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LA JAMES LOVELOCK VENGANZA DÉLA TIERRA LA TEORÍA DE GAIA Y EL FUTURO DE LA HUMANIDAD

Lovelock James La Venganza de La Tierra

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  • L A JAMES LOVELOCK VENGANZA DLA TIERRA LA TEORA DE GAIA Y EL FUTURO DE LA HUMANIDAD

  • JAMES LOVELOCK

    LA VENGANZA DE LA TIERRA Por qu la Tierra est rebelndose y cmo podemos todava salvar a la humanidad

    Traduccin de Mar Garca Puig

    Planeta

  • Obra editada en colaboracin con Editorial Planeta - Espaa

    Ttulo original: The Revenge ofGaia: Why the Earth is Fighting Back and How We Can Still Save Humanity

    Fotografa del autor: James Lovelock

    2006, James Lovelock 2007, Mar Garca Puig, por la traduccin 2007, Editorial Planeta, S.A. - Barcelona, Espaa

    Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V. Avenida Presidente Masarik nm. 111, 2o. Piso Colonia Chapultepec Morales C.P. 11570 Mxico, D.F.

    Primera edicin impresa en Espaa: febrero de 2007 ISBN: 978-84-08-07028-3

    Primera edicin impresa en Mxico: abril de 2007 ISBN-13: 978-970-37-0245-9 ISBN-10:970-37-0245-7

    ISBN: 978-0-713-99914-3 edicin original

    Ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningn medio, sin permiso previo del editor.

    Impreso en los talleres de Litogrfica Ingramex, S.A. de C.V. Centeno nm. 162, colonia Granjas Esmeralda, Mxico, D.F. Impreso en Mxico l'rinwd in Mxico

    www i'ditoii;ilnl;uicl;i.com.mx

    ndice

    Lista de ilustraciones 9 Agradecimientos 11 Prlogo de sir Crispin Tickell 13

    1. EL ESTADO DE LA TIERRA 17

    2. QU ES GAIA? 37 3. LA HISTORIA DE LA VIDA DE GAIA 69

    4. PARTE METEOROLGICO PARA EL SIGLO XXI 81 5. FUENTES DE ENERGA 105 6. PRODUCTOS QUMICOS, COMIDA Y MATERIAS PRIMAS 7. TECNOLOGA PARA UNA RETIRADA SOSTENIBLE 8. UNA VISIN PERSONAL DEL ECOLOGISMO 197 9. DESPUS DEL FIN DE TRAYECTO 211

    Glosario 229 Lecturas recomendadas 237 ndice onomstico y de materias 243

  • Dedico este libro a Sandy, mi amada esposa

  • Lista de ilustraciones

    Los crditos fotogrficos se dan entre parntesis

    1. Los glaciares se derriten en Groenlandia (Roger Braithwaite/ Still Pictures).

    2. Desembocadura de un glaciar en Harding Icefields, Alaska (copyright Ashley Cooper/Picimpact/Corbis).

    3. Quema de rastrojos en Dumai, Indonesia (Beawiharta Beawiharta/REUTERS).

    4. Deforestacin en el Amazonas, Brasil (Antonio Scorza/ AFP/Files).

    5. Campia inglesa antes de la irrupcin de la agroindustria (Corbis).

    6. Agricultura intensiva ( Bill Stormont/Corbis). 7. Consumo de energa y urbanizacin vistas desde el espacio

    (NASA/Handout). 8. Algas en los ocanos (imagen cedida por Orbiniage y el

    proyecto WiFS de la NASA). 9. Escasez de vegetacin en la Tierra (NASA/Corbis).

    10. La superficie de Marte (AFP/NASA/JPL/Cornell). 11. Tierras devastadas por la minera (Jim Winkley, Ecos-

    cere/Corbis). 12. Par Pond, instalaciones nucleares del ro Savannah, Esta-

    dos Unidos (David E. Scott).

  • Agradecimientos

    He tenido la suerte de contar con amigos que leyeron este libro y me hicieron tiles y valiosos comentarios mientras lo escriba. Por ello, estoy sinceramente agradecido a Richard Betts, David Clemmow, Peter Cox, John Dyson, John Gray, Stephan Har-ding, Peter y Jane Horton, Tim Lentn, Peter Liss, Chris Rapley, John Ritch, Elaine Steel, sir Crispin Tickell, David Ward y Dave Wilkinson. Vaya tambin mi agradecimiento a GALA, asocia-cin benfica registrada, nmero 327903, vvrww.daisyworld.org, por su apoyo durante la escritura de este libro y a la que irn des-tinados todos los beneficios en concepto de derechos de autor.

  • Prlogo

    Quin es Gaia? Qu es? El Qu es la delgada capa esfrica de tierra y agua que existe entre el interior incandescente de la Tie-rra y la atmsfera superior que la rodea. El Quin es el tejido interactivo de organismos vivos que la ha habitado durante ms de cuatro mil millones de aos. La combinacin de ese Qu y ese Quin y el modo en que uno afecta continuamente al otro, es lo que se ha bautizado con el apropiado nombre de Gaia. Como dice James Lovelock, Gaia es una metfora de la Tierra viv. La diosa griega de la cual procede puede sentirse orgullosa del nuevo sentido que ha adquirido su nombre.

    La nocin de que, metafricamente hablando, la Tierra est viva exista ya en la Antigedad. Era habitual que dioses y diosas peisoniearan ciertos elementos de la naturaleza, desde el cielo hasta un manantial, y esa idea de la Tierra como un organismo vivo apareca con regularidad en la filosofa griega. Mucho des-pus, Leonardo da Vinci interpret el cuerpo humano como un microcosmos de la Tierra y la Tierra como el macrocosmos del cuerpo humano. El no saba, cosa que nosotros s sabemos ahora, que el cuerpo humano es a su vez un macrocosmos de los mi-nsculos elementos de la vida bacterias, parsitos y virus q u e a menudo estn en guerra unos con otros y que en conjun-t o superan en nmero alas clulas de nuestro cuerpo. Giordano

  • 14 LA VENGANZA DE LA TIERRA

    Bruno ardi en la hoguera hace slo cuatrocientos aos por de-fender que la Tierra estaba viva y que quiz otros planetas tam-bin lo estuvieran. El gelogo James Hutton describi en 1785 la Tierra como un sistema que se autorregulaba. T. H . Huxley manifest en 1877 un punto de vista similar. Por su parte, Vla-dimir Ivanovich Vernadsky afirm que la biosfera funcionaba como una fuerza geolgica creadora de un desequilibrio dinmico que a su vez impulsa la diversidad de la vida.

    Pero fue James Lovelock quien, en 1972, uni todos los ca-bos en su hiptesis Gaia, que perfecciona y ampla en el presen-te libro. Echando la vista atrs, resulta extrao que, cuando hace un cuarto de siglo se hizo pblica en su formulacin actual, la idea fuera rechazada tajantemente por los partidarios de la cien-cia convencional. Cuando se reflexiona de manera innovadora sobre algo conocido suele suscitarse una oposicin emocional que va ms all de los argumentos racionales: sucedi con la idea de evolucin por seleccin natural en el siglo xix, con la tectni-ca de placas en el siglo xx y, ms recientemente, con Gaia. Al principio, se apuntaron a la idea algunos alocados seguidores de la New Age mientras que otros tantos cientficos razonables se apartaron de ella. Ahora vuelven a acercarse. Este cambio de ac-titud queda resumido en la declaracin que en 2001 sirvi de co-lofn a la conferencia de cientficos pertenecientes a los cuatro grandes programas internacionales de investigacin global:

    La Tierra funciona como un sistema nico y autorregulado, for-mado por componentes fsicos, qumicos, biolgicos y huma-nos. Las interacciones y flujos de informacin entre las partes que lo componen son complejos y exhiben gran variabilidad en sus mltiples escalas temporales y espaciales.

    Y eso es precisamente Gaia. El mensaje primordial de este libro no es tanto que la propia

    Gaia est amenazada (es una ta muy dura, en palabras de

    PRLOGO 15

    Lynn Margulis), sino ms bien que los humanos le estamos in-fligiendo un dao cada vez mayor. De todos modos, Gaia cam-bia, y puede que sea menos fuerte hoy que en el pasado. El calor del sol aumenta continuamente y al final pondr en peligro la autorregulacin de la que depende la vida. Al contemplar el eco-sistema global como un todo, el crecimiento de la poblacin hu-mana, la degradacin de la Tierra, el agotamiento de los recur-sos, la acumulacin de desechos, la polucin de todo tipo, los cambios climticos, los abusos de la tecnologa y la destruccin de la biodiversidad en todas su formas, constituyen una amena-za sin par para el bienestar de los humanos, una amenaza a la que generaciones anteriores no hubieron de enfrentarse. Como Lo-velock ha escrito en alguna otra ocasin:

    Hemos crecido en nmero hasta el punto de que nuestra pre-sencia afecta al planeta como si furamos una enfermedad. Igual que en las enfermedades humanas, hay cuatro posibles re-sultados: destruccin de los organismos invasores que causan la enfermedad; infeccin crnica; destruccin del husped; o sim-biosis, es decir, el establecimiento de una relacin perdurable mutuamente beneficiosa entre el husped y el invasor.

    La cuestin radica en cmo conseguir esa simbiosis. Hoy es-tamos muy lejos de lograrla. Lovelock examina con erudicin los /problemas ms importantes, la mayora consecuencia de la revo-lucin industrial. Hace especial hincapi en el uso de combusti-bles fsiles y de productos qumicos sintticos, en las explotacio-nes agrcolas y en el porcentaje d e la superficie del planeta que los humanos utilizamos. Cont ina sugirindonos cmo podra-mos al fin empezar a poner remedio. El sentido comn dice que reconocer un problema es el primer paso para solucionarlo. El segundo es comprender el problema y sacar las conclusiones correctas. El tercero, hacer algo al respecto. Hoy estamos en al-gn punto entre el primer y el segundo paso.

  • l6 LA VENGANZA D E LA TIERRA

    Aplicado a los problemas de la sociedad actual, el concepto de Gaia puede extenderse al actual debate sobre valores: cmo contemplamos y juzgamos el mundo que nos rodea y, sobre todo, cmo nos comportamos. Esto se aplica especialmente al campo de la economa, donde las fantasas de moda sobre la supremaca de las fuerzas del mercado estn profundamente incrustadas, y muchas veces se ignora que el gobierno tiene la responsabilidad de proteger el inters general. Pocas veces calcu-lamos los costes correctamente y de ah el caos al que han lleva-do las actuales polticas de energa y de transporte, y tambin nuestro fracaso a la hora de evaluar el impacto que tendr en nuestras vidas el cambio climtico.

    La principal diferencia entre el pasado y el presente es que ahora los problemas son verdaderamente globales. Como seala Lovelock, estamos atrapados en un crculo vicioso de repercu-sin instantnea. Lo que pasa en un sitio afecta rpidamente a lo que pasa en otros lugares. Somos peligrosamente ignorantes de nuestra propia ignorancia y pocas veces conseguimos tener una perspectiva global de las cosas. Si de verdad queremos conseguir una sociedad que viva en armona con la naturaleza, debemos respetarla ms. No me sorprende que muchos hayan querido hacer de Gaia, o de la vida como tal, una religin. Este libro es una ma-ravillosa introduccin al conocimiento de cmo nuestra especie debera firmar la paz con el resto del mundo en que vivimos.

    CRISPIN TICKELL

    CAPITULO 1

    El estado de la Tierra

    Guas ciegos, que colis el mosquito y os tragis el camello!

    Biblia de Jerusaln, Mateo 23, 24

    Como siempre, las malas noticias predominan en los medios de comunicacin y, mientras yo escribo en la comodidad de mi ho-gar en Devon, la catstrofe de Nueva Orleans ocupa titulares de informativos y primeras pginas en los peridicos. Lo que ha pa-sado es horrible, pero nos ha distrado del sufrimiento mucho mayor que caus el tsunami que en diciembre de 2004 arras la costa del ocano Indico. Ese aciago suceso mostr lgubremen-te el poder letal de la Tierra. Con slo un suspiro, el planeta en el que vivimos puede matar a decenas de miles de personas. Pero eso n o es nada comparado con lo que puede suceder muy pron-to; estamos abusando tanto de la Tierra que sta puede rebelarse y volver a la elevada temperatura que tuvo hace cincuenta y cin-co millones de aos. Si lo hace, la mayora de nosotros morire-mos, as como la mayora de nuestros descendientes. Es como si hubiramos decidido encarnar el mito que narra Wagner en El anih de los Nibelungos y ver nuestro Valhalla caer pasto del fuego que nosotros mismos hemos encendido.

    Casi puedo or decir al lector: Cmo? Otro libro sobre el calentamiento global? Acaso no hay ya bastantes? Si este libro slo Fuera a repetir argumentos y rplicas ya conocidos, estara de acuerdo en que sobra. Lo que lo hace distinto es que hablo como un mdico planetario cuyo paciente, la Tierra viva, tiene fiebre.

  • l 8 LA VENGANZA DE LA TIERRA

    Creo que el empeoramiento de la salud de la Tierra debe ser nuestra mayor preocupacin, pues nuestras vidas dependen de que el planeta que habitamos se mantenga sano. Su salud debe importarnos ms que ninguna otra cosa, porque garantizar el bienestar del cada vez mayor nmero de habitantes requiere que el lugar donde vivimos est fuerte.

    Cuando llego a este punto, mis amigos y colegas cientficos suelen torcer el gesto, dando a entender que preferiran que no hablara de nuestro planeta como de una forma de vida.+* Com-prendo su preocupacin, pero no me retracto. Si no hubiera sido el primero en pensar en la Tierra de esa forma, seguiramos sien-do cientficamente correctos, pero ignoraramos por completo su verdadera naturaleza. Gracias al concepto de Gaia hoy vemos que nuestro planeta es totalmente distinto a sus hermanos muer-tos, Marte y Venus. Como si fuera uno de nosotros, controla su temperatura y composicin en funcin de su bienestar, y lo lleva haciendo desde que comenz la vida, hace ms de tres mil mi-llones de aos. Dicho sin rodeos, los planetas muertos son como estatuas de piedra, que, metidas en un horno y calentadas a 80 C, no sufren ningn cambio. Si a usted o a m nos metieran en ese horno, moriramos. A la Tierra le sucede igual.

    Slo si pensamos en nuestro hogar planetario como si estu-viera vivo podremos ver, quiz por vez primera, por qu los cul-tivos erosionan el tejido vivo de su piel y por qu la contami-nacin es tan venenosa para la Tierra como para nosotros. Los crecientes niveles de dixido de carbono y metano en la atms-fera tienen para nuestro planeta consecuencias muy distintas de las que tendran para un planeta muerto como, por ejemplo, Marte. La respuesta de la Tierra viva a lo que hacemos no de-pende solamente de la cantidad de suelo que explotemos y de la contaminacin que generemos, sino tambin de su estado actual

    * El smbolo + indica que se ofrece una definicin del trmino en el glosario que se incluye al final de la obra. (TV. del a.)

    EL ESTADO DE LA TIERRA 1 9

    de salud. Cuando la Tierra era joven y fuerte resisti cambios ad-versos y super los fallos de su sistema de regulacin de tempe-ratura. Quiz ahora nuestro planeta sea ms viejo y menos resis-tente.

    El desarrollo sostenible, basado en el uso de energas renova-bles,1 se ha puesto de moda como forma de convivencia con la Tierra y se ha convertido en parte del programa de los polticos verdes. Muchas personas se oponen a este punto de vista, parti-cularmente en Estados Unidos, y siguen creyendo que el calen-tamiento global es un cuento y dicen que hay que seguir como si nada. Su forma de pensar est bien reflejada en la reciente nove-la de Michael Crichton Estado de miedo y en las palabras que pronunci esa mujer santa, la Madre Teresa de Calcuta, en 1988: Por qu deberamos preocuparnos por la Tierra cuando nues-tro principal deber es cuidar a nuestros semejantes pobres y en-fermos? Dios se ocupar de la Tierra. De hecho, ni la fe en Dios ni seguir como si nada, ni siquiera tampoco apostar por un de-sarrollo sostenible son respuestas adecuadas a la grave situacin en la que nos encontramos. Si no cuidamos de la Tierra, ella cui-dar de s misma haciendo que ya no seamos bienvenidos. Los que tengan fe deben volver a contemplar nuestro hogar planeta-rio como un lugar sagrado, parte de la creacin divina que noso-tros hemos profanado. Gatas Gift, de Anne Primavesi, muestra la va hacia la consiliencia1 entre la fe y Gaia.

    Cada vez que oigo la expresin desarrollo sostenible re-cuerdo la definicin dada por Gisbert Glaser, el principal asesor del Consejo Internacional para la Ciencia, en un artculo de opi-nin del boletn del Programa Internacional Geosfera Biosfera (IGBP): El desarrollo sostenible es un objetivo no esttico. Re-presenta un esfuerzo continuo por equilibrar e integrar tres pila-res el bienestar social, la prosperidad econmica y la protec-cin del medio ambiente en beneficio de las generaciones presentes y futuras. Muchos consideran esta noble poltica mo-ralmente superior al laissezfaire de seguir como si nada. Desgra-

  • 2 0 LA VENGANZA DE LA TIERRA

    ciadamente, estas dos aproximaciones radicalmente distintas la una expresin de la decencia internacional y la otra de las despiadadas fuerzas del mercado conducen al mismo resulta-do: la probabilidad de un cambio climtico global desastroso. El error que ambas comparten es creer que el desarrollo todava es posible y que la Tierra continuar ms o menos igual que ahora durante al menos la primera mitad de este siglo. Hace doscien-tos aos, cuando el cambio era lento o inexistente, puede que hubisemos estado a tiempo de establecer unas pautas de desa-rrollo sostenible, o incluso haber continuado durante un tiem-po como si nada, pero ahora es demasiado tarde: el dao ya est hecho. Confiar en el desarrollo sostenible o continuar como si nada son polticas tan viables como esperar que un enfermo de cncer de pulmn se cure simplemente dejando de fumar; ambas vas niegan la enfermedad que sufre la Tierra, la fiebre que le ha producido la plaga de gente que la aqueja. A pesar de ser muy di-ferentes, las dos proceden de creencias religiosas y humanistas que consideran a la Tierra como algo que est ah para ser explo-tado en beneficio de la humanidad. En 1800, cuando slo haba mil millones de habitantes, estas polticas ignorantes eran acep-tables, porque causaban pocos daos. Ahora se trata simplemen-te de dos caminos distintos que conducen tortuosamente a un mismo destino: una regresin a una especie de Edad de Piedra en un planeta enfermo, en la que slo sobrevivirn unos pocos, afe-rrados a los restos del naufragio de la que una vez fue nuestra biodiversa Tierra.

    Por qu somos tan reacios, especialmente en Estados Uni-dos, a ver el enorme peligro al que se enfrenta nuestra civiliza-cin? Qu nos impide darnos cuenta de que la fiebre del calen-tamiento global es real y gravsima y que puede que ya est ms all de nuestra capacidad de control e incluso de la de la Tierra? Creo que rechazamos las pruebas de que nuestro mundo est

    EL ESTADO DE LA TIERRA 2 1

    cambiando porque todava somos, como nos record el sabio bilogo E. O. Wilson, carnvoros tribales. Estamos programados por nuestra herencia para considerar las dems cosas vivas bsi-camente como comida, y para que nuestra tribu nacional sea para nosotros ms importante que cualquier otra cosa. Llegamos incluso a dar nuestra vida por ella y estamos dispuestos a matar de forma extremadamente cruel a otros seres humanos por el bien de nuestra tribu. Todava nos resulta ajeno el concepto de que nosotros y el resto de la vida, desde las bacterias a las balle-nas, formamos parte de una entidad mucho mayor y ms diver-sa: la Tierra viva.

    Se supone que la ciencia debe ser objetiva, as que por qu no nos ha avisado antes del peligro? El calentamiento global fue discutido superficialmente por varios autores a mediados del siglo xx, pero incluso el gran climatlogo Hubert Lamb, en su libro de 1972 Climate: Present, Past and Future, una obra que te-na ms de seiscientas pginas, dedic slo una de ellas al efecto invernadero^ El tema no lleg al gran pblico hasta 1988. Has-ta entonces, la mayora de los cientficos dedicados a la atmsfe-ra estaban tan absortos en la intrigante ciencia del agujero en el ozono de la estratosfera que le dedicaban poco tiempo a otros problemas medioambientales. Entre los valientes pioneros del calentamiento global estn los cientficos norteamericanos Ste-phen Schneider y Jim Hansen.

    Conoc a Schneider a finales de la dcada de 1970, durante una visita al Centro Nacional de Investigacin Atmosfrica '-un fascinante laboratorio cientfico colgado de la ladera de una montaa en Boulder, en el estado de Colorado y desde entonces nuestras vidas se han cruzado en gran cantidad de oca-siones. En su libro The Coevolution of Climate and Life, escrito conjuntamente con RandiLonder y publicado en 1984, Schnei-der advierte de las consecuencias de la utilizacin de combus-tibles fsiles y aboga por la necesidad de establecer un control estratgico de las emisiones a la atmsfera, algo en las antpo-

  • 2 2 LA VENGANZA DE LA TIERRA

    das del seguir como si nada por el que abogan las fuerzas del mercado.

    Jim Hansen, del Instituto de Estudios Espaciales Goddard de la NASA, no fue menos tajante en sus admoniciones, y el 23 de junio de 1988 le dijo al Senado de Estados Unidos que la Tierra estaba ahora ms caliente que en ningn otro momento desde que existen registros. La mejor y ms completa historia de este perodo se encuentra en el libro de John Gribbin El efecto inver-nadero y Gaia, publicado en 1990, en Global Warming, publica-do en 1989 y escrito por Schneider y en Turning up the Heat, de Fred Pearce, publicado en 1989.

    Las ideas de Schneider y Hansen encontraron eco en polti-cos tan distintos como Al Gore y Margaret Thatcher y sospecho que el mrito de que se plasmasen en medidas prcticas es del di-plomtico y climatlogo sir Crispin Tickell. ste, tras considera-bles esfuerzos, logr que en 1989 se formara el Panel Intergu-bernamental sobre el Cambio Climtico (IPCC), nacido bajo el patrocinio de la Organizacin Mundial de la Meteorologa (WMO) y del Programa Medioambiental de Naciones Unidas (UNEP). El nuevo organismo empez inmediatamente el largo proceso de recopilacin de datos y elaboracin de modelos que es la base de las previsiones del clima futuro. Sin embargo, la sen-sacin de que el cambio climtico era un problema apremiante se desvaneci en la dcada de 1990, y el coraje pionero de los primeros en dar la alarma recibi escaso apoyo del lumpen que es la burocracia de cargos administrativos medios del mundo de la ciencia. Aunque la culpa no fue totalmente de stos, pues la propia ciencia se ha perjudicado a s misma durante los dos lti-mos siglos con su divisin en muchas disciplinas distintas, cada una limitada a estudiar una pequea faceta del planeta, sin que exista una visin coherente y global de la Tierra. Los cientficos no reconocieron que la Tierra era una entidad que se autorregu-laba hasta la declaracin de Amsterdam de 2001, y muchos de ellos siguen comportndose como si nuestro planeta fuera una

    EL ESTADO DE LA TIERRA 2 3

    enorme propiedad comunal que todos poseemos y comparti-mos. Se aferran a la visin de la Tierra que se enseaba en las es-cuelas y universidades durante los siglos xix y xx, un planeta compuesto de roca inerte con abundante vida a bordo, pasajeros de su viaje a travs del espacio y el tiempo.

    La comunidad cientfica es un acogedor y agradable club de especialistas que siguen caminos diversos; es un club orgulloso y maravillosamente productivo, pero con pocas certezas, y lastra-do por sus incompletas visiones del mundo. En Gran Bretaa tenemos la suerte de que nuestra ciencia haya sido liderada por figuras de la talla de lord May y sir David King, que han batalla-do incansablemente para advertirnos y advertir al gobierno de los gravsimos peligros que se avecinan. La idea de Gaia, con su implicacin de que la Tierra es un sistema que evoluciona y que de alguna forma est vivo, no apareci hasta ms o menos 1970. Como sucede con todas las teoras nuevas, tard dcadas en ser parcialmente aceptada, pues haba que obtener datos que la vali-dasen o refutasen. Hoy sabemos que la Tierra, en efecto, se au-torregula, pero debido al tiempo que llev recopilar los datos ne-cesarios para demostrarlo, hemos descubierto demasiado tarde que esa regulacin est fallando y que el sistema de la Tierra avanza rpidamente hacia un estado crtico que pondr en peli-gro la vida que alberga.

    La ciencia intenta ser global ms que una serie inconexa de disciplinas distintas, pero incluso los que adoptan el punto de vista de la ciencia de sistemas seran los primeros en admitir que nuestra comprensin del sistema de la Tierra no es mucho mejor que la que en el siglo x ix tena un mdico de su paciente, Aun as, sabemos lo bastante de la fisiologa del planeta como para comprender que su enfermedad es grave. Sospechamos que exis-te un umbral quiz de temperatura, o un nivel dado de dixi-do de carbono en el aire ms all del cual nada de lo que ha-gan las naciones del mundo servir para nada ni podr evitar que la Tierra llegue irreversiblemente a un nuevo estado de calenta-

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    miento. Nos acercamos a uno de esos puntos de inflexin, y nuestro destino es parecido al de los pasajeros de un pequeo yate que navegan tranquilamente junto a las cataratas del Niga-ra sin saber que los motores estn a punto de fallar.

    Las pocas cosas que sabemos sobre la respuesta de la Tierra a nuestra presencia son profundamente perturbadoras. Aunque dejramos de inmediato de tomar tierras y agua de Gaia para producir comida y combustible y no contaminramos ms el aire, la Tierra tardara ms de mil aos en recuperarse del dao que ya le hemos causado, y puede que ni ese drstico paso basta-ra para salvarnos. Para corregir o suavizar las graves consecuencias de nuestros errores pasados har falta un extraordinario esfuer-zo internacional y un proceso cuidadosamente planeado para reemplazar los combustibles fsiles por otras fuentes de energa ms seguras. Como civilizacin, somos como un toxicmano, que morir si sigue consumiendo su droga, pero tambin mori-r si la deja de golpe. Nuestra inteligencia y creatividad nos han metido en este atolladero. Todo comenz hace cien mil aos, cuando prendimos fuego a los bosques porque nos resultaba ms cmodo para cazar. En ese momento dejamos de ser un animal ms e iniciamos la demolicin de la Tierra. Nuestra es-pecie es el equivalente a aquella famosa pareja esquizoide, el doctor Jekyll y Mr. Hyde: somos capaces de llevar a cabo las ms horribles tareas de destruccin, pero tambin tenemos el poten-cial de fundar una civilizacin magnfica. Hyde nos llev a usar mal la tecnologa. Malgastamos la energa y superpoblamos la Tierra. Pero la civilizacin se derrumbar si abandonamos la tec-nologa. Debemos pues usarla sabiamente, como hara el doctor Jekyll, pensando en el bienestar de la Tierra y no slo en el bie-nestar de la gente. Por eso es demasiado tarde para seguir la va del desarrollo sostenible; lo que hace falta es una retirada soste-nible.

    EL ESTADO DE LA TIERRA 25

    Estamos tan obsesionados con la idea de progreso y con el bienestar de la humanidad que la retirada nos parece algo desa-gradable y vergonzoso. El filsofo e historiador de las ideas John Gray observ en su libro Perros de paja que rara vez vemos ms all de las necesidades de la humanidad, y relacion esta ceguera con la infraestructura humanista y cristiana sobre la que se asien-ta nuestra civilizacin. Cuando surgi, hace dos mil aos, no era perjudicial, y nosotros no suponamos una amenaza para Gaia. Ahora que somos ms de seis mil millones de personas ham-brientas y glotonas, todas aspirando al nivel de vida del primer mundo, nuestro modo de vida urbano invade el terreno de la Tierra viva. La expoliamos de tal forma, que la estamos dejando sin medios para sostener el confortable mundo al que estamos acostumbrados. Ahora la Tierra est cambiando, siguiendo sus propias reglas internas, hacia un estado en el que ya no seremos bienvenidos.

    La humanidad se enfrenta a su reto ms difcil. Un desafo para el que la tradicin humanista no la ha preparado. La acele-racin del cambio climtico acabar con el confortable entorno al que estamos adaptados. El cambio es una parte normal de la historia geolgica. El ms reciente fue la transicin dte la Tierra de un largo perodo de glaciacin a su actual estado templado in-terglacial. Lo inusual de la crisis venidera es que nosotros somos su causa; nada tan drstico haba pasado desde el largo perodo clido de principios del Eoceno, hace cincuenta y cinco millones de aos, el cambio ms profundo que ha habido entre la poca glacial y el siglo xix y que dur doscientos mil aos.

    El gran sistema de la Tierra, Gaia, cuando, como en la actua-lidad, se halla en un perodo interglacial, se encuentra atrapado en un crculo vicioso de respuesta positiva,1' lo que hace que el calentamiento global sea tan grave y apremiante. El calor extra, venga de la fuente que venga, tanto si procede de los gases pro-piciadores del efecto invernadero, de la desaparicin del hielo r-tico y los cambios en el ocano o de !a destruccin de las selvas

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    tropicales, se amplifica y sus consecuencias se multiplican. Es como si hubiramos encendido un fuego para mantenernos ca-lientes y le siguiramos echando lea sin darnos cuenta de que se ha extendido a los muebles y est fuera de control. Cuando eso sucede, hay muy pocas posibilidades de apagarlo antes de que consuma la casa entera. El calentamiento global, igual que un fuego, est acelerndose y casi no nos queda tiempo para reac-cionar.

    La filsofa Mary Midgley, en sus esplndidos libros Science and Poetry y The Essential Mary Midgley, nos advierte de que el dominio del pensamiento atomizado y reduccionista en la cien-cia durante los ltimos dos siglos ha provocado una visin cerra-da y provinciana de la Tierra. Se suele decir que la importancia de un cientfico se mide por el tiempo en que el progreso se sus-tenta en sus ideas. La visin del universo de Newton dur casi doscientos aos, hasta que dio paso a la de Einstein, ms com-pleta. Segn este criterio, Descartes ha sido un pensador emi-nente. Su separacin entre cuerpo y mente, necesaria en aquellos tiempos, y la relegacin de todos los seres vivos a una interpreta-cin mecanicista impulsaron el pensamiento reduccionista. La reduccin es la diseccin analtica de algo hasta sus componen-tes ms pequeos, seguida de su re-generacin a travs del reen-samblaje de cada una de las partes. Ese sistema, no cabe duda, ha conducido a grandes logros en el campo de la fsica y de la bio-loga en los ltimos dos siglos, pero ahora est siendo colocado en el lugar que le corresponde: una parte de la ciencia pero no su totalidad. Al fin, aunque quiz demasiado tarde, empezamos a comprender que la idea holstica de ver las cosas con perspectiva, es decir, ver una cosa desde fuera y estudiarla en funcionamien-to, es tan importante como desmontar la cosa hasta reducirla a sus piezas ms pequeas y reconstruirla luego desde cero. Eso es especialmente cierto respecto de las cosas vivas, los grandes siste-mas y los ordenadores.

    Lo que necesitamos por encima de todo es recuperar el amor

    EL ESTADO DE LA TIERRA ZJ

    y la empatia por la naturaleza que perdimos cuando nos enamo-ramos de la vida urbana. Es probable que no fuera Scrates el primero en decir que fuera de los muros de la ciudad no pasa nada importante, pero seguramente l estaba familiarizado con la naturaleza que haba tras ellos. Incluso en tiempos de Shakes-peare las ciudades eran lo bastante pequeas como para que se pudiera caminar hasta una orilla en la que se mece el tomillo sil-vestre, crece la prmula y cabecea la violeta. Los primeros ecolo-gistas, que conocan y apreciaban de verdad la naturaleza gen-te como Wordsworth, Ruskin, Rousseau, Humboldt, Thoreau y tantos otros, vivieron durante buena parte de sus vidas en pequeas y compactas ciudades. Ahora la urbe suele ser tan grande que muy pocos tienen contacto con el lejano campo. Me pregunto cuntos de ustedes saben qu aspecto tiene una prmu-la y si alguna vez han visto alguna.

    Blake vio una amenaza en los satnicos y oscuros molinos, pero dudo que ni siquiera en su pesadilla ms negra hubiera en-trevisto la realidad actual: la industrializacin total del campo tan conocido para l. Blake era londinense, pero desde el Lon-dres en que viva se poda llegar al autntico campo simplemen-te dando un paseo. En las verdes y bellas tierras inglesas ya no se siega el heno, sino que la agroindustria las cultiva con medios mecnicos; y, si no hacemos nada, lo poco que queda de campo se convertir en un pramo plagado de enormes molinos de viento en un vano intento de conseguir abastecer la demanda de energa de la vida urbana. Muchas veces, lo que se nos presen-ta como una reforma para mejorar las cosas no es ms que van-dalismo organizado en nombre de una ideologa. Eso es lo que sucedi durante el gobierno de Cromwell, y lo que se oculta en la actualidad tras la poltica verde europea.

    Por supuesto, hay escpticos. Entre ellos se cuentan el es-tadstico dans Bjorn Lomborg y el cientfico norteamericano Richard Lindzen, que ponen en duda que el problema del cam-bio climtico global sea grave y necesite una solucin. Su opi-

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    nin, no obstante, no ha hecho mella en el consenso en senti-do opuesto de los cientficos de todo el mundo que forman el IPCC.

    Hace poco escuch un apasionado y conmovedor discur-so del cientfico norteamericano Patrick Michaels. Rechazaba indignado la afirmacin de sir David King, el asesor cientfico jefe del Reino Unido, en el sentido de que el cambio climti-co era ms grave que la guerra que se estaba librando contra el terrorismo. Para l, igual que para muchos otros, lo sucedido en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, en Madrid en 2004 y en Londres en 2005 es mucho ms importante que cual-quier previsin de mal tiempo durante el siglo que viene. A di-ferencia de la mayora de los norteamericanos, yo he pasado la mayor parte de mi vida bajo la amenaza del terrorismo; prin-cipalmente, pero no slo, el del nacionalismo celta. Comparto la indignacin de Michaels y creo que el terrorismo est slo a un paso del genocidio. Tanto el terrorismo como el genoci-dio proceden de nuestra naturaleza tribal. Y es una conducta que probablemente llevemos inscrita en nuestro cdigo gentico, pues no se me ocurre otra razn para que, como masa, hagamos cosas que slo los peores psicpatas haran en solitario. El geno-cidio y el terrorismo no son slo males propios de nuestros ene-migos: todos somos capaces de ellos si se pulsa la tecla adecuada. La civilizacin slo ha hecho un poco ms aspticas esas horri-bles tendencias, y las ha rebautizado como guerra. El tribalis-mo no es completamente malo y puede hacer que todos noso-tros, humanos egostas, realicemos actos que requieren gran valor e incluso que demos nuestras vidas, en general cuando creemos que existe un peligro para la tribu, pero tambin en ocasiones por el bien de la humanidad. A veces hacemos cosas increblemente altruistas. En tiempos de guerra aceptamos que nos racionen la comida y los bienes de consumo, estamos dis-puestos a trabajar ms horas, a afrontar grandes peligros e inclu-so a morir.

    EL ESTADO DE LA TIERRA 2 9

    Soy lo bastante viejo como para ver lo parecidas que son la actitud que haba hace ms de sesenta aos respecto a la ame-naza de la guerra y la que existe hoy respecto al calentamiento global. La mayora de nosotros cree que puede que algo desa-gradable suceda pronto, pero estamos tan confusos como en 1938 sobre la forma que tomar y sobre qu hacer al respecto. Hasta ahora, nuestra reaccin ha sido idntica a la que se dio antes de la segunda guerra mundial: apaciguamiento. El tratado de Kyoto se parece mucho al de Munich, con polticos saliendo a la palestra para demostrar que estn haciendo algo para solu-cionar el problema cuando en realidad se limitan a ganar tiem-po. Puesto que somos animales tribales, la tribu no acta al un-sono hasta que no percibe un peligro inminente y real. Y todava no lo ha percibido. En consecuencia, como individuos, segui-mos nuestros caminos mientras las ineludibles fuerzas de Gaia se movilizan contra nosotros. Pronto tendr lugar la batalla, y lo que vendr ser mucho ms letal que una Blitzkrieg. Al cambiar el medio ambiente, hemos declarado sin darnos cuenta la guerra a Gaia. Hemos ocupado el medio de otras especies, el equiva-lente, en el campo internacional, a haber invadido el territorio de otro pas.

    El futuro pinta mal. Incluso si tomamos medidas inmediatas, nos espera, como en cualquier guerra, una poca muy difcil que nos llevar al lmite de nuestras fuerzas. Somos resistentes, y har falta mucho ms que la anunciada catstrofe climtica para eli-minar a todas las parejas humanas en edad de reproduccin, pero lo que est en juego no es la supervivencia de la especie hu-mana sino la supervivencia de la civilizacin. Como animales in-dividuales no somos tan especiales. De hecho, segn algunos puntos de vista, la especie humana es casi una enfermedad pla-netaria. Sin embargo, la civilizacin nos redime y nos convier-te en un bien valioso para la Tierra. Existe una mnima posibili-dad de que los escpticos del cambio climtico tengan razn, o puede que nos salve algn suceso inesperado, como una serie de

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    erupciones volcnicas lo bastante potentes como para bloquear la luz del sol y enfriar la Tierra. Pero slo los necios apostaran su vida a algo tan improbable. Por incierto que sea el clima futuro, es un hecho que la temperatura y los niveles de los gases inver-nadero estn subiendo.

    Me parece triste e irnico que el Reino Unido, que cuenta con los mejores especialistas del mundo sobre la Tierra y el cli-ma, haya hecho odos sordos a sus consejos y advertencias. Has-ta ahora, hemos preferido escuchar las opiniones, bienintencio-nadas pero poco fundamentadas, de aquellos que creen que existe una alternativa a la ciencia. Yo soy un verde, y me cuento entre sus filas, pero ante todo soy un cientfico; por eso es por lo que ruego a mis amigos ecologistas que reconsideren su ingenua fe en el desarrollo sostenible y las energas renovables y que aban-donen la creencia de que con ellas y con polticas de ahorro de energa basta para solucionar el problema al que nos enfrentamos. Ms importante todava es que abandonen su obstinado rechazo de la energa nuclear. Incluso si tuvieran razn sobre sus peligros y no la tienen, usarla como fuente de energa segura y fia-ble representara una amenaza insignificante comparada con las intolerables y letales olas de calor y la subida del nivel del mar que amenaza a todas las ciudades costeras del mundo. El con-cepto de energas renovables suena bien, pero hasta ahora son poco eficaces y muy caras. Tienen futuro, pero no tenemos tiem-po para experimentar con ellas: la civilizacin se enfrenta a un peligro inminente y tiene que recurrir a la energa nuclear o re-signarse a sufrir el castigo que pronto le infligir un planeta in-dignado. La poltica de ahorro de energa de los verdes es co-rrecta, aunque sospecho que, igual que perder peso, es algo que resulta ms fcil de decir que de hacer. Todo ahorro significativo de energa se debe a nuevos diseos, que por lo general tardan dcadas en llegar a la mayora de usuarios.

    No estoy diciendo que la energa de fisin nuclear sea lo ideal a largo plazo para nuestro planeta enfermo, o que vaya a so-

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    lucionar todos nuestros problemas, pero hoy por hoy es la nica medicina eficaz de que disponemos. Cuando un adulto desarro-lla una diabetes tipo 2 por comer en exceso y no hacer bastante ejercicio, sabe que no basta con tomar medicamentos; debe cam-biar de estilo de vida. La energa nuclear es simplemente el me-dicamento que nos proporcionar una fuente segura y constante de electricidad para que las luces de la civilizacin sigan encen-didas hasta que la energa de fusin, limpia y eterna la energa alimentada por el sol, y las energas renovables estn disponi-bles. Y recurrir a la energa nuclear no es lo nico que tendremos que hacer si queremos evitar que en este mismo siglo se produz-ca una nueva Edad Oscura.

    Debemos vencer el miedo y aceptar la energa nuclear como una fuente de energa segura y probada que causa perjuicios m-nimos a escala global. Hoy es tan fiable como pueda serlo cual-quier otro sistema en el que intervenga la ingeniera humana, y tiene las mejores estadsticas de seguridad de todas las fuentes de energa a gran escala. Francia ha demostrado que puede conver-tirse en la principal fuente de energa de una nacin, pero a pe-sar de ello los gobiernos siguen temiendo aferrarse al nico sal-vavidas hoy disponible. Necesitamos una cartera diversificada de fuentes de energa, entre las cuales la nuclear ser predominante, al menos hasta que la fusin se convierta en una opcin viable. Si las industrias bioqumicas pueden sintetizar comida a partir del dixido de carbono, el agua y el nitrgeno, que lo hagan, y dmosle a la Tierra un respiro. Hay que dejar de preocuparse por los estadsticamente nfimos riesgos de cncer derivados de agen-tes qumicos o de la radiacin. Casi un tercio de nosotros mori-r de cncer, fundamentalmente porque todos respiramos aire, que est lleno del carcingeno ms peligroso: el oxgeno. Si no nos concentramos en el peligro real, que es el calentamiento glo-bal, puede que muramos mucho antes, como les sucedi a los treinta mil infortunados que fallecieron en Europa durante la ola de calor del verano de 2003. Hemos de considerar el cambio cli-

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    mtico global como algo grave e inmediato y a continuacin ha-cer lo que podamos para reducir el impacto de los humanos so-bre la Tierra. Nuestro objetivo debe ser detener el consumo de combustibles fsiles tan pronto como sea posible y cesar en la destruccin de hbitats naturales en todo el mundo. Cuando utilizo el trmino natural no estoy hablando slo de selvas vrgenes, sino que incluyo tambin los bosques que han crecido en tierras de cultivo abandonadas, como ha sucedido en Nueva Inglaterra y en otros lugares de Estados Unidos. Estos nuevos bosques probablemente prestan tanto servicio a Gaia como los originales; en cambio, las vastas extensiones de monocultivos, de ningn modo pueden sustituir los ecosistemas naturales. Ya es-tamos cultivando ms de lo que la Tierra puede permitirse, y si tratamos de cultivar el planeta entero para alimentarnos, aunque sea con granjas orgnicas, seramos como los marineros que que-man los maderos y jarcias de su barco para no pasar fro. Los eco-sistemas naturales+ de la Tierra no existen para que nosotros los convirtamos en tierras de cultivo, sino para mantener el clima y la qumica del planeta.

    Para reparar el dao que hemos causado, hace falta un pro-grama cuya escala har palidecer el programa espacial y dejara pequeo el presupuesto de defensa, tanto en costes como en ambicin. Vivimos en una poca en que las emociones y los sen-timientos cuentan ms que la verdad, y existe una enorme igno-rancia cientfica. Hemos permitido que novelistas y grupos de presin ecologistas exploten nuestro miedo a la energa nuclear que es el mismo que se tiene a cualquier ciencia nueva- del mismo modo que, no hace tanto, las Iglesias explotaban el mie-do al fuego del Infierno. Somos como pasajeros de un gran avin que cruza el Atlntico y que de repente se dan cuenta del mucho dixido de carbono que ese avin est expulsando a un aire ya demasiado contaminado. Desde luego, la solucin no pasa por pedirle al capitn que apague los motores y trate de hacer que el avin planee empujado slo por la fuerza del vien-

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    to. Del mismo modo, no podemos simplemente apagar nues-tra civilizacin basada en los combustibles fsiles y en el alto consumo de energa sin estrellarnos: necesitamos el aterrizaje suave que nos proporcionar un descenso con los motores en marcha.

    Un cambio climtico irreversible puede estar tan prximo que no es prudente confiar en que los acuerdos internacionales salven a nuestra civilizacin del calentamiento global. La reu-nin del G8 en Escocia en 2005 inclua el cambio climtico en su agenda, pero ese punto qued en un segundo plano debido al grave atentado terrorista que se produjo en Londres en esas mis-mas fechas. No podemos permitirnos esperar a Godot. Sin per-der de vista que el peligro es global, las naciones deben empe-zar a reflexionar a nivel individual sobre cmo salvarse y salvar el mundo. Nosotros, en el Reino Unido, estamos igual que en 1939, y puede que pronto estemos tambin, hasta cierto punto, solos; no podemos dar por supuesto que en un mundo futuro devastado por el cambio climtico podamos contar con fuentes seguras de comida o energa. Debemos tomar decisiones basadas en nuestro inters nacional. No se trata de ser nacionalista ni egosta: es simplemente la manera ms rpida de asegurar que cada vez ms naciones, llevadas por su propio inters, acten lo-calmente contra el cambio climtico. A las potencias emergen-tes, India y China, les ser difcil contener el uso de combustibles fsiles, igual que a Estados Unidos. No debemos esperar pues un acuerdo o directriz internacional.

    En nuestro pequeo pas tenemos que actuar de inmedia-to como si estuviramos a punto de ser atacados por un podero-so enemigo. Primero hay que asegurarse de que nuestras defen-sas contra el cambio climtico estn preparadas cuando empiece el ataque. Los lugares ms vulnerables son las ciudades situa-das al nivel del mar, entre ellas Londres y Liverpool. Ante todo,

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    hay que protegerlas contra las primeras fases de la guerra cli-mtica y luego estar preparados para una retirada ordenada conforme progresen las inundaciones. Una vez que la Tierra em-piece a avanzar rpidamente hacia su nuevo estado ms caliente, el clima desbaratar el mundo poltico y empresarial. Las im-portaciones de comida, combustible y materias primas sern cada vez ms difciles conforme los proveedores de otras regio-nes se vean desbordados por sequas e inundaciones, de modo que necesitamos planear cmo sintetizar nuestra comida utili-zando poco ms que aire, agua y unos pocos minerales, y para hacerlo ser imprescindible una fuente segura y abundante de energa. Las extremadamente productivas granjas del este de Inglaterra se encontrarn entre las primeras zonas en quedar inundadas. Las nicas fuentes de energa que nos quedarn en-tonces sern el carbn, el poco gas y petrleo que quedan en el mar del Norte, la energa nuclear y el mnimo porcentaje que aportan las energas renovables. La extravagante e intrusiva construccin de plantas elicas debe cesar de inmediato, y esos fondos deben dedicarse a fuentes de energa renovables viables, como la central mareomotriz del estuario de Severn, que cubri-ra entre un cinco y un diez por ciento de las necesidades de energa del pas una vez dejramos de despilfarrarla. Necesita-mos, por encima de todo, ese cambio en emociones e ideas que se produce en las naciones tribales cuando se sienten ante un pe-ligro real. Slo entonces aceptaremos el racionamiento de com-bustible y dems privaciones que son necesarias para una defen-sa eficaz. Nuestra causa ser la defensa de la civilizacin para preservarla del caos que, de otro modo, podra apoderarse de la humanidad.

    Los astronautas que han tenido ocasin de contemplar la Tierra desde el espacio han comprobado que es un planeta asom-brosamente bello. A menudo hablan de la Tierra como de su ho-

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    gar. Pido que dejemos de lado el miedo y nuestra obsesin por los derechos personales y tribales y seamos lo bastante valientes como para ver que la verdadera amenaza procede del dao que le hagamos a la Tierra viva, de la que formamos parte y que es, en efecto, nuestro hogar.

  • CAPTULO 2 Qu es Gaia?

    Casi nadie, incluido yo mismo durante los primeros diez aos despus de que naciera esa idea, pareca saber qu era Gaia. La mayora de los cientficos, cuando piensan y hablan de la parte viva de la Tierra, la llaman biosfera,1' aunque, estrictamente ha-blando, la biosfera no es ms que la zona en la que existe la vida, la delgada burbuja esfrica que envuelve la superficie de la Tierra. De modo inconsciente, se ha expandido la nocin de biosfera hasta convertirla en algo ms que una zona geogrfica, pero sigue existiendo ambigedad respecto a sus lmites y sus funciones.

    De dentro afuera desde el ncleo, la Tierra est formada casi exclusivamente de roca y metal caliente o lquido. Gaia es un delgado caparazn esfrico de materia que rodea el interior in-candescente; empieza all donde las rocas de la corteza se en-cuentran con el magma del interior de la Tierra, a unos ciento se-senta kilmetros bajo la superficie, y se extiende otros ciento sesenta kilmetros hacia arriba, a travs del ocano y el aire, has-ta la todava ms caliente termosfera, que linda con el espacio ex-terior. Incluye la biosfera y es un sistema fisiolgico dinmico que ha mantenido nuestro planeta apto para la vida durante ms de tres mil millones de aos. Digo que Gaia es un sistema fisio-lgico porque parece tener el objetivo inconsciente de regular el clima y la qumica de forma que resulten adecuados para la vida.

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    Sus objetivos no son fijos sino que se ajustan al medio ambiente de cada momento y se adaptan a las formas de vida que alberga en cada poca.

    Debemos pensar en Gaia como un sistema integral formado por partes animadas e inanimadas. El exuberante crecimiento de los seres vivos, posible gracias al sol, hace a Gaia muy poderosa, pero este catico y salvaje poder est constreido por las propias limitaciones de esa entidad que se regula a s misma en beneficio de la Tierra. Creo que reconocer esos lmites al crecimiento es esencial para un conocimiento intuitivo de Gaia. Parte funda-mental de ese conocimiento es saber que esas limitaciones no afectan slo a los organismos de la biosfera, sino tambin al en-torno fsico y qumico. Es obvio que puede hacer demasiado ca-lor o demasiado fro para la mayor parte de las formas de vida, pero lo que no resulta tan obvio es que el ocano se convierte en un desierto cuando la temperatura de su superficie asciende a unos 12 C. Cuando esto sucede, se forma una capa estable de agua caliente que no se mezcla con las aguas ms fras y ricas en nutrientes que quedan por debajo. Esta propiedad puramente f-sica del agua del ocano, impide la existencia de nutrientes en la capa templada, as que pronto la zona superior del ocano calen-tada por el sol se convierte en un desierto. Esa puede ser una de las razones de que el objetivo de Gaia sea mantener la Tierra fra.

    Se habr dado cuenta de que utilizo la metfora de la Tierra viva al hablar de Gaia, pero no quiero decir con ello que consi-dere que la Tierra est viva de un modo consciente, y ni siquiera viva en el sentido en que lo est un animal o una bacteria. Creo que ya es hora de que ampliemos la definicin dogmtica y limi-tada de la vida como algo que se reproduce y corrige los errores de reproduccin por seleccin natural entre la progenie.

    Me ha resultado prctico imaginarme la Tierra como si fuera un animal, quiz porque mis primeras experiencias cientficas despus de graduarme fueron en el campo de la fisiologa, pero nunca ha sido ms que una metfora, un aide pernee, no ms

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    trascendente que cuando un marinero se refiere a su barco como ella.1 Hasta hace poco no pensaba en ningn animal en con-creto, aunque s lo conceba grande, como un elefante o una ba-llena. Recientemente, conforme he ido siendo ms consciente del calentamiento global, he empezado a pensar en la Tierra ms como un camello. Los camellos, a diferencia de la mayora de los animales, regulan su temperatura corporal a dos niveles distintos pero estables. De da, en el desierto, cuando el calor es insopor-table, suben su temperatura a 40 C, un valor lo bastante cerca-no a la temperatura exterior para evitar tener que refrescarse su-dando, lo que implicara gastar valiosa agua. Por la noche, cuando hace fro en el desierto, a veces hasta con valores bajo cero, el camello perdera demasiada energa si tratase de mante-ner su temperatura corporal a 40 C, as que la reduce a unos 34 C. Gaia, igual que el camello, tiene diversos estados estables que le permiten adaptarse a los cambios internos y externos. La estabilidad es casi siempre invariable, como sucedi durante los milenios que precedieron a 1900. Cuando la presin es demasia-do fuerte, sea hacia el calor o hacia el fro, Gaia, igual que hara un camello, adopta u n nuevo estado estable que le resulte ms fcil de mantener. Ahora est a punto de realizar uno de esos cambios.

    La metfora del camello es importante, porque para com-prender y tratar de salir del lo en el que nos hemos metido con el cambio climtico es necesario conocer la verdadera naturaleza de la Tierra e imaginarla como el ser vivo ms grande del sistema solar, no como algo inanimado, al modo de esa vergonzosa idea de la nave espacial Tierra. Hasta que no se produzca este cam-bio en nuestros corazones y mentes no percibiremos instintiva-mente que vivimos en un planeta vivo que responder a los cam-bios que efectuamos sobre l bien aniquilando los cambios o

    1. En ingls, los barcos,pese a ser objetos, tienen gnero, que es, adems, siempre femenino. (N. de lat.J

  • 4 0 LA VENGANZA DE LA TIERRA

    bien aniquilndonos a nosotros. A menos que veamos la Tierra como un planeta que se comporta como si estuviera vivo, al me-nos para regular su clima y su qumica, no dispondremos de la voluntad suficiente como para cambiar nuestra forma de vida y comprender que precisamente esa manera de vivir es nuestro peor enemigo. Es cierto que muchos cientficos, especialmente climatlogos, reconocen que nuestro planeta regula su clima y su qumica, pero la mayora todava no lo acepta. El concepto de Gaia, que un planeta sea capaz de mantenerse en un estado ade-cuado para la vida durante un perodo equivalente a un tercio de la existencia del universo, no es fcil de concebir, y hasta que el IPCC dio la voz de alarma an eran menos quienes lo acepta-ban. Tratar de proponer una explicacin que pueda satisfacer a una persona prctica, como podra ser un mdico. Es posible que no dispongamos todava de una definicin completa que pueda satisfacer a un cientfico, pero eso no puede ser excusa para seguir sin hacer nada.

    He descubierto que describir Gaia es parecido a ensear a al-guien a nadar o a montar en bicicleta: hay mucho que no puede explicarse con palabras. Para hacerlo fcil, empezar por la parte ms sencilla, con una pregunta que ilustra la diferencia funda-mental entre dos maneras de reflexionar sobre el mundo. La pri-mera de esas maneras la ofrece la ciencia de sistemas, que toma como objeto cualquier cosa viva, sea un organismo o un meca-nismo de ingeniera en funcionamiento; la segunda es la ciencia reduccionista, el anlisis de las relaciones causa-efecto que ha do-minado los ltimos dos siglos de nuestra ciencia. La pregunta sencilla es: qu tiene que ver orinar con el gen egosta?

    Cuando era joven me sorprenda el gran nmero de eufemis-mos que existen para denominar la prosaica y sin embargo im-prescindible prctica de expulsar la orina de nuestro cuerpo. Los mdicos y las enfermeras te piden que les des una muestra o hagas un pis y a menudo ofrecen un pequeo contenedor para que quede claro lo que quieren. Cada da, coloquialmente, utili-

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    zamos expresiones como cambiarle el agua al canario o hacer aguas menores, o vamos al aseo o al bao. En ocasiones sim-plemente nos ausentamos.

    Quiz todo provenga de los tabes del siglo xix sobre el sexo, cuando no slo no se mencionaban los genitales en el curso de una conversacin educada, sino que el tab se extenda tambin a sus funciones alternativas. Como observ el extraordinario bi-logo norteamericano George Williams en 1996, el hecho de que usemos el mismo rgano para el placer, la reproduccin y la eli-minacin de residuos es una muestra sensacional de la economa de la evolucin. Hasta hace poco no empec a preguntarme si no habra algo ms profundo escondido tras este misterio menor. Por qu orinamos? No es una pregunta tan tonta como parece. La necesidad de deshacerse de productos residuales como la sal sobrante, la urea, la creatina y otros muchos desperdicios del me-tabolismo es obvia, pero es slo parte de la respuesta. Quiz lo hacemos por altruismo. Si nosotros y los dems animales no ori-nramos puede que la vida vegetal de la Tierra se hubiera extinguido por falta de nitrgeno.

    Es posible que en la evolucin de Gaia el gran sistema de la Tierra los animales hayan evolucionado para excretar nitr-geno en forma de urea o cido rico en lugar de en forma de gas? Para nosotros, la secrecin de urea representa un desperdicio de energa y agua. Por qu, si no es por altruismo, hemos desarro-llado en nuestra evolucin algo que no redunda en nuestro be-neficio? La urea es el residuo que genera el metabolismo a partir de la carne, el pescado, el queso y las judas que comemos; ali-mentos ricos en protenas, que son la base de la vida. Durante la digestin, descomponemos lo que hemos comido en sus compo-nentes qumicos. No nos comemos la protena muscular de la ternera y la usamos tal cual en nuestros msculos, sino que cons-truimos o regeneramos nuestros msculos y dems tejidos a partir de la conversin de los aminocidos y las protenas que obtenemos de los alimentos en nuevas protenas, segn est

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    planificado en nuestro ADN. Usar las protenas de la ternera di-rectamente para mantener nuestros msculos sera como utilizar las piezas de un tractor para reparar una lavadora. Los desperdi-cios que resultan de toda esta trabajosa construccin y recons-truccin se acaban convirtiendo en urea y parece que no tene-mos otro remedio que diluirla en agua y librarnos de ella a travs de la orina.

    La urea es un elemento qumico simple, resultado de la com-binacin del amonio y el dixido de carbono, o, como dira un qumico orgnico, el cido carbnico de la diamida NH 2 CONH 2 . Por qu nosotros y otros mamferos hemos evolucionado hasta excretar nuestro nitrgeno de esta forma? Por qu no descom-poner la urea hasta convertirla en dixido de carbono, agua y ni-trgeno gaseoso? Sera mucho ms sencillo expulsar nitrgeno exhalndolo durante la respiracin, lo que adems nos ahorrara el agua que desperdiciamos para excretar la urea; de hecho, oxi-dar la urea incluso nos aportara un poco de agua, por no hablar de la energa extra que obtendramos.

    Examinemos los datos. Cien gramos de urea equivalen meta-blicamente a 90 kilocaloras o, si lo prefiere, 379 kilojulios. Pero si en vez de consumirla la expulsamos mediante la orina, necesitamos ms de cuatro litros de agua para eliminar esos cien gramos de urea diluidos en una solucin no txica. En condicio-nes normales excretamos diariamente cuarenta gramos de urea en un litro y medio de agua. No es mucho, creer, pero imagine unos animales viviendo en una regin desierta en la que escasean la comida y el agua. Si apareciera un mutante que fuera capaz de transformar la urea en nitrgeno, dixido de carbono y agua, ste tendra una importante ventaja comparativa respecto al res-to y probablemente podra dejar ms descendientes que sus veci-nos excretores de urea, Segn una interpretacin simplista de la teora de Darwin, la seleccin natural favorecera a ese mutante, que podra extenderse rpidamente y convertirse en dominante.

    En este punto, u n bioqumico escptico dira: No os dais

    QU ES GAIA? 4 3

    cuenta de que los productos del amonio o de la oxidacin de la urea son venenosos y es por eso por lo que excretamos el nitr-geno como urea? Pero mi respuesta sera: Cunteselo a las bac-terias que convierten los compuestos de nitrgeno en gas y que abundan en la tierra y el ocano. Ms an, una simbiosis con organismos capaces de descomponer el nitrgeno sera una solu-cin tan buena o mejor que tratar de metabolizar la urea noso-tros mismos.

    As que, como ve, la urea es un desecho para nosotros y ade-ms desperdicia energa y agua, pero si el ser humano y otros ani-males no orinramos el nitrgeno sino que lo eliminramos me-diante la respiracin, puede que hubiera menos plantas y que eso conllevara hambre. Cmo puede ser que nos volviramos tan altruistas y adquiriramos una visin tan lcida de lo que ms nos beneficiaba? Quiz haya ms sabidura de la creemos en la manera en que Gaia trabaja y en cmo interpreta el gen egosta.

    Cuando empec a investigar sobre Gaia hace cuarenta aos, la ciencia no era, como es hoy, una labor organizada y empresa-rial. Apenas exista planificacin o informes de los diferentes es-tadios de una investigacin, y casi nunca se celebraban reuniones para decidir cul deba ser el siguiente paso. No haba reglamen-tos relativos a la salud o a la seguridad. Se esperaba que, como cientficos cualificados, furamos responsables de nuestra propia seguridad y de la de nuestros colegas. Ms diferencial an era que entonces la ciencia se haca manualmente en el laboratorio, no simulada en la pantalla de un ordenador en una oficina o un cu-bculo. En ese idlico entorno, era posible realizar un experimen-to para confirmar o descartar una idea. A veces la respuesta era tan simple como que se haba acertado o fallado, pero en otras ocasiones resultaba ms equvoca. Fueron precisamente esas zo-nas de penumbra las que muchas veces llevaron, por puro azar, a una revelacin totalmente inesperada, a un autntico descubri-miento.

    Eso pas con !a dea de la secrecin de urea. Pensar en el ni-

  • I 4 4 LA VENGANZA DE LA TIERRA

    trgeno de esa manera me llev a reflexionar sobre el desconcer-tante problema del oxgeno en el perodo Carbonfero, hace unos trescientos millones de aos. Una prueba importante en fa-vor de Gaia procede de la abundancia de gases atmosfricos como el oxgeno o el dixido de carbono. La cantidad de estos gases siempre ha sido la adecuada para las formas de vida que ha-bitaban la Tierra en cada determinado momento. Existe una s-lida base de datos y un fundamentado marco terico que lleva a pensar que el actual porcentaje de oxgeno de la atmsfera es exactamente el adecuado para la vida. Ms de un 21 por ciento conlleva un alto riesgo de incendio; con un 25 por ciento, la pro-babilidad de que el gas se incendie por una chispa se multiplica por diez. Andrew Watson y Tim Lenton han creado un modelo del oxgeno en la atmsfera y han descubierto que el riesgo de in-cendio de la vegetacin seca juega un papel importante en el me-canismo de regulacin del oxgeno. Si el nivel desciende por de-bajo del 13 por ciento no se producen incendios y por encima del 25 son tan violentos que parece imposible que los bosques al-cancen la madurez. Imagine la sorpresa cuando el eminente geo-qumico Robert Berner afirm que durante el perodo Carbo-nfero, hace unos trescientos millones de aos, el oxgeno cons-titua el 35 por ciento de la atmsfera. Lleg a esta conclusin a partir de un modelo basado en un anlisis detallado de la com-posicin de las rocas en el Cretcico. Segn ese estudio, en aque-llos tiempos una gran cantidad de carbono estaba pasando a for-mar parte de suelo mucho del cual es el carbn que hoy extraemos y entonces, por fuerza, la proporcin de oxgeno en el aire tena que ser mayor para compensar ese carbono que iba enterrndose.

    Mi primera reaccin fue pensar que Berner tena que estar equivocado; gracias a los cuidadosos experimentos realizados por mi colega Andrew Watson en la dcada de 1970, saba que los incendios en un medio que contiene un 35 por ciento de oxge-no son casi tan violentos como los que se dan en oxgeno puro.

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    No me impresionaron los experimentos de laboratorio que pare-can demostrar que las ramitas de los rboles no se incendiaban con facilidad con un 35 por ciento de oxgeno. Hay una enorme diferencia entre una simulacin de laboratorio y un incendio fo-restal real, cuyas altas temperaturas secan la madera que est en el camino del fuego y en el que los vientos provocados por el propio incendio hacen llegar constantemente aire nuevo rico en oxgeno. Tampoco me hizo mella que fuera imposible que las grandes liblulas de la poca pudieran volar a menos que hubie-ra un 35 por ciento de oxgeno en el aire. El debate se prolong hasta que un amigo, Andrew Thomas, un cientfico acstico y tambin submarinista, sugiri que era posible que ambas partes tuviramos razn. Berner estaba en lo cierto al decir que haba mucho ms oxgeno en la atmsfera y yo tambin acertaba al de-cir que no poda haber mucho ms de un 25 por ciento. Lo ni-co que haca falta era que tambin hubiera ms nitrgeno en el aire. No es la cantidad de oxgeno la que determina su inflama-bilidad, sino su proporcin respecto al nitrgeno.

    Aproximadamente el 40 por ciento del nitrgeno de la Tierra est hoy enterrado en su corteza; quiz en el Cretcico ese nitr-geno estaba en el aire y mantena la proporcin de oxgeno a un nivel adecuado para los rboles. Tambin se puede especular con que la vida microbial del Precmbrico que precedi a la apari-cin de rboles y animales no Conservaba el nitrgeno, por lo que ste tena que estar presente como gas en el aire.

    Todas estas ideas sobre el nitrgeno son puras especulacio-nes, pero las incluyo para ilustrar cmo la teora de Gaiaf se ha desarrollado a partir de ideas que fueron al principio muy vagas, o a travs de productivos errores que plantaron semillas de las que surgieron ideas mucho mejores.

    As que vayamos ahora a un nivel ms profundo y tratemos de percibir a Gaia mirando la Tierra desde el exterior, contem-plando el planeta entero. Imagine una nave espacial tripulada por aliengenas inteligentes que mirasen el sistema solar desde el

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    espacio. A bordo de su nave tienen instrumentos lo bastante po-tentes como para analizar la composicin qumica de las atms-feras de cada uno de los planetas. A partir de este anlisis, sus ins-trumentos automticos les indicaran que el nico planeta con abundante vida era la Tierra; ms todava, los instrumentos in-dicaran que la vida en la Tierra se basaba en el carbono y que es-taba lo suficientemente avanzada como para haber desarrolla-do una civilizacin industrial. El instrumento que utilizaran los aliengenas para realizar tales mediciones no tiene nada de fantstico: un pequeo telescopio con un espectrmetro de in-frarrojos y un ordenador que lo controlase y analizase sus datos bastaran. stos mostraran que en las capas superiores de la at-msfera coexistan el metano y el oxgeno, y el cientfico de la nave sabra que esos gases reaccionan a la luz del sol y que, por tanto, algo en la superficie tena que estar produciendo grandes cantidades de ambos. Las probabilidades de que eso suceda por causalidad como consecuencia de un proceso de qumica inorg-nica son prcticamente infinitas. Los aliengenas concluiran que nuestro planeta era un habitat adecuado para la vida, y la pre-sencia de CFC delatara la presencia en l de una civilizacin tan imprudente como para haber liberado este gas en la atmsfera.

    En la dcada de 1960 yo trabajaba diseando instrumentos para el equipo de exploracin planetaria de la NASA, y reflexio-nes como la descrita me llevaron a proponer el anlisis de la at-msfera de Marte como medio para detectar si haba vida en ese planeta. Afirm que, si la haba, sta tendra que usar la atmsfe-ra como fuente de materias primas y depositar en ella sus resi-duos. Ese proceso alterara la composicin atmosfrica y la dis-tinguira de la de un planeta muerto. Propuse que la Tierra, rica en vida, fuera el modelo de contraste y utilic el excelente traba-jo de biogeoqumica del eminente cientfico G. E. Hutchinson como base de informacin respecto a las fuentes y sumideros de los gases del aire. Sus conclusiones defienden que el metano y el xido nitroso se producen biolgicamente y que la presencia de

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    organismos vivos cambia radicalmente la cantidad de nitrgeno, oxgeno y dixido de carbono en la atmsfera. En aquellos tiem-pos, nadie saba mucho sobre la composicin de la atmsfera de Marte, pero en 1965 una medicin astronmica realizada a tra-vs de infrarrojos desde la Tierra revel que la atmsfera de Mar-te estaba compuesta casi por entero de dixido de carbono y cer-cana al punto de equilibrio qumico. Segn mi teora, pues, lo ms probable era que no hubiera vida en el planeta, lo que no re-sultaba una respuesta particularmente popular que dar a mis pa-trocinadores. Dejando a un lado la deteccin de vida, me pre-gunt qu era lo que mantena nuestra qumicamente inestable atmsfera en un estado de equilibrio dinmico o, lo que era lo mismo, qu era lo que mantena a la Tierra siempre habitable. Ms an, la continuidad de la vida requiere un clima tolerable a pesar de que la cantidad de luz que nos llega del sol ha aumenta-do un 30 por ciento desde la formacin de la Tierra. Fue esta l-nea de investigacin la que me llev a la hiptesis de que los or-ganismos vivos regulan el clima y la qumica de la atmsfera segn sus propios intereses. En 1969, el novelista William Gol-ding bautiz esta hiptesis como Gaia. Pocos aos despus, em-pec a colaborar con la eminente biloga norteamericana Lynn Margulis. En nuestro primer trabajo conjunto expusimos que la hiptesis Gaia afirma que la biosfera es un sistema de control ac-tivo y adaptable, capaz de mantener la Tierra en homeostasis.

    Desde sus inicios en la dcada de 1960, la idea de la autorre-gulacin global del clima y la qumica de la atmsfera fue impo-pular entre los cientficos dedicados a estudiar tanto la Tierra como la vida. En el mejor de los casos la consideraban una ex-plicacin innecesaria del funcionamiento de la vida en la Tierra; en el peor, la condenaban con mordacidad y sarcasmos. Los ni-cos cientficos que acogieron la propuesta con entusiasmo fue-ron unos pocos meteorlogos y climatlogos. Algunos bilogos pronto cuestionaron la hiptesis, afirmando que una biosfera que se autorreguiara nunca podra haber evolucionado, pues la

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    unidad sobre la que se aplicaba la seleccin era el organismo, no la biosfera como un todo. Tuve la fortuna de tener frente a m, como principal abogado de la oposicin darwinista a Gaia, a ese excelente autor que es Richard Dawkins; fue un debate difcil, pero con el tiempo acab estando de acuerdo con l en que la evolucin darwinista, tal como se entenda entonces, era incom-patible con la hiptesis de Gaia.f Yo no cuestionaba a Darwin, as que qu era lo que fallaba en la hiptesis de Gaia? Saba que el hecho de que el clima y la composicin qumica del aire fueran constantes era una buena prueba de que el planeta se autorregu-laba. Por otra parte, la estimulante idea de Gaia me llev a des-cubrir los portadores moleculares naturales del azufre y el yodo: sulfuro de dimetilo (DMS) y yodometano. Aos despus, en 1986, mientras colaboraba con mis colegas en Seattle, realiza-mos el asombroso descubrimiento de que el DMS de las algas del ocanof estaba relacionado con la formacin de las nubes y con el clima. Nos conmovi observar un pequeo fragmento de los mecanismos de regulacin climtica de Gaia y quedamos en deuda con la comunidad cientfica dedicada al estudio del clima, que nos tom lo bastante en serio como para otorgarnos a los cuatro, Robert Charlson, M. O. Andreae, Steven Warren y a m, su premio Norbert Gerbier en 1988.

    Volviendo al debate con los darwinistas, en 1981 se me ocu-rri que Gaia era la totalidad del sistema organismos y medio ambiente juntos y que era este gran sistema planetario el que haba evolucionado hasta autorregularse, no slo la biosfera. Para poner a prueba esta idea cre un modelo computerizado que mostraba plantas de color claro y otras de color oscuro com-pitiendo por el crecimiento en un planeta en el que cada vez ha-ba ms luz solar. Slo se trataba de una simulacin, pero el pro-grama me mostr cmo ese mundo imaginario regulaba su temperatura hasta llegar a un punto muy prximo al ptimo para el crecimiento de las margaritas a partir de una mayor emi-sin de calor de su estrella. Ese modelo, al que llam El mundo

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    de las margaritas, era inusitado como modelo evolucionarlo, y estaba compuesto por una serie de ecuaciones diferenciales; era estable, indiferente a las condiciones iniciales y resistente a las perturbaciones.

    El mundo de las margaritas simula un planeta como la Tierra que rbita alrededor de una estrella como nuestro sol. En ese mundo slo hay dos especies de plantas, y ambas compiten por el espacio vital, como hara cualquier planta. Cuando el sol es ms joven y fro, tambin lo es el modelo de planeta, y en esa poca prosperan las margaritas oscuras. Slo en los puntos ms clidos, cerca del ecuador, se encuentran margaritas de color cla-ro. Sucede as porque las margaritas oscuras absorben luz del sol para mantenerse a s mismas, la regin que ocupan y el conjun-to del planeta, en un estado templado. Conforme la estrella se calienta, las margaritas oscuras que viven en los trpicos son des-plazadas por las margaritas claras, porque stas reflejan la luz del sol y, por lo tanto, se mantienen ms fras; tambin enfran as su regin y el planeta entero. Al irse calentando cada vez ms la es-trella, las margaritas claras van predominando sobre las oscuras y, a travs de la competencia por el espacio entablada entre am-bas especies, el planeta siempre se mantiene cerca de la tempera-tura ideal para la vida. Al final, la estrella se vuelve tan caliente que ni siquiera las margaritas claras pueden sobrevivir, y el pla-neta se convierte en un pedazo de roca esfrica muerta.

    El modelo no es ms que una caricatura, pero piense en l como si fuera el plano del metro de Londres: no vale como ca-llejero de Londres, pero es ideal para orientarse en la red de me-tro de esta bulliciosa ciudad. El mundo de las margaritas se con-cibi para mostrar que la teora de Darwin de la seleccin natural no slo no contradice la teora de Gaia, sino que, de he-cho, forma parte de ella.

    La reaccin de la mayora de bilogos y gelogos al mundo de las margaritas fue, como buenos cientficos, la de tratar de de-mostrar que el modelo no funcionaba. Lo intentaron repetida-

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    mente, cada vez con ms ahnco, pero no tuvieron xito. Para responder a algunos de esos crticos, cre modelos mucho ms ri-cos en especies que el mundo de las margaritas. Incluan diversos tipos de plantas, conejos que se las coman y zorros que cazaban a los conejos. Pero todos los mundos resultaron tan estables y ca-paces de autorregularse como el mundo de las margaritas. Mi amigo Stephan Harding ha realizado modelos de ecosistemas en-teros con cadenas y redes alimenticias completas y los ha utiliza-do para mejorar nuestro conocimiento de la biodiversidad.

    La persistencia de las crticas me llev a comprender que Gaia no sera considerada como ciencia seria hasta que fuera aprobada pblicamente por cientficos serios. En 1995 empec a debatir con John Maynard Smith y William Hamilton, ambos dispuestos a hablar sobre Gaia como tema cientfico pero am-bos tambin opuestos a la idea de que la autorregulacin plane-taria pudiera evolucionar a partir de la seleccin natural. Aun as, Maynard Smith apoy sin ambages a mi amigo y colega Tim Lenton cuando ste escribi un artculo fundamental en Nature titulado Gaia y la seleccin natural. En l describa los diver-sos mecanismos que la Tierra utiliza para conseguir su objetivo de mantener la habitabilidad para cualquier forma de vida que albergue en cada momento. Hamilton, en un artculo escrito conjuntamente con Lenton bajo el provocativo ttulo de Espo-ra y Gaia, se pregunt si la necesidad de dispersarse que tienen los organismos era el eslabn que vinculaba las algas del ocano con el clima. En 1999, Hamilton dijo en un programa de tele-visin que igual que hizo falta un Newton para explicar las ob-servaciones de Coprnico, necesitbamos otro Newton para ex-plicar cmo la evolucin darwinista conduce a un planeta habitable.

    Entonces, al menos en Europa, se empez a romper el hielo y, en una conferencia en Amsterdam en 2001 en la que esta-ban representadas las cuatro grandes organizaciones que se ocu-pan del cambio climtico global, ms de mil delegados firma-

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    ron una declaracin que tena como primera afirmacin impor-tante la siguiente: La Tierra se comporta como un sistema ni-co y autorregulado, formado por componentes fsicos, qumicos, biolgicos y humanos.

    Estas palabras supusieron una abrupta ruptura con la slida ciencia convencional previa, cuyos bilogos sostenan que los organismos se adaptan a su entorno, pero no lo cambian, y cu-yos cientficos dedicados a la Tierra crean que las fuerzas geol-gicas bastaban para explicar la evolucin de la atmsfera, la cor-teza terrestre y los ocanos. Aqu cabe recordar los esfuerzos del eminente bilogo Eugene Odum, que ya en la dcada de 1960 vea un ecosistema de entidad parecida a Gaia. Hasta donde yo s, ninguno de los bilogos que tan contundentemente rechaza-ron la idea de Odum ha admitido hasta ahora su error.

    La Declaracin de Amsterdam supuso un paso decisivo hacia la adopcin de la teora de Gaia como modelo de trabajo para la Tierra; sin embargo, las divisiones territoriales y algunas dudas que se resistan a disiparse hicieron que los cientficos no se atre-vieran, como afirma mi teora, a declarar que el objetivo de esa Tierra que se autorregula es mantener la habitabilidad. Esta omi-sin permite a los cientficos ser partidarios de boquilla de la Ciencia del Sistema de la Tierra (ESS),* o Gaia, pero al mismo tiempo continuar llevando a cabo de forma atomizada sus mo-delos e investigaciones. Esta tendencia tan natural y humana de los cientficos a resistirse a los cambios, en condiciones normales no hubiera importado mucho, finalmente hubieran abandonado los viejos hbitos y los geoqumicos hubieran empezado a consi-derar la biota como una parte de la Tierra que evoluciona y res-ponde a los cambios y no como si la vida fuera simplemente una reserva pasiva, como los sedimentos o los ocanos. Al final, in-cluso los bilogos hubieran acabado por considerar el medio como algo sobre lo que los organismos inciden activamente y no como algo inmutable a lo que adaptarse. Pero, por desgracia, los cientficos cambian de opinin muy despacio, mientras que

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    la industria transforma la faz de la Tierra y la composicin de la atmsfera muy de prisa. Ahora, la humanidad y la Tierra se en-frentan a un peligro mortal con poco tiempo para reaccionar. Si los mandos medios de la ciencia hubieran sido un poco menos reacios a aceptar la idea de Gaia, puede que hubiramos contado con veinte aos ms para tomar trascendentales decisiones hu-manas y polticas respecto a nuestro futuro.

    Cmo funciona Gaia?

    La clave para comprender Gaia es recordar que opera dentro de una serie de lmites o restricciones. Todo tipo de vida es impul-sado por sus genes egostas para reproducirse y si los nicos l-mites son la competencia y los depredadores, el resultado es la fluctuacin catica de las poblaciones. Los intentos de crear mo-delos de ecosistemas naturales que no incluyan limitaciones me-dioambientales desde el clebre modelo de conejos y zorros del biofsico Alfred Lotka y su colega Vito Vblterra a los ltimos intentos, que se sirven de la teora de la complejidad no logran reproducir la slida estabilidad de un ecosistema natural. Lotka avis, ya en 1925, de que las ecuaciones de esos modelos dema-siado simples carecan de un medio fsico que las limitase y, por tanto, seran difciles de resolver.

    A pesar de esta advertencia, las matemticas abstractas de la biologa de poblaciones ha fascinando a los bilogos acadmicos durante setenta aos, por ms que no representen el mundo real ni satisfagan a sus colegas ms prcticos, los ecologistas que se ensucian las botas sobre el terreno. Analice cualquier ecosistema antiguo que sobreviva en alguno de los pocos lugares de la Tierra todava intactos y ver que es dinmicamente estable, igual que el cuerpo humano.

    Muchos bilogos del siglo xx se han acercado a su ciencia con fe en la infalibilidad de una descripcin gentica de la vida.

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    Su fe era tan fuerte que no podan concebir que un ecosistema evolucionara de forma independiente de los genes de las especies que lo constituan. De hecho, la evolucin epigentica de ecosis-temas y Gaia puede darse simplemente mediante la seleccin de las especies existentes. Cuando un ecosistema experimenta con-tinuas perturbaciones, tales como el calor o las sequas excesivas, las especies que las toleran se imponen dentro del conjunto de genotipos existentes y puede que prosperen hasta convertirse en dominantes. Luego, la evolucin gentica afina el proceso de adaptacin. La evolucin de los ecosistemas y de Gaia necesita mucho ms que el mero gen egosta.

    Las inestables matemticas de la competicin y depredacin desbocadas entre organismos vivos no son distintas de las masas indisciplinadas y a menudo ebrias que se renen en los centros de las ciudades por la noche. La restriccin que supona una co-munidad fuerte y segura de su poder, apoyada por una eficaz fuerza policial, logr en otros tiempos que reinara la tranquili-dad y la estabilidad, pero ahora ha desaparecido, y a menudo im-pera el caos. La propia Gaia est seriamente limitada por las reac-ciones del medio inerte. Los darwinistas tienen razn cuando afirman que la seleccin natural favorece a la especie que da a luz a la progenie ms numerosas, pero ese crecimiento vigoroso tie-ne lugar dentro de un espacio delimitado, en el que la reaccin del medio propicia una autorregulacin natural.

    Las consecuencias de un crecimiento exponencial sin lmites se han puesto muchas veces como ejemplo de la fuerza de la vida. Si una simple bacteria se dividiera y repitiera esa divisin cada veinte minutos, suponiendo que no tuviera limitaciones al creci-miento y sus fuentes de alimento fueran infinitas, en apenas dos das el total de sus descendientes pesara tanto como la propia Tierra. La depredacin y una disponibilidad de nutrientes limi-tada son restricciones locales y, antes de Gaia, eran las nicas que los bilogos tenan en cuenta. Ahora sabemos que propiedades globales tales como la composicin de la atmsfera y los ocanos,

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    y el clima imponen restricciones que garantizan la estabilidad del sistema.

    Pero cmo actan esas limitaciones medioambientales? De-penden de la tolerancia de los propios organismos. Todas las for-mas de vida tienen unas temperaturas mxima, mnima y ptima para su crecimiento. Lo mismo sucede con la acidez, salinidad y la abundancia de oxgeno en el aire y en el agua. En consecuen-cia, los organismos deben vivir dentro de los lmites de estas pro-piedades de su medio ambiente.

    Aparte de unos pocos organismos especializados, los extre-mfilos, que viven en manantiales termales cuyas aguas se acer-can al punto de ebullicin o en lagos saturados de sal o incluso en los potentes cidos de nuestro estmago, casi todas las formas de vida son bastante quisquillosas en cuanto sus condiciones de vida. Las clulas individuales que constituyen la vida necesitan una combinacin exacta de sales y nutrientes en su medio inter-no y slo toleran pequeos cambios en la composicin del medio que las rodea. Cuando esas clulas se renen a millones para for-mar grandes animales y plantas pueden regular su medio interno independientemente de los cambios externos. Por eso no nos perjudica nadar en agua salada o tomar una sauna. Pero las bac-terias, algas y otros organismos unicelulares no tienen ms op-cin que vivir a la temperatura y en las condiciones con las que se encuentren y, en consecuencia, se han adaptado a un amplio abanico de temperaturas, salinidad y acidez. Pero incluso para ellos el espectro de temperaturas tolerables est entre 1,6 C, punto en que se congela el agua del mar, y los 50 C. Los huma-nos y la mayora de mamferos y aves tenemos una temperatura corporal de alrededor de 37 C, y somos denominados homeo-termales o de sangre caliente. Los reptiles e invertebrados, mu-cho menos remilgados, reciben el curioso nombre de poikilo-termales o de sangre fra. Nuestros cuerpos pueden resistir una temperatura interna de entre 34 C y 41 C durante perodos cortos de tiempo, pero nos sentimos francamente mal en cuanto

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    descendemos de 36 C o superamos los 39 C. Tanto si vivimos como inuits en el rtico o como bosquimanos en lo ms trrido del desierto de Kalahari, sos son nuestros lmites internos.

    La mayor parte de la vida prospera entre 25 y 35 C. Sin em-bargo, ese intervalo afecta slo a la parte fisiolgica de la regu-lacin. Las propiedades fsicas de la parte material de la Tierra tambin influyen en la vida. Por encima de 4 C el agua se ex-pande al calentarse, y si la superficie del mar es calentada desde arriba por la luz solar, la capa superior absorbe la mayor parte del calor, con lo que se expande, hacindose ms ligera que las aguas ms fras que quedan por debajo. Esa capa superior ms templa-da tiene un grosor de entre treinta y cien metros. Se forma cuan-do la luz del sol es lo bastante potente como para subir la tem-peratura de la superficie ms o menos por encima de los 10 C.

    La capa templada de la superficie es estable y, excepto duran-te grandes tormentas, como los huracanes, las aguas ms fras del fondo no se mezclan con ella. La formacin de esta capa superior templada es una potente restriccin a la vida ocenica. Los pro-ductores primarios que habitan la recin formada capa templada a principios de la primavera, pronto acaban con casi todos los nutrientes y mueren. Los cadveres de esta vida primaveral se hunden en el fondo del ocano y pronto la superficie queda va-ca de toda vida, exceptuando una limitada y hambrienta pobla-cin de algas. Por eso las aguas tropicales son tan claras y azules: son los desiertos del ocano y actualmente ocupan el ochenta por ciento de la superficie acutica. En el rtico y el Antartico la temperatura de la superficie se mantiene por debajo de 10 C, de modo que en ellas se da una mezcla constante de aguas inferio-res y superiores, lo que hace que haya nutrientes disponibles por todas partes.

    A principios del siglo xx, los viajes entre continentes se reali-zaban por mar. Los que llegaban en barco a Europa desde Nue-va York primero vean las aguas claras y azules de la corriente del Golfo y luego, de repente, navegando hacia el noreste dejando

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    atrs Cape Cod y entrando en la corriente fra de Labrador, las aguas se volvan oscuras y densas. Puede que a la vida ocenica le agraden las temperaturas suaves, pero las propiedades del agua impiden que disfruten de mucho ms que 10 C, a menos que se trate de un nmero extremadamente pequeo de individuos dispuestos adems a vivir en condiciones cercanas a la inanicin. Esta es una limitacin global importante al crecimiento y uno de los motivos por los que a Gaia le conviene mantenerse fra.

    En los grandes desiertos de los actuales ocanos tambin hay oasis. Se encuentran cerca de los continentes, donde el agua fra y rica en nutrientes asciende desde las profundidades. En las zo-nas martimas que quedan frente a los estuarios de grandes ros como el Mississippi, el Rin, el Indo y el Yangtz se forman oasis artificiales, ricos en nutrientes debido a los desechos que en tie-rra generan los cultivos intensivos. Pero estos oasis, tanto los na-turales como los artificiales, no son relevantes.

    Otra limitacin similar e igualmente importante se da en la superficie de la Tierra. Los organismos vivos prosperan cuando la temperatura ronda los 40 C. Pero en el mundo natural, el agua que necesitan para vivir es difcil de encontrar cuando la temperatura asciende por encima de los 20 C. En invierno, cuando llueve y las temperaturas se mantienen por debajo de los 10 C, el agua permanece en el suelo ms tiempo, mantenin-dolo hmedo y productivo. En verano, con temperaturas medias cercanas a los 20 C, la lluvia se evapora pronto y la superficie se seca; a menos que llueva constantemente, el suelo pierde hume-dad. En algn punto por encima de los 25 C, la evaporacin es tan rpida que si no llueve continuamente la tierra se convierte en un desierto. Igual que sucede en la capa superior del ocano, a los organismos les favorece el calor, pero las propiedades fsicas de sus respectivos medios frenan su crecimiento.

    Richard Betts, del Hadley Centre, ha demostrado cmo las grandes selvas tropicales han superado esta limitacin adaptndose a su entorno clido mediante la capacidad de reciclar el agua. El

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    ecosistema lo logra manteniendo las nubes y la lluvia encima de la selva, pero esta propiedad tambin tiene sus lmites. El y Peter Cox sostienen que un incremento de slo 4 C en la temperatu-ra sera suficiente para acabar con la selva amaznica y conver-tirla en un pramo o desierto. Esta destruccin sera consecuen-cia tanto de la evaporacin ms rpida de la lluvia, al haber mayor temperatura, como de los cambios globales en el sistema de vientos que se produciran en un mundo 4 C ms clido.

    El agua pura se congela a los 0 C, mientras que en los oca-nos la sal reduce la temperatura de congelacin hasta1,6 C. La vida puede adaptarse a temperaturas bajo cero los peces nadan en aguas bajo cero no congeladas, pero en estado de congela-cin, la vida activa es imposible. Cuando Sandy y yo visitamos los laboratorios del British Antarctic Survey en Cambridge nos quedamos embelesados mirando un pez que, en un tanque con agua a una temperatura de -1 ,6 C, nadaba vivaz y rpidamente hacia nuestro anfitrin anticipando la comida que ste iba a dar-le. Era obvio que, para el pez, aqulla era una temperatura tole-rable. Cuando el agua de un organismo se congela o se convier-te en vapor, las sales disueltas en ese organismo se concentran. Si la concentracin de sal sobrepasa el nivel crtico del 8 por cien-to, el organismo muere inmediatamente. Los organismos se han adaptado a este problema hasta cierto punto. El agua d e mar, por ejemplo, tiene un 6 por ciento de sal y est cercana por tanto al lmite letal, pero la selec