W. Walsh. Isabel La Cruzada

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    W. T. WALSH

    Isabel

    La Cruzada

    Traduccin de Carlos M. Castro Cranwell

    1945

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    ADVERTENCIA DEL AUTOR

    Este libro es un compendio de la obra Isabella of Spain,publicada en Nueva York en 1930. En la obra original seencontrarn las notas y pruebas de las conclusiones a que se llegaen la misma y que son objeto de controversia, como, por ejemplo,la Inquisicin.

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    NDICE

    CAPTULO I...................................................................................................... 6CAPTULO II................................................................................................... 14

    CAPTULO III.................................................................................................. 19

    CAPTULO IV.................................................................................................. 25

    CAPTULO V................................................................................................... 31

    CAPTULO VI.................................................................................................. 37CAPTULO VII................................................................................................. 44

    CAPTULO VIII................................................................................................ 51

    CAPTULO IX.................................................................................................. 58

    CAPTULO X................................................................................................... 64

    CAPTULO XI.................................................................................................. 70CAPTULO XII................................................................................................. 79

    CAPTULO XIII................................................................................................ 84

    CAPTULO XIV................................................................................................ 90

    CAPTULO XV................................................................................................. 97

    CAPTULO XVI.............................................................................................. 103

    CAPTULO XVII............................................................................................. 107

    CAPTULO XVIII............................................................................................ 113

    CAPTULO XIX.............................................................................................. 119

    CAPTULO XX............................................................................................... 127

    CAPTULO XXI.............................................................................................. 133

    CAPTULO XXII............................................................................................. 139

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    CAPTULO XXIII............................................................................................ 145

    CAPTULO XXIV........................................................................................... 152

    CAPTULO XXV............................................................................................ 156

    CAPTULO XXVI........................................................................................... 167

    CAPTULO XXVII.......................................................................................... 173

    CAPTULO XXVIII......................................................................................... 179

    CAPTULO XXIX........................................................................................... 186

    CAPTULO XXX............................................................................................ 192

    CAPTULO XXXI........................................................................................... 199

    CAPTULO XXXII.......................................................................................... 206

    CAPTULO XXXIII......................................................................................... 210

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    CAPTULO I

    Al atardecer de un da de otoo de 1461, una pequea ca-ravana galopaba a lo largo del estrecho y sinuoso camino que vade Madrigal a Arvalo, en Castilla la Vieja. Al frente de unacolumna de hombres armados, cabalgaba, vistiendo su armadura,

    un hombre de alguna edad que por su aspecto deba de serhidalgo. A su lado, montadas en mulas, iban dos nias de cerca dediez aos. Una era morena, de inquietos ojos negros y bocasonriente que nunca callaba. La otra era de franco tipo norteo, concabellos de color cobrizo claro, mentn tal vez demasiado marcadopara el resto de sus facciones, y en sus ojos azules brillabanverdosas luces con destellos de oro. Ambas estaban arropadas en

    largos mantos de lana para resguardarse del viento fro queazotaba al sesgo el camino y de la nube gris de polvo quelevantaban los cascos de los caballos; y debajo de sus pequeos ygraciosos sombreros, llevaban un pauelo de seda anudado en labarbilla, que les cubra el cabello y las orejas.

    La morena, la ms alta de las dos, llevaba vestidos ms nue-vos y ricos. Era Beatriz de Bobadilla, hija del gobernador del castillode Arvalo. Sin embargo, trataba con cierta deferencia a su

    desaliada compaera, a quien siempre llamaba doa Isabel. Yaa la edad de diez aos se enseaba en Castilla cules eran losdeberes para con una princesa de sangre real. Aunque Isabel vivacon su madre la reina viuda en situacin econmica apremiante,casi olvidada por su medio hermano el rey Enrique IV, era muyprobable que la hija del segundo matrimonio del difunto Juan IIcasara algn da con un poderoso noble. Estas posibilidades se

    vean confirmadas por las recientes negociaciones tendientes adesposarla con el prncipe Fernando de Aragn.

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    Doa Isabel escuchaba con serena gravedad, rara en unania, la charla de Beatriz. Ms que de hablar, gustaba de escuchar,y cuando hablaba lo haca con pocas palabras. Aun a esa edadconservaba una majestuosa prestancia que no sorprenda si se

    tena en cuenta que descenda de Alfredo el Grande, Guillermo elConquistador, los reyes ingleses Plantagenet, San Luis, rey deFrancia, y San Fernando, rey de Castilla. No obstante, parecainverosmil que un da llegara a ser reina. Su hermano Alfonsotena mayores probabilidades que ella. Pero eran inmensos losobstculos que se oponan a que cualquiera de ellos ascendiera altrono.

    Mucho tena que hablar Beatriz aquel da. Su padre, el go-bernador, las haba llevado a Medina del Campo, donde tres vecesal ao se realizaba la feria ms importante de Espaa. Haban vistomercaderes de todo el sur de Europa comprando las mejores lanasy granos de Castilla, novillos, caballos y mulas de Andaluca;caballeros de Aragn, marinos de las costas del este de Catalua,montaeses del Norte, moros de Granada con sus turbantes,barbudos judos envueltos en sus gabardinas, campesinos de

    Provenza y del Languedoc, y alguno que otro alemn o ingls.Ahora volvan a Arvalo a seguir la vida rutinaria impuesta por lareina viuda.

    Isabel reciba la educacin de los nobles de aquella poca deEspaa, a pesar del negligente abandono del rey y las apremiantesnecesidades de dinero que hacan que ella y su madre carecierande alimento y vestido, al punto de verse obligadas a vivir como

    campesinas.Haba aprendido a hablar castellano con armoniosa elegancia

    y a escribirlo con cierta distincin. Estudiaba gramtica, retrica,pintura, poesa, historia y filosofa. Bordaba intrincados dibujos entelas de oro y terciopelo. Con extraordinaria habilidad ilustraba encaracteres gticos oraciones sobre pergaminos. Todava seencuentran en la catedral de Granada un misal que ella ilustr yestandartes y ornamentos que confeccion para el altar de sucapilla. Hered de su padre un apasionado amor por la msica y lapoesa; sin duda, haba ledo los trabajos de su poeta favorito, Juan

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    de Mena, y probablemente una traduccin espaola de Dante. Desus preceptores, que haban estudiado en la Universidad deSalamanca, a la que despus se llam la Atenas de Espaa,aprendi la filosofa de Aristteles y de Toms de Aquino. Si ley la

    Visin deleitable, escrita especialmente en esa poca, para laeducacin del prncipe Carlos de Viana, al que estaba prometidapor el rey, sabra que el movimiento es la causa del calor, y por qusopla el viento, y por qu difieren los climas, y por qu losminerales son distintos, y cules son las causas de las sensacionesdel olfato, del gusto y del odo, y por qu algunas plantas songrandes y otras pequeas, y las propiedades de las medicinas;todo esto, presentado amenamente como una novela, para inculcaren el joven cerebro real la ciencia de la poca de la manera msagradable posible. Las traducciones espaolas de La Odiseay deLa Eneida eran comunes en la corte del hermano de Isabel.Mostraba ella especial inters por los cantos o cancioneros, tanqueridos por su padre, y as aprendi la heroica historia de susantepasados los cruzados.

    Aun en la soolienta Arvalo se saba que toda Europa estaba

    amenazada por la invasin de los desalmados brbaros que habanperturbado la paz y prosperidad de los hombres de Occidentedurante ms de mil aos. En realidad, cerca de ocho siglos luch lacristiandad por su existencia. Durante la niez de Isabel, losfanticos musulmanes haban llegado al Danubio, invadido el AsiaMenor, alcanzado la Baja Hungra, gran parte de los Balcanes ydevastado Grecia, despus de abrirse camino a Constantinopla,

    llave de Occidente. En una Europa donde a menudo los reyes yprncipes anteponan sus propios intereses a los de la cristiandad,slo el papa poda hablar con universal autoridad moral. Peroaunque un pontfice despus de otro instara a los cristianos aunirse en defensa de sus hogares, nadie escuchaba esasamonestaciones, salvo los desdichados pueblos que se hallabanen la primera lnea de defensa. El emperador Federico III, quegobernaba toda la Europa central, se ocupaba afanosamente en

    cultivar su jardn o en cazar pjaros; Inglaterra estaba en vsperasde la guerra de las Dos Rosas, y cuando el pueblo de Dinamarca

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    contribuy con su dinero a costear la cruzada, el rey lo rob de lasacrista de la catedral de Roskilde. Entretanto, el terrible MohamedII, conocido con el nombre de Gran Turco, y cuya sola mencinprovocaba terror en las aldeas europeas, se abra camino a travs

    de Italia, amenazando el corazn de nuestra civilizacin.Isabel saba demasiado bien que Espaa se haba

    desangrado durante ms de setecientos aos bajo la opresinmusulmana. Algunos judos espaoles que odiaban a la cristiandady deseaban ver destruida su influencia, indujeron a los berberiscosa cruzar el angosto estrecho de frica y apoderarse de las tierrasde los cristianos. La incitacin fue escuchada. Pronto la Pennsula

    fue arrasada por el fuego y la espada del infiel. Unos judos abranlas puertas de las ciudades al invasor, mientras otros luchaban enlos ejrcitos de los visigodos cristianos. Los berberiscosconquistaron toda Espaa, excepto unas desguarnecidas,montaas en el Norte, donde se refugi el resto de los cristianos.Pero no se detuvieron los invasores en los Pirineos. InvadieronFrancia, y habran conquistado toda Europa si Carlos Martel no loshubiese rechazado en una sangrienta batalla que dur ocho das,

    cerca de Tours, en 732. Siete siglos de lucha fueron necesariospara recuperar, paso a paso, del poder invasor, las tierrasconquistadas. Ao tras ao, siglo tras siglo, haban ido empujandoa los enemigos de Cristo hacia el Mediterrneo.

    Aprendi Isabel en los cancioneros cmo un apstol de Cristo,caballero en un caballo blanco, se apareci a los destruidosejrcitos cristianos cerca de Clavijo y los condujo a la victoria sobre

    las irresistibles hordas musulmanas. ste era Jacobo el Mayor, o,como se le llama en Espaa, Santiago, el apstol, que predic allel Evangelio, y cuyo cuerpo, despus de su martirio en Jerusaln,fue llevado a Espaa por quienes lo acompaaron, de acuerdo conla tradicin espaola, y, despus de perdido durante ocho siglos,fue encontrado milagrosamente y venerado en el clebre sepulcrode Compostela. Desde entonces, Santiago fue el patrn deEspaa, y los cruzados corran a la victoria al grito de guerra Por

    Dios y Santiago!, hasta que todo el poder poltico de losmusulmanes qued reducido al rico y poderoso reino de Granada,

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    Alvaro de Luna, hacindolo decapitar. Desde la muerte del reyJuan sufri una melancola crnica, que culmin en un estado delocura apacible y tranquila.

    Al igual que la mayora de la nobleza, la reina viuda lamentaba

    que Enrique, a quien el pueblo crea el indicado para liberarlo de laamenaza mahometana, no fuera ms que un cristiano tibio eindiferente. Sus compaeros preferidos, moros, judos y cristianosrenegados, eran enemigos de la fe catlica. Se deca que supasatiempo favorito en la mesa era la invencin de nuevasblasfemias y bromas obscenas sobre la Sagrada Eucarista, laSantsima Virgen y los santos. El rey asista a misa, pero nunca

    confesaba ni reciba la comunin. Su guardia era mora, y laretribua ms generosamente que a sus soldados cristianos. Ycuando, ante el clamor popular, se puso al frente de una cruzada,en 1457, dirigi a su ejrcito de treinta mil hombres a travs de lashermosas regiones del sur del pas de una manera tan inoperante,que sus sbditos cristianos llegaron a pensar si no habraasegurado a los moros que no les hara ningn dao.

    Enrique se declaraba pacifista. Aborreca todo derramamiento

    de sangre. Sin embargo, tena a su lado a un borracho salteador decaminos, llamado Barrasa, que con otro asaltante conocido porAlfonso el Horrible, haba asesinado a un viajante, al que learrancaron la piel del rostro para evitar su identificacin, y dio unaplaza en su guardia mora a un renegado que haba participado enel asesinato de cuarenta cristianos. De ah que la nobleza catlicase inclinara a ver en el pacifismo del rey un sntoma de

    degeneracin, ms que una virtud.La fastuosa generosidad de ste con sus favoritos haba lle-

    vado al pas a la bancarrota y a la anarqua. Concedi al rabinoJos de Segovia el privilegio de recaudar impuestos, y a Diego devila, judo converso, le otorg las ms amplias facultades, inclusoel derecho de desterrar a aquellos vecinos que no pagaran losimpuestos y hasta a darles muerte sin juicio previo. Los nobles,despreciando la autoridad real, comenzaron a luchar unos contraotros, llegando a acuar su propia moneda. Los usurerosarrancaban a los agricultores y comerciantes hasta el ltimo

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    maraved, mientras los nobles, salteadores de caminos y bandidosles quemaban sus casas y violaban sus mujeres. En Sevilla,preciosa ciudad del Sur con gran poblacin juda, otorg el rey elprivilegio de recaudar ciertos impuestos a Xamardal, Rodrigo de

    Marchena y otros voraces extorsionadores. La civilizacin parecadestinada a sucumbir bajo el reinado de un monarca cuyos viciosanormales constituan el escndalo de Europa y cuya cortecausaba nuseas a toda persona decente.

    Los amigos ms ntimos del rey eran en esta poca don JuanPacheco, marqus de Villena, y su hermano don Pedro Girn,quienes eran, por lo tanto, las personas ms poderosas del reino.

    Su alarde y ostentacin de riquezas empaaban la figura delmonarca. Usaban finas sedas bordadas de oro y esplndidas joyasprimorosamente cinceladas por artfices de Crdoba. Losperiodistas de nuestros das los habran denominado el self-made-men, porque del origen ms oscuro se haban encumbrado al msalto poder. Descendan, por ambas ramas, de un judo llamado RuyCapn, pero, como muchos otros de la numerosa poblacin judade Espaa, pblicamente se declaraban catlicos. El marqus de

    Villena fue paje de la casa de don Alvaro de Luna, quien lointrodujo en la corte, donde se granje el favor del prncipe Enrique.Era un hombre encantador cuando quera serlo. Haba en sus ojosvivaces un guio simptico, usaba barba y bigotes ingeniosamenterizados y andaba deliciosamente perfumado de mbar. Existe unretrato de l en el que aparece postrado en oracin con laexpresin ms piadosa. Su nariz larga y aguilea, afilada en la

    punta, y su boca estrecha y de labios pronunciados, muy cerca deaqulla, daban a su semblante una curiosa expresin ligeramenteangelical. A ambos lados de la boca, el bigote, cuidadosamenteesmerado y enroscado, caa para elevarse luego en dos puntasairosas y altaneras. Era el ms ntimo consejero y compaero delrey.

    Su hermano don Pedro Girn era un hombre meloso y za-lamero, de naturaleza sensual y de muy mala reputacin. Aunque

    profesaba el culto catlico, los catlicos no vean en l un hombreque hiciera honor a su religin. No obstante, haba obtenido el

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    CAPTULO II

    Aun en su aislamiento de Arvalo, la princesa Isabel eraconsiderada como una pieza de ajedrez en la poltica de Europapor el marqus de Villena, virtual soberano de Castilla. Villena eramuy hbil para arreglar las cosas de manera tal que sirvieran a sus

    intereses. Envi un mdico judo a Portugal para que negociara elsegundo matrimonio del rey Enrique, despus de su ascensin altrono en 1454. Enrique se haba casado por primera vez, a la edadde catorce aos, con Blanca, la gentil hija de Juan de Aragn; peroel matrimonio fue anulado por impotencia. Villena tema queEnrique, que necesitaba un heredero, concertara otro matrimoniocon la casa de Aragn. Esto no habra convenido a Villena, quien

    haba persuadido a Enrique para que le diera ciertos dominios deCastilla pertenecientes al rey de Aragn y que l no tena intencinde devolver. Una alianza portuguesa le satisfaca ms. Comoconsecuencia de ello, en 1455 lleg a Crdoba, en calidad desegunda novia de Enrique, la encantadora princesa Juana,ocurrente y vivaracha nia de quince aos, hermana del gordo, ricoy caballeresco rey Alfonso V.

    Juana, como era de suponer, padeci la ms desgraciada vida

    con su disoluto esposo. Sobrellev su suerte con gran paciencia,hasta que l comenz a cortejar pblicamente a una de las damasde la corte, doa Guiomar de Castro. Esto era demasiado para elorgullo de la reina. En presencia de toda la corte le pegfuertemente en la cara con su abanico, por lo que el rey se vioobligado a enviar a su favorita a un lugar en el campo.

    Enrique figuraba ahora como amante de la notoriamente co-

    rrompida Catalina de Sandoval. Cuando se hasti de sta, se laquit de encima removiendo de su cargo a la piadosa abadesa del

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    convento de San Pedro de las Dueas, de Toledo, y sustituyndolapor ella, explicando sardnicamente que el convento necesitabauna reforma. Catalina procedi entonces a la reforma de lasmonjas. Este expediente tenia, adems, la ventaja de irritar al

    arzobispo de Toledo. Como primado de Espaa, don AlfonsoCarrillo reproch al rey, primero en privado y despuspblicamente, su licenciosa vida y los escndalos de su corte ygobierno. Enrique respondi cercenando la jurisdiccin delarzobispo y ridiculizando a l y a las ceremonias de la Iglesia. Elarzobispo puso entonces todo el peso de su autoridad en favor deun grupo de nobles que se haban unido en un intento de librarsede la tirana del odioso marqus de Villena. El jefe de ellos, donFadrique Enrquez, almirante de Castilla, era un hombre diminuto,pero brusco, intrpido, valiente y franco, que haba aumentadoltimamente su prestigio de gran terrateniente de Castilla medianteel casamiento de su hija Juana Enrquez con el rey Juan deAragn.

    Villena busc apoyo en los enemigos del rey de Aragn.Afortunadamente para l, Carlos de Viana se haba disgustado con

    su padre por razn de su casamiento. Villena contrajo, as, unaalianza con Carlos, sellndola con la promesa de darle enmatrimonio a la princesa Isabel.

    Esto desagrad a Juana Enrquez, segunda esposa del rey deAragn, pues su ms grande ambicin era casar a su hijoFernando con doa Isabel. Persuadi a su viejo esposo de lanecesidad de encarcelar a su hijo Carlos, estudiante de catorce

    aos: pero ste era tan querido en Catalua, que los catalanes serebelaron, obligando al rey a ponerlo en libertad. Padre e hijo sereconciliaron y firmaron un tratado. Poco despus mora Carlos, yel pueblo aseguraba que haba sido envenenado por orden de supadre y su madrastra. La imputacin seguramente fue injusta, pueshaca mucho tiempo que Carlos estaba tuberculoso.

    Su muerte, seguida de la de sus dos hermanas, dej el campolibre al pequeo prncipe Fernando de Aragn, y su madre renoventonces los esfuerzos para unirlo a la real casa de Castilla. Loscatalanes descontentos persiguieron a ella y a Fernando hasta

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    Gerona, asedindolos en una torre durante varios das. El viejo reyde Aragn era incapaz de socorrerla, pero, en su ansiedad, obtuvodel rey de Francia, Luis XI, setecientos lanceros provistos de arcosy artillera y un prstamo de doscientas mil coronas. Luis exigi, en

    garanta del prstamo, las dos provincias de Cerdea y Roselln,en el norte de Espaa, con la esperanza de que el rey de Aragnno fuera capaz de redimidas. Posteriormente esto constituy unsemillero de discordias.

    Mientras, en Castilla los conspiradores, descorazonados porlas complicaciones en que se haba envuelto su aliado el rey deAragn, abandonaron sus proyectos, y el rey Enrique, que haba

    perdido todas sus esperanzas, se sinti ms seguro en sutambaleante trono. En esa situacin, su preciosa esposa daba a luzuna nia, en circunstancias que provocaron desagradables yescandalosas murmuraciones.

    Haca tiempo que el favorito del rey, Beltrn de la Cueva,apareca en pblico con los reyes, y se deca sin reservas quehaba ganado el afecto de la reina. Era alto, robusto y de gentilexterior; diestro en el manejo del sable y de la lanza, siempre se

    hallaba pronto para un lance de amor. Su influencia sobre elpusilnime rey asombraba aun a esa degradada corte. Era capazde enfurecerse contra su soberano, y, como si fuese dueo delpalacio, habra derribado a puntapis al portero que no le hubieraabierto inmediatamente las puertas. Otros nobles envidiaban elpoder del nuevo favorito y le aborrecan por su arroganteinsolencia. Huelga decir que el marqus de Villena, cuya buena

    estrella se eclipsaba, no hallaba en l la ms mnima aptitud.Un da que los soberanos regresaban a Madrid, a caballo,

    encontraron el camino cerrado. En un campo vecino se habanlevantado unos andamios en forma de palcos, colmados de es-pectadores, y en el espacio libre se encontraba don Beltrn de laCueva, con su armadura de plata, desafiando, desde las primerashoras de la maana, a todo caballero que pasara por ese camino, auna justa de seis combates o, de lo contrario, a dejar su guanteizquierdo en el campo como prenda de su cobarda. Don Beltrn lohaca para defender la suprema belleza de su dama, sobre la de

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    todas las otras mujeres del mundo. El rey dispuso que enconmemoracin de ese hecho se edificara en ese lugar unmonasterio; y desde entonces se levanta all el monasterio de SanJernimo del Paso (San Jernimo del Paso de Armas). El rey cay

    en ridculo, porque era pblico que el nombre de la dama que pordiscrecin Beltrn no quiso dar no era otro que el de la mismareina.

    En marzo de 1462, despus de seis aos de esterilidad, lareina Juana daba a luz una nia. La nia fue llamada, como sumadre, Juana; pero los cortesanos la llamaban la Beltraneja, por nodecir la hija de Beltrn.

    El arzobispo de Toledo, Carrillo, bautiz a la infanta princesacon gran pompa y magnificencia. El marqus de Villena y elembajador de Francia fueron sus padrinos, y la madrina la princesaIsabel, grave y resuelta nia de once aos que haba sido trada deArvalo para ese acontecimiento. Convocadas las Cortes pocosdas despus, luego que los representantes de diecisiete ciudadesprestaron el juramento de fidelidad a Juana como heredera deltrono de Castilla, Isabel fue la primera en besar la mano de la

    pequea princesa, regresando a Arvalo despus de la ceremonia.Durante un tiempo continu Isabel su educacin junto a Bea-

    triz de Bobadilla. Aprendi a montar a caballo y a cazar liebres yjabales con el gobernador. Recibi su primera comunin, y, al igualque su madre, fue una devota y sincera catlica. Pareca que suvida deba emplearse en una bella y agradable oscuridad. Pero eldestino le tena reservada una ms heroica tarea.

    Ese mismo ao lleg un correo de Madrid con un mensaje queson como una bomba en los odos de la reina viuda y su pequeacorte. El rey Enrique le ordenaba que enviase a la princesa Isabel yal prncipe Alfonso a la corte para que se educaran msvirtuosamente bajo su cuidado personal.

    La reina viuda sabia cun virtuosa era la corte de Enrique.Hasta a la tranquila Arvalo haban llegado noticias de los

    escndalos del rey y sus amigos. Algunos de los rufianes de laguardia mora haban violado jvenes mujeres y nias, y cuando los

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    padres acudieron al rey reclamando venganza, los hizo azotar enlas calles, alegando que tenan pensamientos endemoniados y queestaban locos. Los vicios anormales de los moros y los del mismorey y de algunos de sus cortesanos, eran objeto de comentarios

    pblicos. Ninguna madre poda desear que su hija viviera en tanexecrable compaa. Con todo, la autoridad real era absoluta.

    Isabel y su hermano abandonaron con tristeza a su inconso-lable madre, y tristemente, rodeados de hombres armados, ca-balgaron por el camino de Madrid, que los llevaba al rey.

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    CAPTULO III

    La maciza puerta del viejo alczar moro de Madrid girpesadamente, abrindose con un fuerte crujido. Desde dentrollegaba el bullicio de voces femeninas jvenes y alegres, entre-mezcladas con risas y con el golpear de muchos cascos sobre el

    pavimento de piedra. Una docena de pequeas mulas enjaezadasde oro y carmes salieron galopando a travs de la puerta, llevandosobre sus lomos a otras tantas damiselas vestidas de trajes sinmangas y con las faldas tan cortas, que al flotar al viento dejabanver sus desnudas piernas de amazonas. Los vendedoresambulantes y mendigos que haban despejado el medio de lasinuosa calle con roncos gritos y maldiciones, pudieron observar

    que las piernas de las damiselas estaban pintadas con tal arte, queparecan extraordinariamente blancas a la luz del sol del atardecer.Las jvenes llevaban los ms extravagantes trajes. Una luca uninsolente bonete de hombre; otra, con la cabeza al descubierto,dejaba flotar al viento su roja cabellera; otra llevaba un turbantemoro de gasa de seda entrelazado con hilos de oro, y otra cubrasu negro cabello con un pauelo de seda a la usanza de Vizcaya.sta cea sus pechos con correas de cuero; sa llevaba su daga

    en el ceidor; aqulla una espada, y varias, sendos cuchillos deVitoria colgando del cuello.

    Tales eran las jvenes damas de la corte de Enrique, segnlas crnicas de la poca, y tales las compaeras entre las cualesIsabel y su hermano tendran que pasar los ms impresionablesaos de su vida. Madrid viva una fiebre de bailes, torneos,espectculos, comedias, corridas de loros, intrigas y escndalos.

    Difcilmente podran los nios vivir un tiempo en el palacio real sinenterarse de muchas cosas que nunca soaron en Arvalo, y que

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    hubieran llevado a su afligida madre al ltimo grado dedesesperacin. Deban enterarse de la nueva blasfemia inventadapor don Beltrn cada da, de las indiscreciones de la reina y de laslocuras del rey. Es generalmente aceptado como cierto que Isabel

    y Alfonso vivieron en medio de la perniciosa atmsfera de esa locacorte sin contaminarse y que salieron de ella con un odio, para todasu vida, contra la inmoralidad reinante y sus causas, entre lascuales reconocan la influencia de los moros y judos. Cuando lareina Juana inst a Isabel poco tiempo despus tena entoncesdiecisis aos a participar del libertinaje de la corte, la pequeaprincesa rompi a llorar con su hermano. Alfonso, aunque slocontaba catorce aos, se dirigi resueltamente al departamento dela reina y le prohibi que en lo sucesivo causara dao alguno a suhermana. Despus increp a algunas damas de la reina,amenazndolas de muerte si en adelante intentaban corromperla.

    Entretanto, el rey no haba sido del todo negligente. A Isabelse le ense msica, poesa, pintura, gramtica y labores de aguja,y Alfonso aprendi todo lo concerniente a un caballero, queconsista principalmente en ejercicios a caballo con la lanza y la

    espada. Tambin estudi con un preceptor, de quien se dice querealiz, sin xito, esfuerzos para corromperlo. Durante todo estetiempo, los nios desempeaban un inconsciente papel en lapoltica de intriga. A medida que aumentaba el descontento entre lanobleza catlica y la gente del pueblo contra el rey incapaz y elimpo don Beltrn, comenzaba a vislumbrarse la posibilidad deoponer a Isabel y Alfonso contra la Beltraneja, cuya legitimidad era

    por todos puesta en duda. La situacin del rey se hizo an msdifcil cuando removi al prncipe Alfonso del cargo de granmaestre de la Orden de Santiago, reemplazndolo por don Beltrn,pues ese cargo, de tanto poder y riqueza, se haba reservadosiempre para los miembros de la familia real. Villena se encoleriz,porque deseaba ese honor para l. Mayor an fue su enojo cuandose enter de que el rey, en compaa de la reina y don Beltrn,haban llevado a doa Isabel a Gibraltar para entrevistarse con el

    rey Alfonso V de Portugal, quien los recibi con gran pompa ymagnificencia. Alfonso era un obeso caballero entrado en aos,

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    conocido por su valor y escaso juicio. Qued tan prendado de lalozana belleza y buen sentido de la princesa de doce aos, que leofreci ser reina de Portugal.

    Isabel, agradecindole el honor que le haca, le contest h-

    bilmente que, de acuerdo con las leyes de Castilla y el mandato delrey su padre, ahora en la gloria, no poda contraer matrimonio sin laaprobacin de los tres estados castellanos reunidos en cortes.

    A su regreso a Madrid tuvo la desagradable sorpresa deenterarse de que, por orden del rey, su hermano haba sidosecuestrado y encerrado en un cuarto secreto del Alczar. Todaslas tentativas del prncipe para comunicarse con ella fracasaron,

    pero se ingeni para pedir ayuda al arzobispo de Toledo, que leprometi ayudarlo. Carrillo era un hombre de su poca, quiz mscapacitado para ser guerrero que sacerdote, y cumpli su palabra.Acudi montando en un gran caballo negro de guerra, armado depies a cabeza, vistiendo una reluciente cota de malla, y sobre lacoraza una tnica carmes con la gran cruz blanca de su blasn. Seuni en Burgos a otros nobles descontentos, redactando una seriede clebres y memorables representaciones dirigidas pblicamente

    al rey. Se censuraba a ste crudamente por sus opiniones y suconducta poco cristianas y por sus blasfemos e infielescompaeros, a cuya influencia atribuan la abominacin ycorrupcin de pecados tan detestables que no se puedencomprobar, porque corrompen la atmsfera y son una mancha delocura en la naturaleza humana; pecados tan notorios, que al noser castigados, hacen temer por la ruina de los reinos; y muchos

    otros pecados e injusticias y tiranas se agregaba apestanvuestros reinos y no se conocan en los pasados. Declaraban quela guardia mora del rey y otros a quienes l haba dado poder,haban forzado mujeres casadas y violado doncellas y hombres ymuchachas contra natura; y los buenos cristianos que se atrevierona quejarse fueron pblicamente azotados. Lo acusaban depermitir pblicamente en su corte las blasfemias y mofas contra lascosas santas y los sacramentos..., especialmente el sacramento

    del cuerpo de nuestro Dios y todopoderoso Seor... Esto es grancarga en vuestra conciencia, porque tales ejemplos hacen que

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    innumerables almas hayan ido y vayan a su perdicin. Acusabantambin al soberano de haber destruido la prosperidad de lasclases trabajadoras cristianas al permitir a los moros y judosexplotarlas, lo que haba ocasionado la injustificada subida de los

    precios al desvalorizarse la moneda; que haba permitido a susfuncionarios cohechos y sobornos en gran escala; que se habamofado de la justicia y del gobierno al hacer malos nombramientosy permitir que quedaran sin castigo horrendos crmenes; que habacorrompido a la Iglesia al remover de sus sedes a buenos obispos,reemplazndolos por hipcritas y polticos. Tambin denunciabanla influencia de don Beltrn, y abiertamente decan al rey: DoaJuana, la que llaman la princesa, no es vuestra hija.

    Finalmente, le hacan el grave cargo de que don Beltrn habausado de la autoridad real para tener ascendiente sobre laspersonas de la princesa y su hermano Alfonso, y que estabaconspirando para asesinarlos y asegurar la ascensin al trono desu hija la Beltraneja.

    El rey, terriblemente asustado, convoc a una reunin de suspartidarios, y muchos de ellos, no obstante despreciarlo, se

    mantuvieron leales a la autoridad legtima. El anciano obispo deCuenca, que haba sido consejero del rey Juan II, declar que unrey no poda tener con rebeldes que lo desafiaban otro trato que laguerra.

    Enrique respondi despreciativamente: Los que no necesitancombatir ni piensan poner sus manos en un sable, siempre estnprontos para disponer de las vidas de los otros.

    El viejo obispo alz su voz, temblando de clera: De aqu enadelante se os dir el ms inepto rey que Espaa ha conocido

    jams; y os arrepentiris de esto, seor, cuando sea ya demasiadotarde!

    A pesar de todo, el rey pacifista llam secretamente a suantiguo favorito, el marqus de Villena, y este hbil conspirador,pronto para reparar en la ventaja que poda sacar de ello, se

    ofreci para hacer la paz entre los dos bandos. En un tratadoconocido por Acuerdo de Medina del Campo, Enrique repudiaba

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    alejado de todos, cantaba tristes canciones acompandose de sulad. Se dola ahora de haber ofendido al marqus de Villena.

    Se oper entonces una gran reaccin a favor del desgraciadorey, porque, a pesar de todo, el pueblo de Castilla reverenciaba a la

    monarqua y entenda que los rebeldes hablan ido demasiado lejos.Villena ofreci ponerse al lado del monarca y proveerlo de dinero ysoldados, adems de mantener custodiado al prncipe Alfonso,siempre que el rey desterrara de la corte a don Beltrn y casara ala princesa Isabel con su hermano el marqus don Pedro Girn. Elrey escuch framente esta propuesta del marrano de psimareputacin que quera unirse a la realeza castellana, y dio su

    consentimiento.Isabel estaba acostumbrada a desempear el papel principalen los proyectos de casamiento de la real familia. Haba sidoprometida en varias oportunidades a Fernando de Aragn, a Carlosde Viana, a Alfonso V de Portugal; y en cierta ocasin se habahablado de casarla con el hermano de Eduardo IV de Inglaterra,probablemente aquel conde de Gloucester que ms tarde sera eltan famoso rey Ricardo III. Pero todos estos pretendientes tenan

    sangre real y cualidades respetables. Don Pedro Girn no tenaninguna. La princesa se desesper y recurri como siempre a Dios,pidindole su ayuda. Se encerr en su cuarto, ayunando durantetres das; y durante los tres das y sus noches siguientespermaneci postrada de rodillas ante un crucifijo, suplicandofervorosamente a Dios que le mandara la muerte a ella o a donPedro Girn.

    Beatriz de Bobadilla, a quien la princesa haba participado sucuita, resolvi tomar el asunto en sus manos. Blandiendo una daga,proclam que antes matara a don Pedro que permitir que secasara con la princesa. Dios no lo ha de permitir dijo, nitampoco yo!

    Mientras, llegaba un correo de don Pedro diciendo que lasinstrucciones del rey le llenaban de gozo y que parta de su castillo.

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    CAPTULO IV

    A la tarde del da de su partida, acompaado de un brillantesquito, con sus pendones desplegados, llegaba don Pedro Girn aVillarrubia, villorrio prximo a Villarreal. Aun cuando estaba muyimpaciente por seguir adelante, se vio obligado a hacer alto por la

    noche, pues oscureca y los caminos eran malos y peligrosos.Pensaba que pronto sera el dueo de una real novia y, gracias aella, de un alto porvenir que nadie poda prever.

    Pero ningn hombre, ni aun el gran maestre de Calatrava, esdueo de su destino. Esa noche don Pedro enferm gravemente.Los mdicos diagnosticaron anginas, pero nada pudieron hacerpara que el mal cediera. Durante toda la noche pareci como que

    una mano invisible fuera estrangulando por momentos al enfermo.Cuando, finalmente, se enter don Pedro de que su mal no tenaremedio y le preguntaron si quera un sacerdote, se apoder de luna salvaje desesperacin. Dej de fingirse cristiano y rehusrecibir los Sacramentos o rezar una oracin. Al tercer da de sualegre partida, mora blasfemando contra Dios por rehusarlecuarenta das ms a sus cuarenta y tres aos para poder disfrutarde sus proyectadas bodas. Con callada previsin, don Pedro hizo

    su testamento, y todos sus bienes y ttulos pasaron a mano de sustres hijos bastardos.

    Doa Isabel recibi la noticia de su muerte con lgrimas dealegra y gratitud, y se dirigi apresuradamente a la capilla para dargracias a Dios. No ocurri lo mismo con el rey Enrique y elmarqus de Villena. La muerte de don Pedro haba frustrado todossus planes. Villena, sintiendo que ya nada tena que esperar del

    rey, lo abandon una vez ms, y, enterado de que losconspiradores se aprestaban nuevamente a la lucha, se uni a

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    ellos. Enrique tena ahora que elegir entre luchar o entregar sutrono. Como sus fuerzas sumaban setenta mil hombres deinfantera y catorce mil de caballera, se decidi a pelear.

    En ese verano de 1467, Castilla se encontraba en un estado

    lamentable. Diariamente ocurran asaltos, incendios y asesinatos.Una iglesia donde se haban refugiado trescientos cincuentahombres, mujeres y nios, vasallos del conde de Benavente, fuequemada por los enemigos de ste, pereciendo cuantos sehallaban dentro. Toledo se hallaba en estado de guerra entre los

    judos cristianos (conversoso marranos, como se les llamaba) y loscristianos viejos. Los cannigos de la catedral del lugar, algunos de

    los cuales eran conversos, recaudaban las rentas del vecino pueblode Maqueda, incluido el impuesto sobre el pan. Este privilegio, tanodioso a los pobres medio muertos de hambre, fue adjudicado ensubasta a ciertos judos. Un alcalde cristiano castig a los judosexpulsndolos de la ciudad. Los cannigos hicieron arrestar alalcalde, pero mientras deliberaban sobre el castigo que debanimponerle, Fernando de la Torre, rico caudillo de los judosconversos, se decidi a hacer justicia por su propia mano. Hombre

    brusco y violento, anunci que l y sus amigos haban reunidosecretamente cuatro mil hombres bien armados, nmero seis vecesmayor al que los cristianos viejos pudieran juntar, y el 21 de julioorden a sus fuerzas que atacaran la catedral. Los judosencubiertos se lanzaron contra las grandes puertas de la catedral algrito de Mueran! Mueran!, que no es iglesia sta, sino congrega-cin de malos e viles. Los catlicos, dentro de la iglesia, sacaron

    sus sables y se aprestaron a la defensa. Se libr una sangrientabatalla frente al altar mayor.

    Refuerzos cristianos llegados al galope de los pueblos vecinoslanzaron un contraataque en el lujoso barrio donde viva la mayorparte de los conversos. Destruyeron las casas de ocho calles.Colgaron a Fernando de la Torre y a su hermano, y despusasesinaron a los conversos sin hacer distincin.

    Pocos das despus lleg a Toledo el hermano de Isabel, encompaa de Villena y el arzobispo. Una delegacin de cristianosviejos, todava enorgullecidos por su reciente triunfo sobre los

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    judos encubiertos, esperaba al prncipe de catorce aos paraofrecerle su apoyo contra el rey si aprobaba la matanza y lasmedidas que pensaba tomar contra los ya aterrorizados ydesarmados conversos.

    Dios no querr que yo apruebe tal injusticia dijo decidi-damente el prncipe. Aunque ame el poder, no deseo comprarloa tal precio..

    En otra ocasin, el prncipe declar que los nobles deban serprivados de su prerrogativa de desafiar a los reyes y tiranizar alpueblo. Esto no poda gustar a un caballero tan turbulento comoVillena. De todos modos, el marqus tena una carta de triunfo en

    la persona del joven prncipe, y estaba decidido a hacer buen usode l antes de que creciera lo bastante para ser incmodo. Con susamigos sali al encuentro del ejrcito del rey, que se encontraba enun campo prximo a Olmedo. Con su desafo a Enrique enviaronrecado a don Beltrn hacindole saber que cuarenta caballeros sehaban juramentado para matarlo. Don Beltrn les contestenvindoles una detallada descripcin de la armadura que iba ausar.

    La batalla se libr el 20 de agosto. Don Beltrn mat amuchos de los juramentados, y sali ileso. En lo ms duro de labatalla apareci el prncipe Alfonso, armado de pies a cabeza yacompaado del bravo arzobispo Carrillo con su manto escarlatablasonado con una cruz blanca. Se luch encarnizadamentedurante todo el da. Los rebeldes, por fin, se retiraron; pero cuandodon Beltrn y sus compaeros buscaron al rey para felicitarle, no

    se le pudo encontrar, porque haba huido de la batalla. Se leencontr al da siguiente, escondido, a varias millas de distancia.Ambos bandos se declaraban victoriosos.

    Entretanto, Isabel permaneca en Segovia con la reina Juanay la Beltraneja.

    Durante el siguiente mes de julio fue llamada urgentemente ala villa de Cardeosa, donde su hermano enferm de gravedad

    repentinamente. Cuando ella lleg, ya estaba muerto. Algunosdijeron que haba comido el 4 de julio una trucha envenenada. Pero

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    es posible que muriese vctima de la fiebre de verano, que causentonces muchos estragos en Castilla, o que hubiera ingeridoalgn alimento putrefacto.

    Isabel volvi a vila despus del funeral y se retir al convento

    cisterciense de Santa Ana. De all trat de sacarla el arzobispo deToledo para ofrecerle la adhesin de los rebeldes y el apoyo destos en su pretensin al trono de Castilla contra Enrique. La jovenprincesa contest que su hermano Enrique era el legtimo rey, porhaber recibido el cetro de su padre Juan II, y aunque no condenabaa su hermano don Alfonso por lo que hubiera hecho, ella nuncaintentarla llegar al trono por medios ilegtimos: no fuera que

    hacindolo perdiera la gracia y la bendicin de Dios. A los ruegosde Carrillo respondi con una suave pero firme negativa.

    Sin jefe, los nobles rebeldes se vieron obligados a hacer lapaz con el rey. Con todo, los trminos del pacto de Toros deGuisando eran muy favorables para Isabel, porque el voluble rey lareconoca como su heredera, comprometindose a convocar aCortes dentro del plazo de cuarenta das para ratificar su ttulo, yprometa no obligarla jams a casarse sin el consentimiento de ella.

    Despus de firmar el acuerdo, abraz afectuosamente a Isabel, ytodos los nobles se adelantaron a besarle la mano.

    Pronto, sin embargo, se advirti que el rey, instigado por,Villena, estaba haciendo un doble juego. Convoc a Cortes, comolo haba prometido, pero las disolvi sin ratificar el pacto. Y decidicasar a la princesa, tan pronto como fuera posible, con Alfonso Vde Portugal. Alfonso envi una embajada presidida por el arzobispo

    de Lisboa para obtener el consentimiento de Isabel.La princesa tena ahora dos pretendientes, adems de Alfonso

    V el duque de Guyena, hermano y presunto heredero de Luis XIde Francia, y el prncipe Fernando de Aragn, a quien haba sidoprometida en su niez, y secretamente envi a su capelln aPars y a Zaragoza para que los observara desde cerca. stevolvi, despus de varias semanas, informando que el duque

    francs era un prncipe dbil, afeminado, de miembros tan flacos,que parecan deformes, y de ojos tan dbiles y llorosos, que le

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    hacan inepto para toda empresa caballeresca. Don Fernando, encambio, era de mediana estatura, bien proporcionado en susmiembros, en las facciones, de su rostro bien compuesto, los ojosrientes, los cabellos prietos e llanos e hombre bien complisionado.

    Qu nia de diecisis aos poda dudar en esa eleccin?Isabel deseaba casarse con el prncipe Fernando, y en estadecisin se vio fuertemente apoyada por el arzobispo. Carrillo,quien prevea que un casamiento con Fernando hara de losgrandes reinos de Castilla y Aragn una de las ms poderosasnaciones de Europa. Era evidente, sin duda, que Enrique jamspermitira ese matrimonio. Por consiguiente, Isabel contemporiz

    con el embajador portugus, diciendo al arzobispo de Lisboa quese casara con el rey Alfonso siempre que el parentesco noconstituyera uno de los impedimentos establecidos por la Iglesia.Enrique se vio obligado a pedir a Roma una dispensa, lo quesignificaba una gran demora que convena a los intereses deIsabel. sta, siguiendo el consejo del arzobispo y de otros, envi aAragn dos mensajeros secretos, haciendo saber al prncipeFernando que otorgaba su consentimiento.

    Villena se enter, por algn medio, de la partida de los men-sajeros de Isabel, y el rey orden inmediatamente que fueraarrestada la princesa.

    Isabel estaba entonces en Ocaa, y, enterado, el pueblo seopuso con las armas a que las tropas reales la arrestaran. Hastalos nios tomaron parte en aquella manifestacin popular,enarbolando en las calles los pendones de Castilla y Aragn,

    porque la causa del prncipe Fernando era popular, y cantaban:

    Flores de Aragndentro Castilla son!Pendn de Aragn!Pendn de Aragn!

    Isabel huy de Ocaa a Madrigal, lugar de su nacimiento. All

    permaneci hasta que regresaron de Aragn sus dos enviados,que le informaron que la situacin reinante era tan incierta, que el

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    prncipe Fernando no poda por el momento venir a casarse conella. Su anciano padre se haba quedado ciego, su madre estabaenferma de cncer, y los catalanes, envalentonados por Luis XI deFrancia, haban vuelto a sublevarse. No obstante, Fernando haba

    firmado su compromiso matrimonial y enviado a Isabel como dote yprueba de sinceridad un collar de perlas y rubes valuado encuarenta mil florines de oro, y adems ocho mil florines enmonedas. El collar, que era de su madre, haba sido empeado,pero Fernando, para rescatarlo, obtuvo dinero de algunos de losricos judos de Aragn.

    Durante todo este tiempo los espas de Villena y el rey haban

    vigilado a Isabel en Madrigal, y all tambin volvieron a entrevistarlalos mensajeros del rey de Portugal. Una vez ms, ella lesrespondi evasivamente diciendo: Antes que nada, debo rogar aDios en todos mis negocios, especialmente en ste que me tocatan de cerca, que muestre su voluntad y me haga seguir aquelloque sea en su servicio y bien de esto nos.

    Los espas del marqus enviaron a ste una descripcin delcollar que Isabel haba recibido de Aragn. Villena estaba furioso.

    Se lo comunic inmediatamente al rey. Enrique envi fuerzas decaballera a Madrigal para que arrestaran a la princesa.

    Isabel esper profundamente preocupada. Dnde estaba elarzobispo? l le haba prometido protegerla, y, a pesar de todo, sehaba ido, y ella no saba dnde se encontraba. De algn sitio de laciudad llegaban gritos y el ruido de corridas y el galope de loscaballos sobre el empedrado. Ella call de rodillas y or.

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    CAPTULO V

    Momentos despus Isabel levantaba su mirada para encon-trarse en su aposento con una sombra vestida de relucientearmadura toledana, cuyas espuelas sonaban a medida que seacercaba. Era Carrillo. Cumpliendo su palabra, haba acudido con

    trescientos caballeros para rescatarla en el momento oportuno.Mientras pasaban por las puertas de Madrigal, apenas una

    hora o dos antes de la llegada de las tropas reales, el arzobispo leexplic, con su suave y pomposa gravedad, por qu no habaacudido antes y por qu haba trado tan pocas fuerzas en lugar delejrcito que proyect traer. Tena dificultades con algunas de susciudades, se haca difcil la recoleccin de las rentas, el dinero era

    escaso y los soldados mercenarios muy codiciosos. A medida queCarrillo hablaba, la joven princesa lo observaba con calma, comoestaba aprendiendo a hacerlo con todos los hombres. Su debilidadera la vanidad, que tomaba en l la forma de un frvolo amor a lagloria. Como Villena, siempre andaba en busca de favores reales,pero se diferenciaba de ste en que slo los quera para drselos asus amigos y aduladores. Era tan generoso, que, a pesar de todossus ttulos y posesiones, siempre andaba escaso de recursos, y era

    especialmente caritativo con los pobres y las comunidades re-ligiosas. Era una extraa mezcla de sacerdote y soldado. Con todo,tena una sincera devocin hacia la Iglesia. Corrigi ciertos abusosde los sacerdotes de su dicesis, construy el monasterio de SanFrancisco, de Alcal de Henares, y fund una ctedra en la casa deestudios del mismo lugar.

    Isabel anduvo cincuenta millas con el fornido arzobispo, hasta

    la ciudad de Valladolid, donde los ciudadanos se adelantaron pararecibirla y aclamarla. Carrillo observ sagazmente que los

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    ciudadanos de Valladolid podran poco contra el ejrcito deEnrique. Sin dinero y con limitadas tropas, la princesa corra gravepeligro. El arzobispo no tena ninguna esperanza de que laprincesa se salvara de la prisin, a menos que el prncipe Fernando

    de Aragn cruzara sin ser visto la frontera a travs de los estadosde los Mendozas, que eran leales a Enrique, de manera quepudiera casarse con la princesa, quien tendra un estado legal msfuerte como esposa y podra huir a Aragn o hacer frente a Enriquecon un hecho consumado. Isabel dio su conformidad. Enviaronentonces un veloz mensajero a Aragn, rogando a Fernando queviniese cuanto antes, disfrazado.

    El prncipe contest que lo intentara.Algunos das despus, mientras el rey y Villena se dirigan alnorte de Extremadura, el prncipe Fernando sala de Tarazona, enAragn, disfrazado de arriero, con una pequea caravana demercaderes. Marchando tan de prisa como sus mulas y asnoscargados con mercancas se lo permitan, andaban despus que elsol se pona, por caminos poco frecuentados que atravesabansolamente pequeas aldeas. Cuando se detentan en algn

    albergue, el joven arriero, con sus andrajosas vestiduras y un gorrosucio cado sobre los ojos, aguardaba descansando en una mesa.Mientras los dems dorman, se mova sin cesar o sala a recorrerel patio de la posada y a contemplar las estrellas.

    Abrindose camino hacia el Oeste, a lo largo de la ribera delDuero en direccin a Soria, los mercaderes siguieron una sendarocosa a travs de las montaas, arribando a altas horas de la

    segunda noche de su jornada al Burgo de Osma. Llegaban alprimer castillo que no perteneca a los enemigos de la princesaIsabel. Sus puertas se encontraban ya cerradas. Los mercaderesse detuvieron a alguna distancia para deliberar, pero el jovenarriero, ms impaciente, se adelant al castillo golpeandofuertemente. Desde una ventana, en lo alto, cay una lluvia degrandes piedras, una de las cuales roz la oreja del prncipe.

    Queris matarme, locos? grit. Soy don Fernando; de-jadme entrar!

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    El alcaide del castillo baj a abrir las puertas, dando todaclase de explicaciones; haba confundido a los viajeros conladrones.

    Temprano, a la maana siguiente, el alcaide condujo al

    prncipe por el camino de Valladolid, donde Isabel lo esperaba en elpalacio de Juan de Vivero. La princesa tena entonces dieciochoaos; era once meses mayor que Fernando y tal vez una pulgadams alta; y, aunque actualmente no existe ningn retrato autnticode ella, todos los que la conocieron coinciden en las finasproporciones de su robusto cuerpo, su gracia y distincin, la clsicapureza de sus rasgos, la belleza y armona de sus gestos, la

    msica de su suave y clara voz, los reflejos cobrizos de su cabelloy la suavidad de su colorido que habra desesperado a cualquierpintor. Como Fernando, su primo segundo, descenda por amboslados de la casa inglesa de Lancaster a travs de Juan de Gante.

    Las responsabilidades que pesaban sobre el prncipe le ha-can representar ms edad que la de sus diecisiete aos. Tenaamplia frente, acentuada por una prematura calvicie, y ojos vivos ypenetrantes bajo pobladas cejas. Era sencillo en el vestir, sobrio en

    los gustos, siempre dueo de s mismo en todas las circunstancias:siempre el prncipe. Tena dientes un poco irregulares, quemostraba agradablemente cuando sonrea. Su voz erahabitualmente dura y autoritaria, pero se haca agradable conaquellos a quienes quera o deseaba satisfacer. Parece que Isabelam a Fernando desde el primer momento y continu enamoradade l durante toda su vida.

    Era el 11 de octubre. Al da siguiente, la princesa escribi alrey Enrique anuncindole su intencin de casarse con Fernando ypidindole su real bendicin. Estaba decidida a casarse con elprncipe de cualquier modo, pero prefera hacerlo con elconsentimiento del rey. Para ella era un obstculo ms serio lanecesidad de la dispensa. En este trance, el abuelo de Fernando,el almirante, exhibi una bula otorgada en blanco por el papa, cincoaos antes, por la que se autorizaba al prncipe a contraermatrimonio con cualquiera persona dentro del cuarto grado deparentesco. Se supo despus que este documento era fraguado,

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    como lo eran en esa poca muchos breves papeles, y cuandoIsabel descubri el engao, no descans hasta obtener unaautntica dispensa de Roma. Pero el documento falso, ideado porel astuto padre de Fernando, cumpli sus fines en su oportunidad

    venciendo los escrpulos de Isabel, y el arzobispo procedi acelebrar el matrimonio el 18 de octubre. Para proteger su reino deCastilla de la posibilidad de una agresin de los aragoneses, Isabelinsisti en que Fernando firmara bajo juramento el compromiso derespetar todas las leyes y costumbres de Castilla, fijar all suresidencia y no abandonarla sin su consentimiento; no hacernombramientos sin su aprobacin, dejar en manos de ella losnombramientos de beneficios eclesisticos, continuar la guerrasanta contra los moros de Granada, proveer de lo necesario a lamadre de Isabel, que se encontraba en Arvalo, y tratar al reyEnrique con respeto y devocin, como legal gobernante de Castilla.Todas las ordenanzas reales deban ser firmadas conjuntamentepor Isabel y Fernando, y si Isabel suceda a Enrique, ella sera laindiscutida soberana de Castilla, usando, por cortesa, Fernando eltitulo de rey. Era caracterstico del recto y lcido entendimiento de

    Isabel dejar claramente establecidas las cosas desde el principio.Aunque se amaban tiernamente, existan diferencias entre

    Fernando e Isabel.

    Isabel era mejor educada que su esposo y tena un espritums elevado y magnnimo. Era persona de slidas e inflexiblesconvicciones. Odiaba los naipes y todos los juegos de azar y, comoel erudito Lucio Marineo, que vivi en su corte durante algunos

    aos, consideraba a los jugadores profesionales de la mismacondicin que los blasfemos. Apreciaba a las personas graves,dignas y modestas. Aborreca a los libertinos, charlatanes,importunos y veleidosos; y no gustaba de ver ni or embusteros,fatuos, bribones, adivinos, magos, estafadores, a los que predecanel porvenir, a los que lean en la palma de la mano, a los acrbatas,escaladores y otros vulgares fulleros. Tuvo que constituir una duraprueba para Isabel el enterarse de que a Fernando le gustaban

    mucho los naipes. En su juventud jugaba tambin a la pelota,aunque ms tarde era ms aficionado al ajedrez y al chaquete. Su

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    esposa, por el contrario, prefera la poesa y la msica, montar ycazar y sostener serias conversaciones sobre literatura, filosofa yteologa. Fernando coma frugalmente y beba con moderacin,pero Isabel jams tomaba vino. Los dos eran sinceros creyentes, lo

    que les serva para allanar todas sus diferencias. Fernando nuncarompa el ayuno antes de or misa, aun estando de viaje. Isabel noslo oa misa todos los das, sino que rezaba diariamente susoraciones en el breviario, como un sacerdote o una monja, ademsde muchas privadas y extraordinarias devociones.

    Pasaron el invierno de 1469 en Valladolid, esperando elconsentimiento de Enrique. Pero no lleg palabra alguna de la

    corte, excepto una breve carta del rey diciendo que Isabel le habadesobedecido y que, habiendo roto el tratado de Toros deGuisando, mereca el tratamiento de cualquier rebelde. Por msque Isabel le escribi repetidas veces justificando su actitud, no sedign contestarle.

    A fines de ese verano, Isabel se trasladaba a Dueas, y el 1de octubre de 1470 dio a luz su primera hija, una nia rubia quetambin se llam Isabel. Algunos das despus la joven madre se

    sent en la cama y dict una larga carta al rey, en la quenuevamente le ofreca su lealtad, pero le manifestaba que sipersista tratndola como enemiga, tomara todas las medidas quecreyera convenientes, apelando a la justicia de Dios.

    Enrique resolvi hacer la guerra a la princesa y su esposo.Orden a su hija de ocho aos que se trasladara a Lozoya, dondeel marqus de Villena y varios otros fieles al rey le prestaron

    juramento de lealtad, despus del cual fue solemnementeprometida al duque de Guyena. Se pona ahora de manifiesto queel poderoso Luis XI de Francia se una al rey Enrique contra Isabel.El papa Pablo II tambin se pona del lado de Enrique comolegtimo soberano. El futuro de Isabel era oscuro e incierto.

    Hubo hambre aquel invierno en Castilla. Los caminos estabanpoblados de salteadores y asesinos. La moneda casi haba

    desaparecido, y las mercancas se adquiran por el primitivosistema del trueque. Todas las maanas se encontraban cadveres

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    en las calles de la ciudad, de estrangulados o muertos de hambre.La peste se extenda y en todas partes se oa el repiqueteo de lascampanas doblando a muerto y el cavar de las fosas.

    Fue un largo y cruel invierno.

    Por fin lleg la primavera y dio un vuelco la fortuna de Isabel.Dos provincias se pronunciaron en favor de ella contra el rey. Lagente de Aranda de Duero ech a las autoridades de la reina Juanay aclam a Isabel como soberana. Otras ciudades se adhirieron asu causa. El duque de Guyena muri repentinamente, rompiendo lafuerte unin de Enrique y Francia. Y en el verano de 1471 llegaronnoticias de la muerte de Pablo II. Isabel y sus amigos miraron con

    renovadas esperanzas la ascensin de su sucesor el papa Sixto IV,un sabio y devoto monje franciscano.

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    CAPTULO VI

    Isabel haba recibido noticias de Roma que le hacan abrigarla esperanza de que el papa Sixto IV comenzara su reinadoreformando la Iglesia. Era bien sabido que la organizacineclesistica se encontraba bastante desquiciada. Una de las

    causas de tal estado era la llamada muerte negra. En 1347 y1348 esta misteriosa y espantosa enfermedad del Asia se propaga todos los rincones de Europa, causando la muerte de veinticincomillones de personas aproximadamente. Algunas ciudadesperecieron por completo. La mayor parte de ellas perdieron de untercio a la mitad de su poblacin. Multitudes enteras enloquecan.Algunos, en su desesperacin, se entregaban a las orgas y al

    vicio, otros se refugiaban en los monasterios y arrojaban por lasmurallas piezas de oro que crean infectadas, haciendo huir a losmonjes aterrorizados. Buques fantasmas con las velas abatidasnaufragaban en las costas de Francia y Espaa, y los curiosospescadores que los abordaban encontraban cadveres negros ypodridos en las cubiertas, y ellos mismos volvan a tierra paramorir.

    La Iglesia sufri an ms que el pueblo en general, porque

    sus sacerdotes estaban constantemente expuestos al contagio, porla necesidad de administrar los sacramentos a los enfermos ymoribundos. Como consecuencia, su clero se extingui casi. Parallenar el lugar de los muertos, al menos en forma parcial, debibajar su nivel y aceptar a hombres que no saban latn. De estamanera, muchos lobos se infiltraron en el redil, y la moral y ladisciplina se relaj en todas partes. Para colmo de males, la

    autoridad de los papas sufri terriblemente por el exilio forzoso deAvin, que durante setenta aos los convirti en virtuales

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    demasiado estpidos o demasiado egostas para comprender elpeligro que amenazaba a todos. El papa Po II, en su vejez, declarque si los reyes europeos no organizaban una cruzada para salvara Europa, la dirigira l personalmente, y el santo anciano, que

    haba sido un frvolo estudiante en su juventud, se puso a lacabeza de una flota y muri en la expedicin.

    Cuando Isabel tena diecinueve aos de edad, toda Italia yEspaa estaban consternadas con la noticia de que Mohamed II, elGran Turco, haba lanzado una flota de cuatrocientos barcos contraNegroponte, avanzada veneciana en la isla de Eubea, que sesupona inexpugnable. El papa Pablo II logr unir

    momentneamente a los prncipes; pero cuando muri, en elverano siguiente, dej a la cristiandad en una situacin angustiosa,transmitiendo a su sucesor dos graves problemas: la crecientecorrupcin de la Iglesia y la invasin de los turcos. Cada uno deestos problemas contribua a perpetuar el otro. La relajacin de ladisciplina eclesistica y la vida escandalosa de muchos preladospolticos haca ms difcil para el papa organizar a Europa contra elenemigo; y las imperiosas necesidades de la cruzada no le dejaban

    tiempo ni energas para llevar a cabo la completa limpieza que eranecesaria.

    Para romper el crculo vicioso, los tiempos clamaban por unpapa de vida irreprochable y santa, que al mismo tiempo fuese unestadista de genio extraordinario.

    Cuando Sixto IV, devoto monje franciscano, fue coronadopapa el 25 de agosto de 1471, se crey que comenzara in-

    mediatamente la reforma de la Iglesia. Pero la defensa de lacristiandad era an ms urgente que su reforma, y las victorias delos turcos en el Este hicieron necesaria una accin inmediata. Elpapa envi cinco cardenales a varias partes de Europa parareorganizar la cruzada. Al cardenal espaol Rodrigo Borgia lo envia su pas natal.

    Cuando Borgia (destinado a reinar ms tarde como papa

    Alejandro VI) se embarc en Ostia, en mayo de 1472, tenajustamente cuarenta y dos aos; era alto y de fuerte contextura, de

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    la ciudad llena de hombres armados que pedan a gritos su sangre.Sonaban los cascos de los caballos, las espadas chocaban, lasbalas llovan contra las paredes, y las llamas remontaban la colinadevorando una casa tras otra. Los cuerpos se amontonaban en las

    calles confusamente apilados.Afortunadamente, las noticias de la cobarde conspiracin lle-

    garon hasta el cardenal Borgia, que se encontraba en Guadalajara.ste envi inmediatamente un aviso al rey, quien lo comunic aCabrera. El gobernador tuvo apenas el tiempo indispensable parareunir algunas de sus tropas y correr en auxilio de los conversos.Con sus hombres, dej limpias las calles de los parciales de

    Villana. El marqus y sus secuaces huyeron de la ciudad.Cuando Isabel y Fernando llegaron a Segovia, el lugar hedaaun a madera carbonizada, a carne putrefacta, a carnicera ypestilencia. Isabel felicit a Cabrera por su valor, acogiendocariosamente a su esposa Beatriz, y censur a los extraviados ofanticos instrumentos de Villena que haban tomado parte en elexterminio. Poco tiempo antes haba evitado una matanza deconversos en Valladolid, aunque ello le haba acarreado la prdida

    de muchos de sus partidarios y la necesidad de huir de la ciudadcon su marido y el arzobispo. Ahora se le presentaba laoportunidad de contemplar desde cerca las espantosasconsecuencias del odio entre los cristianos y los judos. Cmopodra salvarse el pas de su completa ruina y de una segundaconquista mahometana, deseada por judos y conversos? Cmopodra lograrse que los hijos de Israel no explotaran ms a los

    cristianos, haciendo proslitos aun entre los cristianos para destruira la cristiandad? Qu se poda hacer para que los cristianos ocristianos nominales cesaran en sus matanzas de marranos a lamenor provocacin? Isabel y Fernando llegaron a la conclusin deque Castilla necesitaba imperiosamente un gobiernosuficientemente fuerte para ser temido y respetado por todas lasclases.

    Los acontecimientos se conciliaban para darles la oportunidadque deseaban. El marqus de Villena, su implacable enemigo,muri el 4 de octubre de 1474. El rey Enrique, abandonado y sin

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    amigos, enferm rpidamente, y el 12 de diciembre, despus deconfesar sus pecados durante una larga hora con el prior delmonasterio que haba hecho construir en conmemoracin de lashazaas de don Beltrn, expir l tambin, negndose

    inflexiblemente hasta el fin a declarar si la Beltraneja era o no suhija.

    Isabel recibi la noticia en Segovia. Su primer acto fue vestirluto e ir inmediatamente a la iglesia de San Miguel para rezar por eldescanso del alma del rey. Cuando volvi al castillo, Cabrera y loshombres importantes de Segovia le hicieron saber que seracoronada reina de Castilla al da siguiente, festividad de Santa

    Luca.De un modo extrao, el destino haba puesto en las manos deuna nia el poder que sta soara usar. La Edad Media habapasado e iba a nacer una moderna Espaa.

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    CAPTULO VII

    Una fra maana del 13 de diciembre, Isabel contemplabadesde el Alczar de Segovia la ciudad llena de gente. Por lascuatro puertas de la severa ciudad construida sobre un peascoiban entrando nobles y comuneros de toda la comarca, ondeando

    los pendones y sonando las trompetas, los caramillos y lostimbales, porque no haba en Espaa ceremonia completa sinmsica.

    Se alz una atronadora gritera cuando se abri la puerta delcastillo y sali doa Isabel montada sobre un blanco palafrn, a unlado el gobernador Cabrera y al otro el arzobispo Carrillo. Tenaentonces la reina veintitrs aos; era de bella y majestuosa figura,

    e iba vestida de blanco brocado y armio desde la cabeza hasta lospies. Las gemas brillaban en su garganta, en las hebillas de suszapatos y en las bridas; y su caballo llevaba gualdrapas de pao deoro. Avanzaba lentamente a lo largo de la estrecha calle de piedra,casi a la cabeza de una magnfica procesin. Delante de ella, en ungran caballo, marchaba un heraldo sosteniendo, con la punta haciaarriba, la espada de justicia de Castilla, que brillaba amenazadora-mente desnuda a la luz del sol, smbolo de que aquella jovencita

    montada en la blanca jaca espaola tena el poder de vida y muertesobre todos los que la rodeaban. Detrs del heraldo iban dos pajes,llevando sobre un almohadn la corona de oro de su antepasado elrey Fernando el Santo. Seguan a la princesa prelados ysacerdotes con casullas trabajadas en hilo de oro sobre prpura deseda, nobles vestidos de ricos terciopelos deslumbrantes depedreras y con resplandecientes cadenas de oro, concejales de

    Segovia con sus antiguas vestiduras herldicas, lanceros,ballesteros, hombres de armas, portaestandartes, msicos y detrs

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    el populacho.

    Viva la reina! Castilla por la reina doa Isabel!, gritaba elpueblo.

    Al llegar a la plaza, la reina se ape, subi a una alta plata-

    forma adornada con tapices de ricos colores y se sent en untrono. Entre gritos y toques de trompetas, le colocaron sobre elclaro cabello castao la gran corona de sus antepasados. Lascampanas de todas las iglesias y conventos de la ciudad co-menzaron a sonar alegremente; desde la guardia del Alczardisparaban mosquetes y arcabuces y tronaban pesadas lombardasdesde las murallas de la ciudad.

    Isabel era por fin reina.Despus que todos los nobles presentes besaron su mano y

    le prestaron juramento de fidelidad, Isabel se dirigi a la catedral,donde se prostern humildemente ante el altar mayor, dandogracias a Dios por haberla salvado de tantos peligros y pidindolela gracia necesaria para gobernar con arreglo a la voluntad divina.

    Pocos das despus tuvo noticias de que su marido vena del

    Norte tan rpidamente como sus caballos podan traerle. La nuevade la muerte de Enrique y de la coronacin de Isabel le alcanz enPerpin, adonde haba ido a principios del otoo para salvar a supadre de ser capturado por sus enemigos. Luego de socorrer alviejo rey, Fernando comenz a restablecer el orden en Aragn enla forma que l e Isabel consideraban necesaria en aquellostiempos anormales. Encontr a la ciudad de Zaragoza en estado deanarqua, intimidada y explotada por Jimnez Gordo, rico conversoque haba tomado el mando de las tropas de la villa imponiendo suarbitraria voluntad sobre el pueblo. A su llegada, el joven prncipeinvit al tirano a visitarlo, y cuando Gordo lleg, lo detuvo,entregndolo en manos de un sacerdote y de un verdugo. Elcadver fue expuesto en la plaza aquella misma tarde.

    Cuando Fernando se enter, por una carta de Carrillo, de lacoronacin de su mujer, se indign porque la espada de justicia

    haba sido llevada delante de la reina. No era costumbre en Aragnni en Castilla llevar la espada delante de las reinas. En Aragn,

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    extranjero, el cual apropiara a s la gobernacin destos reinos, equerra apoderar en las fortalezas e patrimonios reales otras gentesde su nacin que no sean castellanas, do se podra seguir que elreino viniese en poder de generacin extraa; lo que sera en gran

    cargo de nuestras conciencias, y en deservicio de Dios, e perdicingrande de nuestros sucesores e de nuestros sbditos e naturales, yes bien que esta declaracin se haya fecho por excusar losinconvenientes que podran acaecer.

    Indudablemente, Fernando no poda replicar. Odas las ra-zones de la reina, porque conoci el rey ser verdaderas, plgolemucho dice el cronista, e dende en adelante l y ella mandaron

    que no se fablase ms en esta materia.Fernando haba disgustado a Isabel ms de una vez desde sucasamiento. Haba ella sufrido profundamente cuando conoci laverdad sobre la dispensa falsificada que su padre envi desdeAragn. An se sinti ms profundamente herida cuando se enterde que l tena un hijo ilegtimo nacido al tiempo de su casamiento.Adems iba a conocer el tormento de los celos, al que Fernando amenudo daba ocasin, porque tena cuatro hijos nacidos fuera del

    matrimonio. No obstante, ella lo am hasta el da de su muerte.Nunca ms, con una sola excepcin, volveran a tener diferenciasde opinin. De ah en adelante, en la mayor parte de los negociospblicos, iban a actuar como una sola persona: ambas firmas entodos los documentos, ambas caras en todas las monedas. Auncuando la necesidad los separaba, el amor mantena sus volun-tades unidas... Muchos trataron de separarlos, pero ellos estaban

    resueltos a no disentir.No podan permitirse discrepar entre s sin exponerse a dejar

    incumplida la gigantesca obra que los esperaba: convertir laanarqua en orden; restablecer el prestigio de la corona; recobrarde manos de los nobles usurpadores las tierras de la coronailegalmente entregadas por Enrique; sanear la moneda; restablecerla prosperidad de la agricultura y de las industrias; resolver elproblema de los judos, el de los moriscos y el de los conversos,tarea sta que pareca imposible para un hombre y una mujer

    jvenes, sin tropas ni dinero. Francia y Portugal eran sus47

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    Portugal. Para colmo de desdichas, haban estallado varias pe-queas guerras entre los nobles. Tres de ellos se disputaban elgran maestrazgo de Santiago. Dos se hacan la guerra por laposesin de Sevilla, y otros dos luchaban en Crdoba.

    En este trance, Isabel y Fernando, que se encontraban enValladolid, recibieron una carta del rey Alfonso de Portugal en laque les anunciaba que iba a casarse con la Beltraneja, y que, por lotanto, tena ttulos para llamarse rey de Castilla y Len. Agregabaque muchos de los principales nobles de Castilla, incluyendo alarzobispo de Toledo, estaban dispuestos a unrsele.

    Isabel no poda creer que su viejo amigo Carrillo se hubiera

    pasado a sus enemigos. Hizo escribir a su secretario una apa-sionada carta llamndole. El arzobispo no contest. La gente decaen toda Castilla: El que tenga de su lado al arzobispo, seganar.

    La reina resolvi, contra la opinin de sus consejeros, dirigirsea Alcal y requerir el apoyo del arzobispo. Envi al conde de Haroque la precediera, a fin de convenir la entrevista. Carrillo recibi alconde con engolada cortesa, y evidentemente le conmovi laapelacin que el noble haca a su generosidad y lealtad. Noobstante, se mantuvo firme despus de haber consultado a ciertosamigos que deban de ser emisarios de Villena y de Portugal.Manifest entonces que si la reina entraba por una puerta deAlcal, l saldra por la otra. La quit de la rueca y le di un cetro;ahora le quitar el cetro y la volver a la rueca, dijo.

    El de Haro regres a Colmenar, donde la reina se encontraba

    orando en la iglesia mientras esperaba su vuelta.No recibi a su enviado hasta que termin la misa. Cuando

    escuch su informe, dice Pulgar que se puso plida, llevando lasmanos a sus cabellos como para concentrar sus pensamientos.Cerrando los ojos, permaneci en silencio hasta recobrar eldominio sobre s misma. Entonces, mirando al cielo, dijo: Seormo Jesucristo, en vuestras manos pongo todos mis fechos y de

    vos me defienda el favor y ayuda. Luego mont a caballo y siguisu camino hacia Toledo.

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    All le dijeron que Alfonso V, con veinte mil hombres, habacruzado la frontera de Portugal, penetrado en Extremadura el 25 demayo y marchado hacia Palencia, donde se le unieron sus aliadoscastellanos, y que se haba casado pblicamente con la Beltraneja,

    proclamndose l y su novia, de quince aos, rey y reina deCastilla y Len.

    Fernando cabalg frenticamente al Norte reclutando unejrcito. Sin duda se haba hecho impopular en Castilla, despusde su intento de usurpar la corona, y era evidente que cualquierllamamiento que quisiera hacerse al pas deba partir de Isabel.Pareca claro que, de todos modos, Alfonso se apoderara pronto

    de ella y del reino.La reina Isabel, vistiendo coraza de acero sobre su sencillovestido de brocado, apretaba silenciosa los labios mientras mon-taba a caballo y emprenda el camino del Norte.

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    CAPTULO VIII

    En lugar de apresar a Isabel, Alfonso V sigui hacia Arvalo,en el corazn de Castilla, y acamp all. Al hacerlo tena laesperanza de que la princesa no lograra reclutar un ejrcito.Fracas en sus clculos sobre la reaccin del genio de Isabel, tan

    extraordinario como el de Santa Juana de Arco, y le dio la nicacosa que necesitaba: tiempo.

    Isabel sac de ste el mejor partido. Para ella no eran obs-tculos las enfermedades, el mal tiempo ni los peligros de la regin.Durante meses vivi casi siempre a caballo, de un confn a otro delreino, pronunciando discursos, celebrando conferencias, dictandocartas a sus secretarios durante toda la noche, presidiendo el

    tribunal toda la maana, juzgando a algunos ladrones y asesinosmerecedores de la horca, recorriendo cien o doscientas millas porlos fros pasos de las montaas para suplicar a algn noble, tibioen su lealtad, quinientos soldados. Dondequiera que fuese,inflamaba el antiguo odio de los castellanos hacia los portugueses,que haban derrotado a sus antepasados tan decisivamente enAljubarrota, en 1385. Terminaba todas sus arengas con unaapasionada oracin:

    T, Seor, que conoces el secreto de los corazones, sabesde m, que no por va injusta, no por cautela ni tirana, mascreyendo verdaderamente que por derecho me pertenecen estosreinos del rey mi padre, he procurado de los haber, porque aquelloque los reyes mis progenitores ganaron con tanto derramamientode sangre no venga en generacin ajena. A ti, Seor, en cuyasmanos es el derecho de los reinos, suplico humildemente, que

    oigas agora la oracin de tu sierva, e muestres la verdad, emanifiestes tu voluntad con tus obras maravillosas; porque si no

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    tengo justicia, no haya lugar de pecar por ignorancia, e si la tengo,me des seso y esfuerzo para la alcanzar con el ayuda de tu brazo,porque con tu gracia pueda haber paz en estos reinos, que tantosmales e destruciones fasta aqu por esta causa han padecido.

    Mientras Fernando reclutaba tropas en las provincias delNorte, Isabel reuna varios miles de hombres en Toledo y se ponaa su frente vistiendo, como Juana de Arco, su armadura, paraencontrarse con su marido en Valladolid.

    A fines de junio haban reunido una abigarrada multitud decuarenta y dos mil hombres pobremente equipados y mal dis-ciplinados, muchos de ellos labriegos y presos liberados. Re-

    partindolos apresuradamente en treinta y cinco batallones, Fer-nando abandon Valladolid en julio y se dirigi al Sudoeste, haciael ro Duero. Isabel, que estaba enferma, se qued en Tordesillaspara mantener la lnea de comunicaciones abierta a la espera delos acontecimientos.

    Alfonso march sobre Toro, que se le rindi. El impulsivoFernando lo siti, esperando derrotarlo rpidamente y marcharluego al Norte contra los franceses, que estaban invadiendoGuipzcoa. Pero tres das despus se encontr con que suscomunicaciones haban sido cortadas por el gobernador deCastronuo, que alevosamente se haba pasado a los portugueses.Ante el peligro de que su ejrcito muriera de hambre, Fernando notuvo otra alternativa que retirarse a Medina del Campo. Muchos desus hombres desertaron en el camino, regresando junto a ladesilusionada reina con los restos de su gran ejrcito.

    El desastre, que habra abrumado a cualquier persona, es-timul a Isabel a mayores esfuerzos, y a partir de entonces leacompa la suerte de tener casi constantemente a su lado, comoamigo y consejero, a uno de los hombres ms capaces de lapoca, don Pedro Gonzlez de Mendoza, cardenal de Espaa. Hijode un distinguido poeta y soldado, el marqus de Santillana, erainstruido, encantador, perspicaz, sacerdote devoto, experto soldado

    y profundo hombre de Estado. Fue l quien insinu a Isabel lamedida que habra de salvarla: pedir al clero que fundiera la plata

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    acumulada en concepto de donaciones y herencias durante siglosen varias iglesias. De esta manera se reunieron treinta millones demaravedes. La ayuda de la Iglesia permiti a Isabel pagar a sustropas, alistar nuevos reclutas, traer de Italia y de Alemania plvora

    y pesadas bombardas y comprar alimentos y vestuario. El 1 dediciembre, menos de cinco meses despus de la retirada de Toro,un nuevo ejrcito estaba preparado para la lucha. Constaba slo dequince mil hombres, pero bien armados y adiestrados.

    Fernando se dirigi otra vez hacia Toro. Alfonso ofreci re-tirarse a condicin de que le entregara Toro y Zamora, el reino deGalicia y una suma de dinero. Pero Isabel respondi que jams

    entregara una sola almena de los reinos de su padre. Fernando sevio obligado a dejar su ejrcito frente a Toro y cabalgar haciaBurgos, en el Norte, para ayudar a sus partidarios. Entretanto,Isabel, despus de establecer guardias en todos los caminos,galop en direccin a Toledo, a ciento treinta millas al Sur, parahacer nuevas levas y traer refuerzos. Despus hizo una amplia yrpida corrida hasta Len, a ms de doscientas millas al Norte,para rescatar la provincia de manos de un gobernador traidor.

    De vuelta, envi al conde de Benavente para que llevara acabo un ataque nocturno contra los portugueses. Alfonso y suejrcito se retiraron veinte millas hasta Zamora, fuerte edificadosobre una elevada roca inaccesible excepto por un puente po-derosamente fortificado sobre el Duero.

    Una noche, Isabel supo que el gobernador del puente de-seaba entregrselo, siempre que ella enviara tropas para que lo

    tomaran. Remiti entonces un mensaje a Fernando a fin de queabandonara Burgos en secreto y viniera inmediatamente.Fernando, simulando estar enfermo, abandon sus cuarteles ycabalg de noche sesenta millas a travs de un pas enemigo,llegando a Valladolid antes de amanecer. All le tena preparado yaIsabel un piquete de caballera. Zamora se hallaba a cincuentamillas de distancia. A la noche siguiente lleg al puente, tomandoposesin de l. Deba mantenerlo hasta que Isabel trajerarefuerzos y artillera. Ella haba puesto en camino sus grandescaones antes del amanecer.

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    espadas; entre ellos corran los infantes, con dagas y hachas... Yen esta espantosa confusin, todo eran golpes y empellones.Fernando!, gritaban los castellanos. Alfonso!, gritaban losportugueses.

    All donde los estandartes de los reyes rivales flameaban entrelas olas de aceros, la lucha era ms feroz, ms fuertes los gritos ymayores el derramamiento de sangre y el amontonamiento de losheridos. A la izquierda, el cardenal de Espaa, cuyo roquete deobispo, desgarrado y salpicado de sangre, pareca casi negro,peleaba en la batalla con la furia de un tigre, derribando a izquierday derecha a los hombres de las filas portuguesas. A la derecha

    tronaba la artillera de don Juan; su eco retumbaba desde el riohasta los peascos, seguido del vivo estampido de la mosquetera.Los seis escuadrones de la caballera de gallegos y asturianos deFernando fueron destrozados y puestos en fuga, perseguidos porlos alaridos de los portugueses.

    Mezclados en la batalla, ni Fernando ni el cardenal podan iren ayuda del ala derecha; y para colmo, don Juan volvi atrs,despus de una breve persecucin de los asombrados

    montaeses, y cay sobre su flanco. Se luch desesperadamente ya muerte. Atrs y adelante, arriba y abajo, refluan en la fra lluviacrepuscular, mientras se hacan cada vez ms broncos yfrecuentes los gritos y lamentos de los heridos pisoteados. Laoscuridad llegaba velozmente del negruzco cielo, y todava ningnbando haba obtenido la victoria. As, durante tres horas, el triunfode la batalla fue indeciso. Ahora luchaban jadeantes y silenciosos.

    Mendoza se abri camino entre los portugueses, en direccina donde a duras penas podra divisar en la penumbra,levantndose y cayendo, el estandarte del rey Alfonso. El por-taestandarte de Alfonso, Duarte de Almeida, haca esfuerzosheroicos para alzarlo al viento. Herido en el brazo derecho,sostena la bandera con el izquierdo. Cuando una flecha castellanale atraves el brazo izquierdo, sostuvo el trapo con los dientes,hasta que cay con el cuerpo acribillado, mientras el cardenal deEspaa se apoderaba de la bandera portuguesa, arrancndola. Elobeso Alfonso cay al suelo luchando valientemente. Con su

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    bandera perdida y el rey cado, una gran incertidumbre, como unalenta niebla, comenz a extenderse sobre la masa de los cansadosportugueses, que no haban probado bocado desde que salieron deZamora al amanecer. Unos se rindieron y otros huyeron. La

    oscuridad era ya completa.De pronto, con un poderoso grito, los seis batallones de jine-

    tes montaeses que haban huido al principio del ataque de laartillera de don Juan, pero que, avergonzados, se reagruparonlentamente junto a la montaa, cayeron sobre los desorganizadosportugueses. Todo el frente comenz a retroceder. Al mismotiempo, el cardenal de Espaa y el duque de Alba los empujaban

    desde el flanco hacia el ro. En vano Alfonso y don Juan proferansus gritos de guerra. En vano el valeroso Carrillo, ensangrentadode pies a cabeza, rota desde la espalda su capa colorada, instabaal ataque mientras luchaba como un hroe homrico en la nocheopaca.

    La huida se transform en pnico. Santiago!, gritaban losvencedores. Castilla! Castilla para el rey Fernando y la reinaIsabel! Los desgraciados portugueses se heran unos a otros por

    error, trepaban a las montaas, se arrojaban al ro y sucumbanbajo el peso de las armaduras en las fras aguas. Muchos de ellosse precipitaban salvajemente buscando a su rey, y gritandoFernando! Fernando! para evitar que los matasen.

    Por la noche orden Fernando a sus hombres que cesara 'amatanza de los vencidos y que dejaran de hacer prisioneras. Lafuria de los castellanos era tal que durante varios das quisieron

    matar a los cautivos portugueses. Y lo habran hecho as a nomediar la resuelta oposicin del cardenal Mendoza, quien dijo:Jams quiera Dios se pueda decir tal cosa, o tal ejemplo denosotros quedar en la memoria de los vivos. Esforcmonos enconquistar, y no pensemos en venganza, porque la conquista es dehombres fuertes, y la venganza, de dbil u mujeres.

    Al amanecer, envi Fernando un breve y afectuoso mensaje a

    Isabel comunicndole su victoria. Ella recibi la noticia con granalegra en Tordesillas. Y orden a todo el clero de la ciudad que se

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    reuniera y marchara por las calles cantando el Te Deum. Entre lasaclamaciones del pueblo, la joven reina sali del palacio descalza,y de este modo march sobre las toscas piedras de las calles hastael monasterio de San Pablo, donde silenciosamente lleg, por entre

    el murmullo de la multitud, al altar mayor, y postrndose con grandevocin y humildad, dio gracias al Dios de las batallas.

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    CAPTULO IX

    La victoria obtenida sobre Portugal haba convertido a Isabelen seora de Castilla, pero de una Castilla con hambre y epidemiasy sin posibilidades econmicas. Nadie pagaba sus deudas y noquera hacerlo, escriba su secretario en sus crnicas. El pueblo

    estaba acostumbrado a toda clase de desrdenes..., y losciudadanos y los labradores honrados no eran dueos de suspropios bienes, y no tenan nadie ante quien recurrir de los robos yviolencias de que eran objeto... E cada uno quisiera de buenavoluntad contribuir la meitad de sus bienes por tener su persona efamilia en seguridad.

    La principal tarea que afrontaron Isabel y Fernando fue el

    restablecimiento del respeto a la ley. Y esto lo hicieron con un rigorque saban justificado por la anarqua dominante. En unas Cortesconvocadas en Madrigal en 1476, tomaron medidas pararestablecer la Santa Hermandad, polica de voluntarios organizadaen el siglo XIV en defensa de los derechos locales del pueblocontra la corona y que haba terminado por convertirse en uninstrumento de la nobleza. Isabel procedi a trocar esta casiinservible arma de las clases privilegiadas en un instrumento de la

    autoridad real. Se organiz una fuerza de dos mil caballeros a lasrdenes de un capitn general, el duque de