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102_________________ ___ _____________Perfiles de la cultura cubana / www.perfiles.icic.cult.cu
Artículo original • pp. 102-126 • RNPS: 2222 • ISSN: 2075-6038 • núm. 26 • enero-junio 2020
La rumba somos nosotros: retos y desafíos de
un ritmo musical bailable
We are the rumba: challenges of a danceable musical
rhythm
Recibido: 15 de enero de 2020
Aceptado: 18 de febrero de 2020
Autor(es): Lic. Elías Aseff*
Resumen: El texto propone un análisis de la resignificación de los
códigos musicales y danzarios de la rumba con el devenir del tiempo y
las condicionantes sociohistóricas del país. Además, explora su
interseccionalidad con otras variables y problemáticas sociales como la
industria turística, la gestión cultural de los espacios y proyectos
rumberos, la imagen del género en los imaginarios sociales, entre otros
aspectos. La investigación se vale de fuentes bibliográficas, pero
también del testimonio vivo de múltiples personas que han tenido
relación con la rumba desde muy diversos puntos.
Abstact: The text proposes an analysis of the resignification of the
musical and dance codes of the rumba with the evolution in time and
the sociohistorical conditions of the country. In addition, it explores its
intersectionality with other variables and social problems such as the
*Lic. Elías Aseff: Historiador. Universidad de La Habana. Promotor cultural, Callejón
de Hamel, Cuba.
La rumba somos nosotros: retos y desafíos de un ritmo musical bailable
OFICIOS / DOSSIER: MÚSICA Y DANZA EN LAS CIENCIAS SOCIALES
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tourism industry, the cultural management of spaces and rumberos
projects, the image of gender in social imaginaries, among other
aspects. The research uses bibliographic sources but also the living
testimony of multiple people who have had a relationship with the city
from many different points of view.
Palabas clave: rumba, música popular bailable, cultura popular,
gestión cultural
Keywords: rumba, popular dance music, popular culture, cultural
management
A mi amigo Fariñas,
hijo de Yemayá, rumbero mayor.
Con deseos de entablar conversación, se acerca un foráneo —cual
Marco Polo en son de conquista— para preguntarnos: «¿Dónde yo
poder bailar rumba? Yo querer sentir el tambor en un solar y bailar con
una mulata, como me enseñó mi profesora de baile allá en Alaska,
donde yo vivir». Quien escuche esas palabras en boca de un
veraneante no muy conocedor del castellano hablado en Cuba, con
seguridad le asaltará una interrogante: ¿Rumba en Alaska? para
terminar con la típica expresión cubana de asombro: «¡ñoooo!»
Pero aquí no para el cuento, cada semana soy testigo de cómo en
brazos y caderas japonesas, mexicanas, belgas, francesas, españolas
cobra vida un género musical bailable tan difícil (para mis dos pies
izquierdos) como la rumba. Algunos nunca logran sincronizar el ritmo
con los movimientos (pero obtienen un nuevo tipo de arte marcial); sin
embargo, otros muestran una excelente habilidad dancística, formada
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por el mejor de los maestros, para sorprender a los más connotados
coreógrafos y musicólogos cubanos.
Durante casi 20 años, he colaborado con el proyecto comunitario
«Callejón de Hamel», primer complejo de murales y esculturas en la
vía pública dedicado a las practicas simbólicas de las tradiciones de
antecedentes africanos;1 galería al aire libre donde se evocan aristas
importantes de la espiritualidad popular y se verifica la no conclusión
del complejo proceso transcultural, espacio identitario para compartir
símbolos utilizados por nuestra sociedad, o al menos, por parte de ella.
Es una plaza para la difusión de «nuestra africanía», y, sobre todo,
notoria es la peña dedicada a la rumba, género representativo de lo
«cubano» y emblema cultural de la nación, muy a pesar de la
invisibilidad, marginación u otras deformaciones de un imaginario
popular aportado por los negros (Zurbano, revista Temas, 2006, p.
111).
Todos los domingos, a partir de las once de la mañana, a la sombra de
los frescos de Salvador González Escalona, al pie de la sabiduría de los
refranes y frases matizados en las paredes que alternan con un calor
limítrofe con lo desesperante, se comienza a respirar un ambiente de
fiesta, testigo de un diálogo entre portadores de un legado cultural y
receptores (tanto nacionales como forasteros) ávidos de ese saber.
Se prepara el escenario, cadenas interrumpen el paso del transeúnte,
se colocan los instrumentos y se espera a las doce del día cuando el
maestro de ceremonias, luego de presentar la actividad y brindar
algunas advertencias para su buen funcionamiento, proporciona la voz
de apertura para percibir un buen rumbón interpretado por el grupo
anfitrión.
La afluencia de público no es nada desdeñable; acuden a esa
celebración personas de todos los barrios de La Habana, seguidores del
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género, curiosos, estudiantes, amas de casa, intelectuales, periodistas,
pintores, practicantes de las religiones de origen africano, bailarines de
variados estilos, empresarios, busca talentos, militantes del partido,
rastafaris aclimatados, policías, y, sobre todo, turistas atraídos por la
publicidad oficial o guiados por alguno de esos promotores culturales2
extraoficiales, practicantes, según ellos, del deporte nacional: la lucha,
«porque aquí hay que luchar para todo», me comenta Cesar,3 campeón
en esa modalidad.
Pero, al tañer los cueros, todo se transforma, todo se mezcla y hasta
los más atravesados mueven la cintura y observan con envidia y
admiración como los «mulatos y mulatas» (para no entrar en
problemas raciales sustituyo por mestizos y mestizas), describen
movimientos sensuales, capaces de retar los contornos más atrevidos
de las esculturas griegas.
Aquí podemos reafirmar cómo nuestra identidad nacional es diversa y
en esa plaza convergen los cambios, las alegrías, las negociaciones
sociales, los estereotipos y modelos culturales, se desempantana la
reflexión, se manifiestan las contradicciones subterráneas y afloran las
opiniones, que nos invitan a la observación de la problemática actual.
Las preguntas no se hacían esperar:
¿Por qué no se hace rumba en los solares,4 su escenario natural?
¿Dónde se puede escuchar actualmente?
¿Dónde se aprende a bailar?
¿Cómo se difunde?
¿De dónde salen tantos rumberos y cómo logran sobrevivir?
¿Es la rumba un negocio incluido en el mercado musical?
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¿Gracias al turismo es la inclusión actual de grupos rumberos en
lugares oficiales de recreación?
¿Cambió el estatus social de esos músicos antes marginados?
¿Es una alternativa para la economía particular de los cubanos?
Así me di a la tarea de investigar la opinión general sobre el tema,
aunque me buscara enemigos y sortear los obstáculos, condicionados
por el prejuicio todavía vigente en la conciencia histórica de los
pueblos, ¡Imagínese, yo, gordito blanquito, con espejuelos y de la
universidad!
Sin pretender adentrarme en el análisis de los estereotipos culturales
y del imaginario popular, daremos respuestas a esas incógnitas, y,
sobre todo, indagaremos sobre la salud de ese ritmo desde el punto de
vista de un promotor cultural interesado en la complejidad de una
expresión social aún considerada como «vulgar», «escandalosa» y
«atrasada».
Otra vez los conceptos, la historia y otros cuentos…
En su largo proceso evolutivo, la danza adquirió una nueva
connotación; la festiva, pues propiciaba el divertimento, el regocijo, y
llegó a alcanzar el rango de arte. (Caridad Santos y Nieves Armas
Danzas populares tradicionales cubanas, 2002, p. 7.)
La rumba, expresión colectiva en la cual la música y la danza están
estrechamente relacionadas, según Helio Orovio, en el Diccionario de
la música cubana (1981), «es un género cantable y bailable, nacido en
la vertiente afroespañola, con especial destaque del primer elemento.
Tuvo su origen en el contexto urbano, donde abunda la población negra
humilde (cuarterías y solares) y en el semirural, alrededor de los
ingenios azucareros. Se interpreta percutiendo tambores (tumba,
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llamador y quinto) o simplemente maderas (cajón de bacalao, cajitas
de velas), acompañados por claves y a veces cucharas. El aporte
africano se acentúa en lo rítmico. Carece de elementos rituales, es
música completamente profana» (Orovio, 1981, pp. 429-431).
Consta de tres variantes: el yambú, la columbia, y el guaguancó. Desde
sus orígenes, la rumba fue más que música, más que baile, toque y
canto; expresión del ser popular cubano, fiestas del desposeído, que
así lograban una identificación con su cultura original. Acto de
afirmación social de los sectores preteridos y vehículo para manifestar
su queja y su protesta frente a un medio hostil, al servicio de la
burguesía nativa y de la clase media llena de prejuicios: gesto definitivo
frente a los intereses extranjeros deformadores de nuestra
nacionalidad.5 Arte colectivo por naturaleza, constituye un complejo
que trasciende lo meramente musical y se convierte en instrumento de
diversión y recreación que con el tiempo fue nucleando a todo el pueblo
y derivando hacia un fenómeno de carácter nacional (Ibídem).
En las tres modalidades de la rumba se manifiesta la expresividad y el
regocijo que los bailadores le imprimen a la interpretación; aquí
prevalece el carácter erótico, el galanteo, la agilidad, cadencia de
movimientos; lo que, unido a una serie de fenómenos sociopsicológicos
(las razas, el género, el ritmo y la utilización del cuerpo para dialogar
con un Eros tropical), le impregnan al género variadas cualidades
seductoras en toda la extensión de la palabra, para convertirse en un
producto apreciable en un sector determinado del mercado musical
actual. Muy a pesar de todo eso, y de acuerdo con Robin D. Moore,
todavía hace veinte años era «… sorprendente lo poco que se ha escrito
acerca de la rumba a pesar del privilegiado lugar que ocupa dentro de
lo que se ha dado en conocer como la globalización de la cultura
marginal» (Moore, 1997, p. 211).
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Los textos de la rumba tratan una gran variedad de temas, modificados
en cuanto al contexto y el período sociohistórico, desde políticos que
denuncian actitudes discriminatorias, maltrato, simple alusión a lo
erótico con juegos de palabras («Mamá me la tranca»6), o repetición
de estribillos del momento tomados de otros géneros musicales (salsa,
reggaeton, rap).
Conceptuado como parte de nuestro folklore, muchos difieren y me
explican cómo la rumba no se ha quedado en sus orígenes, ha
evolucionado para intimar con transformaciones incluidas en la llamada
música mundial, y se ha integrado a los nuevos tiempos para facilitar
su desarrollo como manifestación musical y danzaria, aunque existen
«rumberas», como Miriam Morcilla7 (personaje popular en todos los
salones de baile capitalinos), que prefiere escuchar el ritmo puro
porque «ya tú no sabes lo que vas a bailar si un guaguancó o un
reggaeton con tambores».
No obstante, al sonar un buen rumbón, se brinda la posibilidad de
contacto, una interrelación de valores, tanto espontáneos como
premeditados, presencia de innovación, intercambios entre agentes
resultantes de mutaciones producidas en el nuevo contexto donde son
insertados: todo ello forma parte de un proceso en que se
intercambian, ¿se negocian?, símbolos identitarios.
Hace poco, Suaso8, que también toca cajón para muerto9, estaba
incómodo y “descargó” conmigo, porque no pudo ensayar en el solar
donde vive uno de los integrantes de su grupo. El presidente del Comité
de Defensa de la Revolución (CDR) no los dejó al no tener permiso.
«Nada —protestó— que en cualquier momento no se va a poder ni
tocar una lata y después dicen que quieren cultura».
Numerosos son los obstáculos a los que se enfrentan los artistas, pero
aun así los deseos de hacer no paran y siempre encuentran un motivo
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para seguir adelante; hay que estar cerca de ellos para darse cuenta
de cómo hasta en una barbacoa casi sin ventilación usted puede
encontrar una academia de baile, incluso con renombre internacional,
porque así empezó por ejemplo hace más de quince años, según radio
bemba,10 la famosa compañía danzaria de Narciso Medina.
Pero ahora volvamos a mi primera dirección: el escenario primigenio
de ese género y su problemática: el solar.
¿Qué pasa en los solares? ¿Por qué ya no se escucha
el repiquetear de los tambores allí como antaño?
«Baila tu rumba mulata
Y no la dejes de gozar
Porque en este solar
No vamos a parar».
Chicho11
Al querer investigar sobre los solares habaneros siempre me han
tildado de «loco», y con un gesto de desaprobación, me preguntan:
«¿por qué?».
En mi opinión, los solares devienen escenario ideal para realizar
terapias de choque y participación grupal. Vivir en uno de ellos podría
parecer una aventura al estilo de Indiana Jones en el templo de la
perdición. En ese espacio habitacional convergen disímiles animadores
de la actividad popular del país y deviene baúl de tradiciones y ocultas
formas de filosofía para enfrentar la travesía del tiempo.
Luego de un bosquejo metafórico sobre el tema, debemos decir que
los solares fueron una de las opciones en busca de cobija sencilla y
barata en la mitad del siglo XIX, cuando la urbanización habanera
avanzaba hacia nuevos terrenos; tras la construcción de los edificios
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principales en el perímetro, las grandes casonas espaciosas
comenzaron a seccionarse para reservar al menos una habitación a
personas de escasos ingresos. Luego se levantaron en sus interiores
locales destinados a baños, cocinas comunes y lavaderos, que muchas
veces se situaban en el centro del patio, en el traspatio o en el fondo
de las parcelas. Coincidente en el tiempo con las cuarterías, esa
variante nació con el traslado de los dueños de las grandes mansiones
a las nuevas urbanizaciones de la ciudad. Comunión de todas las clases
sociales, se convirtió en el sitio de abundante suciedad, contaminación
u otros males como la droga y la prostitución, pero también receptáculo
de expresiones populares, tanto artísticas como religiosas. No por
casualidad fueron ellos los escenarios naturales de la rumba, donde
convergían blancos y negros pobres, para distraerse del cansancio
diario.
Todavía en muchas casas se mantiene la costumbre de situar altares
en la sala, y en los solares se colocaban cerca de las puertas por
cuestiones de espacio.
En los finales de los años sesenta y principios de los setenta, se llevó
a cabo un plan de remodelación urbana, que llevaba implícito el
enriquecimiento de la calidad de vida y la elevación del capital cultural,
personal y colectivo. Muchos de esos «cementerios de ilusiones», como
los denominara Rolando Iglesias (santero habanero citado por
Menéndez, 2002, p. 73), dejarían de existir y serían sustituidos por
nuevos edificios de apartamentos, y como para muchos la rumba era
un rezago del pasado no recurrían a ella, ni a sus prácticas religiosas,
por miedo a no obtener un apartamento nuevo.
En una entrevista (12 de julio de 2005), Helio Orovio me hacía una
reseña histórica de los años sesenta y setenta, en que se trató de lograr
un hombre nuevo, sin huellas negativas del pasado, se priorizaron las
grandes tareas sociales como la zafra azucarera, la educación y la
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salud, mientras los cabarets, los clubes y los salones de baile eran
«satanizados» como elementos negativos que interferían con las metas
propuestas. Lo cierto es que la rumba no se escuchaba, mientras que
los músicos debían realizar otros menesteres para poder sobrevivir.
Rubén12, de setenta y seis años de edad, recuerda lo difícil que era
encontrar un lugar para escuchar rumba, y no solo eso, si querías estar
en un tambor era todavía peor; una vez estuvo en uno de ellos que se
dio sin permiso oficial, vino la policía y se llevó tambores «y hasta la
gente montá13 tuvieron que despertarse porque si no los llevaban para
la estación».
El Goyo, reconocido rumbero mayor, considera que lo del «permiso»
desalentaba a cualquiera, porque «había que pedirlo como seis meses
antes, y a veces no te lo daban, y en las casas de la cultura ni hablar
de eso, tenían miedo de que los negros rompieran los asientos o
robaran algo, porque tuve que aguantar varias veces a algunos
funcionarios decir que todos los rumberos eran ladrones y
problemáticos, gracias a Dios que no eran todos, pero ese era el criterio
subliminal de varias personas influyentes en el medio artístico».
Fariñas14 me explicaba cómo también la tecnología conspiraba contra
la diversión y me contaba cómo trataba de enseñarle a su nieto a tocar
los cajones, pero él no le hacía caso y se pasaba horas enteras con el
atari o frente al video hasta altas horas de la noche, nada —comenta—
«…hasta el reggeton atenta contra nuestro folklore…».
Gladis15 (la «campeona») me dice cómo han tomado los solares para
«peliculitas» y hasta organizan rumbas, «pero que va esas no son las
verdaderas, esas son plásticas y sin sabor. Nos llevan al mundo en esas
imágenes, pero no hacen nada para mejorar nuestras vidas».
Lázaro16 (el babalawo17) le echa la culpa al hecho de que muchos
músicos se han ido a vivir a otros lugares y ahora son el boom de la
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música cubana; muchos ya no viven aquí o no quieren saber del
«atraso» que para muchos significa un solar. Sin embargo, de esos
solares salieron muchísimas personalidades de nuestra cultura.
Hoy en día los solares no se han acabado y siguen enriqueciendo
nuestro entorno social con pintorescos personajes como en el pasado;
por consiguiente, se debe hacer y publicar un estudio sobre ellos para
conocer muchas historias útiles e interesantes que nos permitirán
pesquisar la génesis del eslabón más fuerte y a la vez el más débil de
la sociedad.
La lucha continuó…
«La rumba es tan cubana
como la palma, por eso
hay que defenderla».
Salvador González Escalona, creador del proyecto «Callejón de
Hamel»
Al decir de Rogelio Martínez Furé (2004, p. 142), en la actualidad la
rumba —en abstracto— sí se asume como uno de los símbolos de lo
nacional; pero la rumba —en concreto— la que se sigue tocando en los
solares, accesorias o en pequeños poblados rurales, no es asimilada
totalmente por muchos cubanos, quienes hasta continúan
rechazándola por considerarla «vulgar», cosa de negros.
A muchos prejuicios se enfrentaron personas sensibles al verdadero
legado cultural y lograron algunos cambios en la política cultural, y por
primera vez, en el año 1981, los días 14, 15 y 16 de noviembre se
celebró el primer encuentro teórico de rumba en Homenaje a Tío Tom
(rumbero de los de verdad) en Calzada y 8, donde se encuentra
actualmente la Casa de la Cultura del municipio de Plaza de la
Revolución. Gracias a la iniciativa de teóricos y rumberos como
Leonardo Acosta, Serafín Quiñones, «Tato», Rogelio Martínez Furé,
Helio Orovio y grupos rumberos como Muñequitos de Matanzas y
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cantantes como Carlos Embale, se discutió sobre ese género y su
futuro.
En conversación con Helio Orovio, me contaba cómo tuvo que
convencer a los trabajadores del lugar, pues ellos tenían miedo por el
comportamiento de los participantes no fueran a romper las sillas y los
cristales, pero aun así el evento se dio y una de las consecuencias
positivas fue la creación de los Sábados de la Rumba, en la sede del
Conjunto Folklórico Nacional de Cuba.
Esa emblemática compañía se fundó el 7 de mayo de 1962, con el fin
de contribuir al renacimiento de la cultura popular en nuestro país, y
ha ayudado a que nuestro pueblo sea más consciente de su rico
patrimonio nacional, que antes de la revolución era apenas conocido y
valorado y mucho menos comprendido en su plenitud y diversidad. El
Conjunto Folklórico Nacional de Cuba no hace folklore, sino
proyecciones teatrales danzarias de inspiración folklórica; el folklore
solo lo crea el pueblo, es anónimo colectivo, espontáneo.
No obstante a la función «clave» desempeñada por esa prestigiosa
institución, no existían lugares para escuchar a los rumberos fuera de
ese entorno o solo en algunos solares donde se burlaban de todo
reglamento oficial y se sentían los tambores, las cajas y los cajones al
compás de vasos de ron y movimientos pélvicos desenfrenados; y si
algún efímero extranjero pasaba por ahí, quedaba «embrujado» con
esa erótica cubanidad.
Según Rogelio Martínez Furé (ibídem), hablar de rumba es hablar de
esa manifestación netamente popular, la que se toca con cajones o
tambores en solares y accesorias; otra cosa son apropiaciones o
adaptaciones hechas por la clase media o alta.
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Quien no quiere caldo, dos… ¡Y llegó don turismo!
«El patrimonio cultural, por sí mismo, no tiene que ser un producto
turístico. Necesita trabajarse para atender la demanda real y
potencial de la actividad turística, dejando de ser un mero recurso
para convertirse en un factor de atracción, por su autenticidad e
importancia histórica, por su contexto y su propia valoración en una
comunidad determinada».
Equipo de Turismo Cultural, Buenos Aires, Revista Temas, no. 43,
2005, p. 9.
«¿Ven acá, "blanquito", desde cuando tú eres rumbero? No y hasta
tienes estudiantes japoneses, no, yo te digo a ti (…) que se verán
horrores (…)». Amada18 me descubría así en los años 2000, domingo
tras domingo, a los integrantes de la cadena de profesionales al
servicio del mundo espiritual cubano, que ganaban cuantiosos recursos
económicos con la «explotación» del patrimonio popular tradicional y
devinieron “(…) depredadores, de los cuales se debe proteger a la
cultura popular tradicional porque en verdad están minando el veneno
fundamental de nuestra identidad como nación”, advertía Martínez
Furé (2004, p. 160).
A partir de 1990, el país tuvo que enfrentar una grave crisis económica
tras la caída del campo socialista, cesaron los intercambios económicos
privilegiados con el bloque socialista este-europeo y el estado cubano
decretó el «estado de urgencia o Período Especial en tiempos de paz».
El Comité Central del Partido Comunista adoptó nuevas medidas para
paliar la crisis y recurrir a «males necesarios» como la industria
turística, convertida en motor del desarrollo económico del país.
El turismo —en cuanto fenómeno complejo con secuelas sociopolíticas
también complejas— no puede dejarse en las manos de improvisados,
y muchas veces eso es lo que sucede, sobre todo cuando un producto
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contiene elementos atrayentes y se convierte en un valor de cambio
utilizable para la especulación o la «solución de problemas» para la
economía individual.
Con apoyo en diferentes opiniones, la rumba posee elementos muy
convincentes para convertirse en un elemento económicamente
intercambiable, por contener en sí el «mito de lo cubano» y, sobre
todo, esa cadencia erótica compatible con el Eros tropical,
especialmente llamativo en las pieles mestizas engrasadas con sangre
africana.
Además de la influencia formal sobre otros ritmos (salsa y son), la
rumba se inserta en una sonoridad diferente, con la savia de la
angustia sufrida por una raza discriminada, pero a la vez con el deseo
de vivir el momento inmerso en la música interior de una fe
insoslayable en su imaginario religioso.
«…Yo querer aprender bailar rumba», era la expresión escuchada a
diario y enseguida se me acercaba alguien para decirme: «…oye,
preséntame al extranjero y yo lo enseño, después te doy tu por
ciento…». Eso me hizo pensar cómo la rumba se convierte poco a poco
en un medio de supervivencia de los cubanos y una opción más de la
economía particular del cubano, en otra forma de «lucha».19
Orestes20 me cuenta cómo su primo lo metió en el negocio:
Él era bailarín de un grupo folklórico y siempre estaba en todos los lugares
donde se bailaba, le ponía el ojo a alguien y trataba de captar su atención
con sus movimientos, luego se le acercaba, daba su tarjeta y ofrecía los
mejores precios, si caía con una amiga o amigo él me llamaba para
compartir las clases, y aunque yo no era un experto, con mis pocos pasitos
era rey al lado de ellos y así me ganaba mis pesos que no eran pocos, hasta
dejé mi trabajo y a eso me dedico.
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Panos, un turista griego, me pidió por favor que le presentara a mi
amiga Idalmis21, bailarina de un grupo, para tomar lecciones (según
él), y al cabo del tiempo los veo juntos con un niño y sin saber bailar.
Raúl22, un «blanquito» sin ritmo, ha fundado una academia de rumba
en Japón cuya prueba final es bailar en el Callejón de Hamel con los
bailarines de la calle. Todos comentan la mala calidad de sus
estudiantes, «pero, claro», me dice Ulises23, «Raúl nunca fue
rumbero».
Orlando24, exbailarín del Conjunto Folklórico, se siente muy disgustado
por el hecho de que muchos muchachos jóvenes piensan que con dos
pasos aprendidos ya pueden comerse el mundo y autotitularse
«profesores», «pero eso no es así, por eso pasan bochornos cuando se
encuentran con bailarines extranjeros con mejor preparación».
Con las clases de percusión sucede otro tanto, Cesar tiene hasta grupos
«recomendados», que vienen a pasar cursos; incluso una agencia se
los trae directamente a él, porque es más barato y tiene un local
bastante grande, pero lo curioso es cómo Cesar aprende el día antes
la lección del día siguiente con un amigo y si alguien se adelanta
mucho, contrata a otro para seguir adelante.
Esos son algunos ejemplos de cómo la rumba reporta y sigue
reportando beneficios para la economía particular de muchos cubanos,
pero no es, por supuesto, la única variante.
En los mercados oficiales de venta de compactos se dificulta obtener
uno de rumba y mucho menos de la más contemporánea, por eso
vender discos quemados ha contribuido al financiamiento de grupos
que no reciben otro estímulo por sus presentaciones, ya que es muy
difícil encontrar una empresa que los represente; de ahí, que haya
pocos espacios, los cuales están ocupados por agrupaciones de mayor
difusión.
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Esos discos se venden como «pan caliente» y así uno puede vivir,
porque, «a decir verdad, con los tambores no se gana nada», comenta
Ulises (percusionista aficionado). A veces, la calidad no es la mejor y
se vende el mismo disco con diferente carátula, pero los turistas lo
agradecen, porque en su país no se ve nada así.
De acuerdo con Martínez Furé, «…se ha caído en una imagen
desagradable y poco grata de nuestro patrimonio cultural, se está
esparciendo un deprimente pseudo-folklorismo, en una moda con la
que se divulga una visión deformada de las tradiciones creadas por el
pueblo» (2004, p. 157).
¿Dónde voy a bailar?
«Nuestra cubanía es como un río de aguas siempre renovadas,
que al final desemboca en el océano de la humanidad».
Rogelio Martínez Furé (2004, p. 177):
En 1998, Liza Maya Knauer se sorprendía al sentir rumba en todas
partes, luego de un silencio prolongado, solo roto en los medios de
difusión por alguna presentación de Los Papines, Los Muñequitos de
Matanzas, Celeste Mendoza o Carlos Embale.
Hoy en día, el Conjunto Folklórico patrocina cursos de música y baile
para extranjeros con precios que ningún cubano se podría permitir. En
las presentaciones y talleres se venden discos, camisetas y otras
mercancías. En los hoteles se incluyeron espectáculos afrocubanos, así
como en cabaret, discotecas, la Uneac, teatros, entre otros.
¿Crees que la «invasión turística» le brindó oportunidades para mayor
promoción y a su vez elevó su entrada económica? Al formular esa
interrogante y recibir mensajes subliminales de no preguntes tanto mi
hermano, todos coincidieron en que dicho fenómeno, sí, influyó en el
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estatus socioeconómico, del cual disfrutan muchos participantes de la
cadena de profesionales al servicio del mundo espiritual del cubano.
«¡Oye! Aquí nadie quería poner a los morenos a tocar porque nos
asociaban con violencia, problemas, navajas y brujerías, pero ahora
después que saben del gusto de los giles por la sangre africana hay
bastantes lugares, pero no te creas cosas, porque en la gran mayoría
para entrar y escuchar a la gente de mi barrio hay que pagar en fula
mi hermano… y eso no es fácil. Si sacas bien la cuenta, pagar 5, 20 o
un peso convertible es un porciento considerable del salario mínimo de
un cubano, así que no es tan barato». Miriam Morcilla (mi termómetro
rumbero) hace poco se enfureció por tener que pagar 20 pesos
(moneda nacional) para poder entrar en la Asociación Yoruba a
escuchar al grupo Los Ibellis, ella claro se fue muy insultada.
Al pedir opiniones acerca de los lugares donde se oferta o se ofertaba
hace poco la rumba como principal atractivo, tuvimos las siguientes:
El Conjunto Folklórico ha perdido mucha calidad y se ha
convertido en un show para turistas.
Noveno piso del Teatro Nacional, buen lugar, pero fuera de
contexto y caro, muy caro.
Peña del Ambia en la sede de la Uneac; rumba de élite, rumba
para blanquitos con alma marginal y negros con espíritu
intelectual.
Las Vegas, El Karachi y las Casas de la Música, carísimos tanto
para nacionales como para algunos turistas, trabajadores que
persiguen la música cubana, pero a veces se les dificulta asistir
a esos lugares y no tienen otra opción.
Peñas mensuales en las casas de cultura y otros lugares, buenas,
sobre todo para la población, pero con muy poca frecuencia.
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Al recoger opiniones sobre el Callejón de Hamel, los extranjeros me
explican que primero les da la impresión de algo turístico, pero cuando
ven a gran cantidad de cubanos que bailan sin «tapujos», pocos
foráneos aguantan el calor del mediodía y me dicen que les encantó.
De todas formas, es el único lugar gratis para todo el mundo. Esos
espacios donde se intercambian experiencias culturales han abonado
un terreno en el cual se esclarecen vacíos identitarios y se difunde ese
género, generoso, erótico y filosófico-subterráneo.
¿Cómo me entero?
Venga sin apuros a guarachar
Con el tren de la rumba sin fronteras.
(Volante informativo del grupo de rumba Clave y Guaguancó)
Para enterarse de los espectáculos de rumba tienes que pasar un curso
de Aladino y luego preguntarle tres veces a la lámpara maravillosa. La
difusión es casi nula, la más eficaz es «radio bemba» y el «tú a tú»,
aunque los grupos de más solvencia económica mandan a imprimir
propagandas que luego reparten en lugares estratégicos de la capital.
La revista de información turística registra pocos lugares y es muy
complicado obtenerla.
Por la radio se ha realizado un trabajo mejor y existe un espacio en
Radio Ciudad de la Habana llamado «Después del Callejón», porque
empieza exactamente después de terminada la actividad en el Callejón
de Hamel, donde se difunde lo último que suena de rumba y te brinda
información sobre el tema.
Pero lo más eficaz es la difusión por conveniencia y consiste en que,
luego de cada actividad, los cubanos se acercan a los extranjeros y les
dan una serie de opciones para seguir «guaracheando» con la condición
de obtener ellos la entrada gratis.
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Aunque últimamente esa situación está mejorando, pienso que todavía
queda mucho por corregir. Al discutir con mis amigos sobre el tema
que nos ocupa siempre aludo a la celebración del Primer Festival
Internacional de Rumba en la carpenteriana Ciudad de las Columnas.
¡Imagínese la importancia de ese evento!, y solo el periodista Pedro de
la Hoz publicó un pequeño escrito sobre el cónclave en el diario
Juventud Rebelde, mientras el Festival La Huella de España tiene hasta
spots televisivos todos los años; eso para no hablar del ballet clásico.
Varios pensamos que tan importante es uno como el otro.
En el caso de los eventos teóricos, acerca del tema todo se queda a
escala institucional y no se le da la importancia requerida, por falta de
información y de una correcta difusión.
Como nota curiosa, y algo positivo, había recibido información sobre el
Primer Concurso de Composición del Complejo Rumba que debía
celebrarse en el mes de julio de 2006, en la sede de la Uneac. Un
«vencimiento de talanqueras» (obstáculos) como dijera mi abuelo,
pero lo preocupante era que estábamos en el 2006. Pensé en lo tarde
que llegó y esperé más continuidad, porque del Festival Internacional
de la Rumba no se ha escuchado nada más.
La rumba, los rumberos, el cambio…
La dinámica de la vida social y su participación activa en ella
condicionan el establecimiento de vínculos con otros sistemas de
regulaciones socionormativas e informacionales que condicionan
cambios en las conductas y (en la) proyección social de los sujetos.
Lázara Menéndez (2001, p. 20)
Es una nueva era, se respira un nuevo aire entre los rumberos, todo
va cambiando y la rumba no está ajena a ese cambio, se observa en
la transformación social «el verlos comportarse normalmente y hasta
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se les admira», la conducta psicosocial es diferente, y de tamboreros
provenientes de los solares han alcanzado una imagen internacional
favorable.
Gladis, rumbera hasta la muerte, prefiere a los rumberos de antes.
Según ella, «eran menos arrogantes, porque el dinero muchas veces
corrompe y ya se sienten superiores, se compran ropa nueva, quieren
imitar a los extranjeros del Bronx, y en vez de ponerse un pulóver con
la bandera cubana, muestran uno con la americana».
Numerosos músicos que vivían en solares ahora residen en buenas
casas en el Vedado —comenta Miriam Morcilla—, y aquí no regresan ni
de visita, se acostumbraron al dinero y a sus viajes, se olvidan de sus
raíces y cuidado con decirles negros. «Ahora todo el mundo quiere ser
rumbero para ver si agarra un viajecito y salir del atraso, pero ellos no
saben que el zumo de la savia cubana está aquí, aunque la mezclen
con jazz o reggaetón».
Al charlar con un amigo, escritor y crítico, me advirtió de la dinámica
de los procesos sociales, y por supuesto, la rumba no está exenta de
cambios y de influencias. La rumba forma parte de la globalización de
la música cubana y también es un artículo de compra y venta en la
industria musical internacional. Los rumberos necesitan una seguridad
financiera y una promoción para su producto; entre otras razones eso
ha influido en el cambio de muchos conceptos, antes inviolables, hoy
con una necesidad de «conversión» en sonoridades comercializables.
Un ejemplo de ello es una nueva forma de interpretar ese género,
conocida como «guarapachangueo», según refiere Diosdado, director
de Los Muñequitos de Matanzas. Todos los grupos hoy lo tocan
brindando una sonoridad más cerca de lo popular y vendible.
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Pancho Quinto, quien hoy no está entre nosotros, grabó un disco con
una compañía japonesa y mezcló la base tradicional de la rumba con
armonías diversas, pero con éxito arrollador.
El CD La Rumba soy yo, ganador de un premio Grammy, no era
precisamente de rumba tradicional en su totalidad, sino que la
combinaron con otros géneros, con una venta increíble.
En fin, se abren nuevos horizontes y se afirma la salida de la rumba de
la clasificación de folklore.
El gato tiene cuatro patas, pero toma un solo camino
Lo importante es actuar y que el público baile,
pero más importante es que ese público sepa (…) lo que baila.
William (productor musical)
La influencia de la música mundial crece cada día, y produce más
adeptos, sobre todo en los jóvenes, quienes —en número
considerable— enajenan los ritmos nacionales para asimilarla y crearse
un submundo extranjerizante.
Contra esa consecuencia de la cultura globalizada hay que diseñar
estudios sobre nuestra identidad e idiosincrasia. También darnos
cuenta de cómo los depredadores del patrimonio popular se pueden
eliminar con una política inteligente, dirigida a enseñar no solo a las
nuevas generaciones, sino también al pueblo en general, sobre la
necesidad de erradicar los tabúes y las discriminaciones que separan a
las naciones.
No piensen que este trabajo es un alegato para erradicar errores y
proponer las mismas soluciones que están escritas, es un llamamiento
a los teóricos y a los ejecutantes de la cultura con raíces africanas para
que investiguen sobre temas de los cuales no se ha escrito por temor
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a prohibiciones y a remover el fuego, pero si se quiere conocer la
cultura mundial, primero debe conocerse lo nuestro, saborearlo y luego
destapar una botella de otro vino, que a lo mejor también es amargo,
pero no es el nuestro.
Pero ahora me voy, que Roberto, de Chipre, me está esperando para
impartirle clases de rumba. Nada, hay que estar en todo. ¿Rumba en
Chipre?
Bibliografía
Argyriadis Kali: «El desarrollo del turismo religioso en Cuba y la
acusación de mercantilismo», Desacatos (México) no. 18, mayo-
agosto, pp. 29-52, 2005.
Equipo de Turismo Cultural: «El turismo: espacio de diálogo
intercultural», revista Temas, no. 43, julio-septiembre, pp. 4-12.
Martínez Furé Rogelio: Briznas de la memoria, Editorial Letras
Cubanas, 2004.
Menéndez Lázara: «Un cake para Obatala», revista Jiribilla, 14 de julio,
2001.
Menéndez Lázara: Rodar el coco, Editorial Ciencias Sociales, Ciudad de
la Habana, 2002.
Orovio, Helio: Diccionario de la música cubana, Editorial Letras
Cubanas, Ciudad de la Habana, 1981.
Santos Gracia Caridad, Nieves de Armas Rigal: Danzas populares
tradicionales cubanas, Centro de Investigación y Desarrollo de la
Cultura Cubana Juan Marinello, 2002.
Zurbano Roberto: «El triángulo invisible del siglo XX cubano: raza,
literatura y nación», revista Temas, no. 46, abril-junio, pp. 23-
111, 2006.
Notas
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1 Este proyecto se generó en 1990 con la iniciativa del artista de la
plástica caribeña Salvador González Escalona en el Callejón de Hamel,
enclavado en el barrio de Cayo Hueso en Ciudad de la Habana.
2 En Cuba para obtener la categoría de promotor cultural oficial, se
debe seguir un curso de tres a seis meses con su debida certificación,
otorgada por el Ministerio de Cultura.
3 Hombre de 40 años, asiduo a las peñas de rumba, dedicado desde
hace más de 20 años al jineterismo cultural, principalmente como
profesor de percusión y guía turístico extraoficial. En varias ocasiones,
su mediación ha posibilitado intercambios internacionales para el
Callejón de Hamel y otros proyectos comunitarios habaneros.
4 Tipo de vivienda utilizada en Cuba descrita más adelante.
5 Esta última dimensión se desarrolló a partir de los años veinte, en el
marco del movimiento afrocubanista.
6 Estribillo de una canción de la Conga Santiaguera, de doble sentido.
7 Personaje real del barrio de Cayo Hueso de 57 años, la consideran
promotora cultural natural, no ha pasado curso alguno, pero no hay
quien le haga un cuento sobre rumba y mucho menos de los rumberos,
ha sido fuente de inspiración de fotógrafos y escritores por su gracia
espontánea, todo el mundo la conoce, en el medio que se desenvuelve.
8 Rumbero de 53 años de formación autodidacta, fundador del grupo
Iroso Obba, actual anfitrión de la peña del Callejón de Hamel.
9 Celebración realizada en honor a los espíritus donde se tocan
instrumentos realizados en madera llamados cajones.
10 Circulación de informaciones de boca en boca. Bemba significa boca
en el habla popular cubano.
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11 Uno de los rumberos asiduos al Callejón de Hamel, de 35 años en
el 2005. Este año, cuando me oyó hablar sobre los solares y las
mulatas, compuso esa estrofa.
12 Hombre muy callado de 76 años con una gran experiencia en cuanto
al barrio y gusta de las fiestas de rumba, las cuales extraña en
demasía.
13 Montada, es decir posesionada por una divinidad o un espíritu.
14 Un Rumbero de marca mayor, de 79 años, hijo de Yemayá,
excelente intérprete de la música afrocubana, ha pertenecido a las
mejores agrupaciones del género en el país.
15 Conocida como “La Campeona”, de 75 años, asidua a las peñas de
música popular, ortodoxa en sus gustos y le gusta las melodías de
antaño.
16 Rumbero aficionado, de 45 años, tocador de tambores.
17 Sacerdote del culto de Ifá, cuya especialidad es la adivinación.
18 Cantante de rumba de hoy 40 años, aficionada que ha pertenecido
a varias agrupaciones; era asidua al Callejón de Hamel
19 Junto con otros productos culturales convertidos en bienes de
consumo como son, por ejemplo, la salsa, el son, la religión
afrocubana.
20 Experto en captar la atención de extranjero para después cobrarles
las clases de baile y música, alrededor de los 35 años
21 Bailarina aficionada de 33 años en el momento del encuentro, ya
no baila.
22 Joven de 20 años cuando se fue a Japón con su esposa y la primera
vez que vino a Cuba aprendió a bailar rumba para empezar a dar clases
en su país de residencia. Hoy tiene 39 años.
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23 Rumbero de 43 años tocador de cajón para muerto, de formación
autodidacta con gran carisma en los 2000 para vender discos de su
agrupación Iroso Obba.
24 Cerca de los 70 años, Orlando está catalogado como uno de los
mejores bailarines de rumba, “ya no hay quien baile como él”, dicen
algunos. Fue miembro del Conjunto Folklórico Nacional, y ha
pertenecido a las mejores agrupaciones del género.