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1 To be or not to be English: ¡esa es la cuestión! Inglaterra es una nación demasiado peculiar. Esto puede parecer una redundancia: ¿qué nación y pueblo no poseen peculiaridades? El título de la nota es un parafraseo de William Shakespeare: 'to be or not to be, that's the question..." No todas las naciones ofician como la cuna de serias contradicciones de gran traza que luego serán exportadas a la historia mundial. Es más pequeña que Uruguay en superficie, pero alberga más de 50 millones de personas. Ya en el siglo XV, poseía aproximadamente la población que posee nuestro país [Uruguay[ hoy: alrededor de 3 millones. Otra peculiaridad: en tiempos de la reina Elizabeth, Inglaterra era el Estado menos gravado impositivamente del mundo. ¿Cómo ha sido vista Inglaterra? Kant (en su "Antropología") encomiaba a los antiguos britanos (los primeros habitantes de la isla de origen celta), y veía en el influjo germánico posterior (los anglosajones que arribaron a espadazos) una suerte de contaminación que apagó su presunta originalidad inicial, para transformarlos en un pueblo de mercaderes marítimos. A pesar de ello, reconocía en Inglaterra -junto con Francia- al pueblo más civilizado de la tierra. Borges nos cuenta que su padre, ("un hombre muy inteligente"), solía decir respecto a su ascendencia inglesa: "¿Qué son, al fin y al cabo, los ingleses? Son unos chacareros alemanes".

IRASUSTE To be or not to be English - … · Esa revolución que, como ha dicho Eric Hobsbawm, fue la revolución que se tragó a la revolución francesa (algo muy cuestionable: los

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To be or not to be English: ¡esa es la cuestión!

Inglaterra es una nación demasiado peculiar. Esto puede parecer una

redundancia: ¿qué nación y pueblo no poseen peculiaridades? El título de la

nota es un parafraseo de William Shakespeare: 'to be or not to be, that's the

question..."

No todas las naciones ofician como la cuna de serias contradicciones de gran

traza que luego serán exportadas a la historia mundial.

Es más pequeña que Uruguay en superficie, pero alberga más de 50 millones de

personas. Ya en el siglo XV, poseía aproximadamente la población que posee

nuestro país [Uruguay[ hoy: alrededor de 3 millones. Otra peculiaridad: en

tiempos de la reina Elizabeth, Inglaterra era el Estado menos gravado

impositivamente del mundo.

¿Cómo ha sido vista Inglaterra? Kant (en su "Antropología") encomiaba a los

antiguos britanos (los primeros habitantes de la isla de origen celta), y veía en el

influjo germánico posterior (los anglosajones que arribaron a espadazos) una

suerte de contaminación que apagó su presunta originalidad inicial, para

transformarlos en un pueblo de mercaderes marítimos. A pesar de ello,

reconocía en Inglaterra -junto con Francia- al pueblo más civilizado de la tierra.

Borges nos cuenta que su padre, ("un hombre muy inteligente"), solía decir

respecto a su ascendencia inglesa: "¿Qué son, al fin y al cabo, los ingleses? Son unos

chacareros alemanes".

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Nietzsche veía en el "olvidarse del espíritu" un gesto típicamente inglés, a pesar

de que es uno de los pueblos más puritanos y moralistas. Y su cocina, decía, -ese

canibalismo- era casi un retorno a lo primitivo en comparación a la exquisita

culinaria del Piamonte.

Y decía el sagaz Nietzsche: el inglés colocado como modelo de "hombre normal"

es el ascenso del embrutecimiento. ¡No se equivocaba!

Wittgenstein era mucho más optimista: los ingleses son la mejor raza del mundo.

Es entendible que un judío de Austria opine así: ya desde tiempos de Cromwell,

los judíos hallaron en la Inglaterra protestante ciertas libertades que no hallaron

en la Europa continental católica.

Hegel veía en este pueblo algo sustentado en su esencia por el comercio y la

industria, que al salir a ultramar se dedicaba a "despertar las apetencias" de

pueblos primitivos e introducirles las formas de la civilización y el "respeto a la

propiedad". Hegel y Sarmiento pueden estar de acuerdo en esto. Lástima que

Sarmiento no era europeo sino un provinciano criollo que quizás anhelaba ser

anglosajón, aunque despreciaba su mundo natal para pedir a viva voz las

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formas más aberrantes de represión y aniquilación del mundo americano.

Pseudo europeo y pésimo americano.

Ortega y Gasset veía en el pueblo inglés un hecho excepcional dentro del

mundo; pueblo destinado a la gran misión europea. No habiendo nada

extraordinario en el individuo inglés aislado, lo original y destacado surgiría –

dice- como una suerte de propiedad emergente cuando todo el pueblo inglés es

tomado en su conjunto; pueblo de navegantes y comerciantes más que de

escritores, denotado ello en lo acerbo y quizás hasta tosco de su lengua,

parecida -dice Ortega- a un repertorio de leves maullidos displicentes, muy

diferente de nuestras lenguas romances.

Lo más usual en nuestras latitudes es concebir a este pueblo como la cuna

histórica del gran rock n' roll: proyectos como Black Sabbath, Led Zeppelin, el

new wave o los mismísimos Beatles; del gusto refinado victoriano, de la alta

literatura -como ser Milton, John Keats o Shakespeare-, buenas series de TV., y,

también, como el gran semillero del capitalismo contemporáneo y de la

revolución industrial moderna. Esa revolución que, como ha dicho Eric

Hobsbawm, fue la revolución que se tragó a la revolución francesa (algo muy

cuestionable: los ingleses hicieron una revolución exitosa un siglo antes, y

¿acaso a la revolución francesa no la fagocitó la propia revolución francesa...?)

También se la suele ver como una de las naciones liberadoras del siglo XX ("lo

inglés" parecería portar por metonimia lo propio de los otros pueblos del Reino

Unido), impulsora del demo-liberalismo en la lucha contra la barbarie nazi-

fascista, acorde a la visión de la political correctness.

A la vez que esto es mencionado, no podemos dejar de tener en cuenta que es

asimismo la nación balcanizadora por excelencia de la geografía política de

nuestra América hispánica durante el siglo XIX por medio de oscuros artificios

diplomáticos y financieros. Desde luego, mientras lo primero no es discutido

para ser tácitamente aceptado (soplar sobre un tabú cultural puede alterar

gravemente toda la economía del pensamiento de una época), lo segundo

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tampoco es discutido, para ser tácitamente rechazado por mayorías. A todo ello

le podemos sumar -debido a las latitudes en que habitamos- que Gran Bretaña,

pero específicamente los ingleses, son los usurpadores de islas Malvinas, a las

que nos negamos a denominar 'Falklands'.

Desde Bacon y Locke hasta Stuart Mill y Bentham, Inglaterra asimismo ha sido

la cuna del empirismo, del pragmatismo filosófico y de la ciencia moderna. He

ahí al gran Newton, a Darwin o Bertrand Russell.

Sea como sea, no en vano ha sido dicho que Inglaterra es "una marca del

occidente" (Arnold Toynbee), o que lo anglosajón ha devenido en la medida de

todas las cosas durante el siglo XX (Eric Hobsbawm). Lo cierto, es que ha

existido (pero ya no) en Inglaterra un componente histórico heredado del

antiguo espíritu germánico que va desde la alta edad media hasta los ciernes

modernos del siglo XVII, donde surgirá el campo fértil para una sangrienta

guerra civil. (Aún no hemos llegado a la existencia del United Kingdom).

Según ha dicho el erudito Richard Pipes, en esa isla es donde mejor se ha

desarrollado el principio comunitario típico de los antiguos pueblos

germánicos pre-cristianos: Inglaterra, que fue el primer estado del mundo en

constituirse como estado nacional, desarrolló la medular costumbre de ejercer el

principio de autoridad (hablamos del rey) en conjunción con un 'council of the

wise' (concejo de sabios: vieja praxis germánica y anglosajona). En el antiguo

ethos germánico, la ley moraba y emergía en el dominio de la comunidad, del

bien común de manera cuasi-natural, como la destreza del brazo y de todo el

cuerpo cuando la mano del guerrero tomaba la espada.

Afirma Pipes que, en base a semejante principio, comenzaría la carrera

histórico-política de la 'House of Commons' inglesa.

Hubo un tiempo, al decir de Borges, en que el inglés como lengua era algo casi

puramente germánico. En las tribus "bárbaras" del otro lado del río Rhin -en

tierra continental- antes de ser asimiladas por la cristiandad romana, existía un

modo de funcionamiento muy interesante entre los pueblos germanos, algo así

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como una "comunidad de hombres libres". Lejos de ser "simples salvajes", como

muchas veces el imaginario popular los piensa, existía un verdadero orden

armonioso y organizado entre estos pobladores basado en la costumbre y la

tradición (dado que carecían de escritura algunos de ellos). El modelo de

familia era monogámico y la infidelidad estaba prohibida. La vida se establecía

en "asentamientos", algo así como chozas y establos construidos

cuidadosamente por los hombres, campesinos y guerreros a la vez.

Lo interesante es que la mujer estaba en pie de igualdad en ciertas tareas junto

al hombre, por ejemplo el tomar decisiones acerca de la agricultura, y en

tiempos de guerra se transformaba en un camarada del hombre. El hombre se

dedicaba a la caza y la construcción de habitáculos, y la mujer de la cría de hijos

y del cultivo. Ambos administraban los caballos, que eran un elemento central

de orgullo entre los germanos, por ser indispensables para la guerra y las

labores. Es decir, se trataba de una vida basada en la decisión comunitaria,

donde cada individuo se sentía afiliado a la "Sippe" (la estirpe) y la "Stamm" (la

tribu). (véase al historiador Tenbrock)

Como se sabe, las incursiones, sajonas, jutas, vikingas y de los anglos en las hoy

llamadas islas británicas, fueron desplazando y mestizando a los habitantes

celtas, britanos y pictos, quienes moraban desde tiempos mucho más

inmemoriales. A su vez, hubo posteriormente oleadas invasoras desde las

viejas tierras continentales del norte, donde dichos guerreros bárbaros se

enfrentaron a sus propios descendientes del otro lado del mar, es decir,

"daneses" contra "sajones occidentales" (futuros ingleses), por decirlo así.

Retornando a los sucesos propiamente en suelo insular, al menos desde el siglo

XIII, la historia política de Inglaterra desde la Carta Magna es la historia de

cómo ese "parlamento" paulatinamente dejó de estar sujeto a la voluntad del

monarca para estar por encima del mismo en ciertas cuestiones muy relevantes.

Es la ley hecha rey por encima del rey senso stricto. Pero ¿por qué? ¿Por qué

sucede esto precisamente en Inglaterra?

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Harold había sido el último rey sajón, derrotado por fuerzas normandas.

Æthelstand y Edmund son recordados por la literatura sajona medieval

(la "Oda de Brunanburh") como exitosos caudillos que derrotarían a los

"daneses". Esto, y la historia en suelo sajón en general, será recordado, como

dice Borges, por el poder mnemónico del verso, en la "Crónica Anglosajona", que

va desde el siglo IX al XII y fue escrita por sucesivas generaciones de monjes

patriotas.

Hasta el rey Henry VII (siglo XVI), el derecho en el que el monarca se apoyaba

no era la costumbre sajona, sino las leyes derivadas de la conquista normanda

al mando de Guillermo el Conquistador en 1066 en la batalla de Hastings.

Es decir, el ejercicio de la soberanía poseía marca normanda (descendientes de

vikingos asentados en el norte de Francia), poseía -como dice Foucault- el

"clivaje de la conquista" normanda. Nos dice Toynbee que durante la batalla de

Hastings, cuando Taillefer -un guerrero y juglar normando- cantaba canciones

a sus guerreros, la lengua salida de sus labios ya no era el noruego, sino francés

medieval, y que en lugar de relatar la saga de Sigurd entonaba la Canción de

Rolando.

La lengua empleada en las leyes y en los procedimientos de justicia no era la del

pueblo inglés de esa época, sino la de los normandos. Los habitantes insulares

se hallaban sometidos a una suerte de extrañamiento cultural frente a las

propias instituciones del suelo que habitaban. Acorde a la "Crónica de

Gloucester", los sajones eran vistos como hombres de baja condición, por

debajo de la descendencia normanda en suelo inglés.

La historia de la lucha contra el absolutismo del rey -que se guiaba por reglas

normandas- es precisamente el sentido de combatir tal clivaje normando en

suelo inglés. Es que entre los viejos sajones, el rey no era otra cosa que un jefe

militar que circunstancialmente tomaba la posición de primacía en el liderazgo,

pero no era superior a los otros hombres de la comunidad. (Foucault)

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En el siglo XVI, Blackwood aseveró que la situación del pueblo sajón respecto a

los normandos era como la de América respecto a las potencias europeas: una

situación de colonización. (Foucault) El jurista Sir Edward Coke será la gran

mente que sintetizará filosóficamente semejante modelo, reflejo de la lucha

entre el bajo pueblo y las costumbres normandas en suelo inglés. Lo hizo a

través del hallazgo de un texto medieval: "Los espejos de la justicia", donde

presumiblemente se encontraba la fuente de las costumbres, del ethos sajón

sepultado por la conquista normanda.

En el siglo XVII, John Selden dirá que el pueblo sajón es como el pueblo judío,

único entre los pueblos, guiado por Dios y dispuesto a aceptar el yugo de Dios.

El Estado sajón era perfecto según Selden: moralmente como las leyes de

Moisés, en lo racional y civil como Atenas, y semejante a Esparta en lo militar.

A esto debemos agregarle, por fin, el condimento del anglicanismo, la corriente

protestante de los ingleses, un cristianismo a la medida de los caprichos de

Henry VIII.

Listo: ha nacido una nueva criatura, cuyo eco oímos aún hoy aquí en esta

provincia del Uruguay, segregada de la nación Argentina por la mano

utilitarista de la criatura sajona y su diplomacia. Un eco que retorna como

pesadilla o como síntoma desde aquel trauma acaecido en 1828. No ha faltado

que sea Inglaterra la cuna de corrientes tempranamente "comunistas". Inglaterra

es el suelo que dio pie a 'Diggers and Levellers' (Cavadores y Niveladores),

tempranos movimientos contrarios a la inequidad y a la propiedad privada y

los privilegios de clase, con modos de acción radicales algunos de ellos. En

los Diggers, con figuras como John Warr, la propuesta era la guerra civil radical,

hasta el final, con el fin de destruir toda la herencia normanda. Warr

y Lilburne veían en la tradición normanda la base de la corrupción, de los pillos

extranjeros transformados en nobles por el favor foráneo. Los Levellers creían

encontrar en el derecho sajón un retorno a las leyes de la Naturaleza. Eran

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republicanos, pero Cromwell (quien gobernaba para los landowners) los

reprimió con cabal dureza.

Tanto ha sido el influjo producido por el marxismo, que incluso hoy cuesta

acercarse a la cuestión del socialismo en general por encima de ese gigantesco

busto de bronce. Pareciera como si antes de Marx no hubiese existido

socialismo posible y concebible. Lo cierto es que, históricamente, ya podríamos

rastrear en Platón el germen ideico del comunismo, que lejos de habitar un

ingenuo repertorio imaginario de formas (como siempre se cree cuando se dice

"Platón"), se inspiraba en el gran Estado espartano (también obra de pueblos

germánicos que emigraron en la lejana antigüedad hacia el sur mediterráneo,

deviniendo luego en los "dorios" primero, y en espartanos después).

Este desarrollo interno de Inglaterra mediante este bello principio germánico

del espíritu común (diferenciado de la gran tradición absolutista y

ultramontana de la Europa continental), no se tradujo en similar rostro una vez

que Inglaterra se lanzó al mundo por las aguas oceánicas. Lo que Inglaterra

esparció por el mundo, más que nadie (hasta la llegada de su gran

heredero: USA), es la depredación sistemática, la balcanización política a sangre

y fuego y el alzamiento planetario del hombre burgués como cosa universal.

Las vicisitudes y dilemas internos de la propia England son conocidas por

cualquier liceal: Manchester es paradigma del dilema del proletariado inglés en

el siglo XIX. ¿Modernidad o decadencia? Ambas.

Hablemos de Inglaterra hacia el mundo, de la modernidad que ha exportado

hacia el mundo, y cuya tarea ha sido acogida y prolongada por USA en el siglo

XX. Será un discípulo de Nietzsche uno de los más grandes y radicales críticos

del paradigma inglés y anglosajón. Hablamos del germano Oswald Spengler, y

específicamente de una obra: "Prusianismo y socialismo".

El pueblo inglés es aquel que pretende siempre los fines. Otros, menos

inteligentes (como los franceses) se obnubilan con los medios. He ahí la gloriosa

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revolución que inventó la esencia de la democracia moderna frente

al jacobinismo que se conformó con una orgía de sangre.

Los ingleses son los que en tiempos modernos han desmembrado, han roto las

condiciones socio históricas del espíritu de la vieja tradición germánica: la de

los lazos en comunidad, „die Gemeinschaft” (comunidad), aquel viejo principio

-que tan bien nos lo explica el historiador G. Duby- mediante el cual el

individuo es libre si y sólo si pertenece a una comunidad que también es libre.

El cuerpo de los hombres libres de la antigua Germania no era la búsqueda del

individual beneficio, sino el pertenecer a instituciones colectivas al servicio del

bien común de todos, del "nosotros", llevado a cabo mediante el arte de la

guerra y el respeto entre iguales. La justicia y las normas, todo el conjunto del

ethos germano, se decidía en colecticios germanos de hombres guerreros y

libres.

Esto que Duby explica en su gran obra "Guerreros y campesinos" es lo que

Spengler, mucho antes, atribuía a eso llamado "prusianismo". El prusianismo

no se encierra dentro de las fronteras políticas del ya extinto imperio Prusiano.

No: el prusianismo es ese espíritu histórico del bien común en comunidad

hecho Estado, el espíritu de solidaridad, donde el sujeto al servicio de algo que

lo trasciende no vivencia la esclavitud, sino el honor. "Libertad en la

obediencia", es su síntesis hecha lema. La bella expresión de este lazo es el

amor del trabajador germano hacia su comunidad mediante la excelencia en el

arte de su profesión. El inglés, dice Spengler, trabaja para enriquecerse, y si lo

logra, desea dejar de trabajar. El germano prusiano, trabaja en honor de su

comunidad, aunque no se enriquezca.

Y esto se extiende más allá de las fronteras políticas prusianas e incluso

europeas: Spengler veía en nuestro gran caudillo Juan Manuel de Rosas un

espíritu prusiano.

El prusianismo es aristocrático. Pero cuidado: no hablamos de esa bastardeada

noción de aristocracia indistinta de "oligarquía del dinero"; hablamos del

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espíritu de excelencia, de un orden social donde las más grandes tareas estén a

cargo de los mejores (aristoi). Así, cuanto más porte aristocrático, mayor

responsabilidad y mayor búsqueda de virtud para servir a la comunidad.

El aristócrata entendido a la manera prusiana no es el advenedizo burgués

hecho plutócrata de turno, sino el hombre que se sacrifica por su comunidad y

encuentra en ello su más grande libertad. Naturalmente, esto es muy difícil de

entender dentro de la ecúmene liberal imperante de ayer y de hoy. ¿Cómo

explicarle a una persona de 20 años de edad lo que esto significa? "¡Tiranía,

fascismo!" gritará. Seguramente Platón era fascista (e Inglaterra ha ganado su

lucha).

Inglaterra ha liquidado todo esto. Como un pulpo se ha cernido sobre los

pueblos mediante su utilitarista diplomacia y ha barrido toda precondición

histórica de que los pueblos desarrollen su propio nacionalismo, su propio

prusianismo, no sólo en la chance de desarrollar sus economías no-subsidiarias

del taller industrial sajón, sino en la sujeción psicológica de los pueblos

mediante el poder del dinero. Todo eso es el cipayismo, la permanente

seducción de pueblos jóvenes por la técnica y la habilidad fabril hecha

mercancía que cautiva con sus ambrosías el estilo de vida de la periferia.

En nuestro caso, se trata de la tragedia del federalismo continental trunco. En

nuestro caso, es lo fallido de no poder llegar a una síntesis superadora entre

la hispanidad (nuestro prusianismo) y las culturas precolombinas. Es el fracaso

en no poder forjar nuestra inter-cultura por medio de la Gran Política.

Recordemos que el color de cierto partido local -que se hace llamar el "Partido

que hizo la patria"- es fruto de dar vuelta los ponchos de fabricación inglesa

durante la batalla de Carpintería, cuyos forros internos eran colorados, para

distinguirse de la divisa celeste desteñida en blanca. Vaya cinismo del destino.

Inglaterra -dice Spengler- domina el estilo de vida de los hombres mediante

el poder del dinero. En otra literatura, a eso se le denomina "imperialismo".

Pero Spengler va más allá de los usuales planteos marxistas. Spengler nos

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permite comprender el socialismo de otra manera: algo que hunde sus raíces en

un ethos colectivo, y no en ficciones y falacias teóricas que parten de ser

engendradas en molde inglés, como es el caso de Marx. El problema de Marx,

dice Spengler, es que era un "inglés por vocación". ¡Y cómo no iba a serlo, si

para Marx el cenit de los tiempos partía desde Inglaterra como modelo y

estrella guía del destino mundial!

A esto no lo afirma sólo un Spengler: Karl Polanyi ha demostrado de forma

brillante cómo marxistas y liberales conciben la realidad de igual modo en

encrucijadas históricas vitales, cometiendo los mismos errores y partiendo de

similares supuestos. Marx nunca venció a Ricardo. Frente al ethos arraigado de

los pueblos, el marxismo es mera literatura, dirá Spengler.

Inglaterra ha instituido al burgués como prototipo de subjetividad universal. Es

el triunfo del poder del dinero que se extiende en el siglo XIX como un poder

mundial amorfo, trágico y abyecto. Es la victoria del personalismo moderno y

del individualismo por encima de todo prusianismo, de todo sentido de

comunidad, y en esto, ha traicionado a su tradición autóctona. Y si lo ha hecho,

es porque ha sido cooptada por figuras y sujetos foráneos que dudosamente

pertenezcan al tronco indoeuropeo, o cuyo linaje se confunde con las lejanas

brumas de Jazaria.

Lo que los ingleses bajo esta influencia han oficiado es la disolución de las

comunidades orgánicas ya existentes, o la posibilidad de que otras puedan

surgir. Es la dictadura mundial del capital financiero especulativo y usurario, y

el demoliberalismo la chance de proseguir la cultura de la oligarquía del dinero

por otros medios. Ganar elecciones equivale a poder financiar el personalismo

propio. En otras palabras: el triunfo de este modelo es el desarraigo de los otros

pueblos. Dice Polanyi:

"La separación del trabajo de otras actividades [costumbres] de la vida y su

sometimiento a las leyes del mercado equivalió a un aniquilamiento de todas las formas

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orgánicas de la existencia y su sustitución por un tipo de organización diferente,

atomizado e individualista". (2003, p. 222).

Inglaterra ha barrido las comunidades y sus lazos orgánicos porque ha

reemplazado tales comunidades por territorios poblados por mera asociación

de individuos portadores del subjetivismo individual moderno (la atomización

de la que nos habla Polanyi). Tal subjetivismo -nacido en Inglaterra- es la

negación de todo "nosotros", tal como lo conocía el hombre libre en su

comunidad libre.

En el orden moderno, no existen ni hombres libres ni comunidades libres.

Desde hace más de siglo y medio, asistimos a eso que Ortega y Gasset llamaba

"hombre masa": un ser vaciado de historia, de tradición, una criatura fruto de la

nivelación moderna que ejerce el poder público por momentos a la vez que es

dirigida, y que se maneja con ideas ya fabricadas pero carece de la capacidad

de idear.

Modernidad del progreso y decadencia de la vida anímica de las comunidades:

dos caras de la misma moneda, de la que se promueve sólo una: "avanzar hacia

adelante", la seducción de la vanguardia como merchandising ideológico.

En el academicismo suele entenderse que la "nación" es algo que comienza a

existir sólo cuando surge el estado moderno del siglo XIX. Craso error: no

pueden entender que al llegar a esa pseudo-evidencia ya se parte de un

paradigma hegemónico elevado al estatuto de lo natural...y todo resulta ser

visto como una simple urdimbre de relaciones de producción.

Fuentes:

� Borges, Jorge Luis. "Literaturas germánicas medievales". Ed. Emecé. Bs. As.,

1996.

� Duby, Georges. "Guerreros y campesinos". Ed. Siglo XXI. Madrid, 1999.

� Foucault, Michel. "Defender la sociedad". Ed. FCE. Bs. As., 2000.

� Hegel, Georg F. "Filosofía de la Historia". Ed. Claridad. Bs. As., 2005.

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� Kant, Immanuel. "Antropología". Ed. Alianza. Madrid, 2004.

� Nietzsche, Friedrich. "Fragmentos póstumos sobre política". Ed. Trotta. Madrid,

2004.

� Ortega y Gasset, José. "La rebelión de las masas". Ed. Planeta-Agostini. Bs. As.,

1993.

� Pipes, Richard. 'Property and Freedom'. Vintage Books. New York, 2000.

� Polanyi, Karl. "La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de

nuestro tiempo.". Ed. FCE. México, 2003.

� Service, Robert. "Camaradas. Breve historia del comunismo". Ediciones B.

Barcelona, 2009.

� Spengler, Oswald. "Prusianismo y socialismo". Ed. Struhart. Bs. As., 1984.

� Tenbrock, Hermann. "Historia de Alemania". Ed. Hüber-Schöningh. Paderborn,

1968.

� Toynbee, Arnold. "Estudio de la historia". (Vol. 1). Ed. Altaya. Barcelona, 1994.