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Vida de Perogrullo

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Libro de un joven

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Page 1: Vida de Perogrullo

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Vida de PEROGRULLO

Diego González Díaz

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Vida de

PEROGRULLO

Dedicado a mi familia que nunca dejó de apoyarme.

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Capítulo 1

Así empezó todo

Me llamo Gonzalo González, soy español pero vivo en Inglaterra desde que mis padres murieran cuando yo tenía 9 años, desde entonces vivo con gente como yo, con difícil situación, que no puede permitirse ningún lujo. Me dedico a pasear por las calles de Brighton.

Estamos en 1899 y tengo doce años. Mi lugar está en una fábrica abandonada a las afueras, me tengo que ganar la vida como un ladronzuelo para poder sobrevivir.

La estación es uno de mis lugares preferidos para trapichear algunas carteras, debido a que siempre hay algún despistado por la hora a la que llega el tren.

Mi primer robo fue en una callejuela de Brighton, fue supervisado por Manolarga, mi supervisor de iniciación al mundo del ladrón, había una neblina muy densa y el suelo de piedra mojada resbalaba como el hielo, estaba siguiendo a un hombre con gabardina y sombrero de telas distinguidas. Encontré un balón en un contenedor y lo empecé a botar como si fuera un niño que quería volver a casa, entonces me tropecé intencionadamente con él y le robé la cartera del bolsillo del pantalón, me disculpé y me fui botando aquel balón casi deshinchado hasta el final

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del oscuro callejón hacia Manolarga. Me aplaudió despacio con una mirada de aprobación y me sonrió.

Me gusta el mundo del ladrón, pero también tengo que estudiar (no porque nadie me lo mande, pero me apetece saber escribir ¿Cómo sino puedo escribir este libro?) así que hago lo que hago siempre, robar una llave maestra al cerrajero y colarme en el colegio, meterme en el armario y escuchar las lecciones del profesor, su voz es clara pero ronca, y lo que me da para ver entre la pequeña rejilla entre puerta y puerta del armario no es gran cosa, un par de pupitres vacíos. Lo malo llega cuando me entran ganas de ir al baño, me tengo que aguantar hasta el recreo para que todo el mundo se vaya. Todas las tardes voy a la estación a ver a los trenes pasar delante de la estación tocando su inigualable sonido de la campanita que llevan para anunciar su llegada, de vez en cuando me subo en alguno y lo cotilleo por dentro, pero no me quedo allí mucho rato, porque puede que arranque y me quede allí a la espera de que vuelva a Brighton, y no me puedo permitir que me pillen sin billete en el tren, me echarían en la primera estación en la que parase, a saber dónde.

Antes de que anochezca voy a la fábrica con cuidado de que no me vea nadie, por la noche nos reunimos junto a un bidón y empezamos a contar historias, Héctor, uno de los ladrones de mayor edad con el que comparto nacionalidad al igual que con Manolarga , nos cuenta sus aventuras, las típicas que nunca te cansas de oír.

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Por las mañanas siempre voy a alguna tienda a hacer de las mías, pero esta vez, sin quererlo, me sitúo delante de la comisaría de Brighton, un edificio lúgubre y con las maderas llenas de carbonilla de todos los años que tiene. El jefe de policía se llama James y sus compañeros los agentes Frederick y Peter, la comisaria es pequeña para un pueblo de estas dimensiones, pero tampoco es que me queje. Seguí andando y pasé por la pastelería, con esa maravillas de la naturaleza que se hacen llamar pasteles, bandejas llenas de figuras de chocolate, ¡una bendición!, y en ese momento pensé que cómo no lo había visto antes, mi próximo golpe, el que me esperaba desde hace tanto tiempo, será en la pastelería y probaré de una vez por todas las maravillas de la vida convertidas en cosas comestibles.

Cayó la fría noche y salí de la vieja fábrica con dirección a la pastelería. Mire por los escaparates y allí estaban, unas deliciosas tartas de chocolate expuestas en unos pedestales de madera, fui al tejado de la pastelería escalando por las maderas que se habían ido separando con el paso de los años, y me colé por la salida de humos, por fin estaba dentro de la pastelería, había deliciosos dulces rodeándome, era el sueño de cualquier niño, dejé de pensar y empecé a actuar llenándome los bolsillos con pastillitas de chocolate con leche. Para el gran final cogí una tarta de chocolate para desayunar al día siguiente con todos los demás.

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Había algo que me extrañaba bastante, ¿por qué había sido tan fácil?, oí un ruido detrás mía y me giré angustiado, el corazón me latía despavorido, el sudor me caía por la frente y aún así me atreví a preguntar: "¿Hay alguien ahí?",nadie respondió. Miré por el escaparate y la calle estaba tan vacía como mi cerebro de ideas. Di un paso y la madera vieja chirrió, me quedé parado y no se oyó nada, seguí andando hasta la puerta de personal haciendo ruido al pisar, pero el latido de mi corazón retumbaba demasiado en mi cabeza como para fijarme en eso. Pasé por la puerta apartando una cortina de terciopelo rojo, seguí y vi al dueño de la tienda dormido en un sillón negro de cuero al lado de una hoguera recién apagada, salía humo de las maderas carbonizadas y aún quedaba alguna marca roja brillante en las maderas. La habitación estaba iluminada por una pequeña lámpara en una mesilla de madera de roble.

Salí intentando no hacer ruido y una mano se posó en mi hombro, el corazón me dio un vuelco pensando que este iba a ser mi final, tanto tiempo en Brighton robando para acabar así, no me lo podía creer, pero ya lo tenía asumido. Interrumpiendo mis pensamientos una voz ronca me habló

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Capítulo 2

El mejor ladrón de Brighton

Me dediqué a pasear por las húmedas calles de Brighton, el viento silbaba entre los recovecos de las vallas de las casas para separar su precioso jardín de la calle, era de noche y no había un alma en la calle. Estábamos solo yo y las tiendas vacías.

Pasé por un cartel de noticias y me quedé asombrado, habían puesto una denuncia por el robo de la pastelería, y ese ladrón era yo, ese fue el momento más alucinante de mi vida. Seguro que de mayor me convierto en un peligroso ladrón sigiloso de las calles. ¡Es increíble!-me dije- seguro que los agentes Meñique y Pulgar me están buscando, ahora no porque es de noche y no te creas que se van a perder el dormir por buscar a un ladrón.

Me fui a mi escondite paseando por las calles de Brighton alumbradas por la cálida luz de las farolas metálicas. Cuando llegué a mi escondite, sobre las once y media, estaban todas las luces apagadas y al entrar yo, se encendieron y todos los ladrones me dijeron a coro:

-¡¡¡Felicidades!!!

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Yo me pregunté por qué me felicitaron de aquella forma, pero caí en la cuenta de que el cartel de la denuncia estaba desde hace unos días y cuando lo leyeron vieron que era la primera denuncia impuesta contra mí, (y os preguntaréis cómo lo sabían, pues porque entre ladrones se cuenta todo) me recibieron con comida, robada previamente, y empezamos a zampar hasta altas horas de la madrugada. Cada vez que alguien denuncia por primera vez a un ladrón se hace una fiesta con comida robada, y aún más en mi caso porque había sido el ladrón más joven que había conseguido una denuncia en la historia de Brighton.

Me levanté tarde a causa de la fiesta de anoche y me fui directo a la estación. Mientras iba me encontré con una señora con aspecto serio, era mayor e iba cargada con bolsas, y ahí mi espíritu de niño educado que me incautaron mis padres actuó, la dije:

-¿La ayudo?

Ella me dijo que era muy amable por ayudarla y la acompañé hasta su casa cargando con las pesadas bolsas, por agradecimiento me dio una golosina de chocolate con leche que me encantó, se notaba que era de la pastelería de Brighton.

Después me dirigí a la estación para ver los trenes, tengo una gran pasión por los trenes, me maravilla sus alucinantes sonidos de sus campanas, sus ruedas, unos

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sonidos inimitables por cualquier otro objeto o persona. Pensando en mis cosas llegué a la estación de ferrocarril justo cuando pasaba el majestuoso tren proveniente de Londres la ciudad de la niebla a la que siempre he querido ir. Me quedé un rato en la estación viendo pasar los trenes sentado en uno de los bancos de la estación, pasó un cuarto de hora ahí sentado tan feliz, la brisa me daba de lado la humedad del mar se hacía notar en la cara, el estar ahí es una cosa inexplicable, pero te podrías quedar allí durante horas sin decirte: ¡Vaya aburrimiento!

Iba andando por la calle cuando me encontré una misteriosa carta tirada en el suelo, como no veía a nadie por alrededor la abrí, y ponía:

Querido Gonzalo:Hola, te preguntarás cómo sé tu nombre, pero no te asustes, tienes que ir al banco con tus colegas ladrones y robarlo, tranquilo no te inquietes, es para que tengas algo de dinero para ir a Londres, sí no has oído mal, a Londres. Una vez robado el banco tienes que comprar un billete con tu parte del botín y meterte en el primer tren que salga

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hacia Londres, además sé que te hace mucha ilusión ir allí.Alguien que te conoce muy bien.Asustado corrí hacia el escondite y se lo conté todo a Manolarga, el mejor ladrón del escondite y mi mentor, y me dijo que esa carta es de alguien que te conoce muy bien, pues sabía que querías ir a Londres y allí tiene alguna misión para ti, contaré el plan de robar el banco de Brighton a los demás, tú prepara la maleta y tenla lista ara el viernes, tenemos un lugar a donde ir, porque yo voy a ir contigo. Me emocioné, Manolarga ha sido, desde que murieron mis padres, un padre para mí, y ahora me quiere acompañar a lograr mi sueño y apoyarme en todo lo que se me interponga entre mí y el viaje a Londres, que haremos como legales, es decir, sin colarse en el tren, porque robar un banco no es muy legal que digamos.

Empecé a hacer mi maleta para tenerla lista dos días antes del gran golpe, metí un montón de cosas:

-Una cantimplora, que era de mi padre

-Una camiseta, a parte de la que llevo puesta claro

-Unos calcetines

-Una mantita

-Un espacio vacío para el dinerillo del atraco

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Ya tenía todo y ahora tocaba esperar a que llegue el viernes para dar el gran golpe que todos esperábamos.

Me dediqué a pasear por las calles de Brighton antes del gran golpe, porque hasta dentro de mucho tiempo no volvería a pasear por esas calles.

Paseé por la calle principal que te conduce hasta el muelle, y volví atravesando los recovecos de las calles hasta la mitad del pueblo para que al día siguiente también tuviera otra mitad que volver a recordar.

Seguí y pasé por la pastelería que hace unos días robé, la verdad es que me daba un poco de pena el que el pastelero tenga que volver a hacer todas las pastillitas de chocolate que me comí, pero me gustó mucho más el comérmelas que la pena que me da el habérmelas comido.

Cuando menos me lo esperé se hizo de noche y volví a la guarida por los callejones de Brighton.

Al día siguiente estaba súper nervioso porque al día siguiente iba a atracar el banco de Brighton, pero hasta entonces me dediqué a recordar recorriendo las calles del pueblo, pasé por la comisaria y vi al agente panceta sentado en su oficina, como siempre, leyendo el periódico, después fui por el resto de Brighton: por la tienda de juguetes, por el cine…

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Después fui a la estación para comprobar que el tren hacia Londres salía al día siguiente, me dirigí a la estación y fui al taquillero a preguntar si sale el tren y me dio la alegría del día: ¡El tren salía justo una hora después a la que teníamos previsto el robo! Parecía que el horario del tren lo habían hecho exactamente para nosotros porque como haya sido de otra manera, no me lo explico.

Paseé un poco más por las calles y entre en una tienda de juguetes y cogí unos camioncitos súper chulos de madera, después cayó la noche y volví al escondite a pasar la noche y estar preparado para el gran día.

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Capítulo 3

El gran golpe y la gran huida

Me despertó Manolarga a las siete de la mañana, yo estaba más cansado que el agente Panceta a la hora de siesta, Manolarga eligió despertarnos a las siete de la mañana porque teníamos tiempo de sobra para robar el banco hasta las diez de la mañana, que es cuando se despiertan Meñique y Pulgar, y hasta las doce de la mañana, que abre el banco y van los banqueros al edificio, lo malo es que ellos defienden el banco con su vida por eso es mejor robar antes de que lleguen.

Nos vestimos y nos dirigimos al banco cargados de sacos. Éramos cinco hombres, bueno, cuatro hombres y yo. Los ladrones confían en mí porque con sólo once años ya me han puesto mi primera denuncia cuando a otros les ha

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llevado hasta los veinte años conseguir su primera denuncia por robo.

Cuando llegamos al banco abrimos la puerta con mucho cuidado y sigilo. Una vez dentro nos dirigimos a la caja fuerte y empezamos a abrirla, una vez abierta empezamos a coger todo el dinero de la caja fuerte y escapamos corriendo con los sacos hasta los topes de billetes, corrimos hasta nuestro escondite a contar la pasta.

Cuando llegamos contamos el dinero y fueron nada más ni nada menos que veinticinco mil dólares entre cinco, ¡conseguí cinco mil dólares! Estaba tan emocionado que metí el dinero en la maleta y me fui directo a la estación con Manolarga. Cuando llegamos compramos el billete y nos subimos en mi tren favorito, el gigante y majestuoso tren a vapor London 21.

En el camino salí de mi habitación compartida con Manolarga para investigar el tren, me quedé impresionado con las maravillas de ese tren, era una maravillosa obra de ingeniería, las ruedas no hacían ruido, las habían diseñado para que no molestaran al sueño de sus pasajeros.

Manolarga estaba durmiendo en la habitación mientras yo iba al mirador de la parte de atrás del tren para observar el paisaje, a lo lejos vi una polvareda y tuve la oportunidad de contemplar un montón de vacas lideradas

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por un robusto vaquero montado en un majestuoso caballo blanco con manchas negras.

A continuación me dirigí a la parte delantera del tren y contemplé la inigualable locomotora London 21.

Llegamos a la estación de Londres y el London 21 tocó su campana, cuando bajé del tren y puse un pie en la estación, estaba en Londres, de una vez por todas estaba en mi ciudad favorita, la ciudad de la niebla. Aún no me lo podía creer, en el suelo vi una carta con el mismo sello que la de Brighton, la abrí y ponía:

Hola Gonzalo:Aquí tienes una pista de dónde tienes que ir,pero no te precipites, que no te lo voy a decira la primera, te tendrás que esforzar yreforzar, ¿a ti te gusta ir en barco?seguro que sí

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Alguien que te conoce muy bien.

No supe adónde quería que fuera, pero como Manolarga estaba ya fuera de la estación me fui corriendo a buscarle y me guardé la carta en el bolsillo. Alcancé a Manolarga y se sorprendió al verme, me dijo:

-¡Dónde está la maleta!

Cuando me di cuenta de mi error ya era demasiado tarde, estábamos Manolarga, yo y las majestuosas calles de Londres, pero no teníamos dinero, porque Manolarga lo había dejado en Brighton.

Seguimos andando, yo iba contemplando las calles llenas de niebla, íbamos andando buscando un buen lugar para dormir, cuando vi en un cartel:

Gran atraco al banco de Brighton

Quien sepa algo de este caso y nos proporcione información útil tendrá una

recompensa de quinientos dólares.

Por favor, a cualquier información vallan a hablar con los inspectores de Londres.

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Me quedé perplejo, el robo al banco de Brighton había llegado hasta Londres, no estábamos seguros si a toda Inglaterra, mas si ha llegado a la majestuosa, misteriosa e importante ciudad de Londres, significa que ha llegado a todos los pueblos importantes, Manolarga no parecía asustado, porque no sabían quién había robado al banco y estaban buscando a ciegas, no me extraña que el caso lo lleven los inspectores de Londres, pues el agente Panceta, el agente Meñique y el agente Pulgar, no iban a encontrar a los ladrones, es decir, a nosotros en su vida.

Manolarga me gritó para que le siguiera, había encontrado un sitio bastante acogedor para dormir, era un vieja fábrica, las maderas estaban muy carcomidas, pero los cimientos estaban bastante bien, y la verdad es que agradecí que encontrara un sitio tan bueno porque ya estaba muy cansado, había robado un banco, había huido en un tren, había perdido mi dinero, creo que ya me merezco un descansito.

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Capítulo 4

Primer día en Londres

Me levanté por la mañana y vi a Manolarga mirando por la ventana, o lo que quedaba de ella, me acerqué a él y le pregunté:

- ¿Qué te pasa?

No me contestó, parecía triste o que tenía nostalgia por algo, pero creo no sabré que es, por lo menos de su boca, a lo mejor, encuentro el por qué algún día.

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En ese instante me acordé de que no le había enseñado la carta que me encontré en la estación, vaya cabeza la mía. Le enseñé la carta y se quedó mirándola durante un rato, hasta que me dijo:

- ¡Ya está!

Había encontrado la solución, me acercó la carta un momento para ver si yo, por mí solo, caía en la solución. Después de un rato lo descubrí, a ver si tú también lo descubres, mira:

Hola Gonzalo:

Aquí tienes una pista de dónde tienes que ir,pero no te precipites, que no te lo voy a decira la primera, te tendrás que esforzar yreforzar, ¿a ti te gusta ir en barco?

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Seguro que sí.

Alguien que te conoce muy bien.

Claro, había que mirar la primera letra de cada línea y tienes la solución: A PARIS, tenía que ir a París, yo obedecía a esas cartas, pero no sabía quién me las escribía. Bueno, de todas formas, no iba a salir ahora mismo a París, así que salí de la vieja fábrica y me encaminé a ver qué novedades me ocurrían en Londres.

Manolarga se quedó en la fábrica tan serio como siempre, tampoco le importó que saliera, pues bien sabía que me hacía mucha ilusión. Cuando salí me encontré con unas inmensas calles decoradas con la luz del Sol, hacía un día maravilloso, los pájaros cantaban, los abuelos salían de paseo con sus nietos, un paraíso de domingo. Tocaron las campanas de la iglesia, ya eran las doce de la mañana, que rápido se me pasó esta última hora. Me senté en un banco dónde me colgaban los pies, el viento me daba de lado y las mujeres de clase alta, que vestían un traje de plumas o cosas por el estilo, pero caras, iban fardando de su calidad de vida a los más necesitados, la mayoría son las personas más despreciables del mundo. Pensando me entraron ganas de comer, pero el problema era que no poseía comida. A lo lejos vi a Manolarga que tría en la

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mano dos jugosos perritos calientes, no me lo podía creer, cómo los habrá conseguido si no traía dinero, en ese momento me dije que vaya pregunta más tonta me he hecho, estamos hablando del mejor ladrón de Brighton.

Cuando me di cuenta ya estaba delante de mí ofreciéndome uno de los dos perritos que traía. Sin pensarlo lo cogí y a continuación empecé a comer el caliente perrito caliente, con una fina capa de tomate y una salchicha de buena calidad.

Nos sentamos los dos en el banco a comer el perrito viendo como pasaban los hombres corriendo a sus casas porque llegaban tarde a su casa a comer, y eso no se lo pueden perder.

Manolarga y yo seguimos sentados en el banco de madera pulida hasta el atardecer, después me entró un sueño que no podía contener y me quedé dormido en el regazo de Manolarga, y él se quedó mirando como poco a poco iba transcurriendo un día, es más, no un día cualquiera, el mejor día de toda nuestra vida.

Cuando me desperté me encontraba en la fábrica con Manolarga sentado en una butaca vieja bastante astillada, tenía en la mano dos billetes de ida a París todo incluido, el tren a la costa, el barco hasta la costa de Francia y el tren que cruza una parte de Francia hacia París, me fijé en la fecha y vi que ponía que salíamos

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mañana a las doce de la mañana. Manolarga se dio cuenta de que estaba despierto contemplando los billetes, me dijo que no importaba que viajáramos mañana por la mañana, porque ya que no tenía maleta no hacía falta prepararse. Le iba a preguntar dónde consiguió los billetes, pero en realidad ya sabía la respuesta, por algo se llama Manolarga.

A la mañana siguiente me desperté, bueno mejor dicho, Manolarga me despertó a las once de la mañana y me dijo que pusiera el abrigo, que era una chaquetilla rota y arrugada que encontré tirada en Brighton, y que partiéramos ya hacia la estación.

Aunque había algo que no me gustaba, pues, en la estación, Manolarga se paró a hablar con unos hombres que parecían de aspecto rusos, algo que me pareció muy extraño.

Subimos al tren y le dimos los billetes al revisor para que le hiciera los agujeritos en el lateral izquierdo. La locomotora empezó a echar humo como si estuviera fumando un puro, y arrancó, no me lo podía creer me iba a ir a París.

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Capítulo 5

De Londres a París

Por fin llegamos al puerto, estaba a rebosar de gente porque era sábado y tocaba mercadillo de pescado. Me intentaba abrir hueco pasando entre la gente que parecía que estaban haciendo el muro de Berlín o algo así porque sólo les faltaba el cemento para estar selladas completamente de lo apiñadas que estaban. Cuando llegué al barco al que tenía que subir Manolarga me estaba esperando con los brazos cruzados y dando golpes con el pie al suelo. Yo me intenté explicar pero me hizo

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un gesto para que le siguiera con la mano y se dio la vuelta y se fue.

Me subí al barco de mala gana, pues, cosa que no os había comentado queridos lectores, soy alérgico a los barcos, en cuanto me subo en uno me empiezo a marear y a vomitar.

Emprendimos el viaje, las olas golpeaban el barco haciendo que pareciera que se estaba defendiendo de una poderosa navaja que está sobre el mar. La brisa era tenue y agradable, las gaviotas hacías los ruidillos que, aunque no veas la playa ni el mar, sabes que estás en la costa.

Todo estaba tranquilo, el vigía vigilaba, el cocinero cocinaba, el timonel pilotaba, todo normal, pero, en vez de disfrutar de este maravilloso paisaje que, a la vez, te hacía vomitar el estar en el barco, Manolarga, estaba en nuestro camarote mirando por el ojo de buey, o, por lo menos, así estaba cuando me fui.

Bajé al camarote por las escaleras recién fregadas de la bodega, entré en la habitación y vi a Manolarga jugando a las cartas con unos desconocidos. Le pregunté en voz baja y al oído sin que nadie se diera cuenta:

- ¿Quiénes son estos tipos tan raros?

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No me respondió, parecía que quisiera que me vaya, algo que me fastidió bastante, pero como yo soy un niño de poco desobedecer, me fui.

Subí a cubierta, y me dispuse a subir al mirador de barco, aunque no se me olvidaba la bolsita de papel por si me entraban ganas de echar el confeti.

Miré al horizonte y divisé un barco, me pareció extraño, pero pasé del barco porque tenía muchísimas ganas de hacer pis.

Cuando me salí del baño me di cuenta de que ya eran las once de la noche, así que me fui a la habitación. Manolarga estaba leyendo un libro, en cuanto entré me miró y me preguntó si me había gustado el barco, yo le respondí que me encantó, pero me extrañó que siendo esas horas no me regañara. Me fui a la cama a la espera de un nuevo día.

Cuando me desperté, estábamos atracando. Salí del camarote y marineros se desplazaban de un lado a otro, pero a Manolarga no le veía.

Subí a cubierta, y divisé tierra. Los marineros iban de allí para allá, de arriba abajo, preparándose para atracar en el puerto, el capitán salió de la ocupación de timonel para dirigir a sus marineros.

Tenían que preparar las cuerdas y yo que sé más, era todo un ajetreo, entre los marineros ordenadamente

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alborotados hasta los ansiosos pasajeros que querían ver la costa de Francia.

Capítulo 6

En FranciaDesembarcamos en Le Havre y tomamos un tren hacia París, la majestuosa ciudad de la luz.

En la estación esperábamos el tren, en una humilde sala de espera por así llamarla, las maderas estaban carcomidas y la puerta tenía los cristales empañados del frío que hacía fuera, ya que era invierno.

De repente el silbido del tren entro resonando en la estación, mucha gente, en la que Manolarga y yo íbamos,

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se levantó hacia la puerta y salio casi pisoteándose, Manolarga se quedó esperando a que la muchedumbre pasara. Cuando pasó Manolarga y yo pasamos hacia el tren y subimos en él.

En el tren, Manolarga y yo, nos fuimos hacia nuestra habitación, era una habitación de no muy grandes extensiones, pero bastante ordenada y aprovechada a pesar de su espacio.

Nos fuimos a descansar, eran las doce de la noche, abrimos las camas desplegables que había situadas en la pared, y nos tumbamos en ellas después de haber estirado las sabanas.

Yo dormía arriba, estaba un poco agobiado, ya que al ser un tren el espacio era muy reducido y estaba casi pegado al techo. Aunque me costó bastante, al final me dormí después de leer un poco de un libro que compré en la estación de Le Havre.

Ya eran las diez de la mañana cuando entré en razón, baje de la cama, y me dispuse a ir al baño compartido por dos habitaciones, por suerte, no había nadie, eché el cerrojo y me lavé los dientes con los cepillos que me habían dado en el tren, y me lavé los dientes, después me peiné e hize toda mi tarea de higiene.

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Salí de la habitación y Manolarga se había hido, pero me dejó una nota que decía que estaba en el restaurante-bar del tren, al leer esto me dirigí hacia allí.

Me acerqué a su mesa, pero estaba con otra gente y me dijo que esperara, mientras tanto yo me pedí un vaso de agua, y antes de que me lo terminara ya estaba Manolarga a mi lado yme invitó a un refresco.

Después de charlar un rato, el tren pegó el ssilbido de llegada, ya estábamos en París.

Me bajé del tren y lo primero que vi fue al jefe de estación hablando con el conductor del tren, al de salir de la estación vi a un señor con su esposa vendiendo barquillos de chocolate. Manolarga, me compró uno, algo que me pareció extraño, ya que en ocasiones normales lo habría robado, pero, ¿por qué esto es una ocasión especial?

Mientras me comía el barquillo sentado en un banco de la estación me percaté de la maleta que tenía Manolarga entre sus piernas bajo su chaqueta. No recordé vérsela visto antes pero como soy bastante despistado no le di importancia.

Salimos de la estación y caminamos por las calles de París hacia un hotel barato en el que nos alojamos aquella noche.

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A la mañana siguiente no estaba Manolarga en la habitación, pero me dejó una nota en la que ponía que me fuera a la estación, no sabía para que, pero yo fui.

En la estación vi a Manolarga hablando con unos cuantos hombres me acerqué sin hacer ruido y pude escuchar algunas frases sueltas como: tenemos que, nos lo mandó el gran jefe, piensa en el dinero. No entendía nada y me dirijí hacia Manolarga como si no hubiera pasado nada.

Después de que Manolarga y yo compráramos los tickets y estuviéramos a punto de subir al tren, oímos unos disparos provenientes del interior de la estación. De repente salieron unos miembros de la policia francesa persiguiendo a dos hombres. Manolarga me empujó hacia el interior del tren mientras me decía que agachara la cabeza para estar mas seguro, pero aún sigo creyendo que era para que no viera lo que estaba a punto de hacer, así que cuando oí su pasos alejándose del tren, salí de este y fui tras él.

La policía ya había cesado la busca, y Manolarga no estaba por ninguna parte, seguí andando y oí unas voces tras un muro, entre ellas la de Manolarga, fui hacia la esquina del puro y asomé la cabeza lo suficiente para poder escuchar mejor.

Una voz seca y ronca amenazaba a Manolarga con la muerte si no le daba la maleta en ese mismo instante.

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Cuando los disparos cesaron, los policías venían con las manos vacías, cuando anunciaron que siguiéramos con normalidad, al parecer los dos hombres de antes se habían escapado.

Volvimos a la normalidad y fuimos a nuestra habitación, nos dirijíamos a Berlín.

Bajamos del tren y vi un cartel de “SE BUSCA” colgado en la pared de la estación. Lo más sorprendente era que estaba dibujada la cara de Manolarga. Pensé que podía ser sobre el robo cometido en Brighton, pero no dejamos ninguna pista, ¿o sí?

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