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s u p e r v i v o : n o v / 2 0 1 5
PORQUE TODO LO QUE TRABAJES VERÁ SU FRUTO, DE UNA U OTRA FORMA
queda terminantemente autorizada la reproducción de este fanzine.©www.supervivo.org | [email protected] | facebook: supervivo.cuba
E S LO Q U EH A Y
! ! !
[email protected]: supervivo.cuba
www.supervivo.org
Dios tan bello, tan adorado,gracias por este verano, y en es-pecial, por tus estrellas fugaces
Yerandis. Aunque no se lograra nada (y sé que no será así),
muchísimas gracias por estar ahí, tan conectado, por no haberte bebido la coca-cola del olvido.
Sebastián. Nos muestras que que-rer es poder, por todo el tiempo y el cerebro invertido en hacernos-
llegar tan valioso aporte.
Alioth y la Expo-Feria Adorarte, por recibirnos.
Huesos Vivos (y a Talita), por elapresto a desandar contra la
corriente de Cartagena, de Colombia.
Magvis, por encontrarnos el texto «la vida después del parto»
A los Post-posmodernos holguineros.
A tí que lees.
portada y contraportada: frank dirección y diseño: newman
edición: pruna
u n . c a r t e l . d e
m . r . w h i t e
r e t r o c u b a
encuéntranos en:
La Marca: Obra Pía e/ Oficios y Mercaderes
DADA: Calzada e I
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ilustres súper-vivientes que vivieron del invento
su moral de cara a los enfren-tamientos”.
Naismith vivió para crear la asociación universitaria de ba- loncesto estadounidense, le alcanzó para ver su creación convertida en deporte olímpi-co y ser honrado como presi-dente honorario de la FIBA. Y hoy día, en Springfi eld, lugar donde dio a luz su creación, hay un Salón de la Fama con el nombre del que, de haberse rendido ante las circunstan-cias, no hubiera habido gloria para Jordan, LeBron, Bird o Magic Johnson.
El canadiense James Naismith era profesor de Educación Física en una escuela norteameri-cana de la YMCA (Asociación Cristiana de Jóvenes). Sucedía que cuando llegaba el invier-no era imposible practicar deportes al aire libre, así que a James le encargaron crear un deporte nuevo de equipo que se pudiera jugar a puertas cerradas.
No sería su único desafío: había perdido a sus padres siendo niño, trabajó la tierra, intentó alistarse en la policía, estudió teología, serviría más tarde como capellán militar y, por supuesto, desarrolló una carrera en la Educación Física.Tuvo que mudarse muchas ve-
ces, adaptarse constantemen-te a nuevos ambientes. Varias veces abandonó y retomó los estudios. Más adelante perde-ría también a su hermano en víspera de año nuevo.
Quizá fueron todas esas expe-riencias, una pericia y deter-minación innatas, pero seguro refi nadas al fuego de muchísi-
mas vivencias, las que ayuda-ron a que Naismith creara un deporte tan rápido, especta-cular, elegante, noble y capaz de traspasar culturas y niveles económicos: el baloncesto.
Este deporte incluso le sirvió como herramienta en su tra-bajo de capellán militar, se dice que “la práctica del de-
porte hizo que los soldados no cometiesen tantas
faltas de disciplina e incrementasen
por otro lado
— ¿Tú crees en la vida después del parto?
— Claro que sí. Algo debe existir después del parto.
— ¡Tonterías! No hay vida después del parto. ¿Cómo sería esa vida?
— No lo sé pero seguramente... habrá más luz que aquí. Tal vez caminemos con nuestros propios pies y nos ali-mentemos por la boca.
— ¡Eso es absurdo! Caminar es imposible. ¿Y comer por la boca? ¡Eso es ridículo! El cordón umbilical es por donde nos alimentamos.
— Pues yo creo que debe haber algo. Y tal vez sea sólo un poco distinto a lo que estamos acostumbrados a tener aquí.
— Pero nadie ha vuelto nunca del más allá, después del parto. El parto es el fi nal de la vida. A fi n de cuentas, la
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vida no es más que una angustiosa existencia en la oscu-ridad que no lleva a nada.
— Bueno, yo no sé exactamente cómo será después del parto, pero seguro que veremos a mamá y ella nos cui-dará.
— ¿Mamá? ¿Tú crees en mamá? ¿Y dónde crees tú que está ella?
— En todo nuestro alrededor, En ella y a través de ella es como vivimos. Sin ella todo este mundo no existiría.
— No me lo creo. Nunca he visto a mamá, por lo tanto, es lógico que no exista.
— Bueno, pero a veces, cuando estamos en silencio, se puede escucharla cantando o sentir cómo acaricia nuestro mundo. Yo pienso que hay una vida real que nos espera y que ahora solamente estamos preparándonos para ella...
Los encendidos estaban des-esperados. Aquel hombre de-cía haber obtenido un poder sobrenatural que lo hacía mu-chísimo más capacitado que ellos; estaba en juego todo el orden y control de las cosas. Lo llamaron para interrogarle:
—Así que dices que estabas apagado y ahora estás en-cendido. Creíamos que estabas mintiendo. Por eso llamamos a tus padres y lo confi rmaron, pero no
nos dijeron quién te encendió. ¿Nos dirás tú si fue un verda-dero interruptor o un farsante? ¿Cómo te activó? —Ya les dije que solo sé que antes estaba apagado y aho-ra estoy encendido. ¿Por qué insisten tanto en ese interrup-tor? ¿Es que quieren aprender de él? Fue la respuesta. Y los encen-didos se enfurecieron:
—¡Fuera de aquí! Nosotros somos discípulos del Antiguo Interruptor. Por lo menos sa-bemos que a él le enseñó el Ser Encendedor; pero a este ni sabemos de dónde salió.
—¡Eso es lo que más me sor-prende! ¡Que ustedes no sepan de dónde salió y, sin embargo, a mí me encendió! Si ese interruptor fuera un far-sante, el Ser Encendedor no le hubiera dado el poder de encender.
—¿¡Tú te crees capaz de ense-ñarnos lecciones de ilumina-ción!? ¡Mírate, tú que naciste en las sombras!
Entonces lo expulsaron de allí. El nuevo encendido salió sabiendo que quienes lo re-chazaban estaban realmente apagados y condenados. Se dispuso a encontrar a aquel verdadero interruptor y se-guirle.
tomado de internetanónimo
¡Dios, qué dese- os de llegar a casa y sentarme! Llevaba una hora en el pasillo de la guagua, empujones, pisotones, ca-lor, fatiga… Al bajar pasé junto a una mujer sentada en el suelo. Estaba sucia. Seguro está loca, pensé. Me haría el loco si eso justifi cara sentar-me en una acera.
Dos cuadras después aún recordaba cómo me ex-tendía la mano pidiendo dinero. Tal vez no tiene a donde ir ni comerá esta noche; cobraste hoy, me dije. Y volví.
Pasé la mirada por la acera hasta encontrarla. Entonces me ganó la parálisis emocional, temblé, temí. Mi arrepentimiento y gratitud corrieron en forma de dos grandes lágrimas y me senté con la mujer sin pies, que pedía ayuda en la acera.
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T ˜E ˜R ˜I ˜Z˜A ˜¿Eres tú –y perdona el atrevimiento– la que no cree en el status quo, ni en el privilegio de los consagrados, sino que a unos y otros tratas como hijos? Porque nadie sabe –ni siquiera tú–, si mañana el hijo de uno es po-seedor del ofi cio de otro. Lo único que pido en este momento crucial de incógnitas permanentes, que nos declares si eres tú o esperaremos a otra. Dinos si has de revelarte tal cual eres, o seguirán sucedién-dose los rostros deformes de lo desconocido, la imagen imperfecta de nuestros más vanos deseos o prolongaremos la espera hasta que sean manifestadas –luego del clamor ar-diente de toda la creación– las obras de los hijos de los hombres y fi nalmente acudas en rescate de todos los desfavorecidos. Si no eres tú, entonces tendré que descartarte y buscar otra. Pero antes de que te vayas solo dime, ¿cuál de todas eres?
Dime cuál eres tú. ¿La distante y compla-ciente que arroja unos huesitos al aire para satisfacer la voracidad de quienes te miran, mientras que tus ojos y tu alma están lejos? ¿La que deja de ser para llegar a todos, y en ese decurso del tiempo te mutilas hasta dejar a la vista, detrás de una vitrina destartalada, la imagen de una mujer a la que difícilmente se le reconocerá el rostro, algo frío y deforme, que solo es Historia? ¿Serás esa que anda por las plazas recla-mando atención, prometiendo a los simples sagacidad y a los sabios, cultura; elevando a los indoctos por encima de un banco en la parada de una guagua y callando a los creí-dos porque no pueden escuchar el corazón de un hombre más acá de su obra?
C ˜I ˜Ó ˜Nbirdmano unhom
bre
birdmano unhom
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Comenzado a leer a Juan Villo-ro supe que ya era tarde.
Tarde para toparme de una manera atroz y repentina con estupendas crónicas total-mente dotadas de pies y de cabezas, de brazos, bazos, tor-sos, sistemas digestivos, larin-ges, tráqueas, pelvis. Exagero.
txt: jankimg: paula
Patidifusas crónicas como los leviatanes. Con todos los pe-dazos necesarios organizados mal, no erróneamente, sino de la veraz manera ecuánime en que organizaban su arte los cubistas. De una manera concebida, redonda, para que nadie logre entender nada. Por allá un brazo. Lejos, una nariz. Y un pie sobre una lám-para. Y un cerebelo haciendo dirtydancing sobre un balón de fútbol.
Abrí otra. Lo mismo. Luego otra. Pensé (yo también pien-so): Debo ser yo, vulgar infor-tunado a quien no le gusta nada de lo que las personas normalucas adoran. O será acaso que no fui partícipe de la estadía de Don Juan en Cuba. O que no estoy maduro para entender cosas como el cubismo. O que ha llegado a la croniquería un nuevo Marcel Duchamp…
Y comencé a hacer esto. A escribir, esto. Di un par de vueltas mientras borroneaba. Abrí la Wikipedia. Busqué al hombre. Vi que fi gura en el top ten latino de escritores con muy notables pinchas. Pensé en los pros de hacerlo. No eran muchos. Pensé en los contras. Tampoco eran muchos. Y en ese estira- encoge me di cuen-ta de un algo desdeñoso.
También yo estaba armando un leviatán.
La oreja donde creo que va la oreja. Las patas donde creo que van las patas. Donde creo que funcionen, más o menos. Lo mismo con los brazos, ba-zos, torsos, sistemas digesti-vos, laringes, tráqueas, pelvis. El título vendría siendo el ros-tro. Y el entrelíneas puede ser, entonces, la pieza espiritual.
Alguna vez leí en una pancar-ta: Juan Villoro ha domado un ornitorrinco. Ahora que estoy en ello, no lo dudo.
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Un hombre quiere escribir, dirigir, interpretar –en rol protagónico– y alcanzar el éxito en Broadway, New York, con una obra de teatro.
Un hombre recibió de niño una nota de un grandísimo dramaturgo: «Gracias por una actuación sincera». Se sintió inspirado a con-vertirse en actor.
Un hombre solo llegó a convertirse en “un payaso de Hollywood con un disfraz de pá-jaro” –léase, actor de saga basada en cómic de superhéroe, siendo amado por la cultura popular. “Pero mañana a las 8pm saldrá al escenario y lo arriesgará todo” –léase, saltar a las tablas ante el respetable, y luchar por ser amado por la crítica especializada. Querrá ser relevante.
Renegará la rentable falsedad de Ho-llywood por la arriesgada veracidad de Broadway. Ignora que en el teatro como en el cine «ya todo está inventa-do», y que para el populacho como para la élite, lo real, lo bello y lo es-forzado ya no tienen nada que ver con el éxito.
Un hombre enloquecerá y terminará por darle al público lo que quiere: que enloquezca, que sangre. Terminará por recibir lo que tanto buscaba: aceptación, afecto, aplausos, relevancia, críticas, reviews favorables y primera plana en los perió-dicos.
Un hombre no consigue sentirse lle-no, a pesar de todo. Muere o vuela, según la cosmovisión defendida. Un hombre puede ganar el mun-do y perder su alma.
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¡Dios, qué dese- os de llegar a casa y sentarme! Llevaba una hora en el pasillo de la guagua, empujones, pisotones, ca-lor, fatiga… Al bajar pasé junto a una mujer sentada en el suelo. Estaba sucia. Seguro está loca, pensé. Me haría el loco si eso justifi cara sentar-me en una acera.
Dos cuadras después aún recordaba cómo me ex-tendía la mano pidiendo dinero. Tal vez no tiene a donde ir ni comerá esta noche; cobraste hoy, me dije. Y volví.
Pasé la mirada por la acera hasta encontrarla. Entonces me ganó la parálisis emocional, temblé, temí. Mi arrepentimiento y gratitud corrieron en forma de dos grandes lágrimas y me senté con la mujer sin pies, que pedía ayuda en la acera.
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Dime cuál eres tú. ¿La distante y compla-ciente que arroja unos huesitos al aire para satisfacer la voracidad de quienes te miran, mientras que tus ojos y tu alma están lejos? ¿La que deja de ser para llegar a todos, y en ese decurso del tiempo te mutilas hasta dejar a la vista, detrás de una vitrina destartalada, la imagen de una mujer a la que difícilmente se le reconocerá el rostro, algo frío y deforme, que solo es Historia? ¿Serás esa que anda por las plazas recla-mando atención, prometiendo a los simples sagacidad y a los sabios, cultura; elevando a los indoctos por encima de un banco en la parada de una guagua y callando a los creí-dos porque no pueden escuchar el corazón de un hombre más acá de su obra?
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Comenzado a leer a Juan Villo-ro supe que ya era tarde.
Tarde para toparme de una manera atroz y repentina con estupendas crónicas total-mente dotadas de pies y de cabezas, de brazos, bazos, tor-sos, sistemas digestivos, larin-ges, tráqueas, pelvis. Exagero.
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Patidifusas crónicas como los leviatanes. Con todos los pe-dazos necesarios organizados mal, no erróneamente, sino de la veraz manera ecuánime en que organizaban su arte los cubistas. De una manera concebida, redonda, para que nadie logre entender nada. Por allá un brazo. Lejos, una nariz. Y un pie sobre una lám-para. Y un cerebelo haciendo dirtydancing sobre un balón de fútbol.
Abrí otra. Lo mismo. Luego otra. Pensé (yo también pien-so): Debo ser yo, vulgar infor-tunado a quien no le gusta nada de lo que las personas normalucas adoran. O será acaso que no fui partícipe de la estadía de Don Juan en Cuba. O que no estoy maduro para entender cosas como el cubismo. O que ha llegado a la croniquería un nuevo Marcel Duchamp…
Y comencé a hacer esto. A escribir, esto. Di un par de vueltas mientras borroneaba. Abrí la Wikipedia. Busqué al hombre. Vi que fi gura en el top ten latino de escritores con muy notables pinchas. Pensé en los pros de hacerlo. No eran muchos. Pensé en los contras. Tampoco eran muchos. Y en ese estira- encoge me di cuen-ta de un algo desdeñoso.
También yo estaba armando un leviatán.
La oreja donde creo que va la oreja. Las patas donde creo que van las patas. Donde creo que funcionen, más o menos. Lo mismo con los brazos, ba-zos, torsos, sistemas digesti-vos, laringes, tráqueas, pelvis. El título vendría siendo el ros-tro. Y el entrelíneas puede ser, entonces, la pieza espiritual.
Alguna vez leí en una pancar-ta: Juan Villoro ha domado un ornitorrinco. Ahora que estoy en ello, no lo dudo.
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Un hombre quiere escribir, dirigir, interpretar –en rol protagónico– y alcanzar el éxito en Broadway, New York, con una obra de teatro.
Un hombre recibió de niño una nota de un grandísimo dramaturgo: «Gracias por una actuación sincera». Se sintió inspirado a con-vertirse en actor.
Un hombre solo llegó a convertirse en “un payaso de Hollywood con un disfraz de pá-jaro” –léase, actor de saga basada en cómic de superhéroe, siendo amado por la cultura popular. “Pero mañana a las 8pm saldrá al escenario y lo arriesgará todo” –léase, saltar a las tablas ante el respetable, y luchar por ser amado por la crítica especializada. Querrá ser relevante.
Renegará la rentable falsedad de Ho-llywood por la arriesgada veracidad de Broadway. Ignora que en el teatro como en el cine «ya todo está inventa-do», y que para el populacho como para la élite, lo real, lo bello y lo es-forzado ya no tienen nada que ver con el éxito.
Un hombre enloquecerá y terminará por darle al público lo que quiere: que enloquezca, que sangre. Terminará por recibir lo que tanto buscaba: aceptación, afecto, aplausos, relevancia, críticas, reviews favorables y primera plana en los perió-dicos.
Un hombre no consigue sentirse lle-no, a pesar de todo. Muere o vuela, según la cosmovisión defendida. Un hombre puede ganar el mun-do y perder su alma.
— ¿Tú crees en la vida después del parto?
— Claro que sí. Algo debe existir después del parto.
— ¡Tonterías! No hay vida después del parto. ¿Cómo sería esa vida?
— No lo sé pero seguramente... habrá más luz que aquí. Tal vez caminemos con nuestros propios pies y nos ali-mentemos por la boca.
— ¡Eso es absurdo! Caminar es imposible. ¿Y comer por la boca? ¡Eso es ridículo! El cordón umbilical es por donde nos alimentamos.
— Pues yo creo que debe haber algo. Y tal vez sea sólo un poco distinto a lo que estamos acostumbrados a tener aquí.
— Pero nadie ha vuelto nunca del más allá, después del parto. El parto es el fi nal de la vida. A fi n de cuentas, la
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vida no es más que una angustiosa existencia en la oscu-ridad que no lleva a nada.
— Bueno, yo no sé exactamente cómo será después del parto, pero seguro que veremos a mamá y ella nos cui-dará.
— ¿Mamá? ¿Tú crees en mamá? ¿Y dónde crees tú que está ella?
— En todo nuestro alrededor, En ella y a través de ella es como vivimos. Sin ella todo este mundo no existiría.
— No me lo creo. Nunca he visto a mamá, por lo tanto, es lógico que no exista.
— Bueno, pero a veces, cuando estamos en silencio, se puede escucharla cantando o sentir cómo acaricia nuestro mundo. Yo pienso que hay una vida real que nos espera y que ahora solamente estamos preparándonos para ella...
Los encendidos estaban des-esperados. Aquel hombre de-cía haber obtenido un poder sobrenatural que lo hacía mu-chísimo más capacitado que ellos; estaba en juego todo el orden y control de las cosas. Lo llamaron para interrogarle:
—Así que dices que estabas apagado y ahora estás en-cendido. Creíamos que estabas mintiendo. Por eso llamamos a tus padres y lo confi rmaron, pero no
nos dijeron quién te encendió. ¿Nos dirás tú si fue un verda-dero interruptor o un farsante? ¿Cómo te activó? —Ya les dije que solo sé que antes estaba apagado y aho-ra estoy encendido. ¿Por qué insisten tanto en ese interrup-tor? ¿Es que quieren aprender de él? Fue la respuesta. Y los encen-didos se enfurecieron:
—¡Fuera de aquí! Nosotros somos discípulos del Antiguo Interruptor. Por lo menos sa-bemos que a él le enseñó el Ser Encendedor; pero a este ni sabemos de dónde salió.
—¡Eso es lo que más me sor-prende! ¡Que ustedes no sepan de dónde salió y, sin embargo, a mí me encendió! Si ese interruptor fuera un far-sante, el Ser Encendedor no le hubiera dado el poder de encender.
—¿¡Tú te crees capaz de ense-ñarnos lecciones de ilumina-ción!? ¡Mírate, tú que naciste en las sombras!
Entonces lo expulsaron de allí. El nuevo encendido salió sabiendo que quienes lo re-chazaban estaban realmente apagados y condenados. Se dispuso a encontrar a aquel verdadero interruptor y se-guirle.
tomado de internetanónimo
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PORQUE TODO LO QUE TRABAJES VERÁ SU FRUTO, DE UNA U OTRA FORMA
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