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Esa Visible Oscuridad William Styron

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En el verano de 1985, William Styron se vio afectado por persistentes insomnios y unainquietante sensación de malestar, primeros signos de una depresión profunda que abismaríasu vida y lo llevaría al borde mismo del suicidio. En Esa visible oscuridad se describe sudevastadora caída en la crisis depresiva, conduciéndonos en un viaje sin precedentes a losdominios de la locura. Es un retrato íntimo de la agonía por la que hubo de pasar Styron entan dura prueba, así como un análisis profundo de una enfermedad que afecta a millones deseres pero que aún sigue siendo ampliamente incomprendida. Escrito con la clara ycautivadora prosa de Styron, este impresionante testimonio es una exploración audaz de latenebrosa realidad de la depresión, una interpretación edificante y constructiva

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  • En el verano de 1985, William Styron se vio afectado por persistentes insomnios y unainquietante sensacin de malestar, primeros signos de una depresin profunda que abismarasu vida y lo llevara al borde mismo del suicidio. En Esa visible oscuridad se describe sudevastadora cada en la crisis depresiva, conducindonos en un viaje sin precedentes a losdominios de la locura. Es un retrato ntimo de la agona por la que hubo de pasar Styron entan dura prueba, as como un anlisis profundo de una enfermedad que afecta a millones deseres pero que an sigue siendo ampliamente incomprendida. Escrito con la clara ycautivadora prosa de Styron, este impresionante testimonio es una exploracin audaz de latenebrosa realidad de la depresin, una interpretacin edificante y constructiva.

  • William Styron

    Esa visible oscuridadMemoria de la locura

    ePub r1.0IbnKhaldun 01.11.14

  • Ttulo original: Darkness Visible. A Memoir of MadnessWilliam Styron, 1990Traduccin: Salustiano Mas

    Editor digital: IbnKhaldunePub base r1.2

  • A Rose

  • Nota del autor

    Este libro se inici en forma de una conferencia pronunciada en Baltimore, en mayo de 1989, en unsimposio sobre desrdenes afectivos patrocinado por el Departamento de Psiquiatra de la Facultad deMedicina de la Universidad Johns Hopkins. Considerablemente ampliado, el texto de dichaconferencia se convertira luego en un ensayo publicado por Vanity Fair en diciembre de ese mismoao. En principio me haba propuesto comenzar con el relato de un viaje que hice a Pars: viaje steque tuvo especial significacin para m en lo referente a la enfermedad depresiva que haba sufrido.Pero pese al espacio excepcionalmente amplio que la revista puso a mi disposicin, haba un lmiteinevitable, y tuve que descartar esa parte en favor de otros asuntos de que quera ocuparme. En lapresente versin, dicha seccin ha sido restituida en su lugar correspondiente, al principio del relato.Salvo unos cuantos cambios y adiciones de relativamente poca importancia, el texto restante semantiene como en su da sali a la luz.

  • Pues me sucede lo que ms temay lo que recelaba me aconteceNo viva en resguardo, ni omitamis preces, ni me daba descanso;y sin embargo vnome afliccin.

    JOB

  • FI

    ue en Pars, en una fra anochecida de finales de octubre de 1985, cuando por vez primera tuveconciencia plena de que la lucha contra el desorden de mi mente lucha en la que llevaba yaempeado varios meses poda tener un desenlace fatal. Lleg el momento de la revelacin

    cuando el automvil en que viajaba tom por una calle lustrosa de lluvia, no lejos de los CamposElseos, y se desliz junto a un rtulo de nen de desvado resplandor que anunciaba HTELWASHINGTON. Haca casi treinta y cinco aos que no vea ese hotel, desde la primavera de 1952,cuando durante varias noches se convirti en mi primer dormitorio parisiense. En los meses inicialesde mi Wanderjahr, haba bajado a Pars en tren desde Copenhague, y vine a parar al Hotel Washingtonpor obra de un agente de viajes neoyorquino. Por aquellas fechas el hotel era una de las muchashospederas hmedas y feas destinadas a turistas, principalmente norteamericanos de recursos muymodestos, quienes, si eran como yo tropezando, nerviosos, por vez primera con el francs y susextravagancias siempre recordaran cmo el extico bid, slidamente emplazado en el grisceodormitorio, junto con el cuarto de aseo, all en el extremo del mal alumbrado pasillo, definanvirtualmente la sima que separa las culturas gala y anglosajona. Pero slo permanec en el Washingtonpoco tiempo. Al cabo de unos das me sacaron de all unos jvenes americanos con los que habahecho amistad recientemente y me acomodaron en un hotel todava ms astroso, pero con ms color,sito en Montparnasse, no muy lejos de Le Dme y otras querencias convencionalmente literarias.(All por mis veintitantos aos, acababa yo de publicar una primera novela y era una celebridad,aunque de muy baja estofa, pues pocos de entre los americanos que haba en Pars tenan noticia de milibro, no hablemos ya de que lo hubieran ledo.) Y con el paso de los aos el Htel Washington sehaba ido borrando poco a poco de mi conciencia.

    Reapareci, sin embargo, aquella noche de octubre cuando pasaba frente a la fachada de piedragris envuelto en una llovizna, y la memoria de mi llegada tantos aos atrs inici su retorno como unariada incontenible hacindome sentir que haba regresado fatalmente al punto de partida. Recuerdohaberme dicho que cuando saliera de Pars para Nueva York a la maana siguiente sera para siempre.Me estremeci la certidumbre con que aceptaba la idea de que no volvera a ver Francia nunca ms,como tampoco recuperara nunca una lucidez que hua de m con celeridad aterradora.

    Tan slo unos das antes haba llegado a la conclusin de que padeca una grave enfermedaddepresiva, y me debata impotente y desamparado en mis esfuerzos por superarla. No me alegraba conla ocasin festiva que me haba llevado a Francia. De las muchas manifestaciones temibles de laenfermedad, tanto fsicas como psicolgicas, el sentimiento de odio de s mismo o para decirlo deforma menos categrica, la ausencia total de autoestima es uno de los sntomas ms universalmenteexperimentados, y yo haba venido padeciendo cada vez ms una sensacin general de inanidad amedida que el mal progresaba. Mi malsana tristeza era, pues, tanto ms irnica dado que haba voladoa Pars en un precipitado viaje de cuatro das con objeto de recoger un premio que debera haberrestaurado mi ego en toda su brillantez. Ese mismo verano me comunicaron que haba sido designadopara recibir el Prix Mondial Cino del Duca, otorgado anualmente a un artista o cientfico cuya obrarefleje temas o principios de un cierto humanismo. El premio se instituy en memoria de Cino delDuca, inmigrante italiano que amas una fortuna en los aos inmediatamente anteriores y posterioresa la segunda guerra mundial imprimiendo y distribuyendo revistas ilustradas baratas, principalmentelibros de historietas, aunque ms tarde ampli sus actividades a publicaciones de calidad; lleg a ser

  • propietario del peridico Paris-Jour. Tambin fue productor de cine, y un destacado poseedor decaballos de carreras a quien cupo el placer de alzarse con muchas victorias en Francia y en elextranjero. Aspirando a satisfacciones culturales ms nobles, vino a ser un filntropo de bastanterenombre, y en esta lnea fund una editorial que empez a sacar a la luz obras de mrito literario (porcierto, mi primera novela, Lie Down in Darkness, fue una de las ofrecidas al pblico por del Duca, entraduccin titulada Un lit de tnbres); para la fecha de su muerte en 1967, esta casa, ditionsMondiales, haba pasado a ser una importante entidad de un imperio mltiple, que era rico y, noobstante, lo bastante prestigioso para que apenas quedara ya recuerdo de sus orgenes como promotorde libros de historietas, cuando la viuda de del Duca, Simone, cre una fundacin cuyo objetivoprincipal era la concesin anual del galardn epnimo.

    El Prix Mondial Cino del Duca ha llegado a merecer sumo respeto en Francia nacin a la quechiflan los premios culturales no slo por su eclecticismo y el buen juicio mostrado en la eleccinde sus receptores, sino por la prodigalidad del premio mismo, que aquel ao ascenda a unos 25.000dlares. Entre los ganadores de este premio en los veinte ltimos aos se cuentan Konrad Lorenz,Alejo Carpentier, Jean Anouilh, Ignazio Silone, Andrei Sajarov, Jorge Luis Borges y unnorteamericano, Lewis Mumford. (Ninguna mujer todava, tomen nota las feministas.) Comonorteamericano, encontraba yo especialmente cruel no sentirme honrado por la inclusin en sucompaa. Aunque el dar y recibir premios suele inducir una malsana erupcin de falsa modestia,maledicencias, autoflagelo y envidias de toda laya y procedencia, mi personal opinin es que algunosgalardones, aunque no necesariamente, pueden resultar muy gratos de recibir. El Prix del Duca fuepara m tan francamente halageo que cualquier autocrtica a fondo pareca estpida, as que aceptagradecido, escribiendo en respuesta que cumplira con el razonable requisito de estar presente en laceremonia. En aquel momento contemplaba la perspectiva de un viaje tranquilo y placentero, no unaapresurada incursin de ida y vuelta. De haber podido prever el estado de mi mente a medida que lafecha de entrega del premio se acercaba, no habra aceptado en modo alguno.

    La depresin es un desorden psquico tan misteriosamente penoso y esquivo en la forma depresentarse al conocimiento del yo del intelecto mediador que llega a bordear lo indescriptible.De este modo permanece casi incomprensible para aquellos que no lo han experimentado en su formaextrema, aunque el abatimiento, la morria, que muchos sufren ocasionalmente y asocian con, labrega general de la existencia cotidiana, son males tan generalizados que pueden dar a muchaspersonas una idea de lo que es la enfermedad en su forma catastrfica. Pero en la poca de la queescribo haba sobrepasado yo con creces esas familiares y manejables cancamurrias. En Pars, puedoapreciarlo ahora, me hallaba en una fase crtica del desarrollo de la enfermedad, situado en un aciagopunto intermedio entre sus prdromos difusos de ese verano y el cuasi-violento desenlace dediciembre, que dio conmigo en el hospital. Ms adelante intentar describir la evolucin de estemorbo, desde sus ms tempranos orgenes hasta mi hospitalizacin y recuperacin, pero el viaje aPars ha conservado un notable significado para m.

    El da de la ceremonia, que iba a celebrarse a medioda seguida por un almuerzo de gala, desperta media maana en mi cuarto del Htel Pont-Royal dicindome que me senta razonablemente bien, ycomuniqu la buena noticia a mi mujer, Rose. Con ayuda del Halcion, un sedante menor, habaconseguido vencer el insomnio y dormir unas horas. As que me encontraba con cierto buen nimo.Pero esta animacin incolora era una ficcin habitual que yo saba significaba muy poco, pues estabaseguro de que volvera a sentirme ttrico antes del anochecer. Haba llegado a un punto en que

  • vigilaba meticulosamente cada fase de mi proceso de deterioro. Mi aceptacin de la enfermedad seprodujo al cabo de varios meses de negativa durante los cuales, al principio, haba atribuido elmalestar y la desazn y los sbitos ataques de ansiedad a mi retirada del alcohol; de golpe y porrazo,en junio, haba dejado el whisky y todos los dems brebajes etlicos. En el curso de empeoramiento demi clima emocional, haba ledo unas cuantas cosas sobre el tema de la depresin, tanto en libros dedivulgacin para profanos como en obras de mayor enjundia para profesionales, entre ellas la biblia delos psiquiatras, DSM (Manual de Diagnstico y Estadstica de la Asociacin PsiquitricaNorteamericana). A lo largo de buena parte de mi vida me he visto impelido, imprudentemente quiz,a convertirme en un autodidacta en medicina, y he acumulado conocimientos de amateur bastante porencima de la media acerca de temas mdicos (a los que muchos de mis amigos, imprudentemente sinduda, han recurrido a menudo); por eso me llen de pasmo el descubrimiento de que me faltaba pocopara ser un lego absoluto respecto a la depresin, que puede constituir un problema mdico tan seriocomo la diabetes o el cncer. Lo ms probable es que, como depresivo incipiente, hubiera rechazado uomitido siempre de un modo subconsciente el saber oportuno; se acercaba demasiado al entresijopsquico, y de aqu que le diera de lado como un aadido inconveniente a mi acopio de informacin.

    De cualquier modo, y aprovechando las escasas horas en que el propio estado depresivoexperimentaba alivios por tiempo suficiente para permitir el lujo de la concentracin, haba yocolmado recientemente este vaco mediante lecturas bastante prolijas, asimilando muchosconocimientos fascinadores e inquietantes, de los que, sin embargo, no poda sacar partido en laprctica. Las ms acreditadas autoridades se enfrentan de plano con el hecho de que la depresin graveno es afeccin que pueda tratarse fcilmente. A diferencia, por ejemplo, de la diabetes, donde laadopcin de medidas inmediatas para recomponer la adaptacin del organismo a la glucosa puedeninvertir de forma espectacular un proceso peligroso y controlarlo, para la depresin en sus fasesmayores no se dispone de ningn remedio al que acudir en seguida. La imposibilidad de hallar alivioes uno de los factores ms angustiosos de dicho desorden tal como se le manifiesta a la vctima ycontribuye a situarlo sin reservas en la categora de las afecciones graves. Salvo en aquellasenfermedades estrictamente catalogadas como malignas o degenerativas, esperamos siempre algunaclase de tratamiento y eventual mejora, por medio de medicamentos, o terapia fsica, o dieta, ointervencin quirrgica, con una progresin lgica desde el inicial alivio de sntomas hasta la curacinfinal. Pero para consternacin suya, el profano que sufre de una depresin grave y echa un vistazo aunos cuantos de los muchos libros que actualmente hay en el mercado encontrar informacinabundante en lo que respecta a teora y sintomatologa y muy poco que sugiera con algn fundamentola posibilidad de un pronto auxilio. Los que pretenden dar a la cosa una solucin fcil son de ndolecharlatanesca y con toda probabilidad fraudulentos. Hay obras decentes y generalmente estimadas quesealan con inteligencia el camino hacia el tratamiento y la curacin, demostrando cmo ciertasterapias psicoterapia o farmacologa, o una combinacin de ambas pueden en realidad restablecerla salud de estos pacientes en todos los casos, salvo los ms persistentes y devastadores; pero los msdoctos y prudentes de tales libros subrayan la cruda verdad de que las depresiones graves nodesaparecen de la noche a la maana. Todo esto pone de relieve una esencial aunque difcil realidadque creo indispensable declarar al comienzo de mi crnica personal: el trastorno llamado depresinsigue constituyendo un enorme misterio. Ha revelado sus secretos a la ciencia de bastante peor ganaque muchos de los dems males importantes que nos acechan. El intenso y, a veces, cmicamenteruidoso sectarismo que existe en la psiquiatra de nuestro tiempo el cisma entre los creyentes en la

  • psicoterapia y los adeptos de la farmacologa se parece mucho a las disputas mdicas del siglodieciocho (sangrar o no sangrar) y casi define en s mismo la inexplicable naturaleza de la depresin yla dificultad de su tratamiento. Como un especialista en este campo me dijo con sinceridad y, estimoyo, con una sorprendente capacidad para la analoga: Si se compara nuestro saber con eldescubrimiento de Amrica por Coln, Amrica est todava por descubrir; nos encontramos an enesa islita de las Bahamas.

    En mis lecturas haba aprendido, por ejemplo, que al menos en un aspecto interesante mi propiocaso era atpico. La mayor parte de los que empiezan a padecer el mal se encuentran abatidos por lamaana, con un efecto tan pernicioso que son incapaces de levantarse de la cama. Se sienten mejornicamente a medida que va pasando el da. Pero mi situacin era todo lo contrario. Mientras quepoda muy bien levantarme y funcionar casi con normalidad durante la primera parte del da,empezaba a experimentar el comienzo de los sntomas mediada la tarde o un poco despus: laoscuridad me invada tumultuosamente, tena un sentimiento de terror y enajenacin, y, sobre todo, desofocante ansiedad. Sospecho que es bsicamente indiferente que sufra uno al mximo por la maanao por la tarde: si estos estados de penossima semiparlisis son anlogos, como probablemente son,cabe suponer que lo de la hora es pura cuestin acadmica. Pero fue, sin duda, la rotacin del habitualinicio diario de los sntomas lo que me permiti aquella maana en Pars acudir sin contratiempo,sintindome ms o menos dueo de m mismo, al palacio gloriosamente ornamentado de la OrillaDerecha donde tiene su sede la Fundacin Cino del Duca. All, en un saln rococ, se me hizo entregasolemne del premio ante una pequea multitud de figuras culturales francesas, y pronunci midiscurso de aceptacin con una dosis de aplomo que a m me pareci pasadera, declarando que aunquedonaba la mayor parte del dinero de mi premio a diversas organizaciones que fomentan las buenasrelaciones francoamericanas, entre ellas el American Hospital de Neuilly, el altruismo tambin tieneun lmite (esto dicho en tono jocoso) y, por tanto, esperaba no se tomase a mal si me quedaba con unapequea cantidad para m mismo.

    Lo que no dije, y no era broma, fue que la cantidad que me reservaba era para pagar dos billetes alda siguiente en el Concorde, a fin de poder regresar rpidamente con Rose a los Estados Unidos,donde pocos das antes haba concertado una cita para ver a un psiquiatra. Por razones que, estoyseguro, tenan que ver con cierta renuencia a aceptar la realidad de que mi mente se estabadeteriorando, haba evitado buscar auxilio psiquitrico durante las pasadas semanas, mientras mitrastorno se intensificaba. Pero saba que no poda demorar la confrontacin indefinidamente, ycuando al cabo establec contacto por telfono con un terapeuta muy recomendado, ste me anim ahacer el viaje a Pars, asegurndome que me vera en cuanto volviese. Necesitaba muchsimo volver, yaprisa. Pese a la evidencia de que me hallaba en un trance muy serio, quera mantener el punto de vistafavorable. Buena parte de la literatura disponible acerca de la depresin es, como ya he dicho, de unjovial optimismo, y no escatima las garantas de que casi todos los estados depresivos se estabilizarno contrarrestarn slo con que se acierte a encontrar el antidepresivo oportuno; el lector, por supuesto,se deja llevar fcilmente por promesas de un pronto remedio. En Pars, incluso mientras formulabamis observaciones, me acuciaba la necesidad de que el da terminara de una vez, senta una urgencia yuna comenzn por realizar el vuelo a Amrica y correr a la consulta del mdico, que barrera mimalestar con sus milagrosas medicaciones. Recuerdo ahora con claridad aquel momento, y apenaspuedo creer que abrigara tan ingenua esperanza, o que pudiera ser tan inconsciente de la perturbaciny el peligro que me aguardaban.

  • Simone del Duca, una mujerona de cabello oscuro con aires de reina, se mostrcomprensiblemente incrdula al principio, y despus indignada, cuando tras la ceremonia de entrega ledije que no poda acompaarla en el almuerzo, en la planta alta de la suntuosa mansin, junto con unadocena o cosa as de miembros de la Acadmie Franaise, que me haban designado para el premio.Mi negativa fue tan categrica como cndida; le dije a bocajarro que, a trueque, haba concertadoalmorzar en un restaurante con mi editora francesa, Franoise Gallimard. Por supuesto que estadecisin por mi parte era afrentosa; a m y a todos los dems interesados se nos haba anunciado conmeses de antelacin la circunstancia de que un banquete y adems, un banquete en mi honorformara parte de la gala del da. Pero mi comportamiento era en realidad consecuencia de laenfermedad, que haba progresado ya lo suficiente para producir algunos de sus ms famosos ysiniestros estigmas: confusin, fallo de enfoque mental y lapsos de memoria. En una fase posterior mimente entera se vera dominada por desconexiones anrquicas; como ya he dicho, haba ahora algoque semejaba una bifurcacin del nimo: cierta lucidez mediocre en las primeras horas del da,ofuscacin creciente por la tarde y noche. Debi de ser durante ese estado de obnubilacin, la noche dela vspera, cuando concert con Franoise Gallimard la fecha del almuerzo, olvidando misobligaciones para con del Duca. Esa decisin se mantuvo duea por completo de mi pensamiento,creando en m una determinacin tan obstinada que fui capaz de infligir ese venial ultraje a lahonorable Simone del Duca. Alors!, exclam dirigindose a m, y su rostro se encendi de enojomientras giraba en una mayesttica volte-face, au re-voir!. Sbitamente me qued sin habla,horrorizado ante lo que haba hecho. Me imagin una mesa a la que estaban sentadas la anfitriona y laAcadmie Franaise, la invitada de honor en La Coupole. Implor a la coadjutora de Madame, unamujer con gafas, clipboard en mano y una expresin lvida y mortificada, que intentara rehabilitarme:todo era una terrible equivocacin, una confusin, un malentendu. Y luego farfull algunas palabrasque toda una vida de equilibrio general y una fatua creencia en la inexpugnabilidad de mi saludpsquica me haban impedido creer que pudiera jams pronunciar; y ahora me dejaba helado el hechode orme decrselas a aquella perfecta desconocida. Estoy enfermo, dije, un problmepsychiatrique.

    Madame del Duca se mostr magnnima al aceptar mis excusas y el almuerzo se desarroll sinms tensiones, aunque no pude librarme del todo de la sospecha, mientras charlbamos un tantoenvarados, de que mi benefactora estaba todava molesta por mi conducta y me tena por un bichoraro. Fue un almuerzo muy largo, y cuando termin me sent penetrar en las sombras de la tarde consu avasallamiento de ansiedad y temor. Fuera esperaba un equipo de televisin de uno de los canalesnacionales (me haba olvidado de ellos, tambin), listo para llevarme al recin inaugurado MuseoPicasso, donde se haba convenido que me filmaran mirando las obras expuestas e intercambiandocomentarios con Rose. Esto result ser, como yo haba previsto, no un paseo atractivo sino una luchaexigente, una prueba seversima. Cuando por fin llegamos al museo, tras la brega con el intensotrfico, pasaban de las cuatro, y mi cerebro haba empezado a soportar su conocido asedio: pnico ydesgobierno, y la sensacin de que el proceso de mi pensamiento se hunda bajo una marea txica einenarrable que obliteraba toda respuesta placentera al mundo viviente. Lo cual es como decir, entrminos ms concretos, que en vez de placer el placer que, sin duda, debera haber experimentadoen aquel suntuoso escaparate de coruscante genio lo que senta en mi nimo era una sensacincercana aunque indescriptiblemente distinta al verdadero dolor. Esto me induce a referirme denuevo a la evasiva naturaleza de semejante afeccin. Que no es fortuito el obligado recurso al trmino

  • indescriptible, pues conviene recalcar que si el dolor fuera fcilmente descriptible la mayora de losincontables pacientes de este antiguo padecimiento habran sido capaces de especificarfidedignamente para sus amigos y seres queridos (y aun sus mdicos) algunas de las autnticasdimensiones de su tormento, y tal vez atraerse una comprensin que generalmente no ha existido; talincomprensin ha obedecido por lo comn no a falta de compasin humana, sino a la incapacidadbsica de las personas sanas para representarse una forma de tormento tan ajena a la experiencia decada da. En cuanto a m se refiere, el sufrimiento es algo muy afn al ahogamiento o la asfixia, peroincluso estas imgenes distan mucho de dar una idea. William James, que luch con la depresindurante muchos aos, renunci a la bsqueda de una descripcin adecuada, dejando implcita suprctica imposibilidad al escribir en The Varieties of Religious Experience: Es una zozobra positivay activa, una especie de neuralgia psquica enteramente desconocida en la vida normal.

    Persisti el tormento durante mi gira por el museo y alcanz un crescendo en las horas inmediatascuando, de regreso en el hotel, me dej caer en la cama y permanec mirando al techo, casi paralizadoy en un trance de malestar supremo. El pensamiento racional sola estar ausente de mi mente en talesmomentos, de ah que hable de trance. No se me ocurre ninguna otra palabra ms apropiada para eseestado, una situacin de desvalido estupor en que la cognicin era reemplazada por esa zozobrapositiva y activa. Y uno de los aspectos ms insoportables de tales interludios era la incapacidad dedormir. Haba sido costumbre ma de casi toda la vida, como la de tantsima otra gente, echarme a daruna cabezada por las tardes, pero el trastorno de las pautas normales del sueo es un rasgoparticularmente devastador de la depresin; al ultrajante desvelo que me afliga noche tras nochevena a sumarse la vejacin de este insomnio de la siesta, mucho menor en comparacin, pero tantoms horrendo cuanto que incida durante las horas de ms intenso suplicio. Estaba claro que ya nuncase me concedera siquiera el alivio de unos pocos minutos en mi enervamiento de horario completo.Recuerdo claramente haber pensado, all tendido mientras Rose lea sentada cerca del lecho, que mistardes y noches iban empeorando a un ritmo casi mensurable, y que aquel episodio era el peor hasta lafecha. Pero de un modo u otro consegu rehacerme para cenar con quin ms? FranoiseGallimard, vctima junto con Simone del Duca del espantoso contretemps de la hora del almuerzo. Lanoche estaba ventosa y cruda, por las avenidas soplaba un aire hmedo y destemplado, y cuando Rosey yo nos reunimos con Frangoise, su hijo y un amigo en La Lorraine, una resplandeciente brasserie nolejos de Ltoile, la lluvia caa a torrentes de los cielos. Alguien del grupo, notando mi estado denimo, present disculpas por la mala noche, pero recuerdo haber pensado que aunque hubiera sidouno de esos anocheceres clidamente perfumados, ardientes, por los que Pars ha ganado justa fama,yo habra respondido como el zombie que haba venido a ser ltimamente. La meteorologa de ladepresin no conoce variaciones, su luz est mermada por restriccin del voltaje.

    Y como puede ocurrirle a un zombie, mediada ya la cena, perd el cheque del premio de del Ducapor valor de 25.000 dlares. Como me haba guardado el cheque en el bolsillo interior de la chaqueta,dej vagar mi mano ociosamente hasta dicho lugar y comprob que haba desaparecido. Me habrapropuesto perder el dinero adrede? Recientemente vena mortificndome la idea de que no mereca elpremio. Yo creo en la realidad de los accidentes que perpetramos subconscientemente contra nosotrosmismos, y as, cun fcil pareca que aquel extravo no fuese tal sino una forma de repudio, derivacinde ese autoaborrecimiento (distintivo seero de la depresin) en virtud del cual estaba yo persuadidode no ser digno del premio, de que en verdad no mereca ninguna de las formas de reconocimiento deque haba sido objeto en los ltimos aos. Fuera cual fuese la causa de su desaparicin, el cheque no

  • estaba all, y su prdida ensamblaba perfectamente con los dems fallos de la cena: mi fallo al notener apetito para el fastuoso plateau des fruits de mer que me pusieron delante, la ausencia de todarisa ni siquiera forzada, y, por ltimo, mi falta virtualmente absoluta de conversacin. En este punto,la feroz interioridad del sufrimiento haba producido una confusin inmensa que me impeda articularpalabras ms all de un bronco murmullo; me daba cuenta de que extraviaba los ojos, de que me habatornado monosilbico, y tambin de que mis amigos franceses iban percatndose con inquietud delapuro en que me hallaba. Al final aquello fue una escena de opereta mala: todos nosotros por el suelo,buscando el dinero desaparecido. Justo en el momento en que yo indicaba que era hora de irnos, el hijode Franoise descubri el cheque, que de algn modo se me haba escurrido del bolsillo y haba voladohasta caer bajo la mesa vecina, con lo que salimos de nuevo a la noche lluviosa. Entonces, ya en elautomvil, pens en Albert Camus y Romain Gary.

  • II

    Cuando yo era un escritor joven, hubo una etapa en que Camus, casi ms que ninguna otra figuraliteraria contempornea, daba radicalmente el tono de mi personal visin de la vida y de la historia.Le su novela El extranjero algo ms tarde de lo que debiera haberla ledo pasaba ya unos aos delos treinta, pero cuando la termin recib el aguijonazo de reconocimiento que dimana de leer laobra de un escritor que ha maridado la pasin moral con un estilo de gran belleza y cuya visin certerae imperturbable es capaz de estremecer el alma hasta la mdula. La soledad csmica de Meursault, elprotagonista de esa novela, lleg a obsesionarme de tal modo que cuando me puse a escribir Lasconfesiones de Nat Turner no resist al impulso de emplear el procedimiento de Camus de hacer que elrelato discurra desde el punto de vista de un narrador aislado en la celda de su prisin durante lashoras precedentes a su ejecucin. Para m exista un nexo espiritual entre la frgida soledad deMeursault y la tribulacin de Nat Turner su rebelde predecesor en la historia, cien aos atrsigualmente condenado y abandonado por el hombre y por Dios. El ensayo de Camus Reflexionessobre la guillotina es un documento virtualmente nico, con el peso de una lgica indmita yterrible; difcil es concebir que el ms vengativo de los partidarios de la pena de muerte mantenga lamisma actitud tras haber soportado una racha de demoledoras verdades expresadas con tal ardor yprecisin. S que mi pensamiento qued definitivamente alterado por esa obra, no slo obligndome adar un giro completo, convencindome de la esencial barbarie del mximo castigo, sino instaurandoen mi conciencia postulados fundamentales respecto a cuanto atae a la responsabilidad en general.Camus fue un formidable detergente de mi intelecto, que me libr de un sinfn de ideas ociosas, y atravs de uno de los ms inquietantes pesimismos con que haba tropezado en mi existencia suscit enm un nuevo despertar con la enigmtica promesa de la vida.

    La contrariedad que siempre haba sentido por no conocer en persona a Camus vino a combinarsecon la de que ese encuentro estuviera realmente en un tris, impidindolo tan trgico motivo. Habahecho plan de verle en 1960, cuando proyectaba un viaje a Francia y el escritor Romain Gary me habadicho en una carta que iba a organizar una cena en Pars en la que me sera dado conocer a Camus. Elinteligentsimo Gary, a quien conoca a la ligera por esa poca y que posteriormente llegara a ser param amigo muy querido, me haba comunicado que Camus, a quien vea con frecuencia, haba ledo miUn lit de tnbres y lo haba admirado; yo me sent sumamente halagado, por supuesto, y estimabaque una reunin de ambos sera un acontecimiento esplndido. Pero antes de mi llegada a Francia serecibi la espantosa noticia: Camus se haba visto implicado en un accidente de automvil y habaperdido la vida a la edad cruelmente temprana de cuarenta y seis aos. Casi nunca he sentido de unmodo tan intenso la prdida de alguien a quien no conoca. Reflexion inacabablemente sobre sumuerte. Aunque Camus no conduca, cabe suponer que conoca al conductor, hijo de su editor, y sabaque llevaba el demonio de la velocidad en el cuerpo; as pues, hubo un elemento de temeridad en elaccidente que le daba visos de un cuasi-suicidio, o al menos de un coqueteo con la muerte, y erainevitable que las conjeturas en torno al suceso remitieran al tema del suicidio en la obra del escritor.Uno de los ms famosos pronunciamientos intelectuales del siglo es el que aparece al comienzo de Elmito de Ssifo: Slo hay un problema filosfico realmente serio, y es el suicidio. Determinar si lavida merece o no la pena de ser vivida es tanto como responder a la pregunta fundamental de lafilosofa. Leer esto por vez primera me desconcert, y desconcertado segu a lo largo de buena partedel ensayo, ya que a pesar de la elocuencia y la persuasiva lgica de la obra haba mucho en ella que

  • se me escapaba, y siempre volva a enzarzarme en vano con la hiptesis inicial, incapaz de asimilar lapremisa de que alguien llegue a acariciar el deseo de quitarse la vida como principio fundamental.Una novela corta posterior, La cada, suscit mi admiracin sin reservas; la culpa y autocondena delabogado-narrador, que devana ttricamente su monlogo en un bar de Amsterdam, pareca un tantoestridente y excesiva, pero en la poca de mi lectura era incapaz de percibir que el abogado secomportaba de modo muy semejante a un hombre en las congojas de la depresin clnica. Tal era miinocencia de la existencia misma de este mal.

    Camus, me haba dicho Romain, aluda de cuando en cuando a su profunda desesperacin y habahecho referencia al suicidio. Algunas veces hablaba en broma, pero la broma tena la calidad del vinoavinagrado, confundiendo a Romain. Sin embargo, parece que nunca efectu tentativas, y por esoquiz no es coincidencia que, pese a su permanente tono de melancola, en el meollo de El mito deSsifo se encuentre el sentimiento del triunfo de la vida sobre la muerte con su austero mensaje: enausencia de esperanza debemos empero luchar por sobrevivir, y as lo hacemos sobreviviendo depuro milagro. Hasta despus de pasados algunos aos no me pareci creble que la declaracin deCamus sobre el suicidio, y su general preocupacin por el tema, pudieran dimanar de algn trastornopersistente del nimo tan fuertemente por lo menos como de su inters por la tica y la epistemologa.Gary volvi a repasar por extenso sus presunciones acerca de la depresin de Camus durante el mes deagosto de 1978, en ocasin en que le haba cedido la casita de campo para invitados que tengo enConnecticut y baj de mi residencia de verano en Viedo de Marta a hacerle una visita de fin desemana. En el curso de nuestra pltica tuve la impresin de que algunas de las suposiciones sobre lagravedad de la recurrente desesperacin de Camus adquiran peso por el hecho de que tambin lhaba empezado a padecer depresin y lo admita sin ambages. No era incapacitante, insisti, y latena bajo control, pero la senta de cuando en cuando, ese lbrego y venenoso talante del color delverdn, tan incongruente en mitad del lujuriante verano de Nueva Inglaterra. Judo ruso nacido enLituania, Romain siempre haba parecido dominado por una melancola europeo-oriental, de suerteque no era fcil advertir la diferencia. De todos modos, l notaba el dao. Dijo que era capaz depercibir un asomo intermitente del desesperado estado de nimo que le haba sido descrito por Camus.

    La situacin de Gary vease apenas aliviada por la presencia de Jean Seberg, su mujer, actriznacida en Iowa, de la que estaba divorciado y, me pareca a m, apartado desde haca ya muchotiempo. Supe que estaba all porque su hijo, Diego, se hallaba en un campamento de tenis prximo. Supresunto extraamiento hizo que me sorprendiera verla viviendo con Romain, como tambin mesorprendi no, me constern y entristeci ver el aspecto que presentaba: toda su en otro tiempofrgil y luminosa belleza rubia haba desaparecido bajo una mscara de entumecimiento. Se movacomo una sonmbula, hablaba poco, y tena el mirar inexpresivo y vacuo de quien se trata concalmantes (o est drogado, o ambas cosas) casi hasta el lmite de la catalepsia. Comprend cuntoapego se tenan an, y me conmovi la solicitud de l, tierna y paternal. Romain me cont que Jeanestaba en tratamiento por el mismo trastorno que a l le afliga, y mencion algo acerca demedicamentos antidepresivos, pero nada de esto se me qued grabado muy a fondo, y ademssignificaba poco para m. Es importante este recuerdo de mi relativa indiferencia porque talindiferencia demuestra bien elocuentemente la incapacidad para captar la esencia de la enfermedadpor parte de quien est al margen de ella. La depresin de Camus y ahora la de Romain Gary ydesde luego la de Jean eran para m achaques abstractos, pese a la compasin que me inspiraran, yno tena ni un atisbo de sus autnticas dimensiones ni de la ndole del sufrimiento que tantas vctimas

  • experimentan mientras la mente contina en su insidiosa disgregacin.Aquella noche de octubre en Pars supe que tambin yo me hallaba en el proceso de disgregacin.

    Y de camino hacia el hotel, en el coche, tuve una revelacin clara. En muchos, si no en la mayor parte,de los casos de depresin parece que interviene un trastorno del ciclo circadiano los ritmosmetablicos y glandulares que rigen nuestra vida activa cotidiana; por eso es tan frecuente uninsomnio brutal y sa es tambin con toda probabilidad la razn de que el esquema patolgico de cadada presente perodos alternativos de intensidad y de alivio fcilmente previsibles. El alivio nocturnopara m una incompleta pero sensible remisin, como el paso desde un diluvio torrencial a unaguacero moderado llegaba en las horas siguientes a la cena y antes de la media noche, cuando elsufrimiento amainaba un poco y mi mente recobraba la lucidez suficiente para atender a cuestionesms all del cataclismo inmediato que conmova mi ser. Naturalmente, yo esperaba con ansiedad eseperodo, pues a veces estaba cerca de sentirme razonablemente cuerdo, y aquella noche en elautomvil tuve nocin de una vislumbre de claridad que volva, junto con la aptitud de articularpensamientos racionales. Tras haber sido capaz de evocar a Camus y Romain Gary, sin embargo,comprob que mis reiterativos pensamientos no eran muy consoladores.

    El recuerdo de Jean Seberg me atenazaba, llenndome de tristeza. Poco ms de un ao despus denuestro encuentro en Connecticut tom una sobredosis de comprimidos y la encontraron muerta en uncoche aparcado en un callejn sin salida de una avenida de Pars, donde su cadver haba estadoabandonado muchos das. Al ao siguiente estuve con Romain en la Brasserie Lipp durante un largoalmuerzo mientras me refera que, pese a las dificultades de la pareja, la prdida de Jean habaahondado tanto su depresin que de cuando en cuando le dejaba punto menos que invlido. Pero aunentonces fui incapaz de comprender la naturaleza de su angustia. Recuerdo que le temblaban lasmanos y, aunque difcilmente poda tenrsele por un anciano andaba por los sesenta y pico su voztena el son jadeante de la edad muy avanzada, que ahora comprendo que era, o poda ser, la voz de ladepresin; en el vrtice de mi sufrimiento ms intenso, yo mismo haba empezado a tener esa voz deviejo. No volv a ver a Romain. Claude Gallimard, el padre de Franoise, me haba hecho recordar dequ manera, en 1980, pocas horas despus de otro almuerzo donde la charla entre los dos viejosamigos haba sido despreocupada y tranquila, incluso animada, desde luego todo menos sombra,Romain Gary dos veres ganador del Prix Goncourt (uno de estos galardones a un seudnimo,resultado de haber sabido engaar alegremente a los crticos), hroe de la Repblica, condecorado porsu valor con la Croix de Guerre, diplomtico, bon vivant, putaero por excelencia volvi a casa, a suapartamento de la rue du Bac y se meti una bala en los sesos.

    Fue en algn punto en el transcurso de estas meditaciones cuando cruz por mi campo de visin elrtulo HTEL WASHINGTON, trayndome recuerdos de mi llegada a la ciudad tanto tiempo atrs, juntocon la sbita y cruel comprensin de que nunca ms volvera a ver Pars. Esta certeza me asombr yme llen de un nuevo terror, pues aunque desde haca ya tiempo los pensamientos de muerte erancorrientes durante mi asedio, soplando por mi mente como heladas rfagas de viento, constituan,supongo yo, las amorfas imgenes de perdicin con que suelen soar quienes se debaten en las garrasde afeccin tan grave. La diferencia ahora estribaba en que saba a ciencia cierta que al da siguiente,cuando el tormento declinara una vez ms, o pasado maana por supuesto en algn maana nodemasiado lejano me vera obligado a juzgar que la vida no mereca la pena ser vivida y enconsecuencia a responder, en cuanto a m mismo por lo menos, a la pregunta fundamental de lafilosofa.

  • III

    Para muchos de quienes conocamos a Abbie Hoffman, siquiera superficialmente como era mi caso, sumuerte en la primavera de 1989 fue un acontecimiento doloroso. Rebasados apenas los cincuenta, erademasiado joven y se le vea demasiado lleno de vida para un final semejante; un sentimiento de penay consternacin acompaa siempre la noticia de casi todo suicidio, y la muerte de Abbie me pareci am especialmente cruel. Lo haba conocido durante los turbulentos das y noches de la ConvencinDemcrata de Chicago de 1968, donde acud con objeto de escribir una resea para The New YorkReview of Books, y ms tarde fui uno de los que prestaron declaracin a favor suyo y de sus colegasdemandados en el juicio que tuvo lugar, tambin en Chicago, en 1970. Entre las pas insensateces ymrbidas perversiones de la vida norteamericana, su estilo excntrico y provocador era de lo msestimulante, y resultaba difcil no admirar el descomedimiento y el bro, el anrquico individualismode aquel hombre. Quisiera haberle tratado ms en los ltimos aos; su repentina muerte me dej unpeculiar vaco, como por lo comn dejan siempre los suicidas a cuantos los conocen. Pero se dio alsuceso una dimensin ms de patetismo a causa de la que debe uno empezar a considerar reaccinprevisible en el nimo de muchos: la negativa, el rechazo a aceptar el hecho mismo del suicidio, comosi el acto voluntario en contraposicin a un accidente o a la muerte por causas naturales tuviesecierto matiz de delincuencia que de alguna manera menoscabara al hombre y su carcter.

    Apareci en televisin el hermano de Abbie, todo afligido y consternado; no poda uno menos quesentir compasin al ver el empeo que pona en descartar la idea de suicidio, insistiendo en que Abbie,a fin de cuentas, siempre haba sido muy descuidado con los comprimidos, y nunca habra dejadovoluntariamente a su familia desamparada. Sin embargo, el forense confirm que Hoffman habatomado el equivalente de 150 fenobarbitales. Es muy natural que las personas ms allegadas a lasvctimas del suicidio se apresuren con tanta frecuencia y tanto ardor a recusar la verdad; elsentimiento de implicacin, de culpa personal la idea de que uno habra podido impedir el acto sihubiera tomado determinadas precauciones, si de alguna manera su comportamiento hubiera sidodiferente quiz sea algo inevitable. Aun as, es frecuente que a la vctima ya se haya quitadoefectivamente la vida, o intentado hacerlo, o meramente proferido amenazas, merced a estanegativa por parte de otros, se le haga aparecer injustamente como un malhechor.

    Un caso anlogo es el de Randall Jarrell uno de los excelentes poetas y crticos de su generacin quien cierta noche de 1965, cerca de Chapel Hill, en Carolina del Norte, fue atropellado por unautomvil y perdi la vida. La presencia de Jarrell en aquel particular tramo de carretera, a una horainusitada de la noche, resultaba enigmtica, y como algunos de los indicios recogidos fueron que habadejado deliberadamente que el coche le atropellara, la primera conclusin fue que su fallecimiento sedebi a suicidio. Eso es lo que dijo Newsweek, entre otras publicaciones, pero la viuda de Jarrellprotest en una carta dirigida a esa revista; hubo un clamor de indignacin de muchos de sus amigos ypartidarios, y al cabo un jurado dictamin que la muerte haba sido accidental. Jarrell venapadeciendo una depresin extrema y haba estado hospitalizado; slo pocos meses antes de suaccidente en la carretera y mientras se hallaba en el hospital, se haba hecho cortes en las muecas.

    Cualquiera que tenga conocimiento de los anfractuosos perfiles de la vida de Jarrell susviolentas fluctuaciones de nimo, sus accesos de negra desesperacin y que, adems, haya adquiridouna informacin bsica acerca de las seales de peligro de la depresin, cuestionara seriamente elveredicto de aquel jurado. Pero el estigma de la muerte que uno se inflige a s mismo es para algunas

  • personas un baldn aborrecible que exige ser borrado a todo trance. (Ms de dos dcadas despus desu muerte, en el nmero de The American Scholar del verano de 1986, un antiguo alumno de Jarrell, alescribir la resea de una coleccin de cartas del poeta, haca de esta resea no tanto una valoracinliteraria o biogrfica cuanto una ocasin para continuar intentando exorcizar el vil fantasma delsuicidio.)

    Casi puede asegurarse que Randall Jarrell se mat por propia voluntad. Y lo hizo as no porquefuera un cobarde, ni por ninguna suerte de debilidad moral, sino porque sufra una depresin tanabrumadora que le fue imposible seguir soportando un da ms aquel tormento.

    Este desconocimiento general de lo que es en realidad la depresin se puso ms recientemente demanifiesto en el caso de Primo Levi, el notable escritor italiano y superviviente de Auschwitz quien, ala edad de sesenta y siete aos, se arroj por el hueco de una escalera en Turn, en 1987. Debido a mipropia relacin con la enfermedad, me haba interesado por la muerte de Levi ms de lo ordinario, yas, a finales de 1988, cuando le en The New York Times una resea acerca de cierto simposio sobre elescritor y su obra celebrado en la Universidad de Nueva York, me qued alucinado, pero, finalmente,aterrado. Pues, segn el artculo, muchos de los participantes, escritores e intelectuales de todo elmundo, parecan desconcertados por el suicidio de Levi, desconcertados y decepcionados. Era como sieste hombre a quien todos haban admirado tanto, y que tanto padeci a manos de los nazis hombrede una fortaleza de nimo y una valenta ejemplares hubiera demostrado con su suicidio unafragilidad, un desmoronamiento de carcter que les repugnaba aceptar. Frente a ese absoluto terriblela destruccin propia su reaccin era la indefensin y (el lector no poda evitar percibirlo) unasomo de vergenza.

    Tan intenso fue mi fastidio por todo ello que me aprest a escribir un suelto para la pgina deopinin del Times. El argumento que desarrollaba era bastante llano y directo: la tortura de ladepresin grave es totalmente inimaginable para quienes no la hayan sufrido, y en muchos casos mataporque la angustia que produce no puede soportarse un momento ms. Hasta que no exista unaconciencia general de la naturaleza de este tormento continuar en pie el obstculo para la prevencinde muchos suicidios. Merced a la accin curativa del tiempo y gracias tambin a la intervencinmdica o a la hospitalizacin en muchos casos la mayor parte de los afectados sobrevive a ladepresin, lo que quiz constituya su nico aspecto benigno; mas para la trgica legin de quienes sesienten impulsados a quitarse la vida no debe formularse mayor reproche que para las vctimas decncer terminal.

    Haba explayado mis pensamientos en aquel artculo del Times de forma bastante apresurada yespontnea, pero la respuesta fue igualmente espontnea y enorme. Hablar con desenfado delsuicidio y del impulso hacia el mismo no haba supuesto, especul, ninguna originalidad o audaciaespecial por mi parte, pero, al parecer, haba subestimado yo el nmero de personas para quienes eltema haba venido siendo tab, cuestin de secreto y de vergenza. La abrumadora reaccin me hizopercibir que inadvertidamente haba contribuido a quitar el cerrojo a un armario del que muchas almasestaban vidas por salir y proclamar que tambin ellas haban experimentado los sentimientos que yodescriba. Es la nica vez en mi vida que he estimado que vala la pena ver invadida mi propiaintimidad y hacerla pblica. Y pens que, dado el mpetu adquirido por el asunto, y con mi experienciade Pars como ejemplo detallado de lo que sucede durante la depresin, sera provechoso tratar dehacer la crnica de algunas de mis experiencias personales con la enfermedad y de paso tal vezestablecer un marco de referencia del que pudieran extraerse una o ms conclusiones valiosas. Tales

  • conclusiones, conviene destacar, deben basarse no obstante en los hechos acaecidos a un solo hombre.Al exponer estas reflexiones no es mi intencin que la dura prueba por la que he pasado valga comorepresentacin de lo que sucede o pueda suceder a otros. La depresin es demasiado compleja en sucausa, sus sntomas y su tratamiento para que puedan sacarse conclusiones indiscriminadas de laexperiencia de un solo individuo. Aunque, como enfermedad que es, la depresin presenta ciertascaractersticas invariables, tambin da pie para muchas idiosincrasias; yo me he quedado atnito antealgunos de los caprichosos fenmenos no referidos por otros pacientes que ha urdido por entre losrecovecos del laberinto de mi mente.

    La depresin aflige a millones de seres humanos directamente, y a otros cuantos millones ms queson parientes o amigos de las vctimas. Se ha calculado que por lo menos uno de cada dieznorteamericanos padecer la enfermedad. Tan categricamente democrtica como un cartel deNorman Rockwell, afecta a todas las edades, razas, credos y clases sociales sin distincin, aunque lasmujeres corren un riesgo considerablemente ms alto que los hombres. El catlogo por ocupaciones(modistas, patrones de barcaza, jefes de cocina sushi, miembros del gabinete) de sus pacientes esdemasiado largo y tedioso para darlo aqu; baste con decir que muy pocas personas se libran de servctimas potenciales del mal, al menos en su forma ms benigna. Pese al eclctico alcance de ladepresin, se ha demostrado de forma bastante convincente que los artistas (y en especial los poetas)son particularmente vulnerables a este trastorno, que en su manifestacin clnica ms grave empuja alsuicidio a un veinte por ciento de sus vctimas. Precisamente unos cuantos de estos artistas cadoscomponen una triste pero esplendente nmina: Hart Crane, Vincent van Gogh, Virginia Woolf, ArshileGorky, Cesare Pavese, Romain Gary, Vachel Lindsay, Sylvia Plath, Henry de Montherlant, MarkRothko, John Berryman, Jack London, Ernest Hemingway, William Inge, Diane Arbus, TadeuszBorowski, Paul Celan, Anne Sexton, Sergei Esenin, Vladimir Mayakovsky y la lista contina. (Elpoeta ruso Mayakovsky critic con aspereza el suicidio de su insigne contemporneo Esenin pocosaos antes, lo cual debera servir de aviso para todos aquellos que encuentran censurable el acto dequitarse la vida.) Cuando uno piensa en esos hombres y mujeres tan esplndidamente dotados para lacreacin como trgicamente predestinados, se siente movido a contemplar su infancia, en la que, porlo que a cualquiera se le alcanza, echan firme raz las semillas de la enfermedad; cabe que algunos deellos tuvieran un barrunto, entonces, de la caducidad de la mente, de su extrema fragilidad? Y porqu sucumbieron, mientras que otros igualmente afectados resistieron y lograron salir?

  • IV

    Cuando por primera vez tuve conciencia de que era presa del mal, sent la necesidad, entre otras cosas,de formular una enrgica protesta contra la palabra depresin. La depresin, como bien pocosignoran, sola conocerse por el tmino melancholia, una palabra que aparece en ingls ya en el ao1303 y sale a relucir ms de una vez en Chaucer, quien en su empleo parece bien informado de susmatices patolgicos. Dirase, sin embargo, que melancholia es una palabra muchsimo ms apta ysugerente para las formas ms funestas del trastorno; pero fue suplantada por un sustantivo detonalidad blanda y carente de toda prestancia y gravedad, empleado indistintamente para describir unbajn en la economa o una hondonada en el terreno, un autntico comodn lxico para designarenfermedad tan seria e importante. Acaso el cientfico a quien generalmente se tiene por culpable desu uso corriente en los tiempos modernos, un miembro de la Johns Hopkins Medical Schooljustamente venerado el psiquiatra Adolf Meyer, nacido en Suiza no tuviera muy buen odo paralos ritmos ms delicados del ingls y, por tanto, no se percatara del dao semntico que infliga alproponer depression como nombre descriptivo de tan temible y violenta enfermedad. Como quieraque sea, por espacio de ms de setenta y cinco aos la palabra se ha deslizado anodinamente por ellenguaje como una babosa, dejando escasa huella de su intrnseca malevolencia e impidiendo, por sumisma insipidez, un conocimiento general de la horrible intensidad del mal cuando escapa de todocontrol.

    Como quien ha sufrido de este morbo in extremis y ha vuelto no obstante para contarlo, yopropugnara una designacin que fuese de verdad impresionante. Brainstorm [tormenta en elcerebro, en sentido literal], por ejemplo, se ha adoptado infortunadamente en primera acepcin paradescribir, un tanto jocosamente, la inspiracin intelectual. Pero se necesita algo en esa lnea. Al orque la perturbacin psquica de alguien se ha convertido en tormenta una autntica tempestadrugiente en el cerebro, que es de hecho a lo que la depresin clnica se parece ms que a ninguna otracosa hasta el profano desconocedor del mal mostrara compasin, en vez de la reaccin tpica que ladepresin suscita, cosas como Bueno, y qu? o Ya saldrs de ella o Todos tenemos dasmalos. La frase nervous breakdown [crisis nerviosa] parece que lleva camino de desaparecer,merecidamente sin duda, debido a su insinuacin de vago enervamiento, pero an parecemosdestinados a que nos carguen con depression hasta que se encuentre un nombre mejor y msexpresivo.

    La depresin que a m me postr no fue del gnero manaco la acompaada de cspides deeuforia que con toda probabilidad se habra presentado en una poca anterior de mi vida. Contabasesenta aos cuando la enfermedad me atac por primera vez, en la forma unipolar, que llevadirectamente al derrumbamiento. Jams sabr lo que caus mi depresin, como nadie sabr nuncanada acerca de la suya. Es probable que el llegar a saberlo resulte siempre una imposibilidad, tancomplejos son los entremezclados factores de qumica anormal, comportamiento y gentica. En suma,intervienen componentes mltiples quiz tres o cuatro, muy probablemente ms, en insondablespermutaciones. Por eso la mayor falacia en lo que respecta al suicidio est en la creencia de que hayuna respuesta nica inmediata o tal vez respuestas combinadas en cuanto a la causa de superpetracin.

    La inevitable pregunta Por qu lo hizo? conduce por lo general a extraas especulaciones, en sumayor parte falacias tambin. En seguida se alegaron razones respecto a la muerte de Abbie Hoffman:

  • su reaccin a un accidente de automvil que haba sufrido, el fracaso de su libro ms reciente, la graveenfermedad de su madre. En el caso de Randall Jarrell fue un declinar de su carrera cruelmenterecapitulado por una perversa recensin de uno de sus libros y su angustia consiguiente. Primo Levi,se rumore, haba tenido que asumir la carga de cuidar de su madre paraltica, lo que para su nimoresultaba ms oneroso an que su experiencia en Auschwitz. Cualquiera de estos factores pudo pesarcomo una espina clavada en el costado de los tres hombres y suponer un tormento. Tales agravacionespueden ser decisivas y no deben desatenderse. Pero la mayor parte de la gente soporta en silencio elequivalente de daos, carreras en decadencia, recensiones de libros asquerosas, enfermedades en lafamilia. Una inmensa mayora de los supervivientes de Auschwitz se ha recobrado bastante bien.Ensangrentados y humillados por los maltratos de la vida, la mayor parte de los seres humanos todavasacan fuerzas de flaqueza para seguir camino, inmunes a la depresin verdadera. Para descubrir lacausa de que algunas personas se precipiten por la espiral descendente de la depresin, debe unoindagar ms all de la crisis manifiesta y aun entonces no hacerse ilusiones de averiguar nada quevaya ms all de la discreta conjetura.

    La tempestad que dio conmigo en un hospital en diciembre empez como una nube no mayor queun vaso de vino el mes de junio anterior. Y la nube la crisis manifiesta implicaba el alcohol,sustancia de la que llevaba abusando cuarenta aos. Como muchsimos otros escritores americanos,cuya adiccin al alcohol, letal en ocasiones, ha llegado a hacerse tan legendaria como para dar pbuloa un torrente de estudios y libros por s misma, utilizaba yo el alcohol como conducto mgico que metransportaba a la fantasa y a la euforia, y a la efervescencia de la imaginacin. No es menester nilamentarse ni disculparse por mi uso de este agente confortante, y a menudo sublime, que contribuyen medida considerable a mi escritura; aunque jams compuse una lnea mientras me hallaba bajo suinfluencia, lo utilizaba frecuentemente en combinacin con la msica como un medio de ayudar ami mente a concebir visiones a las que el cerebro inalterado y sereno no tiene acceso. El alcohol eraun asociado eminente, inestimable, de mi intelecto, adems de ser un amigo cuyos solcitos auxiliosbuscaba yo a diario: los buscaba tambin, ahora comprendo, como un medio de calmar la ansiedad y elincipiente terror que durante tanto tiempo guardaba ya escondidos en algn lugar de las mazmorras demi espritu.

    Lo malo fue, a comienzos de ese singular verano, que el amigo me traicion. Me asest el golpe dela forma ms repentina, casi de la noche a la maana: ya no poda beber. Fue como si mi cuerpo sehubiese alzado en protesta, junto con mi mente, y hubiera conspirado para rechazar ese bao diario denimo que tanto tiempo haba recibido con suma complacencia y, quin sabe?, tal vez hasta haballegado a necesitar. Muchos bebedores han experimentado esta intolerancia con el avance de la edad.Sospecho que la crisis fue por lo menos en parte metablica el hgado sublevndose, como si dijera:Basta, basta, mas, como quiera que fuese, descubr que el alcohol en cantidades minsculas,incluso una pizca de vino, me produca nusea, un aturdimiento desesperante e ingrato, una sensacinde postracin y finalmente una repugnancia manifiesta. El amigo consolador me haba abandonado node manera gradual y resistindose a dejarme, como habra hecho un verdadero amigo, sino como unrayo y me qued encallado, y ciertamente en seco, y sin timn.

    Ni por voluntad ni por eleccin me habra vuelto yo abstemio; la situacin era desconcertante param, pero tambin traumtica, y fecho el inicio de mi humor depresivo a partir del comienzo de estaprivacin. Lgicamente, cualquiera habra acogido con alborozo que el cuerpo repudiara de forma tancategrica una sustancia que estaba minando su salud; fue como si mi organismo hubiera generado

  • una forma de Antabus que habra debido permitirme salir con bien de la situacin, satisfecho de queuna artimaa de la naturaleza me hubiese librado de una dependencia perniciosa. Pero en cambioempec a experimentar un malestar vagamente aflictivo, la sensacin de algo que se hubiera torcidoen el universo domstico en el que haba vivido, tanto tiempo, tan confortablemente. Si bien ladepresin no es en modo alguno desconocida cuando la gente deja la bebida, por lo general suele darseen una escala que no resulta amenazadora. Pero hay que tener siempre presente cun idiosincrsicospueden ser los rostros de la depresin.

    No fue realmente alarmante al principio, puesto que el cambio fue sutil, pero s advert que mientorno adquira un tono distinto en determinados momentos: las sombras del anochecer parecan mslbregas, mis maanas eran menos vivaces, los paseos por el bosque perdieron aliciente, y haba unrato durante mis horas de trabajo a la cada de la tarde en que se apoderaba de m una especie depnico y ansiedad, slo por unos minutos, acompaado de un hmago visceral: tales accidentes erancomo para alarmarse algo por lo menos, a fin de cuentas. Al poner por escrito estos recuerdos,comprendo que debera haber estado claro para m que era ya presa de la gnesis de un trastornopsquico, pero en aquel entonces ignoraba todo lo relativo a dicho estado.

    Cuando pensaba en esta curiosa alteracin de mi conciencia y me senta lo bastante confuso aratos para pensar en ella daba por supuesto que todo tena que ver de un modo u otro con mi retiradaforzosa del alcohol. Y, desde luego, hasta un cierto punto esto era verdad. Pero hoy abrigo la firmeconviccin de que el alcohol me jug una malsima trastada cuando nos dimos el ltimo adis:aunque, como todos deben saber, es un deprimente de primer orden, a m nunca me haba deprimidorealmente en mis largos aos de adicto a la bebida, obrando en cambio como escudo protector contrala ansiedad. Y de pronto se desvaneci, el formidable aliado que durante tanto tiempo haba tenido araya a mis demonios ya no estaba all para impedir que esos demonios empezaran a pulular por elsubconsciente, y yo estaba emocionalmente en cueros vivos, vulnerable como jams me haba vistohasta entonces. Sin duda, la depresin llevaba aos rondndome, aguardando el momento deabalanzarse sobre m. Y ahora me hallaba en la primera fase premonitoria, como un tenuerelmpago apenas percibido de la torva tempestad de la depresin.

    Estaba en Viedo de Marta, donde he pasado buena parte de cada ao desde la dcada de lossesenta, durante aquel verano excepcionalmente hermoso. Pero haba empezado a responder conindiferencia a los placeres de la isla. Senta una especie de entumecimiento, una enervacin, pero deforma ms concreta una extraa sensacin de fragilidad, como si mi cuerpo realmente se hubieravuelto deleznable, hipersensible y de alguna manera desarticulado y torpe, falto de la normalcoordinacin. Y pronto me vi sumido en las angustias de una profunda hipocondra. En mi fsico nadamarchaba del todo bien; haba contracciones nerviosas y dolores, a veces intermitentes, a menudo conviso de constantes, que parecan presagiar todo gnero de horrendos achaques. (Dadas estas muestras,se comprende muy bien que, ya en el siglo diecisiete en las notas de mdicos contemporneos y enlas percepciones de John Dryden y otros se establezca una relacin entre melancola e hipocondra;los trminos son a menudo intercambiables, y fueron as utilizados hasta el siglo diecinueve porescritores tan diversos como Sir Walter Scott y las Bront, que tambin vincularon la melancola auna preocupacin por dolencias corporales.) Es fcil apreciar cmo dicho estado es parte del aparatode defensa de la psique: negndose a aceptar su propio deterioro progresivo, anuncia a su concienciainterior que es el cuerpo con sus defectos acaso corregibles no la preciosa e insustituible mente elque se est saliendo de quicio.

  • En mi caso, el efecto general fue inmensamente perturbador, aumentando la ansiedad que ya porentonces no estaba nunca del todo ausente de mis horas de vigilia y alimentando adems otra extraapauta de conducta: una inquieta temeridad que me tena en constante y pleno movimiento, algo quedejaba perplejos a mi familia y amigos. Una vez, a finales del verano, en un vuelo a Nueva York,comet la temeraria equivocacin de echarme al coleto un scotch con soda mi primer alcohol enmeses que de manera inmediata me hizo entrar en barrena, producindome una impresin tanhorrorizada de indisposicin y de ruina interior que al da siguiente sin esperar a ms corr a uninternista de Manhattan, quien inici una larga serie de pruebas. Normalmente habra quedado yosatisfecho, a decir verdad ms que contento, cuando, al cabo de tres semanas de evaluacin conmedios de alta tecnologa y extraordinariamente cara, el doctor me declar totalmente sano; y s, mesent feliz, por un da o dos, hasta que una vez ms comenz la rtmica erosin diaria de mi nimo:ansiedad, agitacin, temor difuso.

    Para entonces haba regresado a mi casa de Connecticut. Era octubre, y uno de los rasgosinolvidables de esta fase de mi trastorno fue el modo en que mi propia casa de campo, mi hogarquerido durante treinta aos, adquira para m, en aquel punto en que mi nimo se hunda de ordinarioen su nadir, un cariz siniestro casi palpable. La luz menguante de la atardecida tal como ese famososlant of light [declive de la luz] de Emily Dickinson, que a ella le hablaba de muerte, de glidaextincin haba perdido todo su familiar encanto otoal, enviscndome en cambio en una lobreguezsofocante. Me preguntaba cmo era posible que aquel lugar amigable, rebosante de evocaciones de(nuevamente en palabras de ella) Lads and Girls [Mozos y Mozas], de laughter and ability andSighing, / And Frocks and Curls [risa y donaire y Suspiros, / Y Vestidos y Rizos], pudiera parecer,de un modo casi tangible, tan hostil y repulsivo. Fsicamente no estaba solo. Como siempre, hallbasepresente Rose, y escuchaba mis quejas con paciencia infatigable. Pero yo senta una inmensa ydolorida soledad. No poda ya concentrarme durante esas horas de la tarde que durante aos habanconstituido mi tiempo de trabajo, y el acto mismo de escribir, al hacerse cada vez ms difcil yagotador, se atascaba, y finalmente ces.

    Sobrevenan tambin terribles, repentinos ataques de ansiedad. Cierto da radiante, en un paseo porel bosque con mi perro, o una bandada de gansos del Canad graznando all arriba sobre los rbolesde frondas resplandecientes; una vista y un son que normalmente me habran alborozado, el vuelo deaves me hizo detenerme, clavado de temor, y permanec all encallado, desvalido, temblando,consciente por vez primera de que era presa no de las meras ansias de la privacin de alcohol sino deuna grave enfermedad cuyo nombre y entidad era capaz al fin de reconocer. De vuelta a casa, no podaquitarme de la cabeza el verso de Baudelaire, exhumado del lejano pretrito, que llevaba varios dasdeslizndose por los bordes de mi conciencia: He sentido el viento del ala de la locura.

    Nuestra quiz comprensible necesidad moderna de embotar los dentados filos de tantas afeccionesde las que somos herederos nos ha llevado a desterrar los speros vocablos antiguos: casa de orates,manicomio, insania, melancola, luntico, locura. Pero no se dude jams que la depresin, en su formaextrema, es locura. La locura es consecuencia de un proceso bioqumico aberrante. Ha quedadoestablecido con razonable certeza (despus de fuerte resistencia por parte de muchos psiquiatras, y nohace de ello tanto tiempo) que dicha locura es qumicamente inducida entre los neurotransmisores delcerebro, probablemente como consecuencia de un estrs sistmico que por razones desconocidasmotiva un agotamiento de los agentes qumicos norepinefrina y serotonina, y el aumento de unahormona, el cortisol. Con todo este desbarajuste en los tejidos del cerebro, la privacin y la saturacin

  • alternas, nada tiene de extrao que la mente empiece a sentirse afligida, maltrecha, y el encenagadoproceso del pensamiento registre la zozobra de un rgano en convulsin. Algunas veces, aunque nocon mucha frecuencia, una mente as perturbada desarrollar ideas violentas respecto a los dems.Pero en las agonas de tener vuelta la mente hacia dentro, las personas con depresin slo sonpeligrosas por lo comn para s mismas. La locura de la depresin es, generalmente hablando, laanttesis de la violencia. Es una tormenta, s, pero una tormenta de tinieblas. Pronto se manifiestansntomas como la lentitud cada vez mayor en las respuestas, una semiparlisis, el corte de la energapsquica hasta casi cero. Por ltimo es afectado el cuerpo, y se siente socavado, exange.

    Aquel otoo, a medida que el trastorno tomaba paulatinamente plena posesin de mi organismo,empec a imaginar que mi mente misma era como una de esas centrales de telfonos anacrnicas depequeas ciudades que poco a poco iba quedando inundada por la crecida: uno tras otro, los circuitosnormales comenzaban a anegarse, motivando que algunas de las fundones corporales y casi todas lasvegetativas y del intelecto fuesen desconectndose lentamente.

    Hay una lista bien conocida de algunas de estas funciones y de sus fallos. Las mas sedescomponan de un modo bastante ajustado al catlogo, siguiendo muchas de ellas la pauta de losataques depresivos. Recuerdo especialmente la lamentable semidesaparicin de mi voz. Sufri unaextraa transformacin, tornndose a veces muy apagada, jadeante y espasmdica; un amigo observposteriormente que era la voz de un nonagenario. La libido tambin hizo un mutis precoz, como sueleen la mayor parte de las enfermedades importantes: es necesidad superflua para un cuerpo en situacinde asedio. Muchos pierden por completo el apetito; el mo era relativamente normal, pero vi quecoma tan slo por la subsistencia: los alimentos, como todo lo dems en el mbito de la sensacin,estaban para m enteramente desprovistos de sabor. La ms angustiosa de todas las perturbaciones dela vida vegetativa era la del sueo, junto con ua total ausencia de ensueos.

    El agotamiento combinado con el insomnio es una tortura como hay pocas. Las dos o tres horas desueo que consegua tener por la noche lo eran siempre a instancia del Halcion, cuestin sta quemerece particular atencin. De cierto tiempo a esta parte muchos expertos en psicofarmacologa hanavisado que la familia de sedantes basados en la benzodiazepina, a la que pertenece el Halcion(Valium y Ativan son otros), es capaz de deprimir el nimo e incluso precipitar una depresin mayor.Ms de dos aos antes de mi quebranto, un mdico descuidado me haba recetado Ativan como ayudapara conciliar de noche el sueo, dicindome con evidente ligereza que poda tomarlo tandespreocupadamente como la aspirina. La Physicians Desk Reference, la biblia farmacolgica, revelaque el medicamento que yo haba estado ingiriendo era (a) de una fuerza tres veces la normalmenteprescrita, (b) no aconsejable como medicacin durante ms de un mes o cosa as, y (c) que debe serusado con especial cautela por personas de mi edad. En la poca de la que hablo no tomaba ya Ativan,pero me haba vuelto adicto al Halcion y consuma grandes dosis. Parece razonable pensar que stesera un factor contributivo ms a la calamidad que se me vino encima. Ciertamente debera servir deaviso para otros.

    De todos modos, mis escasas horas de sueo concluan por lo comn a las tres o las cuatro de lamaana, hora en que abra los ojos al inmenso bostezo de la oscuridad, considerando con estupor yangustia la devastacin que arrasaba mi mente y esperando el alba, que por lo general me permita unbreve duermevela febril y sin ensueos. Estoy bastante seguro de que fue durante uno de estos trancesde insomnio cuando me asalt la certidumbre una fantstica y atroz revelacin, tal la de una verdadmetafsica envuelta en luengo sudario de que aquella situacin me costara la vida si continuaba por

  • tales derroteros. Esto debi de ser muy en vsperas de mi viaje a Pars. La muerte, como he dicho, eraya una presencia diaria que soplaba sobre m en fras rfagas. No tena una nocin precisa de cmosobrevendra mi fallecimiento. En una palabra, todava mantena a raya la idea del suicidio. Pero,francamente, la posibilidad estaba a la vuelta de la esquina, y pronto me encontrara con ella cara acara.

    Lo que haba empezado a descubrir es que, misteriosamente y de formas del todo remotas respectoa la experiencia normal, la gris llovizna de horror causada por la depresin adquiere la cualidad deldolor fsico. Pero no es un dolor identificable de inmediato, como el de un miembro fracturado. Acasosea ms exacto decir que la desesperacin, debido a alguna infame trastada que le juega al cerebroenfermo la psique que lo habita, viene a semejar la diablica desazn de hallarse encerrado en uncuarto brbaramente sobrecalentado. Y como en esta caldera no circula el menor soplo de aire, comono hay escapatoria de este asfixiante confinamiento, es lo ms natural que la vctima empiece a pensarincesantemente en el olvido.

  • VUno de los momentos memorables en Madame Bovary es la escena en que la herona recaba la ayudadel cura del pueblo. Abrumada por el sentimiento de culpa, trastornada, patticamente deprimida, laadltera Emma encaminada ya al suicidio intenta con mil tropiezos instigar al abate a que laayude a encontrar una salida de la desesperada situacin en que se encuentra. Pero el cura, almasimple y no muy esclarecida, no acierta a ms que a pellizcarse la rada sotana, chilla aturrullado a susmonaguillos y ofrece trivialidades cristianas. Emma prosigue calladamente su rumbo frentico, msall de todo consuelo de Dios o de los hombres.

    Yo me sent un poco como Emma Bovary en mi relacin con el psiquiatra a quien llamar Dr.Gold, al cual empec a visitar inmediatamente despus de mi regreso de Pars, cuando ya ladesesperacin haba iniciado su despiadado redoble cotidiano. Nunca en mi vida haba consultado a unterapeuta mental para nada, y me notaba torpe, adems de un poco a la defensiva; mi tormento haballegado a ser tan intenso que consideraba muy improbable que la conversacin con otro mortal, nisiquiera aquel con pericia profesional en trastornos anmicos, pudiera aliviar el sufrimiento. MadameBovary acudi al cura con la misma duda y vacilacin. Empero nuestra sociedad se halla estructuradade tal modo que el Dr. Gold, o cualquier otro como l, es la autoridad a quien no tiene uno msremedio que dirigirse en la crisis, y no es sta del todo una mala idea, ya que el Dr. Gold formadoen Yale, altamente cualificado proporciona al menos un punto focal hacia el que puede unoencaminar las agonizantes energas, ofrece consuelo si no mucha esperanza, y se constituye enrecipiente de un aluvin de penas durante cincuenta minutos, lo que tambin sirve de alivio para laesposa de la vctima. Sin embargo, aunque nunca cuestionara yo la virtual eficacia de la psicoterapiaen las manifestaciones iniciales de las formas ms benignas de la enfermedad o posiblementeincluso en las secuelas de un ataque serio su utilidad en la fase avanzada en que yo me encontrabatiene que ser prcticamente nula. Mi propsito ms concreto al consultar al Dr. Gold era obtenerauxilio a travs de la farmacologa aunque esto tambin fuese, ay!, una quimera para una vctimaen situacin lmite como haba llegado yo a ser.

    Me pregunt si me senta inclinado al suicidio, y no sin cierta renuencia le dije que s. No entr endetalles ya que no pareca venir al caso y no le cont que a decir verdad muchos de los elementosfsicos de mi casa se haban vuelto recursos potenciales para mi liquidacin: las vigas del desvn (y unarce o dos del jardn), un medio para colgarme; el garaje, un sitio donde inhalar monxido de carbono;la baera, un recipiente para el flujo de mis arterias abiertas. Los cuchillos de cocina en sus cajones notenan ms que una sola finalidad para m. La muerte por ataque al corazn pareca especialmenteseductora, absolvindome como me absolvera de toda responsabilidad activa, y haba jugado tambincon la idea de una pulmona provocada: una larga caminata en mangas de camisa por la frialdad delbosque, un da de lluvia. No haba pasado por alto la posibilidad de un supuesto accidente, a lo RandallJarrell, saliendo al paso de un camin en la carretera vecina. Estos pensamientos podrn parecergrotescamente macabros una broma con muy poca gracia pero son autnticos. Sin duda sernespecialmente repugnantes para norteamericanos saludables, con su fe en el perfeccionamientopersonal. Pero en realidad estas fantasas horrendas, que hacen estremecerse a la gente de bien, sonpara el nimo profundamente deprimido lo que las figuraciones lascivas para las personas desexualidad vigorosa. El Dr. Gold y yo empezamos nuestras charlas dos veces por semana, pero erapoco lo que poda yo decirle, salvo intentar, en vano, describir mi desolacin.

  • Tampoco l poda decirme a m mucho de valor. Sus trivialidades no eran cristianas sinodictmenes, casi tan ineficaces, extrados directamente de las pginas de The Diagnostic andStatistical Manual of the American Psychiatric Association (buena parte de lo cual, como antes hereseado, yo haba ledo ya), y el solaz que me ofreca era una medicacin antidepresiva llamadaLudiomil. El comprimido me pona con los nervios de punta, desagradablemente hiperactivo, ycuando se aument la dosis al cabo de diez das, me obstruy la vejiga durante horas una noche.Cuando inform al Dr. Gold de este problema, se me dijo que deban pasar diez das ms para que elfrmaco evacuara mi organismo antes de comenzar con otro medicamento distinto. Para quien estamarrado a semejante potro de tortura, diez das son como diez siglos y esto sin contar el hecho deque cuando se inicia el tratamiento con un nuevo frmaco tienen que transcurrir varias semanas antesde que haga efecto, lo que, de todos modos, dista mucho de estar garantizado.

    Esto viene a airear el asunto de la medicacin en general. A la psiquiatra debe reconocrsele elmrito de su persistente lucha para tratar farmacolgicamente la depresin. El uso del litio paraestabilizar humores en la depresin manaca es un esplndido logro mdico; la misma sustancia seest empleando tambin con eficacia como preventivo en muchos casos de depresin unipolar. Nocabe la menor duda que en ciertos casos moderados y algunas formas crnicas de la enfermedad (lasdenominadas depresiones endgenas) las medicaciones han resultado inestimables, alterando amenudo de forma espectacular el curso de una perturbacin grave. Por razones que todava no estnclaras para m, ni las medicaciones ni la psicoterapia consiguieron detener mi zambullida hacia lasprofundidades. Si han de creerse las alegaciones de autoridades competentes en la especialidad sinexcluir aseveraciones hechas por mdicos a quienes he llegado a conocer personalmente y a respetarel progreso maligno de mi dolencia me situaba en una minora bien delimitada de pacientes,gravemente afectados, cuyo achaque escapa a todo control. En cualquier caso, no quiero parecerinsensible al feliz tratamiento disfrutado en estos ltimos tiempos por la mayor parte de las vctimasde la depresin. Especialmente en sus fases tempranas, la enfermedad cede de un modo positivo atcnicas como la terapia cognitiva sola o en combinacin con medicaciones y a otras estrategiaspsiquitricas en constante evolucin. La mayora de los pacientes, despus de todo, no necesitan serhospitalizados y no intentan o perpetran realmente el suicidio. Pero hasta el da en que se descubra unagente de accin rpida, nuestra fe en la cura de la depresin grave por medios farmacolgicos tendrque seguir siendo provisional. La incapacidad de estos frmacos para obrar positiva y prontamente defecto que hoy por hoy constituye el caso general es en cierto modo anloga a la impotencia decasi todos los medicamentos para contener las infecciones bacterianas masivas en los aos anterioresa la introduccin de los antibiticos. Y puede resultar no menos peligrosa.

    As pues, encontr poca cosa de importancia en mis consultas con el Dr. Gold que me permitierahacerme ilusiones. Durante mis visitas, l y yo continuamos intercambiando trivialidades, las mascon una pronunciacin renqueante ya por entonces puesto que mi discurso, emulando mi manera deandar, se haba reducido al equivalente vocal de un arrastrar de pies y puedo asegurar que tantediosas como las suyas.

    Pese a los todava vacilantes mtodos de tratamiento, la psiquiatra, a un nivel analtico yfilosfico, ha aportado mucho a un conocimiento de los orgenes de la depresin. No es poco, porsupuesto, lo que an queda por aprender (y una parte considerable continuar sin duda siendo unmisterio, debido a la naturaleza idioptica del mal, a su constante intercambiabilidad de factores),pero desde luego hay un elemento psicolgico que ha quedado establecido allende toda duda

  • razonable, y es el concepto de prdida. La prdida en todas sus manifestaciones constituye la piedra detoque de la depresin: en el desarrollo de la enfermedad y, con toda probabilidad, en su origen. En unafecha posterior ira convencindome poco a poco de que la prdida abrumadora sufrida en la infanciahubo de figurar como probable gnesis de mi trastorno; entretanto, cuando examinaba mi condicinretrgrada, experimentaba prdida a manos llenas. La prdida de la estimacin propia es un sntomafamoso, y mi sentimiento del yo haba punto menos que desaparecido, junto con toda confianza en mmismo. Esta prdida puede degenerar en seguida en dependencia, y de la dependencia en un miedoinfantil. Uno teme la prdida de todas las cosas, de todas las personas allegadas y queridas. Hay unmiedo intenso al abandono. Estar solo en casa, siquiera un momento, me produca un pnico y unaalarma extraordinarios.

    De las imgenes recordadas de aquellos das, la ms grotesca y desconcertante sigue siendo la demi persona, como un cro de menos de cinco aos, arrastrndome por un mercado tras los talones demi sufridsima esposa; ni por un instante poda permitirme perder de vista aquel alma de pacienciainagotable que se haba convertido en niera, mam, consoladora, sacerdotisa y, lo ms importante detodo, en confidente: consejera erguida en el centro de mi existencia como una roca cuya sabiduraexceda con mucho la del Dr. Gold. Y aventurara la opinin de que muchas de las desastrosassecuelas de la depresin podran conjurarse si las vctimas recibieran un apoyo como el que ella medispens a m. Pero entretanto mis prdidas crecan y proliferaban. No cabe duda que cuando uno seaproxima a las penltimas profundidades de la depresin que es como decir inmediatamente antesde la fase en que empieza uno a poner en obra el suicidio, en vez de ser un mero contemplador delmismo el intenso sentimiento de prdida se relaciona con una clara nocin de que la vida se escapade las manos a paso acelerado. Se adquieren unos apegos vehementes. Cosas absurdas mis gafas delectura, un pauelo, determinado til de escribir se convertan en objetos de mi demencial sentidode la posesin. Cualquier extravo momentneo de dichos objetos me llenaba de una consternacinfrentica, por ser cada uno de ellos el recordatorio tangible de un mundo que pronto iba aextingurseme.

    Transcurri noviembre, lgubre, crudo y helador. Cierto domingo se presentaron en casa unfotgrafo y sus ayudantes para obtener las ilustraciones grficas de un artculo que iba a publicarse enuna revista nacional. Es poco lo que alcanzo a recordar de la sesin, salvo los primeros copos de nievedel invierno punteando el aire all fuera. Pens que obedeca los ruegos del fotgrafo de sonrer a cadados por tres. Un da o dos despus el jefe de redaccin de la revista telefone a mi mujerpreguntndole si me prestara a someterme a otra sesin. La razn que expuso fue que los retratos queme haban hecho, aun los con sonrisas, aparecan demasiado llenos de angustia.

    Haba llegado por entonces a esa fase del trastorno en que todo sentimiento de esperanza se hadesvanecido, junto con cualquier idea de futuro; mi cerebro, esclavo de sus hormonas desmandadas,era ya menos un rgano de pensamiento que un instrumento que registraba, minuto por minuto, losdiversos grados de su propio sufrir. Hasta las maanas empeoraban ahora cuando vagaba letrgico deun lado para otro, a continuacin de mi sueo sinttico, pero las tardes seguan siendo lo peor de todo,a partir ms o menos de las tres, hora en que senta el horror, como una niebla compacta y venenosa,irrumpir sobre mi mente, obligndome a meterme en la cama. Y en ella permaneca por espacio deseis horas, soporoso y virtualmente paralizado, mirando al techo y esperando ese momento deprimeras horas de la noche en que, misteriosamente, la crucifixin se mitigaba justo lo suficiente parapermitirme la obligada ingestin de algn alimento y luego, como un autmata, procurar de nuevo una

  • hora o dos de sueo. Por qu no estaba en un hospital?

  • VI

    Durante aos haba llevado un cuaderno no estrictamente un diario, sus anotaciones eran errticas yescritas un tanto a la ventura cuyo contenido no me habra gustado nada que curiosearan otros ojosque no fuesen los mos. Lo tena oculto en un lugar bien apartado de la vista, en mi casa. No es que setratara de nada escandaloso; las observaciones eran muchsimo menos escabrosas, o malignas, oreveladoras de mis intimidades de lo que mi deseo de mantener el cuaderno en secreto pareceraindicar. Sin embargo, el pequeo volumen constitua un material que tena yo el firme propsito deutilizar profesionalmente y luego destruir antes de ese da lejano en que el espectro de la clnica dereposo se aproximara demasiado. As que cuando mi mal se agrav comprend, no sin cierta desazn,que si un da decida desembarazarme del cuaderno, ese momento coincidira necesariamente con midecisin de poner fin a mi existencia. Y una noche de principios de diciembre ese momento lleg.

    Esa tarde me haban llevado (haca ya tiempo que yo no poda conducir) a la consulta del Dr. Gold,donde ste anunci que haba decidido tratarme con el antidepresivo Nardil, frmaco ms antiguo quetena la ventaja de no causar la retencin urinaria de los otros dos que haba prescrito. Sin embargo,haba inconvenientes. El Nardil probablemente no hara efecto antes de un mes o mes y medio apenas si poda crermelo y tendra que obedecer yo cuidadosamente ciertas restriccionesdietticas, por fortuna ms bien sibarticas (nada de embutido, ni de queso, ni de pat de foie gras), afin de evitar un choque de enzimas incompatibles que podra causar un sncope. Adems, dijo el Dr.Gold con una cara muy seria, el frmaco a dosis ptimas poda tener como efecto secundario laimpotencia. Hasta ese momento, aunque abrigaba algn recelo respecto a su personalidad, no le habacredo totalmente falto de perspicacia; ahora no estaba ya seguro en modo alguno. Ponindome en ellugar del Dr. Gold, me pregunt si pensara en serio que aquel exhausto y maltrecho semiinvlido consu cascada voz de viejo y su arrastrar de pies se despertaba cada maana de su sueo inducido por elHalcion vido de retozo carnal.

    Hubo algo tan desconsolador en la sesin de aquel da que volv a casa en un estado de particulardesventura y preparado para la noche. Tenamos invitados a cenar, algo que yo ni tema ni reciba conagrado y que ya de por s (esto es, en mi trpida indiferencia) revela un interesantsimo aspecto de lapatologa de la depresin. Esto atae no a los umbrales de sufrimiento que nos son conocidos sino a unfenmeno paralelo, y es la probable incapacidad de la psique para absorber dolor ms all deprevisibles lmites de tiempo. Hay una regin en la experiencia del dolor en que la certeza del aliviopermite a menudo un aguante sobrehumano. Aprendemos a convivir con el dolor en grados diversospor todo un da, o por perodos ms largos, y las ms de las veces terminamos misericordiosamentepor vernos libres de l. Cuando soportamos fuerte malestar de ndole fsica nuestra capacidad deadaptacin nos ha enseado desde nios a realizar transacciones con las exigencias del dolor, es decira aceptarlo, ya sea valerosamente o gimiendo y quejndonos, segn nuestro personal grado deestoicismo, pero en cualquier caso aceptarlo. Salvo en el dolor terminal intratable, casi siempre hayalguna forma de alivio, ya sea mediante el sueo, el Tylenol, la autohipnosis, un cambio de postura, olas ms de las veces, gracias a la capacidad del cuerpo humano para curarse a s mismo, y nosabrazamos a este eventual respiro como a la recompensa natural que se nos concede por haber sido,temporalmente, tan buenos militantes y abnegados sufridores, unos hinchas tan optimistas de la vida,en realidad.

    En la depresin, esta fe en el rescate, en el final restablecimiento, falta por completo. El

  • sufrimiento es inconmovible, y lo que hace intolerable la situacin es saber de antemano que nollegar ningn remedio: ni en un da, una hora, un mes o un minuto. Si se da una ligera mitigacin,sabe uno que es slo temporal; le seguir ms tormento. Aun ms que dolor, es desesperacin lo queapabulla el alma. As, en las determinaciones del vivir cotidiano, no cabe, como en los asuntosnormales, cambiarse de una situacin enojosa a otra que lo sea menos o de la incomodidad a unacomodidad relativa, o del aburrimiento a la actividad sino moverse de tortura en tortura. Noabandona uno, siquiera por breve tiempo, su lecho de clavos, sino que vive pegado a l dondequieraque vaya. Y esto se traduce en una experiencia sorprendente: la que yo he llamado, recurriendo a laterminologa militar, situacin del herido ambulante. Pues en casi toda otra enfermedad grave, unpaciente que experimente devastacin anloga estar bien acostado en la cama, posiblemente bajo laaccin de sedantes y enganchado a los tubos y alambres de los sistemas mantenedores de vida, pero,como mnimo, en una postura de reposo y en un marco de aislamiento. Su estado de invalidez seconsiderar necesario, incuestionable y de todo merecimiento. Sin embargo, el que padece depresinno tiene opcin alguna de este gnero, y por lo tanto, al igual que un herido de guerra obligado acaminar por su pie, se ve empujado a las ms intolerables situaciones familiares y sociales. En ellas,pese a la angustia que le devora el cerebro, tiene que poner una cara que no desdiga mucho de la quese considera concorde con acontecimientos y actos de sociedad ordinarios. Tiene que procurar darconversacin a la gente, y contestar preguntas, y asentir con la cabeza o fruncir el ceo en losmomentos pertinentes, y, Dios le valga, hasta sonrer. Pero ya es un suplicio intentar pronunciar unaspocas y simples palabras.

    Aquella velada de diciembre, por ejemplo, poda haber permanecido en cama como de costumbre,durante unas horas que eran para m las peores, o avenirme a estar en la cena que mi mujer habaorganizado en el piso de abajo. Pero la idea misma de una decisin era algo puramente abstracto.Cualquiera de las dos soluciones equivala a tortura, y escog la cena no porque viera en ello ningnmrito particular sino por indiferencia ante lo que saba muy bien que seran ordalas indistinguiblesde nebuloso horror. En la cena apenas fui capaz de hablar, pero el cuarteto de invitados, que eran todosbuenos amigos, estaban al tanto de mi situacin y pasaron cortsmente por alto mi mutismocatatnico. Luego, despus de cenar, sentados en la sala, experiment una curiosa convulsin internaque acierto a describir nicamente como desesperacin ms all de la desesperacin. Sali de la franoche; no crea posible angustia semejante.

    Mientras mis amigos charlaban tranquilamente delante del fuego me excus y sub al piso dearriba, donde recobr mi cuaderno del lugar especial donde lo guardaba. Luego me encamin a lacocina y con ntida claridad la claridad de quien sabe que est empeado en un rito solemnedistingu todas las inscripciones de marca de fbrica en los artculos que empec a reunir paradeshacerme del volumen de marras, artculos bien conocidos por la publicidad comercial: el rollonuevo de toallas de papel Viva que abr para envolver el cuaderno, la cintilla de marca de Scotch conque lo ce y at, la caja vaca de Post Raisin Bran donde met el paquete antes de llevrmelo fuera yembutirlo bien hondo en el cubo de la basura, que vaciaran a la maana siguiente. El fuego lo habradestruido ms aprisa, pero en la basura haba una forma de aniquilacin del yo apropiada, comosiempre, a la pertinaz humillacin de s mismo caracterstica de la melancola. Sent latirme conviolencia el corazn, como el de un hombre que se enfrenta a un pelotn de fusilamiento, y supe quehaba tomado una decisin irreversible.

    Un fenmeno que ha observado cierto nmero de personas al pasar por estados de depresin

  • profunda es la sensacin de hallarse uno acompaado por un segundo yo: un observador fantasmalque, no compartiendo la demencia de su doble, es capaz de mirar con desapasionada curiosidadmientras su compaero lucha contra el desastre que