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Murtuus in Anima Revista nº7

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Primera publicación seriada en castellano sobre vampiros. Segundo Año, octavo número. Junio 2014.

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Murtuus in Anima Revista.Año 2. Número 7. Junio 2014.

Director: Gabriela Córdoba.Edición/ Redacción: Mme. Eglantine, Gabriela Córdoba.Paginación: Hayden Coffin.

Strigoi Publicaciones.Arcadia, Parterre bucó[email protected]://strigoi.com.ar/

Murtuus in Anima Revista es una publicación de Strigoi. Registro Nº 1209112322232 SafeCreative. Todos los derechos reservados.Prohibido reproducir total o parcialmente el material publicado en este número. Los artículos y colaboraciones son responsabilidad del autor y no reflejan el punto de vista de Murtuus in Anima Revista.

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A Nuestros Lectores ..................................................................................................... 6

Vampiros en el Siglo XVII ....................................................................................... 7-11

Catalepsia y Vampirismo ...................................................................................... 12-16

Coverture: Collage & Couleur pour S. Angoisser.

STRIGOI PUBLICACIONES9. Bd. Corelli, Arcadia

SOCIÉTÉ DES ARTISTES MORTS

3. Boulevard des Dechús

Fundadora-Directora:GABRIELA CÓRDOBA

Secretaria de Redacción:MME. EGLANTINE

Paginación:HAYDEN COFFIN

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El número de Junio de 2014 de Murtuus in Anima Revista contendrá una enfática inclinación (que anteriormente no

habíamos demostrado) hacia el acontecimiento de la Muerte. En la redacción de dos secciones, inspeccionaremos disciplinas que se interconectan por el tratamiento con la Historia, los mitos que dieron pie a la producción y desarrollo del vampiresco, regiones geográficas en las que se han concentrado la mayor parte de creencias y la elucidación que arrojó la instrucción científica cuando el pánico asoló a poblados completos con la amenaza del trastorno vampírico. En el lector apacible depositamos el órgano de publicación de MIACGC Investigación sobre Vampiros de este mes, e invocando a Céfiro, alzamos los bríos junto a Aquiles y Janto, para pasar presurosos por la vera de Pegaso, y descansar prontamente en el estrecho que atesora la más grande biblioteca con larvas dibujadas sobre las letras capitales de bestiarios envejecidos… Animosa lectura.

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ARA trazar una línea temporal desde la que partan las bases del concepto contemporáneo que hoy se posee sobre vampiros, es necesario enfatizar los antecedentes

clásicos hallados en culturas desaparecidas y el abundante registro de monstruos heredados de los panteones orientales. Ya Plauto, Horacio, Séneca y Ovidio mencionaban en sus historias la existencia de un pájaro sanguinario que aterrorizaba a los pobladores grecolatinos, alimentándose con sangre humana, denominado strix, si bien el concepto terminaría de integrarse en la Edad Media de la mano de las aportaciones didácticas surgidas a partir de las confrontaciones religiosas del

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Cristianismo occidental con el de Oriente. Samuel Grant Oliphat, en The Story of the Strix: Ancient, esclarece que, a pesar de coincidir en la descripción que lo declara como ave mítica, ninguno de los textos clásicos relaciona el parecido físico de un strix con el de un búho, del modo en que posteriormente por confusión se lo identifica. Más bien, recalca, su anatomía y comportamiento de especie eran análogos a los que presentaban los murciélagos. El pájaro, sigue, es vampírico, pero no un verdadero vampiro, es decir, un resucitado, sino que adquiere la forma de criatura fabulosa a través de una metamorfosis. A partir de esto, es probable que, si se tiene en consideración que los antiguos creían en la mutación de un ser humano en animal o ave, el murciélago que sindicaban como strix haya surgido como producto de dicha transformación. Diversos careos culturales sucesivos son los que añaden al concepto tipologías pertenecientes a la lamia helénica, los vampiros eslavos, la desobediente Lilith hebrea y el gul árabe. Una vez introducido el mundo medieval escolástico en los espíritus, los vampiros constituyeron una problemática que debía ser analizada mediante las nuevas disciplinas que amanecían. Fue cuando pasaron a ocupar un lugar destacado sobre el escritorio de los investigadores de historia natural, teología y medicina. Así es como, afirmar la existencia de un fenómeno que tentaba a revelar los temores más ensombrecidos de la humanidad desde la imaginación al diario transcurrir (enfermedad, muerte y una posterior factible resurrección), contribuyó a que el vampirismo evolucionara de una enfermedad de la imaginación, en su etapa primigenia, a una enfermedad imaginaria, hacia mediados del siglo XVII y la mitad del siglo XVIII [Koen Veirmeir, Analyse des Premiers Traites sur les Vampires]. Hablemos, por tanto, de uno de los importadores inaugurales de las concepciones del este europeo al cúmulo de ideas que comenzaban a gestarse como definitorias para los vampiros de Occidente: Pierre Des Noyers. Biógrafo, secretario y comisionado de la reina de Polonia, Marie Louise de Gonzague, Noyers había sido encargado de viajar por los estados europeos en conformación, informándose de cuantas novedades sobre política internacional, guerras, alquimia, artes ocultas, astrología y deliberaciones filosóficas se suscitaran en las cortes. Las esquelas que enviaba a la soberana polaca fueron recopiladas en Lettres de Pierre Des Noyers pour servir a L’Histoire de Pologne et de Suède de 1655 a 1659, al mismo tiempo que escribía algunos artículos sobre vampirismo para el periódico más importante durante esas fechas, Mercure Galant. No es de sorprender que el tema interesara al hombre, puesto que era fiel adepto a la doctrina rosacruz. Así, una de las principales inspecciones que pueden corroborarse con referencia a vampiros, es la carta nº 235, fechada el 13 de diciembre de 1659, y escrita en Dantzing por Noyers a su amigo el matemático, astrónomo y astrólogo Ismael Bouillaud. En ella el secretario real narra detalles de una “enfermedad en Ucrania que creo fabulosa” y que difícilmente pueda ser expuesta a duda ya que “personas de honor atestiguan su existencia” de un modo tan vehemente que “negar que exista” podría hacer pasar por ridículo a quien osase llevar a cabo tal guapeza. “Se le llama, en idioma ruteno [eslavónico oriental, en la actualidad es una lengua muerta], Upir, y en polaco, Friga”, prosigue Noyers. “Y he aquí lo que es: cuando una persona que poseía dientes al nacer, muere, una vez en el ataúd, come primero sus vestidos, pieza a pieza, y luego sus manos y brazos. Durante ese tiempo, su familia y los de su casa mueren uno tras otro. Si uno no falleció, es que murió tres veces antes; de esto proviene el nombre Friga o Upir, que es la misma cosa.” Seguidamente, en la misiva al científico el secretario especifica el tratamiento al que es sometido el vampiro cuando es descubierto: “Mas, cuando se percibe que es a causa de esta enfermedad la muerte, se desentierra al primer fallecido, quien, como ya dije, devora sus trajes y brazos, y le cortan la cabeza; entonces, sangre clara emana, como sucedería con una persona viva. Luego, la mortalidad cesa en seguida en su familia y el que pereció tres veces, no muere más. Se dice que esto sucede algunas veces también entre los caballos.” Cuando finaliza, Noyers adhiere su opinión al registro que envía a Bouillaud, anotándole que tiene que reconocer que “le cuesta creer que lo antes escrito no sea solamente superstición pura”. Otra aportación a la caracterización en formación del vampirismo en el Occidente europeo,

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PÁGINA DEL PERIÓDICO FRANCÉS MERCURE GALANT DEDIE’ A MONSEIGNEUR LE DAUPHIN DE MAYO DE 1693, EN DONDE NOYERS DA CUENTA DE LA EXISTENCIA DE VAMPIROS EN EL ESTE EUROPEO.

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durante 1600 y 1700, del mismo funcionario, aparece en el número de mayo de 1693 del diario parisino Mercure Galant dedie’ a Monseigneur Le Dauphin, con el título “Article fort extraordinaire”. En esa oportunidad también orienta a los lectores sobre el “hecho extraordinario” que sucede en Polonia y en Rusia. Noyers explica que en esas tierras a determinados cadáveres se les denomina “en latín, Striges y según la lengua de los países, Upierz” y que poseen un “cierto humor [en este punto, deberíamos recordar la teoría hipocrática de los 4 líquidos básicos que contenía el cuerpo: sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema] que la gente común asegura que es sangre”. Los pueblerinos aseguraban que era un Demonio quien sacaba esa sangre del organismo de un ser vivo y que la depositaba en un cuerpo muerto, “hasta que a medianoche, regresara y bebiera el fluido que había acumulado”. Con el tiempo el líquido era tan abundante que brotaba por la boca, la nariz y las orejas del fallecido “como si el cadáver nadara en su ataúd”. Una vez que ese espíritu maldito abandona los despojos, va a asustar por las noches a los familiares con los que el muerto tuvo más apego, fastidiándolos mientras duermen. Los besa y ciñe, chupándoles la sangre para llevarla hasta el cadáver que utiliza como depósito. Enflaquecen sin que el Demonio los libere y comienzan uno a uno a morir. Noyers añade esta vez, a diferencia de lo que sucede con la carta encomendada por la reina Marie Louise de Gonzague, remedios para suprimir y prevenir el padecimiento que aqueja a las poblaciones polacas y rusas. Primero, decapitan el cadáver que el Demonio utiliza como almacén e, inmediatamente, extraen su corazón, ejerciendo una presión constante que hará drenar toda la sangre acumulada. A ésta, los aldeanos la mezclan con harina y amasan pan, que más tarde consumirán en una especie de ritual protector. Después de esto, “aquellos a los que el Espíritu atormentó por la noche, no son más turbados y comienzan a mejorar.” Los dos textos anteriores llevan exactamente 34 años (1659 y 1693) de diferencia en su elaboración, y se convierten en la patente evidencia de los aditamentos que fueron engrosando el concepto que manejaba (y maneja) Occidente en cuanto a vampiros. A partir de encontrar Noyers la creencia en Ucrania, se extiende hasta Polonia y, más tarde, a Rusia. En la esquela no existe referencia a absorción de sangre por parte del prodigio; la alteración del cuerpo del difunto ocurre por el efecto de una enfermedad que lo deja sin vida: fue vampirizado. No obstante, en el artículo aparecido en el Mercure Galant coadyuva sí a la succión de sangre la cualidad demoníaca de su practicante. Sírvanos esta lacónica comparativa para entrever cuáles han sido, en diferentes intervalos de tiempo, los avances de una conceptualización que centra su prevalecer en la reunión de desemejantes imaginarios populares de regiones sumamente distantes. Luego, un Voltaire enciclopédicamente iluminado, nos explicará el porqué del resurgir del fetichismo en cada siglo y resumirá su analítico juego de palabras declarando a los verdaderos chupasangres atemporales “Les vrais vampires sont les moines qui mangent aux dépens des rois et des peuples”. Tarde a dicho método, serán los espíritus románticos quienes confieran al monstruo su condición de sufriente condenado descastado, sujeto que hermosea debido a la capacidad de provocar desconcierto irresistible en otros, y excita hacerles escribir las más nutridas poesías y novelas que se han compuesto. Pero ese es otro curso estrambótico de la entelequia… O no.

Bibliografía

DES NOYERS, Pierre. Lettres de Pierre Des Noyers pour servir a L’Histoire de Pologne et de Suède de 1655 a 1659. Librairie de B. Behr, Berlin, 1859.OLIPHANT, Samuel Grant. The Story of the Strix: Ancient.VEIRMEIR, Koen. Vampirisme, Corps Mastiquants et Force de l’Imagination. Analyse des Premiers Traites sur les Vampires (1659-1755), 2010.WHITE, Ralph. The Rosicrucian Enlightenment. Lindisfarne Books. USA, 1999.

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FANTASMA NOCTURNO O UPIÓR (1897), POR WOJCIECH WEISS. © WOJCIECH WEISS MUSEUM FOUNDATION, KRAKÓW.

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Entre un sinnúmero de peculiaridades que identifican a los revividos que salen de sus tumbas, creemos distinguir los signos corpóreos específicos que acompañan a aquellos vampiros que

asoman para ir a alimentarse de la fuerza vital en el mundo de los que no han muerto. El demacrado aspecto de su fisonomía y una generalizada tez pálida que lo cubre, la enjuta y ajada piel que rodea su osamenta, a la vez que movimientos y gestos intermitentes evidencian su tránsito por un estado de aturdimiento psico-motor, grosso modo señalados, nos parecen manifiestas pruebas que aseveran que ante nosotros tenemos a un chupasangre. Pero, y haciendo uso de un trasbordo ficticio hasta los siglos que nos anteceden, ¿cómo diferenciaríamos a un aparecido con ansias de sangre, de una persona que ha sido víctima de un entierro prematuro y, debido a una mágica intervención que desconocemos, puedo escapar de su cárcel anticipada? En las líneas que siguen intentaremos acercar la visión médica decimonónica que se tenía al respecto de la catalepsia y construiremos asociaciones que nos permitan comprender las correspondencias entre la sintomatología de la enfermedad y los no-muertos. Hemos elegido para esta tarea dos diccionarios médicos españoles, publicados en Madrid y confeccionados durante el siglo XIX, en los que descubrimos frondosas descripciones para la entrada,

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UNE LEÇON À LA SALPÉTRIÈRE (1887), GRABADO, POR ANDRÉ BROUILLET. MADEMOISELLE BOTTARD ES ANALIZADA EN EL AULA POR EL PROFESOR CHARCOT Y SUS ESTUDIANTES DE MEDICINA DEBIDO A PRESENTAR UN ATAQUE DE CATALEPSIA.

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con presentación de casos constatables y citas a las bibliografías que se manejaban en la época, Diccionario de Medicina y de Cirugía Practicas (1842) y Diccionario de los Diccionarios de Medicina publicados en Europa (1846). En ambos volúmenes, los facultativos coinciden en afirmar que la enfermedad es una de las más raras que se haya presentado hasta la fecha para el estudio clínico, y aún permanece en el páramo más infranqueable del oscurantismo científico. El examen de variadas circunstancias extraordinarias que circundaban a la catalepsia explicaba que “los espíritus débiles hayan considerado esta singular enfermedad como un hecho sobrenatural”, y que, como contrapartida, los “verdaderos médicos” reconocieran la presencia de ciertos fenómenos que los conocimientos hasta el siglo XIX adquiridos no habían sido capaces de explicar mediante la consumación de la ciencia fisiológica. Transcribimos ahora la definición que presenta ínfimas desigualdades en la mencionada literatura de campo: “Boerhaave, Van Swieten, Linneo, Sagar, Vogel y otros habían empleado ya la palabra catalepsia, que después adoptaron la mayor parte de los autores modernos para esplicar una afeccion cerebral intermitente y por lo común apirética, caracterizada por la paralización mas ó menos completa de la inteligencia y de la sensibilidad animal, y particularmente por una disposición particular ó una rigidez tetánica de los músculos, que permite á las diversas regiones del sistema locomotor conservar durante el acceso la posicion que tenían en el acto de la invasión y la que se les comunica durante este estado, sin que por eso dejen los músculos respiratorios de moverse con regularidad.” En la actualidad, sabemos que la catalepsia no es una enfermedad en sí misma, sino que se presenta como un síntoma de desórdenes mentales tales como el Parkinson, la adicción a la cocaína y la epilepsia. Sin embargo, entrado el 1800, se la ubicaba cercana a otras alteraciones nerviosas y estados anímicos en grupos marcados de la población, en determinadas estaciones del año (histeria, monomanía, sonambulismo, hipocondría, melancolía, irritabilidad y timidez –se pensaba– favorecían la aparición de ataques catalépticos, afectando a niños y mujeres, especialmente en invierno cuando se congela el fluido nervioso). Bajo observación médica, extendían los especialistas, son claves los siguientes pródromos para concluir con un diagnóstico pertinente: las facciones quedan inmóviles; los ojos, si no se ha verificado que el accidente haya ocurrido durante el estado de ensoñación, permanecen abiertos, fijos y dirigidos hacia adelante o hacia arriba “dando á los catalépticos una completa semejanza con las figuras de cera”. El cuerpo generalmente se halla inactivo, con la misma posición que tenía cuando sorprendió a la persona el ataque y entre todos estos síntomas, quizás el que mayor atención requirió de los galenos fue que tanto cabeza como tronco y miembros perseveraban en su posición inicial, la que conservaban durante extensos lapsos de tiempo, manteniendo a veces posturas tan incómodas que un individuo saludable apenas podría sustentar. Se indagó también entre los pacientes si guardaban memoria de lo que les había ocurrido durante el acceso y en gran número respondían que no, debido a “la pérdida de los sentidos y de la inteligencia”.Posteriormente, al momento de labrar un diagnóstico, los médicos pretendían ser más cuidadosos ya que casos puntuales de mala praxis habían propiciado inhumaciones prematuras, encrespando las susceptibilidades de enfermos nerviosos. Los dos diccionarios que empleamos concuerdan en sugerir al médico interviniente una minuciosa revisión de la respiración y la circulación corporales, la constatación de la palidez de la muerte y el rigor completo de las articulaciones. De no hallarse estas señales para comprobar el fallecimiento, y para evitar futuros enterrados vivos, “es preciso tomar en consideracion las circunstancias conmemorativas, el estado convulsivo de los ojos, la espresion de la fisonomía, y sobre todo, esperar para la inhumación á que el cuerpo ofrezca señales de descomposicion.” Con el anterior acercamiento al conocimiento del que disponían los especialistas científicos acerca de la catalepsia durante el siglo XIX, resulta sencillo conjeturar por cuáles caminos se habían encontrado un trastorno que aquejaba la mente, sucedido durante periodos indeterminados que podían extenderse desde un día hasta seis meses, con la fiebre vampírica que azotaba los ánimos de los revolucionados industriales a los que les pisaban las botas el fin de un siglo y toda su congoja venidera.Que una persona reaccionara de un asalto cataléptico podía requerir cientos de exámenes médicos y

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tiempo, lapso éste que cada día comenzaba a escasear en un mundo reglado por horarios laborales nuevos. Desde hurgar las fosas nasales con una pluma, hacerle oler al enfermo amoníaco o inyectarle aceite de trementina en vena, hasta azotar con furia sus pies y manos, someterlo al magnetismo animal y, luego, a conmociones eléctricas, eran sólo algunos de los tratamientos apuntados que en ningún caso aseguraban definitivamente el restablecimiento del que padecía. Extrañamente, aquel que había obtenido una diagnosis de muerte, podría demonstrar en trance de catalepsia la interrupción momentánea de algunas de sus facultades físicas y psíquicas. Quedaba a merced de que sus familiares decidieran oficiar un servicio de sepelio acorde a los días requeridos para desestimar un fallecimiento prematuro (o que no muchos metros de tierra hubiesen sido depositados por encima de su cabeza, para poder fácilmente removerla y escapar).

“ATAÚD SEGURO” CREADO POR MICHEL DE KARNICE-KARNICKI EN 1897.EL SISTEMA EVITABA QUE UNA PERSONA FUESE ENTERRADA CON VIDA A CAUSA DE PADECER ACCESOS DE CATALEPSIA.

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Era tan mayúsculo el temor a ser sepultado con vida como consecuencia de un ataque cataléptico, que muchas celebridades elaboraron métodos que servían para avisar a sus deudos, desde el camposanto, que aún permanecían. El conde Michel de Karnice-Karnicki, funcionario del zar Nicolás de Rusia, ideó en 1897 un “ataúd seguro”, al que llamó Le Karnice. Constaba de un tubo largo que estaba adherido a la tapa del ataúd y que conectaba con el exterior gracias a una caja metálica hermética. Si el enfermo despertaba de su confusión, accionaba un pequeño mecanismo que hacía que el pequeño recinto se llenara de aire puro e, inmediatamente, activaba una pequeña lamparilla exterior, rodeada por banderillas que comenzaban a flamear, indicaciones éstas que advertían a cualquier persona cercana que un cataléptico había sido depositado vivo en la tumba. Ahora bien, ¿cómo no vincular a un enfermo de catalepsia, que lograba escapar del sepulcro en la madrugada, maltrecho, pálido, adormecido en su andar, contraída su complexión física por la compresión hermética del cofre en el que había sido depositado horas, quizá días antes, con un ánima en pena que retornaba atravesando la Laguna Estigia y, en su sed vengativa, ansiaba restarle la vida a otros? Acaso deberíamos traer a nuestra cognición el hecho que Enfermedad y Muerte han sido, desde los primeros agrupamientos humanos, dos acontecimientos dinámicos tan fundamentales como la propia vida. Desarrollamos a la par que artefactos y utensilios que mejoraban nuestra calidad de subsistencia, la necesidad de internalizar una verdadera conciencia de la muerte y los riesgos que podrían inducírnosla (enfermedades). Es el cese de funciones vitales el que nos nombra como caracteres humanos, a pesar de que no seamos conscientes de nuestra propia finitud antes de que acontezca. Incluso edificamos un amplio sistema de cultos y rituales que, mediante una aproximación ficcional, nos hace permanecer menos extraños, insuficientemente ignorantes frente a un hecho que las bestias, a diferencia nuestra, no pueden percibir. Hegel afirma que el conocimiento de la muerte no puede evitar un subterfugio: el espectáculo, y declara que “nada es menos animal que la ficción, más o menos alejada de lo real, de la muerte.” Frente a ese espectáculo se postra el devoto de vampiros, sin discernir siquiera que se halle ante un enfermo de catalepsia. Posee una latente necesidad de justificarse vivo en contraste a una vida extinguida, que tal vez no lo está del todo, que a lo mejor es tentativa resuelta de la Eternidad que borraría todo rasgo negador que contiene la Muerte. Al fin, sabemos que las causas que originan la catalepsia, lejanas se posicionan de pertenecer a casualidades sobrenaturales y que, una pluma en la nariz de un enfermo, ni lo repondrá ni ahuyentará vampiros.

Bibliografía

Diccionario de Medicina y de Cirugia Practicas, traducido al español por Don Felipe Losada Somoza. Tomo Quinto. Madrid, 1842.Diccionario de los Diccionarios de Medicina publicados en Europa. Tomo II. Madrid, 1846.

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