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REVISTA EUROPEA. NDM. 75 \ ." DE AGOSTO DE 1875. AÑO 11. ETIQUETAS DE LA GASA DE AUSTRIA. Es tan natural en el hombre rodear de pompa y maguiticencia las personas y atributos que, ya en lo divino ya en lo humano, representan y simbolizan la autoridad suprema, que en todos tiempos y en todos los pueblos, cualesquiera que hayan sido sus creencias y sus formas de gobierno, ha habido ce- remoniales más ó menos complicados, más ó menos l'astuosos, según el mayor ó menor grado de civili- zación y de fantasía de los respectivos países. Los libros sagrados, la historia de los antiguos pueblos orientales, y sus monumentos artísticos, nos atesti- guan de una manera evidente la maravillosa sun- tuosidad y prolongado ceremonial á que ya los pri- meros imperios, de que hace mención la historia, sujetaban los actos mas principales, asi públicos como privados, del sumo sacerdote y del mo- narca. Con la civilización oriental, implantóse en Euro- pa, si bien muy modificado, este ceremonial, ex- ornándolo los romanos y bizantinos, con tal arte, majestad y grandeza, de que no hay ejemplo poste- rior. De estos últimos tornaron los pueblos bárbaros, una vez asentados y constituidos, el ritual palatino, -acomodándolo á sus necesidades y diversa natura- leza, de donde resultaron, andando el tiempo, va- riantes y usos tan distintos entre si que constitu- yeron las etiquetas propias de cada corte, llegando á cobrar éstas tal vuelo en el periodo del renaci- miento con el predominio siempre creciente del poder real, que fue menester ordenarlas y regi- mentarlas de nuevo para su más exacto cumpli- miento. A este periodo corresponden en España las Or- dinaciones de la casa real de Mallorca, de Aragón, y otros códigos palatinos, cuyo estudio es en extremo interesante, por reflejarse en ellos el desenvolvi- miento de las instituciones políticas y sociales de nuestra patria y la transformación y emancipación de la autoridad real, que llegó á convertir en hu- mildes y regimentados satélites del sol, cada vez más radiante de la monarquía, á muchos orgullosos planetas que con él hasta entonces compitieran, llegando á veces á eclipsar sus luces. Esta evolución en la que tanta parte tuvieron los Reyes Católicos, se marca ya perfectamente en la TOMO V . situación que el Libro de la Cámara Real del Prín- cipe D. Juan é officios de su casa é servicio ordina- rio (4), señala á todas las categorías sociales, desde las más humildes, hasta las más encumbradas, com- puesto por Gonzalo Fernandez de Oviedo, que fue de la servidumbre de aquel malogrado Príncipe, con objeto de que el primogénito del Emperador Carlos V, use criase é mejor le sirviesen como á verdadero Príncipe de (¡astilla.» Y en efecto, ¿qué modelo más digno de ser imitado para la enseñanza de éste que la organización de aquella casa, objeto aún hoy de admiración y estudio, creada por la Reina Católica para su desventurado hijo? ¡Lástima grande que nunca después llegara á adoptarse la etiqueta descrita por Oviedo, y que,, afecto el Em- perador á la del país que le vio nacer y en la que fue educado, como más brillante y ostontosa la prefiriera á la castellana! Lo cierto es, que en el mismo año de 1847 en que el diligente Oviedo la redactó de nuevo y añadió, vino de Alemania el Duque de Alba con orden de Carlos V para poner la casa del Príncipe á forma y uso de la de Borgoña, y el dia 15 de Agosto del propio año, se comenzó D. Felipe á servir á la borgoñona, como lo refiere su criado Cristóbal Calvete do la Estrella, repartién- dose los oficios de palacio entre los más ilustres magnates de Castilla. Por esta razón, y como quiera que la etiqueta borgoñona fue la usada por todos los monarcas de la casa (1$ Austria, que reinaron en España hasta el advenimiento de la de Borbon, he creído útil é interesante dar una idea de ella, valiéndome al efecto de varios manuscritos antiguos referentes á este asunto (2). ¡ [i) Publicado por la sociedad de bibliófilosespañoles, ti ilustrado por ¡ el erudito catedrático de IR Escuela de Diplomática, I). José Escudero de la Pena. (2) «Relucion de la orden de servir que se tenia en la casa del Em- j pera&nr D. Carlos, vue-tro señor, el año de 1545, y la misma se guarda j ahora en la de S. jtí.»—Etiquetas getieralts. Aña 1Ü51. Al fin de éstas, se li:e lo siguiente: «Lo contenido en estas Etiquetas y Funciones que van aquí escritas en 3Í10 hejas, están conforme a lo acordado por la juula de S. M. por decreto de 22 do Mayo del afio de 1047 que mandó íbrtnar para este efecto, en que concurrieron los señores D. Lorenzo Kamirez de Prado, del Consrjo de S. M.,enel Real (le Castilla, y el Marqués de Pa- lacios, mayordomo de S. M., y después de su meterte el de Malmca, en cuya presencia fce vio lo que estaba determinado, y consiguió y ajustó todo, á que asistió Sebastian Gutiérrez de Parraga, secretario de la junta.—Madrid, 11 de Febrero de 1651. — Sebastian Gutiérrez de Par- raga.» (Archiva Aet Excmo. Sr. Maiqttéi de Alcañices. /

REVISTA EUROPEA. - Ateneo de Madrid · 2007-04-25 · en la mano el salero cubierto, no sin besarle antes, sujetándolo el gentilhombre por el pió y el vientre. El varlet-servant,

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REVISTA EUROPEA.NDM. 7 5 \ ." DE AGOSTO DE 1 8 7 5 . AÑO 11.

ETIQUETAS DE LA GASA DE AUSTRIA.

Es tan natural en el hombre rodear de pompa ymaguiticencia las personas y atributos que, ya en lodivino ya en lo humano, representan y simbolizanla autoridad suprema, que en todos tiempos y entodos los pueblos, cualesquiera que hayan sido suscreencias y sus formas de gobierno, ha habido ce-remoniales más ó menos complicados, más ó menosl'astuosos, según el mayor ó menor grado de civili-zación y de fantasía de los respectivos países. Loslibros sagrados, la historia de los antiguos pueblosorientales, y sus monumentos artísticos, nos atesti-guan de una manera evidente la maravillosa sun-tuosidad y prolongado ceremonial á que ya los pri-meros imperios, de que hace mención la historia,sujetaban los actos mas principales, asi públicoscomo privados, del sumo sacerdote y del mo-narca.

Con la civilización oriental, implantóse en Euro-pa, si bien muy modificado, este ceremonial, ex-ornándolo los romanos y bizantinos, con tal arte,majestad y grandeza, de que no hay ejemplo poste-rior. De estos últimos tornaron los pueblos bárbaros,una vez asentados y constituidos, el ritual palatino,-acomodándolo á sus necesidades y diversa natura-leza, de donde resultaron, andando el tiempo, va-riantes y usos tan distintos entre si que constitu-yeron las etiquetas propias de cada corte, llegandoá cobrar éstas tal vuelo en el periodo del renaci-miento con el predominio siempre creciente delpoder real, que fue menester ordenarlas y regi-mentarlas de nuevo para su más exacto cumpli-miento.

A este periodo corresponden en España las Or-dinaciones de la casa real de Mallorca, de Aragón, yotros códigos palatinos, cuyo estudio es en extremointeresante, por reflejarse en ellos el desenvolvi-miento de las instituciones políticas y sociales denuestra patria y la transformación y emancipaciónde la autoridad real, que llegó á convertir en hu-mildes y regimentados satélites del sol, cada vezmás radiante de la monarquía, á muchos orgullososplanetas que con él hasta entonces compitieran,llegando á veces á eclipsar sus luces.

Esta evolución en la que tanta parte tuvieron losReyes Católicos, se marca ya perfectamente en la

TOMO V.

situación que el Libro de la Cámara Real del Prín-cipe D. Juan é officios de su casa é servicio ordina-rio (4), señala á todas las categorías sociales, desdelas más humildes, hasta las más encumbradas, com-puesto por Gonzalo Fernandez de Oviedo, que fuede la servidumbre de aquel malogrado Príncipe,con objeto de que el primogénito del EmperadorCarlos V, use criase é mejor le sirviesen como áverdadero Príncipe de (¡astilla.» Y en efecto, ¿quémodelo más digno de ser imitado para la enseñanzade éste que la organización de aquella casa, objetoaún hoy de admiración y estudio, creada por laReina Católica para su desventurado hijo? ¡Lástimagrande que nunca después llegara á adoptarse laetiqueta descrita por Oviedo, y que,, afecto el Em-perador á la del país que le vio nacer y en la quefue educado, como más brillante y ostontosa laprefiriera á la castellana! Lo cierto es, que en elmismo año de 1847 en que el diligente Oviedo laredactó de nuevo y añadió, vino de Alemania elDuque de Alba con orden de Carlos V para poner lacasa del Príncipe á forma y uso de la de Borgoña, yel dia 15 de Agosto del propio año, se comenzóD. Felipe á servir á la borgoñona, como lo refieresu criado Cristóbal Calvete do la Estrella, repartién-dose los oficios de palacio entre los más ilustresmagnates de Castilla.

Por esta razón, y como quiera que la etiquetaborgoñona fue la usada por todos los monarcas dela casa (1$ Austria, que reinaron en España hasta eladvenimiento de la de Borbon, he creído útil éinteresante dar una idea de ella, valiéndome alefecto de varios manuscritos antiguos referentes áeste asunto (2).

¡ [i) Publicado por la sociedad de bibliófilosespañoles, ti ilustrado por¡ el erudito catedrático de IR Escuela de Diplomática, I). José Escudero de

la Pena.

(2) «Relucion de la orden de servir que se tenia en la casa del Em-j pera&nr D. Carlos, vue-tro señor, el año de 1545, y la misma se guardaj ahora en la de S. jtí.»—Etiquetas getieralts. Aña 1Ü51. Al fin de éstas,

se li:e lo siguiente: «Lo contenido en estas Etiquetas y Funciones que vanaquí escritas en 3Í10 hejas, están conforme a lo acordado por la juulade S. M. por decreto de 22 do Mayo del afio de 1047 que mandó íbrtnarpara este efecto, en que concurrieron los señores D. Lorenzo Kamirez dePrado, del Consrjo de S. M.,enel Real (le Castilla, y el Marqués de Pa-lacios, mayordomo de S. M., y después de su meterte el de Malmca, encuya presencia fce vio lo que estaba determinado, y consiguió y ajustótodo, á que asistió Sebastian Gutiérrez de Parraga, secretario de lajunta.—Madrid, 11 de Febrero de 1651. — Sebastian Gutiérrez de Par-raga.» (Archiva Aet Excmo. Sr. Maiqttéi de Alcañices. /

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162 REVISTA EUROPEA. 1 . " DE AGOSTO DE I 8 7 5 . N.° 75

I.

LA COMIDA.

Cuando el mayordomo semanero iba por la ma-ñana á palacio, inspeccionaba la cocina y sabía porel escuyer de ella la comida que se preparabapara S. M. aquel dia.

El ujier de sala se hallaba á hora convenienteen palacio para avisar á los oficiales estuviesenprontos á cubrir la mesa á la hora designada porel mayordomo semanero, é iba de oficio en oficio,con una varilla de ébano rematada en su parte su-perior por una coronilla de oro, que traía en lamano, dando golpes á las puertas de los oficialespara que se hallasen aparejados al primer aviso, sinentrar por aquella vez en sus habitaciones. Avisabapara la comida primeramente á la cocina y despuésá la panetería, cava, salsería, tapicería y ramería,y para la cena, á más de estos oficios, á la cerería.

Hechas estas diligencias, mandaba el tapicerollevar una alfombra grande á la pieza donde SuMajestad había de comer, la cual se extendía sobreel estrado en que había de ponerse la mesa, volvién-dola á recoger y guardar los oficiales de la tapice-ría una vez terminada la comida ó cena.

El furrier de palacio mandaba en seguida ponerla mesa debajo dol dosel de la pieza de la antecá-mara, traer la silla de S. M. y otras ú otras mesas([ue servían de aparador para los objetos propios dela panetería, cava y frutería, si había lugar en lamisma pieza, si nó, en la más inmediata. Entre tanto,el ujier de sala iba á llamar al gentilhombre deboca, á quien tocaba servir de panetier para ir á lapanetería y avisar á los correspondientes soldadosde la guardia que le acompañasen. Ya dentro de lapanetería, el sumiller de ella tomaba una servilletamuy limpia y bien doblada y la ponía sobre el hom-bro izquierdo del panetier dándole al mismo tiempoen la mano el salero cubierto, no sin besarle antes,sujetándolo el gentilhombre por el pió y el vientre.El varlet-servant, que debía asimismo encontrarseen aquella pieza, tomaba en una mano el pan y laservilleta con que S. M. se había de servir, envuel-tos en otra servilleta, y en otra mano los cuchillos.El sumiller de cocina llevaba los tríncheos en lamano derecha, y en el brazo izquierdo los mante-les (1), que ordinariamente eran de cinco varas delargo por cuatro de ancho. Un ayudante de panete-ría, llevaba otros manteles para cubrir el aparador,cuyas dimensiones eran cuatro varas do largo portres de ancho, asi como servilletas, cucharas, ca-lentador , palillero y otras menudencias que secreían necesarias.

Así dispuestos, salían de la panetería, todos des-cubiertos, en el orden siguiente: marchaba primerola guardia compuesta de cuatro soldados de cadanación (-1), y seguían el ujier do sala con su varillaen la mano, el panetier, el varlet-servant, el sumi-ller de la panetería, uno ó más ayudantes de la mis-ma, según fuesen necesarios, el frutier y el oblier,que colocaban en el extremo de más honor del apa-rador lo que correspondía á su oficio. El sumillerde la panetería cubría la mesa con los mantelesayudado del ujier de sala, y colocaba en ella lostrinchóos; el panetier ponía sobre ellos el salero,abriéndole antes y dando la salva de la sal al dichosumiller, poniendo después encima la servilleta quetraía en el hombro. El varlet-servant ponía los cu-chillos en la mesa, los dos mayores en forma decruz de Borgoña; los pequeños junto á ellos, y so-bre los primeros, el pan envuelto en una servilleta,cortando las salvas.

Concluida esta operación, el ujier de sala iba államar al gentilhombre de boca que lo correspondíaservir de copero, y acompañados de la guardia,entraban en la cava, donde el sumiller de ella ledaba en una mano la copa de S. M. y en la otra lade la salva; después daba al ujier las fuentes, y élllevaba un jarro y una taza grande de salva, dondese colocaba la copa cuando S. M. la pedia. Un ayu-dante del oficio de la cava, llevaba los frascos devino y agua. Llegados á la pieza donde S. M. comía,colocaban en el extremo del aparador que losoficiales de panetería habían dejado libre, lo quetraían, quedándose allí á vigilarlo el sumiller de lacava, hasta que S. M. acababa de comer ó cenar.

El ujier de sala esperaba entonces que el mayor-domo semanero saliese de la cámara donde estabacon S. M., y en saliendo de ella tomaba el mayor-domo su bastón en la mano, y el panetier la servi-lleta que tenía puesta encima del salero, y la volvíaá colocar sobre su hombro izquierdo, y el ujierdaba golpes en la puerta de la sala con su varilla,diciendo en alta voz; «Á la vianda, caballeros.»Acto continuo iban dicho ujier, y detras el mayor-domo, el panatier y demás oficiales por la vianda ála cocina, escoltados por la guardia. Á su vez eltrinchante semanero se lavaba las manos y se lle-gaba á la mesa de S. M., desenvolvía la servilletaen que estaba envuelto el pan, la tomaba por dospuntas y se la ponía al cuello; cortaba el pan, dandoprimeramente la salva al sumiller de la panetería, yde lo cortado ponía encima de un trincheo lo que leparecía podría bastar para la comida de S. M., y elsalero, un cuchillo y un palillo, colocando estetrincheo, asi dispuesto, debajo de un pliegue delmantel á la derecha del sitio que había de ocu-

(1) En otras relaciones dicfl que los manteles iban entre dos platos. {i ) Espartóles, alemanes y borgoüones.

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N.° 75 A. R. V1U.A. ETIQUETAS DE I.A CASA DE AUSTRIA. 163

par S. M., y encima la servilleta de que había deservirse.

Una vez en la cocina el mayordomo semanero y(lemas que le acompañaban, comenzaba el cocineromayor á llevar al aparador que allí había los platosde vianda; el salsier descubría las salsas que habíatraido y el mayordomo se las iba dando, y á medidaque el cocinei'o mayor colocaba los platos en elaparador, el panetier los iba descubriendo y el ma-yordomo dando las salvas á dicho cocinero, vol-viéndolos á cubrir el panetier y dándolos por su or-den á los gentiles-hombres de boca, sin que ningu-no de éstos pudiese descubrir el plato que llevabapara mirar lo que contenía. Reservábase el panetier,para llevarlo él mismo, el plato de vianda que en-tendía ser del mayor agrado de S. M. Así se dirigíaná la sala destinada á comedor, marchando delanteel ujier de sala, el panetier, los gentiles-hombres yotros oficiales, todos con la cabeza descubierta, cs-cepto el mayordomo, y seguidos de la guardia. Elcontralor y el escuyer de cocina tenían obligaciónde asistir á ella á las horas en que se servía lavianda, para ver si en todo había el orden y aseodebidos, y á falta de gentiles-hombres ayudaban állevarla, así como también el maestro de cámara yel grelier.

Llegados á la mesa de S. M. con la vianda, poníael panetier sobre ella el plato que había traido, to-mando de él la salva; recibía luego los demás platosde mano de los gentiles-hombres, dando á cada unosu salva; poníalos en orden en la mesa, y hechoesto, el semanero iba á decir á S. M. que la comidaestaba en la mesa.

Al entrar S. M. en la sala donde había de comer,tomaba el copero las fuentes y daba á S. M. aguapara lavarse las manos; el panetier presentaba laservilleta que traía al hombro al mayordomo sema-nero, quien á su vez la entregaba al mayordomomayor, si estaba presente, ó á la persona más prin-cipal que allí se hallase, y de lo contrario la serviael semanero. Si concurrían dos ó más personas deelevada categoría y del mismo rango, entre quienesdudase el mayordomo, lo preguntaba disimulada-mente á S. M.

En acabando el monarca de lavarse las manos, elmayordomo volvía la servilleta al sumiller de la pa-netería, el cual la doblaba y entregaba al panetier,que se la colocaba en el hombro como antes. Mien-tras que S. M. se lavaba las manos, el trinchante,colocado frente á fronte al sitio que aquélla habíade ocupar, iba descubriendo los platos de la mesacon objeto de que S. M. los viese y señalase los quequería, para retirarlos otros; el aposentador de pa-lacio esperaba con la silla en las manos y una ro-dilla hincada en el suelo á que S. M. se sentase.Antes de hacerlo, el prelado de mayor dignidad allí

presente, bendecía la mesa; á falla de prelado des-empeñaba esta función el limosnero mayor, y en suausencia un sumiller de oratorio. Los maceros, sininsignias, se colocaban á los lados de la tarima paraapartar la gente y procurar no se estorbase el ser-vicio.

Sentado ya S. M. á la mesa, el panetier se colo-caba á un lado de olla, á la derecha del trinchante,y tomaba la salva de la salsa con uno de los cuchi-llos grandes; el mayordomo semanero permanecíaen pié al lado de S. M. con su bastón en la mano;el eopero se mantenía un poco apartado del mayor-domo y fuera del estrado, mirando siempre á S. M.para servirle la copa á la menor seña. En este casoel copero ib? por ella al aparador, donde ya la teníadispuesta el sumiller de la cava; quien descubrién-dola, daba la salva al médico de semana y al cope-ro, y éste, tornándola á cubrir, la llevaba á S. M.,precediéndole los maceros y el ujier de sala, to-mándola en la mano derecha y llevando en la iz-quierda la taza de salva, con cuya misma mano iz-quierda quitaba la cubierta de la copa, tomaba lasalva y daba á S. M. la copa en su mano, hincandouna rodilla en el sucio, teniendo todo el tiempoque S. M. tardaba en beber, debajo do la copa lataza de salva, para que si cayesen gotas no se mo-jase su vestido. Acabando ésta de beber, volvía elcopero á poner la copa en el aparador de donde lahabía lomado. En bebiendo S. >!., servía el panelierla servilleta y S. M. la trocaba con la que tenía alhombro, y cuando llegaba el momento de ir por lasegunda vianda, S. M. hacía seña al mayordomo, yel panetier y demás gentiles-hombres de la bocaiban á la cocina por ella, Lrayéndola con el mismoorden que la vez primera.

Terminados los platos de vianda, el panetier traíadel aparador el postre, fruta, obleas y confites, ayu-dado del sumiller de la panetería y del írutier, ha-,ciendo la salva. En seguida el mozo de limosna traíaun plato grande de plata, y besándolo, lo daba «1limosnero mayor, ó á quien hacia sus veces, y ésteá su vez lo volvía á besar y ponía sobre la mesapara que el trinchante colocase en él el pan que so-braba á S. M. y lo que quedaba de las salvas, vol-viendo á entregarlo al limosnero mayor y éste almozo de limosna.

El trinchante, acabada la comida, tomaba los cu-chillos, los envolvía cu una servilleta y entregabaal varlet-servant; el panetier levantaba los tríncheosy el salero, y los daba al sumiller de la pauelería.

Después de lavarse S. M. las manos se alzabanlos manteles en este orden: e! limosnero mayor seponía á un extremo de la mesa y levantaba el pri-mer mantel de los dos que había, recogiéndolo haciaabajo hasta las tres cuartas partes de la mesa: en-tonces el sumiller de la panetería, que estaba al otro

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164 REVISTA KOBOPKA. 1 ." DE AGOSTO DE 1 8 7 5 . N.° 75

extremo, esperaba con una rodilla hincada en tierraá que se alzase el otro mantel para tomarlos juntosy llevarlos al aparador. Quitado el primer mantel, yantes de alzar el segundo, el panetier tomaba unaservilleta y la tcndia sobre la mesa, sosteniéndolaél por un extremo y el trinchante por el otro; elcopero traía las fuentes, y con la salva daba aguaá S. M. para lavarse las manos, teniendo una rodillaen tierra y colocado entre el panetier y el trinchan-te; S. M. se secaba las manos con la servilletaque estaba extendida debajo de las fuentes; el co-pero volvía éstas al aparador; el limosnero mayoralzaba el segundo mantel haciendo con él un rollohasta el otro extremo de la mesa donde tomaba elsumiller de la panatería ambos manteles en susbrazos y los volvía al aparador.

El aposentador de palacio y sus ayudantes alza-ban la mesa; el limosnero mayor daba las gracias áDios, estando S. M. en pié, en tanto que el trin-chante con una servilleta le quitaba las migajas quehubieran caido en el vestido, y le besaba la mano.El mayordomo semanero acompañaba á S. M. hastasu cámara, y luego se iba á comer ó á cenar, acom-pañado de los gentiles-hombres de boca que habíanasistido á S. M. en la mesa. El copero volvía lacopa á la cava, seguido del ujier de sala y de laguardia, y el sumiller de la panetería y sus ayudan-tes volvían á este sitio lo que les correspondía.

De la misma manera que la comida, se servía lacena, salvo el servicio de la cerería en este últimocaso. El cerero cuidaba de poner en las salas lasvelas y hachas necesarias. Cuando subía el panetiercon el salero, le daba el cerero los dos candelerospara ponerlos en la mesa de S. M. Acabada la cena yalzado el primer mantel, tomaban el panetier y eltrinchante cada uno un candolero, mientras se al-zaba el primer mantel, y luego los volvían á ponersobre la mesa. Después de haberse S. M. lavado lasmanos, el panetier tomaba uno de los dos cándele-ros y alumbraba á S. M. hasta su cámara, dando elotro al cerero, que lo volvía á su oficio. Si durantela cena era menester espabilar las velas que alum-braban en la mesa de S. M., espabilaba el cerero lavela de un candelera del aparador y la entregaba alpanetier para que la cambiase.

Cuando S. M. comía retirado, iba un gentilhom-bre de su cámara á la panetería por el salero, yporque no volviese á bajar por la copa, la subía elsumiller de la cava con lo demás de su oficio, sien-do costumbre cubrir el aparador en la pieza máspróxima. El sumiller de la panetería podía entrar áponer la mesa en la cámara de S. M., no estandoéste en la cama; pero después de sentado S. M. á lamesa no entraba ya ninguno de estos oficiales en lacámara, sino que un gentilhombre venía por los pla-tos, fuentes y copa al aparador y los servia á S. M.

Si la comida era solemne, los reyes de armas conlas cotas reales y los maeeros con las mazas se co-locaban en la antecámara para cumplir á su tiempocada uno lo que el mayordomo semanero do ante-mano les ordenaba. Los atabales y trompetas seformaban en el corredor que había sobre la escaleraprincipal para tocar cuando correspondía poner elcubierto, traer la vianda y mientras S. M. comía.Sentada ésta á la mesa, los reyes de armas se colo-caban á las dos esquinas de la tarima y delante deella los maeeros.

Siendo comida pública del Rey y de la Reina, encelebración do la boda de alguna dama, comía éstacon SS. MM., poniéndose primeramente en la mesael cubierto para el Rey; después se subía de la pa-netería y cava de la Reina lo correspondiente á susoficios. El mayordomo mayor de la Reina y la de-signada para trinehanta desempeñaban las funcio-nes análogas á las empleadas con el Rey. Subida lavianda en servicios dobles, uno para el Rey y otropara la Reina, y puesta en la mesa, salían SS. MM., yuno de los meninos, que eran los que daban de sumano á las damas todo el servicio, llevaba las fuen-tes con que la Reina se había de lavar y las daba ála copera, y la toalla a) mayordomo mayor ó sema-nero, y en su ausencia, al grande que S. M. desig-naba; acercaba la silla el mayordomo mayor, estan-do de rodillas con ella el guarda-damas, y aquélocupaba su lugar sobre la tarima, al lado izquierdo,los mayordomos, con sus bastones, al pié de ella, ylas damas que habían de servir á la Reina, en frente.Sentado el Rey, se hacía seña á la clama en cuyoobsequio era la comida, y el guarda-damas ó el apo-sentador la traían un banquillo para sentarse, y unmenino el pan y el cuchillo en una servilleta. LaReina daba los platos de su vianda á la dama con lamano izquierda. Después de haber bebido SS. MM.,si la dama pedía copa, se la servía descubierta y sinsalva otra dama, que la recibía de mano del sumillerde la cava ó de un ayuda de este oficio. Terminadala comida y levantado el primer mantel, la damatendía la toalla que la daba el menino sobre la mesa,á la manera que el trinchante de S. M., y la coperaservía las fuentes para lavarse, recibiéndolas deotro menino. Pasaban luego las damas delantede SS. MM., que se retiraban á su cuarto, y el novioy el mayordomo mayor comían en la pieza llamadadel bureo ó despacho.

El dia de San Andrés se celebraba en la capillade Palacio la fiesta en conmemoración de la Ordendel Toisón de Oro, y terminada aquella, pasabanlos caballeros de esta Orden á comer con S. M. Losoficiales de la furriera ponían á este efecto la mesadestinada á los caballeros atravesada sobre el ladoizquierdo de la mesa de S. M. y desviada de ellatres pies, á cada caballero un banquillo y un trin-

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N.° 75 A. R. VILLA. ETIQUETAS DE LA CASA DE AUSTRIA. 465

eliei'o do plata sobredorada, redondo, con un salc-rillo, pan, euoliillo y servilleta, y los dependientesde la cava traían las copas descubiertas y sin salvas.El mayordomo mayor nombraba de antemano paraque les sirvieran do panetieres tantos genliles-hom-bres de la Casa como caballeros del Toisón habíande comer, y estos así designados, cuando bajabanpor la vianda do S. M. los mayordomos y gentiles-hombres de la boca, seguían después de la guardia,en hileras, sin servilletas al hombro, con un ujier desala delante y detrás los pajes de S. M. señaladospara traer la vianda descubierta y sin salvas.

Para que nuestros lectores se formen una idea dela numerosa servidumbre, más ó menos aleda ála mesa y cocina de Palacio, y de los cargos, atri-buciones, preeminencias y sueldos de que gozabansus empleados, vamos á hacer una ligera reseña deellos, aun á trueque de poner á prueba la pacienciay atención de los aficionados á conocer la vida ín-tima y los más insignificantes detalles de los tiem-pos pasados. •

El Varíet-servant tenía de gajes doce plazas al dia,que importaban al año -13.800 maravedís, casa deaposento, médico y botica. Iba á la panetería el diaque S. M. comía en público, reconocía y limpiabalos cuchillos de la mesa real, ponía el pan de S. M.envuelto en una servilleta y prevenía las salvas. Co-mía en lo que se llamaba Estado de boca, en el úl-timo lugar, y no se lavaba las manos. Tenía obli-gación, cuando S. 11. salía á guerra, de seguirel estandarte real con su persona y dos caballos,para lo cual se le escribía carta de aviso por la se-cretaría.

El Maestro de la cámara tenía de gajes, pensión ylibreas 224.310 maravedís anuales, ración de pan,vino, carne, pescado, cera, sebo y oíros emolu-mentos, '1.200 ducados al año para oficiales y cajero,casa de aposento, médico y botica. Solicitaba losdespachos para la cobranza del dinero destinado ála despensa, gajes de los criados y otros gastos delservicio de S. M., de que daba cuenta al mayordomomayor. Tenía entrada en las comidas de S. M., conespada, colocándose inmediato á la puerta, á manoderecha, y precedía siempre , así en estos actoscomo en el bureo, al contralor y al greficr.

El Contralor cobraba de gajes, pensión y libreas198.910 maravedís, y la misma clase de racionesque el anterior. Todos los dias recibía, bien delmayordomo mayor, bien del semanero, la orden delo que había que hacer en el servicio doméstico doSu Majestad. Visitaba diariamente los diversos de-partamentos do palacio para ver si estaban con ladebida decencia, reconocía lo que se había com-prado á los proveedores, así en cantidad como en

calidad y precio, y hallábase porloeomun presentecuando el jofe do la cocina compraba lo correspon-diente á su oficio. También al tiempo de servir lacomida á S. M. vigilaba á los cocineros, por si fal-taba algo de lo que ios bahía entregado. Dabacuenta diaria de los gastos, teniendo orden do nosatisfacer ningún extraordinario que antes no hu-biera sido mandado por el mayordomo. A su cui-dado estaba la repartición de las raciones que sedebían dar á los oficiales de boca, y en unión con •el grefier, bacía cargo al guarda-joyas de todas lasalhajas, plata, escritorios, sedas y otros objetosque se le entregaban. Asimismo llevaba un libroduplicado con el grefier, donde constaban los in-ventarios de la tapicería, furriera, acemilería y de-mas oficios. Cuando S. M. iba de jornada, hacía lasetiquetas de los coches, carros, muías de silla,literas y acémilas de los que le acompañaban, conarreglo á las órdenes que recibía de! mayordomomayor. Inspeccionaba las cargas de las acémilas, ysi en ollas iban solamente cosas pertenecientes alservicio de S. M., no permitiendo que su peso exce-diese de catorce arrobas cada una. Examinaba to-das las cucullas y gastos de la capilla, cámara y ca-balleriza; tomaba razón de las cédulas de S. M. aldorso de la hoja donde estuviera su firma, y en lamisma plana cuando sólo estaban las del Consejo.Tenía entrada, con espada, en las comidas do S. M.,cuando acompañaba la vianda, marchando detras delos soldados de la guarda, y colocándose luego á lamano derecha de la puerta. Su puesto en el bureoera después del maestro de la cámara, á los pies dela mesa, en un banco cubierto.

Análogo, aunque inferior, al cargo de contralorera el de Grejier. De gajes y libreas con salario deoficiales, papel y pergamino, tenía 493.4-10 mrs.anuales, y raciones como los dos anteriores. Hallá-base presente á los juramentos que prestaban todoslos criados de S. M., \ llevaba un libro donde asen-taba sus nombres, oficios y salarios, y la cuenta decada uno. Tenía á su cargo la contabilidad por me-ses y trimestres de todos los gastos de la despensa,oficiales de manos, carruajes, etc. Tomaba razónde las cédulas de S. M., firmando inmediatamentedespués del contralor. Copiaba en un libro las es-crituras, contratos y precios á que se obligábanlosproveedores, mercaderes y otras personas en elservicio particular de S. M., y en otro libro conser-vaba registradas todas las etiquetas antiguas y lasresoluciones que sobre este particular iban dictandolos Hoyes. En la comida de S. M. se colocaba inme-diato á la puerta, á mano derecha, con espada, yen el bureo después del contralor, leyendo en estesitio las consultas, decretos y memoriales que el ma-yordomo mayor ó el más antiguo llevaba para esteelecto, estando obligado á advertir, al tratar cual-

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quioi' asunto, las órdenes y resoluciones de S.. M.tocantes á él. Cerraba y sellaba con el sello delbureo, que ostentaba las armas reales, las consul-tas acordadas. Finalmente cuidaba de las ausenciasy faltas de los gentiles hombres de boca, casa yotros criados para rebajarles la parte de salario ygajes que les correspondiesen.

Panetería. El Sumiller de olla gozaba de gajesdoce plazas al dia, que importaban 43.800 mrs.anuales; cada dos ayudas tenían siete plazas ymedia (54.750 mrs.), y todos ración ordinaria, casade aposento, médico y botica. Guardaba el sumillertoda la ropa blanca y plata de la mesa de S. M. Re-cibía y examinaba el trigo necesario para la realprovisión y lo entregaba luego al panadero, quienle enviaba el pan para S. M. en una escusa-baraja,envuelta en una servilleta y cerrada con llave. Lle-gado el pan á la panetería, el sumiller, que teníaotra duplicada, lo recibía y daba la salva al panade-ro. Era también de su incumbencia comprar la sal,palillos, queso, mostaza y otros ingredientes deeste género. Cuando subía el cubierto para la ntesade S. M. había de ser sin sombrero y espada.

El Ujier de la sala, ó de la vianda, tenía doceplazas al dia (43.800 mrs.) y ración ordinaria. Asis-tía principalmente al medio dia y á la noche parahacer cubrir la mesa á las horas que S. M. había decomer, y avisaba á los oficiales de boca, á la guarday demás criados lo que tenían que hacer. Cuandohabía bureo, se colocaba á la puerta de esta oficinapara llamar á quien fuere necesario, ponía las luces,avisaba á los mayordomos, y ejecutaba los autos dejusticia acordados en el bureo. Era el encargado devigilar que ninguno se pasease, cubriese ni hablasealto durante la comida de S. M., diciendo cuandoá esto se faltare': «Caballeros, hablad paso.»

La lavandera de boca tenía seis plazas al dia, trespara una criada, y diez libreas al mes, que todo as-cendía á 56.850 mrs. al año. Llevaba á la paneteríala ropa lavada para el servicio de S. M., y caso deno poder ella, la enviaba por medio de una criada,guardada en una excusa-baraja corrada, de la queel sumiller tenía otra llave. La lavandera de Es-tado disfrutaba de los mismos gajes y lavaba todala i'opa de los estados de los oficios.

Frutería. Cobraba el Frutier siete plazas y me-dia al dia (27.375 mrs.) y la ración ordinaria, te-niendo á sus órdenes un mozo de oficio con dosplazas (7.300 mrs.). Guardaba la plata correspon-diente al servicio de su oficio; compraba la frutanecesaria para S. M., los estados y raciones ordina-rias, siendo de su cargo poner por sí mismo en losplatos la que había de servirse á S. M.

Cava. El sumiller de ella tenía doce plazas al dia(43.700 mrs.); los ayudas á siete plazas y mediacada uno, el portero cuatro plazas, los' dos mozos

de oficio cada uno la mitad del anterior, y todosración ordinaria. Era de su cargo guardar la platapropia de este servicio, llevar cuenta con los pro-veedores del vino regalado, ordinario y nieve quefuesen necesarios para el servicio de S. M., Estadosy raciones. «El vino de San Martin que se gasta en elvizcocho y el agua de Corpa para la persona de S. M.ha de recibir el sumiller ó un ayuda del mismo ofi-cio y siempre que se lo entregare la persona que lotrajere; ha de hacer la salva, dándosela el sumilleró el ayuda. Ha de saber y tener particular cui-dado y averiguar si la fuente de Corpa, de dondebebe S. M., está en la custodia, decencia y limpiezaque se requiere; y si fuere necesario limpiarla, ponerllaves ó hacer algún reparo, dará cuenta de ello almayordomo mayor ó semanero. Ha de proveer dela canela necesaria para el agua de S. M. y los Es-tados.» Asistía á la mesa de S. M. sin sombrero niespada. Siempre que había necesidad de ir por aguaá Corpa le acompañaba un ayuda ó mozo con lasllaves, y después de sacada el agua volvía á cerrarel depósito.

Sausería. Doce plazas diarias (43.800 mrs.) teníael sausier, y á sus órdenes dos ayudas con sieteplazas y media, y todos ración ordinaria. Servía ála mesa de S. M. colocado detras del trinchante.Guardaba la plata con que comía S. M. la vianda.Proveía del vinagre que era menester para la mesareal y la de los Estados, y correspondíale un platode vianda de la mesa de S. M. á medio dia y otropor la noche, señalados por el trinchante.

Mayordomo del Estado. Sus gajes eran diez plazasdiarias (36.500 mrs. anuales) y dos raciones ordi-narias. Cuando el mayordomo mayor comía en elEstado, se sentaba en la silleta distintiva de sucargo; y estando de camino comían con él los gen-tiles-hombres de la Cámara, mayordomos de laReina, del Príncipe y de los Infantes, caballeros,pajes y el comisario ó comisarios de una ciudadcon voto en Cortes , si hubiesen sido invitadospor S. M. También hay Estado teniendo el Monarcacomida pública, y entonces no comían en él másque los mayordomos, gentiles-hombres de boca yel varlet-servant, que so sienta el último y no selava las manos. Todas estas comidas de Estadocorrían á cargo del mayordomo, objeto de esteartículo; cuidaba de que el Estado se sirviese concortesía y mucha limpieza; servía él mismo, descu-bierto, al mayordomo mayor, y daba la toalla alsemanero cuando se lavaba las manos. Comía conlos pajes en la segunda mesa, no consintiendo quese sentaran á ella más que dos pajes del mayordo-mo, uno de cada caballero que comiere en la pri-mera, y uno de cada dos pajes de S. M. Todo lo quesobraba de la primera mesa se volvía á presentaren la segunda; si todavía sobraba algo de la comida

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N.°75 A. R. VILLA. ETIQUETAS DE LA CASA DE AUSTRIA. 4 67

de los pajes, se daba á los mozos, y lo demás á lospobres.

El panadero tenía doce plazas de gajes, proveíatodo ol pan necesario para la mesa de S. M., Estadode mayordomos y raciones; entregaba personal-mente al sumiller de la panetería el pan destinadoá S. M., tomando de 61 la salva. Era costumbre porCuaresma hacer para S. M. una clase do panecillos,llamados Craquelingues, tres veces cada semana,los lunes, miércoles y viernes, y de ellos so dabanseis al camarero mayor, seis al mayordomo mayor,seis al sumiller de corps, dos á cada mayordomo,dos al maestro de la Cámara, dos al contador y dosal grefier. El trato que con él se tenía, era que dejada cien libras de harina que recibiese había deentregar sesenta libras de pan cocido.

Había también en palacio dos cerveceros, cadauno con diez plazas de gajes; por cada lote de cer-veza, que solía contener dos azumbres, se les abo-naba seis dineros.

El comprador tenía de gajes doce plazas, seispara un dindador y 50 reales al mes para el cajone-ro. Traía al guardamanxier las carnes, pescadosy demás comestibles necesarios para el serviciode S. M., Estado y raciones.

Ouardamanwier. Los dos oficiales de él teníansiete plazas y media al dia; recibían las viandas yprovisiones que les entregaba el comprador ó pro-veedores, por peso ó medida, y las distribuíansegún era menester; llevaban cuenta de la nóminade las raciones, y finalmente, daban lo necesariopara sus casas por los precios corrientes, al mayor-domo mayor, mayordomos, maestro de Cámara,contralor, greüer y veedor do vianda.

Escwyer de cocina. Sus gajes eran treinta y dosplazas al dia y ración ordinaria. Llamábanle tambiénveedor de vianda, y tenía obligación de ver si todo loque se traía al guardamanxier era de buena calidady á precios arreglados. Diariamente inspeccionabaen el mercado lo que en él había más regalado yexquisito, comparándolo con lo había traido ol com-prador. Asistía á la repartición de viandas para SuMajestad, los Estados y raciones para observar sise hacía con orden y esmero. Era, en este sentido,el jefe del guardamanxier y do la cocina. Todas lasmañanas daba cuenta al mayordomo semanero,antes de subir osle al cuarto de S. M., de la comiday cena que estaban dispuestas para aquel dia, ycuando llevaban la vianda á la mesa real, iba trasella descubierto y sin espada.

Cocina. Doce plazas, ó sean 43.800 mrs. anuales,tenía de gajes el cocinero mayor, y además, los diasen que se comía carne, seis plazas de derechos decocina en el extraordinario, un pan de dos libras, unlote de vino de dos azumbres, un cuarto de carne-ro, dos libras de candelas de sebo y la gallina que

echaba en la sopa de S. M.; y los dias de pescado,cuatro libras de él, doce huevos y una libra domanteca.

El cocinero de la servilleta tenía de gajes alaño 118.150 mrs.; sus cuatro ayudas '109.500; dosportadores 40.115; cuatro mozos 29.200, y todosración de pan, vino y pescado, casa de aposento,médico y botica. Todas las mañanas iba el cocineroal guardamanxier, cu cuerpo y con la servilleta so-bre los hombros, á pedir lo necesario para el platode S. M.; recogiéndolo los portadores en vacías cu-biertas y marchando con ellas delante del cocinero,asistido á este fin do los ayudas y dos galopines.Estaba terminantemente prohibido á todos los ofi-ciales de la cocina el ponerse el sombrero estandoen ella. Cuando el mayordomo mayor ó el semanero,siendo comida pública, ó el gentil-hombre siendoordinaria, bajaban á la cocina por la vianda, iba elcocinero descubriendo los platos, y diciendo lo queeran; habiendo cosa de olla, la llevaba él detrás dola vianda, con la servilleta que tenía en los hom-bros, colocado entre los dos últimos soldados de laguarda. Podía llevar á la mesa de S. M. algún platode regalo que entregaba al gentilhombre de la cá-mara, haciendo la debida salva. Los galopines des-plumaban la volatería, limpiaban y guardaban losútiles de cocina, siendo también de su cargo la lim-pieza de ella. Los porteros de cocina tenían sieteplazas y media al dia, y ración ordinaria: no permi-tían la entrada en aquel departamento sino á los ofi-ciales de él. Si había algun desorden, si veían sacarcomestible ó combustible que no fuese para el ser-cieio prescrito, daban cuenta al mayordomo ó con-tralor.

YApolasier y buxier, que tenía cinco plazas y me-dia al dia, era el encargado de proveer de ensala-das, verduras, naranjas, limones, cazuelas, escobas,leña, carbón, harina, gabillas y demás cosas refe-rentes á su oficio.

Cerería. El jefe de este departamento tenía 48.800maravedís al año, un ayuda con 27.379, y un mozocon 7.300, todos con ración ordinaria. Servía lacera para la capilla y palacio de S. M., teniendocuidado de no dar ninguna hacha entera mientrasno le volvían los cabos. El dia de ia Candelaria dis-tribuía las velas que se habían de servir para la fun-ción al asistente mayor para que las diese al prola-do, y en los dias de procesiones entregaba la veladestinada á S. M. al ayuda de oratorio, y ésto al ca-pellán mayor, dando luego personalmente las de-mas velas á los embajadores, grandes, gentileshombres y mayordomos. En las fiestas públicasentraba á mudar las hachas cuando era necesario,acompañado del ayuda, á quien daba lo que quitaba,y de esta suerte no se embarazaba en su trabajo.Pertenecíanle de derecho los restos de las dos ha-

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chas y cirios que se ponían en la capilla para alum-brar al Santísimo, después de haber servido veinti-cuatro horas, así como también el remanente do lacera de 1¡IS honras hechas á personas reales y fies-tas de la capilla (1).

A. RODRÍGUEZ VIU.A.

FIN DE POLÉMICA.

SEÑOR DON RAMÓN DE CAMI'OAMOR.

Mi antiguo y cariñoso amigo:Dudé, en vista de su último escrito, si debía re-

cordar siquiera al público que había existido estapolémica; ó mejor dicho, el roto que usted lanzóarrogantemente, y que yo quise recoger y aceptar;pero, consultado el caso, dícenme sería descortésno saludar al adversario y desear al público mejorfortuna y más enseñanza en otra ocasión.

Saludo á usted, y suplico que no se me tilde nitache por el resultado. He hecho cuanto era dabley posible para encaminar y dirigir la discusión. Sino ha habido discusión, no es culpa mia.

Verdad es que la ocasión no era propicia. Elfallo singular y digno de examen que separa de suscátedras á los señores Salmerón, Giner y Azcá-rate, heló las palabras en sus hidalgos labios de us-ted y contristó mi espíritu. ¡El dia en que se co-noció ese fallo fue dia tristísimo para la enseñanzauniversitaria! ¡Es un dia negro para la ciencia! Nohablo movido por amistad, sino por severa justicia.Los tros son irreemplazables; los tres figuraban enprimera línea y en Jos primeros puestos en el pro-fesorado de España. El Sr. Salmerón, es la inteli-gencia más profunda, más perspicua, do mayoraliento de cuantas poblaban nuestros claustros. Suelocuencia didáctica no tiene rival ni semejante. Esuna gloria nacional.

Giner de los Rios os un devoto de la ciencia, no-ble, entusiasta; mayor pureza y elevación de mirasen el estudio no las conozco. Su religiosidad cien-tífica, su amor al estudio, su desprecio de lodo otroinferes y propósito, avasalla y enamora á cuantosle escuchar. Su instrucción es tan vasta, como pre-cisa, enérgica y elegante su palabra.

Azcárate es un espíritu dulce y reflexivo, tole-rante y discreto, cuyos progresos se notaban, node dia en dia, sino de hora en hora.

¡Lo repito, no los había mejores en el profesoradoespañol, y bien puedo escribir, con el asentimientogeneral, que no los hay iguales!

{i) Omitimos la enumeración y atribuciones de otros varios emplea-

dos de esta misma clase, como el oblier, pistoleros, ugtuidires, tripero,

eipeciero, etc , etc., por no hacer interminable este ya difuso articulo.

¡Qué oscuridad va á reinar en oí claustro! Ni elbrillante y fascinador Castelar, rico en intuicionesy adivinando con su genio lo que la erudición his-tórica apenas permite, sospechar; ni Montero Kios,nuestro único canonista; ni Figuerola, tan expertoen ciencias políticas; ni Giner, ni Azcárate, ni Sal-merón!

¡Lo repito, es un dia de tinieblas para la ciencia!Dice usted bien, no discutamos. No es el momento

oportuno éste que corre. Cuando á duras penas noses lícito defender la santa libertad del pensamientoen lo religioso y en lo filosófico, no es fácil eslimarlos portentos que ha creado esa fecunda y cristianalibertad de la razón, en los últimos períodos de laedad racionalista, en que do hecho nos encontra-mos, por más que se pretenda desconocerlo!

Poro importa que recapitule lo dicho por usted ypor mí en esta ocasión.

Sostuvo ested que el Krausismo es un sistemafundado en una noción de la esencia radicalmentefalsa.

Sostuve, por el contrario, que era verdadera lanoción de la esencia. Más: que ora la corriente yadmitida en las escuelas cristianas. Ha sido inútil:ha insistido usted en su opinión, sin cuidar de miréplica.

Distinguí las nociones (como usted dice) de esen-cia, existencia, sustancia y ser, y mi tarca fue esté-ril, porque no ha querido usted parar mientes en ladistinción, continuando sus disparos y sus vocife-raciones «;á la lenteja!»' «¡á la lenteja!»

Advertí á usted que lo que tanto extrañaba so-bre la doctrina de ser en Dios el cuerpo y el alma,ora de Fenelon, de Grafry y de Hugonin, de acuerdocon las admirables enseñanzas de San Anselmo, ycomo si nada hubiera escrito, torna usted con unatenacidad infantil y una facundia pasmosa, á repe-tir las acusaciones de panteísmo, y no se para us-ted, por mi leal advertencia, de que los conceptosde que me servía eran de Fenelon ó de Gratry y deSan Anselmo, de suerte, que la acusación cae sobrelos autores del Monologium, y el Tratado de la exis-tencia de Dios!

A Qué hacer en esta extremidad? Aceptar la acu-sación y pasar por panleista, porque así le place áusted apellidar á los ilustres SS. PP. griegos y la-tinos, que citaba, y sufrir resignadamente lo queusted dice, por haber copiado textos de Fenelon.tomados de las páginas 140 y 141 do su admirable yadmirado Tratado sobre la existencia de Dios (\\que son los que usted condena con tanta severidad.

Por única réplica, rasguea usted un diálogo, á lamanera de Luciano, en que lleva la voz una ten-

(1) Edición Oharpsntier, I'aris, 1SS7.

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F. DE P . CANALEJAS.- -FIN DE POLÉMICA. 169

riera, aguda y discreta, pero á quien no quiere us-lerl endoe.trin.ai" previamente, sobre la esencia, laexistencia, el «eV y la sustancia, y la excelente ma-trona habla de mitología como yo hablaría de losartículos de su comercio de sedas, convenciendo álas marchanles de que es lo mismo el damasco, y lasedalina, el terciopelo y el raso, porque todo ellose trama y teje con soda.

¿(jué hacer con semejante adversario?Rendirse á discreción y confesar que no se me

alcanza modo y forma de discutir grave y ordena-damente.

Lo confieso.Pero usted se enoja, y repite que, al través de la

forma hay mucho de grave y sesudo en sus discur-sos; que la vaguedad y el ingenio no son más queaparentes, que hay en sus escritos (lilosóíicos se en-tiende) algo oculto que debe desentrañarse! ¡Oh! yono lo dudo, pero no doy con ello.

Preguntaba usted si las esencias eran distitilas.Repliqué que en la pregunta iba la contestación;porque si no, no podría usar el plural, y, sin em-bargo, usted habla de desarrollos de Dios, de ema-naciones de Dios, de una sola esencia; comparaKrause á Spinosa, y en una palabra, tal algarabíase sigue entre lo de Spinosa, lo que usted atribuyeá Krause, lo que yo copiaba como de San Anselmo,que sería necesario escribir un in-folio para anali-zar letra por letra aquellos conceptos y poner cadacosa en su lugar y en su puesto caria doctrina, des-haciendo la monstruosa amalgama en que lodo esose revuelve.

Lea usted con serenidad lodo el párrafo IV de suúltimo escrilo, y advertirá usted que no es posiblecrear mayores confusiones de cosas y de palabras,sirviéndose de imágenes y analogías como la docuerpos sumergidos en materias colorantes, etc.,corno si fuera concebible la analogía.

Distinga usted, como distinguimos lodos, entreser, esencia, existencia y sustancia, y entenderá loque hoy no entiende, por emplear como sinónimasesas palabras. Distinga usted la unidad de la varie-dad; fíjese en el concepto de la una y de la otra, yreconocerá usted que corrige temerariamente al es-píritu humano desde Platón á nosotros, tino siempreha entendido la variedad en la unidad y lo uno, sindejar de ser vario.

Yo dije que Krause cerraba el período de la filo-sofía racionalista de la primera mitad de este siglo,con una construcción admirable en su fondo y be-llísima en su forma.

\'o dije que el panenfeismo tenía un origen cris-tiano, y lo demostré, yuslerl calla sobro esle punto,que era el capital, pues se'lraiaba de dilucidar«cómo somos en Dios,» contenlándose con repetirque el panenteismo es el panteísmo rjás el absur-

do, ó el panteísmo más la mentira. ¿Dónde estará laverdad, amigo mió, si la edad actual, desde Platónhasta hoy, no ha salido ni podido salir de la doctri-na que enseña que «somos en Dios y Dios está entodo?»

Se consuela usted diciendo: Si todas las filosofíaspasan, «quedará el Dios antropomórfico do las mu-gieres, de los niños y de los viejos, que aparece en"forma de Cristo redentor.« Yo me quedo con elDios de la filosofía y de la religión cristiana, cono-cido por la razón libre, en la vida y en el meditarde veinte siglos! liso Dios anlropomúríieo no es Dios,ni con él se coneilia la sagrada idea del Cristo ni lade la redención. No cabo creer en el Hijo, sin ado-rar al Padre. No es posible ni lícito resucitar perio-dos de Mariaismo, ó de Mesianismo, sin ver queDios es uno, y en la unidad de Dios están asentadaslas Personas divinas.

Yo combatiré siempre ese dualismo grosero queabre abismos entre Dios y el hombre, entre elCreador y la criatura, y que corla toda comunica-ción religiosa entre el cielo y la tierra. A estas en-señanzas impías y lúgubres para el pensar y el sen-tir, va la predicación dualista de usted.—Yo creoque la doctrina de Krause (corregida en lo que seade enmendar, desarrollada con la liberlad propia delespíritu), fortalece y vivilicala enseñanza cristiana,que no quiero panteísmos ni dualismos, y que quie-re que siendo yo, como individuo, distimo esen-cialmente de Dios, y eterno como Dios, no sea niexista fuera ni lejos de Dios.

Pero no quiero continuar una polémica que ustedda por terminada, lieproduzeo lo dicho y lo man-tengo.

Aplaudo la noble inspiración que le obliga á us-ted á dejar la pluma en los momentos actuales.Yendi;8j¡ dias mejores para discurrir sobro las ense-ñanzas religiosas del Krausismo. Hoy no es oportu-no, porque pesa sobre aquella escuela el anatemaoficial, y no veníamos en son de defensa, sino conun espíritu crítico. No es usted de los (pie se gozanen aumentar aflicción al afligirlo.

Nada digo, por lo Lanío, sobre la cuestión de ense-ñanza y profesorado. Me limito laminen á reprodu-cir lo dicho. Lo único que deseo, es que nos acom-pañe usted en la noble y provechosa empresa dedefender la libertad del espíritu, sin la cual, lacarne predomina y abruma al ser humano. La liber-lad del espíritu, que es la libertad religiosa, lalibertad eientílica, la libertad de pensar y de decirlo que se piensa, se cree ó se imagina (que sea loque fuere lo que el hombre piensa, siente ó imagi-na, si con sinceridad lo dice, es de valor y estima),es la única fuerza que anima á las sociedades mo-dernas, y sin ella, todo se estanca, muere y corrom-pe. No hay más vida que la que engendra el pensa-

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miento, y convencido de ello, estoy seguro que nonos faltará ol poderoso auxilio de su pluma y de sulira, para conjurar este nublado que avanza desombras y de espectros, y que so empeña en ate-morizar la conciencia libre y racional de nuestraEspaña.

'Muy de usted siempre afectísimo amigo,

Q. B. S. M.

F. DE P. CANALEJAS.

Madrid, 28 Julio, 1875.

TEORÍA DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS.

IV.*

LA TEORÍA DE ROHMER.

En el año de 1842, durante la cruda guerra de lospartidos en el cantón de Zurich y la Suiza toda, ex-puso Federico Rohmer en un periódico de aquella lo-calidad sus doctriüas políticas, forjadas al fuego deaquellos combates, llenas de vida y de pensamiento, yque ejercieron no poca influencia en la prensa y en lapolémica, aunque no toda l;i que merecían, pues hijasde la ruda lucha de aquellos momentos, el calor delas pasiones y el veneno de las discordias ocultaron latrascendencia de sus principios, y estorbaron su pro-paganda, como más tarde hubo de realizarse lo unocon el tiempo, y lo otro con Bluntschli y un hermanodel autor, Teodoro Rohmer. Reunió este último lasideas de su hermano Federico, en un libro bien escritoy bien ordenado, donde rivalizan la forma elegantecon la profundidad del pensamiento, y dióle á la es-tampa en 1844 (1), como quien salva preciosas ideasde proceloso mar que amenazaba anegarlas, y las es-parce por el mundo para que se conozcan y estimen yrealicen; presentimiento que no fue apasionado, puescorren por la política, como proverbiales, muchos delos pensamientos y de los principios que contiene, ytoman de él, hombres eminentes en la ciencia y en elarte del Gobierno, reglas y criterio, siendo hoy tan ex-tendida su influencia, que no puede decirse que hacreado escuela por ser demasiado grande el campo enque impera, no obstante los competidores que aún selo disputan.

El retraso que en parte sufrió el efecto del libro deTeodoro Rohmer, á pesar de su brillante estilo y delprofundo valor de la doctrina que encerraba, tienepor causa dos principales obstáculos que le hicierontropezar en su camino. El primero lo halló precisa-mente en el seno de los llamados partidos progresistas

* Véase el número 74, página 121.(1) Friedrich Rohnier's Lehre von den polkischen Parteien. Durch

Theodor Rohmer.—Zurich,

que imaginaron ser la teoría alguna paradoja artísti-camente adornada, que á pretexto de encomiarlaunión de liberales y conservadores, rebajando á lospartidos radicales, preparaba la victoria de la reacción.Tomaron á la teoría por obra enmascarada de un par-tido y encaminada á favorecer sus intereses, engen-drando la división entre sus contrarios. No se vioentonces que era esa teoría producto lógico de la psi-cología de Rohmer, y su perfecta consecuencia, bienlejana por cierto de favorecer en lo más mínimo á mo-vimiento alguno reaccionario, pues es su elemento elliberal, y los medios y la táctica de éstos son suyos yse caracteriza principalmente por hacer difícil, si noimposible, toda medida reaccionaria. Si queremos ex-plicarnos esta desconfianza, basta recordar las cir-cunstancias exteriores que rodeaban á esa doctrina enlos momentos que se formuló: las violentas contiendasde los partidos, las apasionadas disputas y la guerra ámuerte que entonces se hacían las tendencias extre-mas. Debe también confesarse que la exposición de ladoctrina no fue tan serena como desearse podía y queno sin cierta exageración se pintaban allí las faltas yles errores de radicales y absolutistas, que sólo pres-taban materia á la ironía y á la mofa, desconociéndosesu necesidad y sus ventajas.

El segundo obstáculo, y no el menor, era la pocavida que en aquella fecha tenían los partidos en Ale-mania y la poca costumbre de considerarlos bajo elpunto de vista psicológico. Si el libro hubiera sido es-crito en 1849, y mejor todavía en 1807, los princi-pios quo expone habrían sido comprendidos con ma-yor facilidad, pues ya el espíritu político estaba encircunstancias más favorables.

El pensamiento fundamental de la teoría es: que asícomo por medio de la naturaleza humana se entiendey define al Kstado, los partidos políticos asimismo, quoimpulsan la vida del Estado, sólo pueden ser explica-dos, en sus causas naturales, por medio de la vida delhombre. «Para conocer el cuerpo del Estado es nece-sario investigar cuáles son las relaciones fundamenta-les del espíritu humano, y para explicar la vida delEstado es preciso buscar las leyes del desarrollo deaquél.»—El desarrollo del hombre se manifiesta enlas diferentes edades de la vida, que se suceden unasá otras con distintos espíritus y caracteres. Esta opo-sición se muestr* también en el carácter y espíritu delos partidos, aunque en forma simultánea, y puedesacarse de aquí la consecuencia de que su ley naturales la psicológica de las edades.

La línea que traza el hombre en el discurso de suvida es curva, empieza ascendiendo, llega á un puntosuperior y comienza á descender hasta que concluyo.La edad primera del hombre es la niñez, que tienecomo dos períodos: la infancia y la puericia. Al al-canzar el niño la plenitud sexual, se eleva á la edadde la adolescencia, y de ahí pasa á la edad florida, á

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la juventud, donde adquiere el hombre todo su es-plendor y virilidad, para ir después decayendo poco ápoco hasta parar en la senectud, la edad mayor delhombre. E,3tas edades tienen por lo ordinario diferen-tes particularidades predominantes.

El hombre joven y el viril están en la mejor de lasedades, pues se encuentran en el pleno goce de susfacultades activas, espirituales y corporales; en el pri-mero imperan las fuerzas del espíritu y del carácterque crean y producen, en el segundo los que conser-van y purifican. Aquél tiene cierta semejanza con elliberal, éste con el conservador.—En la edad primerase prepara el infante liara la virilidad, que es ahora sufin principal, aunque todavía lejano, y predominan enél las fuerzas asimiladoras, y por tanto pasivas delalma. Tiene esta edad un mirar atento y excitable,viva la imaginación y susceptible el espíritu; carece,empero, de fuerza creatriz y de entendimiento clarocon que conocer las circunstancias. A esta edad cor-responde el radicalismo.—Si en el niño no están to-davía desarrolladas las fuerzas específicas del hombremaduro, el anciano por su parte no hace ya uso se-guro de ellas, y se muestran de nuevo en esta edadlas pasivas y femeniles fuerzas psicológicas, la irrita-bilidad del sentimiento, las rápidas combinaciones ylas sutilezas del entendimiento. Los rasgos caracte-rísticos de esta edad se encuentran también en el ab-solutismo.

No es el Estado mentido artificio ó muerta abstrac-ción, sino ser vivo, propia y varonil forma del pue-blo, á la manera del hombre en general, y así seentiende que sean principalmente liberales y conser-vadores los llamados por naturaleza á dirigir el Esta-do, pues las fuerzas viriles alcanzan en ellos todo suvigor y apogeo, y que radicales y absolutistas tenganrespectivamente por la misma naturaleza, lugar se-cundario en el Estado.

Esta teoría psicológica trastorna, en verdad, muchasopiniones en boga que afirmaban, v. gr.: que los libe-rales son únicamente medio progresistas, y que losverdaderos y perfectos son los radicales; que éstos sonlos liberales consecuentes y enérgicos, mientras quelos liberales eran radicales débiles y asustadizos. Delmismo modo solía decirse que son los absolutistas losconservadores decididos, y éstos tímidos ó inconse-cuentes absolutistas. En una palabra, la antigua teoríajustificaba á los partidos extremos, á quienes entre-gaba el gobierno del Estado; la teoría moderna, por elcontrario, los subordina á los partidos medios, entre-gando al vigoroso liberalismo la dirección del radical,demasiado joven é inexperto, y al prudente conserva-dor el refrenamiento del celo de los absolutistas.

Se hace observar contra esta teoría, que fundadoslos partidos en las edades, debían formarse reclu-tando á los individuos que los componen según ¿I nú-mero de sus años, lo que no sucede, pues en cr.da par-

tido se encuentran hombres de todas las edades, y noexiste, por consiguiente, en cada período de la vidadel hombre el predominio de tales ó cuales tendenciaspolíticas. Esta es la principal objeción, y proviene deun juicio precipitado de la tejría psicológica.

Todo hombre observa ciertamente el cambio de lasedades y el prodominio, en cada una do tales ó cualespropiedades en el cuerpo. Según la teoría psicológicahay en las edades también tendencias que predominan,mas ella no ha afirmado ni puede afirmar que mar-chen siempre en concierto la edad exterior con laedad interior, y prueba de que esto acontece, es esamisma mezcla de edades que en los partidos existeny que gana el cuerpo años muchas veces sin que losgane el espíritu, pues como decía muy bien Goethe:

DasAltei'rnachtnichtkindiseh, wieman schpriehtEs flndet uns nur noch ais wahre kinder (1).

Si á cada período de la vida correspondiera uncambio psíquico, veríamos entonces al hombre empezarpor el radicalismo y terminar en el absolutismo, ejem-plo raro, aunque sea más común hallar en el joventendencias radicales, que en el anciano, y en éste lasconservadoras y absolutistas. Lo que leca estudiar envista de estas anomalías entre la edad dei cuerpo y ladel espíritu, es la diferente proporción que á vecesocurre entre las dos. cosa que se explica, si se atiendeá que no siempre sigue el espíritu las trasformacionesdel cuerpo, y que en momentos dados pueden mar-char desparejados y hasta encontrados, ó crecer ydesarrollarse el uno mientras el otro permanece enuna misma actitud, como cuando observamos la du-ración de una tendencia política al través de todos losperíodos de la vida del cuerpo, pues en este caso creceel uno en tanto que el otro está inmóvil. Tiene estehecho fácü^explicacion, y basta para su esclareci-miento una ligera consideración sobre la naturalezahumana.

Es tan claro como la luz que el hombre está com-puesto como de dos partes, y que consiste la primeraon la igualdad de naturaleza que con todos los hom-bres tiene, por donde se ve que es un ser pertene-ciente á la especie humana, pues se descubren en éllis cualidades, propiedades y atributos que en ellaexisten. Juntamente con esa parte, descubrimos tam-bién otra que sirve para diferenciarle de los demáshombres, no permitiendo se le confunda con ellos,pues esos caracteres que le separan y aislan, hastacierto punto, son propios y peculiares á él solo. Estaparte la podemos llamar el espíritu individual. En-contramos por consiguiente la parte común y la parteindividual, y si ob-.ervamos todavía con mayor dete-nimiento, notamos que la primera traza en el tras-

(1) Lü mucha edad no nos convierte en niños, como se dice;

nos sorprende siendo todavía verdaderos niños!

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curso de su vida ciertos períodos diferentes, que he-mos dado en llamar edades, y hace esto sin voluntady obligada por ley que desconoce. El carácter indivi-dual considerado en general, recorre también ciertosperíodos diferentes, de mucha semejanza con los de laprimera parte (el cuerpo fisiológico en una palabra),por cuyo motivo decimos que tiene también sus eda-des; mas así como las del cuerpo son necesarias y nohay hombre que viviendo toda su edad se vea libre depasar por la infancia, adolescencia, etc., etc., las eda-des individuales muchas veces no se desarrollan todasen un sólo individuo, y no pasa éste necesariamentepor todos los periodos del espíritu individual.

Hay ejemplos numerosos de individuos que se sien-ten en todos los periodos do su vida gobernados porlas propiedades psicológicas que so manifestaron en eltiempo que hubo de desarrollarse su edad primera;otros asimismo que desdi} su edad temprana muestranlasque sólo en períodos posteriores se determinan. Desuerte que existen hombres que por cuerpo son jóve-nes, y por espíritu individual niOos; otros que, pre-coces en espíritu individual, son ya hombres no siendotodavía más que niños, dicienjo por eso en el uso co-mún que existen hombres niños, y niños viejos; entodo lo que observamos que sigue el cuerpo el cam-bio de sus edades, sin que el espíritu individual sigasiempre las suyas. La historia nos confirma estos he-chos: Alcibiades fue un niño; Augusto un viejo desdesu juventud; Pericles, joven hasta su muerte, y Sci-pion, siempre un hombre.

Vemos así, que no siguen necesariamente las evo-luciones del espíritu ó carácter individual á los delcuerpo, no obstante la gran influencia que estas últi-mas pueden ejercer, y que hay circunstancias en que elcarácter individual se conserva inmutable en >T>"diode las trasformaciones que sufre el cuerpo, cié lamisma suerte que en otras progresar y perfeccionarsu vida ótica é intelectual, cuando su cuerpo ya nocambia ó cuando decae y envejece. En una palabra,puede mantenerse puro y limpio el carácter individualmientras está el cuerpo enfermo y descompuesto, sos-teniendo de esa manera una especie de oposicióncon él.

Ahora bien: al introducirse el hombro en un par-tido haciéndese propios la bandera y los principios deéste, quien obra no es la edad, que puede ser cual-quiera, sino esa naturaleza individual, que da alhombre cierta predisposición para el uno ó el otropartido, inclinando sus simpatías al que mejor corres-ponde á la organi/.acion psicológica de su espíritu in-dividual, y en esto nos basamos para sostener que seencuentran ya en el hombre predeterminadas sus ideaspolíticas, pues hay muchos que nacen liberales porpropia naturaleza, y asimismo radicales, conservadoresy absolutistas. Si nos fuera dado penetrar en la tramade los profundos arcanos que se encierran en el seno

del alma humana, descorriendo el espeso velo que laoculta, y contemplar en cada individuo la estructuraíntima de su carácter y de su espíritu, como de conti-nuo hacemos con la de sus miembros y órganos, deantemano iríamos asignando á cada uno el partidopolítico que mejor cuadra á su naturaleza, sin otrosdatos, ni más noticias que el espectáculo mismo desu organización.

Así, está d hombre sujeto en la elección de partidosá su organización individua', y no es independiente enese acto, pues á ello le obliga su misma naturaleza,cosa que él no ha creado á medida de sus deseos, yobra tan sólo di'l Creador que así lo dispone en susplanes divinos, no siendo por consiguiente él respon-sable de las tendencias políticas de su carácter, quevienen preparadas y dispuestas por causas superiores,para demostrar, jumamente con otras, la necesidadde que existan los partidos, cuyo fundamento, comose acaba de ver, está en la misma naturaleza, en underecho natural, y cuya existencia es indispensablepara el cumplimiento de altos planes y de trascenden-tales fines. Por eso es tan grande la responsabilidadque pesa sobre los partidos facciosos, cuando preten-den destruir á los que se les oponen; delito enormaque ataca criminalmente á la ordenación ética deluniverso.

Esa natural necesidad que impulsa el individuo áun partido determinado, no domina, empero, de unamanera absoluta, en el hombre, ser libre y espontáneo,y es más bien una condición fundamental, modificablemediante otros elementos y otros factores que influyentambién en la formación de los partidos, tales comola educación, la experiencia, la meditación, lor estu-dios serios y hasta la profesión que se ejerce, que conotros muchos más pueden variar la disposición natu-ral del individuo y conducirle á partidos que estabanánto3 en abierta lucha con sus simpatías naturales. Nobusquen, sea dicho de paso, por otra parte, pretextoen esto último algunos sujetos para disculpar la tratainnoble que con su naturaleza, principios y concien-cia suelen hacer, pues peores que los facciosos, ante-ponen la conveniencia y el lucro personal á Tos inte-reses del partido y á los de la patria, mereciendo eldesprecio y la pública reprobación.

El carácter individual no se da siempre completa-mente puro y perfecto, de modo que sus tendenciasestén delineadas con toda claridad, sino que, al con-trario, existen muy pocos hombres cuya individuali-dad sea acabada, pues por lo regular la organizaciónde éstas está llena de lagunas ó imperfecciones, ycompuesta además de mezclas que la predisponen áotras tendencias. Conviene esto para la transición delos partidos, y para formar las diferentes subdivisio-nes que se señalan en toda tendencia general, cuyajefatura queda encomendada á los que tienen una in-dividualidad completa, típica, normal, por la cual se

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guían en las ocasiones solemnes las más imperfectas.En todo pueblo político observamos la graduación

lenta entre los partidos, y en medio de las diferenciasque los separan existen puntos intermedios que sirvenpara enlazar, si no unir, las diversas tendencias pre-dominantes que no tienen esas demarcaciones absolu-tas, que en la apariencia muestran. En la votación yen los momentos decisivos se forman dos partidos,como sucede en Francia ó Inglaterra, que parecenprofundamente separados é incompatibles; mas si sepenetra un poco en la organización de los dos grandespartidos que se oponen, hallamos en Francia los cen -tros y los extremos, y en Inglaterra los radicales y losultratories, para demostrarnos que no son dos, sinocuatro los que existen, y precisamente los cuatro no-turales, que se dividen después en los grandes mo-mentos en dos campos respectivos. Por ley natural seunen dos partidos contra otros dos, pero á veces seda el caso de uno solo que lucha contra los tres res-tantes, caso irracional y que demuestra, ó la injusticiadel que está en la práctica del gobierno, ó la ambiciónde los coaligados; cosa que no queremos pensar, y quenos hace aceptar lo primero; pues si es censurable elmal cometido por uno, el que perpetran tres juntos notiene nombre. Generalmente se forman las coalicio-nes para contrarestar las insensateces de un partidoextremo, lo que explica la poca duración que en elpoder tienen, pues es impotente uno solo para lucharcontra los otros tres, y sólo en momentos do granexcitación guardan por el terror la fuerza y el gobier-no, por ley natural patrimonio do los partidos medios,que ni ocasionan grandes dificultades, ni dan pié á lascoaliciones, aunque existan en la historia ejemplo deéstas en los partidos extremos, y ejemplo también desu poca duración y de su poco fruto, por apoyarse enel absurdo y en lo imposible, en el odio común y enla negación, pero jamás en sus principios políticos,contradictorios y opuestos entre sí.

La alianza de los partidos extremos produce launión de los medios, y se manifiesta entonces la po-lítica conservadora-liberal ó liberal-conservadora, se-gún el sentido que predomine, formando un cuerpofuerte, unido y compacto, que así por la superioridadintelectual como por la atracción de los elementostemplados que en los partidos extremos se encuentran,puede con toda seguridad luchar en las contiendasparlamentarias, predicando y realizando la unión y laconcordia, para templar el ardor y la intransigenciade los extremos. Todavía es más frecuente la alianzade radicales y liberales en un campo, y la de conser-

• vadores y absolutistas en el otro; y no es antinatu-ral ni inconveniente esta separación, pues sirve parael mayor desarrollo de las fuerzas que existen en elpueblo, siempre que no sean los puntos extremos losque preponderen en cada grupo, porque en tas gran-des oscilaciones que experimentaría el Estaco con las

sacudidas de tendencias tan opuestas, peligrarían sureposo, su seguridad y su progreso. La violencia delos cambios de Revolución á Reacción y vice-versa,que está exponiendo desde hace un siglo la vida de losEstados europeos, se explica por el imperio en esosgrupos de los partidos extremos que han sabido apo-derarse de su dirección; y la paz de fiuropa y la detodo Estado político bien organizado, descansa en quedirija la política la parte más templada y más varonilde los dos grupos.

Veamos ahora la naturaleza especial de los cuatropartidos y su significación típica y psicológica, queno corresponderá exactamente á los que existen enla vida real, porque es esto casi imposible, puesto queaquí las consideramos en su forma interna y natu-ral, que después de todo, ha de servirnos de algunaluz en medio de la confusión cauólica que á primeravista se descubre.

V.

EL RADICALISMO.

Cuando la vida de la humanidad experimenta uncambio grande, y so inicia en la historia una nuevafaz, nace el Radicalismo lleno de vigor y do fuerza, yempuja en su caída á las carcomidas instituciones delpasado, que no pueden resistir á las ideas y á las lu-ces de la nueva era que se anuncia, como lo aconte-cido en nuestra época en la lucha que tuvo con la dela Edad Media desde mediados del siglo pasado. Enesos períodos tiene el radicalismo la misión de sor eliniciador del movimiento, y es el precursor de lanueva era, á la cual prepara convenientemente los es-píritus y extiende por todas partes sus ideas, que sir-ven para cumplir las grandes trdsformaciones de lospueblos. ^

Receptivo principalmente es el espíritu del niño, yantes femeniles que varoniles las propiedades que leadornan. Está abierto su ánimo á todas las direcciones,y contempla las imágenes infinitas de las cosas queafluyen agrupadas y amontonadas á su vista, con ojosereno y seguro, y forma en seguida, con asombrosaconfianza, ideas generales de las rápidas impresionesque en momento fugaz hirieron sus sentidos. Aprendemucho, pero demasiado aprisa, y casi siempre con laimaginación, que le hace suponer cosas que no exis-ten; juega y se entretiene con sus imágenes y sus en-sueños, Á los que atribuye vida real, acostumbradocomo está á dar vida también á los juguetes que ma-neja. Falto de experiencia, no se apercibe de las difi-cultades que se oponen á sus deseos; y si los ve, losda poca importancia y tiende atrevido sus miradas alporvenir, persuadido y confiado que en él sus espe-ranzas serán cumplidas, y que el ideal que en su almalleva obtendrá existencia real y efectiva.

En la revolución francesa .es cuando mejor se ha

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dibujado este rasgo idealista-radical, pues en ningunaotra época se han creído más sólidas y seguras lasabstracciones del entendimiento humano, porque ánadie se le ocurrió poner en tela de juicio las doctri-nas que fueron preparando aquel gran acontecimiento,de cuya eticada y realidad sólo dudaban los temero-sos de su éxito, sin que públicamente se atrevieran árefutarlas; tan grande y tan imperiosa era la necesi-dad que todos sentían de una trasformacion, de uncambio radical. Entre los doctrinarios de aquel pe-ríodo fue Kousseau de los más radicales, y el quemejor nos caracteriza el tipo idealista revolucionario.Por medio de conceptos abstractos creó en su fantasíaun nuevo Estado con el contrato social, voluntad co-lectiva y otras definiciones á cual más abstractas, yle presentó en frente del otro antiguo que poco ápoco iba desmoronándose, y cuya destrucción era elobjetivo de todos, aunque no se supiera con qué reem-plazarlo, pues lo que urgía era acabar con él. El pen-samiento abstracto de Rousseau es el mismo que ve-mos en el abad Sieyes al querer erigir en tipo y normael tercer estado, construyendo al nuevo orden de co-sas con leyes exactas y matemáticas, como quien le-vanta una pirámide; y por último, esa abstracción,elaborada por Rousseau y aplicada por Sieyes, encuen-tra en el radical Robespierre su órgano y ejecutor. Enaquel concepto de la igualdad se hizo abstracción deotra verdad que la completa, de la variedad indivi-dual, y se convirtió la libertad del individuo en prin-cipio absoluto y único del Estado, tomando su tipo ynorma en las masas. Igualdad sin libertad as un vacíoque nada contiene, y la libertad que desatiende laigualdad natural ó que la viola, es la arbitrariedad delos unos y la esclavitud de los otros. En la AsnmbleaConstituyente se reconoció la necesidad de estos dosprincipios, pero más t,arde fue predominando el par-tido radical y dándoles un carácter absoluto, y se lla-mó libertad al imperio de las muchedumbres, y ennombre de la soberanía popular se esclavizó la liber-tad del individuo. Hoy todavía existen muchos parti-dos radicales que conservan las mismas ilusiones,pues los dos rasgos característicos do este partidoson: no conecer las fuerzas de la vida real y las con-diciones históricas en que se encuentra; y la creenciade que los conceptos abstractos que el hombre se ima-gina, rigen efectivamente la vida.

En el concepto de la igualdad no saben distinguirlos elementos complejos de que se compone la natu-raleza humana, puesto que hacen predominar á unosolo de ellos, el derecho común que todos deben dis-frutar, y rigen por éste á todos los restantes, como sino fuera el hombre más que un ser de derecho y nosirviera de fundamento á esta relación externa sumisma individualidad, de mayor valor y contenido quelo que.ahí se maniliesta, y que á toda costa debemosgarantizar, si la sociedad no es una masa informe, go-

bernable, á la manera de máquina automática, incons-ciente é irracional. Y es esto de tanta mayor signifi-cación, así para el buen orden del Estada como parala justicia humana, única regla que enseña á hacerprósperos los pueblos, y que es á lo que se enderezael verdadero gobierno político, cuanto que de otromodo encuentran explicación los sofismas y erroresque corren en los partidos extremos, que de esa igual-dad exagerada deducen la de la propiedad, trabajo yotras cosas más, en donde es evidente que la igualdadde derecho en que todos conformamos, ha sido con-vertida en nivelación social y en ley única, que pierdelo que designa de derecho, y queda sólo lo de igual-dad, que luego se extiende como norma única á todaslas esferas de la vida.

Así como existe una doctrina radical de la igualdadquo se distingue de la verdadera por su excesiva exa-geración, existe también la de la libertad, extrema yradicf.l juntamente, pues no toma en consideración lascondiciones necesarias que la limitan , y desprendeconsecuencias sin cuento de esa regia abstracta y abso-luta. El vicio radica en el punto de partida, porque, sifunda esa libertad en los solos individuos, exagera supoder y concluye en la anarquía y en la destruccióndel Estado; si de la libertad de la sociedad deriva laindividual, igual para todos, oprime al individuo conel peso de lo que llama norma social; y en conclusión,es siempre arbitrariedad esa libertad, en el primercaso, de los individuos, y en el segundo, de la socie-dad, quedando la verdadera oscurecida y perdida,con aquél la del todo, y con éste la de los individuos.

Otro de los errores que el radical comete es el dela igualdad histórica, en lo que queremos dar á en-tender esa confusión que de ordinario hace entre unosy otros pueblos, unas y otras condiciones históricas,que imagina él de poca monta si se compara con losprincipios abstractos y absolutos, que sólo él conoce,de verdad indiscutible, y que se imagina tan ciertos,como al niño lo que en la escuela aprende, y seconfía inocentemente á las leyes y constituciones porsu fantasía elaborados á que atribuye el mágico poderde remediar toda clase de males y de contratiempos.Y es ilusión muy frecuente de los radicales suponerque con leyes abstractas puede á su capricho construirun nuevo mundo, diferente del que le rodea y mejor,pues el valor de sus principios no está limitado á tiem-po y lugar, porque se fundan en lo absoluto, y estosiempre es bueno y aplicable, lo mismo en Tasmaniaque en Cochinchina.

Gusta el niño de exagerar las cosas hasta su últimotérmino, y de proseguir con ardoroso celo de conse-cuencia en consecuencia lodos los resultados de unprincipio admitido, sin pensar en el examen de éste,ni en otro cualquier obstáculo ó dificultad. Es innatoen él el amor á lo extremo y el atribuir vida real álos ejercicios gimnásticos de su pensamiento, confun-

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diendo la escuela con la realidad y midiendo ésta conaquella. ¡Cuántos pensadores construyen el Estado deesta suerte, como si él fuera un sistema lógico, y noel cuerpo vivo de un pusblo vivo! Hay en el niño,como en el radical, un deseo insaciable de saber y decultura, y ningún sitio para él tan conveniente comola cátedra y la escuela, porque por naturaleza está do-tado de un carácter más acomodado al del que estudia,y se observa que son muy buenos pedagogos, comoRousseau y Perlalozzi, por ejemplo. Su presencia enlos cuerpos académicos es degrandísima utilidad por elcelo y entusiasmo con que desempeñan sus funciones,y no es entonces censurable su radicalismo, sino cuan-do confunden sus abstracciones con la política y cuan-do, estando en la tribuna, se imaginan hablar en la cá-tedra, y llevan allí, no sólo el tono y énfasis de ésta,perdonables entre sus escolares, sino además panaceasuniversales; pues no hay cosa humana habida ó porhaber, que no sepas ó no curen. Porque su carácter,como el del niño, jovial y alegre, no conoce las difi-cultades, rechaza lo que le molesta, y odia todo loque le estorba; tiene el instinto de una nueva vida, ysu ideal es siempre lo futuro, que él mismo pinta yanima con las esperanzas que bullen en su pecho. Enpolítica considera al mundo bajo el mismo prisma,cree que ó! anuncia una nueva era, única cosa que leembarga el entendimiento y que le impide apreciarlas proporciones de las cosas y sus relaciones históri-cas. Como no tiene justa estima de la realidad delas cosas y sólo le dominan pensamientos nuevos y re-formadores, quiere cumplir éstos sin conocer aquella,todo lo emprende sin saber cómo, y le acontece quetoma en sus manos grandes cuestiones y grandes em-presas, que intenta resolver y cumplir con mediospequeños. Si sufre un contratiempo, recoge sus alas,é impresionado momentáneamente, se cree perdido;pero más tarde y en otro dia, nuevas esperanzas vuel-ven á henchir su pecho, excitándolo á nuevos tanteosy á nuevas empresas.

Cuando una época pugna por desasirse del peso deotra pasada, y le es preciso separar y destruir los obs-táculos que obstruyen su camino, el Radicalismo esentonces necesario. En esta obra de destrucción en-cuentra sumo placer, y es de verle cómo acomete conimplacable violencia al viejo armazón que intenta re-sistirle, cómo le empuja, sacude, y hace oscilar; conqué furor dirige sus golpes, y cuando, derribado eledificio, caen estrepitosamente sus muros y sus co-lumnas, levantando espesos remolinos de polvo, y sólose oye griterío y confusión, ebrio de placer, apagansus carcajadas el lúgubre ayear de los desolados, que,juntamente con las ruinas, caen y sucumben. Muchasveces, en verdad, es tan impetuoso, que todo lo arrasa,lo bueno y lo malo, y que numerosos gérmenes perecenen la general devastación; pero sin él no hubierahabido la trasformacion que en el mundo er< necesa-

ria, y el tradicionalismo hubiera impedido el progresoen la historia. En no pocas ocasiones ha sabido llamarla atención de otros partidos, haciéndoles comprenderlas necesidades de los tiempos, obligándoles á corre-gir y reformar un mal que no notaban; porque siempreestá alerta y mirando hacia adelante, y no perdona loque cree malo, que á todas horas denuncia, haciéndosede este modo hasta útil en la oposición. En el gobier-no, cu?,ndo las circunstancias no son las arriba anun-ciadas, es inepto, se desacredita pronto y no le guardamucho tiempo; su programa es destruir lo malo, yexistiendo éste, su misión es justa. Destruye, aunqueno tenga qué reponer; inicia mucho, pero informe ynada concreto; necesita de los otros partidos quehagan lo que el no puede: crear y conservar.

El radicalismo es casi igual en todas partes: socia-lista y democrático, debiendo hacerse ligerasexcepcio-nes entre un pueblo y el otro, que al unirle con algúnelemento histórico ó circunstancia particular, le dancierto tinte local, como en Alemania, donde, ademásde los dos caracteres mencionados, existe un partidoradical romántico, debido al momento histórico en queel pueblo alemán se encontraba, y que justifica per-fectamente su existencia. En algún país, un fenómenopolítico pono el radicalismo en situación extraordina-ria, pues lleva su nombre un partido que no lo es, ylos verdaderos radicales salen de la regla común enquede ordinario son comprendidos, y presentan ca-racteres tan singulares, que harían muy difícil la expli-cación do la variedad; allí los hay federales, cantonales,socialistas, autocríticos, comunistas, internacionales,anárquicos, liquidadores, y por último, fulanistas.—¿Quién osará entrar en pormenores y dar razón deesta inmensa diversidad? De todos modos, mejor escallar que hablar poco, habiendo tanto que decir.

v? VI.EL PARTIDO LIBERAL.

En el legítimo libaralismo se manifiesta la natura-leza del hombro joven, que, abandonando la escuela,penetra en el camino de la vida con pleno conoci-miento de sus fuerzas y de sí propio. En esta edad tansólo se desarrolla el entendimiento y se conocen lascosas como son, y no como la fantasía se las imagina;pues de juicio más grave ya, examina el hombre elterreno que pisa y sobre el cual quiere construir sustrabajos, ó ios que hace siempre preceder la critica,que no es del género de la radical, negadora y que secomplace en la destrucción; antes bien, serena y posi-tiva, que empieza por purificar para evitarse el des-truir, y se asimila lo bueno que en la mala aparienciade una cosa suele ocultarse, guardando la semilla sanay fecunda, que monda con celo del fruto podrido, quearroja, mas no con lo vivo y lo sano, como hace lacrítica radical, que con todo concluye aun mismotiempo.

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No es el liberal tímido, y en voluntad nada ¡e aventajael radical; al contrario, es la suya más decidida y másconstante; es la del hombre formado. Todo lo pruebay examina, sin miedo y sin ligereza, advertido de lagravedad de su obra, y con pleno conocimiento de loque hace, que seguramente no le empece de acome-terla, y de destruirla asimismo si el caso lo requiere;pues el valor y la energía de los radicales no pierdenpunto en el carácter del liberal. Ninguna autoridad lees tan sagrada para que ciegamente se someta á ella,él la estudia y la interroga; analiza las circunstanciasque la rodean, pesa sus pretensiones, y cultiva la queencuentra justa; mas no como el radical que divinizaá la que inventa y desprecia las restantes; antes alcontrario, á la autoridad que estima justa antepone laobediencia á la autoridad necesaria, porque sin estecriterio ninguna nación se puede bien gobernar. Tam-poco se antoja de destruir todo lo que ante él existe,por el mero hecho de que procede del pasado y de queestaba en pié antes de que él se presentara; pues no leatolondra la ilusión de que empieza con él un mundonuevo, ni le dominan las abstracciones escolásticas, nidesea convertir la vida real en ejercicio práctico dereglas y principios concebidos en la imaginación de uncerebro caliente. No existe para él hecho humano queno merezca el examen, ni cosa tan sublime que nosea perfectible; cree, a) contrario, que lodo es imper-fecto para que de dia en dia pueda ir perfeccionándose,y que el progreso es una verdad, por lo mismo que esnecesario que las cosas mejoren; pues si las abstrac-ciones absolutas de los radicales dominaran, que nodominarán, y fuera juntamente hacedero conocer lasleyes absolutas de la política de los pueblos, una vezestablecidas, cesaría todo movimiento de avance y secaería en la inercia y en lo estacionario; lo que noocurre, aun cuando en el poder se intentara realizaresos sueños, porque se tropieza con dificultades é im-posibles que, después de todo, son los mentís que larealidad de las cosas lanza contra los que así se preci-pitan, para demostrarles que es eila demasiado grandepara caber, en un momento dado, dentro de la capri-chosa fantasía del hombre.

El liberal es antes reformador que revolucionario,porque leme las fuerzas destructoras que se desatan conlas revoluciones, y ensaya primero todos ios mediospara evitarla. Mas si'todos son inútiles, no ceja de suspropósitos, y llegado el caso, no retrocede ante la Re-volución, que, una vez cumplida, trata de encauzar enlas sendas del Derecho, haciendo frente á sus extre-mos y á sus desenfrenos. Se le acusa entonces depoco valor, porque no admito ios principios como ab-solutos, y se le cree escóptico y flaco de fuerzas,cuando precisamente caracteriza al liberal su energíay su valor varonil, que empica con toda concienciapara el logro de los fines que le preocupan, y no ciegay tormentuosamente como el radical, probando en

sus empresas más serenidad y mayor valor, pues co-noce el peligro; y la moderación y el miramiento enestos casos no son seguramente cualidades del débil.

Distingue principalmente ai hombre quo está en elgoce de su juventud el desarrollo de las fuerzas crea-doras. Por eso busca en esa edad el medio de asegu-rar su vida en el mundo tomando una posición que lefavorezca y que le permita sostenerla con independen-cia y libertad. Existen individuos que sienten esa ne-cesidad durante lodo el trascurso de su vida, y noúnicamente en un período de ella, y que están en uncontinuo movimiento, efecto de que no han perdido elcarácter juvenil y que conservan todavía nuevas fuer-zas. Es también cualidad del liberal la fuerza organi-zadora que corresponbe á esa edad; tanto, que losgrandes organizadores en la historia han sido casisiempre liberales ,"ó tenían en su espíritu mucho deello. Cuando el radicalismo ha dado al traste con loantiguo y tiene preparado el terreno para las institu-ciones nuevas, es misión del partido liberal plantear-las y realizarlas, porque á la Escuela corresponde lasistematización, y porque las fuerzas de la políticacreadora se conservan organizando.

Mira también hacia adelante el liberalismo; pero elporvenir no está tan lejano de él como del radicalis-mo, que sólo imaginariamente puede alcanzado, y love con toda claridad y se esfuerza á realizarlo en elpresente, ó en prepararle con toda certeza para lofuturo, enlazando los resultados del pasado con losde la actualidad. Es entusiasta por las ideas, que an-tepone á todo, pero las verdaderas y fecundas, no losschemas de abstracciones. Si comparamos las ideasprincipales que trabajan desde hace un siglo en la for-mación de los Estados, notaremos el progreso que seha efectuado de ¡os conceptos radicales á los liberales.El pensamiento de Rousseau, del Estado-Sociedad,dista mucho del liberal, que piensa en el Estado-Pueblo y que no le convierte en unidad que han for-mado por medio de contratos individuos aislados. Lalibertad radical era también un concepto abstractofundado en la igualdad y regida por la arbitrariedadde todos; la libertad liberal radica en la viva persona-lidad, así del individuo, como del pueblo todo. Laidea de nacionalidad, con significación positiva, delo que carecían muchos de los conceptos del siglopasado, puede servir, comparándola con la de socie-dad, para demostrar la diferencia tan grande que en-tre uno y otro existe. Además, la idea primaria delliberalismo es todavía superior á la que antecede, puesse eleva sobre eila y funda la que más le entusiasma,la de humanidad, demostrando que no le basta sernación, y que reconoce ser miembro de la humani-dad, más grande y más importante que la anterior.

El hombre joven profesa amor entrañable á la liber-tad; y libre ya do toda tutela, determina de sus actoscon entera independencia, eligiendo aquí y allá lo que

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mejor le conviene y acomoda. El liberal asimismo amaá la libertad más que á toda otra cosa; tanto, que serlibre le parece que es vivir, y sin libertad pierde lavida sus atractivos y su precio. No se imagina, empe-ro, que la libertad se halla fuera de! orden común,antes la supone condicionada por las fuerzas natura-les que allí se expresan, porque en esto descansa launidad y armonía del todo. Insiste su concepto delibertad particularmente en la del espíritu, pues en-tiende que sin ella no puede el hombre cumplir sudestino, y que su ausencia es muy funesta para la vidapública y privada. Convencido de que lodo lo humanoes relativo, no pide más libertad que la que corres-ponde á la facultad personal de cada hombre, y noquiere tampoco esas libertades otorgadas, que le ins-piran mucho recelo, admitiendo á las solas innatas óadquiridas con el trabajo y el esfuerzo. Y sabe, porotra parte, que las fuerzas aumentan cuando se ejer-citan, por donde comprende que la libertad crece tam-bién con la cultura y con el ejercicio de la vida; puntoos este de mucha importancia, porque ahí encuentrael fundamento para afirmar que existen grados delibertad y para tener por ilusorias las idea» radicales,que creen tan apto para la libertad á un pueblo incultoy supersticioso, como al varonil, que en pensar muchoy en obrar está ya muy amaestrado.

Y consiste esto en que, para alcanzar una afirma-ción, emplea constantemente el liberal el método psi-cológico, con eí cual estudia las propiedades psíquicasde una nación, juntamente con las de sus individuos,y del estado en que se encuentran deduce los facto-tores que rigen la vida del hombro, sin presuponerconceptos como hace el radical, que entonces no lefuera dado descubrir las leyes verdaderas que gobier-nan la humana naturaleza, y habíalas de derivar,como aquél, de principios abstractos, de certeza pro-blemática cuanto más, y de condición antipolíticaseguramente. No decide de antemano el liberal lalibertad que á un pueblo conviene, y empieza exami -nando primero el momento psicológico en que sehalla, para después darle la que mejor le convenga, yen este método busca el punto capital de toda sanadoctrina política que intente penetrar en los abismossin fondo del corazón humano, pues no hay otro ca-mino para conocer sus intrincados secretos y la ma-nera de ser cada carácter, tan complejos y varios. Suprincipio en esta cuestión, es el de dar á cada cual loque por propia naturaleza y manera particular le cor-responda.

El concepto que el liberal se forma del Estado tienetambién un carácter psicológico, pues no es el suyoaquel antiguo que supono á Dios gobernando el Estadopor intervención inmediata ó por el clero y el prínci-pe, sus inspirados representantes, y tampoco le satis-face la idea radical de que es un sistema abstracto deleyes, porque entiende que es el organismo iwo del

TOMO v.

carácter y espíritu de un pueblo, y tan unido con esteúltimo, que es como el cuerpo de su alma, siendocausfi de que el Estado de los liberales monárquicos yrepublicanos sea siempre popular, y un todo vivo conmiembros vivos y que están en unidad, que á su vezgarantiza la libertad de todos. Prolijo sería enumerartodos los progresos que entre nosotros ha introducidoel espíritu liberal, en el sistema representativo, en laparticipación de todos en el ejercicio del derecho, enla pública administración, etc., etc., reformas y ade-lantos que aumentan todavía su importancia si setiene en cuenta que aún estamos en los primeros mo-mentos de su evolución y que falta muebo que hacer.En esta empresa ha de verse, en más de una ocasión,cohibido por los obstáculos que se lo presentan, pro-cedentes muchos de las tradiciones del pasado, nopocos de los errores y las exageraciones, y todos ellosdel apasionamiento ó de ¡a inexperiencia. Hace ya unsiglo que el mundo está moviéndose entre oscilacio-nes á cual más bruscas y que no encuentra su centrode gravedad; pero el notorio progreso que se demues-tra en la historia, y que nadie puedo negar, nos ga-rantiza el triunfo completo del principio liberal, puesá ese fin todo se encamina, y juntamente un floreci-miento tan grande y portentoso en libertad y civili-zación, que sobrepujará á cuantos se han conocido.

Es evidente que no cuadra muy bien cuanto hemosdicho de! liberalismo, de su fuerza y energía, á lo quesuele darse el nombre de liberal; mas es asimismoevidente que en nuestros liberales existen muchoselementos radicales de que deben purificarse, pues sedistinguen do los partidos extremos antes por su mo •deracion que por su valor. Y es también de notar, quelas verdaderas cualidades del liberal se dan en algu-nos individuos, aunque muy pocos, pero raramente enlas grandes agrupaciones: siendo, por otra parte,laudable y^Signo del mejor encomio, que todo un par-tido haya hecho suyo el tipo ideal del hombre joven yvigoroso, y que intente alejarse do las maneras éideas radicales, todavía imperfectas y extemporáneas.De todas suertes, el hecho mismo es UJI progreso ydemuestra que no en vano le enseña la experiencia yque cada vez adquiere mayor robustez y profundidad.Bueno es qua viva advertido de su altísima misión ennuestros tiempos, pues todo se compone de tal mane-ra, que como si su bandera fuese la de la civilizacióny no la de un partido, la enarbolan los que antes sedeclaraban sus peores enemigos.

JOSÉ DEL PEROJO.

(Concluirá.)

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RECUERDOS DE CANTABRIA.

L A I G L E S I A D E L A T A S .

(Conclusión.) *

En el año de 1425, cuando ya el convento deSanta Catalina se hallaba en quieta y pacífica pose-sión de todas sus rentas y haciendas, y en el ejer-cicio del derecho de poner libremente capellanesen la Iglesia de Latas, Musiera, San Cristóbal yotras, expidió Martirio V una bula para que estasiglesias pudieran ser regidas por religiosos del ci-tado Monasterio, y así lo concedió también en 1426ei prior de la iglesia de Santillana, Gonzalo Lópezde Hinoxedo, á quien cometió este encargo el dichoSumo Pontífice (1).

Este beneficio de Nuestra Señora de Latas, y lafacultad de poner y quitar capellanes, cuando pare-ciese conveniente al prior y convento, fue muy con-tradicha en diversos tiempos; de semejante aseve-ración podríamos presentar numerosas pruebas,pero baste para ello indicar ligeramente algunos delos sucesos más culminantes.

En el año de 1437, un clérigo llamado Gutiérrezde Palas, natural de Latas, intentó que le dejasenla Iglesia, mas no pudo conseguirlo y fue expulsodel servicio.

En 1474, 1476 y 1480, los capellanes y el pueblode Latas pretendieron ser señores de la iglesia ytener la facultad de nombrar capellanes, y para evi-tar males mayores, fue preciso que los frailes vinie-ran con ellos á concordia.

En 1498, el obispo (le Burgos lanzó un manda-miento que comprendía varias iglesias, entre ellasla do Latas, ordenando que todos los capellanesfuesen ante él á ser examinados. El prior de SantaCatalina dispuso entonces que el procurador delConvento compareciese ante el obispo y mostraselos títulos de la casa, haciendo presentes los dere-chos del Monasterio, y en vista de todo ello el obispoescribió al prior la siguiente carta :

«Deuoto Padre acá se vieron por nuestros letra-dos las escripturas que V. R. nos ymbio con Fr. Pro-curador de ese Monasterio, y combento, por la vnade las quales paresze que el Señor Obispo D. JuanCabeza de Vaca dio á ese Monasterio la Iglesia deSanta María de Latas y la vnio a el con facultad queel Prior, y combento que por tiempo fuese, pudieseponer capellanes en la dicha Iglesia para la seruir,é quitarlos cuando quisiese; y por vn proceso quehizo vn Prior de la Iglesia Colegial de Santa Ju-liana de Camera por virtud de vna grazia, y fa-

* Véase el número anterior, pág. 15?.

( i ) Capeles del aioliivo de Lalas.

cuitad del papa Martino Quinto de gloriosa re-cordazion, según la ynformazion que dize ovierapor esta que el Prior y combento de ese dicho Mo-nasterio hauia puesto, y ponia capellanes en la di-cha Iglesia, y en la de Santa María de Musiera, y enla de San Christoval de Orexo que les perteneszian,ó quitarlos quando querían, y les plazía, y quanto esá aquello bien nos plaze, que lo tengades, y se osguarde y assi lo queremos y que si por Vos, ó reli-giosos de ese Monasterio, quisierades seruir las di-chas yglesias, y vsar de la dicha grazia, y facultadque el Papa Martino os conzedió, lo podades hazersi vuestra religión y regla no lo contradize, propo-niendo capellanes seglares que sirban las dichasyglesias, y hayan de dar los sacramentos á los feli-greses de ellas,.pareszenos que para seruir ó exa-minarlos si son suficientes, es menester de recurrirá Nos, y que vengan ante Nos, para aquello solo, óá quien Nos mandaremos que los vean, y examineny que los cometa, y á esto no repugnan, ni contra-dizen las dichas escripturas, nin á otra cosa conbuena conzienzia podríamos dar lugar; portantohaya V. R. por bien que aquello se faga, y pongaen obra de aquí adelante assi, conserbe nuestroSeñor, y dexe viuir, y acabar á su santo seruicio.De Burgos á 7 dias del mes de Diciembre de 1498años.»

En 1503, el Provisor del obispado de Burgos, ápedimento del Abad de Omoño, clérigo natural deLatas, dio un edicto para que fueran á oponerse loshijos patrimoniales de Latas, al beneficio de la Igle-sia. Inmediatamente los frailes acudieron á hacervaler su derecho, mostrando la carta del Obispoque acabamos de copiar, y en su vista el Provisorrepuso el edicto, «poniendo perpetuo silencio álos hijos patrimoniales para que sobre esta razón noinquieten ni molesten más al Prior, monjes y con-vento.»

Convencidos, pues, los vecinos de que no conse-guían su intento, hicieron liga contra el Monasterioy los capellanes por él nombrados. Á este fin, undomingo salieron todos de la Iglesia, y, lejos detomar parto en la procesión como era costumbre,huyeron de la Cruz y agua bendita que repartía unDonado del Monasterio. De todo esto se formó pro-ceso por mandado del provisor, y comprendiendoentonces los feligreses de Latas lo mal que habíanprocedido y la sinrazón de su conducta, pidie-ron misericordia y sometieron la resolución delnegocio á Fr. García de Lusa, Prior de Santa Cata-lina, para que él los sentenciase como señor de laIglesia. Éste, en efecto, el 4 de Agosto de 1503, loscondenó á hacer á su costa los dos guarda-polvosde los altares de San Bartolomé y San Sebastian, ásacar la arena del interior y del portal de la Igle-sia, y á andar un domingo en procesión alrededor

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N.° 75 E. DE LEGL'INA. LA IGLESIA DJÍ LATAS. 179

de la Iglesia, con los pies descalzos y sendas can-delas encendidas en las manos, poniendo perpetuosilencio al pueblo para que uo hiciere «monipodiosni turbación alguna al Monasterio.»

Hacia el año de 1518 se quiso alzar con el bene-ficio é Iglesia de Latas, un clérigo llamado JuanGómez de Oreña, hijo patrimonial; mas también fuecondenado.

En el de 1555, un estudiante, clérigo de órdenesmenores, hijo de Juan de Velasco, de Trasmiera, fueá Roma, impetró y obtuvo concesión y bula parahacerse cargo del beneficio é Iglesia de Latas, ycon esta autorización, sin intimarla á los juecesejecutores nombrados en ella, ni dar parte al Con-sejo Real, presentóse con sus padres, hermanos,tios y muchos allegados, apoderándose de la Igle-sia, donde se hicieron fuertes, llevando todo génerode armas para sostener su violenta ocupación. Ape-nas el Monasterio tuvo conocimiento de semejanteviolencia, comisionó á tres frailes de la Casa, quie-nes requirieron á Velasco y los suyos para que,abandonando la Iglesia, cesasen en su usurpación.En vista do que sus ruegos é intimaciones eran detodo punto ineficaces, fueron otros tres frailes en-cargados de decir misa en el portal do la Iglesiapara no perder el derecho que se les disputaba;y mientras tanto, los contrarios celebraban tambiénel santo sacrificio en el interior del templo, á puer-tas cerradas. Este violento estado de cosas duródiez y siete días, en cuyo intervalo el Monasterioenvió un religioso al Consejo Heal pidiendo amparoy protección: siguióse el asunto por todos sus trá-mites, y por fin se dictó sentencia á favor de Cor-ban, pero la misma noche en que fue pronunciadoel fallo, dieron fuego á la Iglesia con pólvora, ha-biendo resultado herido en el rostro uno de losfrailes que no desamparaban aquel puesto. Con estemotivo acudió nuevamente el Monasterio á la Corteon demanda de justicia, y se presentó á enterarsepersonalmente del caso uno de los alcaldes deCorte, el Doctor Durango, acompañado de dos al-guaciles, un secretario y varios criados. La ve-nida de semejante justicia puso gran espanto enlos contrarios, que jamás habían visto caso igualpor aquellas tierras, y mucho mayor fue su temorcuando vieron que el Alcalde, apenas estuvo onSantander, hizo prender á todos los Vélaseos yAgüeros con sus hijos y mujeres, siendo tantos lospresos, que «no los cabía en las Cárzeles» (-1). líe-eibido el proceso á prueba, acudieron en demandade merced para los presos los más principales de latierra, y considerando los frailes que muchos delos presos eran feligreses suyos, y que el Alcaldelos desterraría (en lo que se perdería más que se

(\) Papeles de] Archivo de Latas

ganaría, dice el Padre Joseph de San Pedro), con-sintieron en que se relajase la queja, con condiciónde que pagasen á la Casa cuatrocientos ducados porlas costas que habían causado; á esto fácilmente seobligaron los contrarios, otorgando para ello escri-tura de compromiso, que firmaron Juan y Pedro deAgüero, Juan de Velasco de Somm y Hernán Gutiér-rez de Albear.

A pesar de este acuerdo, el susodicho Alcalde,condenó á muchos á destierro y ponas penitencia-rias, y á que le pagaran cuantos salarios y costas lecorrespondían, ascendiendo el gasto á más de seis-cientos ducados.

No terminaron aquí estas cuestiones, pues ha-biendo ido Juan do Volaseo de la Torre á Roma,obtuvo una bula citando al Monasterio, inhibiendo álas justicias para impedir que los de Corban cobra-sen los cuatrocientos ducados susodichos, y advo-cando todas las causas á la Curia Romana. En vistado esta determinación, dieron los frailes cuenta alConsejo, y consiguieron que el fiscal tomase parteen la causa, disponiendo la detención de cuantasbulas viniesen de Roma con relación á la Iglesia deLatas. Así se verificó, reteniéndose por el Con-sejo todas las bulas, mandando desterrar á Gasparde Velasco, y secuestrar los bienes de éste y deGarcía, Abad de Villaverdc. Xo contento con esto,el Monasterio acudió á Roma pretendiendo la revo-cación de las bulas, y no habiendo acudido los con-trarios á la sustentación de la causa, quedó aclaradala justicia y los derechos del Monasterio.

Continuaron, sin embargo, aquí los disgustos quela Iglesia de Latas había de ocasionar al Monasteriode Santa Catalina, y hé aquí cómo refiere uno delos sucesos más interesantes el Padre Fr. Joseph deSan Pedro.

«Conéftüdo este pleyto, no faltaron otros, porquepasado algún tiempo, pusieron por capellán en laIglesia de Latas un clérigo llamado Lope Abad, queno le debiera conozer la casa. Este procuró con elCardenal, y Obispo de Burgos, que pidiese al Priorque hora Fr. Juan do Liaño, que no se quitase elseruicio de la dicha Iglesia, prometiólo el Prior alCardenal, y después por sus deméritos, quitóle dela Iglesia, sin dezir ninguna cosa al Cardenal, de loqual él se yndignó en tanta manera, que hizo alMonasterio y religiosos, todos los sinsabores quepudo por sí, y por sus ofiziales. Queríales hazertener, aunque no quisiesen, al dicho Lope Abad:tubo nezesidad el Monasterio de poner en la Iglesiareligiosos que la sirbiesen; el Cardenal no lo queríapermitir aprovechándose del Conzilio Tridentinoque aún no estaba acabado, diziendo que no podíanseruir sin su examen y lizencia.

«Bino, y llegó la cosa á tanto, que hizo prenderen la dicha Iglesia á vn religioso sacerdote que la

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seruia, y le licuaron preso eon gente á Burgos, y leecharon en la cárzel pública do Santa Pia con lagente más vaxa; y pasados algunos días le subieronmás arriba, y mexoraron la prisión en la que cstuboalgunos meses, que ni bastaron ruegos, ni fieros,para que el Cardenal le mandase soltar, antes an-dubo mui canino por prender al niesmo Prior queestubo en este tiempo en Burgos, y ansi sin podereon él oegoziar alguna cosa, se fue á Madrid á que-xar al Rey de los agrauios del Cardenal, y prisióntan ynfonne, sin justizia de su frayle, donde murióel dicho Prior en la demanda y prosecusion de lademanda, ó causa; al fin se traxo una prouision delRey para que soltasen al frayle preso, y assi le sol-taron, y de camino truxeron de Burgos un clérigoexaminado que sirbiese de capellán, y expelieronal dicho Lope Abbad, que hauia el Cardenal tornadoá poner en la Iglesia, el qual clérigo Lope Abbadfue causa de la prisión del frayle, y de otros mu-chos males, y gastos grandes que se hizieron, yrescreszieron á la casa.»

Después hubo otro pleito sobre la jurisdicción dela iglesia de Latas, haciéndola visitar el Cardenal ásus oficiales, apoyando y dándole razón el pueblo deLatas contra el Monasterio. Era entonces Prior deéste, Fr. Diego de Alba, quien acudió á la corte enreclamación de sus atribuciones desconocidas, ydespués de muchos gastos, se celebró concordiacon el Cardenal, siendo ya Prior Fr. Juan de Hi-noxedo.

Los vecinos de Latas, que con las antiguas disen-siones referidas, guardaban enojo contra el Monas-terio, promovieron otro pleito pretendiendo obligará éste á ornamentar y arreglar la iglesia, y, enefecto, díóse sentencia en Palenoia, condenando alMonasterio á «que alzase la thorre dos varas demedir más de lo que está: y que hagan un esquilónde dos quintales; un misal bueno, y vna Cruz dePlata que de peso y echura salga basta XV marave-dís, y vn temo, y casulla, y dos dalmáticas, y capaspara las fiestas principales que valga hasta XXXVmaravedís.»

Este mandato quedó sin cumplimiento, pues ha-biendo apelado el Monasterio, no se siguió la ape-lación, y las cosas quedaron en tal estado.

En el año de 1565, llegaron á poder de Fr. Fran-cisco de Villanuova, que había sido recibido Prior á10 de Diciembre de 4o(S4, las capitulaciones ya re-feridas, aprobadas en forma por el Cardenal deBurgos, y cuyo texto es el siguiente:

«CAPITULAZ10NES.

Primeramente, que el Diozesano por sí mismo ypor sus ofiziales de aquí adelante visiten las ygle-sias de Nuestra Señora de ¿atas y de Santa Maríade Guarnizo, y el Santíssimo Sacramento, Pila y

chrismeras, calizos, corporales, y aras, y que visi-ten al cura, y al pueblo, y castiguen los pecadospúblicos que hallaren (privativo respecto del PadrePrior), y que visite al mayordomo que fuere de lasdichas yglesias para ver si ha cumplido, ó cumplelo que le lia sido mandado en la visita que por parledel Padre Prior hubiere sido echa; y si hallare queha cometido alguna culpa en ello, ó en olra cosaconzerniente al ofizio del mayordomo, lo castigue,pero con tal condizion, que el Diozesano ni su vi-sitador no puedan quitar ni poner mayordomo enlas dichas yglesias, porque esle poder y autoridadqueda para el dicho Padre Prior como á cura perpe-tuo y señor de sus yglesias: y que este visitador seael que viene general del obispo, y no otros vica-rios y personas inferiores.

ítem: que esta visita "que el Ordinario y sus ofi-ziales hizieren en las dichas yglegias se hagan gra-tis, y que no puedan licuar derechos algunos, puesde las tales yglesias nunca los han hasta aquí lle-uado: y ansí gratis las visita y ha visitado el PadrePrior de Santa Cathalina; y esto porque no se ponganuebo grabamen á las dichas yglesias.

ítem: que de aquí adelante el Padre Prior y cóm-benlo no puedan dar zensuras^n? rebus furtiuis,ni para que declaren pecados públicos, ni puedaazerea de ello visitar, corregir ni castigar cura nipueblo, y los curas y capellanes que en las dichasyglesias se pusieren, sean con lizenzia del obispo,presentados por el Padre Prior del Combento deSánela Cathalina como lo han tenido en costumbre.

ítem: que el Padre Prior visite las dichas yglesiasy Santíssimo Sacramento, y pila, y chrismeras,como hasta aquí ha tenido en costumbre de visitar,y ponga, y quite, y confirme, é yníirme mayordomoalas dichas yglesias y les tome quenta, y les hagaalcanze, y se le execute sin fulminar zensuvas ni po-nerlas, y que si el Padre Prior hallare pecados pú-blicos ó otros delitos conzernientes á la jurisdiccióndel Diozesano, mande hazer de ello relación al obis-po, darle quenta como es obligado á buen pastor,para que por zensuras, y por penas y castigos ecle-siásticos, ponga en ello remedio el Ordinario.

ítem: que el Señor Cardenal dexa libremente to-das dózimas de las dichas yglesias al combento ytodos los otros feudos y rentas como las lleban yhan llenado por títulos y derechos que para ellotienen; y manda que ninguno de sus ofiziales losmolesten en ellas ni en otra cosa alguna, antes quesiempre los faborezcan y tengan respeto á este re-ligioso Monasterio como á capellanes que son de suSeñoría Illustrísima.»

Entre los papeles de Santa María de Latas, hayuno que contiene varias prevenciones que debentener presentes los Priores de Santa Catalina paragobierno de aquella Iglesia. Algunas son curiosas,

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N.° 75 GUARDIA. UN CONSEJO DE MELCHOR CANO Á FELIPE 11. 181

porque dan idea de los sucesos que á cada pasoocurrían y pueden servir para el estudió de costum-bres de la época. Entro ollas se dice que si «elPrior y frailes tuviesen escrúpulos de que el cape-llán de la Iglesia IK> dice la misa, es menester que,pues allí no se puede ya decir, que la digan acá enet Monasterio de Santa Catalina. Y creo que estosería lo más seguro, según la mucha codicia y pocafidelidad de los tales capellanes. Lo -14, que el ca-pellán viva en las casas del Monasterio y duerma enellas y no en la Iglesia. Lo uno, porque el aposentode sobre la sacristía queda libre para cuando elPrior ó algún fraile fuese allá. Lo otro, por quitarla ocasión del mal y escándalo y decir de las gen-tes, porque si duerme en las camas del corredor,como muchas veces vengan personas á velar y te-ner novenas, suelen hacer camas y dormir en elcoro, que no es decente y es peligroso, porque mu-chas veces están en novenas mujeres y mozas, y noson ocasiones seguras y peligro para el mal, así eldormir tan cerca, como el levantarse y vestirse de-lante de ellas, como yo lo he visto, y tener la con-versación tan propinqua.»

El primero que arrendó la isla para atender alreparo de la Iglesia, fue Fr. Francisco de Villanueva,no sin conservar el derecho de pasar á ella por lafiesta de Santa Marina á decir algunas misas, y enlas advertencias de que hemos hablado preveníaque cuando se presentasen capellanes, ó hiciesenescrituras que tocaren al Señorío de la Iglesia delatas, se titulase Prior del Monasterio de Santa Ca-talina de Gorban y Señor de la Isla de Don Ponce deSanta Marina y de la Iglesia de Santa María deLatas.

Para terminar estos ligeros apuntes, vamos á re-ferir la aparición de la imagen, en cuyo honor seedificó la iglesia de que nos venimos ocupando, yque tanta veneración goza en toda Tr.asmiera, to-mada á la letra de una relación hecha por Fr. Fran-

•cisco de la Concepción (1), que no hizo más quetrascribir la conservada por la tradición.

«Aparecióse esta soberana imagen el año de 1264á una pastorcilla de ovejas que se hallaba manca deun brazo, sobre la cima de un frondoso árbol queen el monte de Latas estaba, cuya copa hacía som-bra á una muy clara y cristalina fuente; y tan her-mosa, admirable y resplandeciente se demostró,que cual otro Moisés en el. Sinay, quedó atónita ydeslumbrada la pastorcilla en este monte: pero demodo la socorrió la dulce voz de María Santísimaque, cobrando aventajados bríos, pudo y merecióoir de su soberana boca: anuncia al pueblo comose halla aquí su patrona y abogada, que en un tem-plo que se erigirá será, aun do los más distantes

pueblos, venerada. Quedó confusa la pastorcilla, yhallándose indeterminada oyó voz que la decía: Va ique serás luego creida por señal que de la manoque aora te alias manca-serás ya sana. Sucedió así,pues apenas reveló el misterio quedó libre de laopresión que en su brazo y mano padecía. Concur-rió el dichoso pueblo á ver la maravilla, descendióde el árbol á la Santísima Virgen y la colocó en unaermita que allí cerca estaba, en donde fue tan ve-nerada de los fieles, que cual soberano sagrario eravisitada su santa casa, obrando en ella repetidasmaravillas, y aun las qne se lavaban en las cristali-nas aguas de la referida fuente sanaban de sus do-lencias al contacto físico de ellas, y aun las llevabanpor medicinas á diversos pueblos de la comarca, yen especial á la villa de Santander, cuyos vecinoscon gran veneración dieron en visitar su santo tem-plo, en donde topaban consuelo en sus afliccionesy felicidad en sus navegaciones, y aun muchos co-jos, mancos y ciegos, quedaron sanos por interce-sión de esta Soberana Reina.»

E. DE L

C O N S E J O P E D I D O P O R F E L I P E I IÁ MELCHOR CANO.

(Conclusión.) *

ni.Es preciso convenir que, para un teólogo orto-

doxo, la solución de todas estas cuestiones espino-sas presentaba grandes dificultades, y que habíaquizá peligro en resolverlas con entera independen-cia. También Melchor Cano comenzó por asegu-rarse el «ftoyo do la Universidad de Salamanca, ysu dictamen recibió la sanción previa de sabiosdoctores, teólogos y canonistas de esta ilustre es-cuela; de suerte, que la consulta que dio en con-testación á las cuestiones sometidas á su examen,podía pasar por la opinión colectiva de la Uni-versidad.

El gran teólogo contesta directamente al rey, ydesde luego declara, que el asunto de tan alta im-portancia y tan erizado de dificultades, exige másrazón y buen sentido, más prudencia que saber;(Tiene más dificultades en la prudencia que en laciencia); reconociendo, por otra parte, que los in-convenientes y el peligro se encontrarán, sobretodo, en la ejecución; pero al Consejo real corres-pondía adoptar una sabia decisión que allanara losobstáculos y disminuyera las complicaciones du-dosas.

( t ) Libro de ¡os 'milagros de Nuestra Sefiora de Latas. * Véase el númeeo anterior, página 142.

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«Entre las más graves dificultades que se presen-tan, no hay ninguna más grave que la incertidumbrede saber cómo es necesario conducirse con la per-sona misma del Soberano Pontífice. La dignidadsuprema de que está revestido, le eleva de talmodo encima de todos los cristianos, que se puedeafirmar por una comparación muy justa, que hayentre aquellos y él la misma distancia que entre unrey y sus subditos. Está en la cima de la gerarquíacatólica, y no parece razonable que, aquellos queestán debajo y son sus inferiores, quieran corre-girle y darle lecciones. ¿Qué pensaría Su Majestadsi sus subditos se reuniesen para deliberar bajopretexto de hacer orden ó desorden en su reino,suponiendo que su reino estuviese en desorden?Que Vuestra Majestad reflexione en los sentimientosque experimentaría en semejante caso, y que juz-gue por comparación de lo que sentiría el Papa,nuestro padre espiritual, á quien debemos másrespeto y deferencia que á nuestro padre carnal,que al mismo que nos ha engendrado.

«Sin duda, el Papa no os irreprochable, puestoque hay contra él justas quejas; pevo aquellos quese encuentran ofendidos por él, están en la mismasituación que el lujo atacado en sus derechos por lainjusticia de su padre. Se expone, para reivindi-carlos, á poner al descubierto la vergüenza pa-ternal».

Ha de descubrir las vergüenzas de sus padres,dice el texto, con una energía intraducibie. «Porotra parte, el Papa es el vicario de Jesucristo; ycomo no es posible separar al Papa, en cuanto hom-bre, del carácter de representante de Nuestro Se-ñor, se sigue que toda ofensa hecha al hombre re-vestido de este carácter sagrado, recae infalible-mente sobre Dios, cuyo honor se encuentra poresto mismo atacado».

Esta era, en efecto, la dificultad capital. Nin-guna reforma seria podía hacerse en la Iglesiacatólica, á causa precisamente de esta opinión tra-dicional que hacía del jefe de la gerarquía eclesiás-tica el representante de la Divinidad.

Estos preliminares de Cano son dignos de unhábil diplomático. No se presiente por este exordiolo que va á seguir; pero poco á poco, su opinión sedibuja y se muestra claramente bajo las sutilezasdel pensamiento, y los artificios del lenguaje.

«La segunda dificultad, prosigue, está en el carác-ter personal de nuestro muy santo padre, carácterinflexible, incapaz de ceder, de una tenacidad quenada puede vencer, resultado de la violencia de laspasiones que le animan, y que encuentran su ali-mento, tanto en las memorias del pasado, como enlas circunstancias presentes. Es un hombre firmecomo el hierro, templado como el acero; tiene ladureza del diamante; de suerte, que si el martillo

cae sobre el yunque, es preciso de toda necesidadque rompa ó que sea roto.»

(Es de temer que se haya, hecho, no solamente deacero, mas de diamante: y así es necesario, que si elmartillo le cae encima, ó quiebre, 6 sea quebrado).• «Esta incorregible terquedad, puede ser el origen

de muchos males. Por ella se perdió Roboam. Cier-tamente, el pueblo y los ancianos tenían mucharazón al pedir reparación de las ofensas recibidas;pero sin considerar que era de un carácter ásperoy rodeado de consejeros sin experiencia, á causade su edad, le redujeron á tal extremo, que la tenazdivisión de los dos partidos, produjo la división delreino; como cada uno tiraba de su lado, la tela sedesgarró y se hizo jirones.»

(Le apretaron de manera, que él y ellos á tirar, lerompieron la ropa, y cada cual se salió con su jirón).

Esta comparación, tomada de la historia santa,es una metáfora que indica visiblemente la inminen-cia de un cisma. «Pablo IV, es justamente parecidoá ese rey del pueblo de Israel, de un carácter in-flexible y rodeado de consejeros demasiado jóvenespara ser sabios.»

i Que tenía condición áspera y consejo de mozos).Así, Melchor Cano tiembla sólo pensando en las

resoluciones extremas que podría tomar este viejotestarudo é irascible, si las circunstancias le reduje-sen á no tomar consejo más que de sus pasiones.«Si, por nuestros pecados, dice, y por nuestra des-gracia, Su Santidad se apercibe de que se pretendeatarle las manos y sujetarle, es hombre de hacerlocuras, y sus locuras serían tan terribles y exage-radas como su cai'ácter».

(Porque, si por nuestros pecados, viendo Su Bea-titud que le ponen en estrecho, y le quieren atar lasmanos, comenzase á disparar, los disparales seríanterribles y extremados, como su ingenio es).

Es de hecho, que Pablo IV era capaz de cometergrandes faltas. Arrebatado y temerario en sus em-presas, no retrocedía delante de ninguno de losmedios que creía propios para restablecer el pres-tigio de la autoridad pontificia; y toda su conductapara con los soberanos, fue, conforme á su máximafavorita, que los reyes han sido hechos para ser los'servidores de los Papas. Pablo IV, abusaba de laexcomunión, y no parecía dudar de los inconve-nientes que ocasionaba semejante abuso. Los rayosdel Vaticano eran mucho menos formidables desdoque la herejía triunfante había osado asegurarse enpresencia de la infalibilidad romana. El ejemplodado por los protestantes, era doblemente funesto.Emancipándose atrevidamente, habían reducidoconsiderablemente la dominación pontificia, y suiniciativa, era para los descontentos una tentacióny un ejemplo. Esto es justamente lo que parecía te-mer Melchor Cano, recomendando como una cosa

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esencial, i)o menoscabar la autoridad soberana deSan Pedro. Conocía perfectamente que, si se tocabaá las atribuciones consagradas del jefe de la {jerar-quía católica, realmente se atacaba á la unidad dela Iglesia. Insiste largamente sobre esta torceradificultad, y advierte, no sin razón, que con unPapa tan celoso de su poder soberano, la menorseparación, la más pequeña protesta, podrían rom-per la armonía y desencadenar la discordia.

(Que no desacuerde la armonía y concordia de laIglesia).

«Si se quiere evitar este resultado inevitable, im-porta no imitar á los alemanes que comenzaron sulucha contra el papado bajo pretexto de una refor-ma de costumbres y de disciplina. Es cierto que,entre los abusos que señalaban, los había irritantesy que pedían corrección».

(Que en muchos dellos pedían razón, y con algunajusticia).

«Desgraciadamente las quejas de los alemanes nofueron acogidas en Roma, y los quejosos procedie-ron á la reforma por sí mismos, y sin conseguir li-brar á Roma del mal que la roía, pusieron la Alema-nia en mal estado».

(Queriendo los alemanes poner el remedio de sumano, y hacerse médicos de Roma, sin sanar áRoma, hicieron enferma á Alemania).

A favor de esta metáfora, Cano, pareciendo cen-surar la empresa de los reformadores, condenaabiertamente los abusos de la corte romana, abusosque la reforma había intentado, aunque en vano,suprimir.

«¿Qué deducir de este desgraciado ejemplo, de unaexcisión sobrevenida en la Iglesia, sin ningún pro-vecho para la Iglesia? Es que conviene procedercon una sabia lentitud, y no ceder al arrebato de lapasión, á pesar de la seguridad que se puede tenerde obrar para lo mejor. Es necesario estar en guar-dia contra las ilusiones que nos seducen y nos im-piden discernir las calamidades ocultas bajo lasapariencias engañosas del bien. En las cosas de lareligión, el castigo no se presenta jamás sino bajola máscara de la religión.

«Los alemanes lian caido en el error por emanci-parse demasiado, por haber perdido el respeto queellos debían al Papa. A decir verdad, no pensabanque su conducta con él fuese nada irreverente;creían, por el contrario, de buena fe, poner reme-dio á un mal de tal manera grave é irritante, quemiraban como débiles de inteligencia á cuantos noaprobaban sus procedimientos».

(Aunque ellos no pensaban que era desacato, sinoremedio de desafueros, tales y tan notorios, que te-nían por simples á los que contradecían el remedio).

Melchor Cano está lejos de desconocer la J tristesconsecuencias, de los abusos tolerados ó introduci-

dos en el papado, y el conocimiento que tiene delas injusticias de Roma con el catolicismo, le ins-pira vivos temores.

«El rey de España, que no tiene menos motivos dequeja de la corte romana que los protestantes antesde su rebelión, podría bien empeñarse, como estosúltimos, en el camino de las reformas urgentes, yconcluir por hacer causa común con ellos. Porqueasí sucede con todos los proyectos de reforma,cuando se procede á la ejecución: se comienza conlas mejores intenciones y sin otro deseo que esta-blecer la paz y la concordia sobre bases sólidas;luego los obstáculos que surgen, los intereses con-trarios que están en juego y las dificultades quenacen de las circunstancias, encienden las pasionesy suscitan turbaciones, desórdenes imprevistos, y,finalmente, la empresa más pacífica al principio, ter-mina por una revolución completa. Puede sucederen este caso, que la buena causa venga á ser mala,

(Y de buena causa hacen mala),y que el fin no justifique las intenciones. Por consi-guiente, para proceder con sabiduría, es necesariono ceder inconsideradamente á las sugestiones delos inferiores que quieren obtener justicia y tenerrazón contra sus superiores, tanto más, cuanto lajusticia, en este caso, no puede obtenerse por lasleyes, sino únicamente por las armas. Pues, toman-do las armas contra el Papa, hacemos causa comúncon los herejes, que son sus enemigos irreconcilia-bles. Los herejes hablan mal del Papa para paliarsu herejía, y nosotros, si entramos en campaña con-tra él, hablaremos mal á nuestra vez para justificarla guerra emprendida, para alcanzar reparación delas injusticias que nos ha hecho. La razón estará

j de nuestra parte, es verdad; poro no gritaremosmenos contra el Papa, y en esto, al menos, estare-mos acóraos con los herejes, cuando es necesarioevitar á todo trance imitarlos en actos, en palabrasy hasta en las apariencias».

Hay en esta manera de razonar tanta habilidadcomo franqueza. El teólogo católico, vivamentepreocupado, como era natural, de la unidad de laIglesia, tan comprometida ya por la rebelión de losprotestantes, expone á su soberano las consecuen-cias desastrosas que podían resultar de una guerracontra el Papa. Y como el ejemplo es contagioso,hace esta observación capital: que un hombre sahiono debe favorecer las veleidades de rebelión delos subalternos contra sus superiores, porque po-dría suceder que el descontento de los subditos sevolviese contra un príncipe que no habría respetadoun poder superior.

(Por lo cual el hombre sabio, aunque los inferio-res pretenden justicia contra sus superiores, deledesfavorecer las tales pretensiones).

Esta máxima do un teólogo es digna de un gran

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político: un soberano absoluto, que pretende redu-cir la dominación de otro soberano absoluto, pre-para, sin saberlo, su propia ruina.

No deberá creerse, sin embargo, que MelchorCano opine por la abstención. Se verá bien prontoque es de parecer, por el contrario, que la sobera-nía pontificia sea contenida en sus justos límites, yque la ambición del Papa sea refrenada, porque elsentimiento muy .justo de la situación le dominaba.Pero, lógico rigoroso, examina todas las fases delproblema, pesa las dificultades, y procede en esteexamen sin ideas preconcebidas, sin partido deter-minado, con la serenidad y el desintereres de unfilósofo. Su: espíritu curioso y sagaz se complace enponer en evidencia todo lo que no podría ser des-preciado ó disimulado sin perjuicio para el conoci-miento entero y perfecto de la cuestión. Estudia suobjeto en conciencia, si bien desplegando una granhabilidad para no comprometerse.

Abordando la quinta dificultad, comienza por de-clarar que el mal que se pretende curar parece in-curable; de suerte que cree insensato emprenderla curación de una enfermedad que sólo puede em-peorar por el uso de los remedios.

(Que la dolencia que se pretende curar es, á lo quese puede entender, incurable; y es gran yerro inten-tar cura de enfermos, que con las medicinas enfer-man más).

En apoyo de esta comparación, muy significativa,alega oportunamente un aforismo médico, recur-riendo á la escuela, y cuyo sentido es, que hay en-fermedades que el tratamiento exaspera. «Trátaseaquí precisamente de una de esas afecciones cróni-cas, que es peligroso curar, tanto más, cuanto elmal debe infaliblemente concluir por matar al en-fermo, sin que el médico comprometa su responsa-bilidad».

(Enfermedades hay, que es mejor dejarlas, y queel mal acabe al doliente, y no le dé priesa al médico.Mal conoce á Boma, quien pretende sanarla).

«No conoce á Roma quien pretende curarla. Puededecirse de ella como de la gran ciudad de la cualse ha dicho en la Escritura: «Hemos consagradonuestros cuidados á Babilonia, y Babilonia no hacurado.» Enferma desde largos años, muy avan-zada en el tercer período de la tisis, la fiebre de-vora sus huesos, el mal viene á ser intolerable; ypara este mal ya no hay remedio».

(Enferma de muchos años, entrada más que en ter-cera, f la calentura, metida en los huesos, que nopuede sufrir su mal ningún remedio).

Un reformador no hubiese dicho más.Este retrato tan parecido de la corte romana es

como una mañosa transición. Después de habermostrado el estado de indignidad á que Roma habíasido redncida por los vicios inherentes al papado,

Melchor Cano censura al rey de España por su sumi-sión á un poder fundado sobre abusos y destinadoá una ruina inevitable. Lo que sigue está lleno deironía y amargura. El teólogo consultado se dirigeexpresamente á Felipe II.

. «La última dificultad, dice, es que Vuestra Majes-tad no puede pasar sin la parte que Roma os con-cede en las rentas eclesiásticas y el producto de lasindulgencias. Mientras la necesidad os obligue ádesear tales recursos, no hay esperanzas de quelas cosas puedan ser mejoradas. La corte pontificiasabe muy bien esto; tiene en su mano armas temi-bles, que le aseguran la superioridad en toda luchaque se quiera emprender contra ella. Con tales me-dios el papado fomenta á su placer la discordia, ypuede permitirse todo, sin arriesgar nada; porque,en fin, si nosotros sufrimos y tenemos motivos dequeja, no es menos cierto que somos pagados, denuestro propio dinero bien entendido, sin que á élle cueste nada».

(Y aunque estemos agraviados y damnificados, connuestros propios dineros nos pagan, sin que nada lescueste).

Aquel era de hecho el nudo de la cuestión, y Canoha visto perfectamente que la solución del proble-ma dependía esencialmente de una reforma radicalen la administración de los beneficios y rentas ecle-siásticas. Insistiendo sobre un punto tan capital,servía, á la vez, ya la causa del Estado, ya la inde-pendencia de la Iglesia nacional, esclava y tributariade Roma, y la dignidad del rey, obligado á recibircon reconocimiento, de la munificencia pontificia,como un favor y un privilegio, una débil porción debienes que pertenecían legítimamente al tesoro. Loque dice Melchor Cano sobre este importante ob-jeto es grandemente enérgico: «Si este estado decosas cambiase, el rey de España tendría, de algúnmodo, la Italia en su mano, y ningún Papa, pormuy astuto que fuese, podría jamás hacerle frente;porque no dependiendo ya de Roma, para lo tempo-ral, es Roma la que dependería de nosotros, y po-dríamos pesarle y medirle el pan y el agua singastar nuestros bienes, sin arriesgar nuestra con-ciencia, manteniendo íntegro nuestro crédito, au-mentando nuestra influencia, tanto que, aquellos queson hoy en Roma nuestros mortales enemigos, es-tarían á nuestra devoción y se emplearían en satis-facer nuestros deseos, con un gran celo».

(Y sin duda, si en esto se diese algún buen corte,el rey de España tendría á Italia en las manos, sinque ningún Papa, por travieso que saliese, le pu-diese hacer desabrimiento. Por que no dependiendoen lo temporal de la providencia de Roma, Bomadependería de la nuestra; y les podríamos dar elagua y el pan, con peso y medida, sin gastar hacien-da, sin peligrar conciencia; con conservar mucho

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crédito, con hacer de los más enemigos que allá te-temos, los mejores y más ciertos ministros de nues-tra voluntad y pretensiones).

Si Felipe II hubiese sido un principe verdadera-mente político y resuelto, este firmo lenguaje lehubiera abierto los ojos. Melchor Cano indicaba elúnico medio, ó al menos el más eficaz para hacerentrar al papado en razón. Pero, como si hubieseprevisto que este remedio heroico no seria delgusto del rey su amo, añade inmediatamente: pordesgracia, lo he dicho ya, es tan difícil tocar á esteestado de cosas, á causa de la necesidad que osliga á Roma, que parece imposible curar los malesque nos vienen de Roma.

(Pero poner remedio en esta necesidad que V. M.tiene de Roma, es tan difícil, que hace casi imposi-ble el remedio de los males que de Roma nos vienen).

Conclusión irónica y llena de amargura, que prue-ba euán á fondo conocía Melchor Cano la incurabletimidez de Felipe II. Parece decirle: Si el mal duratodavía, es únicamente por vuestra culpa; de vosdepende que cese, puesto que está en vuestropoder suprimir la causa; pero vos no hacéis nada, y\a Santa Sede continuará, como en el pasado, triun-fando de vuestra debilidad. Tales oran su pensa-miento íntimo y su convicción. Sin embargo, insistetodavía sobre la necesidad de una reforma urgente,y, después de haber enumerado las dificultades,entra resueltamente en el examen de las razonesque deben autorizar al rey á proceder sin dilacióncontra el Papa y justificar su conducta.

Resumiendo todo lo que precede: «He aquí, dice,los principales argumentos que han hecho valerordinariamente para intimidar á los cristianos y di-suadirlos de una empresa, cuyo principio y fin nose alcanzan, y que deben, al parecer, acarrearcomo consecuencias inevitables el decaimiento delSoberano Pontífice, el desprestigio de la Santa Sede,la división y el cisma en la Iglesia, con gran escán-dalo de las almas débiles y con detrimento de lafe y de la religión cristianas, porque son otros tan-tos peligros inminentes, si la cura se intenta y no seconsigue».

(Que todas estas cosas peligran, si se intenta lacura y no se sale con ella).

Esta última parte en su enérgica concisión, signi-fica que es necesario emprender y triunfar á todacesta. Tampoco Melchor Cano se detiene en refu-tarlos débiles razonamientos que en adelante pudie-ran indicar las gentes tímidas. «Porque hay otrasrazones, prosigue, tan graves y de tan alta impor-tancia, que hablan en sentido contrario, que Vues-tra Magestad se encuentra en la obligación de reme-diar ciertos males que es necesario curar ó estirparde toda necesidad, si se quiere que este reino nosufra considerables perjuicios en el orden tempo-

; TOMO v.

ral. Sólo á este precio, por otra parte, se puedeobtener que las costumbres no sean destruidas, quela paz de la Iglesia no sea ya turbada, que las leyesde Dios no sean violadas, y que la obediencia debidaá la Santa Sede misma, tan comprometida hoy, nopeligre, con gran perjuicio de la fe cristiana».

(Pero otras razones, por el contrario, tan impor-tantes y graves hay, que parecen obligar á V. M. áque ponga remedio en algunos males, que no siendoremediados, no solamente se hace ofensa y daño áestos reinos, en lo temporal, mas también se destru-yen las costumbres, se perturba la paz de la Iglesia,se quebrantan las leyes de Dios, y peligra muy á loclaro la obediencia que se debe á la misma SedeApostólica, y por consiguiente, la fe de CristoNuestro Señor).

Este lenguaje es digno de un teólogo, habituadoá tratar las cuestiones más difíciles con esa eleva-ción de miras y esa profundidad que sólo pertene-cen al filósofo.

El desenvolvimiento de la argumentación probaráque, bajo el teólogo, había un político; de ningúnmodo indiferente á los intereses presentes y á losdestinos de su país.

«Es preciso recordaros, dice á Felipe, en primerlugar, la fidelidad que debéis, como rey, á vuestrosreinos, y el respeto de vuestro juramento á Dios;porque habéis jurado, al tomar posesión del poder,que protegeríais y defenderíais vuestros dominioscontra toda pretensión y empresa violenta.

«Pues, vos sois más que el padre de vuestros rei-nos, vos sois como la Providencia, y provocar es-crúpulos en nombre de la teología, en ocasión deuna defensa tan legítima, á causa de los inconve-nientes y del escándalo que pudieran seguirse,sería razonar locamente».

(Y pne&que V. M. es más que padre de sus reinos,imprudente y loca teología sería la que pusiese es-crúpulo en esta defensa, por temor de los escándalosy inconvenientes que de la defensa se siguen).

«Ciertamente fuera preciso ser un pobre teólogopara imputar á quien usa de su derecho de defensa,las consecuencias desastrosas de una guerra provo-cada por la injusticia. No hay un sólo hombre razo-nable que admita semejante doctrina, digna de losfariseos. Por otra parte, si el escándalo debiesesalir de una lucha abierta en tales condiciones, seríaresponsable el que hubiese provocado la guerra porsus iniquidades y no quien saca la espada para sulegítima defensa. Pues justo es que un rey defiendasus Estados contra las usurpaciones y las empresasdel enemigo.

»Esta consideración, muy importante, está fortifi-cada por otra de gran peso.—Sería un gran mal, nosolamente para España, sino también para la Iglesia,la condescendencia del rey con la Santa Sede en un

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momento tan crítico. Ceder, en esta ocasión, seriaarruinar su crédito y perder toda influencia. Laopinión pública juzgaría que habiendo faltado al reyel valor y las fuerzas para su defensa legítima ypara la protección de sus subditos, se había humi-llado, no por temor de ofender á Dios y por respetoá la Santa Sede, sino por debilidad de alma y porfalta de poder».

No se podía decir más claramente á Felipe II, queperseverando en la abstención, faltaba á su deberdo príncipe y comprometía su dignidad personal.—-«Aquí, los escrúpulos exagerados no son lícitos, y laSanta Sede, que sabe por experiencia cuan fácil esasustarnos por el espanto de un cisma en perspec-tiva, si estos escrúpulos intempestivos llegasen á suconocimiento, no dejaría de insultarnos impune-mente y de redoblar sus vejaciones, paralizandoenteramente nuestros esfuerzos. Si renunciamos ála resistencia por temor de desobediencia ó de es-cándalo, conociéndonos tan tímidos y tan resigna-dos, la corte de Roma se burlará á su placer de nos-otros, que no tenemos el valor de tomar la defensade nuestro derecho, de nuestros bienes y de nues-tro régimen interior».

(Pues con asomos de cisma y peligros de inobedien-cia y escándalos, nos tienen ya atemorizados, parano emprender el amparo de nuestra justicia, hacien-da y buen gobierno).

«Es preciso, pues, no dudar en defendernos, si noqueremos resignarnos á sufrir ultrajes é injusticias,más graves, sin comparación que los pasados.Ceder, en semejante circunstancia, sería alentar álos malvados en sus empresas contra los hombresde bien».

Vemos que, á medida que avanza en su examen,el teólogo desaparece para dejar lugar al hombre debuen sentido, que se preocupa ante todo de la cues-tión del derecho y del deber.

«Una cuarta razón muy poderosa milita aún enfavor del partido de la resistencia.—Tomando ladefensa de una causa tan justa, emprendiendo re-parar las injusticias cometidas en su perjuicio, elrey de España prestaría á la vez un servicio muygrande á la religión cristiana y á la Santa Sedeapostólica; porque nada contribuye más eficazmenteá precipitar la ruina de la Iglesia, que la conductaescandalosa de Roma en la administración de losnegocios eclesiásticos.

»Se sabe ya que esta administración no es más queun comercio, un tráfico, contrario á las prescripcio-nes de todas las leyes divinas, humanas y na-turales».

(Porque, sin duda, no hay más ciertos medios departe de Roma para acabar de destruir en pocos diasla Iglesia, que los que, alpresente, toman en la ad-ministración eclesiástica: la cual, los malos minis-

tros han convertido en negociación temporal y mer-cadería, y trato prohibido por todas leyes, divinas yhumanas, y naturales).

«Por consiguiente, si Vuestra Majestad, por res-peto religioso ó por piedad, no se atreve á pedirreparación de tantos agravios y proveer á la pro-tección de sus Estados y de sus subditos, estaabstención, fundada sobre el respeto inspirado porla religión, será el medio más eficaz para la prontadestrucción de la Iglesia. El mal, por grande quesea, puede aún ser contenido; que, si descuidáisoponer un dique al torrente, la situación no harámás que empeorar, y vuestros sucesores no podrán,á pesar de toda sit buena voluntad y la necesidadapremiante, lo que vos podríais hacer cómodamen-te, si vuestra resolución fuese firme. Es preciso noaguardar que el rio se haya desbordado para preve-nir la inundación».

(Que ciertamente los daños y agravios irán cre-ciendo de día en día, si V. M. no los ataja con tiem-po: y cuando, después, estos reinos quisiesen resistirá la creciente, han de salir de términos ordinarios,y resistir con grita, y alboroto, sin orden ni con-cierto alguno, como se hace en las grandes avenidas).

Y siguiendo hasta el fin la metáfora: «Así, pues,dice, desde ahora debéis profundizar su lecho alTiber, de manera que puedan correr tranquilamentesus aguas, sin peligro de anegar, no solamenteá Roma, si no también los Estados de VuestraMajestad».

(Por lo cual, ahora V. M. debía hacer madre alTiber, buena y convenible, por donde holgadamente

pueda ir sin que anegue, no solamente á Roma, sinoá todos los Reinos de V. M.)

Después de haberse explicado tan claramente,Melchor Cano vuelve sobre sí mismo, y repara elpeligro á que se expone, expresando libremente suopinión sobre un asunto tan espinoso. «Es un hecho,prosigue, que, acometiendo la empresa, es necesa-rio contar con inconvenientes inevitables, aunqueinciertos, y que abandonándola, se expone á au-mentar el mal que existe ya. Se puede debatir evi-dentemente el pro y el contra, pesando los incon-venientes y las ventajas. Y así, el problema es tanarduo y tan complejo, que muchas veces he estadotentado de huir muy lejos, para evitar responder álas preguntas que me son dirigidas. Pero, despuésde muchas dudas, me he decidido á hablar, cono-ciendo vuestras intenciones de obrar en concienciay vuestro deseo de hacer el bien. Es verdad, porotra parte, que me expongo á que se me trate sinmiramiento á causa de numerosas razones que pa-recían imponerme el silencio; pero yo he hablado,porque erais vos quien me interrogaba. Me atrevo,pues, á suplicaros, por amor de Dios, que si, enesta consulta encontráis algún parecer bueno, lo

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N.°75 GUARDIA. UN CONSEJO DE MELCHOR CANO A FELIPE 11. 187

guardéis para vos, y que este escrito sea arrojadoal diego, para que no so haga mal uso de mi conse-jo; porque podría suceder que en otra circunstanciay dirigido á otro príncipe, fuese malo. Sin embargo,creo muy firmemente que, dirigiéndose á vos y ensemejante circunstancia, os no solamente bueno,sino también sabio y cristiano».

Melchor Cano se esfuerza en calmar los escrúpu-los de conciencia de Felipe II, recordándole quepor lo mismo que la guerra abierta por Su Santidades injusta, la defensa del rey es justa y en lodo casoobligatoria. «No tenéis, dice, para combatirle sinremordimientos, más que considerar que no lo ha-céis en su carácter de Papa, y que en el momentoque toma la iniciativa de las hostilidades, es unprincipe, un soldado, contra el cual debéis em-plear la fuerza para rechazar la fuerza. Aquí, elpoder espiritual está fuera de cuestión, porque esúnicamente con el poder temporal con quien laguerra es posible.»

(Pnes Su Santidad no hace la guerra con el poderespiritual, sino con el temporal).

«No es, pues, del Soberano Pontífice y del vicariode Jesucristo de quien debéis defenderos, sino eon-íra un príncipe italiano, vuestro vecino, que os hacela guerra con objeto de apoderarse de vuestros Es-tados. Es necesario que vuestra conducta para conel Papa responda á la suya para con vos. Tambiénsería de parecer de que, puesto que el Papa se con-tenta con combatir con escrituras (breves, bulas 6indulgencias) para hacer valer en España su preten-dida autoridad de Soberano Pontífice, se aguantenpor el momento sus pretensiones, sin quejarse de-masiado en cuanto es posible; pero en Italia, dondecombate con soldados, á cada uno de sus soldadoses necesario oponer otro».

(Por esta misma suerte, viendo yo que el Papa pe-leaba con papeles de España, pretendiendo autoridadde Sumo Pontífice, me pareció cosa muy acertadaque, al presente, se disimulase y sufriese todo loposible. Mas en Italia, donde peleaba con soldados,q%e á un soldado le echasen otro.)

Á esta solución tan clara, Melchor Cano añadeconsideraciones llenas de lógica, sacadas de los de-beres de los soberanos para con sus subditos. Esnecesario considerar que los príncipes que tienencargo de almas, se deben conducir como tutorespara con sus pupilos, y no como tiranos injustos yúnicamente guiados por la arbitrariedad; y esta-blece la doctrina muy razonable de que los senti-mientos respetuosos de deferencia y obediencia nopueden tenerse con los príncipes que se conducencontra su obligación. Es necesario protestar y de-fenderse contra los que abusan de su autoridad.«Tenéis el derecho de legítima defensa, dier al rey

indeciso el intrépido teólogo, y si tenéis escrúpulo

en este punto, vendríais forzosamente á entregar alPapa la Italia y aun la Espafia, si tuviese «1 propó-sito de apoderarse de ella».

(Y V. M. había de desamparar á Italia, y aun áEspaña, si el Papa se la quisiese tomar, si la de-fensa que V. M. hace fuese ilícita).

«En circunstancias tan críticas preciso es no tomarconsejo más que de la necesidad. Por muy profundoque sea el amor filial, un hijo, si quiere vivir, nopuede, en conciencia, proceder con mesura cuandoes obligado á defenderse contra su padre enfureci-do. Por otra parto, un rey amenazado por el Papa yatacado en sus intereses más caros, puede oponerresistencia legítima sin que por su firmeza falte alrespeto á su adversario».

Aquí Melchor Cano se sirve do una comparacióningeniosa y ligeramente irónica. «Eos príncipes jó-venes, dice, so ponen á veces en el caso de recibirazotes de mano de su ayo, y este último no hacemás que llenar estrictamente su deber cuandoaplica á su príncipe la corrección merecida; sola-mente las conveniencias exigen que antes de pro-ceder á su oficio, el maestro quite su gorro y bajeel instrumento do dolor».

(Que aún á los príncipes niños, alguna vez con-viene que su ayo los azote: pero es justo miramiento,que besado el azote, y quitado el bonete, haga la cor-rección que conviene en su propio príncipe).

El comentario que viene en seguida está sobre elmismo tono que la comparación. Como si no estu-viese suficientemente explicado, Cano añade: «Esjusto también que nuestro Santo Padre que, encole-rizado, hace violencia á sus hijos, sea contenido ydesarmado por vos, que siendo su hijo primogénito,debe ayuda y protección á los más jóvenes. Debéis,pues, impedirle hacer daño, y, liara ello, atarle lasmanos, síes preciso, pero procediendo siempre conmesura, con respeto, sin ultrajes ni insultos, y deesta suerte, se verá bien que vuestra conduela noes efecto de un deseo de venganza, sino que que-réis aplicar al mal un remedio eficaz».

(Bien así es justo y santo, que si nuestro muySanto Padre, con enojo, hace violencia á los inocen-tes hijos, V. 31., que es hijo mayor y protector delos menores, le desarme, y si fuese necesario, le atelas manos; pero lodo esto con gran reverencia y me-sura, sin baldones ni descortesías, de suerte que sevea que no es venganza, sino retnedio; no es castigo,sino medicina).

«Es necesario advertir, además, que la defensaestá doblemente autorizada, ya por la iniciativa queha tomado el agresor, declarando públicamente laguerra, ya porque está demostrado que aquél con-tra el cual so levanta en armas no tiene nada quereprocharse, y no ha suministrado nunca al Papaningún pretexto para la guerra. Este es un hecho

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tan bien demostrado, que no era en rigor indispen-sable señalarlo; pero es preciso hacerlo, sin embar-go, en consideración á los que una piedad supersti-sa alarma sin motivo».

(Mas hay algunos tan supersticiosamente píos, queibí timent, ubi %on erat timor).

Resuelta la cuestión de legítima defensa, MelchorCano pasa al examen de los medios más convenien-tes para la ejecución. Reconoce que este asunto esdifícil para un teólogo, y declinando enteramentela competencia, indica delicadamente al rey, que elparecer de los capitanes y veteranos en la guerraes el que debe ser preferido.

(Mejor lo averiguarán capitanes y soldados viejos,y el consejo de guerra de V. M.)

Pero, después de haber aconsejado al rey tomarlas armas y entrar en campaña sin tardanza, le in-dica el medio infalible de reducir al enemigo, im-pidiendo la circulación del dinero, privando el tri-buto que España pagaba regularmente á Roma.«Preciso es cuidar, dice, que no reciba ninguna es-pecie da socorros en numerario, y basta para estoprohibir expresamente enviar dinero á Roma, auncuando sea para subvenir á las necesidades de loscardenales españoles que residen en la corte ro-mana».

(Que durante la guerra, ni por cambio, ni por otramanera directe ni indirecte, no vayan dineros de losreinos de V. M. á Boma, aunque sean para los mis-mos cardenales españoles que allá están).

«Esta privación tendrá una eficacia inmediata, y sipor ella sufren los que no han causado mal, sufriránaún más los que, haciendo conscientemente el mal,se persuaden de que las rentas acostumbradas noíes faltarán, sin que duden que la simple suspensión,de este tributo que aguardan, puede reducirlos á lamiseria.

»Es cierto que una medida general de esta natura-leza tiene el inconveniente de alcanzar á los ino-centes al mismo tiempo que á los culpables; peroasí lo quiere la necesidad de la guerra. Supongamosque Roma sea sitiada y pueda desviarse el curso delrio; el medio sería excelente para vencer la resis-tencia de los sitiados, y el enemigo lo emplearía debuena gana sin inquietarse por los sufrimientos detoda una población. Lo mismo sucede con el oro.Importa que ninguna suma entre en Roma. Seríaciertamente perjudicial para aquellos que no hanmerecido ser asi privados de recursos; pero es pre-ciso no detenerse por esta consideración. El arti-llero no debe dejar do cumplir con su deber, auncuando la bala vaya á herir á personas inofensivas.

»Y no basta impedir que el oro salga de Españapara ir áRoma; es necesario que, durante la guerra,ningur, indígena vaya á Roma. En cuanto á aquellosque se encuentran allí ahora, sería lo mejor llamar-

los sin tardanza, si su repentina partida no ha deocasionarles ningún peligro. Y por lo que hace álos prelados habituados á vivir en Roma, como essoberanamente injusto que gocen las rentas de susdiócesis, cuando no tienen motivo alguno legítimopara ausentarse, sería lo mejor privarles de estosproductos, porque la manera en que gozan de ellos,sin merecerlos, puesto que faltan á su obligación,equivale á un robo».

(Se les podrían quitar las temporalidades...,pueslas llevan con la misma conciencia que si la ro-

Aquí Melchor Cano pone la mano sobre, la llagaque devoraba la Iglesia de España, cuyos obisposeran la mayor parte hechura de Roma y cortesanosdel Papa, no teniendo cuidado alguno de la admi-nistración moral de sus diócesis. Estas quedabanabandonadas á curadores mientras que el Santo Ofi-cio, secundado por algunas Ordenes religiosas, ex-tendía prodigiosamente su jurisdicción, en perjuiciode la dignidad y de la autoridad episcopales. Lacorte romana se había naturalmente aprovechadode la incuria de los obispos, de tal suerte que buennúmero de negocios eclesiásticos se habían sus-traído á la jurisdicción del Ordinario, y no sólopodían ser despachados por el Papa ó con su per-miso. Melchor Cano, que conocía muy bien lasituación de la Iglesia nacional, presenta directa-mente á Felipe II los inconvenientes de una depen-dencia humillante y que costaba muy cara á la Es-paña, porque la corte romana no despachaba losasuntos más que por dinero. «Las cosas espiritualesdeben sustraerse á este tráfico; y si sufren perjui-cio, por pequeño que sea, á consecuencia de las me-didas económicas que importa adoptar sin tardan-za, la falta estará en el soberano Pontífice y no enel rey, que no hace más que usar de su derechoadoptando los mejores medios de defensa. Por otraparte, impedir que el dinero de España vaya á Romaes obligar á la corte romana á despachar los nego-cios gratis, y á no vejar con exacciones indebidasá los fieles; de suerte, que bien considerado, estamedida tan rigorosa en apariencia, tendría, porefecto inmediato, reducir al Papa á su deber y á laobservancia de la ley divina».

(Porque, con quitar V. M. que no vayan dineros,no quita que no haya despachos, sino que no loshaya por dineros; y bien puede Su Santidad, y todossus oficiales despachar gratis, libremente..., y endespachar así harían lo que la ley de Dios lesmanda, y lo que importa á la Iglesia tanto, cuantono se puede encarecer).

«Por otra parte, correspondiendo al Papa velaratentamente por los intereses del orden espiritual,si persiste en continuar la guerra en lugar de cum-plir las altas funciones de su cargo, debe delegar

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sus poderes en el nuncio apostólico ó en el Ordi-nario. Si descuida hacerlo, ó si esta delegación sehace aguardar largamente, corresponderá á losobispos obrar en consecuencia y usar de su autori-dad legitima-".

(Los obispos, cada mal en su obispado, puedenproveer todo lo necesario para la buena gobernacióneclesiástica y salud de las almas).

«Los más sabios teólogos, de acuerdo en esto conlos decretos del derecho canónico, sostienen quelos obispos tienen los poderes necesarios para re-emplazar al Papa en los casos urgentes, porque esesencial que las cosas de la religión no sufran nin-gún perjuicio, aun en las circunstancias difíciles.Y por lo que hace á los casos reservados especial-mente al Papa, la necesidad debe hacer ley; porqueno se ha de creer que la reserva sea tan tiránica,que los intereses de la Iglesia deben ser sacrifica-dos á los del soberano Pontífice. Por consiguiente,si la guerra con el Papa se prolonga, sería precisoproveer las sillas y los beneficios vacantes».

(Y si por pecados del mundo, y por la apasionadacólera de S. S. viniésemos á tal extremo, fácilmentese daría orden, en que, sin embargo de la guerra, ysin ofensa de Dios, se proveyese á la necesidad delas iglesias que vacasen en el entretanto, si S. S.no quisiese proveer en ello, como puede y debe/.

Para el nombramiento de los obispos, lo mismoque para la colación de los beneficios, Cano opinabaabiertamente que la sanción pontificia no era indis-pensable. Este principio, convenientemente aplica-do, habría podido librar para siempre la Iglesia deEspaña del yogo pesado de la dominación romana.

Volviendo á tomar el hilo de su razonamiento, elprudente teólogo aconseja al rey de España proce-der con mucho miramiento y conducirse de talsuerte, que sea visible para todo el mundo, que ladefensa provocada por el Papa, tiene de su parte elderecho, la razón, la equidad. «Conviene tambiéndesconfiar y no ceder á las promesas que podríahacer un enemigo, estrechado de cerca y reducidoal extremo. Hay que tomar precauciones; que elrey podía descubrir por sí mismo, á menos que noquiera tomar parecer de su consejo de la guerra.La teología no puede nada en materia de ataques,de sitios y de batallas; y sin embargo, si un hom-bre de guerra experimentado emitiese un buen pa-recer y aconsejase al rey, por ejemplo, asegurar laposesión de una buena fortaleza, apoderarse delcastillo do Santo Angelo y guardarlo, la teología noencontraría en ello nada que reprender».

(Que ya podría haber alguno que dijese convenir,para que V. M. se asegurase, como es razón, que elcastillo de Sant-Ángel estuviese por de V. M., sinpeligro, que desta parte le pudiese venir '/nal ni

o. Yá esta tal seguridad no se extieide por

ahora mi theología; pero no me escandalizaría delsoldado que lo dijese, si diese razón de ello).

Para un teólogo, esto es caminar un tanto ligero.Cano, si se ha de juzgar por esto parecer que dacomo do paso, creía, sin duda alguna, que una guar-nición pcrmanenle do tropas españolas era el mediomás eficaz de proteger seguramente al Papa, pre-servándole de la tentación de guerrear. Hace votosmuy sinceros por la realización de un proyecto queacaricia con la predilección evidente de un inven-tor, y, al mismo tiempo, incita al rey á sacar parti-do de las ventajas que le prepara el triunfo de susarmas.

Suponiendo al Papa vencido y reducido á implo-rar su gracia, se pregunta cómo debe conducirse elvencedor y no duda en decir que es preciso usar dela victoria, fijándose principalmente en el porvenir.

«Puesto que el Papa ha comenzado las hostilida-des contra toda justicia, es preciso tratarle comoun culpable, y ponerle en un estado tal, que nopueda jamás reincidir. Que el rey se conduzca, pues,como un juez severo, y que la corrección sea bas-tante fuerte para impedir toda reincidencia. El casti-go debe, además, ser ejemplar, porque no solamenteel Papa actual debe ser reducido al buen sentido yá la moderación, sino que sus vecinos y sucesoresno deben tener la idea de imitar su ejemplo. Enotros términos, debe conservar por expiar sus pro-pias faltas, y de tal modo que no so reproduzcanya jamás. El rey puede, por otra parte, aun demos-trando alguna indulgencia, arrancar á la Santa Sedeconcesiones que, sin disminuir el prestigio de laautoridad pontificia, procurarían graneles ventajas ála Iglesia española.

«Se podría obtener, entre otras cosas, que la co-lación de los beneficios no dependiese ya de Roma;que el soberano Pontífice autorizase en España elestablecimiento de un tribunal en el cual seríanjuzgadas en último recurso las causas ordinarias.Se dispensaría así de ir á Roma; y, de hecho, nodebería irse á Roma, siguiendo los consejos dela razón, y los preceptos del Evangelio (si Evange-lio y razón so guardase), más que en las circuns-tancias extremadamente graves y de alta importan-cia para los intereses de la Iglesia, según el parecerde algunos Papas y las decisiones de los Conci-lios.—El Papa debería renunciar en adelante á per-cibir las rentas de los obispados vacantes, y obligará su nuncio á despachar los negocios gratuitamente,con la ayuda de un asesor, nombrado por el rey.Se podría exigir cuando más una pequeña retribu-ción para ayudar á la subsistencia del nuncio.»

(Puede proceder como juez á castigar al acome-tedor de su temerario é injusto acometimiento. Yen este castigo ha de haber dos respetos: el uno áque el castigado quede escarmentado, para que otra

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vez no acometa semejante temeridad: el otro á que elcastigo sea ejemplar, para que asi los vecinos, comolos sucesores del delincuente, escarmienten en ca-beza ajena, y entiendan, que si tal hicieren, tal pa-garán. Lo que algunos reyes cuerdos y comedidoshan hecho en este punto, es conmutar este linaje decastigo en sacar para sus reinos, y para sus iglesiasdellos algunas cosas importantes, justas y santas,que después de dadas, no quedaban los sumos Pontí-fices desacatados, y quedaban escarmentados y cura-dos. Corno sería, si V. M. sacase ahora en con-cierto que todos los beneficios en España fuesenpatrimoniales. ítem, que hubiese una audiencia delsumo Pontífice en España donde se concluyesen lascausas ordinarias, sin ir á Roma; porque allá sola-mente se había de ir (si evangelio y razón se guar-dasen), por las cosas muy graves y muy importantesá la Iglesia, como Inocencio lo confiesa en el capítuloMajores de baptismo, y lo confiesan otros Pontíficesy Concilios. ítem, que los espolias y J"rucios de sedevacantes no los llevase S. S. de hoy más en losReinos de V. M. ítem, que el Nuncio de S. S., enestos Reinos, expidiese gratis los negocios, ó almenos tuviese un asesor señalado por V. M. concuyo consejo los negocios se expidiesen, con una tasatan medida, que no excediese de una cómoda susten-tación para el Nuncio).

Hé aquí reformas capitales, que Melchor Cano secontenta con señalar de paso, porque no quiereocuparse en el examen de todos los abusos, y su-plica muy humildemente al Rey no le exija en estepuntounarespuostainmcdiata. «Nuestro Señor,dice,os volverá á este reino, en la primavera (Felipe es-taba entonces en Bruselas), estación favorable paracomenzar el tratamiento del mal. No osaría, en ver-dad, hacerme su médico, atendido su estado y elinvierno que comienza. Tendréis, pues, á bien es-perar que pueda dar mi parecer en tiempo oportuno.Todo lo que puedo decir desde ahora, es que, ni lacontinuación del Concilio de Trento, ni los Conciliosnacionales, apenas darán la solución del problema.Es necesario emplear medios más eficaces, sea paracurar la enfermedad de Roma, sea para impedir lasinjusticias que los malos ministros de la Iglesia ro-mana ejercen sobre vuestros subditos, en nuestrosdominios. Para llegar á la reforma de todos estosabusos, es preciso, según mi juicio, tomar otro ca-mino. Lo que se podría hacer desde ahora, aguar-dando mejor ocasión, sería anunciar, al mismotiempo que la partida del duque do Alba, la deobispos y doctores, que dejarían sus obispados ysus universidades para reunirse en Roma. Esta ex-pedición de prolados y hombres doctos causaríaquizá á Roma más terror que vuestro ejército deItalia».

Preciso es confesar que esta última idea no es de

las más felices. Quizá este consejo extraño ocultouna intención irónica, que no alcanzamos. 0 MelchorCano ha querido decir que la Iglesia nacional debíalevantarse contra la tiranía romana, ó bien ha indi-cado por esta aproximación burlesca de un ejércitoverdadero y de una falange de prelados y de cano-nistas, que la cuestión que se le propone es de aque-llas que deben resolverse por las armas y no por laintervención de los doctores. Si ha querido deciresto, se habría burlado él mismo de su propia con-sulta, que es, sin embargo, excelente, y más digna,bajo todos conceptos, de un hombre de Estado sinpreocupaciones, que de un teólogo habituado á lasdisputas de la escuela.

Lo que dice al terminar es muy curioso, muy de-licado, muy sagaz, y enteramente conforme al es-píritu y al tono general del conjunto: «Comprendoyo que hay en esta consulta expresiones y pensamien-mientos que parecen reñidos con el hábito que yovisto y la theología que profeso. Por eso Jie tenidocuidado de decir al principio que la cuestión es deaquellas que requieren prudencia más bien queciencia. El asunto es, por otra parte, tan grave, queno podía, salvo error, razonar regularmente, sin ex-presarme con un poco más de libertad que lo hubierahecho, á no consultar más que la teología y las con-veniencias de mi estado. Que Dios Nuestro Señor,en su infinita misericordia, tenga piedad de su Igle-sia, y os conceda su gracia y su protección, su espí-ritu y su consejo, á fin de que podáis, estando Diosde vuestra parte, arrancar la Iglesia á los males quela afligen y á los peligros que la amenazan. Fechaen el Convento de San Pablo de Valladolid, el 15 deNoviembre de 1555».

(Yo veo que en este parecer hay algunas pala-bras y sentencias que no parecen muy conformes imi hábito, ni á mi theología; mas, por tanto, dije alprincipio, que este negocio requería más prudenciaque ciencia. Y en caso de tanto riesgo..., no puedo(si no me engaño) hablar prudentemente sin hablarcon alguna más libertad de la que la theología y pro-fesión me daba. Nuestro Señor, por su infinita mi-sericordia, se apiade de su Iglesia, y dé á V. M. gra-cia y favor, su espíritu y consejo,para que remedie,teniendo á Dios de su parte, los males, trabajos ypeligros en que la Iglesia está. D'esU Convento deSan Pablo de Valladolid, á 45 de Noviembrede 1555).

Tal es, en sustancia, la consulta de Melchor Cano,monumento notable del espíritu de sabiduría quereinaba en España á mediados del siglo XVI, en elmomento en que España podía aún escapar á la de-cadencia inminente, tomando una dirección mejory claramente indicada por las circunstancias. Se veque las inspiraciones de una razón levantada y deuna política atrevida, no faltaron á Felipe II. Entre

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los prelados, los teólogos, los canonistas y los ju-ristas que formaban su Consejo real, había muchosque pensaban exactamente como este teólogo, tansensato y tan firme en la expresión de sus ideas. Noestá fuera de razón que tomara frecuentemente me-táforas ó comparaciones médicas. Cano habla com-petentemente del objeto sometido á su examen,como un médico hábil y experimentado habla deuna enfermedad. Conoce bien el mal y sus causas,y no duda en indicar los remedios heroicos, únicosque podían producir una curación radical.

Las reformas, cuya urgencia demuestra, amaga-ban, en verdad, una revolución; porque se trataba,en definitiva, de sustraer la Iglesia de España á lajurisdicción romana y de librar el reino de la tutelapontificia. Había allí una cuestión de dignidad parala Nación y para el Soberano, y además una cues-tión de economía, puesto que hubiera bastado,como dice Cano perfectamente, privar á la corteromana de sumas exhorbitantes que sacaba regu-larmente de España como un tributo. Cano queríaque Roma fuese reducida á no representar ya nadaen España, ó, cuando más, á no representar másque un poder nominal, pero suficiente, según sumanera de ver, para mantener el prestigio de la ge-rarquía sacerdotal y la tradición de la unidad ca-tólica.

Ciertamente, la ocasión era buena para obtenertodas estas reformas. Pero Felipe II, siempre tímidoé indeciso, dejó pasar esta ocasión única, y despuésde haber tenido el Papa en su mano, por decirlo así,se hizo más que nunca humilde y devoto servidorde la Santa Sede. El duque de Alba, á la cabeza deun ejército victorioso, era dueño de imponer suscondiciones al Papa humillado. El Papa encontró lascondiciones demasiado duras y propuso tratar di-rectamente con el rey, á quien conocía bien y des-preciaba demasiado. El rey se apresuró á responderal duque de Alba, indignado, que era preciso some-terse y hacer en todo la voluntad del Santo Padre.No fue el Papa quien pidió perdón. El duque deAlba se vio obligado á doblar la rodilla delante delviejo maniaco, y le presentó humildemente sus ex-cusas, en nombre del rey y del emperador; desuerte que, en lugar de ser tratado como lo habíasido Clemente VII después de la toma de Roma porlas tropas imperiales, Pablo IV dio la ley al ven-cedor.

Se refiere que después de haber obtenido seme-jante triunfo, se jactó en el consistorio de los car-denales de ser, de todos los Papas, el que habíaimpuesto al reinado el más rudo castigo.

Por su parte, el duque de Alba, furioso por la hu-millación que había sufrido por complacer á su amo,gritó, volviendo al campamento, en el consejo desus capitanes: «El rey mi amo acaba de hacer una

gran necedad. Si yo hubiese sido rey, colocado ensu lugar, el cardenal Caraffa habría venido á Bruse-las para implorar de rodillas el perdón de Folipe II,como yo he implorado hoy para Felipe II y para to-dos nosotros el del Soberano Pontífice.»

Estas palabras enérgicas del duque de Alba ates-tiguan, lo mismo que la consulta de Melchor Cano,que Felipe II tenía jefes militares y consejeros quevalían infinitamente masque él. Este orgulloso y dé-bil monarca había de tal manera doblado la cabeza &los pies del Papado, que en 1575, veinte años des-pués de haber recibido los firmes consejos que seacaban de leer, dirigía una humilde súplica á Gre-gorio XIII, sucesor del inflexible Pío V, para obte-ner el restablecimiento de las corridas y combatesde toros, que este último había creido deber prohi-bir, en nombre de la religión y de las costumbrespúblicas (1). Así, este pobre rey no era dueño dedar satisfacción á la pasión favorita de este pueblo,cuyos gustos procuraba halagar sin curarse de losintereses de la moral; y no podía prescindir de laautorización del Papa para abrir el circo á esosjuegos sangrientos á que asistía con gusto, ya porel placer que encontraba, ya por mantener su popu-laridad; porque Felipe II era como aquel emperadorromano que creía que era buena política mezclarseen las diversiones de la canalla, et civile rebaturmisceri voluptatibus vulgi, dice Tácito en susAnales.

J. M. GUARDIA.Traducción de MANUEL PRIETO GETINO.

Jtevue Germanique.)

(1) Este documento, poco común, vale la penade ser reproducido:

A Su Santidad.Muy Sanuto Padre, á D. Juan do Qufiiga mi Emba-

jador "y del mi Consejo escribo, que de mi partehable "á Vuestra Sanctidad sobre el proprio motivoque dio la buena memoria de nuestro muy SanctoPadre Pió Quinto á causa del correr de los toros, ypor ser de la importancia que es á causa de los da-ños ó incombinientes, que de no se correr en estosReynos se sigue, como más largo informará el dichoEmbajador, humildemente suplico á V. S. que, dán-dole crédito á lo que de mi parte le dijese, aquellomande conceder, que en ello recibiré singular gra-cia y beneficio de V. B., cuya muy Sancta personanuestro Señor guardo á bueno y próspero regimien-to de su universal Iglesia. De Sant Lorenzo el real,á quince de Junio de MDLXXV.

De V. Sanctidad.Muy humilde y devoto hijo D. Phelipe,

por la gracia de "Dios, Rey de las Españas, de lasDos Sicilias, de Hier., que sus sanctos píes y ma-nos besa,

Yo el Rey.Antonio de Grasso.

(Theiner. Coutin. de Barón., tom. II, Mantissa do-cumentorum, n.° XXXII, Í575, fol. 89.)

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1 9 2 REVISTA EUROPEA. 1 . " DE AGOSTO DE 1 8 7 5 . N.° 75

LA BOTÁNICA Y SUS APLICACIONES.

La botánica es el estudio de los vegetales, to-mando la palabra vegetal en su sentido más gené-rico. Todo el mundo conoce las plantas que nosrodean, que cubren las praderas y pueblan los bos-ques, y nadie confunde las yerbas y los árboles conlos animales que andan, se arrastran ó vuelan; peroni los vegetales más grandes, ni los animales máscomplicados en organización que cómodamente ve-mos con nuestros ojos, son los únicos seres vivos.Hay otros muchos, más pequeños, cuya organiza-ción es más sencilla y cuya naturaleza sólo conoceel hombre con ayuda de instrumentos ópticos queaumentan considerablemente su tamaño.

El estudio de los infinitamente pequeños de am-bos reinos ofrece un interés tan grande como elde los animales y vegetales que pueden verse sinauxilio de instrumentos ópticos. Viviendo juntos,desarrollándose con frecuencia en medio de condi-ciones idénticas, ocultos y, por decirlo asi, prote-gidos por su pequenez, pertenecen á dos gruposdiferentes, y su conocimiento corresponde á dosciencias distintas. ¿Cómo sabremos si un ser perte-nece al reino vegetal ó al animal? Procurando esta-blecer entre los dos reinos una distinción que le pa-recía clara, dijo Linneo:

Animalia vivunt, crescwnt et sentiunt.Vegelalia vivuní et crescunt.

La sensibilidad será, pues, un carácter distintivo.Pero á medida que se desciende en la escala de

los seres, la sensibilidad se embota y llega á sernula; por otra parte, ciertos vegetales, por ejemploalgunas especies pertenecientes al gran grupo de lasleguminosas y á otras familias, la sensitiva, la Dio-ncea, son sensibles á las acciones exteriores, y iodemuestran con fenómenos indudables. Este carác-ter puede, pues, inducir á error.

¿Puede encontrarse la distinción en la movilidadvoluntaria? Muchos animales inferiores no poseenesta movilidad, sino durante corto tiempo, y des-pués caen en inmovilidad absoluta. En los vegetalesse ve en, una gran clase de plantas, especies de gra-nos móviles que nadan en el agua á la manera delos infusorios, se mueven ayudados por filamentosvibrátiles y se dirigen hacia la luz, huyendo de laoscuridad, como muchos animales microscópicos.Algunas plantas conservan durante toda su existen-cia la propiedad de cambiar do lugar por una espe-cie de movimiento de arrastre y de oscilación,constituyendo el gran grupo de las osciliarias ú os-cilatarias y de las diatómadas.

El movimiento expontáneo se presenta en todaslas algas, á excepción de las floridas, al menos en

ciertos momentos de su existencia y en algunos ór-ganos reproductores. El movimiento no puede ca-racterizar, por tanto, la animalidad.

La contractibilidad se advierte en ostas algascomo en verdaderos infusorios.

La masa gelatinosa y desprovista de membranadel plasmodium de las mixomicéteas, las semillasmóviles de las quitridineas (especie de hongos sil-vestres) presentan movimientos análogos á los deciertos infusorios llamados amíbeos, de modo quelas contracciones amiboideas, ó cualesquiera otras,no caracterizan á los animales.

La composición química, tan variable en los seresinferiores, no proporciona mejores caracteres. Losvegetales contienen sobre todo, oxígeno, hidró-geno, carbono, pero poco ázoe; en los espongiariosy en cierto número de animales próximos á ellos, elázoe sólo existe en débil proporción en los tejidos.

La respiración tampoco puede servir de criterioen la animalidad, ni la presencia de la clorofila, puesalgunas algas y todos los bongos están absoluta-mente desprovistos de ellas.

Se ha querido ver en los productos formadospor estos distintos organismos, una .diferencia queserviría para marcar el limite entre ambos reinos:cual es que los unos tomarían los elementos simplespara combinarlos, y los otros los elementos com-puestos para reducirlos al estado más simple; peroen el reino vegetal hay grupos enteros, cuya misiónos inversa á!a de los otros. Mientras que los musgosy las algas toman una parte de su alimentación delos elementos inorgánicos y los componen dandosustancias más complicadas, como la clorofila, elalmidón, el azúcar; los hongos viven á costa de sus-tancias vivas y muertas, descomponiendo los ele-mentos y reduciéndolos al estado de amoniaco, deácido carbónico y de agua.

De este modo, la levadura de la cerveza, hongo úalga microscópica, descompone las soluciones azu-caradas en dos elementos más simples, el ácido car-bónico y el alcohol.

Hay, sin embargo, un hecho que permite juzgarsi se trata de un animal ó de un vegetal; este he-cho es relativo á la absorción de materias nutri-tivas. Los vegetales se alimentan únicamente porendosmosis, y toman sus elementos nutritivos en elmedio que rodea sus órganos de absorción, no po-diendo absorber sino materias en disolución. Losanimales, al contrario, gozando del poder de ab-sorber por endosmosis, facultad que poseen hastalos animales más perfectos, pueden además ingeriren su interior meterías poco propias para ser asi-miladas. Estas materias de diverso origen, pero confrecuencia desorganizadas, están sometidas á untrabajo particular que permiten hacer sus partesabsorbibles. Cuantas veces un corpúsculo móvil,

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que por este mismo hecho pudiera confundirse conlas semillas animadas de los vegetales ó con los ve-getales móviles, contenga en su interior materiasextrañas introducidas y conservadas por él, podráafirmarse que encontramos un ser dependiente delreino animal.

Por razones de esta naturaleza, se asigna su ver-dadero lugar á infusorios coloreados en verde ó enrojo, que se parecen, hasta no poder más, á loszoosporos de las algas.

Pero según se ve, esta regla es de difícil aplica-ción, porque en efecto, la diferencia es poco mar-cada entre animales y vegetales que se acercan cadavez más unos á otros á medida que las especies sedegradan, llegando á haber entre ellos una transi-ción insensible.

Unos y otros poseen el movimiento voluntario,infusorios, zoosporos de las algas, diatómadas, vol-vocíneas. La respiración puede ser idéntica, la clo-rofila puede faltar en los vegetales, como falta engeneral en los animales.

Atribuyese á Linneo una frase que ha llegado áser célebre. Natura non facit saltus, '.a naturalezano procede por saltos bruscos. Parece, en efecto,que hay una transición insensible entre los dosreinos, como entre las dos vertientes de una mon-taña. Entre dos puntos lejanos, la diferencia esgrande, pero entre dos puntos próximos, se titubeaal buscarla.

La transición de un punto á otro se establece enmuchos sitios, y en general aparece en los seresacuáticos. Los bacterios, los spirilluin, los vibrio-nes, vegetales sin color, recuerdan los infusorios,con los cuales se les ha confundido largo tiempo, yentre ellos viven. Las mixomicéteas recuerdan losamíbeos de los que, sin embargo, se diferencianmucho; las quitridíneas, pequeñas especies pará-sitas, son muy semejantes á los infusorios queviven en el interior de los filamentos de las algas,donde tienen una semejanza sorprendente con losesporos inmóviles de los pequeños parásitos ve-getales.

¿En qué caracteres, pues, debe uno fundarse paradeclarar que tal ó cual especie está bien compren-dida en el reino vegetal? En la comparación conotras mejor conocidas, en las analogías que se ad-viertan con las especies que ciertamente debenfigurar en este reino, realizando una operación deespíritu análoga á la que une al continente las islassituadas á distancias más ó menos grandes de lacosta. Pero puede suceder que entre dos continen-tes haya una cadena de islas. ¿A cuál deberán agre-garse las que están en medio de esta cadena? En talcaso la apreciación será difícil y permitida la duda.

El estudio de la botánica se encuentr?. algo des-cuidado hoy en Francia. Entre las personas de al-

guna ilustración hay varias que la consideran cien-cia fútil. Rajo ciertos aspectos prácticos, como el dela determinación de las plantas, su recolección y laconservación de las colecciones secas, se la miracomo estudio poco digno de ocupar la imaginaciónde un hombre formal, y dícese con frecuencia que«es una ciencia de señoritas.» En su parte teórica sela considera tan lejos de aplicaciones inmediatas,que se la declara inútil y demasiado extraña á nos-otros. Hasta los hombres más eminentes han mos-trado prevenciones contra ella.

Por teórica que sea la ciencia, merece siempreser estimada y cultivada por sí misma, aparte de lautilidad que pueda reportarnos; y la rama especialque trata de los vegetales, ni es estéril en aplica-ciones, ni deja de ser fecunda en importantes resul-tados. Al recordarlos, me colocaré en el punto devista estrecho de la utilidad inmediata y práctica.A nadie debe admirar que, después de haber estadotan en moda la botánica en el siglo pasado, se en-cuentre hoy tan desdeñada; otras ciencias, cuyasaplicaciones inmediatas interesan más directamentea la fortuna pública, atraen la curiosidad y la aten-ción de las gentes. Precisamente porque la botánicadio muy pronto los resultados que de ella se espe-raban, después de utilizarlos, nadie se ha ocupadode continuar los primeros estudios.

Otra ciencia, la astronomía, ha sufrido igual suer-te: en el siglo último, ¡os cometas, las estrellaserrantes, las manchas del sol, inspiraban una curio-sidad mezclada de terror: los más grandes señoresse vanagloriaban de tener un observatorio y pode-rosos anteojos; pero cuando la ciencia disipó estoslocos temores, la indiferencia general sucedió á laprimera afición, en Francia por lo menos.

Conviene decir muy alto que á la botánica, y á labotáni6% teórica, se deben las grandes perfeccionesque ha alcanzado la agricultura, y citaré resultadosya antiguos.

El método de amalgamiento, fundado en tan sen-cillas consideraciones, permite hacer á la tierraproductiva sin agotarla. Los perfeccionamientos lle-vados á la multiplicación de los vegetales útiles, elplantío de estacas, los ingertos, las podas, las fe-cundaciones artificiales, las hibridaciones, las se-lecciones razonadas, el mejoramiento de las razas,el cultivo racional de las plantas en las condicionesque les convienen, se apoyan en los datos de laciencia, y se perfeccionan todavía. La mayoría deestos resultados forman hoy parte de los conoci-mientos más vulgares y tienen, sin embargo, unorigen que debe reivindicarse para la botánica.

Los estudios agrícolas y selvícolas se apoyan in-mediatamente en la ciencia pura, y quedan aúngrandes progresos por hacer, y muchas cuestionespor estudiar.

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Pero antes de entrar en este asunto, debo volverla vista atrás y rendir tributo de reconocimiento álos botánicos antiguos. Olvídase con frecuencia queá sus esfuerzos y á sus trabajos se dobe el conoci-miento y la introducción de especies útiles y vulga-res hoy. Á ellos se debe la propagación de plantasnaturalizadas ahora en extensas comarcas, y queprestan inmensos servicios á los países que lashan recibido. Citaré pocos ejemplos, pero en ellosencontraremos nombres gloriosos de la cienciafrancesa.

Antonio de Jussieu, hermano mayor de Bernardo,fue el primero de su ilustre familia, profesor delMuseo (que se llamaba entonces Jardin del Rey).Allí cultivaba algunos ejemplares del arbusto delcafó, originario de Arabia, raro y precioso entoncesque las comunicaciones eran lentas y difíciles, ysobre todo porque las semillas, para que germinen,es preciso plantarlos tan pronto como están madu-ros. En 1720 entregó tres pequeños ejemplares alcaballero Deselieux que partía para América; cui-dad de ellos, le dijo, y trasplantadlos á las tierrastransatlánticas.

La travesía, que empezó felizmente, prolongósemás de lo que se pensaba; dos de los tres ejempla-res perecieron; el caballero Deselieux partió su ra-ción de agua con el que le quedaba, que sobrevivió,gracias á este rasgo de abnegación: entregado á latierra prosperó. De este ejemplar único procedentodos los arbustos de cafó que pueblan las Antillas,y que son fuente de riqueza para las comarcas cá-lidas del Nuevo Mundo.

La acacia, ó para llamarla por su nombre cientí-fico, la Robinia pseudo-Acacia, es hoy un árbol vul-gar; se ha aclimatado tan bien entre nosotros, quese le creería indígena, y sin embargo, es un árbolde la América del Norte, que presta los mayoresservicios: fácil de cultivar en todas partes, da ex-celentes productos en todas las edades. Plántasecomunmente en los taludes de los ferro-carriles;mantiene las tierras y las hace productivas. Lo in-trodujo en Europa Juan Robin, que cultivaba en sucasa gran número de plantas raras y curiosas. Suhijo Vespasiano Robin era jardinero y arbolista delRey, y fue nombrado sub-deinostrador de botánicaen 1635, en el Jardin del Rey. Aquel mismo añoVespasiano Robín llevó de casa de su padre el pri-mer individuo de este precioso árbol que se plantóen Europa. Aún puede verse; encuéntrase al finalde las galerías de botánica, y tiene una inscripciónconmemorativa. Bajo la acción del tiempo ha per-dido sucesivamente muchas ramas, teniéndose quetapar los huecos y quebraduras que hay ya en eltronco, pero vive todavía este árbol que dio sombracon su ramaje, ya grande, al reformador de la botá-nica, al ilustre Tournefort.

Esta acacia era ya muy vieja cuando Buffon tomóla dirección del Jardin del Rey, y cuando Bernardode Jussieu plantó el pequeño cedro quo le había dadoCollinson, médico inglés, cedro que cubro hoy consus altas y largas ramas las pendientes llenas decésped del Laberinto, el árbol que debemos á JuanRobin tenía ya cien años. Hoy la acacia que Linneo,en memoria de su introductor, ha llamado Robinia,está multiplicada por toda Europa; pero se come-tería grande injusticia olvidando los nombres delos que consagraron su tiempo y su fortuna á estu—diar, investigar y propagar las plantas útiles, y noreconociendo los servicios que ha prestado y puedeprestar la bella ciencia que ellos cultivaron.

Todo el mundo conoce los árboles de la quina, decuya corteza se saca este producto empleado en lamedicina, y que es de efectos seguros y perfecta-mente regulares, constituyendo una de las adqui-siciones más preciadas de la terapéutica. Hastahace veinte ó treinta años, las especies que dabanlas mejores cortezas eran mal conocidas. La malaexplotación de los cascarilleros tendía á destruir-los; su avaricia les inducía á dar noticias inexac-tas, para extraviar las investigaciones de los explo-radores. M. Weddell, naturalista , ayudante delMuseo, en un viaje especial que hizo á las elevadasregiones de Bolivia y del Perú, reconoció estas es-pecies, las estudió, preparó las muestras disecadasy envió al Museo algunas semillas. Estas germina-ron en las estufas, produciendo arbolillos de quina.Fueron enviados á Inglaterra y Holanda; los ingle-ses los plantaron en la India; los holandeses enJava; y estos árboles, conocidos y propagados, gra-cias al sabio francés y á los estudios que hizo, secultivan con éxito en ambas regiones, sobre todoen la India, donde dan cosechas anuales magníficas.De las colecciones del Museo salieron los primerosejemplares vivos destinados á la aclimatación.

Respecto á Francia los resultados fueron menosfelices, pues el Gobierno envió árboles de esta claseá Argelia, y perecieron allí al poco tiempo. Enefecto, para las aclimataciones no basta consultar eltérmino medio de las temperaturas, ni aun las tem-peraturas extremas; existen elementos que es indis-pensable tener en cuenta, y que no pueden dar loscuadros meteorológicos incompletos de las regio-nes poco exploradas. Estos datos, que en vanobusca el que es ajeno á la botánica, están inscritoscon todas sus letras en las floras locales, en la listade las plantas que allí crecen, y sólo el botánicopuede obtener estos preciosos informes, que envano se buscarán en otra parte. Del examen de estalista se deducirá, como tan felizmente lo ha hechoM. Balansa respecto á Nueva Caledonia, que ciertosparajes agotarán sin provecho la paciencia y loscapitales de los agricultores, mientras otros se

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roturarán sin trabajo y darán pingües productos.M. Cosson, del Instituto, que conoce la Argelia

por haberla estudiado de Norte á Sur, recogiendolos materiales de su grande obra, ha distinguido,por la distribución de los vegetales de nuestra co-lonia, cuatro zonas distintas; la región litoral, dondepueden crecer algunas plantas tropicales; la regiónde los pastos, la de los bosques y la de los oasis.En esta última zona pueden hacerse algunos culti- -vos, pero sólo á la sombra de las palmeras y cercade los manantiales. No se debe creer que el cultivode una región puede adaptarse á otra, pues no su-cede así. Cuantos han querido prescindir de las con-diciones impuestas por la naturaleza á la flora, hanvisto fracasar sus proyectos, perdiendo el tiempo yel dinero. Tal es el resultado que se saca, bajo elpunto de vista práctico, de las colecciones de plan-las secas, que excitan á veces la hilaridad de loshombres de mundo.

M. Morin, hijo del miembro del Instituto, y M. Vin-son, cirujano de marina, han vuelto á hacer en laisla de la Reunión ensayos para aclimatar el árbolde la quina, y de sus buenos resultados dará prontocuenta M. Brongniard á diversas sociedades sabias.

Las sociedades de horticultura y de aclimatación,que tanto interés y curiosidad inspiran, y que re-unen, preciso es decirlo, tan poderosos medios pe-cuniarios, se apoyan en hombres de ciencia pura,sin los cuales so agitarían estérilmente; de este modoaprovechan los resultados científicos que les llevan,limitándose á aplicarlos; pero cuando falta la direc-ción científica, sólo se consiguen fracasos. Los paí-ses exóticos son semilleros llenos de árboles y ar-bustos preciosos; pero que no pueden trasladarsede una á otra comarca, si no se conoce antes la ve-getación de ambas.

No hablo aquí de las aclimataciones parcialeshechas en pequeña escala, porque éstas no cambianun país, sino de los grandes préstamos que se to-man á la vegetación de otras regiones.

Los estudios que desde largos años se continúanhaciendo sobre la vegetación de Australia han de-mostrado que muchas especies do árboles y de ar-bustos convienen á Argelia y podrían prosperar allí.Fundándose en estos resultados se ha intentadocultivar en grande el Bncatyptus globulus. Los pri-meros ensayos han sido satisfactorios. Continúaeste trabajo con entusiasmo, y se va á ensayar elhacer cultivables para este árbol millares de hectá-reas quemadas por el sol é improductivas. Los prin-cipios balsámicos que emanan de todas las partes deeste árbol, auyentan las fiebres y destruyen losmiasmas: el crecimiento rápido de los árboles jóve-nes, que es de más de dos metros por año, su ma-dera, dura é incorruptible, lo hacen precioso re-curso para la industria y para el comercio.

El estudio de los vegetales inferiores tiene igua-les derechos á la atención general. Las plagas quesufre la agricultura se deben las más voces á pará-sitos que inesperadamente aparecen en las plantasreunidas en grandes masas, y que arruinan al des-graciado agricultor. Gran número de estos parási-tos lo constituyen organismos inferiores pertene-cientes al reino vegetal. La caries del trigo, el tizónde los cereales, que produce tantos estragos en loscampos de maíz y de otras gramíneas, diversas en-fermedades de los cereales y el oidium de las viñas,proceden de hongos parásitos cuyos desastrososefectos son bien conocidos. Desde hace algunosaños se han obtenido en este punto resultados muycuriosos, reconociéndose que las enfermedades denuestros diversos cereales se agrupan conforme átres especies: una de ellas la engendra la enferme-dad del berberís ó agracejo, otro la de las borragí-neas, la tercera la de la frángula ó arraclán. Sise suprimen estas diversas plantas en las inmedia-ciones de los campos de cereales se librarán las co-sechas de tales perjuicios. Este hecho ha servidode base á los trabajos de M. Tulasne y de M. deBary.

La enfermedad del peral se debe á la trasplanta-ción de un parásito que ocupa el enebro-sabina;esto se ha comprobado de un modo incontestablepor diversos experimentos. Los primeros se hicie-ron en Francia, en la abadía de Blayo, y precedie-ron á las de Cfirstedt: algunos se hicieron en elMuseo durante los últimos años. Si se apartarancuidadosamente de los enebros-sabinas, los peralesestarían siempre sanos.

Exceptuando lo relativo al oidium, en la mayoríade los casos se ha acudido á paliativos insuficien-tes. La agricultura pierde todos los años sumasenormSe á causa de estos enemigos naturales denuestra riqueza nacional.*

Hay parásitos contra los cuales se puede luchar',pero hay otros contra los cuales estamos desarma-dos hasta ahora; las hojas de la remolacha son ata-cadas con frecuencia por un tizón pardusco quetoma su alimento á los jugos de la planta, sin em-bargo, es imposible oponerse á este desarrollo; y,cosa singular, parece que nadie se preocupa de laspérdidas que causa esta calamidad á nuestros ricosdepartamentos del Norte.

Los rhisoctonos invaden los prados de alfalfa ylos cultivos perfeccionados de espárragos y de aza-frán. Hasta ahora no se ha encontrado otro medioque el de huir del enemigo, que gana terreno yocupa el suelo como señor. El mismo parásito atacalas raíces de la rubia, preciosa planta tintórea. Ennuestros árboles forestales existen parásitos análo-gos, y no se sabe cómo combatirlos.

El estudio de los parásitos nos ha permitido ob-

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tener algunos resultados importantes; pero faltanaún muchos que permitirían realizar economíasconsiderables.

La anatomía vegetal, que corresponde á la histo-logía animal, pero cuyos resultados son mucho másclaros y mucho más netos, explica y dirige la fisio-logía vegetal; permite darse cuenta de la estructurainterna de los órganos y de su modo de funcionar,y seguir su desarrollo y su trasformacion: exclarecemucho los fenómenos de fecundación, la formaciónde los elementos nuevos y muchos puntos que toda-vía no son conocidos en zoología con tanta pre-cisión.

Sin embargo, á pesar de los servicios que haprestado, la anatomía vegetal no ha estudiado aúnfrancamente ciertas eferraedades de las plantas queno se deben á los parásitos. Se sabe algo acerca dela clorosa, de la producción de la goma de nuestrosárboles frutales y de diversas enfermedades de losárboles forestales; pero la ciencia que se ocupa deestas diversas cuestiones, está aún en la infancia ápesar de lo mucho que interesan sus adelantos.

El estudio de los vegetales inferiores es impor-tantísimo para la riqueza nacional, y merece tam-bién la atención de los que consagran sus cuidadosá la salubridad, á la salud pública.

Recientes descubrimientos, y en particular losmagníficos trabajos de M. Pastour, han demostradoque ciertos fenómenos de descomposición y de fer-mentación, en apariencia expontáneos, estaban li-gados á la presencia de organismos microscópicos,(pie flotan por distintos puntos en la atmósfera. Es-tos organismos parásitos, introducidos en la econo-mía animal, producen perturbaciones especiales ácada uno de ellos, con el cortejo de síntomas par-ticulares. Algunos hechos apoyan esta manera deconcebir las cosas. La sangre de los animales muer-tos de carbunclo está llena, como observó el pri-mero M. Davaisne en 1863, de bacterios especiales.Los corpúsculos que causan la mortalidad de losgusanos de seda, acerca de los cuales ha hechoM. Pasteur tan notables trabajos, son parásitos bas-tante análogos.

La fiebre, ?uyo germen, según la frase popular,se adquiere en las comarcas pantanosas, débesetambién á organismos vivos en los sitios húmedos.Sabido es que algunos establecimientos dedicadosdesde hace largo tiempo al servicio de los enfer-mos llegan á ser verdaderamente mortales y quelos amputados no curan, sino que sucumben por lapodredumbre de hospital, y que puede devolverse álas salas así envenenadas su primitiva salubridadestucándolas con sustancias que destruyen los or-ganismos, origen de los miasmas deletéreos. Sabidoes que la ropa de los enfermos atacados de viruelay de fiebre tifoidea puede trasmitir la enfermedad á

ndividuos sanos. Esta influencia funesta es indispu-table; pero se discute la interpretación: unos vensólo en ella vapores insalubres cuyo efecto es per-udicial; otros, y esta tendencia de los espíritus seacentúa cada vez más, consideran los gérmenes dela enfermedad perfectamente definidos, y figurados,muy distintos del aire que los arrastra. Los másatrevidos ven en esta circunstancia la explicaciónde las enfermedades epidémicas, que con variadosintervalos aparecen en las poblaciones, dejando trassí la desolación y la muerte. Puede seguirse el ca-mino terrible que recorren cuando atraviesan elAsia y vienen á diezmar los centros populosos deEuropa. Estos gérmenes, mal estudiados todavía, yen el mayor número de casos, no reconocidos conplena certidumbre, los han observado en muchasenfermedades los Si-es. Coze y Feltz. Algunos ex-perimentos de M. Chauveau, de Lyon, hacen muyprobable dicho concepto.

Este último fisiólogo, cuyos experimentos clarosy precisos llevan el sello de un método tan riguro-so, ha demostrado que la tisis es, lo mismo que elcarbunclo, contagiosa.

Concíbese, pues, la utilidad que tiene para elhombre el estudio de estos organismos inferioresdel reino vegetal, de esos peligrosos bacterios, deesas móneras, cuyo tamaño es tan reducido, y tanpequeño su peso, que las arrastra la atmósfera conel polvo.

El conocimiento de esos seres microscópicosdará los más importantes resultados para el trata-miento de las enfermedades epidémicas, y nadiepensará en censurar el estudio de los vegetales in-feriores, cuando las consecuencias que puedan sa-carse de estas investigaciones interesen al hombreen tan alto grado. El profesor Colín, de Breslau, hahecho de estos pequeños seres un estudio profundoy notable por los resultados ya obtenidos. No con-viene creer, sin embargo, que puede uno dedicarsecon fruto sólo á las cuestiones capaces de aplica-ción inmediata: todos los puntos de la ciencia debenacometerse de frente: desdeñar cualquiera de elloses exponerse á cometer errores, ó proporcionarsecausas de retardo.

Por teórico que parezca á primera vista el estu-dio de los vegetales, su utilidad no es por ello me-nos indisputable y profunda, y este estudio tienederecho á la estimación y al interés de todos; en-salza y dirige la agricultura, mejora y repuebla lascomarcas desheredadas por su situación geográfi-ca, defiende los vegetales contra sus parásitos yservirá para conocer la naturaleza íntima de losmiasmas y de las epidemias.

Me he puesto, como he dicho antes, en el puntode vista propiamente utilitario y práctico, sin insis-tir en los excelentes resultados que el estudio más

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íntimo del desarrollo de los seres y la filosofía pue-den reportar.

He omitido, de propósito, insistir en los magnífi-cos estudios á que se prestan las plantas mejorque los animales, me refiero á las investigacionesacerca de la evo'ueion elemental de las partesconstituyentes. Las partes de la planta tienen unavida mucho más independiente que las diversaspartes de los animales. Puede decirse que un pedazode tejido, examinado al microscopio vive, y puedetambién decirse que crece. Se puede estudiar igual-mente, con ayuda de instrumentos que engrandez-can los objetos, las modificaciones sucesivas de lacélula, los fenómenos tan complicados y tan intere-santes del acto fecundador. Los bellos trabajos deM. Thuret acerca de la fructificación de las fucáceasy de las ílorídeas presentan un ejemplo admirable.

MÁXIMO COKNU.

(Revue scientiñque.)

LAS ISLAS BAHAMAS.

Las islas Bahamas, llamadas también Lucayas, dela palabra española cayos, se extienden formandoun gran arco de círculo desde la Florida hasta laisla de llalli. Este inmenso archipiélago, que com-prende 650 islas de formación madrepórica, parecedestinado á proteger á Cuba contra los furores delOcéano; separado de ésta por el antiguo canal deBahama, lo limita al Norte, y separa de Florida elnuevo canal de Bahama. Una do las Lucayas, Gua-nahaní ó San Salvador, fue la primera tierra deAmérica que pisó Cristóbal Colon el 8 de Octubrede 1492, recompensa bien merecida á una pacien-cia, á un valor y una fe por largo tiempo desdeña-dos. Estas islas, que se elevan de un modo abruptodel fondo del mar, están separadas por profundoscanales de peligrosa navegación. En una área queabraza 3.021 millas inglesas, la población, según elcenso de 1871, último que poseemos, asciendeá 39.162 individuos, ó sean 19.349 hombres y19.813 mujeres: gran número de islas están, enefecto, desiertas; pero todas, aunque bajas y conte-niendo grandes pantanos salitrosos ó lagos profun-dos, gozan de un clima extraordinariamente sano yde un aire poco cargado de humedad, por lo cualse envía allí á los enfermos atacados de tisis, deneuralgias y de reumatismos. El calor, durante elverano desde Octubre á Mayo, varía entre 73° y 85°Farenheit, y el invierno no es demasiado lluvio-so. Los huracanes que en pasados tiempos asolabanlas islas, cada dos ó tres años, son ahora más raros,habiendo ocurrido el último en 1866.

Las principales de estas islas son: la Gran Baha-

ma, casi desierta, la gran Abaco ó Lucaya, Eleu-thera, San Salvador, Acklin, Inagua, Espíritu Santo,Yuma, Wathings, casi completamente ocupada porun lago, y Nueva Providencia, que posee la ciudadmás importante del archipiélago, Nassau, con 7.000habitantes.

Ocupadas en 1629 por los aeecinadores ingleses,las islas Lucayas debiéronles durante largo períodouna gran prosperidad. El jefe más famoso de estosaventureros, Blackbeard, fue muerto en una de susexpediciones á la costa de la Carolina del Sur.Hasta hace pocos años se veía en la calle de laBahía, en Nassau, un enorme algodonero, bajo elcual este nuevo San Luis administraba la justicia,cuando no se ocupaba en correrías con algunos desus alegres compañeros, tan despreocupados comoél. Posteriormente, los corsarios de la guerra de laIndependencia de los Estados-Unidos encontraronrefugio siempre seguro en los canales poco conoci-dos de las Bahamas. En aquella época fue nombradogobernador de dichas islas Fincastle, Lord Dun-more, y todavía existe con el nombre de fuerteFincastle una elegante construcción, cuyas líneasexteriores recuerdan la forma de un vapor de rue-das, y su residencia de verano, conocida hoy con;1 nombre de la Ermita, se ve todavía en medio de

un hermoso bosque de robles y cocoteros.

Finalmente, en nuestros días, durante la guerrade separación en la república Norte Americana, lasLucayas ofrecieron á los Estados del Sur grandesfacilidades para que llegaran á Europa sus mercan-cías, ó para recibir, en cambio de ellas, dinero óarmas. El 5 de Diciembre, 1861, llegó de Charles-ton el primer buque confederado con 144 balasde algodón, y desde aquel dia hasta el fin de laguerra entraron en Nassau 397 buques del Sur, ysaliéronle allí para los puertos confederados 588.Todo el tiempo que duró la guerra fue de prosperi-dad para Nassau, convertida en domicilio habitualde los corsarios, de los comerciantes de algodón yde los fabricantes de ron. En 1866, después de latoma de Richmond, sufrieron las Bahamas el hura-can más terrible que se había visto desde hace unsiglo. Pasando sobre la isla Hog, cayó al mar sobreel puerto de Nassau, formando tan enormes olas,que con frecuencia llegaban á la galería del faro, á60 pies por encima del nivel ordinario de las aguas.Las casas y los bosques fueron derribados y des-truidos, como si fueran débiles mieses, y en veinti-cuatro horas quedó Nassau casi completamente des-truida, presentando el espectáculo de una ciudadsaqueada é incendiada por el enemigo. Tan consi-derables fueron las pérdidas y tan tremendo elgolpe que sufrió la prosperidad debida á la guerraseparatista, que todavía no ha podido reponerseNassau de aquel inmenso desastre.

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El puerto de Nassau está protegido por un islotede coral, la isla Hog, que forma un rompeolas su-perior á los de Cherburgo y Plymouth: el agua esallí tan clara, que se ven perfectamente los guijarri-íos de! fondo. Las calles son blancas como la nieve,color más intenso todavía por la reverberación delas colinas calizas; esta blancura fatiga la vista ypodría atenuarse en parte si los propietarios, ha-ciendo más bajas las tapias de sus jardines, permi-tieran ver la frondosidad de los árboles. No sólo esNassau la principal ciudad de Nueva Providencia,sino también la capital de las Bahamas. En ella re-siden la Asamblea legislativa y el gobernador.El domicilio de este último está bien situado, en-trando en la casa por una magnífica escalera ador-nada con la estatua de Colon. El Poder Ejecutivose encuentra en manos de un gobernador nombradopor la Corona, y el legislativo lo ejercen una Cámaraalta de doce miembros, y una Cámara popular deveintiséis diputados de los distritos, elegidos porsiete años, y entre los cuales hay con frecuencia al-gunos negros. La raza negra eslá allí admirablemen-te representada: altos y bien formados los negrosde las Bahamas, no tienen vicio alguno particular,y, á semejanza de muchos blancos, sólo muestraninclinación al robo y á la vida desarreglada. El tér-mino medio de los crímenes y delitos debe ser muybajo, puesto que la cárcel, edificio recientementeconstruido á todo coste, está poco ocupada. La an-tigua cárcel, que parece una mezquita, es hoybiblioteca, conteniendo unos 6.000 volúmenes.

Supersticiosos como todos los de su raza, losnegros do las Bahamas no se embarcan nunca parala pesca de las esponjas sin estar seguros de la pro-tección de un mago. Esta pesca, una de las másimportantes industrias del archipiélago, da ocupa-ción á quinientos barcos pequeños, de diez á vein-ticinco toneladas. No es trabajo fácil ni sin peligroel de arrancar con un largo garfio, á dos 6 tres bra-zas bajo la superficie del mar, las esponjas adheri-das á la roca. Para verlas emplean un anteojo deagua, que es una sencilla caja ovalada, del tamañode un pié cuadrado, abierta por arriba, y que cierraun cristal por la parte inferior; teniéndola perpen-dicular puede verse todo lo que hay en el fondo delagua. Las esponjas cogidas en las Bahamas son decuatro clases: lana de carnero (shecp wool) que esla más apreciada, arrecife free/J, terciopelo (vel-vetj y guante (glóbe). Aunque inferiores á las másbellas esponjas del Mediterráneo, prestan grandesservicios á la cirujía, empleándose las más ordina-rias en el lavado de carruajes. Los barcos destina-dos á la pesca de esponjas, vuelven al puerto gene-ralmente los sábados. Los domingos limpian ypreparan la pesca, y los lunes la venden en públicasubasta. Sólo pueden tomar parte en éstas los

miembros del gremio de las esponjas y los quehacen ofrecimientos reales y positivos por escrito.

La pesca de las esponjas ha venido á suceder áotra industria que, en pasados tiempos, constituíala reputación de las Bahamas, industria singular-mente favorecida por las dificultades de la nave-gación en medio de canales estrechos y profundos.Los naufragios eran frecuentes, sospechándose delos habitantes de las Bahamas como de los antiguosbretones, que los ocasionaban con falsas indicacio-nes. Los objetos procedentes de los naufragios, sevendían, hasta hace poco tiempo, en pública subastaen Nassau, y ha sido preciso toda la vigilancia delas compañías de seguros, ayudadas por los noblessacrificios del gobierno metropolitano que ha sem-brado de faros los pasos difíciles, para poner fin áestas costumbres bárbaras.

Una industria lucrativa en otras épocas, pero queha decaído mucho de su antiguo esplendor, es lafabricación de la sal. Exceptuando la isla Androsque parece estar aún en días de formación, ningunaotra de las numerosas que componen ol archipié-lago poseen rios ó lagos de agua dulce, mientrasque por todas partes se encuentran lagos ó lagunascon aguas más ó menos cargadas de sal. En Exuma,Long Island, Rose-Island é Inagua, se recogen lasinmensas cantidades de sal exportadas á los Esta-dos-Unidos, comercio que ha disminuido mucho ácausa de los elevados derechos impuestos á estearticulo.

Los alrededores de Nassau son extraordinaria-mente pintorescos, bastando citar los lagos de Ki-Uarney, donde abundan los patos salvajes, y el puer-to Montagüe á orillas del mar, desde el cual se des-cubre un espléndido paisaje. Al ponerse el sol,vónse de un lado bosques de elevadas y flexiblespalmeras, suavemente movidas por la brisa de latarde que hace ondear sus verdes hojas, y del otrola mar, cuyas olas espirar! silenciosamente en laarenosa orilla; á lo lejos se descubre la ciudad y elpuerto iluminado por los rayos del sol poniente. Sise da este paseo á caballo, nótanse dos cosas, pri-mero que los caminos son excelentes, y segundo,que los caballos, alimentados sólo son cañas deazúcar son tan flacos como el famoso Rocinante.

Aunque el Suelo esté formado de una cal parduz-ca, y la capa vegetal sea tan delgada que pudieraenviarse á una casa de locos al Yankee capaz dellevar allí el último arado perfeccionado, el pino yla palma, sorprendente contraste de dos zonas muydistintas de vegetación, crecen allí admirablemen-te, como también el mahogani, especie de caoba, elanana silvestre, el satín ivood, el lignuni vita, elyellow wood, el fuitoque, el cedro, el cocotero y lahiguera de la India. Encúentranse también allí co-munmente el plátano, el tamarindo, el zapotero, el

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café, la guayaba, el naranjo, la caña de azúcar ycasi todos los vegetales de los trópicos. Uno de losárboles más singulares de las Bahamas, es el silk-coton, algodón seda, que llega á una altura prodi-giosa y extiende considerablemente sus ramas. Susgranos están llenos de un algodón moreno, parecidoá la borra ó pelote de seda, pero careciendo de laresistencia necesaria para ser utilizado. Detras delpalacio del gobierno, hay uno de estos árboles cuyasraíces se extienden un octavo de milla. Además delos vegetales citados, encúentranse los cactus ylos áloes, especialmente el áloes sisal, que pudieraemplearse en la fabricación de cuerdas. Las ananasse producen especialmente en San Salvador y enEleuthera. De esta última isla provienen casi todoslos frutos de dicha especie importados en Europa.

Merece visitarse en Abaco el curioso estableci-miento de Hopetowu, habitado por los descendien-tes de los primeros ocupantes ingleses, SpanishWells, en la isla de este nombre, es curiosísimo;sus casas, apiñadas en inconcebible desorden, des-bordan sobre la mar; los pilotes que las sostienen,las garantizan de las olas y de las incursiones delos cangrejos ermitaños que pululan en las inme-diaciones. Sus infelices habitantes se alimentan conpescados y moluscos, y viven meses enteros sinprobar carne. Si es cierto que la alimentación ex-clusivamente marítima influye en el desarrollo dolas facultades mentales, los habitantes de SpanishWells deben ser muy inteligentes; pero ¿cuántasveces no hemos visto los hechos en desacuerdo conla teoría?

Mencionemos por fin á Harbour-Island, cuyo es-pacioso puerto está protegido por las rocas y poruna isla baja que se extiende á la extremidad NE.de Eleuthera. Allí está Dunmoretown, pueblecillode 2.500 habitantes, en medio de un oasis de mag-níficos cocoteros.

¡Cuántas cosas interesantes hubiéramos sabido siel nunca bien sentido Agassiz hubiese podido ejecu-tar el proyecto que acariciaba há largo tiempo deuna exploración científica de las Bahamas! ¡Ojaláque esta breve noticia pudiera servir de estimulopara que otro sabio emprendiese dicha expedición.

GABRIEL MARCEL.

(La Nature.)

DON MIGUEL ANTONIO CARO,POETA AMERICANO.

Entre los escritores y poetas que cultivan la len-gua de Cervantes del lado allá del Océano, resplan-deciendo en ella con viva luz por la correccióny gallardía con que la manejan, ocupa muy distin-

guido lugar Don Miguel Antonio Caro, individuocorrespondiente de la Real Academia Española, yuno de los doce que componen la Colombiana esta-blecida recientemente en Santa Fe de Bogotá.

Deseosos nosotros de ir dando á conocer en estaREVISTA el mérito que distingue á los muchos inge-nios contemporáneos que ilustran la América espa-ñola conservando las buenas tradiciones del hablade Castilla, insertamos á continuación una oda delmencionado Sr. Caro, que no podrá menos deagradar á nuestros lectores, así por la elevación delos pensamientos é imágenes y por la belleza de laforma, como por el noble y generoso espíritu que laha dictado. ¡Ojalá desaparezcan para siempre lasdiferencias é injustas preocupaciones que, por des-gracia, existen aún entre hijos nacidos de unamisma madre, y que, para bien de todos, debieranestimarse y considerarse como cariñosos hermanos!

Á LA GUERRA ENTRE ESPAÑA Y CHILE.1866.

Tus naves á deshora¿Por qué arrojas al mar? Con ira ardiente¿Á dó inclinan la prora?¿OJIÓ amenaza tu gente?¿Por qué, España, caminas á Occidente?

¿Por qué de campeones,Chile, al combate apercibidos llena,Ondea tus pendonesY no la rabia enfrenaTu altiva escuadra, y el cañón resuena?

¡Oh, vedlas! EspañolasNaciones ambas, ambas fratricidas!Muy más que por las olas,Por odios divididas...¡Hora en el lazo del furor ceñidas!

Dueño de la victoria,Señora de los pueblos, al alturaTrepaste de la gloria,Para hundirte en la oscuraCima de tu aflicción y desventura!

Á tu enemiga suerteHarto no fue que su poder perdieranTus hijos, que la muerteEn tu seno se dieran...Manda que salgan y en el mar se hieran!

Por invisible manoCuentan que conducido en su caminoEl famoso tebanoFue, y atinó sin linoDe sus padres á ser el asesino.

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Tú así la que vencías,España, y repoblabas las naciones,¡Madre infeliz! envíasÁ antípodas regiones,Ciegas contra hijos tuyos tus legiones!

Del puerto americanoQue bombear meditas, los cimientosEchó tu propia mano:En pavesa á los vientos¿Quieres por fuerza dar tus monumentos?

V vos, no de las gentesDe la región de Arauco celebrada;De aquellas descendientesQue á su cerviz osada«Pusieron duro yugo por la espada,»

¿Al piélago, chilenos,Salís vibrando el rayo de la guerra?Lejos salid al menos!Los restos esa tierraDe vuestros padres, que olvidáis, encierra!

El grito y los acerosOsáis mover hermanos contra hermanos!¡Qué! ¿no miráis al veros?¿No os conocéis, insanos?¿No el hierro vil se os cae de las manos?

Oid que al viento hiereAquende igual y allende la trompeta:Lamentos de quien muere,Clamores de quien reta,Suenan en uno, y cantos de poeta.

No tuyo entero clamesEl lauro antiguo que en tus sienes brilla,España! Y tú no infames,América, á Castilla;Que ese insulto dos veces te mancilla!!

Vencedor ó vencido,Tú eres ibero, y tú: lleváis igualesHabla, sangre, apellido,Fe y rencor, gloria y males,¡Oh en mutuo daño á un tiempo criminales!

Ah! si adestrar su vueloMi voz entre relámpagos pudiera,¡Cómo el funesto veloRasgara, y la ira fieraEn voluntad acorde convirtiera!

Ó si cenizas friasMi clamor animase, ¡cuál se alzaran

Tus héroes de otros dias¡Oh madre!, arrebataranLos aceros, y al mar los arrojaran!

En mi impotente anhelo,Americano, pues la luz del dia

. Vi en el indo, almo suelo;Español, porque es miaLa patria de mis padres é hidalguía,

Vuelvo airados los ojosDel choque rudo y la maldita saña;De muertes, de despojos;De la propia y la extrañaSangre que tiñe el mar: toda es de España!

MIGUEL ANTONIO CARO.

Bogóla; 1866.

BOLETÍN DE LAS ASOCUCIONES CIENTÍFICAS,

Academia de Ciencias de Paris.19 JULIO 1875.

M. BouillBud: La influencia especial de cada una de las partesdel encéfalo.

El célebre fisiólogo Flourens publicó en los últi-mos años de su vida unos experimentos muy curio-sos que había hecho, y cuya conclusión se reducíaá que la ablación del cerebro determina la destruc-ción simultánea de todas las facultades intelectua-les y morales. Pero, en frente de esta afirmación,M. Bouillaud pone otra suya, resultado de sus in-vestigaciones, que le han llevado á deducir que lasdiversas partes del cerebro corresponden á órdenesdiferentes de facultades. Para demostrarlo, presentatres palomas sacrificadas por él. Una de ellas, pri-vada por cauterización de la parte anterior del ce-rebro, ha perdido únicamente las facultades intelec-tuales; se mueve pero no razona sus movimientos.Otra, á la cual ha quitado la parte posterior del ce-rebro, conserva su juicio; quiere huir, pero no sabecoordinar sus movimientos. Por último, la tercera,á la que, además, se le había amputado el cerebeloestá inerte, aplanada ó incapaz de moverse.

No es este el único error de Flourens que hadescubierto M. Bouillaud, protestando de su pro-fundo respeto á la memoria del ilustre fisiólogo;pero dice que reserva otros puntos para comunica-ciones ulteriores, y después que pueda terminarnuevos experimentos de fisiología comparada, queha emprendido recientemente.

—Precediéndose á la elección de un miembrovacante en la sección de astronomía, por falleci-miento de M. Mathieu, resulta elegido M. Muochez,por 33 votos, contra 26 que obtiene M. Volf.