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Libro Otto Schneider

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Por Luciano AlonsoColaboraciones de José Larker y Luisina Agostini

OTTO SCHNEIDERTRADICIÓN ALEMANA EN SANTA FE

CUNA DE LA CULTURA CERVECERA ARGENTINA

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Alonso, LucianoOtto Schneider. Tradición alemana en Santa Fe, cuna de la cultura cervecera argentina/ Luciano Alonso; con colaboración de José Miguel Larker y Luisina Agostini - 1ra. ed. – Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2010.156 p. : il. ; 21,5x25 cm.

ISBN 978-987-657-310-8

1. Historiografía. I. Larker, José Miguel, colab. II. Título. CDD 907.2

ISBN 978-987-657-310-8

Diseño: Doha - www.dohastudio.com

© Luciano Alonso,

con la colaboración de José Larker y Luisina Agostini

Cátedra de Historia Social - Departamento de Historia

Universidad Nacional del Litoral

©

Secretaría de Extensión,

Universidad Nacional del Litoral,

Santa Fe, Argentina, 2010.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

Reservados todos los derechos.

9 de julio 3563 - (3000)

Santa Fe, Argentina.

telefax: (0342) 4571194

[email protected]

www.unl.edu.ar/editorial

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INTRO Otto Schneider. Tradición alemana en Santa Fe,

cuna de la cultura cervecera argentina.

CAP I La tradición cervecera alemana y la migración a Argentina.

CAP II El desarrollo de la industria cervecera santafesina.

CAP III La creación de la Cervecería Schneider.

CAP IV La ciudad de la cerveza.

CAP V La reina de las cervezas.

CAP VI Epílogo: el personaje, la marca, la sociedad.

INFOGRAFÍA Cronología Otto Schneider

CAP VII Fotogalería, la familia de Otto.

CAP VIII Fotogalería, las cervecerías de Otto.

CAP IX Fotogalería, El Recreo Schneider - El patio cervecero de Otto

Índice

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7

L as tradiciones orales, de vez en cuando

reflejadas en artículos periodísticos o en

otras intervenciones en medios de comu-

nicación, asocian el desarrollo de la cervecería en la

ciudad de Santa Fe y su zona de influencia a la inmi-

gración alemana. Si bien muchos otros grupos étni-

cos y nacionales trajeron hábitos de consumo y pro-

ducción de cerveza, la biografía de Otto Schneider

nos permite afirmar algunos aspectos de esas me-

morias colectivas. El nacimiento y desarrollo de la

industria cervecera santafesina aparece íntimamen-

te entrelazado con la trayectoria de personas como

Schneider y al mismo tiempo nos deja asomarnos

a formas de sociabilidad específicas, es decir, a un

mundo de relaciones y modos de trato social teji-

dos en torno a un producto de consumo masivo. Él

fue sin dudas un exponente muy importante de un

conglomerado de “empresarios emprendedores” ra-

dicados en la zona central de la provincia, de ori-

gen alemán pero también holandés, italiano, suizo

y francés o incluso portadores de apellidos de fa-

milias tradicionales que asociarían sus negocios a

un nuevo complejo agroindustrial. Era ejemplo de

las “nuevas clases medias” europeas de fines del si-

glo XIX e inicios del XX, basadas en las cualifica-

ciones profesionales y que tuvieron en América la

posibilidad del acceso a la propiedad capitalista.

Y su persona fue también pieza fundamental en la

interacción a nivel local con un nuevo proletariado

industrial, de origen no sólo criollo sino también de

las nacionalidades citadas o inmigrado de las regio-

nes polacas, checas y eslovacas.

En el presente texto intentamos ir más allá de la bio-

grafía de Schneider para tratar de enlazar su historia

personal con una suerte de “historia social de la cer-

veza”, o sea con una identificación de los actores so-

ciales y de las formas de sociabilidad alrededor de la

producción y consumo de la bebida. Probablemente

esa exploración nos ayude a apreciar el proceso en el

Tradición alemana en Santa Fe, cuna de la cultura cervecera argentina

INTRODUCCIÓN

8

cual Santa Fe se transformó en un polo de producción

de cerveza, los “lisos” se desarrollaron como modo

más extendido de beberla, la ciudad se convirtió en la

mayor consumidora per cápita del país y una de sus

marcas se constituyó en sinónimo de calidad. Con se-

guridad que nos encontramos aún con grandes lagu-

nas de información y que muchos de los recuerdos

recogidos en anteriores escritos o en entrevistas se

diferencian –cuando lisa y llanamente no se oponen–

a la información que brindan periódicos, expedien-

tes oficiales o documentos particulares. Se producen

entonces frecuentes desencajes entre las explicacio-

nes narrativas que podemos construir desde la histo-

riografía, con la pretensión de una referencialidad a

discursos y prácticas pasados, con respecto a los rela-

tos circulantes en distintos espacios sociales santafe-

sinos. A veces, para decidir la inclusión de una frase

hemos tenido que someter su contenido a múltiples

entrecruzamientos de fuentes. Otras, sólo pudimos

establecer especulaciones tentativas.

Hemos privilegiado una escritura destinada a un pú-

blico amplio, por lo que no incluimos citas a pie de

página ni análisis particularizados de documentos.

Tanto las fuentes escritas y orales como otros trabajos

que sirven de referencia aparecen detallados al final

del texto. Estamos en deuda con un importante nú-

mero de personas que colaboraron de una u otra ma-

nera en esta investigación. Solicitando por anticipado

disculpas por las omisiones en las que seguramente

incurrimos, no podemos dejar de agradecer expresa-

mente a Alicia Talsky por compartir con nosotros los

materiales de investigaciones anteriores; al Museo de

la Ciudad de Santa Fe y a su directora Teresita Catau-

della por su amplio auxilio; al personal del Archivo

General de la Provincia de Santa Fe por su ayuda en

la búsqueda de documentos; a Juan Pablo Barrale y

a Marcelo Arias por el establecimiento de contactos

y el acceso al archivo de la Cervecería Santa Fe; a los

ingenieros Germán Beltzer y María Jimena Alonso

por su asistencia en la traducción de textos alemanes

y su asesoramiento técnico en materia de análisis de

aguas, respectivamente; y muy especialmente a Celia

Perino de Schneider, Eduardo Revuelta, Mietek Snia-

dowski y Máximo Achleitner, que compartieron con

nosotros sus recuerdos.

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ICAPÍTULO I

La tradición cervecera alemanay la migración a Argentina

12

CAP I La tradición cervecera alemana y la migración a Argentina.

Otto Eduard Moritz Schneider nació el 6 de abril de 1872 en la localidad de Osterode, en la Prusia Orien-tal. Era un maestro cervecero y provenía de una fami-lia con una larga tradición en la materia.

13

O tto Eduard Moritz Schneider nació el 6

de abril de 1872 en la localidad de Ostero-

de, en la Prusia Oriental. La región había

sido zona de colonización alemana desde al menos

el siglo XIV, pero en ella se entremezclaban pueblos

polacos, lituanos y rusos, cuyos hábitos de consumo

y en especial su recurso a la cerveza no eran muy di-

ferentes de las tradiciones germano-orientales. La

cerveza constituía desde muchísimo tiempo atrás

un componente esencial en la alimentación de las

culturas campesinas europeas. Densas, pesadas y

con texturas, colores y sabores muy variados, apor-

taban un porcentaje importante de calorías a las

dietas de las clases populares, que no accedían a los

vinos meridionales que podían consumir las clases

dominantes. Para el período de la Baja Edad Media

(siglos XIII-XV), los contratos de arrendamiento de

tierras y las obligaciones de atención alimentaria de

los ancianos incluían habitualmente cantidades in-

gentes de cerveza, calculada en toneles o en pintas

( jarras de capacidad variable). Fueran producidas

por los propios campesinos o por maestros de los

gremios urbanos, las cervezas previas a la revolu-

ción industrial de los siglos XVIII y XIX se hacían

con métodos artesanales y tenían grandes diferen-

cias entre ellas.

Los principios o pasos básicos para la producción de

cerveza en diversas regiones europeas ya eran los que

se consideran tradicionales para esa bebida. Prime-

ro la producción de glucosa a partir de las grandes

proporciones de almidón que poseen los granos de

cereal, la que se genera por germinación y que culmi-

na en la elaboración de una malta o grano desecado

y pulverizado. Luego la maceración con alguna sus-

tancia que le proporcione aromas y sabores amargos.

Tras ello la fermentación alcohólica de los mostos o

líquidos que contienen la glucosa, con el auxilio de

condiciones de temperatura, aire y un fermento o le-

vadura, y por fin la maduración del producto para su

clarificación y conservación, nunca por mucho tiem-

po. Cada uno de esos grandes pasos a su vez supone

una compleja serie de actividades y principalmente

controles constantes.

El desarrollo de un mercado capitalista a nivel mun-

dial puso inicialmente en peligro la producción y

consumo de cerveza. La destilación de granos en es-

cala ampliada posibilitó la fabricación industrial de

bebidas blancas a bajo precio, que desplazaron en las

ciudades a las bebidas tradicionales. Por otro lado, el

hecho de que la mejor cerveza sea la que se consume

con mayor inmediatez respecto de su producción y

que por el contrario con un almacenaje mayor pier-

da calidad por nuevas fermentaciones que generan

más alcohol y ácido carbónico, conspiraba contra las

posibilidades de transporte mientras que los licores

de destilación podían ser trasladados a largas distan-

cias. Ya a mediados del siglo XVIII el fuerte incre-

mento del consumo de gin en algunos ámbitos muy

integrados al mercado mundial, como el de las clases

populares inglesas, produjo drásticas modificaciones

en los hábitos alimenticios y, si hemos de atender a

los moralistas de la época, profundas fracturas en las

formas de relación social y en las costumbres. El fa-

moso artista William Hogarth pudo mostrar en dos

grabados La Calle de la Cerveza y La Calle de la Gi-

nebra, representando la decadencia moral que para

él significaba el paso de una comunidad integrada

y reunida en el consumo de un producto altamente

alimenticio a una sociedad fragmentada en la que el

alcoholismo hacía sus estragos. Los cuerpos saluda-

bles, la buena relación entre vecinos, la ruina de los

usureros y hasta el lugar de las artes en Beer Street

El desarrollo de un mer-

cado capitalista a nivel

mundial puso inicialmen-

te en peligro la produc-

ción y consumo

de cerveza.

14

tenían su correlato negativo en la miseria material,

física y moral de Gin Lane, dominada por las peleas y

el endeudamiento.

Pero la visión pesimista de Hogarth podría rever-

tirse a lo largo del siglo XIX. Con la constitución

de mercados nacionales integrados y la incorpora-

ción de los ámbitos rurales a la comercialización

de productos de consumo masivo, se intensifica-

ron las posibilidades de inversión de capital en la

producción de cerveza. Mejoraron constantemente

las condiciones de transporte, lo que permitió una

distribución más rápida, en tanto que se acrecentó

la circulación comercial de materias primas como

los tipos de cebada de grano duro, harinoso y blan-

co –preferibles a otros cereales por la cantidad de

glucosa que producen– o las flores de lúpulo –apli-

cadas como aromatizantes y saborizantes–. Las in-

novaciones tecnológicas facilitaron la aplicación

de máquinas de vapor en las estufas para el tostado

de la malta y en los molinos para su trituración, de

agitadores mecánicos y controles términos, o de re-

frigerantes para el enfriamiento del mosto. Se fue

abandonando así el modelo de producción artesa-

nal, desarrollándose desde mediados del siglo XIX

grandes empresas cerveceras.

El paso al modelo industrial favoreció el nuevo

afianzamiento del producto en el consumo de las

clases populares, pero puso a los empresarios fren-

te al problema de asegurar una calidad determinada

de los productos. No sólo debían adecuarse los mé-

todos de fabricación a la concentración del capital

y conformarse redes de comercialización y publici-

dad, sino que sobre todo debía garantizarse que las

cervezas industriales fueran admitidas por un am-

La calle de la ginebra

y la calle de la cerveza.

William Hogarth - 1751.

15

plio espectro de consumidores que sabían distin-

guir muy bien sabores y texturas. En otras palabras,

había que lograr calidades artesanales con métodos

industriales. La solución la dieron los “maestros

cerveceros”, portadores de saberes tradicionales

que podían transferir los métodos artesanales a la

gran industria y facilitar su vinculación con los de-

sarrollos de la ciencia química. Al mismo tiempo,

las cervecerías comenzaron a buscar para su ins-

talación zonas que les aseguraran una muy buena

calidad de aguas, imprescindibles para el logro de

mejores productos.

La noción de “maestro” aplicada a la elaboración de

bienes nos remite a los orígenes medievales de la

producción manufacturera. En la escala de los gre-

mios de las sociedades feudales europeas –que eran

entidades corporativas relacionadas con un oficio

y controladas por los patronos artesanos–, esa gra-

duación correspondía a quien conocía las particu-

laridades y los secretos de una labor que no estaba

estandarizada, sino que por el contrario podía tener

amplias variaciones en función del sello personal o

del modo especial de desarrollar los procesos de tra-

bajo que tenía cada experto. Esa pericia no se alcan-

zaba por estudios regulares sino por la formación y

la práctica en el ámbito laboral, normalmente bajo la

conducción de otra persona idónea y con una fuerte

tendencia hereditaria. Ser “maestro” en el Antiguo

Régimen era ser patrono, pero con el desarrollo de la

propiedad concentrada capitalista se fue rompiendo

ese vínculo entre el saber experto y la propiedad del

taller. La supervivencia de la idea de maestría para

la producción cervecera nos habla de las necesidades

que tenían las nuevas empresas que asumían formas

industriales de recurrir a personal calificado a los fi-

nes de lograr bebidas de calidad.

Precisamente Otto Schneider era un maestro cer-

vecero y provenía de una familia con una larga

tradición en la materia. Sus padres, Julius Schnei-

der y Wilhelmine Meyke, eran propietarios de un

establecimiento productor de cerveza. De las dos

fábricas que aparecen registradas en Osterode

en 1865 una es la “Dampfbrauerei Julius Schnei-

der”, que de acuerdo con su denominación habría

aplicado máquinas de vapor. Eso constituiría una

innovación tecnológica importante para la época,

cuando la mayor parte de las cerveceras aún usa-

ban cocción a fuego.

Al momento del nacimiento de Otto, la región for-

maba parte del nuevo Imperio Alemán. Con el re-

acomodamiento de las fronteras alemanas y la inde-

pendencia polaca en 1919, luego de la Primera Guerra

Mundial, la Prusia Oriental siguió siendo parte de

Alemania, primero dentro de la República de Wei-

mar y más tarde en el Reich hitleriano. El fin de la

Segunda Guerra Mundial supuso el desplazamiento

definitivo de la población de origen alemán y la par-

tición de la zona prusiano-oriental entre Polonia y

la Unión Soviética (hoy Rusia). La localidad de Os-

terode, actualmente llamada Ostróda, está enclavada

en el extremo noreste del territorio polaco; es parte

de la región de Warmia-Masuria y tiene poco más de

33.000 habitantes.

Osterode u Ostróda fue originalmente un asenta-

miento isleño que, a pesar de su crecimiento e im-

portancia en la estructuración del territorio, nunca

dejó de ser un sitio urbano de mediana importancia

asociado al transporte fluvial. Está literalmente ro-

deada de aguas y su paisaje responde a las formas

típicas de la zona norte de Europa central-oriental:

tierras llanas, pesadas y húmedas –muy aptas para la

Osterode está literalmente

rodeada de aguas y su pai-

saje responde a las formas

típicas de la zona norte de

Europa central-oriental,

con miles de lagos y ca-

nales naturales de aguas

de gran calidad, lo que la

hacía especialmente apta

para el desarrollo de la

producción de cerveza

a gran escala.

16

producción cerealera–, con miles de lagos y canales

naturales de aguas de gran calidad, lo que la hacía

especialmente apta para el desarrollo de la produc-

ción de cerveza a gran escala. La vegetación todavía

es frondosa y en el período en el cual Otto Schneider

vivió allí, eran mucho más grandes que hoy los bos-

ques de hayas, abetos y abedules.

La localidad tomó su nombre de otra ciudad de

igual denominación situada en territorios alemanes

occidentales, Osterode am Harz de la Baja Sajonia

–con la cual está actualmente hermanada–, identi-

ficándose por un nuevo apelativo que denotaba su

ubicación: Osterode in Ostpreussen. Pasó de mano

en mano entre señores feudales alemanes y polacos

en las sucesivas guerras de los siglos XIV y XV. Lue-

go de la gran rebelión campesina de 1525 quedó in-

corporada al Ducado de Prusia Oriental, en 1818 fue

incluida como Kreis (distrito o departamento) del

Reino de Prusia y luego del Imperio Alemán creado

en 1871. Entre las décadas de 1850 y 1870 se constru-

yó en la zona un importante canal para comunicar la

ciudad de Osterode con el puerto báltico de Elblag –

hoy llamado Canal Elblaski–, que con 62 kilómetros

de plataformas y esclusas permite zanjar los más

de cien metros de desnivel entre una y otra zona.

Diseñado por el arquitecto holandés A. Steenke en

el período del Reino de Prusia, es actualmente una

atracción turística.

Osterode era la cabeza de una de las 38 diócesis en las

cuales estaban organizadas las iglesias evangélicas de la

Prusia Oriental. Hacia 1914 la organización territorial

eclesiástica era parcialmente distinta de la estructura

de departamentos estatales, y naturalmente diferente

de la división obispal y parroquial católica que nuclea-

ba a población mayoritariamente polaca. La Diócesis de

Osterode reunía a su vez trece parroquias evangélicas,

de las cuáles la localidad que nos ocupa era la más im-

portante. Schneider había sido bautizado precisamente

en la fe evangélica el 5 de mayo de 1872, al mes de su

nacimiento. Pero la distinción entre las diversas iglesias

cristianas no necesariamente era irreductible. Si bien

Otto había sido incorporado por sus padres a la religión

protestante, a los 17 años recibió la confirmación en la

Iglesia Católica de Marienburg (hoy Malbork, Polonia)

lo que nos habla también de su movilidad al interior de

los territorios alemanes orientales.

La diferenciación entre alemanes y polacos era

uno de los componentes característicos de la po-

blación asentada en el este del Reich. Para 1875 el

Otto Schneider era un

maestro cervecero y pro-

venía de una familia con

una larga tradición en la

materia. Sus padres, Julius

Schneider y Wilhelmine

Meyke, eran propietarios

de un establecimiento pro-

ductor de cerveza.

Vistas del canal entre Ostróda y Elblag en la actualidad. Fotos de difusión turística.

17

La familia Schneider hacia fines de la década de 1870. En el centro, Otto entre sus hermanas. Archivo de Celia Perino de Schneider.

17

18

73.48% de la población total de la Prusia Oriental

era identificada como “alemana”, el 18.39% como

“polaca” y el 8.11% como “lituana”, en tanto que los

porcentajes de polacos eran mucho mayores en las

zonas aledañas. La ley alemana diferenciaba a los

habitantes que no tenían ascendencia germana de

los que sí, negándoles a los primeros la calidad de

ciudadanos aún cuando hubieran nacido en terri-

torio del Imperio. Esa diferencia entre quien vivía

en el territorio (Einwohner) y quien podía ser ciu-

dadano (Bürger) era fuente de tensiones sociales.

Además las transformaciones económicas del últi-

mo tercio del siglo XIX impactaron en la región,

que se tornaba periférica respecto de las zonas

alemanas occidentales en las cuales se desplegaba

una rápida industrialización.

Aunque la pérdida demográfica era muy pequeña,

se notaba hacia 1885-1890 una emigración desde la

Prusia Oriental, cuya población total tenía unos dos

millones de habitantes. Es en esos años cuando Otto

Schneider aparece en un documento conmemorati-

vo de su confirmación en Marienburg, situada en la

vecina región de Pomerania Oriental. La tendencia

a la emigración desde los territorios del este se pro-

fundizó con la crisis agrícola de la década del ’90

de ese siglo, cuando los precios de los productos

agropecuarios bajaron por la sobreproducción re-

lativa y por la inclusión de nuevos proveedores de

cereales y ganado en el mercado mundial, como la

propia Argentina. La composición de la población

oriental del Reich comenzó a cambiar acelerada-

mente con la emigración de alemanes y la inclusión

de trabajadores rurales polacos, que los terratenien-

tes preferían contratar ante la posibilidad de pagar-

les salarios más bajos. Hacia el 1900 la transforma-

ción demográfica en curso era tan profunda que un

43,9% de los pobladores de la pequeña diócesis de

Osterode –donde había nacido Schneider– habla-

ban dialectos polacos.

Ése es el contexto social en el cual Otto Schneider

decide migrar a la Argentina. Para ese momento ya

contaba con treinta y cuatro años y tenía experien-

cia en el ámbito de la industria cervecera alemana

oriental. Aunque tengamos la certidumbre de que

debió formarse como maestro cervecero junto a su

padre en la empresa familiar, no disponemos de ma-

yores datos sobre sus actividades. Entre los papeles

familiares atesoró tres fotos de una fábrica alemana

de cerveza hacia inicios del siglo XX, la “Victoria

Brauerei GmbH”. La denominación era muy común

Tarjetas postales: Osterode hacia 1915. Fuente: http://www.ak-ansichtskarten.de

Hacia el 1900 la transfor-

mación demográfica en

curso era tan profunda que

un 43,9% de los pobladores

de la pequeña diócesis de

Osterode –donde había na-

cido Schneider– hablaban

dialectos polacos.

19

El edificio de la

Victoria Brauerei en dos

de las fotos conservadas

por Otto Schneider.

Archivo de Celia Perino

de Schneider.

19

20

–probablemente en honor a Victoria Adelaida Ma-

ría Luisa, Emperatriz del Reich por un breve lapso

en 1888 y de ideas liberales, fallecida en 1901–, de tal

manera que se registran empresas con ese nombre

en Dortmund, Stettin, Bochum o Bremen. También

en Osterode, donde una firma cervecera con esa de-

signación funcionó hasta la década de 1920 con ca-

pital por acciones. No es inequívoco que se trate de

esa empresa y mucho menos está claro cuál pudiera

haber sido la relación de Otto con la misma, pero es

factible que tuviera algún vínculo máxime cuando

su familia siguió radicada en la localidad.

Al menos y a juzgar por los certificados que reunió,

se había desempeñado en las empresas “Danziger

Aktien-Bierbrauerei Klein-Hammer” de la ciudad

de Danzig (hoy Gdansk) y “Rittergut und Brauerei

Myslencinek” de la localidad del mismo nombre o

también llamada Myslecinek, ambas ubicadas en

la Pomerania (actualmente al centro-norte de Po-

lonia). La primera fábrica se había establecido en

1871 y tenía fuerte presencia en la región a partir de

la importante ciudad portuaria de la costa báltica;

Otto trabajó allí en los años 1904-1906. La segun-

da había sido fundada por Otto Strübing en 1861 y

Schneider tuvo un breve paso por ella antes de su

emigración a la Argentina. Las dos firmas cerraron

en 1945, con seguridad a raíz de la guerra y la ocu-

pación soviética.

Además de su capacitación como maestro cervece-

ro, Otto Schneider debía disponer de algún capital,

por lo cual su traslado no se encuadraría en un pro-

ceso de desclasamiento o de búsqueda de medios de

vida sino que más bien parece responder al modelo

de un integrante de las “nuevas clases medias” de la

época que buscaba mejores oportunidades para sus

inversiones. Debe tenerse en cuenta además que

los procesos de migración suponen habitualmen-

te decisiones compartidas con familiares y ciertos

niveles de gastos en materia de viajes, mudanzas

e instalaciones. Schneider mantenía entonces un

contacto fluido con su familia –si bien su padre ha-

bía fallecido– y el último domicilio que registró en

Alemania fue en Koenisberg, otra vez en la Prusia

Oriental y probablemente en consonancia con sus

redes de parentesco. Por todo ello, su llegada a Ar-

gentina puede ser pensada como una estrategia de

afianzamiento económico de un sector profesional

que había visto limitado su desarrollo en la zona

por la progresiva concentración de la industria cer-

vecera –y para abonar esta suposición no debe ol-

Etiqueta de cerveza rubia de la Strübing & Co.

de Myslencinek, fecha tardía.

Fuente: http://www.klausehm.de

Es evidente que el impacto

de un modelo de articula-

ción entre la producción

de la cerveza y su consumo

en determinados espacios

sociales fue muy profundo

para Schneider.

21

vidarse que el padre de Otto era propietario de una

cervecería, en tanto que su hijo se desempeñaba en

empresas de capital corporativo–.

La experiencia reunida en la Pomerania Orien-

tal parece haber implicado diversas facetas, que

incluían pero a la vez superaban su cualificación

profesional. Schneider había trabajado en la “Dan-

ziger Aktien-Bierbrauerei”, es decir en una com-

pañía cervecera por acciones de Danzig o Gdansk.

Una cuestión destacable es que para fines del siglo

XIX y principios del XX el consumo de cerveza en

los lugares públicos había crecido en Alemania, es-

pecialmente en ámbitos al aire libre o confiterías

más aptas para un público de clases medias y altas

que las tabernas típicas de la clase obrera. Precisa-

mente junto a esa compañía productora de cerve-

za se encontraba el Klein Hammer Park, donde se

servían refrigerios y se presentaban espectáculos.

Observando una tarjeta postal del año 1900 –casi

coincidente con la estancia de Otto allí– no pode-

mos menos que evocar el emprendimiento que más

de treinta años más tarde desarrollaría en Santa Fe,

cuando instalara una confitería con jardines que

recibiría el nombre de “Recreo Schneider” junto

a su fábrica de cerveza. En el parque aledaño a la

Danziger vemos mesas repletas de comensales con

un fondo arbolado, una glorieta en la cual habría

una banda u orquesta, paseantes vestidos a la usan-

za de las clases acomodadas; todo ello acompañado

con la notoria imagen de un tonel de cerveza. Es

evidente que el impacto de un modelo de articu-

lación entre la producción de la cerveza y su con-

sumo en determinados espacios sociales fue muy

profundo para Schneider, y podríamos preguntar-

nos si la fundación de su propia empresa y de su

Tarjeta postal:

el Kleinhammer-Park

de Danzig en 1900.

Fuente: http://www.

rzygacz.webd.pl

22

propio parque cervecero no sería la culminación

de un anhelo que habría cobrado forma en su Ale-

mania natal.

Otro aspecto interesante de ese período de su vida es

el relativo a los tipos de cerveza en cuya producción

pudo participar antes de migrar hacia Argentina.

Como se ha dicho, en las zonas de colonización ger-

mana las variantes eran muy amplias. Actualmente

reconocemos distintas variedades en esa tradición,

como la Kölsch, rubia, brillante y de alta fermenta-

ción; la Pilsener, rubia, de unos 5 grados de alcohol y

de sabor ligeramente amargo; la Pilsner Urquell, que

se remonta a 1842 y es el estilo más difundido de las

de tipo Pilsen; la Rauchbier o cerveza ahumada que

se hace con malta secada al fuego; la Weizenbier ela-

borada a muy altas temperaturas y de sabor un poco

frutado; la clara Helles, la oscura Dunkel o la negra

Schwarzbier. Precisamente la Schwarzbier o cerve-

za negra era muy popular en las zonas orientales,

en el marco de ese amplísimo espectro de sabores

y colores, con variaciones alcohólicas de entre los

3 y los 10 grados y el registro de más de 5.000 tipos

diferentes de la bebida en los territorios alemanes.

Ya para el siglo XVIII se destacaban cervezas pru-

sianas o pomeranas que tenían buena aceptación en

un mercado que abarcaba a diversos grupos étnicos.

De acuerdo con las enciclopedias económicas de fi-

nales del 1700 la cerveza de Danzig, fuerte y den-

sa, era de tal calidad y grado alcohólico que podía

“compararse a un vino”. Hacia finales del siglo XIX,

en cambio, se incrementó la producción en la región

de cervezas rubias muy fuertes. En la búsqueda de

un producto más traslúcido, para mejorar su aspec-

to, las nuevas fábricas concentradas desarrollaron

diversos procedimientos y elaboraron cervezas que

tuvieron una pronta aceptación y que incluso se ex-

portaron hacia Inglaterra. Ese proceso fue parte de

lo que se conoce en inglés como “lager revolution”,

es decir, el avance explosivo de las cervezas rubias

entre los años de 1870 y 1920, que fueron desplazan-

do a las oscuras y negras.

Pero si las cervezas rubias inglesas de tipo Ale tienen

una graduación alcohólica de unos 11 ó 12 grados y se

hacen con fermentación superficial, las alemanas se

realizan con fermentación en el fondo de la tina y ron-

dan los 4 ó 5 grados. En la zona de Prusia y Pomerania

la abundancia y calidad de las aguas permitía hacer

cervezas de tipo Pilsen –que toman su nombre de la

localidad checa, que en esa época formaba parte del

Acción papel

de la Danziger Aktien-

Bierbrauerei y plano

de 1899 de la zona

de Gdansk donde

se aprecian las instala-

ciones junto al parque

Klein-Hammer.

Fuentes: http://www.

nonvaleur-shop.de y

http://www.rzygacz.

webd.pl

23

Imperio Austrohúngaro–. Con una apariencia clara y

cristalina, avanzaron en el período de la “lager revolu-

tion” en toda la zona oriental, desplazando a las oscu-

ras, y aún hoy son allí regionalmente dominantes.

Las etapas a seguir en la producción de las cervezas no

variaron –malteado, maceración, fermentación y ma-

duración–, al tiempo que los elementos con los que se

realizaban siguieron siendo básicamente el lúpulo, la

cebada y la levadura, con el recurso a aguas de calidad.

Pero como las cervecerías alemanas fueron las que

dieron tempranamente el salto hacia la producción

industrial en las últimas décadas del siglo XIX, cobra-

ron muy prontamente un papel central en esa expan-

sión los maestros cerveceros de esa nacionalidad, que

impulsaron nuevas formas de elaboración para esos

tradicionales pasos. En el proceso de fabricación de

la cerveza la función de esos profesionales supone la

elección de las materias primas entre centenares de

variantes, así como el control de las temperaturas, los

tiempos y las condiciones ambientales, factores que

inciden de una u otra manera en el tipo y sabor del

producto. Y el hecho es que Otto Schneider tenía una

calificación profesional en la materia que lo habilita-

ba para desempeñarse en cualquier lugar del mundo

donde se quisiera producir cerveza con esas recetas.

En Argentina la producción y comercialización de

la bebida venía creciendo desde los últimos años

del siglo XIX. En 1860 el alsaciano Emilio Bieckert

había instalado un pequeño taller artesanal con un

único peón en la ciudad de Buenos Aires, que sin

dudas no era el único en su tipo. Hacia 1869 el mis-

mo empresario amplió su negocio e instaló lo que

sería el primer establecimiento cervecero argenti-

no de cierta envergadura, que en la década de 1880

Pasaporte de Otto

Schneider expedido

por el Reino de Prusia

integrante del Imperio

Alemán y válido hasta

julio de 1907, con el

cual realizó su viaje a

Argentina el año an-

terior.

Al lado, su retrato foto-

gráfico hacia 1910-20

Archivo de Celia Perino

de Schneider

24

crecería aún más al asociarse con capitales ingleses

y utilizar máquinas modernas, llegando a tener 600

empleados directos e indirectos según las informa-

ciones recogidas por Morgenfeld. Por su parte, en

1887-88 la familia del alemán Otto Bemberg había

construido en la localidad bonaerense de Quilmes

una fábrica asociada a su complejo agroindustrial:

la “Brasserie Argentine Sociedad Anónima”. El con-

sumo de cerveza iba desplazando gradualmente a li-

cores y vinos o incluso iba ganando nuevos segmen-

tos entre una clientela muy amplia, pero las nuevas

formas de producción y comercialización facilita-

ron su incremento exponencial: según Rocchi, entre

1891 y 1913 el mercado registrado de cerveza pasó de

13 a 109 millones de litros.

Para inicios del siglo XX, si bien todavía se re-

gistraban pequeños establecimientos de carácter

artesanal la mayor parte de la producción ya se

realizaba en el marco de una nueva industria cer-

vecera que se ajustaba muy bien a un modelo de

desarrollo manufacturero asociado al auge agro-

pecuario del país. Según Diego Abad de Santillán,

la primera manufactura de cerveza en la Provin-

cia de Santa Fe se había fundado en Rosario ya

en 1857, seguida ocho años después por la firma

de César Falcone y hacia 1875 por tres estableci-

mientos de importancia, propiedad de Epifanio

Moneta, Juan Sajoux y Fernando Magdelín, este

último antecesor de la empresa que luego sería

Schlau y Strasser. A fines del siglo XIX también

funcionaban la de León Anthony en Esperanza

y la “Cervecería San Carlos Limitada Sociedad

Anónima” en la localidad homónima. Las calida-

des que ofrecían eran destacables, lo que se re-

flejaba en su participación en las exposiciones

nacionales e internacionales frecuentes en esa

época. Había entonces un mercado sectorial en

expansión propicio para empresarios emprende-

dores y profesionales capacitados.

Si sólo podemos especular respecto de las razones

por las que Otto Schneider decidió trasladarse hasta

Argentina, tenemos en cambio precisiones respecto

de su arribo y de sus primeras actividades. Llegó en

el vapor Cap Blanco el 13 de septiembre de 1906 y se

instaló por los siguientes ocho meses en Buenos Ai-

res. En una entrevista publicada por el diario El Or-

den veinticinco años más tarde, Schneider diría que

vino “con diez marcos en el bolsillo” y que como en las

cervecerías “no había trabajo para operarios técnicos”

aceptó “trabajar como obrero”. De un manuscrito de su

hijo Rodolfo surgiría que carecía de relaciones y que al

segundo día de su llegada ingresó como peón en la la-

vadora de botellas de la Cervecería Quilmes. Pero esos

recuerdos semejan una transposición de situaciones

quizás vividas en Alemania y del imaginario gringo de

los inmigrantes que lo deberían todo a su propio traba-

jo más que una realidad respecto de lo acontecido a su

ingreso a la Argentina. De acuerdo con los certificados

de su desempeño apenas arribado, el día 17 del mismo

mes, ingresó como maestro cervecero en la Compañía

Bieckert, lo que sugiere no sólo que disponía de con-

tactos en el país sino que incluso ya podría haber veni-

do con un contrato. Poco tiempo después, para mayo

de 1907, consiguió ubicación como responsable técni-

co de la Cervecería San Carlos y ocuparía esa función

hasta octubre de 1911.

Es destacable que los documentos disponibles

de esa etapa estén escritos en alemán, a lo que se

suman diversos testimonios en el sentido de que

Schneider desconocía el idioma castellano a su ar-

ribo y que jamás lo habló con fluidez ni perdió su ac-

En una entrevista publi-

cada por el diario El Or-

den, Schneider diría que

vino “con diez marcos en

el bolsillo” y que como en

las cervecerías “no había

trabajo para operarios

técnicos” aceptó “traba-

jar como obrero”.

25

ento natal. Evidentemente, se insertó prontamente

en un entramado de relaciones personales dentro

de las comunidades germanas de nuestro país, sin

que importaran las distinciones religiosas o políti-

cas –por caso, baste señalar que la Bieckert identi-

ficaba sus papeles con una sigla impresa sobre una

Estrella de David–. Las tradiciones orales lo ubi-

can transitoriamente en las fábricas de las cervezas

Quilmes y Palermo –que constituían entonces em-

presas separadas–, pero no hay constancias de esos

supuestos pasos. Aunque erróneas, no sería invero-

símiles teniendo en cuenta tanto su calificación pro-

fesional como el hecho de que ambas empresas eran

dirigidas por personajes de origen alemán.

Lo cierto es que muy prontamente Schneider recaló

en la pequeña localidad provinciana de San Carlos

Sur. La fábrica –fundada por Francisco Neumeyer

en 1884– no era el único establecimiento cervecero

en una zona con contingentes migratorios alemanes,

suizos y franceses, pero sí el más importante y exi-

toso ya que producía con métodos industriales. Por

esos años, esa cervecería llevaba el agua desde la

cuenca del río Paraná en vagones-tanques, lo que re-

sultaba engorroso y caro pero le permitía asegurar su

calidad. Desde su puesto de maestro cervecero Otto

dispuso un procedimiento de purificación de aguas

extraídas en la misma localidad, facilitando a partir

de allí el funcionamiento de la planta.

Pero la lógica de los procesos de producción acon-

sejaba la instalación de una empresa en un lugar

donde se pudieran obtener fácilmente mejores

aguas y se dispusiera de una salida comercial más

inmediata. Sería entonces el momento de fun-

dación de la “Cervecería Santa Fe”.

26

27

IICAPÍTULO II

El desarrollode la industriacervecera santafesina

28

CAP II El desarrollo de la industria cervecera santafesina

Schneider y otros entendidos proponían aprovechar las aguas de la cuenca fluvial sobre la cual se asien-ta la ciudad de Santa Fe, cuyas calidades eran equi-parables a las de la zona de Pilsen, República Checa.

29

E l agua de Pilsen, en zona de colonización

alemana de la actual República Checa, fue

reconocida desde el siglo XIX como una

de las mejores para la elaboración de cervezas. A tal

punto marcó el sabor de las bebidas allí producidas

que la localidad dio su nombre a toda una rama de va-

riedades. Lo que Schneider y otros entendidos pro-

ponían era aprovechar las aguas de la cuenca fluvial

sobre la cual se asienta la ciudad de Santa Fe, cuyas

calidades eran equiparables a aquellas. Para 1911 con-

siguieron sumar a una gran cantidad de accionistas

tanto de la zona de Las Colonias como especialmen-

te de la propia ciudad de Santa Fe, para formar una

nueva empresa cervecera. En las tradiciones orales

recogidas por Gustavo Vítori aparecen asociadas al

emprendimiento varias familias patricias, junto con

los nombres de algunos pocos inmigrantes. Mientras

tanto Otto aparece como el fundador de la firma en

los recuerdos de la familia de Schneider, alegándose

que habría llamado a una reunión para constituir una

sociedad al terminarse su contrato con la San Carlos.

La lectura del expediente de constitución de la

“Sociedad Anónima Fábrica de Cerveza y Hie-

lo Santa Fe” no parece dar la razón ni a unos ni a

otros. Ninguno de los diez presentes en la asam-

blea constitutiva del 26 de septiembre de 1911,

ni de los tres ausentes representados por uno de

aquellos, pertenecía a las familias de la elite local.

Se trataba en su totalidad de comerciantes y em-

presarios manufactureros de los más variados orí-

genes europeos: alemanes, franceses, italianos y

holandeses. Para ese momento tenían una amplia

nómina de suscriptores para reunir “un capital de

un millón quinientos mil pesos moneda nacional” y

sin dudas entre ellos se contaban importantes par-

ticipaciones de los apellidos tradicionales como

los aducidos por Vítori, pero la conducción de la

nueva empresa se hacía básicamente con “recién

llegados” a los sectores que iban formando una

nueva clase dominante en la región.

Por otra parte, si bien Otto Schneider fue uno de los

animadores de la empresa y formó parte de ese gru-

po inicial, no parece haber tenido un papel relevante

en la reunión y tampoco integró la conducción emer-

gente de ella. El presidente provisorio de la asamblea

fue Germán Nagel y el directorio quedó constituido

por José Virmet como presidente, el propio Nagel

como director gerente; R. B. Lehmann, Hugo Breuer,

Ángel Casanello y Guillermo Bauer como vocales y

José Macia como síndico –cuando señaladamente al-

gunos de ellos no estuvieron en la reunión–.

Para formar parte del directorio se requería dis-

poner de un mínimo de veinticinco acciones y la

duración de la sociedad se fijaba en 20 años. Ger-

mán Nagel era quien, de manera muy clara, con-

duciría los inicios del proyecto por cuanto como

director gerente le correspondían todos los actos

que estuvieran en relación directa o indirecta con

los negocios de la sociedad y con la administración

y el empleo del capital, así como la organización y

dirección interna. A Otto Schneider le estaría re-

servado más adelante un papel de menor exposi-

ción pública pero central en el funcionamiento de

la Cervecería Santa Fe. El 15 de octubre de 1911 fue

su último día de trabajo en la Cervecería San Car-

los –como veremos, había contraído matrimonio

una semana antes– y tras participar de las obras

de construcción y puesta a punto de la nueva fá-

brica asumió la conducción técnica de la empre-

sa como maestro cervecero. No tenemos mayores

constancias de su desempeño, pero evidentemente

En las tradiciones orales

recogidas por Gustavo

Vítori aparecen asociadas

al emprendimiento varias

familias patricias, junto

con los nombres de algu-

nos pocos inmigrantes.

30

debió ser satisfactorio porque ocupó ese puesto de

dirección hasta su alejamiento voluntario en 1931,

para fundar su propia firma.

Durante 1912 se alzaron las instalaciones bajo la di-

rección del ingeniero Gustavo Guillermo Wausmann,

en una propiedad de cinco manzanas en lo que sería

luego conocido como barrio Candioti Sur. Se trataba

de un paraje conocido como “Los Ceibos” y hasta ese

momento ocupado por bañados y rancherías. La ma-

yor parte de los terrenos de la zona eran propiedad

de Marcial Candioti, quien para esa época realizó un

loteo y comenzó su venta. La construcción del puerto

cercano lo defendía ahora de las inundaciones y por

el oeste lindaba con los terrenos de maniobras de la

estación del Ferrocarril Francés, con una ubicación

inmejorable desde el punto de vista de las comunica-

ciones. Tanto las vías del Central Norte como las del

Santa Fe penetraban en el predio fabril para asegurar

la entrada y salida de mercaderías.

El Ing N. Sokol y el técnico Otorino Baroni diseñaron

edificios que fueron portentosas para ese momento,

uno de los cuales tuvo seis plantas. Se erigió una de las

chimeneas más antiguas de la provincia, que evacuaba

los vapores de la cerveza y sería utilizada hasta la dé-

cada de 1970. Con una altura de 40 metros, una base

de 6,30 y muros de 2 metros de ancho, sería uno de las

construcciones características del barrio. El personal

de conducción y especialmente los técnicos recibían

casas anexas a la fábrica, cuando no decidían estable-

cerse en la ciudad y alquilaban o compraban en esa

misma zona, como haría el propio Schneider.

Para el día 19 de diciembre de ese año ya se producía

cerveza y hacia enero de 1913 tenemos constancias del

desempeño de Otto Schneider como maestro cervece-

ro. Un dato llamativo nos da la pauta del papel jugado

por la tradición cervecera germana en el control de los

sistemas de producción y calidad. Aunque el directorio

tenía una composición de variados orígenes, la conduc-

ción administrativa y técnica estaba completamente en

manos de alemanes: Carlos Fuhrk había reemplazado a

Nagel como gerente y era secundado por un asistente

de apellido Titz, Schneider era el director técnico y Ro-

dolfo Weber el maestro de máquinas. La composición

de la planta de personal fue muy variada, pero destaca-

ron durante mucho tiempo los obreros alemanes, pola-

cos, checoslovacos, franceses e italianos.

El impacto del proyecto se apreció prontamente en

las páginas del diario Santa Fe, que debió de estable-

Durante 1912 se alzaron

las instalaciones bajo

la dirección del ingenie-

ro Gustavo Guillermo

Wausmann, en una pro-

piedad de cinco manza-

nas en lo que sería luego

conocido como barrio

Candioti Sur.

Caldera de la Cervecería Santa Fe, década de 1910.

Archivo de la Cervecería Santa Fe.

31

Chimenea de la Cervecería Santa Fe, década de 1910.

.

Archivo de la Cervecería Santa Fe

31

32

cer vínculos estrechos para la publicidad de la nueva

empresa. Opuesto al tradicionalista Nueva Época, ese

periódico se había creado en 1911 y presentaba una

línea editorial que podía tacharse de izquierda o pro-

gresista en el arco político de la época. Para marzo de

1912 había apoyado la candidatura radical de Men-

chaca a la gobernación de la Provincia. Su énfasis en

el progreso económico y social, en la apertura políti-

ca y en la crítica a las elites locales lo hacía un porta-

voz idóneo para la promoción de nuevas industrias a

cargo de sectores sociales emergentes.

En noviembre de 1912 Santa Fe saludó la próxima

apertura de las instalaciones aludiendo al desarrollo

industrial que podía darse poco a poco en una “ciudad

burocrática”. Poco después publicó un largo artícu-

lo sobre una visita a la planta fabril, en el cual regis-

tró que la capacidad de producción de hielo llegaba

a las 25 toneladas y que su venta no bajaba de 1000

barras diarias aunque podía tocar las 4000 en los días

de mucho calor. Para ese momento todavía no estaba

terminada la sección de toneles, cada uno de los cua-

les almacenaría 110 hectolitros de cerveza. La fábrica

utilizaba “las mejores máquinas conocidas hasta el pre-

sente” y se aseguraba que su campo de ventas abarca-

ría desde el Paraguay y el Litoral argentino hasta las

regiones del norte y oeste de la república.

No bien iniciada la producción de cerveza, el diario

propugnó en una nota el cultivo de la cebada. Como

esta materia prima se traía del extranjero bajo la for-

ma de malta, se planteaba que en función de los estu-

dios de suelo y clima se podría producir en el terri-

torio nacional. El argumento del periódico era claro:

si la producción de cerveza se había triplicado en el

país entre 1904 y 1911 resultaba conveniente para to-

dos suplantar esas importaciones. No cuesta imaginar

que los datos provenían tal vez de la misma cervecería,

preocupada por bajar los costos de producción en un

rubro en el que podía esperar el abastecimiento local.

La cuestión del abastecimiento de materias primas

era acuciante para la industria cervecera argentina,

que encontró límites al crecimiento exponencial que

experimentaba. Además, si bien cualquier cereal pue-

de servir como base para la cerveza en tanto contie-

ne almidón, no sólo la cebada es más barata sino que

variantes específicas de grano duro y pesado son las

más apropiadas. Como lo ha mostrado Cintia Russo

en sus trabajos sobre la estructuración territorial del

partido de Quilmes en la provincia de Buenos Aires,

la cervecería de los Bemberg tuvo una temprana pre-

ocupación por bajar los costos fomentando su cultivo

en la región pampeana. Ya en 1891 se hicieron pruebas

negativas con semillas suecas y desde allí se intenta-

ron diversos desarrollos con variedades especiales

europeas, hasta que en la década de 1920 se decidió

plantar cebadas australianas. A partir de allí esa em-

presa comenzó con la industrialización del grano en la

Primera Maltearía Argentina y desplegó un sistema de

agentes comercializadores por todo el país.

Distribución de cerveza en botellas mediante carro.

Archivo de la Cervecería Santa Fe.

La fábrica utilizaba “las

mejores máquinas conoci-

das hasta el presente”

y se aseguraba que su

campo de ventas abarca-

ría desde el Paraguay

y el Litoral argentino has-

ta las regiones del norte

y oeste de la república.

33

Para la Cervecería Santa Fe esos desarrollos no nece-

sariamente llevaban a bajas de los costos, ya que no

lograron de sus competidores precios menores a los

de importación. Esa situación se agudizaría más tarde,

cuando a la empresa le resultara cada vez más difícil

pujar contra un conglomerado agroindustrial de tipo

monopólico. Entretanto, a mediados de la década de

1910 los precios de las materias primas como la malta y

el lúpulo se encarecían y se resentía su abastecimiento

regular debido a la Primera Guerra Mundial.

En ese momento comenzaron también los roces

con el Estado municipal, que establecía periódi-

camente impuestos sobre la producción y consu-

mo de bebidas. Esas medidas no eran novedosas,

ya que se enlazaban con las antiguas prerrogati-

vas sobre los derechos de tributación por juegos,

bebidas y espectáculos, pero en el contexto de un

nuevo impulso industrializador y de los inconve-

nientes de aprovisionamiento de materias primas

provocados por la guerra resultaron claramente

irritantes para los empresarios. El 10 de noviem-

bre de 1915 el diario Santa Fe publicó una nota en

la cual imputaba a la municipalidad desalentar la

producción de cerveza con “fuertes tributos”. “Sólo

a la municipalidad de Santa Fe se le ocurre perseguir

a los industriales y dificultar la acción y funciona-

miento o instalación de nuevas industrias”, aducía,

respecto de una cuestión que sería motivo de recu-

rrentes conflictos.

Distribución

de cerveza en botellas

mediante camión.

Archivo de la Cervecería

Santa Fe.

34

Terminada la Gran Guerra en 1918, el puerto de San-

ta Fe conoció un momento de auge. Sus instalaciones

eran nuevas, sus servicios completos, su conectividad

por ferrocarril óptima. En un contexto de recupera-

ción del comercio internacional y de crecientes expor-

taciones de productos agropecuarios, los tripulantes

de los barcos de carga que recalaban en la ciudad fue-

ron los mejores propagandistas de la cerveza santafe-

sina, cuya fama habrían propalado por puertos euro-

peos. Como se verá más adelante, el ámbito portuario

no sólo sería un espacio de movimiento acrecentado

de dinero y mercancías o un lugar de difusión de la

Cerveza Santa Fe, sino asimismo una zona caracteri-

zada por establecimientos expendedores y formas de

consumo peculiares.

A similitud de lo que había ocurrido con la Quilmes

y con otras empresas cerveceras semejantes, se ges-

tó una interacción positiva entre la Cervecería San-

ta Fe y el entramado urbano. La localización de la

planta facilitaba el desarrollo de servicios públicos

en el barrio, dinamizaba el funcionamiento de los

comercios y brindaba un elemento de identifica-

ción espacial y simbólica. Como la empresa incluía

la producción y distribución de hielo, tenía además

una principal importancia para el mantenimiento

de alimentos y la refrigeración de bebidas de la ciu-

dad y de todas las localidades vecinas, especialmen-

te en temporada estival.

El 7 de octubre de 1911, casi en paralelo con la fun-

dación de la nueva cervecería y su alejamiento de la

San Carlos, Otto contrajo matrimonio en Santa Fe

con una joven inmigrante que en el acta de matri-

monio fue identificada como Lilly Kunze. Sus pa-

dres Hugo Kunze y Otilia Rother ya habían falle-

cido y los únicos datos que tenemos de ella son su

nacionalidad alemana y su edad de 23 años. En una

nota marginal al acta fechada el 12 de septiembre de

1912 se aclara que por oficio judicial “se ordena que

sea rectificado el nombre de Lilly como figura en esta

acta por el de ‘Otilia María Hedwig’ por ser sus ver-

daderos nombres”. Su identificación no es siempre

clara y dados varios errores podemos suponer una

cierta incomodidad de los escribientes santafesinos

al momento de registrar sus nombres. Si en esa nota

marginal y en la partida de su defunción es Otilia

María Hedwig Kunze, en el auto sucesorio figura

como Heduvig María Otilia y en el certificado de

bautismo de su único hijo como Otilia Herwig. Su

marido se eximió siempre de semejantes confusio-

nes; obviando sus otros nombres se identificó sim-

El 7 de octubre de 1911,

casi en paralelo con la

fundación de la nueva

cervecería y su aleja-

miento de la San Carlos,

Otto contrajo matrimo-

nio en Santa Fe con una

joven inmigrante que en

el acta de matrimonio

fue identificada como

Lilly Kunze.

Lilly Kunze en foto sin fecha.

Archivo de Celia Perino de Schneider.

35

Casa de Schneider

en la Cervecería Santa Fe

Archivo de Celia Perino

de Schneider.

Otto Schneider en

los jardines de su quinta.

Archivo de Celia Perino

de Schneider.

35

36

plemente como Otto Schneider e incluso pasó a ser

conocido en la cuidad como “don Otto”

La pareja tuvo un único hijo, Rodolfo Eberhardt

Julio Schneider, que nació el 13 de julio de 1912 y

fue bautizado dentro del catolicismo el 6 de agosto

de 1915, en la Iglesia del Carmen. De acuerdo con

el certificado expedido por el cura rector los pa-

dres se domiciliaban dentro del ámbito de la parro-

quia y a tenor de los recuerdos familiares habrían

estado radicados en una de las casas de la esta-

ban radicados Cervecería Santa Fe ubicadas sobre

la calle Dorrego. Pocos días después Otto adquirió

dos terrenos en las cercanías de la fábrica, el 17 de

agosto a Edmundo Rosas y el 31 del mismo mes a

Marcial Candioti, aunque no construiría edifica-

ciones en ellos.

De esos documentos podemos inferir asimismo las

fuertes relaciones establecidas entre los integran-

tes de la comunidad alemana. En el acta de ma-

trimonio de Otto y Lilly hubo dos testigos de esa

nacionalidad, en tanto que el acta de nacimiento

de Rodolfo fue suscripta por un testigo germano y

otro argentino. Pero mientras el testigo argentino

era un joven de sólo 24 años –una edad parecida a

la de Lilly–, los tres alemanes tenían edades simi-

lares a la de Otto Schneider, lo que nos evoca ese

Reunión con la pre-

sencia destacada de Otto

Schneider hacia la década

de 1920.

Archivo de Celia Perino

de Schneider.

37

entramado de relaciones sociales en las cuales la

amistad, la identidad etno-nacional y la profesión

pueden encontrarse superpuestas.

Además, esos vínculos con los connacionales toda-

vía estaban basados en un flujo de personas, bienes

e informaciones incesantes. Para esos años la ma-

dre de Otto seguía viviendo en Osterode y él aludía

a Koenigsber como último domicilio en el Imperio.

Tendría contactos por muchos años más con sus

parientes de la Prusia Oriental y seguramente con

muchos otros alemanes en los que confiaba para

la concreción de sus actividades profesionales y

negocios. Sin otros familiares en el país, las redes

personales de Schneider se estructuraban esen-

cialmente en función de su origen.

El idioma alemán parece haber sido el vehículo pri-

vilegiado para esa trama relacional. Aunque pasaran

los años Otto conservó su marcado acento germano y

mantuvo en su casa el uso de la lengua natal. Sus cer-

tificaciones y correspondencia de la década de 1910

están escritas en ese idioma, que servía también para

la comunicación con sus amigos. Y tal vez también

con sus compañeros en la conducción de la cervece-

ría, aunque esto es ya pura especulación respecto de

ese período y sólo está atestiguado para la época de

su propia empresa. Sin embrago, no hay constancias

de que hubiera participado de las entidades germa-

nas. Su nombre no figura entre quienes conformaron

en 1927 el Centro Social Alemán (Gemutlichkeit) ni

en la posterior Sociedad Alemana (Deutsches Verein).

Tal vez pudo figurar en la Sanger Quartett Santa Fe

Lilly Kunze y Rodolfo Schneider, hacia fines

de la década de 1920.

Archivo de Celia Perino de Schneider.

Reunión con la presencia destacada de Otto Schneider

hacia la década de 1920.

Archivo de Celia Perino de Schneider.

Sin otros familiares en el

país, las redes personales

de Schneider se estruc-

turaban esencialmente

en función de su origen.

El idioma alemán parece

haber sido el vehículo

privilegiado para esa

trama relacional

38

de 1926 o en la Deutscher Turn y Sportverein de 1928

–de cuya unidad nacería la Sociedad Alemana– pero

no hay registro de esas asociaciones.

Aunque no podamos detectarlo en esos ámbitos

y los testimoniantes refieran a su carácter habi-

tualmente hosco, es indudable que Schneider se

transformó en referente de reuniones sociales de

un sector caracterizado de la sociedad santafesi-

na. Dos fotos que a juzgar por la moda en el vestir

y sus propias facciones debieron de ser de alre-

dedor de 1920 lo muestran en una reunión mas-

culina, primero sentado en una esquina y luego

parado a la cabecera de una larga mesa. La mane-

ra de servir y los arreglos, los camareros o mozos

vestidos con chaleco y los comensales con traje,

todos de rigurosa corbata, moño o lazo, con relo-

jes de cadena y cuidados mostachos, nos remiten

a un modo de vida burgués que cobró forma en la

Europa del siglo XIX y que se trasplantaba al in-

terior argentino.

La apariencia de los comensales y del lugar nos

habla entonces de una sociabilidad masculina de

las clases acomodadas, sin que dejen de llamar la

atención algunos pequeños detalles de la reunión

en la que se servía una comida al plato. Una única

y solitaria bebida clara se pierde entre multitud

de vasos de cerveza colocados sobre gruesos po-

savasos ilustrados de corte cuadrado. Esos reci-

pientes eran lisos y con un pequeño pie, de forma

levemente acampanada y generosa capacidad, al

modelo del “vaso imperial”. Pero también se de-

jan ver algunas jarras más grandes, lo que indi-

ca que los participantes del ágape elegían en qué

iban a beber según sus preferencias. La cerveza

era negra –aún al estilo de las viejas cervezas

alemanas, de sabor y graduación alcohólica más

fuerte– y con el cuello de espuma que ya distin-

guía a la forma santafesina de servirla. En una de

las fotos se dejan ver pequeños platos con rebana-

das cuadradas de pan negro, el que popularmente

se conocería primero como “pan alemán” y luego

como “pan ruso”. Dato anecdótico pero intere-

sante que conviene recordar, porque luego podrá

apreciarse cómo ese elemento seguirá asociado

durante décadas al consumo de cerveza en la ciu-

dad de Santa Fe y especialmente en un estableci-

miento de don Otto.

Las memorias santafesinas asignan a Schneider la

propiedad de algún bar, pero carecemos de cons-

tancias sobre ello para la época de su desempeño

en la Cervecería Santa Fe y quizás se trate de ex-

trapolaciones de momentos posteriores. Para la

década de 1920 su situación económica era holga-

da y prosperaba rápidamente. Más allá de cuánto

rindieran sus acciones, como maestro o director

técnico cobraba por hectolitro de cerveza vendido,

lo que le garantizaba un ingreso considerable. En

octubre de 1925 compró a Ernesto Mai una casa so-

bre la misma calle de la empresa en el Barrio Can-

dioti, que se transformó en su vivienda.

Casi en paralelo realizó una serie de inversiones in-

mobiliarias. Ya en 1919 había comprado a Alejandro

Domenicone dos predios ubicados en una zona que

en ese momento era prácticamente suburbana al no-

roeste de la ciudad, más allá del Cementerio Muni-

cipal y cercano a los bañados del río Salado, donde

erigió una quinta. En 1926 y 1927 adquirió otros te-

rrenos mucho mayores en el mismo paraje, por com-

pras a los hermanos Sovrano y a distintos miembros

de la familia Choquet. El conjunto de los inmuebles

Una única solitaria

bebida clara se pierde

entre multitud e vasos de

cerveza colocados sobre

gruesos posavasos ilus-

trados de corte cuadrado.

39

superaba los 182.000 metros cuadrados, a ambos la-

dos del camino al matadero (hoy avenida Blas Pare-

ra) y en las cercanías del Ferrocarril a Las Colonias.

Tierras de menor valor que las céntricas dada su ubi-

cación, pero en suficiente cantidad como para sentar

allí años después un emprendimiento fabril.

Es notorio que Otto Schneider fue afianzándose

como un personaje importante en la provinciana

ciudad de Santa Fe. Hacia 1912, en la partida de naci-

miento de su hijo, todavía se había identificado como

“empleado” aunque ya detentaba acciones de la Cer-

vecería recién creada. Para 1927-1928 no sólo tenía

un papel destacado en la conducción técnica de esa

firma sino que además realizaba varios negocios por

su cuenta y prestaba dinero contra garantías hipote-

carias, pidiendo a su vez créditos para invertir.

Mas a pesar de su protagonismo social y a su evidente

prosperidad económica, no era un propietario inde-

pendiente con poder de decisión a nivel corporativo.

Paradójicamente, sería su incapacidad para resistir

la venta de la Cervecería Santa Fe al grupo Bemberg

lo que le decidiría a emprender la formación de una

nueva empresa que asociaría definitivamente su ape-

llido a la historia de la cerveza santafesina.

40

41

IIICAPÍTULO III

La creaciónde la CerveceríaSchneider

42

CAP III La Creación de la Cervecería Schneider.

La Cervecería Schneider se construyó de acuerdo con los parámetros más avanzados del momento. Según sus propagandistas, el establecimiento podía presentarse como “uno de los más perfectos en Sudamérica” y en 1939 como “la más moderna de Sudamérica”.

43

D esde la década de 1920 Otto Schneider

acariciaba la idea de instalar una gran cer-

vecería por su propia cuenta en Buenos

Aires. No era un capitalista de importancia y debería

recurrir necesariamente a la reunión de medios fi-

nancieros bajo la forma de sociedad por acciones que

había conocido en Alemania, pero estaba dispuesto

a encarar el emprendimiento. Según su hijo Rodolfo,

sus intentos de conformar una empresa así se enfren-

taron con la más grande de las cervecerías bonaeren-

ses y se entró en una suerte de “guerra sin cuartel”.

La Quilmes había comprado ya en 1907 la Schlau de

Rosario y en 1912 la Palermo. Había expandido su in-

fluencia comercial en el interior del país con instala-

ciones en Entre Ríos y Córdoba y participaba de em-

prendimientos de infraestructura como el ferrocarril

que uniría Puerto Belgrano y Rosario, la instalación

del tranvía eléctrico entre Buenos Aires y Quilmes

o los servicios de electricidad y agua corriente de

esta última ciudad. El impulso de la “Cervecería Ar-

gentina Quilmes” era acorde a los procesos de mo-

nopolización de capital del período y el proyecto de

Schneider o la competencia de la Cervecería Santa

Fe chocaban con la tendencia a la concentración que

presentaba la industria agroalimentaria.

La tensión se resolvió precisamente de manera mo-

nopolista, cuando la empresa de la familia Bemberg

ofreció comprar las acciones de la Cervecería San-

ta Fe. La propuesta fue tan generosa que el direc-

torio y los accionistas decidieron vender pese a la

oposición de Otto Schneider –al decir de su hijo, en

un ofrecimiento que cuadruplicaba el valor de las

acciones–. Adicionalmente, la parte compradora se

aseguró como condición ineludible de la operación

la permanencia del maestro cervecero como direc-

tor técnico de la empresa adquirida por cuatro años

más para evitar que constituyera inmediatamen-

te una firma rival. El acuerdo no fue del agrado de

Schneider, que consideraba nefasta la inclusión de

la marca Santa Fe en lo que llamaba un “conglome-

rado trustificador” y que auguraba una caída de la

calidad del producto por la aplicación de criterios

diferentes en la elección de la materia prima. En el

marco del modelo taylorista / fordista del período

esa suposición no era incorrecta, ya que los conglo-

merados de empresas no tendían entonces a la pro-

ducción diversificada para distintos segmentos de

consumidores sino a la uniformización de calidades

y formas para bajar los costos.

En abril de 1931, casi al mismo tiempo en el que Sch-

neider se separaba de la firma anterior, falleció su

esposa Lilly Kunze. Llamativamente, su relación con

la Cervecería Santa Fe había comenzado en paralelo

con su casamiento y culminaba prácticamente con su

viudez. Para ese período se habría producido tam-

bién su mudanza de la casa de barrio Candioti hacia

su quinta al norte del cementerio.

En diciembre de ese año Otto conseguiría fundar la

nueva firma. Pocos días antes de la reunión en la cual

se constituyó la empresa apareció una amplia nota en

el diario El Orden, relatando tanto su oposición a la

venta de la Santa Fe como su intención de erigir una

fábrica modelo en los predios que había adquirido

en la zona de avenida Blas Parera. Para ese momen-

to Schneider era un personaje de amplio reconoci-

miento en la ciudad y provincia, lo que se aprove-

chaba para publicitar la integración de la empresa

y convocar a la suscripción de acciones. El artículo

de El Orden aludía a él como “Un hombre de excep-

ciones” y afirmaba que con su presencia se asegu-

En abril de 1931, casi al

mismo tiempo en el que

Schneider se separaba de

la firma anterior, falleció

su esposa Lilly Kunze.

44

El edificio de la

Cervecería Schneider en

distintas etapas de cons-

trucción hacia 1932-33.

Archivo de Celia Perino

de Schneider.

45

raba el éxito del emprendimiento “En primer lugar,

sus antecedentes industriales; en segundo lugar su ca-

pacidad; en tercer lugar su enorme entusiasmo y sus

ponderables reservas de energía”. Además de recoger

detalladamente las opiniones de Schneider sobre la

producción de cerveza, el periódico afirmaba que la

sociedad “será exclusivamente popular, local y tendría

desde luego influencia en los mercados consumidores

del exterior, pero con las características de ser un pro-

ducto santafecino, que llevaría el nombre de nuestra

provincia a todos los lugares donde se imponga su con-

sumo”. El mismo entrevistado decía que “Proyectare-

mos una cervecería, como proyectamos otra; la hare-

mos producir; ocuparemos obreros santafecinos y será

una industria que honrará a Santa Fe”.

El 21 de diciembre de 1931 se constituyó la empresa

en una reunión realizada en el domicilio de Sch-

neider y a su invitación. El acta inicial registró la

presencia de vecinos de Santa Fe y de Esperanza

como Antonio Vicente Hessel, Carlos Enrique Sar-

sotti, Benito Toretta, Hipólito Marelli, Juan Sovra-

no, Alejandro Lichtenecker, Héctor Sarubbi, Ju-

lio C. Mayoraz, Rodolfo Reyna y Eugenio Reutter,

“con el propósito de cambiar ideas sobre la forma-

ción de una Sociedad Anónima, que tiene por objeto

principal de construir y explotar una fábrica de Cer-

veza, Hielo y anexos”. El documento registró los

puntos más salientes de la exposición de Otto, que

hizo hincapié en dos elementos que podían garan-

tizar la elaboración de una bebida de propiedades

especiales: su consideración de que “el mejor punto

en el país, para la instalación de una cervecería, de-

bido a la calidad especial de sus aguas, es la ciudad

de Santa Fe” y su advertencia de que la producción

se haría “con materias primas de la mejor calidad y

a base de fórmulas que son propias”. También pre-

sentó en esa ocasión planes detallados sobre la ins-

talación de la fábrica y los presupuestos obtenidos

para su construcción con distintas posibilidades

según el capital que se reuniera.

Se resolvió allí establecer la “Sociedad Anónima Cer-

vecería Schneider Santa Fe” sobre acciones de cien

pesos moneda nacional de curso legal cada una. Se

estableció un capital social de dos millones de pesos

moneda nacional, que luego serían ampliados a tres

y divididos en diez series de acciones. Las dos pri-

meras series (20% del total) habían sido suscriptas

con la formación de la sociedad, y la Serie A (10%)

daba derecho a seis votos en el directorio, con lo que

Schneider se aseguraba la conducción de la empresa

a pesar de tener de por sí una pequeña parte de su

propiedad. El objetivo de esa medida era “que la ins-

titución no pase a manos de compañías extranjeras o

del trust” –es decir, a la Cervecería Quilmes, tal cual

había pasado con la Santa Fe–.

Los estatutos de la nueva firma fueron aprobados

oficialmente el 9 de marzo de 1932 y se comenzó la

construcción de las instalaciones. Una serie de no-

tas en el diario El Orden fueron anunciando los dis-

tintos pasos hasta la habilitación de la cervecera y la

expedición del primer barril el 23 de diciembre de

1933. Los terrenos elegidos para establecer la fábri-

ca eran los anexos a la quinta de la familia Schnei-

der. Con el tiempo, la instalación industrial genera-

ría un polo de atracción para población y negocios y

el paraje quedaría integrado a la trama urbana, pero

en sus orígenes su radicación se encontraría entre

chacras, curtiembres, mataderos y frutales.

Las “Memorias del Barrio Schneider” editadas por

el Museo de la Ciudad de Santa Fe, refieren la radi-

Los estatutos de la nueva

firma fueron aprobados

oficialmente el 9 de mar-

zo de 1932 y se comenzó

la construcción de las

instalaciones.

46

cación de varias quintas más allá de los cementerios

Municipal e Israelita, cercanas a las rutas y cami-

nos comunales que iban hacia el norte. Por los años

veinte la zona estaba despoblada. Descollaban las

casas de algunas familias como los González Sobra-

no o Sovrano, los Colombo, los Galiano o los Galli,

pero también un largo callejón que iba en dirección

a los bañados del río Salado y conducía a una pa-

tería o comercio de achuras, “dominio inexpugnable

de una feroz perrada” al decir de Julio Galli Pujato.

A finales de esa década el paraje todavía represen-

taba una suerte de zona de frontera de la ciudad.

La avenida Blas Parera –cuya traza respondía al

primitivo camino comunal que iba hacia el norte

paralelo al ferrocarril a las colonias– no tenía pavi-

mento alguno y era usada para correr carreras im-

provisadas, en las que a unos cien kilómetros por

hora probaban sus automóviles deportivos los “se-

ñoritos” santafesinos. Esa vía era el eje a partir del

cual se abrían las entradas a las distintas quintas o

Entrada a la fábrica

Schneider poco antes de

su inauguración.

Fotografía de González

Acha. Archivo de Celia

Perino de Schneider.

47

se instalaban los escasos negocios, predominando

luego los terrenos baldíos entre los que se alzaban

de vez en cuando pequeños y pobres caseríos. En

ese paisaje abierto, había una cierta proximidad fí-

sica entre los miembros de las clases acomodadas

que tenían quintas en la zona y grupos pertene-

cientes a las clases populares.

Hacia el este de la avenida se ubicaban varios hornos de

ladrillos que iban formando cavas para extraer tierra, las

que luego eran progresivamente rellenadas. La zona no

tenía trazado de calles interiores y se vinculaba con el

centro de la ciudad a través del tranvía eléctrico número

5. La quinta de Otto Schneider no debía ser fácilmente

accesible antes de la construcción de la fábrica, ya que

una invitación impresa para un agasajo a realizarse en

ella incluía instrucciones acerca de cómo llegar.

Una foto de la década de 1930 muestra una vista pa-

norámica de la quinta: una casa no muy grande divi-

dida en dos cuerpos edilicios, una glorieta o pérgola,

árboles de sombra, arbustos de ornamentación, árbo-

les frutales y una amplia huerta labrada por un peón

con un arado tirado por caballo. El edificio aún se

conserva –bajo propiedad de otra familia– y es reco-

nocido por los vecinos como un “lugar de memoria”

dentro del barrio, ya que se recuerdan las fiestas que

se hacían en ella.

La Cervecería Schneider se construyó de acuerdo con

los parámetros más avanzados del momento: labora-

torio, lavadoras, silos, hornos, condensadores, com-

presores, filtros, refrigeradores, depósitos de levadu-

ra, molino de malta, calderas de cocimiento, cubas de

fermentación, tanques de reposo, cintas de embotella-

miento automático y etiquetado. Según sus propagan-

distas, en 1934 el establecimiento podía presentarse

como “uno de los más perfectos en Sudamérica” y en

1939 como “la más moderna de Sudamérica”.

Algunas fotos de la fábrica nos permiten apreciar no

sólo los ámbitos físicos sino también las peculiarida-

des de los procesos productivos. El edificio se proyec-

tó con varios cuerpos y una altura de siete plantas en el

bloque central, con una estructura de hormigón arma-

do y paredes de ladrillo. La expedición se hacía por el

frente y los depósitos de cajones y materiales estaban

ubicados en la parte trasera, bajo grandes tinglados.

El taller de armado y reparaciones para estructuras y

máquinas-herramientas tenía una docena de opera-

rios y parecía una imagen de la Segunda Revolución

Industrial –en torno a los años de 1870–: tornos, amo-

ladoras, pulidoras, soldadoras, sierras e instrumentos

semejantes desparramados entre bancos de trabajo.

Pero la mayor parte de las instalaciones articulaban

una producción secuenciada con maquinarias de gran

porte, entre las que no faltaban cadenas de monta-

je para el envasado y carga. El diario El Orden decía

en 1933 que “una ligera inspección de la fábrica…nos

evidencia que allí existe una organización técnica de

primer orden, movida por un automatismo admirable,

imperando, en todo, la más absoluta higiene y un severí-

simo control”. Tanto para esa opinión publicada como

para el mismo Schneider y sus asociados, la tradición

alemana no sólo tenía que ver con el estilo de la cerve-

za sino con una visión de la técnica y del orden indus-

trial, asociados a la noción de eficiencia.

El despacho de Otto en el primer piso de la planta

respondía a un esquema de representación que sin

dudas lo instituía como el lugar central. Un escritorio

y varias bibliotecas o anaqueles enchapados en ma-

dera, una gran mesa para reuniones cubierta con un

La Cervecería Schneider

se construyó de acuerdo

con los parámetros más

avanzados del momento.

48

Cervecería Schneider

hacia 1933-34, vista este.

Fotografía de González

Acha. Archivo de Celia

Perino de Schneider.

Cervecería Schneider

hacia 1933-34, vista oeste.

Fotografía de González

Acha. Archivo de Celia

Perino de Schneider.

48

49

mantel bordado, fotos en las paredes y multitud de

objetos asociados al trabajo de oficina. Era el puen-

te de mando, identificado como “sala del directorio”

pero en rigor con una única plaza de trabajo perma-

nente: la de Schneider.

El edificio de la Cervecería Schneider se erigió

pronto en una referencia obligada para vecinos y

viajeros. Su porte hacía que sobresaliera en el es-

pacio plano y todavía semirural del noroeste de la

ciudad, mientras que las actividades económicas y

el movimiento de trabajadores que la fábrica im-

plicaba fueron transformando sus cercanías, que

pasaron pronto a conocerse como “Barrio Schnei-

der”. En 1944 la curia santafesina designó a Luis

Victoriano Dusso como capellán del cementerio

municipal y le asignó la tarea de erigir lo que dos

años más tarde sería la Parroquia Nuestra Señora

de Lourdes. Como para atraer a los hombres del

barrio a su iglesia Dusso promovió juegos de bo-

chas, básquetbol y fútbol, la parroquia se convirtió

pronto en un lugar de sociabilidad más. Con ella

quedó completado el panorama institucional del

barrio: iglesia, cementerio, cervecería e hipódro-

mo; cuatro instituciones de características muy di-

ferentes que marcaban el perímetro de la zona más

progresista del norte de la ciudad.

Schneider parece haber sido plenamente conscien-

te de que su emprendimiento podía tener efectos

concretos en el desarrollo económico y social tanto

del barrio como de la misma ciudad y provincia. No

sólo se encargó de publicitar las bondades de su cer-

veza y de diferenciarla de la Santa Fe, sino también

de conseguir una amplia suscripción de acciones

para su emprendimiento con una serie de discursos

que nos dan una idea acabada de su concepción. Ya

las notas del diario El Orden hacia 1931-1933 reco-

gían sus argumentos, pero en otros textos fue inclu-

so más preciso sobre el particular.

El contexto de surgimiento de la empresa no era pre-

cisamente el más favorable: 1932-33 eran los años de

mayor profundidad de la crisis económica general

del capitalismo manifestada en la quiebra de la Bolsa

de Nueva York y en la depresión del comercio inter-

nacional. La Argentina se veía afectada por la brusca

caída de las exportaciones de productos agropecua-

rios, lo que repercutía especialmente en la región.

Muchos actores que tenían una mirada crítica sobre

la situación interpretaban que la concentración mo-

nopólica y la baja capacidad de compra de los asa-

lariados favorecían la crisis de sobreproducción, en

tanto que otros enfatizaban la dependencia del país

en materia industrial y financiera como un agravante.

En las propagandas publicadas por El Orden Schnei-

der presentó la inversión en la cervecería como una

posibilidad de revertir a nivel local los efectos de la

crisis. “En Santa Fe –aducía–, el impulso económico

de las grandes industrias neutralizará las alternativas

que soportan los centros netamente agrícolas… Suscri-

bir acciones de la Sociedad Anónima Cervecería Sch-

neider es realizar la mas ventajosa inversión de dinero

en el momento actual y contribuir al afianzamiento

definitivo de nuestra independencia económica”. Esos

tópicos serían ampliados en detalle en una hoja pu-

blicitaria y especialmente en un borrador mecano-

grafiado para difusión que se resguardaron entre los

papeles de Schneider.

El argumento según el cual la industria cervecera sería

una alternativa de inversión en un contexto de retrac-

ción y desarticulación económica se asentaba en la afir-

El contexto de surgi-

miento de la empresa

no era precisamente el

más favorable: 1932-33

eran los años de mayor

profundidad de la crisis

económica general del

capitalismo manifestada

en la quiebra de la Bolsa

de Nueva York y en la

depresión del comercio

internacional.

50

mación de que “Hoy en día una Cervecería es el negocio

más estable y productivo… la ganancia bruta oscila entre

un 20 y un 30 por ciento. No representa la explotación du-

dosa de un invento a experimentar ni el plan de un nego-

cio aleatorio, sino la producción de un artículo cuyo con-

sumo y demanda por el público es una realidad que todos

conocen”. Planteando que se pasaba por un período tan

inestable que ni siquiera el oro podía resultar una ga-

rantía frente a la crisis – en alusión a la eliminación del

patrón-oro en varios países europeos–, los documentos

ofrecían la adquisición de “debentures” en dos millo-

nes de pesos moneda nacional con los cuales respaldar

los créditos bancarios necesarios para la instalación de

la fábrica. Muy germanamente, Schneider aducía que

la garantía de las ganancias estaba en la racionalidad

aplicada a los procesos productivos y la alta tecnología

a utilizar, vinculando esos aspectos a la calidad de la be-

bida a producir.

Esa representación de la bonanza económica de

la mano de la técnica, la organización racional y

la producción de un bien de consumo masivo iba

unida a la concepción de un capitalismo con un

cierto contenido social. Se expresaba la inten-

ción de dar al pueblo una “…Cervecería Popular,

formando una sociedad sobre la base de pequeñas

acciones, al alcance de todos y cuyos beneficiarios

sean los propios consumidores”. Un fragmento del

escrito en borrador luego tachado en lapicera alu-

día como accionistas a comerciantes, artesanos y

obreros. A su vez, otro pasaje explicaba que “Para

los dueños de cafés, bares, restaurantes, el benefi-

cio será doble, porque primeramente el obtiene una

cierta ganancia de la venta, y en segundo lugar re-

cibe los intereses…”. Schneider apelaba sin dudas

al recuerdo fresco de la venta del paquete accio-

nario de la Santa Fe, cuando decía que “Actual-

mente el consumidor no obtiene ninguna ganancia,

pués es materialmente imposible adquirir acciones

cerveceras, porque, estas han legado a varias veces

de su valor nominal, siendo por lo tanto para las

personas de medios limitados imposible participar

en esta clase de industrias. / La Sociedad Anónima

«CERVECERÍA SCHNEIDER» ofrece al público

acciones cuyo valor es de 100 $ m/n cada una, es-

tando de esta manera al alcance de cualquier indi-

viduo (sic)”. La convocatoria fue convincente, ya

que según Abad de Santillán más de mil quinien-

tas personas suscribieron acciones de la empresa

y la fábrica recogió prontamente una cierta “sim-

patía del público”. Otto había conseguido erigir

una firma atractiva para las clases medias acomo-

dadas de la zona.

Esos textos de Schneider realizaban alusiones al

carácter popular y nacional que tendría el em-

prendimiento, planteando que “…la cerveza, ver-

dadera bebida del pueblo, preciosa por las mate-

rias nutritivas que contiene, debe tener su mejor

cooperador en el pueblo mismo y volver a manos

Laboratorio.

Fotografía de González Acha. Archivo de Celia Perino

de Schneider.

“Una gran empresa

basada sobre capitales

argentinos, significa un

paso más hacia adelante

para la industria NETA-

MENTE NACIONAL, un

esfuerzo más para estabi-

lizar nuestra moneda

y un impulso para el País,

la Provincia y su Capital”

O. Schneider

51

Sala de cocimiento.

Fotografía de González

Acha. Archivo de Celia

Perino de Schneider.

de los consumidores las ganancias que se obtienen

de su elaboración y expendio”, y que “Una gran

empresa basada sobre capitales argentinos, signi-

fica un paso más hacia adelante para la industria

NETAMENTE NACIONAL, un esfuerzo más para

estabilizar nuestra moneda y un impulso para el

País, la Provincia y su Capital”. De esa manera se

presentaba la decisión de invertir en la industria

agroalimentaria como un deber moral, “Todos co-

nocemos la crisis comercial e industrial por la cuál

cruza el mundo entero… Si en estos momentos la

crisis azota la humanidad y siembra el pánico por

doquier, es deber de cualquier individuo y de todo

buen patriota de cooperar a la eliminación de este

mal, y, no debe ser un motivo para desanimarse y de

abstenerse de fomentar las industrias NACIONA-

LES. / Únicamente de esta manera podemos anular

la crisis y normalizar la situación actual.”

A tono con diversas corrientes del pensamiento

social de la época imbuidas de connotaciones na-

cionalistas, el ideario social de Schneider suponía

una relación armónica entre capital y trabajo para

dar origen al bienestar común. Y ese programa de

conciliación de clases sociales fue el que dio título

a una doble página de fotos de propaganda publica-

da por el diario El Orden el 3 de noviembre de 1934.

La identidad de una “fábrica del pueblo” se asociaba

gracias a las imágenes con la introducción de tecno-

logía avanzada y el trabajo creador de los operarios.

Esas concepciones se basaban también en la noción

de un capitalismo popular típica de las clases me-

dias, que marginadas de la propiedad privada mo-

nopolista veían favorablemente como contrapartida

la extensión de la renta industrial bajo la forma de

tenencia de acciones a las que podían acceder con

52

sus ahorros. En ese sentido los “pequeños capitalis-

tas, residentes, en su gran mayoría, en esta plaza y en

la campaña” eran los sujetos privilegiados del recla-

mo publicitario. Personas de orden, capaces de jui-

cio y crítica, propietarios asentados y padres de fa-

milia, pero a un tiempo innovadores, consumidores

de los mismos productos cuya elaboración solventa-

ban, cercanos a los sectores populares e inspirados

por la adhesión a la comunidad local. El “pueblo”

del que hablaba y al cual le hablaba Schneider era

una construcción imaginaria que se parecía mucho

a él mismo: capaz de trabajar con las manos si era

necesario y a la vez orgulloso de un conocimiento

profesional y una dedicación a los negocios que fun-

daban su posición social.

Ese tipo de discursos tenían una amplia circulación

social e iban desplazando tanto a los enunciados

conservadores tradicionales como a los reperto-

rios de confrontación de las izquierdas. Aunque el

personal de conducción gerencial, administrativa y

técnica tenía una gran distancia social con los tra-

bajadores manuales, había una serie de políticas de

acercamiento tendientes a confirmar las diferencias

sociales mediante mecanismos de atenuación. Tan-

to la empresa de Otto como su competidora aplica-

ron políticas de mejoras respecto de la situación de

sus obreros. En la Santa Fe, la administración de los

Bemberg trató de acordar beneficios aún antes de

las leyes que los tornarían obligatorios. Otro tanto

ocurría en la Schneider, en función de la ideología

de conciliación de clases y acercamiento entre capi-

tal y trabajo que propugnaba su conductor.

El imaginario de una comunidad fraterna que supe-

raba los intereses de clases se expresaba en una so-

ciabilidad particular al interior de la empresa y se

proyectaba hacia actividades variadas. Los partidos

de fútbol, la participación conjunta en asados y cho-

peteadas o la identificación de los empleados con las

marcas en el contexto de la competencia local ser-

vían como elementos de cohesión entre propietarios,

gerentes y trabajadores. Para los hijos de Augusto

Hirsch, gerente de la Santa Fe, existía un gran afec-

to y un sentimiento de pertenencia que hacía que los

obreros dedicaran incluso sus domingos a sacar la

producción necesaria para satisfacer los numerosos

pedidos. En el caso de la Schneider habría ocurrido

otro tanto, con el suplemento de un reconocimiento

especial a la figura casi carismática del propietario.

Vínculos cotidianos de vez en cuando confirmados

por un diploma, como el recibido por Otto con mo-

tivo de sus setenta años, con la firma del personal de

la empresa.

Pese a ello no hay que idealizar esos vínculos inter-

clasistas. Los intereses contradictorios de patronos

y trabajadores afloraban en una u otra ocasión y aun-

que tengamos escasas constancias no debemos dejar

de considerar la posibilidad de conflictos soterrados o

tensiones ocasionales. Al mismo tiempo que aluden a

esa relación idílica de afecto mutuo y al reconocimien-

to social y laboral que recibía, los Hirsch recuerdan las

amenazas o presiones sufridas por el gerente de parte

de los trabajadores. La formación de un sindicalismo

reformista y negociador, alentado por el Estado, brin-

daría una mejor articulación a esos intentos de con-

ciliación de clases. En 1936 se fundó la Federación de

Obreros Cerveceros y Afines de la República Argen-

tina. No hubo una inmediata afiliación de los trabaja-

dores santafesinos y el modelo confederal les requería

la formación de organizaciones de base. En fecha tan

tardía como 1944 recién se constituiría la Sociedad de

Obreros Cerveceros de la Cervecería Santa Fe en una

Para los hijos de Augusto

Hirsch, gerente de la

Santa Fe, existía un gran

afecto y un sentimiento

de pertenencia que hacía

que los obreros dedicaran

incluso sus domingos a

sacar la producción nece-

saria para satisfacer los

numerosos pedidos. En el

caso de la Schneider ha-

bría ocurrido otro tanto,

con el suplemento de un

reconocimiento especial a

la figura casi carismática

del propietario.

53

Otto Schneider en su escritorio, hacia 1932. Fotografía de González Acha. Archivo de Celia Perino de Schneider.

53

54

reunión realizada en el local de la Unión Ferroviaria. La

lista de los asociados muestra que la mayoría de ellos

eran inmigrantes no naturalizados; mayoritariamente

rusos, polacos y alemanes.

A tenor del testimonio de Eduardo Revuelta, la rela-

ción de Schneider y de los accionistas de la fábrica

con el sindicato siempre fue cordial. En rigor se po-

dría decir que “Don Otto no se metía con el personal, no

tenía nada que ver”; dejaba en manos de los gerentes

el trato con los operarios y se dedicaba personalmen-

te a mantener la calidad de la cerveza. Los sueldos de

los obreros eran de los más altos dentro de la industria

cervecera y no se registraron más huelgas que las re-

sultantes de la adhesión a medidas nacionales. Con la

llegada del peronismo al poder estatal y la cercanía del

secretariado local a los centros nacionales de decisión,

la situación del sindicato del ramo mejoró sensible-

mente. El trato mantenido entre la asociación gremial

y la firma en ese período fue muy bueno, a diferencia

de lo ocurrido con el grupo Bemberg que más tarde

fue intervenido por el justicialismo.

Las divisiones entre el personal de las empresas eran

complejas, como en todas las grandes fábricas. En

principio estaríamos tentados de separar a los in-

genieros que controlaban los procedimientos de los

“obreros-masa” que realizaban tareas puntuales e

intercambiables al estilo de la cadena de producción

fordista, pero la situación no era tan simple en ningu-

na de las dos cervecerías. Cuando se definen modelos

de regulación del capital con denominaciones am-

plias como “taylorismo”, “fordismo” o “toyotismo” se

suele pasar por alto que en la práctica concreta de las

unidades productivas se producen combinaciones de

modos de trabajo y de organización de la producción.

Si a eso le sumamos que en la visión de algunos téc-

nicos la producción de la Schneider era “semi artesa-

nal”, por la importancia que tenía el control huma-

no sobre distintos pasos y la falta de automatización

de algunos procesos, tendremos una multiplicidad

de tareas y responsabilidades que hacen muy difícil

reconocer el modelo puro a pesar de admitir que se

trataba de fábricas departamentalizadas con organi-

zación fordista.

La estructura funcional de las empresas era muy

jerarquizada. Tanto en el plano productivo propia-

mente dicho, como en el técnico y en el adminis-

trativo, había diferentes funciones que suponían

gradaciones de importancia variable. Cuando Otto

Schneider formó su compañía, muchos emplea-

dos de la Cervecería Santa Fe fueron con él. En-

Reunión en el Recreo

Schneider, hacia fines de

los años ’30 o inicios de los

’40. Mesas cubiertas con

papel y comensales con

ropas variadas; imagen de

la conciliación de clases en

torno a los vasos de liso.

Archivo de Celia Perino de

Schneider.

Mismo lugar y período

que la foto anterior.

El Recreo Schneider era

uno de los lugares de cul-

to cervecero en la ciudad

de Santa Fe.

Archivo de Celia Perino

de Schneider.

55

tre los profesionales que controlaban los procesos

productivos siempre se contó con la presencia de

técnicos alemanes, como en la anterior etapa. En

la década de 1930 la actividad del propio Schnei-

der como maestro cervecero fue muy importante

e hizo que su hijo Rodolfo cursara estudios regu-

lares en Alemania, pero luego contrató como di-

rector a otro germano con cinco generaciones de

cerveceros en su familia: Conrado Flint. En el labo-

ratorio se desempeñaba otro de sus connacionales,

Rodolfo Altendorf. También tenemos registro de

otro de apellido Gainster y de un austríaco llamado

Ribait que habrían cumplido funciones técnicas.

Estos especialistas formaban el núcleo de conduc-

ción de la firma y en cierto modo actuaban como la

elite profesional de la empresa, que se distinguía

incluso del resto del personal técnico ya que entre

ellos hablaban en alemán. A ese nivel jerárquico

superior comenzaron a entrar individuos de otras

procedencias, que alcanzaron los más importan-

tes puestos de conducción en las ramas química o

mecánica, como Luis Teodoro Zamaro, profesor de

la Escuela Industrial Superior, o Manuel Zamaro,

jefe del taller de mantenimiento.

Los empleados técnicos y administrativos de cierta

categoría compartían una mayor cercanía con Sch-

neider que con los propietarios de acciones o del

mismo directorio de la compañía. En realidad, mu-

chos de ellos eran a su vez tenedores de acciones

ya que invertían sus ahorros en la misma empresa,

pero lo que los vinculaba eran sus saberes y su tra-

bajo cotidiano. En la Schneider se hacía una comida

todos los primeros sábados de cada mes que reunía

al personal jerárquico, el que también gozaba de in-

vitaciones o descuentos en los bares que compraban

el producto de la fábrica y especialmente en el “City

Bar” y en el “Recreo Schneider”. Este segmento de

profesionales se representaba a sí mismo como un

grupo separado de los miembros del directorio. Con

una mentalidad más orientada a la optimización

constante de los procesos productivos, veían a los

otros como una “elite de apellidos ilustres” que no

tenían un espíritu innovador y a los que tanto ellos

como don Otto tenían siempre que convencer para

introducir mejoras.

Entre los obreros especializados en el manejo de

maquinaria se contaron a su vez muchos polacos.

Fue el caso de Mietek Sniadowski, quien luego de

participar en el ejército polaco en el exilio durante

la Segunda Guerra Mundial recaló en Santa Fe y con

sus conocimientos de tornería y mecánica ingresó

tras una prueba de aptitudes en la fábrica de Sch-

Taller de manteni-

miento de la Cervecería

Schneider.

Archivo de Celia Perino

de Schneider.

Los empleados técnicos y

administrativos de cierta

categoría compartían

una mayor cercanía con

Schneider que con los

propietarios de acciones

o del mismo directorio de

la compañía.

56

neider, acordada con el contacto de la asociación

polaca “Dom Polski” (“Casa Polaca”) de la ciudad.

Revuelta recuerda la contracción al trabajo de esos

obreros aplicando el mismo criterio de identifica-

ción de una virtud específica que se emplea para

hablar de los técnicos alemanes: “Si yo pongo una

fábrica, pongo de polacos. Los padres, porque después

los hijos son argentinos”.

Algunos empleados tenían a su cargo servicios

auxiliares. El cocinero de la fábrica de apellido

Fernández, por ejemplo, que había seguido a Sch-

neider en su nuevo emprendimiento y cuya hija se

casó con el apadrinamiento de Otto. Para tareas

manuales que no exigían el manejo de máquinas,

como ser el empapelado de las botellas, se contra-

taba a menores. La máquina etiquetadora coloca-

ba los rótulos principales, pero luego las botellas

pasaban por las manos de muchos muchachos de

entre 14 y 15 años, sentados a la salida de la cadena,

que les colocaban etiquetitas menores, cuellos de

papel dorado o papeles de seda típicos de las bebi-

das prestigiosas. Revuelta, Sniadowski y Máximo

Achleitner coinciden en afirmar que se los tomaba

para el momento de máxima salida del producto

en la temporada estival y que eran una gran can-

tidad, aunque las cifras que dan varían entre 80

y 180. Para los meses de verano también crecía la

contratación temporaria de trabajadores mayores,

por el incremento en la demanda de hielo. El total

de los obreros y administrativos fijos de la empresa

rondaba los 200 contratados.

Pese a esas múltiples distinciones al interior de las

fábricas los accionistas y empleados de ambas fir-

mas compartían la identidad que les ofrecían las

Preparación de barriles.

Fotografías de González

Acha. Archivo de Celia

Perino de Schneider.

57

propias empresas. Concurrían a los bares vincula-

dos a sus firmas, asistían a asados u otras comidas

en los que se entremezclaban las clases sociales,

jugaban al fútbol en equipos rivales. Hay incluso

memorias de hostilidades puntuales, al menos en-

tre Schneider y quien fuera director técnico de la

Santa Fe tras su alejamiento –el también de origen

alemán José Mayer– quienes habrían evitado en-

contrarse en lugares públicos durante largos años.

El que la Cervecería Santa Fe perteneciera en las

décadas de 1930 y 40 al conglomerado de la Quil-

mes no parece haber sido una cuestión menor en la

agudización de los roces.

La firma de la familia Bemberg había instalado pri-

meramente un depósito en la zona de las calles 4 de

Enero y Mariano Comas, con casas para el perso-

nal jerárquico. Ese fue inicialmente el centro dis-

tribuidor de la Cerveza Quilmes, ubicado a la vera

de una línea de ferrocarril para la descarga del pro-

ducto que venía de Buenos Aires. La competencia

por el mercado supuso un constante dumping del

conglomerado, que aplicaba precios de venta bajos

ya en la época de su presión para comprar la Santa

Fe. Al entrar en el mercado la compañía de Otto

la práctica se mantuvo a pesar de que las ventas

del trust no corrían riesgo: mientras ellos vendían

un promedio de doscientos mil hectolitros la Sch-

neider no pasaba de los treinta mil. Otro conflic-

to se planteó en torno al abastecimiento de malta.

Como vimos, el grupo Bemberg había sido pionero

en la producción de esa materia básica en Argen-

tina, disminuyendo los costos que suponía impor-

tarla. Durante muchos años la Quilmes no vendió

malta a la Schneider, que se vio obligada a comprar

cebada en el sur de la provincia de Buenos Aires,

Preparación de botellas.

Fotografías de González

Acha. Archivo de Celia

Perino de Schneider.

58

trasladarla a San Juan para que otra empresa se la

malteara y recién después llevarla a la fábrica en la

ciudad de Santa Fe.

La oposición entre la empresa de Otto Schneider y la

Cervecería Santa Fe que pertenecía al conglomera-

do de Quilmes no sólo era un elemento sentido por

los dirigentes y trabajadores de las fábricas, sino que

también se trasladó al conjunto de la ciudad. Revuel-

ta llega a decir que la división era análoga a la de las

hinchadas de los clubes Colón y Unión. Los bares y

choperías pasaron a vender la Santa Fe o la Schnei-

der en forma exclusiva. La firma de Otto comenzó a

expedir su producto en dos locales céntricos, uno en

calle San Martín y otro en la intersección de las calles

Primera Junta y 9 de Julio, y luego se fue expandien-

do por toda la ciudad.

La puja comercial se reflejó en la propaganda. Los

avisos no se ciñeron a un modelo o a símbolos rei-

terados sino que fueron muy variados y se presen-

taban tanto en la vía pública como en los medios

de comunicación. Aquí también la mejor posición

financiera del conglomerado al que pertenecía la

Cervecería Santa Fe se dejaba sentir, tanto en la ca-

lidad de los diseños publicitarios como en su pre-

sencia. Schneider buscó una estrategia que pudiera

hacer frente exitosamente al “pulpo cervecero”, y

como veremos la encontró en la producción de una

cerveza de calidad. La “Reina de las Cervezas”, ba-

Publicidades de 1935

y 1938 de las Cervecerías

Santa Fe y Schneider.

Fuente: Diario El Litoral.

59

sada en las tradicionales recetas alemanas y con el

prestigio de su propio nombre, iba a tener un lugar

de preferencia en el mercado nacional y llegaría a

exportarse a los países limítrofes.

Avanzados los años ’40 Schneider se retiró de la

conducción de la empresa. Ya había acumulado un

importante capital, era propietario de numerosos

inmuebles en la ciudad y participaba como locador

o socio de algunos bares. Su hijo Rodolfo mantu-

vo un puesto gerencial en la firma hasta retirarse

más adelante, luego de instalar una fábrica de ga-

seosas y sodas que producía las marcas “Pirulo” y

“Bidú-Cola”, durante años de mucha distribución

en la zona. Don Otto falleció en Santa Fe poco an-

tes del mediodía el 30 de junio de 1950. En 1952

Julio y Juan Marmorek –que eran personal de con-

ducción de la Cervecería Santa Fe– adquirieron

la mayor parte de las acciones de esa firma. Falle-

cido el inspirador de una compañía y transferida

la propiedad de la empresa rival a nuevas manos,

la puja entre las dos marcas iba a continuar hasta

que la Schneider fuera comprada por la Santa Fe

en 1979. Pero ya no estarían los actores individua-

les que habían animado esa competencia durante

tanto tiempo.

60

61

IVCAPÍTULO IV

La ciudadde la cerveza

62

CAP IV La ciudad de la Cerveza.

En diferentes zonas de la ciudad se fueron abriendo choperías que recogían a públicos disímiles, que tam-bién pertenecían en gran medida a las clases medias pero que además nucleaban a sectores de trabajadores con cierto nivel de ingresos.

63

Todos los procesos reseñados en las páginas

anteriores pueden dar cuenta de los modos en

los cuales se fue constituyendo una industria

agroalimentaria específica en una ciudad del litoral ar-

gentino. Pero en sí no explican los por qué de un modo de

sociabilidad que tiene al producto como eje, de formas de

lazo social anudadas alrededor del consumo de cerveza.

Localidades con buena calidad de aguas había muchas a

lo largo de toda la cuenca del río Paraná. Colonias y agru-

pamientos de inmigrantes alemanes y de otras naciona-

lidades centro europeas también. Fábricas de cerveza,

varias. Pero en Santa Fe se desplegó una dinámica de re-

lación entre producción y consumo que justificó el lema

de “ciudad cervecera” que hacia los años ’30 ya utilizaba

una de las empresas. Esa peculiaridad se extiende hasta

hoy en día, cuando la ciudad tiene un consumo per cápita

de cerveza fluctuante entre los 60 y los 70 litros anuales,

que aunque está lejos de algunos parámetros europeos

prácticamente duplica la media nacional e incluso la de

la propia provincia de la cual es capital. Algunas localida-

des de la región central en las que prima la colonización

suizo-alemana y suizo-francesa tienen valores similares

de consumo, pero ninguna llega a igualar a Santa Fe. Si

es que hay en esta localidad algo especial, tal vez regis-

trando los modos en los cuales se fueron desarrollando

pautas culturales específicas podamos reconstruir las

formas de una interacción social en torno a un producto

de consumo masivo.

Aún en una sociedad que se mundializa a pasos agi-

gantados, permanecen o se generan constantemente

particularidades locales. Formas de vestir, gestos, cos-

tumbres, preferencias culinarias o modismos de la más

variada índole. A veces, un espacio social determinado

tiene hasta un lenguaje propio y así un periodista co-

lombiano contemporáneo dice que “En Santa Fe al an-

dén le llaman vereda, a la maleta, valija, a una discoteca,

boliche, a la cafetería, bar, al bar, chopería, al carro, coche

y a las mujeres, minas”. Nada muy distinto de cualquier

otro lugar del planeta, cuando un observador externo

se sorprende ante aquello que difiere de su propio hori-

zonte cultural, y en este caso tampoco muy diferente de

otras grandes ciudades argentinas con un argot seme-

jante en algunos de sus sectores sociales. Salvo quizás

por una escueta palabra que el cronista no registró pero

que caracteriza a la ciudad: “liso”. La cerveza de barril

escanciada en vaso o jarra recibe en Argentina el nom-

bre de “chop” o “chopp”, salvo en Santa Fe donde se sir-

ve en vasos que reciben ese nombre particular.

Ya a principios del siglo XX parece haberse adoptado la

costumbre de servir la cerveza de barril en vasos trans-

parentes y sin tallar, a veces cilíndricos y a veces ligera-

mente cónicos, que originalmente tenían un tercio de

litro de capacidad. Aunque en distintas regiones argen-

tinas se fue imponiendo esa modalidad, reemplazando

a las jarras de vidrio y cerámica o a los vasos tallados,

en Santa Fe tomó de manera exclusiva el nombre de

“liso”. Algunos comentaristas consideran posible que

esa denominación haya referido a la acción de retirar

el sobrante de espuma “alisando” la boca del vaso con

una tablilla, pero en la ciudad se mantiene una tradición

oral que asigna a Otto Schneider la invención del térmi-

no. Parece ser que cuando llegaba a la antigua Chopería

Alemana ubicada en la céntrica esquina de las actuales

calles 25 de Mayo y La Rioja, pedía que le sirvieran la

cerveza en un vaso liso de capacidad menor que la de

las jarras. De esa manera podía sentir el frío de la bebida

más fácilmente, al tiempo que esa cantidad se consumía

más rápidamente y el chop no se entibiaba en la mesa.

La atribución a don Otto de la invención del liso ad-

quiere en la ciudad las características de mito local. Y

como en todo mito sus detalles son inciertos, su da-

La cerveza de barril es-

canciada en vaso o jarra

recibe en Argentina el

nombre de “chop”

o “chopp”, salvo en Santa

Fe donde se sirve en vasos

que reciben el nombre

de “LISO”.

64

tación imposible, su contestación indebida. Según

Eduardo Revuelta, Schneider “descubrió” en el “City

Bar” ubicado sobre la calle San Martín y que habría

sido de su propiedad, unos vasos de 350 centímetros

cúbicos de capacidad y totalmente lisos que comen-

zó a reclamar para beber junto con los miembros del

directorio de su empresa y con otros amigos. Refiere

entonces que don Otto pedía en su castellano siempre

imperfecto y rústico unos “lisos”, lo que luego sería

remedado por su hijo Rodolfo, que voceaba la palabra

imitando a su padre. Sería entonces en una mesa fija

que tenía reservada en ese lugar y hacia la década de

1930 donde habría surgido la costumbre, ya que antes

no existía la firma y Rodolfo habría sido muy pequeño.

Celia Schneider y otros testimoniantes confirman esa

tradición, pero ubican los acontecimientos en la ante-

dicha Chopería Alemana o en un bar de la intersección

de calles 25 de Mayo y Rosario –hoy Lisandro de la To-

rre–. A su vez, un manuscrito de Rodolfo Schneider

sobre su padre no hace mención alguna a esos relatos,

pero consigna que en la chopería “Maxim” de Buenos

Aires se expedía la cerveza en vasos lisos.

La datación tardía de la costumbre en la década del `30

resulta muy difícil de sostener, pues como hemos vis-

to a propósito de registros fotográficos anteriores ya se

usaban esos recipientes al menos desde 1910-1920. Para

Eduardo Bernardi, si bien el relato sobre Schneider se-

ría cierto y se ubicaría en el “City”, el paso a los vasos

lisos se produjo en el contexto del incremento del con-

sumo de cerveza por la afluencia de las tripulaciones de

los barcos de carga luego de la Primera Guerra Mundial

y se debió a que las jarras de vidrio moldeado eran más

caras. La aplicación de los mismos recipientes en los

que se bebía vino o gaseosas sería entonces una opción

práctica de las empresas expendedoras.

Posavasos con pro-

paganda de la Danziger

Aktien-Bierbrauerei. En

el de la izquierda, un

vaso de corte imperial.

Fuente: http:// www.

forum.dawnygdansk.pl

65

Como toda costumbre, el liso santafesino debió sur-

gir de la reiteración y extensión de prácticas coti-

dianas más que de hechos puntuales que podamos

atribuir a uno u otro personaje. Muy probablemente

Schneider no haya sido el “inventor” de ese término

y mucho menos del modo de consumir cerveza tira-

da de barril en vasos ligeros y sin tallar, costumbre

ya extendida en todo el mundo para ese momento.

Pero no es menos cierto que para las memorias co-

lectivas santafesinas merecería haberlo sido y que la

palabra se transformó en un elemento de identidad

para los habitantes de la ciudad. Si las tradiciones

orales tienen algún asidero, deberíamos poner en el

haber de Schneider ese aporte que aunque parezca

mínimo no carece de importancia para las represen-

taciones locales.

Si bien el liso fue pronto el modo más típico y extendido

de servir la cerveza de barril, también se fueron desarro-

llando otros recipientes que tenían capacidades más cer-

canas a la de las jarras pero una apariencia más delicada;

concretamente, los “balones” y los más grandes “satéli-

tes”. Los vasos sin pie se apoyaban inicialmente sobre

pedazos de fieltro cuadrados que servían para absorber

el líquido que se derramara o la condensación de agua

sobre la superficie fría. Más tarde se hicieron de cartón

con las propagandas de las cervecerías y mayormente

circulares, algo con lo cual Otto estaba familiarizado al

menos desde su desempeño en la Danziger Aktien-Bier-

brauerei y otras cerveceras alemanas, cuyos posavasos se

consiguen aún hoy en subastas de recuerdos.

La distribución de cerveza envasada en botellas de

distintos tipos, fueran porrones o de formas más deli-

cadas, era una de las opciones que ofrecían las cerve-

cerías. Los procesos de pasteurización del producto

permiten fraccionarlo y llevarlo a grandes distancias

al darle unos seis meses de durabilidad y evitar el en-

turbiamiento que se produciría por la continuidad

de la fermentación. Pero la pasteurización genera

gustos secundarios y variaciones de color por la oxi-

dación, que no se escapan a la observación del buen

conocedor. Para la distribución en la ciudad de Santa

Fe, las empresas embotellaban cerveza sin pasteuri-

zar que se repartía diariamente en los negocios. El

escaso margen de tiempo que había para su consumo

obligaba a controlar el orden en el que se iban ven-

diendo las botellas, sobre todo cuando los calores del

verano hacían que no hubiera heladera que funcio-

nara a pleno, con un sistema de reposición que era

imposible en la venta a otras localidades y que más

adelante se abandonó.

La cerveza escanciada de barril, o como se dice

vulgarmente “tirada”, fue siempre preferida a la

de cualquier otro recipiente. Sin pasteurizar, guar-

dada en esos contenedores se mantiene más fresca

y dura unos 45 días en muy buen estado. El gus-

to santafesino se fue adecuando rápidamente a las

virtudes de la cerveza en barril, con algunas par-

ticularidades distintivas respecto de las de otras

ciudades. En primer lugar la temperatura, ya que

en Santa Fe comenzó a beberse la cerveza casi he-

lada. Si bien los sabores se aprecian bien por deba-

jo de los 7 u 8 grados centígrados, lo usual es que

se consuma a 0 grados en verano y a no más de 4

en invierno. En segundo término la forma de “ti-

rar” los lisos o chops, que en la zona se sirvieron

tempranamente con un poco de espuma o “cue-

llo” a diferencia de otras regiones en las cuales se

prefiere sin ella. Tanto Eduardo Revuelta como un

ingeniero de la actual Cervecería Santa Fe, Carlos

Palacios, destacan que la limpieza del vaso es fun-

damental pues si tiene restos de grasa, detergente

Según Eduardo Revuelta,

Schneider “descubrió”

en el “City Bar” ubicado

sobre la calle San Martín

y que habría sido de su

propiedad, unos vasos de

350 centímetros cúbicos

de capacidad y totalmen-

te lisos que comenzó a

reclamar para beber junto

con los miembros del

directorio de su empresa y

con otros amigos.

66

u otras bebidas la espuma no se mantiene contra el

vidrio y cambian los sabores. Además, los recipien-

tes calientes favorecen una espuma más volumino-

sa y menos consistente, que casi no se sostiene. Las

tradiciones orales recogidas por otros investigado-

res refieren que los consumidores comprobaban la

aptitud de la cerveza introduciendo un palillo es-

carbadientes en la espuma; si se mantenía en posi-

ción vertical un instante era señal de la buena cali-

dad del producto.

De acuerdo con los testimonios de Jorge Reynoso Al-

dao, la promoción comercial de las cervecerías insta-

ló la costumbre de beber cerveza en reemplazo de los

copetines y las bebidas blancas. Una de las primeras

casas especializadas en la oferta de cerveza de barril

habría sido la chopería “Gambrinus”, atribuida a la

familia Spengler y ubicada sobre la céntrica calle San

Martín. Sin embargo también tenemos constancias

de bares y confiterías que desde la primera década

del siglo incluían propagandas de cerveza, como el

“Carlitos” que habría funcionado en calle Rivada-

via al 2700 y que aparece registrado en una foto que

Pascualina Di Biasio fecha hacia 1905-1910, en la que

se aprecia su cartel con un barril y la publicidad de

chop. Como fuera, es evidente que el reemplazo pro-

gresivo en los gustos se produjo. Así como fueron va-

riando las estadísticas de producción y venta de cada

producto, los mismos registros de los encuentros

demuestran esa evolución: cualquier foto temprana

nos muestra bebedores de vino, ginebras y licores, en

tanto que hacia 1910-20 aparecen cada vez más po-

rrones, jarras y vasos de cerveza.

Desde la década de 1920 el consumo en bares experi-

mentó un incremento sostenido. En la ciudad de Bue-

nos Aires comenzó a extenderse la moda de la comida

alemana y algunas confiterías tuvieron un éxito inme-

diato en los barrios con poblaciones de ingresos medio-

altos, como Belgrano. Hasta se difundió un cierto tipo

de mobiliario, con sillas “vienesas” de esterilla . A partir

de esos locales y como acompañamiento de un proceso

que a nivel nacional registraba el incremento de ventas

de la cerveza por sobre el vino y los licores, se habría ido

formando un modo de consumo de la bebida entre las

clases medias urbanas que se plasmó en la multiplica-

ción de locales y que en Santa Fe supuso el desarrollo de

una sociabilidad particular. Reunirse a tomar cerveza se

instaló como una manera de pasar el tiempo entre ami-

gos, en ocasiones durante horas del día y en cantidades

ingentes, lo que habla también de un segmento de con-

sumidores con tiempo y dinero para participar de esos

encuentros. En distintos lugares se formaban grupos de

Café y bar “Carlitos”

hacia la primera década

del siglo XX.

Fuentes:

Diario El Litoral

67

“La cuevita”, tradi-

cional bar santafesino.

Fuente: Nilda Rozycky.

Una reunión donde

la protagonista es la

cerveza. Archivo de la

Cervecería Santa Fe.

67

68

Dos escenas de

choperías en las que se

aprecian los “lisos” con

“cuello”. En la de abajo,

en primer plano,

una tablilla de madera

para alisar la espuma.

Fuente: Diario El Litoral.

68

69

varones adultos que encontraban en los bares un espa-

cio de debates y comentarios, en ocasiones pagando por

adelantado a los mozos o camareros un número crecido

de lisos, que éstos iban trayendo a medida que se bebían.

En esos años ‘20 las mujeres de las clases medias y altas

comenzaron a participar de ese mundo de encuentros

sociales en bares, en general en espacios diferenciados

de los varones ya que al interior de los locales se senta-

ban en mesas separadas. Pero rara vez consumían be-

bidas alcohólicas. El uso femenino de cerveza era aso-

ciado en general a la noción de un alimento más que a

un disfrute compartido. A tenor de lo testimoniado por

la familia Hirsch, hasta mediados del siglo todavía las

mujeres la bebían en la etapa de lactancia de sus hijos

o consumían malta para incrementar su producción de

leche, e incluso los niños la probaban. Pronto esa con-

cepción dio paso a la participación en el consumo so-

cial del producto. La diferenciación se mantuvo por un

tiempo en los modos de servir a unos y otros grupos:

los hombres bebían el liso o jarra, las mujeres en vaso

imperial. Para mediados de los años ‘30 los registros fo-

tográficos muestran a ambos sexos sentados a la mesa

de las confiterías sin distinción de hábitos y una década

después la participación femenina era ya muy amplia.

Además de afianzarse como pauta de reunión de gru-

pos de amistad, la concurrencia a bares y confiterías

para el consumo de cerveza se transformó en una sa-

lida familiar hacia las décadas de 1940-1950. Los días

de semana, especialmente en los atardeceres calu-

rosos, las salidas de los padres con sus niños solían

incluir como momento final de un paseo la ida a un

local en el cual se consumían algunos lisos acompa-

ñados de las ya tradicionales “baterías” de maní, ga-

lletitas o palitos salados, lupines u otros “ingredien-

tes”. Las mujeres que consideraban muy amargo el

sabor los mezclaban con un poco de gaseosas dulces

–“Naranja Crush” o “Bidú-Cola” en los recuerdos

de Bernardi–, en tanto que los chicos recibían como

premio de su conducta un “cívico” de cerveza, pe-

queño vasito cilíndrico con unos 60 ó 70 centímetros

cúbicos de capacidad que remedaba al liso. Lo que

la industria cervecera santafesina consiguió rápida-

mente fue incorporar a las clases medias urbanas al

gusto por la bebida, pero ese desarrollo también ha-

bla de una forma de consumo de masas y de la multi-

plicación de emprendimientos comerciales.

La identificación de los salones cuyo principal pro-

ducto de venta fue la cerveza ha sido motivo de opi-

niones encontradas, en ocasiones corroboradas por

registros comerciales u oficiales y otras más asentadas

en las memorias sociales. Algunos de esos locales eran

verdaderas choperías muy especializadas y en todos el

consumo de cerveza comenzó a superar ampliamen-

te el de otras bebidas. La forma de verter los lisos, la

presión del gas, la altura y consistencia del cuello o la

temperatura son los aspectos por lo habitual mencio-

nados en los recuerdos sobre esos lugares. Como he-

mos visto, en el centro ya se habría destacado el bar

“Gambrinus” y mientras que para la década de 1920

se instalaron confiterías en las cercanías de la laguna

Setúbal, como ser la “Rambla Guadalupe” en 1928 y

un “Recreo” –bar y restaurante con mesas al aire libre

y vista amplia– ubicado en el entonces Parque Oroño,

junto a la base oeste del puente colgante.

Hacia la década de 1930, en consonancia con la compe-

tencia entre las Cervecerías Santa Fe y Schneider y en el

marco de la recuperación económica, se multiplicaron

esos locales, muchas veces identificados como “cafés”.

Juan Struch inauguró en 1931 el “Café Modelo”, luego

conocido como “Chopería” y en funcionamiento hasta

Reunirse a tomar cerveza

se instaló como una ma-

nera de pasar el tiempo

entre amigos, en ocasiones

durante horas del día

y en cantidades ingentes.

70

1998, en calle Mendoza entre San Jerónimo y San Mar-

tín. Por su parte Martín Gutiérrez, que hasta 1933 ha-

bía mantenido un local así en Boulevard Zavalla al 1500

–cerca de la estación del ferrocarril– instaló al año si-

guiente un bar especializado en pleno centro. Con el em-

blemático nombre de “Pilsen”, estaba ubicado en calle

San Martín al 2600 con salida por la paralela 25 de Mayo,

tenía grandes salones utilizados para festejos y un patio

de estilo español con fuente de revestida de mayólicas.

En la misma zona céntrica se instalaron la “Chopería Ale-

mana” de la familia Dempke en la intersección de calles

La Rioja y 25 de Mayo –caracterizada por su gran varie-

dad de fiambres típicos y aparentemente muy concurrida

a la salida de las misas de la cercana Iglesia del Carmen–,

“El Gran Chop” de Salta y 9 de Julio –propiedad de Ma-

nuel Almiral–, “El Cabildo” en Salta y cortada Bustaman-

te –con un perfil más popular y ubicado junto al Merca-

do Central demolido en el período dictatorial abierto en

1976– y el bar “Derby” ubicado en calle Tucumán entre

San Martín y San Jerónimo. La familia Gutiérrez tenía

además del “Pilsen” otro local en la esquina de la Jefatura

de Policía, 9 de Julio y Primera Junta, que Revuelta re-

cuerda como un bar noctámbulo que cerraba más allá de

las tres de la madrugada, cuando ya no había lugar abier-

to que recogiera a los muchachos que salían de parranda.

En diferentes zonas de la ciudad se fueron abriendo cho-

perías que recogían a públicos disímiles, que también

pertenecían en gran medida a las clases medias pero que

además nucleaban a sectores de trabajadores con cierto

nivel de ingresos. “La Cuevita” fue una de las más re-

nombradas. Funcionaba como despacho de bebidas des-

de 1905, hasta que en 1934 se transformó en chopería. A

cargo de un ex obrero ucraniano de la Cervecería San-

ta Fe, don Ignacio Rozycki, estaba en un pequeño local

triangular en la esquina de San Luis y Santiago del Estero

que perduró hasta la década de 1990. Otros muchos lo-

cales eran lugares de menor participación familiar y se

caracterizaban por una sociabilidad que todavía era fun-

damentalmente masculina. Era el caso de los que además

de los servicios gastronómicos ofrecían billares como el

“Tokio” sobre calle San Martín y luego el “Tokio Norte”

frente a la Plaza España. Una foto del bar “El Japonés”

de 1935 muestra una numerosa clientela completamente

masculina, con sacos y sombreros puestos en el interior

del local y bebiendo cerveza o cafés.

En esa misma década se fue produciendo una ex-

pansión hacia el norte de la ciudad con la habilita-

ción de varios patios o prados de diversas asociacio-

nes de identidad etno-nacional. En lo que hace al

consumo de cerveza hay que destacar aquí a la “So-

ciedad Alemana” o “Deutsches Verein” –que como

se ha aludido antes se formó por la unificación de

dos asociaciones anteriores dedicadas al canto y a

los deportes, respectivamente–, la que para el final

de la década se había instalado en avenida Gene-

ral Paz al 7000, era concurrida casi exclusivamente por

miembros de esa colectividad y se caracterizaba por sus

canchas de bowling. En avenida Blas Parera y cerca del

actual Hipódromo se abrió el “Recreo Don Gustavo”, de

Gustavo Dempke, con amplios jardines y un laberinto de

ligustros. Para ese momento Otto Schneider ya había ha-

bilitado su propio “Recreo” sobre la misma avenida, del

que nos ocuparemos en detalle. Como el local de Dem-

pke luego fue alquilado por Otto Lindermann y recibió

el nombre de “Don Otto”, muchas veces se lo confunde

en los recuerdos locales con el “Recreo Schneider” que

estaba a escasas cuadras. Todos esos restaurantes com-

partían no sólo el gusto por la cerveza y su forma par-

quizada sino también un cierto carácter típico alemán

y un público de clases medias, cuando no medias-altas.

Distintas en su forma serían las confiterías abiertas en el

En diferentes zonas de la

ciudad se fueron abriendo

choperías que recogían

a públicos disímiles, que

también pertenecían en

gran medida a las clases

medias pero que además

nucleaban a sectores de

trabajadores con cierto

nivel de ingresos.

71

noreste hacia la década de 1940, cuando la avenida costa-

nera sobre la laguna Setúbal cobró relevancia como zona

de restaurantes, patios de baile y salas de juego. Si bien

allí la mayoría de los establecimientos no compartía ese

aire germano –como en el caso de “La Frontera” y “La

Tranquera”– otros renovaron el modelo de chopería te-

mática como el “Baviera Hall Beer”, vinculado a la cade-

na de locales del mismo nombre.

La explosión en el consumo de cerveza hacia la década

de 1930 acompañó una intensa politización de las clases

medias. Algunos lugares se caracterizaron por dar cobi-

jo a grupos políticos de distinto signo, transformándose

en ámbito de debates o al menos en locales en los cua-

les compartir una sociabilidad asociada a determinadas

posiciones. La “Deutsches Verein”, por ejemplo, acusó

tempranamente el impacto del nacionalsocialismo ale-

mán. Un testimoniante llega a identificar el lugar con la

adscripción al nazismo de manera contundente: “todos

nazis, todos fascistas”. Para la Segunda Guerra Mundial

esa vinculación se acrecentó al instalarse en el barrio

de la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe un con-

Servido tradicional

de liso.

72

tingente de marinos del acorazado Graf Spee, hundido

en la Batalla del Río de la Plata por naves inglesas, que

conforme los acuerdos entre los gobiernos argentino,

uruguayo y británico debían permanecer retenidos en

unidades militares locales hasta que terminara el con-

flicto. Las fotos de la época muestran una proliferación

de símbolos nacionalsocialistas, sin que hasta el presen-

te se hayan encontrado registros de “Das Anderes De-

tuschland” o de otras asociaciones alemanas opositoras

al nazismo. Un caso inverso es el de la “Chopería Mode-

lo”, de Struch, que funcionaba como lugar de encuentro

de los republicanos españoles, que iban del liberalismo

antifascista al socialismo y el comunismo.

Multitud de acuerdos políticos y sindicales se anuda-

ban en torno a unos cuantos lisos. Por ejemplo en abril

de 1935, ante el fracaso de una asamblea a la que muchos

maestros no concurrieron por temor o falta de decisión,

siete miembros de la Asociación del Magisterio de San-

ta Fe –entidad de corte gremial y profesional que tenía

entonces un radio de acción departamental y no conta-

ba con el reconocimiento oficial– realizaron una reunión

en una chopería céntrica para decidir su presentación a

las elecciones de la Federación Provincial del Magiste-

rio. Quizás la cerveza que compartían los inspiró, porque

según Amelia Martínez Truco la lista de “los Siete Jura-

mentados” ganó la representación departamental pese a

ser conocida a última hora. Con finales menos felices, en

no pocas ocasiones la asistencia a bares terminaba en pe-

leas callejeras motivadas por las pasiones políticas.

Como producto asociado a una sociabilidad primero

masculina y luego familiar que a veces tenía connotacio-

nes como las nombradas, la cerveza había ganado un lu-

gar de privilegio en el seno de las clases medias. Pero se

fue instalando también como un componente esencial en

la dieta y costumbres de las clases populares. La tenden-

cia a la difusión del consumo parece haber sido la inversa

a la del largo desarrollo europeo. Si bien la cerveza era

consumida por todos los sectores sociales en las zonas de

Europa más arriba de la línea de los Alpes y el Danubio,

su consumo masivo era hacia mediados del siglo XIX

una característica de las clases trabajadoras y específica-

mente de la plebe urbana y los obreros industriales. Más

tarde no sólo se extendió como bebida de las clases me-

dias europeas sino que fueron surgiendo establecimien-

tos especializados en su expendio para ese público. En la

zona santafesina, al menos, el proceso parece haber sido

el inverso: la bebida se instaló asociada a las corrientes

migratorias y caracterizó tempranamente las pautas de

consumo de las clases medias acomodadas o en ascenso

que se entremezclaban con las élites tradicionales, para

después extenderse por el conjunto de la población. No

disponemos de informaciones fehacientes sobre el avan-

ce del consumo de cerveza en las clases populares, pero

es evidente que hacia 1920-1930 se hallaba muy extendi-

do y que los establecimientos a los que concurrían traba-

jadores manuales varones la expedían en cantidad.

Ciertos establecimientos funcionaban con el modelo de

“almacén y despacho de bebidas”, como el legendario

y aún hoy activo “Monte Líbano” abierto por la fami-

lia Mufarrege en 1916 en la intersección de las actuales

calles Crespo y 25 de Mayo. Otros eran más identifica-

dos como bares, como “La Glorieta Bar”, también lla-

mado “Los Pájaros Cantores” y ubicado hacia 1920 en

las cercanías del puerto. Esos dos puntos de la geografía

urbana cercanos al centro y al puerto nuevo, marcarían

una zona de mayor circulación de diversas clases socia-

les en el extremo de un corredor de comercio local para

consumo popular. Desde inicios del siglo XX, una larga

retahíla de bares y almacenes que iba desde la costa en

la zona de Colastiné –ubicación del puerto viejo– hasta

la misma ciudad de Santa Fe pautaba los “descansos” de

Desde inicios del siglo

XX, una larga retahíla de

bares y almacenes que iba

desde la costa en la zona

de Colastiné –ubicación

del puerto viejo– hasta la

misma ciudad de Santa Fe

pautaba los “descansos”

de los viajeros, jornaleros

y marineros.

73

los viajeros, jornaleros y marineros. La Vuelta del Para-

guayo, el Pozo –un barrio de prostíbulos sobre la orilla

norte del riacho Santa Fe que no tiene que ver con el

que hoy lleva ese nombre y que entonces era el paraje

El Saladillo–, Alto Verde, El Caballo Muerto –el actual

barrio La Lona– y otros tantos lugares eran sede de mu-

chos despachos de bebidas donde se fue introduciendo

la cerveza, de porrón en los de zonas semirurales, oca-

sionalmente de barril en las más urbanizadas.

Los mismos espacios de ubicación de las empresas

cerveceras Santa Fe y Schneider se convirtieron en ba-

rriadas obreras, con mayor presencia de trabajadores

portuarios y sectores marginales en la primera. Alre-

dedor del puerto se ubicaban los barrios “El Chical” y

“El Perno”, en las inmediaciones de la fábrica de Cer-

vecería Santa Fe, y más hacia el sur “El campito”, que

después sería erradicado para dar lugar a la construc-

ción de silos. El que “El Perno” recibiera su nombre de

un episodio en el cual un hombre fue muerto a golpes

con una barra de hierro que servía para enganchar va-

gones de tren da una idea de lo que en el imaginario

de los santafesinos constituían esos lugares. Y es que

las bebidas alcohólicas aparecían asociadas a reyer-

tas, peleas a cuchillo y muertes en las representacio-

nes que la opinión pública de las clases medias-altas

se hacían de la vida de jornaleros y operarios. Más de

una vez esa asociación resultaba correcta, como en el

legendario caso del “Embolsadito” o “Embolsau”, apa-

rentemente un marinero borracho de origen descono-

cido al que asesinaron para robarle y cuyo cadáver

apareció entre los pajonales, para luego convertirse en

icono de un culto popular que concurre a su pequeño

panteón ubicado en el cementerio de la vecina loca-

lidad de San José del Rincón. Pero por otra parte no

habría que construir una imagen moralizante de esos

Almacén y despacho

de bebidas “Monte

Líbano”.

Un espacio de consumo

popular que aún resiste

al tiempo en pleno cen-

tro de la ciudad.

Fuente: Diario El Litoral.

74

amplios grupos sociales, que recurrían diariamente a

las bebidas de distinto tipo como cualquier otro ciuda-

dano santafesino de la zona céntrica.

Los marineros que pasaban por la ciudad parecen ha-

ber sido los primeros en registrar un intenso consumo

de cerveza, no sólo por las pautas culturales específicas

de ese segmento laboral sino incluso por la alta propor-

ción de navegantes europeos. Su combinación con be-

bidas blancas era muy común. Luego de varios litros de

cerveza el uso de la ginebra como diurético facilitaba a

los marinos dedicarse a beber durante horas más y más

cantidades de… cerveza. Los nombres de esos locales a

los que concurrían aludían frecuentemente a ese carác-

ter naviero de la zona. De allí era el “Atlantic” ubicado

en San Luis y La Rioja, renombrado en los registros de

bares citadinos. Asimismo, en uno de los cuentos inclui-

dos en Santa Fe, mi país, Mateo Booz refiere a un cafetín

de la zona del puerto que se habría llamado “Hambur-

ger Bier Halle” cuando era propiedad de unos alema-

nes y “Liverpool Bar for Seamen” al pasar a manos de

una inglesa. Entre alusiones al consumo de whisky con

soda, ron y otras bebidas, no deja de advertirse que el

nombre original refería a la cerveza.

Esa historia es recogida en el libro Puerto Perdido, de

Marta Rodil, que contiene también diversos pasajes en

los cuales los entrevistados aluden a los cafetines del

puerto, en las adyacencias de la Plaza Colón o de las ac-

tuales calles La Rioja, Rivadavia, Belgrano, Tucumán,

Primera Junta y otras. Los bares funcionaban muchas

veces como prostíbulos sin habilitación municipal –es

decir, que no eran casas públicas y que las mujeres no

se sometían a controles semanales de enfermedades

venéreas en el Hospital Iturraspe–. Resulta interesan-

te destacar que la ubicación de esos locales y de los

burdeles anexos se encontraba apenas a unos cien o

doscientos metros de la Chopería Alemana, la Pilsen

o la Iglesia del Carmen. La distancia entre las clases

acomodadas y el mundo del trabajo formal asociado

a la moralidad, por un lado, y las clases populares y el

trabajo temporario que se mezclaba con “la mala vida”

por el otro, no era en realidad muy larga.

Las modificaciones graduales de las pautas culturales,

las mejores posibilidades económicas que brindaba la

asociación de los trabajadores o los inmigrantes y la pos-

terior ampliación del ingreso popular en el marco de las

políticas peronistas, facilitaron el incremento del consu-

mo de cerveza. La concurrencia a un local para recrearse

y beber unos lisos fue introduciéndose como costumbre

también entre las clases populares. Además de los par-

ques de las asociaciones etno-nacionales, en las cuales

los trabajadores podían tener alguna participación y que

eran la forma de asistencia mutua más firme antes de su

reemplazo progresivo por el Estado en un largo proceso

de medio siglo, se fueron abriendo patios cerveceros en

los clubes barriales o anexos a las vecinales.

Muchos de ellos permitían a los asistentes llevar su pro-

pia comida y sólo mantenían la exclusividad de la venta

de la bebida, con lo que resultaban más atractivos para

quienes no podían gastar mucho en una salida o para

los que no querían desperdiciar los sobrantes de una

reunión familiar. Ese es el modelo todavía vigente en el

patio cervecero del Club “Sarmiento”, ubicado en barrio

Candioti y que comenzó como un centro vecinal para

luego transformarse en símbolo de un modo de consumo

más popular. A decir de Bernardi, comenzó su actividad

en un quincho de propiedad de la Cervecería Santa Fe

y recibía precios diferenciales que les facilitaban vender

los lisos muy baratos. Lo mismo acontecía con los Clubes

“Necochea” e “Independiente” –este último del barrio

Roma– que también mantuvieron esa modalidad.

El local que sintetizó la

visión de Otto Schneider

sobre la cerveza fue sin

duda su Recreo, que ya fi-

gura en la guía comercial

de 1933. Para él la produc-

ción no era el último paso

de su visión empresaria,

ya que tenía que ir acom-

pañada no sólo de una

buena comercialización

sino incluso de sugeren-

cias sobre su consumo.

75

Sin dudas ese no era el mundo social de Otto Schneider.

Más allá de que concibiera a su cerveza como un “pro-

ducto genuinamente popular” o que considerara positi-

vamente la integración de clases, participaba desde mu-

cho tiempo atrás de una elite del dinero en la localidad y

sus emprendimientos gastronómicos estuvieron preci-

samente orientados a las clases medias-altas. Las tradi-

ciones orales le atribuyen la propiedad de al menos dos

locales de expendio de comidas y bebidas: el céntrico

bar “City” y el norteño “Recreo Schneider”. Sobre el se-

gundo sabemos que lo atendió personalmente por unos

años en la década del ’30, para alquilarlo hacia 1940 a

un primer locatario y más tarde a la familia Achleitner.

Del primero no tenemos muchos registros, pero según

Eduardo Revuelta era un local de alto nivel, con un pal-

co pequeño en el que actuaban renombradas orques-

tas. Era muy concurrido para las horas del almuerzo y

la cena y su clientela se vestía con mucha formalidad,

al punto que las mujeres iban a cenar con sofisticados

sombreros. No se servían allí comidas típicas alemanas,

sino una cocina cosmopolita. Las publicidades de los

años ’40 dan cuenta de su importancia y de la trascen-

dencia local de sus espectáculos.

El local que sintetizó la visión de Otto Schneider so-

bre la cerveza fue sin duda su Recreo, que ya figura

en la guía comercial de 1933. Para él la producción

no era el último paso de su visión empresaria, ya que

tenía que ir acompañada no sólo de una buena co-

mercialización sino incluso de sugerencias sobre su

consumo. Ya desde la compra de los terrenos en los

que más tarde instalaría su fábrica, hacia mediados

de la década de 1920, Schneider gustaba de utilizar

su quinta para reuniones de diversa naturaleza Como

se ha expresado, los predios estaban distribuidos a lo

largo de la avenida Blas Parera y se extendían has-

Otto y Rodolfo

Schneider en el Recreo,

degustando lisos con

amigos, década de 1930.

Archivo de Celia Perino

de Schneider.

76

ta los bañados del río Salado, de los cuales llegaban

inevitablemente multitudes de mosquitos que los

testimoniantes recuerdan casi como un azote bíbli-

co. Poco a poco Schneider fue realizando mejoras en

ellos, como ser canchas de tenis y jardines hacia la

zona lindante con el cementerio Israelita. El edificio

central de la quinta –que todavía existe– estaba re-

tirado del camino hacia el oeste y para mantener la

cerveza lo más fresca posible contaba con un sótano.

Era aprovechado tanto por su familia y amigos como

también para reuniones de la colectividad germana.

En una tarjeta de invitación impresa en alemán y con

letras góticas se da cuenta del agasajo de despedida

a un cónsul, que dadas las indicaciones que contiene

para facilitar la llegada a la quinta debe ser anterior a

la erección del edificio de la cervecería. Ese papel de

Otto como referente de la colectividad y de su casa

como ámbito de reuniones venía de tiempo antes y

perduraría luego, sin importar el signo político de los

representantes del Estado alemán a los que acogía.

El “Recreo Schneider” fue probablemente su mejor

aporte en materia del consumo de cerveza. Otto com-

pró en el momento de construcción de su fábrica un

almacén cercano que pertenecía a la familia Colombo,

compuesto por una vieja casona construida en 1890 y

varias habitaciones más nuevas que recibían pensio-

nistas. La idea de que el “Recreo” debía estar junto a

las instalaciones fabriles se basaba en que el secreto

de una cerveza sabrosa estaba en consumirla lo más

cercanamente que se pudiera respecto del lugar de

producción. No batirla, no calentarla y sobre todo

poder beberla del barril sin que se la hubiera some-

tido al proceso de pasteurización para su embotella-

do, eran las pautas a tener en cuenta para disfrutar del

mejor gusto. Las tradiciones orales cuentan que don

Comida en el Recreo

Schneider, hacia fines

de los años ’30 o inicios

de los ’40. Don Otto al

frente de la mesa arre-

glada y con comensales

de clases acomodadas.

Archivo de Celia Perino

de Schneider.

77

Otto reunía a su hijo y a sus amigos para beber en los

jardines del “Recreo” y deleitarse con cerveza recién

preparada. Y que por supuesto terminaban allí mismo

el barril, porque si se dejaba pasar el tiempo luego de

abierto el sabor no sería el mismo. Llegó a cobrar for-

ma entre los santafesinos la noticia según la cual había

una cañería que llevaba la cerveza directamente desde

la fábrica al local de expendio, pero eso no pasó de ser

una leyenda urbana.

El establecimiento era algo más que un lugar de ex-

pedición de cerveza. El “Recreo Schneider” repre-

sentaba una forma de sociabilidad específica, que

sin duda responde a las representaciones sociales en

las cuales se formó su propietario durante los años

vividos en Prusia y Pomerania. En principio, no era

un bar urbano más sino que se ubicaba en un espacio

de vínculo con la naturaleza. Jardines, árboles, glo-

rietas y una vista agradable casi como complemen-

to más que en oposición a las instalaciones fabriles

aledañas. Contaba con una veintena de paraísos para

dar sombra, que poco a poco fueron reemplazados

por riobles. En el interior, las mesas estaban original-

mente dispuestas en el salón principal en forma de

“U”, divididas por separadores altos estilo Munich,

con sillas de mimbre, bancos y mesas largas. Más

adelante se modernizó el mobiliario y se habilitaron

algunas salitas pequeñas con mayor privacidad. Te-

nía además dos canchas de bowling de estilo alemán,

con nueve palos y medidas distintas que el juego de

bolos anglosajón. Testimonios sobre momentos pos-

teriores destacan que se jugaban torneos de bowling

con equipos de la Sociedad Alemana, de la “Dom Pol-

ski” y de asociaciones italianas.

Las particulares características del “Recreo” y las de su

propietario hacían que fuera visitado asiduamente por

los miembros de la colectividad, pero también se hizo

agradable al gusto de familias sin ascendencia alema-

na o con pocos miembros en ella. Especialmente los sá-

bados y domingos el local se colmaba de visitantes de

ciudades y pueblos del interior, o familias de paso que

se detenían a tomar una cerveza y comer algo, fueran

de Rafaela, Reconquista o San Justo. Una testimoniante

alude a que en cada viaje a Esperanza que emprendía

en el auto de su padre paraban en el “Recreo” y luego

continuaban. Otra recuerda que hacia 1936-37 don Otto

solía interrumpir su descanso cuando venía algún co-

mensal de origen alemán –como la madre de la infor-

mante–, les servía personalmente fiambres y se queda-

ba un largo rato hablando en su propio idioma. El perfil

de los clientes fue siempre “muy familiar”, pero la asis-

tencia mermaba mucho en la época invernal.

Hacia 1940 Schneider decidió alquilar su “Recreo”,

como lo hacía con muchas otras propiedades que iba

acumulando, pero mantuvo una fuerte relación con los

locatarios. Por unos tres meses lo regenteó un inquili-

no que luego dejó su lugar a Max Achleitner, quien a la

muerte de Otto compraría el restaurante a su hijo Ro-

dolfo. En el momento de la llegada de la familia Achleit-

ner a Santa Fe podemos apreciar nuevamente el dina-

mismo de las redes personales entre inmigrantes de

origen germano. Eran austriacos y mantenían fuertes

lazos con sus parientes radicados en Europa; se habían

instalado en Córdoba pero al no prosperar allí sus ne-

gocios decidieron aprovechar la posibilidad que se les

abría en Santa Fe, a indicación del anterior encargado

del “Recreo” a quien habían conocido en Buenos Aires.

Máximo Achleitner, hijo del locatario y posterior adqui-

riente, recuerda hoy cómo en esos años el local se era

un punto de reunión típicamente alemán, que también

contaba con la asistencia de los marinos del Graf Spee.

Aunque destaca que Otto no tenía preferencias políti-

Las particulares caracte-

rísticas del “Recreo” y las

de su propietario hacían

que fuera visitado asidua-

mente por los miembros

de la colectividad, pero

también se hizo agradable

al gusto de familias sin as-

cendencia alemana o con

pocos miembros en ella.

78

cas, señala sí que su propio padre tenía simpatías por

el nacionalsocialismo, que funcionaba todavía como

un componente más de la identidad germana. Durante

toda la década de 1930 Schneider había mantenido con-

tactos con un universo de empresas e individuos ger-

manos. Hacía sus movimientos financieros a través del

Banco Alemán Transatlántico y del Banco Germánico

de la América del Sud, aunque también por intermedio

del Banco de la Nación Argentina y de otras entidades

como Crédito Mobiliario y Financiero S.A. y Crédito

Industrial y Comercial Argentina S.A. E. Entre 1934 y

1935 había enviado a Rodolfo a estudiar a Alemania y

éste, además de obtener un diploma que lo acreditaba

como maestro cervecero, llegó a aportar financieramen-

te al NSDAP. Pero luego esos lazos se fueron debilitan-

do. Con la guerra los Schneider perdieron toda conexión

con sus parientes alemanes. La zona de Prusia Oriental

fue primero objeto de los crímenes de lesa humanidad

perpetrados por los nazis, mediante procesos de limpie-

za étnica y política en contra de judíos, gitanos, polacos

y opositores comunistas o socialistas. El genocidio per-

petrado contra la población judía fue tan intenso que no

quedaron en el Kreis de Osterode grupos con esa identi-

dad cultural. Luego, toda la Prusia Oriental fue ocupada

por el Ejército Rojo en su avance arrasador hacia Berlín

en 1944-45. Tras la derrota y la difusión sobre los críme-

nes del nazismo pocos alemanes querían recordar sus

adhesiones pasadas.

Esas marcas identitarias del local se fueron esfuman-

do y en adelante el “Recreo Schneider” figuró como un

lugar más para el consumo de las clases acomodadas,

pero tuvo siempre alguna asociación no sólo con la be-

bida sino también con la comida típicamente alemana.

La cerveza Schneider era renombrada por su calidad

y se servía en vasos grandes que se enfriaban en hela-

dera hasta escarcharse. Más allá de las tradicionales

salchichas con chucrut –“choucroute” en francés, más

utilizado que el alemán “sauerkraut”– se servían otros

platos germanos como el “kassler” –lomo o costillar de

cerdo ahumado–, fiambres que se ahumaban allí mismo

o el “strudel” de manzanas y nuez. Un grupo de testi-

moniantes recuerda que hacia la década del ’30 se ser-

vían como acompañamiento de la cerveza rebanadas

de pan negro –el mismo que hemos visto en fotos ante-

riores de reuniones con Otto Schneider–, que se unta-

ban con manteca y se acompañaban con fetas de jamón

crudo o fiambres ahumados. Hasta la década de 1960

al menos el bar y restaurante mantuvo la costumbre de

servir ese pan, denso y pesado, que por entonces se traía

de panaderías rosarinas porque ya no se producía en la

ciudad con la igual calidad. Una especialidad de la casa

era el pato asado con puré de manzanas y papas al hor-

no o fritas. Curiosamente, la mayor parte de quienes re-

memoran esos platos hablan de pato a la naranja, lo que

es terminantemente negado por Achleitner: “hay gente

que viene y me discute que comió pato a la naranja en el

boliche de mi viejo, y yo no me puedo acordar nunca que

en el boliche de mi viejo hayan servido pato a la naranja”.

El entredicho muestra la labilidad de las fuentes orales

y la selectividad de los recuerdos.

Sin embargo no todo era típicamente alemán; como lo

destaca Máximo Achleitner se servía “todo lo que hay en

cualquier bar”. Y no hay que desconocer que no sólo la

conveniencia comercial sino la misma formación de Sch-

neider en una cultura europea le dieron a la cocina del

“Recreo” otras dimensiones. Un menú detallado en una

temprana invitación firmada por Rodolfo Schneider y di-

rigida evidentemente a un público cultivado nos permite

apreciar el gusto por una cocina cosmopolita para agasa-

jos especiales. El listado de la comida era “Aufschnitt a

la Schneider”, “Brótola Comodore Rolin”, “Porter House

Steak a la Rudolf”, “Omelette Surprise ‘Gueckliche Rei-

Hacia 1940 Schneider de-

cidió alquilar su “Recreo”,

como lo hacía con muchas

otras propiedades que iba

acumulando, pero mantu-

vo una fuerte relación con

los locatarios.

79

se’” y café. Es decir que el menú tenía de entrada un em-

butido de la casa y de primer plato un pescado dedicado

al Commodore Rolin, marino mercante que publicó en

1934 un exitoso libro titulado Mein Leben auf dem Ozean.

Fahrten und Abenteuer (“Mi vida en el océano. Travesías

y aventuras”), ambas comidas con denominaciones ale-

manas. El nombre en inglés identifica un filete vacuno

“a la Rodolfo” como segundo plato y el final del menú es

un verdadero ejemplo de cosmopolitismo: un omelet o

tortilla francesa “sorpresa” (también en inglés) llamado

“Viaje Venturoso” (en alemán).

Otto mantuvo la costumbre de concurrir al “Recreo”

asiduamente aunque lo alquilara a la familia Achleit-

ner. Al menos tres veces por semana compartía alm-

uerzos o cenas con sus inquilinos, momentos en los

cuales en la mesa se hablaba alemán y los mayores

no contestaban a los chicos si éstos se dirigían a el-

los en castellano. Schneider alternaba sus reuniones

sociales entre ese local, su quinta y la misma cer-

vecería. Mientras el “Recreo” oficiaba como lugar de

reunión de sectores con mayor capacidad adquisi-

tiva o de visitantes importantes y sus precios eran

normalmente altos, la quinta era el ámbito familiar

y la fábrica –o en su caso sus jardines– el espacio

de reunión con negociantes o trabajadores. En una

época en la cual la sociabilidad barrial se ha resen-

tido, los vecinos de “la Schneider” todavía recuer-

dan cómo la empresa formaba parte de la vida del

barrio. Cada fin de año se hacía un asado en alguna

esquina y la cervecería obsequiaba algunos barriles.

“La fiesta se prolongaba hasta el otro día o hasta que

no quedaba nada, hoy ya no lo hacemos, es una lás-

tima”, recuerda uno de los habitantes más antiguos

del lugar en una nota publicada por el Diario El Lito-

ral el 21 de noviembre de 2006.

Encuentro en el

Recreo Schneider, hacia

fines de los años ’30 o

inicios de los ‘40

Archivo de Celia Perino

de Schneider.

80

81

VCAPÍTULO V

La Reina de las Cervezas

82

CAP V La Reina de las Cervezas

La cerveza especial de Schneider salió a la venta en 1945 y llegó a ser muy destacada. Constituía una va-riedad que no era fabricada por su competidora y re-cibió el nombre de “Reina de las Cervezas”.

83

E n cualquier manual cervecero aparecen re-

comendaciones respecto de la calidad del

agua para emplear en su manufacturación.

La composición del líquido es tanto o más importante

que las demás materias primas y determina desde la

misma posibilidad de producir cerveza hasta los tipos

que se pueden elaborar. El contenido de minerales pue-

de influir en el color y sabor del producto, teniendo en

cuenta no sólo sus propiedades originales sino también

las reacciones que se generan en el proceso de cocción

y fermentación. Así, las aguas de tipo Burton-on-Trend

y Dortmund sirven para realizar cervezas “Ale” en dis-

tintas variantes, las Munich y Dublín para elaborar las

“Lagers” o las “Stouts” oscuras y dulces, en tanto que las

aguas Pilsen facilitan la producción de “Lagers” pálidos.

Desde los inicios de la cervecería santafesina las di-

ferencias en las calidades de las aguas hicieron di-

fícil que las colonias agrícolas del centro de la pro-

vincia fabricaran bebidas como las que los franceses,

suizos o alemanes instalados en ellas estaban acos-

tumbrados a consumir en sus países de origen. Las

napas y cursos de agua vinculados con el sistema del

río Salado –que nace en Jujuy como Juramento y

desemboca en el Paraná en las cercanías de la ciudad

de Santa Fe– tienen aguas “duras”, inútiles para la

elaboración de cerveza si no son sometidas a trata-

mientos complejos. Esa era precisamente la dificul-

tad con la que se había encontrado la firma Meyer &

Compañía en la producción de la marca San Carlos y

que Otto Schneider había tratado de paliar durante

su desempeño en esa empresa. Por el contrario, el

sistema del río Paraná dispone de aguas de una ex-

cepcional calidad para la cerveza.

Los valores químicos del agua utilizada en Santa Fe

se asemejan notablemente a los de la usada para el

tipo de cerveza Pilsen, ya que entran en el mismo

rango. En cuanto al nivel de los iones que contribu-

yen a la dureza del agua, los registros son bajos y la

diferencia es mínima. En ambos casos se cumplen los

distintos parámetros que caracterizan al agua “blan-

da”, opuestos a los otros tipos mencionados. A su vez,

los bicarbonatos son los principales contribuyentes

a la alcalinidad del agua (capacidad para neutralizar

ácidos) y los bajos valores que se detectan en San-

ta Fe y Pilsen dan la característica de un agua suave

que permite el realce del sabor delicado del lúpulo.

Lo mismo pasa con los sulfatos, que en valores altos

como los de las muestras de Burton-on-Trent y Dort-

mund dan por resultado un producto sumamente

amargo. En consecuencia, la similitud del agua san-

tafesina respecto de la checa favorece la obtención de

un producto final que se le asemeja.

Los distintos cronistas y comentaristas coinciden

en que el posicionamiento nacional e incluso inter-

nacional de la Cervecería Santa Fe hacia la década

de 1910, cuando Schneider era su director técnico,

fue posible precisamente gracias a la calidad del

agua empleada. Desde los últimos años del siglo

XIX se venían desarrollando una serie de planes

urbanísticos en la ciudad, que incluyeron la provi-

sión de diversos servicios. La instalación de la nue-

va empresa en lo que sería el barrio Candioti Sur

respondió no sólo a la inmediatez del nuevo puer-

to y a la disponibilidad de transportes ferroviarios,

de electricidad y de calles asfaltadas, sino también

y muy especialmente a la cercanía con la planta po-

tabilizadora del servicio de agua corriente. La cali-

dad del líquido era tal que la fábrica tomó el agua di-

rectamente de la red de distribución. Más adelante,

como vimos, la disponibilidad de un cierto tipo de

agua había sido uno de los argumentos de Otto para

Los distintos cronistas y

comentaristas coinciden

en que el posicionamiento

nacional e incluso inter-

nacional de la Cervecería

Santa Fe hacia la década

de 1910, cuando Schneider

era su director técnico, fue

posible precisamente gra-

cias a la calidad del agua

empleada.

84

asegurar el éxito de su propia firma a los potencia-

les accionistas. Cuando se construyó su fábrica en

los predios linderos con la avenida Blas Parera, el

servicio llegaba hasta el cementerio. Si bien había

un sistema acuífero fácilmente aprovechable en los

terrenos de Schneider, estaba vinculado al río Sala-

do, por lo cual prefirió costear la ampliación de la

red directamente hasta la cervecería. Desde allí las

cañerías se extenderían hacia otras edificaciones,

como el “Recreo”.

En la hoja publicitaria que explicaba en detalle las

ventajas de adquirir acciones de la nueva cervece-

ría, Otto Schneider indicaba que la ciudad de Santa

Fe estaba destinada, por la calidad de sus aguas, a

ser el equivalente sudamericano de Munich o Pil-

sen, cuyas cervezas ya eran famosas a nivel mundial.

Su preocupación por la calidad del agua iba de la

mano con sus planteos sobre el modo correcto de

fabricación. En la edición del 16 de diciembre de

1931, el Diario El Orden publicó un largo reportaje

en el cual Otto reseñó las operaciones en las que

consistía el proceso productivo. Después de desta-

car que la distribución e instalación de las maquina-

rias se adaptaba a las necesidades de la fabricación,

realizó una descripción cuya larga cita resulta inte-

Encabezado de un

recordatorio entregado

a Otto Schneider por

los empleados de su

firma, con la imaginería

alemana y de la industria

cervecera.

Archivo de Celia Perino

de Schneider.

85

resante por sintetizar en algunas breves frases una

compleja secuencia de acciones:

“La malta… es transportada por los silos principa-

les después de pasar por una limpiadora especial y

una balanza automática. De estos silos es transpor-

tada nuevamente a los “silos de uso diario”. Antes

de triturarse la malta en los molinos, es nuevamente

limpiada y pesada automáticamente. / Luego es con-

ducida mediante cañerías a las calderas de macerar

en donde es mezclada con agua consiguiéndose una

mezcla íntima por medio de los batidores, transva-

sándola después a otra caldera, en donde es cocinada

durante varios minutos, pasándola nuevamente a su

primitiva caldera. Este transvase se efectúa tantas

veces hasta que se llegue a una temperatura de 75

grados centígrados transformándose el extracto. Este

extracto pasa a una tercera caldera en la cual, duran-

te un cocimiento intensivo de 2 horas, se agrega lúpu-

lo. Esta prolongada ebullición consigue la completa

destrucción de todo microbio patógeno, una cerve-

za completamente esterilizada y como consecuencia

inmediata la mayor conservación. / A continuación

esta cerveza perfectamente cocinada y esterilizada

es transportada en caños al tanque de filtro, el cual

es herméticamente cerrado, para separar el lúpulo,

pasando en caños al tanque refrigerador. El sitio ce-

rrado en donde se encuentra el tanque refrigerador

aspira su aire por filtros especiales que lo esterilizan.

/ Durante este reposo se depositan en el fondo del

tanque las substancias consistentes. A continuación

se vuelve a refrigerar hasta bajar la temperatura a 4

grados centígrados, conseguido eso, se agrega leva-

dura empezando inmediatamente a fermentar, segre-

gando nuevamente sustancias impropias. Esto dura

de 12 a 14 horas siguiendo la fermentación en las bo-

degas durante 12 a 14 días. En todos los lugares donde

se realizan estos procesos, el aire, como ya menciona-

do, es esterilizado. / La fermentación se divide en dos

fases principales: en la fermentación propiamente di-

cha y en la secundaria. En la primera, se transforma

el azúcar en alcohol y ácido carbónico, depositándose

levadura en el fondo de los tanques, en la secunda-

ria, se agrega nuevamente levadura y se satura de

ácido carbónico, proceso que dura dos o tres meses. /

Después es filtrada y envasada la cerveza apta y lista

para su conservación.

Schneider destacaba luego que hay varios méto-

dos para hacer cerveza, pero que más allá de esas

particularidades lo principal era contar con buenas

materias primas y una estricta limpieza. Detallaba

todo el proceso de germinación de la malta y espe-

cificaba que “Para la producción de cerveza blan-

ca, tipo Pilsen, es necesaria una cebada de cáscara

muy fina y pobre en albúmina”. Explicaba que tipos

de cebada con más albúmina podían servir para la

elaboración de cerveza tipo Munich y por último

señalaba la importancia de un buen lúpulo, adu-

ciendo que su empresa utilizaría los de la entonces

Checoslovaquia y de Baviera: “que es donde se pro-

duce el mejor del mundo”.

Para el momento en el cual Schneider estableció

su propia fábrica se iba profundizando la disminu-

ción de las cervezas negras y oscuras en el mercado,

frente al incontenible avance de las rubias claras. Al

mismo tiempo se fue produciendo un incremento en

la producción y consumo, que hemos visto relacio-

nado con tres factores: la estrategia de las empre-

sas para colocar sus productos, el afianzamiento de

la costumbre de concurrir a bares o confiterías y la

ampliación de la capacidad adquisitiva de las clases

medias y populares. Entre 1935 y 1948, según datos

Schneider destacaba que

hay varios métodos para

hacer cerveza, pero que

más allá de esas particu-

laridades lo principal era

contar con buenas mate-

rias primas y una estricta

limpieza.

86

de Diego Abad de Santillán, la producción de cerve-

za pasó de poco más de ciento treinta mil kilolitros

a más de trescientos cuarenta mil, mientras que la

producción local de malta líquida se multiplicó por

cuatro. Al interior de esas cifras puede apreciarse la

continuidad de la “lager revolution”: mientras que la

elaboración de cervezas negras y oscuras no había

llegado a duplicarse, la de cervezas blancas se tri-

plicó. Es cierto que siempre hubo un segmento de

mercado consumidor de las primeras, incluso bajo

la forma del “half and half” que Bernardi destaca a

inicios de los años ’50, consistente en mezclar en los

vasos una botella de cerveza negra con una de rubia,

pero lo cierto es que la tendencia al consumo de las

Helles o claras se impuso y que los barriles eran en su

inmensa mayoría de este tipo de bebida.

La Cervecería Schneider trabajó siempre con el mé-

todo alemán de fermentación en el fondo de la tina,

pero registró dos marcas: “Schneider” y “Munich”.

La primera correspondía al tradicional tipo “Pilsen”,

mientras que la segunda era de una variedad que te-

nía gran aceptación en el momento y que asociaba su

nombre a la ciudad que se había transformado en la

capital alemana del producto, cuyo peso simbólico

crecía en los años treinta. Incluso muchos años des-

pués su hijo Rodolfo encabezaría un manuscrito so-

bre la labor de su padre con las palabras “Santa Fe es

la Munich argentina”.

La denominación de “Munich” aludía a un tipo espe-

cífico de cerveza oscura: la Münchner Dunkel. En ale-

mán se conoce como dunkel o dunkles –precisamente

“oscura”– a la especialidad tradicional de Munich y

de algunas partes de Franconia, que en consecuen-

cia reciben ese apelativo. Suelen tener más “carácter

de malta” y un poco más de alcohol que las pálidas,

de 5 a 5.5%. Su color varía entre el rojo amarronado

y el negro carbón. Así, la Cervecería Schneider pro-

ducía una cerveza con malta Pilsen y otra con malta

Munich que eran sus variantes rubia y oscura o ne-

gra. Para Revuelta, los sabores de las cervezas Sch-

neider y Santa Fe eran equiparables, mientras que la

San Carlos se especializaba en la producción de una

cerveza negra con sabores dulces, por aplicación de

la malta caramelo.

El envasado y etiquetado de la empresa –lo que en

la actual jerga empresaria se denomina packaging–

se adecuó a las formas usuales del momento. Uno

de los expertos entrevistados por Lescano destaca

que en 1923 la Ley Nacional de Higiene prohibió el

uso de recipientes retornables que no fueran tras-

lúcidos. Con ello, se eliminaron las botellas de grés

y el Consorcio Cervecero Unión unificó la produc-

ción de los recipientes. Así se impuso un modelo

único de vidrio y multas para quienes no lo respe-

taran, con las diferencias de diseño que desearan.

Posavasos con el logo de la empresa

Archivo de Celia Perino de Schneider.

Se comenzó a utilizar un

escudo que identificaría

a la empresa hasta su

fusión con la Cervecería

Santa Fe, consistente en

un campo rojo cruzado

por una banda blanca y

las letras “SCH” sobre-

impresas en negro.

87

Embarque de cajones con botellas de cerveza Schneider. Archivo de Cervecería Santa Fe.

87

88

La Schneider sacó sus dos variantes de cerveza en

botellas de tipo porrón, todavía con el cuello largo

que se usaba desde principios del siglo, de un litro o

de dos tercios. Para 1933 registró varios modelos de

botellas y de etiquetas ante la Dirección de Patentes

y Marcas del Ministerio de Agricultura. En ese mo-

mento se comenzó a utilizar un escudo que identi-

ficaría a la empresa hasta su fusión con la Cervece-

ría Santa Fe, consistente en un campo rojo cruzado

por una banda blanca y las letras “SCH” sobreim-

presas en negro. No hemos encontrado referencias

que nos permitan deducir a qué correspondería el

diseño. Los colores rojo, blanco y negro eran los de

la bandera imperial alemana, mientras que diver-

sas localidades germanas del este tenían escudos

con campo rojo y figuras blancas –como Danzig u

Osterode–, pero el logo de la marca parece ser una

invención original. Hubo también un escudo más

elaborado usado en vasos de obsequio que incluía

imágenes de plantas de lúpulo y cebada y tenía bor-

des dorados, con escasa difusión publicitaria.

Los barriles se hacían en madera en la misma em-

presa, con tres aros de metal que unían las tablas

combadas. Los había de distintos tamaños, pero ha-

cia la década del treinta tenían mucha salida unos

pequeños de quince litros, ideales para las fiestas

familiares. A la inversa de los vinos y otras bebidas

alcohólicas que toman el sabor de las maderas, en

el caso de la cerveza su mejor calidad depende de

que no se contamine con otros elementos. Por eso,

cada barril de madera se recubría interiormente con

una resina inodora e insípida importada de Europa.

Una vez utilizados y vacíos se los destapaba por una

rosca en su costado y con chorros de aire caliente se

fundía la resina, que se eliminaba. Luego se enfria-

ban los barriles y se volvía a repetir el proceso de re-

sinado para poder llenarlos nuevamente. En ningún

momento la cerveza entraba en contacto con la ma-

dera, lo que también se cuidaba en las tinas fermen-

tación de 5000 litros cada una, que eran de roble con

la misma cobertura interna.

El reparto de la bebida se realizaba en grandes camio-

nes con caja de tablas y acoplado para los transportes

a largas y medias distancias, y camionetas abiertas o

cerradas para la distribución en las cercanías. Como

se trataba de evitar la pasteurización de la cerveza

que se entregaba a los clientes locales, la distribución

era diaria. La ciudad se caracterizaba por el cruce de

los camiones de la Schneider con los de la Santa Fe,

claramente identificados con los nombres de ambas

empresas, fueran de las firmas o de terceros.

Hasta ahí, el registro de las actividades de la Cerve-

cería Schneider S. A. no diferiría de la de cualquier

otra marca comercial del ramo. Pero la elaboración

de la primera cerveza especial del país posiciona-

ría a la marca como sinónimo de un producto de

calidad. Como hemos aludido, Otto Schneider tenía

una concepción muy clara de lo que sería la “bue-

na cerveza” y presentaba su emprendimiento como

un resguardo de las propiedades de la bebida que

se deterioraban en la Cervecería Santa Fe, contro-

lada por el grupo Quilmes. Si bien podía pretender

que ofrecía un producto mejor que sus competido-

Encabezado de un

recordatorio entregado

a Otto Schneider por

los empleados de su

firma, con la imaginería

alemana y de la industria

cervecera.

Archivo de Celia Perino

de Schneider.

89

Otto Schneider poco antes de su fallecimiento. Archivo de Celia Perino de Schneider.

89

90

La “Reina de las Cerve-

zas” acentuó el prestigio

de la cervecería local y

el reconocimiento que la

figura de Otto Schneider

tenía en la ciudad.

res, la puja comercial era tal que su empresa corría

el riesgo de ser arrasada por el conglomerado rival.

Para los testimoniantes, el desarrollo de la “cerveza

especial” por Schneider fue un intento exitoso de

“salir a pelear la calle” a sus rivales. Si la Santa Fe

y la Quilmes podían elaborar y vender varias veces

más cantidad, él podría ganar un nicho en el merca-

do desarrollando una bebida todavía más excelente.

No sólo se trataba de mantener la calidad de su an-

terior experiencia al frente de la otra fábrica santa-

fesina, sino de superar ese horizonte recuperando

las cualidades de un producto típicamente alemán

dentro de la variedad de las rubias.

La cerveza especial requiere una selección de las me-

jores materias primas y determinadas variaciones en

los procesos de producción, que incluyen el control

constante de la fermentación. Con la diferencia de

temperaturas se puede variar toda la composición,

lo que ya suponía un cuidado particular en la elabo-

ración de la bebida común. Revuelta y Sniadowski

coinciden en destacar el papel de los operarios en

el control de los procesos. La cerveza embotellada

que se pasteurizaba requería incluso de un obrero

que atendiera constantemente la temperatura: veinte

minutos de calentamiento, un plazo igual a 62 gra-

dos centígrados y otro tanto para enfriarla, sin auto-

matización de los controles. Ese tipo de controles se

complejizaban y extremaban para la producción de

la cerveza especial.

Entre los papeles personales de Otto Schneider dis-

ponemos de una receta de cerveza mecanografiada y

escrita en alemán, que da la pauta de los cuidados en

la preparación del mosto y el uso de la levadura. Con

indicaciones muy específicas en lo que refiere a los

procesos de calentamiento y enfriamiento, el docu-

mento recomienda verificar paulatinamente el sabor

de las fermentaciones. Incluye precisiones que van

de la apertura de la lata de levadura hasta la progresi-

va adición de aguas y la constatación de los olores. La

secuencia de operaciones necesarias requiere ade-

más una maduración mayor que la cerveza común, y

en eso Revuelta destaca que la fábrica cumplió a ra-

jatabla los plazos indicados aunque estuvieran apre-

miados por los requerimientos de los distribuidores:

“nosotros jamás en la vida largamos una cerveza espe-

cial que no fuera especial”. Mientras que la práctica

totalidad de los cronistas y testimoniantes aluden a

la larga experiencia de Otto como maestro cervecero

al momento de referir a su cerveza especial, Revuelta

y Sniadowski también destacan el papel de Conrado

Flint –el técnico convocado por un Schneider ya ma-

yor de edad– en el control de los procesos producti-

vos de esa bebida.

La cerveza especial de Schneider salió a la ven-

ta en 1945 y llegó a ser muy destacada. Consti-

tuía una variedad que no era fabricada por su

competidora y recibió el nombre de “Reina de

las Cervezas” en la difusión publicitaria de la

firma. Con ese producto Otto consiguió una in-

serción en el ámbito porteño y bonaerense, que

había perseguido desde la década de 1920. “La

especial” se incluyó en los menús de los mejores

bares y restaurantes de la ciudad de Buenos Ai-

res, Mar del Plata, Bariloche y Córdoba y comen-

zó a exportarse a los países limítrofes; Rodolfo

Schneider llegaría a hacer envíos a los Estados

Unidos de América. En Santa Fe, su consumo se

instaló prontamente. Sin conocimiento de nin-

guna estadística y con el puro convencimiento de

su recuerdo, Mietek Sniadowski llega a afirmar

que era la de mayor venta en la ciudad porque el

91

agregado de mayor cantidad de lúpulo le daba un

sabor ligeramente más amargo que era preferido

por los consumidores.

Abad de Santillán, escribiendo en la década de

1960, llegó a ensalzar en su Gran Enciclopedia de

Santa Fe a la Cervecería Schneider identificándola

con la “calidad inalterable e insuperable de cerve-

za genuina” y volvió a repetir en la misma página

a propósito de “la especial” esa idea según la cual

no había en el país otra que se le comparara. Entre

quienes fueron empleados de la firma se menciona

con orgullo el ingreso de la cerveza santafesina a

otros mercados y la calidad de lo que producían:

“en todos los lugares fundamentales… iba la Schnei-

der”; “...nosotros tuvimos la mejor cerveza que hubo

en el país, en la República Argentina”. La “Reina de

las Cervezas” acentuó el prestigio de la cervecería

local y el reconocimiento que la figura de Otto Sch-

neider tenía en la ciudad.

92

Etiquetas a través del tiempo

92

93

Etiquetas a través del tiempo

93

94

95

EpílogoEl personaje, la marca, la sociedad

VICAPÍTULO VI

96

CAP VI Epílogo: El personaje, la marca, la cosciedad.

A diferencia de otros capitalistas emprendedores de la época o de su misma rama de la industria, no sólo fue conocido por su éxito en los negocios sino también por sus modos de relación con su medio social.

97

C omo en todo individuo singular, la vida

de Otto Schneider se presenta como el

lugar de condensación de diversas lí-

neas de interpretación. En un cruce de coordena-

das complejas como su identidad etno-nacional, su

cualificación profesional, su relación de clase social,

sus solidaridades familiares o masculinas, sus iden-

tificaciones religiosas y su cultura ampliamente eu-

ropea y a la vez profundamente alemana, podemos

pensar en las distintas facetas de su personalidad

en tanto expresión de sus lazos sociales y sus ins-

cripciones colectivas. Pero además y sin lugar a du-

das, para variados grupos sociales de Santa Fe “don

Otto” fue un personaje inolvidable.

En general se lo recuerda como alguien sumamen-

te eficiente pero muy poco dado a la vida mundana.

Las más de las veces serio, luego de la muerte de

su mujer con frecuencia solitario. Aunque no tene-

mos constancias de ello, a juzgar por su obituario

en el diario El Litoral viajó varias veces a Europa.

Parece ser que prefería ir regularmente a Puiggari,

en Entre Ríos, para pasar unos días de reposo en

la sede adventista. Sobre el final de su vida vivía

solo en su quinta, rodeado por cinco o seis hectá-

reas de frutales y plantíos, con la asistencia de dos

jardineros que trabajaban allí ocho horas diarias.

Le gustaba sentarse bajo su parra o pasear a pie;

criaba también animales como un ciervo, algu-

nos guasunchos y siempre varios perros. De ges-

tos adustos, era con frecuencia malhumorado y no

hacía muchos amigos. Achleitner recuerda que le

azuzaba los perros cuando él entraba en la quinta a

hurtarle unas mandarinas; Sniadowski y Revuelta

destacan su cara de pocos amigos cuando rondaba

las dependencias de la fábrica controlando a tra-

bajadores y técnicos. Inspiraba respeto, cuando no

temor. Se cuenta que cuando llamaba por teléfono

a uno de sus empleados, éste se sacaba la gorra al

momento de tomar el auricular.

Como hemos visto a lo largo de las páginas prece-

dentes mantuvo siempre una imagen de eficiencia

y sobriedad, preocupado por la corrección de su

desempeño y capaz de orientar sus acciones al ob-

jetivo propuesto. La noción de una dedicación com-

pleta a la labor profesional formaba parte principal

del imaginario de Schneider. Una ética del trabajo,

conducida a evitar el despilfarro y a invertir cons-

tantemente las ganancias acumuladas, que hubiera

hecho las delicias de un analista social como Max

Weber. Ese “espíritu del capitalismo moderno” que

Otto expresaba era entendido por sus empleados y

conocidos como un rasgo típicamente “alemán”. De

ahí también la constante referencia de varios testi-

moniantes respecto de su carácter hosco, cerrado,

acentuado por su pésimo castellano y su preferencia

por su idioma nativo. Ni siquiera compartía un ciga-

rrillo: no fumaba.

Pero la actividad lucrativa no era el horizonte absolu-

to de Schneider. Quizás había encontrado el modo de

reunir su concentración profesional y su dedicación

a la actividad económica con el placer de un con-

sumo. La cerveza era su excusa para una afabilidad

reconocida por todos y puntillosamente practicada

con sus connacionales. Unas frases de Eduardo Re-

vuelta alcanzan para ilustrar esta dimensión: “En el

City Bar había una heladera que era exclusivamente

de él. Por ahí venía el capitán de un barco alemán; él

le mandaba [a decir] allá que le invitaba, se instala-

ban en el sitio ponían un barril de 30 y empezaban a

charlar, y a darle, darle, llegaba el mediodía cortaban,

comían con vino, después seguían hasta terminar el

Los distintos cronistas y

comentaristas coinciden

en que el posicionamiento

nacional e incluso inter-

nacional de la Cervecería

Santa Fe hacia la década

de 1910, cuando Schneider

era su director técnico, fue

posible precisamente gra-

cias a la calidad del agua

empleada.

98

barril”. Se repiten en todos los testimonios referen-

cias a esa costumbre de acabar los barriles de una

sentada. Cuando no tenía acompañante Schneider

iba al “Recreo”, se hacía colocar un barrilito sobre la

mesa y lo terminaba en solitario. Y por supuesto, pa-

saba por las mesas para charlar con los parroquianos

que hablaban alemán o compartía la mesa familiar

con los Achleitner.

Esas veces el teutón hosco aparecía con rasgos ama-

bles; “era otra persona” según un testimoniante. El

momento culminante de esa tendencia llegaba con

regularidad. Casi diríamos, con puntualidad alemana.

El día 30 de junio de cada año se cerraban los ejerci-

cios de la Cervecería Schneider S. A. y en alguna fecha

inmediatamente posterior se realizaba la distribución

de las utilidades. Para algunos de los accionistas que

apenas tenían participación en la empresa la ocasión

no suponía más que la reunión con unos muy pocos

pesos, pero tanto para ellos como para los más gran-

des tenedores de acciones ameritaba una gran fiesta

costeada por la empresa para todas las familias. Y los

que durante todo el año lo habían visto pasar por las

instalaciones con un carácter hosco se encontraban

con un Schneider desconocido, que jugaba carreras de

embolsados con los chicos y participaba de la reunión

como el más alegre de todos.

A diferencia de otros capitalistas emprendedores

de la época o de su misma rama de la industria, no

sólo fue conocido por su éxito en los negocios sino

también por sus modos de relación con su medio so-

cial. Sumó profesionalidad, sentido comercial, iden-

tidad alemana y vínculos sociales locales. Alcanzó

reconocimiento como creador de cervezas de cali-

dad, pero además como representante de un modo

de sociabilidad. Schneider se construyó a sí mismo

como personaje y dejó una imagen que se proyecta

en la ciudad casi sesenta años después de su muer-

te. Innovando permanentemente y al mismo tiem-

po remitiéndose en forma constante a su tradición

alemana, consiguió asociar su nombre a la industria

cervecera argentina y darle un lugar especial en su

historia a una localidad provinciana como Santa Fe.

La “Reina de las Cervezas” fue uno de sus más lo-

grados aportes en la formación de la ciudad como

referencia nacional en la producción del ramo, en

una época en la cual el desarrollo industrial ya pasa-

ba por otros grandes centros como el Gran Buenos

Aires, Rosario y Córdoba.

La visión de muchos cronistas y testimoniantes es

entonces la de un personaje indisolublemente uni-

do a una bebida, que se complementa con la con-

cepción de un mundo de amistades y encuentros

en bares, restaurantes, patios cerveceros y reunio-

nes de vecinos en las mismas calles. Aunque sea

falsa la idea según la cual “todo tiempo pasado fue

mejor”, en las memorias colectivas santafesinas el

nombre de Schneider va asociado al imaginario de

una sociedad más integrada, unida por modos de

relación social más fraternos y con una promesa

de desarrollo económico regional. Los lisos com-

partidos parecen opacar las carencias de algunos

y las abundancias de otros. Los trabajos se evocan

como momentos saludables, en los que al menos ha-

bía trabajo, y las crisis financieras desaparecen en

un pasado nebuloso. Difuminando los conflictos de

esos momentos y capturando la visión de una época

con ciertos tintes idílicos, las tertulias en un bar o

en un recreo aparecen como representaciones pri-

vilegiadas de ese imaginario. Recuerdos que no ha-

blan en sí de lo que fue, sino de lo que se querría que

hubiera sido y de lo que se espera que sea.

La visión de muchos

cronistas y testimoniantes

es la de un personaje indi-

solublemente unido a una

bebida, que se complemen-

ta con la concepción de un

mundo de amistades y en-

cuentros en bares, restau-

rantes, patios cerveceros y

reuniones de vecinos en las

mismas calles.

99

Otto Schneider en los jardines de su quinta. Archivo de Celia Perino de Schneider.

99

100

1870 18801872 Nace Otto Eduard Moritz Schneider en la localidad de Osterode, Prusia Oriental, actual Polonia.

1890 19001904 Schneider trabaja en la empresa Danziger Aktien-Bierbrauerei Klein-Hammer” de la ciudad de Danzig (hoy Gdansk)

1906 En sus últimos meses en Europa, trabaja en la Rittergut und Brauerei Myslencinek. Llega a la Argentina y se instala en Buenos Aires trabajando en la Compañía Bieckert. Se traslada a la provincia de Santa Fe para desempeñarse como responsable técnico en la Cervecería San Carlos.

19101911 El 7 de octubre contrae matrimonio con Lilly Kunze, hija de inmigrantes europeos. Forma parte del grupo fundador de la Sociedad Anónima Fábrica de Cerveza y Hielo Santa Fe, desempeñándose

1912 Nace su único hijo Rodolfo Eberhardt Julio Scheider, el 13 de julio.

19201920 Schneider se afianza económica y socialmen-te en la ciudad de Santa Fe a partir de su crecimiento dentro de la Cervecería Santa Fe, y de numerosas operaciones inmobiliarias.

1930 Aparición del "liso".

Según la tradicion oral, en cada visita a la Chopería Alemana de Santa Fe, Schneider pedía cerveza servida en un vaso liso de capacidad menor que las jarras, que derivó en el nombre tan característico.

1931 Fallece su esposa Lilly

Kunze.Se constituye a

"Sociedad Anónima Cervecería Schneider Santa Fe".

19401945

Sale a la venta la Cerveza Especial Schneider, con pro-yección y reconocimien-to a nivel Nacional e incluso Internacional. Se la denominó "Reina de las Cervezas", y fue el producto que acentuó el prestigio de la cervecería local y el reconocimien-to de la figura de Otto en la ciudad.

Rodolfo, su hijo, asume un cargo gerencial en la empresa.

1950Otto Schneider fallece en la ciudad de Santa Fe a la edad de 78 años.

Se forma como maestro cervecero en la empresa familiar y en otras importantes cervecerías.Su familia se dedica a esta actividad.

Osterode era un asentamiento rodeado de aguas de gran calidad que lo convertía en un lugar ideal para el desarrollo de la producción de cerveza a gran escala. Cuando Otto llegue a Santa Fe, encontrará grandes similitudes, sobretodo en la calidad del agua, que determinarán su instalación definitiva en la ciudad.

Cronología

1932 Se construye el

edificio de la Cervecería Schneider en el norte de la ciudad, cerca a la ac-tual avenida Blas Parera.

1933

Se expide el primer barril de cerveza producido en la Cervecería Schneider.

Se crea el "Recreo Schneider" lugar que sintetizaba la visión de Otto sobre la cerveza, desde la producción, comercialización y hasta sugerencias de consumo.

Se registra el escudo con las letras SCH, que identificaría a su com-pañía durante varios años.

1930

100

101

1870 18801872 Nace Otto Eduard Moritz Schneider en la localidad de Osterode, Prusia Oriental, actual Polonia.

1890 19001904 Schneider trabaja en la empresa Danziger Aktien-Bierbrauerei Klein-Hammer” de la ciudad de Danzig (hoy Gdansk)

1906 En sus últimos meses en Europa, trabaja en la Rittergut und Brauerei Myslencinek. Llega a la Argentina y se instala en Buenos Aires trabajando en la Compañía Bieckert. Se traslada a la provincia de Santa Fe para desempeñarse como responsable técnico en la Cervecería San Carlos.

19101911 El 7 de octubre contrae matrimonio con Lilly Kunze, hija de inmigrantes europeos. Forma parte del grupo fundador de la Sociedad Anónima Fábrica de Cerveza y Hielo Santa Fe, desempeñándose

1912 Nace su único hijo Rodolfo Eberhardt Julio Scheider, el 13 de julio.

19201920 Schneider se afianza económica y socialmen-te en la ciudad de Santa Fe a partir de su crecimiento dentro de la Cervecería Santa Fe, y de numerosas operaciones inmobiliarias.

1930 Aparición del "liso".

Según la tradicion oral, en cada visita a la Chopería Alemana de Santa Fe, Schneider pedía cerveza servida en un vaso liso de capacidad menor que las jarras, que derivó en el nombre tan característico.

1931 Fallece su esposa Lilly

Kunze.Se constituye a

"Sociedad Anónima Cervecería Schneider Santa Fe".

19401945

Sale a la venta la Cerveza Especial Schneider, con pro-yección y reconocimien-to a nivel Nacional e incluso Internacional. Se la denominó "Reina de las Cervezas", y fue el producto que acentuó el prestigio de la cervecería local y el reconocimien-to de la figura de Otto en la ciudad.

Rodolfo, su hijo, asume un cargo gerencial en la empresa.

1950Otto Schneider fallece en la ciudad de Santa Fe a la edad de 78 años.

Se forma como maestro cervecero en la empresa familiar y en otras importantes cervecerías.Su familia se dedica a esta actividad.

Osterode era un asentamiento rodeado de aguas de gran calidad que lo convertía en un lugar ideal para el desarrollo de la producción de cerveza a gran escala. Cuando Otto llegue a Santa Fe, encontrará grandes similitudes, sobretodo en la calidad del agua, que determinarán su instalación definitiva en la ciudad.

Cronología

1932 Se construye el

edificio de la Cervecería Schneider en el norte de la ciudad, cerca a la ac-tual avenida Blas Parera.

1933

Se expide el primer barril de cerveza producido en la Cervecería Schneider.

Se crea el "Recreo Schneider" lugar que sintetizaba la visión de Otto sobre la cerveza, desde la producción, comercialización y hasta sugerencias de consumo.

Se registra el escudo con las letras SCH, que identificaría a su com-pañía durante varios años.

1930

101

102

103

Fotogalería La familia de Otto

VIICAPÍTULO VII

104

Retrato de Otto Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

105

Otto Schneider, de niño, junto a su familia. Archivo de Celia Perino de Schneider.

106

Otto Schneider en el jardín de su casa. Archivo de Celia Perino de Schneider.

107

Otto recorriendo el jardín de su casa, en el norte de la ciudad de Santa Fe. Archivo de Celia Perino de Schneider.

108

Otto Schneider en su escritorio de la Cervecería Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

109

Rodolfo Schneider y Lilly Kunze. Archivo de Celia Perino de Schneider.

110

Rodolfo Schneider, de pequeño. Archivo de Celia Perino de Schneider.

111

Rodolfo Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

112

Rodolfo Schneider y Celia Perino. Archivo de Celia Perino de Schneider.

113

Rodolfo Scheider con amigos. Archivo de Celia Perino de Schneider.

114

115

Fotogalería La cerveceríasde Otto

VIIICAPÍTULO VIII

116

Cervecería Santa Fe hacia principios de siglo. Archivo Cervecería Santa Fe.

117

Cervecería Santa Fe hacia principios de siglo. Archivo Cervecería Santa Fe.

118

La Cervecería Santa Fe en su estado original. Gentileza Gaspar Andruszczyszyn.

119

Cervecería Santa Fe hacia principios de siglo. Archivo Cervecería Santa Fe.

120

Depósito de barriles Cervecería Santa Fe hacia 1920. Archivo de Cervecería Santa Fe.

121

Construcción Cervecería Santa Fe. Fuente: Diario El Litoral.

122

Celebración en Cervecería Santa Fe año 1918. Carmelo Mazzarelo.

123

Celebración en Cervecería Santa Fe. Archivo Cervecería Santa Fe.

124

Camión de Cervecería Santa Fe en sus comienzos. Archivo Cervecería Santa Fe.

125

Stand de Cerveza Santa Fe en una celebración de la ciudad. Archivo Cervecería Santa Fe.

126

Camión de Cervecería Schneider en sus comienzos. Archivo de Celia Perino de Schneider.

127

Entrada a la fábrica Schneider poco antes de su inauguración. Fotografía de González Acha. Archivo de Celia Perino de Schneider.

128

Exportación de Cerveza Schneider. Archivo Cervecería Santa Fe.

129

Exportación de Cerveza Schneider. Archivo Cervecería Santa Fe.

130

Vista aérea de la Cervecería Schneider. Archivo Cervecería Santa Fe.

131

Camiones esperando cargar cerveza en Planta Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

132

Cocina de la Cervecería Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

133

Sala de fermentación de Cervecería Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

134

Laboratorio Cervecería Schnieder. Archivo de Celia Perino de Schneider.

135

Molinos de malta de Cervecería Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

136

Otto junto a la línea de barriles, probando la cerveza. Archivo de Celia Perino de Schneider.

137

Llenadora de botellas de Cervecería Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

138

139

CAPÍTULO IX

Fotogalería El Recreo SchneiderEl patio cervecerode Otto

IX

140

Otto acompañado en el Recreo Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

141

Reunión en el jardín del Recreo Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

142

Ingreso a la finca de Otto Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

143

Otto Scheider paseando por el jardín de su casa en el norte de la ciudad junto a un amigo. Archivo de Celia Perino de Schneider.

144

Otto, rodeado de familiares y amigos. Archivo de Celia Perino de Schneider.

145

Almuerzos en el Recreo Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

146

Almuerzos en el Recreo Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

147

Almuerzos en el Recreo Schneider. Archivo de Celia Perino de Schneider.

148

Almuerzos en el Recreo Schneider con Otto al frente de la mesa. Archivo de Celia Perino de Schneider.

149

Archivo de Celia Perino de Schneider. Almuerzos en el Recreo Schneider.

150

151

FUENTES PRIMARIAS:

Entrevistas, documentos e información reunidos

por Alicia Talsky, Luis María Calvo y Emilio Leiva

en ocasión de la creación del Museo de la Cervece-

ría Santa Fe, 2006-2007.

Repositorios:

- Archivo de la Cervecería Santa Fe.

- Archivo General de la Provincia de Santa Fe,

expedientes del Fondo de Ministerio de Gobierno,

Justicia y Culto.

- Archivo del Museo de la Ciudad de Santa Fe,

Municipalidad de Santa Fe

Diarios de la ciudad de Santa Fe,

distintas ediciones:

- Santa Fe

- El Orden

- El Litoral

Textos varios:

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1939 y 1940.

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ta Telefónica Argentina - E.M.T.A., febrero de 1948.

- Guía Oficial de Santa Fe, 2da. edición, 1933.

- Guidotti Villafañe, Eduardo, dtor., La Provincia

de Santa Fe en el Primer centenario de la Independen-

cia Argentina 1816-1916, Santa Fe, 1916.

Entrevistas a:

- Celia Perino de Schneider,

Paraná, 29 de abril de 2008.

- Eduardo Revuelta,

Santa Fe, 24 de junio de 2008.

- Mietek Sniadowski,

Santa Fe, 16 de julio de 2008.

- Máximo Achleitner,

Santa Fe, 22 de julio de 2008.

Testimonios de:

- Rosa Alemán de Páez de la Torre, correo electróni-

co, 5 de mayo de 2008.

- Jorge Reynoso Aldao, Santa Fe, junio de 2008.

- Huri, Alicia y Elsa Nigro, Santa Fe, junio de 2008.

Trabajo de campo:

- Relevamiento de los Barrios Schneider y Los Hor-

nos y visita a vecinos por Luisina Agostini y José

Larker, 15 de julio de 2008.

Referencias

152

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- http://www.ancestry.com –

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aspx - Here’s to Beer

- http://www.klausehm.de –

Klaus Ehm, historisches Verzeichnis…

- http://www.kruenitz1.uni-trier.de –

Oeconomische Encyclopädie online

- http://www.nonvaleur-shop.de –

Nonvaleur Shop - Historische Wertpapiere ...

- http://www.rzygacz.webd.pl –

Akademia Rzygaczy…

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Otto Schneider. Tradición alemana en Santa Fe,

cuna de la cultura cervecera argentina

se terminó de imprimir en Imprenta XXXXXXXXXXXXXXXX,

XXXXXXXXXXX 2463, XXXXXXXXXXXX,

Argentina, septiembre de 2010.

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