Emir Rodriguez

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    bre todo contribuyen a fomentar la profesionalizacin del escritor la-

    tinoamericano.

    Ese ao de 1940 habr de marcar el comienzo de un desarrollo que

    en un par de dcadas transforma radicalmente la cultura latinoameri-

    cana en cada uno de los pases del vasto continen te. Poco a poco se va

    formando un pblico lector que si bien al comienzo es slo una lit

    con el correr de los aos engendra su propia sucesin. Puede hablarse

    por eso mismo de una segunda y hasta una tercera generacin de lec-

    tores. Los de la primera generacin estn ms atentos a la obra extran-

    jera que a la nacional prolongan viejas servidumbres que no son slo

    espaolas sino tam bin y a veces prin cipalm ente francesas. Pero ya la

    segunda generacin de lectores empieza a indagar por lo nacional. La

    tercera la de hoy ya no tiene casi tiempo o paciencia para lo que n o

    sea latinoamericano.

    Pero no nos apresuremos. Si el aporte de los emigrados espaoles

    un ido el cierre de las fuentes europeas modifica profundamente la si-

    tuacin cul tural esa modificacin no sera posible sin la explosin de-

    mogrfica que en un par de dcadas aumenta notablemente la pobla-

    cin de las capitales por afluencia de gente de todas partes del pas y

    que engrosa tambin relativamente el nmero de quienes ahora acce-

    den a la educacin secundaria. Esa segunda generacin de lectores y an

    ms la tercera son producto de esa explosin y la representan en su ni-

    vel ms exigente.

    Al mismo tiempo un crecimiento de la conciencia nacional que

    haba tenido sus manifestaciones ms notables en Mxico despus de la

    revolucin para poner un ejemplo conocido estimula la obra de en-

    sayistas que se vuelcan cada vez con ms ahnco en una doble indaga-

    cin: del ser de cada pas y del ser latinoamericano . Esta indagacin

    poco a poco emerge del purgatorio de las buenas intenciones interna-

    cionales para convertirse en materia viva polmica desgarrada. La

    segunda generacin de lectores se apodera de ese ensayismo de indaga-

    cin nacional en busca de una identidad que las grandes potencias co-

    loniales le haban negado o que slo haban aceptado si asuma los for-

    mas y las modas impuestas por la metrpoli. Para la tercera generacin

    de lectores ya la bsqueda de la identidad no es un problema sino una

    necesidad y una costumbre.

    Tod o esto el aporte de la dispora espaola la incomunicacin

    con Europa y en menor medida con unos Estados Unidos concentrados

    en el esfuerzo blico la explosin demogrfica y el crecimiento deliran-

    te de las grandes ciudades la creacin de editoriales y de dos y hasta

    res generaciones de lectores todo esto es agua para el molino de la

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    Amrica Latina . El resultado es la nueva novela y su lenguaje de fuego

    que hoy corre de extremo a extremo de nuestro mundo hispnico.

    Un lenguaje y cuatro promociones

    Como la idea de un lenguaje de la nueva novela me parece de pri-

    mera im portanc ia, voy a insistir un poco ms en este aspecto. Cuando

    hablo de un lenguaje no me refiero exclusivamente al uso de ciertas

    formas del lenguaje. En literatura, lenguaje no es sinnimo de sistema

    general de la lengua, sino (ms bien) sinnimo de habla de un deter-

    minado escritor o de un determinado gnero. El lenguaje de la novela

    latinoamericano est hecho sobre todo de una visin muy honda de la

    realidad circundante, visin que debe aportes fundamentales a la obra

    de los ensayistas y de los poetas. Cmo no reconocer la huella ardiente

    de Ezequiel Martnez Estrada en toda esa generacin parricida que aso-

    ma en la Argentina hacia 1950 y tantos? Cmo no advertr el estilo y

    hasta las palabras de Octavio Paz en tantos pasajes clave de las novelas

    de Carlos Fuentes? Cmo no reconocer a Neruda y a Borges en las no-

    velas de quienes han empezado a leer con las

    Residencias

    o a descifrar

    la realidad con Ficciones En ese aprovechamiento de la obra de ensa-

    yistas y poetas para la creacin de un lenguaje narrativo, la novela

    latinoamericana ha demostrado su madurez. Porque si bien la retrica

    quiere que los gneros se mantengan puros e incontaminados, la crea-

    cin misma no tiene esos escrpulos y toma su bien donde lo halla.

    Gracias a ese fondo comn que es la obra de los grandes escritores la-

    tinoamericanos, la nueva novela se convierte no slo en el instrumento

    potico ms completo para la exploracin de la realidad, sino en el

    medio ms rico para trasmitir esa otra realidad paralela: la del lenguaje.

    Y ahora se puede mirar un poco, panormicamente, la fbrica de esta

    nueva novela latinoamericana.

    Lo que primero llama la atencin es la coexistencia en un mismo

    espacio literario de por lo menos cuatro generaciones de narradores:

    cuatro generaciones que sera fcil separar y aislar en compartimentos

    estancos, pero que en el proceso real de la creacin literaria aparecen

    repartindose un mismo mundo, disputndose fragmentos suculentos de

    la misma realidad, explorando avenidas inditas del lenguaje, o trasva-

    sndose experiencias, tcnicas, secretos del oficio, misterios.

    No es difcil agrupar esas cuatro promociones por el mtodo gene-

    racional que ha tenido en lengua castellana expositores tan ilustres

    como Ortega y Gasset y su discpulo Julin Maras. Pero aqu me inte-

    resa subrayar menos la categora retrica de generacin que la reali-

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    arquetpica que converta algunas de sus novelas, y sobre todo

    La vor-

    gine Doa Brbara Don Segundo Sombra ms en romances que en

    novelas; es decir: en libros cuyo realismo est de tal modo deformado

    por la concepcin mitolgica que escapan a la categora de testimonio

    o documento que queran tener.

    Es precisamente contra estos maestros que se levantarn las genera-

    ciones que empiezan a publicar sus narraciones ms importantes a par-

    tir de I940. Una primera promocin estara representada, entre otros,

    por escritores como Miguel ngel Asturias, Jorge Luis Borges, Alejo

    Carpentier, Agustn Yez y Leopoldo M arechal. Ellos, y sus pares que

    no puedo mencionar aqu para no caer en el catlogo, son los grandes

    renovadores del gnero narrativo en este siglo. Conviene aclarar que

    incluyo a Borges ahora, aunque no se me escapa que no ha escrito nin-

    guna novela salvo una, policial, con Adolfo Bioy Casares y bajo la

    doble garanta del seudnimo y de una edicin no venal de 300 ejem-

    plares);

    pero me parece imposible toda consideracin seria del gnero en

    Amrica Latina sin un estudio de su obra de cuentista verdaderamente

    revolucionario.

    En los libros de estos

    escritores se

    efecta

    una

    operacin crtica de

    la mayor importancia. Volcando su mirada sobre esa literatura mtica

    y de apasionado testimonio que constituye lo mejor de la obra de Ga-

    llegos, Rivera y compaa, tanto Borges como Marechal, como Carpen-

    tier, Asturias y Yez, intentan sealar lo que esa realidad novelesca

    tena de retrica absoleta. Al mismo tiempo que la critican, y hasta la

    niegan en muchos casos, buscan otras salidas. No es casual que la obra

    de ellos est fuertemente influida por las corrientes de vanguardia que

    en Europa perm itieron liquidar la herencia del naturalism o. Si en los

    aos d su formacin, Borges pasa en Ginebra por la experiencia del

    expresionismo alemn y por la lectura de Joyce y de Kafka, para desem-

    bocar en Espaa en el ultrasmo y en la lectura de Ramn Gmez de la

    Serna ese gran escritor olvidado), tan to Carpentie r, como Yez, Astu-

    rias y Marechal recorren a distintos niveles pero con igual apetencia

    el deslumbrante superrealismo francs.

    La narracin latinoamericana sale de manos de estos fundadores

    hondamente transformada en sus apariencias, pero tambin en sus esen-

    cias.

    Porque ellos son, sobre todo, renovadores de una visin de Am-

    rica y de un concepto del lenguaje americano. Esto que no se suele ad-

    vertir en la obra de Borges al que todava se le cuelga el sanbenito

    de cosmopolita sin reconocer que slo alguien nacido en una tierra de

    inmigrantes y educado en las varias lenguas vigentes en Buenos Aires

    puede darse el lujo de ser cosmopolita; pero pasemos); esto que se suele

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    negar en la obra de Borges, tan importante para definir una cosmovi-

    sin del porteismo, resulta, es claro, evidente si se considera la obra de

    Asturias, toda ella empapada del lenguaje y de la imaginera del pue-

    blo maya, a la vez que ardiente de rebelin antimperialista; resulta

    tambin clarsimo en el caso de Agustn Yez que ensea a Mxico a

    ver sus propias caras y, sobre todo, sus seculares mscaras; y resulta

    indiscutidsimo en el caso de Leopoldo Marechal, creador voluntario

    de una novela argentina ; y resulta archiobvio en el caso de Alejo

    Carpentier en quien el Caribe entero, y no slo Cuba, aparece meta-

    morfoseado por la visin potica de su pasado, su presente y hasta su

    tiempo sin tiempo.

    Con los primeros libros de estos escritores se produce, lo quieran

    ellos o no, una ruptura tan profunda y completa con la tradicin lin-

    gstica y con la visin de Rivera y de Gallegos, que a partir de esos

    libros ya no se puede novelar ms como aqullos hacan en Amrica.

    Es cierto que cuando salen a la calle esos nuevos libros, son pocos los

    que los leen en toda su incandescencia. Pero los pocos de los aos cua-

    renta son la gran minora de hoy. Baste decir que Borges publica la

    Historia universal de la infamia en 1935; que El Seor Presidentees de

    1946; que

    Al filo del agua

    la decisiva novela de Agustn Yez, es de

    1947; que Leopoldo Marechal publica su ambicioso, su desmesurado,

    Adn Buenosayresen 1948; que Alejo C arpen tier deslumhra con El

    reino de este mundo en 1949.

    Las obras que estos narradores publicarn ms tarde desde las Fic-

    ciones de Borges, hasta El banquete de Severo Arcngel de Marechal,

    pasando por

    Hom bres de maz Las tierras flacas El siglo de las luces

    podra ser, y seguramente son, ms maduras, ms importantes, pero aqu

    no me interesa encarar el tema desde este ngulo sino apuntar lo que

    significan como ruptura definitiva con una tradicin lingstica y con

    una visin, estos libros que salen a rodar por las tierras de Amrica en

    esos aos de transicin.

    La forma narrativa como problema

    La obra fecunda y renovadora de esta primera constelacin habr de

    realizarse casi simultneamente con la de la generacin que la sigue y

    que, para ilustrar con algunos ejemplos, podramos llamar la genera-

    cin de Joo Guimares Rosa y iguel Otero Silva, Juan Carlos Onetti

    y Ernesto Sbato, Jos Lezama Lima y Julio Cortzar, Jos Miguel Ar-

    guedas y Juan Rulfo. Una vez ms podra indicarse que no son stos

    los nicos pero que se mencionan slo ellos para ahorrarse el catlogo.

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    Una

    vez ms

    habra

    que

    indicar

    que si

    estn unidos

    por

    algunas cosas,

    la obra

    de

    cada

    uno es

    personal

    e

    intransferible hasta

    un

    grado mximo.

    Pero

    lo que me

    interesa subrayar ahora

    es lo que los une. En

    primer

    lugar, dira,

    es la

    huella dejada

    en su

    obra

    por los

    maestros

    de la pro-

    mocin anterio r. Para citar un solo ejemplo: Qu sera de Rajuela de

    esa novela archiargentina

    que es

    Rajuela debajo

    de su

    ptina francesa,

    sin Borges,

    sin

    Roberto Arlt,

    sin

    Marechal,

    sin

    Onetti? Aclaro

    que Cor-

    tzares elprimeroen reconocer esta filiacin mltiple,y aveceslohace

    en

    las

    pginas

    de la

    novela misma cuando transcribe apuntes

    de su

    alter

    ego narrativo,

    el

    ubicuo Morelli,

    o en

    ciertos homenajes discretos

    que

    constituyen episodios

    de

    raz indiscutidamente onettiana

    o

    marechaliana.

    Otra cosa

    que une a los

    narradores

    de

    esta segunda promocin

    es la

    influencia visible

    de

    maestros extranjeros como Faulkner, Proust, Joyce

    y hasta Jean-Paul Sartre.

    En

    esto

    de las

    influencias

    hay

    matices curio-

    sos.

    Citar

    el

    caso

    de

    Guimares Rosa

    que ha

    negado siempre

    que le

    interesase Fau lkner. Incluso lleg a decirme un da que lo poco que

    haba ledo

    de l, lo

    haba predispuesto

    en

    contra,

    que

    Faulkner

    le pa-

    reca malsano

    en su

    actitud sexual,

    que era

    sdico,

    etc., etc. Y sin em-

    bargo,

    en su

    grande

    y

    nica novela,

    la

    huella

    de

    Faulkner,

    de un

    cierto

    monlogo intenso,

    la

    visin

    de un

    mundo rural apasionado

    y

    mtico,

    es

    muy

    visible.

    La

    explicacin

    es sin

    embargo fcil.

    Ya no es

    necesario

    haber ledo directamente

    a

    Faulkner para estar sometido

    a su

    influen-

    cia, para respirar

    su

    atmsfera, para heredar

    sus

    manas.

    A

    Guimares

    Rosa

    la

    obra

    de

    Faulkner

    le

    pudo llegar,

    muy

    invisiblemente,

    a

    travs

    de escritores como Sartre

    que

    Guimares Rosa haba practicado

    y que

    s haba

    ido a la

    escuela

    del

    maestro sureo.

    Pero

    no son las

    influencias, reconocidas

    y

    admitidas casi siempre,

    las

    que definen mejor

    a

    este grupo, sino

    una

    concepcin

    de la

    novela

    que,

    por

    ms

    diferencias

    que sea

    posible marcar

    en

    cada

    uno,

    ofrece

    por lo

    menos

    un

    rasgo comn,

    un

    mnimo denominador compartido

    por

    todos.

    Si

    la

    promocin anterior habra

    de

    innovar poco

    en la

    estructura

    ex-

    terna

    de la

    novela

    y se

    conformara

    con

    seguir casi siempre

    los

    moldes

    ms tradicionales

    (tal vez

    slo Adn Buenosayres haya ambicionado,

    con evidente exceso, crear

    una

    estructura espacial

    ms

    compleja),

    las

    obras

    de

    esta segunda promocin

    se han

    caracterizado sobre todo

    por

    atacar

    la

    forma novelesca como objeto

    del

    mayor desvelo narrativo.

    As Guimares. Rosa

    ha ido a

    buscar

    en los

    interminables monlogos

    pico-lricos

    de los

    narradores orales

    del

    interior

    del

    Brasil,

    el

    molde

    para

    su

    fabuloso Grande Sertdo: Veredas.

    En

    tanto

    que

    Onetti

    ha

    crea-

    do,en una

    serie

    de

    novelas

    que

    podran recogerse

    con el

    ttulo general

    de

    La

    Saga

    de

    Santa Mara ,

    un

    universo roplatense onrico

    y

    real

    a

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    la vez, de una trama y una textura muy personales, a pesar de las re-

    conocidas deudas con Faulkner. En algunas novelas de esa Saga , sobre

    todo en El astilleroy Juntacadveres Onetti ha llevado la construccin

    narrativa hasta los ms sutiles refinamientos, interpolando en la reali-

    dad del Ro de la Plata un facsmil literario de aterradora irona. Un

    parentesco de esencia (no de accidente) tiene este mundo narrativo con

    el del venezolano Miguel Otero Silva en

    Casas muertas o

    con el del

    argentino Sbato en Sobre hroes y tumbas. En cuanto a Juan Rulfo,

    su

    Pedro Pramo

    es el paradigma de la nueva novela latinoam ericana:

    una obra que aprovecha la gran tradicin mexicana de la tierra pero

    que la metamorfosea, la destruye y la recrea por medio de una hond-

    sima asimilacin de las tcnicas de Faulkner. Onrica tam bin como

    la obra de Onetti, oscilando peligrosamente entre el realismo ms es-

    cueto y la desenfrenada pesadilla, esta por ahora nica novela de Rulfo,

    marca una fecha capital. Menos innovador exteriormente en Jos Mi-

    guel Arguedas, pero su visin del indio, hecha desde la propia lengua

    quechua, liquida definitivamente el bienintencionado folklorismo de

    los intelectuales, peruanos o no, que slo hablan espaol.

    De un orden a n' ms revolucionario, porque ataca no slo las es-

    tructuras de la narracin sino las del lenguaje mismo, son las dos no-

    velas centrales de Julio Cortzar y Jos Lezama Lima. Aqu se llega, en

    ms de un sentido, a la culminacin del proceso iniciado por Borges y

    Asturias, y al mismo tiempo se abre una perspectiva totalmente nueva:

    una perspectiva que permite situar con lucidez y precisin la obra de

    los ms recientes narradores. En Paradiso Lezama Lima logra mgica-

    mente lo que se haba propuesto racionalmente Marechal con su novela:

    crear una

    summa

    un libro cuya forma misma est dictada por la natu-

    raleza de la visin potica que lo inspira; completar un relato en apa-

    riencia costumbrista que es al mismo tiempo un tratado sobre el cielo

    de la infancia y el infierno de las perversiones sexuales; trazar la crni-

    ca de la educacin sentimental y potica de un joven habanero de hace

    treinta aos que se convierte, por obra y gracia de la dislocacin meta-

    frica del lenguaje, en un espejo del universo visible y sobre todo del

    invisible. La hazaa de Lezama Lima es de las que no tienen par. Ah

    est ese monumento que slo ahora, con mucha pausa y ninguna prisa,

    es posible empezar a leer en su totalidad.

    Ms aparentemente fcil es Rajuela de Cortzar, obra que se bene-

    ficia no slo de una rica tradicin roplatense (como ya se ha indicado)

    sino de ese caldo monstruoso de cultivo que es la literatura francesa y

    en particular el superrealismo. Pero si Cortzar parte con todas esas ven-

    tajas en tanto que Lezama en su isla de hace treinta aos estaba como

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    perdido en una vasta biblioteca de libros desparejos y semicarcomidos

    por la polilla; si Cortzar parece haber escrito Rajuela desde el centro

    del mundo intelectual, en tanto que Lezama Lima empez a escribir su

    Paradisoen lo que era una de las periferias ms perifricas de Amrica

    Latina, la verdad es que Cortzar arranca de esa apoteosis de la cultura

    para negarla y que su libro quiere ser, sobre todo, una resta no una

    summa; una anti-novela, no una novela; y ataca lo novelstico, aunque

    preserva aqu y all, lo novelesco. La forma narrativa es puesta en

    cuestin por el libro mismo que empieza por indicarle al lector cmo es

    posible leerlo; que sigue proponiendo una clasificacin de lectores en

    lector-hembra y lector-cmplice; y que termina encerrando al lector

    en una lectura circular e infinita: el captulo 58 remite al 131 que remite

    al 58 que rem ite al 131 y as hasta el fin de los tiempos. Aqu, la forma

    misma del libro. un laberinto sin centro, una trampa que se cierra

    cclicamente sobre el lector, una serpiente que se muerde la cola no

    es sino un recurso ms para enfatizar el tema profundo y secreto de esta

    exploracin de un puen te entre dos experiencias Pars, Buenos Aires),

    un puente entre dos existencias Oliveira, Traveler), un puente entre

    dos musas la Maga, Tali ta) . Obra que se desdobla para cuestionarse

    mejor, es una obra sobre el desdoblamiento del ser argentino y, ms

    profunda y vertiginosamente an, sobre el doble que acecha en otras

    dimensiones de nuestras vidas. La forma del libro se confunde con lo

    que antes se llamaba su contenido.

    Las grandes mquinas de novelar

    Lo que esta promocin transmite a la siguiente e inmediata es, sobre

    todo,

    una conciencia de la estructura novelesca externa y una sensibili-

    dad agudizada para el lenguaje como materia prima de lo narrativo.

    Pero el desarrollo de ambas es casi simultneo y hasta paralelo. La

    relativa demora con que publican Guimares Rosa, Lezama Lima y Ju-

    lio Cortzar sus obras maestras, hace que estas novelas sean incluso pos-

    teriores a muchas de las ms importantes de la promocin que ahora

    estudio. Aqu las generaciones se solapan, y la influencia es ms de

    coexistencia y trasvasamiento directo que de herencia. Bastar decir,

    creo,

    que integran esta tercera promocin narrativa escritores como Car-

    los Martnez Moreno, Clarice Lispector, Jos Donoso, David Vias,

    Carlos Fuentes, Gabriel Garca Mrquez, Salvador Garmendia, Guiller-

    mo Cabrera Infante y Mario Vargas Llosa para reconocer precisamen-

    te en ellos esa doble atencin a las estructuras externas y al papel crea-

    dor y hasta revolucionario del lenguaje. No todos son novelistas visi-

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    blemente innovadores, aunque algunos lo son hasta los lmites mismos

    de la experimentacin. Un Donoso, por ejemplo, se ha limitado a se-

    guir los causes de la narracin tradicional, pero ha concentrado su in-

    vencin en explorar una realidad subterrnea: la que est debajo de las

    capas de estuco de la novela costumbrista chilena. Lo mismo podra

    decirse de Carlos Martnez Moreno en el Uruguay, de Salvador Gar-

    mendia en Venezuela y de David Vias en la Argentina: la exploracin

    de la realidad los lleva hasta el expresionismo e incluso a la gran cari-

    catura.

    Pero la gran mayora de los narradores de esta tercera promocin

    son eficaces fabricantes de mquinas de novelar. Mientras Clarice Lis-

    pector en

    A maga no oscuro

    y

    A paixo segundo G H

    encuentra en el

    Nouveau Romn un estmulo para describir esos mundos ridos, tensos,

    metafsicamente pesadillescos y sin salida que son los de sus acosados

    personajes, Carlos Fuentes utiliza toda la experimentacin de la novela

    contempornea para componer obras complejas y duras que son a la vez

    denuncias de una realidad que le duele salvajemente y alegoras expre-

    sionistas de un pas suyo, un Mxico mitopotico de mscaras super-

    puestas, que tiene que ver muy poco con la superficie del Mxico actual.

    Mario Vargas Llosa aprovecha por su parte las nuevas tcnicas discon-

    tinuidad cronolgica, monlogos interiores, pluralidad de los puntos de

    vista y de los hablantes) para orquestar magistralmente unas visiones

    a la vez muy modernos y tradicionales de su Per natal. Inspirado si-

    multnea y armoniosamente en Faulkner y en la novela de gran aliento

    pico para el que los sucesos y los personajes siguen importando terri-

    blem ente. Su renovacin es, en definitiva, una nueva forma del realis-

    mo: un realismo que abandona el maniquesmo de la novela de protesta

    y que sabe que el tiempo tiene ms de una dimensin, pero que no se

    decide nunca a levantar los pies de la slida, atormentada tierra.

    No son estos grandes novelistas jvenes, ya reconocidos como maes-

    tros por la crtica de esta dcada, los que han aprovechado los aspectos

    ms fermntales de la obra de las dos promociones anteriores, sino auto-

    res como Garca Mrquez y Cabrera Infante, que se han manifestado

    ms tardamente pero ya han producido obras de singular importancia.

    Tanto en

    Cien aos de soledad

    como

    Tres tristes tigres

    es posible re-

    conocer, sin duda alguna, el parentesco con el mundo lingstico de

    Borges o de Carpentier, con las visiones fantsticas de Rulfo o de Cor-

    tzar, como el estilo internacional de Fuentes o de Vargas Llosa. Aunque

    no es ese parecido al fin y al cabo superficial) lo que verdaderamente

    cuenta en ellas.

    Ambas novelas se apoyan en. una visin estrictamente lcida del ca-

    AIH. Actas III (1968). La nueva novela latinoamericana. EMIR RODRGUEZ-MONEGAL

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    rcter ficticio de toda narrac in. Son ante todo formidables construccio-

    nes verbales y lo proclaman de una manera sutil, implcita, como es el

    caso de

    Cien aos de soledad

    en que el tradicional realismo de la no-

    vela de la tierra aparece contaminado de fbula y de mito, servido en

    el tono ms brillan te posible, impregnado de humor y fantasa. Pero

    tambin lo proclaman de manera militantemente pedaggica como en

    Tres tristes tigres que, a la zaga de Rajuela y tal vez incluso con ms

    constante invencin novelesca, instala en su centro mismo la negacin

    de su verdad , crea y destruye, term ina por demoler la fbrica tan

    cuidadosamente levantada de su ficcin.

    Si Garca Mrquez parece adaptar las enseanzas recogidas en Foulk-

    ner y en la Virginia Woolf de

    Orlando

    (libro que tradujo Borges al

    espaol), a la creacin de ese Macondo imaginario en que vive y muere

    el coronel Aureliano Buenda, conviene advertir desde ya que no hay

    que dejarse engaar por las apariencias. El ya ilustre narrador colom-

    biano est haciendo algo ms que contar una fbula de infinito encan-

    to,

    humor inagotable, fantasa envolvente: est borrando con la prc-

    tica ms insidiosamente suasoria la enojosa distincin entre realidad

    y fantasa en el cuerpo mismo de la novela, para presentar e n una

    sola frase y en un mismo nivel metafrico la verdad narra tiva de

    lo que viven y lo que sueon sus entes de ficcin. Enraizado simult-

    neamente en el mito y en la historia, traficando con episodios de las

    Mil y una noches o de la.parte ms arcaica de la Biblia, Cien aos de

    soledad

    slo

    alcanza

    plena coherencia en esa realidad hondsima del

    lenguaje. Lo que no advierten necesariamente la mayor par te de sus

    lectores, seducidos por el embeleso de un estilo que no tiene igual en

    su fantasa, en su rapidez, en su precisin.

    La operacin que practica Cabrera Infante es ms escandalosamente

    llamativa porque toda su novela tiene sentido slo si se la examina

    como una estructura lingstica narrativa. A diferencia de

    Cien aos

    de soledad que est contada por un ubicuo y omnisapiente narrador,

    Tres tristes tigres est contada por sus personajes mismos; o tal vez

    habra que decir por sus hablantes, ya que se trata de un collage de

    voces.

    Discpulo evidente de Joyce, Cabrera Infante no lo es menos

    de Lewis Carroll, otro gran manipulador del lenguaje, y de Mark Twain

    que descubri (antes que tantos) un tono de voz hablado para el di-

    logo de sus personajes. La estructura lingstica de

    Tres tristes tigres

    est hecha, desde el ttulo, de todos los significados posibles de una

    palabra, y a veces de un fonema, de los ritmos de la frase, de los re-

    trucanos verbales ms inauditos. Discpulo de aquellos maestros pero

    sobre todo discpulo de su propio odo, Cabrera Infante ha aportado

    AIH. Actas III (1968). La nueva novela latinoamericana. EMIR RODRGUEZ-MONEGAL

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    LA NUEVA NOVELA LATINOAMERICANA 5 9

    al cuerpo de su novela cosas que no vienen de la literatura sino del

    cine o del jazz, integrando en los ritmos del habla cubana los de la

    msica ms creadora de este tiempo o del arte cuya persuasin visual

    nos ha colonizado a todos.

    Cuando digo que en Garca Mrquez o en Cabrera Infante predo-

    mina la concepcin de la novela como estructura lingstica, no olvido

    (naturalmente) que tanto en Cien aos de soledadcomo en Tres tristes

    tigres

    los conten idos son de perd urab le importancia. Cmo no ad-

    vertir que el proceso demente de la violencia en Colombia queda per-

    fectamente trazado, en su superficie y en sus vertiginosas entraas, por

    la mano mgica de Garca Mrquez? Cmo no reconocer en La Ha-

    bana del crepsculo del batistato en que se agitan estos tristes tigres,

    una sociedad que est en las ltimas, una vela a punto de apagarse

    o ya apagada cuando Cabrera Infante la evoca en su libro? De acuerdo.

    Es obvio. Pero lo que hace de

    Cien aos de soledad

    y

    Tres tristes tigres

    las creaciones singularsimas que son no es su testimonio que el lector

    podr encontrar tambin en otros libros menos logrados y extralitera-

    ros.

    Lo que singulariza a estas dos obras es su devocin a la causa de

    la novela como ficcin total.

    El vehculo es el viaje

    Con Garca Mrquez y Cabrera Infante, as como con el Fuentes que

    habr de revelarse en su ltima complejsima novela, Cambio de piel

    ya se entra en el dominio de la cuarta y por ahora novsima promocin

    de narrad ores. No se puede hab lar con mucho detalle de ellos porque

    casi todos han publicado slo una primera novela, aunque ya trabajan

    en otra u otras. Pero me prevalezco del carcter de novedad que lleva

    etimolgicamente implcita la palabra

    novela

    para adelantar algunos

    nombres que me parecen de indiscutible imp ortancia. Sobre todo en

    Mxico, en Cuba y en la Argentina, hay actualmente una cantidad de

    narradores jvenes que acometen el acto de novelar con la mxima la-

    titud posible y sin respetar ninguna ley o tradicin visible, salvo la

    del experimento. Se llaman Gustavo Sainz, Fernando del Paso, Salvador

    Elizondo, Jos Agustn, Jos Emilio Pacheco en Mxico; en Cuba, den-

    tro y fuera de la isla pero en la Cuba unida por su literatura, son

    Severo Sarduy, Jess Daz, Reinaldo Arenas, Eugenio Desnoes; en la

    Argentina, son Nstor Snchez y Daniel Moyano, Juan Jos Hernndez

    y Manuel Puig, Leopoldo Germn Garca, Rodolfo Walsh y Abelardo

    Castillo. Es imposible hablar de todos, y ya esta num eracin se parece

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    sospechosamente a un catlogo. Prefiero correr el riesgo de equivocar-

    me y elegir cuatro dentro de esa plyade.

    Los ms visibles, o por lo menos los que ya han producido una no-

    vela que los distingue y singulariza del todo, son Manuel Puig, Nstor

    Snchez, Gustavo Sainz y Severo Sarduy. A los cuatro los une una

    conciencia agravada de que la textura ms ntima de la narracin no

    est ni en el tema (como fingan creer, o tal vez crean, los romnticos

    narradores de la tierra) ni en la construccin externa, ni siquiera en

    los mitos. Est, muy naturalm ente para ellos, en el lenguaje. O para

    adaptar una frmula que ha sido popularizada por Marshall McLuhan:

    El medio es el mensaje . La novela usa la palabra n o pa ra decir algo

    en particular sobre el mundo extra-literario, sino para transformar la

    realidad lingstica misma de la narracin. Esa transformacin es lo

    que la novela dice , y no lo que suele discutirse in extenso cuando se

    habla de una novela: trama, personajes, ancdota, mensaje, denuncia,

    como si la novela fuera

    la realidad

    y no una creacin verbal paralela.

    Esto no quiere decir, aclaro, que a travs de su lenguaje la novela

    no aluda na tura lmente a realidades extra-literarias. Lo hace, y por eso

    es tan popular. Pero su verdadero mensaje no est a ese nivel, que

    puede ser sustituido por el discurso de un presidente o un dictador,

    por las consignas de un comit poltico o del prroco ms cercano. Su

    mensaje est en su lenguaje. De ah que en un libro como

    La traicin

    de Rita Hayworth

    de Manuel Puig, lo importante no es la historia de

    ese nio que vive en una ciudad argentina de provincias y va todas las

    tardes al cine con su mam, ni tampoco es excesivamente importante la

    estructura narrativa externa que se vale del monlogo interior de Joyce,

    o de los dilogos sin sujeto explcito, a la manera de Ivy Compton-

    Burnett, o de su discpula, Nathalie Sarraute. No. Lo que realmente

    importa en el fascinante libro de Puig es ese

    continuo

    de lenguaje

    hablado que es a la vez el vehculo de la narracin y la narracin mis-

    ma. La enajenacin de los personajes por el cine, que indica el ttulo

    y que se manifiesta en los menores detalles de su conducta slo ha-

    blan de las pelculas que vieron, se proyectan imaginariamente dentro

    de episodios cinematogrficos que recortan de viejos films, sus valores

    y su misma habla derivan del cine, son los nuevos prisioneros de la

    caverna platnica creada en todo el mundo de hoy por el cinemat-

    grafo; esa enajenacin central no slo est contada por Puig con un

    humor avasallador y un sentido finsimo de la parod ia. Ta mbin est

    recreada en la experiencia personal del lector por el lenguaje enajenado

    que emplean los personajes, un lenguaje que es casi facsmil de esos

    folletines radiales, ahora televisivos, o de las fotonovelas. El lenguaje

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    enajenado explcita la enajenacin de los personajes: el lenjuaje ena-

    jenado es la enajenacin misma. El medio es el mensaje.

    En Nosotros dosy en Siberia Blues, Nstor Snchez duplica, aunque

    desde una dimensin ms cortaziana y a la francesa, el intento de Ca-

    brera Infante de crear una estructura sobre todo sonora. Tambin l

    est influido por la msica pop ula r (el tango en su caso) y por el cine

    de vanguardia. Pero su textu ra na rrativa, su medio, es an ms com-

    plejo y confuso que el de Cabrera Infante, en que una atroz lucidez

    britnica gobierna finalmente todo delirio y en el que la ocultacin de

    un segmento importante de la realidad (la pasin de dos personajes de

    Tres tristes tigrespor Laura Daz) es sobre todo seal de pudor. Pero

    en Snchez, la tensin y la ambicin desembocan a veces en el exceso.

    Cuando acierta, logra crear una sola sustancia narrativa en que se mez-

    clan presentes y pasados, todos y cada uno de los personajes, para sub-

    rayar que la nica realidad central en ese mundo de ficcin, la nica

    aceptada y asumida en todo su riesgo, es la del lenguaje: vidrio que a

    veces no deja pasar nada y que otras se vuelve invisible y transparen-

    tsimo. En sus novelas no slo est actuante el autor de Rajuela (por

    quien Snchez tiene una devocin que llega hasta el mimetismo) sino

    tambin est presente el mundo visual y rtmico, uniforme y serial a la

    vez, de Alain ResnaisAlain Robbe-Grillet, en L anne dernire a Ma-

    nenb d

    Gustavo Sainz llega a a misma materia por medio de un aparato

    casi tan trivial en el mundo de hoy como los molinos de viento en el de

    Cervantes: el magnetfono. Su novela, Gazapo,finge haber sido regis-

    trada en vivo por dicho apa rato. Ya no se trata de componer una no-

    vela en la mquina de escribir, utilizando como claves secretas lo que

    dijo Fu lano (aunque atribu ido a Mengano para despistar) o trasla-

    dando, por una operacin en la que Proust se hizo experto, la cabeza

    de A sobre los hombros de B. No, nada de esto: Sainz pretende usar

    la grabadora para que todo quede en el mundo de la palabra hablada.

    Sus propios personajes parecen estar registrando lo que les pasa (la

    vida, ya se sabe, es un continuo y tedioso happening ). Pero ese regis-

    tro bsico es a la vez utilizado para suscitar nuevas grabaciones, o para

    contradecirlas, o es empleado dentro de una narracin que uno de los

    personajes, tal vez el alter ego del autor, escribe. El registro de la rea-

    lidad novelesca dentro del libro, as como el registro del libro mismo,

    participan de idntica condicin verbal y sonora. To do es palabras, al

    fin y al cabo. Como en el segundo

    Quijote,

    en que los personajes dis-

    cutan el primer Quijote y hasta las aventuras apcrifas que les invent

    Avellaneda, los personajes de Sainz pasan y repasan su propia novela

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    grabada. Estn presos en la telaraa de sus voces. Si todos esos planos

    ms o menos apcrifos de la realidad narrativa de esta novela son

    vlidos, es porque la nica realidad que viven realmente los persona-

    jes es la del libro . Es decir: la de la palab ra. Tod o lo dems es cues-

    tionable y est cuestionado por Sainz.

    He dejado deliberadamente para el final el narrador que ha ade-

    lan tado ms en este tipo de exploraciones. Me refiero a Severo Sarduy

    que ya lleva dos libros publicados: Gestos que paga tributo a cierta

    forma del Nouveau Romn: los tropismos de Nathalie Sarraute, pero

    ya revela un ojo y un odo propios; y

    De dnde son los cantantes

    que

    me parece una de las obras decisivas en esta empresa colectiva de la

    creacin de un lenguaje para la novela latinoamericana. Lo que este

    libro presenta son tres episodios de una Cuba pre-revolucionaria y esen-

    cial: uno de los episodios ocurre en el mundo chino de La Habana,

    mundo limitado, de travest y pacotilla, pero a la vez mundo de hon-

    dsimos smbolos sexuales inquietantes; el segundo episodio muestra

    a la Cuba negra y mestiza, la superficie colorida del trpico, en un

    relato pardico y satrico que es a la vez una cantante; la tercera parte

    se concentra sobre todo en la Cuba espaola y catlica, en la Cuba

    central. Pero lo que el libro cuenta es secundario para el propsito de

    Sarduy; lo que importa es cmo lo cuenta. Porque unificando las tres

    partes, dispares en extensin e inters, hay un medio que se convierte

    en un fin, un vehculo que es en s mismo el viaje. Aqu la lengua

    habanera del auto r (no la de los personajes, como en Cabrera Infante)

    es el verdadero protagonista. Es el suyo un lenguaje barroco en el sen-

    tido de Lezama Lima y no en el de Carpentier; un lenguaje que se

    vuelca crticamente sobre s mismo, como pasa con los escritores fran-

    ceses del grupo

    Tel Quel

    con el que tan honda relacin tiene Sarduy.

    Es un lenguaje que evoluciona a lo largo de la novela, que vive, padece,

    se corrompe y muere para resucitar de su propia materia corrompida,

    como esa imagen de Cristo que en la tercera parte llevan en procesin

    a La Habana.

    Con esta novela de Sarduy, as como con La traicin de Rita Hay-

    worth las obras de Nstor Snchez yGazapo de Sainz, el tema de la no-

    vela latinoamericana que haba sido puesto en cuestin por Borges y

    por Asturias, que haban desarrollado deslumbrantemente desde distin-

    tos campos magnticos Lezama Lima y Cortzar, que es enriquecido,

    metamorfoseado, fabulizado por Garca Mrquez, por Fuentes y Cabrera

    Infante, llega ahora a un verdadero delirio de invencin prosaica y

    potica a la vez. Es el tema subterrneo de la novela latinoamericana

    AIH. Actas III (1968). La nueva novela latinoamericana. EMIR RODRGUEZ-MONEGAL

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    LA NUEVA NOVELA LATINOAMERICANA 6 3

    ms nueva: el tema del lenguaje como lugar (espacio y tiempo) en que

    realm ente ocurre la novela. E l lenguaje como la realidad nica y

    final de la novela. El medio que es el mensaje.

    EMIR

    RODRGUEZ-MONEGAL

    niversidad de Yale

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