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articulos de politica
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SUITE
Si acaso es usted uno de los muchos rufianes acaudalados que han contribuido en
las refundaciones de nuestra patria, le interesará esta nota.
Con quién se hubiera formado como criminal es lo que menos importa. Cuánto
robó, a cuáles instituciones y con qué frecuencia, son temas irrelevantes.
Lo fundamental es, al fin de cuentas, saber con exactitud dónde descansará
después del deber cumplido. Las mangualas, los sobornos, la falta de escrúpulos
fatigan hasta al más paciente de sus funcionarios.
Sea que lo hayan condenado por algún delito menor (retirar dineros del sistema de
salud o cobrar por anticipado obras que jamás se construirán), sea que haya
logrado birlar a la justicia colombiana (una práctica parecida a jugar pirinola, a
saltar lazo), su hogar de asueto y solaz de ningún modo debe ser una madriguera o
una cueva. Usted tiene derecho (la Constitución Política está ahí para
salvaguardarlo) a una suite acorde con su clase y dignidad. El obrero, además de
salario, merece techo y comida decentes. Una suite imperial, por lo menos. O de
ésas que llaman presidenciales, con sus cuatro, cinco entradas, lecho mullido y
protegida de ruidos. Mayordomos y lacayos que lo atiendan como usted se merece.
Detalle de fina coquetería es adecuar una sala con licores finos y calefacción para
recibir periodistas a los que dará exclusivas y opiniones profundas en torno a su
inocencia.
Las comodidades descritas pueden escandalizar a ciertos resentidos o envidiosos.
No se arredre. Sus críticos querrán verlo melancólico y taciturno. No hay razón
para complacerlos. Recurra a sus defensores – la Ley, el poder ejecutivo, su club de
fans – y pídales que le obsequien un recital exclusivo de algún rutilante músico
vallenato, o que le presenten Top Models o aspirantes a reina de belleza con las
cuales se va a llevar muy bien.
Pierda cuidado. Las cosas no van tan mal como dicen en los noticieros. Si la gente
tiene problemas es porque se los busca. Usted limítese a prolongar su siesta por un
par de horas, a comprar caballos más costosos para su humilde hacienda de dos
mil hectáreas. Y sobre todo, no lo olvide nunca, la suite donde va a seguir de
vacaciones debe permitirle un óptimo contacto con el exterior. Nada de retirarse
del trabajo. Pasional por vocación, usted es de esos que logran convertir el oficio en
placer. Mientras se divierte y se relaja, hay que seguir contratando, desviando
giros, patrocinando servidores públicos (o preparándose para su próxima
candidatura al congreso de la república, donde de seguro lo extrañan).
Considérese privilegiado. Muy pocos pueden trabajar en medio de la confortable
vida hogareña. Le deseamos, con sinceridad, mucha suerte. Tal vez el único
problema que enfrente será pedirle a las revistas del jet – set una segunda
oportunidad para figurar en fotografías de cocteles y reuniones sociales.
Queda mucho por hacer, entonces. Los recursos de este país son inagotables y lo
están esperando. Después no diga que no le avisamos.
FRACASA MEJOR
Toda buena acción obtiene su merecido castigo. Si se realiza en provincia, la
muenda es más drástica: quien se atreva a llevarla a cabo suma a su reputación
perdida deudas morales y económicas. Las buenas acciones, escasas en estos días,
por lo general son empresas artísticas. Para nuestros feudos, prácticos y
envilecidos por el dinero, el arte sigue siendo confundido con entretenimiento e
inutilidad. Oficio de vagos. En las jerarquías tácitas del arte concebidas por nuestro
inconsciente colectivo, el cine como labor nos resulta imposible o ajeno. A pesar de
los estigmas mencionados, existe una productora de cine independiente en esta
región. Y cumple cinco años de existencia.
Nadien Films es el empeño terco de un individuo llamado Hildebrando Porras,
criado al amparo de la ingenua televisión colombiana que se hacía en los años
Ochenta. Y bajo las sombras del rock y de esa entelequia que algunos insisten en
denominar “Cine Arte”. Un freak que deambula por las calles de este
departamento capturando historias con cámaras de vídeo digital. En 2006 se
estrenó con “Haciendo camino”, documental al que siguieron “La Última”, “Homo
Sapiens” y “El Subordinado”, primer cortometraje argumental escenificado en
estos pagos que llega al festival de Cartagena. Estas películas han sido exhibidas en
México, España y Argentina, y son bien conocidas dentro del circuito
cinematográfico nacional; han recibido elogios de críticos temibles y están
marcando un hito silencioso pero definitivo en la historia del cine colombiano. Lo
insólito de este esfuerzo no es la calidad incuestionable de la propuesta sino el
desdén absoluto que sigue despertando en nuestro ponderado público, amante de
la chabacanería y del mal gusto.
La queja es tan conocida que ya casi sobra escribirla. El cine independiente como
expresión y espejo de nuestra sociedad carece de apoyo estatal y privado. Se hace
con las uñas, por supuesto, debido a que en este país no hay industria fílmica. Qué
lejos estamos de una logia promotora del cine de autor como el Sundance Festival
o el Notodo Film Festival. Tantos son los obstáculos, tantos los riesgos que se le
presentan a esta actividad que la frase del director Jairo Pinilla, “Hacer películas en
Colombia es delinquir”, deja de ser una exageración para convertirse en la marca
de clase de quienes persisten en ella.
A punto de iniciar la preproducción de “Alicia”, el primer mediometraje de
Nadien Films, “haya o no haya plata” como dice Porras con una seguridad
pasmosa, este proyecto estético, modesto y disciplinado, es una señal de
advertencia. Ese endeble concepto de “Progreso” se desploma cuando un
conglomerado es incapaz de hallar referentes para su identidad entre las
manifestaciones artísticas que le son propias. Algunos lo están haciendo pagando
un alto precio; como no divierten ni fomentan la alienación, los consideran
perdedores, fracasados. Por fortuna la posteridad equilibra las cargas. Es inevitable
evocar aquel consejo de Samuel Beckett: “Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra
vez. Fracasa mejor.”
ENTRE GOYA Y FELLINI
Hay que estar atento a las vallas, los afiches y estampitas de los candidatos a
cargos públicos durante estas elecciones. Esas fotografías que asaltarán cualquier
camino, cualquier ventana, pueden ser la inducción más efectiva a cierta educación
estética relacionada con lo grotesco y con la fealdad. Esos rostros que harían las
delicias de un semiólogo (pues demuestran cuán atroz llega a ser una sonrisa, o
cómo determinadas poses castrenses provocan carcajadas) contribuyen a
bombardear el gusto prejuicioso de públicos que sólo le encuentran gracia al
bodegón pintado de afán o al magro retrato del caballo Lucero en la sala de la casa.
Esas mejillas y cuellos desproporcionados, sedientos de poder, por carecer de
asepsia y de urbanidad, invitan a las reflexiones que la belleza torneada y decente
a veces no brinda. También lo pérfido. Lo que la tecnología visual no consigue
maquillar convoca al pensamiento.
¿Por qué permitimos que los representantes del pueblo, los servidores públicos, se
transformaran de esa manera? Quizás fueron esbeltos en alguna época de sus vidas
(los primeros seis meses de edad, por ejemplo) pero luego, tras la mutación
provocada por esa concupiscencia feroz consistente en desear ser el amo y señor de
las multitudes, las facciones se les volvieron grasosas, la piel se les llenó de grietas.
¿Cuáles serán las causas de tal degradación? El exceso de trabajo, de pronto. La
abnegada dedicación a obrar el bien. Pobres candidatos. Aunque sonrían o
intenten mostrar buena disposición, sus siluetas asustan.
Hay que estar atento a esas imágenes que prometen desarrollo y progreso en
muros y vitrinas de las calles. Un profesor de historia del arte acudirá a ellas para
explicar cómo las fantasmagorías y lo horripilante revelan aspectos incógnitos de
nuestra pavorosa realidad. Citará a Goya, al Bosco. Se harán comparaciones entre
los monstruos pintados por esos maestros del horror y los monstruos que van a ser
elegidos para gobernar nuestras vidas.
Un cinéfilo, digamos propenso a ciertas películas de Federico Fellini como “El
Satiricón”, se detendrá a ver los espeluznantes retratos y llegará a una conclusión
inevitable: los candidatos, además de exhibir la decadencia que nos cuesta aceptar,
se están convirtiendo paulatinamente en nuestro reflejo. Cada vez más nos
parecemos a ellos. Somos como ellos. Somos ellos.