172
LA GUERRA DE JUGURTA CAYO SALUSTIO

La guerra de Jugurta - Dominio Público Salustio... · LA GUERRA DE JUGURTA 3 PRÓLOGO Mi intento en esta traducción es que puedan los españoles, sin el socorro de la lengua latina,

  • Upload
    dothu

  • View
    215

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

L A G U E R R A D EJ U G U R T A

C A Y O S A L U S T I O

L A G U E R R A D E J U G U R T A

3

PRÓLOGO

Mi intento en esta traducción es que puedan losespañoles, sin el socorro de la lengua latina, leer yentender sin tropiezo las obras de Cayo SalustioCrispo. Su hermosura, su gracia y perfección handado en todos tiempos que admirar a los sabios, loscuales a una voz le han declarado por el príncipe delos historiadores romanos. Ninguno de ellos es tangrave y sublime en las sentencias: tan noble, tan nu-meroso, tan breve y, al mismo tiempo, tan claro enla expresión. En él tienen las palabras todo el vigory fuerza que se les puede dar, y en su boca pareceque significan más que en la de otros escritores: tanjusta es la colocación y tan propio el uso que hacede ellas. Aun por esto, son casi inimitables sus pri-mores, y no es menos difícil conservarlos en unatraducción. Pero si en algún idioma puede hacerse,

C A Y O S A L U S T I O

4

es en el español. A la verdad nuestra lengua, por sugravedad y nervio, es capaz de explicar con decoroy energía los más grandes pensamientos. Es rica,armoniosa y dulce; se acomoda sin violencia al girode frases y palabras de la latina; admite su brevedady concisión, y se acerca más a ella que otra alguna delas vulgares. Bien conocieron esto los sabios ex-tranjeros que juzgaron desapasionadamente; y aunhubo entre ellos quien la vindicó de cierta hincha-zón y fasto, que algunos le han querido injustamenteatribuir. Por otra parte, los genios españoles amande suyo lo sublime y no se contentan con la media-nía, y así nuestros escritores de mayor crédito sepropusieron imitar a Salustio, con preferencia a Cé-sar, Nepote, Livio y demás historiadores latinos;como se echa de ver en don Diego de Mendoza,Juan de Mariana, don Carlos Coloma, don AntonioSolís y otros. Pedro Chacón y Jerónimo Zurita leilustraron con eruditas notas. Y cuando todavía losgriegos no habían renovado en el Occidente el buengusto de la literatura, ya entre nosotros Vasco deGuzmán, a ruego del célebre Fernán Pérez de Guz-mán, señor de Batres, había hecho la traducciónespañola de este autor, que se halla manuscrita en laReal Biblioteca de El Escorial, obra verdaderamente

L A G U E R R A D E J U G U R T A

5

grande para aquellos tiempos y de que no tuvo noti-cia don Nicolás Antonio. De ella desciende la queen el año 1529 publicó el maestro Francisco Vidal yNoya, el cual, especialmente en el Jugurta, apenashizo otra cosa que copiar a este autor, aunque no lenombra. Otra hizo Manuel Sueiro, que se imprimióen Amberes en el año 1615. Y es bien de notar laestimación con que se recibieron en España estastraducciones, pues la del maestro Vidal y Noya, obien se llame de Vasco de Guzmán, se imprimiótres veces en poco más de treinta años. La desgraciaes que ninguna de ellas se hiciese en el tiempo enque floreció más nuestra literatura y en que, por lamisma razón, se cultivó también la lengua con ma-yor cuidado. Realmente todas desmerecen cotejadascon el original y distan mucho de aquel decir ner-vioso y preciso que caracteriza al autor. Esto me hamovido a emprender de nuevo el mismo trabajo, y aexperimentar si podría hacerse una traducción másdigna de la lengua española y que se acercase más ala grandeza del escritor romano. Para ello, en cuantoal estilo y frases, me he propuesto seguir las huellasde nuestros escritores del siglo XVI, reconocidosgeneralmente por maestros de la lengua; y evitar conla atención posible las expresiones y vocablos de

C A Y O S A L U S T I O

6

otros idiomas, que muchos usan sin necesidad, nodebiendo esto hacerse sino cuando en español no sehalla su equivalente, o no puede explicarse con pro-piedad y energía lo que se intenta declarar. Tal vezporque huyo este escollo, habrá quien diga que doyen el opuesto, y que en mi traducción uso afectada-mente de alguna voz española ya anticuada. Si secreyese afectación, la misma notaron muchos enSalustio respecto de las voces latinas. Y ojalá quecon esto abriera yo camino a nuestros escritores,amantes de la riqueza y propiedad de su lengua, paraque hiciesen lo mismo y poco a poco le restituyesenaquella su nobleza y majestad que tuvo en sus mejo-res tiempos. No puede verse sin dolor que se dejencada día de usar en España muchas palabras pro-pias, enérgicas, sonoras y de una gravedad in-imitable, y que se admitan en su lugar otras, que nipor su origen, ni por la analogía, ni por la fuerza, nipor el sonido, ni por el número son recomendables,ni tienen más gracia que la novedad.

Para mayor exactitud en la traducción, he procu-rado seguir, no sólo la letra, sino también el ordende las palabras y la economía y distribución de losperíodos, dividiéndolos, como Salustio los divide,en cuanto lo permite el sentido de la oración y el

L A G U E R R A D E J U G U R T A

7

genio del idioma. De suerte que en muchos de ellos,si se cotejan, se hallará la misma estructura y losmismos apoyos y descansos con que se sostiene ysuaviza la pronunciación

DE LA VIDA Y PRINCIPALES ESCRITOSDE SALUSTIO(86-35 a. de J. C.)

A Cayo Salustio Crispo hicieron famoso su viday sus escritos. La memoria de éstos durará cuantodurare el aprecio de las letras. Aquélla debiera pa-sarse en silencio y aun sepultarse en el olvido. Diré,sin embargo, brevemente que nació en el año 668, oen el 669 de Roma, en Amiterno, pueblo de los sa-binos, en el mismo confín del Abruzo, no lejos de laciudad de la Aquila, la cual, según Celario afirma, seengrandeció con sus ruinas. Fue de familia ilustre.De pequeño se aplicó a las letras, y trasladado aRoma y a los negocios del foro, se dejó arrastrar dela ambición, vicio que no se avergüenza de confesar,o porque era general o porque, según frase del mis-mo, se acerca más a la virtud. De edad de treinta ycuatro años, en el de 702 de Roma, obtuvo el tribu-nado de la plebe. En esta magistratura se hubo muy

C A Y O S A L U S T I O

8

mal; y en él y en los dos siguientes años dio motivoa que se le echase con ignominia del Senado. Favo-recióle Julio César y le restituyó a su lugar y digni-dad, honrándole después con la cuestura y pretura yúltimamente, por los años 707 de Roma, con el go-bierno de la Numidia, en cuyo empleo acabó dedarse a conocer saqueando la provincia. Fastidiadode los negocios, quizá porque no le salían a su gus-to, se resolvió a vivir privadamente el resto de suvida. Murió de cincuenta años (no de setenta, comoJuan Clere afirma) si es cierto lo que también esteautor, siguiendo la común opinión, dice que nacióen el año 669 de Roma, en el tercer consulado deLucio Cornelio Cina y Cneo Papirio Carbón, y quemurió en el de 719, siendo cónsules Sexto Pompeyoy Sexto (o Lucio) Cornificio, cuatro años antes de labatalla Acciaca.

En cuanto a sus obras hay varias opinionesacerca del tiempo en que las compuso. Juan Cleresospecha, que así el Catilina como el Jugurta se es-cribieron poco después de haber Salustio obtenidoel tribunado. Pero sus conjeturas de haber vividoentonces Salustio apartado de los negocios y de noser enemigo de Cicerón, son muy endebles. Porquetambién después del gobierno de la Numidia vivió

L A G U E R R A D E J U G U R T A

9

retirado, y en los últimos años de su vida en quepudo escribir sus obras, habría ya cesado la ene-mistad con Cicerón, puesto que éste había muertoalgunos años antes, en el de 711 de Roma. Fuera deque, con lo que el mismo Clere añade: no ser aque-llos escritos de un hombre de pocos años, destruyesus conjeturas, porque acababa de decir que Salustionació en el 669 de Roma y, según esta cuenta, en elde 702 tendría poco más de treinta y tres años.

Soy de parecer que ambas obras se escribierondespués de la muerte de Julio César o de los idus demarzo del año 710 de Roma. Del Catilina lo da aentender claramente el mismo Salustio en la compa-ración que hace entre César y Catón. Hubo -dice- enmi tiempo dos varones; y no hablaría de este modosi entonces viviera Julio César. Siendo, pues, cons-tante que el Catilina se escribió antes que el Jugurta,lo que además del general consentimiento de losdoctos, se reconoce por el exordio del mismo Cati-lina, donde se muestra que éste fue el primer ensayode sus escritos, en las palabras: vuelto a mi primerestudio, de que la ambición me había distraído, de-terminé escribir la Historia del pueblo romano, seconvence que también el Jugurta fue posterior a lamuerte de Julio César.

C A Y O S A L U S T I O

10

Pero yo añado que esta última obra tardó aún al-gunos años en escribirse, y que lo indica bastante-mente Salustio, cuando en su exordio, después dehaber dicho: los magistrados y gobiernos, y en unapalabra, todos los empleos de la república son, enmi juicio, en este tiempo muy poco apetecibles, pro-sigue hablando de esta suerte contra los que atri-buían su retiro o flojedad y desidia: los cuales sireflexionan, lo primero, en qué tiempos obtuve yoempleos públicos y qué sujetos competidores míosno los pudieron alcanzar; y además de esto, qué cla-ses de gentes han llegado después a la dignidad desenadores, reconocerán sin duda que no fue perezala que me hizo mudar de propósito, sino justa razónque para ello tuve. Porque las palabras en este tiem-po, en qué tiempos obtuve yo y qué clases de genteshan llegado después, etc., manifiestan que había pa-sado mucho tiempo desde que Salustio obtuvo em-pleos, esto es, desde los últimos años de Julio Césarhasta que trabajó esta obra.

Aún más claro en el mismo exordio. Habiendodicho que los que obtienen con fraudes los empleosde la república, no por eso son mejores, o vivenmás seguros, prosigue así: El dominar un ciudadanoa su patria y a los suyos y obligarles con la fuerza,

L A G U E R R A D E J U G U R T A

11

aun cuando se llegue a conseguir y se corrijan losabusos, siempre es cosa dura y arriesgada, por traerconsigo todas las mudanzas de gobierno: muertes,destierros y otros desórdenes; y por el contrario,empeñarse en ello vanamente y sin más fruto quemalquistarse a costa de fatigas, es la mayor locura, siya no es que haga quien, poseído de un infame ypernicioso capricho, quiera el mando para hacer unpresente de su libertad y de su honor a cuatro pode-rosos. Donde, en mi juicio, señala Salustio comocon el dedo la mudanza de la república en monar-quía en las palabras: todas las mudanzas de gobier-no; la muerte de César y las proscripciones que conese motivo hubo en las inmediatas: muertes, destie-rros y otros desórdenes; la temeridad y locura deBruto y Casio, que prometiéndose restituir la liber-tad a Roma con el asesinato de Julio César, no hicie-ron más que poner el gobierno en manos de lostriunviros, en lo que sigue: es la mayor locura, y ha-cer un presente de su libertad y de su honor a cuatropoderosos. Y esto prueba bien que Salustio escribióel Jugurta cuando estaba en su auge el triunvirato,esto es, años después del 711 de Roma. No pudoSalustio hablar en otro tono de César, a fuer deagradecido; ni nombrarle no declarar a los triunvi-

C A Y O S A L U S T I O

12

ros, porque había en ello riesgo, y así se contentócon darlo a entender por estos rodeos.

La misma serie del Jugurta manifiesta que Salus-tio no acabó de perfeccionarlo, porque su últimamitad está defectuosa en varias partes. No nombrala ciudad que se tomó por la industria y valor delligur; ni el alcázar real, a cuya conquista fue Mariocuando llegaron los embajadores de Boco al campode los romanos; y aun la prisión y entrega de Jugurtaa Mario y el triunfo de éste lo cuenta con la mayorfrialdad, como quien solamente apunta y, por de-cirlo así, toma los cabos de lo que se propone tratarcon más extensión. Ni dice nada del paradero deJugurta, que unos creen que murió de hambre y fríoen un silo, otros que fue precipitado de la RocaTarpeya y otros, con Paulo Orosio, que le fue dadogarrote en la cárcel.

L A G U E R R A D E J U G U R T A

13

LA GUERRA DE JUGURTA

Sin causa alguna se quejan los hombres de quesu naturaleza es flaca y de corta duración; y que segobierna más por la suerte, que por su virtud. Por-que si bien se mira, se hallará, por el contrario, queno hay en el mundo cosa mayor, ni más excelente; yque no le falta vigor ni tiempo, sí sólo aplicación eindustria. Es, pues, la guía y el gobierno entero denuestra vida el ánimo, el cual, si se encamina a lagloria por el sendero de la virtud, harto eficaz, ilus-tre y poderoso es por sí mismo; no necesita de lafortuna, la cual no puede dar ni quitar a nadie bon-dad, industria, ni otras virtudes. Pero si, esclavo desus pasiones, se abandona a la ociosidad y a los de-leites perniciosos, a poco que se engolfa en ellos ypor su entorpecimiento se reconoce ya sin fuerzas,sin tiempo y sin facultades para nada, se acusa de

C A Y O S A L U S T I O

14

flaca a la naturaleza, y atribuyen los hombres a susnegocios y ocupación la culpa que ellos tienen. Y ala verdad, si tanto esmero pusiesen en las cosas úti-les, como ponen en procurar las que no les tocan, nipueden serles de provecho, y aun aquellas que lesson muy perjudiciales, no serían ellos los goberna-dos, sino antes bien gobernarían los humanos acae-cimientos, y llegarían a tal punto de grandeza, que,en vez de mortales que son, se harían inmortalespor su fama.

Porque como la naturaleza humana es com-puesta de cuerpo y alma, así todas nuestras cosas einclinaciones siguen unas el cuerpo y otras el ánimo.La hermosura, pues, las grandes riquezas, las fuerzasdel cuerpo y demás cosas de esta clase pasan bre-vemente; pero las esclarecidas obras del ingenio sontan inmortales como el alma. Asimismo, los bienesdel cuerpo y de fortuna, como tuvieron principio,tienen su término; y cuanto nace y se aumenta llegacon el tiempo a envejecer y muere; el ánimo es inco-rruptible, eterno, el que gobierna al género humano,el que lo mueve y lo abraza todo, sin estar sujeto anadie. Por esto es más de admirar la depravación deaquellos que, entregados a los placeres del cuerpo,pasan su vida entre los regalos y el ocio, dejando

L A G U E R R A D E J U G U R T A

15

que el ingenio, que es la mejor y más noble porciónde nuestra naturaleza, se entorpezca con la desidia yfalta de cultura; y más habiendo, como hay, tantas ytan varias ocupaciones propias del ánimo, con lascuales se adquiere suma honra.

Pero entre éstas los magistrados y gobiernos, yen una palabra, todos los empleos de la repúblicason en mi juicio en este tiempo muy poco apeteci-bles, porque ni para ellos se atiende al mérito, y losque destituidos de él los consiguen por medio defraudes, no son por eso mejores ni viven más segu-ros. Por otra parte, el dominar un ciudadano a supatria y a los suyos y obligarles con la fuerza, auncuando se llegue a conseguir y se corrijan los abu-sos, siempre es cosa dura y arriesgada, por traerconsigo todas las mudanzas de gobierno muertes,destierros y otros desórdenes; y, por el contrario,empeñarse en ello vanamente y sin más fruto quemalquitarse a costa de fatigas, es la mayor locura; siya no es que haya quien, poseído de un infame ypernicioso capricho, quiera el mando para hacer unpresente de su libertad y de su honor a cuatro pode-rosos.

Entre las ocupaciones, pues, propias del inge-nio, una de las que traen mayor utilidad es la histo-

C A Y O S A L U S T I O

16

ria; de cuya excelencia, porque han escrito muchos,me parece ocioso que yo hable, y también porqueno piense alguno que ensalzando yo un estudio demi profesión, quiero de camino vanamente alabar-me. Aun sin esto, creo que habrá algunos que, por-que he resuelto vivir apartado de la república,llamen inacción a este tan grande y tan útil trabajomío; y éstos serán sin duda los que tienen por obrade plebe y captar su benevolencia a fuerza de convites;los cuales, si reflexionan, lo primero en qué tiempos

dores míos no los pudieron alcanzar, y además deesto, qué clases de gentes han llegado después a la

dores, reconocerán sin duda, queno fue pereza la que me hizo mudar de propósito,

como quieren llamarme, soy de más provecho a larepública, que ellos ocupados. Porque muchas veces

Publio Scipión y otrosi-

les inflamaba vehementísimamente el ánimo para lae-e-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

17

moria de sus hechos se avivaba en los ánimos deaquellos grandes hombres una llama, que nunca seapagaba hasta igualar con la propia virtud su reputa-ción y gloria. Pero al contrario, ¿quién habrá hoytan moderado que no exceda a sus antepasados engastos y riquezas, o que pueda competir con ellos enbondad e industria? Hasta los hombres nuevos yadvenedizos que en otro tiempo solían granjearseanticipadamente el grado de nobles a costa de suvalor, aspiran hoy a los magistrados y honores, máspor vías ocultas y latrocinios que por buenos me-dios, como si la pretura, el consulado y demás em-pleos de esta clase fuesen por sí ilustres ymagníficos, y no deban solamente estimarse a pro-porción del mérito del que los obtiene. Pero yo talmirar con displicencia y tedio las costumbres denuestra ciudad, he sido algo libre y me he internadoen esto más de lo que debiera. Acercándome ahoraa mi propósito.

Voy a escribir la guerra que el pueblo romanotuvo con Jugurta, rey de los númidas, ya porque fuegrande y sangrienta y la victoria anduvo varia, yaporque entonces fue la primera vez que la plebe ro-mana se opuso abiertamente al poder de la nobleza,cuya contienda trastornó y confundió todo lo sagra-

C A Y O S A L U S T I O

do y lo profano, llegando a tal extremo de furor, queno se acabaron las discordias civiles sino con la

o-ción, pienso tomar desde el princ -

pio algunas cosas, a fin de que mejor y másrir. En la

segunda guerra con los cartagineses en que su ge-

del nombre romano, debilitó en gran manera lasMasinisa númidas, con

quien Scipión, llamado después por su valorel Africano, había trabado alianza, hizo muchas y

después de vencidos los cartagineses y de haber hecho prisionero a n-

en premio todas las ciudades y territorios que con

Masinisa nos fue constantemente honrosa y útil, nise acabó sino con su imperio y con su vida. Des-

Micipsa obtuvo solo el reino,habiendo Gulusa, sus hermanos,muerto de enfermedad. Aderbal y Hiempsal, y además de esto crió en su

Jugurta (hijo de su her

L A G U E R R A D E J U G U R T A

19

mano Manastabal), al cual Masinisa, porque no eralegítimo, había privado de su herencia.

Este, luego que llegó a los años de la mocedad,como era esforzado, de bella presencia y especial-mente de un claro y despejado ingenio, no se dejócorromper de la ociosidad y el lujo, sino antes bien,según la costumbre de aquella gente, se ejercitaba enmontar a caballo, en tirar el dardo, en correr con susiguales, disputándoles la ventaja; y siendo así quesobrepujaba en reputación a todos, no era por esomenos bienquisto de ellos. Ocupaba además de estolo más del tiempo en la caza, hería si podía el prime-ro o entre los primeros a los leones y otras fieras, yejecutando mucho, hablaba con gran moderación desí. De estas cosas Micipsa, aunque en los principiosse alegraba, con la esperanza de que el valor de Ju-gurta podría algún día contribuir a la gloria de sureino, después que reflexionó que el mancebo se ibaganando más y más crédito en la flor de su edad,siendo tan avanzada la suya y tan tierna la de sushijos, inquieto sumamente con este pensamiento,daba mil vueltas en su interior. Poníale miedo lacondición humana de suyo ambiciosa de mando ynada detenida en cumplir sus deseos, y asimismo lafavorable ocasión de su edad y la de sus hijos, capaz

C A Y O S A L U S T I O

20

éxito, aun a espíritus menos elevados. Añadíase anúmidas tenían a J -

gurta; todo lo que hacía temer mucho a si se resolvía a matarle con engaños, podría nacer deahí alguna guerra o sed ción.

Entre estas dificultades, viendo que ni por vía

un hombre tan bienquisto del pueblo, y por otraparte, cuán valiente era o-

n-

enviar Micipsa al pueblo romano socorros de i -fantería y caballería para la guerra de eligió por comandante de los númidas que destinaba

a-e-

cería. Pero la cosa sucedió

Jugurta era de ingenio pronto y perspicaz, luego quePublio Scipión, que era ento -

ces el general de los romanos, y la costumbre de

cuidado y, además de esuma modestia, y muchas veces saliendo al encuen

L A G U E R R A D E J U G U R T A

21

tro a los peligros, llegó muy en breve a hacerse tanilustre, que los nuestros le amaban sumamente y nomenos le temían los numantinos. Y a la verdad jun-taba en sí Jugurta el ser ardiente en las batallas ymaduro en las deliberaciones, cosa en sumo gradodifícil, porque el conocimiento de los riesgos sueleengendrar temor y la intrepidez temeridad. El gene-ral, pues, para casi todos los casos arduos se valía deJugurta, le trataba familiarmente y cada día le insi-nuaba más en su amistad, viendo que ningún con-sejo ni empresa suya salía vana. Llegábase a esto suliberalidad y la destreza de su ingenio, con las cualesprendas se había granjeado la amistad de muchos delos romanos.

Había en aquel tiempo en nuestro ejército variossujetos (de poca cuenta y también nobles) que ante-ponían las riquezas a lo bueno y honesto; gente departido y de autoridad en Roma, famosos por esoentre los confederados, más que por su virtud. Es-tos inflamaban el ánimo elevado de Jugurta, prome-tiéndole que si llegaba a faltar Micipsa, sería suúnico sucesor en el imperio de Numidia, así por sugran valor como porque en Roma todo se vendía.Pero después que, destruida Numancia, Publio Sci-pión resolvió despedir las tropas auxiliares y volver-

C A Y O S A L U S T I O

22

se a Roma, habiendo regalado y elogiado magnífi-camente a Jugurta en presencia de todos, le separó yllevó a su tienda y allí le advirtió secretamente «queno cultivase la amistad del pueblo romano por me-dio de particulares, sino en cuerpo, ni se acostum-brase a regalar privadamente a alguno, que no sinriesgo se compraba a pocos lo que era de muchos, yque si proseguía obrando bien, como hasta enton-ces, la gloria y el reino de suyo se le vendrían a lasmanos; pero que si se apresuraba demasiado, susmismas riquezas le precipitarían.

Habiéndole hablado de esta suerte, le despidiócon una carta suya para Micipsa, cuyo contenido eraéste: Tu Jugurta en la guerra de Numancia se haportado con un valor incomparable, cuya noticia nodudo que te será muy grata. Yo le estimo por su me-recimiento y haré cuanto pueda porque le estimetambién el Senado y pueblo romano. Doite el para-bién de ello por la amistad que te profeso. Tienespor cierto en el un varón digno de ti y de su abueloMasinisa. El rey, pues, viendo confirmado por lacarta de Scipión cuanto por noticias había entendi-do de Jugurta, conmovido en su interior ya por elmérito, ya especialmente por la gallardía del joven,dobló al fin su ánimo y tentó si le vencería a fuerza

L A G U E R R A D E J U G U R T A

23

de beneficios, y así le adoptó desde luego y le decla-ró heredero en su testamento, igualmente que a sushijos. De allí a pocos años Micipsa, agobiado de lavejez y achaques, reconociendo que se le acercaba eltérmino de su vida, dicen que, en presencia de susamigos y parientes y de sus hijos Aderbal yHiempsal, habló a Jugurta de esta suerte:

«Pequeño eras tú, Jugurta, cuando, muerto tupadre y viéndote pobre y sin esperanza alguna, terecogí en mi casa, juzgando que, a ley de agradecido,no me amarías menos que si te hubiese yo engen-drado. Ni me engañé en esto, porque, dejandoaparte otras grandes y excelentes prendas que teadornan, recientemente en tu vuelta de Numanciame has colmado a mí y a mi reino de gloria; con tuvalor nos has estrechado más en la amistad de losromanos, renovaste en España la memoria de nues-tra familia y, en fin, lo que es para los hombres másdifícil de lograr: venciste a la envidia con tu fama.Ahora, pues, que la naturaleza va poniendo términoa mi vida, te exhorto y conjuro por esta mi diestra ypor la fidelidad que al reino debes, que ames muchoa éstos, que por su linaje te son parientes y por mibeneficio hermanos, y que no quieras más agregarteextraños que conservar a los que te son cercanos

C A Y O S A L U S T I O

24

por la sangre. Advierte que no son los ejércitos nilos tesoros la seguridad de un reino, sino los ami-gos, los cuales ni se ganan por las armas ni se com-pran con el oro: la buena fe y el obsequio losproduce. ¿Quién, pues, más amigo que un hermanopara otro? ¿O a quién hallará fiel entre los extrañosel que fuese infiel a los suyos? Entrégocis, pues, unreino firme, si hubiere unión entre vosotros; perodébil si llegáis a desaveniros, porque con la concor-dia se engrandecen los pequeños estados; la discor-dia destruye aun los mayores. Pero tú, ¡oh, Jugurta!,pues te aventajas, a éstos en edad y prudencia, con-viene que seas el primero en procurar que no sucedade otro modo, porque en toda contienda el que esmás fuerte, parece que sólo esto a la primera vista,que es el agresor, aunque en la realidad sea el inju-riado. Vosotros también, ¡oh Aderbal y Hiempsal!,respetad y no perdáis de vista a este varón insigne:imitad su virtud y haced cuanto podáis para que nose diga de mí que he prohijado mejores hijos que heengendrado.

Jugurta entonces, aunque conocía bien el artifi-cio de aquel razonamiento y estaba muy lejos depensar de aquel modo, se acomodó al tiempo y res-pondió al rey benigna y cortésmente. Muere de allí a

L A G U E R R A D E J U G U R T A

25

pocos días Micipsa, y después de haberle hechomagníficamente las exequias, según la real costum-bre, se juntaron los pequeños reyes a tratar entre síde los negocios. Pero Hiempsal, el menor de loshermanos (que era de condición feroz y ya de ante-mano despreciaba a Jugurta por la desigualdad de sunacimiento por la línea materna), se sentó inmediatoy a la mano derecha de Aderbal, para que de esasuerte no pudiese Jugurta ocupar el medio, lo quetambién entre los númidas se tiene por honor, y aundespués de haberte su hermano importunado paraque cediese a la mayor edad de Jugurta y se pasase alotro lado, con dificultad lo pudo conseguir. Tratan-do, pues, los tres largamente en aquella punta de laadministración del reino, Jugurta entre otras cosaspropuso, que convendría anular todas las delibera-ciones y decretos hechos de cinco años hasta enton-ces, alegando que en ese tiempo Micipsa, por suedad decrépita, no había estado en su cabal juicio,Hiempsal, que oyó esto, dijo al instante que le pla-cía, porque en los tres postreros años de Micipsahabía él sido adoptado y llegado por ese medio altrono, cuya palabra hizo en el ánimo de Jugurta másimpresión de lo que nadie puede imaginar. Así que,desde entonces, agitado del furor y del miedo, todo

C A Y O S A L U S T I O

26

era maquinar, prevenir y no pensar sino en trazas yengaños por donde haber a las manos a Hiempsal.

Pero viendo que esto iba largo y no pudiendoentretanto sosegar su ánimo feroz, determinó llevarde todos modos a efecto su pensamiento.

Habían los reyes en la primera junta que tuvie-ron, como se dijo antes, acordado para evitar dis-cordias, que se dividiesen los tesoros y señalasen acada uno los límites de su imperio, y así se prefijótérmino para uno y otro, pero más breve para la re-partición del dinero. En el intermedio se fueron ca-da cual por su parte a las cercanías del sitio dondese guardaban los tesoros. Hallábase Hiempsal en ellugar de Tírmida, y estaba casualmente hospedadoen casa de un vecino, que por haber sido lictor delos más allegados de Jugurta era muy estimado ybienquisto de él. A éste, pues (viendo Jugurta quetan favorablemente se le había presentado la suerte),le llenó de promesas y le indujo a que fuese a su ca-sa con pretexto de dar una vista, y procurase falsearlas llaves de su entrada, porque las verdaderas seentregaban por las noches a Hiempsal, asegurándoleque él vendría en persona con buen número degente cuando el caso lo pidiese. El númida hizo muyen breve lo que se le había mandado; y según la ins-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

27

trucción que tenía, introdujo de noche en la casa alos soldados de Jugurta, los cuales, derramándosepor lo interior de ella, buscan al rey por diversaspartes, matan a los que hallan dormidos o se les re-sisten, registran los escondrijos más ocultos, fuerzanlas puertas y lo confunden todo con el ruido y albo-roto, cuando en este tiempo fue hallado Hiempsal,que procuraba ocultarse en la choza de una esclava,adonde se había retirado desde el principio, despa-vorido y sin saber dónde estaba. Los númidas pre-sentan su cabeza a Jugurta, según la orden quetenían.

Divulgada en breve la noticia de tan atroz mal-dad por toda el África, se apoderó un gran miedo deAderbal y de todos los antiguos vasallos de Micipsa.Divídense en dos bandos los númidas: el mayornúmero sigue a Aderbal, los más guerreros a Jugur-ta. Éste arma cuanta más gente puede, agrega a suimperio varias ciudades, unas por fuerza, otras quevoluntariamente se le entregan, y en suma resuélvesea hacerse dueño de toda la Numidia. Por otra parteAderbal, aunque habla enviado a Roma sus mensa-jeros para informar al Senado de la muerte de suhermano y del deplorable estado de sus cosas, contodo eso, confiado en el mayor número de tropas,

C A Y O S A L U S T I O

28

se apercibía para resistirlo con las armas; pero ha-biéndose dado batalla y siendo vencido en ella, tuvoque retirarse huyendo al África proconsular, desdedonde pasó a Roma. Jugurta entonces, logrado ya suintento, y después que se vio dueño de toda la Nu-midia, comenzó en su inquietud a reflexionar sobresu hecho y a temer al pueblo romano, sin que halla-se en cosa alguna remedio contra su justo enojo,sino en la avaricia de la nobleza y su dinero. Y así,dentro de pocos días envía sus mensajeros a Romacon gran copia de oro y plata y con encargo prime-ramente de regalar a manos llenas a los amigos anti-guos, ganar después a otros y últimamente comprara fuerza de dones a cuantos más pudiesen, sin dete-nerse en nada. Luego, pues, que llegaron los men-sajeros y según el orden que tenían de su rey,regalaron espléndidamente a sus huéspedes y cama-radas y a otros que en aquel tiempo tenían manejoen el Senado; se trocaron las cosas de tal suerte, queen un momento alcanzó Jugurta la gracia y el favorde la nobleza, que antes le aborrecía extremamente;hasta haber muchos, que inducidos por sus prome-sas o sus dones, visitaban uno a uno a los senadoresy se empeñaban en que no se tomase resoluciónfuerte contra él. Ya, pues, que los mensajeros vieron

L A G U E R R A D E J U G U R T A

29

la cosa en buen estado, se señaló día de audiencia alas dos partes. Entonces, dicen, que habló Aderbalde esta suerte:

«Padres conscriptos: Micipsa, mi padre, al tiem-po de morir me hizo saber que no me tuviese sinopor administrador del reino de Numidia, porque eldominio y la propiedad de él eran vuestros. Encar-góme también que en paz y en guerra procurase contodo empeño ser del mayor provecho que pudiese alpueblo romano, y que os tuviese en lugar de misparientes y allegados, asegurándome que si así lohacía, tendría en vuestra amistad ejército, riquezas ymi reino bien defendido. Cuando yo, pues, observa-ba cuidadosamente esta máxima, Jugurta, hombre elmás malvado de cuantos tiene el mundo, despre-ciando vuestra autoridad, me echó de mi reino y medespojó de todos mis bienes, siendo, como soy,nieto de Masinisa y así por linaje, confederado yamigo del pueblo romano. Y a la verdad, padresconscriptos, ya que había yo de llegar a este extremode infelicidad, más quisiera alegar servicios propios,que los de mis mayores, para implorar con mejorderecho vuestra ayuda, y especialmente ser en estaparte acreedor del pueblo romano, sin necesitar desu favor, y en caso de necesitarle, poderme valer de

C A Y O S A L U S T I O

30

él como de cosa debida. Pero como la inocencia notiene bastante apoyo en sí misma, ni podía yo jamáspensar cuán malo había de ser Jugurta, por eso ven-go a ampararme de vosotros, padres conscriptos,causándome dolor sumo seros antes de carga que deprovecho. Otros reyes fueron admitidos a vuestraamistad después de vencidos en campaña, o a lomás solicitaron vuestra alianza cuando sus cosascorrían peligro; pero nuestra familia trabó amistadcon el pueblo romano en tiempo de la guerra deCartago, en que más era para apetecida su buena feque su fortuna. No consintáis, pues, padres cons-criptos, que siendo yo rama de esta familia y nietode Masinisa, implore en vano vuestro socorro.Aunque no hubiese para esto más motivo que midesgraciada suerte y el verme ahora pobre, desfigu-rado por mis trabajos y dependiente del favor ajeno,habiendo poco antes sido un rey por sangre, fama yriquezas poderoso; sería muy propio de la majestaddel pueblo romano impedir que se me atropellaseinjustamente y no consentir que reino alguno seacrecentase por medios tan inicuos. Pero yo, ademásde esto, he sido echado de aquellas tierras que dio elpueblo romano a mis antepasados, y de las que mipadre y mi abuelo, juntamente con vosotros, despo-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

31

seyeron a Sifax y a los cartagineses. Lo que vos medisteis, padres conscriptos, es lo que se me ha quita-do de las manos, y así vuestra es, no menos que mía,la injuria que padezco. ¡Desdichado de mí ¿Tal pa-go al fin tuvieron, padre mío, Micipsa, tus beneficiosque aquel a quien tú igualaste con tus hijos y disteparte en su reino, ése haya justamente de ser el ex-terminador de tu linaje? ¿Que nunca ha de tener paznuestra familia? ¿Que hemos de andar siempre entremuertes, espadas y destierros? Mientras los cartagi-neses estuvieron florecientes, nos era preciso sufrircualquier trabajo: teníamos al enemigo al lado, vo-sotros, que nos podíais socorrer, estabais lejos; todanuestra esperanza pendía de las armas. Después queaquella peste fue echada de África, vivíamos en paz,con alegría y sin más enemigos que aquellos quevosotros queríais que tuviésemos por tales. Peroheos ahí de repente a Jugurta que, con una avilantezy soberbia intolerables, después de haber dadomuerte a mi hermano, que era también su deudo, loprimero que hizo fue usurparle el reino en premiode su alevosía. Después, viendo que no podía ha-berme a mí a las manos, por los mismos infamesmedios de que se valió contra mí hermano, cuandoen nada pensaba yo menos que en guerra o en que

C A Y O S A L U S T I O

32

se me hiciese violencia, me obliga, como veis, a aco-germe a vuestro imperio y a abandonar mi patria, micasa, pobre y lleno de trabajos; de suerte que don-dequiera esté más seguro que en mi reino. Yo siem-pre juzgué, padres conscriptos, según se lo oí a mipadre muchas veces, que los que cultivaban con es-mero vuestra amistad, tomaban a la verdad sobre síun peso muy gravoso; pero que en recompensa eranentre todos los que vivían más seguros. Lo que haestado, pues, de parte de nuestra familia, es a saber,el asistiros en todas vuestras guerras, lo hemoscumplido exactamente; toca ahora y pende de vo-sotros, padres conscriptos, nuestra seguridad entiempo de paz. Nuestro padre nos dejó a los doshermanos y nos dio otro, con haber adoptado a Ju-gurta, creyendo que obligado por sus beneficios,sería nuestro más estrecho allegado. Uno de los dosha sido ya por él cruelmente muerto; el otro, que soyyo, con dificultad he podido escapar de sus manos.¿Qué haré, pues, o adónde, infeliz de mí, mejor meacogeré? Los apoyos que tenía en mi familia todosme han faltado. Mi anciano padre murió, como eranatural; a mi hermano quitó alevosamente la vida elpariente que más debiera conservársela; mis alle-gados, amigos, parientes y demás parciales han sido

L A G U E R R A D E J U G U R T A

33

oprimidos de mil modos; los que Jugurta ha podidohaber a las manos, parte han sido ahorcados, otrosechados a las fieras, y los pocos que han quedadocon vida, la pasan en oscuros calabozos, triste, llo-rosa y más amarga que la misma muerte. Aunque lascosas que he perdido o de favorables que eran seme han vuelto contrarias, estuviesen todas en su ser,no obstante eso, si me hubiera sobrevenido algúndesastre repentino, imploraría yo vuestro favor, pa-dres conscriptos, a quienes, por lo grande de vuestraautoridad, corresponde hacer que se guarde a cadauno su derecho y que los delitos se castiguen. Peroahora, desterrado de mi patria, de mi casa, solo ynecesitado de cuanto pide mi decoro, ¿adónde iré?,¿o a quiénes apelaré? ¿A las naciones o a los reyes,siendo como son todos contrarios a mi familia, porcausa de vuestra amistad? ¿Podré acaso ir a partealguna donde no haya bastantes memorias de hosti-lidades hechas por mis mayores en obsequio vues-tro?, ¿o se apiadará de mí quien haya algún tiemposido vuestro enemigo? Finalmente, Masinisa noscrió con esta máxima, ¡oh padres conscriptos!: queninguna amistad cultivásemos sino la del puebloromano, que no hiciésemos tratados ni alianzasnuevas, que harto bien defendidos estaríamos con

C A Y O S A L U S T I O

34

ser vuestros amigos, y que si a vuestro imperio fuesealgún día adversa la fortuna, pereciésemos todos a lapaz. Por vuestro valor y por el favor de los diosessois grandes y poderosos, todo os es favorable, to-do os obedece, por lo que podéis mejor tomar avuestro cargo las injurias de vuestros aliados. Sólouna cosa temo, y es que la amistad particular y en-cubierta que algunos mantienen con Jugurta, les ha-ga dar al través y apartar de lo justo; porque oigoque los tales se empeñan con el mayor ahínco y oscercan e importunan uno a uno, a fin de que no to-méis providencia contra un ausente, sin pleno co-nocimiento de causa, y aun añaden que yo abultocon estudio mi desgracia y hago del que huye, pu-diéndome estar sin riesgo alguno en mi reino. Peroojalá que vea yo fingir a aquél por cuya execrablemaldad estoy reducido a estos trabajos, las mismascosas que dicen que yo finjo, y que o vosotros o losdioses inmortales muestren una vez que cuidan delas cosas humanas, para que de esa suerte el que hoypor sus maldades se ha hecho insolente y famoso,pague, atormentado cruelmente por todo género decastigos, la pena de su ingratitud contra nuestro pa-dre, de la muerte de mi hermano y de los trabajos enque me ha puesto. Tú a lo menos, ¡oh hermano de

L A G U E R R A D E J U G U R T A

35

mi alma!, aunque perdiste tempranamente la vida, ya manos del que más la debiera defender, tienes enmi juicio más por qué consolarte, que por qué llorartu desgracia; pues, aunque perdiste el reino junta-mente con la vida, te libraste con eso de verte huido,desterrado, pobre y cercado de los males que a míahora me oprimen; pero yo, infeliz, en medio detantos trabajos, echado del reino de nuestros pa-dres, vengo a ser hoy el espectáculo de las cosashumanas, sin saber qué hacerme, si vengar tus inju-rias, en el tiempo que más necesito de socorro, opensar en recobrar mi reino, cuando pende el arbi-trio de mi vida o muerte del poder ajeno. Ojalá quemuriendo pudiese yo dar honrado fin a mis infortu-nios, por no vivir despreciado, en caso que el pesode mis trabajos me obligue al fin a ceder a la injuria.Pero ahora que aun el vivir me fastidia y ni morirpuedo sin afrenta, os ruego, padres conscriptos, porvuestro estado, por el amor que tenéis a vuestroshijos y parientes, por la majestad del pueblo roma-no, que me socorráis en mi desgracia, que os opon-gáis al agravio que padezco, y no consintáis que elreino de Numidia, que en propiedad es vuestro, seinficione y manche por medio de una maldad con lasangre de nuestra familia. Habiendo acabado el rey

C A Y O S A L U S T I O

36

de hablar, los mensajeros de Jugurta, confiando másen sus dádivas que en la justicia de su causa, res-ponden brevemente: «que a Hiempsal le habíanmuerto los númidas por su crueldad; que Aderbal,después de haber movido de suyo la guerra, cuandose veía vencido, se quejaba de que no había podidoatropellar a Jugurta; que éste pedía únicamente alSenado que no le tuviese por diferente de aquel Ju-gurta que había experimentado en Numancia, nicreyese más que a sus obras a las palabras de suenemigo. Con esto se salieron ambos de la corte, yel Senado comenzó luego a tratar el negocio. Losque favorecían a los mensajeros y otros muchos co-rrompidos con dinero, despreciaban las razones deAderbal, ensalzaban el mérito de Jugurta y conademanes, en voz y por todos medios se empeña-ban tan eficazmente por la maldad y delito ajeno,como pudieran por su propia gloria. Pero al contra-rio, algunos pocos que amaban más la equidad y lajusticia que el dinero, eran de parecer que se debíasocorrer a Aderbal y castigar severamente la muertede su hermano. Era el principal de éstos EmilioScauro, hombre noble, resuelto partidario, amigo demando, de honores y riquezas; pero que tenía granarte para ocultar sus vicios. Viendo éste la pu-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

37

blicidad y descaro con que regalaba el rey y temien-do (como acontece en tales casos) no le hicieseodioso tan infame libertad, contuvo en esta ocasiónsu avaricia.

Pero, no obstante eso, prevaleció en el Senadoel partido de los que anteponían el favor o el interésa la justicia. La resolución fue enviar diez diputadospara que dividiesen entre Aderbal y Jugurta el reinoque había sido de Micipsa, y entre éstos fue el pri-mero Lucio Opimio, varón ilustre y entonces muyacreditado en el Senado, porque siendo cónsul, conla muerte de Cayo Graco y Marco Fulvio había ven-gado acérrimamente a la nobleza de los insultos dela plebe. Jugurta, aunque había sido su amigo enRoma, procuró además de esto esmerarse cuantopudo en su hospedaje, y a fuerza de dones y prome-sas consiguió al fin de él que sacrificase su crédito,su fidelidad y sus cosas todas a la conveniencia aje-na. Del mismo medio se valió para con los otros yganó a los más de ellos; pocos antepusieron su ho-nor al interés. En la división, pues, que se hizo, laparte de Numidía, contigua a la Mauritania, que erala más fértil y poblada, se adjudicó a Jugurta; la otra,en que habla más puertos y edificios y que a la vista,

C A Y O S A L U S T I O

38

aunque no en realidad, era la mejor, fue dada enparte a Aderbal.

El asunto está pidiendo que expliquemos bre-vemente la situación de África y digamos algo deaquellas gentes con quienes tuvimos guerra o fueronnuestras aliadas; bien que de los sitios y regionesque, o por lo excesivo del calor, o por su aspereza ysoledad, son poco frecuentadas de las gentes, no meserá fácil contar cosas ciertas y averiguadas; lo de-más procuraré explicarlo con cuanta más brevedadpueda.

En la división del globo de la Tierra, los más delos geógrafos dan al África el tercer lugar. Algunoscuentan sólo al Asia y Europa, en la que incluyen alÁfrica. Esta confina por el occidente con el estrechoque divide a nuestro mar del Océano, y por la parteoriental con una gran llanura algo pendiente, a laque los del país llaman Catabatmo. El mar es bo-rrascoso y de pocos puertos: la campiña fértil demieses y de buenos pastos, pero de pocas arboledas;escasa de fuentes y de lluvias; la gente de buenacomplexión, ágil, dura para el trabajo, de suerte quesi no los que perecen a hierro o devorados por lasfieras, los más mueren de vejez, y es raro a quienrinde la enfermedad. Abunda además de esto la tie-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

39

rra de animales venenosos. Acerca de sus primerospobladores y los que después se les juntaron y delmodo conque se confundieron entre sí, aunque en larealidad es cosa muy diversa de lo que vulgarmentese cree, diré, sin embargo, brevísimamente lo queme fue interpretado de ciertos libros escritos en len-gua púnica, que decían haber sido del rey Hiempsaly lo que tienen por tradición cierta los habitadoresdel país; bien que no pretendo más fe que la quemerecen los que lo afirman.

En los principios habitaron el África los gétulosy libios, gente áspera y sin cultura, que se alimentabacon carne de fieras y con las hierbas del campo,como las bestias. Estos no se gobernaban por cos-tumbres, ni por leyes, ni vivían sujetos a nadie; antesbien, vagos y derramados, ponían sus aduares don-de les cogía la noche. Pero después que, según laopinión de los africanos, murió en España Hércu-les, su ejército, que se componía de varias gentes, yapor haber perdido su caudillo, ya porque había mu-chos competidores sobre la sucesión en el mando,se deshizo en breve tiempo.

De estas gentes, los medos, persas y armenios,habiendo pasado a África embarcados, ocuparon lastierras cercanas a nuestro mar; pero los persas se

C A Y O S A L U S T I O

40

internaron más hacia el Océano y tuvieron por cho-zas las quillas de sus barcos vueltas al revés, por nohaber madera alguna en los campos, ni facilidad decomprarla, o tomarla en trueque a los españoles,cuya comunicación impedía el anchuroso mar y ladiversidad de idiomas. Fueron, pues, los persasuniéndose poco a poco a los gétulos por vía de ca-samiento, y porque mudaban muchas veces sitios,explorando el que más les acomodaba para lospastos, se intitularon númidas. Aún hoy día las casasde los que viven por el campo, a que en su lenguallaman mapales, son prolongadas y tienen sus costi-llas en arco, amanera de quillas de navíos. A losmedos y armenios se agregaron los libios que vivíancerca de la costa del mar de África (los gétulos, másbajo la influencia del sol y no lejos de sus ardores).Estas dos naciones tuvieron muy en breve pueblosformados, porque como sólo las dividía de los espa-ñoles una corta travesía de mar, se habían acostum-brado a permutar con ellos las cosas necesarias, ylos libios desfiguraron poco a poco su nombre, lla-mando a los medos en su lengua bárbara moros.Pero el estado de los persas se aumentó en brevetiempo, y después, habiéndose muchos de ellos, conel nombre que habían tomado de númidas, separado

L A G U E R R A D E J U G U R T A

41

de sus padres a causa de su gran número, ocuparonlas cercanías o fronteras de Cartago, llamadas poresta razón Numidia, y ayudándose unos y otros en-tre sí, sujetaron a su imperio a sus comarcanos, yacon las armas, ya con el terror, y se hicieron ilustresy famosos, especialmente los que más se habíanacercado a nuestro mar (porque los libios son desuyo menos guerreros que los gótulos), y, en fin, losnúmidas vinieron a hacerse dueños de la mayorparte de la inferior África, pasando desde entonceslos vencidos a ser y a llamarse como los vencedores.

Después de esto los fenicios, parte a fin de ali-viar a sus pueblos de la muchedumbre, parte ha-biendo por su ambición de mando solicitado a laplebe, y otros deseosos de novedades, fundaron enla costa del mar a Hipona, Adrumeto, Leptis y otrasciudades, las cuales, habiéndose aumentado muchoen breve tiempo, vinieron después a ser, unas escu-do, otras ornamento de los pueblos de donde des-cendían, y esto sin hablar de Cartago, lo que esmejor que haberme de quedar corto, pues me llamael tiempo a tratar de otro asunto. De la parte, pues,del Catabatmo, que es el linde que divide a Egiptode África, siguiendo la costa, se halla lo primeroCirene, colonia de los tereos, después las dos Sirtes

C A Y O S A L U S T I O

42

y entre ellas la ciudad de Leptis, luego las aras de losfilenos, término que era del imperio de Cartago porla parte que mira a Egipto; más adelante otras ciu-dades cartaginesas. El resto hasta la Mauritania loocupan los númidas. Los mauritanos son los máscercanos a España. Sobre la Numidia, tierra aden-tro, se dice que habitan los gétulos, parte en chozas,parte vagos y a la inclemencia, y sobre éstos losetíopes, y que después se encuentran tierras desier-tas y abrasadas por los ardores del sol. En tiempos,pues, de la guerra de Jugurta, el pueblo romano ad-ministraba las más de las ciudades cartaginesas y lasfronteras de su imperio, que había recientementeocupado, por medio de magistrados que enviaba.Gran parte de los gétulos y los númidas hasta el ríoMuluca, obedecían a Jugurta: los mauritanos todosal rey Boco, que no conocía al pueblo romano sinopor el nombre, ni antes de esto, en paz ni en guerra,teníamos nosotros de él noticia alguna. Del África ysus habitadores creo haber dicho lo que basta parami propósito.

Después que dividido el reino se partieron losdiputados de África, y Jugurta, en lugar del castigoque recelaba, se vio premiado por su maldad reco-nociendo por experiencia cuán cierto era lo que en

L A G U E R R A D E J U G U R T A

43

Numancia había oído a sus amigos, es a saber, queen Roma todo se vendía, y engreído con las prome-sas de aquellos a quienes poco antes había llenadode dones, aspiró al reino de Aderbal, cosa para élmuy fácil, siendo como era fuerte y belicoso y aquien invadía, quieto, pacifico, de genio blando, apropósito para ser injuriado y antes medroso quetemible. Acometiendo, pues, de repente con buennúmero de tropa a sus fronteras, cautiva a muchasgentes, róbales sus ganados y hacienda, pone fuegoa sus casas, entra por varias partes con su caballeríahaciendo grandes daños, y después se retira contodo el ejército a su reino, creyendo que Aderbal,con el dolor de la injuria, querría tomar satisfacciónde ella con las armas, y que esto daría ocasión parala guerra. Pero Aderbal, ya porque se contemplabadesigual en fuerzas, ya porque confiaba más en laalianza con el pueblo romano que en los númidas,envía sus mensajeros a Jugurta para que se quejendel agravio y, aunque la respuesta con que volvieronfue una nueva afrenta para Aderbal, resolvió éstesufrirla y pasar por todo, a trueque de no volver auna guerra, cuyo ensayo le había salido mal. Pero niesto apagó la ambición de Jugurta, el cual ya en suidea se contemplaba dueño absoluto de todo aquel

C A Y O S A L U S T I O

44

reino; y así, no ya con una partida de gente destina-da a correrías como antes, sino con grande ejército,comienza a hacer la guerra y pretender declarada-mente el dominio de toda la Numidia; y asolando,talando y saqueando los pueblos y campiñas pordonde pasaba, añadía ánimo a los suyos y espanto asus enemigos.

Aderbal, cuando vio que las cosas habían llega-do a un término que, o bien era necesaria desampa-rar el reino o mantenerle con las armas, obligado dela necesidad, junta sus tropas y sale al encuentro deJugurta. Acamparon los dos ejércitos en las vecin-dades del pueblo de Cirta, no lejos, y porque queríaya anochecer, no se dio entonces la batalla. Pasadolo más de la noche, aún entre sombras y alguna es-casa luz, los soldados de Jugurta, dada la señal,acometen los reales de los enemigos, ahuyentan ydesbaratan a unos que estaban medio dormidos y aotros que tomaban las armas. Aderbal, con pocoscaballos, se acogió a Cirta, y si no hubiera sido porla muchedumbre de los del pueblo, que apartaronde sus murallas a los númidas que le seguían, en unmismo día se hubiera entre los dos reyes comenza-do y acabado la guerra. Visto esto por Jugurta, sitiaal pueblo y le estrecha con trincheras, torres y má-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

45

quinas de todos géneros, dándose gran prisa paraganarle antes que volviesen de Roma los mensajerosque sabia haber enviado Aderbal antes de la batalla.Cuando el Senado tuvo noticia de esta guerra, envióa África tres sujetos de poca edad con orden de queviesen a los dos reyes y les notificasen de parte delSenado y pueblo romano, «que dejasen desde luegolas armas, que esa era su determinación y voluntad;y lo que debía mandar y ellos hacer.

Los enviados se dieron gran prisa para llegar aÁfrica, porque ya en Roma, cuando estaban de par-tida, comenzaba a susurrarse la pasada batalla y latoma de Cirta; pero eran sólo rumores vagos. Ju-gurta habiendo oído su embajada, respondió: «quepara él no habla en el mundo cosa mayor, ni de másaprecio que la autoridad del Senado; que desde sujuventud había procurado portarse de suerte quetodos los buenos aprobasen su conducta; que porella, y no con engaños, se había conciliado el amorde un varón tan ilustre como Publio Scipión; que lamisma razón había tenido Micipsa para adoptarle, yno por falta que tuviese de hijos; pero que por lomismo que vivía satisfecho de su buen porte y suvalor, no sabía ni podía sufrir que nadie le injuriase;que Aderbal había maquinado contra su vida y que,

C A Y O S A L U S T I O

46

sabido esto por él, se había opuesto a su maldad;que el pueblo romano no obraría con justicia niequidad si le impedía que para su defensa usase delderecho de las gentes, y últimamente que él enviaríaen breve sus mensajeros a Roma para que informa-sen de todo. Con esto se disolvió el congreso, sinque los enviados pudiesen hablar a Aderbal.

Jugurta, cuando hizo juicio que habrían ya par-tido de África, reconociendo que a fuerza de armasle era imposible ganar a Cirta por lo fuerte de susituación, cércala formalmente con su vallado y fo-so, levanta torres al derredor y las guarnece con sutropa; no cesa ni de día ni de noche de inquietarlacon asaltos y ardides militares; ofrece unas vecespremios, otras amenaza a los sitiados; exhorta yanima a los suyos a que se porten con valor, ypuesto del todo en la conquista, nada omite decuanto cree conducente a ella. Aderbal, viendo suscosas en el último apuro, que su enemigo era impla-cable, que ni habla esperanza de socorro, ni la ciu-dad podía largo tiempo defenderse por falta de lonecesario, escoge entre los que se habían refugiadocon él en Cirta dos, los que le parecieron más re-sueltos, y a fuerza de promesas y de hacerles pre-sente su desgracia, logra y se asegura de ellos, que

L A G U E R R A D E J U G U R T A

47

atravesando las trincheras de los enemigos, haránpor llegar de noche a la vecina playa, y de allí pasa-rán a Roma.

Cúmplenlo en pocos días los númidas y léese enel Senado la carta de Aderbal, que en sustancia decíaasí:

«No es culpa mía, ¡oh padres conscriptos!, si osimportuno con mis ruegos. Oblígame a ello la vio-lencia de Jugurta, el cual está tan empeñado en queyo muera, que ni vuestro respeto, ni los dioses in-mortales le detienen, y sobre cuanto hay en el mun-do desea derramar mi sangre. Cinco meses ha queme tiene sitiado, no obstante ser aliado y amigo delpueblo romano, sin que me valgan los beneficiosque recibió de mi padre Micipsa, ni vuestros decre-tos, y sin poder decir si me estrecha más por ham-bre que con las armas. Más os diría de Jugurta, si nome retrajese mi desgracia y el tener experimentadoantes de ahora que son poco creídos los infelices.Sólo sé que aspira a más que a mi vida, y que conocebien que quitarme el reino y ser al mismo tiempovuestro amigo, es imposible. Lo que piensa, pues,nadie lo ignora. Al principio mató alevosamente ami hermano Hiempsal, después me echó del reinode mis padres. Nuestras injurias privadas nada os

C A Y O S A L U S T I O

48

tocan. Pero hoy ocupa con sus armas vuestro reinoy a mí, a quien vosotros hicisteis gobernador deNumidia, me tiene sitiado estrechamente. Cuán po-co caso ha hecho de vuestros legados, lo manifiestael sumo riesgo en que me hallo. ¿Qué resta, pues,para contenerle sino vuestras armas? Cuanto os di-go, y cuantas quejas he dado antes de ahora al Sena-do, quisiera yo que fuesen ponderaciones y que nolas hiciese creíbles mi desgracia. Pero pues he naci-do para que en mí hiciese Jugurta ver al mundo susmaldades, no pretendo ya libertarme de la muerte nide otros trabajos, si sólo de caer en manos de mienemigo y de ser cruelmente atormentado. Del reinode Numidia, supuesto que es vuestro, disponed co-mo os parezca con tal que me saquéis de las cruelesgarras de Jugurta: como os lo pido por la majestadde vuestro imperio y por la fe de nuestra alianza, siqueda aún en vosotros alguna memoria de miabuelo Masinsa. Leída esta carta en el Senado, hubopareceres de que cuanto antes se enviase ejército aÁfrica en socorro de Aderbal, y que entretanto seviese qué debería hacerse de Jugurta, por no haberobedecido a los legados. Pero los antiguos valedo-res del rey se opusieron con el mayor empeño a estaresolución, y así prevaleció el privado interés al pú-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

49

blico bien, como sucede frecuentemente en los ne-gocios. No obstante esto, se enviaron a África algu-nos nobles de edad provecta y que habían obtenidoempleos grandes, y entre ellos aquel Marco Scauro,de quien se habló antes, cónsul que había sido y quea la sazón era príncipe del Sonado. Éstos, ya porqueveían irritados los ánimos, ya importunados por losdos númidas, se embarcaron al tercer día, y habien-do llegado brevemente a útica, escriben a Jugurtaque pase allá al instante, que tienen que hablarle departe del Senado. Cuando Jugurta supo que habíanvenido unos hombres tan ilustres, cuya autoridadsabía ser grande en Roma, para oponerse a sus de-signios, al principio se alteró mucho, fluctuandoentre el miedo y la ambición. Temía por un lado laira del Senado si no obedecía a los legados; porotro, su ánimo ciego de pasión, le arrebataba a llevaradelante su malvado intento. Pero al fin venció ensu ambicioso genio la depravada resolución. Em-péñase, pues, con el mayor esfuerzo en tomar aCirta por asalto, atacándola a un tiempo con su ejér-cito por todas partes, con la esperanza de que, divi-dida también la guarnición, hallaría el momentofavorable para la victoria, ya fuese por fuerza o pormedio de algún ardid militar. Pero saliéndole al re-

C A Y O S A L U S T I O

50

vés y viendo que no podía lograr su intento de apo-derarse de Aderbal, antes de ver a los legados, teme-roso de irritar con más dilaciones a Scauro, a quientemía en extremo, vase a la provincia de los roma-nos con pocos de a caballo. Y aunque de parte delSenado se le amenazó terriblemente, si no desistíadel sitio, después de malgastada una larga conferen-cia, se fueron los legados sin concluir nada.

Luego que esto se supo en Cirta, los italianos dela guarnición, por cuyo esfuerzo se habla hasta en-tonces defendido la ciudad, confiados en que si seentregaban no se les haría agravio por respeto a lagrandeza del pueblo romano, aconsejan a Aderbalque se entregue y entregue la ciudad a Jugurta, sinmás condiciones que la vida, diciéndole que de lodemás cuidaría el Senado. Aderbal, aunque en nin-guna cosa del mundo fiaba menos que en las pala-bras de Jugurta, como veía que los italianos mismosque le aconsejaban así podrían, si lo repugnaba,obligarle a ello, tuvo que conformarse con su pare-cer, e hizo la entrega. Jugurta, ante todo, quita la vi-da a Aderbal, habiéndole cruelmente atormentado;después pasa a cuchillo a todos los númidas de ca-torce años arriba y a los mercaderes indistintamente,según se iban presentando a sus soldados.

L A G U E R R A D E J U G U R T A

51

Sabida esta novedad en Roma y habiéndosecomenzado a tratar de ella en el Sonado, los valedo-res del rey, que antes dijimos, mezclando otrosasuntos y ganando tiempo, ya por el favor que lo-graban, ya con altercaciones y porfías, procurabansuavizar la atrocidad de su delito, de suerte que sinofuera por Cayo Memio (nombrado para el siguienteaño tribuno de la plebe), hombre de resolución yenemigo del poder de la nobleza, el cual hizo ver alpueblo romano que por la negociación de algunossediciosos se trataba de dejar sin castigo a Jugurta,sin duda alguna se hubiera desvanecido todo el abo-rrecimiento que le tenían, con sólo ir alargando lasdeliberaciones y consultas; tal era la fuerza del favory de su dinero. Pero el Senado, entrando en temordel pueblo, por lo que le acusaba su conciencia, re-solvió que, según la ley Sempronia, se encargase elgobierno de las provincias de Numidia y de Italia alos cónsules que habían de elegirse para el año ve-nidero. Fueron éstos Publio ScipiónNasica y LucioBestia Calpurnio, de los cuales a éste tocó por suertela Numidia y al primero la Italia. Alistase después deesto el ejército que había de pasar a África, decrétasela paga militar y lo demás necesario para la guerra.

C A Y O S A L U S T I O

52

Pero Jugurta, habiendo recibido esta noticiacontra lo que esperaba, por haberse fijado en elpensamiento de que en Roma todo se vendía, envíapor mensajeros al Senado a un hijo suyo y a dos desus confidentes, con orden «de que procuren ganarpor dinero a toda suerte de gentes, como había he-cho en la muerte de Hiempsal. Cuando éstos se ibanacercando a Roma, juntó Bestia el Senado para tra-tar si convendría o no que entrasen en la ciudad, yse resolvió «que si no venían a entregar el reino y almismo Jugurta, saliesen de Italia dentro de diez días.Manda notificarlo el cónsul a los númidas por or-den del Senado, y así tuvieron que volverse a suscasas sin hacer nada. Entretanto, Calpurnio, estandoya el ejército a punto, elige por asociados a algunoshombres nobles y de séquito, cuya autoridad le de-fendiese, si en algo delinquía. Uno de éstos fueaquel Scauro, cuyo genio y costumbres se dijeronantes, porque a la verdad nuestro cónsul estabaadornado de muchas bellas prendas de ánimo y decuerpo, sólo que su avaricia lo echaba a perder todo.Era sufridor de los trabajos, de ingenio perspicaz,de bastante prudencia, perito en el arte militar y degran presencia de ánimo en los peligros y asechan-zas. Las legiones se encaminaron por Italia a Regio,

L A G U E R R A D E J U G U R T A

53

desde donde pasaron a Sicilia y de allí a África. Cal-purnio en los principios, dispuesto lo necesario,entró con gran furia en Numidia, cautivando muchagente y tomando algunas ciudades a fuerza de ar-mas.

Pero apenas le representó Jugurta por medio desus mensajeros, la dificultad de la guerra de que es-taba encargado y le tentó con dinero, aquel ánimopropenso a la avaricia se trocó enteramente. Ni lohizo mejor Scauro, a quien había elegido por sucompañero y confidente en todos los negocios.Porque aunque primero, estando ya cohechados losmás de los suyos, se opuso acérrimamente a los de-signios del rey, la suma grande que se le ofrecía vinoal fin a corromperle y desviarle de la justicia y delhonor. Jugurta en los principios no solicitaba sinolargas, confiando que entretanto conseguiría enRoma algo por el favor o por su dinero. Pero cuan-do supo que también Scauro tenía parte en la nego-ciación, entrando en grande esperanza de alcanzarla paz, se resolvió a tratar con ellos por si mismocuanto hubiese de estipularse. A fin, pues, de que lopudiese ejecutar sobre seguro, envió antes el cónsulal cuestor Sextio a Vaca, ciudad de Jugurta, conpretexto de que iba por cierto trigo, que Calpurnio,

C A Y O S A L U S T I O

54

en presencia de todos, había mandado aprontar alos diputados de ella, porque mientras se efectuabala entrega, habían cesado las hostilidades. Vino,pues, el rey a nuestro campo, según había determi-nado, y habiendo en público hablado muy poco endisculpa de su hecho y acerca de entregarse, el restode la conferencia lo tuvo a solas con Bestia y conScauro, y al día siguiente, habiéndose tomado lospareceres del Consejo tumultuariamente y sin for-mafidad alguna, se entrega al cónsul y, según lo quese le había mandado, pone en poder del cuestortreinta elefantes, cantidad de ganado y de caballos,pero dinero poco. Pártese Calpurnio a Roma a laelección de magistrados, en cuyo intermedio enNumidia y nuestro ejército hubo paz.

Divulgadas las cosas de África, y el modo cómohabían pasado, no se hablaba en Roma sino del he-cho del cónsul en todos los lugares y corrillos; laplebe estaba sumamente irritada; los senadores cui-dadosos y sin saber si aprobarían una maldad tangrande o darían por el pie a la capitulación, pero lesdetenía mucho para que obrasen en razón y justiciael poder de Scauro, porque se decía que no sólo eracómplice con Bestia, sino el que le había dado esteconsejo. Pero Cayo Memio, de cuyo genio libre y

L A G U E R R A D E J U G U R T A

55

poco afecto al poder de la nobleza se habló antes,entre estas dudas e irresoluciones del Senado, nocesaba en los concursos de exhortar al pueblo a quetomase satisfacción. Persuadiales que no desampa-rasen la república, ni su libertad; poníales delantemuchos desprecios y crueldades que había usadocon ellos la nobleza, y puesto de todo punto en esteempeño, no omitía medio de inflamar los ánimos dela plebe. Pero porque en aquel tiempo era muy cele-brada y tenía gran séquito en Roma su elocuencia,he tenido por conveniente poner aquí una de susmuchas oraciones, y especialmente la que en pre-sencia de un gran concurso dijo al regreso de Bestiaen estos términos:

«Muchas cosas me ponen a punto de abandona-ros, ¡oh quirites!, si no prevaleciera a todo mi amora la república: el poder de los nobles, vuestra tole-rancia, la falta entera de justicia y especialmente elver que la inocencia está muy expuesta, en vez deser premiada. No tengo valor para acordaros laburla que en estos quince años han hecho de voso-tros algunos insolentes; cuán indigna y cuán impu-nemente han hecho morir a vuestros defensores;cuánto os habéis dejado corromper de la pereza yflojedad; vosotros, digo, que aún hoy, que veis caí-

C A Y O S A L U S T I O

56

dos a vuestros enemigos, no sabéis aprovecharos, yestáis temiendo a los mismos a quienes debieraiscausar terror. Pero aunque sea esto así, no sé, nipuedo dejar de oponerme al poder de la coligación.A lo menos haré ver que mantengo la libertad queheredé de mis padres. Que lo haga o no con fruto,pende de vosotros, ¡oh quirites! Ni esto es decirosque venguéis con las armas vuestro agravio, comohicieron muchas veces vuestros mayores. No es ne-cesaria fuerza, ni tumulto. Sin nada de esto es preci-so, según obran, que ellos mismos se precipiten.Muerto Tiberio Graco, a quien achacaron queríaalzarse con el reino, se procedió en la pesquisa conel mayor rigor contra la plebe romana. Después quemataron a Cayo Greco y a Marco Fulvio, perecieronasimismo en la cárcel muchos de vuestro estado, sinque ley alguna contuviese en uno ni otro lance a losautores, hasta que, hartos de sangre, lo dejaron desuyo. Pero doy que el haber Tiberio Graco queridoreponer a la plebe en sus derechos, fuese aspirar alreino; doy que se derramase justamente la sangre delos ciudadanos, si no había otro medio de conte-nerles. No hago mérito de esto. Los años pasadosmirabais con dolor, pero sin atreveros a hablar pa-labra, que se robaba al erario; que los reyes y pue-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

57

blos libres eran tributarios de algunos de los nobles;que en ellos estaban estancadas las mayores honrasy riqueza. Ahora pareciéndoles poco el haber hechoesto impunemente, por remate de todo han puestovuestras leyes, vuestra majestad, lo sagrado y lo pro-fano en poder de nuestros enemigos. Ni se aver-güenzan o arrepienten de ello los autores; antesbien, pasan por delante de vosotros muy ufanos,haciendo alarde de los sacerdocios, de los con-sulados y alguno de sus triunfos, como si esos fue-sen justo ,,galardón de su mérito y no fruto de sususurpaciones. Los siervos comprados con dinerono sufren el dominio injusto de sus amos, ¿y voso-tros, quirites, nacidos para el mando, sufriréis conpaciencia tan dura servidumbre? ¿Mas quiénescreéis que sean estos que se han alzado con la repú-blica? Unos hombres llenos de maldades, sanguina-rios, avaros sin término y en sumo grado dañosos einsolentes; hombres que hacen granjería de su pala-bra, de su honor, de la religión y últimamente detodo lo honesto y de lo que no lo es. Parte de ellosafianza su seguridad en haber muerto a vuestrostribunos, otros en haberos injustamente atormenta-do y los más en haber hecho en vosotros una cruelcarnicería; de suerte que el que más daño os hizo,

C A Y O S A L U S T I O

58

ése vive más seguro. El miedo que debieran tenerpor sus maldades le han trasladado a vuestra inac-ción y flojedad, y el haberse unido es porque de-sean, aborrecen y temen todos unas mismas cosas;pero esta unión entre buenos es amistad; entre ma-los, partido. Y a la verdad, si vosotros miraseis tantopor vuestra libertad, como ellos por adelantar sudespotismo, no estaría, como está hoy, desolada larepública, y obtendrían vuestros empleos, no losmás osados, sino los más dignos. Vuestros mayores,a fin de recobrar sus derechos y sostener la majestaddel imperio, tomaron en dos ocasiones las armas, yseparándose del resto de los ciudadanos, ocuparonel monte Aventino, ¿y vosotros no habéis de traba-jar con el mayor empeño por mantener la libertadque de ellos recibisteis? Y esto con tanto más ardorcuanto el perder las cosas ya adquiridas es mayorafrenta que el no haberlas jamás solicitado. Pero, mepreguntará alguno de vosotros, ¿qué debemos ha-cer? ¿Qué? Procurar se castigue a los que han ven-dido infamemente al enemigo la república; peroesto, no con mano armada, ni con violencia (lo que,aunque ellos tenían bien merecido, es cosa indignade vosotros), sino a fuerza de cuestiones y torturas,y por la declaración del mismo Jugurta, el cual, si se

L A G U E R R A D E J U G U R T A

59

ha rendido y entregado de buena fe, como ellos di-cen, sin duda hará cuanto le mandareis, pero sirehúsa obedecer, entonces, entonces conoceréis cuálsea el fondo de aquella paz y de aquella entrega, deque no hemos visto otro fruto sino quedar Jugurtasin castigo, enriquecerse mucho algunos poderososy perjudicarse y cubrirse de oprobio la república. Yya no es que no estáis aún hartos de sufrir su tiraníay que mal hallados con estos tiempos, gustáis másde aquellos en que los reinos, las provincias, las le-yes, los derechos, los tribunales, la paz, la guerra yúltimamente todo lo divino y lo humano estaba enpoder de algunos pocos; y vosotros, esto es, el pue-blo romano, jamás vencido por los enemigos y due-ño del mundo, os contentabais con que os dejasenvivir. Porque, hablando por la verdad, ¿quién devosotros tenía valor para rehusar la servidumbre?Yo, pues, aunque juzgo que para un hombre honra-do es cosa en sumo grado vergonzosa recibir agra-vio y no tomar satisfacción, con todo eso llevaríabien que perdonaseis a estos hombres llenos demaldades, sólo porque son ciudadanos, si la piedadque con ellos se use no hubiera de redundar envuestro daño. Porque, según es su insolencia, no secontentarán con el mal que hasta ahora impune-

C A Y O S A L U S T I O

60

mente han hecho, si no les quitáis la libertad decontinuarlo; y vosotros viviréis en un perpetuo so-bresalto desde el punto en que echéis de ver, que oses preciso servir o mantener vuestra libertad a fuer-za de brazos. Porque, ¿qué esperanza puede haberde buena fe o de acomodamiento? Ellos quierendominar, vosotros ser libres; ellos hacer injuria, vo-sotros impedirla. Tratan, finalmente, a vuestros alia-dos como a enemigos, y a éstos como si fueranaliados. ¿Puede acaso haber paz o amistad en tanencontrados pareceres? Por esto os exhorto y amo-nesto, que en ninguna manera dejéis tan gran mal-dad sin castigo. No se trata aquí de haber robado elerario, ni de haber quitado violentamente la hacien-da a vuestros aliados (cosas que, aunque tan enor-mes, han venido ya con la costumbre a tenerse ennada), sino de haber vendido la autoridad del Sena-do, de haber vendido vuestro imperio al enemigomás terrible. En paz y en guerra ha sido puesta enprecio la república. Si esto, pues, no se inquiere, sino se castigan los culpados, ¿qué restará sino quevivamos perpetuamente esclavos de ellos? Porque,¿qué otra cosa es ser rey sino hacer lo que se quiereimpunemente? Ni os digo con esto, ¡oh quirites!,que por vengaros queráis más que vuestros ciuda-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

61

danos se hallen culpados, que inocentes; sí sólo queno oprimáis a los buenos perdonando a los malhe-chores. Fuera de que en un Estado es mucho menorinconveniente el dejar sin galardón los hechos ilus-tres, que sin castigo los delitos; porque el bueno, sino es premiado, lo más que hace es entibiarse; elmalo, si no se castiga, se empeora. Y en fin, si nohubiese agravios, ni habrá tampoco necesidad derecursos para que se reparen. Con estos y otros talesrazonamientos, que Cayo Memio hacía frecuente-mente al pueblo, le persuadió a que se enviase LucioCasio, que a la sazón era pretor, a Jugurta y le trajeseconsigo a Roma bajo la fe pública, a fin de descubrirmás fácilmente por su declaración el delito de Scau-ro y de los demás a quienes acusaban de habersedejado cohechar. Mientras pasaba esto en Roma, losque Bestia había dejado en Numidia con el mandodel ejército, cometieron, a ejemplo de su general,muchos y muy enormes excesos. Hubo entre ellosquien, sobornado por Jugurta, le volvió sus elefan-tes; otros que le vendieron sus desertores, y muchosque hacían robos y correrías en los pueblos conquienes tenlamos paz; tal era la avaricia que comoun contagio se había apoderado de los ánimos detodos. Pero el pretor Casio, habiéndose hecho el

C A Y O S A L U S T I O

62

plebiscito, según la proposición de Cayo Memio, loque puso en consternación a toda la nobleza, separte para Jugurta, y viéndole temeroso y desconfia-do por su mala conciencia del buen éxito de sus co-sas, le induce «a que no quiera más experimentar lafuerza que la clemencia del pueblo romano, una vezque se le había ya rendido. Dale además de esto supalabra, que aunque privada, no la estimaba él me-nos que la pública; tal era en aquel tiempo la buenaopinión que se tenía de Casio.

Viene, pues, Jugurta a Roma en traje muy pococorrespondiente a su real decoro; y aunque de suyoera hombre de gran pecho, confortado más y máspor todos aquellos a cuya sombra había ejecutadolas maldades que arriba dijimos, gana con gran sumade dinero a Cayo Bebio, tribuno de la plebe, paraque su avilantez le asegure contra cualquiera resolu-ción, justa o injusta. Pero habiendo Cayo Memíollamado a junta, no obstante que la plebe aborrecíamucho al rey y algunos querían que se le prendiese yotros que, según la costumbre de los mayores, se leimpusiese pena capital como a enemigo público, sino descubría los cómplices de su maldad, teniendomás consideración al propio decoro que a desaho-gar su enojo, procuraba apaciguar el tumulto, ablan-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

63

dar los ánimos y protestar que la fe pública seríaporque cesó el su parte inviolablemente guardada.Pero luego clamor, sacando a Jugurta al público,toma la palabra, cuenta muy por menor los malesque ha ejecutado en Roma y en Numidia, hace ver atodos su crueldad contra su padre y hermanos, yvuelto a él, le dice «que aunque el pueblo romanosabe bien quiénes le han ayudado y favorecido paraello, quiere, sin embargo, asegurarse más y oírlo desu boca; que si declara la verdad, puede con granfundamento prometerse mucho de la buena fe yclemencia del pueblo romano, pero si la oculta, nosalvará a sus cómplices y él se perderá y malograrátodas sus esperanzas.

Habiendo concluido Memio y dicho a Jugurtaque diese sus descargos, Cayo Bebio, también tribu-no de la plebe, que, como se dijo antes, estaba cohe-chado, mándale callar. Y aunque la muchedumbreque se hallaba presente, en gran manera irritada, leatemorizaba con gritos, con lo airados de sus ros-tros y muchas veces con ademanes de insultarle y lodemás que suele dictar la ira, prevaleció no obstanteeso la desvergüenza, y así el pueblo se retiró burladode la junta, Y Jugurta, Bestia y los demás a quienes

C A Y O S A L U S T I O

64

tenía aquella disputa cuidadosos, cobraron grandeánimo.

Hallábase a la sazón en Roma cierto númidallamado Masiva, hijo de Gulusa y nieto de Masinisa,el cual, porque en la discordia de los reyes habíasido del partido contrario de Jugurta, luego que seentregó Cirta y fue muerto Aderbal, se escapó hu-yendo de África. Spurio Albino, que en compañíade Quinto Minucio Rufo había sucedido a Bestia enel consulado, induce a este hombre a que se querellede Jugurta, procurando hacerle odioso y temible porsus maldades; y supuesto que él es de la línea deMasinisa, pida para sí al Senado el reino de Numi-dia. Estaba el cónsul (a quien había tocado porsuerte esta provincia, como a su compañero la deMacedonia) deseoso de hacer la guerra, y así queríaque las cosas se revolviesen y no se dejasen enfriar.Entablada por Masiva la pretensión y no teniendoJugurta en sus amigos bastantes fuerzas para reba-tirla (porque unos por su misma conciencia, otrospor temor de desacreditarse o por su cobardía no seatrevían a sacar la cara), manda a Bomílear, su deu-do y confidente íntimo «que con dinero, como habíanegociado otras cosas, busque asesinos que secre-tamente, si ser pudiese, y si no de cualquier modo,

L A G U E R R A D E J U G U R T A

65

quiten la vida a Masiva. Bomílear obedece pronta-mente, y valiéndose de sujetos abonados para talesmáquinas, explora menudamente los pasos y entra-das y salidas de Masiva, los sitios y momentosoportunos para su intento y apuesta, según el casolo pedía, los agresores. Uno de éstos, acometiendoin consideradamente a Masiva, le mata; y siendocogido en flagrante, descubre a persuasión de mu-chos, y especialmente el cónsul Albino, quién le hainducido a ello. Hácesele causa a Bomílcar, más porpedirlo así la natural razón y equidad, que por elderecho de las gentes, pues había venido a Romaacompañando a uno que tenía salvaguarda pública.Pero Jugurta, aunque reo notorio de tan gran delito,no cesó de porfiar negándolo, hasta que echó de verque el aborrecimiento que este hecho le había con-ciliado sobrepujaba a su favor y a su dinero. Y así,aunque en la primera acusación de Bomílear le habíaafianzado con cincuenta de sus amigos, como sumira única era el reino, los abandonó del todo ydespachó ocultamente al reo a Numidia, receloso deque si le quitaban la vida en Roma, sus vasallos en-trarían en temor de obedecerle, y él mismo le siguióde allí a pocos días, por haberle mandado el Senadosalir de Italia. Ya fuera de Roma, dicen que volvió a

C A Y O S A L U S T I O

66

ella el rostro muchas veces, sin hablar palabra, peroque al fin prorrumpió diciendo: ¡Oh ciudad venal!¡ Cuán poco durarías si hallases comprador!

Albino, entretanto, habiéndose renovado la gue-rra, se da gran prisa de transportar a África víveres,pagas y lo demás necesario para ella, y pasa allá alinstante con ánimo de acabarla, si ser pudiese, bienpor fuerza o por negociación, o de otra suerte, antesdel día de los comicios, que no estaba muy lejos.Pero al contrario, Jugurta todo era dar largas, buscarpara ello cada día nuevos pretextos; prometer que seentregaría y luego aparentar miedo; ceder si se leestrechaba y poco después volver sobre los nues-tros, a fin de que no desmayasen sus soldados. Deesta suerte, mostrando unas veces querer guerra,otras paz, burlaba y entretenía al cónsul. Ni faltóquien ya entonces sospechase que Albino tenla inte-ligencia con el rey; porque parecía increíble que lagran prisa que manifestó en los principios se hubie-se, sin estudio y por sola flojedad, trocado tanpresto en otra tanta lentitud. Pero ya que con el cur-so del tiempo se acercaba el día de los comicios,fuese Albino a Roma, dejando a su hermano Aulo elmando del ejército en calidad de propretor.

L A G U E R R A D E J U G U R T A

67

Hallábase a la sazón atrozmente combatida larepública con los alborotos de los tribunos de laplebe. Publio Lúculo y Lucio Anio, que obteníaneste magistrado, estaban empeñados en que habíande continuar en él, a pesar de sus compañeros, cuyacontienda impedía los comicios de todo el año. Li-sonjeado, pues, el propretor Aulo de que entre estasdilaciones o acabaría la guerra o el rey, a trueque deevitarla, pondría en sus manos alguna gruesa suma,saca a Jos soldados de sus cuarteles en mitad deenero, y a grandes jornadas, en lo más riguroso delinvierno, llega a la ciudad de Sutul, donde el rey te-nía sus tesoros, la cual, aunque por lo crudo de laestación y por la fortaleza de su sitio ni ganarse, niaun sitiarse podía (porque alrededor de la muralla,construida en la cima de un monte muy agrio, habíauna llanura cenagosa, que con las lluvias del invier-no estaba hecha una laguna), con todo eso, fueseficción de Aulo para aumentar el miedo al rey oporque le cegase su deseo de apoderarse de la ciu-dad y de los tesoros, comenzó a acercar a ella losmanteletes, a tirar el cordón y adelantar lo demásque creía conducir a su intento.

Jugurta, vista la temeridad y falta de pericia mi-litar del legado, procuraba con grande astucia ir ce-

C A Y O S A L U S T I O

68

bando su locura. Enviábale a menudo mensajeroscon súplicas; llevaba su ejército por veredas y luga-res fragosos, en apariencia de que huía, hasta que alfin, con esperanza de que se compondría con él,logró inducirle a que dejando a Sutul, le persiguiesey, por ciertas regiones apartadas, adonde fingiríaretirarse, y además cualquiera negociación que sehiciese estaría más oculta. Entretanto, no cesaba dedía ni de noche de solicitar su ejército por medio degente práctica y sagaz; cohechaba a los centuriones yoficiales de caballería para que o desertasen o acierta señal que les daría, desamparasen sus puestos;y cuando tuvo ya las cosas preparadas según su idea,déjase a medianoche caer imprevistamente sobre losreales de Aulo con gran muchedumbre de númidas.Los soldados romanos sorprendidos con el no es-perado alboroto, toman unos las armas, otros pro-curan ocultarse; parte anima a los medrosos, partese turba y se embaraza; los enemigos cargan portodos lados en gran número; la noche aumenta sussombras con las nubes; en todo hay riesgo; dúdasesi mayor en huir o en esperar. En esto una cohortede ligures, del número de los que se dijo estabancohechados, juntamente con dos escuadrones decaballos traces y algunos soldados de poca cuenta,

L A G U E R R A D E J U G U R T A

69

pásanse al rey, y el centurión de la primera columnade la legión tercera da entrada franca a los enemigospor un puesto fortificado, cuya defensa estaba a sucargo, por donde los númidas rompieron de tropel.Los nuestros, huyendo vergonzosamente y los másarrojando las armas, se acogieron a un collado veci-no. La noche y el despojo de los reales hicieron quelos enemigos no se aprovechasen más de la victoria.Jugurta el día siguiente, en una conferencia conAulo, le dijo: «que aunque le tenía encerrado a él y asu ejército por hierro y hambre, sin embargo, cono-ciendo la inconstancia de las cosas humanas, le con-cedería, si le prometía la paz, que saliesen todossalvos, con tal que antes pasasen por bajo del yugo,y saliesen dentro de diez días de Numidia, cuyascondiciones, aunque tan duras y llenas de ignominia,hubieron de aceptarse por temor de la muerte, y asíse hizo la paz según quiso Jugurta.

Sabido esto en Roma, el miedo y la tristeza seapoderaron de la ciudad; unos se lastimaban por veroscurecida la gloria guerra, llegaban a temer si lalibertad peligraría. Contra Aulo se enfurecian todos,y especialmente los que en las del imperio; otros,poco acostumbrados a los reveses de las pasadasguerras se habían portado con valor. Objetábanle

C A Y O S A L U S T I O

70

que, teniendo las armas en la mano, había procura-do salvarse, no por medio de ellas, sino a costa de lamayor ignominia. Por esto el cónsul Albino, te-miendo el aborrecimiento y el peligro que el delitode su hermano podría ocasionarle, propuso al Se-nado que deliberase acerca de la capitulación. Almismo tiempo alistaba gente para completar el ejér-cito, solicitaba socorros de los confederados y lati-nos, y por todos medios se prevenía con la mayordiligencia para la guerra.

El Senado resuelve, como era justo, que sin suorden y la del pueblo no pudo Aulo haber hechotratado alguno. El cónsul, habiéndole prohibido lostribunos de la plebe llevar consigo la gente que teníaprevenida, se parte de allí a pocos días al Áfricaproconsular, porque todo el ejército, según lo esti-pulado, había salido de Numidia e invernaba ennuestra provincia. Cuando llegó allá, aunque ardíaen deseos de perseguir a Jugurta y mitigar el generalaborrecimiento de su hermano, con todo eso, vistoel ejército (en quien además de la deserción, había lafalta de disciplina, la libertad y la lascivia hecho elmayor estrago), determinó, según el estado de lascosas, no emprender nada por entonces.

L A G U E R R A D E J U G U R T A

71

Entretanto en Roma, Cayo Mamilio Limetano,tribuno de la plebe, propone al pueblo «que haga leypara que se inquiera contra los autores de haber Ju-gurta despreciado los mandamientos del Senado, ylos que en sus embajadas o empleos hubiesen reci-bido dinero de él, o entregádole los elefantes y de-sertores, y últimamente contra cualesquiera quehubiesen hecho tratados de paz o de guerra con losenemigos. Como a esta ley no podían en lo públicooponerse los que se sentían culpados, ni los que te-mían algún peligro por el encono de los partidos,antes bien era preciso mostrar que la aprobaban yaplaudían, procuraron bajo mano por medio de susamigos, y especialmente de algunos latinos y otrosconfederados itálicos, ver si podrían impedir que sellevase a efecto. Pero no es creíble lo empeñada queestaba en ello la plebe, ni el tesón con que había de-cretado y promulgado aquella ley; no tanto poramor a la república, como por aborrecimiento a lanobleza, contra la cual se asestaba el tiro; tal era eldesenfreno de los dos partidos. Consternado, pues,el resto de los nobles, Marco Scauro, de quien diji-mos antes que había sido legado de Bestia, estandoaún entonces la ciudad fluctuante entre la alegría dela plebe y el quebranto de los de su partido, y de-

C A Y O S A L U S T I O

72

biendo, según proponía Mamilio, nombrarse tressujetos que hiciesen la pesquisa, pudo lograr que élfuese uno de los nombrados. Pero habiéndose estapesquisa ejecutado dura y violentamente, dejándoselos comisionados llevar de las hablillas y caprichosdel vulgo, sucedió que, como la nobleza en otrasocasiones, Así en ésta la plebe por la demasiadaprosperidad vino a hacerse insolente.

Este abuso de las divisiones y partidos entre losdel pueblo y el Senado, y todos los desórdenes quedespués se experimentaron, tuvo principio en Romapocos años antes, y era efecto de la paz y de laabundancia de las cosas que el mundo más estima.Porque mientras estuvo en pie Cartago, el Senado ypueblo romano administraban la república con granmoderación y templanza; ni entre ciudadanos sedisputaba sobre quién había de sobresalir en la glo-ria o en el mando; el miedo del enemigo contenía ala ciudad en su deber. Pero luego que sacudió de síeste cuidado, se apoderaron de ella la soberbia y lalascivia, males que trae regularmente consigo laprosperidad. De esta suerte el descanso por queanhelaron tanto en los tiempos trabajosos, despuésde alcanzado, fue para ellos más duro y amargo quelos trabajos mismos. Porque así la nobleza como el

L A G U E R R A D E J U G U R T A

73

pueblo hicieron servir, aquélla su elevación, éste sulibertad a sus antojos; robando unos y otros y apro-piándose cuanto podían. De esta suerte todo se di-vidió en dos bandos, y la república, cogida en mediode ellos, fue despedazada. Pero el partido de losnobles por su estrecha unión era más fuerte; la ple-be, aunque mayor en número, por estar desunida ydividida su fuerza, podía menos. Gobernábase enpaz y en guerra el Estado por el arbitrio de pocos.Estos tenían en su mano el erario, los gobiernos, losmagistrados, la gloria y los triunfos; el pueblo vivíaoprimido con la pobreza y el peso de la guerra; losgenerales se apoderaban y a pocos daban parte delos despojos militares; y entretanto las mujeres y loshijos pequeños de los soldados eran echados de suscasas y posesiones, si confinaban con las de algúnpoderoso. De esta suerte la avaricia sin tasa ni ver-güenza alguna, juntamente con el poder, lo invadía,manchaba y asolaba todo, no teniendo el menormiramiento ni respeto, hasta que se despeñó ellamisma. Luego, pues, que entre los de la nobleza hu-bo quien antepusiese al poder injusto la verdaderagloria, comenzó a revolverse la ciudad y se vio na-cer en ella la discordia, no de otra suerte que cuandovemos formarse un torbellino.

C A Y O S A L U S T I O

74

Porque después que Tiberio y Cayo Graco, cu-yos mayores en la guerra púnica y en otras habíanacrecentado mucho los términos del imperio, in-tentaron restablecer a la plebe en su libertad y des-cubrir las maldades de algunos particulares, lanobleza, que se sentía culpada y por eso estaba te-merosa (valiéndose unas veces de los confederadosy latinos, otras, de algunos caballeros romanos, quecon la esperanza de que se les daría parte en losempleos, se hablan separado de la plebe), se opusoal intento de los Gracos, y en los principios mató aTiberio, tribuno que era del pueblo; de allí a pocosaños a Cayo, triunviro conductor de las colonias,que seguía las mismas pisadas, y a Marco Fulvio Fla-co. Y a la verdad los Gracos, arrebatados del deseode la victoria, no guardaron la moderación que con-venía; pero mejor es disimular prudentemente losagravios que tomar satisfacción a costa de un malejemplo. La nobleza, pues, usando de esta victoriadesenfrenadamente, mató y desterró a muchas gen-tes, con lo que logró en lo venidero hacerse mástemible que poderosa, mal que ordinariamente hasido la ruina de grandes y opulentas ciudades, porquerer unos y otros vencer a toda costa y ensan-grentarse demasiado en los vencidos. Pero si hubie-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

75

se yo de hablar menudamente de los partidos y delas costumbres de Roma, según lo pide la grandezadel asunto, antes me faltaría tiempo que materia; porcuya razón vuelvo a mi propósito.

Después de la capitulación de Aulo y de la ver-gonzosa retirada de nuestro ejército, Metelo y Sila-no, nombrados cónsules para el siguiente año,sortearon entre sí las provincias; y de éstas la Nu-midia cupo a Metelo, varón fuerte y, aunque opuestoal partido del pueblo, constantemente reputado porhombre de grande entereza. Este, luego que comen-zó a ejercer su magistrado, hecho cargo de que losdemás negocios eran comunes a ambos cónsules,pero el de la guerra peculiar suyo, se aplicó seria-mente a la que había de emprender. Teniendo, pues,poca confianza del ejército antiguo, alista gente, so-licita socorros de todas partes, apresta armas, caba-llos y demás tren de campaña; previene asimismovíveres en abundancia y cuanto podía ofrecérsele enuna guerra de sucesos varios y que pedía grandesprevenciones. Contribuía a ello el Senado con suautoridad; los confederados, los latinos y aun losreyes, enviando voluntariamente socorros, y final-mente la ciudad toda con el mayor empeño. Preve-nidas y ordenadas las cosas según deseaba, pártese a

C A Y O S A L U S T I O

76

Numidia, dejando a los ciudadanos muy esperan-zados, ya por sus excelentes prendas, ya especial-mente porque sabían que su ánimo era superior a lasriquezas, y que la avaricia de los magistrados habíahasta entonces quebrantado en Numidia nuestrasfuerzas y aumentado las de los enemigos.

Habiendo, pues, llegado a África, le entrega elprocónsul Spurio Albino un ejército flojo, no ague-rrido ni sufridor de los peligros y trabajos, de máslengua que manos, robador de sus aliados, y presade los enemigos, hecho en fin a vivir sin rienda nimoderación alguna; de suerte que al nuevo generalle daba más cuidado lo estragado de las costumbresde los soldados que alivio o esperanza su gran nú-mero. Y aunque la dilación de los comicios hablaacortado el tiempo del estío, y Metelo conocía bienque en Roma estaba el pueblo ansioso esperando eléxito de la guerra, resolvió, sin embargo, no em-prender cosa alguna, hasta tanto que hubiese ejerci-tado bien a los soldados en la disciplina militar desus mayores. Porque Albino, amedrentado por ladesgracia de su hermano y la del ejército y resuelto ano salir un paso de la provincia, tuvo ordinaria-mente a los solidados en cuarteles fijos todo eltiempo del verano, en que conservó el mando, si no

L A G U E R R A D E J U G U R T A

77

era cuando el mal olor o la necesidad de forrajes leobligaba a mudar de sitio. Ni se hacían las guardiassegún la costumbre militar: el que quería se ausenta-ba por su antojo de las banderas; los vivanderosmezclados con los saldados andaban día y nocheociosos y derramados por varias partes, talaban loscampos, tomaban por fuerza las caserías, robandosus ganados y esclavos a porfía, y los trocaban conlos mercaderes por vino que les traían de afuera ycosas semejantes; vendían además de esto el trigoque el público les daba por meses, y después com-praban el pan diariamente. En suma, cuantos males,hijos de la flojedad y la lujuria, pueden decirse oimaginarse, tantos y aún más se hallaron en aquelejército.

Entre estos embarazos hallo yo a Metelo nomenos prudente y grande que en lo más vivo de laguerra; tal fue su templanza entre la ambiciosa blan-dura y el rigor. Lo primero, pues, que hizo fue quitarcuanto podía fomentar la pereza y regalo, mandan-do «que nadie en los reales vendiese pan ni viandaalguna cocida; que los vivanderos no siguiesen alejército; que el soldado raso, ni en el campo ni en laexpedición tuviese esclavo o caballería; y en lo de-más poniendo con grande arte las cosas en buen

C A Y O S A L U S T I O

78

orden. Mudaba además de esto cada día la situaciónde los reales por varias travesías; fortificábalos consu valla y foso, como si estuviera a la vista el enemi-go, ponía en ellos muy espesas centinelas, haciendopor sí mismo la ronda en compañía de los primerosoficiales. Hallábase unas veces en el frente del ejér-cito, otras en la retaguardia; pero regularmente en elcentro, a fin de que nadie se desordenase; y para queno se alejasen en las banderas, dispuso que los sol-dados llevasen consigo su comida y sus armas. Deesta suerte, impidiendo los delitos más que casti-gándolos, logró restablecer en breve el ejército.

Cuando entendió Jugurta por sus espías en loque Metelo se ocupaba y sabiendo desde que estuvoen Roma su integridad, comenzó a desconfiar desus cosas y entonces finalmente quiso de veras en-tregarse. Resuélvese, pues, a enviar sus mensajeros aMetelo con orden de que únicamente le pidan lavida para sí y para sus hijos, y lo demás lo entreguensin reserva al pueblo romano. Pero tenía Meteloexperimentado mucho antes, cuán poco de fiar ycuán volubles y amigos de novedades eran los nú-midas; y así se introduce con los mensajeros, hábla-les a cada uno de por sí y sondeándolos poco apoco, cuando vio que daban alguna entrada a su

L A G U E R R A D E J U G U R T A

79

designio, solicita de ellos a fuerza de promesas «quele entreguen, si es posible, la persona y si no la ca-beza de Jugurta; pero en público dio a todos juntosla respuesta que quería llevasen al rey. De allí a po-cos días se encamina con su ejército bien disciplina-do y deseoso de obrar hacia la Numidia, dondecontra el regular aspecto de un país que está en gue-rra, encuentra las chozas llenas de gente y los cam-pos de colonos y ganados, y que de los pueblos ymapalias le salían a recibir los gobernadores que enellos tenía el rey, dispuestos a aprontar trigo, atransportar víveres y últimamente a hacer cuanto seles mandase. Pero no por eso Metelo procedía me-nos cauto; antes bien, marchaba con su ejércitoformado, y siempre a punto, como si tuviese al ladoal enemigo, haciendo alargar más a los batidorespara que lo explorasen todo, persuadido a que lo dela entrega no era sino añagaza para hacerle dar enalguna emboscada. Y así él iba en la vanguardia conlos compañías ligeras y una banda escogida de hon-deros y ballesteros; Cayo Mario legado en la reta-guardia con nuestra caballería; la de los auxiliares lahabía repartido entre los tribunos y prefectos de lascohortes a uno y otro lado del ejército, a fin de queinterpolada con nuestra tropa ligera pudiese recha-

C A Y O S A L U S T I O

80

zar la caballería de los enemigos por cualquieraparte que embistiese. Porque Jugurta era tan astuto ytan práctico del terreno y de la guerra, que podíadudarse si era más de temer ausente o cuando esta-ba a la vista, si haciendo guerra o estando en paz.

Había no lejos del camino que llevaba Metelouna ciudad de Numidia, llamada Vaca, emporio elmás célebre de todo el reino, donde solían habitar ycomerciaban muchos mercaderes italianos. En ellapuso guarnición el cónsul, por ver cómo sería reci-bida, y si se le franquearían sus entradas. Mandódespués de esto conducir allí trigo y lo demás nece-sario para la guerra, creyendo, como era natural, quela copia de mercaderes y de vituallas podría ser útilal ejército, y juntamente servir de seguridad a lasprevenciones que se hiciesen. En este intermedio nocesaba Jugurta, por medio de sus mensajeros, desolicitar con la mayor instancia el tratado de paz,ofreciendo entregarse a Metelo, sin más condicionesque su vida y la de sus hijos. Pero el cónsul los en-viaba a sus casas, como a los primeros, después dehaberlos inducido a que le entregasen a su rey, sinrehusar ni ofrecer la paz que éste pretendía, y en-tretanto esperaba a ver si tendría efecto lo que lehabían prometido los mensajeros.

L A G U E R R A D E J U G U R T A

81

Jugurta, cotejadas las palabras con los hechos deMetelo y echando de ver que le hería por sus mis-mos filos; porque al paso que le daba esperanzas depaz, le hacía una guerra muy cruel, en la que habíaperdido una ciudad considerable, los enemigos ha-bían tomado conocimiento de la tierra y sus vasalloshabían sido solicitados para que le desamparasen;obligado de la necesidad determinó volver a las ar-mas. Habiendo, pues, explorado el camino que lle-vaban los enemigos y lisonjeándose de que podríavencerlos en algún sitio ventajoso, junta cuanto másgente puede de todas clases, y por veredas ocultas seadelanta y ataja al ejército de Metelo. Había en laparte de Numidia, que cupo a Aderbal, un río quetenía su origen al Mediodía, llamado Mutul; y cercade veinte millas de él corría en igual distancia unacordillera de montes pelados y sin cultura alguna,del medio de la cual salía como una colina, cuyo finno se alcanzaba a ver, vestida de acebuches, arraya-nes y otras plantas de las que suelen producir lastierras secas y arenosas. La llanura intermedia estabadel todo yerma por falta de agua, a excepción de lascercanías del río, en que había varios arbustos y fre-cuencia de ganados y colonos.

C A Y O S A L U S T I O

82

En esta colina, pues, que como dijimos se alar-gaba al través del camino que traía Metelo, sentóJugurta su campo, dándole mucha extensión por elfrente. A Bomílcar dio el cargo de los elefantes, yparte de la infantería, diciéndole lo que debía hacer;él se apostó más cerca del monte con toda la caba-llería y los infantes escogidos, y girando por los es-cuadrones y compañías una a una, exhorta y conjuraa sus soldados victoria, defiendan sus personas y sureino de la avaricia, «que, acordándose del valor an-tiguo y de la pasada de los romanos. Díceles quevan a pelear con los mismos a quienes ya antes ha-bían vencido y hecho pasar por bajo del yugo; quesólo habían mudado de caudillo, no de ánimo; quecuantas precauciones podía un buen general tomar,tantas había él tomado; lugar ventajoso, que losprácticos del terreno peleasen con los que no loeran y nunca los menos contra superior número, nilos bisoños con los más aguerridos. Y así, que estu-viesen apercibidos, y a punto para acometer a losromanos, luego que se les diese la señal, que aqueldía o les aseguraría el fruto de sus trabajos y victo-rias o sería principio de las mayores desgracias einfortunios. Va, además de esto, acordando en par-ticular a los que por alguna hazaña había honrado y

L A G U E R R A D E J U G U R T A

83

regalado, las mercedes y que les había hecho, y po-niéndolos a la vista de los demás. últimamente,prometiendo a éstos, amenazando y rogando aaquéllos, según era el genio de cada uno, los dis-ponía y animaba de diversos modos para la batalla,cuando entretanto Metelo, que nada sabía del ene-migo, le descubre al bajar del monte con su ejército.Y al principio no acababa de comprender lo quesería aquel extraño objeto (porque los caballos einfantes númidas estaban entre las matas, ni bien deltodo encubiertos por lo bajo de ellas, ni dando ideaclara de sí, por lo caprichoso del terreno y por laastucia con que ellos y sus banderas se habían ocul-tado). Pero cayendo presto en la cuenta de lo queaquello era, hizo un ligero alto, y mudando la for-mación del lado derecho, que era el más inmediatoal enemigo, escuadrona y divide el ejército en trescuerpos, reparte entre los claros de las compañíaslos honderos y ballesteros, acomoda la caballeríatoda en las dos alas, y habiendo exhortado breve-mente a los soldados, según lo permitía el tiempo,conduce el ejército a lo llano, así como lo había es-cuadronado, haciendo el lado derecho, que formabasu vanguardia, frente al enemigo.

C A Y O S A L U S T I O

84

Pero como vio que los númidas se estabanquietos y que no bajaban de la colina, recelando queel ejército por lo ardiente de la estación y la escasezde agua pereciese de sed, hizo que Rutilio, su lega-do, con algunas compañías ligeras y parte de la ca-ballería se adelantasen al río, para tomar con tiempositio donde acampar, persuadido a que los ene-migos, acometiendo muchas veces por los costados,retardarían su marcha, y que viéndose inferiores enfuerzas, tirarían a fatigar a sus soldados con el can-sancio y con la sed. Después, según el caso y el lugarlo permitían, fue poco a poco prosiguiendo su ca-mino en la forma en que había bajado del monte,llevando a Mario en el cuerpo de batalla, y él yendocon la caballería del ala izquierda, la cual, según elmovimiento del ejército, había venido a ser su van-guardia. Jugurta, cuando vio que la retaguardia deMetelo se había adelantado a sus primeros escua-drones, ocupa con un cuerpo como de dos mil in-fantes el monte por donde habla bajado Metelo, afin de que en caso de retirarse los nuestros, no lessirviese de abrigo, y después se fortificasen en él; ydando de repente la señal, acomete a los enemigos.Los númidas, unos dan sobre nuestra retaguardia,otros hacen sus tentativas por la derecha e izquier-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

85

da, porfiando, estrechando y procurando por todaspartes desordenar nuestras líneas. En ellas, aun losque resistían con mayor esfuerzo, burlados por elirregular modo de pelear de los enemigos, eran he-ridos desde lejos, sin poder vengarse ni venir a lasmanos, porque Jugurta había prevenido a los de acaballo que cuando les persiguiesen en tropa losromanos no se retirasen apiñados, ni en un cuerpo,sino cada cual por su lado y lo más desviados quepudiesen. De esa suerte, siendo superiores en núme-ro, cuando no podían hacer frente a los nuestros,los cogían ya desordenados por las espaldas o porlos lados; y si les acomodaba más para la fuga el co-llado que la llanura, allí también los caballos númi-das, hechos a sus veredas, se escabullían fácilmenteentre las matas, al paso que a los nuestros embara-zaba la aspereza y poca práctica del terreno.

Era el aspecto de todo el campo fluctuante y va-rio, causando a un mismo tiempo horror y compa-sión. De los desmandados parte huían, otrosseguían el alcance, sin acordarse nadie de su forma-ción ni de sus banderas. Donde a cada uno le cogíael riesgo, allí hacía frente y procuraba superarle; ar-mas, lanzas, caballos, hombres, númidas y romanos,todos andaban mezclados y revueltos: nada se hacía

C A Y O S A L U S T I O

86

por consejo ni orden, todo lo gobernaba el acaso.Así pasó gran parte del día y aún estaba pendiente eléxito de la batalla. Finalmente, cansados ya unos yotros con el trabajo y el calor y visto por Metelo quelos númidas no estrechaban tanto como antes, reúnepoco a poco su gente, vuelve a ordenar las líneas yopone cuatro cohortes legionarias a la infantería delos enemigos, gran parte de la cual, fatigada, tomabaalgún aliento en lo alto del collado; ruega al mismotiempo y exhorta a los soldados «que no desfallez-can, ni den lugar a que venzan los enemigos que yahuyen. Díceles que no tienen reales, ni atrinchera-miento alguno adonde acogerse en la retirada, nimás recurso que las armas. Pero ni Jugurta estabaentretanto ocioso: giraba, animaba a los suyos, re-novaba la pelea; hacía mil tentativas por sí mismocon su tropa escogida; socorría a los suyos, cargabaa los enemigos que vacilaban, y a los que veía firmeslos contenía desde lejos con las armas arrojadizas.

De esta suerte combatían estos dos grandes ca-pitanes, Iguales en el valor y pericia militar, perodesiguales en fuerzas. Metelo tenía mejor gente; pe-ro el sitio le era poco favorable. Al contrario, Ju-gurta llevaba ventaja en todo, sino en la calidad desu tropa. Pero al fin, viendo los romanos que ni

L A G U E R R A D E J U G U R T A

87

ellos tenían donde retirarse, ni los enemigos volvíana la batalla, y se acercaba ya la noche, suben a pe-chos, según el orden que tenían, a lo alto del colla-do; echan de allí a los númidas y los desbaratan yponen en huida, pero con muerte de pocos, porquea los más salvó su ligereza y el no ser los nuestrosprácticos del terreno. Entretanto Amílcar que, comodijimos, estaba encargado de los elefantes y parte dela infantería, luego que se le adelantó Rutilio, con-duce poco a poco los suyos a una llanura, y mientrasel legado se daba prisa por llegar al río, que era sudesignio, pudo él con su sosiego poner su gente enorden según el caso lo pedía; y no omitió diligenciapara saber en qué se ocupaba por todas partes suenemigo. Sabido, pues, que Rutilio había sentado sucampo y estaba sin cuidado, y viendo al mismotiempo que se aumentaba el estruendo de la batallade Jugurta, receloso de que si el legado lo llegaba aentender, iría prontamente a socorrer a los suyos enaquel peligro, extendió el frente de su tropa (quehasta allí por lo poco que confiaba en ella había te-nido muy unida) para impedir el paso a su enemigoy en esa posición marcha hacia los reales de Rutilio.

Los romanos advierten de improviso una granpolvareda, sin descubrir la causa, porque lo embara-

C A Y O S A L U S T I O

88

zaban los arbustos de que estaba vestida la campa-ña. Y aunque al principio juzgaron que sería polvoque se levantaba con el viento, cuando observaronque se mantenía en un estado y que se les iba acer-cando al paso que se movía el escuadrón, entendidolo que era, toman apresuradamente las armas, fór-manse en batalla delante de los reales, según el or-den que se les dio, y llegando a tiro, trábase congran vocería de ambas partes. Los númidas sólohicieron frente mientras tuvieron confianza de quelos elefantes les socorrerían; pero cuando vieronque éstos, embarazados con las ramas y perdida suformación a manos de los nuestros, echan precipi-tadamente a huir, y los más, arrojando las armas, seescapan sin daño alguno al abrigo del collado y de lanoche, que comenzaba ya a cerrarse. Tomáronsecuatro elefantes: el resto hasta cuarenta fueronmuertos. Los romanos, aunque cansados y rendidospor el trabajo del camino, del acampamento y labatalla, viendo que Metelo tardaba en llegar más delo que creían, vanse a encontrarle, así escuadrona-dos como estaban, y prontos para cualquier aconte-cimiento, porque los engaños de los númidas nopermitían el menor descuido. Y al principio, cuandollegaron cerca, con la oscuridad de la noche y el rui-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

89

do que ambas partes hacían, comienzan unos yotros a temer y alborotarse como si viniese el ene-migo, y estuvo a pique, por esta incertidumbre, dehaber sucedido una gran fatalidad, si los caballosavanzados de una y otra parte no hubiesen aclaradolo que era; con lo que el miedo que tenían se trocórepentinamente en gozo. Los soldados alegres llá-manse unos a otros por sus nombres; cuéntansemutuamente las particularidades del suceso; cadauno pone en las nubes sus hazañas, que esta es lacondición humana: jactarse y gloriarse en la victoriaaun los cobardes, y, al contrario, abatir a los valero-sos las desgracias.

Metelo habiendo permanecido cuatro días en elacampamento de Rutilio, cura con gran diligencia alos heridos, premia según la costumbre militar a losque se habían distinguido en las dos acciones, alabay da gracias en público a todos y les exhorta «a quese porten con igual valor en lo que resta, que es cosaya ligera. Díceles, que bastante han peleado ya por lagloria de vencer, que lo que falta de trabajo ha deser para enriquecerse con la presa. Entretanto envíaalgunos desertores y otros sujetos a propósito paraexplorar por dónde iba y lo que meditaba Jugurta, sitenía poca gente o ejército formado, y cómo se go-

C A Y O S A L U S T I O

90

bernaba después de vencido. Por ellos supo haberseretirado a lugares fragosos y fuertes por naturaleza,y que allí juntaba un ejército mayor en número queel primero, pero de gente bozal, de poco valor ymás para el campo y los ganados que para la guerra.Nacía esto de que entre los númidas nadie sigue a surey en las derrotas, a excepción de los caballeros dela guardia real; los demás vanse cada uno adondequiere, sin que esto se tenga por delito militar. Así lollevan sus costumbres. Viendo, pues, Metelo que niaun entonces había el rey perdido el ánimo y que seiba a emprender de nuevo una guerra, que era preci-so hacerla dónde y cómo Jugurta quisiese; que eramuy desigual su partido y el de sus enemigos, por-que aun siendo éstos vencidos, perdían menos quelos vencedores, determinó proseguir la guerra, nocon batallas ni peleas, como hasta entonces, sinopor un rumbo diferente. Vase, pues, a las ciudadesmás ricas de Numidia: tala sus campos; toma y abra-sa muchas villas y castillos poco fortificados o queestaban sin guarnición; manda pasar a cuchillo acuantos puedan tomar las armas, y todo lo demás loda al saco a los soldados. Con este miedo se entre-garon muchos por rehenes a los romanos, seaprontó trigo y lo demás de servicio en abundancia

L A G U E R R A D E J U G U R T A

91

y se puso guarnición donde se creyó conveniente;cuyas calamidades hacían más impresión en el áni-mo del rey que la pasada derrota. Porque teniendopuesta toda su esperanza en evitar los encuentroscon Metelo, se veía precisado a seguirle, y no pu-diendo aún defenderse en los lugares ventajosos,tenla que hacer la guerra en los que le eran pocofavorables. Resuelve, no obstante esto, lo que enaquel apuro le pareció mejor, es a saber, que el grue-so del ejército le aguardase en los sitios donde solíaestar: él, con la caballería escogida sigue a Metelo, ycaminando de noche por veredas desusadas, sin quenadie le observase, acomete improvisamente a losromanos, que andaban derramados: mata a los másde ellos que halló sin las armas, cautiva a muchos; niuno siquiera se escapó sin herida, y antes que de losreales puedan socorrerles, se retiran los númidas, se-gún el orden que tenían, a los montes inmediatos.

Entretanto habla gran regocijo en Roma por lasnoticias que se tenían de Metelo: es a saber, por subuena conducta y haber gobernado a su ejército asemejanza de sus mayores, y porque, sin embargo,de serle contrario el lugar de la batalla había por suesfuerzo salido vencedor, apoderándose de la tierradel enemigo y obligado a Jugurta (a quien la flojedad

C A Y O S A L U S T I O

92

de Aulo había hecho insolente) a librar toda la espe-ranza de salvarse en la aspereza de los montes o enla fuga. Y así el Senado manda que por estos suce-sos felices se den gracias públicamente a los diosesinmortales; y la ciudad, antes sobresaltada y cuida-dosa del éxito de la guerra, se alegra y explaya, en-salzando el nombre de Metelo. Éste, por lo mismo,se aplica con más empeño a terminar la guerra, y noomite diligencia para ello; pero cuidando mucho deno dar ocasión de que le asaltase el enemigo, y te-niendo presente que a la gloria sigue comúnmente laenvidia. De esta suerte, cuanto era su crédito mayor,andaba más vigilante y cuidadoso; ni permitía des-pués de la sorpresa de Jugurta que los soldados de-rramados saliesen a pillaje; antes bien, hacía que losescoltasen las cohortes y toda la caballería, cuandohabía falta de forrajes o de trigo. Parte del ejércitomandaba Metelo por sí mismo, el resto Mario, yambos asolaban la campaña, no tanto con las corre-rías, como a fuego. Acampaban separadamente,aunque a poca distancia uno de otro. Cuando eranecesaria fuerza, se juntaban; pero a fin de esparcirmás lejos el terror y la fuga, tomaba cada uno surumbo. Entretanto Jugurta seguía sus pasos por losmontes, buscando lugar y ocasión de sorprenderlos;

L A G U E R R A D E J U G U R T A

93

destruía los pastos y las pocas fuentes que había porla parte que entendía que habían de pasar; presentá-base unas veces a Metelo, otras a Mario, picandonuestra retaguardia y retirándose inmediatamente alos montes; ahora amagaba a unos, luego a otros, sinhacernos guerra, ni dejarnos quietos, con sólo el finde entretener y apartar de su intento al general.

Éste, viendo que se le inquietaba con falsasalarmas y que el enemigo huía la batalla, resuelveconquistar a Zama, ciudad grande y llave por aquellaparte del reino; juzgando, como era natural, que Ju-gurta iría en socorro de los sitiados y que allí ven-dría con él a las manos. Pero éste entendió pornuestros desertores lo que se le preparaba, y antici-pándose a fuerza de marchas a Metelo, exhorta a losciudadanos de Zama a la defensa y refuerza suguarnición con los desertores mismos, gente para elcaso la más segura de todas sus tropas, porque nopodía engañar sino a gran riesgo. Ofréceles sobreesto que él irá en persona y con ejército a socorrer-los, cuando sea tiempo. Dispuestas así las cosas, re-tírase a unos lugares muy fuera de comunicación;pero habiendo poco después sabido que Mario conalgunas cohortes había sido enviado desde el cami-no de Zama por trigo a Sica, que era la primera ciu-

C A Y O S A L U S T I O

94

dad que después de la derrota había abandonado aJugurta, encaminase allá de noche con su caballeríaescogida y traba en las mismas puertas de ella la pe-lea con los nuestros, que iban ya saliendo; exhorta almismo tiempo en alta voz a los sicenses «que losacometan por las espaldas; díceles que la fortuna lesha puesto en las manos la más bella ocasión parauna acción gloriosa, y que haciéndolo así, aseguraráél su reino y ellos su libertad y su quietud parasiempre. Y a la verdad si Mario no se hubiera echa-do tan presto sobre el enemigo con sus banderas ysalido de la ciudad, todos los más de los sicenseshubieran sin duda alguna mudado de partida; tal esla inconstancia de los númidas. Los soldados deJugurta, habiendo sido algún tanto sostenidos consu presencia, cuando ven que el enemigo los estre-cha con fuerzas superiores, se retiran huyendo conpérdida de pocos.

Mario llega después a Zama. Estaba esta ciudadsituada en una llanura, y así era más fuerte por arteque por naturaleza. Tenía muchas armas, numerosaguarnición y cuanto era necesario para la defensa.Metelo, prevenidas las cosas, según el tiempo y ellugar lo permitían, cerca la muralla con su ejército,señala a los legados dónde debía cada uno mandar;

L A G U E R R A D E J U G U R T A

95

y dada la señal del asalto, levántase por todas partesgran gritería. Los númidas no por eso se amedren-tan, antes bien fieros y resueltos se mantienen en suspuestos sin turbarse; trábase la pelea. Los romanos,cada cual a su modo, arrojaban desde lejos piedras ybalas de plomo contra los defensores; sucedíanseunos a otros, ya zapando, ya escalando el muro, condeseo de llegar a las manos. Por el contrario, los dela ciudad dejaban caer grandes piedras sobre los quese acercaban y les arrojaban jaras, chuzos y teas em-breadas con pez y azufre ardiendo. Ni el miedo po-nía del todo en salvo a los que estaban apartados,porque a muchos de ellos herían las armas arrojadasa mano o disparadas con máquinas; y así valerosos ycobardes, aunque desiguales en gloria, corrían igualriesgo.

Mientras se peleaba así en Zama, Jugurta aco-mete de improviso con gran número de gente nues-tros reales, y hallando a los que estaban de guardiadescuidados y muy ajenos de pensar que podían sersorprendidos, penetra por una de las puertas. Losnuestros poseídos de repentino espanto, mira cadacual por sí, según era su valor; huyen unos, otrostoman las armas, los más son heridos o muertos.Cuarenta hubo solos en toda aquella muchedumbre,

C A Y O S A L U S T I O

96

que acordándose del nombre romano, tomaron he-chos una pifia un puesto algo superior, de dondejamás los enemigos, por más esfuerzos que hicieron,pudieron desencastillarlos; antes bien, revolvíancontra ellos los mismos dardos que les arrojaban,sin errar golpe, por ser muchos en quienes ponían lamira, y si los númidas se les acercaban, allí era don-de más descubrían su valor y donde con mayor es-fuerzo los herían y desbarataban, haciéndolosretroceder. Metelo, que se hallaba entonces en lomás vivo de la acción, oye detrás de si la gritería yestruendo del enemigo, y revolviendo el caballo, vegentes que huían hacia él, lo que le hizo conocer queeran los suyos. Envía, pues, sin tardanza a los realestoda la caballería y tras ella a Cayo Mario con lascohortes auxiliares, y arrasados sus ojos de lágrimas,le ruega «por su amistad y por el honor de la repú-blica, que no permita quede ignominia alguna en elejército ya vencedor; ni que se vayan los enemigossin castigo. Mario ejecuta al punto lo mandado. Ju-gurta, embarazado con el atrincheramiento de losreales (porque unos caían en el foso, otros con laprisa de salir por los portillos angostos se impedíanmutuamente), retirase a lugares fuertes con pérdidade muchos, y Metelo, muy cerca ya de la noche,

L A G U E R R A D E J U G U R T A

97

vuelve al campamento con su ejército, sin haberadelantado nada en el sitio.

El día siguiente, antes de salir al combate, man-da formar la caballería delante de los reales en elparaje por donde solía venir el rey; encarga la guar-da de las puertas y sus inmediaciones a los tribunos;él se encamina a la ciudad y asalta como el día ante-cedente la muralla. Jugurta, entretanto, desde unaemboscada, se echa de repente sobre los nuestros.Los primeros con quienes dio, desordénanse algúntanto atemorizados; los otros acuden prontamenteal socorro. Ni hubieran podido resistir mucho losnúmidas, sino por su infantería, que entretejida conlos caballos hizo en los nuestros gran estrago en elprimer encuentro; a cuyo abrigo la caballería (contrasu costumbre de embestir y retirarse luego) acometíade frente, se mezclaba con los nuestros y des-ordenaba las líneas; y así deshechas y casi ya venci-das las presentaba a su infantería suelta y expedita.

Al mismo tiempo en Zama se peleaba con granfuria. Donde acertaba a hallarse legado o tribuno,allí era el empeño mayor: nadie fiaba sino de susmanos. Lo mismo hacían los defensores, peleando yacudiendo a todas partes, ansiosos más de herir alenemigo que de resguardarse. Olase un confuso

C A Y O S A L U S T I O

98

clamor de exhortaciones, alegrías y gemidos; llegabaal cielo el estruendo de los golpes; cruzábanse por elaire las armas arrojadizas. Los que guardaban la mu-ralla, si acaso los nuestros aflojaban un momento enel combate, miraban atentamente la batalla de la ca-ballería que se descubría desde allí. Viéraselos yaalegres, ya caídos de ánimo, según iban las cosas deJugurta; y como si pudiesen ser oídos o vistos de lossuyos, los animaban y exhortaban, haciéndoles se-ñas con las manos y ademanes con sus cuerpos,moviéndose ya hacia éste, ya hacia el otro lado, co-mo que se desviaban de los tiros del enemigo, ocomo que disparaban los suyos. Visto esto por Ma-rio, que se hallaba en aquella parte, comenzó conestudio a aflojar algún tanto, fingiendo que des-confiaba del suceso y dejando a los sitiados gozar atodo su placer de aquel espectáculo. Pero cuandomás embebecidos los tenía el afecto a los suyos,asalta de repente la muralla con gran furia; y ya losque la escalaban habían casi llegado a las almenas,cuando acudiendo de todas partes los defensores,arrojan sobre ellos un diluvio de piedras, fuego, dar-dos y otras armas. Los nuestros resistían al princi-pio; pero rotas muchas de las escaleras, dieron entierra los que subían por ellas; el resto se salvó co-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

99

mo pudo, pocos de ellos sanos, los más atravesadosde heridas. La noche hizo cesar de ambas partes labatalla.

Viendo Metelo frustradas sus ideas y que ni laciudad se tomaba, ni Jugurta quería pelear sino porsorpresa o en lugares ventajosos, y que ya se habíapasado el estío, levanta el sitio de Zama, pone guar-nición en las ciudades que se le habían entregado yeran bastante fuertes por su situación o por sus mu-rallas, y acuartela el resto de su ejército en la partede la provincia romana más cercana a la Numidia,para que invernase allí. Pero ni en ese tiempo estuvoocioso, ni entregado, como otros suelen, al regalo,sino antes bien, visto que la guerra se adelantabapoco con la fuerza, resuelve valerse de los amigosdel rey para tenderle lazos y usar de perfidia en vezde armas. Tienta, pues, con grandes promesas aaquel Bomílear que dijimos había estado con Ju-gurta en Roma, y que, sin embargo, de hallarseafianzado por la muerte de Masiva, se había oculta-mente substraído al juicio con la fuga, el cual por lagran confianza que de él hacía el rey tenía granproporción para engañarle, y logra desde luego de élque vaya en secreto a verle. Asegúrale después consu palabra que, si le entrega vivo o muerto a Jugurta,

C A Y O S A L U S T I O

100

el Senado le perdonará y dejará toda su hacienda, yle persuade a ello fácilmente, ya por su natural infiel,ya porque temía que, si llegaba a hacerse la paz, unade las condiciones sería que le llevasen al suplicio.

Llégase, pues, en la primera ocasión que tuvo aJugurta, que andaba acongojado y lastimándose desus trabajos, y le exhorta y ruega con lágrimas, «quemire al fin por sí y por sus hijos y también por susnúmidas, que tan acreedores a ello eran. Dícele queno ha habido batalla en que no hayan sido vencidos;que la campaña está asolada, la gente cautiva ymuerta, las fuerzas del reino arruinadas; que hartaspruebas tiene ya hechas del valor de sus soldados yde la fortuna; y, finalmente, que no dé lugar con sutardanza a que los númidas se le anticipen. Con es-tas y otras razones induce al rey a que se entregue.Envíanse mensajeros a Metelo para hacerle saberque Jugurta hará cuanto se le mande, y que desdeluego se pone a sí y a su reino en sus manos a dis-creción y sin pacto alguno. Metelo manda que ven-gan al instante de los cuarteles cuantos había enellos del orden senatorio, con quienes, y con otrosque creía a propósito, tiene su consejo; y tomadaresolución en él, según la costumbre de los mayores,manda a Jugurta que apronte doscientas mil libras

L A G U E R R A D E J U G U R T A

101

de plata, todos los elefantes y algunos caballos yarmas. Hecho esto sin la menor tardanza, ordenaque se le traigan atados todos los desertores. Tráe-sele gran parte, según lo acordado: algunos de ellos,desde que empezó a tratarse de entrega, se habíanpasado al rey Boco a la Mauritania. Jugurta, viendoque sobre haberle despojado de sus armas, gente ydinero, le mandaban presentar en Tisidio para oír loque debería hacer, comenzó a vacilar de nuevo y atemer por su mala conciencia el merecido castigo.Finalmente, habiendo entre estas dudas pasado mu-chos días, pareciéndole unas veces cualquiera suertemás llevadera que la guerra, por el tedio con quemiraba su fortuna, y otras, considerando entre sicuán dura cosa era pasar de re a siervo, después dehaber perdido infructuosamente y lo más y mejor desus fuerzas, emprende de nuevo la guerra. En Ro-ma, entretanto, el Senado, siendo consultado acercade la distribución de las provincias, prorrogó a Me-telo la Numidia.

Por el mismo tiempo en útica, estando acasoMario haciendo sus sacrificios, le dijo el arúspice«que las víctimas le pronosticaban cosas grandes yportentosas, y así que llevase adelante sus ideas, fia-do en el favor de los dioses, y se entregase sin mie-

C A Y O S A L U S T I O

102

do a la fortuna, que todo le sucedería felizmente.Pero a él ya antes de esto le traía muy inquieto sudeseo de llegar al consulado, para cuyo logro, a ex-cepción de no ser antigua su familia, le sobrabanméritos personales, esto es, industria, bondad, granpericia militar, presencia de espíritu en la guerra,frugalidad en la paz, genio superior a los placeres yriquezas, y únicamente amante de la gloria. Era na-tural de Arpino, donde pasó su primera edad; y lue-go que fue capaz de la milicia, hizo profesión deella, sin cuidar de cultivar su ánimo con la elocuen-cia griega, ni con los modales o cortesanías de Ro-ma, y de esta suerte su noble ingenio, con la buenacrianza y costumbres, adelantó mucho en brevetiempo. Por lo que no bien hubo acabado de pediral pueblo el empleo de tribuno militar, cuando, sinconocerle los más de rostro, le eligieron por acla-mación todas las tribus, pues era notoria su reputa-ción y fama. De éste fue pasando sucesivamente aotros magistrados, y siempre se hubo en ellos de talsuerte, que generalmente le juzgaban digno de otromayor. Con todo eso, un hombre tan grande hastaaquel punto (porque después le precipitó su ambi-ción) no tenía valor para pedir el consulado, porqueaún entonces pasaba la nobleza de mano en mano

L A G U E R R A D E J U G U R T A

103

este empleo entre los de su cuerpo, como dividíaentre si la plebe otros magistrados; ni había hombre,por grande que fuese su fama y sus servicios, aquien, si no era noble, no tuviera el pueblo comopor tachado y poco a propósito para aquel honor.

Viendo, pues, Mario que la respuesta del arúspi-ce le conducía al término mismo de sus deseos, rue-ga a Metelo le dé licencia para pasar a Roma a supretensión. Metelo, aunque tan virtuoso, ilustre ylleno de las más envidiables prendas, era, como deordinario son los nobles, de un genio despreciadory altivo, y así alterado al principio por ver una cosatan extraña, comenzó a maravillarse de su modo depensar y a rogarle en tono de amigo «que no inten-tase una cosa tan fuera de camino, ni aspirase a loque era sobre su esfera. Díjole que no era todo paratodos, que se contentase con su suerte, y última-mente, que no se expusiese pidiendo al pueblo ro-mano una cosa que, sin hacerle agravio, podríanegarle. Pero viendo que ni éstas ni otras tales razo-nes hacían mella en el ánimo de Mario, le respondió«que luego que lo permitiesen los negocios públicos,le daría el permiso que pedía, e importunándole aúnMario, cuentan que le añadió: que no se diese tantaprisa a marchar, que harto llegaría a tiempo de pedir

C A Y O S A L U S T I O

104

el consulado, cuando lo pidiese también su hijo.Podría éste tener entonces veinte años y militaba ala sazón en el ejército, bajo el mando y disciplina desu padre. Esta respuesta inflamó vehementemente aMario, ya para conseguir el honor a que aspiraba, yaespecialmente contra Metelo, y así dejándose arras-trar de dos malísimos consejeros, la ambición y laira, no ponía reparo en decir ni hacer cuanto creíaconducente a sus designios. Tenía a los soldados desu cargo en los cuarteles de invierno con menossevera disciplina que hasta entonces; hablaba de laguerra entre los mercaderes, de que había gran mu-chedumbre en titica; zahiriendo a Metelo y ensal-zándose a sí, decía: «que con la mitad del ejércitotendría él dentro de pocos días a Jugurta en cadenas;que el general alargaba de propósito la guerra, por-que como era hombre hueco y de un fausto casi real,estaba muy bien hallado con el mando. Todo estocomo era según el paladar de los mercaderes (por-que con haberse alargado la guerra, se habían arrui-nado sus caudales), se les hacía muy creíble; y paraquien desea con ansia, no hay diligencia que baste.

Había, además de esto en nuestro ejército, ciertonúmida llamado Gauda, hijo de Manastabal y nietode Masinisa, al cual Micipsa en su testamento había

L A G U E R R A D E J U G U R T A

105

dejado heredero en segundo lugar, hombre de saludmuy quebrantada, y por esta razón, de juicio no deltodo cabal. Pretendía éste que Metelo le hiciese po-ner silla junto a sí, según se acostumbra con los re-yes, y que le señalase para su guardia cierto númerode caballeros romanos. Metelo le había negado unoy otro; la silla, porque era distinción que sólo seconcedía a los reyes que el pueblo había reconocidopor tales; la guardia, porque le parecía indecorosoque caballeros romanos la hiciesen a un númida.Introdácese, pues, Mario con este hombre, que an-daba acongojado, y le exhorta a que con su ayudapida al pueblo romano satisfacción de los desairesque el general le hacía; y como por sus achaquestenía el juicio débil, le engríe fácilmente, lisonjeán-dole «con que era rey, personaje de gran cuenta ynieto de Masinisa, y que si llegaba el caso de queJugurta fuese muerto o preso (lo que sucedería tanpresto como le enviasen a él después de cónsul a esaguerra), obtendría inmediatamente el reino de Nu-midia. Por este medio logra inducirle, y también alos caballeros, soldados y mercaderes romanos; aunos por el crédito que tenía y a los más con la es-peranza de la paz, para que escriban a Roma a susamigos y parientes, quejándose del gobierno de

C A Y O S A L U S T I O

106

Metelo y pidiendo por general de aquella guerra aMario, que era lo mismo que pedir por un mediohonradísimo que le hiciesen cónsul; y esto en untiempo en que la plebe, habiendo con la ley Mamilialogrado abatir a la nobleza, procuraba colocar en losempleos a los suyos. De esta suerte todo se le ibadisponiendo bien a Mario.

Jugurta entretanto, después que abandonado elpensamiento de la entrega volvió a la guerra, preve-nía con gran diligencia lo necesario para ella; junta-ba ejército, solicitaba, ya por vía de amenazas, yacon premios, reducir a su obediencia las ciudadesque le habían desamparado; fortificaba los sitiosventajosos, reparaba o compraba de nuevo armasde todos géneros y lo demás de que con la esperan-za de la paz se había despojado; atraía a su servicioa los esclavos de los romanos y procuraba ganarcon dinero hasta a los mismos soldados de lasguarniciones; en suma, todo lo tentaba y revolvía,sin dejar piedra por mover. En Vaca, pues, dondeMetelo en los principios, cuando Jugurta andaba entratos de paz, había puesto guarnición, los princi-pales ciudadanos (porque el vulgo en todas partes, ymás entre los númidas, siempre es voluble, alboro-tado, rencilloso, amigo de novedades y contrario de

L A G U E R R A D E J U G U R T A

107

la pública quietud), importunados por los ruegos desu rey, de quien más por fuerza que de su voluntadse habían separado, fraguan entre sí una conjuracióncontra los romanos; y cuando tuvieron las cosas yadispuestas, determinan su ejecución para el tercerdía, que por ser festivo y célebre en todo el África,prometía juegos y regocijos más que recelos ni te-mores. Llegado que fue, convidan a comer a suscasas a los centuriones, a los tribunos y al mismogobernador de la ciudad, Tito Turpilio Silano, cadacual al suyo; y mientras comían mátanlos a todos, aexcepción de Turpilio. Después acometen a los sol-dados, que por ser el día que era andaban derrama-dos, sin armas y sin caudillo. Lo mismo hace elvulgo; parte sabedor por medio de la nobleza de loque se trataba, otros por genio e inclinación a se-mejantes revueltas, los cuales, aun ignorando lo quehacían y el fin a que aquello se dirigía, gustaban deltumulto y de las novedades por sí mismas.

Los soldados romanos, sobrecogidos con el re-pentino miedo, sin acertar ni saber qué hacerse, co-rren turbados al alcázar de la ciudad, donde teníansus banderas y escudos; pero la guarnición enemiga,que lo había ocupado y cerrado de antemano laspuertas, se lo impedía. Además de esto, las mujeres

C A Y O S A L U S T I O

108

y niños echaban a porfía desde los terrados piedrasy cuanto les venía a las manos, de suerte que ni po-dían precaverse contra un riesgo que les cercaba portodas partes, ni resistir unos hombres tan esforza-dos al sexo y edad más débiles; y así buenos y ma-los, valerosos y cobardes, murieron igualmente sinpoder tomar satisfacción. En medio de tantas difi-cultades, estando encarnizados los númidas y ce-rradas todas las puertas de la ciudad, Turpilio, sugobernador, fue el único que escapó sin lesión. Sifue esto compasión que de él tuvo el que le hospedóen su casa, o bien concierto o casualidad, no he po-dido averiguarlo; sólo sí me parece que quien en unaadversidad tan grande estimó más vivir afrentadoque morir con reputación, debe tenerse por hombreinfame y detestable.

Metelo, cuando supo lo de Vaca, retírase un po-co a su estancia con la pesadumbre; pero luego queésta dio lugar a la ira, dispónese con el mayor cui-dado a vengar prontamente la injuria; saca de suscuarteles al mismo ponerse el sol la legión con queinvernaba, y cuantos más númidas de a caballo en-contró apercibidos, y al día siguiente, cerca de lasnueve de la mañana, llega a cierta llanura rodeada depequeños collados, y haciendo allí alto, dice a su

L A G U E R R A D E J U G U R T A

109

tropa (que cansada con lo largo de la marcha rehu-saba ya obedecer) «que Vaca no distaba sino unamilla, que era honor suyo sufrir constantemente loque restaba de trabajo hasta vengar a sus valerosos ydesgraciados conciudadanos. Ofrécela además deesto liberalmente la presa, con lo que, alentados lossoldados, ordena que la caballería ocupe la van-guardia del escuadrón y la infantería se estreche lomás que pueda y oculte sus banderas.

Los de Vaca, cuando echaron de ver que se en-caminaba un ejército hacia ellos, al principio cre-yendo que fuese Metelo, como era la verdad,cerraron las puertas, pero luego que vieron que ni lacampaña se talaba y que los que venían en las pri-meras filas eran númidas de a caballo, de nuevo hi-cieron juicio que era Jugurta y salen con grancontento a recibirle. Nuestra caballería e infantería,habiéndose de repente dado la señal, unos hieren asu placer en aquella muchedumbre derramada, otrosvanse a toda prisa a ocupar las puertas y apoderarsede las torres, venciendo la ira y la esperanza deldespojo el gran cansancio que tenían. De esta suertelos de Vaca no gozaron sino dos días del fruto desu perfidia, y esta ciudad grande y opulenta fue pa-sada enteramente a cuchillo y saqueada. Turpilio, en

C A Y O S A L U S T I O

110

otro tiempo su gobernador, que como dijimos fue elúnico que escapó de ella, siendo mandado compare-cer y dar sus descargos, no habiendo parecido aMetelo suficientes, después de sentenciado y azota-do, pagó con su cabeza, por ser ciudadano del La-cio.

Por el mismo tiempo Bomílear, autor del pen-samiento de la entrega (que Jugurta, medroso, aban-donó después de comenzada), siendo desde aquellahora sospechoso al rey, y él también teniéndose porpoco seguro, deseaba que las cosas se mudasen ybuscaba ocasiones de perderle, fatigándose en ellodía y noche, hasta que, tentando cuantos mediospudo, logra ganar a Nabdalsa, hombre ilustre, famo-so por sus riquezas y bienquisto de sus compatrio-tas, el cual solía mandar un ejército distinto al delrey y despachar por sí todos los negocios que Ju-gurta no podía, por estar cansado o ocupado enotros mayores, lo que le produjo crédito y riquezas.Queda, pues, por consejo de ambos acordado el díapara la traición, dejando pendiente lo demás pararesolverlo en la ocurrencia, según el caso lo pidiese.Pártese Nabdalsa a su ejército, que, según el ordende Jugurta, tenía apostado entre los cuarteles de losromanos, a fin de que no pudiesen talar a su salvo la

L A G U E R R A D E J U G U R T A

111

campaña. Pero después, acobardado por lo grandedel empeño en que se había metido y temeroso deléxito, no acudió al plazo señalado. Bomílear a unmismo tiempo, atormentado del deseo de llevar alfin su empresa y receloso de su compañero, no fue-ra que arrepentido del concierto tomase otras medi-das, escríbele con persona de su satisfacción unacarta en que le trataba de cobarde y flojo; póneledelante a los dioses, por cuya fe había jurado, y ledice «que no haga de suerte que las promesas deMetelo se vuelvan en su daño. Añade que Jugurta detodos modos ha de morir presto; que el punto estáen si ha de ser a sus manos o por el valor de Metelo,y así que reflexione bien si quiere más la recompen-sa o el suplicio.

Cuando llegó esta carta, se hallaba casualmenteNabdalsa reposando en su lecho, por hallarse fati-gado del ejercicio, y viendo lo que Bomilcar le decía,le sobrecogió el cuidado y luego el sueño, como su-cede a un ánimo apesadumbrado. Tenía consigoNabdalsa un númida que le ayudaba en sus nego-cios, hombre fiel, a quien amaba mucho, y era sabe-dor de todos sus secretos, excepto éste. El númidaapenas entendió que había llegado una carta, cre-yendo, como en otras ocasiones, que para el despa-

C A Y O S A L U S T I O

112

cho de ella sería necesaria su asistencia y consejo,entra en la tienda de Nabdalsa y hallándole dormi-do, toma la carta que sin reflexión había puesto en lacabecera de la cama sobre la almohada; léela y vistala traición que se tramaba contra su rey, vase inme-diatamente a darle cuenta. Despierta poco despuésNabdalsa; y cuando se halla sin la carta y entiendecuanto había pasado, primero intenta alcanzar ydetener al que iba con la noticia, y no habiendo po-dido lograrlo, vase a Jugurta para aplacarle y decirle«que la perfidia de aquel confidente suyo se le habíaanticipado a hacer lo mismo que él pensaba, pídelecon muchas lágrimas, por su amistad y buenos ser-vicios hasta entonces, que no entre en sospecha deél sobre aquel hecho.

El rey le responde plácidamente, pero muycontra lo que pensaba en su interior, y con haberhecho morir a Bomílcar y a otros muchos que suposer cómplices de la conjuración, desahogó algúntanto su enojo, sin atreverse a más, por miedo deque no se levantase con ocasión de eso algún tu-multo. Desde este lance no tuvo ya Jugurta día onoche alguna con sosiego; de nadie se fiaba, ni setenía por seguro en tiempo ni en paraje alguno; te-mía no menos a los suyos que a los enemigos; volvía

L A G U E R R A D E J U G U R T A

113

frecuentemente el rostro a todas partes, sobresal-tándose a cualquier ruido; dormía ya en un lugar, yaen otro, muchas veces contra lo que pedía el realdecoro, y despertando a menudo, tomaba las armasy lo alborotaba todo. De esta suerte su miedo letraía como loca.

Metelo, luego que por los desertores supo ladesgracia de Bomílear y que se había descubierto loque se trataba, de nuevo se apercibe a la guerra conla misma diligencia que al principio, y hecho cargode que Mario (el cual no cesaba de importunarle consus ruegos) no sería ya allí más de provecho, porquesobre no serle agradable, se había estrellado con élabiertamente, dale su licencia para partirse a Roma,donde la plebe, habiendo entendido lo que las cartasdecían de Metelo y Mario, estaba con lo uno y lootro muy contenta, porque la calidad de noble, quehasta allí había realzado al general, comenzó desdeentonces a hacerle odioso, y al contrario el naci-miento humilde de Mario le granjeaba crédito paracon el vulgo, bien que ni en uno ni en otro regíanpara esto sus buenas o sus malas calidades, sino elempeño de los partidos. Además de esto, los ma-gistrados sediciosos no cesaban de alborotar al vul-go, atribuyendo en todas sus Metelo delitos capitales

C A Y O S A L U S T I O

114

y ensalzando más y más arengas a el valor de Mario.últimamente la plebe estaba tan acalorada, que todoslos artesanos y labradores que no tenían más créditoni bienes que el trabajo de sus manos, abandonandosus haciendas, iban a casa de Mario y dejaban deatender a sus familias por hacerle obsequio. De estasuerte, consternada la nobleza, vino al fin a confe-rirse el consulado a este hombre de inferior condi-ción, cosa que no se había visto largo tiempo; y elpueblo, preguntado después por Lucio ManlioMantino su tribuno, ¿a quién quería por generalcontra Jugurta?, dijo casi a una voz, que a Mario.Por lo cual, aunque el Senado había poco antes de-cretado a Metelo la Numidia, no tuvo esta determi-nación efecto.

En el mismo tiempo Jugurta, habiendo perdidoa sus amigos, de los cuales los más había hecho élmatar y otros por miedo se habían pasado a los ro-manos o al rey Boco, viendo que no podía la guerrahacerse sin oficiales y que era muy arriesgado hacerexperiencia de los nuevos, a vista de la deslealtad delos antiguos, andaba dudoso y fluctuante, sin hallarcosa ni resolución, ni persona alguna que le satisfi-ciese; tomaba cada día rumbos distintos; mudabagobernadores; volvía unas veces el rostro al enemi-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

115

go, otras se encaminaba a las soledades; su esperan-za la ponía de ordinario en huir los encuentros, pe-ro poco después en las armas, sin saber si fiaríamenos del valor o de la fidelidad de sus vasallos. Deesta suerte a cualquiera parte que se volvía, todo leera contrario. Entre estas dilaciones sobreviene derepente Metelo con su ejército. Jugurta dispone yescuadrona a los númidas, según lo permitía eltiempo, y comienza luego la batalla. Donde asistía elrey hubo alguna resistencia; los demás al primer en-cuentro fueron rotos y ahuyentados, quedando losromanos dueños de las banderas, de las armas y deun pequeño número de enemigos; porque a éstos,casi en todas las batallas, salvaba más su ligerezaque las manos.

Jugurta con la nueva desgracia, desconfiandomucho más de sus cosas, encamínase con parte desu caballería y los desertores a las soledades, y desdeallí a Tala, ciudad considerable y rica, donde estabanlos principales tesoros del rey y donde sus hijos secriaban con gran magnificencia. Entendido esto porMetelo, aunque no ignoraba que desde un río, quetenía cerca, hasta Tala no se hallaban en el espaciode cincuenta millas sino tierras áridas y despobla-das, sin em-Jbargo, con la esperanza de acabar la

C A Y O S A L U S T I O

116

guerra, si lograba apoderarse de aquella ciudad, em-péñase en superar todas las dificultades y vencer a lanaturaleza misma. Dispone, pues, que se descarguetodo el bagaje, a excepción del trigo necesario paradiez días, y que se traigan odres y otros vasos a pro-pósito para conducir agua. Busca, además de esto,en aquellos campos el mayor número que puede debestias de carga y acomoda en ellas vasijas de todosgéneros, las más de madera, recogidas en las chozasde los númidas. Manda asimismo a los pueblos co-marcanos que después de la derrota de Jugurta se lehabían entregado, acarrear cada uno la mayor por-ción de agua que pudiese, señalándose día y lugardonde debían tenerla a punto, y él carga también subagaje del agua de aquel río, que, como dijimos, erael más cercano a la ciudad. Con esta prevención seencamina a Tala, y habiendo llegado al sitio dondehabía mandado que le esperasen los númidas, ypuesto y fortificado en él su campo, dícese que llo-vió repentinamente tanto, que sólo aquel agua hu-biera sido bastante y aun sobrada para el ejército.Hubo también más víveres de lo que se esperaba,porque los númidas, como es regular en los que denuevo se rinden, se mostraron muy oficiosos. Peronuestros soldados usaban más del agua llovediza,

L A G U E R R A D E J U G U R T A

117

teniéndola por milagrosa, lo que les infundía muchoánimo, por persuadirse que cuidaban de su conser-vación los dioses inmortales. De esta suerte llegan elsiguiente día a Tala contra la expectación de Jugurta.Los ciudadanos, que se tenían por seguros sólo porlo inaccesible de aquel sitio, aunque espantadosviendo una cosa tal y tan extraña, no por eso deja-ron de atender con el mayor cuidado a la defensa.Lo mismo hacen por su parte los nuestros.

Pero Jugurta, viendo que nada sería ya difícil aMetelo, después de haber vencido con su industriala fuerza de las armas, la aspereza de los sitios, elrigor de las estaciones y hasta la misma naturaleza,árbitra de las cosas humanas, sálese de noche de laciudad con sus hijos y con gran parte de sus tesoros.Ni después de esto se detuvo ya en lugar alguno másque un día o una noche, pretextando pedirlo así susocupaciones; pero en la realidad era por miedo quetenía de alguna traición, la cual juzgaba que podríaevitar mudando frecuentemente sitios, porque se-mejantes tratos necesitan para fraguarse tiempo yoportunidad. Pero Metelo, viendo que los ciudada-nos se apercibían a la defensa y que la ciudad erabastantemente fuerte por arte y por su situación,cércala con su vallado y foso; manda adelantar los

C A Y O S A L U S T I O

118

manteletes por los parajes que entre todos creyómás oportunos; levanta un cordón de tierra y sobreél algunas torres, desde las cuales pudiesen ser sos-tenidos los que asistían y gobernaban los trabajosdel sitio. Por el contrario, los defensores se preve-nían y acudían con gran diligencia a todo; en suma,ni unos ni otros dejaban cosa por hacer. Pero al finlos romanos, aunque cansados de antemano contantos trabajos y batallas, a los cuarenta días de ha-ber llegado a Tala se apoderaron de ella; mas nogozaron de la presa, porque la habían destruido en-teramente los desertores. Éstos, viendo que losarietes comenzaban ya a hacer brecha en las mura-llas y que sus cosas no tenían remedio, llevan al pa-lacio el oro, la plata y cuanto había precioso en laciudad, y cargados de vino y de comida lo abrasantodo juntamente con el edificio, y ellos mismos seentregan a las llamas, tomándose por sus manos elcastigo, que siendo vencidos pudieran temer de susenemigos.

Al mismo tiempo que se ganó Tala, llegaron aMetelo mensajeros de la ciudad de Leptis, suplicán-dole «que les enviase guarnición y gobernador, por-que cierto Amílcar, hombre noble y partidariointentaba alborotarla y no hacía caso de las órdenes

L A G U E R R A D E J U G U R T A

119

del magistrado, ni de ley alguna; y añadieron «que sino daba pronta providencia, corría sumo ries oaquella ciudad, su aliada. Porque en la realidad los9leptitanos, desde el principio de la guerra de Ju-gurta, habían acudido primero al cónsul Bestia ydespués a Roma a solicitar nuestra alianza y amistad;y obtenida, siempre se mantuvieron firmes y leales,haciendo con la mayor prontitud cuanto Bestia, Al-bino y Metelo les mandaron. Por esto no hubo difi-cultad en que el general les concediese lo quepedían; y, en efecto, se les enviaron cuatro cohortesde ligures y a Cayo Anio por su gobernador.

Fundaron esta ciudad los sidonios, que, segúnes tradición, huyendo de su patria por las discordiasciviles, aportaron con sus naves a aquellas playas. Suasiento está entre dos bajíos, llamados sirtes por losefectos que causan, porque vienen a ser dos ensena-das que el mar forma cerca del confin del África ydel Egipto, y aunque en grandeza desiguales, la na-turaleza de ambas es la misma; el mar cerca de lasriberas muy profundo; en lo interior lo es más omenos, según lo da el caso, y en partes vadeable entiempo de borrascas, porque cuando comienza aengrosarse y embravecerse, las olas llevan tras sí ellégamo, la arena y peñascos grandes, y de esta suer-

C A Y O S A L U S T I O

120

te, según es el embate de los vientos, mudan de as-pecto aquellos mares. Llámanse estos bajíos sirtes,porque atraen. El lenguaje antiguo de los leptitanosestaba muy alterado por el comercio y matrimoniocon los númidas; no así sus leyes y costumbres, quepor lo común eran sidónicas, y las retuvieron fácil-mente porque vivían lejos de donde el rey mandaba.Entre este pueblo y la Numidia habitada no habíasino tierras incultas y desiertas.

Pero, pues nos han traído acá las cosas de losleptitanos, no será extraño que yo cuente una ilustrey memorable hazaña de dos cartagineses, que laocasión me ha hecho venir a la memoria. Cuandolos de Cartago poseían lo más del África, fuerontambién grandes y opulentos los de Cirene. Habíaentre estas dos ciudades una campaña arenosa y deun aspecto igual, sin río ni monte alguno que pudie-selas distinguir los límites de cada una, lo que oca-sionó entre el grandes y prolongadas guerras. Peroal fin, después de varías batallas y derrotas de ambaspartes por mar y tierra, y que unos y otros quedaronalgo quebrantados, temiendo que si sobrevenía untercero se apoderase de los vencidos y vencedoresya cansados, hacen en tiempo de treguas el acuerdo«de que en cierto día y hora salgan dos de cada pue-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

121

blo y el lugar donde se encontraren sea el comúnlindero de ambos. Envían los de Cartago dos her-manos, llamados Filenos, los cuales se dieron granprisa en caminar; los de Cirene no fueron tan dili-gentes, lo que si fue descuido o casualidad no hellegado yo a averiguar. Lo cierto es que en aquelloslugares suelen las tormentas detener a los que cami-nan, no menos que en el mar, porque arreciando elviento en las campañas llanas y peladas, levanta delsuelo las arenas, y éstas, como si fueran disparadas,llenan la boca y ojos de los caminantes y embara-zándoles la vista los detienen. Viendo los cirenensesque habían perdido algún terreno y temiendo que asu vuelta serían por ello castigados, acusan a los deCartago de que han salido antes de la hora aplazaday tiran a embrollar el negocio, dispuestos a pasarpor todo, antes que volverse vencidos a su patria.Pero diciéndoles los cartagineses que propusiesencualquiera otra condición, con tal que fuese razona-ble, danles los de Cirene a escoger, «que o bien losde Cartago han de ser enterrados vivos en aquelsitio, puesto que quieren sea el término de su pue-blo, o si no, que ellos pasarán adelante Filehastadonde quieran bajo la misma condición. Losnos,aceptado el partido, sacrificaron sus vidas por la re-

C A Y O S A L U S T I O

122

pública, y fueron allí enterrados vivos, en memoriade lo cual los cartagineses dedicaron en aquel lugararas a los dos hermanos, y en Cartago les hicieronotros honores. Vuelvo ahora a mi propósito.

Jugurta, perdida Tala, viendo que nada habíaque pudiese resistir a Metelo, vase acompañado depocos, y atravesando unos desiertos grandes, llega alos gétulos, gente fiera y sin cultura alguna, que nitenía entonces noticia del nombre romano; juntagran número de ellos y los va poco a poco acos-tumbrando a escuadronarse, a seguir las banderas,observar disciplina y hacer otros ejercicios militares.Gana además de esto con grandes dones y mayorespromesas a los confidentes del rey Boco; y habien-do por su medio logrado introducirse con él mismo,le induce a que tome las armas contra los romanos.Esto fue llano y fácil de conseguir, por haber ya Bo-co en el principio de estas revueltas enviado a Romasus mensajeros solicitando nuestra alianza y amis-tad, cuya conclusión (que hubiera sido muy del casopara la guerra) estorbaron algunos pocos, ciegos deavaricia y acostumbrados a hacer granjería de todo,bueno y malo. Concurría también el haber casadoantes Jugurta con hija de Boco, pero de este paren-tesco no se hace grande aprecio entre los númidas y

L A G U E R R A D E J U G U R T A

123

moros, porque cada uno, según sus facultades,mantiene cuantas mujeres puede, quien diez, quienmás, pero los reyes en mucho mayor número; y deesta suerte, dividido el afecto entre muchas, ningunaes reputada por compañera individua de la vida;todas son igualmente tenidas en poco.

Júntanse, pues, los ejércitos de los dos reyes enel lugar que habían aplazado; y, dadas mutuamentelas seguridades, inflama Jugurta con una arenga elánimo de Boco, diciéndole: «que los romanos soninjustos, avarientos sin término y comunes enemi-gos de todos; que el mismo motivo tienen para ha-cer guerra a Boco que a él y a las demás gentes; es, asaber, su antojo de mandar y su aversión a toda so-beranía; que entonces guerreaban con él, poco anteshabían guerreado con los cartagineses y con el reyPerseo y despues harían lo mismo con cualquieraotro, sólo porque les pareciese muy poderoso. Deresulta de éste y otros discursos semejantes deter-minan ir a Cirta, donde Metelo había depositado eldespojo, los cautivos y el bagaje, creyendo Jugurtaque si se tomaba la ciudad, sería de grande impor-tancia; y si Metelo intentaba socorrerla, vendrían alas manos, porque, como tan astuto, ponía toda su

C A Y O S A L U S T I O

124

mira en que Boco rompiese presto con los romanos,no fuese que si lo difería abrazase otro partido.

Metelo, sabida la alianza de los dos reyes, no sepresentaba ya sin precaución al enemigo, ni le dabalugar de pelear en cualquier parte, como acostum-braba hacer, después de haberle tantas veces venci-do, sino que los espera no lejos de Cirta en susreales bien fortificados, creyendo que sería mejortantear primero a los moros para pelear despuésventajosamente con este nuevo enemigo. Entretantosabe por cartas de Roma, que se había decretado aMario la Numidia, porque de lo del consulado teníaya noticia. Con esto, apesadumbrado más de lo queera justo y correspondiente a su decoro, ni podíacontener las lágrimas, ni refrenar su lengua, y sien-do, como era hombre grande en todo lo demás,mostró en este accidente menos constancia que de-biera. Esto lo atribuían unos a soberbia, otros de-cían que su buen natural se había inflamado por laafrenta que se le hacía, y muchos que era porque sele arrebataba la victoria que tenía ya en las manos.Yo sé bien que le atormentó aún más el honor quese había hecho a Mario que su particular injuria, yque hubiera sido menor su sentimiento si la provin-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

125

cia de que le separaban se hubiera dado a cualquieraotro.

Embargado, pues, Metelo de la pesadumbre yporque hubiera sido necedad cuidar con riesgo pro-pio de la hacienda ajena, envía mensajeros a Bocopidiéndole «que no quiera sin causa alguna hacerseenemigo del pueblo romano; que le será muy fácilobtener su amistad y alianza, la cual sin duda algunale estará mejor que la guerra; que por confiado queesté de sus fuerzas, no es prudencia dejar lo ciertopor lo incierto; que las guerras se emprenden fácil-mente, pero no se acaban sino con gran dificultad,por no pender de uno mismo el fin que el principiode ellas; que provocar puede aún el más cobarde,pero hacer la paz está en mano del vencedor; y así,que mirase por sí y por su reino y no quisiese mez-clar sus cosas florecientes con las de Jugurta deses-peradas. Boco respondió a esto cortésmente «que éldeseaba la paz, pero que se compadecía de la des-gracia de Jugurta; que si a éste se le diese el arbitrioque a él, todo se compondria. De nuevo Metelo leenvía su embajada para satisfacer a esta demanda, yel rey se convenía en algunas cosas, pero rehusabaotras. Do esta suerte, yendo y viniendo mensajeros,

C A Y O S A L U S T I O

126

se iba pasando el tiempo y en la guerra nada se in-novaba, que era el designio de Metelo.

Mario en Roma, que, según dijimos, había sidohecho cónsul con tanto aplauso y aclamación de laplebe, después de haberle el pueblo decretado laNumidia, explicó más y con mayor desenfreno suantiguo aborrecimiento a la nobleza, ultrajando enparticular y en común a muchos, y diciendo a cadapaso: «que su consulado era el despojo de la victoriaque había conseguido de los nobles, con otras ex-presiones jactanciosas hacia sí y para ellos MUYamargas. Entretanto su primer cuidado era el dispo-ner lo necesario parala guerra, pedir que se le com-pletasen las legiones, solicitarlos socorros de losreyes, de los pueblos y de los confederados. Convi-daba además de esto a cuantos había esforzados enel Lacio, que la mayor parte eran sus conocidosporla milicia, pocos sólo por fama; y a fuerza deruegos y promesas obligaba aún a los que estaban yajubilados a que le acompañasen. Ni el Senado, aunsiéndole contrario, se atrevía a negarle nada, y en lodel suplemento de las legiones vino muy gustoso;porque como sabia que la plebe rehusaba ir a la gue-rra, se figuraba que o no habla de hallar Mariogentepara ella o el vulgo, si quería obligarle, le perdería la

L A G U E R R A D E J U G U R T A

127

afición. Pero no sucedió así; tal era el deseo que te-nían los más de acompañar a Mario, prometiéndosecada uno se haría rico con los despojos de la guerray que volvería a su casa victorioso. Con tales pen-samientos se lisonjeaban; y sobre esto Mario loshabía acabado de envanecer con una arenga que leshizo. Porque habiendo obtenido cuanto pedía, yestando para alistar la gente a fin de animarla y darquesentir a la nobleza, según su costumbre, juntó alpueblo y le habló de esta suerte:

«Sé bien, ¡oh quirites!, que por lo regular es muyotra la conducta de los que os piden los empleosque la que observan después de haberlos consegui-do; que al principio se muestran oficiosos, tratables,contenidos, pero después pasan la vida entregadosal ocio y la soberbia. Yo pienso muy de otra suerte,porque cuanto es de más consideración el todo de larepública que el consulado o la pretura, tanto debeponerse más cuidado en la administración de aqué-lla que en la solicitud de estos empleos. Conozcoasimismo el gran peso que habéis puesto sobre mí,con haberme hecho el mayor honor que podíais;que debo hacer la guerra, sin llegar, si se puede, alerario; obligar a que militen aquellos a quienes ennada quisiera disgustar; atender a todo en Rorna y

C A Y O S A L U S T I O

128

fuera; y haber de hacer esto, estando rodeado degentes que me aborrecen, que se oponen, que todolo alborotan, creed, quirítes, que es más dificil de loque parece. Añádese, que a otros, si delinquen, suantigua nobleza, los hechos de sus mayores, el po-der de sus deudos y allegados y los muchos a quie-nes han favorecido, los sostienen.. Yo no tengo másesperanza que en mí mismo; y así es preciso mante-nerla con mi valor y conducta, porque todo lo de-más es muy endeble. También sé, ¡oh quirites!, quetoda Roma tiene puestos en mí los ojos; que la gentede bien me favorece, porque ve que mi procedertrae gran cuenta a la república; que, por el contrario,la nobleza busca portillo por donde entrarme. Porlo mismo, debo yo insistir con más empeño en quevosotros no quedéis burlados y ellos en vano se fa-tiguen. Tal me he portado desde mi niñez hasta estepunto, que no hay trabajo ni peligro a que no estéacostumbrado. Lo que he hecho, pues, de mi buengrado, antes de estaros en tanta obligación, no ha-yáis miedo, quirites, que deje de hacerlo después delhonor que he recibido. Para aquéllos es difícil con-tenerse en los empleos, que por la ambición de al-canzarlos se vendieron por buenos; en mí, que hepasado toda mi vida en las más nobles ocupaciones,

L A G U E R R A D E J U G U R T A

129

la costumbre de bien obrar ha venido ya a ser natu-raleza. Habeisme mandado hacer la guerra a Jugurta,lo que la nobleza ha llevado muy mal. ReflexionadOS ruego, si sera mejor revocarlo y que encarguéisun negocio de esta naturaleza a alguno de aquel co-rrilo de nobles, quiero decir, a uno de linaje antiguoy que tenga muchas estatuas de sus mayores, peroque jamás haya militado; para que puesto en él seturbe, se apresure sin saber qué hacerse y eche manodel primero que encuentre para que le enseñe suoficio. Así sucede muchas veces, que a quien voso-tros habéis cometido el mando, busca otro que lemande a él. De algunos sé yo, ¡oh quirites!, que des-pués de cónsules comenzaron a leer los hechos denuestros mayores y la disciplina militar de los grie-gos; hombres que todo lo invierten. Porque aunqueen el orden del tiempo, primero es lograr un empleoque ejercerle, el modo de portarse bien y provecho-samente en él, debe saberse antes. Comparad, pues,ahora, quirites, a un hombre de fortuna, cual yo soy,con la altanería de estas gentes. De lo que ellos sue-len leer u oír, parte he visto, parte he ejecutado pormí mismo; lo que ellos leyendo, yo lo he aprendidomilitando; juzgad, pues, ahora si han de estimarsemás las obras o las palabras. Desprecian en mí la

C A Y O S A L U S T I O

130

falta de nobleza; yo en ellos la sobra de flojedad; amí se me echa en cara mi nacimiento; a ellos susmaldades; bien que, según entiendo, la calidad esuna y general en todos, y el que tiene más valor ésees el más noble. Y si no, si se pudiese hoy preguntara los padres de Albino y Bestia, a quién quisieranmás tener por hijo, a mí o a ellos, ¿qué creéis quehabían de responder sino que querrían por hijos losmejores? Si tienen, pues, razón para despreciarme amí, desprecien también a sus antepasados, cuya no-bleza, así como la mía, comenzó en ellos por su va-lor. Si me envidian el honor que tengo, envidientambién mis trabajos, mi conducta y los peligros enque me he visto, pues por tales medios lo he adqui-rido. Pero estos hombres corrompidos por su so-berbia, así viven como si no quisieran vuestrosempleos, y después Así los solicitan como si hubie-ran vivido bien. Mas ¡ah, cuánto se engañan, cre-yendo que pueden lograr juntas dos cosas tanrepugnantes entre sí, como son el deleite de la ocio-sidad y el premio de la virtud! Y tienen aún valorcuando arengan en vuestra presencia o en el Senadopara ensalzar prolijamente a sus mayores, creyendoque la memoria de sus grandes hechos les hará aellos más ilustres, lo que es muy al contrario. Porque

L A G U E R R A D E J U G U R T A

131

cuanto la vida de aquéllos fuese más esclarecida,tanto es más reprensible la pereza de éstos. Y en larealidad ello es Así; la gloria de los mayores es parasus descendientes una antorcha que no permite quesus virtudes ni sus vicios estén ocultos. Yo nada deesto tengo, ¡oh quirites!, pero puedo referir mis ha-zañas, que vale mucho más. Ved, pues, cuán injustosson, que lo que se atribuyen ellos a sí por la virtudajena, no quieren concedérmelo a mí por la propia.¿Y por qué? Porque no tengo en mi casa estatuas yporque mi nobleza es de ayer; siendo cierto que esmejor adquirírsela uno por sí mismo que haber co-rrompido la que heredó. Ni ignoro que si quierensatisfacerme, tendrán a mano una oración, copiosa ylimada. Mas puesto que toman ocasión de la granmerced que me habéis hecho para despedazar entodas partes con dieterios vuestro honor y el mío,no me ha parecido razón callar; no haya quien atri-buya mi silencio a remordimiento o culpa. A mí enla realidad, según me siento, nada de cuanto diganpuede dañarme; porque si hablan verdad, han dehablar bien; si no, los desmentirá mi vida y miscostumbres. Pero vosotros, cuya resolución de ha-berme honrado y puesto a mi cargo el negocio demás peso, se acusa igualmente, pensad una y otra

C A Y O S A L U S T I O

132

vez si convendrá revocarla. Porque a la verdad yono puedo presentar en abono mío estatuas ni triun-fos, ni consulados de mis mayores; pero si fuerenecesario presentaré lanzas, banderas, jaeces y otrosdones militares; y además de esto heridas recibidaspecho a pecho. Estas son mis estatuas, ésta mi no-bleza, no como ellos la tienen heredada, sino adqui-rida a costa de grandes trabajos y peligros. No sonmis palabras aliñadas, ni hago de esto caso; harto sedescubre la virtud por sí misma. Ellos sí que nece-sitan de artificio para encubrir sus maldades conarengas estudiadas. Ni tampoco he aprendido lalengua griega, ni querido perder en ello el tiempo,porque veía que los que la sabían no por eso fueronmejores. Lo que si he aprendido cuidadosamente eslo que importa más a la república: herir al enemigo,ganar o defender una plaza, no temer otra cosa al-guna sino la infamia, sufrir igualmente el frío y elcalor, dormir en el suelo y luchar a un mismo tiem-po con el hambre y el trabajo. Con este ejemploanimaré yo a los soldados; ni los trataré a ellos mal ya mí con opulencia, ni convertiré en alabanza mía sutrabajo. Éste es el gobierno útil y el propio de unciudadano; porque regalarse un general y tratar conrigor a sus soldados no es portarse según su oficio,

L A G U E R R A D E J U G U R T A

133

sino como dueño absoluto. Por estos y otros talesmedios, ¡oh quirites!, se engrandecieron vuestrosmayores a sí mismos y a la república, y apoyada enellos la nobleza, sin embargo, de lo desemejante desus costumbres, me desprecia a mí, que procuroimitarlos, y os pide los empleos, no como recom-pensa del mérito, sino como cosa debida a su naci-miento. Pero en esto los engaña mucho su vanidad.Sus mayores les dejaron cuanto pudieron: riquezas,estatuas y una clara memoria de sí mismos; virtudno les dejaron, ni podían. 2sta sola es la que ni seregala, ni se hereda. Dicen de mí que soy hombrerústico y sin cultura, porque no pongo una mesa conprimor, ni mantengo truhanes, ni doy más salario alcocinero que al que cuida de mis labranzas, lo queyo os confieso de buena gana, quirites. Porque oí ami padre y a otros graves varones, que estas delica-dezas son propias de mujeres y el trabajo de hom-bres; que la gente de bien debe tener mayor caudalde gloria que de riquezas, y que sus armas, no losmuebles preciosos, han de ser su principal adorno.Hagan, pues, en hora buena lo que les place y en loque tienen puestas sus delicias: amen, beban, pasensu vejez donde tuvieron la juventud, esto es, enbanquetes, entregados a la gula y a la lascivia, y de-

C A Y O S A L U S T I O

134

jen para nosotros el sudor, el polvo y los trabajos,que nos son más suaves que las viandas delicadasPero no es esto lo que quieren, sino, después de ha-ber manchado vergonzosamente su honor con milinfamias, solicitan quitar de las manos los premios alos buenos. De esta suerte, contra toda razón y jus-ticia, los que se abandonaron a los detestables viciosde la pereza y de la lujuria, nada pierden por ello, yquien viene al fin a pagarlo es la república inocente.Ahora, pues, que he satisfecho a los cargos que losnobles me hacen, aunque no según merecían susmaldades, sino según lo llevan mi moderación y ge-nio, diré algo de lo que pertenece a la república. Loprimero, en cuanto a la Numidia, buen ánimo, qui-rites, pues lo que hasta ahora ha sido favorable aJugurta, quiero decir, la avaricia, la ignorancia delarte militar y la soberbia, lo habéis todo apartado devosotros. El ejército que allí tenéis es práctico delterreno y valeroso, aunque a la verdad no igual-mente afortunado, por haber la codicia o temeridadde sus capitanes quitádole gran parte de su fuerza. Yasí vosotros, que estáis en la flor de la edad para lasarmas, esforzaos conmigo y tomad a vuestro cargola defensa de la patria, sin que en manera alguna osacobarde la desgracia ajena o la soberbia de los pa-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

135

sados generales. Yo, yo estaré siempre a vuestrolado en las filas y en la batalla, por vuestro consultory compañero en los peligros; ni cuidaré más de míque de vosotros. Y a la verdad, mediante el favor delos dioses, tenemos a la vista la victoria, la presa y laalabanza, lo que, aunque no fuese así y estuviesemuy remoto, sería justo que los buenos ciudadanossocorriesen a su república. Nadie hasta ahora porcobarde evitó la muerte, ni padre alguno ha deseadoque sus hijos fuesen eternos, sino que fuesen bue-nos y viviesen con honor. Más dijera, ¡oh quirites!,si las palabras diesen valor a los medrosos; para losesforzados creo que baste.

Mario, acabada su oración, viendo que la plebeestabadispuesta y animosa, embarca sin perdertiempo el bastimento, la paga militar, las armas y lodemás que cree conveniente, y hace partir con ello aAulo Manlio, su legado. Entretanto alistaba gente,pero no según la costumbre de los mayores, ni pre-cisamente de las clases, sino según se le presentabacada uno; y aun de los que por no tener bienes pa-gaban tributo por sus personas. Esto decían unosque se hacía a falta de buenos; otros lo atribuían aambición del cónsul, por ser esta gente a quien de-bía su fama y sus aumentos; y para el que aspira al

C A Y O S A L U S T I O

136

mando, nadie es más a propósito que el más nece-sitado, porque quien no tiene, nada aventura, y co-mo haya ganancia de por medio, todo le parecebien. Mario, pues, habiéndose embarcado con algu-na más gente que se le había concedido, llegó enpocos días Útica, donde el legado Publio Rutilio leentregó el ejército, porque Metelo había evitado elencuentro de Mario, por no ver por sus ojos lo queni por relación había tenido valor para sufrir.

Pero el cónsul, después de haber completado laslegiones y las cohortes auxiliares, encaminase a unacampaña fértil y llena de despojos, y concede toda lapresa a los soldados. Asalta después de esto algunasvillas y ciudades poco fortalecidas por su sitio o porfalta de guarnición; tiene varios choques y otras lige-ras refriegas con el enemigo en diferentes partes,con lo que los bisoños iban perdiendo el miedo yechaban de ver que los que huían eran regularmentepresos o muertos, y al contrario los más esforzadoslos que mejor libraban; en suma, que con las armasse aseguraba la libertad, la patria, las familias ycuanto había, y que por su medio se adquiría gloria yriqueza. De esta suerte en breve tiempo nuevos yveteranos se incorporaron, haciéndose todos igualesen valor. Los reyes por su parte, cuando supieron la

L A G U E R R A D E J U G U R T A

137

llegada de Mario, fuéronse cada cual por su lado alugares fragosos y ásperos. Éste fue consejo de Ju-gurta, el cual creyó que dando algún tiempo a losenemigos se derramarían y podrían ser asaltados,porque se figuraba que los romanos, depuesto elprimer miedo, andarían, como regularmente sucede,más libres y con menos disciplina.

En este tiempo Metelo, que había partido paraRoma, fue, contra lo que esperaba, recibido en ellacon las mayores demostraciones de alegría, no sólode los nobles, sino también de la plebe, que igual-mente le amaba, después que cesó el motivo del dis-gusto. Pero Mario observaba a un mismo tiempocon gran cuidado y prudencia sus cosas y las delenemigo; instruíase en lo que se hallaba, bueno ymalo, en ambos ejércitos; exploraba las marchas delos reyes; preveníase contra sus designios y ase-chanzas, sin permitir que hubiese el menor descuidoen su campo, ni un momento de seguridad en el delenemigo. De esta suerte en varias ocasiones acome-tió y derrotó a los gétulos y a Jugurta, al volver desus correrías en tierra de nuestros confederados, y almismo Jugurta le obligó, no lejos de Cirta, a quearrojase las armas por salvarse. Pero conociendoque esto sólo le conciliaba crédito, mas no era parte

C A Y O S A L U S T I O

138

para acabar la guerra, resuelve ganar o atraer a supartido una a una las ciudades que por su gente o susituación eran para él de estorbo y de gran ventajapara los enemigos; persuadido a que Jugurta perde-ría el apoyo de aquellas plazas si no acudía al soco-rro o vendría con él a las manos, porque Boco lehabía enviado varias veces a decir «que quería seramigo del pueblo romano, y así que no temiese porsu parte hostilidad alguna. Si esto fue fingimientopara hacernos más daño dejándose caer de improvi-so, o ligereza y facilidad suya en abrazar la paz o laguerra, no puedo asegurarlo.

Pero el cónsul, según había resuelto, se presen-taba delante de las ciudades y lugares fuertes, y partepor las armas, parte con promesas o amenazas pro-curaba apartarlos del enemigo, sin querer al princi-pio empeñarse en cosas de consideración, creyendoque Jugurta, por defender a los suyos, vendría con éla batalla. Pero cuando supo que estaba lejos de allí,y que entendía en otros negocios, juzgó que era yatiempo de emprender cosas mayores y de más difi-cultad. Había entre unos desiertos grandes una ciu-dad populosa y fuerte, llamada Capsa, fundaciónque decían ser de Hércules Líbico. Sus habitadoreseran libres de tributos y tratados por Jugurta con

L A G U E R R A D E J U G U R T A

139

blandura, por lo que estaban en concepto de muyfieles. Defendíanlos del enemigo, no sólo sus mura-llas, sus armas y su gente, sino aún más que esto loinaccesible de aquel sitio, porque a excepción de loscontornos de la ciudad, todo lo demás estaba yer-mo, inculto, falto de agua e infestado de serpientes,cuya actividad, como sucede en las demás fieras, esmayor cuando les falta el pasto, pero más en las ser-pientes, porque nada irrita tanto su natural ponzoñacomo la sed. Tenía gran deseo Mario de hacer estaconquista, ya por lo que conduciría para acabar laguerra, ya porque era empresa muy ardua. Contri-buía también el haber Metelo con gran gloria suyaconquistado a Tala, que en el sitio y fortificación noera desemejante; sólo que en Tala había algunasfuentes cerca de sus muros, y en Capsa no habíasino una, y ésa dentro de la ciudad, cuya agua bebíanlos vecinos, sirviéndose de la llovediza para los de-más usos. Esta escasez de agua, así en aquel sitio,como en el resto del África distante de la costa ymenos habitada, para los númidas era llevadera, porser su ordinario alimento leche y carne de fieras, sinsal ni condimento alguno que irritase la gula, y porservirles sólo la comida de reparo contra el hambrey la sed, no de fomento al apetito ni al deleite.

C A Y O S A L U S T I O

140

El cónsul, pues, aunque sabía todas estas cosas,confiando, a lo que yo juzgo, en el favor de los dio-ses (porque a la verdad, contra tantas dificultades nohabía prudencia humana que bastase, pues comen-zaba también a faltarle el trigo, por cuidar más losnúmidas de los pastos para sus ganados que de lalabor, cuanto se había cogido lo había mandadoguardar el rey en lugares fortalecidos, y la campañaestaba en aquel tiempo seca y pelada, por ser el findel estío), da, sin embargo, sus providencias lo me-jor que puede, acomodándose al tiempo; encarga ala caballería auxiliar el ganado que los días pasadosse había tomado para que lo guardase y condujese;ordena que Aulo Manlio su legado vaya con la in-fantería ligera a la ciudad de Laris, donde hablapuesto la caja militar y los almacenes, y le ofrece quedentro de pocos días se alargará él hasta allá co-rriendo la campaña. De este modo, sin manifestar sudesignio, se encamina al río Tana.

Pero en su marcha iba todos los días repartien-do entre el ejército el ganado por compañías y es-cuadrones igualmente, y encargaba que de loscueros se hiciesen odres, con lo que a. un mismotiempo suplía la falta de trigo, y sin que nadie lo en-tendiese, iba previniendo lo que después le había de

L A G U E R R A D E J U G U R T A

141

servir, de suerte que cuando llegó al río, después deseis días de camino, se había juntado una copia in-mensa de odres. Sentados allí y fortificados ligera-mente los reales, manda que los soldados coman yestén prevenidos para marchar al ponerse el sol, yque descargando todo el bagaje, lo carguen sola-mente de agua y ellos lleven también la que pudie-ren. Después, cuando le pareció que era tiempo, salede sus reales, y habiendo caminado la noche entera,descansó por el día. Lo mismo ejecutó la siguientenoche; pero en la tercera, mucho antes que amane-ciese, llegó a un terreno desigual y caprichoso, queno distaba de Capsa sino dos millas, donde hizoalto con todo el ejército, procurando ocultarse lomás que pudo. Ya que hubo amanecido y que losnúmidas, sin el menor recelo del enemigo, salieronen gran copia de la ciudad, manda de repente que lacaballería toda y los de a pie más expeditos, vayan acarrera tendida a Capsa y cojan las avenidas de laspuertas. Sígueles luego él mismo a gran prisa, sinpermitir que los soldados se detengan en el despojo.Visto esto por los ciudadanos, la turbación, el mie-do grande, la desgracia imprevista y el ver ya partede los suyos fuera de las murallas y en poder delenemigo, les obligaron a rendirse. Sin embargo, la

C A Y O S A L U S T I O

142

ciudad fue abrasada, los númidas de catorce añosarriba muertos, el resto vendidos, y la presa reparti-da entre los soldados. Este rigor, contra el derechode la guerra, no se ejecutó por avaricia, ni otra culpadel cónsul, sino por ser el lugar a propósito paraJugurta, para nosotros de difícil acceso, y la gente desuyo infiel y voluble, a la que hasta entonces ni losbeneficios ni el miedo había contenido en su deber.

Después que Mario, sin pérdida alguna de lossuyos acabó una empresa tan ilustre, su fama, que yaera grande, comenzó a crecer y ensalzarse sobrema-nera, de suerte que aun las cosas resueltas con pocoacuerdo, como salían bien, se atribuían a su valor;los soldados tratados con blandura y al mismotiempo ricos con las presas, lo ponían en las nubes;los númidas lo respetaban por más que hombremortal; últimamente, confederados y enemigoscreían que tenla divino instinto, o que por especialfavor de los dioses le salía bien cuanto intentaba.Pero él, acabada felizmente esta empresa, se enca-mina a otros lugares, toma algunos de ellos, que qui-sieron resistirle; los más, que por el ejemplar deCapsa, halló desiertos, fueron entregados a las lla-mas, con lo que todo se llenó de muertes y de llanto.últimamente, habiéndose apoderado de gran núme-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

143

ro de pueblos, y de los más sin derramar una gotade sangre, resuélvese a otra empresa no de tantosembarazos, pero de igual dificultad a la de Capsa.No lejos del río Muluca, que era el lindero de losreinos de Jugurta y Boco, se elevaba en medio deuna gran llanura un monte formado de peñascos,harto espacioso y sumamente alto, en que había unamediana población, sin másque una entrada muyestrecha, porque todo él era por su naturaleza unprecipicio, como si se hubiera hecho a mano y depropósito. Esta conquista deseaba hacer Marío conel mayor empeño, por saber que Jugurta tenía allísus tesoros, y aunque el pensamiento le salió bien,se debió más a una casualidad que a su prudencia.Porque el lugar estaba muy abastecido de gente, dearmas y provisiones, tenía agua viva y no podíanabrirse al derredor trincheras, ni levantarse torres niotras máquinas; el camino sumamente angosto ycortado de un lado y de otro. Ni los manteletes seadelantaban sino con mucho riesgo, y sin fruto al-guno, porque apenas se acercaban a la muralla,cuando el fuego y piedrasque arrojaban los sitiados,los abrasaban o deshacían. Tampoco fuera de ellospodían los soldados mantenerse, por la desigualdaddel terreno; ni aun cubiertos andaban sin peligro.

C A Y O S A L U S T I O

144

Los que querían señalarse, caían luego muertos oheridos, con lo que se aumentaba el miedo de losotros.

Mario, después de haber perdido mucho tiempoy trabajo, andaba vacilante y dudoso si abandonaríala empresa, visto que nada adelantaba, o si perma-necería en ella esperando el favor de la fortuna, quetantas veces había experimentado. Pero después dehaber muchos días y noches andado inquieto entreestas dudas, sucedió acaso que un ligur, soldadoraso de las cohortes auxiliares, habiendo salido delos reales por agua, advirtió no lejos del sitio pordonde el lugar se combatía, que serpeaban entreaquellas peñas algunos caracoles, y habiendo cogidouno u otro, y después en más cantidad, embebecidoen esto, fue poco a poco subiendo casi hasta lo másalto del monte; y asegurado de que no había poraquella parte gente, púsose, como es natural, a re-gistrar por curiosidad aquel país nuevo. Había porfortuna en el mismo sitio una grande encina entrelas peñas, en parte algo inclinada, el resto derecha yerguida, según la naturaleza de todo vegetable. Elligur, asido unas veces a sus ramas, otras a los pe-ñascos que sobresalían algún tanto, forma en su ideamuy a su salvo el plano de la fortaleza, porque todo

L A G U E R R A D E J U G U R T A

145

el pueblo estaba en el opuesto lado atento a los quecombatían; y habiendo explorado bien cuanto hizojuicio que después podría conducir, vuelve a bajarpor el mismo camino; pero no ya sin cuidado, comoa la subida, sino tanteándolo y examinándolo todo.Vase después de esto en derechura a Mario, cuéntaleel suceso y le exhorta a que dé un tiento a la plazapor la parte por donde él había subido, ofreciéndo-se a guiar la gente y acompañarla en el peligro. Ma-rio envía con él algunos de los que se hallabanpresentes para examinar su propuesta, de los cualesunos vuelven diciendo que era empresa difícil, otrosque no, según que eran más o menos animosos. Elcónsul, no obstante esta variedad, entró en algunaesperanza del suceso; y así escoge entre los trom-peteros y cornetas del ejército cinco de los más ági-les, dales para su defensa cuatro compañías,mandando que al día siguiente, señalado para la eje-cución, estén todos a las órdenes del ligur.

Cuando a éste, según el designio que había for-mado, le pareció tiempo, dispuesto y prevenido lonecesario, encamínase al sitio. Los capitanes, ins-truidos por su conductor, habían, junto con la tropa,mudado de armas y vestido: iban con la cabeza des-cubierta y descalzos para ver más libremente y tre-

C A Y O S A L U S T I O

146

par mejor por las peñas; llevaban al hombro susespadas y los escudos al modo de los númidas, decuero, así para evitar peso, como porque hiciesenmenos ruidos, si acaso se encontraban. El ligur ibadelante, poniendo cuerdas en las peñas y en los rai-gones viejos de las matas, a fin de que afianzados enellos los soldados, tuviesen menos dificultad en elsubir. Alguna vez daba la mano para ayudar a losque veía temerosos por lo agrio del camino; dondela subida era más difícil, los iba enviando delanteuno a uno sin armas; luego subía él con ellas, explo-rando muy cuidadosamente los parajes de dudosoapoyo; y subiendo y bajando muchas veces, y dejan-do luego el lugar desembarazado, alentaba a los de-más para que subiesen. Al fin, después de unagrande y prolija fatiga, llegan a la plaza, que hallaronpor aquel lado desamparada, porque toda la genteestaba, como los días pasados, empleada contra elenemigo. Mario, sabido por los avisos que le dabanel estado de la empresa, aunque todo el día habíatenido a los númidas ocupados en la defensa, en-tonces, exhortando a los soldados, preséntase alenemigo fuera de los reparos, formando con losescudos una concha de tortuga, y hace que al mismotiempo las máquinas y los ballesteros y honderos

L A G U E R R A D E J U G U R T A

147

disparen desde lejos, para desviar de la muralla alenemigo. Pero los númidas, como habían ya otrasveces trastornado y pegado fuego a los manteletes,no cuidaban de resguardarse con las almenas de lamuralla, sino que de noche y aun por el día comba-tían a cuerpo descubierto, maldiciendo a los roma-nos, tratando a Mario de loco y amenazando a losnuestros con que serían esclavos de Jugurta; en su-ma, la prosperidad los había hecho insolentes. En-tretanto, cuando estaban más empeñados losromanos y los enemigos en la acción, peleando conel mayor esfuerzo, unos por la gloria y el imperio,otros por la libeJtad y por la vida, suenan de repentepor el opuesto lado las trompetas; y al principioechan a huir las mujeres y los niños, que se habíanadelantado para ver el combate; después otros, se-gún estaban más cerca de la muralla, y últimamentetodos, armados y desarmados. Visto esto por losromanos, cargan con mayor fuerza y desbaratan alos enemigos; hieren a los más de ellos, sin acabar-los de matar; después, ansiosos de gloria, rompenpeleando derecho al muro por encima de los caídos,sin detenerse nadie en el despojo. De esta suertehabiendo la fortuna enmendado la temeridad deMario, su mismo yerro le concilió alabanza.

C A Y O S A L U S T I O

148

Mientras pasaba esto, llegó a los reales con ungran cuerpo de caballería el cuestor Lucio Sila, quese había quedado en Roma para recoger los soco-rros del Lacio y de los confederados. Pero ya quenos presenta el asunto a un varón tan grande, razónserá decir aquí algo de su natural y sus costumbres,pues no hemos de hablar de esto en otra parte, yporque juzgo que Lucio Sisena, que es quien mejor ycon más exactitud ha tratado de sus cosas, hablócon menos libertad de la que conviene a un histo-riador. Fue Sila de gente patricia, de una familia casidel todo oscurecida por la flojedad de sus mayores.Sabía igualmente las lenguas latina y griega en el másalto grado; era de grande espíritu, amigo de placeres,pero más de gloria; vivía en tiempo de ocio delica-damente, pero jamás descuidó por eso de lo queestaba a su cargo, bien que en cuanto a su mujer pu-diera haberse portado con más decoro. Era afluente,astuto, accesible aquellos que querían su amistad, deuna increíble profundidad de ingenio para disimu-lar; daba francamente cuanto tenía, y especialmenteel dinero, y con haber sido el hombre más feliz decuantos se conocieron, jamás fue su fortuna supe-rior a su merecimiento; de suerte que dudaban mu-chos si era más esforzado o venturoso. Hablo de él

L A G U E R R A D E J U G U R T A

149

antes de la guerra civil, porque lo que después hizo,no sé si causa más vergüenza o fastidio referirlo.

Sila, pues, habiendo, como se dijo untes, llegadoa África y a los reales de Mario con la caballería;siendo así que hasta entonces ignoraba enteramenteel arte militar, se aventajó muy presto en su pericia atodos. Llegábase a esto su cortesanía y liberalidadcon los soldados, a quienes daba cuanto le pedían ya muchos aun antes; él nada admitía sino con re-pugnancia, y si admitía, era más puntual en pagarloque si fuese empréstito, descuidando enteramentede recobrar lo que a otros daba, y procurando a to-da costa que le debiesen más. Gastaba chanzas ytrataba asuntos serios aun con las gentes más hu-mildes; asistía con frecuencia a los trabajos, a lasfilas, a las rondas, sin tomar jamás en boca (comosuelen hacer los ambiciosos) al cónsul, ni a sujetoalguno acreditado; ni poner la mira sino en que na-die se le aventajase en prudencia ni en valor, y enadelantarse a todos. Por estos medios muy en brevese granjeó la benevolencia de Mario y de los solda-dos.

Jugurta, después de haber perdido a Capsa y aotros lugares fuertes e importantes, con gran partede sus tesoros, envía a decir a Boco «que pase

C A Y O S A L U S T I O

150

cuanto antes con su ejército a Numidia, que era yatiempo de obrar: mas viendo que éste lo difería ybuscaba pretextos, dudando si abrazaría la paz o laguerra, cohecha de nuevo a sus confidentes y ofré-cele la tercera parte de su reino, si se lograba echar alos romanos de África o se ajustaba la paz sin per-der nada de sus estados. Inducido con esta promesaBoco, vase a Jugurta con gran número de gente, yjuntos los dos ejércitos acometen a Mario, que esta-ba ya en marcha para tomar cuarteles, cuando que-daba poco más de una hora de día, por parecerlesque la cercana noche les servirla de abrigo en casode ser vencidos, y si salían con victoria, no les seríade estorbo para usar de ella, por ser prácticos delterreno; y que al contrario, los romanos, en uno yotro caso, se habían de hallar muy embarazados conla oscuridad. Lo mismo, pues fue recibir el cónsullos avisos de que venía el enemigo, que tenerlo yasobre sí; y antes de formarse nuestro ejército y derecogerse el bagaje, en suma, antes que pudiese dar-se la señal, ni recibirse orden alguna, los caballosmoros y gétulos arrójanse sobre los nuestros, noescuadronados ni en forma de batalla, sino a pelo-tones, según la casualidad los había juntado, y aun-que al principio con la impensada alarma lograron

L A G U E R R A D E J U G U R T A

151

conturbarlos, recobrándose luego y volviendo a suacostumbrado valor, toman las armas para defen-derse a sí y dar lugar a que otros las tomasen; partemonta a caballo y va a encontrar al enemigo; desuerte que más que batalla parecía la acción sorpresade ladrones; infantes y caballos sin orden y sin ban-deras andaban mezclados y revueltos, matando aunos, hiriendo a otros y cogiendo por las espaldas amuchos que peleaban gallardamente con los ene-migos, sin que ni su valor ni sus armas pudiesendefenderlos, por ser éstos superiores en número yhallarse por todas partes. Finalmente, nuestros vete-ranos aguerridos, y a su ejemplo los nuevos, cuandolos juntaba el lugar o la casualidad, formaban uncírculo, y así escuadronados y defendidos por todaspartes, sostenían el ímpetu del enemigo.

Ni Mario en un conflicto tan grande se ame-drentó o mostró menos valor que por lo pasado,sino antes bien, girando por todas partes con suescuadrón, compuesto, no de sus más allegados,sino de los más valerosos, socorría unas veces a losque peligraban, otras rompía por medio de los ene-migos donde estaban más apiñados, haciendo con lamano señas a sus soldados para que se animasen,pues en aquella turbación no podían entenderse sus

C A Y O S A L U S T I O

152

órdenes. Habíase ya acabado el día y ni entoncesaflojaban los bárbaros; antes bien, según les habíanprevenido sus reyes, por creer que la noche les seríafavorable, cargaban con mayor furia. Mario en aquelestrecho toma su resolución lo mejor que puede; y afin de que los suyos asegurasen la retirada, ocupados collados poco distantes entre sí, de los cuales eluno, aunque no era capaz de todo el ejército, teníauna gran fuente; el otro era muy a propósito paraacampar, porque como gran parte de él fuese pen-diente y quebrado, necesitaba de poca fortificación.Hace apostar por la noche a Sila junto al agua consu caballería; reúne poco a poco por sí mismo a lossoldados derramados, aprovechándose del no me-nor desorden de los enemigos, y después se retira atodo andar con los suyos al collado. De esta suertelos reyes, no pudiendo seguirle por lo escabroso delsitio, vense obligados a dejar el combate; pero nopermiten que sus gentes se alejen; antes bien, cer-cando con su muchedumbre ambos collados, sealojan esparcidos a la redonda, y después encen-diendo muchos fuegos, pasan lo más de la noche enalegrías a su modo con grandes voces y algazara.Hasta los mismos capitanes estaban muy ufanos, ysólo porque no habían desamparado el campo de

L A G U E R R A D E J U G U R T A

153

batalla se tenían por vencedores. Todo esto que losromanos entre la oscuridad y desde la altura queocupaban veían claramente, les infundía grandealiento.

Pero en especial a Marío, el cual asegurado de lapoca pericia militar de los enemigos, manda obser-var un silencio profundo y que ni aun toquen lastrompetas, según se acostumbraba al mudar lasguardias. Después, cuando ya quería amanecer ehizo juicio de que los enemigos estarían cansados yvencidos del sueño, manda que las rondas, lostrompetas de las cohortes y legiones y los cornetasde la caballería toquen a un mismo tiempo, y que lossoldados con gran gritería salgan de los reales. Losmoros y gétulos, despertando repentinamente contan extraño y horrible estruendo, no acertaban ahuir ni a tomar las armas, ni obrar podían, ni dardisposición alguna; de tal suerte los traía desacorda-dos el alboroto y clamor, no menos que la turba-ción, el terror y espanto, y el ver que de los suyosnadie les socorría, y que los nuestros más los estre-chaban. Finalmente, todos fueron desordenados ypuestos en huida, sus armas y banderas en la mayorparte tomadas, y el número de los muertos fue ma-yor en sola aquella batalla que en todas las pasadas,

C A Y O S A L U S T I O

154

porque el sueño y el extraño pavor impidieron lafuga.

Mario prosiguió su camino a los cuarteles, quehabía resuelto tener cerca de la costa, por la como-didad de los bastimientos, sin que la victoria le hi-ciese descuidar ni ensoberbecerse; antes bien, no deotra suerte que si tuviera a la vista al enemigo, cami-naba formando con su gente un cuadro, cuya dere-cha mandaba Sila con la caballería, la siniestra AuloManlio con los honderos, los ballesteros y lascohortes de los ligures; en la frente y la espalda ha-bla colocado las compañías ligeras a cargo de lostribunos. Los desertores, gente que no dolía, peromuy práctica del terreno, exploraban el camino delos enemigos. No obstante lo cual, el cónsul atendíaa todo como si nada hubiera encargado a otros; ha-llábase en todas partes; alababa o reprendía a lossuyos según el merecimiento de cada uno; no dejahalas armas, ni se descuidaba un punto, obligando conel ejemplo a que hiciesen lo mismo los soldados;cuidaba, no menos que de su marcha, de fortificarsu campo en los descansos, encargando la guarda desus puertas a las cohortes de las legiones, y la cam-paña a la caballería auxiliar. Ponla además de estotropa en los fortines de su atrincheramiento; hacia él

L A G U E R R A D E J U G U R T A

155

mismo las rondas, no por recelo que tuviese de quedejarían de ejecutarse sus órdenes, sino porqueviendo los soldados que el general partía con ellosel trabajo, lo hiciesen de buena gana. Y a la verdad,Mario en esta ocasión y en todo el tiempo de la gue-rra con Jugurta, contuvo en su deber al ejército máspor el pundonor que por el castigo; lo que unosatribuían a ambición, otros a que hallaba gusto en ladureza misma a que desde niño se había acostum-brado, y en lo que el vulgo llama trabajos. Lo ciertoes que la causa pública anduvo por este medio deblandura tan bien y noblemente administrada comopudiera bajo del gobierno más severo.

Pasados cuatro días, a poca distancia de la ciu-dad de Cirta, llegan a un mismo tiempo de todaspartes los batidores muy apresurados, lo que indica-ba acercarse el enemigo; pero como aunque veníanpor distintos caminos y cada cual por su lado, nodecía uno más que otro, dudando el cónsul en quémodo ordenaría su gente, se resolvió al fin a espera-ren el mismo sitio y formación que traía, dispuestopara todo acontecimiento. De esta suerte burló laexpectación de Jugurta, el cual había dividido encuatro trozos su ejército, creyendo que alguno deellos había de dar precisamente con los nuestros

C A Y O S A L U S T I O

156

por las espaldas. Sila, que fue el primero a quien losenemigos se acercaron, habiendo animado a los su-yos, embiste juntamente con otros a los moros,formando un escuadrón muy apiñado; los demás,firmes en sus puestos, procuraban resguardarse delos dardos que les disparaban desde lejos, y si osabaacercarse alguno, moría luego a sus manos. Mientraspeleaba así la caballería, Boco con los infantes quehabía traído su hijo Vólux y no se habían hallado enla primera batalla por haberse detenido en el cami-no, embiste la retaguardia de los romanos. Hallába-se entonces Mario en la vanguardia, porque Jugurtacargaba mucho por aquella parte; el cual, sabida lallegada de Boco, vase ocultamente con pocos adon-de peleaba nuestra infantería y dícele en latín (cuyoidioma había aprendido en Numancia), «que en va-no se esforzaba; que Mario poco antes había muertoa sus manos, y mostraba, diciendo esto, su espadateñida de sangre de uno de nuestros infantes, aquien valerosamente acababa de matar. Esto nodejó de asustar a los soldados, más por lo grande dela novedad, que porque diesen crédito al que lo de-cía; y al mismo tiempo los bárbaros, tomandoaliento, estrechaban más a los nuestros ya cons-ternados, de suerte que faltaba poco para ponerse

L A G U E R R A D E J U G U R T A

157

en fuga, cuando Sila, habiendo derrotado a los quetenía por su frente, vuelve sobre los moros y losacomete por un costado, con lo que rechaza al ins-tante a Boco. Jugurta, que por sostener a los suyos yno querer soltar de las manos la victoria, que casitenía en ellas, se detuvo; viéndose rodeado de nues-tros caballos y que habían muerto cuantos con élestaban, se escabulle solo por medio de los enemi-gos, resguardándose de sus tiros. Mario entonces,ahuyentaba la caballería enemiga, vuelve en socorrode los suyos, que había oído estaban para ser recha-zados. Finalmente, los enemigos fueron deshechospor todas partes. Entonces sí que aquellas dilatadascampiñas presentaban un aspecto horrible; seguíanunos el alcance, otros huían; todo era matar y hacerprisioneros; caballos y jinetes por el suelo; muchosni huir podían por sus heridas, ni dejar de intentar-lo, hacer por levantarse y volver a caer luego; últi-mamente, cuanto alcanzaba la vista se hallabacubierto de dardos, armas y cadáveres, y los clarosque había estaban teñidos de sangre.

Después de esto el cónsul, declarada ya del todola- victoria a su favor, llega a Cirta, adonde se enca-minaba desde el principio, y cinco días después dela segunda derrota de los bárbaros, llegan mensaje-

C A Y O S A L U S T I O

158

ros de parte de Boco a pedirle «que le envíe dos su-jetos de su mayor satisfacción, porque desea tratarcon ellos de cosas que le importan a él y también alpueblo romano. Mario manda al instante ir a LucioSila y a Aulo Manlio, y aunque iban llamados, pare-ció conveniente que hiciesen su arenga al rey, bienpara disuadirle si le veían poco inclinado a la paz opara confirmarla en su pensamiento, si la deseaba.Sila, pues, a cuya elocuencia cedió Manlio su vez, noobstante que era mayor de edad, habló brevementede este modo:

«Grande es, rey Boco, nuestra alegría al ver quea un varón, cual tú eres, los dioses han inspirado alfin que quieras más la paz que la guerra, y que nosufras ver manchada tu reputación, permaneciendoaliado con el más perverso de los hombres: Jugurta;con lo que nos libras de la dura necesidad de perse-guirte a ti, sin más delito que haber sido engañado,igualmente que a él, que tanto lo merece por susmaldades. Además, que el pueblo romano, aun enlos principios, cuando era muy limitado su poder,creyó siempre que debía buscarse amigos antes queesclavos, teniendo por mejor hacerse obedecer porvía de blandura que por la fuerza. Ni para ti puedehaber amistad más útil que la nuestra, ya porque es-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

159

tamos muy distantes, con lo que hay menos ocasio-nes de disgusto y el provecho es el mismo que siestuviéramos cerca; ya porque súbditos tenemosbastantes; amigos, ni a nosotros ni a nadie sobraronjamás. Y ojalá lo hubieras tú sido nuestro desde elprincipio, que harto más bienes hubieras recibidohasta aquí del pueblo romano que males has tenidoque sufrir. Pero ya que la fortuna, árbitra de las co-sas humanas, ha dispuesto que experimentasesnuestras fuerzas, y que la misma te ofrece ahoranuestra amistad, abrázala, pues te lo permite, sindetención; prosigue como empezaste, procura quetus servicios excedan a tus yerros, ya que tantaoportunidad tienes para ello, y últimamente, fija entu pecho la máxima, de que al pueblo romano nadieha vencido hasta ahora en generosidad, toda vezque sabes lo que puede con las armas.

A esto respondió plácida y cortésmente Boco, yjuntamente se disculpó algún tanto, con que él nohabla tomado las armas para insultar a nadie, «sinopor defender su reino, y ,por no poder sufrir que laparte de Numidia, de donde había sido echado Ju-gurta (la cual le pertenecía por la convención quecon él tenía hecha), se devastase; fuera de que ha-biendo antes solicitado en Roma la paz por medio

C A Y O S A L U S T I O

160

de sus mensajeros, no la había podido conseguir;pero que omitiendo cosas pasadas, si ahora Mario lopermitía, enviaría de nuevo sus embajadores al Se-nado. No hubo dificultad en ello; pero el bárbarodejóse nuevamente vencer de los ruegos de sus con-fidentes, a quienes Jugurta, sabida la embajada deSila y Manlio, y temiendo las resultas de ella, habíacorrompido con dinero.

Entretanto Mario, dejando acuartelado el ejér-cito, vase con algunas cohortes expeditas y parte dela caballería por tierras desiertas a poner sitio a unalcázar real, donde Jugurta había puesto de guarni-ción a todos nuestros desertores. Boco entonces,bien que reflexionase lo mal que le había ido en lasdos batallas o aconsejado de algunos a quienes nohabía podido ganar Jugurta, toma de nuevo su re-solución, y escogiendo cinco entre todos sus ami-gos, sujetos de la mayor confianza y destreza en losnegocios, mándales que vayan a Mario, y si a éste lepareciere bien, pasen a Roma con facultad de tratarlas cosas y ajustar de un modo o de otro la paz.Parten, pues, sin pérdida de tiempo a los cuartelesde los romanos; pero habiendo en el camino caídoen manos de unos salteadores gétulos que los des-pojaron, llegan a donde estaba Sila (a quien el cón-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

161

sul en su ausencia había dejado en calidad de pro-pretor), despavoridos y sin el decoro correspon-diente a su carácter. Tratólos Sila, no segúnmerecían, esto es, como a enemigos volubles y en-gañosos, sino con mucha cortesanía y liberalidad;con lo que los bárbaros depusieron el concepto quetenían de la avaricia de los romanos, y aun llegarona creer, viendo la generosidad de Sila, que les eraamigo; porque aun entonces se conocía poco el darinteresado: a nadie creían dadivoso sino al que que-ría bien; y así, cuanto se daba, se atribuía a noblezade corazón. Ábrense, pues, con él, diciéndole a loque Boco los envía y le ruegan que les favorezca yaconseje; pero sin olvidarse de encarecer cuantopudieron el poder, la fidelidad y la grandeza de surey, con otras cosas conducentes para la paz o quepodían granjearle nuestra benevolencia. Sila lesofreció cuanto pedían, y habiéndolos instruido delmodo con que habían de hablar a Mario y al Sena-do, esperaron allí como unos cuarenta días a quellegase el cónsul.

Vuelto éste a Cirta sin haber logrado el fin de suexpedición, y sabiendo la venida de los mensajeros,dispone que vayan con Sila a hablarle, y que se lla-me de Utica a Lucio Belieno, pretor, y a cuantos se

C A Y O S A L U S T I O

162

hallasen en aquellos contornos, del orden senatorio;oye en presencia de todos la embajada de Boco, yqueda acordado que los mensajeros puedan pasar aRoma y que en el entretanto hubiese tregua, comolo pedían. De este parecer fue Sila y la mayor partede los concurrentes, bien que hubo algunos que conpoca reflexión de la inestabilidad de las cosas hu-manas y de los reveses de la fortuna, lo repugnaronagriamente. Obtenido por los mensajeros cuantoquerían, vanse tres de ellos a Roma en compañía deCneo Octavio Rufón, cuestor, que había pasado aÁfrica con las pagas; los otros dos se vuelven paraBoco, al cual contaron cuanto les habla pasado ensu viaje y especialmente la generosidad y afecto conque los había tratado Sila. A los primeros, despuésde haber confesado el yerro de su rey por habersedejado engañar de Jugurta, en punto de la paz yalianza que solicitaban, se les dio en Roma la res-puesta siguiente:

«El Senado y pueblo romano conserva siemprela memoria, no sólo de los beneficios, sino tambiénde los agravios que se le hacen. Concede el perdón aBoco, porque está arrepentido de su yerro; la amis-tad y alianza se le concederá cuando la merecierecon sus servicios.

L A G U E R R A D E J U G U R T A

163

Sabido esto por Boco, escribe a Mario pidién-dole que le envíe a Sila para tratar con él de los inte-reses comunes. Pasa éste allá escoltado de algunosinfantes y caballos, de los honderos mallorquines, yademás de esto de los ballesteros y la cohorte Pelig-na, armada a la ligera, así para adelantar camino co-mo porque aquellas armas resistían bastante a losdardos y flechas enemigas, que no son sobradofuertes. Pero después de cinco días que caminaban,aparécese de repente en una llanura Vólux, hijo deBoco, el cual no traía sino mil caballos, pero comovenían sin formación alguna y derramados, hacíanparecer a Sila y a los suyos que era mayor número ydaban algún recelo de que fuese el enemigo. Co-mienza, pues, cada uno a prevenirse y a requerir yponer a punto sus armas, no sin algún temor, perosiempre con mayor esperanza, como sucede a losvencedores cuando han de pelear con aquellos aquienes en muchas ocasiones han vencido. Entreestas dudas, los de a caballo, enviados a hacer ladescubierta, vuelven con la noticia de que eran ami-gos.

Llegado Vólux, pregunta por el cuestor y le dice«que viene de orden de su padre a recibirlo y a es-coltarlo al mismo tiempo. Con esta seguridad cami-

C A Y O S A L U S T I O

164

naron juntos aquel y el siguiente día. Pero al caer dela tarde, cuando habían ya sentado sus reales, llégasede repente el moro, demudado el rostro y despavo-rido, a decir a Sila «que acababa de saber por susespías que Jugurta estaba cerca, y ruégale con la ma-yor instancia que se parta de allí con él ocultamenteaquella noche. óyelo Sila con enfado y le asegura«que está muy lejos de temer al númida, a quientantas veces ha vencido; que tiene gran confianza enel valor de sus soldados, y que aunque supiese concertidumbre que había de, perderse, aguardaría allíantes que desamparar traidoramente a los que esta-ban a su cargo, por conservar, huyendo con afrenta,una vida de incierta duración y que tal vez cortaríamuy presto alguna enfermedad. Pero habiéndoledespués propuesto que a lo menos levantase por lanoche el campo, aprueba el pensamiento y mandaque los soldados, después de la cena, permanezcanen los reales, enciendan en ellos muchos fuegos,después de lo cual marchan secretamente a la prime-ra hora. El día siguiente, al mismo apuntar del Sol,cuando disponía Sila el acampamento para sus gen-tes, que venían cansadas de caminar toda la noche,llegan los moros batidores de a caballo con el avisode que Jugurta se había acampado a distancia como

L A G U E R R A D E J U G U R T A

165

de dos millas y en un sitio por donde precisamentehabían de pasar. Sabido esto por los nuestros, en-tonces sí que dejaron poseerse del terror, creyendoque Vólux los había traído engañados y vendido,hasta haber quien dijese que se le debía castigar y nodejar una maldad tamaña sin el pago merecido.

Pero Sila, no obstante que recelaba lo mismoque todos, asegura lo primero a Vólux de todo in-sulto y exhorta a los suyos «a que se porten con va-lor. Díceles que ya han visto en cuantas ocasionespoco número de soldados valerosos han triunfadode una gran muchedumbre; que cuanto con más de-nuedo expongan sus vidas, tanto estarán más segu-ros; que será cosa vergonzosa que hombres con lasarmas ,en las manos apelen para salvarse a los piesque no las Aienen, y que en la ocasión del mayorpeligro vuelvan al enemigo la parte del cuerpo másdesnuda e indefensa. Después, llamando a Júpiterpor testigo de la maldad y traición de Boco, mandaque Vólux, ya que se portaba como enemigo, salgadel campo. Éste, todo era disculparse y pedir a Silacon lágrimas «que nada sospechase, que no habla engaflo, que todo eran astucias de Jugurta, el cual sabíarnenudamente por sus espías cuantos pasos daba,pero que se persuadía que Jugurta, ya por llevar

C A Y O S A L U S T I O

166

consigo poca gente, ya porque sus cosas y esperan-zas pendían enteramente de su padre, no tendríavalor para intentar cosa alguna a las elaras, estandoél a la vista. Por tanto, que en su dictamen sería lomejor atravesar sus reales francamente; que él iríasolo en compañía de Sila, enviando delante a susmoros o haciéndolos quedar donde estaban. Parecióbien la propuesta en aquel apuro, y marchando alinstante, como su llegada imprevista sobrecogió aJugurta, mientras dudaba qué resolución tomaría,pasan sin daño alguno y dentro de breves días lle-gan al lugar a donde se encaminaban.

Trataba mucho y muy familiarmente allí conBoco cierto númida llamado Aspar, a quien Jugurta,desde que supo el llamamiento de Sila, había hechoir por su enviado, con encargo al mismo tiempo deexplorar artificiosamente cómo pensaba el rey. Otrohabía en su corte llamado Dabar, hijo de Masugra-da, de la familia de Masinisa, pero desigual por líneamaterna, porque su padre era hijo de concubina.Tenía éste por sus prendas mucha cabida en la gra-cia y estimación de Boco, el cual sabiendo por va-rias experiencias que era fiel a los romanos, lo envíaal instante a decir a Sila: «que estaba dispuesto a ha-cer cuanto el pueblo romano quisiese; que fijase día,

L A G U E R R A D E J U G U R T A

167

lugar y tiempo para una conferencia; que en lo quecon él había acordado no había mudanza alguna, yasí que nada recelase del mensajero de Jugurta; quelo había admitido para tratar con menos embarazode los intereses de ambos, pues de otra suerte nopodía precaverse contra sus asechanzas. Mas yotengo averiguado que Boco, con trato doble y nopor lo que manifestaba en lo exterior, iba entrete-niendo a los dos partidos con esperanzas de paz;que muchas veces dudó consigo mismo si pondría aJugurta en poder de los romanos o entregaría a Silaa los númidas; que su inclinación nos era contraria,pero su miedo favorable.

Sila satisfizo a esto diciendo «que delante deAspar hablaría poco; que el resto había de pasar ensecreto, con ninguno o con los menos testigos queser pudiese, y al mismo tiempo le instruyó de lo queel rey le había de responder. Llegado el caso de laconferencia en la forma que se había tratado, diceSila a Boco «que el cónsul lo había enviado a pre-guntarle si estaba en ánimo de hacer la paz o decontinuar la guerra, a lo que el rey, según el anterioracuerdo, respondió que nada había aún resuelto; quevolviese dentro de diez días y sabría su determina-ción. De esta suerte se partió cada uno para su

C A Y O S A L U S T I O

168

acampamento, pero después de la medianoche llamaBoco en secreto a Sila, sin más testigos de una y otraparte que los intérpretes de la mayor confianza; lue-go el interlocutor Dabar jura religiosamente a satis-facción de ambos, y el rey comienza así:

«Jamás creí que un rey, cual yo soy, el mayor queen estas tierras se conoce y el más poderoso decuantos tengo ,)noticia, pudiese estar en obligación aun particular. De mí te aseguro, ¡oh Sila!, que antesde conocerte he ayudado a muchísimos que han im-plorado mi favor y a otros sin pedirlo, pero que ja-más he necesitado a nadie. El no poder ,ya decirloasí, cosa que para otros fuera tan sensible, para míes de grande alegría, pues el haber yo necesitadoalguna vez, me ha producido tu amistad, que aprecioen más que cuanto tengo, como puedes en la horaexperimentar. Armas, gente, dinero y cuanto te vi-niere al pensamiento, todo lo tienes a tu arbitrio;toma, usa de ello según quisieres, y mientras vivas,nunca te des por satisfecho, porque, en mi gratitudsiempre se conservará entera la memoria de lo quete debo. En suma, nada apetecerás que no consigas,si llego yo a saberlo, porque en mi juicio, menosvergonzoso es para un rey ser vencido por las armasque en generosidad. Ahora, por lo que toca a la re-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

169

pública, cuyo encargo ha traído acá, te digo en bre-ve: que yo jamás hice, ni quise que otro hiciese gue-rra al pueblo romano; lo que he hecho es defendermis límites, oponiendo fuerza a fuerza, pero quedeesto a un lado. Vosotros, pues lo queréis así, hacedla guerra a Jugurta como mejor os parezca. Yo nopasaré jamás el río Muluca, que desde Micipsa hasido el lindero común de nuestro imperio, ni permi-tiré tampoco que Jugurta lo pase. En lo demás, siotra cosa quisieres digna de mí y de vosotros, te laconcederé gustoso.

A esto respondió Sila muy poco y con gran mo-destia en lo que miraba a sí, pero en lo tocante a lapaz y a la república se alargó mucho, y al fin vino adeclararle «que el Senado y pueblo romano no sesatisfaría con sus ofertas, pues le obligaba a hacerlasla necesidad y el haber sido vencido; que era me-nester hacer algo en que se viese más el interés de larepública que el suyo, lo que le era muy fácil, puestenía en su mano a Jugurta; que si lo entregaba, lequedaría el pueblo en la mayor obligación; y laamistad y alianza, juntamente con la parte de Numi-dia que ahora solicitaba, se le vendrían entonces desuyo a las manos. El rey en los principios lo rehusómuchas veces, «alegando la amistad, el parentesco y

C A Y O S A L U S T I O

170

la alianza que con él tenía; y asimismo el recelo deque si faltaba a su fe y palabra, enajenaría de sí losánimos de sus vasallos que amaban a Jugurta y abo-rrecían a los romanos. Pero vencido al fin de lasinstancias de Sila se rinde y le promete hacer en to-do según su voluntad, y para fingir que trataban depaz (que era lo que deseaba con la mayor ansia Ju-gurta, cansado de tan larga guerra) se buscaron al-gunos coloridos a propósito, y urdido de este modoel engaño, se disuelve el congreso.

Al día siguiente llama el rey a Aspar, enviado deJugurta, y dícele «haber entendido de Sila, por me-dio de Dabar, que la paz podría ajustarse mediantealgunas condiciones, y así, que explorase la inten-ción de su rey. Aspar vase muy alegre a los reales deJugurta, y habiéndole éste declarado su voluntad,vuelve con gran prisa después de ocho días a Bocoy dícele: «que Jugurta estaba dispuesto a cuanto se lemandase, pero que desconfiaba de Mario, porqueninguno de los acuerdos hechos por él hasta enton-ces con los generales romanos había tenido efecto;por lo que si Boco deseaba mirar por ambos y quela paz fuese estable y segura, procurase que, so colorde tratar de ella, se tuviese una junta en que los tresconcurriesen y allí le entregase a Sila; que si él logra-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

171

ba tener en su poder a un hombre de aquella esfera,sin duda el Senado y pueblo romano mandaría efec-tuar el tratado, por no abandonar a un personaje tanilustre, que no por cobardía suya, sino por el bien dela república, había caído en manos del enemigo.

Boco, después de haber dado en su ánimo milvueltas a esta propuesta, ofrece al fin que lo ejecuta-ría. Si el tardar en resolverse fue ficción o verdaderarepugnancia, no puedo asegurarlo; lo cierto es quelos deseos de los reyes, por lo mismo que son másvehementes, suelen ser menos estables, y aun a ve-ces contrarios entre sí. Señalado tiempo y lugar paratratar de la paz, Boco llamaba unas veces a Sila,otras al enviado de Jugurta, hablando cortésmente aentrambos y ofreciendo a cada uno que le pondríasu enemigo en las manos, con lo que ellos estabancontentos, y al mismo tiempo muy esperanzados. Lavíspera en la noche del día aplazado para el congre-so, llama el moro a sus confidentes; pero mudandorepentinamente de parecer, despídelos, y habiendoquedado solo, dícese que estuvo mucho tiempo ba-tallando consigo mismo, demudado el semblante yel color, y atribulado a un tiempo mismo de ánimo yde cuerpo, cuyos ademanes, aun callando él, descu-brían su interior agitación. Pero al fin manda llamar

C A Y O S A L U S T I O

172

a Sila y por su dirección arma el lazo al númida. Ve-nido que fue el día y avisado Boco de que Jugurtaestaba no lejos de allí, sale, como por hacerle obse-quio, con pocos de sus amigos y con nuestro cues-tor, a encontrarle hasta un colladito que tenían muya la vista del que estaban emboscados. Llega a aquelsitio Jugurta con los más de sus parientes y amigos,sin armas, según estaba convenido, y habiéndosedado la señal, embístenle por todas partes los que leesperaban. Cuantos con él venían fueron muertos;Jugurta, atado y entregado a Sila, quien lo condujo aMario.

Por este tiempo nuestros capitanes Quinto Ce-pión y Marco Manlio fueron rotos por los galos,cuya noticia hizo estremecer a toda Roma; por loque ya entonces y hasta nuestra edad solía decirseque todo lo demás era fácil de superar al valor delos romanos, pero que con los galos no se peleabapor ganar gloria, sino por la libertad y por la vida.Mas cuando se supo en Roma que se había conclui-do la guerra de Numidia y que traían preso a Jugur-ta, Mario fue reelegido cónsul en ausencia y se leencargó la administración de la Galia. Llegado aRoma, triunfó con grande aplauso en las calendasde enero, primera era de su nuevo consulado, y des-

L A G U E R R A D E J U G U R T A

173

de aquel tiempo estaban puestas en él todas las es-peranzas y la felicidad de la república.