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El rapto

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El rapto

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El hada Marylina dormía tan tranquila en su casa transparente e invisible al ojo humano en el cedro del bosque cuando, de pronto, un leve chasquido le hizo abrir los ojos y parpadear brevemente.

Un cálido y suave rayo de sol matutino se filtró por sus preciosas pestañas doradas y su boca se abrió para dejar escapar un bostezo.

—Miniminiminí —dijo. Luego, mientras se volvía para acomodarse en otra

posición sobre los almohadones de colores suspendidos en el aire, pensó: «Chispi no ha venido a despertarme, todavía puedo seguir durmiendo un rato más». Y su dedo gordo del pie jugueteó con la seda de los cojines.

De repente, el hada escuchó un gran soplo muy cerca de ella y, de súbito, un montón de pequeñas partículas se expandieron sobre su cuerpo, dejándola completamente inmóvil y con los ojos cerrados. A pesar de no poderse mover, sus sentidos seguían percibiendo todo lo que ocurría.

Sintió cómo rodeaban y ataban sus pies con una del-gada cinta; luego, unas manos sudorosas anudaron tam-bién las suyas. Por último, unos brazos robustos y fuer-tes levantaron su cuerpo y lo envolvieron con un grueso lienzo de textura suave.

«¿Qué está ocurriendo?», se preguntó. No podía utili-zar sus poderes ni abrir sus ojos. Y tampoco podía gritar

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para llamar a Chispi, su pequeño pájaro de confianza y amigo, porque no tenía voz. Cada vez estaba más des-concertada.

«Es un rapto, seguro», pensó. Alguien se la llevaba a quién sabe qué sitio, en contra de su voluntad. Percibió un fuerte olor a sal que emanaba del cuerpo de la persona que la mantenía atada y dedujo que se trataba de un hombre de mar.

«¡Por supuesto! —exclamó para sí—, es un pirata». El desconocido la dejó en el suelo y, al cabo de un

instante, Marylina escuchó cómo aserraban el cedro donde estaba su casa transparente. Inmóvil, sin poder hacer nada, el hada asistió impotente a la tala de su ár-bol amigo mientras oía sus alaridos de dolor. Por alguna razón, alguien había decidido destruir su casa y borrar todo su rastro.

Sus lágrimas comenzaron a brotar tan deprisa y con tanta intensidad que, en unos momentos, se hubiera formado un océano si los secuestradores, al ver manar aquel torrente del lienzo, no hubieran dejado de serrar. Entonces, sin perder un segundo, la cogieron y escapa-ron corriendo.

El hada había logrado detener la masacre del árbol con su llanto, aunque el cedro había quedado malherido. Los gritos que daba mientras lo talaban seguían retumbando en la cabeza de Marylina. Los árboles no podían moverse, ni caminar y mucho menos salir huyendo ante un peligro. No tenían voz para comunicarse con los humanos e impedirles que los destruyeran, quemaran o arañaran su corteza. Era una vida de sufrimiento, sujeta al egoísmo de los seres humanos que obraban sin corazón.

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Cavilaba sobre aquella injusticia mientras uno de los secuestradores la agarraba con fuerza sobre el caballo en que galopaban. Presentía la brisa de la mañana a través del lienzo y supo que se dirigían al norte, hacia su viento querido, con el que solía realizar innumerables tareas de ayuda a quien la necesitara y, hoy, ella era incapaz de ayudarse a sí misma.

«¿Qué sustancia habrán utilizado para inmovilizarme y quitarme mis poderes?», se preguntaba.

Su varita mágica se había quedado debajo de los almohadones donde dormía y no tuvo tiempo de cogerla antes de quedar paralizada. ¿Se daría cuenta Chispi de lo que había ocurrido? ¿Cómo habían podido ver su casa si era invisible al ojo humano?

Todas estas preguntas, y más, rondaban por la cabeza de Marylina mientras su cuerpo se agitaba encima del lomo del caballo. Transcurrieron unos minutos y, por fin, oyó las voces de varios hombres que daban órdenes para poner en marcha una embarcación.

—¡Izad velas! ¡Subid los caballos! ¡Levad el ancla! ¡Remeros, a vuestros puestos!

De nuevo, volvieron a depositar su cuerpo en el suelo. Podía percibir que estaba sobre madera mojada. La dejaron sola un instante y, si hubiera podido, habría sido el momento ideal para escapar, ya que estaban ocupados con las tareas para que zarpara el galeón.

Parpadeó otra vez y, al fin, sus ojos se abrieron; la sustancia comenzaba a disolverse y podía ver. A través de una rendija del lienzo que la envolvía, observó todo el movimiento del barco. Los marineros corrían de un lado para otro haciendo maniobras para zarpar. Izaron la

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bandera y Marylina, al ver en el mástil mayor la calavera con dos huesos sobre paño negro, no tuvo la menor duda: eran piratas a la orden de quién sabe quién.

«¿Quién puede estar tan interesado en un hada hasta el punto de haber pagado a unos piratas para raptarme?», se preguntó.

Una mano grotesca abrió el lienzo y la miró fijamente. Era un hombretón gordo, fuerte, desdentado; los pocos dientes que tenía a la vista brillaban por los engarces de oro. Su cabeza estaba cubierta por un pañuelo negro y un sombrero triangular.

Marylina alcanzó a ver su sudada camisa a rayas blancas y verdes, y a oler su apestoso aliento de ron cuando dijo:

—¡Oye, bonita! Enseguida nos ocuparemos de ti.—¡Capitán! —se oyó gritar. Y el hombre se dio la

vuelta rápidamente.Un fuerte escalofrío recorrió a Marylina. Allí estaba,

abandonada, sin poderes. No podía llamar a sus amigos del mar porque no podía hablar ni cantar, y no tenía a mano la agenda de nácar que le había regalado el pulpo Tocatodo del mar Rojo para pedirle auxilio; solo había recuperado la visión al poder mover los músculos de sus párpados.

¿Y a qué se referiría el capitán con: «Enseguida nos ocuparemos de ti»?

El sol asomó por el horizonte a las nueve en punto de la mañana y Chispi se despertó en su nido del bosque; trinó, aleteó y voló en círculo para recoger la miel y las

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pasas de uva que todas las mañanas llevaba a Marylina para desayunar.

Al posarse en la ventana de la casa transparente, la notó ladeada; pero no se sorprendió. Pensó que habría sido por el viento que había soplado durante la noche.

Sin embargo, cuando asomó su pequeña cabeza y vio que los almohadones de colores en los que dormía el hada estaban todos revueltos, sí que se extrañó porque Marylina era muy ordenada.

Entró en la casa y buscó al hada. De repente, descubrió en el suelo la diadema de flores frescas que ella siempre llevaba y se le cayeron del pico la miel y las pasas de uva.

—Tri–tri —gritó Chispi, alarmado—. El hada no está aquí.

Inquieto, revoloteó y revoloteó, y enseguida encontró la varita mágica. Cerca de ella, halló esparcidas en grandes cantidades unas partículas de color amarillo. Pero lo más extraño fue cuando se acercó al armario y vio allí su vestido de tul del color del arco iris con cristalitos: ¡Marylina ni siquiera se había cambiado la ropa de dormir!

Salió volando a toda prisa y escuchó la llamada del cedro:—Chispi, Chispi —dijo el cedro, dolorido—. El hada

no está aquí, la han secuestrado unos piratas y se la han llevado lejos. De no ser por su llanto, me hubieran matado, ¡mira cómo me han dejado el tronco!

Chispi abrió sus ojos de par en par y sus plumas se tor-naron más azules y amarillas por el enfado. A continuación, y con mucha paciencia y esmero, elaboró un bálsamo de ba-rro, salvia, ortiga y romero que le había enseñado a preparar el hada para curar heridas sangrantes.

Enseguida se la aplicó a la corteza del árbol y dijo:

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—Tranquilo, viejo amigo; pronto volverá Marylina y ella terminará de curarte.

El árbol sonrió agradecido; su dolor se iba calman-do con aquel ungüento, y, cerrando los ojos, intentó descansar para olvidar tan mala experiencia.

Chispi estaba preocupado, ¿qué podía hacer? La única pista eran las partículas que habían quedado en casa de Marylina.

¿Cómo habrían descubierto la casa en el árbol si era transparente e invisible al ojo humano? ¿Qué sustancia sería la que había dejado inmóvil al hada? No tenía la menor idea. Debía coger las partículas y llevárselas al único que tendría las respuestas de todo.

Entró en la casa del hada y, con su pico, recogió algunas de las minúsculas partículas de color amarillo, las depositó en uno de los pañuelos de hojas verdes que utilizaba Marylina cuando tenía que decir «achís» y, levantando el vuelo, se dirigió al único lugar donde podría averiguar el misterio.

Llegó a la cascada del bosque, allí donde el hada tomaba sus baños diarios y solía peinar su cabello de hilos de oro con el peine de cristal que le había regalado el rey Venusio de la Atlántida. Chispi sabía que, por detrás del agua que caía cristalina, había una gruta en la que Marylina guardaba el libro de magia, oculto en una cripta para resguardarlo de los peligros. Lo tenía allí desde los tiempos en que Roncadora, la bruja más mala y más fea de la historia, había luchado contra Marylina.

Atravesó el agua de la cascada y sacudió sus plu-mas. Había acompañado muchas veces a Marylina

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hasta la gruta y escuchado las palabras mágicas; ahora intentaría repetirlas para que el viejo amigo pudiera ayudarlo.

Se acercó al monolito de piedra donde, dentro de una esfera de cristal, estaba el libro de Marylina. Y, golpeando con su pico, repitió en forma telegráfica:

Esfera de luz y sabiduría:

abre tus puertaspara que mis preguntas

hallen respuesta.Om rala lum

La esfera que protegía al libro se esfumó de golpe y lo dejó al alcance de Chispi.

—Hola, amigo; soy yo el que busca tu ayuda hoy —dijo Chispi, desesperado—. Marylina ha sido raptada y no sé por dónde empezar. Tienes que ayudarme.

El libro movió sus hojas suavemente y dejó al descubierto el índice.

—¡No, no…! —protestó el pequeño pájaro—. Nece-sito que me des ideas.

Un chisporroteo mezclado con aleteos hizo que el libro hablara.

—Bien… bien…, bien…, no te sulfures, la paciencia es la amiga de las buenas decisiones —dijo el libro. Y preguntó—: ¿Tienes algo que pueda servir de pista?

—Pues… la casa estaba desordenada, ni siquiera pudo coger su varita mágica y no la dejaron ponerse su vestido del arco iris. Además, su diadema de flores

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frescas se quedó tirada en el suelo y unas partículas de color amarillo estaban por todas partes.

—¡Ajá! —exclamó el libro—. Unas partículas y señales de haber sido llevada a la fuerza. No hay duda, ¡es un rapto!

Chispi aleteó de nuevo y sus plumas se volvieron aún más doradas y azules.

—¡Eso ya lo sabía! —se quejó—. Tienes que averiguar por qué Marylina no pudo defenderse.

—A ver…, a ver… Deja que vea las partículas que, me imagino, traes en esa hoja de árbol.

Con los nervios, Chispi se había olvidado de las partículas amarillas que con tanto esmero había recogido en casa de Marylina.

—Perdona, tienes razón, aquí las tengo —dijo. Y, con mucha suavidad, las esparció sobre las hojas

abiertas del libro.—¡Acachascachús…, chús…! —estornudó el libro—.

Esto es caléndula, una planta con flores de color amarillo muy parecida a la margarita.

—Y ¿qué poder tiene la caléndula? —preguntó Chispi, intrigado.

—¡Ah, amigo! —exclamó el libro—. Es la única planta que, triturada convenientemente, y con las palabras adecuadas, puede hacer visibles a los seres fantásticos y quitarles sus poderes durante algún tiempo.

—¡San Crispín Roble, san Cedro, san Pino! ¡Estamos fastidiados! —soltó Chispi. Y se sonrojó mientras una pequeña lágrima resbalaba por su ojo izquierdo. Respirando hondo, preguntó al libro—: ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo podré encontrar a Marylina y ayudarla a escapar?

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—Tranquilo —respondió el viejo libro—. Primero prepararemos el brebaje adecuado para que, cuando Marylina se ponga en contacto contigo, puedas llevárselo.

Acto seguido, el libro se abrió en la página trescientos dos e iluminó un título que decía: «Brebaje para hadas cuya piel ha sido tocada por la caléndula». Y, debajo, se podía leer: «En un recipiente pequeño de barro cocido al sol, colocar muérdago del roble más antiguo, raíz de angélica cogida al amanecer, cincoenrama de la ladera de una montaña, mejorana fresca del año, violeta de hisopo en flor, e imperatoria del lago más cercano. Una vez juntos todos los ingredientes, triturar pacientemente y mezclar con la comida que suela ingerir el ser fantástico…».

Marylina sintió que alguien la cogía de nuevo y la llevaba a otro lugar; era el hombretón, el capitán, tal y como lo llamaban los hombres a su cargo, quien se ocupaba de ella personalmente. Traspasaron una puerta, la cerró, y llegaron a un camarote donde la acostó en una litera.

—Bueno, muchachita; ya que has abierto los ojos, me presentaré… Soy el capitán Tripagrande. Nos han ofrecido un dinero más que suficiente por raptarte y ahora te llevamos lejos de tu bosque. Pórtate bien, pues nos pagan para que llegues sana y salva —dijo el capitán. Esbozó una sonrisa que mostraba un par de dientes tambaleantes y con fundas de oro. Su nariz enrojeció de repente y su aliento emanó todo el ron acumulado en dos años—. Ahora te traerán tu desayuno.

A continuación, cerró la puerta y se fue.

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Marylina lloró un poco, era lo único que podía hacer, ya que no había recuperado el habla; y, si lloraba mucho, temía inundar el barco y no poder escapar. Estaba atrapada.

En el bosque, Chispi acababa de leer la receta magistral que le había mostrado el libro de magia de Marylina y recapacitaba sobre la manera de recoger todas las plantas de la forma más rápida y conveniente.

—Ahora comprendo por qué Marylina se ha quedado sin sus poderes. La han inmovilizado con la caléndula y, hasta que no beba este brebaje, no los recuperará —dijo para que el libro escuchara su deducción.

—Correcto, Chispi; todo está en tus manos. Tienes que elaborarlo con las plantas mencionadas y así, cuando sientas la llamada del hada, descubrirás el camino para llegar hasta ella —explicó el libro. Y añadió—: Ahora cúbreme con la esfera transparente, recolecta las plantas, y espera con paciencia.

El pajarito hizo lo que el libro le indicaba y salió de la gruta para recoger todas las plantas que necesitaba para salvar a Marylina.

En el barco, mientras tanto, un marinero entró en el camarote del hada y le dejó sobre la mesa un plato lleno de patatas, guisantes y un trozo de carne. El hada se puso más triste aún. ¿Cómo pensaban que ella podría