp por brindar siempre el estímulo y el espacio propicio y a Eze-quiel Grisendi por el encuentro con algunos de los materiales documentales.

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Obra de largo aliento, la HNA marca el encuentro de ciertas condiciones específicas de su momento historiográfico. Como ya han señalado los especialistas, en su factibilidad están presentes los máxi-mos logros de la Nueva Escuela Histórica, el respaldo que el fondo documental fundado desde principios de siglo brindaba, las potencia-lidades de un determinado concepto de trabajo científico en Historia y las ganancias que en varios aspectos otorgaba el tendido de redes de sociabilidad e intercambio con los historiadores de provincia, entre otros. Más aun, es necesario recordar, aunque ya sea un punto sabido y repetido por la bibliografía de carácter general, el claro vínculo entre el Estado y la Junta de Historia y Numismática, representando definicio-nes y factibilidades indispensables.1

Como ya se adelantó, en el pretendidamente unívoco y armó-nico plan de la HNA, se incluyeron estudios sobre “la formación de las provincias y territorios nacionales y su historia geográfica, económica, institucional y cultural”2. En el “moderno concepto de la historia de la Nación y las Provincias” que buscaba fundar la obra, ambas eran repre-sentadas indisolublemente unidas en lo que el mismo Levene llamaba “la proporción del todo y las partes”.3 Se perseguía y declaraba, asimis-mo, un objetivo de difícil consecución: el Director General de la HNA anhelaba dar por finalizada la etapa de la historiografía local “en la que

1 Estudios generales, de referencia, sobre esta coyuntura de la historiografía argentina son los siguientes: maría cristiNa dE PomPErt dE valENzuEla, “La Nueva Escuela Histórica (1905–1947). Su proyección e influencia en la historiografía argentina”, Folia Histórica del Nordeste. Nº 10, (Resistencia, Instituto de Historia, Facultad de Humanidades– Universi-dad Nacional del Nordeste, 1991); alEjaNdro EujaNiaN, “Método, objetividad y estilo en el proceso de institucionalización, 1910 – 1920”, en alEjaNdro cattaruzza y alEjaNdro EujaNiaN, Políticas de la Historia. Argentina 1860 – 1960, (Buenos Aires, Alianza, 2003); FErNaNdo dEvoto y Nora PaGaNo, Historia de la historiografía argentina, (Buenos Ai-res, Sudamericana, 2009); Nora PaGaNo y miGuEl GalaNtE, “La Nueva Escuela Histórica: una aproximación institucional del centenario a la década del ‘40”, en FErNaNdo dEvoto (Comp.), La Historiografía argentina en el siglo XX, (Buenos Aires, Centro Editor de Amé-rica Latina, 1993). Para una discusión crítica sobre las tensiones entre Historia nacional e Historias provinciales véanse: Pablo bucHbiNdEr, “La nación desde las provincias: las historiografías provinciales argentinas entre dos Centenarios”, Anuario del Centro de Es-tudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, Nº 8 (Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, 2008) [mimeo] y maría GabriEla QuiñoNEz, “Hacia una historia de la historiografía regional en la Argentina”, en tErEsa suárEz y soNia tEdEscHi (Comp.), Histo-riografía y sociedad. Discursos, instituciones, identidades, (Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 2009).2 ricardo lEvENE, “El plan orgánico de la Historia de la Nación Argentina”, en: ricardo lE-vENE (Dir. Gral.), Historia de la Nación Argentina. Desde los orígenes hasta la organización definitiva en 1862, (Buenos Aires, El Ateneo, 1939), p. 18.3 Sobre las ideas y el programa historiográfico de Ricardo Levene puede consultarse: Eduar-do EscudEro, Ricardo Levene: políticas de la historia y de la cultura (1930–1945), (Córdo-ba, Ferreyra editor, 2010).

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se escribía una historia argentina desde Buenos Aires y para Buenos Aires”4. De este modo, en los volúmenes IX y X aparecieron reseñadas las historias de las provincias, dispuestas a tramarse en el relato del pasado de una gran Nación, dando cuenta de lo acaecido desde 1810 hasta 1862, año en que, con la “organización definitiva”, se iniciaba la historia contemporánea argentina.

Están en curso los primeros trabajos que leen estas historias de las provincias en el concierto de la HNA. A primeras luces, se sabe que la pretendida uniformidad y hasta la ausencia de conflicto interpretativo no siempre se hicieron presentes, cuando los encargados de las respecti-vas escrituras afrontaban desde lugares historiográficos particulares, la tarea de historiar e interpretar los procesos provinciales en relación con los de la Nación. En tal sentido, en este trabajo se efectúa una lectura del capítulo que sobre Córdoba escribió una figura destacada de los espacios académicos a escala provincial y nacional, el cordobés Enri-que Martínez Paz; observando principalmente las ideas e intuiciones historiográficas que formuló y sostuvo en la tarea de proveer de peso específico a la historia de su terruño.

Convocado por su perfil académico, por su trayectoria como historiador y por sus relaciones de larga data con los principales de la Junta de Historia y Numismática, luego Academia Nacional de la His-toria, Enrique Martínez Paz (1882–1952) resolvió con soltura la con-signa de escribir sintéticamente sobre Córdoba, en un ejercicio en el que combinó la labor erudita, en la selección y ordenamiento del dato preciso, con la operación interpretativa respaldada por sus conocimien-tos sociológicos y jurídicos.

Martínez Paz fue un intelectual fructífero en el campo del dere-cho y de la sociología “de cátedra”. Desarrolló desde 1920 una intensa agenda abordando más específicamente temáticas históricas, dando lu-gar, con ello, a una segunda etapa en su carrera.5 Su incorporación como miembro correspondiente por Córdoba a la Academia Nacional de la Historia en 1926 lo posicionó en el centro de los procesos de institucio-nalización y profesionalización de la disciplina y un decenio después su

4 ricardo lEvENE, Historia de la Nación…, p. 18.5 EzEQuiEl GrisENdi, “Enrique Martínez Paz. La sociología entre la institución universitaria y las tradiciones intelectuales”, en: aNa clarisa aGüEro y diEGo García (Ed.), Culturas interiores, Córdoba en la geografía nacional e internacional de la cultura, (La Plata, Al Margen, 2010), p. 90.

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papel decisivo en la fundación del Instituto de Estudios Americanistas de la Universidad Nacional de Córdoba refrendó esta ubicación.

El “Maestro”, también “Apóstol de la cultura” cordobesa6 supo desarrollar una intensa labor histórica que se vio abonada, como ya se dijo, por elementos subsidiarios de su formación sociológica. Carlos Luque Colombres, en su trazado ligero sobre la trayectoria de la histo-riografía cordobesa consideró que la obra de Martínez Paz representa, fundamentalmente, una reflexión sobre el pasado más que el constructo de la labor erudita:

[…] No frecuentaba los archivos. Pero a su proverbial orden aplicado al estudio y a sus diferentes actividades, sumaba el privilegio sui generis de captar la esencia del suceder a través de la epidermis de los hechos; pero de captarlo con la autenticidad de La conciencia de su tiem-po, como él mismo lo había expresado algunas veces. […] Reconstruyó el pasado de Córdoba no sólo a través de períodos claves sino también en torno de figuras repre-sentativas, sin afán laudatorio, y con el único propósito de poner de relieve el predicamento de sus biografiados y su contorno cultural. Los personajes que concitaron sus preferencias fueron elegidos por ser destacadas individua-lidades, expresiones de un momento, de una época o de un lugar […]7

En el primer homenaje que con motivo de su elección como Decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Univer-sidad Nacional de Córdoba le tributaran sus colegas y discípulos, se consideraba que “[…] [habitaba] en la compleja y magnífica obra de Martínez Paz un amor a Córdoba como centro espiritual e histórico, y aun como entidad política, que lo [llevaba], por encima de sus preocu-paciones de ciencia pura, a estudiar con preferencia sus grandes hom-bres, sus organismos de cultura, sus instituciones, la evolución de sus

6 EzEQuiEl GrisENdi, “Enrique Martínez Paz…”, p. 81. 7 carlos luQuE colombrEs, “Córdoba”, en: maría cristiNa dE PomPErt dE valENzuEla Et al, La Junta de Historia y Numismática Americana y el movimiento historiográfico en la Argentina (1893 – 1938). (Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1995), p. 37.

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ideas y de su ambiente […]”.8 Más allá de lo laudatorio del saludo del entonces Rector de la Universidad, se rescata la específica orientación de Martínez Paz al conocimiento de la historia y de la cultura cordobesa proponiendo desde los años ’30 y sin apocamiento, un perfil de traba-jo historiográfico que buscó distanciarse de la tradición decimonónica9 confirmada aún eficazmente por la Nueva Escuela Histórica. Resultan al respecto ilustrativas estas afirmaciones:

No alimentamos ninguna ilusión sobre la eficacia de los métodos positivos, si se pretende con ellos llegar a una re-construcción definitiva del pasado. Cada generación revive los hechos contenidos en su tradición y los evoca según su imagen de vida; padece un engaño doloroso el que se pro-pone revisar la historia para dictar sentencia definitiva. La historia se renueva naturalmente en cada etapa del tiempo. No pretendemos con esto hacer de la historia un género de la imaginación ni una especie de metafísica a la manera croceana, ni mucho menos afectar una despreocupación por los hechos. La descripción de los acontecimientos per-tenece a los métodos positivos, y a ellos toca desempeñar el encargo de restablecerlos materialmente como han sido, pero lo que vale más, lo que actúa sobre nuestros juicios y decisiones, son sus perfiles, sus colores, la imagen social tal como se incorpora a la sensibilidad que se renueva en cada generación10

8 soFaNor Novillo corvaláN, “La labor historiográfica del profesor Martínez Paz”, en: Ho-menaje al Doctor Enrique Martínez Paz, (Córdoba, Imprenta de la Universidad Nacional de Córdoba, 1938), p. 4.9 EzEQuiEl GrisENdi, “Enrique Martínez Paz”, p. 89.10 ENriQuE martíNEz Paz, La formación histórica de la provincia de Córdoba, (Córdoba, Instituto de Estudios Americanistas– Universidad Nacional de Córdoba, 1941), p. XIV. La cursiva es nuestra. Discutimos a partir de esta cita textual lo indicado por Carlos Luque Co-lombres al señalar la estricta raíz croceana del pensamiento histórico del historiador cordo-bés. En oportunidad de la inauguración del Instituto de Estudios Americanistas de la UNC en 1937, Martínez Paz pronunció una conferencia publicada luego bajo el título de “El sentido político moderno de la Historia”. La misma, constituye un importante registro desde donde leer las apreciaciones críticas y heterodoxas del autor sobre la filosofía de la historia y sobre el panorama de la historiografía argentina en un balance matizado. Cf. ENriQuE martíNEz Paz, “El sentido político moderno de la Historia”, en: uNivErsidad NacioNal dE córdoba, Instituto de Estudios Americanistas. Acto inaugural y antecedentes, (Córdoba, Imprenta de la Universidad, 1937), pp. 37–44.

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Martínez Paz consideraba que la posición real del historiador que contempla el pasado hacía variar la vista que se tiene sobre la his-toria. Afirmaba, de igual modo, que la historia de la nación es otra si se la observaba desde el “interior del país”; dado que desde las provincias afloraría una “natural inspiración federativa” que alcanzaba para opo-ner las perspectivas que ofrecían “las llamadas historias nacionales”.11 En clara sentencia, el historiador expuso:

Suele confundirse frecuentemente unidad nacional con centralismo unitario, y suele llevarse a tal punto la ofus-cada exaltación, que se llega a identificar el centralismo con el sentimiento de la patria, de donde aquél se vuelve criterio de justificación aliento de héroes, fundamento de condenación y exilios; de aquí ha nacido ese régimen de silencios y de proscripciones que se verifican en nuestra historia escrita. […] [aspiramos] a ofrecer una síntesis en cuya composición entren todos los acontecimientos, sin intencionales olvidos o mutilaciones, y en la que todas las corrientes de vida recobren su sentido.12

En este pasaje, que pertenece a la “Advertencia Preliminar” de La formación histórica de la provincia de Córdoba (1941), y que prologa el mismo texto que aparece en la HNA, el autor da cuenta de un espacio que, por su misma polémica, no hubiera tenido lugar en la obra mayor. Martínez Paz procuró también que su síntesis sobre la historia de Córdoba pudiera ser difundida pero también dotada de un mayor aparato erudito y con algunas definiciones conceptuales más de-sarrolladas.13 Con estos aportes, el mismo texto apareció en el Volumen

11 ENriQuE martíNEz Paz, La formación histórica…, p. XIV.12 ENriQuE martíNEz Paz, La formación histórica…, pp. XIV–XV. La cursiva es nuestra.13 Se trata de una edición de 289 páginas dotada de un amplio aparato erudito, con citas muy extensas, un índice de nombres y una Bibliografía General muy completa. En la sección bibliográfica aparecen detallados todos los trabajos que sirvieron de soporte para la construc-ción de la síntesis histórica, incluyendo los autores relevantes de la historiografía cordobesa: Santiago Albarracín, Zenón Bustos, Pablo Cabrera, Ramón Cárcano, Ernesto Celesia, Gui-llermo Furlong, Ignacio Garzón, Pedro Grenón, Juan Mateo Olmos, Francisco Silva, Juan B. Fassi, entre otros. También están presentes otros historiadores de provincia: Manuel Cervera, J. W. Gez, Ricardo Jaimes Freyre, entre otros. Lamentablemente no se cuenta con avances de investigación sobre la trayectoria de la historia de la historiografía cordobesa, los trabajos dispersos resultan insuficientes para dar cuenta de los procesos de delimitación del campo disciplinar, su institucionalización y profesionalización. Esta situación condiciona todos los

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V de la colección del Instituto de Estudios Americanistas en el mis-mo año 1941. Allí el autor consideraba necesario que bajo el título ya mencionado aparecieran las “copiosas notas documentales, biográficas y bibliográficas” que permitieran verificar los fundamentos de las afir-maciones vertidas.14 Con el mismo hilo argumental, pero dando espacio mayor a reflexiones e interpretaciones desapegadas a los hechos insti-tucionales de la historia provincial, el 21de junio de 1941 Martínez Paz pronunciaba en la Academia Nacional de la Historia una conferencia en la que se definía La Misión Histórica de Córdoba.15

A partir del encargo de Ricardo Levene, Martínez Paz propuso, tal como se ha ido señalando, una síntesis de la historia de Córdoba que incluía “un juicio” histórico sobre el lugar o la misión de la provincia en la HNA. Consideraba asimismo que los antecedentes históricos de la Nación y de la provincia respondían, sin duda a los otros “escenarios” que habían dado como resultado otras “representaciones históricas”, fruto de otras condiciones de vida.16 También el historiador reflexio-naba sobre la necesidad de un “juicio diferente” nacido a partir de la metamorfosis argentina observada desde el “interior del país”:

[…] Las perspectivas de la evolución social argentina, después de un siglo de transformación incesante, miradas desde el interior del país, ya sin la preocupación de crear una tradición superior de cultura, un espíritu nacional, sin la presión de ideologías extranjeras, tienen que conducir a un juicio diferente, no por afán de novedad sino como con-secuencia del cambio natural de las premisas impuestas por el proceso regular del tiempo. Estas reflexiones, que pueden parecer triviales, por evidentes, no está de más que las recordemos aquí, por cuanto se las olvida con demasia-da frecuencia y porque han de servirnos, a nosotros mis-mos, de tema y guía de nuestro discurso, que contribuyan a prestarle ese tono de moderación y rendimiento que suele

trabajos en su condición exploratoria.14 Cf. ENriQuE martíNEz Paz, La formación histórica…, p. XIII.15 Reeditada en 1977 por la Dirección General de Publicaciones de la Universidad Nacional de Córdoba en oportunidad del XXV° aniversario del fallecimiento de Enrique Martínez Paz. (Resolución N° 677/1976).16 Cf. ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba, (1810 – 1862)”, en: ricardo lEvENE, (Dir. Gral.), Historia de la Nación Argentina (Desde los orígenes hasta la organización definitiva en 1862). (Buenos Aires, El Ateneo, 1946), p. 427.

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ser testimonio de la verdadera sabiduría. […]17

Como puede leerse, el historiador y sociólogo cordobés pen-saba ya anacrónica la insistente búsqueda de una historia nacional re-posada en un relato uniforme, unívoco. Tal vez era la hora de que se abandonaran los oficios que conducían a la invención de una tradición nacional compuesta sobre la base del sacrificio de los matices y los “jui-cios diferentes”. Esas ideas tornaban al historiador en un sujeto capaz de actualizar las miradas que los presentes connotaban. Esta era la “guía del discurso” histórico de Enrique Martínez Paz.

La escritura de Enrique Martínez Paz: sobre el papel determinante de Córdoba en la arquitectura de la nación

La Córdoba que Enrique Martínez Paz estipuló en su construc-ción historiográfica implicó ser la resultante de “un complicado proceso de influencias” linealmente resueltas desde la fundación de la ciudad hasta la “constitución definitiva de la Nación”.18 En el capítulo que a encargo de Ricardo Levene escribió para dar cuenta del proceso his-tórico cordobés, subyace la idea de la misión cumplida por la provin-cia mediterránea en el desarrollo del país federal y democrático. Para efectuar esa tarea de proponer un papel determinante de Córdoba en la arquitectura de la nación argentina, Martínez Paz seleccionó una serie de episodios clave de la “vida nacional” y describió el desarrollo insti-tucional de la provincia, desde 1810 hasta 1862. Asimismo, remarcó la singularidad de la formación societal y cultural de Córdoba, predestina-da a sostener el faro que guió el desarrollo del proceso institucional de la Argentina, atentado por los intereses del centralismo “del Puerto”.

Según Enrique Martínez Paz, la provincia de Córdoba, siempre disidente, había adquirido cierta peculiaridad al no haber sido influen-ciada de manera determinante por la cultura de las tribus indígenas que habitaban el norte y oeste, las que a la venida de los españoles se encon-traban en “un grave estado de postración y atraso”.19 Sin embargo, la

17 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba….”, p. 428. El cursivado es nuestro.18 Cf. ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba….”, p. 364.19 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba...”, p. 366.

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conquista española había aportado los elementos de desarrollo cultural que, sumado al factor geográfico, resultaron en la “ciudad doctoral”.

Las instituciones religiosas y educativas que desde temprana data pusieron en marcha a la cultura cordobesa son las:

[…] que [habían] dado a Córdoba su verdadera persona-lidad, sus características propias. […] una sociedad que estima por sobre todos los otros valores, los religiosos y morales; que cultiva las finas maneras de la cortesía; que perpetúa las ceremonias antiguas, sin modificar su vieja pompa. Estos caracteres, que suelen recordarse para sa-tisfacer una simple vanidad lugareña, observados con se-riedad pueden dar base a la interpretación exacta de los episodios de la historia de la formación nacional, en la que el localismo, egoísta en apariencia, ha jugado un papel tan importante como expresión del sentimiento auténtico na-cional; egoísmo que muchas veces ha sido encarnado por Córdoba, y que debe ser mirado como la consecuencia de su formación particular y de las propias peculiaridades que le han dado, en medio de las demás provincias, una fisono-mía especial […]. 20

Martínez Paz juzgaba que Córdoba, como caja de resonancia del desarrollo histórico–social del país, había pasado por diversos esta-dos que habían preparado una identidad política poderosa, al punto de poder ser irradiada al resto del territorio. El historiador se esforzó por construir una imagen de una Córdoba resistente y cautelosa en cada uno de los momentos cruciales de la historia argentina a partir de la crisis política de 1810. Resistente y disidente por ser ilustrada, por proveer al drama del desarrollo de la nación tanto el escenario como los actores principales.

En oportunidad de la Revolución de Mayo, por ejemplo, Cór-doba no se “había dejado arrebatar” por las novedades ni tampoco se había puesto al servicio de los hombres “del Puerto”. La indocilidad de los cordobeses reposaba en las reservas de una tradición racional y de

20 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba...”, p. 366.

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una personalidad firme. Para Martínez Paz, la resistencia de Córdoba a la Junta porteña fue, en todo caso, una expresión de una fortaleza indi-vidual ante el ya muy evidenciado centralismo. Efectúa, para ello, un distanciamiento historiográfico:

Los historiadores suelen colocar entre los réprobos a los que han levantado, desde los primeros días, la bandera de la autonomía provincial, y señalarlos como los causantes de todos nuestros males: anarquía, guerra civil, tiranía, y, a la inversa, ver en los centralistas los representantes de la verdad histórica e institucional; a tal punto, que suele ser delito de lesa patria el de los que se atreven a disentir o a combatirlos. […]”21

La perspectiva historiográfica de Martínez Paz declara, desde este momento iniciático del relato histórico nacional, una acentuada de-finición antiliberal. Desde los hechos de Mayo acusa a los “inventores del centralismo” e invita a considerar a lo largo del proceso histórico argentino, “[…] la aparición de cada movimiento centralista para de-nunciarlo ante el tribunal de la historia como causante de haber empu-jado al país a la forma bárbara del caudillismo y de haber retrasado su organización, con desvaríos de una fatuidad tan incomprensible como el de la unidad monárquica”.22

Luego del “desencuentro” provisto por la interesada celeridad con que Buenos Aires encabeza el desvirtuado proceso de ruptura con España desde 1810, la provincia de Córdoba sería la encargada de dar cuerpo al germen autonomista al consumarse el motín de Arequito, que “debía cambiar fundamentalmente la faz política de la Provincia”, y que “debía colocar a Bustos en el gobierno”.23 El mencionado episodio proporcionaba, según el relato de Martínez Paz, el triunfo del principio federativo, haciendo posible la declaración de la Asamblea Provincial de Córdoba el 18 de marzo de 1820:

21 ENriQuE MartíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 370.22 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 370.23 Cf. ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 370.

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[…] por la que la provincia “reasumía su propia sobera-nía”, aunque sin pensar en destruir todos los lazos que la ligaban al resto del país. […] El ejército sublevado había entrado en Córdoba, entre las muestras más seguras de re-gocijo popular, en la tarde del 30 de enero; todas las cla-ses de la sociedad participaron de las celebraciones que se dedicaron al fausto acontecimiento. No ha de decirse que el juicio del tiempo sea por sí mismo la justificación o la condena de los hechos, pero no es dudoso que el auspicio popular sea un dato, entre otros, que sirve para la aprecia-ción de los mismos.24

Para Martínez Paz, en el crucial año XX se exhibían las últimas etapas de un “proceso irremediable de la disolución nacional”. El alza-miento de las provincias del litoral, la resistencia de las del interior y la descomposición de los ejércitos nacionales “[…] no podían alcanzar el efecto de mantener una unión que aparecía ante la conciencia de los pueblos como una sujeción tiránica. El ejército, tocado por todos estos procesos, no podía hacer excepción y debió resistirse a mantener la autoridad nacional; una consecuencia lógica de este estado fué [sic] el levantamiento de la tropa y la separación de las provincias […]”.25 Se trató, según afirma el autor, de una coyuntura de conmoción, de profun-da crisis, en la que los hechos adquirieron carácter de excepción, ajena a los que hubiera posibilitado la vigencia de “estados regulares”.26

La década de 1820 es analizada en detalle desde los procesos interiores de la provincia. La era de Bustos encuentra un espacio espe-cial en el relato que, laudatoriamente, afronta la actuación del gober-nador federal informando más aciertos que faltas. Ejemplo de compor-tamiento, de capacidad y espíritu militar27, el Gral. Bustos encarna en el relato una nueva etapa en la que Córdoba definía en los hechos su autonomía y se planteaba la tarea de “asegurar la paz pública, el orden para una administración regular que hiciera imposible la amenaza de caudillos y montoneros”.28 Visto desde ese prisma, el gobierno de Bus-

24 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 370.25 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 370.26 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 370.27 Cf. ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 370.28 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 379.

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tos aseguraba la vigencia de un principio federativo claramente orienta-do a los intentos de organización constitucional. Córdoba, como ejem-plo de vida política orgánica y tal vez modernizante ante el resto de la Nación, rápidamente puso en vigencia el “[…] Reglamento Provisorio para el régimen y la administración de la Provincia de Córdoba, bajo un «sistema presupuesto de una república federal» [y] La Constitución provincial de 1821 [que] ha puesto orden y regido la vida institucional por más de veinte años consecutivos […]”.29

La Córdoba constitucional y por ello autónoma impregnó su vida institucional de un “espíritu liberal”, implantando un sistema que Martínez Paz caracterizó como de “transacción entre la unidad y el puro federalismo”. Córdoba “se anticipaba” desde su experiencia particular al régimen definitivo que habría de caracterizar al país.30 Como resul-tante de esta organización, el “estado de la vida social” durante la era de Bustos estuvo connotado por un alto grado de tranquilidad y de orden públicos. Aclara Martínez Paz que al gobernador también le interesó promover un movimiento tendiente a organizar constitucionalmente el país:

[…] este propósito, confesado expresamente, se certifica por los constantes e incansables empeños para conseguir la reunión de un congreso constituyente. Desde antes de asumir el mando y tan luego de ejercerlo, el gobernador Bustos dirige comunicaciones a las provincias incitando a la reunión de un congreso en Córdoba; las dificultades se multiplican: primero el estado de guerra del Litoral contra Buenos Aires; después, el tratado del Pilar que fijaba el pueblo de San Lorenzo como sede para las deliberacio-nes de un congreso. La diplomacia y el empeño de Bustos vencen estas dificultades, y cuando parecía allanarse todo y Buenos Aires dispuesta a concurrir a Córdoba, obscuros factores engendran una secreta resistencia que se manifes-taba en las dificultades que se oponían a la designación de los representantes del Congreso. La Asamblea parece, por fin, que va a celebrarse; los diputados, impuestos los unos

29 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 379.30 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 379.

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y voluntariamente los otros, están con ánimo favorable á cumplir su cometido, cuando sucede un cambio en la po-lítica de Buenos Aires: el advenimiento al poder de la in-fluencia de Rivadavia, que pone definitivamente obstáculo a la empresa”.31

Ante el abortado Congreso de Córdoba, cuya responsabilidad negativa Martínez Paz adjudica a “los unitarios de Buenos Aires”, la provincia se veía impedida de encabezar el proceso del ideal encauza-miento institucional de la nación. Desde Buenos Aires se había conside-rado que “el país no estaba en condiciones de cultura y de tranquilidad para emprender la tarea de darse una constitución” dando cauce a un proceso “destructivo”, de “segura eficacia”, sin duda disolvente: “[…] La habilidad y el poder de los centralistas de Buenos Aires habían de-rrotado al gobernador Bustos y, con ello, destruido la última posibilidad de la organización nacional”.32 Martínez Paz da cuenta posteriormente de los episodios del Congreso de 1824 y reafirma la intencionalidad de “los hombres de Buenos Aires” en someter el resto de las provincias, dada la limitada “visión política de Rivadavia”:33 “[…] La ley estable-ciendo la capital, el gobierno presidencial; la tutela que quiso atribuirse sobre los gobiernos de Provincia, eran otros tantos desaciertos que pre-cipitaban al país en el caos de la anarquía. Este proceso de descompo-sición llegó a su término el 24 de de diciembre de 1826 día en que fue sancionada la Constitución Nacional”.34

De manera contundente, Martínez Paz considera que Córdoba, más aún, la Córdoba de Bustos, es la entidad preclara del federalismo argentino en la lucha en contra del sometimiento porteño. A la hora de describir con detalles y lamentar la abrupta salida de Bustos de la esce-na provincial y nacional luego de la Guerra con el Brasil, el historiador ratificó:

[…] [Bustos] es una de las expresiones más altas del fe-deralismo argentino; no de los partidos federales, sino del

31 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…” p. 380.32 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 381.33 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 381.34 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 381.

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federalismo de la actual constitución. El gobernante cor-dobés pensó siempre en una nación –superior y anterior a las provincias– no en una federación de estados indepen-dientes; así se explica que no rehusara nunca su concurso para combatir al enemigo común, y que, hasta los últimos años de su gobierno, no cesara en el empeño de dar al país una organización general […]35

Córdoba aparece entonces, sino incomprendida, tal vez impe-dida de conducir al país a una organización definitiva y acorde a las exigencias del orden. Como consecuencia, otro cordobés aparecía para asestar el golpe final al federalismo cordobés:

[…] El ejército nacional, que llegaba del Brasil, se había insubordinado con sus jefes a la cabeza; el resultado de este movimiento fué [sic], en primer lugar, el fusilamiento del gobernador Dorrego, hecho bárbaro, que serviría para dar el tono espiritual que animaba a esta reacción. El ge-neral Paz, que llegó algunos días más tarde –al mando de sus tropas– no debió sentir la profunda repugnancia que un hecho semejante provoca, puesto que se hizo cargo del ministerio de la guerra del gobierno de Lavalle, y poco después salió para Córdoba a fin de consumar el someti-miento del interior a los planes de la revolución del 1° de diciembre. Bien puede suponerse cuál debió ser el estado del sentimiento público al conocerse el fin del gobernador Dorrego y la marcha del ministro de la Guerra hacia Cór-doba. Para preparar la resistencia se otorgaron al gobier-no poderes dictatoriales y se cursaron comunicaciones a los demás pueblos, solicitando auxilios. No cabía ninguna duda sobre la suerte de la guerra; el ejército del general Paz estaba constituido por tropas regulares y aguerridas, perfectamente armadas, vestidas y montadas; se iba a re-presentar, cambiando la suerte de los personajes, el mismo papel que cuando Paz se puso al frente de las montoneras para batirse contra los restos del Ejército del Norte. Bus-

35 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 384.

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tos, al tener noticia de la proximidad del ejército de Paz, no pudo pensar en aprestarse para la lucha, y, abandonando la ciudad desguarnecida, se trasladó a la campaña a bus-car abrigo entre sus sierras. El general Paz, posesionado de la ciudad, mandó emisarios para convenir con Bustos las bases de la pacificación y el reconocimiento de su au-toridad, al mismo tiempo que movía sus tropas hasta las proximidades del lugar en que Bustos estaba acampado. No obstante haber convenido las bases de un tratado, las desconfianzas y suspicacias del general Paz le hicieron atacar a las fuerzas de Bustos, las que fueron derrotadas casi sin combatir, y éste se vio obligado a huir en busca del amparo de las tropas de Quiroga. El ejército nacional, rebelado contra toda autoridad constituida, entraba luego, por segunda vez, en Córdoba, y el general vencedor cons-tituyóse en árbitro de los destinos de la provincia […]36

Martínez Paz ejercita una caracterización considerablemente negativa de la figura y el accionar del Gral. Paz, refrendando su opción historiográfica a favor del federalismo y contraponiendo las figuras de Bustos y de Paz como antinomias en la trama de la historia nacional pensada desde la provincia. Considera que la situación de Paz en Cór-doba no fue nunca tan sólida y tranquila como para que pudiera de-sarrollar una política interior y exterior “que estuviera a tono con las altas calidades que se le reconocen sin discrepancia” y que, además, su propósito capital, al igual que el de Lavalle, era el de adueñarse del país, deponiendo a los caudillos.37

En la misma tesitura, el Gral. Paz es moralmente acusado de “no guardar las consideraciones sociales debidas y prescindir de sen-timientos humanos elementales”.38 De igual modo, su gobierno en la provincia es caracterizado negativamente al destacar tanto las acentua-das dificultades financieras como al enumerar medidas concretas como la disminución de los sueldos de los empleados, el aumento de los im-puestos, la emisión de billetes y la imposición de “gravosas contribu-ciones de guerra en forma de empréstitos forzosos”:

36 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, pp. 384–385.37 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 387.38 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 387.

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[…] La acción del gobierno parecía encaminada a des-truir todos los elementos de la riqueza y del orden público, como si la mano del destino hubiera ido preparando al país para la miseria y el desorden. El gobierno de Paz no se señala por ninguna iniciativa de reconstrucción. Si el jefe unitario pensó en la constitución del país, como podrían hacerlo sospechar algunas expresiones incidentales de ciertos documentos, no cabe decir que fuera ese un objeti-vo fundamental de su conducta […]39

La figura de Paz se impugna por su acción tanto en el ámbito de la provincia como en el de la nación. Dada su personalidad de militar nato no se propuso, según evalúa Martínez Paz, intentar ni siquiera una organización constitucional de factura unitaria, lo que sin duda hubiera “resultado un efímero ensayo más, rechazado por los pueblos”.40 Más aun, el “juicio histórico” explícito en el relato del historiador cordobés expresa que lo deconstructivo de la acción de Paz se apoya en “hechos indudables, certificados hasta por los postreros actos de [su vida], como que su última campaña cívica fué [sic] su viaje al interior, al servicio de Buenos Aires, para tratar de impedir que Urquiza organizara federal-mente el país”.41

Los sucesos institucionales que siguen a la prisión del general Paz, incluyendo el breve protectorado de Estanislao López sobre Cór-doba, considerado por Martínez Paz como una verdadera invasión, se representan como hechos centrales y a la vez como claras expresiones de un tiempo pleno de alteraciones políticas y morales. Esta etapa de la historia cordobesa supuso, entonces, la destrucción de “toda base de or-den y de legalidad y [un estado] de ignorancia y de pobreza públicas”.42

Más allá de los detalles que Martínez Paz introduce para trazar con minucia este período de crisis que va desde el gobierno de Paz hasta el advenimiento de los Reynafé, interesante resulta considerar la visión general propuesta para la Córdoba de la coyuntura. El historia-dor señala la vigencia de un “estado social y político” que impidió a los gobiernos “pensar en un programa constructivo, y mucho menos de

39 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 388.40 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 388.41 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 388.42 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 390.

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organización”.43 Ante este panorama, parece que poco es lo que Cór-doba podía aportar al entendimiento de las provincias conforme a un régimen federal. La provincia estaba impedida y condicionada por el panorama político de la República, especialmente cuando:

[…] tres grandes figuras se perfilaban con nitidez: Rosas, en Buenos Aires; Estanislao López, en Santa Fe; Quiroga en los pueblos del interior. Los tres formaban en las filas del partido federal; no siempre, sin embargo, sus intereses ni los puntos de mira eran comunes. Rosas, más astuto y poseedor de mayores recursos y elementos, supo halagar la vanidad de los otros para colocarlos a su servicio; entre los tres, al parecer, no había causas fundamentales de di-sidencias. El advenimiento de los Reynafé a la influencia política fue obra del valimiento de López, como que al-guno de ellos había servido a sus órdenes; la elección de José Vicente tuvo efecto en el tiempo de su protectorado sobre Córdoba. Quiroga no podía verlos con simpatía en el poder, porque prolongaban fuera de Santa Fe la influencia de López y amenguaban el valor de su influencia en los pueblos del interior, restando a Córdoba de la federación de provincias que soportaban la dominación de Quiroga. Los Reynafé, que percibían bien este estado, debieron vi-vir en inquietud permanente, apercibidos para el asalto que habría de producirse en cualquier ocasión.44

El asesinato de Quiroga es el hecho elegido por Martínez Paz para explicar la posterior sumisión de Córdoba al poder de Rosas, des-pejando de este modo lo que el historiador denominó “el instrumento de esta dominación”. Se trataba del antiguo comandante de campaña Manuel “Quebracho” López: “[…] La descomposición de las clases sociales de la ciudad, la pérdida de toda influencia directiva, preparaba, una vez más, la llegada al poder de un sujeto dotado de las calidades primitivas: fuerte, grosero, astuto, capaz de imponer el orden y la auto-

43 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 390.44 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 393.

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ridad aun a costa de las mayores violencias”.45 López tomó el poder en nombre de Juan Manuel de Rosas y de Estanislao López y gobernó des-de el 30 de marzo de 1836 hasta la revolución del 27 de abril de 1852:

[…] El orden público, en este largo período, fué [sic] man-tenido a costa de la permanente vigilancia y la fuerte lucha sostenida por la autoridad. Las conspiraciones, estimula-das muchas veces desde fuera de la República; la falta de un régimen de coexistencia y armonía con la Iglesia, la amenaza constante y las invasiones de los indígenas en las fronteras, impusieron al gobierno una grave preocupa-ción fuera de la solución de los problemas internos de la administración. […] Los excesos de la reacción, en estos períodos de lucha, los crímenes horrendos […] hacen huir, con una repugnancia instintiva, de estos ambientes de de-gradación; pero es preciso violentarse para volver sobre ellos y descubrir, bajo una técnica siniestra, un principio de conservación del orden público, que salva la comuni-dad en su destino social […]46

En ese “oscuro período”, en que se procuraba el exterminio de los enemigos: “El principio de la unidad nacional aparece algo acen-tuado así como la «Santa Federación», bajo el mote rosista, que pre-cedía como una síntesis, en el texto de la Constitución [provincial] de 1847. Ejecutivo fuerte, gobierno de partido, definiciones confesionales incompatibles con la más elemental libertad, es el esquema del aparato constitucional que presidía el período anterior al de nuestra organiza-ción definitiva”.47Abunda Martínez Paz en detalles relativos al autori-tarismo ejercido por López en los diversos espacios de la vida social y política, aunque matiza:

[…] La persona del gobernador no debió ser de tan sinies-

45 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 397.46 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 400.47 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 401.

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tros instintos ni de tan escasa sensibilidad como suele pre-sentar la tradición a los caudillos de este triste período. […] López, más bien que un tirano sanguinario, parece un hombre manso, aunque enérgico. Los unitarios, casta de ideólogos que no han podido desempeñar en la historia argentina otro papel que el de censores y jueces, se han regocijado con las anécdotas que muestran la ignorancia y vulgaridad del caudillo. No obstante, éste no quiso nun-ca ponerlas por encima de la cultura y de la ilustración; gobernó con la Iglesia y la Universidad, sus hombres son los mismos que figuran en éstas. De más está decir que no consentía ni oposiciones ni censuras […]48

Como habrá de verse, la coincidencia de la revolución del 27 de abril de 1852 en Córdoba con el desenlace de Caseros, rematan en un proceso que Martínez Paz valora como “definitivo” para la consecución del federalismo y la democracia: “[…] A la caída de Rosas, cambia fundamentalmente el escenario de la vida política argentina. Desde el advenimiento de Urquiza, el país se dispone para la organización, según las ideas liberales; y como necesaria consecuencia, vienen los partidos para debatirlas, y con ellos un estado agudo de lucha y de confusión”.49 En la misma Córdoba “rusos” y “aliados”, los primeros antiguos fede-rales apegados a los sectores populares y enemigos de Buenos Aires y los segundos dirigentes liberales apegados a la idea de progreso, fueron los partidos que, si bien opuestos, se complementaron para la organiza-ción definitiva del país:50

[…] los dos [partidos] actuaron, como por un designio providencial, para salvar los fundamentos esenciales del orden; los «rusos» sirvieron durante la primera hora en la defensa del federalismo contra el espíritu absorbente de Buenos Aires, que hubiera impedido la Constitución, y desaparecieron de la escena cuando aquélla ya estaba dictada y era preciso entregar a los «aliados», bajo la in-

48 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, pp. 401–402.49 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 403.50 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 403.

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fluencia del liberalismo de Buenos Aires, la definitiva or-ganización del país.51

En el relato de Martínez Paz, Córdoba oficia de barrera de con-tención ante el avance de lo que el historiador llama “la propagación del espíritu disolvente que pugnaba por penetrar en el interior durante los primeros años de la Confederación, y más tarde, cuando el espíri-tu nacional había hecho camino en Buenos Aires”. Nuevamente desde Córdoba se jugaba una carta decisiva para la obra de la organización definitiva, incluyendo la sanción de la Constitución de 1853, en la que participan preclaros cordobeses, “esforzados servidores de la Patria”:52

[…] El paso más trascendental en el camino de la organi-zación era la reunión de la Asamblea Constituyente; Cór-doba contribuyó a ella no sólo con sus diputados, doctores Juan del Campillo y Santiago Derqui, sino con muchos hombres formados en su ambiente y que desde fuera o en la asamblea mantuvieron con firmeza el principio de la Constitución. […] Es preciso restablecer ese ambiente moral para apreciar la extraordinaria obra cumplida por esos esforzados servidores de la Patria.”53

Lo que Córdoba dio a la nación: democracia y federalismo

Si la sanción de la Constitución de 1853 a instancias de la fi-gura de Urquiza representaba el puntapié para la organización del país bajo el régimen representativo, republicano y federal, la actuación del gobierno de Córdoba en tal circunstancia se supone de capital valor, constituyendo el apoyo más firme para tal realización. En ese sentido, para Martínez Paz Córdoba actuó siendo “la muralla que resistía las su-gestiones de Buenos Aires tendientes a disolver la Confederación”. Los hombres de Córdoba habrían sido los protagonistas fundamentales del cierre del “largo y trabajoso proceso” por el que quedaron “constituidas

51 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, pp. 403–404.52 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, pp. 403–404.53 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, pp. 404–405.

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las autoridades nacionales y cerrado el período de los cincuenta años primeros de nuestra vida de pueblo independiente”.54

Desde los inicios de la vida independiente, Córdoba ocuparía un lugar determinante en el desarrollo de la historia de la Nación, más precisamente lo que Martínez Paz denominó “el proceso de la vida de la Nación”. En dicha evolución, el autor sitúa la presencia de dos ele-mentos determinantes/dominantes: la democracia y la federación. Lo expuesto en la oración anterior da cuerpo y sentido a todo el análisis que Martínez Paz se dispone a efectuar para valorar el lugar de Córdoba en la HNA, visto como una misión, una tutela de sentido y forma a la constitución de la Nación independiente ante la dialéctica de los anta-gonismos y oposiciones entre los elementos indicados:

ProcEso dE la vida social55

Centralismo FederaCión libertadora

“del Puerto” “del Interior”

54 Cf. ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 432.55 Cuadro construido a partir del esquema lógico propuesto por el autor en su narrativa. Cf. ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 428.

demoCraCia individualista demoCraCia soCial

Enciclopedista Teológica

“del Puerto”“Los filósofos de la Revolución France-sa, que se introducían como novedades por el Puerto, para sus propósitos de demolición, enseñaban otra democra-cia que exaltaba el valor del individuo, que estimulaba su egoísmo, democracia anárquica, que sirvió de instrumento de

destrucción, pero que llevaba en ger-men el mal de su diabólico destino”.

---“la enciclopedista se conservaba en las logias, en las sociedades literarias, se

alimentaba en las lecturas, se cultivaba en los viajes y en los salones y se pro-pagaba entre las clases cultas de las ciudades. Esta democracia era irreli-

giosa y liberal, por eso ha sido mirada con simpatía por el positivismo ateo”

“de Córdoba”“La cultura tradicional, que se irra-

diaba principalmente desde Córdoba, contenía un profundo principio demo-crático; la filosofía y las luchas políti-cas medievales habían desenvuelto una concepción de pueblo, como unidad o masa, y acostumbraban referir a él la

fuente próxima de la autoridad”.

---“la democracia de Córdoba tomó un

sentido popular, fué [sic] abrazada por todas las clases de la sociedad; […]

aquélla era de raíz teológica y autorita-ria y pudo alimentar los símbolos místi-

co-religiosos del espíritu popular”.

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Córdoba se constituía, entonces, en el sostén de una determinada ver-sión de la democracia: “social y teológica”, capaz de sostener una or-ganización federalista libertadora en contra del centralismo del Puerto, “que proclama una jerarquía institucional y aspira a organizar el país bajo su predominio”. La distinción entre las dos democracias, según explica Martínez Paz, no sólo expresa una verdad histórica, sino que también “es la llave de interpretación de nuestros procesos”.

El juego de oposiciones entre democracia individualista y de-mocracia social y entre centralismo y federación le permitieron a Enri-que Martínez Paz sugerir a Córdoba como entidad responsable del final de todas las pretensiones unitarias aparecidas. Tal condición política y convencimiento ideológico son adjudicados al clima cultural y a los nombres fundamentales de la ciudad doctoral:

El régimen de la Universidad y las enseñanzas de sus cá-tedras debieron crear un ambiente propicio para el desa-rrollo de las ideas democráticas. Los principios teológi-cos que enseñaban a mirar a los hombres como hermanos, creados por un solo Dios, como las luchas entre los Prín-cipes y el Papado, conducían, naturalmente, a fundar una doctrina democrática. Suárez y Santo Tomás de Aquino, oráculos de la sabiduría de aquellos tiempos, enseñaban que la ley debe propender a la realización de las condicio-nes de la felicidad común, que al pueblo toca asegurar ese destino, que las leyes son justas sólo cuando propenden al bienestar general; que un gobierno tiránico que se propone el contentamiento del Príncipe en vez de la felicidad co-mún de los súbditos, cesa de ser legítimo y no es sedición derribarlo; que el Soberano ha recibido su poder del pue-blo, que la soberanía no reside en un hombre, sino en el conjunto de todos los hombres. Así debieron ser aquellas enseñanzas, a despecho de las adhesiones formales a la Monarquía, cuando el propio deán Funes, que luego abra-zara con tanto entusiasmo la causa de la Revolución, se atrevió a denunciar las enseñanzas subversivas que se da-ban en la Universidad, estimulando a que se posesionaran

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de los tronos como premio a su heroicidad […]56

Según estima el historiador, la democracia emanada desde el ambiente de la ciudad doctoral ha sido “injustamente valorada” ante la negativa de Córdoba de acatar las órdenes de la Junta de Mayo. Esta injusticia, como valora Martínez Paz, de relieve vengativo, no hace más que atacar la “[…] inmensa legión de canonistas y teólogos [que] ha dejado testimonio de su fervor democrático en las cátedras, en las asam-bleas constituyentes, en los pulpitos”. 57

La democracia individualista del puerto, en cambio, y a dife-rencia de la elevada cultura democrática cordobesa, desplegó en la vida social del país otros tantos elementos conducentes al poder y a la rique-za: “sobre las clases populares estrictamente argentinas se constituía una clase gobernante europeizada”. Martínez Paz critica duramente a “la burguesía refinada del Puerto”, que:

[…] no sólo ha sido uno de los factores en nuestro proce-so histórico, sino que ha podido vengarse de su derrota, escribiendo la historia, en donde aparecen mirados los acontecimientos bajo la perspectiva de un plan ideal, de-formando los hechos, y que los caudillos no han podido rectificar. Los unos han escrito una historia clara, simple, armoniosa, para satisfacción de las clases cultas; los otros han vivido una acción contradictoria, obscura, sangrienta; no es necesario exaltar esta antítesis para que se compren-da la dificultad de hacer salir de una simple transacción, una interpretación cabal de nuestra historia […]58

En este punto se atiende cómo el autor no dudó en explicitar su posición ante el relato de la historiografía liberal–porteña. La HNA fue el espacio desde donde Martínez Paz dejó asentado su parecer al histo-riar Córdoba y evaluar la compleja escritura de la historia nacional. La cita precedente es contundente: Buenos Aires es autora de una historia

56 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 429. El cursivado es nuestro.57 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 429.58 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 430. El cursivado es nuestro.

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idealizada, deformada, poco o nada manchada con la sangre del conflic-to y la duda de la contradicción. El historiador cordobés lleva a proceso al unitarismo porteño, en tanto autor de “la” historia que satisface a la alta cultura y deja de lado a la popular. En tal sentido, Martínez Paz considera otro elemento clave de las bases de la organización del país democrático, el federalismo:

[…] Creo que estoy autorizado a afirmar directamente, sin discusión ni prueba, que Córdoba es la más clara ex-presión de ese principio en el país. Sus preocupaciones intelectuales, reveladas en la extensión e intensidad de la influencia de la vida universitaria, fueron la causa más efi-caz para que se formara aquí una individualidad social, con una conciencia propia que la hacía sentirse distinta de los otros pueblos […]59

Desde esa individualidad social, una misión histórica recorre diversos episodios medulares de la historia nacional. Martínez Paz enu-mera: el hecho de que el deán Funes fuera a la Junta de Mayo a pro-mover la causa de los pueblos del interior; que Gorriti propusiera una organización con cierto sentido federal; que Córdoba dé a sus diputados el año XIII expresas instrucciones de defender los derechos y prerroga-tivas de la ciudad; que en 1816 sus representantes en Tucumán deban defenderse de graves acusaciones sobre secretas inteligencias con el caudillo oriental que la Constitución del año 1919, “obra de sofistas e ideólogos, que entregó al país al predominio de la Logia del puerto, fue la tea ardiente que arrojada por manos inexpertas encendió en el país la hoguera en que habríamos de consumirnos”.60

El federalismo, no sólo como sistema sino también como “re-sistencia contra el centralismo del Puerto” fue obra de “los pueblos del interior”. Martínez Paz indica que quien creó la anarquía fue el mismo Buenos Aires, cuando “[…] ofuscado por sus planes de predominio ex-tremó tanto la violencia de su imposición, que llegó hasta a provocar la desintegración territorial del país”.61 Precisamente, para revertir los

59 ENriQuE martíNEz Paz “Córdoba…”, p. 430. El cursivado es nuestro.60 Cf. ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 431.61 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 431.

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efectos de esa desintegración, desde Córdoba se proyectaron los esfuer-zos en el “proceso de la federación democrática argentina”, brindando “o el escenario o los personajes del drama”:

[…] El 7 de enero de 1820 los cordobeses Bustos y Paz despiertan, con el levantamiento de Arequito, el sentido de la federación; es el grito: de autonomía de las provincias, la proclamación de su independencia; por un momento se transfiere aquí el centro de los esfuerzos por constituir el país, que fracasan debido a la hábil oposición del gobierno de Buenos Aires. El último intento centralista de someter a las provincias es el Congreso del año 24; […] El gobierno de Córdoba fué [sic] el más enérgico y expresivo para re-chazar esta parodia de constitución […]62

Además de los mencionados, otros hechos cruciales definen, al parecer del autor, la impronta federalista de Córdoba, incluyendo la oposición interna a Manuel “Quebracho” López que desembocó en la revolución del 27 de abril. Martínez Paz comprende que durante los años de la Confederación rosista, la federación se había desvirtuado, dejando de ser un partido con “hondas raíces populares” para “[…] convertirse en un mito arrebatado en la exaltación popular; la «Santa Federación», con sus orgías de sangre, con sus víctimas ofrecidas en holocausto, paso de un destino inexplicable en el proceso de la historia, y que por el dolor y la aversión al crimen ha creado una generación heroica”.63 De un constructo de nación demócrata y federal, Córdoba es aquí la responsable, por otorgar el escenario, los actores y también las ideas del desarrollo histórico. Estas últimas irradiaron a toda la nación a raíz de la inercia de una cultura provincial singular que se ofrece al país como mandato de misión.

62 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p.431. El cursivado es nuestro.63 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 432.

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A modo de cierre

El capítulo titulado “Córdoba, (1810–1862)”, preparado por Enrique Martínez Paz para la Historia de la Nación Argentina que pa-trocinó la Junta de Historia y Numismática luego devenida en Acade-mia Nacional de la Historia, es algo más que una crónica de la historia provincial. En el relato, el autor, lejos de ofrecer una narración llana de los hechos que hacen al pasado cordobés, afrontó la tarea de compleji-zar su lectura a partir de conceptos estructurantes concebidos histórica y sociológicamente, para dar cuenta de la construcción del país desde sus antagonismos, los que fueron resueltos en la configuración armóni-ca entre una democracia social y una federación libertadora.

En el cuadro de la primacía liberal que caracterizaba al elenco en el que se apoyaba la Academia Nacional de la Historia y la HNA, Enrique Martínez Paz sobresale con su relato aportando, no sólo una visión claramente alternativa de la historia de la Nación a través del ojo cordobés, sino también su personalidad reflexiva y su rica formación sociológica.

Se está en presencia de un relato forjado a partir de un corpus documental y de antecedentes bibliográficos de considerables alcances que no descuida los detalles de la labor erudita, aun cuando no figuren en la versión de la HNA, dado el escaso espacio editorial disponible para esa sección. Con ello como respaldo, Martínez Paz dio cauce a una operación interpretativa que tornó aun más original su lectura de la historia de Córdoba. Sin postergar hechos, nombres, datos cronológicos y marcas históricas centrales del proceso político cordobés, su escritura se asienta en una globalidad que permite evaluar a Córdoba como un todo que marcha en la historia con plena conciencia de su destino y misión para con el país.

En el derrotero de la Nación, Córdoba aparece en antagonismo con Buenos Aires, “el Puerto”, y no se reflejan con envergadura las re-laciones que puedan haberse sucedido con las demás provincias. Quizás no sería erróneo advertir en este relato la invisibilidad del resto del te-rritorio, dada la recurrente intencionalidad de Enrique Martínez Paz de plantear primordialmente las contradicciones con Buenos Aires, opción que desdibuja otras relaciones o las circunscribe a un plano menor. Por tanto, aquí no se discute con versión historiográfica provincial alguna, sólo se hace explícita la crítica a la historia liberal/porteña.

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La presencia de Martínez Paz y su texto en la HNA es una muestra de la plástica convivencia de heterodoxos en lo que a menudo se simplifica bajo el modelo académico asumido por los integrantes y adherentes de la Academia Nacional de la Historia y sus filiales inte-rioranas. Más allá de los hombres, sus relaciones interpersonales y los posibles recorridos intelectuales, primaban las ideas y el lugar desde donde se escribía, posibilitando la emergencia de identidades historio-gráficas dignas de analizar ante el imperativo de conocer el complejo desarrollo de las historiografías interiores, regionales y provinciales y la efectividad de las imágenes del pasado por ellas forjadas, habilitadas o censuradas.

La versión de la historia de Córdoba que Enrique Martínez Paz entregó a Ricardo Levene para su inclusión a la HNA, entonces, alcanzó relieves críticos que, lejos de resolver la historia nacional en una crónica desprovista de conflicto, abría sin restricciones el paso a una versión histórica tal vez incómoda para las certezas del consenso liberal. La operación historiográfica concretada buscó señalar consis-tentemente, en primer término, cuál había sido la misión histórica de Córdoba en la Nación, proponiendo que fue el centro de irradiación de un tipo determinado de democracia “social”, de “cepa teológica”, susceptible de ser encarnada por “el pueblo”, en tanto sujeto histórico preeminente. En segundo lugar, el autor señaló al federalismo como clave de explicación de los procesos de la provincia en la nación, al punto que lo federal reflejó, para éste, el modo de ser argentino:

[…] No ha de sostenerse, ciertamente, que la federación sea también originaria de Córdoba, pero es indiscutible que ha tenido aquí una típica representación. En la repar-tición de las prevenciones y rencores entre los pueblos, de que tan fecunda ha sido nuestra historia, a Córdoba le ha tocado el lote más abundante y persistente, señal in-equívoca de su personalidad irreductible. Democracia y federalismo, no en el sentido estricto de las doctrinas polí-ticas, sino en su aspecto histórico, han tenido aquí asiento y persistencia. No sé si será esto una excelencia por la que debamos envanecernos o el resultado de un simple egoís-mo; desde la posición en que estoy colocado me limito a su comprobación, sin premisas éticas que lo avaloren

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como una de tantas manifestaciones de la vida […]”64

La historia de Córdoba era concebida y escrita desde una pers-pectiva que buscaba distanciarse de la tradición historiográfica liberal, haciendo práctica lo que el autor meditaba sobre la relación pasado/pre-sente/lectura historiográfica. Martínez Paz reflexionaba que el presente siempre era un “escenario” desde donde germinaban las nuevas “re-presentaciones históricas”, y con ellas un necesario “juicio diferente” nacido, en este caso, de un presente distinto y desde un prisma disímil: la situacionalidad del interior del país.

Este referente de la intelectualidad cordobesa, sociólogo e his-toriador reconocido, creía entonces que Córdoba, “su” Córdoba, fun-cionaba en el pasado y en el presente, como una caja de resonancia del desarrollo histórico–social del país, y que había pasado por diversos estados que habían preparado una identidad política poderosa, al punto de poder ser irradiada al resto del territorio. Construyó asimismo una imagen de una Córdoba resistente y cautelosa en cada uno de los mo-mentos cruciales de la historia argentina a partir de la crisis política de 1810. Como ya se dijo en este trabajo: resistente y disidente por ser ilustrada y por proveer al drama del desarrollo de la nación tanto el escenario como los actores principales.

En suma, Córdoba oficiaba de barrera de contención ante el avance de las fuerzas disolventes, del centralismo portuario/porteño, exponiendo su inercia solucionadora ante el juego de oposiciones en-tre democracia individualista y democracia social y entre centralismo y federación. Todo esto fue posible por la preeminente singularidad cultural de la Córdoba doctoral, baluarte y defensa de las luchas por mantener la unidad del país y la existencia misma de la Nación.

64 ENriQuE martíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 433. El cursivado es nuestro.

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CAPÍTULO III

Santa Fe en la representación de sus historiadores:el “eje histórico” de la Nación Argentina

María Gabriela Micheletti

La dificultosa elaboración de una historia nacional

Entre las acciones y constructos de envergadura que se encararon o plasmaron en el campo de la historiografía argentina durante la prime-ra mitad del siglo veinte, se encuentra el importante proyecto editorial que significó la planificación, elaboración y publicación de la Historia de la Nación Argentina; desde los orígenes hasta la organización de-finitiva en 1862 de la Academia Nacional de la Historia (1936–1950), obra en diez volúmenes y catorce tomos dirigida y llevada adelante por el entonces presidente de la institución, Ricardo Levene.

La aparición de una historia nacional general, que pusiera –aun dentro de la tradición historiográfica liberal– a las antiguas y parcia-les versiones decimonónicas del pasado argentino, al día y a tono con los principios metodológicos y enfoques temáticos que desde la segun-da década del siglo habían comenzado a desarrollar los hombres de la Nueva Escuela Histórica1, había sufrido algunos retrasos. En el seno de

1 En la Argentina se ha considerado como el primer grupo de historiadores profesionales –o más bien, como los responsables de crear la historiografía profesional en el país– a los inte-

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la misma institución que la produjo, los intentos por llevarla a efecto se habían iniciado bastante antes, pero las dificultades para conciliar puntos de vista y encontrar los medios apropiados para concretarla, los habían conducido al fracaso2. Por ello, con todas sus limitaciones tem-porales, espaciales y metodológicas, las historias elaboradas durante la segunda mitad del siglo diecinueve por Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López seguían erigiéndose –ya avanzado el siglo veinte– como las reconstrucciones más acabadas de las primeras décadas de vida in-dependiente del país, ofreciéndose así como los dos grandes relatos na-cionales todavía no superados.3

Uno de los principales problemas que enfrentaba el proyecto de elaborar una historia nacional general radicaba, particularmente, en ha-llar la manera adecuada para integrar historia nacional e historias pro-vinciales, de modo que el producto logrado no replicara las versiones porteñocéntricas ya conocidas. En este sentido, era la historia de López, mucho más que la mitrista, la que había brindado una visión del pasado argentino construido desde, por y para Buenos Aires.4

grantes de la llamada Nueva Escuela Histórica (Ricardo Levene, Emilio Ravignani, Diego Luis Molinari, Luis María Torres, Rómulo Carbia), la que se hizo visible hacia mediados de la segunda década del siglo XX, y que dio un significativo impulso a los estudios históricos, teniendo su período de auge en las décadas de los años veinte y treinta. Los miembros de la Nueva Escuela Histórica se proclamaron herederos de la tradición erudita iniciada por Bar-tolomé Mitre, hicieron del rigor metodológico la cuestión fundamental de la definición disci-plinar, y respaldaron su tarea en un importante anclaje institucional. Para una profundización sobre las características, alcances y aportes de la NEH: FErNaNdo dEvoto y Nora PaGaNo, Historia de la historiografía argentina, (Buenos Aires, Sudamericana, 2009), pp. 139–200.2 En 1918, Clemente Fregeiro propuso en la Junta de Historia y Numismática Americana (Academia Nacional de la Historia a partir de 1938) el plan para una historia integral argen-tina en once volúmenes que no prosperó. Es posible que el rechazo a su idea haya tenido algo que ver con las posiciones historiográficas renovadoras de la mayoría de los involucrados en el proyecto –en general, hombres vinculados a la Facultad de Filosofía y Letras y a la Nueva Escuela Histórica–, con las que otros miembros de la corporación no coincidían. En particu-lar, es probable que hayan suscitado reparos los tomos que Fregeiro proponía encargar a Da-vid Peña y a Ernesto Quesada (al primero sobre el tema de unitarios y federales, y al segundo sobre el período de Rosas), autores ambos que habían desarrollado singulares planteos sobre aspectos polémicos del pasado, Peña reivindicando a Facundo Quiroga, y Quesada arrojando nuevas miradas sobre la etapa rosista. En 1927 fue presentado en la Junta, por Ricardo Leve-ne, un nuevo proyecto de historia integral, que tampoco tuvo éxito. aurora raviNa, “Nuevos proyectos, nuevos miembros, nuevos tiempos”, en acadEmia NacioNal dE la Historia, La Junta de Historia y Numismática Americana y el movimiento historiográfico en la Argentina (1893–1938), Tomo I, (Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1995), pp. 72–73, e “Historia provincial e historia nacional: lecturas sobre un vínculo historiográfico comple-jo”, Workshop “Historia provincial, historia local, historia regional. Un relectura en clave historiográfica”, Córdoba, 24 y 25 de agosto de 2011, inédito. Agradecemos a la autora el habernos facilitado este trabajo para su consulta.3 Mitre dio a conocer su Historia de Belgrano en sucesivas versiones de 1857, 1858–1859, 1876–1877 y 1887, y su Historia de San Martín, entre 1887 y 1888. Vicente Fidel López publicó su Historia de la República Argentina en diez tomos, entre 1883 y 1893.4 Pablo bucHbiNdEr, “La Nación desde las provincias: las historiografías provinciales ar-

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Como reacción y contrapunto frente a esa historia provista desde la capital del país, el reclamo por una historia nacional que recogiera los aportes provinciales a la construcción de la nación era especialmente fuerte en algunos espacios de producción historiográfica del interior, donde se venía haciendo oír desde hacía años, sostenido por quienes –en la mayoría de los casos sin ser historiadores profesionales– se de-dicaban a explorar archivos locales y a estudiar el pasado de sus res-pectivas regiones. En la provincia de Santa Fe, esta demanda había sido enunciada claramente ya a fines del siglo diecinueve por uno de los primeros historiadores locales. En su libro Tradiciones y recuerdos his-tóricos, de 1895, Ramón Lassaga5 había escrito:

La historia argentina no será nunca debidamente escrita mientras todas y cada una de las provincias que componen la República no tengan la propia historia de su origen y de su desarrollo, de la tendencia de sus sociedades, de las ideas políticas de los ciudadanos que las habitaron, de sus relaciones con los pueblos hermanos y de la influencia, más o menos decisiva, que hayan podido tener, como com-ponentes del cuerpo nacional, en la vida de la República.6

Esta idea fue retomada y ampliada por el mismo Lassaga tiempo después, en un escrito de 1909, en el que apuntó más explícitamente contra la historiografía porteña:

gentinas entre dos Centenarios”, Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, Nº 8, (Córdoba, Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, 2008), p. 166.5 Historiador, poeta, abogado, periodista, legislador y funcionario provincial, Ramón Lassa-ga (1858–1921) fue uno de los primeros estudiosos del pasado santafesino con sentido rei-vindicatorio. Desarrolló su obra historiográfica entre fines del siglo diecinueve y principios del siguiente, dejando una gran cantidad de trabajos éditos e inéditos, entre los que sobresale su Historia de López (1881). Sobre aspectos de la vida y de la obra de este historiador san-tafesino: maría GabriEla micHElEtti, “Ramón Lassaga y la recurrente ‘historia del gaucho López’, como expresión de un intelectual comprometido con la reivindicación provincial”, Res Gesta, N° 46, (Rosario, Instituto de Historia, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del Rosario, UCA, 2008), pp. 127–163.6 ramóN lassaGa, Tradiciones y recuerdos históricos, (Santa Fe, Fondo Editorial de la Pro-vincia de Santa Fe, 1992), p. 16.

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Escribir la Historia Argentina haciéndola arrancar de uno solo de los pueblos que forman la república, desarrollando las actividades nacionales de una sola colectividad provin-cial, sin más elementos de consulta que los que pudieron suministrar los mismos individuos que asistieron y que fueron factores en los acontecimientos de su propia época, es exponerse a cometer un delito de lesa parcialidad.

Eso no es, no puede ser historia! 7

Desde otras provincias, las voces de los historiadores locales di-rigían reclamos similares.8

Como ha advertido María Gabriela Quiñonez, los mismos títu-los de algunas de las historias o crónicas provinciales que fueron apa-reciendo evidenciaban ese llamado a la construcción de una historia nacional que recogiera el aporte de las diversas provincias, tal como lo muestra la Historia del general Martín Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina (1902) de Bernardo Frías, o, en el caso santafesino, la Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe. Contribución a la historia de la República Argentina (1907), de Manuel Cervera.9

El presidente de la Academia se hizo cargo de la existencia de esta asignatura pendiente y de la necesidad de responder con una obra de conjunto que fuese percibida como auténticamente nacional. En la explicación del Plan Orgánico de la Historia de la Nación Argentina, Ricardo Levene sostuvo que la “proporción del todo y las partes inte-gran el moderno concepto de la historia de la Nación y las Provincias, indisolublemente unidas, dando por concluida aquella etapa de la histo-riografía en la que se escribía una historia argentina desde Buenos Aires y para Buenos Aires.”10

7 arcHivo GENEral dE la ProviNcia dE saNta FE, maNuscritos dE ramóN lassaGa (aGPsF–mrl), Carpeta Nº 6, Legajo 7, Ese era Estanislao López!, pp. 1–2.8 maría silvia lEoNi, “La historiografía correntina en la primera mitad del siglo XX”, en ErNEsto maEdEr Et al, Visiones del pasado. Estudios de historiografía de Corrientes, (Co-rrientes, Moglia, 2004). 9 maría GabriEla QuiñoNEz, “Prólogo. Hacia una historia de la historiografía regional en la Argentina”, en tErEsa suárEz y soNia tEdEscHi (comps.), Historiografía y sociedad. Dis-cursos, instituciones, identidades, (Santa Fe, Ediciones Universidad Nacional del Litoral, 2009), p. 8.10 ricardo lEvENE, “Prólogo. El plan orgánico de la Historia de la Nación Argentina”, en acadEmia NacioNal dE la Historia, Historia de la Nación Argentina (desde los orígenes

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Para componer los capítulos dedicados a las historias de las di-versas provincias argentinas fueron convocados veinticuatro autores, en su mayoría abogados, hombres representativos de los estudios his-tóricos en cada una de ellas, y que sólo en una proporción minoritaria (37,5%) eran miembros de la institución editora. La cantidad de páginas dedicadas al tratamiento de la historia de cada provincia fue desigual, oscilando entre las 188 adjudicadas a Mendoza, y unas exiguas 57 pá-ginas para La Rioja. También los enfoques y estructuras otorgados a los distintos capítulos fueron disímiles, de acuerdo con la modalidad peculiar que con considerable margen de libertad le supo imprimir cada autor.11

La provincia de Santa Fe en la Historia de la Nación Argentina

En uno de los dos volúmenes dedicados a la Historia de las pro-vincias, el volumen IX publicado en 1941, fueron Manuel María Cer-vera (1863–1956) y José Luis Busaniche (1892–1959) los encargados de elaborar los capítulos sobre la provincia de Santa Fe.

Ambos autores eran abogados y miembros correspondientes de la institución editora.12 Manuel M. Cervera se había incorporado a la Junta de Historia y Numismática Americana en 1925, siendo ya mayor (por entonces tenía 62 años), y contando con una larga trayectoria den-tro de la historiografía provincial, que lo señalaba como el primero en elaborar una historia integral santafesina: la ya mencionada Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe. Desde 1935, además, Cervera se des-empeñaba como presidente de la Junta local de Estudios Históricos.13

hasta la organización definitiva en 1862), vol. IV, primera sección, (Buenos Aires, Imprenta de La Universidad, 1938), p. 4.11 aurora raviNa, “Historia provincial…”.12 De los 24 autores que participaron para elaborar los capítulos que integran los volúmenes IX y X sobre la historia de las provincias, los abogados constituían la mayoría (15). La pertenencia a la Academia Nacional de la Historia, en tanto, no parece haber sido un rasgo prioritario en su selección, ya que sólo 9 la integraban (8 como miembros correspondientes, y 1 como numerario). aurora raviNa, “Historia provincial…”.13 La Junta de Estudios Históricos de Santa Fe fue creada en 1936, sobre la base del Centro de Estudios Históricos, constituido un año antes. Para la reconstrucción de las sociabilidades entabladas en torno a la escritura de la historia santafesina en las décadas del ’30 y del ’40 del siglo veinte, y de las vinculaciones entre aquélla, preeminencia social y poder político, consultar: mariEla coudaNNEs aGuirrE, “Pasado, prestigio y relaciones familiares. Elite e historiadores en Santa Fe, Argentina”, Redes, vol. 13, (Barcelona, Departamento de Antro-pología Social y Cultural de la Universidad Autónoma de Barcelona, diciembre 2007), y

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José Luis Busaniche, mucho más joven, fue incorporado a la Junta de Historia y Numismática Americana en 1929, pasando a integrar más adelante la Junta Filial Rosario (creada en 1929) perteneciente a dicha institución. No se conoce que Cervera haya pronunciado conferencia de incorporación (los miembros correspondientes no tenían la obligación de hacerlo), pero Busaniche sí lo hizo, refiriéndose en su disertación a la política interprovincial entre 1829 y 1831, un tema que reflejaba su interés por el período de las autonomías provinciales y por la partici-pación santafesina en el proceso constitutivo del sistema federal argen-tino, tal como también lo evidenciaban sus libros: Estanislao López y el federalismo del Litoral (1927), Artigas en los orígenes autonómicos de Santa Fe (1930) y Formación histórica del Pacto Federal (1931).14

Ambos autores, además, pertenecían a familias tradicionales de la sociedad santafesina15, relacionadas con los principales apellidos de la elite local, y que tenían conexiones con el poder político. Los Cervera estaban emparentados con los Candioti, que a su vez se enlazaban, entre otros, con los Leiva, los López, los Aldao, los Crespo y los Funes. Los Busaniche mantenían parentesco con los Iriondo y los Lassaga (estirpe ésta también de historiadores), y a través de ellos, con los Crespo, los Candioti, los Cullen y los Funes. José Luis Busaniche formaba parte de una familia de historiadores, a la que también pertenecieron Julio A. Busaniche y José Carmelo Busaniche. Por ello, al escribir la his-toria provincial, los autores santafesinos parecían legitimar, a la vez, un pasado propio, de parientes y allegados.16 Esta situación se vería reforzada a partir de 1937 por la presencia en el ejecutivo provincial del antipersonalismo, representado por los gobiernos conservadores de Manuel María de Iriondo (1937–1941) y Joaquín Argonz (1941–1943)17, con el que los historiadores de la Junta de Estudios Históricos

“¿Profesionales o políticos de la historia? La historiografía santafesina entre 1935 y 1955”, en tErEsa suárEz y soNia tEdEscHi, Historiografía… cit14 Han sido analizadas las condiciones de ingreso y la actuación de estos dos historiadores en la Junta de Historia y Numismática Americana en: maría GabriEla micHElEtti, “Blasones intelectuales, lecturas regionales, derivas nacionales. Aportes santafesinos a la historiografía académica argentina (1893–1938)”, Anuario de Estudios Americanos, vol. 70, Nº 1, (Sevilla, España, Escuela de Estudios Hispano–Americanos (CSIC), 2013), pp. 221–248.15 Si bien Manuel Cervera nació en Dolores (provincia de Buenos Aires) y era hijo de un comerciante español, de niño se trasladó junto con su familia a Santa Fe, en razón de que en dicha ciudad tenían parientes. 16 mariEla coudaNNEs aGuirrE, “Pasado, prestigio y relaciones familiares…”.17 El Antipersonalismo o UCR Santa Fe llegó al poder mediante la utilización del fraude electoral y luego de una intervención federal a la provincia en 1935 del gobierno de la Con-cordancia, que dio por terminado con la anterior gestión demoprogresista. susaNa PiazzEsi, Conservadores en provincia. El iriondismo santafesino, 1937–1943, (Santa Fe, Universidad

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mantuvieron vínculos estrechos, y del que recibieron apoyo y finan-ciación.18 Estos historiadores se encontraban insertos en las mismas redes familiares tradicionales que sustentaban al gobierno de Iriondo y –según señala Mariela Coudannes– “buscaron involucrarse y opinar sobre todos aquellos aspectos de las políticas públicas que tuvieran re-lación con lo histórico y conmemorativo, ocupar la mayor cantidad de espacios posibles, en las viejas y en las nuevas instituciones, ser reco-nocidos como custodios privilegiados de una memoria oficial”.19

En lo que hace a Manuel M. Cervera y José Luis Busaniche, y a pesar de la distancia generacional, estos dos historiadores compartían algunos aspectos formativos, como su educación en el Colegio de la Inmaculada Concepción de los sacerdotes jesuitas –establecimiento en el que estudiaban los hijos de las principales familias de la elite san-tafesina y que era semillero de la dirigencia política provincial–, y su profesión jurídica.

Cervera cursó sus estudios de Abogacía en la Facultad de Dere-cho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, donde se graduó en 1887, y como historiador desarrolló un modelo de historia integral que suponía atender a los diversos aspectos económico, jurí-dico, político, moral y social del pasado, tal como se refleja en su obra principal, la Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe.20

Busaniche, en cambio, luego de su paso por el colegio de los jesuitas, continuó sus estudios en Santa Fe, y se recibió de abogado en la Universidad de la provincia. En 1938 se radicó en Buenos Aires, fue nombrado secretario de la Comisión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos, y se desempeñó como profesor de Historia Argen-tina en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, vinculándose al Instituto de Investigaciones Históricas de la Fa-cultad, del que era director Emilio Ravignani. Pero ya con anterioridad

Nacional del Litoral, 2009).18 Tanto Manuel María de Iriondo como Joaquín Argonz fueron nombrados miembros hono-rarios de la institución.19 mariEla coudaNNEs aGuirrE, “¿Profesionales o políticos…?”, p. 29.20 Es probable que durante sus estudios universitarios en Buenos Aires Cervera haya entrado en contacto con influencias intelectuales renovadoras que luego se traslucirían en su obra. En particular, es posible que haya sido alumno de Juan Agustín García, quien se desempeñaba por entonces como profesor en la Facultad en la que aquél cursaba sus estudios, y de cuya obra (La ciudad indiana, 1900) sería tributario Cervera en cuanto a su predilección por el período colonial y en su concepto de historia integral. Ver: tErEsa suárEz, “El historiador y sus testimonios. La tematización de la historia colonial de Santa Fe”, en tErEsa suárEz y soNia tEdEscHi, Historiografía…, pp. 181 y 184–188.

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a este contacto más directo, y desde sus primeros trabajos de fines de los años veinte y comienzos de los treinta, el santafesino había bus-cado respaldar sus afirmaciones apelando al prestigio y a la autoridad del reconocido historiador.21 En su defensa de Estanislao López y del federalismo santafesino, Busaniche advertía una sintonía de ideas con Ravignani, quien había encontrado compatibles las ideas de autonomía provincial y unidad nacional de los caudillos, y los había ubicado en la génesis del sistema constitucional argentino.22 Con el paso de los años, Busaniche iría adquiriendo una posición historiográfica cada vez más independiente y cuestionadora de la tradición liberal, que quedó refleja-da en su Historia Argentina póstuma, editada en 1965 con Advertencia Preliminar de Gregorio Weinberg.23

Al igual que en el caso de Ravignani, las simpatías políticas de Cervera y Busaniche reconocían un origen común en la Unión Cívica Radical, si bien con sus respectivos matices. Cervera había participado de joven en la revolución radical en Santa Fe de 1893, y había actuado por entonces como secretario de la Junta Revolucionaria e intendente municipal de la ciudad de Esperanza. Más adelante se había desempe-ñado como concejal e intendente municipal de Santa Fe, pero luego se distanció de la actividad político–partidaria y desarrolló una larga carrera en el poder judicial de la provincia. Busaniche ocupó el cargo de subsecretario de Justicia e Instrucción Pública entre 1925 y 1928, durante la gobernación de Ricardo Aldao, y adscribió al radicalismo an-tipersonalista, pero no se comprometió más abiertamente con la política ni con la función pública y, en lugar de ello, se dedicó a la docencia y a la investigación histórica.

En sendos capítulos de la Historia de la Nación Argentina, Cer-vera y Busaniche abordaron desde la perspectiva santafesina el proceso de la historia nacional, en los períodos 1810–1820 y 1819–1862, res-pectivamente. El de Cervera es un denso y apretado capítulo, de 41 pá-ginas y estilo barroco. El de Busaniche, más extenso y pormenorizado en los detalles, dedica 78 páginas al también más extenso período que le correspondió historiar.

21 maría GabriEla micHElEtti, “Blasones intelectuales…”, p. 242. 22 Pablo bucHbiNdEr, “Caudillos y caudillismo: una perspectiva historiográfica”, en NoEmí GoldmaN y ricardo salvatorE (comps.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, (Buenos Aires, Eudeba, 2005), pp. 43–46.23 Busaniche pensaba llegar con su historia argentina hasta el año 1912, pero lo sorprendió la muerte trabajando en ella, y la dejó interrumpida en la guerra con el Paraguay. josé luis busaNicHE, Historia Argentina, (Buenos Aires, Solar/Hachette, 1965).

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¿Cuál es la imagen de la nación argentina y de la contribución de Santa Fe a la construcción nacional que ofrecen estas representaciones elaboradas, ya promediando el siglo veinte, por estos dos historiadores de oficio, abogados de profesión, que hacía años se dedicaban a estudiar el pasado de su provincia?

La inconsistencia del relato de orígenes

En la tercera edición de 1876–1877 de su Historia de Belgrano y de la independencia argentina, Bartolomé Mitre había reconocido que “el Virreinato del Río de la Plata, como cuerpo político y social, era una masa incoherente, sin afinidades íntimas”. Aún así, había entendido posible distinguir, dentro del mismo, lo que “constituía su verdadero núcleo”, es decir, “las provincias argentinas, constituidas después en cuerpo de nación”. Éstas “presentaban la homogeneidad de una demo-cracia genial, en que todos eran iguales de hecho y de derecho.” Según el padre de la historiografía argentina, “esta sociabilidad naciente, con instintos democráticos” poseía una serie de rasgos característicos:

[…] el comercio que nutría la riqueza en las ciudades, el pastoreo que imprimía un sello especial a la población di-seminada por las campañas, el sentimiento de individualis-mo marcado que se manifestaba en los criollos, el temple cívico de ciertos caracteres, la energía selvática de la masa de la población, la aptitud para todos los ejercicios que desenvuelven las fuerzas humanas, el valor nativo proba-do en las guerras con indios y portugueses, el antagonismo secreto entre la raza criolla y la raza española, el patrio-tismo local que no se alimentaba en la lejana fuente de la metrópoli, la indisciplina, el desprecio de toda regla […]24

Estos rasgos peculiares resaltados por Mitre habrían contribuido a delinear, ya desde las últimas décadas del siglo dieciocho, la singula-

24 bartolomé mitrE, Historia de Belgrano y de la independencia argentina, Tomo I, (Bue-nos Aires, Ediciones Estrada, 1947), pp. 110–113.

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ridad de la nación argentina, y servían para sustentar la configuración de un relato de orígenes sobre el que descansaba el mito de una nación preexistente a los sucesos de Mayo de 1810.

Sobre estos mismos postulados fue construida, según sostiene Nora Pagano, la Historia de la Nación Argentina, la que “fue conce-bida desde la tesis del carácter preexistente de la Nación; ella hundía sus raíces desde tiempos remotos hasta cristalizar en el año 1862”.25 La pervivencia a pesar del paso del tiempo de la idea mitrista de la nación, y su vigencia en los planteos generales que dieron forma a la obra de la Academia, son puntos importantes a tener en cuenta al proceder al análisis de los capítulos dedicados a las provincias, a fin de rastrear en ellos su presencia.

En este sentido, resulta significativo advertir que en su capítulo de la Historia de la Nación Argentina, Manuel Cervera sostiene la des-aparición –revolución de 1810 mediante– del vínculo jurídico y político que había ligado a aquellos territorios entre sí y con la capital virreinal y, como contraposición a aquella difundida interpretación mitrista que resaltaba la singularidad de la sociabilidad argentina, pone por el con-trario el acento en la diversidad y heterogeneidad –cultural, social y económica– que distinguía a ese

[…] conglomerado de pueblos con costumbres, tendencias y existencias diversas; dominando en un punto, el elemen-to indígena, fanático y brutal, bajo la dirección de espa-ñoles soberbios, y clero apasionado y dominante; en otro, elementos autoritarios y aristocráticos; en otro, la mezcla de nativos e indígenas, sin distinciones; o el auge del co-mercio aquí, de pastores allí, con otras modalidades e idio-sincrasias propias del ambiente.26

Desdibujada la idea de nación, lo que surgía para Cervera con vigor era la entidad de la “Ciudad Provincia”, es decir, la fuerza autori-

25 FErNaNdo dEvoto y Nora PaGaNo, Historia de la historiografía…., p. 186.26 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe (1810–1820)”, en acadEmia NacioNal dE la Historia, Historia de la Nación Argentina (desde los orígenes hasta la organización definitiva en 1862), ricardo lEvENE (Dir. Gral.), Historia de las provincias, vol. IX (Buenos Aires, Im-prenta de la Universidad, 1941), p. 142.

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tativa de las ciudades, con límites jurisdiccionales propios, núcleos de las futuras provincias27:

Así, desde este momento [1810] se inicia la desvincula-ción de cada ciudad o provincia, una de otra, rompiendo los vínculos políticos que la división jurisdiccional de in-tendencias había creado dentro del virreinato; persiguién-dose desde entonces el derecho particular y de costumbres existente en cada ciudad, debido a diversas concesiones reales y pedidos locales, ambiente y desarrollo de cada una. 28

Mayo, entonces, en lugar de haber representado un momento sin-gular en el proceso de construcción de la nación argentina, tal como habían sostenido los grandes relatos nacionales decimonónicos, habría obrado como fuerza centrífuga y como factor de desvinculación.

Aquello que resulta más interesante, es advertir que estas ideas ya habían sido enunciadas por Manuel Cervera a comienzos de siglo, en su libro sobre la ciudad y provincia de Santa Fe. En dicha obra, re-dactada en 1903 y publicada en 1907, Cervera se refería nada menos que a las “ciudades Repúblicas del Río de la Plata”, que se manejaban con marcada autonomía bajo el período de la dominación hispana, en el que ya podía encontrarse “encarnada la idea de federación”, y en donde “el asiento de cada Gobernación o Cabildo Colonial dio lugar después de la guerra de la independencia a la creación de un Estado”.29 Cervera sostenía que, hacia 1810:

Fuera del centro de la ciudad de Buenos Aires donde radi-cábase la riqueza, la ilustración y el movimiento político de estos países, la masa de la población, sin prestigio na-

27 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, p. 152.28 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…, p. 145.29 maNuEl m. cErvEra, Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe. 1573–1853, Tomo II, (Santa Fe, La Unión, 1907), pp. 332–333. Cervera sostiene en su libro que Mitre y López han errado al ubicar el origen de la federación, el uno en el tratado firmado por Belgrano en 1811 con el Paraguay, y el otro, en la política artiguista, ya que la idea de federación puede rastrearse hasta la época colonial.

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cional alguno, sin más arraigo que la localidad, ineducada, sin recursos, ignorante del derecho, vivía en una quietud sumisa […] No había idea de patria ni de orden, ni de su-misión, ni de honor. La patria era la España y española la raza; bajo el concepto de patria, sólo se reconocía como tal, la localidad de origen o de vida, y nada más.30

Estas ideas sostenidas por Cervera en la temprana fecha de 1907, y reafirmadas en el texto de 1941, pueden ser puestas en conexión con análisis más recientes, que han estudiado el proceso de institucionali-zación del poder político que se produjo en el Río de la Plata, y seña-lado que éste tuvo como ámbito principal a la provincia. Estos análisis sostienen que dicha institucionalización hunde sus raíces en el período colonial durante la etapa de los Austrias –momento en que se produjo la fundación de ciudades como espacios físicos, sociales y políticos–, y que atravesó por un momento significativo en la década de 1820.31

Mayo o los límites de una revolución localista

Tal como se ha adelantado, en su capítulo para la Historia de la Nación Argentina de la Academia, Manuel Cervera brinda su interpre-tación acerca de la revolución de mayo y de las consecuencias de ésta sobre el entramado jurídico, político y social de los territorios sobre los cuales se había asentado el antiguo Virreinato del Río de la Plata.

Lejos de detenerse en los pormenores de la adhesión santafesina al movimiento revolucionario de 1810 –lo que, por otra parte, en modo alguno se pone en discusión32–, Cervera pretende realizar un análisis

30 maNuEl m. cErvEra, Historia de la ciudad…, p. 344.31 Fabio wassErmaN, Entre Clio y la Polis. Conocimiento histórico y representaciones del pasado en el Río de la Plata (1830–1860), (Buenos Aires, Teseo, 2008), pp. 25–26. Dentro de las nuevas perspectivas historiográficas trazadas en torno al siglo XIX latinoamericano hay que ubicar, para el caso de Argentina, la tesis desarrollada por José Carlos Chiaramonte, según la cual no es posible detectar, durante las primeras décadas del siglo XIX, ni una na-ción ni una nacionalidad argentina, sino que lo que se destaca, al quebrarse el orden colonial, es la existencia de ciudades que dan lugar a la formación de Estados soberanos indepen-dientes (es decir, las provincias). Esta tesis contribuiría a dar por tierra con aquel mito de orígenes que con suma eficacia había planteado Bartolomé Mitre en la tercera edición de su Historia de Belgrano. josé carlos cHiaramoNtE, Ciudades, provincias, Estados: orígenes de la nación argentina (1800–1846), (Buenos Aires, Ariel, 1997).32 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, p. 159. Tanto el entusiasmo santafesino ante el cono-

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más de conjunto del proceso abierto a partir de ese momento histórico, estudiando las alternativas resultantes de la tensión planteada entre la “preponderancia directriz” y las “ideas descentralizadoras y locales”. Por ello, si bien el capítulo lleva por título “Santa Fe (1810–1820)”, recién es en el subtítulo cuarto (de un total de cinco), y luego de trece páginas, que aparece Santa Fe en escena, y siempre desde el punto de vista de las relaciones interprovinciales. Cabe aclarar, que este interés que demuestra Cervera –y que también pondrá de manifiesto Busani-che en su capítulo– por las relaciones entre la provincia y el gobierno central, no es exclusivo de los capítulos elaborados por los dos histo-riadores santafesinos, sino que en general campea en la mayor parte de los trabajos que albergan los volúmenes IX y X de la Historia de la Nación Argentina33, y pone de manifiesto por qué tema prioritario pasaba el interés historiográfico de quienes escribían la historia desde las provincias: tratar de desentrañar el complejo proceso de guerra civil y de tensión entre tendencias centralizadoras y autonómicas, por el que habían transitado durante la primera mitad del siglo diecinueve los te-rritorios que habían conformado el Virreinato del Río de la Plata.

En su capítulo, Cervera presenta a la provincia de Santa Fe, si bien dependiente política y administrativamente de la jurisdicción de Buenos Aires desde el siglo diecisiete, independiente de hecho, al igual que Corrientes, señalándose que ambas se consideraban verdaderas “provincias” y “con ciertos derechos privativos”, y se indica que los límites entre Santa Fe y Buenos Aires estaban fijados desde un siglo antes de que la revolución de mayo tuviera lugar. Por ello, el descono-cimiento de ese carácter “provincial” por parte del Congreso reunido en Tucumán (en el cual Santa Fe no tuvo representación), es conside-rado por Cervera un producto de las ideas centralistas, que pretendían imponer “la división jurisdiccional de un virreinato ya desaparecido, desconociéndose a los pueblos como provincias.”34

Significativamente, además, las tres primeras palabras de su con-tribución remarcan el carácter “local” de la revolución iniciada en Bue-

cimiento de los sucesos ocurridos en Buenos Aires, como el sacrificio inicial que significó la entrega al ejército de Manuel Belgrano del cuerpo de blandengues, única fuerza existente para defensa de la ciudad frente a los repetidos ataques indígenas, fueron sistemáticamente mencionados por los historiadores provinciales como prueba de la adhesión de Santa Fe a la causa de mayo. 33 aurora raviNa, “Historia provincial…”.34 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, pp. 154–155.

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nos Aires el 25 de mayo de 181035, con lo que Cervera evidencia desde un principio una clara intención de encuadrar en sus justos límites los alcances de la autoridad que sobre los otros territorios podía llegar a arrogarse la considerada “hermana mayor” del virreinato.

Por ello, lejos de brindarse una imagen triunfante de la revolución, se señalan los vicios de origen engendrados en su espíritu localista, y se focaliza en el mismo proceso revolucionario –desorganizado, surgido de una resolución inconsulta, basada en ideas exóticas y minoritarias, y sin representación en los pueblos del interior– el meollo y germen de los futuros conflictos.36 Esta idea, que el mismo Cervera aclara haber estudiado ya in extenso en su clásica obra37, reunía el consenso de otros autores santafesinos, que la habían comenzado a desarrollar desde las últimas décadas del siglo diecinueve. En este sentido, quien puede ser considerado uno de los primeros historiadores eruditos de la provincia, el ya mencionado Ramón Lassaga, en un artículo publicado por la Bi-blioteca Internacional de Obras Famosas a comienzos de siglo, había encontrado en el desacierto de los primeros gobiernos patrios y en el centralismo porteño el germen de las discordias civiles.38

Frente a las pretensiones de la “llamada capital” –por cuanto no lo era ya de derecho–, en los pueblos del interior “primaba el deseo del gobierno propio” –sostiene Cervera en su capítulo de la Historia de la Nación Argentina–, “bajo un sistema de unión y confederados”.39 Pero fueron los abusos de poder del Triunvirato, y del posterior Directorio, los que ocasionaron la guerra civil, así como también los excesos de autoridad de un cabildo local (el de la ciudad de Buenos Aires), que se creía con atribuciones para nombrar y destituir gobiernos generales, “sin tener en cuenta derechos de los pueblos y costumbres reconocidas”.40

35 Cervera comienza así su capítulo: “La revolución local en la ciudad de Buenos Aires, del 25 de mayo de 1810, fue una aventura audaz, en sus comienzos, […]”. maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, p. 141. Mitre, en tanto, que hablaba de “revolución argentina”, había afirmado que la revolución de mayo había sido “municipal en la forma, y nacional o más bien dicho, indígena en sus tendencias y previsiones.” bartolomé mitrE, Historia de Belgrano…, Tomo I, pp. 352 y 373.36 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, pp. 143 y 147.37 Cf. maNuEl m. cErvEra, Historia de la ciudad…, Tomo II, pp. 263–341.38 ramóN lassaGa, “El germen de las discordias civiles”, Biblioteca Internacional de Obras Famosas, Tomo XXIV, pp. 12222–12228.39 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, p. 144.40 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, pp. 146 y 153.

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Cervera reconoce, de todos modos, que en las provincias se replicaron las situaciones vividas en Buenos Aires, de localismos, separatismos, pasiones partidistas y revueltas. Por ello, la responsabilidad por el des-gobierno fue conjunta: “el país cae en una desorganización más que criminosa, en la que todos, salvo muy pocos tienen iguales responsabi-lidades”, y en la que sólo algunos “bregan y se esfuerzan por levantar una entidad nacional”.41 Este fue el motivo de que la resolución de la forma de gobierno a establecer se dilatara hasta 1853–1860 y, aún así, “sin una verdadera cohesión todavía”.42 Según se desprende de estas afirmaciones, pareciera que para Cervera por entonces la nación como tal aún no existía, y ni siquiera el anhelo por constituirla reunía un con-senso importante.

La significación y centralidad de Santa Fe como “eje histórico”

Tendencias separatistas y autonómicas en las provincias, prepo-tencia centralizadora impuesta desde Buenos Aires, la imagen de des-unión impera en el relato sobre el pasado argentino elaborado por Cer-vera y otros historiadores santafesinos para la primera mitad del siglo diecinueve.

Y es en ese contexto de desorganización y lucha, que se construye la imagen de una Santa Fe que se distingue del resto, precisamente, por su vocación a trabajar a favor de la unidad nacional. En estos relatos, el propósito de constituir una nación, entonces, parece haberse desple-gado fundamentalmente a partir del aporte santafesino, tal como ya lo dejara planteado Cervera en su libro de 1907:

Santa Fe se pone frente al torrente, sosteniendo desde ya lo que sostendrá más tarde el general López durante veinte años, en la paz y en la guerra; lo que nos dará la Constitución Nacional al consolidarse el país […]; y con la decisión, de resistir a cualquier agresión, y la persisten-te tenacidad, de hacer triunfar ideales que por costumbre, por educación, por cualidades del país y modo de vida, se

41 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, pp. 149–150.42 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, p. 151.

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creen más aptos y adecuados a la formación de una nueva nación, se aprestan los santafesinos al entrar en el año de 1818.43

En su clásica obra, además, Cervera había señalado la centralidad ocupada por la provincia de Santa Fe en la historia argentina, sin solu-ción de continuidad, desde la época colonial, pasando por su rol clave en el período de la organización constitucional, y prolongándose en su adhesión exitosa al modelo económico agroexportador adoptado por el país desde fines del siglo diecinueve:

[…] el influjo que ha tenido esta provincia en el desarrollo de la Nacionalidad Argentina, es enorme. No solo sirvió en sus comienzos de antemural a los indígenas que podían in-vadir otras provincias limítrofes; no solo defendió las sub-sistencias de nuevas poblaciones al intercambio comercial de ellas, sirviendo de punto intermedio; no solo ayudó a la fundación y desarrollo de otras ciudades argentinas con toda clase de medios; sino que su influjo en la revolución de nuestra independencia y sucesos ulteriores, fue primor-dial y decisivo para nuestra organización política actual […]

El conocimiento de su historia, es […] importante […] para la historia general de la República, por su injerencia inmediata, en todos los sucesos políticos y militares que se han desarrollado en nuestro país, y el valer actual, que su producción agrícola y ganadera, lleva al comercio univer-sal y a las fuerzas económicas, y al equilibrio comercial y político de la República.44

Esta idea sobre las condiciones especiales que revestía Santa Fe, aparece también en el texto elaborado por Manuel Cervera para inte-grar la Historia de la Nación Argentina. La situación estratégica de la provincia (que incluía el territorio de la actual provincia de Entre Ríos,

43 maNuEl m. cErvEra, Historia de la ciudad…, Tomo II, p. 431.44 maNuEl m. cErvEra, Historia de la ciudad…, Tomo I, p. 33.

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del que fue despojado luego por el gobierno central), tanto para las re-laciones comerciales como para el paso de los ejércitos, la convertían a principios del siglo diecinueve en punto de enlace entre Buenos Aires, por un lado, y el Paraguay, las provincias del norte, Cuyo, los territo-rios de Misiones y la Banda Oriental, por el otro. La descripción de la provincia hacia 1810 ocupa apenas unos pocos párrafos, en los que se caracteriza la existencia de un dilatado territorio casi vacío, con una economía poco desarrollada –a raíz del régimen de puerto único– y una población austera y poco instruida, territorio que, sin embargo, es con-siderado por Cervera como “eje histórico de los sucesos internos que se produjeron en el país después de 1810.”45

De esta manera, y pasando ya la mitad del capítulo, Cervera se introduce por fin en el período de mayor interés para el estudio de la política santafesina: aquel que se abría hacia 1815 y que posicionaba a la provincia en ese rol de “eje histórico”, retomando así una tradición que se remontaba a la obra de Ramón Lassaga y, aún antes, a las de los cronistas locales, Domingo Crespo y Urbano de Iriondo46, a los que Cervera cita. Resultan justificadas las resistencias levantadas en Santa Fe contra Buenos Aires –que desde 1810 no había hecho más que nom-brarle malos gobernantes, enviarle ejércitos invasores y dejarla en una situación de indefensión y abandono– lo mismo que el entendimiento con Artigas –que no había implicado sumisión–, y se brinda un relato de los acontecimientos internos y de las relaciones interprovinciales tejidas en la segunda mitad de la década del ’10, que no ofrece diferen-cias sustanciales con la versión que venía construyendo la historiografía santafesina desde el siglo diecinueve. El apoyo popular al primer go-bernador federal, Francisco Antonio Candioti, los desaciertos del direc-torio de Alvear, los atropellos cometidos por los ejércitos de Díaz Vélez y de Viamonte y las intromisiones de este último en los asuntos internos que condujeron a la sublevación de Mariano Vera, la conducta doblez de Buenos Aires en las relaciones con orientales y portugueses, los ex-cesos del directorio de Pueyrredón, la vandálica invasión de Balcarce, y el rol que a partir de 1816 comenzaría a ocupar en esta constelación de factores Estanislao López, hasta llegar al gobierno dos años des-

45 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, pp. 155–159.46 Memorias de Don Domingo Crespo, en maNuEl m. cErvEra, Historia de la ciudad…, Tomo II. Apéndices, y urbaNo dE irioNdo, Apuntes para la Historia de la Provincia de Santa Fe, en Revista de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe, Nº 1 y 2, (Santa Fe, Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe, 1936).

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pués y erigirse como caudillo indiscutido, constituyen algunos de sus episodios más significativos.47 Los últimos enfrentamientos y desinte-ligencias, y los vicios en la sanción de la constitución unitaria de 1819, así como sus tendencias contrarias a la voluntad de las provincias, sólo prepararían el desenlace final hacia la crisis de 1820, y son contrastados con la imagen de una Santa Fe ordenada por la mano firme de López, que por medio del estatuto provisorio de 1819 le había dado un “pe-queño esbozo constitucional” en el que se consagraba “la soberanía del pueblo, la seguridad individual, división de poderes y otras garantías a los derechos humanos”.48

Al llegar a la crítica coyuntura de 1820 concluye Cervera su ca-pítulo, que en realidad es más de síntesis, que de desarrollo de nuevas ideas.

El régimen de pactos y el mandato santafesino por la organización nacional

La idea construida en torno a la centralidad del papel cumplido por la provincia de Santa Fe en el devenir histórico argentino, enuncia-da por Manuel Cervera, aparece reforzada en el capítulo elaborado en 1941 por José Luis Busaniche para el volumen IX de la Historia de la Academia.

A Busaniche le correspondió escribir sobre el período para el que mayores antecedentes había logrado reunir en su labor como historia-dor, y en torno al mismo desarrolló una interpretación del proceso his-tórico argentino que hacía descansar, en el régimen de pactos, la base de la organización nacional. Esta representación del pasado presentada por Busaniche encontraba en los pactos interprovinciales el anteceden-te directo y fundamento de la Constitución de 1853, y resaltaba el rol protagónico desempeñado por Santa Fe en la firma de los mismos. No se distanciaba demasiado de las ideas vertidas en ese sentido por Emi-lio Ravignani que, tal como ya se ha indicado, había logrado instalar a escala nacional nuevos postulados en cuanto al papel desempeñado por los caudillos provinciales en el proceso de organización constitucional.

47 ENriQuE MartíNEz Paz, “Córdoba…”, p. 388.48 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, pp. 179 y 181.

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En estos casos, más allá de la lucha facciosa entre unitarios y federa-les, se atendía al proceso de institucionalización del poder desenvuelto durante la primera mitad del siglo diecinueve, hasta cristalizar en la sanción de una constitución y en la organización de un Estado nacional.

Dentro de ese esquema, Busaniche se esfuerza en su capítulo por resaltar la figura del caudillo y líder santafesino, Estanislao López, en tanto resta todo mérito y relevancia a su par entrerriano, Francisco Ra-mírez. La reivindicación historiográfica de la figura de López se había iniciado en la provincia hacía ya sesenta años, a partir de la publica-ción en 1881 de la Historia de López de Ramón Lassaga.49 Había sido éste un libro precursor, en el que su autor había procurado revertir la negativa imagen que sobre el caudillo santafesino habían trazado las versiones canónicas de la historiografía nacional, de cuño liberal, a fin de hacerle justicia.50 Retomando la línea interpretativa de Lassaga, de quien precisamente José Luis Busaniche era sobrino51, este último ha-bía publicado en 1927 su Estanislao López y el federalismo del Litoral.

49 ramóN lassaGa, Historia de López, (Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1881). En la re-ciente historia de la historiografía de Devoto y Pagano, se denomina género reivindicatorio al utilizado por algunos escritores de fines del siglo XIX –comprendido Ramón Lassaga y otros historiadores provinciales–, quienes elaboraron “alegatos ‘documentados’ que con distintas modulaciones tendían a difundir o restituir la memoria de episodios o personajes injustamente invocados o ignorados en las narraciones disponibles”. FErNaNdo dEvoto y Nora PaGaNo, Historia de la historiografía…, pp. 53–6050 La Historia de López apareció en un momento en el que comenzaba a evidenciarse en al-gunos historiadores provinciales, aún de manera incipiente y marginal, el interés por rescatar personajes y episodios locales, olvidados o desvirtuados por una tradición historiográfica que hasta entonces había hecho girar muy decididamente a la historia argentina en torno a los hombres y hechos de Buenos Aires. Con la obra de Lassaga se inauguraba un ciclo de obras reivindicatorias de caudillos provinciales, al que se incorporarían en años siguientes títulos como El general Quiroga y la Expedición al Desierto, de Ramón Cárcano (1882), El general Ramírez en la historia de Entre Ríos, de Benigno Tejeiro Martínez (1885), Estudio sobre la vida pública del general don Francisco Ramírez, de Martín Ruiz Moreno (1894), Historia del general Güemes y de la provincia de Salta, de Bernardo Frías (1902), y Juan Facundo Quiroga. Contribución al estudio de los caudillos argentinos, de David Peña (1906). En general, todas estas obras no enfrentaban a la tradición historiográfica liberal, de la que eran tributarias, pero la cuestionaban en algunos de sus postulados referidos al período de las autonomías provinciales y al fenómeno del caudillismo, y sus autores procuraban que sus aportes fueran tenidos en cuenta a la hora de componerse una más auténtica y completa “historia nacional”. maría GabriEla micHElEtti, “Primeros esfuerzos historiográficos en defensa de las provincias y sus caudillos: la Historia de López, de Ramón Lassaga”, Revista de la Escuela de Historia, Nº 9, (Salta, Universidad Nacional de Salta, 2010); y maría GabriEla QuiñoNEz y maría GabriEla micHElEtti, “Las primeras historias del Viejo Litoral en el escenario intelectual decimonónico. Un análisis desde las obras de Mantilla, Lassaga y Tejeiro Martínez”, XXX Encuentro de Geohistoria Regional, Instituto de Investigaciones Geohistóricas – CONICET, Resistencia, 2010.51 José Luis y Julio A. Busaniche eran hijos de Julio Busaniche y de Julia del Carmen Lassa-ga, hermana de Ramón J. Lassaga. Los dos se dedicaron a la historia, al igual que su tío. Julio Antonio fue uno de los fundadores de la Junta de Estudios Históricos de Santa Fe.

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El Tratado del Pilar (1820) firmado entre Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos, es considerado en el capítulo de la Historia de la Nación Argentina de Busaniche la “piedra angular del federalismo argentino, que dio las bases para la reconstrucción nacional”. Aprovecha Busani-che en este punto para citar a Mitre, quien había afirmado que en dicho tratado sobresalían dos principios, “la nacionalidad y la federación”.52 El Tratado de Benegas entre Santa Fe y Buenos Aires –sigue analizando el historiador santafesino– daba la oportunidad de constituir al país a través del Congreso general a reunirse en Córdoba, pero resultó en la coyuntura obstaculizado por la política entrerriana, a lo que se sumó la llegada de Bernardino Rivadavia al ministerio de Martín Rodríguez, y la oportunidad para lograr la organización nacional quedó aplazada.53 El Tratado del Cuadrilátero (1822), aún cuando encerraba un conflicto económico al reservarse Buenos Aires la exclusividad sobre la aduana y el control de los ríos interiores, aportó un período de paz y tranquilidad. Luego, frente a la reunión del Congreso Nacional de 1824–1827, Santa Fe mantuvo una política prudente, defendió la forma de gobierno fede-ral republicana y se opuso a que se dictaran leyes ordinarias anteriores a la constitución. Pero la marcada tendencia hacia una centralización del poder, la sanción de una serie de leyes violatorias de la Ley Funda-mental de 1825, y la elaboración de una constitución unitaria, fueron la causa de una nueva desunión, y esto a pesar de que “los gobiernos [pro-vinciales] no rechazaban la organización nacional”.54 Un nuevo tratado firmó en 1827 Santa Fe con Buenos Aires, y como consecuencia se reu-nió al año siguiente una asamblea en Santa Fe, pero entonces tuvo lugar en Buenos Aires la revolución de Lavalle y el fusilamiento de Dorrego. Busaniche sentencia: “Fracasado en sus ardides políticos, el unitarismo recurría a extremos abominables que traerían funestas consecuencias para el país.”55 Busaniche da a entender que por entonces, cierta idea de nación ya existía, al sostener que la orden de Lavalle “significaba un desafío a la Nación, porque Dorrego era encargado de las relaciones exteriores y funcionaba una Convención nacional”.56 Pero se trata de un concepto limitado, ya que la nación parece ser considerada simplemen-te como sinónimo del conjunto de las provincias.

52 josé luis busaNicHE, “Santa Fe (1819–1862)”, en acadEmia NacioNal dE la Historia, Historia de la Nación Argentina, vol. IX, p. 190.53 josé luis busaNicHE, “Santa Fe…”, pp. 192–197.54 josé luis busaNicHE, “Santa Fe…”, p. 204.55 josé luis busaNicHE, “Santa Fe…”, p. 205.56 josé luis busaNicHE, “Santa Fe…”, pp. 205–206.

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Según la interpretación de Busaniche, el Pacto de Cañuelas en-tre Lavalle y Rosas, desde que tenía alcance sólo provincial, marcó el fracaso de la Convención de Santa Fe y demostró que ambos firmantes eran contrarios a la organización federal de la república.57 Pero tiempo después, la amenaza que significaba para las provincias litorales la Liga del Interior de José María Paz, motivó la firma del pacto de 1831.

En torno a la firma del Pacto Federal se discutieron problemas fundamentales de la organización federal, como la apertura de los ríos y la nacionalización de las rentas de la aduana, que por el momento no se pudieron aprobar por la oposición de Buenos Aires, pero que consti-tuyeron antecedentes importantes al llegar el momento de constituir la república. A la vez, la firma del Pacto permitió derrotar al unitarismo. En todas estas instancias, Busaniche destaca el protagonismo santafe-sino así como la explícita voluntad de Estanislao López a favor de la organización nacional y de la reunión de un congreso constituyente, frente a la posición contraria de Rosas y de Quiroga. El saldo de la firma del Pacto era, de todos modos, importante: “Cuando Rosas terminó su primer gobierno, había desbaratado este serio intento de organización [la reunión de la Comisión representativa de Santa Fe], surgido de los gobiernos litorales, pero quedaba en el pacto de 1831 el germen de la futura organización de la República”.58

Santa Fe llevó a cabo nuevos intentos tendientes a la organización nacional, que fueron frenados a raíz del asesinato de Quiroga. Pronto, la muerte de Estanislao López (1838) provocaría graves consecuencias políticas, ya que la provincia caería bajo la égida rosista con el gobierno de Juan Pablo López (hermano del héroe santafesino, y presentado por Busaniche como su antítesis).

Los esfuerzos de algunos santafesinos (Domingo Cullen, Maria-no Vera) en pro de la organización nacional, en esos años difíciles, no cesaron, hasta que Pascual Echagüe reafirmó a la provincia bajo el do-minio rosista. Esta situación se prolongaría hasta el pronunciamiento de Urquiza, que despertó la adhesión del pueblo santafesino. La organiza-ción nacional se lograría por fin al impulso del gobernador entrerriano, pero Busaniche vuelve a dejar en claro que la senda ya había sido tra-zada antes: “Teóricamente, el camino para la organización federal está

57 josé luis busaNicHE, “Santa Fe…”, p. 207.58 josé luis busaNicHE, “Santa Fe...”, p. 212.

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en el pacto de 1831, compromiso de organización nacional convertido por Rosas en simple alianza de gobiernos personales bajo la férula de su autoridad irresponsable.”59

El gobernador santafesino Domingo Crespo secundaría diligen-temente a Urquiza, y la provincia sirvió de asiento para que los consti-tuyentes, “en cumplimiento de pactos preexistentes” –éste es el rasgo destacado por Busaniche–, sancionaran la Ley Fundamental de 1853. De los debates que entonces tuvieron lugar, Busaniche resalta la ac-tuación de los diputados santafesinos, Manuel Leiva y Juan Francisco Seguí, quienes invocaron los antecedentes de su provincia como pre-cursora de la organización federal.

La legitimación de la dirigencia para un modelo de nación en marcha

En la última parte de su contribución, Busaniche se ocupa de los gobiernos que se sucedieron en la provincia de Santa Fe, entre la san-ción de la constitución nacional y 1860. Pertenecientes a familias con las que el historiador –según se ha visto– se encontraba indirectamente emparentado, los gobernadores Domingo Crespo60 y José María Cullen (hijo de Domingo Cullen) son presentados de manera positiva por su gestión administrativa y su apoyo a la obra de organización nacional. Ambos debieron soportar intentos revolucionarios llevados adelante por un siempre improcedente y agitador Juan Pablo López, y el segundo resultó depuesto, con la anuencia de Urquiza, en un gesto que significó un desprestigio para el presidente en la provincia.

En tanto desfilan por el capítulo de Busaniche los últimos epi-sodios del período estudiado: gobierno de Rosendo Fraga, batalla de Cepeda, presidencia de Santiago Derqui, reforma constitucional de 1860 –de saldo negativo para el historiador santafesino, ya que com-plicó la cuestión capital y dio asidero a “funestas corruptelas políticas” en el régimen de intervención federal–, gobierno de Pascual Rosas y batalla de Pavón, el autor da cuenta del surgimiento en la provincia del Partido Liberal, de tendencia nacionalista, que había ganado adeptos

59 josé luis busaNicHE, “Santa Fe…”, p. 234.60 Ya se ha hecho mención de Domingo Crespo como uno de los primeros cronistas locales a través de sus memorias.

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entre la juventud, y que reunía en su seno a hombres que habían sido allegados a los recientes gobiernos de Crespo y Cullen. Busaniche no disimula las simpatías hacia esta facción, “que aspiraba a la renovación de las costumbres políticas por la práctica honrada de las instituciones republicanas y el progreso moral e intelectual”, y “que ofrecía mayores garantías en cuanto al afianzamiento de las prácticas constitucionales”. Superada la desunión entre Buenos Aires y el resto del país, el mitrismo se afianzaba en las provincias61, y se ponía en marcha un modelo de na-ción que hundía sus raíces en los principios liberales y que, entre otros aspectos, postulaba la política de fomento inmigratorio a la que tan bien secundarían los gobiernos santafesinos. Busaniche destaca este rasgo, y el respaldo otorgado por las sucesivas gestiones de la provincia a la in-migración y a la colonización desde la fundación de la primera colonia, Esperanza (1856), gracias al empeño del gobernador José María Cullen.

A pesar de su posición cuestionadora de la por él denominada “historia oficial”62, Busaniche rescata la figura de Mitre, la conducta digna observada por su ejército en Santa Fe, y la política de concordia que puso en marcha. Tal como se ha indicado al comienzo de este ca-pítulo, vínculos sociales y familiares del autor podrían haber influido, matizando su visión del pasado. Mitre nombró gobernador provisorio a Domingo Crespo, y la nueva Legislatura que se conformó estaba inte-grada por “elementos experimentados del gobierno de la Confederación […], al lado de hombres jóvenes que iniciaban su vida pública en el Partido Liberal, como Nicasio Oroño, Tomás Cullen, Julio Busaniche y Martín Fragueiro.”63 No parece un dato menor indicar que el Julio Busaniche (1836–1903) mencionado, era el padre de José Luis.

El nombramiento de Bartolomé Mitre para la presidencia de la República, y de Patricio Cullen (hermano de José María) para la go-bernación de Santa Fe marcan el inicio de una nueva etapa y, con ello, la finalización de la contribución de los historiadores santafesinos a la Historia de la Nación Argentina. Pero la idea que José Luis Busaniche pretende instalar es que, más allá del “cambio radical en el proceso po-lítico de la provincia y en el de la Nación” que ello suponía, “en rigor, manteníanse los fundamentos del orden jurídico federal, ya establecidos

61 josé luis busaNicHE, “Santa Fe…”, pp. 253–254.62 bEatriz boscH, “El Litoral (Entre Ríos y Santa Fe)”, en acadEmia NacioNal dE la Histo-ria, La Junta de Historia y Numismática Americana y el movimiento historiográfico en la Argentina, Tomo II, (Buenos Aires, ANH, 1996), p. 87.63 josé luis busaNicHE, “Santa Fe…”, p. 258.

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y cimentados sobre la base de los pactos preexistentes: la constitución del 53, con las reformas del 60, permanecía incólume”. Con esta afirma-ción sobre el final del capítulo, Busaniche vuelve sobre la importancia del régimen de pactos y sobre el significativo aporte de Santa Fe a la organización nacional: “Terminaba para la provincia de Santa Fe el pro-ceso de su formación autonómica, dentro del orden y la ley, así como su incesante contribución a la organización federal de la República.”64

Menciones de autoridad, afinidades intelectuales y discursos alter-nativos

El respaldo bibliográfico al que apelaran Cervera y Busaniche para componer sus textos muestra algunas peculiaridades. La biblio-grafía principal citada al final del capítulo de Cervera es breve, e in-cluye, junto a las clásicas e ineludibles autoridades de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, y a sendos trabajos de Clemente Fregeiro y de Ricardo Levene sobre la revolución de mayo, al libro del rosarino Juan Álvarez que compendiaba sus trabajos sobre las guerras civiles argenti-nas y el problema de Buenos Aires en la República (1936), y –sin duda la nota más singular– las obras de dos historiadores uruguayos, Felipe Bauzá (principal referente en la construcción del mito de orígenes de Uruguay y autor de la principal historia nacional de Uruguay) y Setem-brino Pereda (autor de un Artigas en cinco tomos), que ayudaron al au-tor en la composición de un relato alejado de una visión porteñocéntrica de la historia nacional.

El capítulo de José Luis Busaniche, en tanto, presenta un listado bibliográfico final más extenso que incluye: varios trabajos previos del propio autor, obras de los cronistas e historiadores santafesinos (Ma-nuel Diez de Andino, Urbano de Iriondo, Eudoro y Gabriel Carrasco, Ramón Lassaga, Manuel Cervera), trabajos de historiadores de las otras provincias del Litoral (Martín Ruiz Moreno y Hernán Gómez), la obra de revisión histórica de Adolfo Saldías, la obra del autor chileno Vicuña Mackenna, aportes de los integrantes de la Nueva Escuela Histórica (Ricardo Levene, Emilio Ravignani, Diego Luis Molinari), y un con-junto documental integrado por memorias, archivos personales, docu-

64 josé luis busaNicHE, “Santa Fe…”, p. 259.

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mentos oficiales y prensa de la época.

A lo largo de ambos capítulos, además, aparecen citados algunos otros autores y obras, y figuran referencias a diversas fuentes documen-tales. Varias de esas citas persiguen el objetivo de apoyar en un juicio de autoridad, de historiadores considerados “nacionales”, las afirmacio-nes vertidas por los historiadores santafesinos acerca de las relaciones mantenidas entre Buenos Aires y las demás provincias, y acerca de las realizaciones y aportes de Santa Fe y de sus hombres, de modo que permitan justificar la construcción de un discurso alternativo a los rela-tos hegemónicos sobre el pasado argentino. La Historia constitucional de Luis Vicente Varela, por ejemplo, es mencionada por Cervera para indicar que las arbitrariedades cometidas por el Triunvirato fueron el origen de la separación entre porteños y provincianos y de la guerra civil.65 Asimismo, la autoridad de Mitre es utilizada para cuestionar, tanto el centralismo del Congreso reunido en Tucumán, y los abusos e intrigas de los gobiernos de Buenos Aires que pusieron la razón del lado del Litoral, como para destacar la actuación de Estanislao López en de-terminada circunstancia –aunque no falta tampoco el pasaje en que Cer-vera contradice a Mitre, al sostener el carácter “provincial” de Santa Fe, que Buenos Aires negaba–.66 Las citas de Vicente F. López hechas por Cervera y Busaniche refuerzan la intencionalidad señalada, al quedar en ellas reconocidos tanto el proceder dominante de Buenos Aires, como la conducta honorable sostenida por Estanislao López en 1820, por parte de un historiador muy crítico de las situaciones y caudillos provinciales, y “cuyas afecciones centralistas” –acota Cervera– eran sabidas.67 Busa-niche, además, apela a “la moderna crítica histórica”, y al trabajo de Ra-món Cárcano sobre Juan Facundo Quiroga, para negar la participación de Rosas y de Estanislao López en el crimen del caudillo riojano.68

En esa construcción de un discurso alternativo, a la vez, ambos autores santafesinos encuentran una natural afinidad intelectual con los historiadores de las otras provincias litorales y del Uruguay, a los que citan para sostener sus afirmaciones de defensa de los caudillos provin-ciales y de crítica a los gobiernos centrales. Detrás de esas citas, puede

65 Cf., luis vicENtE varEla, Historia constitucional de la República Argentina, (Buenos Aires, Taller de Impresiones Oficiales, 1910), y maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, p. 146.66 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, pp. 151, 154, 161, 174 y 181, y josé luis busaNicHE, “Santa Fe…”, p. 196.p67 maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, p. 168 y josé luis busaNicHE, “Santa Fe…”, p. 192.68 josé luis busaNicHE, “Santa Fe…”, pp. 212–213.

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adivinarse un entramado constituido por la circulación de textos, e inclu-so, vínculos interpersonales y contactos epistolares entre historiadores regionales que compartían similares visiones de la historia argentina.

En cuanto a influencias de autores extranjeros, puede mencionar-se la referencia hecha por Cervera en su capítulo a Numa Fustel de Cou-langes, un autor muy bien recepcionado en los círculos intelectuales argentinos de fines del siglo diecinueve y principios del siglo veinte.69

Consideraciones finales

Sin ser del todo innovadores en los enunciados que vierten en sus capítulos compuestos para la Historia de la Nación Argentina, ya que tanto Cervera como Busaniche realizan en ellos, más bien, una la-bor de síntesis y actualización en base a anteriores trabajos, las con-tribuciones de ambos –al igual que las de otros autores provincianos que participaron del emprendimiento editorial– resultan significativas, sobre todo, por la transferencia que se produce de sus planteos, desde el plano de la historiografía santafesina –de circulación limitada y en general circunscripta a los límites de la provincia–, hacia un ámbito prestigioso y de alcance nacional como lo era la Academia, y por su aceptación por parte del director de la obra colectiva para su inclusión en un relato sobre el pasado argentino que pretendía erigirse en hege-mónico.

Resta formularse la pregunta, sin embargo, acerca de qué im-pacto real lograron los capítulos dedicados a las historias provinciales de la Historia de la Nación Argentina.70 Y es que a pesar de los loables propósitos planteados por Ricardo Levene en el Plan Orgánico de la obra, a los que anteriormente se ha hecho referencia, en la práctica re-

69 La ciudad indiana de Juan Agustín García, por ejemplo –de la que es posible que la obra de Cervera, tal como ya se ha indicado, haya sido tributaria–, devela la influencia del autor fran-cés, no sólo en cuanto al título –que trae reminiscencias de La ciudad antigua de Fustel– sino también en cuanto al criterio de organización de los capítulos. maNuEl m. cErvEra, “Santa Fe…”, p. 150 y FErNaNdo dEvoto y Nora PaGaNo, Historia de la historiografía…., p. 98. 70 Aurora Ravina dedicó la conferencia con la que inauguró el Workshop “Historia provin-cial, historia local, historia regional. Un relectura en clave historiográfica” (Córdoba, 24 y 25 de agosto de 2011), a reflexionar hasta qué punto la Historia de la Nación Argentina de la Academia logró resolver, o no, “esa piedra de la discordia” existente en la historiografía argentina “para dar cuenta del todo, de las partes y de la articulación entre ambos”. aurora raviNa, “Historia provincial…”.

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sultó difícil lograr la integración del todo y las partes, y las historias de las provincias fueron incorporadas por separado, reunidas en dos volú-menes finales, a manera de “apéndice”.71 Por ello, uno de los autores provincianos que participó como colaborador de uno de dichos volú-menes, el correntino Hernán Gómez, criticó el resultado, al encontrar en la obra “una suma de monografías, ordenadas cronológicamente, que no proporciona una visión totalizadora de nuestro pasado y que desco-noce los procesos provinciales.”72 En lo que respecta en particular a los capítulos elaborados por Cervera y Busaniche, es dable constatar que los mismos han sido mucho menos citados por posteriores historiadores del pasado santafesino, que lo que lo han sido sus respectivas obras de autoría exclusiva.

Otro aspecto interesante a señalar es que estos capítulos, que en cierta medida significaban una réplica a la llamada “historia oficial”, venían sin embargo a incorporarse a esa misma versión de la historia que cuestionaban y, aún más, sus autores pertenecían a instituciones que prolongaban esa tradición y eran tributarios de sus principales ex-ponentes y de sus obras.

Finalmente, en cuanto a la recepción de las ideas historiográfi-cas de Cervera y Busaniche, hay que indicar que la representación del pasado que ellos elaboran en conjunto con otros autores santafesinos mencionados en este trabajo, y que, tal como se ha visto, se articula en torno a las ideas de la errónea e injustificada política centralizado-ra desplegada desde Buenos Aires, el aporte fundamental hecho por la provincia de Santa Fe a la organización nacional, y la importancia insti-tucional de los pactos concertados por los caudillos litorales, resulta de gran perdurabilidad en el imaginario de la sociedad santafesina.

La fuerza con la que la historiografía santafesina construyó, desde el siglo diecinueve, esta imagen sobre el fundamental aporte pro-vincial a la construcción de la nación, así como la demanda de recono-cimiento por parte de la nación misma, se prolonga hasta la actualidad, y queda ejemplificada en uno de los más recientes dictámenes elabora-dos por el Consejo Consultivo para el Crecimiento de Santa Fe (Dic-tamen Nº 43, 06/08/2012), que retoma, casi invariable, aquella imagen

71 maría GabriEla QuiñoNEz, “Prólogo”, p. 10.72 maría silvia lEoNi, “Corrientes en el contexto regional: una perspectiva desde la historio-grafía correntina”, (en línea) http://www.fee.tche.br/sitefee/download/jornadas/1/s12a7.pdf, consultado el 12/11/2012.

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que aparece en los textos de los primeros historiadores provinciales, como Urbano de Iriondo, Ramón Lassaga, Manuel Cervera y José Luis Busaniche.73

73 El Consejo Consultivo para el Crecimiento de Santa Fe fue creado en 2008, por el decreto Nº 1029 del Poder Ejecutivo provincial, con el objetivo de generar mecanismos que faciliten la participación de ciudadanos que, desde fuera de la estructura estatal, le presten aseso-ramiento en las cuestiones de su competencia, colaborando a dar impulso al crecimiento santafesino. En el Dictamen Nº 43, al expedirse acerca de la “Creación de un Instituto de Historia de la Provincia de Santa Fe”, enuncia dicho Consejo: “Visto: Que la Provincia de Santa Fe tiene una rica historia, habiendo jugado un papel sumamente trascendente en la historia toda de la República Argentina, no siempre bien conocida a nivel nacional e incluso por los propios santafesinos. […] Que es de interés de los santafesinos asegurar que su historia no se vea dis-torsionada por visiones ajenas que puedan no tener la objetividad necesaria para garantizar que la Provincia de Santa Fe sea objeto de tratamiento apropiado para ubicarla en el lugar que merece dentro de la historia nacional […]” (en línea), en: URL: http://www.santafe.gov.ar/index.php/web/content/download/150285/735978/file/Dicta-men%2043%20–%20Instituto%20Provincial%20de%20Historia.pdf. Consultado el 1/11/2012

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CAPÍTULO IV

Construyendo la nación desde la periferia:Mendoza y su rol en el mito de los orígenes

Eugenia Molina

La tardía construcción de una historia nacional en el caso ar-gentino, sobre todo si se la compara con los vecinos casos chileno y brasileño, tuvo su correlato en la también dificultosa trayectoria en la elaboración de historias provinciales que pudieran definir el aporte de éstas a la formación general de la nación. En este sentido, la lenta con-figuración de una comunidad política de referencia recién en la segunda mitad del XIX, otorgó no sólo un marco estatal al cual remitir las dife-rencias identitarias sino que también fue éste quien apeló a las opera-ciones historiográficas para legitimar su propio proceso de concentra-ción y centralización de poder en los límites del naciente estado.1 De

1 Ésta es la tesis general en Fabio wassErmaN, Entre Clio y la Polis. Conocimiento histórico y representaciones del pasado en el Río de la Plata (1830–1860), (Buenos Aires, Teseo, 2008). En este mismo sentido, Karen Sanders distingue identidad política e identidad na-cional en cuanto mientras una remite a la estructura interna y los principios constituyentes y organizativos de un estado, la segunda refiere a una tradición cultural que distingue a una comunidad de otra; sin embargo, sostiene que es característico de los estados modernos el que coexistan en su seno diversas identidades nacionales, lo que crea la necesidad de que sea el estado quien asuma la tarea de configurar una identidad nacional homogénea. Así, la idea de una identidad nacional concebida como algo particularista necesariamente vinculado con la identidad política es algo moderno. KarEN saNdErs, Nación y tradición. Cinco discursos en torno a la nación peruana. 1885–1930, (Lima, Fondo de Cultura Económica, 1997), p.

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hecho, la misma complejidad de la trama de la factura del relato mitrista en la Historia de Belgrano, da cuenta del modo en que las diversas coyunturas político–institucionales afectaron la elaboración de una na-rración articulada de un pasado en el que las selecciones de la memoria variaban de acuerdo al cuerpo nacional al que debía remitir.2

En el caso de Mendoza, Damián Hudson publicó en esa época precisamente una serie de trabajos en los que intentó esclarecer el modo en que la Revolución de Mayo como mito de los orígenes de la nación impactó en la región cuyana. En ellos, también buscaba mostrar cómo esta última contribuyó al triunfo definitivo de aquélla y a la constitución de una comunidad nacional más allá de los enfrentamientos unitario–fe-derales, pues no casualmente, su estudio terminaba en 1852 con la caída de Rosas. No obstante, resulta sintomático que recién a finales del XIX, después de su muerte, sus Recuerdos históricos sobre la Provincia de Cuyo adoptaron la versión definitiva como relato integrado sobre la pe-riferia cuyana y su inserción en la laboriosa construcción de la nación.3 En efecto, si en 1852 había dado a publicación a través del periódico local El Constitucional una especie de crónica que constituía su primer esfuerzo de sistematización histórica, los llamados Apuntes cronológi-cos para servir a la historia de la antigua Provincia de Cuyo, apareci-dos entre 1863 y 1872 en la Revista de Buenos Aires a través de diversas entregas, sí fueron ya conformando una trama narrativa más sólida y articulada que apuntaba a un público que excedía el mendocino, refle-jando su inserción en un proyecto de invención de la nación más amplio e inclusivo que el representado por los retazos de historia de las patrias chicas provinciales. Sin embargo, fue recién en 1898, en la imprenta porteña de Juan Alsina, cuando vio la luz el manuscrito definitivo, el cual seguía el modelo mitrista que encontraba en la emergencia de la

423. No obstante, la discusión entre visiones genealogistas y constructivistas de la nación es amplia y compleja. Una síntesis de las diversas líneas interpretativas, desde las esencialistas a las que plantean el carácter “inventado” de las comunidades nacionales en aNtHoNy smitH, “¿Gastronomía o geología? El papel del nacionalismo en la reconstrucción de las naciones”, en aNtHoNy smitH y ramóN maiz, Nacionalismos y movilización política, (Buenos Aires, Prometeo, 2003), pp. 7–42.2 Elías Palti, “La Historia de Belgrano de Mitre y la problemática concepción de un pasado nacional”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘Dr. Emilio Ravignani’, tercera serie, 21, (Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina y Americana ‘Dr. Emilio Ravignani’– UBA, primer semestre de 2000), pp. 75–98.3 Beatriz Bragoni ha tenido a su cargo la más reciente reedición de los Recuerdos, en la cual incluyó una interesante “Advertencia” en la cual reconstruye la trayectoria editorial de este texto. damiáN HudsoN, Recuerdos históricos de la Provincia de Cuyo, tomo I, (Mendoza, EDIUNC, 2008), pp. 7–15.

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nacionalidad el hilo conductor de su esfuerzo de “memoria”.4

El esfuerzo por integrar las provincias en la historia nacional comenzó a resultar una preocupación recurrente y permanente a partir de la década de 1920. A partir de esos años fueron elaborados algunos textos estimulados y financiados por los mismos gobiernos provincia-les, que intentaban rectificar un relato nacional excesivamente centrado en el devenir de Buenos Aires, tanto en lo relacionado con el proceso revolucionario independentista como respecto al desencadenado con posterioridad, durante las autonomías provinciales y las luchas civiles. En efecto, aun reconociendo los méritos académicos de Mitre, como también de Vicente Fidel López, estas historias provinciales pretendían revisar los acontecimientos desde su propia perspectiva, criticando la visión porteñocéntrica que prevalecía en los relatos fundacionales de la historiografía argentina.5

No obstante, en la década siguiente también desde la Junta de Historia y Numismática Americana, Academia Nacional de la Historia desde 1938, se fortaleció esta tendencia, convirtiendo a la necesidad de integrar las miradas provinciales en una preocupación institucional.6 De esta forma, la empresa editorial representada por la Historia de la Na-ción Argentina, editada entre 1936 y 1950, se hacía cargo de la cuestión de la articulación del todo con las partes, es decir, de la nación con las provincias, convocando a autores que, de acuerdo a sus procedencias, asumían la responsabilidad de brindar un relato que mostrara el aporte de cada una de éstas a la construcción de aquélla.7

4 La cuestión de la “memoria” y su compleja articulación con la construcción de la nación fue uno de los temas centrales de debate durante la serie de reuniones científicas que reflexio-naron en torno del Bicentenario en 2010. Resulta de especial interés al respecto, alEjaNdro cattaruzza, “Las representaciones del pasado: Historia y memoria”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘Dr. Emilio Ravignani’, 33, (Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina y Americana ‘Dr. Emilio Ravignani’– UBA, 2011), pp. 155–164.5 En este sentido, si Mitre había sido muy crítico de los pueblos del Interior, aun cuando luego tratara de mitigar su postura en la edición de 1877 de su Historia de Belgrano, López, a su vez, había atacado a los caudillos del Litoral por su localismo y su obstaculización de la consolidación de una comunidad nacional. Sobre estas historias provinciales rectificatorias, Pablo bucHbiNdEr, “La nación desde las provincias: las historiografías provinciales argen-tinas entre dos centenarios”, en Anuario del Centro de Estudios Históricos Prof. Carlos Se-greti, 8, (Córdoba, Centro de Estudios Históricos Prof. Carlos Segreti, 2008), pp. 138–182.6 maría GabriEla micHElEtti, “Blasones intelectuales, lecturas regionales, derivas naciona-les. Aportes santafesinos a la historiografía académica argentina (1893–1938)”, en Anuario de Estudios Americanos, vol. 70, N° 1, (Sevilla, España, Escuela de Estudios Hispano-Ame-ricanos (CSIC), 2013).7 Un análisis detallado de estas contribuciones provinciales a los proyectos editoriales de la Junta de Historia y Numismática primero, y la Academia después, en aurora raviNa, “Historia provincial e historia nacional: lecturas sobre un vínculo historiográfico complejo”,

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Esta consolidación de la tendencia a revisar una historia na-cional criticada por adoptar una mirada en la que el escenario central estaba ubicado en la ex capital virreinal tenía, no obstante, un contexto político–institucional, ideológico e historiográfico complejo.

En efecto, estas operaciones editoriales se insertaban en un am-biente en el que el sistema federal mismo estaba en discusión, pero ade-más era un marco en el que el esclarecimiento de la conciencia nacional se presentaba como una necesidad impostergable. Por una parte, ya en los lustros anteriores la cuestión identitaria generada por la inmigra-ción, había estimulado toda una producción literaria que apuntaba a rescatar la esencia de la nacionalidad argentina,8 ello con vista a definir un núcleo de caracteres que nos identificara y cohesionara hacia dentro de la sociedad, y nos distinguiera hacia fuera respecto de otras comuni-dades.9 Por otra parte, la crisis de 1930 provocó, a su vez, una ruptura fundamental en las representaciones en torno de lo que Argentina cons-tituía como república liberal y democrática, impulsando reflexiones que en diversos sentidos trataron de elaborar explicaciones sobre lo que se definía como un fracaso nacional.10

En ese contexto de crisis ideológica, política e institucional, sin contar con los mismos embates económicos, la historia como disciplina en vías de profesionalización, se hallaba presta para aportar elementos

conferencia en Workshop Historia provincial, historia local, historia regional. Un relectura en clave historiográfica, Córdoba, 24 y 25 de agosto de 2011. Agradecemos a la autora el habernos permitido leer el texto en su versión original inédita.8 Si bien los trabajos de Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones habían resultado un referente fundamental, las reflexiones sobre los impactos no deseados de la inmigración y la recupe-ración de un ser nacional que se había disuelto, fueron múltiples y variadas, desde distintos planteos de una izquierda nacionalista a otros de unas derechas que encontraban inspiración en corrientes similares francesas y españolas. Sobre la complejidad de la trama de las repre-sentaciones y los discursos generados en torno al problema de la nacionalidad y la amplia diversificación a la que dieron lugar las prácticas y los actores nacionalistas en las primeras décadas del siglo XX, FErNaNdo dEvoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Una historia, (Buenos Aires, Siglo XXI, 2002).9 En este registro Sanders insiste en que las naciones se configuran en torno de algunos núcleos comunes, los cuales pueden expresarse de diversa manera, ya sea por la pertenen-cia a una tradición de mitos compartida, la vinculación con un territorio determinado o la adscripción a una misma etnia. No obstante, lo fundamental siempre es el voluntarismo sostenido, como la actitud que permite la consolidación de valores e intereses comunes en cuanto aquello que “heredamos y vivimos ahora y deseamos seguir viviendo mañana”. En ese marco es que la historiografía se vuelve un recurso fundamental, en cuanto lo que resulta clave es “querer” guardar tradiciones históricas comunes. KarEN saNdErs, Nación y tradi-ción…, pp. 41–42, 60 y 86.10 Una excelente síntesis de lo que significó en el plano de las ideas políticas y las repre-sentaciones sociales la crisis a todo nivel de 1930 en oscar tEráN, Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales, 1810–1980, (Buenos Aires, Siglo XXI, 2008), pp. 227–255.

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a la comprensión del pasado nacional, la explicación del fracaso de un país que se creía predestinado al éxito y la orientación hacia un futuro que podía ser promisorio si se miraba hacia atrás, como enorme muestra de ejemplos de virtudes cívicas. Así, el rigor metodológico, la insisten-cia en el tratamiento crítico de las fuentes y la cobertura institucional que habían logrado los historiadores que de algún modo podían ads-cribirse a las normas de la Nueva Escuela Histórica,11 tenían recursos “científicos” para contribuir a la develación y construcción de la con-ciencia nacional.

En este complejo cuadro de factores se elaboraron los capí-tulos correspondientes a Mendoza en la obra colectiva pergeñada por Levene. Sobre todo el primero de ellos, aquel que precisamente tomaba la década revolucionaria (1810–1820), consagraba un relato sobre la inserción local en el proyecto nacional que tendría larga trayectoria en la historiografía local, incluso después de que autores de la propia his-toriografía mendocina posterior lo pusiesen en discusión a partir de los años ‘60.

El autor, sus vínculos intelectuales y sus conexiones políticas

Julio César Raffo de la Reta fue uno de los mendocinos convo-cados por la Junta de Historia y Numismática Americana para redactar los capítulos referidos a Mendoza en la Historia de la Nación Argen-tina. Su narración debía comenzar con el impacto de la Revolución de Mayo a nivel local y concluir en 1820, pues desde allí la posta era to-mada por Edmundo Correas, quien tenía a su cargo la elaboración de la historia provincial desde esa fecha hasta el fin del período delimitado en

11 Alejandro Cattaruzza ha discutido el excesivo optimismo con el que se han mirado los logros de la Escuela que logró en nuestro país la profesionalización de la historia. Por una parte, marca que el monopolio del relato histórico a través de ciertas instituciones no alcanzó para desplazar el que se producía desde otros ámbitos de la cultura. Por otra parte, la mayo-ría de los mismos historiadores que se llamaban a sí mismos “profesionales”, no se habían formado en las carreras recientemente creadas en las universidades sino que provenían del derecho; así, la cantidad de alumnos y docentes especializados en la historia universitaria era, para fines de los ‘40, bastante exigua. Finalmente, remarca también la inexistencia de debates teóricos relevantes, lo que muestra un retraso en las definiciones epistemológicas en relación con la disciplina respecto de otros ámbitos académicos, en Europa por ejemplo. “La Historia y la ambigua profesión de historiador en la Argentina de entreguerras”, en alE-jaNdro cattaruzza y alEjaNdro EujaNiaN, Políticas de la historia. Argentina 1860–1960, (Buenos Aires, Alianza, 2003), pp. 103–142.

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el proyecto editorial. La elección de ambos reflejaba con claridad, sin embargo, el rol destacado que habían alcanzado en el campo historio-gráfico en construcción dentro de la provincia, pero también mostraba el peso de otras vinculaciones locales y nacionales.

Focalizándonos en el primero de ellos,12 que es quien nos in-teresa en este trabajo en cuanto sus textos se centraron en el relato de Mayo, los orígenes de la nación y la integración mendocina en ellos, se puede observar que la trama de relaciones que ponía en juego su elec-ción en calidad de autor resultaba sugerente. Por una parte, Raffo había sido designado presidente de la recientemente creada Junta de Estudios Históricos de Mendoza en 1934,13 institución que apuntó a hegemoni-zar los estudios históricos locales a partir de una ardua labor orientada hacia la profesionalización de la disciplina pero también a partir del fortalecimiento de los lazos con el poder público.14 Esta nominación lo había convertido en uno de los preclaros referentes de la escritura de la historia en tanto ocupaba un cargo clave en esa institución. Este perfil de historiador, no específicamente profesional por cuanto él mismo en-carnaba las vinculaciones con la política por haber ejercido y ejercer en el momento una serie de cargos,15 además de no serlo por formación por cuanto era abogado, se delineaba, sin embargo, también a partir de los contactos que había desarrollado con otros hombres dedicados a la historiografía.16 De hecho, sus designaciones primero como miembro correspondiente de la Junta de Historia y Numismática Americana, y

12 Julio César Raffo de la Reta había nacido en 1883 en el seno de una tradicional familia mendocina y estudiado abogacía en la Universidad de Buenos Aires.13 La década de 1930 en Mendoza estuvo marcada por una efervescencia cultural notable. A la creación de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza en 1934, le siguió la de la Uni-versidad Nacional de Cuyo en 1939 y con ella la de la Facultad de Filosofía y Letras, todas íntimamente conectadas entre sí, como que el propulsor de estas últimas, Edmundo Correas, lo era también de la primera. Sobre el ambiente ideológico en el cual se establecieron estas instituciones y sus vinculaciones con otros círculos de sociabilidad intelectual y académi-ca nacional, del mismo modo que su articulación con las coyunturas políticas vigentes ver cEliNa FarEs, Identidades nacionalistas en los sesenta (II). Itinerarios Intelectuales en una Universidad de Frontera, 2011, (en prensa). Agradecemos a la autora el habernos permitido la lectura de la versión original.14 Un análisis minucioso tanto de la trayectoria institucional y editorial de la Junta de Estu-dios Históricos creada en 1934 y de su antecedente en la Junta de Historia de Mendoza, cuan-to de sus complejas vinculaciones con la política local, en oriaNa PElaGatti, Una historia de la historia. La escritura de la historiografía en Mendoza entre los ’20 y los ’50, tesis de licenciatura, FFyL, UNCuyo, Mendoza, 1999. (mimeo)15 Su trayectoria pública era notable: diputado provincial entre 1911 y 1918, convencional constituyente en 1914, Director General de Escuelas en 1915, diputado nacional entre 1918–1922 y 1926–1930, senador provincial en 1931, Presidente Provisional del senado en 1934, Director General de Escuelas nuevamente en 1937. oriaNa PElaGatti, Una historia…, p. 42.16 Raffo había estado entre los propulsores de la Junta de Historia de Mendoza que se reunían desde 1923. oriaNa PElaGatti, Una historia…, p. 28.

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luego como académico de número en la Academia Nacional de la His-toria, evidenciaban esas vinculaciones y el éxito de su inserción en una red de relaciones intelectuales que no dejaba de utilizar los recursos que les brindaba la simultánea actividad política.17

De todos modos, resulta imposible conocer las exactas moti-vaciones que pesaron en Levene y su gente para elegir a Raffo como autor del período revolucionario mendocino, en lugar de, por ejemplo, Manuel Lugones, quien compartía un perfil público, literario e insti-tucional similar, pues como aquél había ocupado puestos legislativos, también había participado en los inicios de la sociabilidad historiográfi-ca local y era un abogado dedicado a esclarecer los aportes provinciales a la construcción de la nación.18 Incluso, unos años antes de que aquél consagrara su relato en la Historia dirigida por Levene, Lugones había presentado su propia versión del pronunciamiento mendocino por la Revolución en el II Congreso Internacional de Historia de América, reunido en Buenos Aires en 1937, el cual debió tomar como base su anterior publicación de 1925 titulada de la misma manera.19 En este sentido, cuestiones de filiación ideológica–partidaria20 junto con otras quizá referidas a la misma interpretación de las relaciones entre Men-

17 Tanto la Junta de Historia y Numismática Americana como la Academia Nacional de la Historia en la que aquélla se convirtió desde 1938, mantuvieron estrechos vínculos con el poder público, quien no sólo intermediaba para el acceso a los diversos recintos de reunión en los que sesionaron sus miembros, sino que otorgó subsidios específicos para sus activi-dades editoriales. Un estudio sobre estos aspectos en aurora raviNa, “El problema de la identidad nacional en la trayectoria de una corporación intelectual: la Junta de Historia y Numismática Americana”, Clío, 3, (Buenos Aires, 1996), pp. 265–280 e “Historia, crisis e identidad nacional. La respuesta de una institución cultural argentina, 1938–1943”, en Memorias del III Simposio Panamericano de historia, (México, IPGH, 1997), pp. 201–224. Otro análisis sobre la complejidad de los lazos académico–institucionales y políticos que tramaron el proceso de profesionalización de la historia en nuestro país en Pablo bucHbiN-dEr, “Vínculos privados, instituciones públicas y reglas profesionales en los orígenes de la historiografía argentina”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘Dr. Emilio Ravignani’”, 13, (Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina y Americana ‘Dr. Emilio Ravignani – UBA, 1996) pp. 59–82.18 En efecto, había sido legislador, aunque se había volcado al ejercicio público de su pro-fesión: fue fiscal en lo criminal en 1918 y Director de la secretaría de Asuntos Legales del Banco Hipotecario Nacional entre 1928 y 1930. En cuanto a su faceta literaria, en 1925 había publicado una edición documentada de El pronunciamiento de Mendoza por la Revolución de Mayo y en 1935 una biografía novelada de Juan Gualberto Godoy. oriaNa PElaGatti, Una historia de la historia…., pp. 28–30.19 “La Revolución de Mayo en Mendoza” (trabajo presentado en II Congreso Internacional de Historia Americana, reunido en Buenos Aires del 3 al 10 de julio de 1937), luego publica-do por la misma Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, tomo X, (Mendoza, Junta de Estudios Históricos, 1938), pp. 21–31.20 Lugones se hallaba vinculado con el Lencinismo mendocino, el que había desplazado del poder a la élite más tradicional que precisamente representaba Raffo, y que volvería al poder durante la década de 1930. Pablo lacostE, La Unión Cívica Radical en Mendoza y en la Argentina, (Mendoza, Ediciones Culturales, 1995).

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doza y Buenos Aires en el contexto de Mayo, sumadas a la preemi-nencia de Raffo tanto en el campo disciplinar en construcción como en el político,21 debieron articularse para que la decisión se orientara hacia él y no hacia Lugones. Sin embargo, todo ese conglomerado de factores adquirían mayor significación a partir del mismo discurso que éste pronunció en aquél mismo congreso americanista, en el cual sinto-máticamente ofrecía un concepto del papel de la historia en la confor-mación de la conciencia nacional caro al espíritu que seguía el proyecto editorial de la Historia de la Nación Argentina, y la Junta de Historia y Numismática en su conjunto desde su misma creación.

Presentó su ponencia como académico correspondiente de la Junta de Historia y Numismática Americana pero también en calidad de Director General de Escuelas de Mendoza, este último constituyendo una filiación clave en cuanto precisamente se proponía abordar la cues-tión de “La Enseñanza de la Historia en la Escuela Primaria”.22 Su trama expositiva se iniciaba con la ubicación de Mendoza dentro de la tradición nacional entendida como pasado pero también como esfuerzo presente por definir la identidad, pues afirmaba que su provincia tenía una “ilustre prosapia en la historia patria” y que en ella en ese momento el interés por los estudios históricos se movía al “unísono” con aquellos que eran pro-pulsados desde la capital del país por el mismo Levene.23 A continuación, con el objetivo de mostrar el papel fundamental que la historia tenía en la escuela por su influencia “formativa y cultural”, ofrecía un intrincado discurso sobre el rol de ambas en la vida humana y, otra vez, en la conso-lidación de la conciencia nacional. A través de una argumentación que se movía desde la moralidad hacia la ciencia y desde ésta al patriotismo,24 planteaba una filosofía de la historia nacional que escondía un sentido lineal y ascendente, en cuanto a pesar de ocultarse en ciertos momentos,

21 Incluso, en la primera elección para presidente de la Junta de Estudios Históricos de Men-doza en 1934, si bien Raffo obtuvo 10 de los 18 votos, Lugones obtuvo 7. oriaNa PElaGatti, Una historia de la historia…, p. 43.22 julio c. raFFo, “Disertación del académico correspondiente y Director General de Es-cuelas de Mendoza, Sr. Julio César Raffo de la Reta, sobre “La enseñanza de la Historia en la escuela Primaria”, en II Congreso Internacional de Historia Americana, tomo I, (Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1938), pp. 186–192.23 julio c. raFFo, “Disertación…”, p. 186.24 En esta parte las responsabilidades “patrióticas” se ponían en tensión con la profesiona-lización exigida a quienes se decían historiadores, esto frente a quienes ofrecían relatos del pasado en clave literaria. Así, si en una parte decía que discrepaba con quienes querían poner la historia al “servicio del patriotismo o la moral”, afirmando que “como ciencia, sólo puede estar al servicio de la verdad”, a continuación sostenía que toda buena acción “narrada con sinceridad acciona hacia el bien y el patriotismo”. julio c. raFFo, “Disertación…”, p. 187.

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no dejaba siempre de avanzar hacia su completa plenificación espiritual individual y colectiva: “Los procesos uniformes, duraderos y generales, aunque a veces poco aparentes, son los que tienen más importancia his-tórica. […]. La Historia muestra como a través de los siglos, prevalece el concepto angular de lo bueno y de la justicia, independientemente del éxito, el que solo pueda prestar legitimidad aparente y transitoria a lo malo e injusto”.25 Luego de detenerse en observaciones de didáctica que tomaban en cuenta las etapas planteadas por la psicología evolutiva, de modo de adaptar la enseñanza de esa filosofía de la historia a los es-colares según sus edades, cerraba su análisis retomando las reflexiones iniciales pero aplicándolas específicamente al caso de la formación de la nacionalidad argentina. Así, concluía en que la historia tenía una función clave pues era la que aportaba un conocimiento de la “propia esencia”. De este modo, aquella teleología general se manifestaba en la misma tra-yectoria de la nación en nuestro país por cuanto, a pesar de los conflictos civiles, los valores compartidos ofrecían un futuro esperanzador: “El pa-sado argentino no nos ha dejado ni odios ni amarguras por herencia. Sin revanchas para cobrar, sin ofensas ni injusticias a castigar o reparar, ese pasado es una enseñanza permanente. Ese pasado es tradición de justicia y de preeminencia del derecho sobre la fuerza”.26

Un planteo historiográfico conciliador en todas las perspecti-vas: metodológicas, esto es articulando patriotismo con verdad rigu-rosa; históricas, limando hasta hacer desaparecer los conflictos entre Buenos Aires y el Interior; e historiográficas, desoyendo las versiones alternativas que las diversas propuestas revisionistas estaban ofrecien-do en ese mismo momento.27 Todo hacía de su ponencia un programa acorde con las líneas generales a las que apuntaba la Historia de la nación argentina con vista a constituirse en “historia oficial”, esto es, como garante autorizada de la memoria y la identidad nacional.

25 julio c. raFFo, “Disertación…”, pp. 187–188.26 julio c. raFFo, “Disertación…”, p. 92.27 Un estudio detallado sobre las diversas corrientes interpretativas que suelen ser engloba-das en el revisionismo, en alEjaNdro cattaruzza, “El revisionismo: itinerarios de cuatro décadas”, en alEjaNdro cattaruzza y alEjaNdro EujaNiaN, Políticas de la historia…, pp. 143–182. Este autor sostiene que a pesar de la diversidad de historiadores y escritores que podían adscribirse a esta línea, y las diferencias internas que pudieron tener, ellos eran re-conocidos como un agrupamiento por los demás actores del campo historiográfico. Así, en cuanto tal, disputaban no sólo la hegemonía desplegada por quienes se agrupaban en cier-tas instituciones protegidas por el estado, como la misma Junta de Historia y Numismática Americana, sino que se propusieron cambiar la versión oficial que aquéllos habían impuesto desde sus lugares dominantes. alEjaNdro cattaruzza y alEjaNdro EujaNiaN, Políticas de la historia…, p. 146.

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“Una década mendocina”

Como presidente de la corporación de historia mendocina, vin-culado con las entidades porteñas, hombre de extensa trayectoria públi-ca y portador de una concepción de la historia en general, y la argentina en particular, bien en consonancia con la sostenida por la Academia, Raffo se presentaba como el autor quizá más autorizado en Mendoza para abordar en el marco de la empresa editorial de ésta, el delicado problema de la relación entre la Revolución de Mayo y la provincia, delicado tanto por constituir aquélla un hito intocable de la tradición nacional como que se consideraba su cuna misma, cuanto por el tra-tamiento que la cuestión sanmartiniana debía tener en relación con el proceso revolucionario y con las tensiones generadas entre la ciudad cuyana y el centro de poder porteño.

En este último sentido, cabe marcar que ya en 1934 Raffo había pronunciado una conferencia en una sesión de la Junta de Historia y Nu-mismática en Buenos Aires, en la que se había introducido de lleno en una espinosa cuestión: la de la responsabilidad de San Martín en el fusi-lamiento de los hermanos Carrera a comienzos de 1818.28 En esa diser-tación se había basado en documentación inédita y alguna no utilizada con anterioridad, para rebatir las tesis consagradas por los historiadores chilenos que hacían recaer todo el peso de la culpabilidad sobre aquél, justamente por no saber manejar, en opinión de Raffo, las tensiones entre patriotismo y la verdad científica. Así, en el caso de Vicuña Mackenna lo “ha perturbado su celo patriótico al llevarlo a buscar un responsable fuera de su país, olvidando que el patriotismo es una virtud, mientras que la Historia es una ciencia que solo existen en la Verdad”.29 Un minucioso trabajo de transcripción documental, sobre todo de la correspondencia mantenida por Monteagudo con diversos actores políticos del momen-to, le permitía concluir que, según lo que se desprendía de las fuentes utilizadas (las cuales de paso le permitían cumplir con su deber cívico), el futuro general no había tenido nada que ver con el asunto. Por el con-trario, éste se había resuelto entre O’Higgins y Monteagudo, explicando la decisión final de la pena de muerte a los dos hermanos a partir de la coyuntura estratégica adversa de la derrota de Cancha Rayada. De tal

28 julio c. raFFo, “Los Carrera vistos a la luz de una nueva documentación” (Conferencia pronunciada en la Junta de Historia y Numismática Americana, de Buenos Aires, el 27 de octubre de 1934)”, en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, tomo I, (Men-doza, Junta de Estudios Históricos de Mendoza, 1934–1936), pp. 293–311.29 julio c. raFFo, “Los Carrera…”, p. 311.

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forma, la firma final recayó sobre Luzuriaga, gobernador a cargo de la intendencia cuyana, preso de la urgencia de la guerra.

Precisamente este artículo que lograba limpiar el nombre del Padre de la Patria siguiendo la rigurosidad metodológica de la Nueva Escuela Histórica, le permitió luego tratar concienzudamente en su ca-pítulo sobre Mendoza, las diversas intervenciones de los chilenos en el orden local, perturbadores no sólo de éste, sino de todo el conjunto de la naciente comunidad nacional. Estas conexiones regionales serían fun-damentales en su interpretación general de la Revolución mendocina.

Por su parte, la narración dedicada a Mendoza entre 1810 y 1820 organizada como capítulo de la Historia de la nación argentina, estaba articulada en torno a dos momentos fundamentales, precisamen-te aquellos que le habrían permitido a la ciudad incorporarse al proyec-to revolucionario liderado por Buenos Aires.30 Por una parte, el autor focalizaba su atención sobre los días clave de junio y julio, en los cuales a través del cabildo local, la jurisdicción se decidió a seguir la opción juntista porteña. Por otra parte, el relato se concentraba en la gestión sanmartiniana y en su significación para el éxito de la revolución no sólo en el Río de la Plata sino en su contraseguro a través de la libera-ción de Chile y Perú. De hecho, el capítulo no se cerraba en los inicios de 1820, es decir, con el levantamiento del Regimiento 1º de Cazadores en San Juan, sino que se extendía en realidad hasta comienzos de 1822, esto es, hasta la renuncia de Tomás Godoy Cruz a la gobernación de la provincia. En este sentido, el relato llegaba a extenderse no sólo hasta el momento en que ésta se organizaba republicanamente siguiendo un modelo republicano–representativo, sino que esa extensión temporal le permitía integrar dos sucesos fundamentales dentro de esta narración en la que la jurisdicción cuyana se incorporaba al proyecto fundacional de la nación: los intentos de reunir un Congreso en Córdoba que crease un marco nacional luego de la fallida Constitución de 1819, y la definitiva derrota de las intervenciones entendidas como anárquicas y disolventes de los Carrera con el ajusticiamiento de José Miguel luego de la batalla de Punta de Médano. En este sentido, cerraba en forma compacta su argumento de la “prosapia patriótica” de Mendoza al hilar su decidido pronunciamiento revolucionario en 1810, su entrega total por la causa

30 julio c. raFFo, “Mendoza (1810–1820)”, en Historia de la Nación Argentina. (Desde sus orígenes hasta su organización definitiva en 1862), tomo X, (Buenos Aires, Imprenta de la Universidad, 1936–1950), p. 3–111.

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entre 1814 y 1818 cuando San Martín puso a la intendencia en pie de guerra para garantizar el éxito revolucionario, y finalmente en los co-mienzos de la nueva década, cuando siguió acompañando los proyectos constituyentes nacionales a través de la participación comprometida de su diputado y de su propia organización a partir de un régimen con di-visión de poderes al compás del ejemplo porteño.

No obstante, si este era el planteo general de Raffo respecto del rol de la ciudad–provincia en los orígenes de la nación, conviene detenerse en cada uno porque no sólo dialogaba con otras versiones his-toriográficas que circulaban en ese momento, sino que se posicionaba ante ellas como historiador pretendidamente profesional31 y como actor de una empresa editorial que apuntaba a fijar una historia oficial de la nacionalidad argentina.

El texto no entraba directo en la cuestión de Mayo sino que rea-lizaba una completa contextualización de la situación de la ciudad, la cual resultaba funcional a su propia argumentación sobre las causas del pronunciamiento local por la opción porteña y su rápido alejamiento de la cordobesa. Así, el primer apartado lo dedicaba a describir el paisaje, los condicionamientos geográficos, la producción y el intercambio co-mercial, la vida social y cultural mendocina, cerrándolo con unos párra-fos sobre el temperamento local. En este último, no sólo recogía las ex-hortaciones de Levene sobre la necesidad de una historia “integral” que incorporara otros aspectos además de los políticos–institucionales,32 sino que también reproducía las tendencias del ambiente literario e in-telectual local, el que por entonces transitaba por un regionalismo que atendía a los caracteres definitorios de un ser “mendocino” que se ex-presaba en múltiples manifestaciones.33

31 Antes de su publicación, Raffo pudo adelantar su texto en una conferencia en la Academia en julio de 1941. Al parecer, Levene había solicitado a los colaboradores de las historias pro-vinciales que anticiparan una síntesis con los puntos centrales de sus trabajos. Salvo algunos agregados que Raffo introdujo después en la versión definitiva, expuso básicamente el mis-mo contenido que luego tendría ésta. Sin embargo, su conferencia iniciaba con una reflexión que mostraba su preocupación por las fuentes y por la necesaria organización de los archivos para poner a disposición de los historiadores el material necesario para realizar una labor científica. También allí volvía sobre el planteo de las relaciones entre nación y provincias, y el modo en que un relato integral debía integrar ese todo con sus partes. Esta conferencia apareció con el título de “Una década mendocina”, en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, 15, (Buenos Aires, ANH, 1941), pp. 187–232.32 bEatriz morEyra, “La historiografía”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, tomo X, (Buenos Aires, Planeta, 2000), p. 70.33 Según Arturo Roig, el “regionalismo literario” era manifestación de un regionalismo cul-tural más amplio que abarcaba también la música, la plástica, el folklore, la educación, el pensamiento jurídico y político. El eje central se hallaba en la búsqueda del nexo filosófico

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La ubicación “mediterránea” de la jurisdicción explicaba, para Raffo, las tendencias autonomistas de su élite dirigente, lo que no sólo había pesado en los sucesos de junio y julio de 1810 en los que decidió pasar por encima de las jerarquías intendenciales para unirse a los man-datos porteños, sino también en 1815, cuando dio su apoyo a San Martín ante el supuesto desplazamiento de su cargo por orden de Alvear: “Pro-vincia mediterránea circundada por el desierto, sin vías fáciles de comu-nicación, abandonada a sus propios recursos, sus pobladores sintieron su soledad y vivieron su aislamiento, lo que creó en ellos un sentimiento autonómico, que se ha señalado después a lo largo de su historia”.34 Pero ese condicionamiento geográfico también la acercaba a Chile, con la cual mantenía un estrecho vínculo no sólo comercial sino social y cul-tural, en la medida en que los miembros de su clase principal se habían educado en los colegios superiores y en la Universidad de San Felipe. Esta conexión allende los Andes sería un tópico sobre el cual volvería más tarde, al tener que analizar el problema que representaron los Ca-rrera en relación con el compromiso mendocino con la causa nacional, el cual, ya vimos, había trabajado con anterioridad con mucho detalle.

Basándose en la obra de Hudson, la descripción de la sociedad mendocina hacía hincapié en el atraso cultural al que la colonia la había sometido, y si bien su antihispanismo no resultaba demasiado agresivo, sí se mostraba heredero de la versión crítica que negaba al pasado co-lonial un rol relevante en la cimentación del ser nacional.35 Así, repro-ducía los lugares comunes sobre el “fanatismo religioso hispánico”36, el “pesado ambiente de la colonia remota”37 y “el pesado y antieconómico régimen colonial para el comercio”.38 Sí, en cambio, revalorizaba el aporte indígena, apropiándose de la imagen mansa y pacífica de los huarpes,39 y su productiva mezcla con los españoles, la cual habría ge-

entre el hombre y su paisaje. Así, se repetían ciertos temas comunes en la búsqueda del paisaje natural y humano que distinguía a la región, entendida ésta como una realidad témpo-roespacial con una tradición propia. arturo a. roiG, Breve historia intelectual de Mendoza, (Mendoza, Terruño, 1966), pp. 49–54.34 julio c. raFFo, “Una década mendocina”, p. 188.35 Sobre las dificultades para integrar el pasado español a la tradición nacional: Fabio was-sErmaN, Entre Clio y la Polis…, pp. 131–165.36 julio c. raFFo, “Una década mendocina”, p. 190.37 julio c. raFFo, “Una década mendocina”, p. 191.38 julio c. raFFo, “Una década mendocina”, p. 189.39 Nuevamente aquí volvía sobre la crítica a la colonización española al sostener: “los huar-pes fueron siempre tribus mansas. (…) fue sólo la crueldad de los conquistadores lo que les alejó de ellos y les arrastró al odio al ‘cristiano”…”. Boletín, 192. Esta opinión se hallaba en sintonía con algunas de las interpretaciones provinciales, y entre ellas las de Nicanor Larraín de unos lustros antes, que sólo rescataba la labor de los religiosos, y entre ellos sobre todo de

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nerado una raza criolla caracterizada por la abnegación, la lealtad y la valentía que sus hombres tendrían ocasión de demostrar en “la historia patria con páginas heroicas”.

Sobre este cuadro de factores sociales, económicos y psicoló-gicos Raffo se disponía en el segundo apartado a focalizar su atención en el modo en que la ciudad se había adherido al juntismo porteño. Para ello no sólo reconstruía, ahora sí, el cuadro institucional local, aten-diendo tanto a la conformación del cabildo del momento y a la carac-terización de los oficiales reales, sino que también se posicionaba en la discusión sobre las vinculaciones previas de algunos mendocinos con el partido revolucionario de Buenos Aires. En este sentido, se distanciaba de la postura de Hudson, quien afirmaba que los miembros del ayun-tamiento local “estaban ya iniciados en la revolución”, como de la de Manuel Lugones, quien negaba tal tesis por no existir documento que la avalase. Sopesando las fuentes disponibles, pero también el ambiente social y cultural existente en ese momento en la ciudad, se inclinaba a considerar que si bien no había habido un complot, las ideas revolucio-narias se discutían en las reuniones tanto de criollos como de españoles, creando un caldo de cultivo propicio que se concretó, precisamente, cuando llegaron las noticias desde Buenos Aires.

Una vez aclarada su opinión acerca de la “plena inteligencia entre los revolucionarios” porteños y locales,40 reconstruía la serie de sucesos que comenzaron con el arribo de Manuel Corvalán con los pa-peles de la Junta y la convocatoria del cabildo abierto que decidió la postura mendocina ante los hechos, culminando con el envío a la ex ca-pital virreinal de los funcionarios reales. Precisamente, la crónica de los acontecimientos le permitían a Raffo hilvanar sus reflexiones acerca del ingreso de Mendoza a los proyectos de una nación en el Río de la Plata, y al modo en que en ellos resultaron claves sus intensas relaciones con Buenos Aires: “Estos antecedentes destacan aun más el valor enorme de los esfuerzos de los próceres de la Primera Junta, cuyos sacrificios no se redujeron sólo a imponer el pronunciamiento en Buenos Aires, sino que debieron luchar con las dificultades de todo orden que les ofrecía la

los jesuitas, dentro de lo que representó la colonización. Al respecto, ver Pablo bucHbiNdEr, “La nación...”.40 julio c. raFFo, “Una década mendocina”, p. 198

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dominación española antes de resignarse a su total caducidad”.41

Pero en ese relato sobre el triunfo de la revolución en la ju-risdicción resultaba clave no sólo el rol de la élite sino, sobre todo, el carácter popular que había tenido. Así, del mismo modo que lo había planteado Hudson, pero también Nicanor Larraín aunque no lo citaba, la opción juntista había politizado ampliamente la sociedad local, ge-nerando movilizaciones de apoyo en los momentos en que la reacción española había querido retomar el poder a través del copamiento del cuartel, como también después, cuando hasta las mujeres habrían adop-tado signos externos de adhesión a la causa.42

De los sucesos de junio y julio de 1810, el texto de Raffo pa-saba a focalizar su atención en la gestión sanmartiniana, como adelan-tamos, precisamente porque en ella se cimentaba el segundo aporte de la jurisdicción a la fundación de la nación. En efecto, si bien dedicaba algunos párrafos a la gestión del teniente gobernador Moldes y nom-braba a quienes lo siguieron en el cargo entre la disolución de la Junta subalterna y hasta fines de 1813, cuando el triunvirato respondió a las aspiraciones de la élite mendocina creando la intendencia cuyana con cabeza en Mendoza, en realidad la descripción era casi nominal y apun-taba a preparar narrativamente el rol que ésta estaba destinada a cumplir en los próximos años. De hecho, consagraba más páginas al esfuerzo de explicar “el fenómeno psicológico operado por San Martín en Men-doza”, que al proceso político, social e institucional de tres largos años, los cuales aparecían casi diluidos detrás de algunos nombres.

En este registro, y dentro de la economía general del capítulo, el momento en que Raffo dedicaba unos párrafos a dar cuenta de la transformación moral de la que la gestión sanmartiniana fue capaz, apa-recía como el clímax de su relato, en cuanto se detenía en el incalcula-ble aporte que la sociedad local hizo a la causa revolucionaria y con ella a la edificación de la nación: “…la suma total de voluntades, en un solo afán, en un solo propósito. Realizó el concepto militar de ‘eficiencia’, o sea la suma y coordinación de todas las fuerzas morales y materiales, para la gravitación conjunta en un punto dado y en un momento tam-bién dado”.43 Así, los cuyanos en general, pero los mendocinos muy en particular, tuvieron su oportunidad histórica para contribuir con aquélla

41 julio c. raFFo, “Una década mendocina”, p. 202.42 julio c. raFFo, “Una década mendocina”, p. 202.43 julio c. raFFo, “Una década mendocina”, p. 206.

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y lo hicieron denodadamente, pues el gobernador les “inculcó el amor por la causa de la libertad y la firme disposición de sacrificarlo todo por asegurarla”.44

Ya bien ubicado a pleno en el tema central de su exposición, Raffo retomaba dos cuestiones que había tocado en parágrafos previos: por un lado, la articulación del proceso local con el derrotero patriota en Chile, y por otro lado, las intensas relaciones con el centro porteño. La caída de la causa allende los Andes en la batalla de Rancagua a mediados de1814 había puesto en jaque a Mendoza y con ello había creado la oca-sión para que la jurisdicción sintiese el peso del régimen sanmartiniano. Esta coyuntura lo habilitaba una vez más al autor a remarcar los vínculos regionales del movimiento revolucionario debido a la especial ubicación geográfica mendocina en el nudo de las comunicaciones entre el Atlán-tico y el Pacífico. Pero también esas articulaciones regionales del relato le permitían detenerse en otro suceso discutido por la historiografía local y que había servido como ejemplo de la oposición local al centralismo porteño, esto es, el supuesto desplazamiento de San Martín de su cargo y su reemplazo por Perdriel a instancias del Director Alvear.

Rechazando la tesis consagrada por Hudson acerca de la “des-titución” de San Martín, lo mismo que del peso que en ello pudieron haber tenido las maquinaciones de los hermanos Carrera, Raffo se ad-hería a la postura que sostenía que el gobernador mismo había solicita-do licencia por razones de salud, descartando cualquier otra motivación oculta.45 No obstante, explicaba la conmoción popular generada por la salida de San Martín del cargo,46 tanto a partir del contexto militar de

44 julio c. raFFo, “Una década mendocina”, p. 206.45 julio c. raFFo, “Una década mendocina”, p. 211.46 El relato de Raffo insistía otra vez en la intervención popular; por una parte, refería a los pasquines aparecidos en las calles “invitando al pueblo a resistir la medida, habiéndose reunido en la plaza un compacto grupo de ciudadanos que comentaban acremente el retiro dispuesto por el director supremo”. julio c. raFFo, “Una década mendocina”, p. 212. Y varios párrafos después agregaba, que el “pueblo en masa se congregó en el Cabildo” para rechazar la renuncia de San Martín. julio c. raFFo, “Una década mendocina”, p. 213. Ahora bien, habría que ver si el “pueblo” al que Raffo se refería incluía una perspectiva amplia e inclusiva, o por el contrario, se vinculaba con el “pueblo decente”, visión más restrictiva. Sin embargo, a pesar de que obviamente las disquisiciones conceptuales del lenguaje polí-tico no formaban parte en el momento de las discusiones historiográficas, parecería que la visión de Raffo apuntaba a ofrecer una imagen de la revolución como movimiento de amplio consenso social, el cual integraba no sólo a negros e indios, sino hasta mujeres. En ello, era acorde con la formación de una conciencia nacional que identificaba a toda una comunidad, objetivo principal, en definitiva, que se buscaba en esta historiografía oficial que apuntaba a constituir “lugares de memoria” para todos. aurora raviNa, “Historia, crisis e identidad nacional”, p. 211.

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emergencia debido a la posible invasión realista por la cordillera, cuan-to por el impolítico procedimiento de Perdriel que había desatendido las recomendaciones de San Martín con vista a evitar mayores desórdenes. Una vez más, la explicación aportada por el autor limaba las asperezas con el centro porteño y volvía a remarcar cómo la élite local actuaba al unísono con la de Buenos Aires en el logro del éxito revolucionario. De hecho, la misma adhesión mendocina al levantamiento que derrocó a Alvear al poco tiempo de los sucesos locales, se convertía en otra oportunidad para remarcar hasta qué punto la ciudad se movía a la par que sus colegas de otras ciudades, expresando cabalmente esto con su elección de diputados al Congreso que se reuniría en Tucumán.

En este sentido, los apartados siguientes los organizó en torno a dos ejes. Por una parte, la intervención mendocina en la citada asamblea a través de Tomás Godoy Cruz, quien lograría un hecho clave para la nación presionando para la declaración de la independencia, gracias a su rol mediador entre sus colegas diputados y San Martín, quien desde Mendoza necesitaba esta definición jurídica para iniciar la invasión a Chile. Por otra parte, la descripción del esfuerzo logístico que repre-sentó la formación, adiestramiento y partida del ejército de los Andes. Además de estos dos procesos claves, el único hecho político importante de explicar para Raffo era el fusilamiento de los Carrera, al que, como dijimos, ya había dedicado un extenso trabajo varios años antes. En esta ocasión, y remitiendo precisamente a ese estudio, adelantaba su opinión acerca de que la decisión final había recaído sobre Luzuriaga, instigado por Monteagudo, y éste de acuerdo con O’Higgins, enmarcando la situa-ción en la dificultosa coyuntura creada por la derrota de Cancha Rayada.

Finalmente, el capítulo lo cerraba con el “ilustrado” gobierno de Tomás Godoy Cruz, quien mejor que nadie condensaba todos los aportes locales a la fundación de la nación: había sido lugarteniente de San Martín en Tucumán para el logro de la independencia, era el generador de la serie de reformas institucionales que organizaron una república representativa en Mendoza y no perdía de vista la pertenencia provincial a una comunidad política mayor, ello expresado en la actitud del diputado mendocino en Córdoba que no había dejado de bregar por la creación constituyente de una entidad nacional hasta que las men-tadas maquinaciones de Rivadavia lograron hacer fracasar la reunión. Sin embargo, Godoy Cruz también condensaba aquellas contribuciones porque fue quien en definitiva logró vencer las tendencias disolventes

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de los Carrera, a través de la derrota de José Miguel en Punta de Mé-dano y de su posterior ajusticiamiento. Y allí, encontraba una última oportunidad para deslindar tradiciones nacionales en referencia a per-sonajes áureos, tratando de demarcar bien acciones y nacionalidades en esos momentos fundacionales que habían constituido las revoluciones a ambos lados de la cordillera. Al comentar el trágico final del tercero de estos hermanos sostenía: “…deben destacarse nítidamente dos concep-tos el argentino, en cuyo territorio nada hizo Carrera que le favorezca en nuestro fallo, y el concepto chileno, donde con los inconvenientes de su temperamentos y de su modalidad, fue un soldado de su independencia y defensor de su libertad”.47

Entre la profesión y el deber patriótico de consolidar la conciencia nacional

Los planteos realizados por Raffo en este capítulo gozarían de una fuerte consagración en los relatos historiográficos locales, los cua-les conservaron la imagen de la rápida e indiscutida adhesión mendo-cina a la causa porteña, pero sobre todo la insistencia en que el gran aporte mendocino a la formación de la nación se había vinculado con los sacrificios durante la gestión sanmartiniana. De hecho, hasta la re-novación historiográfica de los años ’90 del siglo XX,48 en general se mantuvo la idea de que en Mendoza no había pasado nada relevante hasta que San Martín pisó suelo cuyano para orientar su destino en la construcción de la nación.49

No obstante, en los años sesenta, la narración oficial de Mendo-za y la Revolución de Mayo sería disputada y discutida por un grupo de

47 julio c. raFFo, “Mendoza (1810–1820)”, p. 95.48 Un balance de la producción sobre el proceso revolucionario, y dentro de ella de la reno-vación historiográfica vinculada a las relaciones de Mendoza con el mito de los orígenes, en EuGENia moliNa, “Relatos sobre los orígenes de la nación. Un balance historiográfico de la producción argentina sobre el proceso revolucionario desde el Bicentenario”, en Ibero Americana. América Latina–España–Portugal, 46, (Berlín, Ibero–Amerikanischen Institut Berlin (IAI), GIGA–Institut für Lateinamerika–Studien und Iberoamericana/Vervuert Ver-lag, 2012), pp. 185–203.49 Una excepción notable fue el trabajo de una discípula de Comadrán Ruiz: Elvira martíN, “Saavedrismo y morenismo en Mendoza.1811”, en Historia, 32, (Buenos Aires, Instituto Histórico Ciudad de Buenos Aires, 1963), pp. 42–66. En este trabajo la autora daba cuenta de la extensión de la politización en la sociedad mendocina e incluso intentos de acción colectiva para forzar el orden institucional dentro del mismo marco revolucionario como consecuencia de la lucha facciosa intra élite.

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historiadores claramente vinculados con las tendencias historiográficas de la Escuela Sevillana en el contexto franquista.50 Sus interpretacio-nes discutieron las tesis de las tendencias revolucionarias locales para insertar la opción de la élite de seguir los dictados porteños en los mar-cos de un fidelismo que buscaba reformular algunos aspectos del lazo colonial. Así, si Jorge Comadrán Ruiz retrocedía hasta el siglo XVIII para ubicar la movilidad ascendente de una burguesía local con aspira-ciones autonomistas,51 Edberto Acevedo hacía hincapié en el carácter ilustrado católico de las ideas que comenzaron a llegar a la jurisdicción mendocina por la misma época.52 No obstante, ambos articulaban una explicación en la que élite a través del cabildo, los funcionarios reales y la coyuntura de crisis institucional de 1808–1810, conformaban los engranajes del proceso revolucionario, el cual al menos hasta 1814 no habría tenido un vuelco emancipador.

Esta otra versión local de la inserción mendocina en los oríge-nes de la nación logró una amplia consagración, sobre todo si se tiene en cuenta que sus autores ocuparon los cargos titulares de las cátedras de Historia Argentina y Americana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, en las que se formaron los his-toriadores mendocinos, al menos hasta mediados de los años ’80. No obstante, esta interpretación institucionalizada gracias al lugar hegemó-nico que ambos ocuparon en los estudios históricos locales,53 no logró desplazar totalmente la elaborada por Raffo, precisamente porque se hallaba inserta en esa obra colectiva sustentada en la legitimidad insti-tucional e intelectual que le daba la Academia Nacional de la Historia, a

50 Un estudio detallado de esta corriente historiográfica local, sus vinculaciones académicas con el proyecto franquista y sus relaciones interpretativas en discusión con el modelo mi-trista en cEliNa FarEs, “Tradición y reacción en el Sesquicentenario. La escuela sevillana mendocina”, en Prismas. Revista de Historia Intelectual, 15, (Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2011), pp. 87–104.51 Entre otros trabajos, jorGE comadráN ruiz, “Las tres casas reinante de Cuyo”, en Revista Chilena de Geografía e Historia, 126, (Santiago de Chile, 1958), pp. 77–127. Más tarde esta misma tesis quedó plasmada en “Mendoza hacia la revolución de Mayo (1776–1853)”, en La ciudad de Mendoza. Su historia a través de cinco temas, (Buenos Aires, Banco de Boston, 1991).52 EdbErto acEvEdo, El ciclo histórico de la Revolución de Mayo, (Sevilla, Escuela de Es-tudios Hispanoamericanos, 1957), luego amplió su enfoque en EdbErto acEvEdo, La Re-volución de Mayo en Mendoza. Investigaciones sobre el período 1810–1820, (Mendoza, FFyL–UNCuyo, 1973).53 Fares sostiene que “admitir que de su “ingenua e impolítica posición” sólo quedaría el hispanismo no alcanza a dar cuenta de cómo estas ideas constituyeron un enrarecido clima que permeó los programas de las cátedras universitarias de Historia americana y de Historia argentina, en una “universidad de frontera” como la llamara Julio Cortázar, donde el pluralis-mo, el diálogo y la confrontación historiográfica no fueron sus principales atributos”. maría cEliNa FarEs, “Tradición y reacción…”, p. 103.

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la cual, en definitiva, tanto Acevedo como Comadrán Ruiz pertenecían como miembros.

El capítulo elaborado por Raffo para la Historia de la nación Argentina, era, en definitiva, una clara expresión de su complejo con-texto político, ideológico e historiográfico. Así, intentaba articular la problemática del “todo y las partes”, es decir, de la visión de un pasado nacional integral que incorporara las perspectivas locales, y ello no sólo en consonancia con los dictados de quien fuera el director de esa obra colectiva sino también con las mismas tensiones que el sistema federal había creado y del cual ya habían sido expresión los mismo relatos pro-vinciales entre 1910 y 1930 que ha estudiado Buchbinder.

En este registro, si en su narración quedaba clara cuál había sido la colaboración que Mendoza había dado a la fundación de la na-ción tanto como colectivo social, cuanto a través de algunas de sus indi-vidualidades con Tomás Godoy Cruz ente ellas, también había logrado pulir las aristas demasiado filosas que ponían en tensión la relación de Buenos Aires con el Interior. Así, los sucesos claves en esos conflictos habían sido rápidamente repasados sin demasiada atención (como pasó con la designación de Moldes como teniente de gobernador a mediados de 1810 y su conflicto con el cabildo), o había ofrecido una explica-ción que diluía esa tensión (como había ocurrido con la desmentida “destitución” de San Martín). Con una gran profusión de documentos transcriptos en extenso, y tomando como referencia la bibliografía más actualizada de su época,54 lograba conciliar las exigencias profesiona-les de una historia crítica apegada a las fuentes y el deber patriótico de esclarecer la nacionalidad.

De esta forma, lograba reproducir y consagrar el relato mitris-ta de la nación que no sólo hallaba en Mayo la cuna de ésta sino que hacía de la gesta sanmartiniana un hecho fundamental para ella dentro del contexto americano, dando su lugar al aporte de la provincia pero dejando, en última instancia, el liderazgo indiscutido a la ex capital virreinal.

54 Entre la bibliografía que enunciaba al final se hallaban obras publicadas en los años ’30, como las de Silvestre Peña y Lillo, R. Videla y José Verdaguer, e incluso, un inédito aportado por su propio autor, tal como “La renuncia de San Martín” escrita por Simón Semorille. De hecho, citaba la obra de Manuel Lugones, quien, como dijimos, hacía consagrado un docu-mentado texto a esclarecer la cuestión del pronunciamiento mendocino por la revolución en 1925.

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CAPÍTULO V

Manuel Florencio Mantilla y la construcción de un relato hegemónico del pasado correntino*

María Gabriela Quiñonez

Introducción

La figura de Manuel Florencio Mantilla (1854–1909) está es-trechamente asociada a la historia correntina por su doble condición de actor político en el cambio de siglo y de autor de su primera historia integral. Su producción escrita, en la que se destacan notas editoriales, textos políticos, memorias y relatos históricos elaborados en su ma-yor parte en las dos últimas décadas del siglo XIX, significa el primer esfuerzo intelectual realizado por un hombre de la provincia de Co-rrientes para aportar una reconstrucción integral de su pasado. En este artículo nos proponemos analizar su producción de carácter histórico teniendo en cuenta que ella forma parte de las numerosas “historias

* Agradezco los comentarios y sugerencias que me realizara la Dra. Aurora Ravina durante la elaboración del presente artículo.

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provinciales”1 surgidas a fines del siglo XIX y que los rasgos que carac-terizan su obra responden a los de la historiografía decimonónica ar-gentina2; rasgos que nos permiten rescatar a la figura de Mantilla como actor político junto a la habitual de historiador, sosteniendo que se trata de dos dimensiones de su actuación pública vinculadas estrechamente.

Tras el análisis de su producción historiográfica intentamos desentrañar las razones que explican la vigencia de su obra más allá del profuso desarrollo que tuvo el campo historiográfico en Corrientes en las décadas de 1920 y 1930, con la publicación de la principal obra de Mantilla – que había permanecido inédita– y la elaboración de otras historias integrales que daban cuenta del pasado provincial. Asimismo, nos ocupamos de señalar de que manera, no obstante el camino recorri-do por la historiografía correntina en el siglo XX de la mano de Hernán Félix Gómez y otros autores, la interpretación del pasado elaborada por Mantilla se impuso, de la mano de su biógrafo Ángel Acuña, en el ca-pítulo “Corrientes (1810–1862)” de la Historia de la Nación Argentina elaborada por la Academia Nacional de la Historia en las décadas de 1930 y 1940.

El escenario finisecular como generador de las historias de provincias

A partir de las obras de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, elaboradas durante la segunda mitad del siglo XIX, comenzó a forjarse una imagen del pasado argentino que concedía un gran protagonismo a las elites porteñas en el proceso fundador del orden institucional del país y pretendía legitimar la política seguida por los gobiernos centra-les, que desde la revolución trataron de encauzar al ex virreinato hacia un destino unitario. Sus autores sostenían que los caudillos y líderes provinciales habrían obstaculizado con acciones anárquicas y disol-ventes el proceso de organización institucional de la Nación, a la que veían como una entidad preexistente a la personalidad histórica de las provincias. Las visiones elaboradas en ellas, en cambio, se organizaron

1 Utilizamos la expresión “historias provinciales” para referirnos al conjunto heterogéneo de relatos de carácter histórico denominados crónicas, noticias, apuntes, por sus respectivos autores, que fueron elaborados en las provincias desde la segunda mitad del siglo XIX.2 La expresión corresponde a Gustavo s. Prado, “Las condiciones de existencia de la histo-riografía decimonónica argentina”. En: FErNaNdo dEvoto y otros, Estudios de Historiogra-fía Argentina II (Buenos Aires, Biblos, 1999).

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tomando como eje de la reconstrucción la relación que cada provincia había establecido con la ciudad–puerto a través de sus elites. Las dife-rencias existentes entre Buenos Aires y las provincias, que dominaron el siglo XIX, tuvieron su continuidad en las reconstrucciones históricas referidas al período transcurrido entre 1810 y 1860, y así como la histo-ria liberal trató de justificar el predominio de Buenos Aires, las historias elaboradas en las provincias tendieron a exaltar sus contribuciones en el marco de las luchas por la independencia y la organización institu-cional.3 Convertida en estereotipo, la tradición liberal comenzó a dar muestras de sus limitaciones para hacer inteligible el pasado nacional a principios del siglo XX, no obstante, las obras fundacionales de Mitre y López continuaron vigentes y se prolongaron en los libros de toda una serie de “historiadores nacionales” que alimentaron la literatura didas-cálica.4

El influjo de la tradición liberal que abrevaba en esos orígenes no excluía otras visiones del pasado argentino que circulaban dentro de los márgenes de tolerancia que caracterizaban al espacio intelectual decimonónico. Ello permitió la aparición a fines del siglo XIX de obras como las de Adolfo Saldías y Ernesto Quesada, que incursionaban so-bre un período que la historia liberal prefería ignorar, y en el siglo XX, la del Facundo de David Peña y la polémica que se genera en torno de sus interpretaciones.5

Una atenta lectura de la bibliografía decimonónica permite ob-servar que contemporáneamente a la difusión de las obras fundadoras

3 Véase: tulio HalPEríN doNGHi, Ensayos de Historiografía (Buenos Aires, El cielo por asal-to, 1999); josé carlos cHiaramoNtE y Pablo bucHbiNdEr, “Provincias, caudillos, nación y la historiografía constitucionalista argentina, 1853–1930” En: Anuario del IEHS (N° 7, Tan-dil, 1992); Pablo bucHbiNdEr, “Caudillos y caudillismo: Una perspectiva historiográfica”. En: NoEmí GoldmaN y ricardo salvatorE, Caudillismos rioplatenses (Buenos Aires, Eude-ba, 1996); Pablo bucHbiNdEr, “Emilio Ravignani: La historia, la nación y las provincias”. En: FErNaNdo dEvoto (comp.), La historiografía argentina en el siglo XX (I) (Buenos Aires, CEAL, 1994). En estos artículos se remarca el cambio operado en la opinión inicialmente negativa que expresara Mitre en relación a los caudillos del Litoral, a los que identifica con Artigas en su primer obra, la Galería de Celebridades Argentinas y rehabilita en las sucesi-vas ediciones de la Historia de Belgrano, cambio que no se advierte en la obra de Vicente Fidel López.4 FErNaNdo dEvoto, “Entre ciencia, pedagogía patriótica y mito de los orígenes. El momento de surgimiento de la historiografía profesional argentina”. En: FErNaNdo dEvoto y otros, Estudios de Historiografía Argentina (II) (Buenos Aires, Biblos, 1999).5 acadEmia NacioNal dE la Historia, La Junta de Historia y Numismática Americana y el Movimiento Historiográfico en la Argentina, Tomo I (Buenos Aires, ANH, 1995); josé car-los cHiaramoNtE y Pablo bucHbiNdEr, “Provincias, caudillos, nación…”, pp. 99–105; lilia aNa bErtoNi, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XX (Buenos Aires, F.C.E., 2001), pp. 286 y ss.

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de la historiografía argentina, se ensayaban los primeros textos referi-dos a los procesos que tuvieron como protagonistas a las ciudades del interior, a sus caudillos y sus elites, obras de distinto mérito y propó-sitos que en los años veinte serían agrupadas por Rómulo D. Carbia bajo el rótulo de “crónica regional” en su Historia de la Historiografía Argentina. Los intelectuales de las provincias advirtieron que las llama-das “historias nacionales” prestaban escasa atención a la participación de las provincias en los hechos del pasado argentino, restándoles pro-tagonismo. Ello habría dado impulso a la tarea de reconstruir el pasado desde las perspectivas locales, utilizando la memoria de las elites y la documentación de sus archivos.6 De allí que los relatos escritos en las provincias tendieran a exaltar a las principales figuras y episodios del pasado local y remarcaran la participación de las elites provincianas en la construcción del orden institucional argentino. Con estos argumentos se procuraba restituir a cada provincia el lugar que sus intelectuales consideraban debía ocupar en la historia del país de acuerdo a su desem-peño en el pasado, a las posiciones sostenidas y al esfuerzo realizado en las guerras revolucionarias, de la independencia y en el proceso que terminó por configurar al país. Todas ellas buscaban el reconocimiento negado por las reconstrucciones que reproducían en el relato histórico el viejo centralismo porteño. Es por ello que creemos estar en condicio-nes de afirmar que estos relatos operaban como intentos de revisión de la historia consagrada como “nacional” al pretender hacer inteligible el pasado desde la perspectiva particular de cada provincia. Los intelec-tuales señalaban que las provincias emergieron en un proceso paralelo al de la nación al desencadenarse el proceso revolucionario, y remar-caban el esfuerzo invertido por sus sociedades en las campañas liber-tadoras y en las luchas civiles a las que se habrían visto lanzadas para defenderse de las pretensiones hegemónicas de Buenos Aires, cuando desde ésta se ignoraban sus derechos autonómicos.

La realidad política de fines del siglo XIX que reactualizaba situaciones del pasado, sirvió de contexto a la elaboración de estas his-torias provinciales que adoptaron un tono de protesta y de impugnación frente a una realidad que no respondía a sus expectativas y a un pasado que ignoraba sus contribuciones. Sus autores, encarnando los intereses de las elites de las que formaban parte, aportaron elementos que serían

6 armaNdo raúl bazáN, “La historiografía regional argentina”. En: Revista de Historia de América (México, N° 96, IPGH, 1983). ANH, La Junta de Historia y Numismática Ameri-cana y el movimiento historiográfico en la Argentina, Tomo II (Buenos Aires, ANH, 1995).

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tópicos de la reescritura de la historia propiciada en el siglo XX. En este proceso se inscribe la obra de Manuel Florencio Mantilla (1854–1909), que constituye la primera visión general del pasado de la provincia de Corrientes.

Historias nacionales e historias de provincias

Los historiadores del siglo XX pertenecientes a la Nueva Es-cuela Histórica aportaron una importante renovación teórica y meto-dológica que inició el proceso de profesionalización de la disciplina. Dicho proceso se vio fortalecido por la creación y consolidación de ins-tituciones dedicadas a la investigación histórica en forma sistemática.7 Entre estos aportes se destaca una contribución de Rómulo Carbia, cuya obra Historia de la Historiografía Argentina significó el primer intento de ordenar, clasificar y valorar la cuantiosa producción de carácter his-tórico elaborada desde los tiempos coloniales hasta el siglo XX.8

Carbia propuso una imagen de la producción historiográfica argentina compuesta por una sucesión de “grandes escuelas” interrum-pida por la “interferencia marginal de géneros y perspectivas menores” entre las cuales ubicaba a las crónicas regionales.9 Esta clasificación que perduró durante mucho tiempo, se convirtió en objeto de análisis en las últimas décadas del siglo XX y ha sido interpretada como resultado de una operación del autor tendiente a establecer una filiación legitima-dora para el grupo al cual pertenecía.10

Desde que se iniciaron las primeras indagaciones con el objeto de reconstruir el proceso de formación de la Nación argentina, las obras

7 maría cristiNa dE PomPErt dE valENzuEla, “La Nueva Escuela Histórica. 1905–1947. Su proyección e influencia en la historiografía argentina”. En: Folia Histórica del Nordeste (Resistencia, N° 10, IIGHI–UNNE, 1991), p. 52 y ss; Pablo bucHbiNdEr, “Emilio Ravig-nani...”, pp. 81–83. Sobre la influencia de este movimiento historiográfico en el Nordeste véase: maría silvia lEoNi dE rosciaNi, “El aporte de Hernán Félix Gómez a la historia y la historiografía del Nordeste” En: Folia Histórica del Nordeste (Resistencia, N° 12, IIGHI–UNNE, 1996), pp. 42 y ss.8 Véase rómulo d. carbia, Historia Crítica de la Historiografía Argentina (Buenos Aires, Coni, 1940). Esta tercera edición fue antecedida por la primera realizada en 1925 bajo el título de Historia de la Historiografía Argentina, publicada como el tomo II de la Biblioteca Humanidades de la Universidad de La Plata y una segunda del año 1939, publicada por la misma institución.9 Gustavo s. Prado, “Las condiciones de existencia…”, p. 39 y ss.10 Gustavo s. Prado, “Las condiciones de existencia…”, p. 38.

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históricas elaboradas en Buenos Aires para dar cuenta de ese proceso se presentarían habitualmente como “historias argentinas” y todo intento por explicarlo desde la perspectiva de las provincias sería considerado crónica regional11. La obra de Carbia contribuyó al éxito de esta forma de concebir el alcance de los relatos históricos, que dificulta aún en la actualidad el abordaje de la cuestión desde otra perspectiva. Cuando se analiza la producción historiográfica argentina, en general, se parte del supuesto de considerar como objeto de estudio a las obras producidas en Buenos Aires, de ello surge que habitualmente se denomine a estas historias “nacionales” y que sus autores sean considerados “historiado-res nacionales”.12

Bajo la denominación de crónica regional Carbia realizaba un inventario de los textos de carácter histórico elaborados mayoritaria-mente en las provincias entre mediados del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX. Allí incluía producciones de distinta enverga-dura que sus autores titularon apuntes, noticias históricas, resúmenes, bosquejos o crónicas, a los cuales atribuía un escaso valor historiográ-fico debido a sus caracteres formales: reunían datos ordenados crono-lógicamente y circunscribían el relato a los episodios políticos y sus principales implicancias, con ausencia de toda crítica. La subjetividad estaba ligada a sus objetivos: “...loar las glorias de una región, exaltar la memoria de un héroe... reivindicar, en fin, el buen nombre de algún personaje venido a menos en la tradición de su pueblo...”13 Para Carbia, hasta la aparición de las primeras obras de José Manuel Estrada, todo lo que se escribía era crónica regional, y si bien no consideraba que éstas pudieran realizar aportes significativos a la historiografía argen-tina, señalaba que algunas presentaban características destacables que las distinguían de las demás.14 Este juicio metropolitano devino en una actitud prejuiciosa hacia las producciones elaboradas en las provincias,

11 Se trata del término empleado por Carbia en las distintas ediciones de su obra.12 Esta situación era percibida por los intelectuales decimonónicos y se refleja en sus escritos. Como ejemplo podemos referir la expresión crítica vertida por “Argentino del Litoral” (seud. de Manuel Vicente Figuerero) en La Escuela Positiva, Año III, Corrientes, noviembre de 1897, N° 34, p. 1127, para referirse a Mariano Pelliza, a quien reclama diciendo: “El reputa-do biógrafo del Coronel Dorrego, o ignoró la obra benefactora del doctor Pujol, o procedió con señaladísima injusticia al tratar de Corrientes, mal ya inveterado en muchos escritores nacionales, en trabajos análogos” [La bastardilla es nuestra]13 rómulo d. carbia, Historia Crítica…, p. 118.14 Carbia rescataba las obras de Manuel Cervera, Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe (1907) y de Juan Alvarez, Ensayo sobre la historia de Santa Fe (1910), y en la tercera edición de su obra hace referencia a la obra de Mantilla pero no emite juicios sobre ella. rómulo carbia, Historia Critica …, p. 174.

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que limitó su eficacia y alcances explicativos a lo estrictamente local, al punto de que sus aportes no influyeron en el trabajo de los “historiado-res nacionales” para que matizaran sus afirmaciones.

Las cuestiones sobre las cuales algunos historiadores provincia-les de fines del siglo XIX pretendieron dirimir y sus principales aportes interpretativos, como la noción de la preexistencia de la personalidad histórica de las provincias, fueron enunciados en el siglo XX por los historiadores constitucionalistas de la Universidad de La Plata y por miembros de la Nueva Escuela Histórica. Estos aportaron una lectura renovada de la historia argentina que atendía el papel desempeñado por las provincias y sus líderes y caudillos en los orígenes del federalismo, entre otras cuestiones.15 En el siglo XX algunos historiadores provin-ciales, identificados con sus postulados, sostendrán que las historias provinciales debían servir de plataforma para la construcción de una historia nacional que no fuera una simple suma de las mismas, pero la imposibilidad de que los aportes historiográficos de las provincias pudieran generar un debate profundo sobre el pasado nacional, lejos de modificarse, se vio reafirmada en el siglo XX y contribuyó a la persis-tencia del tono reivindicatorio de sus principales autores.

La historia en el espacio intelectual decimonónico

El nacimiento de lo que en forma retrospectiva se denominó historiografía decimonónica argentina habría resultado de la confluen-cia de variados factores de orden político, social y cultural. Lo que ter-minará por consagrarse como un espacio historiográfico no surgió es-pontáneamente a partir de la publicación de la Historia de Belgrano de Mitre, más bien se debió a las respuestas y polémicas que su aparición provocó en un espacio intelectual en formación. A partir del diálogo que entablaron los intelectuales “se condensaron criterios intersubjetivos, surgieron vocaciones protohistoriadoras y se constituyó un público in-teresado en el conocimiento del pasado.”16

15 juaN carlos cHiaramoNtE y Pablo bucHbiNdEr, “Provincias, caudillos, nación…”, pp. 97–98.16 Gustavo s. Prado, “Las condiciones de existencia…”, p. 46.

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En este espacio en formación que Gustavo Prado denomina protohistoriográfico el discurso histórico no sólo no se distinguía con claridad del literario o periodístico, sino que estaba aún lejos de ser un discurso científico, razón por la cual no puede exigirse que sus produc-tos respeten cánones o normas que fueron introducidos con posteriori-dad como resultado del proceso de profesionalización de la disciplina. ¿Cuáles serían entonces los rasgos de ese espacio historiográfico en formación? Se trataría de un espacio abierto, carente de normas explíci-tas, que admitía como propias una serie de prácticas institucionalizadas por el uso. Estas cumplían la función de “reglamentar” el oficio que se caracterizó por la utilización de canales de divulgación y discusión preexistentes, compartidos con otras disciplinas en formación, y por la adopción legítima del tono polémico para dirimir eventuales diferencias de criterio. La índole facciosa de los relatos de carácter histórico no re-sultaba condenable en este contexto, como lo sería en el futuro, cuando el historiador estuviera en condiciones de asumir su actividad como una tarea de carácter científico. La socialización del conocimiento generado por el trabajo de estos intelectuales se realizaba a través de circuitos políticos y culturales y por los medios ya existentes entre los cuales el periódico ocupaba un lugar preferencial, tanto como las revistas.17

El historiador decimonónico se hallaba más cerca del intelec-tual polifacético de esos tiempos que del historiador profesional que propugnaría la Nueva Escuela Histórica. Ocupaban distintos roles en la sociedad y en el espacio público, y seguían diferentes estrategias personales.18 Precisamente, esta dificultad para fijar una frontera que separe al historiador del político, del literato o del sociólogo en tiempos en que estas disciplinas estaban en formación, daba legitimidad a estas prácticas. A ello debe agregarse que en general se trataba de personas autodidactas o que habían recibido formación universitaria para el ejer-cicio de profesiones como las de médico o abogado, alejadas del perfil que adoptará el historiador profesional en el siglo XX.19

El carácter atomizado de la producción y la importancia de las estrategias personales, dificulta el agrupamiento en escuelas, sin embar-

17 Sobre este tema ver Pablo bucHbiNdEr, “Vínculos privados, instituciones públicas y reglas profesionales en los orígenes de la historiografía argentina”. En: Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” (Buenos Aires, 3ra. serie, N° 13, 1996), pp. 59–80.18 Gustavo s. Prado, “Las condiciones de existencia…”, p. 49.19 Gustavo s. Prado, “Las condiciones de existencia…”, p. 50.

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go muchas obras del período presentan rasgos comunes. Éstas se carac-terizan por la erudición, el detalle minucioso, la importancia otorgada a lo fáctico y las referencias valorativas hacia otros autores, que en mu-chos casos estaban destinadas a destruir la credibilidad de un ocasional oponente y contribuían a sostener los argumentos esgrimidos, dada la ausencia de una comunidad académica en sentido estricto.20 El discurso histórico aspiraba a ser objetivo y verídico, y debía estar respaldado por una importante base empírica. Si bien los historiadores decimonónicos adherían mayoritariamente al narrativismo, se admitía que cada histo-riador fijara sus estrategias historiográficas.

Estas condiciones de existencia de la historiografía decimonó-nica habrían regido el espacio historiográfico en formación desde la pri-mera edición de la Historia de Belgrano de Mitre hasta la publicación de Mendoza y Garay de Paul Groussac (1916), y continuaron vigentes en las provincias hasta la difusión de los principios sostenidos por la Nueva Escuela Histórica.21

El contexto de producción en los comienzos de la historiografía co-rrentina

Desde la década del ochenta el creciente centralismo político de los gobiernos nacionales, amenazaba con transformar a las provin-cias, otrora defensoras de sus autonomías, en simples distritos adminis-trativos.22 Entre 1880 y 1893 la administración del estado correntino estuvo en manos del partido autonomista, mientras muchos liberales emigrados permanecían fuera de sus límites. Ambos grupos políticos, desde la posición que ocupaban, responsabilizaban a su adversario por el retraso de la provincia que unas décadas atrás parecía destinada a un futuro político y económico promisorio en el concierto nacional. A ese lugar secundario al que Corrientes parecía estar relegada se sumaba la escasa trascendencia que otorgaba la “historia nacional” que se escribía

20 A nuestro juicio, esta apreciación de Gustavo S. Prado sólo debe regir hasta la organización definitiva de la Junta de Historia y Numismática Americana. Véase: acadEmia NacioNal dE la Historia, La Junta de Historia y Numismática Americana y el Movimiento Historiográfi-co en la Argentina. 2 Tomos, Buenos Aires, A.N.H., 1995.21 Gustavo s. Prado, “Las condiciones de existencia…”, p. 47.22 Véase mirta zaida lobato (coord.), El Progreso, la modernización y su crisis (Buenos Aires, Sudamericana, 1998)

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en Buenos Aires a su desempeño en un pasado todavía reciente.23

Los primeros relatos sobre el pasado correntino comenzaron a escribirse desde este lugar: el de una elite escindida que percibía su ale-jamiento de los primeros planos de la política nacional y el derrumbe de sus expectativas en el terreno económico. La división de su elite en dos sectores políticos antagónicos acentuó el tono faccioso de las primeras reconstrucciones que fueron aportadas por Manuel Florencio Manti-lla.24 Para los miembros del grupo liberal al que pertenecía, la década del ochenta se desarrollaba como uno de los períodos más cruentos de la historia provincial y sus rasgos eran permanentemente comparados con los tiempos del artiguismo y de la tiranía de Rosas. Para estos, que acusaban a sus adversarios políticos de complicidad con la administra-ción de Roca, el gobierno nacional

...no podría someter a la provincia a ser saqueada, viola-das las familias, asesinados los ciudadanos, desmembrado su territorio, amenguado su concepto social, anulada su influencia política, sin el concurso activo y voluntario de los mismos correntinos. Necesitaría absolutamente para la consumación de semejantes hechos de la cooperación ins-trumental de los propios hijos de Corrientes, aunque sea en pequeño número...25

Concentrados mayoritariamente en Buenos Aires, y enrola-dos en el mitrismo, los liberales se dedicaron a combatir al gobierno que sostenía la situación de la provincia en favor de los autonomistas.

23 Los historiadores correntinos exaltaban permanentemente la defensa que realizara Bartolo-mé Mitre de la actuación de Corrientes en un editorial de La Nación titulado Ayerecó Cuahá Catú (1878), a raíz de las críticas que recibiera la provincia en un debate parlamentario.24 Para entender esta etapa de la historia correntina se puede acudir a la lectura de las clásicas obras de Hernán Félix Gómez Los últimos sesenta años de democracia y gobierno en la Pro-vincia de Corrientes 1870–1930 (Buenos Aires, Rosso, 1931); y tolEdo El bravo: crónicas de las guerras civiles y del período oligárquico (Buenos Aires, s/ed., 1944). Aportan deta-lles sobre el período: áNGEl acuña, Notas Biográficas. En: maNuEl FlorENcio maNtilla, Crónica Histórica de la Provincia de Corrientes, Tomo I (Buenos Aires, 1972); FEdErico Palma, juaN EusEbio torrENt. Apuntes biográficos (Corrientes, s/ed., 1941); R. balEstra y j. l. ossoNa, ¿Qué son los Partidos Provinciales? (Buenos Aires, Sudamericana, 1983); luis sommariva, Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias. (Tomos 1 y 2, Buenos Aires, 1931).25 juaN E. torrENt, Sursum Corda. En: Las Cadenas, Año I, N° 10, 20 de Diciembre de 1883, p. 1.

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Desde esta posición, construyeron un discurso cargado de referencias históricas con el cual legitimaban a su partido, al cual consideraban coherente con los principios que los correntinos habían sostenido en el pasado, y reivindicaban a la provincia aludiendo a la trascendencia de su contribución. 26

Acatemos en buena hora la autoridad de la Nación, cum-plamos patrióticamente todos los deberes que nos incum-ben como estado o provincia de la república, resignémo-nos también, ya que es preciso, a la privación de nuestros derechos políticos; pero defendamos el decoro de Corrien-tes, restablezcamos el buen nombre de sus buenos y digní-simos hijos, reivindiquemos el respeto y la consideración que por tantos títulos se nos deben y recobremos algo de la influencia que debemos tener en la administración y go-bierno general... Nuestros gloriosos antecedentes, nuestros grandes servicios, nuestra importancia colectiva, nuestra misión y nuestros destinos en la familia, nos dan derecho incontestable a esa posición en medio de ella.27

Los liberales acusaban a los autonomistas de haber actuado en contra de la tradición histórica de Corrientes al subordinar la provincia a los caprichos del gobierno nacional, los hacían responsables del que-brantamiento de su autonomía y de la pérdida del territorio misionero, e incluso criticaban a sus miembros por no aprovechar sus relaciones con los poderes nacionales para atraer beneficios materiales a su territorio. En estas circunstancias de enfrentamiento político comenzó a elaborar-se la obra de Mantilla que alcanzaría su punto culminante en la Crónica Histórica de la Provincia de Corrientes.28

26 La lectura de los escritos de Juan E. Torrent, Juan M. Rivera, Manuel Pedevilla, Miguel G. Morel y otros integrantes de su círculo, existentes en el Fondo Mantilla, demuestra que todos utilizaban el mismo tipo de expresiones reivindicatorias y compartían una visión homogénea del pasado de la provincia. Ver: arcHivo GENEral dE la ProviNcia dE corriENtEs (En ade-lante A.G.P.C.), Fondo Mantilla. Legajo 21. Escritos Políticos.27 juaN E. torrENt, Sursum..., p. 1.28 Entre las obras históricas de Manuel Florencio Mantilla podemos mencionar Estudios Biográficos de Patriotas Correntinos (1884), Bibliografía periodística de la Provincia de Corrientes (1887), Plácido Mártinez (1887), Narraciones históricas (1888), Historia del General San Martín por Bartolomé Mitre (1889), Páginas Históricas (1890), La resistencia popular de Corrientes en 1878 (1891), Premios militares de la República Argentina (1892),

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Manuel Florencio Mantilla y la primera historia integral sobre el pasado correntino

Mantilla fue el primer intelectual que se interesó por la recons-trucción del pasado de su provincia con una visión integral. Miembro de una familia vinculada al partido liberal, finalizados sus estudios de Derecho en Buenos Aires, regresó a Corrientes en 1874 y se dedicó al periodismo, actividad que le permitió transformarse en una de las principales figuras del círculo intelectual local.29 Entre 1878 y 1880 fue ministro del gobierno liberal de Felipe Cabral que se impuso tras la vio-lenta crisis política que siguió a las elecciones de gobernador de 1877, y luego de la caída de esta administración a raíz de la intervención federal decretada por el presidente Roca, abandonó Corrientes para exiliarse en el Paraguay. Tras de un efímero retorno en 1882, cuando se iniciaba el ciclo de gobiernos autonomistas que se extendió hasta la revolución de 1893, decidió radicarse definitivamente en Buenos Aires, donde se puso al frente de la actividad opositora de los emigrados de su partido.30

En esta primera etapa de su actuación política que tuvo como escenario a la provincia, Mantilla produjo sus primeros escritos que sin ser de carácter histórico, dejaban entrever su interés por recuperar el pasado de la provincia y por tratar de vincularlo con su presente. En la Memoria presentada a la Honorable Cámara legislativa de la pro-vincia de Corrientes, por el Ministro de Gobierno Doctor Dn. Manuel Florencio Mantilla (1879) y en Defensa de Corrientes. Rectificaciones al libro del Dr. Tejedor (1881) se manifiesta impregnado de la tradición histórica del grupo al que pertenecía, que posteriormente convierte en relato histórico. La emigración en el Paraguay y su radicación en Bue-nos Aires desde mediados de 1882 le permitieron desarrollar a pleno su actividad intelectual, dando paso a su etapa de mayor producción. Durante esa década Mantilla se desempeñó como jefe de sección en el Archivo General de la Nación y se dedicó al periodismo y a la investi-gación histórica.31

Crónica Histórica de la Provincia de Corrientes (1928–1929). Véase: albErto a. rivEra, Bibliografía del Dr. Manuel Florencio Mantilla 1853–1909. Documentos de Geohistoria Regional (Resistencia, IIGHI, Nº 3, 1984), 135 pp.29 Los primeros artículos de Manuel F. Mantilla aparecieron en El Argos y La Libertad entre 1874 y 1880. Desde 1883 publica en periódicos de Buenos Aires. Véase: albErto a. rivEra, Bibliografía…, pp. 65–120.30 albErto a. rivEra, Bibliografía…, pp. 6–30.31 Véase: Paula aloNso, Entre la revolución y las urnas. Los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años 90 (Buenos Aires, Sudamericana, 2000)

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Interesado en modificar la realidad política y económica de su provincia y convencido de la necesidad de mantener unido al partido liberal, se mantuvo en contacto permanente con la política provincial. A pesar de residir en Buenos Aires intervino en la esfera pública co-rrentina a través de los artículos editoriales del periódico Las Cade-nas, espacio que compartía con Juan Eusebio Torrent. En esos artículos deslizaba argumentos de carácter histórico para protestar por la situa-ción de Corrientes, y cuestionaba la legitimidad de las administraciones autonomistas, reclamando la normalización de la vida política local y un trato más justo para Corrientes, a la que consideraba víctima del ensañamiento de la política del régimen. Mantilla, como los principales hombres del liberalismo, estaba convencido de que bajo el dominio del autonomismo no sería posible que la provincia saliera de la evidente situación de atraso económico y caída demográfica en la que se hallaba desde fines del siglo XIX.

En este sentido podemos sostener que Mantilla encuadra en la figura del historiador decimonónico que formula Gustavo S. Prado. El apasionamiento político que lo caracteriza habitualmente se manifiesta de manera explícita en obras como Estudios Biográficos de Patriotas Correntinos, y el propio autor lo reconocer desde las primeras líneas al decir:

Emigrado de la provincia de Corrientes, mi suelo natal, desde el año 1880, y sin poderle ofrecer servicio alguno a la altura de mi deseo en la oprobiosa situación de amar-gura que sobre ella pesa, quiero al menos sacar del olvido injusto en que están los nombres de beneméritos compro-vincianos cuyos esfuerzos por la libertad y la organiza-ción constitucional del país honran y enaltecen la causa que constituye la religión política de aquel noble pueblo, por fidelidad a la cual atraviesa la época más dolorosa de su historia. Ellos son dignos de mejores plumas, lo se... Mas como no me animan pretensiones literarias sino pa-triótico sentimiento...Faltará arte en mis trabajos, más no exactitud y justicia; porque en todo me ciño rigurosamente a la verdad histórica... Mi deseo quedará satisfecho si mi libro contribuye a disipar siquiera en parte el descrédito

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estudiosamente propalado por los nuevos Andresitos y Ba-sualdos sobre Corrientes y sus hijos...32

En otras ocasiones discurre sus ácidos comentarios políticos interrumpiendo la narración como en la Bibliografía Periodística, es-crita al calor de los acontecimientos del ochenta. Sus primeros escritos históricos fueron las biografías de Genaro Perugorría, Pedro Ferré y Ángel Fernández Blanco, publicadas en Las Cadenas en 1884 bajo el seudónimo de Héctor Rodríguez. Por esos años Mantilla fue un cola-borador permanente de los periódicos liberales de la capital correntina y de localidades del interior de la provincia, con editoriales que combi-naban las referencias al pasado con la crítica a la situación política. En ese contexto discurría sin frenos el tono faccioso que caracteriza a sus primeros escritos históricos en los cuales las referencias al pasado son reiteradamente equiparadas con las circunstancias que vivía el autor mientras producía.

Su período de máxima producción histórica se inicia con el exilio en Paraguay y alcanza su punto culminante con la elaboración de la Crónica Histórica de la Provincia de Corrientes (1897). Un so-mero análisis de sus etapas de producción intelectual y de su actuación política nos lleva a plantear la hipótesis de que su apasionamiento por estas cuestiones habría guiado su vocación historiadora, como ocurriera con muchos de sus contemporáneos. La etapa de mayor producción de relatos históricos de Mantilla lo estaría demostrando, ella va desde el momento en que el partido liberal fue desplazado del gobierno de la provincia por la intervención federal de 1880 hasta el momento en que su partido retorna al gobierno de la provincia con la administración de Valentín Virasoro, período en el cual finaliza el manuscrito inicial de la Crónica Histórica.33

Durante el exilio en Asunción, que se prolongó hasta los pri-meros meses de 1882, Mantilla escribió La Resistencia Popular en Co-rrientes en 1878, en la que ofrece su versión sobre la disputa política entre liberales y autonomistas que cierra con la llegada de Felipe Cabral al gobierno provincial; luego de un frustrado intento de retorno a Co-

32 maNuEl FlorENcio maNtilla, Estudios Biográficos de Patriotas Correntinos (Buenos Ai-res, Imp. y Librería de Mayo, 1884), pp. 5–6.33 albErto a. rivEra, Bibliografía…, pp. 30–49.

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rrientes se establece en Buenos Aires y desde allí envía a Las Cadenas, por entregas parciales, las primeras biografías que luego serían reunidas en Estudios Biográficos sobre Patriotas Correntinos, publicado como libro en Buenos Aires en 1884. En 1887 haría lo propio con Biblio-grafía Periodística de la Provincia de Corrientes y Plácido Martinez. Entre 1888 y 1893 reúne algunos de sus artículos históricos aparecidos en periódicos y revistas de Buenos Aires en Narraciones (1888) y Pá-ginas Históricas (1890), en 1889 da a conocer un elogiado ejercicio de crítica histórica en la Historia del General San Martín por Bartolomé Mitre y en 1892 entrega Premios militares de la República Argentina, una de sus pocas obras en la que se refiere a la guerra contra el Pa-raguay. Luego de la pausa en su actividad intelectual que implica el movimiento revolucionario de 1893, que lo tuvo como protagonista, y con su partido nuevamente en el gobierno, entrega su obra culminante, la Crónica Histórica de la Provincia de Corrientes, que a raíz de su frustrado intento de publicación en esos años, será dada a conocer en 1928 por sus herederos. Sus escritos históricos convirtieron a Mantilla en el referente fundamental de la historia provincial hasta la aparición de los primeros estudios elaborados por hombres como Manuel Vicen-te Figuerero, Valerio Bonastre y Hernán Félix Gómez, entre quienes continuaron la línea abierta por su labor precursora y, en algunos casos, produjeron importantes rectificaciones. A ello se refería Eudoro Vargas Gómez en un artículo publicado en 1910, a un año de su muerte:

...era grande la ignorancia hasta que aparecieron los prime-ros libros de Mantilla. En realidad carecíamos de historia escrita. Con ser tan rica nuestra provincia de altos hechos de suma trascendencia; con haber actuado por manera efi-caz y en muchos casos única, la crónica de sus hechos y la historia de sus esfuerzos, no habían sido transmitidos a la posteridad sino a través de la leyenda y de la tradi-ción hablada, elementos ambos tan frágiles, tan elásticos y peligrosos de falsedad, que nunca pudieron por si solos constituir historia. Era necesaria la presencia de un criterio positivo para planear la obra y de una voluntad inteligente y de un esfuerzo perseverante que la organizara y produje-ra. Mantilla inició y realizó esa labor... 34

34 PEdro bENjamíN sErraNo, Guía General de la Provincia de Corrientes (Corrientes, Hei-

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Después de escribir la Crónica su producción eminentemente histórica se agotó en la corrección y ampliación de esta obra, puesto que no realizó nuevas producciones. Mientras escribió el grueso de su contribución historiográfica estuvo siempre latente la herida abierta del hombre político, que no sólo debía enfrentarse a los adversarios de su partido, sino a sus mismos partidarios. Es así que en 1887, en una carta a Juan E. Martínez, afirmaba estar esperando serenamente una oportu-nidad que lo devolviera al terreno de la política:

Cerraré mis libros y tiraré mi pluma humilde de historió-grafo para poner mi tiempo, mi voluntad y mi poco dine-ro al servicio de ese amado suelo. No tengo ambición, se lo garanto! Estaré en la brecha del común esfuerzo tanto cuanto me den mis fuerzas y lo permitan mis opiniones... No quiero con esto decir que doy por terminada mi ambi-ción política legítima. A los 34 años hace eso un cobarde. Sólo deseo significarle que ya no tengo sueños de edad juvenil ni apuros de impacientes. Me dejaré estar tranquilo como el pescador del patí hasta que pique el pez; y si no pica, porque no pesa mi individualidad, no tendré desen-canto.35

La revolución de 1893 en la que tuvo una importante actuación, permitió el retorno de los liberales al gobierno de la provincia, del que estaban alejados desde 1880. En 1894 Mantilla accedió a una banca en la Cámara de Diputados de la Nación para representar a su provincia, y a partir de ese momento encauzó en la actividad legislativa parte de la energía que hasta entonces había invertido en la actividad intelectual, y mientras reelaboraba la Crónica participó activamente de las reuniones y actividades de la Junta de Historia y Numismática Americana creada en esos años. A partir de ese momento su vocación de historiador pasó a un segundo plano y fue puesta al servicio de su voluntad política de colaborar con las administraciones liberales desde el Congreso nacio-nal. Por esos años también debió lidiar con los conflictos internos de su partido, que siempre había tratado de evitar. Es así que entre 1894 y

necke, 1910), p. 206.35 A.G.P.C. Fondo Mantilla. Cuaderno N° 1, pp. 117–118. Carta del 3.IX.1887.

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1909 su biografía está dominada por la imagen de un Mantilla legisla-dor, y los argumentos históricos de quien ya era una figura indiscutida del ambiente intelectual de su provincia y de la Capital Federal apare-cen alimentando su discurso parlamentario en el Senado y en la cámara de Diputados.

La práctica historiográfica de Mantilla presenta otros rasgos que permiten considerarlo en el marco de la historiografía decimonóni-ca argentina. Sus escritos, antes de llegar al libro, fueron divulgados a través de los canales tradicionales de la actividad intelectual, como los periódicos y las revistas; participó de las primeras redes institucionales vinculadas al conocimiento del pasado, y ejercitó la polémica tanto en el campo acotado de la historia local como en temas de la “historia na-cional”. En 1888, al cumplirse el tercer centenario de la fundación de la ciudad de Corrientes, el gobierno autonomista de Juan Ramón Vidal encargó a Ramón Contreras la elaboración de un informe acerca de las circunstancias que rodearon a la fundación de la ciudad. Los resultados de la investigación de Contreras fueron rebatidos con vehemencia por Mantilla en una polémica en la que no estuvo ausente la cuestión polí-tica. Mantilla se pronunció contra las afirmaciones de Contreras en dos artículos publicados en Las Cadenas titulados “La ciudad de Vera” y “La Cruz del Milagro”36 en los que discutía acerca del fundador de la ciudad y del sitio fundacional, y negaba la existencia del hecho mila-groso de la cruz incombustible que tradicionalmente era vinculado a los orígenes de Corrientes. Esta disputa perduró por muchos años y conti-nuó alimentada por los aportes de otros historiadores en el siglo XX.37

La otra polémica que lo tuvo como protagonista se refería a distintas líneas de interpretación de la historia nacional y surgió a raíz de su libro Premios Militares de la República Argentina en 1892. Fran-cisco Ramos Mejía, que en 1887 había publicado El Federalismo Ar-gentino, sostenía que los cabildos españoles habían dejado su impronta en la tradición de libertad que estaba en la base de la democracia argen-tina y se negaba a considerar a la revolución de mayo como el punto de partida de la nacionalidad. En carta dirigida a Mantilla le reclamaba que no hubiese incluido en su libro las medallas de Perdriel y el escudo de la Defensa de Buenos Aires, y reclamaba diciendo: “¿Cree usted que

36 Estos artículos aparecieron publicados como folletos en Buenos Aires por la Imprenta y Librería de Mayo el primero y por la Imprenta de Biedma el segundo, en 1888. En 1928 fueron incorporados como apéndice a la publicación de la Crónica.37 maría silvia lEoNi dE rosciaNi, “El aporte de Hernán Félix Gómez…”, p. 85 y ss.

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Saavedra y los Patricios y Arribeños son menos argentinos peleando contra los ingleses en las calles de Buenos Aires, que pidiendo la pri-mera junta aquel, y muriendo en Salta estos?”.38 En este caso puntual, su adhesión a la tradición que señalaba a la revolución de mayo como un momento de ruptura en que la nacionalidad argentina afloraba de espaldas a la colonia, lo llevó a rechazar la impugnación y reafirmar la idea de que los hechos heroicos del pasado argentino debían remontarse a 1810.

Mantilla critica la lectura de la historia nacional centrada en Buenos Aires con menos vehemencia que otros historiadores contem-poráneos de las provincias como Joaquín Carrillo o Benigno T. Martí-nez. Sus obras se manifiestan respetuosas de los argumentos de Mitre y López, aunque reprochaba a éste último su egocentrismo porteño y el valor de autoridad que otorgaba a las Memorias del General José María Paz. La credibilidad de Paz, que ejerció una notable influencia en las interpretaciones de muchos historiadores decimonónicos, será permanentemente atacada por Mantilla, para fortalecer la defensa de los hombres de Corrientes que actuaron junto a él durante las campañas contra Rosas.

Principales rasgos de la historia provincial formulada por Manuel Florencia Mantilla

Las reconstrucciones de Mantilla se constituyeron en la versión canónica de la historia provincial y aportaron dos premisas que fueron continuadas y profundizadas por los historiadores del siglo XX: la per-severante defensa de la autonomía y la vocación nacional y federal de su clase dirigente. La definición de la personalidad de la provincia, que se produce paralelamente al desarrollo de la Nación, se configura según Mantilla en un largo proceso que arranca en los tiempos coloniales, tan-to en el aspecto territorial como en los rasgos peculiares de su sociedad. El pueblo correntino es un pueblo indómito, capaz de realizar grandes sacrificios y de sobreponerse a las mayores adversidades. Desde los tiempos coloniales ya se advertiría en él la impronta de un pueblo he-

38 Carta de Francisco Ramos Mejía a Manuel Florencio Mantilla citada por: lilia aNa bEr-toNi, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas…, pp. 269–270.

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roico.39 Para Mantilla la política egocéntrica de los gobiernos centrales, que solo atendía los intereses inmediatos de la ciudad–puerto, arrastró a las provincias como Corrientes a reiterados sacrificios que derivaron en la tendencia a la autonomía, situación que en el Litoral facilitó el camino a la dominación de Artigas, frente a la cual se levantó una elite civilizada de sentimientos nacionalistas que pretendía defender su au-tonomía ante el avance artiguista pero también frente las pretensiones dominantes de los gobiernos centrales.

La periodización que propuso en la Crónica distinguía el pe-ríodo de la revolución del de la anarquía. El primero correspondería al momento en que la elite correntina se puso al servicio de la revolución siguiendo a los gobiernos centrales, el segundo al de la expansión de la influencia de Artigas. Mantilla proporciona una imagen negativa de este período que puede ser resultado tanto de su apropiación de la memoria familiar del grupo al que pertenecía, como de los argumentos utilizados por Bartolomé Mitre, en sus primeros escritos, y Vicente Fidel López. En la Crónica, Mantilla entiende que el período artiguista fue una etapa de opresión en la que los hombres del caudillo oriental usurparon las instituciones de la provincia y la sustrajeron del cuerpo de la Nación.40 Advierte una continuidad entre esta etapa y la república entrerriana aunque en la comparación, el poder ejercido por Francisco Ramírez aparece como un “mal menor” y le reconoce “ciertos ímpetus de bien público que hicieron más llevadera su omnipotencia.”41 Luego de este período anómalo, la elite correntina que retoma el poder, encauza a la provincia por la vía institucional, que será nuevamente interrumpida por la lucha contra Rosas. De ambos períodos, el de la dominación arti-guista y el de la lucha contra Rosas, Mantilla destacará a los miembros del panteón de héroes correntinos, en el que no pretenderá incluir a la figura de San Martín, como lo harán los historiadores del siglo XX.42 En el período que se caracteriza por la organización institucional y el aislamiento provincial, transcurrido entre 1821 y 1839, Mantilla exal-ta la condición de estadista de Ferré, quien encabeza las gestiones de Corrientes en pro de la organización constitucional. Su figura sería la bisagra entre el período de normalidad institucional y la epopeya militar

39 maNuEl F. maNtilla, Crónica..., Tomo I, Cap. 2 al 4.40 maNuEl F. maNtilla, Crónica…, p. 217.41 maNuEl F. maNtilla, Crónica…, p. 224.42 Véase: maría silvia lEoNi dE rosciaNi y maría GabriEla QuiñoNEz, “Combates por la memoria. La elite dirigente correntina y la invención de una tradición sanmartiniana”. En: Anuario de Estudios Americanos (N° LVIII–I, Sevilla, 2001), pp. 281–306.

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de la cruzada libertadora.

La utilización del género biográfico manifiesta la influencia que ejerció la obra de Mitre en el espacio historiográfico decimonónico. En Estudios Biográficos de patriotas correntinos aparece la impronta de la Galería de Celebridades Argentinas. Esta primera entrega de Mantilla constituye un desfile de los personajes destinados a formar parte del panteón correntino: aparecen los jefes militares y gobernadores de una provincia que no ve surgir en su territorio la figura de un caudillo a la manera de Ramírez o Urquiza en Entre Ríos, o de Estanislao López en Santa Fe. Tras las actuaciones de Genaro Perugorría y Ángel Fernández Blanco, que son exaltadas como ejemplos de patriotismo, aparecen las acciones del réprobo Artigas y sus “caudillejos”, y tras las de Berón de Astrada, Ferré, y Madariaga, las figuras también reprobables de Urqui-za y Rosas.43 La caracterización negativa que hace de los caudillos le impide asociar el origen de las ideas federales con el caudillismo, como lo harían otros historiadores del Litoral, más bien tenderá a exaltar a hombres como José Simón García de Cossio, que representa en Co-rrientes la figura del letrado colonial al servicio de la revolución, y la imagen de estadista de Pedro Ferré.

En la elaboración de estas biografías y posteriormente en la Crónica llevó al papel las situaciones, episodios, y juicios de valor que atesoraba la memoria colectiva de las generaciones que lo precedieron, imágenes que, delineadas en sus obras, fueron reproducidas a través de las prácticas conmemorativas y la enseñanza escolar. El período más importante en la Crónica es el de la lucha contra Rosas que ocupa seis de los diecisiete capítulos en que está dividida la obra. En ellos reali-za una encendida defensa de la actuación de Corrientes en contra del orden impuesto por la política de Juan Manuel de Rosas, y la exalta al punto de no dar cuenta de la existencia de otros focos de resisten-cia contra la tiranía.44 Es allí donde se advierte con mayor intensidad que su reconstrucción del pasado está fuertemente ligada a intenciones reivindicatorias. La “cruzada libertadora” simboliza para Mantilla la contribución de Corrientes al proceso de organización institucional del país, sus episodios aparecen representados en muchos de sus artículos políticos para acreditar la sacrificada participación de la provincia en la historia nacional, que se advierte en la persistencia en el objetivo

43 maNuEl F. maNtilla, Estudios Biográficos… (1884).44 maNuEl F. maNtilla, Crónica…, Tomo 2, pp. 19–22.

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de lograr la organización nacional bajo el sistema federal, la inversión de cuantiosos recursos, las perdidas demográficas, la alteración de la vida institucional y el perjuicio de las actividades económicas, que esas campañas produjeron a la provincia.

El período de la cruzada libertadora sólo es tratado por Manti-lla en la Crónica Histórica, en la cual se señala, con una cita, el fin del texto revisado y corregido hasta el momento de su muerte en 1909. A partir de la batalla de Arroyo Grande prosigue el texto original de 1897, y con ello el relato se resiente en cuanto a sus detalles y la trama deja entrever con más evidencia su hilo conductor: la historia de la provin-cia cede protagonismo a la biografía colectiva del grupo liberal al que pertenecía Mantilla.

La consagración del relato mantillista en la Historia de la Nación Argentina

Entre el año 1897, en que Mantilla finaliza la elaboración de la Crónica Histórica de la Provincia de Corrientes y los comienzos de la década de 1920, se produce un importante interregno en la producción historiográfica correntina durante el cual sus obras –especialmente la Crónica aún inédita– constituyen la principal referencia sobre la his-toria local.45 Durante casi dos décadas el relato mantillista sostuvo una interpretación del pasado a la que adhirieron los miembros de la elite y el magisterio local, como se advierte en las editoriales de la prensa, los mensajes del poder ejecutivo, los discursos parlamentarios, los planes de enseñanza escolar, las prácticas conmemorativas y las referencias realizadas en las fiestas patrias.

Ahora bien, en la primera mitad del siglo XX encontramos a un conjunto de intelectuales dedicados a los estudios históricos. Ellos son Manuel Vicente Figuerero (1865–1938), Hernán Félix Gómez (1888–1945), Valerio Bonastre (1881–1949), Francisco Manzi (1883–1954), Esteban Bajac (1874–1947), Ángel Acuña (1875–1947), Wenceslao Néstor Domínguez (1898–1984), entre otros, quienes desarrollaron

45 La Guía del Centenario realizada por Pedro Benjamín Serrano (1910) incluye una “Breve Reseña” sobre la historia de la provincia de Corrientes que el autor realiza a partir de la Crónica Histórica que se encontraba inédita.

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una prolífica producción historiográfica entre las que se destaca, por su magnitud y profundidad interpretativa, la de Hernán Félix Gómez. Precisamente Manuel Vicente Figuerero y Hernán Félix Gómez pro-tagonizaron una polémica en 1920, al iniciarse el período de mayor expansión de la historiografía correntina, y fueron –junto a Manuel Florencio Mantilla– quienes realizaron el esfuerzo de proporcionar un relato integral del pasado provincial.46

Manuel Vicente Figuerero había nacido en 1864 y desde 1883 inició una importante carrera como educador y legislador. Fue diputa-do provincial entre 1884 y 1889 y miembro fundador del Consejo de Educación, en el que compartió actividades con el eminente pedagogo correntino J. Alfredo Ferreria. En 1896 escribió su primer texto his-tórico en el que se ocupaba de Berón de Astrada y la batalla de Pago Largo, un tema que sería común a todos los historiadores correntinos de la primera mitad del siglo XX. Sus primeros textos fueron publicados en la Revista La Escuela Positiva dirigida por Ferreira, que oficiaba de órgano de difusión del pensamiento pedagógico positivista. Después de una larga carrera en el sistema educativo que lo llevó a la dirección de Escuelas Normales en Mendoza y Buenos Aires, se radicó en la Capital Federal en 1909. Fue a partir de ese año que se dedicó plenamente a la investigación histórica, en 1916 escribió la Bibliografía de la Imprenta del Estado desde sus orígenes a 1865, elogiada obra que se publica en 1919. En 1920 se hace cargo de la tarea de definir el escudo de Co-rrientes por encargo del gobierno provincial, trabajo que finaliza exito-samente y genera la respuesta del joven Hernán Félix Gómez. Su resi-dencia en Buenos Aires permitió que en 1924 fuera nombrado miembro de la Junta de Historia y Numismática Americana, de la que Manuel F. Mantilla había sido miembro fundador. Su principal obra, Lecciones de Historiografía de Corrientes, fue publicada en Buenos Aires en 1929.47

Hernán Félix Gómez fue uno de los más destacados miembros de la generación del centenario que sucedió a hombres como Figuere-ro en el manejo de los asuntos públicos. La pertenencia a las filas del autonomismo los aproximaba y, al mismo tiempo, los distanciaba de la perspectiva que dominaba la historia correntina. Había nacido en 1888

46 Véase ErNEsto maEdEr, maría silvia lEoNi, maría GabriEla QuiñoNEz, maría dEl mar solís carNicEr, Visiones del pasado. Estudios de historiografía de Corrientes (Corrientes, Moglia Ediciones, 2004).47 josé torrE rEvEllo, “Vida y obra de Manuel Vicente Figuerero” En: Revista de la Junta de Historia de Corrientes (Corrientes, Nº 3, 1968), pp. 141–160.

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en el seno de una importante familia autonomista y desde muy joven se destacó por sus dotes intelectuales. Finalizados sus estudios secunda-rios se trasladó a Buenos Aires de donde retornó en 1910 con el título de abogado. Desde entonces se dedicó a la investigación histórica y trató de incursionar en el terreno de la política, dominada por la figura de Juan Ramón Vidal, a quien Gómez cuestionaba duramente. En 1920 dio a conocer su primer texto historiográfico de envergadura, Vida pública del Doctor Juan Pujol, e inició las investigaciones que lo llevaron a publicar sus principales obras a finales de esa década.48

Figuerero y Gómez fueron los únicos miembros de la pléyade de historiadores correntinos del siglo XX que tuvieron, al igual que Mantilla, la intención de presentar una visión integral del pasado pro-vincial. Entre 1928 y 1929 vieron la luz las tres obras integrales sobre la historia de Corrientes escritas hasta mediados del siglo XX: la Historia de la Provincia de Corrientes de Hernán Félix Gómez, publicada por la Imprenta del Estado en tres tomos aparecidos sucesivamente desde 1928; la Crónica Histórica de la Provincia de Corrientes de Manuel Florencio Mantilla, editada en dos tomos ese mismo año, y Lecciones de Historiografía de Corrientes de Manuel Vicente Figuerero, publica-da en Buenos Aires al año siguiente.

Como ya lo señalamos, desde 1920 se observa una notable expansión de los estudios históricos en Corrientes, que coincide con la influencia de los movimientos historiográficos que prevalecían en Buenos Aires, especialmente de la nueva escuela histórica. Estas in-fluencias se tradujeron en una mayor rigurosidad metodológica y un interés creciente por el relevamiento de los archivos y la revisión de la historia ya escrita, para vincular los hechos históricos que se produjeron en el interior con los de Buenos Aires, esquema que brindaría mayores posibilidades de inclusión para la participación de Corrientes y de sus héroes. Las producciones de los historiadores correntinos del siglo XX remarcaron tendencias que se manifestaban en los escritos de Mantilla y modificaron otros aspectos de su visión del pasado. Mientras autores como Valerio Bonastre o Ángel Acuña, sostuvieron lo esencial del re-lato de Mantilla, otros como Hernán Félix Gómez y Wenceslao Néstor Domínguez, incorporaron elementos de las nuevas lecturas del pasado nacional y revisaron algunas de sus interpretaciones, contribuyendo con

48 maría silvia lEoNi dE rosciaNi, “El aporte de Hernán Félix Gómez…”, pp. 5–36.

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ello a consagrar un discurso histórico de contenido identitario.49

Este proceso se tradujo en un período muy prolífico en cuan-to a la producción historiográfica, que se prolongó hasta la muerte de Hernán Félix Gómez en 1945. Por esos años dos gestiones guberna-mentales del partido autonomista apoyaron la labor de Gómez, al punto de convertirlo en una suerte de “historiador oficial” de la provincia. Bajo el gobierno de Benjamín S. González (1925–1929) se emprendió una importante tarea de edición documental, se publicaron importan-tes obras históricas, se promovieron homenajes y conmemoraciones, se creó el museo colonial, histórico y de bellas artes, y se procedió a la determinación de los lugares y monumentos históricos de la provincia. Una década después, con Juan Francisco Torrent (1935–1939) se inició el ciclo conmemorativo de los centenarios de la lucha contra Rosas, que tuvo su momento culminante en 1939 con la celebración del centenario de la batalla de Pago Largo. Durante esta gestión, en 1937, se promovió desde las esferas oficiales la creación de la Junta de Estudios Históricos de la provincia.50

El mayor interés del Estado en la actividad historiográfica ge-neró tensiones en la lucha por el liderazgo intelectual en un terreno en el cual la figura de Mantilla seguía siendo dominante a pesar de los años transcurridos desde su muerte. Es así que en 1920 el gobierno provin-cial encomendó a Manuel V. Figuerero la reconstrucción del escudo de armas de la provincia para poner fin a la anarquía existente en su uso. El historiador se comprometió a realizar una investigación con el fin de presentar el modelo y un proyecto de ley que reglamentara su diseño. Tras un arduo trabajo de investigación, Figuerero cumplió con el com-promiso asumido y el escudo quedó oficialmente establecido. Un joven Hernán F. Gómez, que ingresaba a los años de su consagración, cuestio-nó las conclusiones a las que había arribado Figuerero desde las páginas de El Liberal, y recibió como respuesta el texto titulado Comprobacio-nes históricas. Réplica a las objeciones formuladas por El Liberal a la precedente monografía, en el cual un experimentado escritor como Fi-guerero sostenía que el escudo defendido por El Liberal no era el escu-do auténtico de Corrientes, de acuerdo con los antecedentes históricos y heráldicos hallados. El respaldo que J. Alfredo Ferreira, figura central

49 maría silvia lEoNi, “La historiografía correntina en la primera mitad del siglo XX”. En: ErNEsto maEdEr y otros, Visiones del pasado…, pp.15–28.50 maría silvia lEoNi dE rosciaNi, El aporte de Hernán Félix Gómez…, pp. 60–65.

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de la intelectualidad correntina, prestó a las conclusiones de Figuerero, expuestas posteriormente en la obra El escudo de Corrientes (1921), fue suficiente para zanjar las diferencias a favor de este último. Si bien en esta oportunidad se puede atribuir el triunfo a Figuerero –reconoci-do tiempo después por su adversario– la lucha por la hegemonía en el campo historiográfico correntino, se saldó finalmente con el triunfo de Gómez, que a partir de 1926 fue responsable de todos los encargos gu-bernamentales y publicó sus obras y compilaciones documentales con el apoyo de la Imprenta del Estado.51

Cuando Ricardo Levene presentó el proyecto de elaboración de la Historia de la Nación Argentina a los miembros de la Junta de His-toria y Numismática Americana, en mayo de 1934, ya estaban previstos los tomos dedicados a las historias provinciales, que fueron publicados entre 1941 y 1942. En dicha sesión Levene sostuvo que “…serían lla-mados a colaborar todos los estudiosos, sin excepciones de ninguna es-pecie, para demostrar a las generaciones futuras que en nuestro tiempo se ha escrito una historia argentina sin enconos personales, contribu-yendo a la realización de una gran obra de síntesis como lo será esta”.52 La lectura de la lista de colaboradores lo testimonia. En ella aparecen varios miembros del campo historiográfico correntino, sin embargo, la elección de Ángel Acuña como autor del capítulo dedicado a la historia de la provincia de Corrientes, merece ser analizada teniendo en cuenta el estado del campo historiográfico local, al que ya hicimos referencia, y los vínculos y relaciones que existían entre sus miembros.

Ángel Acuña habría nacido en Corrientes en 1875 y desde muy joven se dedicó a la política y al foro, sin embargo, las facetas más co-nocidas y ponderadas de su actuación pública fueron las de educador y ensayista. Su obra, extensa y variada, incluye tres series tituladas En-sayos, publicadas en 1926, 1932 y 1939, en las que se incluyen escritos sobre las obras y el pensamiento de figuras como las de Miguel Cané, Paul Groussac, Lucio V. López, entre otros; así como temas vinculados con la evolución del sistema educativo argentino y la historia de su provincia.53 Sin dudas las Notas biográficas sobre Manuel Florencio

51 Hernán F. Gómez retoma el tema mucho tiempo después, en La fundación de Corrientes y la Cruz de los Milagros, donde reconocerá la justeza de las conclusiones a las que había arribado Figuerero en 1920. maría silvia lEoNi dE rosciaNi, El aporte de Hernán Félix Gómez…, pp. 88–89.52 Boletín de la Junta de Historia y Numismática Americana, Sesión del 19 de Mayo de 1934, Vol. X, 1937, p. 359.53 rodolFo PérEz duPrat, Vidas Educadoras (Buenos Aires, Editorial Platense, 1970), pp. 19–25.

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Mantilla con que antecede a la Crónica en su primer tomo, es el más conocido y celebrado de sus textos históricos. Lo notable de esta obra es que para biografiar a Mantilla avanza sobre un período de la histo-ria correntina, el posterior a la década de 1880, que aún no había sido abordado con suficiencia por ninguno de sus principales historiadores.54 En 1930 lo encontramos al frente del Consejo Nacional de Educación, entre 1936 y 1939 publica dos tomos dedicados a la figura de Bartolomé Mitre como historiador y entre 1941 y 1942 se desempeña como Direc-tor General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires. Es justamente esta referencia la que aparece en la lista de colaboradores de la Historia de la Nación Argentina.55

Cuando el proyecto fue puesto en marcha ya se habían publica-do las tres historias integrales de Corrientes y tanto Manuel V. Figuere-ro como Hernán Félix Gómez eran indiscutidas figuras del campo histo-riográfico correntino. Cabe preguntarse entonces por qué la autoría del capítulo dedicado a la historia de Corrientes recayó en Ángel Acuña, un intelectual que venía desarrollando una importante carrera en el campo de la educación, pero carecía de una sólida obra historiográfica que lo respaldara, en comparación con las figuras de Gómez o Figuerero. La biografía de Mantilla, notable y documentado estudio que había sido muy elogiado por sus contemporáneos, y sus posibilidades de acceso al archivo del historiador proporcionan algunas claves para entender los motivos de su elección pero resultan insuficientes para justificarla. Otras posibles explicaciones pueden hallarse en el hecho de que Acuña hubiera entablado algún vínculo con Levene a través de los círculos intelectuales a los que ambos pertenecían.56 Por ello, más allá de los méritos de Acuña, es necesario tratar de comprender por qué el encargo no tuvo como destinatario a Hernán Félix Gómez.

54 De los historiadores del siglo XX es Hernán F. Gómez quien avanza sobre el siglo XX en su obra “Los últimos sesenta años de Democracia y Gobierno en la Provincia de Corrientes, 1870–1930”, publicada en 1931.55 acadEmia NacioNal dE la Historia. Historia de la Nación Argentina. Desde los orígenes hasta la organización definitiva en 1862. Dir. Ricardo Levene, 2da. ed.,Vol. 7 (Buenos Aires, El Ateneo, 1950) p. 30.56 En el Archivo de Ricardo Levene de la Biblioteca Nacional de Maestros se encuentra la nota de invitación que recibiera para participar de un homenaje brindado a Ángel Acuña en 1936. Véase: Adolfo Bioy [Esquela de invitación a almuerzo en homenaje a Angel Acuña. Buenos Aires, 1936] [en línea]. Buenos Aires, 1936–11–17 [citado 2013–11–10]. También debe señalarse que en 1938 la Academia Nacional de la Historia había publicado las confe-rencias dadas por Acuña sobre el tema Ferré, Paz y el Ejército de Reserva.

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Este interrogante nos lleva a retomar las tensiones existentes en el campo historiográfico local y el alineamiento de los historiadores correntinos con las instituciones dedicadas a la investigación y divulga-ción de la historia existentes en Buenos Aires. En 1934 Figuerero, que diez años antes había sido incorporado a la Junta de Historia y Numis-mática Americana, formaba parte de la mesa directiva que acompañaba a Ricardo Levene en la dirección de la Historia de la Nación Argentina junto a Rómulo Zabala, Octavio R. Amadeo y Enrique de Gandía57 y si ello no favorecía las posibilidades iniciales de Gómez, debe señalarse también que de la Comisión Directiva de la entonces Junta de Historia y Numismática Americana también formaba parte Emilio Ravignani, director del Instituto de Investigaciones Históricas, quien desde los años veinte había tenido un intenso intercambio epistolar con Gómez y valoraba su prolífica producción. Por su parte, Hernán F. Gómez se había incorporado a la Sociedad de Historia Argentina en 1932 y en-tre 1933–1934 fue presidente de la misma.58 No existen indicios que nos permitan sostener la existencia de desavenencias personales entre Ricardo Levene y Hernán F. Gómez que pudieran justificar el hecho de que se ignorara el papel central que ocupaba en el campo de la in-vestigación histórica en Corrientes. Por otra parte, aunque en muchas portadas de sus obras se menciona su pertenencia a la Junta de Historia y Numismática Americana, no existen registros que la acrediten. A ello debe sumarse que Gómez no ahorró críticas hacia la Junta, posterior-mente convertida en Academia Nacional de la Historia, en relación con la forma en que fue concebido el proyecto de Historia de la Nación Argentina.59

Tras la muerte de Manuel V. Figuerero en 1938, Gómez pa-recía ser quien se hallaba en las mejores condiciones para escribir el capítulo de la historia de Corrientes entre 1810 y 1862. Su principal obra, la Historia de la Provincia de Corrientes, circulaba con elogiosos comentarios desde hacía más de una década, y a ella se habían sumado otros escritos que incluían nuevas miradas sobre la tradición histórica

57 B.J.H.N.A., Sesión del 3 de diciembre de 1934, vol. X, Buenos Aires, 1937, p. 363.58 Hernán F. Gómez fue miembro de la Sociedad de Historia Argentina creada por represen-tantes de la Nueva Escuela Histórica en 1931, en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza, con el objeto de investigar y difundir la historia argentina del país. Entre sus miembros se destacaban Narciso Binayán, Abel Cháneton, Ricardo Rojas, Carlos Ibarguren, Juan B. Terán. Véase: maría silvia lEoNi dE rosciaNi, “El aporte de Hernán Félix Gómez…”, pp. 78–80.59 maría silvia lEoNi dE rosciaNi, “El aporte de Hernán Félix Gómez…”, pp. 81–82.

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inaugurada por Manuel F. Mantilla. Sin embargo, entre quienes podían dar continuidad al discurso histórico de Mantilla, Levene eligió a quien había sido su biógrafo. Acuña escribió un capítulo que se abre con la revolución de mayo en 1810 y cierra con la caída del gobierno de José María Rolón en 1862. El relato transita por ejes casi exclusivamente políticos, al punto de que en una cita final aclara que “no ha sido posible incorporar a este trabajo las partes pertinentes a la evolución geográ-fica, económica, institucional y cultural de 1838 a 1862 por falta de tiempo y sobre todo de espacio correspondiente a las páginas destinadas a Corrientes, cuya historia política es rica y abundante…”60

En las páginas que ocupa el capítulo único dedicado a Corrien-tes se destaca el tratamiento dado por Acuña al período de influencia artiguista y al de las campañas de Corrientes contra el orden rosista. En ellos su interpretación de los hechos es deudora de la pluma de Manti-lla. En el caso particular del período artiguista, se basa en el Manuscrito sobre Artigas de Mitre y en la Crónica de Mantilla, y toma del libro de los hermanos Robertson las mismas referencias realizadas por este. Lo mismo sucede con los actores involucrados en la lucha contra el orden rosista, donde los juicios que emite se corresponden con las apreciacio-nes vertidas por Mantilla en la Crónica. No disponemos de elementos que nos permitan explicar los motivos por los cuales Acuña ignora sis-temáticamente los aportes realizados por Gómez para el período que va de 1810 a 1862. Después de que Gómez rescatara la figura de Artigas como defensor de los legítimos derechos de la provincia y expusiera en su obra El General Artigas y los hombres de Corrientes (1929) los motivos que llevaron a sectores de la elite correntina a coincidir con el caudillo, Acuña reproduce la lectura decimonónica del artiguismo que lo culpa de introducir la anarquía, la desorganización social y la decadencia económica en Corrientes. Otro tanto sucede con el período de la lucha contra Rosas en que ignora las interpretaciones que Gómez había realizado sobre la estrategia de Benjamín Virasoro, exculpándolo de una posible traición a las posiciones de Corrientes, así como sus pon-deraciones sobre las reformas realizadas por el gobierno de Juan Pujol.

Una lectura de las secciones “Bibliografía principal” y “Docu-mentos oficiales” que aparecen al final del capítulo permite observar la clara invisibilización a que queda sometida tanto la obra como la figura

60 áNGEl acuña, “Corrientes (1810–1862)”. En: Ricardo Levene (Dir.) Historia de la Nación Argentina. 2da. ed., Tomo IX, p. 312.

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de Hernán Félix Gómez. En la primera, tras la profusa cita de los textos de Mantilla, Acuña detalla obras de Valerio Bonastre, Manuel Vicente Figuerero y Federico Palma entre los autores correntinos, junto a obras de Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Emilio Ravignani y Ramón J. Cárcano, a quien acude para descalificar la personalidad de Juan Pujol. Los tres tomos de la Historia de la Provincia de Corrientes escritos por Gómez no aparecen incluidos en ellas, siendo hasta entonces la más completa obra sobre el período, continuada por Vida pública del Dr. Juan Pujol. Más sorprendente aún resulta el hecho de que no se inclu-yera la autoría de Gómez en todas las obras que aparecen detalladas en la sección “Documentos oficiales”, las cuales fueron compiladas por éste entre 1927 y 1939 y presentan estudios preliminares que en mu-chos casos reproducían capítulos de su obra principal.61

No constituye una empresa sencilla el tratar de entender los motivos que llevaron a Ángel Acuña a no incluir el nombre de Hernán Félix Gómez en la bibliografía que cita al final del capítulo. Dado que casi paralelamente al momento de la publicación del tomo IX Hernán F. Gómez trabajaba con Ricardo Levene en la edición de las Actas Ca-pitulares de Corrientes, y que participa en el tomo siguiente como autor del capítulo titulado “Los Territorios Nacionales y límites interprovin-ciales hasta 1862” 62, de existir motivos que pudieran explicar la actitud de Acuña, sin dudas, pertenecían al terreno de los vínculos personales existentes entre los historiadores correntinos Más allá de ello, no pue-de dejar de señalarse que los hechos analizados tuvieron lugar en el contexto de una puja entre la tradición historiográfica decimonónica que representaba Mantilla –sostenida por Acuña– y la renovación que implicaba la obra de Hernán Félix Gómez, zanjada a favor del primer historiador correntino.

61 áNGEl acuña, “Corrientes…”, p. 312.62 maría silvia lEoNi dE rosciaNi, “El aporte de Hernán Félix Gómez…”, p. 81.

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Acerca de los Autores

Liliana M. Brezzo

Se graduó de Licenciada y Doctora en Historia en la Pontificia Uni-versidad Católica Argentina. Entre los años 1996 y el 2002, estancias post doctorales en la Universidad de Navarra (España) facilitaron su especialización en Historiografía Contemporánea. En la actualidad es investigadora científica en categoría Independiente del escalafón en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la Re-pública Argentina (CONICET). Tiene su sede de trabajo en el Instituto de Estudios Históricos, Económicos, Sociales e Internacionales, nodo Instituto de Historia (UER IDEHESI – IH). Los resultados de sus abor-dajes han sido recogidos en obras recientes como Ruptura y Reconci-liación. España y el reconocimiento de las independencias latinoame-ricanas (Madrid, Mapfre–Taurus, 2012), Juan E. O’Leary. El Paraguay convertido en acero de pluma (Asunción, El Lector, 2011), Otras His-torias sobre la Independencia (Asunción, Taurus, 2011), Historia del Paraguay (Asunción/Madrid, Taurus, 2010), Paraguay. El Nacionalis-mo y la guerra (Montevideo, 2009) y Polémica sobre la Historia del Paraguay (Asunción, Tiempo de Historia, 2012).

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Eduardo Escudero

Profesor y Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Río Cuarto y candidato a Doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Se desempeña como docente concursado en las cátedras de Historiografía Argentina y Teoría de la Historia en el Departamento de la Facultad de Ciencias Hu-manas de la Universidad Nacional de Río Cuarto; y en la de Introduc-ción a la Historia en la Escuela de Historia de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Como investi-gador, integra Proyectos de Investigación acreditados en la Universidad Nacional de Córdoba (CIFFyH) y en la Universidad Nacional de Río Cuarto (FCH), centrando sus abordajes en el campo de la historia de la historiografía argentina.

María Gabriela Micheletti

Profesora y Licenciada en Historia por la Universidad Católica Argenti-na y Doctora en Historia por la Universidad del Salvador. Investigadora Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técni-cas (CONICET), con lugar del trabajo en la UER IDEHESI–IH nodo Rosario. Docente en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del Rosario de la Universidad Católica Argentina y miembro de número de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe. Se especializa en el estudio de procesos socio–culturales del pasado santafesino, en sus relaciones con la historia nacional. Es autora de los libros La uni-versidad en la mira. La “Laica o Libre” y sus expresiones rosarinas, 1955–1959 e Historiadores e historias escritas en entresiglos. Socia-bilidades y representaciones del pasado santafesino, 1881–1907. Ha publicado artículos en revistas de diseminación científica del país y del extranjero, entre las que se cuentan Anuario de Estudios Americanos, Antíteses, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, História da Historiografia, Memoria y Sociedad, entre otras.

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Eugenia Molina

Doctora en Historia. Investigadora Adjunta del Consejo Nacional de In-vestigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en la UER IDEHESI nodo IMESC (Mendoza). Docente efectiva en la Universidad Nacional de Cuyo. Sus trabajos se vinculan con la historia social de la justicia en el espacio mendocino entre fines de la colonia y el período pos revo-lucionario, y han sido publicados en revistas y ediciones nacionales y extranjeras (Chile, México, España, Francia).

María Gabriela Quiñónez

Profesora y Licenciada en Historia egresada de la Facultad de Huma-nidades de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE). Doctoranda en Historia en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universi-dad Nacional de Córdoba (UNC).Profesora Adjunta con Dedicación Exclusiva a cargo de las cátedras de Historia Argentina Independiente y Teoría y Metodología de la Investi-gación Histórica, del Departamento de Historia de la UNNE.Entre sus trabajos más importantes se encuentran el libro en coautoría Visiones del Pasado. Estudios de Historiografía de Corrientes (Moglia Ed., 2004) y Elite, ciudad y sociabilidad en Corrientes, 1880–1930 (Moglia Ed., 2007). Recientemente ha publicado “Contextos de pro-ducción, representaciones del pasado e historiografía en Corrientes (1880–1940)”, en: Paula laGuarda y Flavia Fiorucci, Intelectuales, cultura y política en espacios regionales de Argentina (Prohistoria, 2012), y “De la ciudad colonial a la ciudad moderna. Un recorrido por la fotografía urbana de Corrientes (1875–1914)”, en: mariaNa Gior-daNo, luciaNa sudar KlaPPENbacH y roNald islEr duPrat. Memoria e imaginario en el Nordeste Argentino. Escritura, oralidad e imagen (Prohistoria, 2013).Es miembro del Grupo de Estudios de Historia de la Historiografía y Directora del Instituto de Historia de la UNNE.

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Se imprimió en el mes de diciembre de 2013en Gráfica Amalevi SRL

Mendoza 1851, Rosario, Santa Fe, ArgentinaTel. (0341) 4242293 / 4218682 / 4213900

[email protected]

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