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Por Luciano AlonsoColaboraciones de José Larker y Luisina Agostini
OTTO SCHNEIDERTRADICIÓN ALEMANA EN SANTA FE
CUNA DE LA CULTURA CERVECERA ARGENTINA
4
Alonso, LucianoOtto Schneider. Tradición alemana en Santa Fe, cuna de la cultura cervecera argentina/ Luciano Alonso; con colaboración de José Miguel Larker y Luisina Agostini - 1ra. ed. – Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2010.156 p. : il. ; 21,5x25 cm.
ISBN 978-987-657-310-8
1. Historiografía. I. Larker, José Miguel, colab. II. Título. CDD 907.2
ISBN 978-987-657-310-8
Diseño: Doha - www.dohastudio.com
© Luciano Alonso,
con la colaboración de José Larker y Luisina Agostini
Cátedra de Historia Social - Departamento de Historia
Universidad Nacional del Litoral
©
Secretaría de Extensión,
Universidad Nacional del Litoral,
Santa Fe, Argentina, 2010.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
Reservados todos los derechos.
9 de julio 3563 - (3000)
Santa Fe, Argentina.
telefax: (0342) 4571194
www.unl.edu.ar/editorial
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INTRO Otto Schneider. Tradición alemana en Santa Fe,
cuna de la cultura cervecera argentina.
CAP I La tradición cervecera alemana y la migración a Argentina.
CAP II El desarrollo de la industria cervecera santafesina.
CAP III La creación de la Cervecería Schneider.
CAP IV La ciudad de la cerveza.
CAP V La reina de las cervezas.
CAP VI Epílogo: el personaje, la marca, la sociedad.
INFOGRAFÍA Cronología Otto Schneider
CAP VII Fotogalería, la familia de Otto.
CAP VIII Fotogalería, las cervecerías de Otto.
CAP IX Fotogalería, El Recreo Schneider - El patio cervecero de Otto
Índice
7
L as tradiciones orales, de vez en cuando
reflejadas en artículos periodísticos o en
otras intervenciones en medios de comu-
nicación, asocian el desarrollo de la cervecería en la
ciudad de Santa Fe y su zona de influencia a la inmi-
gración alemana. Si bien muchos otros grupos étni-
cos y nacionales trajeron hábitos de consumo y pro-
ducción de cerveza, la biografía de Otto Schneider
nos permite afirmar algunos aspectos de esas me-
morias colectivas. El nacimiento y desarrollo de la
industria cervecera santafesina aparece íntimamen-
te entrelazado con la trayectoria de personas como
Schneider y al mismo tiempo nos deja asomarnos
a formas de sociabilidad específicas, es decir, a un
mundo de relaciones y modos de trato social teji-
dos en torno a un producto de consumo masivo. Él
fue sin dudas un exponente muy importante de un
conglomerado de “empresarios emprendedores” ra-
dicados en la zona central de la provincia, de ori-
gen alemán pero también holandés, italiano, suizo
y francés o incluso portadores de apellidos de fa-
milias tradicionales que asociarían sus negocios a
un nuevo complejo agroindustrial. Era ejemplo de
las “nuevas clases medias” europeas de fines del si-
glo XIX e inicios del XX, basadas en las cualifica-
ciones profesionales y que tuvieron en América la
posibilidad del acceso a la propiedad capitalista.
Y su persona fue también pieza fundamental en la
interacción a nivel local con un nuevo proletariado
industrial, de origen no sólo criollo sino también de
las nacionalidades citadas o inmigrado de las regio-
nes polacas, checas y eslovacas.
En el presente texto intentamos ir más allá de la bio-
grafía de Schneider para tratar de enlazar su historia
personal con una suerte de “historia social de la cer-
veza”, o sea con una identificación de los actores so-
ciales y de las formas de sociabilidad alrededor de la
producción y consumo de la bebida. Probablemente
esa exploración nos ayude a apreciar el proceso en el
Tradición alemana en Santa Fe, cuna de la cultura cervecera argentina
INTRODUCCIÓN
8
cual Santa Fe se transformó en un polo de producción
de cerveza, los “lisos” se desarrollaron como modo
más extendido de beberla, la ciudad se convirtió en la
mayor consumidora per cápita del país y una de sus
marcas se constituyó en sinónimo de calidad. Con se-
guridad que nos encontramos aún con grandes lagu-
nas de información y que muchos de los recuerdos
recogidos en anteriores escritos o en entrevistas se
diferencian –cuando lisa y llanamente no se oponen–
a la información que brindan periódicos, expedien-
tes oficiales o documentos particulares. Se producen
entonces frecuentes desencajes entre las explicacio-
nes narrativas que podemos construir desde la histo-
riografía, con la pretensión de una referencialidad a
discursos y prácticas pasados, con respecto a los rela-
tos circulantes en distintos espacios sociales santafe-
sinos. A veces, para decidir la inclusión de una frase
hemos tenido que someter su contenido a múltiples
entrecruzamientos de fuentes. Otras, sólo pudimos
establecer especulaciones tentativas.
Hemos privilegiado una escritura destinada a un pú-
blico amplio, por lo que no incluimos citas a pie de
página ni análisis particularizados de documentos.
Tanto las fuentes escritas y orales como otros trabajos
que sirven de referencia aparecen detallados al final
del texto. Estamos en deuda con un importante nú-
mero de personas que colaboraron de una u otra ma-
nera en esta investigación. Solicitando por anticipado
disculpas por las omisiones en las que seguramente
incurrimos, no podemos dejar de agradecer expresa-
mente a Alicia Talsky por compartir con nosotros los
materiales de investigaciones anteriores; al Museo de
la Ciudad de Santa Fe y a su directora Teresita Catau-
della por su amplio auxilio; al personal del Archivo
General de la Provincia de Santa Fe por su ayuda en
la búsqueda de documentos; a Juan Pablo Barrale y
a Marcelo Arias por el establecimiento de contactos
y el acceso al archivo de la Cervecería Santa Fe; a los
ingenieros Germán Beltzer y María Jimena Alonso
por su asistencia en la traducción de textos alemanes
y su asesoramiento técnico en materia de análisis de
aguas, respectivamente; y muy especialmente a Celia
Perino de Schneider, Eduardo Revuelta, Mietek Snia-
dowski y Máximo Achleitner, que compartieron con
nosotros sus recuerdos.
12
CAP I La tradición cervecera alemana y la migración a Argentina.
Otto Eduard Moritz Schneider nació el 6 de abril de 1872 en la localidad de Osterode, en la Prusia Orien-tal. Era un maestro cervecero y provenía de una fami-lia con una larga tradición en la materia.
13
O tto Eduard Moritz Schneider nació el 6
de abril de 1872 en la localidad de Ostero-
de, en la Prusia Oriental. La región había
sido zona de colonización alemana desde al menos
el siglo XIV, pero en ella se entremezclaban pueblos
polacos, lituanos y rusos, cuyos hábitos de consumo
y en especial su recurso a la cerveza no eran muy di-
ferentes de las tradiciones germano-orientales. La
cerveza constituía desde muchísimo tiempo atrás
un componente esencial en la alimentación de las
culturas campesinas europeas. Densas, pesadas y
con texturas, colores y sabores muy variados, apor-
taban un porcentaje importante de calorías a las
dietas de las clases populares, que no accedían a los
vinos meridionales que podían consumir las clases
dominantes. Para el período de la Baja Edad Media
(siglos XIII-XV), los contratos de arrendamiento de
tierras y las obligaciones de atención alimentaria de
los ancianos incluían habitualmente cantidades in-
gentes de cerveza, calculada en toneles o en pintas
( jarras de capacidad variable). Fueran producidas
por los propios campesinos o por maestros de los
gremios urbanos, las cervezas previas a la revolu-
ción industrial de los siglos XVIII y XIX se hacían
con métodos artesanales y tenían grandes diferen-
cias entre ellas.
Los principios o pasos básicos para la producción de
cerveza en diversas regiones europeas ya eran los que
se consideran tradicionales para esa bebida. Prime-
ro la producción de glucosa a partir de las grandes
proporciones de almidón que poseen los granos de
cereal, la que se genera por germinación y que culmi-
na en la elaboración de una malta o grano desecado
y pulverizado. Luego la maceración con alguna sus-
tancia que le proporcione aromas y sabores amargos.
Tras ello la fermentación alcohólica de los mostos o
líquidos que contienen la glucosa, con el auxilio de
condiciones de temperatura, aire y un fermento o le-
vadura, y por fin la maduración del producto para su
clarificación y conservación, nunca por mucho tiem-
po. Cada uno de esos grandes pasos a su vez supone
una compleja serie de actividades y principalmente
controles constantes.
El desarrollo de un mercado capitalista a nivel mun-
dial puso inicialmente en peligro la producción y
consumo de cerveza. La destilación de granos en es-
cala ampliada posibilitó la fabricación industrial de
bebidas blancas a bajo precio, que desplazaron en las
ciudades a las bebidas tradicionales. Por otro lado, el
hecho de que la mejor cerveza sea la que se consume
con mayor inmediatez respecto de su producción y
que por el contrario con un almacenaje mayor pier-
da calidad por nuevas fermentaciones que generan
más alcohol y ácido carbónico, conspiraba contra las
posibilidades de transporte mientras que los licores
de destilación podían ser trasladados a largas distan-
cias. Ya a mediados del siglo XVIII el fuerte incre-
mento del consumo de gin en algunos ámbitos muy
integrados al mercado mundial, como el de las clases
populares inglesas, produjo drásticas modificaciones
en los hábitos alimenticios y, si hemos de atender a
los moralistas de la época, profundas fracturas en las
formas de relación social y en las costumbres. El fa-
moso artista William Hogarth pudo mostrar en dos
grabados La Calle de la Cerveza y La Calle de la Gi-
nebra, representando la decadencia moral que para
él significaba el paso de una comunidad integrada
y reunida en el consumo de un producto altamente
alimenticio a una sociedad fragmentada en la que el
alcoholismo hacía sus estragos. Los cuerpos saluda-
bles, la buena relación entre vecinos, la ruina de los
usureros y hasta el lugar de las artes en Beer Street
El desarrollo de un mer-
cado capitalista a nivel
mundial puso inicialmen-
te en peligro la produc-
ción y consumo
de cerveza.
14
tenían su correlato negativo en la miseria material,
física y moral de Gin Lane, dominada por las peleas y
el endeudamiento.
Pero la visión pesimista de Hogarth podría rever-
tirse a lo largo del siglo XIX. Con la constitución
de mercados nacionales integrados y la incorpora-
ción de los ámbitos rurales a la comercialización
de productos de consumo masivo, se intensifica-
ron las posibilidades de inversión de capital en la
producción de cerveza. Mejoraron constantemente
las condiciones de transporte, lo que permitió una
distribución más rápida, en tanto que se acrecentó
la circulación comercial de materias primas como
los tipos de cebada de grano duro, harinoso y blan-
co –preferibles a otros cereales por la cantidad de
glucosa que producen– o las flores de lúpulo –apli-
cadas como aromatizantes y saborizantes–. Las in-
novaciones tecnológicas facilitaron la aplicación
de máquinas de vapor en las estufas para el tostado
de la malta y en los molinos para su trituración, de
agitadores mecánicos y controles términos, o de re-
frigerantes para el enfriamiento del mosto. Se fue
abandonando así el modelo de producción artesa-
nal, desarrollándose desde mediados del siglo XIX
grandes empresas cerveceras.
El paso al modelo industrial favoreció el nuevo
afianzamiento del producto en el consumo de las
clases populares, pero puso a los empresarios fren-
te al problema de asegurar una calidad determinada
de los productos. No sólo debían adecuarse los mé-
todos de fabricación a la concentración del capital
y conformarse redes de comercialización y publici-
dad, sino que sobre todo debía garantizarse que las
cervezas industriales fueran admitidas por un am-
La calle de la ginebra
y la calle de la cerveza.
William Hogarth - 1751.
15
plio espectro de consumidores que sabían distin-
guir muy bien sabores y texturas. En otras palabras,
había que lograr calidades artesanales con métodos
industriales. La solución la dieron los “maestros
cerveceros”, portadores de saberes tradicionales
que podían transferir los métodos artesanales a la
gran industria y facilitar su vinculación con los de-
sarrollos de la ciencia química. Al mismo tiempo,
las cervecerías comenzaron a buscar para su ins-
talación zonas que les aseguraran una muy buena
calidad de aguas, imprescindibles para el logro de
mejores productos.
La noción de “maestro” aplicada a la elaboración de
bienes nos remite a los orígenes medievales de la
producción manufacturera. En la escala de los gre-
mios de las sociedades feudales europeas –que eran
entidades corporativas relacionadas con un oficio
y controladas por los patronos artesanos–, esa gra-
duación correspondía a quien conocía las particu-
laridades y los secretos de una labor que no estaba
estandarizada, sino que por el contrario podía tener
amplias variaciones en función del sello personal o
del modo especial de desarrollar los procesos de tra-
bajo que tenía cada experto. Esa pericia no se alcan-
zaba por estudios regulares sino por la formación y
la práctica en el ámbito laboral, normalmente bajo la
conducción de otra persona idónea y con una fuerte
tendencia hereditaria. Ser “maestro” en el Antiguo
Régimen era ser patrono, pero con el desarrollo de la
propiedad concentrada capitalista se fue rompiendo
ese vínculo entre el saber experto y la propiedad del
taller. La supervivencia de la idea de maestría para
la producción cervecera nos habla de las necesidades
que tenían las nuevas empresas que asumían formas
industriales de recurrir a personal calificado a los fi-
nes de lograr bebidas de calidad.
Precisamente Otto Schneider era un maestro cer-
vecero y provenía de una familia con una larga
tradición en la materia. Sus padres, Julius Schnei-
der y Wilhelmine Meyke, eran propietarios de un
establecimiento productor de cerveza. De las dos
fábricas que aparecen registradas en Osterode
en 1865 una es la “Dampfbrauerei Julius Schnei-
der”, que de acuerdo con su denominación habría
aplicado máquinas de vapor. Eso constituiría una
innovación tecnológica importante para la época,
cuando la mayor parte de las cerveceras aún usa-
ban cocción a fuego.
Al momento del nacimiento de Otto, la región for-
maba parte del nuevo Imperio Alemán. Con el re-
acomodamiento de las fronteras alemanas y la inde-
pendencia polaca en 1919, luego de la Primera Guerra
Mundial, la Prusia Oriental siguió siendo parte de
Alemania, primero dentro de la República de Wei-
mar y más tarde en el Reich hitleriano. El fin de la
Segunda Guerra Mundial supuso el desplazamiento
definitivo de la población de origen alemán y la par-
tición de la zona prusiano-oriental entre Polonia y
la Unión Soviética (hoy Rusia). La localidad de Os-
terode, actualmente llamada Ostróda, está enclavada
en el extremo noreste del territorio polaco; es parte
de la región de Warmia-Masuria y tiene poco más de
33.000 habitantes.
Osterode u Ostróda fue originalmente un asenta-
miento isleño que, a pesar de su crecimiento e im-
portancia en la estructuración del territorio, nunca
dejó de ser un sitio urbano de mediana importancia
asociado al transporte fluvial. Está literalmente ro-
deada de aguas y su paisaje responde a las formas
típicas de la zona norte de Europa central-oriental:
tierras llanas, pesadas y húmedas –muy aptas para la
Osterode está literalmente
rodeada de aguas y su pai-
saje responde a las formas
típicas de la zona norte de
Europa central-oriental,
con miles de lagos y ca-
nales naturales de aguas
de gran calidad, lo que la
hacía especialmente apta
para el desarrollo de la
producción de cerveza
a gran escala.
16
producción cerealera–, con miles de lagos y canales
naturales de aguas de gran calidad, lo que la hacía
especialmente apta para el desarrollo de la produc-
ción de cerveza a gran escala. La vegetación todavía
es frondosa y en el período en el cual Otto Schneider
vivió allí, eran mucho más grandes que hoy los bos-
ques de hayas, abetos y abedules.
La localidad tomó su nombre de otra ciudad de
igual denominación situada en territorios alemanes
occidentales, Osterode am Harz de la Baja Sajonia
–con la cual está actualmente hermanada–, identi-
ficándose por un nuevo apelativo que denotaba su
ubicación: Osterode in Ostpreussen. Pasó de mano
en mano entre señores feudales alemanes y polacos
en las sucesivas guerras de los siglos XIV y XV. Lue-
go de la gran rebelión campesina de 1525 quedó in-
corporada al Ducado de Prusia Oriental, en 1818 fue
incluida como Kreis (distrito o departamento) del
Reino de Prusia y luego del Imperio Alemán creado
en 1871. Entre las décadas de 1850 y 1870 se constru-
yó en la zona un importante canal para comunicar la
ciudad de Osterode con el puerto báltico de Elblag –
hoy llamado Canal Elblaski–, que con 62 kilómetros
de plataformas y esclusas permite zanjar los más
de cien metros de desnivel entre una y otra zona.
Diseñado por el arquitecto holandés A. Steenke en
el período del Reino de Prusia, es actualmente una
atracción turística.
Osterode era la cabeza de una de las 38 diócesis en las
cuales estaban organizadas las iglesias evangélicas de la
Prusia Oriental. Hacia 1914 la organización territorial
eclesiástica era parcialmente distinta de la estructura
de departamentos estatales, y naturalmente diferente
de la división obispal y parroquial católica que nuclea-
ba a población mayoritariamente polaca. La Diócesis de
Osterode reunía a su vez trece parroquias evangélicas,
de las cuáles la localidad que nos ocupa era la más im-
portante. Schneider había sido bautizado precisamente
en la fe evangélica el 5 de mayo de 1872, al mes de su
nacimiento. Pero la distinción entre las diversas iglesias
cristianas no necesariamente era irreductible. Si bien
Otto había sido incorporado por sus padres a la religión
protestante, a los 17 años recibió la confirmación en la
Iglesia Católica de Marienburg (hoy Malbork, Polonia)
lo que nos habla también de su movilidad al interior de
los territorios alemanes orientales.
La diferenciación entre alemanes y polacos era
uno de los componentes característicos de la po-
blación asentada en el este del Reich. Para 1875 el
Otto Schneider era un
maestro cervecero y pro-
venía de una familia con
una larga tradición en la
materia. Sus padres, Julius
Schneider y Wilhelmine
Meyke, eran propietarios
de un establecimiento pro-
ductor de cerveza.
Vistas del canal entre Ostróda y Elblag en la actualidad. Fotos de difusión turística.
17
La familia Schneider hacia fines de la década de 1870. En el centro, Otto entre sus hermanas. Archivo de Celia Perino de Schneider.
17
18
73.48% de la población total de la Prusia Oriental
era identificada como “alemana”, el 18.39% como
“polaca” y el 8.11% como “lituana”, en tanto que los
porcentajes de polacos eran mucho mayores en las
zonas aledañas. La ley alemana diferenciaba a los
habitantes que no tenían ascendencia germana de
los que sí, negándoles a los primeros la calidad de
ciudadanos aún cuando hubieran nacido en terri-
torio del Imperio. Esa diferencia entre quien vivía
en el territorio (Einwohner) y quien podía ser ciu-
dadano (Bürger) era fuente de tensiones sociales.
Además las transformaciones económicas del últi-
mo tercio del siglo XIX impactaron en la región,
que se tornaba periférica respecto de las zonas
alemanas occidentales en las cuales se desplegaba
una rápida industrialización.
Aunque la pérdida demográfica era muy pequeña,
se notaba hacia 1885-1890 una emigración desde la
Prusia Oriental, cuya población total tenía unos dos
millones de habitantes. Es en esos años cuando Otto
Schneider aparece en un documento conmemorati-
vo de su confirmación en Marienburg, situada en la
vecina región de Pomerania Oriental. La tendencia
a la emigración desde los territorios del este se pro-
fundizó con la crisis agrícola de la década del ’90
de ese siglo, cuando los precios de los productos
agropecuarios bajaron por la sobreproducción re-
lativa y por la inclusión de nuevos proveedores de
cereales y ganado en el mercado mundial, como la
propia Argentina. La composición de la población
oriental del Reich comenzó a cambiar acelerada-
mente con la emigración de alemanes y la inclusión
de trabajadores rurales polacos, que los terratenien-
tes preferían contratar ante la posibilidad de pagar-
les salarios más bajos. Hacia el 1900 la transforma-
ción demográfica en curso era tan profunda que un
43,9% de los pobladores de la pequeña diócesis de
Osterode –donde había nacido Schneider– habla-
ban dialectos polacos.
Ése es el contexto social en el cual Otto Schneider
decide migrar a la Argentina. Para ese momento ya
contaba con treinta y cuatro años y tenía experien-
cia en el ámbito de la industria cervecera alemana
oriental. Aunque tengamos la certidumbre de que
debió formarse como maestro cervecero junto a su
padre en la empresa familiar, no disponemos de ma-
yores datos sobre sus actividades. Entre los papeles
familiares atesoró tres fotos de una fábrica alemana
de cerveza hacia inicios del siglo XX, la “Victoria
Brauerei GmbH”. La denominación era muy común
Tarjetas postales: Osterode hacia 1915. Fuente: http://www.ak-ansichtskarten.de
Hacia el 1900 la transfor-
mación demográfica en
curso era tan profunda que
un 43,9% de los pobladores
de la pequeña diócesis de
Osterode –donde había na-
cido Schneider– hablaban
dialectos polacos.
19
El edificio de la
Victoria Brauerei en dos
de las fotos conservadas
por Otto Schneider.
Archivo de Celia Perino
de Schneider.
19
20
–probablemente en honor a Victoria Adelaida Ma-
ría Luisa, Emperatriz del Reich por un breve lapso
en 1888 y de ideas liberales, fallecida en 1901–, de tal
manera que se registran empresas con ese nombre
en Dortmund, Stettin, Bochum o Bremen. También
en Osterode, donde una firma cervecera con esa de-
signación funcionó hasta la década de 1920 con ca-
pital por acciones. No es inequívoco que se trate de
esa empresa y mucho menos está claro cuál pudiera
haber sido la relación de Otto con la misma, pero es
factible que tuviera algún vínculo máxime cuando
su familia siguió radicada en la localidad.
Al menos y a juzgar por los certificados que reunió,
se había desempeñado en las empresas “Danziger
Aktien-Bierbrauerei Klein-Hammer” de la ciudad
de Danzig (hoy Gdansk) y “Rittergut und Brauerei
Myslencinek” de la localidad del mismo nombre o
también llamada Myslecinek, ambas ubicadas en
la Pomerania (actualmente al centro-norte de Po-
lonia). La primera fábrica se había establecido en
1871 y tenía fuerte presencia en la región a partir de
la importante ciudad portuaria de la costa báltica;
Otto trabajó allí en los años 1904-1906. La segun-
da había sido fundada por Otto Strübing en 1861 y
Schneider tuvo un breve paso por ella antes de su
emigración a la Argentina. Las dos firmas cerraron
en 1945, con seguridad a raíz de la guerra y la ocu-
pación soviética.
Además de su capacitación como maestro cervece-
ro, Otto Schneider debía disponer de algún capital,
por lo cual su traslado no se encuadraría en un pro-
ceso de desclasamiento o de búsqueda de medios de
vida sino que más bien parece responder al modelo
de un integrante de las “nuevas clases medias” de la
época que buscaba mejores oportunidades para sus
inversiones. Debe tenerse en cuenta además que
los procesos de migración suponen habitualmen-
te decisiones compartidas con familiares y ciertos
niveles de gastos en materia de viajes, mudanzas
e instalaciones. Schneider mantenía entonces un
contacto fluido con su familia –si bien su padre ha-
bía fallecido– y el último domicilio que registró en
Alemania fue en Koenisberg, otra vez en la Prusia
Oriental y probablemente en consonancia con sus
redes de parentesco. Por todo ello, su llegada a Ar-
gentina puede ser pensada como una estrategia de
afianzamiento económico de un sector profesional
que había visto limitado su desarrollo en la zona
por la progresiva concentración de la industria cer-
vecera –y para abonar esta suposición no debe ol-
Etiqueta de cerveza rubia de la Strübing & Co.
de Myslencinek, fecha tardía.
Fuente: http://www.klausehm.de
Es evidente que el impacto
de un modelo de articula-
ción entre la producción
de la cerveza y su consumo
en determinados espacios
sociales fue muy profundo
para Schneider.
21
vidarse que el padre de Otto era propietario de una
cervecería, en tanto que su hijo se desempeñaba en
empresas de capital corporativo–.
La experiencia reunida en la Pomerania Orien-
tal parece haber implicado diversas facetas, que
incluían pero a la vez superaban su cualificación
profesional. Schneider había trabajado en la “Dan-
ziger Aktien-Bierbrauerei”, es decir en una com-
pañía cervecera por acciones de Danzig o Gdansk.
Una cuestión destacable es que para fines del siglo
XIX y principios del XX el consumo de cerveza en
los lugares públicos había crecido en Alemania, es-
pecialmente en ámbitos al aire libre o confiterías
más aptas para un público de clases medias y altas
que las tabernas típicas de la clase obrera. Precisa-
mente junto a esa compañía productora de cerve-
za se encontraba el Klein Hammer Park, donde se
servían refrigerios y se presentaban espectáculos.
Observando una tarjeta postal del año 1900 –casi
coincidente con la estancia de Otto allí– no pode-
mos menos que evocar el emprendimiento que más
de treinta años más tarde desarrollaría en Santa Fe,
cuando instalara una confitería con jardines que
recibiría el nombre de “Recreo Schneider” junto
a su fábrica de cerveza. En el parque aledaño a la
Danziger vemos mesas repletas de comensales con
un fondo arbolado, una glorieta en la cual habría
una banda u orquesta, paseantes vestidos a la usan-
za de las clases acomodadas; todo ello acompañado
con la notoria imagen de un tonel de cerveza. Es
evidente que el impacto de un modelo de articu-
lación entre la producción de la cerveza y su con-
sumo en determinados espacios sociales fue muy
profundo para Schneider, y podríamos preguntar-
nos si la fundación de su propia empresa y de su
Tarjeta postal:
el Kleinhammer-Park
de Danzig en 1900.
Fuente: http://www.
rzygacz.webd.pl
22
propio parque cervecero no sería la culminación
de un anhelo que habría cobrado forma en su Ale-
mania natal.
Otro aspecto interesante de ese período de su vida es
el relativo a los tipos de cerveza en cuya producción
pudo participar antes de migrar hacia Argentina.
Como se ha dicho, en las zonas de colonización ger-
mana las variantes eran muy amplias. Actualmente
reconocemos distintas variedades en esa tradición,
como la Kölsch, rubia, brillante y de alta fermenta-
ción; la Pilsener, rubia, de unos 5 grados de alcohol y
de sabor ligeramente amargo; la Pilsner Urquell, que
se remonta a 1842 y es el estilo más difundido de las
de tipo Pilsen; la Rauchbier o cerveza ahumada que
se hace con malta secada al fuego; la Weizenbier ela-
borada a muy altas temperaturas y de sabor un poco
frutado; la clara Helles, la oscura Dunkel o la negra
Schwarzbier. Precisamente la Schwarzbier o cerve-
za negra era muy popular en las zonas orientales,
en el marco de ese amplísimo espectro de sabores
y colores, con variaciones alcohólicas de entre los
3 y los 10 grados y el registro de más de 5.000 tipos
diferentes de la bebida en los territorios alemanes.
Ya para el siglo XVIII se destacaban cervezas pru-
sianas o pomeranas que tenían buena aceptación en
un mercado que abarcaba a diversos grupos étnicos.
De acuerdo con las enciclopedias económicas de fi-
nales del 1700 la cerveza de Danzig, fuerte y den-
sa, era de tal calidad y grado alcohólico que podía
“compararse a un vino”. Hacia finales del siglo XIX,
en cambio, se incrementó la producción en la región
de cervezas rubias muy fuertes. En la búsqueda de
un producto más traslúcido, para mejorar su aspec-
to, las nuevas fábricas concentradas desarrollaron
diversos procedimientos y elaboraron cervezas que
tuvieron una pronta aceptación y que incluso se ex-
portaron hacia Inglaterra. Ese proceso fue parte de
lo que se conoce en inglés como “lager revolution”,
es decir, el avance explosivo de las cervezas rubias
entre los años de 1870 y 1920, que fueron desplazan-
do a las oscuras y negras.
Pero si las cervezas rubias inglesas de tipo Ale tienen
una graduación alcohólica de unos 11 ó 12 grados y se
hacen con fermentación superficial, las alemanas se
realizan con fermentación en el fondo de la tina y ron-
dan los 4 ó 5 grados. En la zona de Prusia y Pomerania
la abundancia y calidad de las aguas permitía hacer
cervezas de tipo Pilsen –que toman su nombre de la
localidad checa, que en esa época formaba parte del
Acción papel
de la Danziger Aktien-
Bierbrauerei y plano
de 1899 de la zona
de Gdansk donde
se aprecian las instala-
ciones junto al parque
Klein-Hammer.
Fuentes: http://www.
nonvaleur-shop.de y
http://www.rzygacz.
webd.pl
23
Imperio Austrohúngaro–. Con una apariencia clara y
cristalina, avanzaron en el período de la “lager revolu-
tion” en toda la zona oriental, desplazando a las oscu-
ras, y aún hoy son allí regionalmente dominantes.
Las etapas a seguir en la producción de las cervezas no
variaron –malteado, maceración, fermentación y ma-
duración–, al tiempo que los elementos con los que se
realizaban siguieron siendo básicamente el lúpulo, la
cebada y la levadura, con el recurso a aguas de calidad.
Pero como las cervecerías alemanas fueron las que
dieron tempranamente el salto hacia la producción
industrial en las últimas décadas del siglo XIX, cobra-
ron muy prontamente un papel central en esa expan-
sión los maestros cerveceros de esa nacionalidad, que
impulsaron nuevas formas de elaboración para esos
tradicionales pasos. En el proceso de fabricación de
la cerveza la función de esos profesionales supone la
elección de las materias primas entre centenares de
variantes, así como el control de las temperaturas, los
tiempos y las condiciones ambientales, factores que
inciden de una u otra manera en el tipo y sabor del
producto. Y el hecho es que Otto Schneider tenía una
calificación profesional en la materia que lo habilita-
ba para desempeñarse en cualquier lugar del mundo
donde se quisiera producir cerveza con esas recetas.
En Argentina la producción y comercialización de
la bebida venía creciendo desde los últimos años
del siglo XIX. En 1860 el alsaciano Emilio Bieckert
había instalado un pequeño taller artesanal con un
único peón en la ciudad de Buenos Aires, que sin
dudas no era el único en su tipo. Hacia 1869 el mis-
mo empresario amplió su negocio e instaló lo que
sería el primer establecimiento cervecero argenti-
no de cierta envergadura, que en la década de 1880
Pasaporte de Otto
Schneider expedido
por el Reino de Prusia
integrante del Imperio
Alemán y válido hasta
julio de 1907, con el
cual realizó su viaje a
Argentina el año an-
terior.
Al lado, su retrato foto-
gráfico hacia 1910-20
Archivo de Celia Perino
de Schneider
24
crecería aún más al asociarse con capitales ingleses
y utilizar máquinas modernas, llegando a tener 600
empleados directos e indirectos según las informa-
ciones recogidas por Morgenfeld. Por su parte, en
1887-88 la familia del alemán Otto Bemberg había
construido en la localidad bonaerense de Quilmes
una fábrica asociada a su complejo agroindustrial:
la “Brasserie Argentine Sociedad Anónima”. El con-
sumo de cerveza iba desplazando gradualmente a li-
cores y vinos o incluso iba ganando nuevos segmen-
tos entre una clientela muy amplia, pero las nuevas
formas de producción y comercialización facilita-
ron su incremento exponencial: según Rocchi, entre
1891 y 1913 el mercado registrado de cerveza pasó de
13 a 109 millones de litros.
Para inicios del siglo XX, si bien todavía se re-
gistraban pequeños establecimientos de carácter
artesanal la mayor parte de la producción ya se
realizaba en el marco de una nueva industria cer-
vecera que se ajustaba muy bien a un modelo de
desarrollo manufacturero asociado al auge agro-
pecuario del país. Según Diego Abad de Santillán,
la primera manufactura de cerveza en la Provin-
cia de Santa Fe se había fundado en Rosario ya
en 1857, seguida ocho años después por la firma
de César Falcone y hacia 1875 por tres estableci-
mientos de importancia, propiedad de Epifanio
Moneta, Juan Sajoux y Fernando Magdelín, este
último antecesor de la empresa que luego sería
Schlau y Strasser. A fines del siglo XIX también
funcionaban la de León Anthony en Esperanza
y la “Cervecería San Carlos Limitada Sociedad
Anónima” en la localidad homónima. Las calida-
des que ofrecían eran destacables, lo que se re-
flejaba en su participación en las exposiciones
nacionales e internacionales frecuentes en esa
época. Había entonces un mercado sectorial en
expansión propicio para empresarios emprende-
dores y profesionales capacitados.
Si sólo podemos especular respecto de las razones
por las que Otto Schneider decidió trasladarse hasta
Argentina, tenemos en cambio precisiones respecto
de su arribo y de sus primeras actividades. Llegó en
el vapor Cap Blanco el 13 de septiembre de 1906 y se
instaló por los siguientes ocho meses en Buenos Ai-
res. En una entrevista publicada por el diario El Or-
den veinticinco años más tarde, Schneider diría que
vino “con diez marcos en el bolsillo” y que como en las
cervecerías “no había trabajo para operarios técnicos”
aceptó “trabajar como obrero”. De un manuscrito de su
hijo Rodolfo surgiría que carecía de relaciones y que al
segundo día de su llegada ingresó como peón en la la-
vadora de botellas de la Cervecería Quilmes. Pero esos
recuerdos semejan una transposición de situaciones
quizás vividas en Alemania y del imaginario gringo de
los inmigrantes que lo deberían todo a su propio traba-
jo más que una realidad respecto de lo acontecido a su
ingreso a la Argentina. De acuerdo con los certificados
de su desempeño apenas arribado, el día 17 del mismo
mes, ingresó como maestro cervecero en la Compañía
Bieckert, lo que sugiere no sólo que disponía de con-
tactos en el país sino que incluso ya podría haber veni-
do con un contrato. Poco tiempo después, para mayo
de 1907, consiguió ubicación como responsable técni-
co de la Cervecería San Carlos y ocuparía esa función
hasta octubre de 1911.
Es destacable que los documentos disponibles
de esa etapa estén escritos en alemán, a lo que se
suman diversos testimonios en el sentido de que
Schneider desconocía el idioma castellano a su ar-
ribo y que jamás lo habló con fluidez ni perdió su ac-
En una entrevista publi-
cada por el diario El Or-
den, Schneider diría que
vino “con diez marcos en
el bolsillo” y que como en
las cervecerías “no había
trabajo para operarios
técnicos” aceptó “traba-
jar como obrero”.
25
ento natal. Evidentemente, se insertó prontamente
en un entramado de relaciones personales dentro
de las comunidades germanas de nuestro país, sin
que importaran las distinciones religiosas o políti-
cas –por caso, baste señalar que la Bieckert identi-
ficaba sus papeles con una sigla impresa sobre una
Estrella de David–. Las tradiciones orales lo ubi-
can transitoriamente en las fábricas de las cervezas
Quilmes y Palermo –que constituían entonces em-
presas separadas–, pero no hay constancias de esos
supuestos pasos. Aunque erróneas, no sería invero-
símiles teniendo en cuenta tanto su calificación pro-
fesional como el hecho de que ambas empresas eran
dirigidas por personajes de origen alemán.
Lo cierto es que muy prontamente Schneider recaló
en la pequeña localidad provinciana de San Carlos
Sur. La fábrica –fundada por Francisco Neumeyer
en 1884– no era el único establecimiento cervecero
en una zona con contingentes migratorios alemanes,
suizos y franceses, pero sí el más importante y exi-
toso ya que producía con métodos industriales. Por
esos años, esa cervecería llevaba el agua desde la
cuenca del río Paraná en vagones-tanques, lo que re-
sultaba engorroso y caro pero le permitía asegurar su
calidad. Desde su puesto de maestro cervecero Otto
dispuso un procedimiento de purificación de aguas
extraídas en la misma localidad, facilitando a partir
de allí el funcionamiento de la planta.
Pero la lógica de los procesos de producción acon-
sejaba la instalación de una empresa en un lugar
donde se pudieran obtener fácilmente mejores
aguas y se dispusiera de una salida comercial más
inmediata. Sería entonces el momento de fun-
dación de la “Cervecería Santa Fe”.
28
CAP II El desarrollo de la industria cervecera santafesina
Schneider y otros entendidos proponían aprovechar las aguas de la cuenca fluvial sobre la cual se asien-ta la ciudad de Santa Fe, cuyas calidades eran equi-parables a las de la zona de Pilsen, República Checa.
29
E l agua de Pilsen, en zona de colonización
alemana de la actual República Checa, fue
reconocida desde el siglo XIX como una
de las mejores para la elaboración de cervezas. A tal
punto marcó el sabor de las bebidas allí producidas
que la localidad dio su nombre a toda una rama de va-
riedades. Lo que Schneider y otros entendidos pro-
ponían era aprovechar las aguas de la cuenca fluvial
sobre la cual se asienta la ciudad de Santa Fe, cuyas
calidades eran equiparables a aquellas. Para 1911 con-
siguieron sumar a una gran cantidad de accionistas
tanto de la zona de Las Colonias como especialmen-
te de la propia ciudad de Santa Fe, para formar una
nueva empresa cervecera. En las tradiciones orales
recogidas por Gustavo Vítori aparecen asociadas al
emprendimiento varias familias patricias, junto con
los nombres de algunos pocos inmigrantes. Mientras
tanto Otto aparece como el fundador de la firma en
los recuerdos de la familia de Schneider, alegándose
que habría llamado a una reunión para constituir una
sociedad al terminarse su contrato con la San Carlos.
La lectura del expediente de constitución de la
“Sociedad Anónima Fábrica de Cerveza y Hie-
lo Santa Fe” no parece dar la razón ni a unos ni a
otros. Ninguno de los diez presentes en la asam-
blea constitutiva del 26 de septiembre de 1911,
ni de los tres ausentes representados por uno de
aquellos, pertenecía a las familias de la elite local.
Se trataba en su totalidad de comerciantes y em-
presarios manufactureros de los más variados orí-
genes europeos: alemanes, franceses, italianos y
holandeses. Para ese momento tenían una amplia
nómina de suscriptores para reunir “un capital de
un millón quinientos mil pesos moneda nacional” y
sin dudas entre ellos se contaban importantes par-
ticipaciones de los apellidos tradicionales como
los aducidos por Vítori, pero la conducción de la
nueva empresa se hacía básicamente con “recién
llegados” a los sectores que iban formando una
nueva clase dominante en la región.
Por otra parte, si bien Otto Schneider fue uno de los
animadores de la empresa y formó parte de ese gru-
po inicial, no parece haber tenido un papel relevante
en la reunión y tampoco integró la conducción emer-
gente de ella. El presidente provisorio de la asamblea
fue Germán Nagel y el directorio quedó constituido
por José Virmet como presidente, el propio Nagel
como director gerente; R. B. Lehmann, Hugo Breuer,
Ángel Casanello y Guillermo Bauer como vocales y
José Macia como síndico –cuando señaladamente al-
gunos de ellos no estuvieron en la reunión–.
Para formar parte del directorio se requería dis-
poner de un mínimo de veinticinco acciones y la
duración de la sociedad se fijaba en 20 años. Ger-
mán Nagel era quien, de manera muy clara, con-
duciría los inicios del proyecto por cuanto como
director gerente le correspondían todos los actos
que estuvieran en relación directa o indirecta con
los negocios de la sociedad y con la administración
y el empleo del capital, así como la organización y
dirección interna. A Otto Schneider le estaría re-
servado más adelante un papel de menor exposi-
ción pública pero central en el funcionamiento de
la Cervecería Santa Fe. El 15 de octubre de 1911 fue
su último día de trabajo en la Cervecería San Car-
los –como veremos, había contraído matrimonio
una semana antes– y tras participar de las obras
de construcción y puesta a punto de la nueva fá-
brica asumió la conducción técnica de la empre-
sa como maestro cervecero. No tenemos mayores
constancias de su desempeño, pero evidentemente
En las tradiciones orales
recogidas por Gustavo
Vítori aparecen asociadas
al emprendimiento varias
familias patricias, junto
con los nombres de algu-
nos pocos inmigrantes.
30
debió ser satisfactorio porque ocupó ese puesto de
dirección hasta su alejamiento voluntario en 1931,
para fundar su propia firma.
Durante 1912 se alzaron las instalaciones bajo la di-
rección del ingeniero Gustavo Guillermo Wausmann,
en una propiedad de cinco manzanas en lo que sería
luego conocido como barrio Candioti Sur. Se trataba
de un paraje conocido como “Los Ceibos” y hasta ese
momento ocupado por bañados y rancherías. La ma-
yor parte de los terrenos de la zona eran propiedad
de Marcial Candioti, quien para esa época realizó un
loteo y comenzó su venta. La construcción del puerto
cercano lo defendía ahora de las inundaciones y por
el oeste lindaba con los terrenos de maniobras de la
estación del Ferrocarril Francés, con una ubicación
inmejorable desde el punto de vista de las comunica-
ciones. Tanto las vías del Central Norte como las del
Santa Fe penetraban en el predio fabril para asegurar
la entrada y salida de mercaderías.
El Ing N. Sokol y el técnico Otorino Baroni diseñaron
edificios que fueron portentosas para ese momento,
uno de los cuales tuvo seis plantas. Se erigió una de las
chimeneas más antiguas de la provincia, que evacuaba
los vapores de la cerveza y sería utilizada hasta la dé-
cada de 1970. Con una altura de 40 metros, una base
de 6,30 y muros de 2 metros de ancho, sería uno de las
construcciones características del barrio. El personal
de conducción y especialmente los técnicos recibían
casas anexas a la fábrica, cuando no decidían estable-
cerse en la ciudad y alquilaban o compraban en esa
misma zona, como haría el propio Schneider.
Para el día 19 de diciembre de ese año ya se producía
cerveza y hacia enero de 1913 tenemos constancias del
desempeño de Otto Schneider como maestro cervece-
ro. Un dato llamativo nos da la pauta del papel jugado
por la tradición cervecera germana en el control de los
sistemas de producción y calidad. Aunque el directorio
tenía una composición de variados orígenes, la conduc-
ción administrativa y técnica estaba completamente en
manos de alemanes: Carlos Fuhrk había reemplazado a
Nagel como gerente y era secundado por un asistente
de apellido Titz, Schneider era el director técnico y Ro-
dolfo Weber el maestro de máquinas. La composición
de la planta de personal fue muy variada, pero destaca-
ron durante mucho tiempo los obreros alemanes, pola-
cos, checoslovacos, franceses e italianos.
El impacto del proyecto se apreció prontamente en
las páginas del diario Santa Fe, que debió de estable-
Durante 1912 se alzaron
las instalaciones bajo
la dirección del ingenie-
ro Gustavo Guillermo
Wausmann, en una pro-
piedad de cinco manza-
nas en lo que sería luego
conocido como barrio
Candioti Sur.
Caldera de la Cervecería Santa Fe, década de 1910.
Archivo de la Cervecería Santa Fe.
32
cer vínculos estrechos para la publicidad de la nueva
empresa. Opuesto al tradicionalista Nueva Época, ese
periódico se había creado en 1911 y presentaba una
línea editorial que podía tacharse de izquierda o pro-
gresista en el arco político de la época. Para marzo de
1912 había apoyado la candidatura radical de Men-
chaca a la gobernación de la Provincia. Su énfasis en
el progreso económico y social, en la apertura políti-
ca y en la crítica a las elites locales lo hacía un porta-
voz idóneo para la promoción de nuevas industrias a
cargo de sectores sociales emergentes.
En noviembre de 1912 Santa Fe saludó la próxima
apertura de las instalaciones aludiendo al desarrollo
industrial que podía darse poco a poco en una “ciudad
burocrática”. Poco después publicó un largo artícu-
lo sobre una visita a la planta fabril, en el cual regis-
tró que la capacidad de producción de hielo llegaba
a las 25 toneladas y que su venta no bajaba de 1000
barras diarias aunque podía tocar las 4000 en los días
de mucho calor. Para ese momento todavía no estaba
terminada la sección de toneles, cada uno de los cua-
les almacenaría 110 hectolitros de cerveza. La fábrica
utilizaba “las mejores máquinas conocidas hasta el pre-
sente” y se aseguraba que su campo de ventas abarca-
ría desde el Paraguay y el Litoral argentino hasta las
regiones del norte y oeste de la república.
No bien iniciada la producción de cerveza, el diario
propugnó en una nota el cultivo de la cebada. Como
esta materia prima se traía del extranjero bajo la for-
ma de malta, se planteaba que en función de los estu-
dios de suelo y clima se podría producir en el terri-
torio nacional. El argumento del periódico era claro:
si la producción de cerveza se había triplicado en el
país entre 1904 y 1911 resultaba conveniente para to-
dos suplantar esas importaciones. No cuesta imaginar
que los datos provenían tal vez de la misma cervecería,
preocupada por bajar los costos de producción en un
rubro en el que podía esperar el abastecimiento local.
La cuestión del abastecimiento de materias primas
era acuciante para la industria cervecera argentina,
que encontró límites al crecimiento exponencial que
experimentaba. Además, si bien cualquier cereal pue-
de servir como base para la cerveza en tanto contie-
ne almidón, no sólo la cebada es más barata sino que
variantes específicas de grano duro y pesado son las
más apropiadas. Como lo ha mostrado Cintia Russo
en sus trabajos sobre la estructuración territorial del
partido de Quilmes en la provincia de Buenos Aires,
la cervecería de los Bemberg tuvo una temprana pre-
ocupación por bajar los costos fomentando su cultivo
en la región pampeana. Ya en 1891 se hicieron pruebas
negativas con semillas suecas y desde allí se intenta-
ron diversos desarrollos con variedades especiales
europeas, hasta que en la década de 1920 se decidió
plantar cebadas australianas. A partir de allí esa em-
presa comenzó con la industrialización del grano en la
Primera Maltearía Argentina y desplegó un sistema de
agentes comercializadores por todo el país.
Distribución de cerveza en botellas mediante carro.
Archivo de la Cervecería Santa Fe.
La fábrica utilizaba “las
mejores máquinas conoci-
das hasta el presente”
y se aseguraba que su
campo de ventas abarca-
ría desde el Paraguay
y el Litoral argentino has-
ta las regiones del norte
y oeste de la república.
33
Para la Cervecería Santa Fe esos desarrollos no nece-
sariamente llevaban a bajas de los costos, ya que no
lograron de sus competidores precios menores a los
de importación. Esa situación se agudizaría más tarde,
cuando a la empresa le resultara cada vez más difícil
pujar contra un conglomerado agroindustrial de tipo
monopólico. Entretanto, a mediados de la década de
1910 los precios de las materias primas como la malta y
el lúpulo se encarecían y se resentía su abastecimiento
regular debido a la Primera Guerra Mundial.
En ese momento comenzaron también los roces
con el Estado municipal, que establecía periódi-
camente impuestos sobre la producción y consu-
mo de bebidas. Esas medidas no eran novedosas,
ya que se enlazaban con las antiguas prerrogati-
vas sobre los derechos de tributación por juegos,
bebidas y espectáculos, pero en el contexto de un
nuevo impulso industrializador y de los inconve-
nientes de aprovisionamiento de materias primas
provocados por la guerra resultaron claramente
irritantes para los empresarios. El 10 de noviem-
bre de 1915 el diario Santa Fe publicó una nota en
la cual imputaba a la municipalidad desalentar la
producción de cerveza con “fuertes tributos”. “Sólo
a la municipalidad de Santa Fe se le ocurre perseguir
a los industriales y dificultar la acción y funciona-
miento o instalación de nuevas industrias”, aducía,
respecto de una cuestión que sería motivo de recu-
rrentes conflictos.
Distribución
de cerveza en botellas
mediante camión.
Archivo de la Cervecería
Santa Fe.
34
Terminada la Gran Guerra en 1918, el puerto de San-
ta Fe conoció un momento de auge. Sus instalaciones
eran nuevas, sus servicios completos, su conectividad
por ferrocarril óptima. En un contexto de recupera-
ción del comercio internacional y de crecientes expor-
taciones de productos agropecuarios, los tripulantes
de los barcos de carga que recalaban en la ciudad fue-
ron los mejores propagandistas de la cerveza santafe-
sina, cuya fama habrían propalado por puertos euro-
peos. Como se verá más adelante, el ámbito portuario
no sólo sería un espacio de movimiento acrecentado
de dinero y mercancías o un lugar de difusión de la
Cerveza Santa Fe, sino asimismo una zona caracteri-
zada por establecimientos expendedores y formas de
consumo peculiares.
A similitud de lo que había ocurrido con la Quilmes
y con otras empresas cerveceras semejantes, se ges-
tó una interacción positiva entre la Cervecería San-
ta Fe y el entramado urbano. La localización de la
planta facilitaba el desarrollo de servicios públicos
en el barrio, dinamizaba el funcionamiento de los
comercios y brindaba un elemento de identifica-
ción espacial y simbólica. Como la empresa incluía
la producción y distribución de hielo, tenía además
una principal importancia para el mantenimiento
de alimentos y la refrigeración de bebidas de la ciu-
dad y de todas las localidades vecinas, especialmen-
te en temporada estival.
El 7 de octubre de 1911, casi en paralelo con la fun-
dación de la nueva cervecería y su alejamiento de la
San Carlos, Otto contrajo matrimonio en Santa Fe
con una joven inmigrante que en el acta de matri-
monio fue identificada como Lilly Kunze. Sus pa-
dres Hugo Kunze y Otilia Rother ya habían falle-
cido y los únicos datos que tenemos de ella son su
nacionalidad alemana y su edad de 23 años. En una
nota marginal al acta fechada el 12 de septiembre de
1912 se aclara que por oficio judicial “se ordena que
sea rectificado el nombre de Lilly como figura en esta
acta por el de ‘Otilia María Hedwig’ por ser sus ver-
daderos nombres”. Su identificación no es siempre
clara y dados varios errores podemos suponer una
cierta incomodidad de los escribientes santafesinos
al momento de registrar sus nombres. Si en esa nota
marginal y en la partida de su defunción es Otilia
María Hedwig Kunze, en el auto sucesorio figura
como Heduvig María Otilia y en el certificado de
bautismo de su único hijo como Otilia Herwig. Su
marido se eximió siempre de semejantes confusio-
nes; obviando sus otros nombres se identificó sim-
El 7 de octubre de 1911,
casi en paralelo con la
fundación de la nueva
cervecería y su aleja-
miento de la San Carlos,
Otto contrajo matrimo-
nio en Santa Fe con una
joven inmigrante que en
el acta de matrimonio
fue identificada como
Lilly Kunze.
Lilly Kunze en foto sin fecha.
Archivo de Celia Perino de Schneider.
35
Casa de Schneider
en la Cervecería Santa Fe
Archivo de Celia Perino
de Schneider.
Otto Schneider en
los jardines de su quinta.
Archivo de Celia Perino
de Schneider.
35
36
plemente como Otto Schneider e incluso pasó a ser
conocido en la cuidad como “don Otto”
La pareja tuvo un único hijo, Rodolfo Eberhardt
Julio Schneider, que nació el 13 de julio de 1912 y
fue bautizado dentro del catolicismo el 6 de agosto
de 1915, en la Iglesia del Carmen. De acuerdo con
el certificado expedido por el cura rector los pa-
dres se domiciliaban dentro del ámbito de la parro-
quia y a tenor de los recuerdos familiares habrían
estado radicados en una de las casas de la esta-
ban radicados Cervecería Santa Fe ubicadas sobre
la calle Dorrego. Pocos días después Otto adquirió
dos terrenos en las cercanías de la fábrica, el 17 de
agosto a Edmundo Rosas y el 31 del mismo mes a
Marcial Candioti, aunque no construiría edifica-
ciones en ellos.
De esos documentos podemos inferir asimismo las
fuertes relaciones establecidas entre los integran-
tes de la comunidad alemana. En el acta de ma-
trimonio de Otto y Lilly hubo dos testigos de esa
nacionalidad, en tanto que el acta de nacimiento
de Rodolfo fue suscripta por un testigo germano y
otro argentino. Pero mientras el testigo argentino
era un joven de sólo 24 años –una edad parecida a
la de Lilly–, los tres alemanes tenían edades simi-
lares a la de Otto Schneider, lo que nos evoca ese
Reunión con la pre-
sencia destacada de Otto
Schneider hacia la década
de 1920.
Archivo de Celia Perino
de Schneider.
37
entramado de relaciones sociales en las cuales la
amistad, la identidad etno-nacional y la profesión
pueden encontrarse superpuestas.
Además, esos vínculos con los connacionales toda-
vía estaban basados en un flujo de personas, bienes
e informaciones incesantes. Para esos años la ma-
dre de Otto seguía viviendo en Osterode y él aludía
a Koenigsber como último domicilio en el Imperio.
Tendría contactos por muchos años más con sus
parientes de la Prusia Oriental y seguramente con
muchos otros alemanes en los que confiaba para
la concreción de sus actividades profesionales y
negocios. Sin otros familiares en el país, las redes
personales de Schneider se estructuraban esen-
cialmente en función de su origen.
El idioma alemán parece haber sido el vehículo pri-
vilegiado para esa trama relacional. Aunque pasaran
los años Otto conservó su marcado acento germano y
mantuvo en su casa el uso de la lengua natal. Sus cer-
tificaciones y correspondencia de la década de 1910
están escritas en ese idioma, que servía también para
la comunicación con sus amigos. Y tal vez también
con sus compañeros en la conducción de la cervece-
ría, aunque esto es ya pura especulación respecto de
ese período y sólo está atestiguado para la época de
su propia empresa. Sin embrago, no hay constancias
de que hubiera participado de las entidades germa-
nas. Su nombre no figura entre quienes conformaron
en 1927 el Centro Social Alemán (Gemutlichkeit) ni
en la posterior Sociedad Alemana (Deutsches Verein).
Tal vez pudo figurar en la Sanger Quartett Santa Fe
Lilly Kunze y Rodolfo Schneider, hacia fines
de la década de 1920.
Archivo de Celia Perino de Schneider.
Reunión con la presencia destacada de Otto Schneider
hacia la década de 1920.
Archivo de Celia Perino de Schneider.
Sin otros familiares en el
país, las redes personales
de Schneider se estruc-
turaban esencialmente
en función de su origen.
El idioma alemán parece
haber sido el vehículo
privilegiado para esa
trama relacional
38
de 1926 o en la Deutscher Turn y Sportverein de 1928
–de cuya unidad nacería la Sociedad Alemana– pero
no hay registro de esas asociaciones.
Aunque no podamos detectarlo en esos ámbitos
y los testimoniantes refieran a su carácter habi-
tualmente hosco, es indudable que Schneider se
transformó en referente de reuniones sociales de
un sector caracterizado de la sociedad santafesi-
na. Dos fotos que a juzgar por la moda en el vestir
y sus propias facciones debieron de ser de alre-
dedor de 1920 lo muestran en una reunión mas-
culina, primero sentado en una esquina y luego
parado a la cabecera de una larga mesa. La mane-
ra de servir y los arreglos, los camareros o mozos
vestidos con chaleco y los comensales con traje,
todos de rigurosa corbata, moño o lazo, con relo-
jes de cadena y cuidados mostachos, nos remiten
a un modo de vida burgués que cobró forma en la
Europa del siglo XIX y que se trasplantaba al in-
terior argentino.
La apariencia de los comensales y del lugar nos
habla entonces de una sociabilidad masculina de
las clases acomodadas, sin que dejen de llamar la
atención algunos pequeños detalles de la reunión
en la que se servía una comida al plato. Una única
y solitaria bebida clara se pierde entre multitud
de vasos de cerveza colocados sobre gruesos po-
savasos ilustrados de corte cuadrado. Esos reci-
pientes eran lisos y con un pequeño pie, de forma
levemente acampanada y generosa capacidad, al
modelo del “vaso imperial”. Pero también se de-
jan ver algunas jarras más grandes, lo que indi-
ca que los participantes del ágape elegían en qué
iban a beber según sus preferencias. La cerveza
era negra –aún al estilo de las viejas cervezas
alemanas, de sabor y graduación alcohólica más
fuerte– y con el cuello de espuma que ya distin-
guía a la forma santafesina de servirla. En una de
las fotos se dejan ver pequeños platos con rebana-
das cuadradas de pan negro, el que popularmente
se conocería primero como “pan alemán” y luego
como “pan ruso”. Dato anecdótico pero intere-
sante que conviene recordar, porque luego podrá
apreciarse cómo ese elemento seguirá asociado
durante décadas al consumo de cerveza en la ciu-
dad de Santa Fe y especialmente en un estableci-
miento de don Otto.
Las memorias santafesinas asignan a Schneider la
propiedad de algún bar, pero carecemos de cons-
tancias sobre ello para la época de su desempeño
en la Cervecería Santa Fe y quizás se trate de ex-
trapolaciones de momentos posteriores. Para la
década de 1920 su situación económica era holga-
da y prosperaba rápidamente. Más allá de cuánto
rindieran sus acciones, como maestro o director
técnico cobraba por hectolitro de cerveza vendido,
lo que le garantizaba un ingreso considerable. En
octubre de 1925 compró a Ernesto Mai una casa so-
bre la misma calle de la empresa en el Barrio Can-
dioti, que se transformó en su vivienda.
Casi en paralelo realizó una serie de inversiones in-
mobiliarias. Ya en 1919 había comprado a Alejandro
Domenicone dos predios ubicados en una zona que
en ese momento era prácticamente suburbana al no-
roeste de la ciudad, más allá del Cementerio Muni-
cipal y cercano a los bañados del río Salado, donde
erigió una quinta. En 1926 y 1927 adquirió otros te-
rrenos mucho mayores en el mismo paraje, por com-
pras a los hermanos Sovrano y a distintos miembros
de la familia Choquet. El conjunto de los inmuebles
Una única solitaria
bebida clara se pierde
entre multitud e vasos de
cerveza colocados sobre
gruesos posavasos ilus-
trados de corte cuadrado.
39
superaba los 182.000 metros cuadrados, a ambos la-
dos del camino al matadero (hoy avenida Blas Pare-
ra) y en las cercanías del Ferrocarril a Las Colonias.
Tierras de menor valor que las céntricas dada su ubi-
cación, pero en suficiente cantidad como para sentar
allí años después un emprendimiento fabril.
Es notorio que Otto Schneider fue afianzándose
como un personaje importante en la provinciana
ciudad de Santa Fe. Hacia 1912, en la partida de naci-
miento de su hijo, todavía se había identificado como
“empleado” aunque ya detentaba acciones de la Cer-
vecería recién creada. Para 1927-1928 no sólo tenía
un papel destacado en la conducción técnica de esa
firma sino que además realizaba varios negocios por
su cuenta y prestaba dinero contra garantías hipote-
carias, pidiendo a su vez créditos para invertir.
Mas a pesar de su protagonismo social y a su evidente
prosperidad económica, no era un propietario inde-
pendiente con poder de decisión a nivel corporativo.
Paradójicamente, sería su incapacidad para resistir
la venta de la Cervecería Santa Fe al grupo Bemberg
lo que le decidiría a emprender la formación de una
nueva empresa que asociaría definitivamente su ape-
llido a la historia de la cerveza santafesina.
42
CAP III La Creación de la Cervecería Schneider.
La Cervecería Schneider se construyó de acuerdo con los parámetros más avanzados del momento. Según sus propagandistas, el establecimiento podía presentarse como “uno de los más perfectos en Sudamérica” y en 1939 como “la más moderna de Sudamérica”.
43
D esde la década de 1920 Otto Schneider
acariciaba la idea de instalar una gran cer-
vecería por su propia cuenta en Buenos
Aires. No era un capitalista de importancia y debería
recurrir necesariamente a la reunión de medios fi-
nancieros bajo la forma de sociedad por acciones que
había conocido en Alemania, pero estaba dispuesto
a encarar el emprendimiento. Según su hijo Rodolfo,
sus intentos de conformar una empresa así se enfren-
taron con la más grande de las cervecerías bonaeren-
ses y se entró en una suerte de “guerra sin cuartel”.
La Quilmes había comprado ya en 1907 la Schlau de
Rosario y en 1912 la Palermo. Había expandido su in-
fluencia comercial en el interior del país con instala-
ciones en Entre Ríos y Córdoba y participaba de em-
prendimientos de infraestructura como el ferrocarril
que uniría Puerto Belgrano y Rosario, la instalación
del tranvía eléctrico entre Buenos Aires y Quilmes
o los servicios de electricidad y agua corriente de
esta última ciudad. El impulso de la “Cervecería Ar-
gentina Quilmes” era acorde a los procesos de mo-
nopolización de capital del período y el proyecto de
Schneider o la competencia de la Cervecería Santa
Fe chocaban con la tendencia a la concentración que
presentaba la industria agroalimentaria.
La tensión se resolvió precisamente de manera mo-
nopolista, cuando la empresa de la familia Bemberg
ofreció comprar las acciones de la Cervecería San-
ta Fe. La propuesta fue tan generosa que el direc-
torio y los accionistas decidieron vender pese a la
oposición de Otto Schneider –al decir de su hijo, en
un ofrecimiento que cuadruplicaba el valor de las
acciones–. Adicionalmente, la parte compradora se
aseguró como condición ineludible de la operación
la permanencia del maestro cervecero como direc-
tor técnico de la empresa adquirida por cuatro años
más para evitar que constituyera inmediatamen-
te una firma rival. El acuerdo no fue del agrado de
Schneider, que consideraba nefasta la inclusión de
la marca Santa Fe en lo que llamaba un “conglome-
rado trustificador” y que auguraba una caída de la
calidad del producto por la aplicación de criterios
diferentes en la elección de la materia prima. En el
marco del modelo taylorista / fordista del período
esa suposición no era incorrecta, ya que los conglo-
merados de empresas no tendían entonces a la pro-
ducción diversificada para distintos segmentos de
consumidores sino a la uniformización de calidades
y formas para bajar los costos.
En abril de 1931, casi al mismo tiempo en el que Sch-
neider se separaba de la firma anterior, falleció su
esposa Lilly Kunze. Llamativamente, su relación con
la Cervecería Santa Fe había comenzado en paralelo
con su casamiento y culminaba prácticamente con su
viudez. Para ese período se habría producido tam-
bién su mudanza de la casa de barrio Candioti hacia
su quinta al norte del cementerio.
En diciembre de ese año Otto conseguiría fundar la
nueva firma. Pocos días antes de la reunión en la cual
se constituyó la empresa apareció una amplia nota en
el diario El Orden, relatando tanto su oposición a la
venta de la Santa Fe como su intención de erigir una
fábrica modelo en los predios que había adquirido
en la zona de avenida Blas Parera. Para ese momen-
to Schneider era un personaje de amplio reconoci-
miento en la ciudad y provincia, lo que se aprove-
chaba para publicitar la integración de la empresa
y convocar a la suscripción de acciones. El artículo
de El Orden aludía a él como “Un hombre de excep-
ciones” y afirmaba que con su presencia se asegu-
En abril de 1931, casi al
mismo tiempo en el que
Schneider se separaba de
la firma anterior, falleció
su esposa Lilly Kunze.
44
El edificio de la
Cervecería Schneider en
distintas etapas de cons-
trucción hacia 1932-33.
Archivo de Celia Perino
de Schneider.
45
raba el éxito del emprendimiento “En primer lugar,
sus antecedentes industriales; en segundo lugar su ca-
pacidad; en tercer lugar su enorme entusiasmo y sus
ponderables reservas de energía”. Además de recoger
detalladamente las opiniones de Schneider sobre la
producción de cerveza, el periódico afirmaba que la
sociedad “será exclusivamente popular, local y tendría
desde luego influencia en los mercados consumidores
del exterior, pero con las características de ser un pro-
ducto santafecino, que llevaría el nombre de nuestra
provincia a todos los lugares donde se imponga su con-
sumo”. El mismo entrevistado decía que “Proyectare-
mos una cervecería, como proyectamos otra; la hare-
mos producir; ocuparemos obreros santafecinos y será
una industria que honrará a Santa Fe”.
El 21 de diciembre de 1931 se constituyó la empresa
en una reunión realizada en el domicilio de Sch-
neider y a su invitación. El acta inicial registró la
presencia de vecinos de Santa Fe y de Esperanza
como Antonio Vicente Hessel, Carlos Enrique Sar-
sotti, Benito Toretta, Hipólito Marelli, Juan Sovra-
no, Alejandro Lichtenecker, Héctor Sarubbi, Ju-
lio C. Mayoraz, Rodolfo Reyna y Eugenio Reutter,
“con el propósito de cambiar ideas sobre la forma-
ción de una Sociedad Anónima, que tiene por objeto
principal de construir y explotar una fábrica de Cer-
veza, Hielo y anexos”. El documento registró los
puntos más salientes de la exposición de Otto, que
hizo hincapié en dos elementos que podían garan-
tizar la elaboración de una bebida de propiedades
especiales: su consideración de que “el mejor punto
en el país, para la instalación de una cervecería, de-
bido a la calidad especial de sus aguas, es la ciudad
de Santa Fe” y su advertencia de que la producción
se haría “con materias primas de la mejor calidad y
a base de fórmulas que son propias”. También pre-
sentó en esa ocasión planes detallados sobre la ins-
talación de la fábrica y los presupuestos obtenidos
para su construcción con distintas posibilidades
según el capital que se reuniera.
Se resolvió allí establecer la “Sociedad Anónima Cer-
vecería Schneider Santa Fe” sobre acciones de cien
pesos moneda nacional de curso legal cada una. Se
estableció un capital social de dos millones de pesos
moneda nacional, que luego serían ampliados a tres
y divididos en diez series de acciones. Las dos pri-
meras series (20% del total) habían sido suscriptas
con la formación de la sociedad, y la Serie A (10%)
daba derecho a seis votos en el directorio, con lo que
Schneider se aseguraba la conducción de la empresa
a pesar de tener de por sí una pequeña parte de su
propiedad. El objetivo de esa medida era “que la ins-
titución no pase a manos de compañías extranjeras o
del trust” –es decir, a la Cervecería Quilmes, tal cual
había pasado con la Santa Fe–.
Los estatutos de la nueva firma fueron aprobados
oficialmente el 9 de marzo de 1932 y se comenzó la
construcción de las instalaciones. Una serie de no-
tas en el diario El Orden fueron anunciando los dis-
tintos pasos hasta la habilitación de la cervecera y la
expedición del primer barril el 23 de diciembre de
1933. Los terrenos elegidos para establecer la fábri-
ca eran los anexos a la quinta de la familia Schnei-
der. Con el tiempo, la instalación industrial genera-
ría un polo de atracción para población y negocios y
el paraje quedaría integrado a la trama urbana, pero
en sus orígenes su radicación se encontraría entre
chacras, curtiembres, mataderos y frutales.
Las “Memorias del Barrio Schneider” editadas por
el Museo de la Ciudad de Santa Fe, refieren la radi-
Los estatutos de la nueva
firma fueron aprobados
oficialmente el 9 de mar-
zo de 1932 y se comenzó
la construcción de las
instalaciones.
46
cación de varias quintas más allá de los cementerios
Municipal e Israelita, cercanas a las rutas y cami-
nos comunales que iban hacia el norte. Por los años
veinte la zona estaba despoblada. Descollaban las
casas de algunas familias como los González Sobra-
no o Sovrano, los Colombo, los Galiano o los Galli,
pero también un largo callejón que iba en dirección
a los bañados del río Salado y conducía a una pa-
tería o comercio de achuras, “dominio inexpugnable
de una feroz perrada” al decir de Julio Galli Pujato.
A finales de esa década el paraje todavía represen-
taba una suerte de zona de frontera de la ciudad.
La avenida Blas Parera –cuya traza respondía al
primitivo camino comunal que iba hacia el norte
paralelo al ferrocarril a las colonias– no tenía pavi-
mento alguno y era usada para correr carreras im-
provisadas, en las que a unos cien kilómetros por
hora probaban sus automóviles deportivos los “se-
ñoritos” santafesinos. Esa vía era el eje a partir del
cual se abrían las entradas a las distintas quintas o
Entrada a la fábrica
Schneider poco antes de
su inauguración.
Fotografía de González
Acha. Archivo de Celia
Perino de Schneider.
47
se instalaban los escasos negocios, predominando
luego los terrenos baldíos entre los que se alzaban
de vez en cuando pequeños y pobres caseríos. En
ese paisaje abierto, había una cierta proximidad fí-
sica entre los miembros de las clases acomodadas
que tenían quintas en la zona y grupos pertene-
cientes a las clases populares.
Hacia el este de la avenida se ubicaban varios hornos de
ladrillos que iban formando cavas para extraer tierra, las
que luego eran progresivamente rellenadas. La zona no
tenía trazado de calles interiores y se vinculaba con el
centro de la ciudad a través del tranvía eléctrico número
5. La quinta de Otto Schneider no debía ser fácilmente
accesible antes de la construcción de la fábrica, ya que
una invitación impresa para un agasajo a realizarse en
ella incluía instrucciones acerca de cómo llegar.
Una foto de la década de 1930 muestra una vista pa-
norámica de la quinta: una casa no muy grande divi-
dida en dos cuerpos edilicios, una glorieta o pérgola,
árboles de sombra, arbustos de ornamentación, árbo-
les frutales y una amplia huerta labrada por un peón
con un arado tirado por caballo. El edificio aún se
conserva –bajo propiedad de otra familia– y es reco-
nocido por los vecinos como un “lugar de memoria”
dentro del barrio, ya que se recuerdan las fiestas que
se hacían en ella.
La Cervecería Schneider se construyó de acuerdo con
los parámetros más avanzados del momento: labora-
torio, lavadoras, silos, hornos, condensadores, com-
presores, filtros, refrigeradores, depósitos de levadu-
ra, molino de malta, calderas de cocimiento, cubas de
fermentación, tanques de reposo, cintas de embotella-
miento automático y etiquetado. Según sus propagan-
distas, en 1934 el establecimiento podía presentarse
como “uno de los más perfectos en Sudamérica” y en
1939 como “la más moderna de Sudamérica”.
Algunas fotos de la fábrica nos permiten apreciar no
sólo los ámbitos físicos sino también las peculiarida-
des de los procesos productivos. El edificio se proyec-
tó con varios cuerpos y una altura de siete plantas en el
bloque central, con una estructura de hormigón arma-
do y paredes de ladrillo. La expedición se hacía por el
frente y los depósitos de cajones y materiales estaban
ubicados en la parte trasera, bajo grandes tinglados.
El taller de armado y reparaciones para estructuras y
máquinas-herramientas tenía una docena de opera-
rios y parecía una imagen de la Segunda Revolución
Industrial –en torno a los años de 1870–: tornos, amo-
ladoras, pulidoras, soldadoras, sierras e instrumentos
semejantes desparramados entre bancos de trabajo.
Pero la mayor parte de las instalaciones articulaban
una producción secuenciada con maquinarias de gran
porte, entre las que no faltaban cadenas de monta-
je para el envasado y carga. El diario El Orden decía
en 1933 que “una ligera inspección de la fábrica…nos
evidencia que allí existe una organización técnica de
primer orden, movida por un automatismo admirable,
imperando, en todo, la más absoluta higiene y un severí-
simo control”. Tanto para esa opinión publicada como
para el mismo Schneider y sus asociados, la tradición
alemana no sólo tenía que ver con el estilo de la cerve-
za sino con una visión de la técnica y del orden indus-
trial, asociados a la noción de eficiencia.
El despacho de Otto en el primer piso de la planta
respondía a un esquema de representación que sin
dudas lo instituía como el lugar central. Un escritorio
y varias bibliotecas o anaqueles enchapados en ma-
dera, una gran mesa para reuniones cubierta con un
La Cervecería Schneider
se construyó de acuerdo
con los parámetros más
avanzados del momento.
48
Cervecería Schneider
hacia 1933-34, vista este.
Fotografía de González
Acha. Archivo de Celia
Perino de Schneider.
Cervecería Schneider
hacia 1933-34, vista oeste.
Fotografía de González
Acha. Archivo de Celia
Perino de Schneider.
48
49
mantel bordado, fotos en las paredes y multitud de
objetos asociados al trabajo de oficina. Era el puen-
te de mando, identificado como “sala del directorio”
pero en rigor con una única plaza de trabajo perma-
nente: la de Schneider.
El edificio de la Cervecería Schneider se erigió
pronto en una referencia obligada para vecinos y
viajeros. Su porte hacía que sobresaliera en el es-
pacio plano y todavía semirural del noroeste de la
ciudad, mientras que las actividades económicas y
el movimiento de trabajadores que la fábrica im-
plicaba fueron transformando sus cercanías, que
pasaron pronto a conocerse como “Barrio Schnei-
der”. En 1944 la curia santafesina designó a Luis
Victoriano Dusso como capellán del cementerio
municipal y le asignó la tarea de erigir lo que dos
años más tarde sería la Parroquia Nuestra Señora
de Lourdes. Como para atraer a los hombres del
barrio a su iglesia Dusso promovió juegos de bo-
chas, básquetbol y fútbol, la parroquia se convirtió
pronto en un lugar de sociabilidad más. Con ella
quedó completado el panorama institucional del
barrio: iglesia, cementerio, cervecería e hipódro-
mo; cuatro instituciones de características muy di-
ferentes que marcaban el perímetro de la zona más
progresista del norte de la ciudad.
Schneider parece haber sido plenamente conscien-
te de que su emprendimiento podía tener efectos
concretos en el desarrollo económico y social tanto
del barrio como de la misma ciudad y provincia. No
sólo se encargó de publicitar las bondades de su cer-
veza y de diferenciarla de la Santa Fe, sino también
de conseguir una amplia suscripción de acciones
para su emprendimiento con una serie de discursos
que nos dan una idea acabada de su concepción. Ya
las notas del diario El Orden hacia 1931-1933 reco-
gían sus argumentos, pero en otros textos fue inclu-
so más preciso sobre el particular.
El contexto de surgimiento de la empresa no era pre-
cisamente el más favorable: 1932-33 eran los años de
mayor profundidad de la crisis económica general
del capitalismo manifestada en la quiebra de la Bolsa
de Nueva York y en la depresión del comercio inter-
nacional. La Argentina se veía afectada por la brusca
caída de las exportaciones de productos agropecua-
rios, lo que repercutía especialmente en la región.
Muchos actores que tenían una mirada crítica sobre
la situación interpretaban que la concentración mo-
nopólica y la baja capacidad de compra de los asa-
lariados favorecían la crisis de sobreproducción, en
tanto que otros enfatizaban la dependencia del país
en materia industrial y financiera como un agravante.
En las propagandas publicadas por El Orden Schnei-
der presentó la inversión en la cervecería como una
posibilidad de revertir a nivel local los efectos de la
crisis. “En Santa Fe –aducía–, el impulso económico
de las grandes industrias neutralizará las alternativas
que soportan los centros netamente agrícolas… Suscri-
bir acciones de la Sociedad Anónima Cervecería Sch-
neider es realizar la mas ventajosa inversión de dinero
en el momento actual y contribuir al afianzamiento
definitivo de nuestra independencia económica”. Esos
tópicos serían ampliados en detalle en una hoja pu-
blicitaria y especialmente en un borrador mecano-
grafiado para difusión que se resguardaron entre los
papeles de Schneider.
El argumento según el cual la industria cervecera sería
una alternativa de inversión en un contexto de retrac-
ción y desarticulación económica se asentaba en la afir-
El contexto de surgi-
miento de la empresa
no era precisamente el
más favorable: 1932-33
eran los años de mayor
profundidad de la crisis
económica general del
capitalismo manifestada
en la quiebra de la Bolsa
de Nueva York y en la
depresión del comercio
internacional.
50
mación de que “Hoy en día una Cervecería es el negocio
más estable y productivo… la ganancia bruta oscila entre
un 20 y un 30 por ciento. No representa la explotación du-
dosa de un invento a experimentar ni el plan de un nego-
cio aleatorio, sino la producción de un artículo cuyo con-
sumo y demanda por el público es una realidad que todos
conocen”. Planteando que se pasaba por un período tan
inestable que ni siquiera el oro podía resultar una ga-
rantía frente a la crisis – en alusión a la eliminación del
patrón-oro en varios países europeos–, los documentos
ofrecían la adquisición de “debentures” en dos millo-
nes de pesos moneda nacional con los cuales respaldar
los créditos bancarios necesarios para la instalación de
la fábrica. Muy germanamente, Schneider aducía que
la garantía de las ganancias estaba en la racionalidad
aplicada a los procesos productivos y la alta tecnología
a utilizar, vinculando esos aspectos a la calidad de la be-
bida a producir.
Esa representación de la bonanza económica de
la mano de la técnica, la organización racional y
la producción de un bien de consumo masivo iba
unida a la concepción de un capitalismo con un
cierto contenido social. Se expresaba la inten-
ción de dar al pueblo una “…Cervecería Popular,
formando una sociedad sobre la base de pequeñas
acciones, al alcance de todos y cuyos beneficiarios
sean los propios consumidores”. Un fragmento del
escrito en borrador luego tachado en lapicera alu-
día como accionistas a comerciantes, artesanos y
obreros. A su vez, otro pasaje explicaba que “Para
los dueños de cafés, bares, restaurantes, el benefi-
cio será doble, porque primeramente el obtiene una
cierta ganancia de la venta, y en segundo lugar re-
cibe los intereses…”. Schneider apelaba sin dudas
al recuerdo fresco de la venta del paquete accio-
nario de la Santa Fe, cuando decía que “Actual-
mente el consumidor no obtiene ninguna ganancia,
pués es materialmente imposible adquirir acciones
cerveceras, porque, estas han legado a varias veces
de su valor nominal, siendo por lo tanto para las
personas de medios limitados imposible participar
en esta clase de industrias. / La Sociedad Anónima
«CERVECERÍA SCHNEIDER» ofrece al público
acciones cuyo valor es de 100 $ m/n cada una, es-
tando de esta manera al alcance de cualquier indi-
viduo (sic)”. La convocatoria fue convincente, ya
que según Abad de Santillán más de mil quinien-
tas personas suscribieron acciones de la empresa
y la fábrica recogió prontamente una cierta “sim-
patía del público”. Otto había conseguido erigir
una firma atractiva para las clases medias acomo-
dadas de la zona.
Esos textos de Schneider realizaban alusiones al
carácter popular y nacional que tendría el em-
prendimiento, planteando que “…la cerveza, ver-
dadera bebida del pueblo, preciosa por las mate-
rias nutritivas que contiene, debe tener su mejor
cooperador en el pueblo mismo y volver a manos
Laboratorio.
Fotografía de González Acha. Archivo de Celia Perino
de Schneider.
“Una gran empresa
basada sobre capitales
argentinos, significa un
paso más hacia adelante
para la industria NETA-
MENTE NACIONAL, un
esfuerzo más para estabi-
lizar nuestra moneda
y un impulso para el País,
la Provincia y su Capital”
O. Schneider
51
Sala de cocimiento.
Fotografía de González
Acha. Archivo de Celia
Perino de Schneider.
de los consumidores las ganancias que se obtienen
de su elaboración y expendio”, y que “Una gran
empresa basada sobre capitales argentinos, signi-
fica un paso más hacia adelante para la industria
NETAMENTE NACIONAL, un esfuerzo más para
estabilizar nuestra moneda y un impulso para el
País, la Provincia y su Capital”. De esa manera se
presentaba la decisión de invertir en la industria
agroalimentaria como un deber moral, “Todos co-
nocemos la crisis comercial e industrial por la cuál
cruza el mundo entero… Si en estos momentos la
crisis azota la humanidad y siembra el pánico por
doquier, es deber de cualquier individuo y de todo
buen patriota de cooperar a la eliminación de este
mal, y, no debe ser un motivo para desanimarse y de
abstenerse de fomentar las industrias NACIONA-
LES. / Únicamente de esta manera podemos anular
la crisis y normalizar la situación actual.”
A tono con diversas corrientes del pensamiento
social de la época imbuidas de connotaciones na-
cionalistas, el ideario social de Schneider suponía
una relación armónica entre capital y trabajo para
dar origen al bienestar común. Y ese programa de
conciliación de clases sociales fue el que dio título
a una doble página de fotos de propaganda publica-
da por el diario El Orden el 3 de noviembre de 1934.
La identidad de una “fábrica del pueblo” se asociaba
gracias a las imágenes con la introducción de tecno-
logía avanzada y el trabajo creador de los operarios.
Esas concepciones se basaban también en la noción
de un capitalismo popular típica de las clases me-
dias, que marginadas de la propiedad privada mo-
nopolista veían favorablemente como contrapartida
la extensión de la renta industrial bajo la forma de
tenencia de acciones a las que podían acceder con
52
sus ahorros. En ese sentido los “pequeños capitalis-
tas, residentes, en su gran mayoría, en esta plaza y en
la campaña” eran los sujetos privilegiados del recla-
mo publicitario. Personas de orden, capaces de jui-
cio y crítica, propietarios asentados y padres de fa-
milia, pero a un tiempo innovadores, consumidores
de los mismos productos cuya elaboración solventa-
ban, cercanos a los sectores populares e inspirados
por la adhesión a la comunidad local. El “pueblo”
del que hablaba y al cual le hablaba Schneider era
una construcción imaginaria que se parecía mucho
a él mismo: capaz de trabajar con las manos si era
necesario y a la vez orgulloso de un conocimiento
profesional y una dedicación a los negocios que fun-
daban su posición social.
Ese tipo de discursos tenían una amplia circulación
social e iban desplazando tanto a los enunciados
conservadores tradicionales como a los reperto-
rios de confrontación de las izquierdas. Aunque el
personal de conducción gerencial, administrativa y
técnica tenía una gran distancia social con los tra-
bajadores manuales, había una serie de políticas de
acercamiento tendientes a confirmar las diferencias
sociales mediante mecanismos de atenuación. Tan-
to la empresa de Otto como su competidora aplica-
ron políticas de mejoras respecto de la situación de
sus obreros. En la Santa Fe, la administración de los
Bemberg trató de acordar beneficios aún antes de
las leyes que los tornarían obligatorios. Otro tanto
ocurría en la Schneider, en función de la ideología
de conciliación de clases y acercamiento entre capi-
tal y trabajo que propugnaba su conductor.
El imaginario de una comunidad fraterna que supe-
raba los intereses de clases se expresaba en una so-
ciabilidad particular al interior de la empresa y se
proyectaba hacia actividades variadas. Los partidos
de fútbol, la participación conjunta en asados y cho-
peteadas o la identificación de los empleados con las
marcas en el contexto de la competencia local ser-
vían como elementos de cohesión entre propietarios,
gerentes y trabajadores. Para los hijos de Augusto
Hirsch, gerente de la Santa Fe, existía un gran afec-
to y un sentimiento de pertenencia que hacía que los
obreros dedicaran incluso sus domingos a sacar la
producción necesaria para satisfacer los numerosos
pedidos. En el caso de la Schneider habría ocurrido
otro tanto, con el suplemento de un reconocimiento
especial a la figura casi carismática del propietario.
Vínculos cotidianos de vez en cuando confirmados
por un diploma, como el recibido por Otto con mo-
tivo de sus setenta años, con la firma del personal de
la empresa.
Pese a ello no hay que idealizar esos vínculos inter-
clasistas. Los intereses contradictorios de patronos
y trabajadores afloraban en una u otra ocasión y aun-
que tengamos escasas constancias no debemos dejar
de considerar la posibilidad de conflictos soterrados o
tensiones ocasionales. Al mismo tiempo que aluden a
esa relación idílica de afecto mutuo y al reconocimien-
to social y laboral que recibía, los Hirsch recuerdan las
amenazas o presiones sufridas por el gerente de parte
de los trabajadores. La formación de un sindicalismo
reformista y negociador, alentado por el Estado, brin-
daría una mejor articulación a esos intentos de con-
ciliación de clases. En 1936 se fundó la Federación de
Obreros Cerveceros y Afines de la República Argen-
tina. No hubo una inmediata afiliación de los trabaja-
dores santafesinos y el modelo confederal les requería
la formación de organizaciones de base. En fecha tan
tardía como 1944 recién se constituiría la Sociedad de
Obreros Cerveceros de la Cervecería Santa Fe en una
Para los hijos de Augusto
Hirsch, gerente de la
Santa Fe, existía un gran
afecto y un sentimiento
de pertenencia que hacía
que los obreros dedicaran
incluso sus domingos a
sacar la producción nece-
saria para satisfacer los
numerosos pedidos. En el
caso de la Schneider ha-
bría ocurrido otro tanto,
con el suplemento de un
reconocimiento especial a
la figura casi carismática
del propietario.
53
Otto Schneider en su escritorio, hacia 1932. Fotografía de González Acha. Archivo de Celia Perino de Schneider.
53
54
reunión realizada en el local de la Unión Ferroviaria. La
lista de los asociados muestra que la mayoría de ellos
eran inmigrantes no naturalizados; mayoritariamente
rusos, polacos y alemanes.
A tenor del testimonio de Eduardo Revuelta, la rela-
ción de Schneider y de los accionistas de la fábrica
con el sindicato siempre fue cordial. En rigor se po-
dría decir que “Don Otto no se metía con el personal, no
tenía nada que ver”; dejaba en manos de los gerentes
el trato con los operarios y se dedicaba personalmen-
te a mantener la calidad de la cerveza. Los sueldos de
los obreros eran de los más altos dentro de la industria
cervecera y no se registraron más huelgas que las re-
sultantes de la adhesión a medidas nacionales. Con la
llegada del peronismo al poder estatal y la cercanía del
secretariado local a los centros nacionales de decisión,
la situación del sindicato del ramo mejoró sensible-
mente. El trato mantenido entre la asociación gremial
y la firma en ese período fue muy bueno, a diferencia
de lo ocurrido con el grupo Bemberg que más tarde
fue intervenido por el justicialismo.
Las divisiones entre el personal de las empresas eran
complejas, como en todas las grandes fábricas. En
principio estaríamos tentados de separar a los in-
genieros que controlaban los procedimientos de los
“obreros-masa” que realizaban tareas puntuales e
intercambiables al estilo de la cadena de producción
fordista, pero la situación no era tan simple en ningu-
na de las dos cervecerías. Cuando se definen modelos
de regulación del capital con denominaciones am-
plias como “taylorismo”, “fordismo” o “toyotismo” se
suele pasar por alto que en la práctica concreta de las
unidades productivas se producen combinaciones de
modos de trabajo y de organización de la producción.
Si a eso le sumamos que en la visión de algunos téc-
nicos la producción de la Schneider era “semi artesa-
nal”, por la importancia que tenía el control huma-
no sobre distintos pasos y la falta de automatización
de algunos procesos, tendremos una multiplicidad
de tareas y responsabilidades que hacen muy difícil
reconocer el modelo puro a pesar de admitir que se
trataba de fábricas departamentalizadas con organi-
zación fordista.
La estructura funcional de las empresas era muy
jerarquizada. Tanto en el plano productivo propia-
mente dicho, como en el técnico y en el adminis-
trativo, había diferentes funciones que suponían
gradaciones de importancia variable. Cuando Otto
Schneider formó su compañía, muchos emplea-
dos de la Cervecería Santa Fe fueron con él. En-
Reunión en el Recreo
Schneider, hacia fines de
los años ’30 o inicios de los
’40. Mesas cubiertas con
papel y comensales con
ropas variadas; imagen de
la conciliación de clases en
torno a los vasos de liso.
Archivo de Celia Perino de
Schneider.
Mismo lugar y período
que la foto anterior.
El Recreo Schneider era
uno de los lugares de cul-
to cervecero en la ciudad
de Santa Fe.
Archivo de Celia Perino
de Schneider.
55
tre los profesionales que controlaban los procesos
productivos siempre se contó con la presencia de
técnicos alemanes, como en la anterior etapa. En
la década de 1930 la actividad del propio Schnei-
der como maestro cervecero fue muy importante
e hizo que su hijo Rodolfo cursara estudios regu-
lares en Alemania, pero luego contrató como di-
rector a otro germano con cinco generaciones de
cerveceros en su familia: Conrado Flint. En el labo-
ratorio se desempeñaba otro de sus connacionales,
Rodolfo Altendorf. También tenemos registro de
otro de apellido Gainster y de un austríaco llamado
Ribait que habrían cumplido funciones técnicas.
Estos especialistas formaban el núcleo de conduc-
ción de la firma y en cierto modo actuaban como la
elite profesional de la empresa, que se distinguía
incluso del resto del personal técnico ya que entre
ellos hablaban en alemán. A ese nivel jerárquico
superior comenzaron a entrar individuos de otras
procedencias, que alcanzaron los más importan-
tes puestos de conducción en las ramas química o
mecánica, como Luis Teodoro Zamaro, profesor de
la Escuela Industrial Superior, o Manuel Zamaro,
jefe del taller de mantenimiento.
Los empleados técnicos y administrativos de cierta
categoría compartían una mayor cercanía con Sch-
neider que con los propietarios de acciones o del
mismo directorio de la compañía. En realidad, mu-
chos de ellos eran a su vez tenedores de acciones
ya que invertían sus ahorros en la misma empresa,
pero lo que los vinculaba eran sus saberes y su tra-
bajo cotidiano. En la Schneider se hacía una comida
todos los primeros sábados de cada mes que reunía
al personal jerárquico, el que también gozaba de in-
vitaciones o descuentos en los bares que compraban
el producto de la fábrica y especialmente en el “City
Bar” y en el “Recreo Schneider”. Este segmento de
profesionales se representaba a sí mismo como un
grupo separado de los miembros del directorio. Con
una mentalidad más orientada a la optimización
constante de los procesos productivos, veían a los
otros como una “elite de apellidos ilustres” que no
tenían un espíritu innovador y a los que tanto ellos
como don Otto tenían siempre que convencer para
introducir mejoras.
Entre los obreros especializados en el manejo de
maquinaria se contaron a su vez muchos polacos.
Fue el caso de Mietek Sniadowski, quien luego de
participar en el ejército polaco en el exilio durante
la Segunda Guerra Mundial recaló en Santa Fe y con
sus conocimientos de tornería y mecánica ingresó
tras una prueba de aptitudes en la fábrica de Sch-
Taller de manteni-
miento de la Cervecería
Schneider.
Archivo de Celia Perino
de Schneider.
Los empleados técnicos y
administrativos de cierta
categoría compartían
una mayor cercanía con
Schneider que con los
propietarios de acciones
o del mismo directorio de
la compañía.
56
neider, acordada con el contacto de la asociación
polaca “Dom Polski” (“Casa Polaca”) de la ciudad.
Revuelta recuerda la contracción al trabajo de esos
obreros aplicando el mismo criterio de identifica-
ción de una virtud específica que se emplea para
hablar de los técnicos alemanes: “Si yo pongo una
fábrica, pongo de polacos. Los padres, porque después
los hijos son argentinos”.
Algunos empleados tenían a su cargo servicios
auxiliares. El cocinero de la fábrica de apellido
Fernández, por ejemplo, que había seguido a Sch-
neider en su nuevo emprendimiento y cuya hija se
casó con el apadrinamiento de Otto. Para tareas
manuales que no exigían el manejo de máquinas,
como ser el empapelado de las botellas, se contra-
taba a menores. La máquina etiquetadora coloca-
ba los rótulos principales, pero luego las botellas
pasaban por las manos de muchos muchachos de
entre 14 y 15 años, sentados a la salida de la cadena,
que les colocaban etiquetitas menores, cuellos de
papel dorado o papeles de seda típicos de las bebi-
das prestigiosas. Revuelta, Sniadowski y Máximo
Achleitner coinciden en afirmar que se los tomaba
para el momento de máxima salida del producto
en la temporada estival y que eran una gran can-
tidad, aunque las cifras que dan varían entre 80
y 180. Para los meses de verano también crecía la
contratación temporaria de trabajadores mayores,
por el incremento en la demanda de hielo. El total
de los obreros y administrativos fijos de la empresa
rondaba los 200 contratados.
Pese a esas múltiples distinciones al interior de las
fábricas los accionistas y empleados de ambas fir-
mas compartían la identidad que les ofrecían las
Preparación de barriles.
Fotografías de González
Acha. Archivo de Celia
Perino de Schneider.
57
propias empresas. Concurrían a los bares vincula-
dos a sus firmas, asistían a asados u otras comidas
en los que se entremezclaban las clases sociales,
jugaban al fútbol en equipos rivales. Hay incluso
memorias de hostilidades puntuales, al menos en-
tre Schneider y quien fuera director técnico de la
Santa Fe tras su alejamiento –el también de origen
alemán José Mayer– quienes habrían evitado en-
contrarse en lugares públicos durante largos años.
El que la Cervecería Santa Fe perteneciera en las
décadas de 1930 y 40 al conglomerado de la Quil-
mes no parece haber sido una cuestión menor en la
agudización de los roces.
La firma de la familia Bemberg había instalado pri-
meramente un depósito en la zona de las calles 4 de
Enero y Mariano Comas, con casas para el perso-
nal jerárquico. Ese fue inicialmente el centro dis-
tribuidor de la Cerveza Quilmes, ubicado a la vera
de una línea de ferrocarril para la descarga del pro-
ducto que venía de Buenos Aires. La competencia
por el mercado supuso un constante dumping del
conglomerado, que aplicaba precios de venta bajos
ya en la época de su presión para comprar la Santa
Fe. Al entrar en el mercado la compañía de Otto
la práctica se mantuvo a pesar de que las ventas
del trust no corrían riesgo: mientras ellos vendían
un promedio de doscientos mil hectolitros la Sch-
neider no pasaba de los treinta mil. Otro conflic-
to se planteó en torno al abastecimiento de malta.
Como vimos, el grupo Bemberg había sido pionero
en la producción de esa materia básica en Argen-
tina, disminuyendo los costos que suponía impor-
tarla. Durante muchos años la Quilmes no vendió
malta a la Schneider, que se vio obligada a comprar
cebada en el sur de la provincia de Buenos Aires,
Preparación de botellas.
Fotografías de González
Acha. Archivo de Celia
Perino de Schneider.
58
trasladarla a San Juan para que otra empresa se la
malteara y recién después llevarla a la fábrica en la
ciudad de Santa Fe.
La oposición entre la empresa de Otto Schneider y la
Cervecería Santa Fe que pertenecía al conglomera-
do de Quilmes no sólo era un elemento sentido por
los dirigentes y trabajadores de las fábricas, sino que
también se trasladó al conjunto de la ciudad. Revuel-
ta llega a decir que la división era análoga a la de las
hinchadas de los clubes Colón y Unión. Los bares y
choperías pasaron a vender la Santa Fe o la Schnei-
der en forma exclusiva. La firma de Otto comenzó a
expedir su producto en dos locales céntricos, uno en
calle San Martín y otro en la intersección de las calles
Primera Junta y 9 de Julio, y luego se fue expandien-
do por toda la ciudad.
La puja comercial se reflejó en la propaganda. Los
avisos no se ciñeron a un modelo o a símbolos rei-
terados sino que fueron muy variados y se presen-
taban tanto en la vía pública como en los medios
de comunicación. Aquí también la mejor posición
financiera del conglomerado al que pertenecía la
Cervecería Santa Fe se dejaba sentir, tanto en la ca-
lidad de los diseños publicitarios como en su pre-
sencia. Schneider buscó una estrategia que pudiera
hacer frente exitosamente al “pulpo cervecero”, y
como veremos la encontró en la producción de una
cerveza de calidad. La “Reina de las Cervezas”, ba-
Publicidades de 1935
y 1938 de las Cervecerías
Santa Fe y Schneider.
Fuente: Diario El Litoral.
59
sada en las tradicionales recetas alemanas y con el
prestigio de su propio nombre, iba a tener un lugar
de preferencia en el mercado nacional y llegaría a
exportarse a los países limítrofes.
Avanzados los años ’40 Schneider se retiró de la
conducción de la empresa. Ya había acumulado un
importante capital, era propietario de numerosos
inmuebles en la ciudad y participaba como locador
o socio de algunos bares. Su hijo Rodolfo mantu-
vo un puesto gerencial en la firma hasta retirarse
más adelante, luego de instalar una fábrica de ga-
seosas y sodas que producía las marcas “Pirulo” y
“Bidú-Cola”, durante años de mucha distribución
en la zona. Don Otto falleció en Santa Fe poco an-
tes del mediodía el 30 de junio de 1950. En 1952
Julio y Juan Marmorek –que eran personal de con-
ducción de la Cervecería Santa Fe– adquirieron
la mayor parte de las acciones de esa firma. Falle-
cido el inspirador de una compañía y transferida
la propiedad de la empresa rival a nuevas manos,
la puja entre las dos marcas iba a continuar hasta
que la Schneider fuera comprada por la Santa Fe
en 1979. Pero ya no estarían los actores individua-
les que habían animado esa competencia durante
tanto tiempo.
62
CAP IV La ciudad de la Cerveza.
En diferentes zonas de la ciudad se fueron abriendo choperías que recogían a públicos disímiles, que tam-bién pertenecían en gran medida a las clases medias pero que además nucleaban a sectores de trabajadores con cierto nivel de ingresos.
63
Todos los procesos reseñados en las páginas
anteriores pueden dar cuenta de los modos en
los cuales se fue constituyendo una industria
agroalimentaria específica en una ciudad del litoral ar-
gentino. Pero en sí no explican los por qué de un modo de
sociabilidad que tiene al producto como eje, de formas de
lazo social anudadas alrededor del consumo de cerveza.
Localidades con buena calidad de aguas había muchas a
lo largo de toda la cuenca del río Paraná. Colonias y agru-
pamientos de inmigrantes alemanes y de otras naciona-
lidades centro europeas también. Fábricas de cerveza,
varias. Pero en Santa Fe se desplegó una dinámica de re-
lación entre producción y consumo que justificó el lema
de “ciudad cervecera” que hacia los años ’30 ya utilizaba
una de las empresas. Esa peculiaridad se extiende hasta
hoy en día, cuando la ciudad tiene un consumo per cápita
de cerveza fluctuante entre los 60 y los 70 litros anuales,
que aunque está lejos de algunos parámetros europeos
prácticamente duplica la media nacional e incluso la de
la propia provincia de la cual es capital. Algunas localida-
des de la región central en las que prima la colonización
suizo-alemana y suizo-francesa tienen valores similares
de consumo, pero ninguna llega a igualar a Santa Fe. Si
es que hay en esta localidad algo especial, tal vez regis-
trando los modos en los cuales se fueron desarrollando
pautas culturales específicas podamos reconstruir las
formas de una interacción social en torno a un producto
de consumo masivo.
Aún en una sociedad que se mundializa a pasos agi-
gantados, permanecen o se generan constantemente
particularidades locales. Formas de vestir, gestos, cos-
tumbres, preferencias culinarias o modismos de la más
variada índole. A veces, un espacio social determinado
tiene hasta un lenguaje propio y así un periodista co-
lombiano contemporáneo dice que “En Santa Fe al an-
dén le llaman vereda, a la maleta, valija, a una discoteca,
boliche, a la cafetería, bar, al bar, chopería, al carro, coche
y a las mujeres, minas”. Nada muy distinto de cualquier
otro lugar del planeta, cuando un observador externo
se sorprende ante aquello que difiere de su propio hori-
zonte cultural, y en este caso tampoco muy diferente de
otras grandes ciudades argentinas con un argot seme-
jante en algunos de sus sectores sociales. Salvo quizás
por una escueta palabra que el cronista no registró pero
que caracteriza a la ciudad: “liso”. La cerveza de barril
escanciada en vaso o jarra recibe en Argentina el nom-
bre de “chop” o “chopp”, salvo en Santa Fe donde se sir-
ve en vasos que reciben ese nombre particular.
Ya a principios del siglo XX parece haberse adoptado la
costumbre de servir la cerveza de barril en vasos trans-
parentes y sin tallar, a veces cilíndricos y a veces ligera-
mente cónicos, que originalmente tenían un tercio de
litro de capacidad. Aunque en distintas regiones argen-
tinas se fue imponiendo esa modalidad, reemplazando
a las jarras de vidrio y cerámica o a los vasos tallados,
en Santa Fe tomó de manera exclusiva el nombre de
“liso”. Algunos comentaristas consideran posible que
esa denominación haya referido a la acción de retirar
el sobrante de espuma “alisando” la boca del vaso con
una tablilla, pero en la ciudad se mantiene una tradición
oral que asigna a Otto Schneider la invención del térmi-
no. Parece ser que cuando llegaba a la antigua Chopería
Alemana ubicada en la céntrica esquina de las actuales
calles 25 de Mayo y La Rioja, pedía que le sirvieran la
cerveza en un vaso liso de capacidad menor que la de
las jarras. De esa manera podía sentir el frío de la bebida
más fácilmente, al tiempo que esa cantidad se consumía
más rápidamente y el chop no se entibiaba en la mesa.
La atribución a don Otto de la invención del liso ad-
quiere en la ciudad las características de mito local. Y
como en todo mito sus detalles son inciertos, su da-
La cerveza de barril es-
canciada en vaso o jarra
recibe en Argentina el
nombre de “chop”
o “chopp”, salvo en Santa
Fe donde se sirve en vasos
que reciben el nombre
de “LISO”.
64
tación imposible, su contestación indebida. Según
Eduardo Revuelta, Schneider “descubrió” en el “City
Bar” ubicado sobre la calle San Martín y que habría
sido de su propiedad, unos vasos de 350 centímetros
cúbicos de capacidad y totalmente lisos que comen-
zó a reclamar para beber junto con los miembros del
directorio de su empresa y con otros amigos. Refiere
entonces que don Otto pedía en su castellano siempre
imperfecto y rústico unos “lisos”, lo que luego sería
remedado por su hijo Rodolfo, que voceaba la palabra
imitando a su padre. Sería entonces en una mesa fija
que tenía reservada en ese lugar y hacia la década de
1930 donde habría surgido la costumbre, ya que antes
no existía la firma y Rodolfo habría sido muy pequeño.
Celia Schneider y otros testimoniantes confirman esa
tradición, pero ubican los acontecimientos en la ante-
dicha Chopería Alemana o en un bar de la intersección
de calles 25 de Mayo y Rosario –hoy Lisandro de la To-
rre–. A su vez, un manuscrito de Rodolfo Schneider
sobre su padre no hace mención alguna a esos relatos,
pero consigna que en la chopería “Maxim” de Buenos
Aires se expedía la cerveza en vasos lisos.
La datación tardía de la costumbre en la década del `30
resulta muy difícil de sostener, pues como hemos vis-
to a propósito de registros fotográficos anteriores ya se
usaban esos recipientes al menos desde 1910-1920. Para
Eduardo Bernardi, si bien el relato sobre Schneider se-
ría cierto y se ubicaría en el “City”, el paso a los vasos
lisos se produjo en el contexto del incremento del con-
sumo de cerveza por la afluencia de las tripulaciones de
los barcos de carga luego de la Primera Guerra Mundial
y se debió a que las jarras de vidrio moldeado eran más
caras. La aplicación de los mismos recipientes en los
que se bebía vino o gaseosas sería entonces una opción
práctica de las empresas expendedoras.
Posavasos con pro-
paganda de la Danziger
Aktien-Bierbrauerei. En
el de la izquierda, un
vaso de corte imperial.
Fuente: http:// www.
forum.dawnygdansk.pl
65
Como toda costumbre, el liso santafesino debió sur-
gir de la reiteración y extensión de prácticas coti-
dianas más que de hechos puntuales que podamos
atribuir a uno u otro personaje. Muy probablemente
Schneider no haya sido el “inventor” de ese término
y mucho menos del modo de consumir cerveza tira-
da de barril en vasos ligeros y sin tallar, costumbre
ya extendida en todo el mundo para ese momento.
Pero no es menos cierto que para las memorias co-
lectivas santafesinas merecería haberlo sido y que la
palabra se transformó en un elemento de identidad
para los habitantes de la ciudad. Si las tradiciones
orales tienen algún asidero, deberíamos poner en el
haber de Schneider ese aporte que aunque parezca
mínimo no carece de importancia para las represen-
taciones locales.
Si bien el liso fue pronto el modo más típico y extendido
de servir la cerveza de barril, también se fueron desarro-
llando otros recipientes que tenían capacidades más cer-
canas a la de las jarras pero una apariencia más delicada;
concretamente, los “balones” y los más grandes “satéli-
tes”. Los vasos sin pie se apoyaban inicialmente sobre
pedazos de fieltro cuadrados que servían para absorber
el líquido que se derramara o la condensación de agua
sobre la superficie fría. Más tarde se hicieron de cartón
con las propagandas de las cervecerías y mayormente
circulares, algo con lo cual Otto estaba familiarizado al
menos desde su desempeño en la Danziger Aktien-Bier-
brauerei y otras cerveceras alemanas, cuyos posavasos se
consiguen aún hoy en subastas de recuerdos.
La distribución de cerveza envasada en botellas de
distintos tipos, fueran porrones o de formas más deli-
cadas, era una de las opciones que ofrecían las cerve-
cerías. Los procesos de pasteurización del producto
permiten fraccionarlo y llevarlo a grandes distancias
al darle unos seis meses de durabilidad y evitar el en-
turbiamiento que se produciría por la continuidad
de la fermentación. Pero la pasteurización genera
gustos secundarios y variaciones de color por la oxi-
dación, que no se escapan a la observación del buen
conocedor. Para la distribución en la ciudad de Santa
Fe, las empresas embotellaban cerveza sin pasteuri-
zar que se repartía diariamente en los negocios. El
escaso margen de tiempo que había para su consumo
obligaba a controlar el orden en el que se iban ven-
diendo las botellas, sobre todo cuando los calores del
verano hacían que no hubiera heladera que funcio-
nara a pleno, con un sistema de reposición que era
imposible en la venta a otras localidades y que más
adelante se abandonó.
La cerveza escanciada de barril, o como se dice
vulgarmente “tirada”, fue siempre preferida a la
de cualquier otro recipiente. Sin pasteurizar, guar-
dada en esos contenedores se mantiene más fresca
y dura unos 45 días en muy buen estado. El gus-
to santafesino se fue adecuando rápidamente a las
virtudes de la cerveza en barril, con algunas par-
ticularidades distintivas respecto de las de otras
ciudades. En primer lugar la temperatura, ya que
en Santa Fe comenzó a beberse la cerveza casi he-
lada. Si bien los sabores se aprecian bien por deba-
jo de los 7 u 8 grados centígrados, lo usual es que
se consuma a 0 grados en verano y a no más de 4
en invierno. En segundo término la forma de “ti-
rar” los lisos o chops, que en la zona se sirvieron
tempranamente con un poco de espuma o “cue-
llo” a diferencia de otras regiones en las cuales se
prefiere sin ella. Tanto Eduardo Revuelta como un
ingeniero de la actual Cervecería Santa Fe, Carlos
Palacios, destacan que la limpieza del vaso es fun-
damental pues si tiene restos de grasa, detergente
Según Eduardo Revuelta,
Schneider “descubrió”
en el “City Bar” ubicado
sobre la calle San Martín
y que habría sido de su
propiedad, unos vasos de
350 centímetros cúbicos
de capacidad y totalmen-
te lisos que comenzó a
reclamar para beber junto
con los miembros del
directorio de su empresa y
con otros amigos.
66
u otras bebidas la espuma no se mantiene contra el
vidrio y cambian los sabores. Además, los recipien-
tes calientes favorecen una espuma más volumino-
sa y menos consistente, que casi no se sostiene. Las
tradiciones orales recogidas por otros investigado-
res refieren que los consumidores comprobaban la
aptitud de la cerveza introduciendo un palillo es-
carbadientes en la espuma; si se mantenía en posi-
ción vertical un instante era señal de la buena cali-
dad del producto.
De acuerdo con los testimonios de Jorge Reynoso Al-
dao, la promoción comercial de las cervecerías insta-
ló la costumbre de beber cerveza en reemplazo de los
copetines y las bebidas blancas. Una de las primeras
casas especializadas en la oferta de cerveza de barril
habría sido la chopería “Gambrinus”, atribuida a la
familia Spengler y ubicada sobre la céntrica calle San
Martín. Sin embargo también tenemos constancias
de bares y confiterías que desde la primera década
del siglo incluían propagandas de cerveza, como el
“Carlitos” que habría funcionado en calle Rivada-
via al 2700 y que aparece registrado en una foto que
Pascualina Di Biasio fecha hacia 1905-1910, en la que
se aprecia su cartel con un barril y la publicidad de
chop. Como fuera, es evidente que el reemplazo pro-
gresivo en los gustos se produjo. Así como fueron va-
riando las estadísticas de producción y venta de cada
producto, los mismos registros de los encuentros
demuestran esa evolución: cualquier foto temprana
nos muestra bebedores de vino, ginebras y licores, en
tanto que hacia 1910-20 aparecen cada vez más po-
rrones, jarras y vasos de cerveza.
Desde la década de 1920 el consumo en bares experi-
mentó un incremento sostenido. En la ciudad de Bue-
nos Aires comenzó a extenderse la moda de la comida
alemana y algunas confiterías tuvieron un éxito inme-
diato en los barrios con poblaciones de ingresos medio-
altos, como Belgrano. Hasta se difundió un cierto tipo
de mobiliario, con sillas “vienesas” de esterilla . A partir
de esos locales y como acompañamiento de un proceso
que a nivel nacional registraba el incremento de ventas
de la cerveza por sobre el vino y los licores, se habría ido
formando un modo de consumo de la bebida entre las
clases medias urbanas que se plasmó en la multiplica-
ción de locales y que en Santa Fe supuso el desarrollo de
una sociabilidad particular. Reunirse a tomar cerveza se
instaló como una manera de pasar el tiempo entre ami-
gos, en ocasiones durante horas del día y en cantidades
ingentes, lo que habla también de un segmento de con-
sumidores con tiempo y dinero para participar de esos
encuentros. En distintos lugares se formaban grupos de
Café y bar “Carlitos”
hacia la primera década
del siglo XX.
Fuentes:
Diario El Litoral
67
“La cuevita”, tradi-
cional bar santafesino.
Fuente: Nilda Rozycky.
Una reunión donde
la protagonista es la
cerveza. Archivo de la
Cervecería Santa Fe.
67
68
Dos escenas de
choperías en las que se
aprecian los “lisos” con
“cuello”. En la de abajo,
en primer plano,
una tablilla de madera
para alisar la espuma.
Fuente: Diario El Litoral.
68
69
varones adultos que encontraban en los bares un espa-
cio de debates y comentarios, en ocasiones pagando por
adelantado a los mozos o camareros un número crecido
de lisos, que éstos iban trayendo a medida que se bebían.
En esos años ‘20 las mujeres de las clases medias y altas
comenzaron a participar de ese mundo de encuentros
sociales en bares, en general en espacios diferenciados
de los varones ya que al interior de los locales se senta-
ban en mesas separadas. Pero rara vez consumían be-
bidas alcohólicas. El uso femenino de cerveza era aso-
ciado en general a la noción de un alimento más que a
un disfrute compartido. A tenor de lo testimoniado por
la familia Hirsch, hasta mediados del siglo todavía las
mujeres la bebían en la etapa de lactancia de sus hijos
o consumían malta para incrementar su producción de
leche, e incluso los niños la probaban. Pronto esa con-
cepción dio paso a la participación en el consumo so-
cial del producto. La diferenciación se mantuvo por un
tiempo en los modos de servir a unos y otros grupos:
los hombres bebían el liso o jarra, las mujeres en vaso
imperial. Para mediados de los años ‘30 los registros fo-
tográficos muestran a ambos sexos sentados a la mesa
de las confiterías sin distinción de hábitos y una década
después la participación femenina era ya muy amplia.
Además de afianzarse como pauta de reunión de gru-
pos de amistad, la concurrencia a bares y confiterías
para el consumo de cerveza se transformó en una sa-
lida familiar hacia las décadas de 1940-1950. Los días
de semana, especialmente en los atardeceres calu-
rosos, las salidas de los padres con sus niños solían
incluir como momento final de un paseo la ida a un
local en el cual se consumían algunos lisos acompa-
ñados de las ya tradicionales “baterías” de maní, ga-
lletitas o palitos salados, lupines u otros “ingredien-
tes”. Las mujeres que consideraban muy amargo el
sabor los mezclaban con un poco de gaseosas dulces
–“Naranja Crush” o “Bidú-Cola” en los recuerdos
de Bernardi–, en tanto que los chicos recibían como
premio de su conducta un “cívico” de cerveza, pe-
queño vasito cilíndrico con unos 60 ó 70 centímetros
cúbicos de capacidad que remedaba al liso. Lo que
la industria cervecera santafesina consiguió rápida-
mente fue incorporar a las clases medias urbanas al
gusto por la bebida, pero ese desarrollo también ha-
bla de una forma de consumo de masas y de la multi-
plicación de emprendimientos comerciales.
La identificación de los salones cuyo principal pro-
ducto de venta fue la cerveza ha sido motivo de opi-
niones encontradas, en ocasiones corroboradas por
registros comerciales u oficiales y otras más asentadas
en las memorias sociales. Algunos de esos locales eran
verdaderas choperías muy especializadas y en todos el
consumo de cerveza comenzó a superar ampliamen-
te el de otras bebidas. La forma de verter los lisos, la
presión del gas, la altura y consistencia del cuello o la
temperatura son los aspectos por lo habitual mencio-
nados en los recuerdos sobre esos lugares. Como he-
mos visto, en el centro ya se habría destacado el bar
“Gambrinus” y mientras que para la década de 1920
se instalaron confiterías en las cercanías de la laguna
Setúbal, como ser la “Rambla Guadalupe” en 1928 y
un “Recreo” –bar y restaurante con mesas al aire libre
y vista amplia– ubicado en el entonces Parque Oroño,
junto a la base oeste del puente colgante.
Hacia la década de 1930, en consonancia con la compe-
tencia entre las Cervecerías Santa Fe y Schneider y en el
marco de la recuperación económica, se multiplicaron
esos locales, muchas veces identificados como “cafés”.
Juan Struch inauguró en 1931 el “Café Modelo”, luego
conocido como “Chopería” y en funcionamiento hasta
Reunirse a tomar cerveza
se instaló como una ma-
nera de pasar el tiempo
entre amigos, en ocasiones
durante horas del día
y en cantidades ingentes.
70
1998, en calle Mendoza entre San Jerónimo y San Mar-
tín. Por su parte Martín Gutiérrez, que hasta 1933 ha-
bía mantenido un local así en Boulevard Zavalla al 1500
–cerca de la estación del ferrocarril– instaló al año si-
guiente un bar especializado en pleno centro. Con el em-
blemático nombre de “Pilsen”, estaba ubicado en calle
San Martín al 2600 con salida por la paralela 25 de Mayo,
tenía grandes salones utilizados para festejos y un patio
de estilo español con fuente de revestida de mayólicas.
En la misma zona céntrica se instalaron la “Chopería Ale-
mana” de la familia Dempke en la intersección de calles
La Rioja y 25 de Mayo –caracterizada por su gran varie-
dad de fiambres típicos y aparentemente muy concurrida
a la salida de las misas de la cercana Iglesia del Carmen–,
“El Gran Chop” de Salta y 9 de Julio –propiedad de Ma-
nuel Almiral–, “El Cabildo” en Salta y cortada Bustaman-
te –con un perfil más popular y ubicado junto al Merca-
do Central demolido en el período dictatorial abierto en
1976– y el bar “Derby” ubicado en calle Tucumán entre
San Martín y San Jerónimo. La familia Gutiérrez tenía
además del “Pilsen” otro local en la esquina de la Jefatura
de Policía, 9 de Julio y Primera Junta, que Revuelta re-
cuerda como un bar noctámbulo que cerraba más allá de
las tres de la madrugada, cuando ya no había lugar abier-
to que recogiera a los muchachos que salían de parranda.
En diferentes zonas de la ciudad se fueron abriendo cho-
perías que recogían a públicos disímiles, que también
pertenecían en gran medida a las clases medias pero que
además nucleaban a sectores de trabajadores con cierto
nivel de ingresos. “La Cuevita” fue una de las más re-
nombradas. Funcionaba como despacho de bebidas des-
de 1905, hasta que en 1934 se transformó en chopería. A
cargo de un ex obrero ucraniano de la Cervecería San-
ta Fe, don Ignacio Rozycki, estaba en un pequeño local
triangular en la esquina de San Luis y Santiago del Estero
que perduró hasta la década de 1990. Otros muchos lo-
cales eran lugares de menor participación familiar y se
caracterizaban por una sociabilidad que todavía era fun-
damentalmente masculina. Era el caso de los que además
de los servicios gastronómicos ofrecían billares como el
“Tokio” sobre calle San Martín y luego el “Tokio Norte”
frente a la Plaza España. Una foto del bar “El Japonés”
de 1935 muestra una numerosa clientela completamente
masculina, con sacos y sombreros puestos en el interior
del local y bebiendo cerveza o cafés.
En esa misma década se fue produciendo una ex-
pansión hacia el norte de la ciudad con la habilita-
ción de varios patios o prados de diversas asociacio-
nes de identidad etno-nacional. En lo que hace al
consumo de cerveza hay que destacar aquí a la “So-
ciedad Alemana” o “Deutsches Verein” –que como
se ha aludido antes se formó por la unificación de
dos asociaciones anteriores dedicadas al canto y a
los deportes, respectivamente–, la que para el final
de la década se había instalado en avenida Gene-
ral Paz al 7000, era concurrida casi exclusivamente por
miembros de esa colectividad y se caracterizaba por sus
canchas de bowling. En avenida Blas Parera y cerca del
actual Hipódromo se abrió el “Recreo Don Gustavo”, de
Gustavo Dempke, con amplios jardines y un laberinto de
ligustros. Para ese momento Otto Schneider ya había ha-
bilitado su propio “Recreo” sobre la misma avenida, del
que nos ocuparemos en detalle. Como el local de Dem-
pke luego fue alquilado por Otto Lindermann y recibió
el nombre de “Don Otto”, muchas veces se lo confunde
en los recuerdos locales con el “Recreo Schneider” que
estaba a escasas cuadras. Todos esos restaurantes com-
partían no sólo el gusto por la cerveza y su forma par-
quizada sino también un cierto carácter típico alemán
y un público de clases medias, cuando no medias-altas.
Distintas en su forma serían las confiterías abiertas en el
En diferentes zonas de la
ciudad se fueron abriendo
choperías que recogían
a públicos disímiles, que
también pertenecían en
gran medida a las clases
medias pero que además
nucleaban a sectores de
trabajadores con cierto
nivel de ingresos.
71
noreste hacia la década de 1940, cuando la avenida costa-
nera sobre la laguna Setúbal cobró relevancia como zona
de restaurantes, patios de baile y salas de juego. Si bien
allí la mayoría de los establecimientos no compartía ese
aire germano –como en el caso de “La Frontera” y “La
Tranquera”– otros renovaron el modelo de chopería te-
mática como el “Baviera Hall Beer”, vinculado a la cade-
na de locales del mismo nombre.
La explosión en el consumo de cerveza hacia la década
de 1930 acompañó una intensa politización de las clases
medias. Algunos lugares se caracterizaron por dar cobi-
jo a grupos políticos de distinto signo, transformándose
en ámbito de debates o al menos en locales en los cua-
les compartir una sociabilidad asociada a determinadas
posiciones. La “Deutsches Verein”, por ejemplo, acusó
tempranamente el impacto del nacionalsocialismo ale-
mán. Un testimoniante llega a identificar el lugar con la
adscripción al nazismo de manera contundente: “todos
nazis, todos fascistas”. Para la Segunda Guerra Mundial
esa vinculación se acrecentó al instalarse en el barrio
de la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe un con-
Servido tradicional
de liso.
72
tingente de marinos del acorazado Graf Spee, hundido
en la Batalla del Río de la Plata por naves inglesas, que
conforme los acuerdos entre los gobiernos argentino,
uruguayo y británico debían permanecer retenidos en
unidades militares locales hasta que terminara el con-
flicto. Las fotos de la época muestran una proliferación
de símbolos nacionalsocialistas, sin que hasta el presen-
te se hayan encontrado registros de “Das Anderes De-
tuschland” o de otras asociaciones alemanas opositoras
al nazismo. Un caso inverso es el de la “Chopería Mode-
lo”, de Struch, que funcionaba como lugar de encuentro
de los republicanos españoles, que iban del liberalismo
antifascista al socialismo y el comunismo.
Multitud de acuerdos políticos y sindicales se anuda-
ban en torno a unos cuantos lisos. Por ejemplo en abril
de 1935, ante el fracaso de una asamblea a la que muchos
maestros no concurrieron por temor o falta de decisión,
siete miembros de la Asociación del Magisterio de San-
ta Fe –entidad de corte gremial y profesional que tenía
entonces un radio de acción departamental y no conta-
ba con el reconocimiento oficial– realizaron una reunión
en una chopería céntrica para decidir su presentación a
las elecciones de la Federación Provincial del Magiste-
rio. Quizás la cerveza que compartían los inspiró, porque
según Amelia Martínez Truco la lista de “los Siete Jura-
mentados” ganó la representación departamental pese a
ser conocida a última hora. Con finales menos felices, en
no pocas ocasiones la asistencia a bares terminaba en pe-
leas callejeras motivadas por las pasiones políticas.
Como producto asociado a una sociabilidad primero
masculina y luego familiar que a veces tenía connotacio-
nes como las nombradas, la cerveza había ganado un lu-
gar de privilegio en el seno de las clases medias. Pero se
fue instalando también como un componente esencial en
la dieta y costumbres de las clases populares. La tenden-
cia a la difusión del consumo parece haber sido la inversa
a la del largo desarrollo europeo. Si bien la cerveza era
consumida por todos los sectores sociales en las zonas de
Europa más arriba de la línea de los Alpes y el Danubio,
su consumo masivo era hacia mediados del siglo XIX
una característica de las clases trabajadoras y específica-
mente de la plebe urbana y los obreros industriales. Más
tarde no sólo se extendió como bebida de las clases me-
dias europeas sino que fueron surgiendo establecimien-
tos especializados en su expendio para ese público. En la
zona santafesina, al menos, el proceso parece haber sido
el inverso: la bebida se instaló asociada a las corrientes
migratorias y caracterizó tempranamente las pautas de
consumo de las clases medias acomodadas o en ascenso
que se entremezclaban con las élites tradicionales, para
después extenderse por el conjunto de la población. No
disponemos de informaciones fehacientes sobre el avan-
ce del consumo de cerveza en las clases populares, pero
es evidente que hacia 1920-1930 se hallaba muy extendi-
do y que los establecimientos a los que concurrían traba-
jadores manuales varones la expedían en cantidad.
Ciertos establecimientos funcionaban con el modelo de
“almacén y despacho de bebidas”, como el legendario
y aún hoy activo “Monte Líbano” abierto por la fami-
lia Mufarrege en 1916 en la intersección de las actuales
calles Crespo y 25 de Mayo. Otros eran más identifica-
dos como bares, como “La Glorieta Bar”, también lla-
mado “Los Pájaros Cantores” y ubicado hacia 1920 en
las cercanías del puerto. Esos dos puntos de la geografía
urbana cercanos al centro y al puerto nuevo, marcarían
una zona de mayor circulación de diversas clases socia-
les en el extremo de un corredor de comercio local para
consumo popular. Desde inicios del siglo XX, una larga
retahíla de bares y almacenes que iba desde la costa en
la zona de Colastiné –ubicación del puerto viejo– hasta
la misma ciudad de Santa Fe pautaba los “descansos” de
Desde inicios del siglo
XX, una larga retahíla de
bares y almacenes que iba
desde la costa en la zona
de Colastiné –ubicación
del puerto viejo– hasta la
misma ciudad de Santa Fe
pautaba los “descansos”
de los viajeros, jornaleros
y marineros.
73
los viajeros, jornaleros y marineros. La Vuelta del Para-
guayo, el Pozo –un barrio de prostíbulos sobre la orilla
norte del riacho Santa Fe que no tiene que ver con el
que hoy lleva ese nombre y que entonces era el paraje
El Saladillo–, Alto Verde, El Caballo Muerto –el actual
barrio La Lona– y otros tantos lugares eran sede de mu-
chos despachos de bebidas donde se fue introduciendo
la cerveza, de porrón en los de zonas semirurales, oca-
sionalmente de barril en las más urbanizadas.
Los mismos espacios de ubicación de las empresas
cerveceras Santa Fe y Schneider se convirtieron en ba-
rriadas obreras, con mayor presencia de trabajadores
portuarios y sectores marginales en la primera. Alre-
dedor del puerto se ubicaban los barrios “El Chical” y
“El Perno”, en las inmediaciones de la fábrica de Cer-
vecería Santa Fe, y más hacia el sur “El campito”, que
después sería erradicado para dar lugar a la construc-
ción de silos. El que “El Perno” recibiera su nombre de
un episodio en el cual un hombre fue muerto a golpes
con una barra de hierro que servía para enganchar va-
gones de tren da una idea de lo que en el imaginario
de los santafesinos constituían esos lugares. Y es que
las bebidas alcohólicas aparecían asociadas a reyer-
tas, peleas a cuchillo y muertes en las representacio-
nes que la opinión pública de las clases medias-altas
se hacían de la vida de jornaleros y operarios. Más de
una vez esa asociación resultaba correcta, como en el
legendario caso del “Embolsadito” o “Embolsau”, apa-
rentemente un marinero borracho de origen descono-
cido al que asesinaron para robarle y cuyo cadáver
apareció entre los pajonales, para luego convertirse en
icono de un culto popular que concurre a su pequeño
panteón ubicado en el cementerio de la vecina loca-
lidad de San José del Rincón. Pero por otra parte no
habría que construir una imagen moralizante de esos
Almacén y despacho
de bebidas “Monte
Líbano”.
Un espacio de consumo
popular que aún resiste
al tiempo en pleno cen-
tro de la ciudad.
Fuente: Diario El Litoral.
74
amplios grupos sociales, que recurrían diariamente a
las bebidas de distinto tipo como cualquier otro ciuda-
dano santafesino de la zona céntrica.
Los marineros que pasaban por la ciudad parecen ha-
ber sido los primeros en registrar un intenso consumo
de cerveza, no sólo por las pautas culturales específicas
de ese segmento laboral sino incluso por la alta propor-
ción de navegantes europeos. Su combinación con be-
bidas blancas era muy común. Luego de varios litros de
cerveza el uso de la ginebra como diurético facilitaba a
los marinos dedicarse a beber durante horas más y más
cantidades de… cerveza. Los nombres de esos locales a
los que concurrían aludían frecuentemente a ese carác-
ter naviero de la zona. De allí era el “Atlantic” ubicado
en San Luis y La Rioja, renombrado en los registros de
bares citadinos. Asimismo, en uno de los cuentos inclui-
dos en Santa Fe, mi país, Mateo Booz refiere a un cafetín
de la zona del puerto que se habría llamado “Hambur-
ger Bier Halle” cuando era propiedad de unos alema-
nes y “Liverpool Bar for Seamen” al pasar a manos de
una inglesa. Entre alusiones al consumo de whisky con
soda, ron y otras bebidas, no deja de advertirse que el
nombre original refería a la cerveza.
Esa historia es recogida en el libro Puerto Perdido, de
Marta Rodil, que contiene también diversos pasajes en
los cuales los entrevistados aluden a los cafetines del
puerto, en las adyacencias de la Plaza Colón o de las ac-
tuales calles La Rioja, Rivadavia, Belgrano, Tucumán,
Primera Junta y otras. Los bares funcionaban muchas
veces como prostíbulos sin habilitación municipal –es
decir, que no eran casas públicas y que las mujeres no
se sometían a controles semanales de enfermedades
venéreas en el Hospital Iturraspe–. Resulta interesan-
te destacar que la ubicación de esos locales y de los
burdeles anexos se encontraba apenas a unos cien o
doscientos metros de la Chopería Alemana, la Pilsen
o la Iglesia del Carmen. La distancia entre las clases
acomodadas y el mundo del trabajo formal asociado
a la moralidad, por un lado, y las clases populares y el
trabajo temporario que se mezclaba con “la mala vida”
por el otro, no era en realidad muy larga.
Las modificaciones graduales de las pautas culturales,
las mejores posibilidades económicas que brindaba la
asociación de los trabajadores o los inmigrantes y la pos-
terior ampliación del ingreso popular en el marco de las
políticas peronistas, facilitaron el incremento del consu-
mo de cerveza. La concurrencia a un local para recrearse
y beber unos lisos fue introduciéndose como costumbre
también entre las clases populares. Además de los par-
ques de las asociaciones etno-nacionales, en las cuales
los trabajadores podían tener alguna participación y que
eran la forma de asistencia mutua más firme antes de su
reemplazo progresivo por el Estado en un largo proceso
de medio siglo, se fueron abriendo patios cerveceros en
los clubes barriales o anexos a las vecinales.
Muchos de ellos permitían a los asistentes llevar su pro-
pia comida y sólo mantenían la exclusividad de la venta
de la bebida, con lo que resultaban más atractivos para
quienes no podían gastar mucho en una salida o para
los que no querían desperdiciar los sobrantes de una
reunión familiar. Ese es el modelo todavía vigente en el
patio cervecero del Club “Sarmiento”, ubicado en barrio
Candioti y que comenzó como un centro vecinal para
luego transformarse en símbolo de un modo de consumo
más popular. A decir de Bernardi, comenzó su actividad
en un quincho de propiedad de la Cervecería Santa Fe
y recibía precios diferenciales que les facilitaban vender
los lisos muy baratos. Lo mismo acontecía con los Clubes
“Necochea” e “Independiente” –este último del barrio
Roma– que también mantuvieron esa modalidad.
El local que sintetizó la
visión de Otto Schneider
sobre la cerveza fue sin
duda su Recreo, que ya fi-
gura en la guía comercial
de 1933. Para él la produc-
ción no era el último paso
de su visión empresaria,
ya que tenía que ir acom-
pañada no sólo de una
buena comercialización
sino incluso de sugeren-
cias sobre su consumo.
75
Sin dudas ese no era el mundo social de Otto Schneider.
Más allá de que concibiera a su cerveza como un “pro-
ducto genuinamente popular” o que considerara positi-
vamente la integración de clases, participaba desde mu-
cho tiempo atrás de una elite del dinero en la localidad y
sus emprendimientos gastronómicos estuvieron preci-
samente orientados a las clases medias-altas. Las tradi-
ciones orales le atribuyen la propiedad de al menos dos
locales de expendio de comidas y bebidas: el céntrico
bar “City” y el norteño “Recreo Schneider”. Sobre el se-
gundo sabemos que lo atendió personalmente por unos
años en la década del ’30, para alquilarlo hacia 1940 a
un primer locatario y más tarde a la familia Achleitner.
Del primero no tenemos muchos registros, pero según
Eduardo Revuelta era un local de alto nivel, con un pal-
co pequeño en el que actuaban renombradas orques-
tas. Era muy concurrido para las horas del almuerzo y
la cena y su clientela se vestía con mucha formalidad,
al punto que las mujeres iban a cenar con sofisticados
sombreros. No se servían allí comidas típicas alemanas,
sino una cocina cosmopolita. Las publicidades de los
años ’40 dan cuenta de su importancia y de la trascen-
dencia local de sus espectáculos.
El local que sintetizó la visión de Otto Schneider so-
bre la cerveza fue sin duda su Recreo, que ya figura
en la guía comercial de 1933. Para él la producción
no era el último paso de su visión empresaria, ya que
tenía que ir acompañada no sólo de una buena co-
mercialización sino incluso de sugerencias sobre su
consumo. Ya desde la compra de los terrenos en los
que más tarde instalaría su fábrica, hacia mediados
de la década de 1920, Schneider gustaba de utilizar
su quinta para reuniones de diversa naturaleza Como
se ha expresado, los predios estaban distribuidos a lo
largo de la avenida Blas Parera y se extendían has-
Otto y Rodolfo
Schneider en el Recreo,
degustando lisos con
amigos, década de 1930.
Archivo de Celia Perino
de Schneider.
76
ta los bañados del río Salado, de los cuales llegaban
inevitablemente multitudes de mosquitos que los
testimoniantes recuerdan casi como un azote bíbli-
co. Poco a poco Schneider fue realizando mejoras en
ellos, como ser canchas de tenis y jardines hacia la
zona lindante con el cementerio Israelita. El edificio
central de la quinta –que todavía existe– estaba re-
tirado del camino hacia el oeste y para mantener la
cerveza lo más fresca posible contaba con un sótano.
Era aprovechado tanto por su familia y amigos como
también para reuniones de la colectividad germana.
En una tarjeta de invitación impresa en alemán y con
letras góticas se da cuenta del agasajo de despedida
a un cónsul, que dadas las indicaciones que contiene
para facilitar la llegada a la quinta debe ser anterior a
la erección del edificio de la cervecería. Ese papel de
Otto como referente de la colectividad y de su casa
como ámbito de reuniones venía de tiempo antes y
perduraría luego, sin importar el signo político de los
representantes del Estado alemán a los que acogía.
El “Recreo Schneider” fue probablemente su mejor
aporte en materia del consumo de cerveza. Otto com-
pró en el momento de construcción de su fábrica un
almacén cercano que pertenecía a la familia Colombo,
compuesto por una vieja casona construida en 1890 y
varias habitaciones más nuevas que recibían pensio-
nistas. La idea de que el “Recreo” debía estar junto a
las instalaciones fabriles se basaba en que el secreto
de una cerveza sabrosa estaba en consumirla lo más
cercanamente que se pudiera respecto del lugar de
producción. No batirla, no calentarla y sobre todo
poder beberla del barril sin que se la hubiera some-
tido al proceso de pasteurización para su embotella-
do, eran las pautas a tener en cuenta para disfrutar del
mejor gusto. Las tradiciones orales cuentan que don
Comida en el Recreo
Schneider, hacia fines
de los años ’30 o inicios
de los ’40. Don Otto al
frente de la mesa arre-
glada y con comensales
de clases acomodadas.
Archivo de Celia Perino
de Schneider.
77
Otto reunía a su hijo y a sus amigos para beber en los
jardines del “Recreo” y deleitarse con cerveza recién
preparada. Y que por supuesto terminaban allí mismo
el barril, porque si se dejaba pasar el tiempo luego de
abierto el sabor no sería el mismo. Llegó a cobrar for-
ma entre los santafesinos la noticia según la cual había
una cañería que llevaba la cerveza directamente desde
la fábrica al local de expendio, pero eso no pasó de ser
una leyenda urbana.
El establecimiento era algo más que un lugar de ex-
pedición de cerveza. El “Recreo Schneider” repre-
sentaba una forma de sociabilidad específica, que
sin duda responde a las representaciones sociales en
las cuales se formó su propietario durante los años
vividos en Prusia y Pomerania. En principio, no era
un bar urbano más sino que se ubicaba en un espacio
de vínculo con la naturaleza. Jardines, árboles, glo-
rietas y una vista agradable casi como complemen-
to más que en oposición a las instalaciones fabriles
aledañas. Contaba con una veintena de paraísos para
dar sombra, que poco a poco fueron reemplazados
por riobles. En el interior, las mesas estaban original-
mente dispuestas en el salón principal en forma de
“U”, divididas por separadores altos estilo Munich,
con sillas de mimbre, bancos y mesas largas. Más
adelante se modernizó el mobiliario y se habilitaron
algunas salitas pequeñas con mayor privacidad. Te-
nía además dos canchas de bowling de estilo alemán,
con nueve palos y medidas distintas que el juego de
bolos anglosajón. Testimonios sobre momentos pos-
teriores destacan que se jugaban torneos de bowling
con equipos de la Sociedad Alemana, de la “Dom Pol-
ski” y de asociaciones italianas.
Las particulares características del “Recreo” y las de su
propietario hacían que fuera visitado asiduamente por
los miembros de la colectividad, pero también se hizo
agradable al gusto de familias sin ascendencia alema-
na o con pocos miembros en ella. Especialmente los sá-
bados y domingos el local se colmaba de visitantes de
ciudades y pueblos del interior, o familias de paso que
se detenían a tomar una cerveza y comer algo, fueran
de Rafaela, Reconquista o San Justo. Una testimoniante
alude a que en cada viaje a Esperanza que emprendía
en el auto de su padre paraban en el “Recreo” y luego
continuaban. Otra recuerda que hacia 1936-37 don Otto
solía interrumpir su descanso cuando venía algún co-
mensal de origen alemán –como la madre de la infor-
mante–, les servía personalmente fiambres y se queda-
ba un largo rato hablando en su propio idioma. El perfil
de los clientes fue siempre “muy familiar”, pero la asis-
tencia mermaba mucho en la época invernal.
Hacia 1940 Schneider decidió alquilar su “Recreo”,
como lo hacía con muchas otras propiedades que iba
acumulando, pero mantuvo una fuerte relación con los
locatarios. Por unos tres meses lo regenteó un inquili-
no que luego dejó su lugar a Max Achleitner, quien a la
muerte de Otto compraría el restaurante a su hijo Ro-
dolfo. En el momento de la llegada de la familia Achleit-
ner a Santa Fe podemos apreciar nuevamente el dina-
mismo de las redes personales entre inmigrantes de
origen germano. Eran austriacos y mantenían fuertes
lazos con sus parientes radicados en Europa; se habían
instalado en Córdoba pero al no prosperar allí sus ne-
gocios decidieron aprovechar la posibilidad que se les
abría en Santa Fe, a indicación del anterior encargado
del “Recreo” a quien habían conocido en Buenos Aires.
Máximo Achleitner, hijo del locatario y posterior adqui-
riente, recuerda hoy cómo en esos años el local se era
un punto de reunión típicamente alemán, que también
contaba con la asistencia de los marinos del Graf Spee.
Aunque destaca que Otto no tenía preferencias políti-
Las particulares caracte-
rísticas del “Recreo” y las
de su propietario hacían
que fuera visitado asidua-
mente por los miembros
de la colectividad, pero
también se hizo agradable
al gusto de familias sin as-
cendencia alemana o con
pocos miembros en ella.
78
cas, señala sí que su propio padre tenía simpatías por
el nacionalsocialismo, que funcionaba todavía como
un componente más de la identidad germana. Durante
toda la década de 1930 Schneider había mantenido con-
tactos con un universo de empresas e individuos ger-
manos. Hacía sus movimientos financieros a través del
Banco Alemán Transatlántico y del Banco Germánico
de la América del Sud, aunque también por intermedio
del Banco de la Nación Argentina y de otras entidades
como Crédito Mobiliario y Financiero S.A. y Crédito
Industrial y Comercial Argentina S.A. E. Entre 1934 y
1935 había enviado a Rodolfo a estudiar a Alemania y
éste, además de obtener un diploma que lo acreditaba
como maestro cervecero, llegó a aportar financieramen-
te al NSDAP. Pero luego esos lazos se fueron debilitan-
do. Con la guerra los Schneider perdieron toda conexión
con sus parientes alemanes. La zona de Prusia Oriental
fue primero objeto de los crímenes de lesa humanidad
perpetrados por los nazis, mediante procesos de limpie-
za étnica y política en contra de judíos, gitanos, polacos
y opositores comunistas o socialistas. El genocidio per-
petrado contra la población judía fue tan intenso que no
quedaron en el Kreis de Osterode grupos con esa identi-
dad cultural. Luego, toda la Prusia Oriental fue ocupada
por el Ejército Rojo en su avance arrasador hacia Berlín
en 1944-45. Tras la derrota y la difusión sobre los críme-
nes del nazismo pocos alemanes querían recordar sus
adhesiones pasadas.
Esas marcas identitarias del local se fueron esfuman-
do y en adelante el “Recreo Schneider” figuró como un
lugar más para el consumo de las clases acomodadas,
pero tuvo siempre alguna asociación no sólo con la be-
bida sino también con la comida típicamente alemana.
La cerveza Schneider era renombrada por su calidad
y se servía en vasos grandes que se enfriaban en hela-
dera hasta escarcharse. Más allá de las tradicionales
salchichas con chucrut –“choucroute” en francés, más
utilizado que el alemán “sauerkraut”– se servían otros
platos germanos como el “kassler” –lomo o costillar de
cerdo ahumado–, fiambres que se ahumaban allí mismo
o el “strudel” de manzanas y nuez. Un grupo de testi-
moniantes recuerda que hacia la década del ’30 se ser-
vían como acompañamiento de la cerveza rebanadas
de pan negro –el mismo que hemos visto en fotos ante-
riores de reuniones con Otto Schneider–, que se unta-
ban con manteca y se acompañaban con fetas de jamón
crudo o fiambres ahumados. Hasta la década de 1960
al menos el bar y restaurante mantuvo la costumbre de
servir ese pan, denso y pesado, que por entonces se traía
de panaderías rosarinas porque ya no se producía en la
ciudad con la igual calidad. Una especialidad de la casa
era el pato asado con puré de manzanas y papas al hor-
no o fritas. Curiosamente, la mayor parte de quienes re-
memoran esos platos hablan de pato a la naranja, lo que
es terminantemente negado por Achleitner: “hay gente
que viene y me discute que comió pato a la naranja en el
boliche de mi viejo, y yo no me puedo acordar nunca que
en el boliche de mi viejo hayan servido pato a la naranja”.
El entredicho muestra la labilidad de las fuentes orales
y la selectividad de los recuerdos.
Sin embargo no todo era típicamente alemán; como lo
destaca Máximo Achleitner se servía “todo lo que hay en
cualquier bar”. Y no hay que desconocer que no sólo la
conveniencia comercial sino la misma formación de Sch-
neider en una cultura europea le dieron a la cocina del
“Recreo” otras dimensiones. Un menú detallado en una
temprana invitación firmada por Rodolfo Schneider y di-
rigida evidentemente a un público cultivado nos permite
apreciar el gusto por una cocina cosmopolita para agasa-
jos especiales. El listado de la comida era “Aufschnitt a
la Schneider”, “Brótola Comodore Rolin”, “Porter House
Steak a la Rudolf”, “Omelette Surprise ‘Gueckliche Rei-
Hacia 1940 Schneider de-
cidió alquilar su “Recreo”,
como lo hacía con muchas
otras propiedades que iba
acumulando, pero mantu-
vo una fuerte relación con
los locatarios.
79
se’” y café. Es decir que el menú tenía de entrada un em-
butido de la casa y de primer plato un pescado dedicado
al Commodore Rolin, marino mercante que publicó en
1934 un exitoso libro titulado Mein Leben auf dem Ozean.
Fahrten und Abenteuer (“Mi vida en el océano. Travesías
y aventuras”), ambas comidas con denominaciones ale-
manas. El nombre en inglés identifica un filete vacuno
“a la Rodolfo” como segundo plato y el final del menú es
un verdadero ejemplo de cosmopolitismo: un omelet o
tortilla francesa “sorpresa” (también en inglés) llamado
“Viaje Venturoso” (en alemán).
Otto mantuvo la costumbre de concurrir al “Recreo”
asiduamente aunque lo alquilara a la familia Achleit-
ner. Al menos tres veces por semana compartía alm-
uerzos o cenas con sus inquilinos, momentos en los
cuales en la mesa se hablaba alemán y los mayores
no contestaban a los chicos si éstos se dirigían a el-
los en castellano. Schneider alternaba sus reuniones
sociales entre ese local, su quinta y la misma cer-
vecería. Mientras el “Recreo” oficiaba como lugar de
reunión de sectores con mayor capacidad adquisi-
tiva o de visitantes importantes y sus precios eran
normalmente altos, la quinta era el ámbito familiar
y la fábrica –o en su caso sus jardines– el espacio
de reunión con negociantes o trabajadores. En una
época en la cual la sociabilidad barrial se ha resen-
tido, los vecinos de “la Schneider” todavía recuer-
dan cómo la empresa formaba parte de la vida del
barrio. Cada fin de año se hacía un asado en alguna
esquina y la cervecería obsequiaba algunos barriles.
“La fiesta se prolongaba hasta el otro día o hasta que
no quedaba nada, hoy ya no lo hacemos, es una lás-
tima”, recuerda uno de los habitantes más antiguos
del lugar en una nota publicada por el Diario El Lito-
ral el 21 de noviembre de 2006.
Encuentro en el
Recreo Schneider, hacia
fines de los años ’30 o
inicios de los ‘40
Archivo de Celia Perino
de Schneider.
82
CAP V La Reina de las Cervezas
La cerveza especial de Schneider salió a la venta en 1945 y llegó a ser muy destacada. Constituía una va-riedad que no era fabricada por su competidora y re-cibió el nombre de “Reina de las Cervezas”.
83
E n cualquier manual cervecero aparecen re-
comendaciones respecto de la calidad del
agua para emplear en su manufacturación.
La composición del líquido es tanto o más importante
que las demás materias primas y determina desde la
misma posibilidad de producir cerveza hasta los tipos
que se pueden elaborar. El contenido de minerales pue-
de influir en el color y sabor del producto, teniendo en
cuenta no sólo sus propiedades originales sino también
las reacciones que se generan en el proceso de cocción
y fermentación. Así, las aguas de tipo Burton-on-Trend
y Dortmund sirven para realizar cervezas “Ale” en dis-
tintas variantes, las Munich y Dublín para elaborar las
“Lagers” o las “Stouts” oscuras y dulces, en tanto que las
aguas Pilsen facilitan la producción de “Lagers” pálidos.
Desde los inicios de la cervecería santafesina las di-
ferencias en las calidades de las aguas hicieron di-
fícil que las colonias agrícolas del centro de la pro-
vincia fabricaran bebidas como las que los franceses,
suizos o alemanes instalados en ellas estaban acos-
tumbrados a consumir en sus países de origen. Las
napas y cursos de agua vinculados con el sistema del
río Salado –que nace en Jujuy como Juramento y
desemboca en el Paraná en las cercanías de la ciudad
de Santa Fe– tienen aguas “duras”, inútiles para la
elaboración de cerveza si no son sometidas a trata-
mientos complejos. Esa era precisamente la dificul-
tad con la que se había encontrado la firma Meyer &
Compañía en la producción de la marca San Carlos y
que Otto Schneider había tratado de paliar durante
su desempeño en esa empresa. Por el contrario, el
sistema del río Paraná dispone de aguas de una ex-
cepcional calidad para la cerveza.
Los valores químicos del agua utilizada en Santa Fe
se asemejan notablemente a los de la usada para el
tipo de cerveza Pilsen, ya que entran en el mismo
rango. En cuanto al nivel de los iones que contribu-
yen a la dureza del agua, los registros son bajos y la
diferencia es mínima. En ambos casos se cumplen los
distintos parámetros que caracterizan al agua “blan-
da”, opuestos a los otros tipos mencionados. A su vez,
los bicarbonatos son los principales contribuyentes
a la alcalinidad del agua (capacidad para neutralizar
ácidos) y los bajos valores que se detectan en San-
ta Fe y Pilsen dan la característica de un agua suave
que permite el realce del sabor delicado del lúpulo.
Lo mismo pasa con los sulfatos, que en valores altos
como los de las muestras de Burton-on-Trent y Dort-
mund dan por resultado un producto sumamente
amargo. En consecuencia, la similitud del agua san-
tafesina respecto de la checa favorece la obtención de
un producto final que se le asemeja.
Los distintos cronistas y comentaristas coinciden
en que el posicionamiento nacional e incluso inter-
nacional de la Cervecería Santa Fe hacia la década
de 1910, cuando Schneider era su director técnico,
fue posible precisamente gracias a la calidad del
agua empleada. Desde los últimos años del siglo
XIX se venían desarrollando una serie de planes
urbanísticos en la ciudad, que incluyeron la provi-
sión de diversos servicios. La instalación de la nue-
va empresa en lo que sería el barrio Candioti Sur
respondió no sólo a la inmediatez del nuevo puer-
to y a la disponibilidad de transportes ferroviarios,
de electricidad y de calles asfaltadas, sino también
y muy especialmente a la cercanía con la planta po-
tabilizadora del servicio de agua corriente. La cali-
dad del líquido era tal que la fábrica tomó el agua di-
rectamente de la red de distribución. Más adelante,
como vimos, la disponibilidad de un cierto tipo de
agua había sido uno de los argumentos de Otto para
Los distintos cronistas y
comentaristas coinciden
en que el posicionamiento
nacional e incluso inter-
nacional de la Cervecería
Santa Fe hacia la década
de 1910, cuando Schneider
era su director técnico, fue
posible precisamente gra-
cias a la calidad del agua
empleada.
84
asegurar el éxito de su propia firma a los potencia-
les accionistas. Cuando se construyó su fábrica en
los predios linderos con la avenida Blas Parera, el
servicio llegaba hasta el cementerio. Si bien había
un sistema acuífero fácilmente aprovechable en los
terrenos de Schneider, estaba vinculado al río Sala-
do, por lo cual prefirió costear la ampliación de la
red directamente hasta la cervecería. Desde allí las
cañerías se extenderían hacia otras edificaciones,
como el “Recreo”.
En la hoja publicitaria que explicaba en detalle las
ventajas de adquirir acciones de la nueva cervece-
ría, Otto Schneider indicaba que la ciudad de Santa
Fe estaba destinada, por la calidad de sus aguas, a
ser el equivalente sudamericano de Munich o Pil-
sen, cuyas cervezas ya eran famosas a nivel mundial.
Su preocupación por la calidad del agua iba de la
mano con sus planteos sobre el modo correcto de
fabricación. En la edición del 16 de diciembre de
1931, el Diario El Orden publicó un largo reportaje
en el cual Otto reseñó las operaciones en las que
consistía el proceso productivo. Después de desta-
car que la distribución e instalación de las maquina-
rias se adaptaba a las necesidades de la fabricación,
realizó una descripción cuya larga cita resulta inte-
Encabezado de un
recordatorio entregado
a Otto Schneider por
los empleados de su
firma, con la imaginería
alemana y de la industria
cervecera.
Archivo de Celia Perino
de Schneider.
85
resante por sintetizar en algunas breves frases una
compleja secuencia de acciones:
“La malta… es transportada por los silos principa-
les después de pasar por una limpiadora especial y
una balanza automática. De estos silos es transpor-
tada nuevamente a los “silos de uso diario”. Antes
de triturarse la malta en los molinos, es nuevamente
limpiada y pesada automáticamente. / Luego es con-
ducida mediante cañerías a las calderas de macerar
en donde es mezclada con agua consiguiéndose una
mezcla íntima por medio de los batidores, transva-
sándola después a otra caldera, en donde es cocinada
durante varios minutos, pasándola nuevamente a su
primitiva caldera. Este transvase se efectúa tantas
veces hasta que se llegue a una temperatura de 75
grados centígrados transformándose el extracto. Este
extracto pasa a una tercera caldera en la cual, duran-
te un cocimiento intensivo de 2 horas, se agrega lúpu-
lo. Esta prolongada ebullición consigue la completa
destrucción de todo microbio patógeno, una cerve-
za completamente esterilizada y como consecuencia
inmediata la mayor conservación. / A continuación
esta cerveza perfectamente cocinada y esterilizada
es transportada en caños al tanque de filtro, el cual
es herméticamente cerrado, para separar el lúpulo,
pasando en caños al tanque refrigerador. El sitio ce-
rrado en donde se encuentra el tanque refrigerador
aspira su aire por filtros especiales que lo esterilizan.
/ Durante este reposo se depositan en el fondo del
tanque las substancias consistentes. A continuación
se vuelve a refrigerar hasta bajar la temperatura a 4
grados centígrados, conseguido eso, se agrega leva-
dura empezando inmediatamente a fermentar, segre-
gando nuevamente sustancias impropias. Esto dura
de 12 a 14 horas siguiendo la fermentación en las bo-
degas durante 12 a 14 días. En todos los lugares donde
se realizan estos procesos, el aire, como ya menciona-
do, es esterilizado. / La fermentación se divide en dos
fases principales: en la fermentación propiamente di-
cha y en la secundaria. En la primera, se transforma
el azúcar en alcohol y ácido carbónico, depositándose
levadura en el fondo de los tanques, en la secunda-
ria, se agrega nuevamente levadura y se satura de
ácido carbónico, proceso que dura dos o tres meses. /
Después es filtrada y envasada la cerveza apta y lista
para su conservación.
Schneider destacaba luego que hay varios méto-
dos para hacer cerveza, pero que más allá de esas
particularidades lo principal era contar con buenas
materias primas y una estricta limpieza. Detallaba
todo el proceso de germinación de la malta y espe-
cificaba que “Para la producción de cerveza blan-
ca, tipo Pilsen, es necesaria una cebada de cáscara
muy fina y pobre en albúmina”. Explicaba que tipos
de cebada con más albúmina podían servir para la
elaboración de cerveza tipo Munich y por último
señalaba la importancia de un buen lúpulo, adu-
ciendo que su empresa utilizaría los de la entonces
Checoslovaquia y de Baviera: “que es donde se pro-
duce el mejor del mundo”.
Para el momento en el cual Schneider estableció
su propia fábrica se iba profundizando la disminu-
ción de las cervezas negras y oscuras en el mercado,
frente al incontenible avance de las rubias claras. Al
mismo tiempo se fue produciendo un incremento en
la producción y consumo, que hemos visto relacio-
nado con tres factores: la estrategia de las empre-
sas para colocar sus productos, el afianzamiento de
la costumbre de concurrir a bares o confiterías y la
ampliación de la capacidad adquisitiva de las clases
medias y populares. Entre 1935 y 1948, según datos
Schneider destacaba que
hay varios métodos para
hacer cerveza, pero que
más allá de esas particu-
laridades lo principal era
contar con buenas mate-
rias primas y una estricta
limpieza.
86
de Diego Abad de Santillán, la producción de cerve-
za pasó de poco más de ciento treinta mil kilolitros
a más de trescientos cuarenta mil, mientras que la
producción local de malta líquida se multiplicó por
cuatro. Al interior de esas cifras puede apreciarse la
continuidad de la “lager revolution”: mientras que la
elaboración de cervezas negras y oscuras no había
llegado a duplicarse, la de cervezas blancas se tri-
plicó. Es cierto que siempre hubo un segmento de
mercado consumidor de las primeras, incluso bajo
la forma del “half and half” que Bernardi destaca a
inicios de los años ’50, consistente en mezclar en los
vasos una botella de cerveza negra con una de rubia,
pero lo cierto es que la tendencia al consumo de las
Helles o claras se impuso y que los barriles eran en su
inmensa mayoría de este tipo de bebida.
La Cervecería Schneider trabajó siempre con el mé-
todo alemán de fermentación en el fondo de la tina,
pero registró dos marcas: “Schneider” y “Munich”.
La primera correspondía al tradicional tipo “Pilsen”,
mientras que la segunda era de una variedad que te-
nía gran aceptación en el momento y que asociaba su
nombre a la ciudad que se había transformado en la
capital alemana del producto, cuyo peso simbólico
crecía en los años treinta. Incluso muchos años des-
pués su hijo Rodolfo encabezaría un manuscrito so-
bre la labor de su padre con las palabras “Santa Fe es
la Munich argentina”.
La denominación de “Munich” aludía a un tipo espe-
cífico de cerveza oscura: la Münchner Dunkel. En ale-
mán se conoce como dunkel o dunkles –precisamente
“oscura”– a la especialidad tradicional de Munich y
de algunas partes de Franconia, que en consecuen-
cia reciben ese apelativo. Suelen tener más “carácter
de malta” y un poco más de alcohol que las pálidas,
de 5 a 5.5%. Su color varía entre el rojo amarronado
y el negro carbón. Así, la Cervecería Schneider pro-
ducía una cerveza con malta Pilsen y otra con malta
Munich que eran sus variantes rubia y oscura o ne-
gra. Para Revuelta, los sabores de las cervezas Sch-
neider y Santa Fe eran equiparables, mientras que la
San Carlos se especializaba en la producción de una
cerveza negra con sabores dulces, por aplicación de
la malta caramelo.
El envasado y etiquetado de la empresa –lo que en
la actual jerga empresaria se denomina packaging–
se adecuó a las formas usuales del momento. Uno
de los expertos entrevistados por Lescano destaca
que en 1923 la Ley Nacional de Higiene prohibió el
uso de recipientes retornables que no fueran tras-
lúcidos. Con ello, se eliminaron las botellas de grés
y el Consorcio Cervecero Unión unificó la produc-
ción de los recipientes. Así se impuso un modelo
único de vidrio y multas para quienes no lo respe-
taran, con las diferencias de diseño que desearan.
Posavasos con el logo de la empresa
Archivo de Celia Perino de Schneider.
Se comenzó a utilizar un
escudo que identificaría
a la empresa hasta su
fusión con la Cervecería
Santa Fe, consistente en
un campo rojo cruzado
por una banda blanca y
las letras “SCH” sobre-
impresas en negro.
88
La Schneider sacó sus dos variantes de cerveza en
botellas de tipo porrón, todavía con el cuello largo
que se usaba desde principios del siglo, de un litro o
de dos tercios. Para 1933 registró varios modelos de
botellas y de etiquetas ante la Dirección de Patentes
y Marcas del Ministerio de Agricultura. En ese mo-
mento se comenzó a utilizar un escudo que identi-
ficaría a la empresa hasta su fusión con la Cervece-
ría Santa Fe, consistente en un campo rojo cruzado
por una banda blanca y las letras “SCH” sobreim-
presas en negro. No hemos encontrado referencias
que nos permitan deducir a qué correspondería el
diseño. Los colores rojo, blanco y negro eran los de
la bandera imperial alemana, mientras que diver-
sas localidades germanas del este tenían escudos
con campo rojo y figuras blancas –como Danzig u
Osterode–, pero el logo de la marca parece ser una
invención original. Hubo también un escudo más
elaborado usado en vasos de obsequio que incluía
imágenes de plantas de lúpulo y cebada y tenía bor-
des dorados, con escasa difusión publicitaria.
Los barriles se hacían en madera en la misma em-
presa, con tres aros de metal que unían las tablas
combadas. Los había de distintos tamaños, pero ha-
cia la década del treinta tenían mucha salida unos
pequeños de quince litros, ideales para las fiestas
familiares. A la inversa de los vinos y otras bebidas
alcohólicas que toman el sabor de las maderas, en
el caso de la cerveza su mejor calidad depende de
que no se contamine con otros elementos. Por eso,
cada barril de madera se recubría interiormente con
una resina inodora e insípida importada de Europa.
Una vez utilizados y vacíos se los destapaba por una
rosca en su costado y con chorros de aire caliente se
fundía la resina, que se eliminaba. Luego se enfria-
ban los barriles y se volvía a repetir el proceso de re-
sinado para poder llenarlos nuevamente. En ningún
momento la cerveza entraba en contacto con la ma-
dera, lo que también se cuidaba en las tinas fermen-
tación de 5000 litros cada una, que eran de roble con
la misma cobertura interna.
El reparto de la bebida se realizaba en grandes camio-
nes con caja de tablas y acoplado para los transportes
a largas y medias distancias, y camionetas abiertas o
cerradas para la distribución en las cercanías. Como
se trataba de evitar la pasteurización de la cerveza
que se entregaba a los clientes locales, la distribución
era diaria. La ciudad se caracterizaba por el cruce de
los camiones de la Schneider con los de la Santa Fe,
claramente identificados con los nombres de ambas
empresas, fueran de las firmas o de terceros.
Hasta ahí, el registro de las actividades de la Cerve-
cería Schneider S. A. no diferiría de la de cualquier
otra marca comercial del ramo. Pero la elaboración
de la primera cerveza especial del país posiciona-
ría a la marca como sinónimo de un producto de
calidad. Como hemos aludido, Otto Schneider tenía
una concepción muy clara de lo que sería la “bue-
na cerveza” y presentaba su emprendimiento como
un resguardo de las propiedades de la bebida que
se deterioraban en la Cervecería Santa Fe, contro-
lada por el grupo Quilmes. Si bien podía pretender
que ofrecía un producto mejor que sus competido-
Encabezado de un
recordatorio entregado
a Otto Schneider por
los empleados de su
firma, con la imaginería
alemana y de la industria
cervecera.
Archivo de Celia Perino
de Schneider.
90
La “Reina de las Cerve-
zas” acentuó el prestigio
de la cervecería local y
el reconocimiento que la
figura de Otto Schneider
tenía en la ciudad.
res, la puja comercial era tal que su empresa corría
el riesgo de ser arrasada por el conglomerado rival.
Para los testimoniantes, el desarrollo de la “cerveza
especial” por Schneider fue un intento exitoso de
“salir a pelear la calle” a sus rivales. Si la Santa Fe
y la Quilmes podían elaborar y vender varias veces
más cantidad, él podría ganar un nicho en el merca-
do desarrollando una bebida todavía más excelente.
No sólo se trataba de mantener la calidad de su an-
terior experiencia al frente de la otra fábrica santa-
fesina, sino de superar ese horizonte recuperando
las cualidades de un producto típicamente alemán
dentro de la variedad de las rubias.
La cerveza especial requiere una selección de las me-
jores materias primas y determinadas variaciones en
los procesos de producción, que incluyen el control
constante de la fermentación. Con la diferencia de
temperaturas se puede variar toda la composición,
lo que ya suponía un cuidado particular en la elabo-
ración de la bebida común. Revuelta y Sniadowski
coinciden en destacar el papel de los operarios en
el control de los procesos. La cerveza embotellada
que se pasteurizaba requería incluso de un obrero
que atendiera constantemente la temperatura: veinte
minutos de calentamiento, un plazo igual a 62 gra-
dos centígrados y otro tanto para enfriarla, sin auto-
matización de los controles. Ese tipo de controles se
complejizaban y extremaban para la producción de
la cerveza especial.
Entre los papeles personales de Otto Schneider dis-
ponemos de una receta de cerveza mecanografiada y
escrita en alemán, que da la pauta de los cuidados en
la preparación del mosto y el uso de la levadura. Con
indicaciones muy específicas en lo que refiere a los
procesos de calentamiento y enfriamiento, el docu-
mento recomienda verificar paulatinamente el sabor
de las fermentaciones. Incluye precisiones que van
de la apertura de la lata de levadura hasta la progresi-
va adición de aguas y la constatación de los olores. La
secuencia de operaciones necesarias requiere ade-
más una maduración mayor que la cerveza común, y
en eso Revuelta destaca que la fábrica cumplió a ra-
jatabla los plazos indicados aunque estuvieran apre-
miados por los requerimientos de los distribuidores:
“nosotros jamás en la vida largamos una cerveza espe-
cial que no fuera especial”. Mientras que la práctica
totalidad de los cronistas y testimoniantes aluden a
la larga experiencia de Otto como maestro cervecero
al momento de referir a su cerveza especial, Revuelta
y Sniadowski también destacan el papel de Conrado
Flint –el técnico convocado por un Schneider ya ma-
yor de edad– en el control de los procesos producti-
vos de esa bebida.
La cerveza especial de Schneider salió a la ven-
ta en 1945 y llegó a ser muy destacada. Consti-
tuía una variedad que no era fabricada por su
competidora y recibió el nombre de “Reina de
las Cervezas” en la difusión publicitaria de la
firma. Con ese producto Otto consiguió una in-
serción en el ámbito porteño y bonaerense, que
había perseguido desde la década de 1920. “La
especial” se incluyó en los menús de los mejores
bares y restaurantes de la ciudad de Buenos Ai-
res, Mar del Plata, Bariloche y Córdoba y comen-
zó a exportarse a los países limítrofes; Rodolfo
Schneider llegaría a hacer envíos a los Estados
Unidos de América. En Santa Fe, su consumo se
instaló prontamente. Sin conocimiento de nin-
guna estadística y con el puro convencimiento de
su recuerdo, Mietek Sniadowski llega a afirmar
que era la de mayor venta en la ciudad porque el
91
agregado de mayor cantidad de lúpulo le daba un
sabor ligeramente más amargo que era preferido
por los consumidores.
Abad de Santillán, escribiendo en la década de
1960, llegó a ensalzar en su Gran Enciclopedia de
Santa Fe a la Cervecería Schneider identificándola
con la “calidad inalterable e insuperable de cerve-
za genuina” y volvió a repetir en la misma página
a propósito de “la especial” esa idea según la cual
no había en el país otra que se le comparara. Entre
quienes fueron empleados de la firma se menciona
con orgullo el ingreso de la cerveza santafesina a
otros mercados y la calidad de lo que producían:
“en todos los lugares fundamentales… iba la Schnei-
der”; “...nosotros tuvimos la mejor cerveza que hubo
en el país, en la República Argentina”. La “Reina de
las Cervezas” acentuó el prestigio de la cervecería
local y el reconocimiento que la figura de Otto Sch-
neider tenía en la ciudad.
96
CAP VI Epílogo: El personaje, la marca, la cosciedad.
A diferencia de otros capitalistas emprendedores de la época o de su misma rama de la industria, no sólo fue conocido por su éxito en los negocios sino también por sus modos de relación con su medio social.
97
C omo en todo individuo singular, la vida
de Otto Schneider se presenta como el
lugar de condensación de diversas lí-
neas de interpretación. En un cruce de coordena-
das complejas como su identidad etno-nacional, su
cualificación profesional, su relación de clase social,
sus solidaridades familiares o masculinas, sus iden-
tificaciones religiosas y su cultura ampliamente eu-
ropea y a la vez profundamente alemana, podemos
pensar en las distintas facetas de su personalidad
en tanto expresión de sus lazos sociales y sus ins-
cripciones colectivas. Pero además y sin lugar a du-
das, para variados grupos sociales de Santa Fe “don
Otto” fue un personaje inolvidable.
En general se lo recuerda como alguien sumamen-
te eficiente pero muy poco dado a la vida mundana.
Las más de las veces serio, luego de la muerte de
su mujer con frecuencia solitario. Aunque no tene-
mos constancias de ello, a juzgar por su obituario
en el diario El Litoral viajó varias veces a Europa.
Parece ser que prefería ir regularmente a Puiggari,
en Entre Ríos, para pasar unos días de reposo en
la sede adventista. Sobre el final de su vida vivía
solo en su quinta, rodeado por cinco o seis hectá-
reas de frutales y plantíos, con la asistencia de dos
jardineros que trabajaban allí ocho horas diarias.
Le gustaba sentarse bajo su parra o pasear a pie;
criaba también animales como un ciervo, algu-
nos guasunchos y siempre varios perros. De ges-
tos adustos, era con frecuencia malhumorado y no
hacía muchos amigos. Achleitner recuerda que le
azuzaba los perros cuando él entraba en la quinta a
hurtarle unas mandarinas; Sniadowski y Revuelta
destacan su cara de pocos amigos cuando rondaba
las dependencias de la fábrica controlando a tra-
bajadores y técnicos. Inspiraba respeto, cuando no
temor. Se cuenta que cuando llamaba por teléfono
a uno de sus empleados, éste se sacaba la gorra al
momento de tomar el auricular.
Como hemos visto a lo largo de las páginas prece-
dentes mantuvo siempre una imagen de eficiencia
y sobriedad, preocupado por la corrección de su
desempeño y capaz de orientar sus acciones al ob-
jetivo propuesto. La noción de una dedicación com-
pleta a la labor profesional formaba parte principal
del imaginario de Schneider. Una ética del trabajo,
conducida a evitar el despilfarro y a invertir cons-
tantemente las ganancias acumuladas, que hubiera
hecho las delicias de un analista social como Max
Weber. Ese “espíritu del capitalismo moderno” que
Otto expresaba era entendido por sus empleados y
conocidos como un rasgo típicamente “alemán”. De
ahí también la constante referencia de varios testi-
moniantes respecto de su carácter hosco, cerrado,
acentuado por su pésimo castellano y su preferencia
por su idioma nativo. Ni siquiera compartía un ciga-
rrillo: no fumaba.
Pero la actividad lucrativa no era el horizonte absolu-
to de Schneider. Quizás había encontrado el modo de
reunir su concentración profesional y su dedicación
a la actividad económica con el placer de un con-
sumo. La cerveza era su excusa para una afabilidad
reconocida por todos y puntillosamente practicada
con sus connacionales. Unas frases de Eduardo Re-
vuelta alcanzan para ilustrar esta dimensión: “En el
City Bar había una heladera que era exclusivamente
de él. Por ahí venía el capitán de un barco alemán; él
le mandaba [a decir] allá que le invitaba, se instala-
ban en el sitio ponían un barril de 30 y empezaban a
charlar, y a darle, darle, llegaba el mediodía cortaban,
comían con vino, después seguían hasta terminar el
Los distintos cronistas y
comentaristas coinciden
en que el posicionamiento
nacional e incluso inter-
nacional de la Cervecería
Santa Fe hacia la década
de 1910, cuando Schneider
era su director técnico, fue
posible precisamente gra-
cias a la calidad del agua
empleada.
98
barril”. Se repiten en todos los testimonios referen-
cias a esa costumbre de acabar los barriles de una
sentada. Cuando no tenía acompañante Schneider
iba al “Recreo”, se hacía colocar un barrilito sobre la
mesa y lo terminaba en solitario. Y por supuesto, pa-
saba por las mesas para charlar con los parroquianos
que hablaban alemán o compartía la mesa familiar
con los Achleitner.
Esas veces el teutón hosco aparecía con rasgos ama-
bles; “era otra persona” según un testimoniante. El
momento culminante de esa tendencia llegaba con
regularidad. Casi diríamos, con puntualidad alemana.
El día 30 de junio de cada año se cerraban los ejerci-
cios de la Cervecería Schneider S. A. y en alguna fecha
inmediatamente posterior se realizaba la distribución
de las utilidades. Para algunos de los accionistas que
apenas tenían participación en la empresa la ocasión
no suponía más que la reunión con unos muy pocos
pesos, pero tanto para ellos como para los más gran-
des tenedores de acciones ameritaba una gran fiesta
costeada por la empresa para todas las familias. Y los
que durante todo el año lo habían visto pasar por las
instalaciones con un carácter hosco se encontraban
con un Schneider desconocido, que jugaba carreras de
embolsados con los chicos y participaba de la reunión
como el más alegre de todos.
A diferencia de otros capitalistas emprendedores
de la época o de su misma rama de la industria, no
sólo fue conocido por su éxito en los negocios sino
también por sus modos de relación con su medio so-
cial. Sumó profesionalidad, sentido comercial, iden-
tidad alemana y vínculos sociales locales. Alcanzó
reconocimiento como creador de cervezas de cali-
dad, pero además como representante de un modo
de sociabilidad. Schneider se construyó a sí mismo
como personaje y dejó una imagen que se proyecta
en la ciudad casi sesenta años después de su muer-
te. Innovando permanentemente y al mismo tiem-
po remitiéndose en forma constante a su tradición
alemana, consiguió asociar su nombre a la industria
cervecera argentina y darle un lugar especial en su
historia a una localidad provinciana como Santa Fe.
La “Reina de las Cervezas” fue uno de sus más lo-
grados aportes en la formación de la ciudad como
referencia nacional en la producción del ramo, en
una época en la cual el desarrollo industrial ya pasa-
ba por otros grandes centros como el Gran Buenos
Aires, Rosario y Córdoba.
La visión de muchos cronistas y testimoniantes es
entonces la de un personaje indisolublemente uni-
do a una bebida, que se complementa con la con-
cepción de un mundo de amistades y encuentros
en bares, restaurantes, patios cerveceros y reunio-
nes de vecinos en las mismas calles. Aunque sea
falsa la idea según la cual “todo tiempo pasado fue
mejor”, en las memorias colectivas santafesinas el
nombre de Schneider va asociado al imaginario de
una sociedad más integrada, unida por modos de
relación social más fraternos y con una promesa
de desarrollo económico regional. Los lisos com-
partidos parecen opacar las carencias de algunos
y las abundancias de otros. Los trabajos se evocan
como momentos saludables, en los que al menos ha-
bía trabajo, y las crisis financieras desaparecen en
un pasado nebuloso. Difuminando los conflictos de
esos momentos y capturando la visión de una época
con ciertos tintes idílicos, las tertulias en un bar o
en un recreo aparecen como representaciones pri-
vilegiadas de ese imaginario. Recuerdos que no ha-
blan en sí de lo que fue, sino de lo que se querría que
hubiera sido y de lo que se espera que sea.
La visión de muchos
cronistas y testimoniantes
es la de un personaje indi-
solublemente unido a una
bebida, que se complemen-
ta con la concepción de un
mundo de amistades y en-
cuentros en bares, restau-
rantes, patios cerveceros y
reuniones de vecinos en las
mismas calles.
100
1870 18801872 Nace Otto Eduard Moritz Schneider en la localidad de Osterode, Prusia Oriental, actual Polonia.
1890 19001904 Schneider trabaja en la empresa Danziger Aktien-Bierbrauerei Klein-Hammer” de la ciudad de Danzig (hoy Gdansk)
1906 En sus últimos meses en Europa, trabaja en la Rittergut und Brauerei Myslencinek. Llega a la Argentina y se instala en Buenos Aires trabajando en la Compañía Bieckert. Se traslada a la provincia de Santa Fe para desempeñarse como responsable técnico en la Cervecería San Carlos.
19101911 El 7 de octubre contrae matrimonio con Lilly Kunze, hija de inmigrantes europeos. Forma parte del grupo fundador de la Sociedad Anónima Fábrica de Cerveza y Hielo Santa Fe, desempeñándose
1912 Nace su único hijo Rodolfo Eberhardt Julio Scheider, el 13 de julio.
19201920 Schneider se afianza económica y socialmen-te en la ciudad de Santa Fe a partir de su crecimiento dentro de la Cervecería Santa Fe, y de numerosas operaciones inmobiliarias.
1930 Aparición del "liso".
Según la tradicion oral, en cada visita a la Chopería Alemana de Santa Fe, Schneider pedía cerveza servida en un vaso liso de capacidad menor que las jarras, que derivó en el nombre tan característico.
1931 Fallece su esposa Lilly
Kunze.Se constituye a
"Sociedad Anónima Cervecería Schneider Santa Fe".
19401945
Sale a la venta la Cerveza Especial Schneider, con pro-yección y reconocimien-to a nivel Nacional e incluso Internacional. Se la denominó "Reina de las Cervezas", y fue el producto que acentuó el prestigio de la cervecería local y el reconocimien-to de la figura de Otto en la ciudad.
Rodolfo, su hijo, asume un cargo gerencial en la empresa.
1950Otto Schneider fallece en la ciudad de Santa Fe a la edad de 78 años.
Se forma como maestro cervecero en la empresa familiar y en otras importantes cervecerías.Su familia se dedica a esta actividad.
Osterode era un asentamiento rodeado de aguas de gran calidad que lo convertía en un lugar ideal para el desarrollo de la producción de cerveza a gran escala. Cuando Otto llegue a Santa Fe, encontrará grandes similitudes, sobretodo en la calidad del agua, que determinarán su instalación definitiva en la ciudad.
Cronología
1932 Se construye el
edificio de la Cervecería Schneider en el norte de la ciudad, cerca a la ac-tual avenida Blas Parera.
1933
Se expide el primer barril de cerveza producido en la Cervecería Schneider.
Se crea el "Recreo Schneider" lugar que sintetizaba la visión de Otto sobre la cerveza, desde la producción, comercialización y hasta sugerencias de consumo.
Se registra el escudo con las letras SCH, que identificaría a su com-pañía durante varios años.
1930
100
101
1870 18801872 Nace Otto Eduard Moritz Schneider en la localidad de Osterode, Prusia Oriental, actual Polonia.
1890 19001904 Schneider trabaja en la empresa Danziger Aktien-Bierbrauerei Klein-Hammer” de la ciudad de Danzig (hoy Gdansk)
1906 En sus últimos meses en Europa, trabaja en la Rittergut und Brauerei Myslencinek. Llega a la Argentina y se instala en Buenos Aires trabajando en la Compañía Bieckert. Se traslada a la provincia de Santa Fe para desempeñarse como responsable técnico en la Cervecería San Carlos.
19101911 El 7 de octubre contrae matrimonio con Lilly Kunze, hija de inmigrantes europeos. Forma parte del grupo fundador de la Sociedad Anónima Fábrica de Cerveza y Hielo Santa Fe, desempeñándose
1912 Nace su único hijo Rodolfo Eberhardt Julio Scheider, el 13 de julio.
19201920 Schneider se afianza económica y socialmen-te en la ciudad de Santa Fe a partir de su crecimiento dentro de la Cervecería Santa Fe, y de numerosas operaciones inmobiliarias.
1930 Aparición del "liso".
Según la tradicion oral, en cada visita a la Chopería Alemana de Santa Fe, Schneider pedía cerveza servida en un vaso liso de capacidad menor que las jarras, que derivó en el nombre tan característico.
1931 Fallece su esposa Lilly
Kunze.Se constituye a
"Sociedad Anónima Cervecería Schneider Santa Fe".
19401945
Sale a la venta la Cerveza Especial Schneider, con pro-yección y reconocimien-to a nivel Nacional e incluso Internacional. Se la denominó "Reina de las Cervezas", y fue el producto que acentuó el prestigio de la cervecería local y el reconocimien-to de la figura de Otto en la ciudad.
Rodolfo, su hijo, asume un cargo gerencial en la empresa.
1950Otto Schneider fallece en la ciudad de Santa Fe a la edad de 78 años.
Se forma como maestro cervecero en la empresa familiar y en otras importantes cervecerías.Su familia se dedica a esta actividad.
Osterode era un asentamiento rodeado de aguas de gran calidad que lo convertía en un lugar ideal para el desarrollo de la producción de cerveza a gran escala. Cuando Otto llegue a Santa Fe, encontrará grandes similitudes, sobretodo en la calidad del agua, que determinarán su instalación definitiva en la ciudad.
Cronología
1932 Se construye el
edificio de la Cervecería Schneider en el norte de la ciudad, cerca a la ac-tual avenida Blas Parera.
1933
Se expide el primer barril de cerveza producido en la Cervecería Schneider.
Se crea el "Recreo Schneider" lugar que sintetizaba la visión de Otto sobre la cerveza, desde la producción, comercialización y hasta sugerencias de consumo.
Se registra el escudo con las letras SCH, que identificaría a su com-pañía durante varios años.
1930
101
107
Otto recorriendo el jardín de su casa, en el norte de la ciudad de Santa Fe. Archivo de Celia Perino de Schneider.
108
Otto Schneider en su escritorio de la Cervecería Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.
127
Entrada a la fábrica Schneider poco antes de su inauguración. Fotografía de González Acha. Archivo de Celia Perino de Schneider.
143
Otto Scheider paseando por el jardín de su casa en el norte de la ciudad junto a un amigo. Archivo de Celia Perino de Schneider.
148
Almuerzos en el Recreo Schneider con Otto al frente de la mesa. Archivo de Celia Perino de Schneider.
151
FUENTES PRIMARIAS:
Entrevistas, documentos e información reunidos
por Alicia Talsky, Luis María Calvo y Emilio Leiva
en ocasión de la creación del Museo de la Cervece-
ría Santa Fe, 2006-2007.
Repositorios:
- Archivo de la Cervecería Santa Fe.
- Archivo General de la Provincia de Santa Fe,
expedientes del Fondo de Ministerio de Gobierno,
Justicia y Culto.
- Archivo del Museo de la Ciudad de Santa Fe,
Municipalidad de Santa Fe
Diarios de la ciudad de Santa Fe,
distintas ediciones:
- Santa Fe
- El Orden
- El Litoral
Textos varios:
- Anuarios del Diario El Litoral, años 1929, 1938,
1939 y 1940.
- Guía de abonados Santa Fe Ciudad de la Empresa Mix-
ta Telefónica Argentina - E.M.T.A., febrero de 1948.
- Guía Oficial de Santa Fe, 2da. edición, 1933.
- Guidotti Villafañe, Eduardo, dtor., La Provincia
de Santa Fe en el Primer centenario de la Independen-
cia Argentina 1816-1916, Santa Fe, 1916.
Entrevistas a:
- Celia Perino de Schneider,
Paraná, 29 de abril de 2008.
- Eduardo Revuelta,
Santa Fe, 24 de junio de 2008.
- Mietek Sniadowski,
Santa Fe, 16 de julio de 2008.
- Máximo Achleitner,
Santa Fe, 22 de julio de 2008.
Testimonios de:
- Rosa Alemán de Páez de la Torre, correo electróni-
co, 5 de mayo de 2008.
- Jorge Reynoso Aldao, Santa Fe, junio de 2008.
- Huri, Alicia y Elsa Nigro, Santa Fe, junio de 2008.
Trabajo de campo:
- Relevamiento de los Barrios Schneider y Los Hor-
nos y visita a vecinos por Luisina Agostini y José
Larker, 15 de julio de 2008.
Referencias
152
FUENTES SECUNDARIAS:
- AA. VV., Diccionario Enciclopédico Hispano-Ame-
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Otto Schneider. Tradición alemana en Santa Fe,
cuna de la cultura cervecera argentina
se terminó de imprimir en Imprenta XXXXXXXXXXXXXXXX,
XXXXXXXXXXX 2463, XXXXXXXXXXXX,
Argentina, septiembre de 2010.