La era de las turbulencias de Alan Greenspan_DSB.pdf

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    Traduccin de Gabriel Dols Gallardo

    Barcelona Bogot Buenos Aires Caracas Madrid Mxico D.F. Montevideo Quito Santiago de Chile

    ALAN GREENSPAN

    LA ERA DE LAS TURBULENCIAS

    AVENTURAS EN UN NUEVO MUNDO

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    Ttulo original: The Age of Turbulence

    Traduccin: Gabriel Dols Gallardo

    1. edicin: marzo 2008

    Alan Greenspan, 2007 Ediciones B, S. A., 2008

    Bailn, 84 - 08009 Barcelona (Espaa)www.edicionesb.com

    Publicado por acuerdo con The Penguin Press, una divisin de Penguin Group (USA), Inc.

    Printed in SpainISBN: 978-84-666-3223-2Depsito legal: B. 5.197-2008

    Impreso por LITOGRAFA S.I.A.G.S.A.

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorizacinescrita de los titulares del copyright, la reproduccin total o parcialde esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidosla reprografa y el tratamiento informtico, as como la distribucinde ejemplares mediante alquiler o prstamo pblicos.

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    A mi amada Andrea

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    Introduccin para la seccin europea

    Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, y yonos encontramos docenas de veces en el desempeo de nuestro come-tido como jefes de los dos bancos centrales ms grandes del mundo. Aunas, por mucho que mirara al otro lado de la mesa en los desayunosrituales del G-7, el G-10 u otros encuentros en todo el mundo, nuncadej de asombrarme el extraordinario logro que haban demostrado suinstitucin y su moneda, el euro.

    En la campaa hacia la creacin de la moneda nica para Europa aprincipios de la dcada de 1990, albergaba serias dudas sobre si el po-der del clebre Bundesbank alemn poda replicarse a escala continental.Adems, dudaba de que un nuevo banco central fuera siquiera necesario:Europa ya tena un banco central de facto en el Bundesbank. Tampocoestaba convencido de que un banco central europeo fuese a funcionar.Recuerdo una conversacin con Alexandre Lamfalussy, ex directorejecutivo durante mucho tiempo del Banco de Pagos Internacionales(Bank for International Settlements). Acababan de nombrarlo directordel nuevo Instituto Monetario Europeo, embrin de la institucin quesurgira como Banco Central Europeo bajo el Tratado de Maastricht de1992. Dada la diversidad de polticas fiscales y econmicas de todo tipoen toda Europa y su efecto sobre el equilibrio de los tipos de cambio,pregunt a Lamfalussy si era deseable congelar de forma permanentelos tipos de cambio de 11 (hoy 13) economas. Obligara a las polti-cas econmicas a converger el cerrojo sobre los tipos de cambio, talcomo era la esperanza oficial? O condenara a algunas economas conmonedas inadvertidamente sobrevaloradas a luchar para volverse com-petitivas y a aquellas con monedas infravaloradas a una batalla crni-

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    ca contra la inflacin? Gran Bretaa retom el patrn oro en 1925 a sustipos de cambio previos a la Primera Guerra Mundial que, en retros-pectiva, parecen haber estado significativamente sobrevalorados. La ma-niobra impuso una presin a la baja sobre los precios; a resultas de ello,la produccin se estanc y aument el paro. Aun as, Lamfalussy nocomparta mis recelos sobre el euro y result tener razn.

    Para mi sorpresa, la transicin de 11 monedas distintas al euro fuenotablemente suave. Con el significativo poder autnomo que le con-cedi el Tratado de Maastricht, el Banco Central Europeo ha surgidocomo una fuerza de primer orden en los asuntos econmicos mundiales.Los ataques al banco por sus polticas antiinflacionarias y los intentosde mermar su autoridad han fracasado. Salvo en caso de crisis, dudo quepudiera alcanzarse un consenso para alterar la autonoma del banco. Nosqueda en consecuencia una institucin histricamente nica, un ban-co central independiente con la estabilidad de precios como mandatonico para una zona econmica que produce ms de una quinta partedel PIB mundial. Es un logro extraordinario. Nunca ha dejado de fas-cinarme la hazaa de mis colegas europeos.

    Al ver las dificultades de la puesta en prctica de la agenda de Lis-boa un plan trazado en 2000 para llevar a la Unin Europea a unaposicin de liderazgo mundial en alta tecnologa, tengo la firme sos-pecha de que el Tratado de Maastricht encontrara grandes problemasa da de hoy para atraer el consenso que reflej cuando entr en vigoren 1992. El entusiasmo por una UE que enlazara a los estados soberanosde Europa se ha debilitado en el inclemente mundo de las realidades delmercado. Es irnico que la misma dificultad aumentada para obtenerun consenso paneuropeo en la actualidad sea la que frustra cualquierempeo por reducir la independencia del Banco Central Europeo.

    Cualquier miembro individual de la eurozona podra, por supuesto,abandonar de forma unilateral la moneda comn y reinstaurar su an-tecesor propio del euro. Italia, enfrentada a un magro crecimiento dela productividad en la ltima dcada (menos de la mitad de la media dela eurozona), se las ve con una estructura de costes cada vez menoscompetitiva. De no estar encadenada al euro, sin duda habra devaluado,como hizo crnicamente en el pasado. Sin embargo, si Italia reinstau-rase la lira (es de suponer que a un tipo devaluado), los italianos ten-dran que decidir qu hacer con las actuales obligaciones legales deno-minadas en euros. El servicio de las deudas en euros resultara muy caroe incierto dado que el tipo de cambio lira-euro casi a ciencia cierta se-

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    ra voltil, al menos por un tiempo. Imponer por ley una conversintanto privada como pblica de las deudas a liras a algn tipo de cam-bio arbitrario equivaldra a todos los efectos a declararse en bancarrota,lo que socavara la solvencia de la nacin de cara a los crditos. Trasasomarse a ese abismo, los dirigentes italianos han tenido la sensatez dedescartar cualquier iniciativa en ese sentido.

    El Tratado de Maastricht y el asociado Pacto de Estabilidad y Cre-cimiento, al retirar la poltica monetaria del control soberano de losmiembros individuales y restringir el abanico de gasto deficitario en laprctica exigi a las economas que regresasen a los ajustes automti-cos del mercado. De ah que la Unin Monetaria Europea presentasealgunas de las caractersticas del viejo patrn oro. Yo estaba muy im-presionado, pero era escptico, y en esto mi escepticismo se demostratinado. Por motivos que perfilo en este libro, la adopcin europea delEstado del bienestar ha sido demasiado profunda para aceptar todas lasrestricciones a las acciones discrecionales de poltica econmica. Porejemplo, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento impona un lmite del3% al dficit presupuestario con cuantiosas multas en caso de incum-plimiento. Varias naciones no tardaron en rebasar ese lmite, y aun asla imposicin y cobro de las multas se demostr polticamente invia-ble. En lugar de eso, la norma se ha convertido en tan slo una vagadirectriz. Maastricht no pudo cambiar los imperativos del Estado delbienestar.

    Sin embargo, en el cometido fundamental de crear una monedanica para 13 pases, con todas sus ventajas, el euro y el Banco CentralEuropeo han sido un xito extraordinario. Se han eliminado los ries-gos de los tipos de cambio y reducido los costes de las transacciones.Y aunque la ley econmica del precio nico nunca haya llegado a cum-plirse del todo (el precio de muchos bienes de marca difiere segn el pasen ms que los costes de transporte), las diferencias de precios entrepases han menguado notablemente.

    El marco, el franco y las otras nueve monedas originales que secombinaron en el euro eran demasiado pequeas para desafiar por sucuenta al dlar estadounidense como divisa de reserva. El euro puedey lo hace. La liquidez combinada de las ya 13 monedas de la eurozo-na elev el euro a la condicin de divisa de reserva, no muy por detrsdel dlar estadounidense, y gana terreno. A finales de septiembre de2006, el euro ascenda al 25 por ciento de las reservas de los bancos cen-trales y al 39 por ciento de los ttulos lquidos transfronterizos del sector

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    privado. El dlar estadounidense, con el 66 y el 43 por ciento respec-tivamente, no le llevaba tanta ventaja, teniendo en cuenta que los ttulosprivados son ocho veces los de los bancos centrales. Como en el casodel dlar, la acumulacin de reservas ha reducido los tipos de inters deleuro, y sin duda ha contribuido al crecimiento econmico europeo. Esposible que el euro pueda desplazar al dlar como divisa de reservaprimaria del mundo, sobre todo si se aplica con xito la agenda de Lis-boa, pero la mengua que se prev en la fuerza de trabajo europea obraen su contra. Pese a todo, la discrecin con la que el BCE y el euro hansurgido como potencias internacionales es demasiado extraordinariapara pasarla por alto. Mi amigo Jean-Claude debe de estar contento.

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    Introduccin

    La tarde del 11 de septiembre de 2001 me hallaba en el vuelo 128de Swissair, de vuelta a Washington tras una reunin internacional or-dinaria de banqueros en Suiza. Estaba paseando por el pasillo cuandoel jefe del destacamento de seguridad que me escoltaba en los viajes alextranjero, Bob Agnew, me par en el pasillo. Bob es un ex agente delServicio Secreto, simptico pero no especialmente hablador. En esemomento tena muy mala cara. Seor presidente me dijo con cal-ma, el capitn desea verlo delante. Se han estrellado dos aviones contrael World Trade Center. Debi de quedrseme cara de pasmado, por-que luego aadi: No es broma.

    En la cabina, el capitn pareca muy nervioso. Nos dijo que se ha-ba producido un atentado espantoso contra nuestro pas: haban secues-trado varios aviones de pasajeros, de los que haban estrellado dos contrael World Trade Center y uno contra el Pentgono. Otro estaba desapa-recido. Era toda la informacin de la que dispona, dijo en su ingls conun ligero acento. Dbamos la vuelta hacia Zurich, y no pensaba anunciarel motivo al resto de pasajeros.

    Es preciso que volvamos? pregunt yo. Podemos aterri-zar en Canad?

    Me dijo que no, que tena rdenes de poner rumbo a Zrich. Vol-v a mi asiento mientras el capitn anunciaba que los controladoresareos nos desviaban a Zrich. Los telfonos de los asientos quedarondesactivados en el acto, y me fue imposible contactar con tierra. Los co-legas de la Reserva Federal que haban estado en Suiza conmigo esefin de semana ya se encontraban en otros vuelos. De modo que, sinmanera de enterarme del desarrollo de los acontecimientos, no me

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    qued otra cosa que hacer salvo pensar durante las siguientes tres ho-ras y media. Mir por la ventanilla, el trabajo que me haba llevado, losmontones de memorandos e informes econmicos, olvidados en mibolsa. Eran esos ataques el inicio de una conspiracin ms amplia?

    Mi primer pensamiento fue para mi mujer: Andrea es la correspon-sal jefe de Internacional de la NBC en Washington. No estaba en Nue-va York, lo que era un gran alivio, y visitar el Pentgono no se encontrabaen su agenda ese da. Supuse que estara en la oficina de la NBC en elcentro de la ciudad, metida hasta las cejas en el seguimiento de la noti-cia. De modo que no estaba profundamente inquieto, me dije... pero ysi le haba surgido alguna visita de ltima hora a un general del Pentgono?

    Me preocupaban mis colegas de la Reserva Federal. Estaban a sal-vo? Y sus familias? El personal andara como loco para responder ala crisis. Ese ataque el primero sobre suelo estadounidense desde PearlHarbor pondra el pas patas arriba. La cuestin en la que yo debaconcentrarme era si perjudicara a la economa.

    Las posibles crisis econmicas eran si acaso demasiado evidentes.Lo peor, que se me antojaba sumamente improbable, sera un colapsodel sistema financiero. La Reserva Federal est a cargo de los sistemaselectrnicos de pago que transfieren ms de 4 billones al da en dine-ro y valores entre bancos de todo el pas y buena parte del resto delmundo.

    Siempre habamos pensado que, si alguien quera paralizar la eco-noma estadounidense, el mejor mtodo era eliminar los sistemas depago. Los bancos se veran obligados a retomar las ineficientes trans-ferencias fsicas de dinero. Los negocios recurriran a los trueques ypagars; el nivel de actividad econmica del pas caera en picado.

    Durante la guerra fra, como precaucin para un ataque nuclear, laReserva Federal haba incorporado una gran cantidad de redundanciasa las instalaciones de comunicacin e informtica de las que dependeel sistema monetario. Tenemos todo tipo de salvaguardias para que, porejemplo, los datos de un banco de la Reserva Federal dispongan de copiade seguridad en otro situado a centenares de kilmetros de distancia oen alguna ubicacin remota. En caso de un ataque nuclear, estaramosde nuevo en marcha en todas las zonas no irradiadas con mucha rapi-dez. Ese sistema era el que Roger Ferguson, vicepresidente de la Fed,estara activando ese da. Yo estaba seguro de que l y nuestros colegasestaran tomando todas las medidas necesarias para mantener en fun-cionamiento el sistema mundial del dlar.

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    De todos modos, por bien que pensase todo eso, dudaba de que eltrastorno del sistema financiero fuera lo que los secuestradores tenanen mente. Era mucho ms probable que aquello quisiese ser un actosimblico de violencia contra la Amrica capitalista, como la bomba enel aparcamiento del World Trade Center de ocho aos antes. Lo que mepreocupaba era el miedo que creara un atentado como se, sobre todosi estaban por venir ms ataques. En una economa tan sofisticada comola nuestra, la gente tiene que interactuar e intercambiar artculos cons-tantemente, y la divisin del trabajo est articulada hasta tal extremoque todo hogar depende del comercio para la mera supervivencia. Si laspersonas se retiran de la vida econmica cotidiana si los inversoresse deshacen de sus acciones, los empresarios rehyen el comercio o losciudadanos se quedan en casa por miedo a ir a los centros comercialesy exponerse a un atentado suicida se produce un efecto de bola denieve. Es la psicologa que conduce a los pnicos y las recesiones. Unimpacto como el que acabbamos de padecer poda causar una retira-da masiva y una aguda contraccin de la actividad econmica. La mi-seria poda multiplicarse.

    Mucho antes de que mi vuelo tomara tierra, haba concluido queel mundo estaba a punto de cambiar en modos que todava no podadefinir. La complacencia con la que habamos vivido los americanosdurante la dcada posterior al final de la guerra fra acababa de quedardespedazada.

    Llegamos por fin a Zrich pasadas las 8:30 de la noche, hora local:en Estados Unidos todava era medioda. Varios funcionarios de ban-ca suizos me recibieron en cuanto baj del avin y me llevaron a todaprisa a una sala privada de la zona de preembarque. Se ofrecieron aensearme imgenes del derrumbe de las Torres Gemelas y el incendiodel Pentgono, pero rehus. Haba trabajado en las inmediaciones delWorld Trade Center durante gran parte de mi vida y tena amigos yconocidos all. Di por sentado que las cifras de vctimas seran horrendase incluiran a personas que conociese. No quera ver la destruccin; sloquera un telfono que funcionara.

    Encontr por fin a Andrea en su mvil pocos minutos antes de lasnueve, y supuso un gran alivio or su voz. En cuanto nos hubimos ase-gurado mutuamente que estbamos bien, me dijo que tena prisa: es-taba en el plat, a punto de entrar en directo con las ltimas noticias.

    Slo dime en un segundo lo que est pasando le ped.Andrea tena el mvil pegado a una oreja mientras por el auricular

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    de la otra le hablaba, casi a gritos, el productor de sucesos especiales deNueva York:

    Andrea, Tom Brokaw te da paso! Ests lista?Lo nico que tuvo tiempo de decirme fue:Escucha.Dicho eso, dej el telfono abierto en el regazo y se dirigi a las

    cmaras. O exactamente lo que Estados Unidos estaba oyendo en esemomento: que el Vuelo 93 desaparecido de United se haba estrelladoen Pensilvania.

    Luego pude hacer llegar una llamada a Roger Ferguson, en la Fed.Repasamos nuestra lista de gestin de crisis y, tal como me haba figu-rado, tena las cosas controladas. Entonces, con todo el trfico areo civila Estados Unidos cancelado, me puse en contacto con Andy Card, eljefe de Gabinete de la Casa Blanca, para solicitar transporte de vueltaa Washington. Por ltimo me fui al hotel, escoltado por mi dispositi-vo de seguridad, para dormir un poco y esperar instrucciones.

    Al amanecer volva a estar en el aire, en la cabina de mando de unavin cisterna KC-10 de las Fuerzas Areas; es posible que fuera la nicaaeronave disponible. La tripulacin estaba acostumbrada a realizarsalidas de repostaje sobre el Atlntico Norte. En la cabina reinaba unestado de nimo sombro:

    No se lo creer me dijo el capitn. Escuche.Acerqu el odo a los auriculares pero no o nada ms que esttica.Normalmente el Atlntico Norte va lleno de parloteo de radio

    me explic. Este silencio pone los pelos de punta.Al parecer no haba nadie ms ah fuera.Cuando bajamos por la Costa Este y entramos en el espacio areo

    prohibido estadounidense, nos salieron al paso y nos escoltaron un parde cazas F16. El capitn obtuvo permiso para sobrevolar lo que habasido el enclave de las Torres Gemelas en la punta sur de Manhattan, enesos momentos una ruina humeante. Durante dcadas, mis oficinasnunca haban estado a ms de unas pocas manzanas de all; a finales delos 60 y principios de los 70 haba visto crecer da tras da las TorresGemelas. Ahora, desde treinta y cinco mil pies de altura, sus cascoteshumeantes eran el rasgo ms visible de Nueva York.

    Esa tarde fui directamente a la Fed, acompaado por una escoltapolicial a travs de calles con barricadas. Luego nos pusimos a trabajar.

    En su mayor parte, los flujos electrnicos de fondos marchabanbien. Sin embargo, con el trfico areo civil cancelado, el transporte y

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    la compensacin de los cheques de toda la vida se estaban retrasando.Era un problema tcnico: sustancial, pero nada que el personal y los ban-cos individuales de la Reserva Federal no pudieran manejar sin proble-mas mediante la extensin temporal de crdito adicional a los bancoscomerciales.

    Pas la mayor parte del tiempo de los das sucesivos atento a po-sibles indicios de una ralentizacin catastrfica de la economa. En lossiete meses anteriores al 11-S, la economa haba pasado por una recesinmuy leve, mientras se sacuda de encima los persistentes efectos de laquiebra de las puntocom de 2000. Pero las cosas haban empezadoa cambiar de signo. Habamos estado bajando con rapidez los tipos deinters, y los mercados empezaban a estabilizarse. Para finales de agostola atencin del pblico se haba desplazado de la economa a Gary Con-dit, el congresista californiano cuyas declaraciones poco esclarecedo-ras sobre una joven desaparecida dominaban las noticias de la noche.Andrea no lograba salir en directo con nada de relevancia global, y re-cuerdo haber pensado lo increble que se antojaba eso: el mundo de-ba de andar bastante bien si las noticias de la tele se centraban ante todoen un escndalo nacional. Dentro de la Fed, el problema ms grande queafrontbamos era hasta qu punto rebajar los tipos de inters.

    Despus del 11-S, los informes y datos que llegaban de los bancosde la Reserva Federal eran harina de otro costal. El Sistema de la Re-serva Federal consiste en doce bancos estratgicamente situados depunta a punta del pas. Todos regulan los bancos de su regin y lesprestan dinero. Los bancos de la Reserva Federal tambin actan comouna ventana a la economa estadounidense: los cargos y el personal semantienen en contacto permanente con los banqueros y empresariosde sus distritos, y la informacin que recogen sobre pedidos y ventasva hasta un mes por delante de los datos de publicacin oficial.

    Lo que nos estaban contando en ese momento era que a lo largo yancho del pas la gente haba dejado de gastar en nada que no fueranartculos comprados en previsin de posibles ataques adicionales: cre-can las ventas de comestibles, dispositivos de seguridad, agua embo-tellada y seguros; el sector entero de los viajes, el ocio, la hostelera, elturismo y las convenciones iban a la baja. Sabamos que el envo de ver-duras frescas de la Costa Oeste a la Este se vera alterado por la suspen-sin de los vuelos de mercancas, pero nos sorprendi un tanto la ra-pidez con la que se vieron afectados muchos otros sectores. Por ejemplo,el flujo de repuestos automovilsticos desde Windsor, Ontario, a las

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    plantas de Detroit se ralentiz hasta quedar bajo mnimos en los pasosfluviales que unen las dos ciudades: un factor que influy en la decisinde Ford Motor de cerrar temporalmente cinco de sus fbricas. Aosantes, muchos fabricantes se haban pasado a la produccin just intime: en vez de almacenar piezas y suministros en la planta, confiabanen el transporte areo para recibir los componentes cruciales a medi-da que los necesitasen. El cierre del espacio areo y la intensificacinde los controles de seguridad en las fronteras provocaron cortes, em-botellamientos y turnos cancelados.

    Entretanto, el Gobierno estadounidense haba puesto la directa. Elviernes 14 de septiembre, el Congreso aprob una partida inicial deemergencia de 40.000 millones de dlares y autoriz al presidente a usarla fuerza contra las naciones, organizaciones o personas que noshaban atacado. El presidente Bush moviliz a la nacin con lo queprobablemente pasar a la historia como el discurso ms eficaz de supresidencia. Estados Unidos ha sido escogido como blanco porquesomos el faro ms importante para la libertad y la oportunidad en elmundo dijo. Y nadie impedir que esa luz resplandezca. Sus n-dices de popularidad subieron disparados hasta el 86 por ciento y la po-ltica, aunque fuera slo por un breve perodo, se volvi consensuada.En el Capitolio corran muchas ideas para ayudar a la nacin a recobrar-se. Haba planes que incluan inyectar fondos en las compaas areas,el turismo y el ocio. Haba un montn de propuestas para extenderexenciones fiscales a las empresas con el fin de fomentar la inversin decapital. Se debati mucho sobre los seguros contra terrorismo: cmose asegura uno contra sucesos catastrficos de ese tipo, y qu papel tieneen ello el Gobierno, si es que tiene alguno?

    A m me pareca urgente que los vuelos comerciales despegasen denuevo, para abortar la oleada de efectos negativos. (El Congreso aprobcon celeridad un paquete de urgencia de 15.000 millones de dlares parael transporte areo.) Sin embargo, ms all de eso, prest menos aten-cin a la mayora de esos debates, porque estaba decidido a hacerme unacomposicin de lugar ms general, que todava no tena clara. Estabaseguro de que la respuesta no se hallara en los gestos grandes, apresu-rados y costosos. Es tpico que, en momentos de gran urgencia nacional,todo congresista sienta que tiene que proponer una ley; los presiden-tes tambin notan la presin para actuar. En esas condiciones puedenobtenerse polticas miopes, ineficaces y a menudo contraproducentes,como el racionamiento de gasolina que impuso el presidente Nixon

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    durante la primera crisis del petrleo de 1973. (Esa poltica provoccolas en las gasolineras de algunas zonas del pas ese otoo.) Sin em-bargo, con catorce aos en la presidencia de la Fed a mis espaldas, ha-ba visto a la economa superar muchas crisis, entre ellas el peor crackde un da de la historia del mercado de valores, que se produjo a las cincosemanas de que asumiera el cargo. Habamos sobrevivido al boom y elderrumbe inmobiliario de la dcada de 1980, a la crisis de las institu-ciones de ahorro y prstamo y a las agitaciones financieras asiticas, porno hablar de la recesin de 1990. Habamos disfrutado del mayor augede la Bolsa de la historia y luego habamos capeado el desplome de laspuntocom. Poco a poco empezaba a creer que la mejor baza de la eco-noma estadounidense era su aguante: su capacidad para absorber per-turbaciones y recuperarse, a menudo con modos y ritmos que nadie se-ra capaz de predecir, y mucho menos dictar. Aun as, en esa espantosacoyuntura, no haba manera de saber lo que pasara.

    Yo pensaba que la mejor estrategia era observar y esperar hasta quecomprendiramos mejor cules seran las secuelas exactas del 11-S. Eslo que les dije a los lderes del Congreso en una reunin en el despa-cho del presidente de la Cmara de Representantes la tarde del 19 deseptiembre. El presidente Dennis Hastert, el lder de la minora de laCmara de Representantes Dick Gephardt, el lder de la mayora delSenado Trent Lott y el lder de la minora del Senado Tom Daschle,junto con Bob Rubin, ex secretario del Tesoro con el presidente Clin-ton, y el asesor econmico de la Casa Blanca Larry Lindsey, estabantodos reunidos en una sencilla sala de juntas aneja al despacho deHastert en el lado de la Cmara de Representantes del Capitolio. Loslegisladores queran or las evaluaciones del impacto de los ataques quehacamos Lindsey, Rubin y yo. El posterior debate se condujo con unagran seriedad, sin alardes. (Recuerdo que pens: As debera funcionarel Gobierno.)

    Lindsey puso sobre la mesa la idea de que, ya que los terroristashaban dado un golpe a la confianza estadounidense, el mejor modo decontrarrestarlo sera un recorte fiscal. l y otros se manifestaron a fa-vor de inyectar unos 100.000 millones de dlares en la economa encuanto fuera posible. La cifra no me alarm: vena a ser un 1 por cientode la produccin anual del pas. Pero les dije que todava no tenamosmanera de saber si 100.000 millones eran demasiado o demasiado poco.S, las industrias de las lneas areas y el turismo se haban llevado unduro golpe, y los peridicos iban cargados de artculos sobre todo tipo

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    de despidos. Aun as, el lunes 17 de septiembre, asombrosamente, laBolsa de Nueva York haba logrado reabrir a apenas tres manzanas dela Zona Cero. Se trataba de un paso importante porque devolva al sis-tema una sensacin de normalidad: un rayo de luz en el cuadro quetodava estbamos ensamblando en la Fed. Al mismo tiempo, el siste-ma de pago de cheques se estaba recuperando, y el mercado de valo-res no se haba venido abajo: los precios se haban limitado a descen-der para luego estabilizarse, una seal de que la mayora de empresasno se hallaban en graves apuros. Les dije que el curso prudente era seguirtrabajando en opciones y volvernos a reunir al cabo de dos semanas,cuando tuviramos ms datos.

    Transmit el mismo mensaje a la maana siguiente en una sesinpblica del Comit de Banca del Senado, aconsejando paciencia: Nadietiene la capacidad de predecir plenamente las consecuencias de la trage-dia del 11 de septiembre. Sin embargo, en las semanas venideras, a me-dida que remita la impresin, deberamos ser capaces de calibrar mejorel modo en que la dinmica en curso de estos acontecimientos est con-figurando el panorama econmico inmediato. Tambin recalqu: A lolargo del ltimo par de dcadas, la economa estadounidense se ha vueltocada vez ms resistente a los sobresaltos. Unos mercados financierosdesregulados, unos mercados de trabajo mucho ms flexibles y, en fechasms recientes, los grandes avances en tecnologa de la informacin hanmejorado nuestra capacidad para absorber alteraciones y recuperarnos.

    En realidad, estaba pintando la situacin de un color mejor del quetema fuera el autntico. Como la mayora de integrantes del Gobier-no, estaba seguro de que habra ms ataques. Era una sensacin que enbuena medida permaneca inexpresada en pblico, pero que poda apre-ciarse en la unanimidad de las votaciones del Senado: 98-0 para auto-rizar el uso de la fuerza contra terroristas, 100-0 para el proyecto de leyde seguridad area. A m me preocupaban en especial las armas de des-truccin masiva, posiblemente un dispositivo nuclear robado del arsenalsovitico durante el caos del derrumbe de la URSS. Tambin contem-plaba la contaminacin de nuestros embalses. Aun as, en el plano oficialadopt una postura menos pesimista porque, de haber expresado ple-namente lo que a mi entender eran las probabilidades, habra dejadotiritando de miedo a los mercados. Con todo, me daba cuenta de quelo ms probable era que no estuviese engaando a nadie; la gente de losmercados me oira y dira: Desde luego, espero que tenga razn.

    A finales de septiembre llegaron los primeros datos contrastados:

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    por lo general, el primer indicador claro de lo que sucede en la economaes la cifra de nuevas solicitudes de prestaciones por desempleo, un datoque el Departamento de Trabajo recopila todas las semanas. Para latercera semana del mes, las solicitudes alcanzaron un mximo de450.000, en torno a un 13 por ciento por encima de su nivel a finales deagosto. La cifra confirmaba el alcance y la gravedad de los apuros quevenamos viendo en las noticias sobre personas que haban perdido sutrabajo. Me imaginaba a esos millares de trabajadores de hoteles, cen-tros tursticos y otros lugares en el limbo, sin saber de qu viviran ellosy sus familias. Estaba llegando a la conclusin de que no bamos a re-cobrarnos con rapidez. El impacto era lo bastante grave para que hastauna economa sumamente flexible tuviera problemas para afrontarlo.

    Como muchos otros analistas, los economistas de la Fed estabanestudiando todos los paquetes de gasto y recortes fiscales propuestos,y los nmeros asociados a ellos. En todos los casos intentbamos abrir-nos camino entre los detalles para calibrar el orden de magnitud; no dejade ser interesante que todos se encuadrasen en el entorno de los 100.000millones: la sugerencia inicial de Larry Lindsay.

    Nos reencontramos en la sala de juntas de Hastert el mircoles,3 de octubre, para hablar de nuevo sobre la economa. Haba pasado otrasemana, y la cifra inicial de solicitudes de paro haba empeorado: 517.000personas ms haban pedido prestaciones por desempleo. A esas altu-ras, haba tomado una decisin. Por bien que todava esperaba msataques, no haba manera de conocer lo devastadores que seran o elmodo de proteger la economa por adelantado. Dije al grupo que de-beramos tomar medidas para compensar los daos que podamosmedir, y que en verdad era hora de un estmulo forzado. Lo que seantojaba correcto era un paquete de acciones en las inmediaciones delos 100.000 millones de dlares: suficiente, pero no tanto que sobreesti-mulsemos la economa y provocramos un aumento de los tipos deinters. Los legisladores parecieron estar de acuerdo.

    Esa noche me fui a casa pensando que lo nico que haba hecho eraarticular y reforzar un consenso; la cifra de los 100.000 millones dedlares haba surgido en un principio de Larry. De modo que me sor-prendi leer la versin que los medios daban de la reunin, que casitransmita la impresin de que yo haba llevado la voz cantante.* Por

    * La revista Time, por ejemplo, opinaba el 15 de octubre de 2001: El virajede Greenspan proporcion la luz verde que los legisladores llevaban esperando [...]

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    gratificante que fuera or que el Congreso y la Administracin me hacancaso, esas informaciones me desasosegaban. Nunca me he sentido deltodo cmodo cuando me endosan el papel de quien corta el bacalao.Desde mi primera poca me haba visto como un experto entre basti-dores, un ejecutor de rdenes, ms que el lder. Hizo falta la crisis bur-stil de 1987 para que me sintiera cmodo tomando decisiones estra-tgicas cruciales. Sin embargo, aun hoy en da me siento a disgusto enel candelero. No soy lo que se dice un extrovertido.

    Por supuesto, lo irnico fue que, a pesar de mi supuesto poderpersuasivo, en las semanas posteriores al 11-S nada funcion como yohaba esperado. La previsin de un segundo ataque terrorista fue pro-bablemente una de las peores predicciones que jams he realizado. Yel estmulo forzado al que supuestamente haba dado luz verde tam-poco se produjo. Qued empantanado en la poltica y se fren. El pa-quete que por fin sali a la luz en marzo de 2002 no slo llegaba me-ses tarde sino que adems tena poco que ver con el bien comn: era unaembarazosa mezcolanza de proyectos asignados a dedo.

    Con todo, la economa se enderez sola. La produccin industrial,tras apenas un mes ms de leve declive, toc fondo en noviembre. Paradiciembre la economa volva a crecer, y las reclamaciones por desem-pleo remitieron y se estabilizaron en su nivel previo al 11-S. La Fed tuvoalgo que ver en eso, pero fue slo acelerando lo que llevbamos haciendodesde antes del 11-S: rebajar los tipos de inters para que la gente tu-viera ms fcil pedir prestado y gastar.

    No me import ver incumplidas mis expectativas, porque la extraor-dinaria respuesta de la economa a las consecuencias del 11-S fue pruebade un hecho de enorme importancia: nuestra economa se haba vuel-to sumamente resistente. Lo que con tanto optimismo haba dicho anteel Comit de Banca del Senado se demostr cierto. Tras esas primerassemanas atroces, los hogares y negocios estadounidenses se recupera-ron. Qu haba generado semejante grado de flexibilidad econmicasin precedentes?, me preguntaba a m mismo.

    Los economistas llevan intentando responder a preguntas como sa

    La Casa Blanca y los lderes de ambos partidos han coincidido con la evaluacinde Greenspan de que el nuevo gasto y los recortes fiscales deberan ascender a untotal cercano al 1 por ciento de la renta nacional del pas, de que deberan dejarsenotar con rapidez y no amenazar con inflar tanto el dficit en el futuro que elevenen el acto los tipos de inters a largo plazo.

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    desde los tiempos de Adam Smith. Creemos que hoy en da bastantetenemos con intentar comprender nuestra economa globalizada, peroSmith tuvo que inventarse la economa casi desde cero como un modode vrselas con el desarrollo de las complejas economas de mercado delsiglo XVIII. Mal puedo compararme yo con Adam Smith, pero siento lamisma curiosidad por entender las fuerzas amplias que definen nues-tra poca.

    Este libro es en parte una historia detectivesca. Despus del 11-Ssupe, si es que necesitaba ms indicios, que vivimos en un mundo nuevo:el mundo de una economa capitalista global que es sumamente msflexible, resistente, abierta, autocorrectora y dinmica de lo que era haceincluso un cuarto de siglo. Es un mundo que nos ofrece enormes po-sibilidades nuevas pero tambin enormes nuevos desafos. La era de lasturbulencias es mi intento de entender la naturaleza de este nuevomundo: cmo hemos llegado aqu, qu estamos viviendo y qu espe-ra en el horizonte, para bien o para mal. En la medida de lo posible,transmito mi comprensin en el contexto de mis propias experiencias.Lo hago por sentido de la responsabilidad hacia el registro histrico ypara que los lectores sepan de dnde vengo. El libro est dividido, enconsecuencia, en dos mitades: la primera es mi empeo por remontarel arco de mi curva de aprendizaje, y la segunda es un esfuerzo msobjetivo por utilizarlo como fundamento sobre el que erigir un mar-co conceptual que permita comprender la nueva economa global. Porel camino exploro elementos cruciales de este entorno global emergente:los principios de su gobernacin que emanaron de la Ilustracin die-ciochesca, la inmensa infraestructura energtica que lo alimenta, los des-equilibrios financieros globales y los drsticos desplazamientos en la de-mografa mundial que lo amenazan y, a pesar de su xito incuestionable,la preocupacin crnica por la justicia de la distribucin de sus bene-ficios. Por ltimo, reno lo que nos es razonable conjeturar sobre elrostro de la economa mundial en 2030.

    No aspiro a conocer todas las respuestas. Sin embargo, desde miposicin ventajosa en la Reserva Federal tuve acceso privilegiado a lomejor que se haba pensado y dicho sobre una amplia gama de temas.Dispuse de acceso al amplio espectro de literatura acadmica que abor-daba muchos de los problemas con los que mis colegas de la Fed y yotenamos que pelearnos a diario. Sin el personal de la Fed, jams habrapodido afrontar el mero volumen de produccin acadmica, a vecesfascinante y a veces tediosa. Tena el privilegio de llamar a uno o ms

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    de los miembros del personal econmico de la Junta de la Reserva Fe-deral para preguntar por trabajos acadmicos de inters actual o hist-rico. Al poco reciba evaluaciones detalladas de los pros y contras deprcticamente cualquier tema, desde los ltimos modelos matemticosdesarrollados para evaluar la neutralidad de riesgos hasta el surgimientoe impacto de los colegios superiores en tierras concedidas en el MedioOeste americano. De modo que no me he echado atrs a la hora deesbozar hiptesis bastante generales.

    Una serie de fuerzas globales han alterado, gradual y en ocasionescasi clandestinamente, el mundo tal y como lo conocemos. La ms vi-sible para la mayora de nosotros ha sido la creciente transformacinde la vida cotidiana gracias a los telfonos mviles, los ordenadorespersonales, el correo electrnico, los BlackBerries e Internet. La explo-racin, tras la Segunda Guerra Mundial, de las caractersticas electr-nicas del silicio condujo al desarrollo del microprocesador, y cuandola fibra ptica se combin con el lser y los satlites revolucionaron lascapacidades de comunicacin, la gente desde Pekn, Illinois, hasta Pe-kn, China, vio cambiar su vida. Un elevado porcentaje de la poblacinmundial obtuvo acceso a tecnologas que, al emprender mi larga carreraen 1948, no podra haber imaginado, salvo en el contexto de la cienciaficcin. Esas nuevas tecnologas no slo abrieron un panorama nuevopor completo de comunicaciones de bajo coste sino que tambin per-mitieron importantes avances en las finanzas que supusieron una granmejora de nuestra capacidad para dirigir los ahorros a inversiones decapital productivas, un elemento propiciador crucial de la globalizaciny la prosperidad en rpida expansin.

    Las barreras arancelarias descendieron en los aos que siguieron ala Segunda Guerra Mundial, a resultas del reconocimiento generalizadode que el proteccionismo previo al conflicto haba conducido a unaespiral descendente del comercio: una inversin de la divisin interna-cional del trabajo que contribuy al prctico derrumbe de la actividadeconmica mundial. La liberalizacin del comercio de la posguerraayud a abrir nuevas fuentes de materia prima de bajo coste; eso, su-mado al desarrollo de nuevas instituciones y productos financieros(posibilitados en parte por las tecnologas basadas en el silicio), facili-t el impulso adelante hacia un capitalismo de mercado global aun enlos aos de la guerra fra. En el siguiente cuarto de siglo, la adopcindel capitalismo de libre mercado ayud a aletargar la inflacin y llevarlos tipos de inters a dgitos nicos a escala global.

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    El momento decisivo para las economas mundiales fue la cada delMuro de Berln en 1989, que revel tras el Teln de Acero un estadode ruina econmica que superaba con creces las expectativas de loseconomistas occidentales mejor informados. La planificacin centralqued destapada como un fracaso estrepitoso; sumado y reforzado porla creciente desilusin con las polticas econmicas intervencionistas delas democracias occidentales, el capitalismo de mercado empez a sus-tituir discretamente a esas polticas en buena parte del mundo. La pla-nificacin central ya no era digna de debate. No hubo panegricos. Salvoen Corea del Norte y Cuba, desapareci de la agenda econmica mun-dial.

    No slo las economas del antiguo bloque sovitico, tras cierto caos,abrazaron la doctrina del capitalismo de mercado, sino que tambin lohizo la mayor parte de lo que antes llambamos Tercer Mundo: pasesque haban sido neutrales en la guerra fra pero haban practicado laplanificacin central o haban estado tan regulados que vena a ser lomismo. La China comunista, que haba iniciado un lento avance haciael capitalismo ya en 1978, aceler el movimiento de su ingente y frrea-mente regulada poblacin activa, formada entonces por ms de 500millones de personas, hacia las Zonas de Libre Comercio del delta delro Perla.

    El desplazamiento de China hacia la proteccin de los derechos depropiedad de los extranjeros, por bien que sutil, fue lo bastante sustan-cial para inducir una autntica explosin en la inversin extranjera di-recta (IED) en China a partir de 1991. De un nivel de 57 millones dedlares en 1980, la IED fue creciendo hasta alcanzar los 4.000 millonesen 1991, para despus acelerar a un ritmo anual del 21 por ciento y llegara los 70.000 millones en 2006. La inversin, unida a la abundancia demano de obra barata, dio como resultado una potente combinacin queejerci una presin descendente sobre los salarios y precios de todo elmundo desarrollado. Antes, los llamados Tigres asiticos, mucho mspequeos, sobre todo Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwan,haban abierto el camino adoptando tecnologas de los pases desarro-llados para propiciar un brusco aumento de sus niveles de vida mediantelas exportaciones a Occidente.

    El ndice de crecimiento econmico de sas y muchas otras nacionesen vas de desarrollo super sobradamente el ritmo de crecimiento decualquier otra regin. El resultado ha sido el desplazamiento de unaporcin significativa del producto interior bruto (PIB) del planeta al

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    mundo en vas de desarrollo, una tendencia con dramticos efectos deonda. Los pases en vas de desarrollo por lo general poseen unos n-dices de ahorro muy superiores a los de las naciones industrializadas,en parte porque las redes de seguridad social de esos pases son msdbiles y por tanto los hogares, como es natural, reservan ms dineropara imprevistos y jubilaciones. (Inciden tambin otros factores. Enausencia de culturas de consumo afianzadas, por ejemplo, los hogarestienen menos inclinacin a gastar.) El desplazamiento de porciones delPIB mundial de pases desarrollados poco ahorradores a pases en vasde desarrollo propensos al ahorro a partir de 2001 ha incrementadotanto el ahorro mundial que su crecimiento agregado a escala planetariaha superado con creces las inversiones planificadas. El proceso demercado que equipara ahorro global real e inversin, debemos dedu-cir, ha provocado un acusado descenso en los tipos de inters reales(tipos de inters nominales ajustados en funcin de las expectativas deinflacin). O, por decirlo de otra manera, la oferta de fondos en bus-ca del rendimiento de una inversin ha crecido ms rpido que la de-manda de los inversores.

    El aparente exceso de ahorro, combinado con la globalizacin, losaumentos en la productividad fruto de la tecnologa y el desplazamientode poblaciones activas de economas de planificacin central a merca-dos competitivos, ha contribuido a contener los tipos de inters tantoreales como nominales y los ndices de inflacin de todas las nacionesdesarrolladas y la prctica totalidad de los pases en vas de desarrollo.Es por eso que los ndices anuales de inflacin de casi todo el mundo(con las notables excepciones de Venezuela, Zimbabue e Irn) se cifranen la actualidad en un solo dgito: una de las pocas ocasiones, tal vez lanica, que esto sucede desde el abandono del patrn oro y la adopcindel dinero fiduciario, o papel moneda, en la dcada de 1930. Lo quellama en especial la atencin en este conjunto de fuerzas es que, en buenaparte por serendipia, coincidieron todas en el comienzo del siglo XXI.La poltica monetaria de los bancos centrales no fue la causa primor-dial del persistente descenso en los ndices de inflacin y los tipos deinters a largo plazo, pero los banqueros centrales optamos por alte-rar nuestras polticas para maximizar los beneficios a largo plazo de esosdesplazamientos tectnicos en las finanzas globales. Aun as, por mo-tivos que expondr ms adelante, es improbable que ninguna de esasfuerzas sea permanente. La inflacin en un mundo de dinero fiducia-rio es difcil de contener.

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    La cada de los tipos de inters reales (ajustados a la inflacin) a largoplazo que se ha producido en las ltimas dos dcadas ha sido relacio-nada con los crecientes ratios precio-beneficio de las acciones, las pro-piedades inmobiliarias y a decir verdad todos los activos rentables. Elvalor de mercado de los activos de todo el mundo creci en consecuen-cia entre 1985 y 2006 a un ritmo superior que el PIB mundial nominal(la notable excepcin fue el perodo 2001-2002). Eso gener un impor-tante aumento en la liquidez mundial. Los precios de acciones y bonos,viviendas, inmuebles comerciales, cuadros y poco ms o menos todolo dems se sumaron al boom. Los propietarios de viviendas de muchospases desarrollados pudieron echar mano de su capital inmobiliariocreciente para financiar adquisiciones ms all de lo que sus rentaspodan financiar. El aumento en el gasto de los hogares, sobre todo enEstados Unidos, absorbi gran parte del aluvin de exportaciones pro-cedentes de la rpida expansin del mundo en vas de desarrollo. Comoseal The Economist a finales de 2006, tras crecer a un ritmo anualdel 3,2 por ciento per cpita desde 2000, la economa mundial ha supe-rado el ecuador de su avance hacia el cierre de la mejor dcada de la his-toria. Si sigue marchando a este paso, superar las supuestamente id-licas de 1950 y 1960. El capitalismo de mercado, el motor que muevela mayor parte de la economa mundial, parece estar haciendo bien sutrabajo. Esos acontecimientos han sido en general tanto arrolladorescomo positivos. La reinstauracin de los mercados abiertos y el librecomercio durante el ltimo cuarto de siglo ha sacado de la pobreza amuchos centenares de millones de habitantes del mundo. Hay que re-conocer que muchos otros siguen necesitados en todo el planeta, perograndes segmentos de la poblacin del mundo en vas de desarrollo hanllegado a experimentar un grado de prosperidad que desde haca tiempoera monopolio de los llamados pases desarrollados.

    Si la historia del ltimo cuarto de siglo puede resumirse en una solalnea, se trata del redescubrimiento del poder del capitalismo de mer-cado. Tras verse batido en retirada por sus fracasos de la dcada de 1930y la subsiguiente expansin de la intervencin estatal hasta los aos 60,el capitalismo de mercado resurgi poco a poco como una fuerza po-tente, que empez a dejarse notar en la dcada de 1970 hasta dominaren la actualidad casi todo el mundo en mayor o menor medida. La di-fusin del Estado de derecho y sobre todo la proteccin de los dere-chos de propiedad han fomentado un movimiento emprendedor a es-cala mundial. Eso, a su vez, ha conducido a la creacin de instituciones

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    que en la actualidad guan de forma annima una parcela cada vez mayorde la actividad humana: una versin internacional de la mano invisi-ble de Adam Smith.

    Como consecuencia, el control de los gobiernos sobre la vida co-tidiana de sus ciudadanos ha menguado; las fuerzas del mercado hansustituido de manera gradual algunos poderes significativos del Esta-do. Se han desmantelado muchas normativas que asignaban lmites a lavida comercial. A lo largo de los primeros aos que siguieron a la Se-gunda Guerra Mundial, los flujos de capitales internacionales estabancontrolados y los tipos de cambio se hallaban a merced de los minis-tros de finanzas. La planificacin central gozaba de gran aceptacintanto en el mundo desarrollado como en los pases en vas de desarrollo,incluidos algunos vestigios de la anterior planificacin dirigista toda-va prominentes en Europa. Se adopt como evangelio que los mercadosnecesitaban la gua de los gobiernos para funcionar con eficacia.

    En los encuentros de mediados de los 70 del Comit de Poltica Eco-nmica de la Organizacin para la Cooperacin y el Desarrollo Econ-mico (OCDE), compuesto por altos cargos de veinticuatro pases, sloHans Tietmeyer de Alemania Occidental y yo insistamos en una for-mulacin poltica basada en los mercados. Formbamos una minoramuy pequea en un comit muy grande. Las opiniones de John May-nard Keynes, el gran economista britnico, haban reemplazado a lasde Adam Smith y su economa clsica cuando la Gran Depresin de ladcada de 1930 incumpli el modelo del supuesto comportamiento delas economas formulado por este ltimo. Keynes ofreci una solucinmatemticamente elegante que explicaba por qu la economa mundialse haba estancado y cmo el gasto deficitario gubernamental podaobrar una pronta recuperacin. El intervencionismo keynesiano seguasiendo el paradigma abrumadoramente dominante a mediados de los70, aunque ya se hallaba al borde de la pendiente de bajada. El consensodentro del Comit de Poltica Econmica era que permitir que el mer-cado fijase los salarios y los precios era inadecuado y poco fiable, y habaque complementarlo con polticas de rentas. stas diferan segn elpas, pero por lo comn establecan directrices para la negociacin delos salarios entre los sindicatos, que eran mucho ms populares y po-derosos que hoy, y la patronal. Las polticas de rentas no llegaban a serun control total de salarios y precios en cuanto que en apariencia eranvoluntarias. Las directrices, sin embargo, por lo general iban respaldadaspor los resortes reguladores del Gobierno, que se empleaban para per-

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    suadir a los transgresores. Cuando esas polticas fracasaban, la respues-ta a menudo pasaba por un control formal de los salarios y los precios.Los malhadados, aunque en un principio inmensamente populares,controles de salarios y precios que el presidente Nixon estableci en1971 se contaron entre los ltimos vestigios en el mundo desarrolladodel intervencionismo general de la posguerra en materia de salarios yprecios.

    En mis aos de formacin, haba aprendido a apreciar la eleganciaterica de los mercados competitivos. En las seis dcadas transcurridasdesde entonces, he aprendido a apreciar cmo funcionan (o a veces no)las teoras en el mundo real. En particular, he tenido el privilegio dehaber interactuado con todos los actores clave de la poltica econmicade la pasada generacin y haber dispuesto de un acceso sin parangna la informacin, tanto numrica como anecdtica, que meda las ten-dencias mundiales. Era inevitable que generalizase a partir de mis ex-periencias. Hacerlo me ha conducido a un aprecio ms hondo si cabede los mercados libres competitivos como fuerza benefactora. A decirverdad, ms all de unos pocos accidentes ambiguos, no se me ocurreninguna circunstancia en que la expansin del Estado de derecho y lamejora de los derechos de propiedad no haya logrado aumentar la pros-peridad material.

    Pese a todo, impera un persistente y difundido cuestionamiento dela justicia del modo en que la competencia sin trabas distribuye susbeneficios. A lo largo de este libro reseo la continua ambivalencia dela gente hacia las fuerzas del mercado. La competencia es estresanteporque los mercados competitivos crean ganadores y perdedores. Estelibro intentar examinar las ramificaciones de la colisin entre una eco-noma globalizada en rpido cambio y una naturaleza humana inmu-table. El xito econmico del ltimo cuarto de milenio es el resultadode esta lucha; tambin lo es la ansiedad que ha conllevado un cambiotan rpido.

    Rara vez contemplamos de cerca la principal unidad operativa dela actividad econmica: el ser humano. Qu somos? Qu parte denuestra naturaleza es fija e inasequible a los cambios, y cunta discre-cin y libre albedro tenemos para actuar y aprender? Llevo a vueltascon esta pregunta desde que estuve en condiciones de formularla.

    En mis viajes por todo el mundo durante casi seis dcadas, he des-cubierto que la gente exhibe notables semejanzas que ningn esfuerzode la imaginacin puede achacar a la cultura, la historia, el lenguaje o

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    el azar. Todas las personas parecen motivadas por un afn congnito deautoestima que en gran parte viene fomentado por la aprobacin aje-na. Ese afn determina buena parte de aquello en lo que los hogaresgastan su dinero. Tambin seguir induciendo a la gente a trabajar enplantas y despachos codo con codo, aunque pronto dispongan de lacapacidad tcnica de contribuir desde el aislamiento va ciberespacio.La gente posee una necesidad innata de interactuar con otras personas.Es algo esencial si pretendemos recibir su aprobacin, que todos bus-camos. El autntico ermitao es una infrecuente aberracin. Lo quecontribuye a la autoestima depende de la amplia gama de valores apren-didos o escogidos conscientemente que, segn cada persona cree, conacierto o no, mejoran su vida. No podemos funcionar sin un conjun-to de valores que gue la multitud de decisiones que debemos tomartodos los das. La necesidad de valores es congnita. Su contenido, no.Esa necesidad viene impulsada por un sentido moral innato que re-side en todos nosotros, la base sobre la que una mayora ha buscadola orientacin de las numerosas religiones que los humanos han adop-tado a lo largo de los milenios. Parte de ese cdigo moral innato es unsentido de lo que es justo y apropiado. Todos tenemos distintas opi-niones sobre lo que es justo, pero nadie puede evitar la necesidad con-gnita de emitir esos juicios. Esa necesidad congnita forma la basede las leyes que gobiernan toda sociedad. Es la base sobre la queresponsabilizamos a las personas de sus acciones.

    Los economistas no pueden evitar ser estudiosos de la naturalezahumana, en especial de la euforia y el miedo. La euforia es una celebra-cin de la vida. Tenemos que percibir la vida como algo placentero paradesear sostenerla. Por desgracia, una oleada de euforia a veces provo-ca tambin que la gente sobrepase lo posible; cuando la realidad vuel-ve a imponerse, la exuberancia da paso al miedo. El miedo es una res-puesta automtica, que todos llevamos dentro, a las amenazas contrala ms profunda de todas nuestras propensiones congnitas, nuestra vo-luntad de vivir. Tambin constituye la base de muchas de nuestras res-puestas econmicas, la aversin al riesgo que limita nuestra disposicina invertir y comerciar, sobre todo lejos de casa, algo que, llevado alextremo, nos induce a desconectarnos de los mercados, lo que preci-pita un grave decaimiento de la actividad econmica.

    Un aspecto importante de la naturaleza humana el nivel de inte-ligencia humana tiene mucho que ver con nuestro xito de cara aconseguir el sustento necesario para la supervivencia. Como sealo al

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    final de este libro, en las economas con tecnologa de vanguardia, laspersonas, de media, parecen incapaces de aumentar su rendimiento porhora a un ritmo superior al 3 por ciento anual durante un perodo pro-longado. Al parecer se trata de la tasa mxima a la que la innovacinhumana puede adelantar los estndares de vida. Al parecer no somoslo bastante listos para hacerlo mejor.

    El nuevo mundo en el que vivimos en el da de hoy est dando a mu-chos ciudadanos mucho que temer, incluido el desarraigo de numerosasfuentes de identidad y seguridad anteriormente estables. Donde msrpido es el cambio, las crecientes disparidades en la distribucin de larenta suponen una preocupacin clave. Se trata en verdad de una era deturbulencias, y sera imprudente e inmoral minimizar el coste huma-no de sus trastornos. A la luz de la creciente integracin de la econo-ma global, los ciudadanos del mundo afrontan una trascendente elec-cin: abrazar los beneficios a escala mundial de los mercados y lassociedades abiertos que sacan a la gente de la pobreza y la hacen ascen-der por la escalera de las habilidades hasta una vida mejor y ms ple-na, sin perder de vista las cuestiones fundamentales de la justicia; o re-chazar la oportunidad y abrazar el regionalismo, el tribalismo, elpopulismo y en verdad todos los ismos a los que se acogen las comu-nidades cuando sus identidades se hallan bajo asedio y no pueden per-cibir una opcin mejor. Nos esperan enormes obstculos en las dca-das venideras, y de nosotros depende si los superamos. En el caso deEstados Unidos, la apertura de nuestras fronteras a la mano de obra cua-lificada del mundo y la reforma de la educacin deben ocupar un lu-gar destacado en la agenda poltica, como tambin la bsqueda de unasolucin para la crisis de la asistencia sanitaria Medicare que se ciernesobre nosotros. Son temas a los que regresar al final del libro. Con-cluyo en el ltimo captulo que, a pesar de las muchas carencias de losseres humanos, no es casualidad que perseveremos y avancemos antela adversidad. Est en nuestra naturaleza: algo que, a lo largo de los aos,ha fortalecido mi optimismo respecto a nuestro futuro.

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    Chaval de ciudad

    Quien vaya al West Side de Manhattan y tome el metro en direc-cin norte, hasta dejar atrs Times Square, Central Park y Harlem, lle-gar al barrio donde crec. Washington Heights est casi en el extremoopuesto de la isla respecto de Wall Street, y no muy lejos del pradodonde se dice que Peter Minuit compr Manhattan a los indios por 24dlares (sealado en la actualidad por una roca conmemorativa).

    El barrio consista ms que nada en edificios bajos de pisos de la-drillo llenos de familias de inmigrantes judos que haban acudido araudales antes de la Primera Guerra Mundial, adems de varias de ori-gen irlands o alemn. Las dos partes de mi familia, los Greenspan ylos Goldsmith, llegaron con el cambio de siglo, los Greenspan de Ruma-na y los Goldsmith de Hungra. La mayora de familias del barrio, entreellas la nuestra, eran de clase media baja, a diferencia de los judos su-midos en la pobreza del Lower East Side. Ni siquiera en los peores aosde la Depresin, cuando iba al colegio, nos falt de comer; si alguno denuestros parientes experiment privaciones, yo no me enter. Tenahasta paga: 25 centavos por semana.

    Fui hijo nico, nacido en 1926, y mis padres no tardaron en divor-ciarse. Se separaron antes de lo que alcanzan mis recuerdos. Mi padre,Herbert, se mud de vuelta a Brooklyn, donde se haba criado. Vivicon sus padres hasta que al final volvi a casarse. Yo me qued con mimadre, Rose, que me cri. Aunque slo tena veintisis aos y era muyatractiva, recuper su apellido de soltera y nunca volvi a contraermatrimonio. Encontr trabajo de dependienta en la tienda de muebles

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    Ludwig-Baumann del Bronx y fue capaz de conservarlo a lo largo dela Depresin. Ella era quien nos haca llegar a fin de mes.

    Era la ms joven de cinco hermanos, de modo que formbamos par-te de una familia ms amplia. Mis primos, tos y tas siempre andabanentrando y saliendo en nuestras vidas, lo que hasta cierto puntocom-pensaba la ausencia de un padre o hermanos. Durante una temporadami madre y yo vivimos con mis abuelos, Nathan y Anna. Los Golds-mith eran una tropa animada y dada a la msica. Mi to Murray era unpianista capaz de repentizar las obras maestras ms clebres por su com-plejidad. Tras cambiarse el nombre por el de Mario Silva, entr en elnegocio del espectculo y fue coautor de un musical de Broadway, Songof Love, sobre el compositor Robert Schumann. Con el tiempo se tras-lad a Hollywood, donde convirtieron Song of Love en una pelcula,Pasin inmortal, protagonizada por Katharine Hepburn y Paul Hen-reid. En las reuniones familiares que celebrbamos cada tantos meses,mi to tocaba y mi madre cantaba; tena una conmovedora voz de con-tralto y le gustaba imitar a Helen Morgan, una intrprete de cancionesde amor y actriz de Broadway famosa por popularizar temas comoCant Help Lovin Dat Man. Por lo dems mi madre llevaba una vidatranquila y centrada en la familia. Era optimista y serena, sin un picede intelectualidad. Sus lecturas consistan en el Daily News, un tabloide;en vez de libreras nuestro saln tena a gala un piano, de media cola.

    Mi primo Wesley, que me lleva cuatro aos, fue lo ms parecido aun hermano que tuve. Durante los meses de verano de principios de losaos 30, su familia alquilaba una casa no muy lejos del ocano en unbarrio llamado Edgemere, muy abajo en los confines meridionales deQueens. Wesley y yo peinbamos las playas en busca de monedas. Senos daba muy bien. Aunque nos hallbamos en plena Gran Depresin,todava poda confiarse en que la gente se llevara monedas a la playa ylas perdiera en la arena. El nico legado evidente de nuestra aficin esmi hbito de caminar con la cabeza gacha; si alguien pregunta, le digo:Estoy buscando dinero.

    Aun as, no tener padre dej un gran hueco en mi vida. Cada mes, mso menos, tomaba el metro y me iba a visitarlo a Brooklyn. Trabajaba enWall Street de agente de Bolsa, o lo que en aquellos tiempos llamabanhombre del cliente, para pequeas empresas de las que nadie habr odohablar. Era un tipo esbelto y agraciado con cierto parecido a Gene Kelly,y saba venderse. De todas formas, nunca gan mucho dinero. Siemprepareca sentirse incmodo cuando hablaba conmigo, lo cual me incomo-

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    daba tambin a m. Era listo, con todo, y en 1935, cuando yo tena nueveaos, escribi un libro llamado Recovery Ahead!, que me dedic. Pre-deca que el New Deal de Franklin Roosevelt iba a traer de vuelta losbuenos tiempos a la economa estadounidense. Me regal con muchasolemnidad una copia, que llevaba la siguiente dedicatoria:

    A mi hijo Alan:Que este mi esfuerzo inicial contigo siempre presente se rami-

    fique en una cadena sin fin de esfuerzos parecidos para que en tumadurez puedas echar la vista atrs y afanarte por interpretar elrazonamiento que hay detrs de estas predicciones lgicas y comien-ces una obra similar de tu propia cosecha.

    Tu padre

    Durante mis aos en la presidencia de la Fed, se la enseaba a lagente de vez en cuando. Todos concluan que la capacidad de realizardeclaraciones inescrutables ante el Congreso deba de ser heredada. Alos nueve aos, sin embargo, me qued completamente a oscuras.Observ el libro, le un par de pginas y lo dej a un lado.

    Es probable que, en efecto, mi afinidad con los nmeros provinierade l. Cuando era muy pequeo, mi madre sola lucirme delante dealgn pariente y decir: Alan, cunto es treinta y cinco ms noventay dos? Yo anunciaba la respuesta tras sumar de cabeza. Luego usnmeros ms altos, despus pas a la multiplicacin, etctera. A pesarde este temprano asalto a la fama, no era un nio confiado. Si bien mimadre poda erigirse en la estrella de la fiesta familiar, yo era ms pro-penso a sentarme en un rincn.

    A los nueve aos, me convert en un aficionado incondicional albisbol. El estadio Polo Grounds estaba a apenas una breve caminatade distancia, y los chicos del barrio a menudo podan entrar gratis paraver jugar a los Giants. Mi equipo favorito eran los Yankees, sin embargo,y llegar al Yankee Stadium precisaba un viaje en metro, de modo que,ms que nada, lea sobre ellos en los peridicos. Aunque las retransmi-siones radiofnicas regulares de los partidos no llegaron hasta 1939, lasSeries Mundiales de 1936 fueron radiadas, y yo desarroll mi propiatcnica para llevar las estadsticas. Siempre usaba papel verde, y tomabanota de cada partido lanzamiento a lanzamiento, usando un elabora-do cdigo de mi invencin. Mi cabeza, que hasta ese momento haba

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    estado bsicamente vaca, se llen de estadsticas de bisbol. A da dehoy todava puedo recitar la alineacin titular de los Yankees, ademsde sus posiciones y medias de bateo, para esas Series Mundiales. (Fuela temporada del debut de Joe DiMaggio promedi un 0,323 y losYankees ganaron a los Giants cuatro partidos a dos.) Aprend las frac-ciones haciendo medias de bateo: 3 de 11 era 0,273, 5 de 13 era 0,385,7 de 22 era 0,318. Nunca se me dio tan bien convertir fracciones porencima del 4 de 10, ya que pocos bateadores superan el 0,400.

    Yo tambin quera ser jugador, llegado el momento. Jugu en equi-pos del barrio, y era bastante bueno: soy zurdo, y tena agilidad y re-flejos suficientes para ser un primera base decente. Cuando tena catorceaos, uno de los mayores, que tendra a lo mejor dieciocho aos, medijo: Si sigues a este ritmo, puede que algn da llegues a las ligas dearriba. Huelga decir que aquello me emocion, pero se fue el preci-so instante en que mi progresin se detuvo. Despus de aquella tempo-rada ya nunca jugu igual de bien. Haba tocado techo a los catorce.

    Aparte del bisbol, me dio por el cdigo Morse. A finales de ladcada de 1930 estaban de moda las pelculas de vaqueros: pagbamos25 centavos para entrar en el cine local a ver la ltima aventura deHopalong Cassidy. Pero los personajes que a m me intrigaban de ver-dad eran los operarios del telgrafo. No slo tenan el poder de la co-municacin instantnea en la punta de los dedos en momentos cru-ciales de la trama podan pedir ayuda o advertir de un inminente ataqueindio, siempre que no hubieran cortado las lneas, sino que ademshaba cierto arte de por medio. Un telegrafista capaz poda comunicarcuarenta o cincuenta palabras por minuto, y una persona no menoscualificada en el otro extremo no slo recibira el mensaje sino que sabradistinguir quin lo transmita sin ms ayuda que el ritmo y sonido dis-tintivos del cdigo. se es el puo de Joe, dira. Mi amiguete HerbieHomes y yo ensamblamos una batera y dos teclados y practicamos elenvo de mensajes. No llegamos a superar la velocidad de tortuga, peroel mero hecho de conocer el cdigo me proporcionaba la emocin deese mundo. Mucho ms adelante, pude experimentar esa misma sensa-cin de sobrecogimiento al comunicarme de un continente a otro vasatlite con mis colegas banqueros centrales.

    Anhelaba en secreto salir de Nueva York. Por las noches, a veces,me acurrucaba ante la radio y giraba el dial en un intento de captaremisoras lejanas. Desde los once aos, ms o menos, hice coleccin dehorarios de trenes de todo el pas. Pasaba horas memorizando las ru-

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    tas y los nombres de las poblaciones de los cuarenta y ocho estados.Metdicamente me imaginaba haciendo un viaje a bordo de, pongamos,la Great Northern, cruzando las vastas llanuras de Minnesota, Dako-ta del Norte y Montana, parando en lugares como Fargo, Minot yHavre, para luego seguir adelante al otro lado de las Rocosas.

    A los trece, mi padre me invit de improviso a un viaje de negociosa Chicago. Fuimos a la Penn Station y nos subimos al Broadway Li-mited, tren insignia de la Pennsylvania Railroad, que bajaba hasta Fi-ladelfia antes de virar hacia el Oeste. Despus nos llev a travs deHarrisburg y Altoona y, para cuando llegamos a Pittsburg, era de no-che. A oscuras pasamos por delante de los enormes hornos de acere-ra que escupan chispas y llamas: mi primer contacto con la industriaque se convertira en mi especialidad en aos posteriores. En Chicagosaqu fotos de monumentos como la Torre del Agua y el Paseo de LakeShore, y al volver a casa las revel en mi cuarto oscuro (la fotografa eraotra de mis aficiones). Ese viaje contribuy a dar cuerpo a mi sueo deencontrar una vida ms interesante que ser un chaval del montn enWashington Heights. Sin embargo, nunca se lo coment a un alma.Aunque mi madre saba que coleccionaba horarios, estoy seguro de queno se daba cuenta de lo que significaban para m. Era su mundo del queescapaba.

    Mi otra gran pasin era la msica. Empec con el clarinete a los doceaos, despus de orselo tocar a mi prima Claire, y practicaba con to-tal dedicacin, entre tres y seis horas al da. Al principio me centr enla msica clsica, pero no tard en ampliar horizontes hacia el jazz. Unamigo que tena fongrafo me invit a su casa y me puso un disco deBenny Goodman y su orquesta tocando Sing, Sing, Sing; me enganchen el acto.

    Corran tiempos emocionantes para la msica. Goodman, ArtieShaw y Fletcher Henderson haban desencadenado una nueva era alcombinar la msica de baile de los aos 20 con elementos de ragtime,espirituales negros, blues y msica europea para crear el llamado sonidobig-band. Se hizo tan popular e influyente que, en 1938, Goodman ysu orquesta fueron invitados a dar el primer concierto no clsico en elCarnegie Hall. Empec a tocar el saxo adems del clarinete; a mi odo,el saxo era el elemento ms satisfactorio y jazzista del sonido big-band.

    Uno de mis hroes era Glenn Miller, que confiri a la msica unanueva dimensin aterciopelada al conjuntar un clarinete con dos saxos

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    altos y dos tenores en su banda. En 1941, a los quince aos, fui en metrohasta el Hotel Pennsylvania para orles tocar. Pude escurrirme hastadelante mismo del escenario, a apenas tres metros del mismsimo GlennMiller. El grupo empez a tocar un arreglo bailable de la Sexta sinfo-na de Chaikovski. Yo exclam Es la Pattica!, y Miller me mir ydijo: Muy bien, chaval.

    El instituto George Washington, a unos dos kilmetros y medio denuestro piso, era uno de los centros pblicos ms grandes y prestigiososde la ciudad. Cuando empec en otoo de 1940, tena cabida para tresmil estudiantes, incluidos los de la escuela nocturna, pero asistamosmuchos ms. Si eras de fuera del barrio, tenas que competir por laadmisin, y las clases eran ferozmente competitivas. En parte se debaa la Depresin: muchos tenamos la impresin de que partamos sinninguna ventaja, de modo que era imperativo que trabajsemos duro.*Tambin estaba la incertidumbre aadida de la guerra. Aunque PearlHarbor se encontraba todava a ms de un ao de distancia, la Alemanianazi acababa de conquistar Europa occidental. La radio informaba atodas horas de mercantes hundidos en el Atlntico por los submarinos,y las retransmisiones llenas de interferencias de Edward R. Murrowdaban parte del Londres asediado por la Luftwaffe.

    Nosotros ramos especialmente conscientes de la guerra porquenuestras aulas se haban llenado de refugiados, sobre todo judos cu-yas familias haban huido de los nazis unos cuantos aos antes. Hen-ry Kissinger estaba en el ltimo curso cuando me matricul, aunque nocoincidiramos en tres dcadas. Recuerdo que en clase de matemticasme sentaba con John Kemeny, un refugiado hngaro que un da seconvertira en el ayudante matemtico de Albert Einstein y coinven-tara el lenguaje informtico BASIC con Thomas Kurtz (y ms tardean sera presidente del Dartmouth College). John no llevaba muchoen Estados Unidos y hablaba con un acento marcado, pero era brillanteen mates. Yo me preguntaba si eso no sera, por lo menos en parte,resultado de la formacin superior que haba recibido en Hungra. Demodo que le pregunt: Es porque eres de Europa? Esperaba que merespondiera que s porque eso significara que su ventaja no era inna-ta y me era posible ponerme a su nivel estudiando con ahnco. Pero la

    * La misma competitividad se pona de manifiesto en el terreno de juego: GWera una potencia entre los centros de la ciudad tanto en bisbol como en ftbolamericano.

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    pregunta slo pareci hacerle gracia. Se encogi de hombros y me dijo:Todo el mundo lo es.

    Trabaj duro en el George Washington pero no todas mis notasfueron estupendas. Cuando me concentraba era buen estudiante, y seme daban realmente bien las matemticas, pero en las asignaturas queno me interesaban haca slo lo justo porque el bisbol y la msica secoman una buena parte de mi tiempo. La msica se estaba volviendocada vez ms fundamental en mi vida. Tocar era una fuente de dinero:me un a bandas de baile y poda sacarme 10 dlares cada fin de sema-na tocando en un par de conciertos.

    Recuerdo con exactitud dnde estaba el da en que los japonesesatacaron Pearl Harbor: en mi cuarto practicando con el clarinete. Habaencendido la radio para tomarme un descanso, y se produjo el anun-cio. Yo no saba dnde estaba Pearl Harbor; nadie lo saba. No pensde inmediato: Oh, nos vamos a la guerra. En lugar de eso, confi enque esa calamidad se olvidase sin ms. Cuando uno es un cro de quinceaos, se desentiende de muchas cosas. Te concentras slo en lo que estshaciendo.

    Por supuesto, era imposible no hacer caso de la guerra. El raciona-miento empez en primavera, y la mayora de chavales se incorpora-ban derechos a filas nada ms acabar de cumplir los dieciocho. En elverano de 1942, me sum a una banda de seis msicos que fue a tocartoda la temporada a un hotel de un enclave turstico de las montaasCatskills. No haba muchos jvenes alojados all tocbamos mayor-mente para gente de la edad de nuestros padres y los nimos estabandecados. A lo largo de toda la primavera habamos estado perdiendoa marchas forzadas la guerra en el Pacfico e, incluso despus de ladecisiva batalla de Midway, la censura era tanta que era imposible sa-ber a ciencia cierta lo que pasaba. Pero rara vez pareca bueno.

    Me gradu en el GW en junio de 1943 y no me interesaba la uni-versidad. Cumplira los dieciocho en marzo de 1944 y quera aprove-char el tiempo antes de que me llamaran a filas para profundizar en miformacin musical. De modo que segu tocando en pequeas bandasy me inscrib a clases en el Julliard, el esplndido conservatorio priva-do de la ciudad, donde estudi clarinete, piano y composicin. Si tenaalgn plan de futuro, era la idea de que tal vez pudiera incorporarmea una banda militar.

    La junta de reclutamiento me llam a filas a la primavera siguien-te. Realic el largo trayecto en metro hasta el centro para mi recono-

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    cimiento mdico, que se realizaba en la gran oficina de reclutamientoque haban montado en la antigua Aduana de Battery Park, un enor-me edificio con esculturas, murales y altos espacios retumbantes en losque centenares de hombres de mi edad formaban colas. Todo discurride manera rutinaria hasta que me hicieron la fluoroscopia, la tcnica conla que estudiaban los pulmones para detectar la tuberculosis. Un sar-gento me hizo salir de la cola y acercarme a su mesa. Te hemos encon-trado una mancha en los pulmones me dijo. No podemos saber siest activa. Dicho eso, me dio unos papeles y la direccin de un es-pecialista en tuberculosis; tena que ir a verlo e informar del resultado.Cuando visit al especialista al da siguiente, fue incapaz de emitir undiagnstico definitivo. Me dijo: Tendremos que vigilarlo durante unao. Se me clasific de no apto para el servicio.

    Me qued desolado. Todo el mundo estaba en el Ejrcito; yo era elraro, el excluido. Tambin estaba el miedo, ms profundo, a tener algograve. No presentaba sntomas, ni problemas respiratorios ni nada porel estilo; como clarinetista y saxofonista, lo hubiese notado. Sin embar-go, la sombra presente en la radiografa no poda negarse. Recuerdohaberle dicho a una novia, esa semana, en una pendiente de hierba convistas al puente George Washington: Si tengo tuberculosis, supongoque se acab mi vida.

    Fue mi profesor de saxo tenor, Bill Sheiner, quien me ofreci unasalida de este limbo. Bill era uno de los mentores legendarios de losmsicos de jazz. Su mtodo consista en organizar pequeos conjun-tos de cuatro o cinco saxofones y un clarinete y que los estudiantescompusieran parte de la msica ellos mismos. En nuestro pequeogrupo, Sheiner me puso al lado de un chico de quince aos llamadoStanley Getz. Los historiadores del jazz hoy en da sitan a Getz al nivelde Miles Davis y John Coltrane; cuando Sheiner me pidi que fuera ala par con l vino a ser como pedirle a un pianista de bar que intercam-biara arpegios con Mozart. Getz y yo nos llevbamos bien, pero cuandol tocaba yo me limitaba a escuchar sobrecogido. A veces, cuando te-nemos delante a una persona de insuperable talento, podemos ver elcamino que lleva a ese nivel de habilidad y esperar seguirlo nosotrosalgn da; con otros, el talento posee una fuente ms gentica, y pormucho que practiquemos nunca estaremos a su altura. Stan Getz per-teneca a esa segunda categora; supe instintivamente que jams podraaprender a hacer lo que l haca.

    Pese a todo, esas sesiones s me convirtieron en un saxofonista

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    mucho mejor, lo cual evidencia la sagacidad de Sheiner como profesor.Cuando le dije que me haban rechazado para el servicio militar, tan slose rio. Eso significa que no hay nada que te impida conseguir un tra-bajo, dijo. Y me explic que haba una plaza libre en el grupo de HenryJerome.

    La orquesta de Henry Jerome era un conjunto de catorce msicosque haba alcanzado cierta fama en la Costa Este. Cuando me invita-ron a incorporarme tras la audicin, supuso un gran cambio en mi vida.No acababa de ser como llegar a la primera divisin, ms bien una ca-tegora por debajo, pero aun as era un empleo profesional con todaslas de la ley, en el que pagaba cuotas sindicales y cobraba bastante paralos tiempos que corran. Adems, como la banda pasaba una mitad desu tiempo en la ciudad y la otra de gira por el este de Estados Unidos,tambin me sac por mi cuenta de Nueva York por primera vez.

    Era con diferencia la mejor banda en la que haba tocado. HenryJerome formaba parte de la vanguardia; su orquesta ms tarde trasla-d el sonido bop de Charlie Parker y Dizzy Gillespie al men conven-cional de la big-band aadiendo mucha percusin y espectacularidad.Y aunque la banda nunca alcanz una fama duradera, una cantidadsorprendente de mis compaeros y nuestros sucesores tuvieron carrerasmemorables. Johnny Mandel, uno de nuestros trombones, se fue aHollywood y compuso The Shadow of Your Smile y la banda sonorade M*A*S*H y gan un Oscar y cuatro Grammys. Un batera, StanLevey, toc ms tarde con Charlie Parker. Larry Rivers se convirti enun famoso msico de pop. Y mi compaero saxofonista, Lenny Gar-ment, fue abogado del presidente Nixon.

    Nuestra msica era la que gustaba en el momento en que cambia-ron las tornas de la guerra en 1944. Durante los siguientes diecisismeses, tocamos en locales famosos como la Blue Room del Hotel Lin-coln de Nueva York y el Childs Paramount Restaurant de Times Square.Tocamos en bailes en Virginia Beach, delante de Newport News, dondeel pblico consista ante todo en trabajadores de astillero y familiasmarineras. Actuamos en teatros donde a veces compartamos cartel connmeros de vodevil: conjuntos infantiles de baile precalentando parauna intentona en Hollywood y cantantes que haban destacado en losbuenos tiempos de Al Jolson y seguan en la brecha. Pasamos el mes dediciembre de 1944 como cabezas de cartel del Roosevelt Hotel de NuevaOrleans, que era lo ms lejos de casa que haba estado. Una noche quepaseaba por una calle cerca del ro, alc la vista y vi pasar un petrole-

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    ro. No me he quitado nunca de la cabeza hasta qu punto est NuevaOrleans por debajo del nivel del mar. Cuando los diques cedieron trasel huracn Katrina en 2005, aquella experiencia de juventud me ayuda comprender en el acto la magnitud del desastre.

    Durante mi poca con la banda, seguamos una rutina dictada porlas normas sindicales: cuarenta minutos en el escenario y veinte dedescanso. A m me encantaban los cuarenta minutos arriba: la experien-cia de tocar en una banda buena es completamente distinta a lo que seoye escuchando sin ms en primera fila. Las voces y los armnicos tellegan de todas partes, sientes la seccin de ritmos en los huesos y to-dos los integrantes de la banda interactan dinmicamente. Los solis-tas pueden partir de esa base para expresar su visin del mundo. Yoidolatraba a los grandes improvisadores como Benny Goodman y ArtieShaw, pero rara vez buscaba el papel de solista. Me conformaba con serun intrprete y tocar notas escritas por otro.

    Pasaba por el intelectual de la banda. Me llevaba bien con los de-ms msicos (les haca la declaracin de la renta), pero mi estilo eradistinto al de ellos. Entre actuaciones, muchos desaparecan en la salade descanso, que no tardaba en cargarse de olor a tabaco y marihuana.Yo me pasaba esas pausas de veinte minutos leyendo. En el transcur-so de una noche poda juntar a lo mejor una hora de lectura. Los librosque sacaba prestados de la Biblioteca Pblica de Nueva York no erannecesariamente lo que uno esperara encontrar leyendo a un joven saxo-fonista. Ya porque mi padre trabajaba en Wall Street, ya por mi afini-dad con los nmeros, lo que despertaba mi curiosidad eran los nego-cios y las finanzas. Uno de los primeros libros que le trataba de la Bolsabritnica: me fascin descubrir que utilizaban trminos exticos comoacciones ordinarias. Le Recuerdos de un operador de acciones, unlibro de Edwin Lefvre sobre Jesse Livermore, un famoso especuladorde los aos 20 cuyo apodo era the Kid Plunger of Wall Street. Cuentala leyenda que se embols 100 millones de dlares vendiendo al descu-bierto en vsperas del crack de 1929. Se hizo rico y se arruin tres ve-ces antes de acabar suicidndose en 1940. Fue un magnfico estudian-te de la naturaleza humana; el libro de Lefvre es una fuente de sabidurainversora, con dichos de Livermore tales como Los toros y los ososganan dinero, pero los cerdos acaban en el matadero.

    Tambin le todos los libros que cayeron en mis manos sobreJ. P. Morgan. No slo financi la formacin de U.S. Steel, consolid losferrocarriles y particip en la constitucin de General Electric, sino que

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    tambin fue la principal fuerza estabilizadora del sistema financiero es-tadounidense antes de la creacin de la Reserva Federal. Su riqueza memaravillaba: al desmontar sus trusts justo antes de la Primera GuerraMundial, el Congreso oy testificar que Morgan controlaba ms de20.000 millones de dlares. Y me impresionaba an ms su carcter:J. P. Morgan era famoso por ser un hombre de palabra, y en 1907 fue suinfluencia personal sobre los dems banqueros lo que ayud a atajar unpnico financiero que podra haber sumido el pas en una depresin.*

    Aquellas historias me hablaban de un modo muy parecido a comolo haban hecho los horarios de tren. Wall Street era un lugar emocio-nante. No pas mucho tiempo antes de que decidiese que all era dondequera ir a continuacin.

    Con la guerra acercndose a su final, el futuro abra sus puertas. En1944 se aprob la Ley de Reinsercin de los Soldados (GI Bill), y losveteranos ya empezaban a volver a casa y apuntarse a cursos. Yo em-pezaba a creer que tena futuro: el especialista en tuberculosis iba re-conocindome los pulmones peridicamente y estaba cada vez ms se-guro de que la mancha, fuera lo que fuese, estaba inactiva.

    No las tena todas conmigo sobre mi xito en las finanzas. Cuan-do me inscrib en la Escuela de Comercio, Contabilidad y Finanzas dela Universidad de Nueva York (NYU) para el otoo de 1945, despusde un par de aos sin estudiar, me inspiraba aprensin mi rendimien-to. De modo que ese verano me procur los libros de texto de todas lasasignaturas de primero y me los le antes de asistir a mi primera clase.Me sorprendi sacar dos notables y el resto excelentes en mi primersemestre, y despus todo excelentes. En la universidad era un estudiantemucho mejor de lo que haba sido en el instituto George Washington.

    La Escuela de Comercio era la parte ms grande y posiblementemenos prestigiosa de la NYU: tena diez mil estudiantes, y la gente lavea ms como una formacin profesional que como una autntica fa-cultad. (Un decano la describi una vez con orgullo como una enor-me fbrica educacional.) Pero a mis ojos eso era injusto; yo recib unamuy buena formacin. Entr en contacto con un plan de estudios intere-sante de humanidades y, por supuesto, contabilidad, economa bsica,administracin de empresas y banca y finanzas. Me atraan las materias

    * Como miembro del consejo de administracin de JPMorgan en 1977 mesentaba en las mismas salas de juntas del 23 de Wall Street en que se haba resuel-to buena parte del caos financiero de 1907. La historia se haca notar en el 23 deWall. Lo lament cuando J. P. Morgan lo vendi en 2003.

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    que precisaban lgica y datos, y me cargu de cursos de matemticasavanzadas. La economa me atrajo desde el primer momento: me cau-tivaban las curvas de la oferta y la demanda, la idea del equilibrio demercado y la evolucin del comercio internacional.

    La economa era un tema de actualidad en aquellos primeros aosposteriores a la Segunda Guerra Mundial (probablemente la nica dis-ciplina ms candente era la fsica nuclear). Tena sus motivos: a nadiese le escapaba que la economa estadounidense, bajo la direccin de losplanificadores de nuestro Gobierno, haba sido el motor industrial dela victoria aliada. Es ms, se estaban creando nuevas instituciones eco-nmicas y estaba cobrando forma un nuevo orden econmico antenuestros propios ojos. Los dirigentes del mundo occidental se habanreunido en 1944 en Bretton Woods, New Hampshire, para crear elFondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Eso mar-c lo que Henry Morgenthau calific de el fin del nacionalismo eco-nmico: los dirigentes acordaron que, si la prosperidad mundial queraser sostenida, deba ser compartida, y era responsabilidad de las nacionesindustriales garantizar la reduccin de las barreras al comercio y lasfinanzas.

    La base terica de buena parte de esas novedades la formul el graneconomista de Cambridge John Maynard Keynes. Su obra maestra,Teora general de la ocupacin, el inters y el dinero, haba aportado elsostn intelectual del New Deal de Roosevelt, y como estudiantes to-dos nos la lemos. En ese libro, Keynes cre la disciplina conocida enla actualidad como macroeconoma. Sostena que los mercados libres,dejados a su aire, no siempre aportan el bien ptimo a la sociedad y que,cuando el empleo se estancaba, como sucedi a una escala catastrfi-ca en la Gran Depresin, el gobierno deba tomar cartas en el asunto.

    Costara inventar una figura ms al pelo para encender las imagi-naciones adolescentes. Un compaero de clase mo de la Escuela de Co-mercio era Robert Kavesh, en la actualidad profesor emrito de econo-ma en la Universidad de Nueva York, que no hace mucho declar parala BBC que los estudiantes de economa de finales de los 40 estaban em-barcados en una misin: Lo que de verdad nos una era la sensacinde que la economa estaba atravesando una transicin y nosotros nosencontrbamos en la frontera. Cualquiera que estudiase economa enesa poca estaba decidido a que nunca ms hubiese otra depresin. Lade la dcada de 1930 haba conducido a la Segunda Guerra Mundial, ypor eso estbamos all, imbuidos de la sensacin de que no podamos

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    dejar que ese desastre se repitiese. Era difcil encontrar a alguien que noestuviera fuertemente influenciado por el Partido Demcrata y JohnMaynard Keynes y su idea del papel muy potente que el gobierno poday deba desempear en el manejo de los asuntos econmicos.

    Aunque Bob y la mayora de mis compaeros de clase eran fervo-rosos keynesianos, no era mi caso. Me haba ledo dos veces la Teorageneral: es un libro extraordinario. Sin embargo, lo que me fascinabaneran las innovaciones matemticas y los anlisis estructurales de Key-nes, no sus ideas sobre poltica econmica. Todava tena la psicologadel instrumentista: prefera centrarme en los desafos tcnicos y desen-tenderme de la visin macro. La poltica econmica no me interesaba.

    Tanto Bob como yo adorbamos la msica clsica. Entre clasesdeambulbamos por Washington Square Park mirando chicas y, cuandohaba poco ambiente, nos tararebamos conciertos para piano de Mozartel uno al otro y nos preguntbamos: Qu nmero es? Aunque yano tocaba como profesional, la msica segua siendo el centro de mi vidasocial: cantaba en la coral, tocaba el clarinete en la orquesta y cofundun club llamado Sociedad Sinfnica, que se reunira una vez por semanapara escuchar discos o charlas de invitados.

    Sin embargo, mi obsesin primordial eran las matemticas. A losprofesores les gustan los estudiantes diligentes, y mis ansias de apli-carme deban de ser evidentes. Mi primer empleo pagado como eco-nomista lleg en el verano de mi tercer ao. Mi profesor de Estads-tica, Geoffrey Moore, que ms tarde fue comisionado de estadsticalaboral bajo el presidente Nixon, me llam a su despacho y me dijoque fuera a Brown Brother