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To be or not to be English: ¡esa es la cuestión!
Inglaterra es una nación demasiado peculiar. Esto puede parecer una
redundancia: ¿qué nación y pueblo no poseen peculiaridades? El título de la
nota es un parafraseo de William Shakespeare: 'to be or not to be, that's the
question..."
No todas las naciones ofician como la cuna de serias contradicciones de gran
traza que luego serán exportadas a la historia mundial.
Es más pequeña que Uruguay en superficie, pero alberga más de 50 millones de
personas. Ya en el siglo XV, poseía aproximadamente la población que posee
nuestro país [Uruguay[ hoy: alrededor de 3 millones. Otra peculiaridad: en
tiempos de la reina Elizabeth, Inglaterra era el Estado menos gravado
impositivamente del mundo.
¿Cómo ha sido vista Inglaterra? Kant (en su "Antropología") encomiaba a los
antiguos britanos (los primeros habitantes de la isla de origen celta), y veía en el
influjo germánico posterior (los anglosajones que arribaron a espadazos) una
suerte de contaminación que apagó su presunta originalidad inicial, para
transformarlos en un pueblo de mercaderes marítimos. A pesar de ello,
reconocía en Inglaterra -junto con Francia- al pueblo más civilizado de la tierra.
Borges nos cuenta que su padre, ("un hombre muy inteligente"), solía decir
respecto a su ascendencia inglesa: "¿Qué son, al fin y al cabo, los ingleses? Son unos
chacareros alemanes".
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Nietzsche veía en el "olvidarse del espíritu" un gesto típicamente inglés, a pesar
de que es uno de los pueblos más puritanos y moralistas. Y su cocina, decía, -ese
canibalismo- era casi un retorno a lo primitivo en comparación a la exquisita
culinaria del Piamonte.
Y decía el sagaz Nietzsche: el inglés colocado como modelo de "hombre normal"
es el ascenso del embrutecimiento. ¡No se equivocaba!
Wittgenstein era mucho más optimista: los ingleses son la mejor raza del mundo.
Es entendible que un judío de Austria opine así: ya desde tiempos de Cromwell,
los judíos hallaron en la Inglaterra protestante ciertas libertades que no hallaron
en la Europa continental católica.
Hegel veía en este pueblo algo sustentado en su esencia por el comercio y la
industria, que al salir a ultramar se dedicaba a "despertar las apetencias" de
pueblos primitivos e introducirles las formas de la civilización y el "respeto a la
propiedad". Hegel y Sarmiento pueden estar de acuerdo en esto. Lástima que
Sarmiento no era europeo sino un provinciano criollo que quizás anhelaba ser
anglosajón, aunque despreciaba su mundo natal para pedir a viva voz las
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formas más aberrantes de represión y aniquilación del mundo americano.
Pseudo europeo y pésimo americano.
Ortega y Gasset veía en el pueblo inglés un hecho excepcional dentro del
mundo; pueblo destinado a la gran misión europea. No habiendo nada
extraordinario en el individuo inglés aislado, lo original y destacado surgiría –
dice- como una suerte de propiedad emergente cuando todo el pueblo inglés es
tomado en su conjunto; pueblo de navegantes y comerciantes más que de
escritores, denotado ello en lo acerbo y quizás hasta tosco de su lengua,
parecida -dice Ortega- a un repertorio de leves maullidos displicentes, muy
diferente de nuestras lenguas romances.
Lo más usual en nuestras latitudes es concebir a este pueblo como la cuna
histórica del gran rock n' roll: proyectos como Black Sabbath, Led Zeppelin, el
new wave o los mismísimos Beatles; del gusto refinado victoriano, de la alta
literatura -como ser Milton, John Keats o Shakespeare-, buenas series de TV., y,
también, como el gran semillero del capitalismo contemporáneo y de la
revolución industrial moderna. Esa revolución que, como ha dicho Eric
Hobsbawm, fue la revolución que se tragó a la revolución francesa (algo muy
cuestionable: los ingleses hicieron una revolución exitosa un siglo antes, y
¿acaso a la revolución francesa no la fagocitó la propia revolución francesa...?)
También se la suele ver como una de las naciones liberadoras del siglo XX ("lo
inglés" parecería portar por metonimia lo propio de los otros pueblos del Reino
Unido), impulsora del demo-liberalismo en la lucha contra la barbarie nazi-
fascista, acorde a la visión de la political correctness.
A la vez que esto es mencionado, no podemos dejar de tener en cuenta que es
asimismo la nación balcanizadora por excelencia de la geografía política de
nuestra América hispánica durante el siglo XIX por medio de oscuros artificios
diplomáticos y financieros. Desde luego, mientras lo primero no es discutido
para ser tácitamente aceptado (soplar sobre un tabú cultural puede alterar
gravemente toda la economía del pensamiento de una época), lo segundo
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tampoco es discutido, para ser tácitamente rechazado por mayorías. A todo ello
le podemos sumar -debido a las latitudes en que habitamos- que Gran Bretaña,
pero específicamente los ingleses, son los usurpadores de islas Malvinas, a las
que nos negamos a denominar 'Falklands'.
Desde Bacon y Locke hasta Stuart Mill y Bentham, Inglaterra asimismo ha sido
la cuna del empirismo, del pragmatismo filosófico y de la ciencia moderna. He
ahí al gran Newton, a Darwin o Bertrand Russell.
Sea como sea, no en vano ha sido dicho que Inglaterra es "una marca del
occidente" (Arnold Toynbee), o que lo anglosajón ha devenido en la medida de
todas las cosas durante el siglo XX (Eric Hobsbawm). Lo cierto, es que ha
existido (pero ya no) en Inglaterra un componente histórico heredado del
antiguo espíritu germánico que va desde la alta edad media hasta los ciernes
modernos del siglo XVII, donde surgirá el campo fértil para una sangrienta
guerra civil. (Aún no hemos llegado a la existencia del United Kingdom).
Según ha dicho el erudito Richard Pipes, en esa isla es donde mejor se ha
desarrollado el principio comunitario típico de los antiguos pueblos
germánicos pre-cristianos: Inglaterra, que fue el primer estado del mundo en
constituirse como estado nacional, desarrolló la medular costumbre de ejercer el
principio de autoridad (hablamos del rey) en conjunción con un 'council of the
wise' (concejo de sabios: vieja praxis germánica y anglosajona). En el antiguo
ethos germánico, la ley moraba y emergía en el dominio de la comunidad, del
bien común de manera cuasi-natural, como la destreza del brazo y de todo el
cuerpo cuando la mano del guerrero tomaba la espada.
Afirma Pipes que, en base a semejante principio, comenzaría la carrera
histórico-política de la 'House of Commons' inglesa.
Hubo un tiempo, al decir de Borges, en que el inglés como lengua era algo casi
puramente germánico. En las tribus "bárbaras" del otro lado del río Rhin -en
tierra continental- antes de ser asimiladas por la cristiandad romana, existía un
modo de funcionamiento muy interesante entre los pueblos germanos, algo así
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como una "comunidad de hombres libres". Lejos de ser "simples salvajes", como
muchas veces el imaginario popular los piensa, existía un verdadero orden
armonioso y organizado entre estos pobladores basado en la costumbre y la
tradición (dado que carecían de escritura algunos de ellos). El modelo de
familia era monogámico y la infidelidad estaba prohibida. La vida se establecía
en "asentamientos", algo así como chozas y establos construidos
cuidadosamente por los hombres, campesinos y guerreros a la vez.
Lo interesante es que la mujer estaba en pie de igualdad en ciertas tareas junto
al hombre, por ejemplo el tomar decisiones acerca de la agricultura, y en
tiempos de guerra se transformaba en un camarada del hombre. El hombre se
dedicaba a la caza y la construcción de habitáculos, y la mujer de la cría de hijos
y del cultivo. Ambos administraban los caballos, que eran un elemento central
de orgullo entre los germanos, por ser indispensables para la guerra y las
labores. Es decir, se trataba de una vida basada en la decisión comunitaria,
donde cada individuo se sentía afiliado a la "Sippe" (la estirpe) y la "Stamm" (la
tribu). (véase al historiador Tenbrock)
Como se sabe, las incursiones, sajonas, jutas, vikingas y de los anglos en las hoy
llamadas islas británicas, fueron desplazando y mestizando a los habitantes
celtas, britanos y pictos, quienes moraban desde tiempos mucho más
inmemoriales. A su vez, hubo posteriormente oleadas invasoras desde las
viejas tierras continentales del norte, donde dichos guerreros bárbaros se
enfrentaron a sus propios descendientes del otro lado del mar, es decir,
"daneses" contra "sajones occidentales" (futuros ingleses), por decirlo así.
Retornando a los sucesos propiamente en suelo insular, al menos desde el siglo
XIII, la historia política de Inglaterra desde la Carta Magna es la historia de
cómo ese "parlamento" paulatinamente dejó de estar sujeto a la voluntad del
monarca para estar por encima del mismo en ciertas cuestiones muy relevantes.
Es la ley hecha rey por encima del rey senso stricto. Pero ¿por qué? ¿Por qué
sucede esto precisamente en Inglaterra?
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Harold había sido el último rey sajón, derrotado por fuerzas normandas.
Æthelstand y Edmund son recordados por la literatura sajona medieval
(la "Oda de Brunanburh") como exitosos caudillos que derrotarían a los
"daneses". Esto, y la historia en suelo sajón en general, será recordado, como
dice Borges, por el poder mnemónico del verso, en la "Crónica Anglosajona", que
va desde el siglo IX al XII y fue escrita por sucesivas generaciones de monjes
patriotas.
Hasta el rey Henry VII (siglo XVI), el derecho en el que el monarca se apoyaba
no era la costumbre sajona, sino las leyes derivadas de la conquista normanda
al mando de Guillermo el Conquistador en 1066 en la batalla de Hastings.
Es decir, el ejercicio de la soberanía poseía marca normanda (descendientes de
vikingos asentados en el norte de Francia), poseía -como dice Foucault- el
"clivaje de la conquista" normanda. Nos dice Toynbee que durante la batalla de
Hastings, cuando Taillefer -un guerrero y juglar normando- cantaba canciones
a sus guerreros, la lengua salida de sus labios ya no era el noruego, sino francés
medieval, y que en lugar de relatar la saga de Sigurd entonaba la Canción de
Rolando.
La lengua empleada en las leyes y en los procedimientos de justicia no era la del
pueblo inglés de esa época, sino la de los normandos. Los habitantes insulares
se hallaban sometidos a una suerte de extrañamiento cultural frente a las
propias instituciones del suelo que habitaban. Acorde a la "Crónica de
Gloucester", los sajones eran vistos como hombres de baja condición, por
debajo de la descendencia normanda en suelo inglés.
La historia de la lucha contra el absolutismo del rey -que se guiaba por reglas
normandas- es precisamente el sentido de combatir tal clivaje normando en
suelo inglés. Es que entre los viejos sajones, el rey no era otra cosa que un jefe
militar que circunstancialmente tomaba la posición de primacía en el liderazgo,
pero no era superior a los otros hombres de la comunidad. (Foucault)
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En el siglo XVI, Blackwood aseveró que la situación del pueblo sajón respecto a
los normandos era como la de América respecto a las potencias europeas: una
situación de colonización. (Foucault) El jurista Sir Edward Coke será la gran
mente que sintetizará filosóficamente semejante modelo, reflejo de la lucha
entre el bajo pueblo y las costumbres normandas en suelo inglés. Lo hizo a
través del hallazgo de un texto medieval: "Los espejos de la justicia", donde
presumiblemente se encontraba la fuente de las costumbres, del ethos sajón
sepultado por la conquista normanda.
En el siglo XVII, John Selden dirá que el pueblo sajón es como el pueblo judío,
único entre los pueblos, guiado por Dios y dispuesto a aceptar el yugo de Dios.
El Estado sajón era perfecto según Selden: moralmente como las leyes de
Moisés, en lo racional y civil como Atenas, y semejante a Esparta en lo militar.
A esto debemos agregarle, por fin, el condimento del anglicanismo, la corriente
protestante de los ingleses, un cristianismo a la medida de los caprichos de
Henry VIII.
Listo: ha nacido una nueva criatura, cuyo eco oímos aún hoy aquí en esta
provincia del Uruguay, segregada de la nación Argentina por la mano
utilitarista de la criatura sajona y su diplomacia. Un eco que retorna como
pesadilla o como síntoma desde aquel trauma acaecido en 1828. No ha faltado
que sea Inglaterra la cuna de corrientes tempranamente "comunistas". Inglaterra
es el suelo que dio pie a 'Diggers and Levellers' (Cavadores y Niveladores),
tempranos movimientos contrarios a la inequidad y a la propiedad privada y
los privilegios de clase, con modos de acción radicales algunos de ellos. En
los Diggers, con figuras como John Warr, la propuesta era la guerra civil radical,
hasta el final, con el fin de destruir toda la herencia normanda. Warr
y Lilburne veían en la tradición normanda la base de la corrupción, de los pillos
extranjeros transformados en nobles por el favor foráneo. Los Levellers creían
encontrar en el derecho sajón un retorno a las leyes de la Naturaleza. Eran
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republicanos, pero Cromwell (quien gobernaba para los landowners) los
reprimió con cabal dureza.
Tanto ha sido el influjo producido por el marxismo, que incluso hoy cuesta
acercarse a la cuestión del socialismo en general por encima de ese gigantesco
busto de bronce. Pareciera como si antes de Marx no hubiese existido
socialismo posible y concebible. Lo cierto es que, históricamente, ya podríamos
rastrear en Platón el germen ideico del comunismo, que lejos de habitar un
ingenuo repertorio imaginario de formas (como siempre se cree cuando se dice
"Platón"), se inspiraba en el gran Estado espartano (también obra de pueblos
germánicos que emigraron en la lejana antigüedad hacia el sur mediterráneo,
deviniendo luego en los "dorios" primero, y en espartanos después).
Este desarrollo interno de Inglaterra mediante este bello principio germánico
del espíritu común (diferenciado de la gran tradición absolutista y
ultramontana de la Europa continental), no se tradujo en similar rostro una vez
que Inglaterra se lanzó al mundo por las aguas oceánicas. Lo que Inglaterra
esparció por el mundo, más que nadie (hasta la llegada de su gran
heredero: USA), es la depredación sistemática, la balcanización política a sangre
y fuego y el alzamiento planetario del hombre burgués como cosa universal.
Las vicisitudes y dilemas internos de la propia England son conocidas por
cualquier liceal: Manchester es paradigma del dilema del proletariado inglés en
el siglo XIX. ¿Modernidad o decadencia? Ambas.
Hablemos de Inglaterra hacia el mundo, de la modernidad que ha exportado
hacia el mundo, y cuya tarea ha sido acogida y prolongada por USA en el siglo
XX. Será un discípulo de Nietzsche uno de los más grandes y radicales críticos
del paradigma inglés y anglosajón. Hablamos del germano Oswald Spengler, y
específicamente de una obra: "Prusianismo y socialismo".
El pueblo inglés es aquel que pretende siempre los fines. Otros, menos
inteligentes (como los franceses) se obnubilan con los medios. He ahí la gloriosa
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revolución que inventó la esencia de la democracia moderna frente
al jacobinismo que se conformó con una orgía de sangre.
Los ingleses son los que en tiempos modernos han desmembrado, han roto las
condiciones socio históricas del espíritu de la vieja tradición germánica: la de
los lazos en comunidad, „die Gemeinschaft” (comunidad), aquel viejo principio
-que tan bien nos lo explica el historiador G. Duby- mediante el cual el
individuo es libre si y sólo si pertenece a una comunidad que también es libre.
El cuerpo de los hombres libres de la antigua Germania no era la búsqueda del
individual beneficio, sino el pertenecer a instituciones colectivas al servicio del
bien común de todos, del "nosotros", llevado a cabo mediante el arte de la
guerra y el respeto entre iguales. La justicia y las normas, todo el conjunto del
ethos germano, se decidía en colecticios germanos de hombres guerreros y
libres.
Esto que Duby explica en su gran obra "Guerreros y campesinos" es lo que
Spengler, mucho antes, atribuía a eso llamado "prusianismo". El prusianismo
no se encierra dentro de las fronteras políticas del ya extinto imperio Prusiano.
No: el prusianismo es ese espíritu histórico del bien común en comunidad
hecho Estado, el espíritu de solidaridad, donde el sujeto al servicio de algo que
lo trasciende no vivencia la esclavitud, sino el honor. "Libertad en la
obediencia", es su síntesis hecha lema. La bella expresión de este lazo es el
amor del trabajador germano hacia su comunidad mediante la excelencia en el
arte de su profesión. El inglés, dice Spengler, trabaja para enriquecerse, y si lo
logra, desea dejar de trabajar. El germano prusiano, trabaja en honor de su
comunidad, aunque no se enriquezca.
Y esto se extiende más allá de las fronteras políticas prusianas e incluso
europeas: Spengler veía en nuestro gran caudillo Juan Manuel de Rosas un
espíritu prusiano.
El prusianismo es aristocrático. Pero cuidado: no hablamos de esa bastardeada
noción de aristocracia indistinta de "oligarquía del dinero"; hablamos del
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espíritu de excelencia, de un orden social donde las más grandes tareas estén a
cargo de los mejores (aristoi). Así, cuanto más porte aristocrático, mayor
responsabilidad y mayor búsqueda de virtud para servir a la comunidad.
El aristócrata entendido a la manera prusiana no es el advenedizo burgués
hecho plutócrata de turno, sino el hombre que se sacrifica por su comunidad y
encuentra en ello su más grande libertad. Naturalmente, esto es muy difícil de
entender dentro de la ecúmene liberal imperante de ayer y de hoy. ¿Cómo
explicarle a una persona de 20 años de edad lo que esto significa? "¡Tiranía,
fascismo!" gritará. Seguramente Platón era fascista (e Inglaterra ha ganado su
lucha).
Inglaterra ha liquidado todo esto. Como un pulpo se ha cernido sobre los
pueblos mediante su utilitarista diplomacia y ha barrido toda precondición
histórica de que los pueblos desarrollen su propio nacionalismo, su propio
prusianismo, no sólo en la chance de desarrollar sus economías no-subsidiarias
del taller industrial sajón, sino en la sujeción psicológica de los pueblos
mediante el poder del dinero. Todo eso es el cipayismo, la permanente
seducción de pueblos jóvenes por la técnica y la habilidad fabril hecha
mercancía que cautiva con sus ambrosías el estilo de vida de la periferia.
En nuestro caso, se trata de la tragedia del federalismo continental trunco. En
nuestro caso, es lo fallido de no poder llegar a una síntesis superadora entre
la hispanidad (nuestro prusianismo) y las culturas precolombinas. Es el fracaso
en no poder forjar nuestra inter-cultura por medio de la Gran Política.
Recordemos que el color de cierto partido local -que se hace llamar el "Partido
que hizo la patria"- es fruto de dar vuelta los ponchos de fabricación inglesa
durante la batalla de Carpintería, cuyos forros internos eran colorados, para
distinguirse de la divisa celeste desteñida en blanca. Vaya cinismo del destino.
Inglaterra -dice Spengler- domina el estilo de vida de los hombres mediante
el poder del dinero. En otra literatura, a eso se le denomina "imperialismo".
Pero Spengler va más allá de los usuales planteos marxistas. Spengler nos
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permite comprender el socialismo de otra manera: algo que hunde sus raíces en
un ethos colectivo, y no en ficciones y falacias teóricas que parten de ser
engendradas en molde inglés, como es el caso de Marx. El problema de Marx,
dice Spengler, es que era un "inglés por vocación". ¡Y cómo no iba a serlo, si
para Marx el cenit de los tiempos partía desde Inglaterra como modelo y
estrella guía del destino mundial!
A esto no lo afirma sólo un Spengler: Karl Polanyi ha demostrado de forma
brillante cómo marxistas y liberales conciben la realidad de igual modo en
encrucijadas históricas vitales, cometiendo los mismos errores y partiendo de
similares supuestos. Marx nunca venció a Ricardo. Frente al ethos arraigado de
los pueblos, el marxismo es mera literatura, dirá Spengler.
Inglaterra ha instituido al burgués como prototipo de subjetividad universal. Es
el triunfo del poder del dinero que se extiende en el siglo XIX como un poder
mundial amorfo, trágico y abyecto. Es la victoria del personalismo moderno y
del individualismo por encima de todo prusianismo, de todo sentido de
comunidad, y en esto, ha traicionado a su tradición autóctona. Y si lo ha hecho,
es porque ha sido cooptada por figuras y sujetos foráneos que dudosamente
pertenezcan al tronco indoeuropeo, o cuyo linaje se confunde con las lejanas
brumas de Jazaria.
Lo que los ingleses bajo esta influencia han oficiado es la disolución de las
comunidades orgánicas ya existentes, o la posibilidad de que otras puedan
surgir. Es la dictadura mundial del capital financiero especulativo y usurario, y
el demoliberalismo la chance de proseguir la cultura de la oligarquía del dinero
por otros medios. Ganar elecciones equivale a poder financiar el personalismo
propio. En otras palabras: el triunfo de este modelo es el desarraigo de los otros
pueblos. Dice Polanyi:
"La separación del trabajo de otras actividades [costumbres] de la vida y su
sometimiento a las leyes del mercado equivalió a un aniquilamiento de todas las formas
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orgánicas de la existencia y su sustitución por un tipo de organización diferente,
atomizado e individualista". (2003, p. 222).
Inglaterra ha barrido las comunidades y sus lazos orgánicos porque ha
reemplazado tales comunidades por territorios poblados por mera asociación
de individuos portadores del subjetivismo individual moderno (la atomización
de la que nos habla Polanyi). Tal subjetivismo -nacido en Inglaterra- es la
negación de todo "nosotros", tal como lo conocía el hombre libre en su
comunidad libre.
En el orden moderno, no existen ni hombres libres ni comunidades libres.
Desde hace más de siglo y medio, asistimos a eso que Ortega y Gasset llamaba
"hombre masa": un ser vaciado de historia, de tradición, una criatura fruto de la
nivelación moderna que ejerce el poder público por momentos a la vez que es
dirigida, y que se maneja con ideas ya fabricadas pero carece de la capacidad
de idear.
Modernidad del progreso y decadencia de la vida anímica de las comunidades:
dos caras de la misma moneda, de la que se promueve sólo una: "avanzar hacia
adelante", la seducción de la vanguardia como merchandising ideológico.
En el academicismo suele entenderse que la "nación" es algo que comienza a
existir sólo cuando surge el estado moderno del siglo XIX. Craso error: no
pueden entender que al llegar a esa pseudo-evidencia ya se parte de un
paradigma hegemónico elevado al estatuto de lo natural...y todo resulta ser
visto como una simple urdimbre de relaciones de producción.
Fuentes:
� Borges, Jorge Luis. "Literaturas germánicas medievales". Ed. Emecé. Bs. As.,
1996.
� Duby, Georges. "Guerreros y campesinos". Ed. Siglo XXI. Madrid, 1999.
� Foucault, Michel. "Defender la sociedad". Ed. FCE. Bs. As., 2000.
� Hegel, Georg F. "Filosofía de la Historia". Ed. Claridad. Bs. As., 2005.
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� Kant, Immanuel. "Antropología". Ed. Alianza. Madrid, 2004.
� Nietzsche, Friedrich. "Fragmentos póstumos sobre política". Ed. Trotta. Madrid,
2004.
� Ortega y Gasset, José. "La rebelión de las masas". Ed. Planeta-Agostini. Bs. As.,
1993.
� Pipes, Richard. 'Property and Freedom'. Vintage Books. New York, 2000.
� Polanyi, Karl. "La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de
nuestro tiempo.". Ed. FCE. México, 2003.
� Service, Robert. "Camaradas. Breve historia del comunismo". Ediciones B.
Barcelona, 2009.
� Spengler, Oswald. "Prusianismo y socialismo". Ed. Struhart. Bs. As., 1984.
� Tenbrock, Hermann. "Historia de Alemania". Ed. Hüber-Schöningh. Paderborn,
1968.
� Toynbee, Arnold. "Estudio de la historia". (Vol. 1). Ed. Altaya. Barcelona, 1994.