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EL PADRE DEL PSICOANALISIS HABlA CUMPLIDO 70 AÑOS CUANDO CONCE· DIO ESTE REPORTAJE. UNA OPERACION RECIENTE LO OBLIGABA A HABLAR CON LA AYUDA DE UNA MANDIBULA MECANICA. AUN ASI, REFLEXIONO EXTEN- AMENTE SOBRE SUS TEORIAS -QUE SUMABAN SEGUIDORES Y DETRACTO· REs- Y SOBRE TEMAS COMO EL SEXO, LA MUERTE Y EL SUICIDIO. ESTA NOTA ES LA TERCERA DE LA SERIE "LAS GRANDES ENTREVISTAS DE LA HISTORIA", QUE ACABA DE EDITAR EL PAIS·AGUILAR, Y QUE VIVA PUBLICA EN EXCWSIVA. LA TRASTIENDA DE LA ENTREVISTA El que además buscaba como interlocu- escritor y periodista estadounidense tores a las celebridades de 8U época. George Sylvester Viereck se deflnfa a En su libro Reflejos de los grandes, que sf mismo como un "entrevistador de publicó en 1930, reprodujo sus entre· lujo". Aunque su estilo a veces era poco vistas a personalidades como George lnc::isi\0 y hasta complaciente, sus repor- Bemard Shaw, Albert Einstein, Henry tajes no sólo se publicaron en algunos Ford, Benito Musaolinl y Si§nund Freud. de los medios de mayor circulación de Esta última es la que se reproduce aqui, la primera mitad de este siglo (las publi- y que, por momentos, se transforma en caciones de Hearst y revistas corno The una sesión de terapia... con el funda· Saturday Evenlng Post y Uberty), sino dor del pslcoanállsla, nada 11'181101. is setenta años me han enseñado a aceptar 1 vida con j ubilosa humildad. Quien así habla es el pro- fesor Sigmund Freud , el gran explorador austríaco de la s profundidades del alma. Como el héroe de la tragedia griega, cuyo nombre está tan íntimamente vincu- lado con un principio fundamental del psi- coanálisis, Freud se ha enfrentado temera- rj amente a la Esfinge. Al igual que E po, resolvió el acertijo que aquélla le planteaba. Al menos no existe otro mortal que, como Freud, haya estado tan cerca de dar con una explicación para el insondable misterio del comportamiento humano. Freud representa para la psicología lo que Gahleo representó para la astronomía. Es el Cristóbal Colón del subconsciente. Abrió nuevas perspectivas y sondeó nuevas profundidades. Transformó la relación en- tre todas las cosas de la vida al descif rar el significado oculto de los mensajes inscri- tos en las páginas del inconsciente. Nuestra conversación tuvo lugar en la residencia de verano de Freud en Sem - mering, en los Alpes austríacos, donde adora reunirse la crema de la sociedad vienesa. La vez anterior había visitado al padre del psicoanálisis en su sencilla casa de la capi- tal austríaca. Los pocos años transcurridos desde mi última entrevista habían multipli- cado las arrugas de su frente y habían inten- sificado su académica palidez. Tenía el ros-

Freud 1926

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FREUD HABlA CUMPLIDO 70 AÑOS CUANDO CONCEDIO ESTE REPORTAJE. UNA OPERACION RECIENTE LO OBLIGABA A HABLAR CON LA AYUDA DE UNA MANDIBULA MECANICA. AUN ASI, REFLEXIONO EXTENAMENTE SOBRE SUS TEORIAS -QUE SUMABAN SEGUIDORES Y DETRACTORES Y SOBRE TEMAS COMO EL SEXO, LA MUERTE Y EL SUICIDIO.

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EL PADRE DEL PSICOANALISIS HABlA CUMPLIDO 70 AÑOS CUANDO CONCE·

DIO ESTE REPORTAJE. UNA OPERACION RECIENTE LO OBLIGABA A HABLAR

CON LA AYUDA DE UNA MANDIBULA MECANICA. AUN ASI, REFLEXIONO EXTEN-

AMENTE SOBRE SUS TEORIAS -QUE SUMABAN SEGUIDORES Y DETRACTO·

REs- Y SOBRE TEMAS COMO EL SEXO, LA MUERTE Y EL SUICIDIO. ESTA NOTA

ES LA TERCERA DE LA SERIE "LAS GRANDES ENTREVISTAS DE LA HISTORIA",

QUE ACABA DE EDITAR EL PAIS·AGUILAR, Y QUE VIVA PUBLICA EN EXCWSIVA.

LA TRASTIENDA DE LA ENTREVISTA El que además buscaba como interlocu-

escritor y periodista estadounidense tores a las celebridades de 8U época.

George Sylvester Viereck se deflnfa a En su libro Reflejos de los grandes, que

sf mismo como un "entrevistador de publicó en 1930, reprodujo sus entre·

lujo". Aunque su estilo a veces era poco vistas a personalidades como George

lnc::isi\0 y hasta complaciente, sus repor- Bemard Shaw, Albert Einstein, Henry

tajes no sólo se publicaron en algunos Ford, Benito Musaolinl y Si§nund Freud.

de los medios de mayor circulación de Esta última es la que se reproduce aqui,

la primera mitad de este siglo (las publi- y que, por momentos, se transforma en

caciones de Hearst y revistas corno The una sesión de terapia ... con el funda·

Saturday Evenlng Post y Uberty), sino dor del pslcoanállsla, nada 11'181101.

is setenta años me han enseñado a aceptar 1 vida con jubilosa humildad.

Quien así habla es el pro­fesor Sigmund Freud, el gran explorador austríaco de las profundidades del

alma. Como el héroe de la tragedia griega, cuyo nombre está tan íntimamente vincu­lado con un principio fundamental del psi­coanálisis, Freud se ha enfrentado temera­rjamente a la Esfinge. Al igual que E po, resolvió el acertijo que aquélla le planteaba. Al menos no existe otro mortal que, como Freud, haya estado tan cerca de dar con una explicación para el insondable misterio del comportamiento humano.

Freud representa para la psicología lo que Gahleo representó para la astronomía. Es el Cristóbal Colón del subconsciente. Abrió nuevas perspectivas y sondeó nuevas profundidades. Transformó la relación en­tre todas las cosas de la vida al descifrar el significado oculto de los mensajes inscri­tos en las páginas del inconsciente.

Nuestra conversación tuvo lugar en la residencia de verano de Freud en Sem­mering, en los Alpes austríacos, donde adora reunirse la crema de la sociedad vienesa.

La vez anterior había visitado al padre del psicoanálisis en su sencilla casa de la capi­tal austríaca. Los pocos años transcurridos desde mi última entrevista habían multipli­cado las arrugas de su frente y habían inten­sificado su académica palidez. Tenía el ros-

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grandes entrevistas

tro contraído, como si estuviera sufriendo. Su mente permanecía·alerta y su espíritu intacto. su cortesía seguía siendo tan impe­cable como siempre, pero me alarmó una pequeña dificultad que mostraba al hablar.

. Al parecer, había tenido que someterse a una intervención quirúrgica a causa d~ una afección maligna de la manchbula supe­rior. Desde la operación, Freud lleva implan­tado un artilugio mecánico para facilitar 'la articulación. En sí mismo, no. se trata de un inconveniente mayor que llevar unas gafas. El artefacto metálico azora más a Freud que a sus visitantes. En cuanto trans­curre un rato de conversación se olvida uno de él. Cuando tiene un buen día, no se nota su presencia en absoluto, pero para Freud es un motivo de irritación constante.

-Detesto esta· manchbula mecánica. La lucha con el mecanismo me hace malgas­tar una energía preciosa. Con todo, prefiero una mandíbula mecánica a no tener nin­guna. Aún·sigo prefiriendo la superviven-

He disfrutado de muchas cosas: de la cama­radería de mi esposa, de mis hijos, de las puestas de sol-continúa el magistral explo­rador del cerebro humano-. Veo cómb cre­cen las plantas en primavera. J?e vez· en cuando tengo la satisfacción de estrechar una mano amiga. En un par de ocasiones he dado con un ser humano que casi llegaba a comprenderme. ¿Qué más se puede pedir? • Ha .alcanzado la fama -le respondí-. Su trabajo ha influido en la literatura de todos los países. El hombre se ve a sí mismo y contempla la vida con otros ojos gracias a usted. Y con motivo de su septuagésimo cumpleaños, el mundo se ha unido para tri­butarle un homenaje, ¡a excepción de su propia universidad!

-Si la Universidad de Viena me hubiese ofreá do su ~econocirniento, sólo habría con­seguido avergonzarme. No existe razón al­guna por la que deban otorgárnoslo a mí o a mi doctrina sólo porque cumpla setenta años. No doy una importancia desmedida a los

•Paseábamos arriba y abajo por un pe­queño sendero del empinado jardín de su casa. Freud acarició con ternura tm arbusto en floración con sus delicadas ma.nos.

-Me interesa mucho más esta planta que nada de lo que pueda suceder cuando yo es­té muerto. • ¿Le gustaría rew-esar bajo alguna forma, renacer del polvo? En otras palabras, ¿no aspira a la inmortalidad?

-Sinceramente, no. Cuando uno percibe el egoísmo que subyace a toda conducta humana n~ siente el menor deseo de renacer. la vida, aun moviéndose en círculo, seguiría siendo la misma. Lo que es más, incluso suponiendo que la eterna recurren­da de las cosas, como diría Nietzsche, nos revistiera de nuevo co.n nuestro envoltorio mortal, ¿de qué nos serviría sin el reéuerdo? No existiría vínculo alguno entre el pasado y el futuro. Por lo que á mí respecta, me satisface saber que la eterna molestia de vivir llega finalmente a término. Nuestra vida se

"_Mi idioma es el alemán. Mi cultura, mis logros, son alemanes. Intelectualmente, me consi­

deré alemán. ha·sta que percibí que los prejuicios antisemitas iban en aumento en Alemania y -Austria. A partir de entoncé·s dejé de considerarme alemán. Prefiero definirme como judío."

cia a la extinción. Puede que, al ir hacién­donos la vida imposible según envejece­mos, los dioses estén mostrándose com­pasivos con nosotros. Al final, la muerte párece menos intolerable que las múltiples cargas que soportamos.

Freud se niega a admitir que el. destino lo trate con especial encono.

-¿Por qué habría' de esperar un trato es¡)e­dal? -dice pausadamente-. La vejez, con sus evidentes incomodi~ades, nos llega a todos. Golpea a un hombre aquí y a otro allá. _No me rebelo contra el o~den universal. Des­puésdetoqo , hevijQdosetentaaño~

' Siempre he teiJ.ido suficiente para comer.

núm~ros. la fama nos llega tras la m~rte

y, francamente, lo que ocurra después de la mía no rpe preocliPa: No aspi;;a,Tagloria póstuma. Mi modestia no es ninguna virtud • ¿No significa nada para usted que su nom­bre lo sobreviva?

-Nada en absoluto, aun en el caso de que así ocurriese, algo de lo que yo nó estoy .tan seguro. Me interesa más el futuro de mis hijos. Espero que su vida no sea tan dura. Yo no puedo hacérsela más llevadera. La guerra prácticamente acabó con mi modesta fortuna. Por suerte, la vejez no es una carga demasiado pesada. ¡Puedo seguir adelante! Aún me proporciona placer mi trabajo.

compone, necesariamente, de una serie de compromisos. Es una lucha sin fin enqe el ego y su entorno. El deseo de prolongar la vida más allá de lo natural me parece tremen~ente absurdo. No hay razón para que dese¡:;mos vivir más tiempo, pero son muchos lo~ motivos para que queramos hacerlo con la menor cantidad posible de incomodidades. Yo soy razonablemente feliz, porque agradezco la ausencia de dolor, y dis­fruto de los pequeños placeres de la vida, de la presencia de mis hijos y de mis flores. • Bernard Shaw sostiene que la vida. es de­masiado breve. Piensa que el hombre puede prolongar su existencia, si así lo desea, orlen-

-...

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tando el poder de su voluntad haáa las fuer­

zas de la evolución. -Es posible -replicó Freud- que la pro­

pia muerte no sea una necesidad biológica. Tal vez muramos porque deseamos hacerlo. Del mismo modo que en nuestro interior conviven simultáneamente~~ por una persona, toda vida combina el deseo ~ supe!Yiwucia collJ.lll ambivalente deseo de aniquilación. eseo de muerte 1 de VI a moran uno junto al otro ~estro in-

,teri~ La muerte es la pareja natural del amor. Juntos gobiernan el mundo. Ese es el mensaje que transmite mi libro Más allá del principio del placer. En sus orígenes el psicoanálisis asumía que el amor.era lo más importante. En la actualidad sabemos que la muerte es igualmente importante. A nivel biológico, cada ser vivo, por intensa­mente que arda en él el fuego de la vida, tiende al nirvana, anhela que la fiebre llama­da vida llegue a su fin, volver al seno de Abra­ham. ¡Tal deseo puede disfrazarse mediante circunloquios pero, finalmente, el destino último de la vida es su propia extinción! • Esa es una filosofía autodestructiva --ex­clamé yo--. Justifica la autoinmolación. Por

lógica, llevaría al suicidio global visualizado por Eduard von Hartrnann.

-La humanidad no se decide por el sui­cidio porque su propia naturaleza aborrece el camino directo hacia su objetivo. La vida debe completar su ciclo existencial. En todo ser normal, el deseo de vivir es lo suficien­temente intenso como para contrarrestar el deseo de morir, aunque, en última ins­tancia, este último acaba siendo el más pode­roso. Podemos jugar con la sugerente idea de que la muerte nos alcanza porque la deseamos. Tal vez pudiésemos vencer a la muerte de no ser por el aliado con el que cuenta dentro de nosotros mismos. En ese sentido, podríamos decir justificadamente que toda muerte es un suicidio encubierto.

Empezó a refrescar en el jardín, así que continuamos nuestra conversación en el estu-

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dio. Sobre el escritorio había una pila de ma­nuscritos con la pulcra caligrafia de Freud. • ¿En qué está trabajando?

-Escribo una defensa del psicoanálisis lego, el psicoanálisis tal y como lo practican los profanos. Se pretende ilegalizar la prác­tica de cualquier tipo de análisis por parte de personas que no sean médicos en ejercicio. La historia, esa vieja plagiaria, se repite a sí

misma siempre que hay un descubrimiento. Inicialmente, los doctores se oponen deno­dadamente a toda verdad nueva; inmediata­mente después intentan monopolizar la.

• ¿Ha recibido mucho apoyo por parte de los legos en esta materia?

son ro ·cina.

• ¿Sigue usted ejerciendo? -Por supuesto. Ahora tengo entre manos

un caso complejo. Intento desentrañar los conflictos psíquicos de un nuevo paciente

muy interesante. En ese momento apareció Arma Freud

acompañada por su paciente, un muchacho de once años. El niño parecía perfectamente feliz, ajeno por completo a que existiera algún conflicto o confusión en su personalidad.

-Mi hija también es psicoanalista.

• ¿Se ha analizado usted alguna vez, profe­sor Freud?

-Desde luego. El psicoanalista debe ana­lizarse constantemente. Analizándonos a nosotros mismos aumentamos nuestra ca­pacidad para analizar a otros. El psicoanalista

es como el chivG expiatorio de los hebreos. Los demás depositan en él sus pecados. Ha de ejercitar su arte a fondo para desembara­zarse de las cargas que se le imponen. • Siempre he creído que el psicoanálisis necesariam ente induce en quienes lo prac· tican el espíritu de la caridad cristiana. No hay nada en la experiencia humana que el

psicoanálisis no nos ayude a comprender. "Tout comprendre c'est tout pardonner" ("Comprenderlo todo es perdonarlo todo").

-En absoluto -exclamó Freud, y sus ras­gos adquirieron la expresión de feroz seve­

ridad de un profeta hebreo-. Comprenderlo todo no es perdonarlo todo. El psicoanáli­sis no sólo nos enseña qué podemos tole­rar, sino también qué debemos rehuir. Tole­

rar el mal no es en absoluto un corolario del conocimiento.

De repente entendí por qué Freud había tenido tan amargos enfrentamientos con aquellos de su s seguidores que le habían hecho a un lado, los que no podían perdo­narle que hubiera abandonado la recta senda

de la ortodoxia psicoanalítica. Su noción de la rectitud es la herencia de sus antecesores. Es una herencia de la que se siente orgulloso,

al igual que se siente orgulloso de su raza. -Mi idioma es el alemán -me explicó-.

Mi cultura, mis logros, son alemanes. Inte­lectualmente, me consideré alemán hasta

que percibí que los prejuicios antisemitas iban en aumento en Alemania y Austria. A partir de entonces dejé de considerarme ale­mán. Prefiero definirme como judío.

De alguna manera, me sentí defraudado por su observación. A mi modo de ver, el espíritu de Freud debía volar más alto, por encima de cualquier prejuicio racial, y debía permanecer al margen de todo ren­

cor personal. No obstante, su indignación, su justa cólera, lo hacían humanamente

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"La muert es la pareja n tur 1 del amor. Juntos obiernan el mun o. se s el mensa·e ue

tr nsmite mi libro 's allá d 1 principio del pi cer. En sus orígene el psico nálisis asumía qu el amor era lo más important . En la actualid d ab mos que·la muerte es igu lmente importante.''

mucho más atractivo. ¡Aquiles habría si­do insoportable de no ser por su talón! • Me agrada descubrir, Herr Professor, que también usted tiene sus complejos; que también a usted lo traiciona su mortalidad.

-Nuestros complejos - replicó Freud­son la causa de nuestra debilidad; pero a menudo también lo son de nuestra fortaleza. • Me pregunto cuáles serán mis complejos ...

-Un análisis serio lleva al menos un año. Puede requerir incluso dos o tres. Usted está dedicando gran parte de su vida a la caza del león. Año tras año ha seguido la pista a

las figuras más destacadas de su generación, hombres invariablemente más viejos que usted: Roosevelt, el Káiser, Hindenburg, Briand, Foch, Joffre, George Brandes, Ger­hart Hauptrnann y George Bemard Shaw. • Es parte de mi trabajo -repliqué.

-Pero también representa una elección. El gran hombre es un símbolo. Su búsqueda es la búsqueda de su corazón. Escoge a gran· des hombres para ocupar el lugar del padre. Es parte de su complejo paterno.

N egué con vehemencia el dictamen de Freud. A pesar de ello, tras reflexionar al

respecto, llegué a la conclusión de que podía haber algo de verdad en su sugerencia, lo cual yo ni siquiera había sospechado has­ta entonces. Tal vez fuera precisamente ese impulso lo que me había llevado hasta él. • Ojalá pudiera quedarme aquí el tiempo sufi­ciente para atisbar el interior de mi cora· zón a través de sus ojos -dije tras una pau· sa-. Quizá, como la Medusa, moriría de terror al ver mi propia imagen. Sin embargo, temo estar demasiado versado en el campo del psi· coanálisis. Me anticiparla continuamente o intentaría anticiparme a sus intenciones.

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4'Puedo haber cometido muchos errores, pero no me equivoco al considerar predominante el instinto sexual. Como mecanismo de autodefensa, la humanidad intenta n ar su suprema importancia."

-La inteligencia en un paciente no es in­

conveniente. Por el contrario, hay ocasio­nes en que le facilita a uno la tarea. • En ocasiones me pregunto si no seríamos más dichosos sabiendo menos de los pro­cesos que dan forma a nuestros pensa­mientos y emociones. Descubrir que todos

alojamos en el corazón a un salvaje, un cri­minal, una bestia, no nos hace más felices.

-¿Qué tiene en contra de las bestias? Yo

prefiero con mucho la compañía de los ani­

males a la de las personas.

• ¿Porqué? -Porque resultan mucho más sencillos.

No tienen una personalidad dividida; no su­fren la desintegración del ego que surge del intento del hombre de adaptarse a unos cá­nones de civilización demasiado enalteci­

dos para sus mecanismos intelectuales y psíquicos. Un salvaje puede cortamos la ca-

beza, devoramos, torturamos, pero nos aho­rrará los pequeños y continuos aguijona­zos que a veces hacen que la vida en una comunidad civilizada resulte casi intolera­ble. Los hábitos e idiosincrasias más desa­gradables del hombre, su falsedad, su cobar­día, su falta de respeto, son engendros de una adaptación incompleta a una civiliza­ción compleja. Son el resultado del conflicto entre nuestros instintos y nuestra cultura.

• Usted, profesor, considera que la existencia es demasiado compleja. Pero a mi modo de ver es usted responsable, al menos en parte, de las complicaciones de la civilización

moderna. El psicoanálisis ha convertido la vida en un com plicado rompecabezas.

-En absoluto -contestó Freud-. El psi­coanálisis simplifica la vida. Tras analizar­nos, logramos una nueva síntesis. El psi­

coanálisis reorganiza el laberinto de impul­sos dispersos e intenta bobinarlos en lama­deja a la que pertenecen. O, por cambiar de metáfora, proporciona el hilo que permite

al hombre salir del laberinto de su propio inconsciente. • Aun así, superficialmente al menos, la vi­da nunca había sido tan complicada. Día tras día, nuevas ideas lanzadas por usted o sus discípulos hacen más desconcertante y contradictorio el problema de la conducta humana.

-El psicoanálisis, al menos, no ha cerrado

nunca sus puertas a ninguna verdad nueva -atajó. • Algunos de sus alumnos, más ortodoxos que usted, se aferran a todo pronuncia­miento emanado de usted.

-La vida cambia y el psicoanálisis tam­bién -observó Freud-. Estamos en los albo­res de una nueva ciencia. • Tengo la impresión de que la estructura científica que usted ha erigido es altamente elaborada. Sus elementos fijos (la teoría de la "sustitución", de la "sexualidad infantil",

la "simbología de los sueños", etcétera) pare­cen inamovibles.

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grandes entrevistas

••Los estadounidenses fueron los primeros en reconocerme, pero han hecho pocos aportes originales al estudio del psicoanálisis. Son agudos generalizadores, pero rara vez son pensadores creativos."

-Con todo, repito , esto es sólo el co­mienzo. No soy más que un principiante. He tenido éxito en lo que se refiere a desen­terrar monumentos hundidos en el sus­

trato de la mente, pero donde yo he encon­trado unos pocos templos otros pueden

descubrir un continente.

• ¿Sigue poniendo el máximo énfasis en el sexo?

-Le responderé con las palabras del gran

poeta Walt Whitrnan: "Todo nos faltaría si nos faltara el sexo". No obstante, ya le he

explicado que en la actualidad concedo prác­ticamente la misma importancia a lo que reside "más allá" del placer: la muerte, la

negación de la vida. El deseo explica por qué algunos hombres aman el dolor: ¡es un paso hacia la aniquilación! • Como a usted -señalé-, a Shaw no le gus­taría vivir eternamente, pero a diferencia de

usted, opina que el sexo carece de interés. -Shaw no entiende el sexo -respondió

Freud sonriendo-. No tiene ni la más re­mota idea de lo que es el amor. En ninguna

de sus obras hay una genuina relación amo­rosa. Yo puedo haber cometido muchos errores, pero estoy completamente seguro de que no me equivoco al considerar pre­dominante el instinto sexual. Dado que se trata de un instinto tan poderoso, choca con especial frecuencia con las convenciones y salvaguardias de la civilización. Como mecanismo de autodefensa, la humanidad

intenta negar su suprema importancia. Ana­lice cualquier emoción humana, no importa

lo alejada que parezca estar de la esfera del sexo, y con seguridad descubrirá en algún lado el impulso primario, al que la

vida misma debe su perpetuación. • Sin duda, ha conseguido usted imponer su punto de vista a todos los escritores mo­dernos. El psicoanálisis ha aportado una nueva intensidad a 1 ·

-También ha recibido mucho de la lite--ratura y la fliosofia. Nietzsche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente hasta qué punto su intuición se anticipó a nuestros descubrimientos. Nadie más ha sido tan profundamente consciente de la dualidad de las motivaciones de la conducta

humana y de la prevalencia del principio

del lacer a esar de constantes es. • Puede que se discuta más ampliamente el psicoanálisis en Estados Unidos que en Aus­tria y Alemania, pero su influencia en la lite­

ratura es irunensa: Es dificil abrir una nueva novela sin encontrar alguna referencia al psicoanálisis. ·

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grandes entrevistas

-Lo sé -replicó Freud-. Le agradezco el cumplido, pero me asusta mi popularidad en Estados Unidos..Jll._interés estadouni.;_ dense en el psicoanálisis no profundiza lo bastante. La popularización conduce a una aceptaaori superficial sin mediar una inves­

tigación seria. La gente no hace más que repetir frases que aprende en el teatro o la prensa. ¡Creen comprender el psicoanáli­sis porque pueden hacerse eco de su jerga

como si fueran loros! Prefiero el estudio, más intenso, que se hace del psicoanálisis en los centros europeos. Sin embargo, Esta­dos U nidos fue el primer país en recono­cerme oficialmente. La Clark University me

concedió un título honorífico cuando aún sufría el ostracismo en Europa. Pero los

estadounidenses han hecho pocas aporta­ciones originales al estudio del psicoanáli-

Freud

"El psicoanalista debe analizarse constantemente. Así aumen­

ta su capacidad para analizar a otros. Ha de ejercitar su arte a

fondo para desembarazarse de las cargas que se le imponen."

sis. Son agudos generalizadores, pero rara vez son pensadores creativos. Lo que es más, la profesión médica estadounidense, al igual que la austríaca, intenta apropiarse de este campo. Puede resultar fatal para el desa­rrollo del psicoanálisis dejarlo exclusiva­mente en manos de los médicos.

¡Freud tiene que decir la verdad, al pre­

cio que sea! Es incapaz de adular a los esta­dounidenses, aunque entre ellos es donde cuenta con más admiradores. Ni siquiera a estas alturas es capaz de hacer una pro­puesta de paz a la profesión médica, que

aun ahora lo acepta de mala gana. Se había hecho de noche. Freud, acom­

pañado de su esposa y su hija, bajó los esca­lones que llevaban de su refugio de mon­taña a la calle para despedirme. Su figura

tenía un aspecto gris y apagado. -No me haga parecer un pesimista -me

pidió, tras estrecharme la mano-. No des­precio al mundo. Mostrar desprecio por el

mundo es sólo una forma más de adularlo para obtener reconocimiento y fama. No, no soy un pesimista, no mientras tenga a

mis hijos, mi esposa y mis flores •