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Sobre la utilización de la religión en la II Guerra Púnica On the use of religion during the 2nd Punic War Resumen La interacción entre religión y guerra, éxi- to y fracaso, personajes carismáticos y héroes divinos ocupa el centro de este artículo que pretende indagar la utilización ideológica de la religión en el escenario de la II Guerra Pú- nica. Las estrategias religiosas cartaginesas y sus correspondientes respuestas por parte de los romanos, la instrumentalización de dioses y legendarios personajes por ambos rivales constituyen un segundo espacio de confrontación propagandística, tan impor- tante, o quizás más, que la lucha bélica. A través del contraste de las figuras de Aníbal y Escipión obtenemos un marco de actuación paradigmático que nos permite observar la transgresión de los límites del culto al servi- cio del poder político. Pedro Barceló Universität Potsdam, Universidad Carlos III de Madrid Mail: b[email protected] Abstract e interaction between religion and war, success and failure, charismatic perso- nalities and divine heros forms the centre of this paper, devoted to stress the ideolo- gical utilization of religion during the 2nd Punic War. e Carthaginian religious stra- tegy and its corresponding counterparts on the Roman side, the instrumentalization of gods and mythical personalities by both si- des set up a second plane of confrontation, of equal or greater importance as the actual fighting. In analyzing the contrast between the figures of Hannibal and Scipio we ob- tain a matrix of paradigmatic actions which allows us to observe the transgression of the normal limits of cult in the service of poli- tical power. Palabras clave Instrumentalización, Kriegschuldfrage, culto de Melqart, Mater Magna Fecha de recepción: 27/06/2013 Key words Instrumentalization, Kriegsschuldfrage, Cult of Melqart, Cult of Mater Magna Fecha de aceptación: 04/11/2013 Arys, 11, 2013 [163-172] issn 1575-166x

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  • Sobre la utilizacin de la religin en la II Guerra Pnica

    On the use of religion during the 2nd Punic War

    ResumenLa interaccin entre religin y guerra, xi-

    to y fracaso, personajes carismticos y hroes divinos ocupa el centro de este artculo que pretende indagar la utilizacin ideolgica de la religin en el escenario de la II Guerra P-nica. Las estrategias religiosas cartaginesas y sus correspondientes respuestas por parte de los romanos, la instrumentalizacin de dioses y legendarios personajes por ambos rivales constituyen un segundo espacio de confrontacin propagandstica, tan impor-tante, o quizs ms, que la lucha blica. A travs del contraste de las figuras de Anbal y Escipin obtenemos un marco de actuacin paradigmtico que nos permite observar la transgresin de los lmites del culto al servi-cio del poder poltico.

    Pedro Barcel Universitt Potsdam, Universidad Carlos III de Madrid

    Mail: [email protected]

    AbstractThe interaction between religion and

    war, success and failure, charismatic perso-nalities and divine heros forms the centre of this paper, devoted to stress the ideolo-gical utilization of religion during the 2nd Punic War. The Carthaginian religious stra-tegy and its corresponding counterparts on the Roman side, the instrumentalization of gods and mythical personalities by both si-des set up a second plane of confrontation, of equal or greater importance as the actual fighting. In analyzing the contrast between the figures of Hannibal and Scipio we ob-tain a matrix of paradigmatic actions which allows us to observe the transgression of the normal limits of cult in the service of poli-tical power.

    Palabras claveInstrumentalizacin, Kriegschuldfrage,

    culto de Melqart, Mater Magna

    Fecha de recepcin: 27/06/2013

    Key wordsInstrumentalization, Kriegsschuldfrage,

    Cult of Melqart, Cult of Mater Magna

    Fecha de aceptacin: 04/11/2013

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    1. IntroduccinEn uno de los retratos ms conocidos y sugerentes de la literatura romana pro-

    cedente de la pluma del historiador romano Tito Livio, cronista de la guerra romano-cartaginesa, se le dedica al carismtico estratega cartagins Anbal Barca la siguiente caracterizacin:

    Tena una enorme osada para arrostrar los peligros y una enorme sangre fra ya den-tro de ellos. Ninguna accin poda cansar su cuerpo o doblegar su espritu. Soportaba igualmente el calor y el fro, coma y beba por necesidad fsica, no por placer [...]. Su vestimenta no se diferenciaba de sus compaeros, pero s llamaban la atencin sus ar-mas y sus caballos. Era con gran diferencia el primero tanto de jinetes como de infantes; iba en cabeza al combate, pero era el ltimo en retirarse una vez iniciado el mismo. Estas cualidades admirables de este hombre quedaban igualadas por enormes defectos: crueldad inhumana, perfidia ms que pnica, ningn respeto por la verdad, ninguno por lo sagrado, ningn temor a los dioses, ninguna consideracin por los juramentos, ningn escrpulo religioso.1

    Esta apreciacin, ciertamente tendenciosa y concebida desde el punto de vista ro-mano2, al poner de manifiesto una supuesta irreligiosidad de Anbal, nos confronta con uno de los protagonistas del enfrentamiento blico ms emblemtico de la Antigedad: la II Guerra Pnica. La evaluacin crtica del conflicto romano-cartagins constituir el punto de partida de la presente contribucin que pretende ante todo analizar una serie de presupuestos ideolgicos ligados al tema de la religin y la guerra en el mundo antiguo, teniendo en cuenta su utilizacin interesada y su interdependencia.

    Quizs pueda sorprender esta incursin en el entramado ideolgico de la II Gue-rra Pnica y sus connotaciones religiosas, dado que las noticias sobre el antagonismo romano-cartagins, unilateralmente distorsionadas, recalcaban ms bien otros aspectos muy diferentes, sobre todo la cuestin de la responsabilidad de la guerra. Dicho tema ha sido acaso una de las cuestiones ms polmicas en la investigacin moderna sobre his-toria antigua. El enorme inters que suscit tal discusin, no se debe, sin embargo, a su relevancia en la Antigedad, que apenas hizo mencin de ella, sino ms bien a su poste-rior instrumentalizacin. Podemos afirmar, sin exageracin alguna, que el pulso entre los estudiosos que trataron este tema en la primera mitad del siglo XX engendr una sinfona de anacronismos. La enconada disputa sobre la atribucin de culpas (Kriegschuldfrage) acerca del estallido de la I Guerra Mundial (1914-1918) gener riadas de tinta por parte de los eruditos de habla alemana, inglesa, francesa e italiana, que no tardaron en detectar en los antecedentes de la II Guerra Pnica un campo experimental anlogo, altamente

    1. TITO LIvIO, Historia romana 21, 4, 5-9. Traduccin propia.2. F. CSSOLA, Tendenze filopuniche e antipuniche in Roma, Atti del I Congresso Intern. Di Studi

    Fenici e Punici, vol 1, Roma 1983, 35-59; G.-H. Waldherr, Punica fides Das Bild der Karthager in Rom, Gymnasium 107, 2000, 193-222.

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    apropiado para abrir un segundo frente de debate intelectual.3 El punto de vista de la apasionada disputa sobre la gnesis de una crisis del siglo XX, al ser inconsciente o cons-cientemente aplicada a los eventos de un lejano pasado, condicion no slo la percepcin del conflicto romano-cartagins, sino que alter tambin los parmetros interpretativos que nos transmiten las fuentes greco-romanas.4

    Los autores filorromanos que refieren los vaivenes de la II Guerra Pnica presenta-ron el conflicto como una guerra de revancha, inducida por los cartagineses, que un An-bal extremadamente versado en asuntos militares llev a la prctica. En cambio, su auto-ra y planificacin se atribuyen, segn la perspectiva de los diferentes cronistas antiguos, a sus predecesores Amlcar o Asdrbal.5 En esta relacin de responsabilidad escalonada, Anbal se convertir en un mero rgano ejecutor. Se le pintar como una especie de brazo armado de una Cartago sedienta de venganza. Ante semejante teln de fondo, se refuerza la imagen de Anbal como hombre de armas, que ser considerado, por el contrario, un ingenuo en cuanto a la poltica.6 Resumido, el juicio en boga reza: el incombustible solda-do fracas como estadista, pues no se mostr a la altura de las complejas circunstancias. Como smbolo proverbial de esa apreciacin, puede aducirse la famosa sentencia, tantas veces repetida, que Tito Livio pone en boca del oficial cartagins Maharbal quien, tras la batalla de Cannae, reproch a Anbal: Sin duda sabes vencer, Anbal, pero no sabes explotar la victoria.7 Semejante valoracin pasa por alto las causas ms profundas del conflicto romano-cartagins, por lo que carece de todo fundamento objetivo.8

    En efecto, cualquier apreciacin que resalte la incapacidad poltica de Anbal no puede estar mas alejada de la realidad. No solo le conocemos como un excepcional co-mandante militar, sino que tambin se revel en el transcurso del conflicto romano-carta-gins como un avezado estadista y poltico. El campo de la religin, como a continuacin observaremos, ser utilizado repetidamente por Anbal para orquestar una sutil trama propagandstica que obligar a Roma a esforzarse por contrarrestarla, adentrndose en una resbaladiza disputa ideolgica cuyos hilos mova con singular maestra el estratega cartagins. En la II Guerra Pnica no solo combatirn cartagineses contra romanos, sino

    3. vase por ejemplo M. WEBER, Zum Thema der Kriegsschuld (Frankfurter Zeitung vom 17.Januar 1919) en M. Weber: Gesammelte politische Schriften. Hrsg. von J. Winckelmann. 5. Auflage, Tbingen 1988, 487, 502; M. Dreyer, O. Lembcke: Die deutsche Diskussion um die Kriegsschuldfrage 1918/19, Berlin 1993;C. Fink, I. v. Hull, MacGregor Knox (Hrsg.): German Nationalism and the European Res-ponse 18901945, Londres 1985.

    4. Sobre el engranaje ideolgico, poltico y econmico que precede al estalllido de la II Guerra Pnica vase P. BARCEL, Zur karthagischen Strategie im 2. rmisch-karthagischen Krieg, Klio 1, 93, 2011, 84-103; idem, Punic Politics, Economy and Alliances, 218-201, D. Hoyos (ed.), A Companion the the Punic Wars, Oxford 2011, 357-375.

    5. vase el juicio de Fabio Pictor recogido en la obra de POLIBIO, Historia romana 3, 8-11.6. A, MOMIGLIANO, Annibale politico (reimpresin) en: V Contributo alla storia degli studi classici

    e del mondo antico, Roma 1975, 333-345.7. TITO LIvIO, Historia romana 22, 51, 4.8. P. BARCEL, Die ideologische Kriegfhrung Hannibals. Studi in onore di Michele R. Cataudella.

    Agor Edizioni, La Spezia 2001, 63-80.

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    que tambin se enfrentarn diversas ideologas religiosas en una lucha sin cuartel para conseguir ventajas sobre el enemigo.

    voy a centrarme ahora en tres ejemplos que ilustran diferentes facetas de la apropia-cin de la religin como vehculo propagandstico de lo que podemos denominar ideolo-ga del xito y que se refieren a ambos bandos, el romano y el cartagins.

    2. La estrategia religioso-propagandstica de AnbalA la movilizacin logstica y diplomtica que antecede al estallido de las hostilida-

    des se aadir desde el inicio de la contienda un fuerte componente religioso. Prestemos atencin al momento en el que Anbal, en medio de los preparativos de la guerra (prima-vera del ao 218), se dirigi a Cdiz al santuario de Melqart para asegurarse el favor de la popular deidad (Livio 21, 21, 9). Al implorar la ayuda del dios fenicio-gaditano, asimila-do al hroe heleno Herakles y al romano Hrcules, Anbal formulaba ante todo una pro-puesta de alianza dirigida a todos los enemigos de Roma sirvindose del manto protector de la deidad invocada como vnculo y punto de referencia ideolgico comn. Emulando los trabajos de Hrcules y comparndose a Alejandro Magno, Anbal ensalzaba su pro-yecto de guerra confirindole el carcter de un mandato divino que se planteaba como desquite contra un rival impo, la altanera Roma.9 Durante toda su campaa, Anbal, por citar un curioso ejemplo, siempre llevar una estatuilla de Herakles, que ya perteneci a Alejandro Magno, para granjearse con ello la simpata del mundo griego. Arropado con esta elocuente propaganda religiosa, Anbal, el protegido de Melqart, asumir el desafo a su poderossimo enemigo. Acta sin duda en nombre propio, como representante de Cartago, pero tambin como valedor de todos aquellos que tenan cuentas pendientes con Roma. De manera especial exhortar a estos ltimos a cerrar filas con l para equili-brar la balanza geopoltica en el Mediterrneo occidental.

    La utilizacin de una figura cultual enormemente popular en todo Occidente, como Melqart, llevaba aparejada un claro mensaje. Su invocacin no bastaba por s sola, sino que tena que ir inserta en un programa poltico efectivo. No nos ha llegado la frmula concreta con la que fue difundido, pero de la observacin de los siguientes acontecimientos cabe deducir que un llamamiento a la liberacin de la opresin roma-na debera haber ocupado el centro de la ofensiva propagandstica. La eficacia de esa medida constitua un requisito decisivo para el xito de la estrategia, pues la devocin a Melqart/Herakles que proclamaba Anbal no slo iba dirigida a todos los fenicios oc-cidentales, de los que los cartagineses formaban parte, sino tambin al mundo griego.10

    9. P. BARCEL, Anbal. Estratega y estadista, Madrid 2010, 27-34.10. Sobre la importancia de Melqart dentro del dispositivo propagandstico de Anbal vase W.

    HUSS, Hannibal und die Religion, Studia Phoenicia IV, Lovaina 1986, 234. Respecto a la intencin de Anbal de ganarse a los griegos para la causa cartaginesa mediante el mito de Heracles, dice Huss: Los griegos deban ver en Anbal a un segundo Heracles que, como el primero, haba partido de Gades para desplegar su accin en Italia; haba que ganarse las simpatias polticas de los griegos; haba que desper-tar la disposicin de los griegos a una lucha comn contra Roma (327). Cf. tambin el trabajo de J.L. LPEZ CASTRO, Familia, poder y culto a Melqart gaditano, Arys 1, 1998.

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    El atractivo de la oferta se muestra en el hecho de que, a lo largo de la confrontacin militar, renombradas comunidades griegas se identificarn con la causa de Cartago: el rey Filipo v de Macedonia (215 a.C.), Siracusa (215 a.C.), Tarento (213 a.C.), as como una serie de ciudades helenas de la Magna Grecia y Sicilia. Anbal llamaba a los griegos y fenicios occidentales a tomar conciencia de su propia identidad as como de su ancestral cultura y los incitaba a extraer consecuencias polticas de ello: principalmente la necesi-dad de sacudirse el yugo de los romanos11.

    Al escenificar esta identificacin cultual, Anbal haba puesto en marcha una inicia-tiva poltica extremadamente compleja que pareca adecuada para reunir en un mismo bando a los adversarios de los romanos, en parte enfrentados entre s. Fue una ingeniosa maniobra, ya que logr que los distintos intereses de los adversarios de Roma se sola-paran temporalmente. Para un hombre como Anbal, que segn Livio se distingua por su falta de religiosidad, conseguir una comunidad de accin antirromana sostenida por vnculos sacrales fue un logro sorprendente. En el veredicto de Livio se aprecia an la perplejidad de los romanos ante esta tormenta propagandstica que agit todo el Medite-rrneo y que se abati sobre la ciudad del Tber.

    3. La reaccin romana a la ofensiva propagandstica de AnbalLa reaccin del adversario prueba que las energas desplegadas por la masiva

    ofensiva propagandstica cartaginesa no pas en modo alguno inadvertida. Antes al contrario, fue atentamente registrada. Bajo la presin de las circunstancias, los roma-nos se vieron obligados a buscar una respuesta adecuada.12 Quinto Fabio Pctor, con-temporneo de Anbal, redact una crnica histrica de los acontecimientos desde el punto de vista romano para justificar la postura propia, que corra el peligro de quedar relegada a un segundo plano. Los destinatarios de esta obra quedan claros si se toma en consideracin que esta primera historia escrita por un romano fue redactada en lengua griega. Por desgracia, se ha conservado poco del original. No obstante, estamos bien informados acerca de la argumentacin e intencin de la obra gracias a distintas observaciones de Polibio de Megalpolis y Dionisio de Halicarnaso. Quinto Fabio Pc-tor sostena el punto de vista de que Roma libraba exclusivamente guerras justas para proteger a sus aliados y que, por tanto, era moralmente superior a los cartagineses. Por esa razn, la tradicin historiogrfica romana est marcada por una imagen de Anbal y de Cartago desfigurada a veces hasta lo irreconocible13 y que es difcil revisar a partir de la perdida tradicin filocartaginesa. Recordemos, por ejemplo, las palabras de Livio,

    11. Sobre el tratado con los griegos, vase el clsico trabajo de M.L. BARR, The God-List in the Treaty between Hannibal and Philip V of Macedonia. A Study in Light of the Ancient Near Eastern Treaty Tradition. Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1983.

    12. Sobre la interaccin de los parmetros blicos y religiosos en la estrategia militar romana vase J. RPKE, Domi militiae. Die religise Konstruktion des Krieges in Rom. Stuttgart 1990. vase tambin M. KOSTIAL, Kriegerisches Rom? Zur Frage von Unvermeidbarkeit und Normalitt militrischer Konflikte in der rmischen Republik, Stuttgart 1995.

    13. TITO LIvIO, Historia romana 23, 5, 11: J. Seibert, Hannibal, Darmstadt 1993, 531-533.

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    que haca de Anbal un brbaro incivilizado, desprovisto de escrpulos morales y reli-giosos, lo que constitua la mayor afrenta que se pudiera concebir. Contra tal adversario era vlido aplicar toda clase de recursos sin miramiento alguno.

    Un ejemplo elocuente, que pone de manifiesto la estrecha relacin entre prcticas religiosas y acciones blicas, nos lo ofrece la forma de dirigir las operaciones navales en la I Guerra Pnica. El cnsul romano Publio Claudio Pulcro, comandante de la flota que ope-raba en aguas sicilianas, se preparaba en las cercanas de Drepanum para un combate con la armada del almirante cartagins Adrbal (249 a.C.). A fin de cumplir con sus obligaciones religiosas antes de iniciar las hostilidades, el cnsul orden administrar a los pollos sagra-dos la comida prescrita para obtener, despus de su consumo, el esperado augurio favorable para el resultado de la lucha. Pero entonces sucedi lo inesperado. Los animales se negaron a ingerir el alimento, lo que en s mismo ya era un mal presagio, que hubiera tenido que mo-ver al cnsul a abandonar su plan de batalla. Pero no sucedi tal cosa. Impaciente e irritado por las complicaciones surgidas, Publio Claudio Pulcro pas por alto los reparos religiosos y pronunci la funesta frase echadlos al mar para que beban, ya que no quieren comer.14

    Como cabe imaginar, el resultado de la batalla fue nefasto para los romanos. Per-dieron casi cien barcos y muchos miles de hombres murieron en combate. Fue una de las mayores catstrofes de la guerra, causada, segn la opinin comn, por la impa actitud del almirante romano. A su regreso a Roma se le pidieron responsabilidades, no tanto por su incapacidad militar sino por el sacrilegio cometido. Aunque desde nuestra actual perspectiva este suceso nos haga sonrer, para los contemporneos tena otro significado, en cuanto que se tomaban muy en serio la observancia de las normas cultuales y que, en su sistema de valores, la victoria slo era posible en consonancia con la voluntad divina.

    Segn este paradigma, que imperar durante toda la Antigedad, cualquier desvia-cin de la tradicin religiosa significaba una peligrosa disminucin de las expectativas de victoria. En ese sentido hay que entender la invocacin de Melqart/Herakles puesta en escena en Gades por Anbal y proseguida en fases posteriores de su campaa15. Este pro-tector divino deba otorgar a su audaz empresa la necesaria consagracin. Sabemos que en plena guerra itlica, en el ao 214 a. C., Anbal celebr una esplndida fiesta en el lago Averno en honor a Melqart a la que invit a sus aliados itlicos a participar, para recalcar as los lazos de amistad con todos aquellos pueblos que haba logrado apartar del frreo control de Roma.16 La exaltacin de Melqart como deidad corresponsable de los xitos acumulados por el ejrcito de Anbal serva de talismn y garanta de futuro, al tiempo que evidenciaba el flaco apoyo que los dioses capitolinos prestaban a su rival.

    Si miramos ahora al bando romano constatamos que la eleccin de Quinto Fabio Maximo puso de manifiesto otra circunstancia relevante en el contexto de la utilizacin de la religin con fines blicos: ambos mandatarios, tanto Anbal como Fabio Mximo mante-nan relaciones especialmente estrechas con el culto a Hrcules. Este hroe divino era con-siderado incluso como un antepasado de la estirpe Fabia, por lo que Fabio Mximo se per-

    14. vALERIO MXIMO, 1, 54. 15. Cf. de nuevo J.L. LPEZ CASTRO, Familia, poder y culto a Melqart gaditano, Arys 1, 1998.16. TITO LIvIO, Historia romana 24, 12, 4,

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    filaba como su descendiente.17 Semejante filiacin ratifica que la apropiacin de Melqart/Herakles por parte de Anbal surti un efecto poltico inmediato: los romanos no queran ir a la zaga en la batalla propagandstica que se libraba de forma paralela al transcurso de las hostilidades y nombraron a Fabio Mximo dictador.

    En medio de una situacin extremadamente crtica para Roma, surgida tras la de-bacle del lago Trasimeno, el recin nombrado comandante en jefe del ejrcito inici su mandato no en el campo de batalla, sino en el recinto de los mltiples santuarios roma-nos, ejecutando ancestrales ceremonias religiosas de purificacin, as como observando todos los preceptos y ritos sagrados imaginables para apaciguar a los dioses, al parecer descontentos con Roma. En este contexto, hay que destacar los sacrificios ofrendados en el templo de Hrcules, que sin duda tenan la intencin de debilitar la eficacia de la apro-piacin del dios por los cartagineses. Si nos preguntamos por las causas de esta diligencia religiosa, su motivo era poner fin de una vez al fracaso de las armas romanas, intentando al mismo tiempo contrarrestar el xito ajeno. El futuro tendra que mostrar si los dioses haban vuelto la espalda a Roma.18

    Era Anbal un favorito de los dioses? Eran los protectores celestes de Cartago ms eficaces que los de Roma? Estas cuestiones se planteaban en vista de sus espectaculares logros.19 Es ilustrativa en este contexto la frmula de juramento del tratado concluido entre Cartago y Macedonia tras la victoria de Cannae, en el que se evidencia el soporte religioso de las acciones de Anbal. En este documento, una de las pocas fuentes contem-porneas que conservamos, leemos:

    En presencia de Zeus, de Hera y de Apolo, en presencia del dios de los cartagineses, de Heracles y de Yolao, en presencia de Ares, de Tritn y de Posidn, en presencia de los dioses de los que han salido en campaa, del sol, de la luna y de la tierra, en presencia de los ros, de los prados y de las fuentes, en presencia de todos los dioses dueos de Car-tago, en presencia de los dioses dueos de Macedonia y de toda Grecia, en presencia de todos los dioses que gobiernan la guerra y de los que ahora sancionan este juramento.20

    vemos aqu una impresionante cantidad de protectores celestes, que acompaan al audaz general cartagins en su expedicin itlica y le ayudan a consolidar su posicin cose-chando victorias y reclutando aliados. Dioses y hombres se haban conjurado contra Roma, o as pareca al menos a travs de una genealoga del xito militar.

    17. J. SEIBERT, Hannibal, 160.18. POLIBIO, Historia romana 3, 88 y ss., TITO LIvIO, Historia romana 22, 9, 7-12.19. Sobre la religin de Anibal vase W, HUSS, Hannibal und die Religion, 223-238; P. BARCEL, Los

    dioses de Anbal, Estudios orientales 5, 6: El mundo pnico religin, antropologa y cultura material (ed. A. Gonzlez Blanco et al.), Murcia 2001/2, 69-75.

    20. POLIBIO, Historia romana 7, 9. Traduccin de Manuel Balasch, Biblioteca Clsica Gredos, Madrid, 1981. Sobre el tratado con los Macedonios y los dioses invocados vase de nuevo M.L. BARR, The God-List in the Treaty between Hannibal and Philip V of Macedonia. A Study in Light of the Ancient Near Eastern Treaty Tradi-tion. Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1983.

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    4. Nueva respuesta romana a la ofensiva propagandstica de Anbal

    A lo largo del ao 211. a.C. entra en escena un hombre capaz de medirse con Anbal y que pronto habra de desempear un papel decisivo en la guerra: Publio Cornelio Escipin. Este, merced a sus acciones posteriores, ser recordado en los anales romanos con el honro-so apodo de Africano. Era hijo del cnsul del mismo nombre cado en Hispania. A la edad de veinticinco aos se le confi como ciudadano privado el mando supremo en Hispania, hecho en que observamos un paralelismo con la biografa de Anbal. Esto iba en contra de la tradicin, porque debido a su juventud Escipin an no haba ostentado ninguna alta magistratura (pretura, consulado). Pero la influencia de su familia y sus amistades polticas, as como una opinin pblica inclinada hacia aquel prometedor y enrgico talento, se so-brepusieron a los reparos del Senado.

    Para Escipin, aquel enorme reto era una cuestin de familia y en que confluan necesidades pblicas e intereses privados. Quera superar este desafo para vengar a su padre y a su to y, a la par, para restablecer el honor de las armas romanas. Haba un punto en el que Escipin superaba a la mayora de sus coetneos romanos. Su energa y su seguridad en s mismo estaban desarrolladas por encima de la media, su devocin religiosa era digna de mencin. Escipin llamaba la atencin por su especial celo en el culto y proporcionaba a su entorno la sensacin de ser, como tambin pareca ser Anbal, un favorito de los dioses. Tal conjuncin de sentimientos reforzaba su autoes-tima a la par que fortaleca la confianza que otros haban depositado en l. Al referir el venturoso desenlace de la guerra. Livio nos ofrece el siguiente retrato de Escipin:

    No hubo un da (...) que, antes de realizar algn acto oficial o privado, no fuera al Capi-tolio y, entrando en el templo, permaneciera sentado y all, en lugar aparte, pasara un rato casi siempre a solas. Esta costumbre, que observ durante toda su vida, afianz en algunos la creencia, que se divulg intencionada o casualmente, de que este hombre era de estirpe divina, y reprodujo una leyenda, difundida antes acerca de Alejandro Magno (...), en la que se deca que haba sido concebido en ayuntamiento con una serpiente descomunal, y, en la alcoba de la madre, se haba advertido muchas veces la aparicin de ese prodigio.21

    El hecho de que hombres enrgicos y exitosos, que destacaban por sus capacidades militares o polticas, se vieran vinculados de tal manera a divinidades e incluso a veces equi-parados o confundidos con ellas, corresponda al espritu de los tiempos. Alejandro Magno y los didocos, los Brquidas y los Escipiones, pertenecan a una elite carismtica definida por el efecto y recepcin que causaban determinadas formas de comunicacin tpicas de la era helenstica.22 Esto inclua la propia ascendencia divina, propagada con ms o menos nfasis (Alejandro y Zeus-Amn), o una relacin de especial cercana con una determi-nada divinidad sustentadora que pareca apadrinar los xitos alcanzados (los Ptolomeos y Dionisos, Anbal y Melqart, Escipin y Jpiter). Tambin hay que citar la proclamacin de

    21. TITO LIvIO, Historia romana 26, 19.22. P. BARCEL, Anbal y la helenizacin de la guerra en Occidente, en: S. REMEDIOS, F. PRA-

    DOS, J. BERMEJO (eds.), Anbal de Cartago, Historia y Mito, Madrid 2012, 159-175.

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    la propia divinidad de estos personajes: Ptolomeo, los Selecidas y los Antignidas fueron venerados como dioses salvadores.

    Como antao hacan los hroes homricos, que libraban sus combates bajo la gida de los dioses del Olimpo (Atenea, por ejemplo, apoyaba a Ulises, mientras Afrodita ayu-daba a Pars), Alejandro y los didocos vencan a sus enemigos amparados por una fuerza superior. La especial relacin de proximidad hacia Melqart/Herakles que Anbal reclamaba una y otra vez en pblico fue respondida por su nuevo gran adversario romano a travs de una ntima devocin hacia Jpiter. Todos estos actos no evidenciaban un comportamiento piadoso interiorizado, sino una contagiosa escenificacin poltica. Slo las divinidades co-rrectas estaban en condiciones de garantizar el xito anhelado.

    Esta circunstancia se har especialmente visible con ocasin de los acontecimien-tos del ao 205 a.C. Entonces los libros sibilinos anunciaban que Anbal slo podra ser expulsado de Italia y derrotado si se implantaba solemnemente en Roma el culto a la gran madre de Pesinunte (Mater Magna). Para recibir a la diosa se escogi a Publio Cornelio Escipin Nasica, un familiar del contrincante de Anbal.23 La eleccin era de todo menos casual. Los Brquidas y los Escipiones no slo se enfrentaban en el campo de batalla, sino que, al estilo de los dinastas helensticos rivales, competan encarniza-damente por alcanzar altas cuotas de popularidad, de aceptacin y de poder activando toda clase de resortes religiosos.

    Finalmente hay que mencionar que muchos otros lderes seguiran ms adelan-te la senda marcada por esta tradicin helenstica, como por ejemplo Marco Anto-nio, apoyado por Dioniso, o Octavio Augusto, favorito de Apolo. La helenizacin de la poltica romana, que consistir en conciliar las desmesuradas aspiraciones de indi-viduos sobresalientes con la aprobacin divina, empezar en este momento a politizar la opinin pblica, la religin y el Estado. En los aos venideros, mltiples potentados romanos habran de insertarse en esta lnea de actuacin, buscando amparo a sus aspi-raciones de grandeza bajo el manto de una determinada deidad: Nern y Helio/Apolo, Domiciano y Minerva, Aureliano y Sol Invictus, Diocleciano y Jupiter, Maximiano y Hrcules, o, al fin, Constantino y Teodosio con Cristo.24

    23. J. ALvAR, Escenografia para una recepcin divina: la introduccin de Cibeles en Roma, Dialogues d Histoire Ancienne, vol. 20, 1, 1994, 149-169.

    24. P. BARCEL, Monoteismo y monarqua en el Imperio romano, C. Rabassa, R. Stepper (eds.), I coloquio internacional del Grupo Europeo de Investigacin Histrica Potestas, Castelln 2002, 17-38.

    Pedro Barcel

    Arys, 11, 2013 [163-172] issn 1575-166x