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$15.00 AÑO 1 No. 4 30/07/08 Martha Laredo Salvador Rojas Juan Fco. García Reynoso Tanya de Fonz Ulises Nájera Josué Fragoso Luis Ernesto González Víctor Villela Eduardo Carrera LUa (LF.N.Z) Frida Varinia Amalia Cecilia Alanís J. L. Gómez Ezkide Alejandro Hernández Magdalena Espinoza Yamel Bernardo Marcellin Rachid · · · · · · · · · · · · · · · ·

Delirio controlado 4

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Numero 4 de la revista delirio controlado

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$15.00AÑO 1No. 4

30/07/08

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Delirio Controlado es una revista cuatrimestral, publicada por el Consejo del Centauro,

Priv. Caudillo del Sur No. 8 Col. Ampliación Chipitlán,

Cuernavaca, Mor. C.P. [email protected]

“El contenido de los textos es responsabilidad de los autores”Todos los derechos reservados.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de

los contenidos de Delirio Cotrolado sin

autorización expresa de los editores.

Tiraje de 1000 ejemplares.

Director General: Juan Francisco GarcíaRedacción: Héctor Cervantes

Difusión y Prensa: Magdalena Espinozay Alejandro Hernández

Administración: Yazmín CarmonaIlustraciones: Ezkide

Diseño y Formación: Carlos Diaz

Consejo Editorial:Leonardo Compañ, Salvador García,Luis Ernesto Gonzáles, Soledad Jiménez,José Carlos Ruiz y Frida Varinia

Agradecemos el apoyo y la colaboración en este número de Erika Téllez

Directorio

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Martha Laredo

Salvador Rojas

Juan Fco. García Reynoso

Ulises Nájera

Luis Ernesto González

Víctor Villela

Eduardo Carrera

Tanya de Fonz

LUa (LF.N.Z)

Frida Varinia

Amalia Cecilia Alanís

J. L. Gómez

Ezkide

Josué Fragoso

Alejandro Hernández

Magdalena Espinoza

Yamel

Bernardo Marcellin

Rachid

Miedo

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Basta

Del ruido del apantle nacimos

Vals negro

Dinámica

Con mis alas de papel

De casa en cuarto

Dream of me

Nonna

Así es ella

La mala entraña

Obra gráfica

Monoloquio o instrucciones para dejar de llover...

Beatles y extraterrestres

Los enamorados

Arrastrando la pluma

El guitarrazo

Yolocuautlis

Editorial

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MiedoMartha Laredo

Tu arribo trajo la calidez,inspiró los ojos cerradosy el fulgor de la nostalgia.Al irte apenas dejas una dudaen la mirada continua:¿qué parte de la ausenciabrilla sin ti?: según veo, unapregunta basta para abrir lanoche.

Galopa, aúlla, serpentea / aprieta, se enreda en el pecho / viene desde abajo, eternamente viene.Detener el torrente que sube / el silencio, el golpe de repente / encontrar la fisura que lo absorba / o a la conciencia / el miedo es una gota que la llena.Detener el instante odiado / la caída, lo cansado.El miedo es del perdido / del violado / la lucidez del loco en un segundo perder lo más amadono encontrarse jamásy nunca ser buscado.

9Salvador Rojas

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Tu arribo trajo la calidez,inspiró los ojos cerradosy el fulgor de la nostalgia.Al irte apenas dejas una dudaen la mirada continua:¿qué parte de la ausenciabrilla sin ti?: según veo, unapregunta basta para abrir lanoche.

Basta,debajo de esa piel,muy adentro donde dormitan neblinaspasado y ausencia,me encuentro indagando donde sólo hay nada.

Cuerpo hermosode oscuro interior.

Basta.Deja que me adentresin permiso en tu ser.

Deja de llorar y joder.Deja de abrir la bocay entregarte al terror.

Galopa, aúlla, serpentea / aprieta, se enreda en el pecho / viene desde abajo, eternamente viene.Detener el torrente que sube / el silencio, el golpe de repente / encontrar la fisura que lo absorba / o a la conciencia / el miedo es una gota que la llena.Detener el instante odiado / la caída, lo cansado.El miedo es del perdido / del violado / la lucidez del loco en un segundo perder lo más amadono encontrarse jamásy nunca ser buscado.

9Salvador Rojas

BastaJuan Fco. García Reynoso

Deja, tan sólo dejaque te jodamujer de hielo.

Cierra los ojosy piérdete en mí,en mi odio,en mi frustración.

Deja que nos arrastrela pasiónel amorel deseola esperanza…Basta por favor.

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Del ruido del apantle nacimos,de los ríos del espíritugrabado en hojas,de la chicharra infinita y oscuradel aire,del sonido constante de nuestro universo.

No construimos puentes ni rezos,construimos tecorrales.Montones de letras de piedraque alojan cuijis y alacranes,que nos detienen el corazónpara que no se vaya rodando.

La materia prima es el barro,las más sencillas oquedades,el agua que flota en el airey el dios que vuela papalotes en la lengua.

Eso fecundamos apenas:una canción de tlalzahuate,un elemental grano de atocleque apilará adobes en nuestros ojos,una enredadera vaporizadaen la piel del viento de los cerros.

Un murmullo danza en mi alma.Un aliento estalla gestos en mi cuerpo.Me disuelvo en negro,me desintegro.

Ulises Nájera

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Saliste en tu escoba,un, dos, tres,vals negro...Saliste en tu escobay te le perdiste,y te le perdisteporque no queríasque te viera triste.La Luna buscaba,un, dos, tres,vals negro...La Luna buscabatu vientre en las runas,tu vientre en las runasque él había cifradoen tu luz desnuda.Era noche clarapero oscurecíasi el velo de nubesasí lo quería.Volabas tan solapero enamorada.Tu visión enteraen él se aclaraba.Las nubes jugaban,un, dos, tres,vals negro...Las nubes jugabana sumar más nubes,a sumar más nubesen un escenariodesolado, lúgubre.

Un planto infinito,un, dos, tres,vals negro...Un planto infinitoconfunde tu manto,confunde tu mantocon falsa tinieblay falaz espanto.Era noche clarapero oscurecíasi el velo de nubesasí lo quería.Volabas tan solapero enamorada.Tu visión enteraen él se aclaraba.Volviste en tu escoba,un, dos, tres,vals negro...Volviste en tu escobacuando descubriste,cuando descubriste,bruja en su ventana,que en ti amaneciste.Eras nuevo díaun, dos tres,vals claro...Eras nuevo díay para él ya eras,y para él ya erasruna florecidabajo nubes negras.

Vals negro Luis Ernesto González

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Abre las letrasy cierra el miedo.Aquí te voy a dar de comer.Cada palabra,cada pensamiento,cada sentimiento,es una personao un animal, según seaelevada o bajaen tila expresión.Cada elementocada cosaque existe en el espaciotiene un guardián(su dios, los griegosy las culturas animistas;su demonio o su santo,según el cristianismo).Tú estás hecho de muchos, entre los que puedenestar varios sabiosy algunos cobardes.Cierra el miedo.Esto es algo que puede atemorizar.Por eso el Verbo de Diospudo hacerse carne.

Poema del libro Abrir las letras,Centro de Estudios Universitarios Londres, México, 1999.Cortesía del autor.

Dinámica Víctor Villela

*

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Quisiera ser mariposapara posarme en la flor;bebería su colorde una forma caprichosa.

En noches calmas y bellasser luciérnaga quisieraque al volar mi luz crecieraderramándose en estrellas.

Quisiera ser libre y ágilcomo el pájaro que cantaque en su trino se agigantay en el vuelo es pluma frágil.

Pero soy un papalotecon mis alas de papel;amarrado de un cordelapenas resisto a flote.

Poema del libro Universo de palabras,Ediciones el naranjo, México, 2007.Cortesía del autor.

Con mis alas de papel Eduardo Carrera

*

*

De casa en cuartode habitación en desvánde altos a bajosde áticos a golfasde piso de tierraa mármolde ojos de gatoa ojos de lincedel tiempo que se dividey de los espaciosvacíos que tienden a extenderse.De los que queríamosde los que aún queremos y aquí siguende cómo entender la vidasi esta, con dolores o pronto,nos deja.

(De mudarse)

Tanya de Fonz

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Se preguntaba qué hacia allí, caminando sola en la oscuridad. Intentaba seguir pero la sensación de estar siendo acechada la obligaba a mirar con cada vez más insistencia a sus espaldas.

Persistía, con las voces asiduamente más audibles, pero con un eco que dificultaba el entendimiento de aquellas palabras.

Vestida de un negro impenetrable, ene-mistada con las pocas luces que habitaban la calle, deambulaba entre sombras olvidadas...

–¿Es que soy real?– se preguntaba –¿Esta emoción me pertenece?– pero ni siquiera la fría humedad le ayudaba a contestar.

Seguía caminando, con la fuerza sobre-humana que impulsaba sus piernas:

–¿Acaso tengo prisa? ¿Es que acaso al-guien me espera?– pensaba.

Entonces detuvo el paso, miró una últi-ma vez hacia atrás...

Un suspiro le hizo notar la falta de vida en su interior, pero sólo caminó, sin percatar-se de su falta de rostro, de sus desaparecidas manos, de cómo su cuerpo se mezclaba con el viento, dejando al desnudo nada más que su confusa meditación...pero sólo caminó...sin llegar a ningún lado, sin lamentarse más...

Abrió los ojos entonces, claramente so-bresaltada, miró alrededor y notó a su madre sentada a su lado.

–¿Es ese sueño de nuevo? ¿el que ator-menta tu dormir?, ¿la dama negra?– preguntó con tono gentil a su hija.

–Si, esa pesadilla de nuevo– respondió la pequeña...

Dream of me LUa (LF.N.Z)

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Nonnadíaz es una obra de finísima costura; de una trama única, que se va anudando poco a poco; pausa de silencio y descanso de la memoria para dejar pasar el viento y correr el tiempo. Un tejido zigzagueante a dos voces, va construyendo y reconstruyendo un discurso autobiográfico; pero también como una araña va tejien-do y destejiendo lo vivido. Recuerdos no lineales ni crónicos, sino destellos, episodios. Memoria compartida sobre el espejo, sobre los sueños, los puentes, sobre la genealogía y sobre la línea matriar- cal de la Nonna: símbolo y pilar (tierra-mujer, patria-identidad, madre y raíz). Todas en su corazón albergan un exilio, han sido “robadas por la gitana”.

Hay que volver a nacer, superar el naufragio, recuperar el habla, el aliento; pronunciar el mundo, el lenguaje de nuevo. Re-cuperar el patio y cumplir el mandato de las palabras que son destino y hornear una misma su silencio. Cambiar una y otra vez, de casa, de país, de mundo, de aromas: “Era como estar cambian-do de piel, muy lentamente, y que las cosas empezaran a oler de otra forma, a saber diferente, como si mi nombre tuviera que so-nar distinto y mi voz cambiar su registro”. Sí. “Abandonar..., para pertenecer”. La suma de los asilos, ese dolor de raíz clavado en el corazón de una trasterrada, te acompaña siempre, como enfer-medad crónica, que sólo la nostalgia y la lluvia alivian de vez en cuando.

Hay un tiempo que no se precisa en ninguna coordenada, ni tampoco responde a una determinada geografía. Un tiempo inte-rior y secreto que sólo respira por la herida. Transcurre, es cierto, pasa como agua de río, es cierto. Un tiempo que regresa sobre nuestros pasos, sobre nuestra circulación de sangre y vida. Ése es el tiempo de Nonnadía. No es el diálogo fantasmagórico con la abuela, es el diálogo-monólogo de espejos que hablan; de paredes que oyen, de infancias que lloran, de mujeres en el umbral y de ojos que miran por distintas ventanas. Una sagitaria, que observa, percibe, que en su propio fuego se incendia pero que siempre sale adelante, fugitiva, una flecha en llamas hacia las estrellas.

1 María Blunno, argen-tina de nacimiento y mexicana por adopción, se desarrolló profesio-nalmente como actriz, directora de teatro, aca-démica e investigadora.En este último aspec-to, su libro El reto del límite, inédito, forma parte de la investigación que por espacio de once años dedicó al teatro campesino morelense y la integró a la histo-ria y cultura del estado.Ahora, con Nonnadía, inicia su diálogo con los lectores mediante una obra narrativa.

2 Blunno, María, Nonna-día, México, ICM, 2006, (Molino de Viento, na-rrativa).

NonnaFrida Varinia

a María Blunno1

Inmemoriam

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Llegué corriendo. Ahí estaba de espaldas, esperándome sentadito. Tal vez no escuchó mi voz cuando grité su nombre porque no se movió; me acerqué para saludarlo y tenía los ojos enrojecidos, mojados, con esa tristeza que sólo los seres sensibles re-flejan, y que lo han de llevar por el más arduo de los senderos. Desde la muerte de mi hermana, un año atrás, como si las pe-nas cambiaran las tonalidades del ser, el color de sus ojos se había intensificado y, como capas transparentes pero significati-vas, formaban la profundidad incalculable de un mar que en su fondo hunde todas las palabras, todas las imágenes.

Nada pregunté y tampoco podía irme lejos para darle el espacio que necesi-taba. Puse mi mano sobre su hombro, se

levantó, me dio un beso en la mejilla y caminamos sin decir palabra hacia el esta-cionamiento del aeropuerto de la ciudad. Ya en el auto, para distraer las emociones, comencé la plática:

—¡Caray, m'ijo!, la casa no está lejos pero de noche no veo más que sombras, y espero no confundir a un cristiano con un gato pues por esta carretera se atraviesan igual unos que otros; además, estos lentes salieron muy malos.

—Ay tía, lo que está malo son tus ojos. Deberías de operarte como mi mamá.

—¿Mis ojos? ¡ni pensarlo! Pero no te preocupes pues hay mucho tráfico e iré despacio. Ahora cuéntame, ¿cómo es que te pusiste así..., guapísimo? Tu madre no era bonita, aunque esos ojos ámbar y ese

Así es ella Amalia Cecilia Alanís Octubre, 2003

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modo que tenía obligaban a mi alma a descansar en ellos. ¿Sabes? No había per-sona que pudiera resistir su mirada y cuan-do hablaba, un brillo repetido salía de su boca. Explícame, por favor.

No tuve que voltear a ver la cara de José, se sabía fiel impresión del misterio de la genética y sentí su sonrisa. Mas cono-ciéndole y reconociendo en mi sobrino un espíritu noble de escasos diecisiete años, sus pupilas tan amarillas como el invierno representaban un remolino de dudas, di-rigidas allá al horizonte donde nadie podía aclararlas.

—Baja la velocidad, tía Astrid, está cruzando un tipo.

—Sí, ya lo veo. La rapidez con que pasa y el viento dejan sólo sombras de un monje escondido entre cáscaras vaporosas. Pero, ¡mira!

Una sorpresa seca, de esas que en un parpadeo sacuden el cuerpo, escinden los sentidos e inhiben la mente, detuvo el auto. Pasado el momento, la sorpresa había cobrado forma: entre las luces prendidas del coche un hueco negro más dominante que la noche se dibujaba enorme, inmóvil, de frente. Astrid, en su pobre intento de no perder la razón, buscó ayuda a través del espejo retrovisor pero los faros que venían detrás habían desaparecido como si un paño pesado, superpuesto, bloqueara toda esperanza; dispuesta a no ceder una y otra vez metía el acelerador, el freno, y de pronto soltó el volante:

—José, la noche se tragó al mundo. Estamos solos. Es ella.

Los viajeros, exactamente igual que un vegetal, parecían haber perdido el sentido del tiempo y la voluntad, mas su pensamiento generaba ideas con la inten-sidad de los condenados a muerte: “Tía,

no escuchaste mis súplicas y ella está allí; siento muy cerca su cuerpo y me entierra la mirada; estoy aquí junto, por favor, mis brazos, mis piernas, ella...!” “Sobrino, ¡por piedad, di algo!; no soporto saber tu cuer- po a mi lado y no escuchar qué sientes, qué piensas.” “Oigo ambulancias, segura-mente hubo un accidente muy cerca, no, ya cesó, qué bueno; escucho murmullos que nada dicen y pasos que quiebran la hierba seca; ¿dónde estás?, ¡llévame conti-go!” “Sobrino, me siento desvalida; inútil-mente pataleo para quitarme de encima esta montaña y su insoportable espesura, su pie está sobre mi pecho, y las abejas..., deben ser un millón, el zumbido me en-sordece y temo que busquen la miel en tus ojos.” “Mis ojos están abiertos, sí, pero no veo nada; mis oídos están alertas, sí, se acabó el ruido; sólo huelo la humedad de la tierra, ¡dios, es ella!. Mi cuerpo se desliza dentro de una masa de agua fría, ¿será el mar?” “José, José...”

—Capitán, estos son los datos de la mu-jer. El joven no trae más documento que un boleto de avión procedente de Monterrey.

—González, ya conoce el proce-dimiento; informe lo acontecido e in-díqueles que uno de los cuerpos estará a disposición del Semefo; a la otra persona, llévenla a urgencias de la Cruz Roja.

Sin cara, sin moverse, como si fuera ella quien diera las órdenes a los exper-tos rescatistas, dictaba cada movimiento: “¡Serruchen esa puerta; saquen con cui-dado aquel cuerpo, ¡no!, así no, procuren sacarlo entero; revisen el auto, pongan todas las pertenencias en aquella bolsa, el pañuelo negro que cubre el espejo retrovi-sor, también; la grúa ya llegó; ya lo tengo; váyanse!”

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Creo que me es muy difícil, si no es que hasta imposible, diluir mi odio en el simple ademán de un desprecio elegante. Mi ca-pacidad de odiar nace de una mala entraña que definitivamente poseo. No es un odio razonado ni dirigido hacia un objeto en particular sino una mera e incomprensible –a veces también incontrolable– necesidad de odiar algo.

Cuando soy lo suficientemente fuerte para contener mis impulsos y mis iras, vuelco la mala entraña hacia mí mismo y entonces nadie se odia como yo lo hago. Las causas, cuando las hay, pueden ser de naturaleza variable: es como si un hu-mor repulsivo se derramara en mis híga-dos y me colocara, simultáneamente, en el centro de un mundo, en el núcleo de una creación tan detestable como ese crea-dor cuyo papel asumo al representármelo de esa manera. Entonces –consecuencia lógica– es natural que, puestas las cosas en este tenor, la gente sepa apartarse de mí, confusa y desconcertada. La costumbre ha sabido hacer de mis seres cercanos sopor-tes duros y sufridos, tan odiosos como yo en ciertos momentos, lo cual me da moti-vo para odiar más aun y arrastrarme a mis propios abismos, hacia esa soledad ideal de que deseo rodearme sin finalidad concreta. A veces, creo que busco la soledad para ex-

La mala entrañaJ. L. Gómez

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plotar mi genio, pero me río al pensar en la ridiculez de los posibles logros de un genio tan amargo. Es entonces cuando esa hiel clorhídrica de mi mala entraña se derrama en mis órganos sensibles y lastima, sulfura la piel y condensa lágrimas de azufre en mis pestañas. Llorar sería la forma natural de dar salida a estos humores enfermizos, pero... ¡no sé!, quizá la misma mala entraña me hace detestar el patetismo de las lágri-mas y contener el llanto porque, viéndolo bien, podría resultar todavía más ridículo que el genio sulfúrico albergado en mi in-terior. Contenido, pues, el llanto, las lágri-mas escurren dentro de mí, quemándome mientras recorren el camino de vuelta ha-cia esa mala entraña donde se almacenan para iniciar nuevamente el ciclo de una existencia que –empiezo a sospechar– sufro gozosamente en el silencio; sólo el ardor de mis ojos podría revelar, a quien sepa mirar con cuidado, el movimiento incesante de mis entrañas.

Algo debo reconocerle al genio: su sinceridad y obstinación. Es obstinado porque ya debió haberse percatado de no tener futuro como poeta y, contra todo, sigue haciendo versos. ¿Malos? Sí, pero sinceros, los últimos que dejó a medias so-bre el buró decían así:

Al igual que en los frutosde fibra dulcemi semilla es dura y lisa, impenetrable, oscura.Esconde la acidez de una entrañay sus brillos son amargoscomo el fango del sepulcro al doblar las campanas...

Lo que sigue en el papel está tan mal escrito, literaria y caligráficamente, que he preferido omitirlo. Esto pasa muy a menudo, y cuando ocurre, me despier-to fatigado, como si alguien me hubiera despertado a oscuras, guiando mi mano a escribir incoherencias hasta caer adormi-lada y con hastío. Curiosamente, suelo encontrar versos menos ácidos y hasta sospechosamente amorosos con bastante frecuencia. Mi genio es un enigma. A veces quisiera tomarlo de la garganta y hacerlo cantar, escupir y decir todo lo que tenga que decirme –catarsis creadora le dicen a eso, según entiendo–, pero mi madre tiene un tino increíble para ponerme a fregar los platos cuando estoy por arreglar cuentas con él. Esos momentos son muy, pero muy adecuados para el derrame de mi mala en-traña, lo cual debe sonar cruelmente fami-liar a tantos genios atrapados en la contin-gencia de vida.

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Ezkide

Obra gráfica

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Si quiero llegar al otro extremo del horizonte, será necesario que yo digiera

todos aquellos enormes merengues.Duvignaud, Duvignaud y Corbeau

Las nubes se retuercen en su horario matu-tino. A cada paso el reloj me avisa de mis cálculos, es, por lo tanto, un marcapasos. Los cálculos no me dejan mentir: muchas lágrimas de nubes hacen un aguacero. Pero se necesita un poco de coherencia discur-siva para alcanzar esta forma de expresión. Y el reloj vuelve a indicarme: es la hora de la siesta, del refrigerio, de tachar todos los días del calendario —estuve a punto de escribir “candelario” —y también de pro-nunciarlo— y hasta pudo haber quedado bien “candelabro”, e incluso “descalabro”; por último, “encabriolado”, que no tiene todavía un lugar entre las familias del dic-cionario… Después de esto, si fuera pluma el instrumento, escribiría que se me acabó la tinta, como eufemismo de la pacien-cia —como reemplazo de la creatividad —pero la era de la información acabó con las excusas… Y si la lluvia cesa es que los pretextos al menos fueron un buen con-suelo para las nubes desconsoladas. Y si no cesa, entonces me veré en la necesidad de recurrir a otro papel, uno que no se des-haga, uno que no haga corto circuito con

el agua, uno menos elaborado, más rudi-mentario, menos “encabriolado”… Esta es la definición que a usted puede servirle. Si quiere que algo sea menos —“menos esto”, “menos aquello”…— diga que lo quiere “encabriolado”. No se preocupe: ellas o ellos lo entenderán. Si no lo entien-den, invéntese en el acto una definición. Propongo las siguientes: inciso a: “dícese cuando las nubes no paran de llorar”; in-ciso b: “que ya no cabe en mi bolsa porque se infló por la humedad”; inciso c: “que se refiere a los meses con más de cuatro sema-nas”. Si aún le faltan argumentos, puede usar cualquier otra palabra: “encabriolado” significa a todas ellas. Si esto no funciona, vaya al calendario —otra vez quise decir “candelario”—, vaya al calendario, tome un refrigerio, marque los días de siesta; no renuncie a su reloj: también sirve de mar-capasos; úselo en horario matutino.

Variante X [suprimir]

…recuerda un día nublado… tem-prano y todo en movimiento… los carros enfilan hacia todas partes… habla, agita la mano, en otra dirección… en realidad simula, quiere provocar un cambio en otro sentido que los pasos, que el flujo de los carros, que los carros detenidos —simple-

Monoloquio o instruccionespara dejar de llover en día de siesta Josué Fragoso

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mente moverse… agita la mano, el pén-dulo de los pasos abre y cierra el perfil, las llantas revolucionadas ponen movi-miento al disco universal… recuerda el día nublado, temprano, y se mueve con todo lo demás… recuerda el pasar y detenerse… algo es ajeno, algo no viene al caso…

Variante A

Quizá encuentres consuelo en el al-muerzo. No te molestes si el tenedor no brilla. A veces el servicio falla. Toma en cuenta las últimas devaluaciones, las crisis sexenales, la sinusitis del gato, el deshielo de los polos, el invierno que se extiende hasta la primavera. Seguramente has visto caer una manzana. Seguramente mañana cae el presidente. Si de pronto llueve, de-tente ahí donde veas correr el agua con más fuerza, haz un barco de papel, arma una tripulación de hormigas y ordénales que suban. No ignores la tristeza de los perros. No acuses sin pruebas a los gatos de indiferencia.

—Prueba este cigarro. —Creo que sabe a tierra. —¿Te parece? —Sí, ¿nunca has ido al parque a comer un puño? —No es mi costumbre. —Te lo recomiendo. Hazlo mañana a primera hora —A primera hora estoy en el quinto sueño. —Entonces compra un poco en el supermercado. —Prefiero ir al parque. —Te advierto que hay ratas en las jardineras. —¿Y? —No, nada más para que fueras prevenida. —Las ratas están por todos lados. —Tienes razón, pero en unos lugares más que en otros. —Sí, tienes razón. —Creo que estamos de acuerdo…

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¡Los marcianos llegaron ya! Y no pre-cisamente bailando el cha-cha-chá, como aconteció en cierta canción, sino al ritmo de la música de los Beatles. Al menos eso es lo que afirman los entusiastas de una peculiar teoría aparecida en Internet que relaciona al popular grupo con los extra-terrestres, la cual me atrevo a comentar.

Me enteré que posiblemente hubo ETs en el cuarto de controles de los estudios de Abbey Road, manejando las consolas e incluso tocando instrumentos extraños y haciendo coros (me pregunto si también cobrando regalías). Determinadas graba-ciones y portadas de los discos del célebre cuarteto así parecen indicarlo. La primera pista –se dice– la constituye el LP conocido como Sgt. Pepper (Sargento Pimienta), que tal vez sea el nombre de un comandante intergaláctico. Adviértase incluso la se-mejanza fonética de Sgt. Pepper con Sgt. Peeper, que podría traducirse como El Sar-gento Fisgón; y, ¿acaso fisgonear no es la actitud típica de un OVNI?

En dicho LP, en la canción homóni-ma se canta: Hace veinte años, el Sargento Pimienta le enseñó a tocar a la banda. Si re-

trocedemos esos veinte años partiendo de la grabación del disco, tenemos... ¡1947!, el año en que supuestamente cayeron naves extraterrestres sobre Roswell, Nuevo México. El track 7, "Being for the benefit of Mr. Kite!" (A beneficio del Sr. Cometa) tal vez sea un velado homenaje a otro coman-dante estelar, y el título de "Lucy in the sky with diamonds" (Lucy en el cielo de dia-mantes) indicaría la forma y los destellos característicos de los “platillos voladores”.

También pude averiguar que el álbum Magical mystery tour (Viaje mágico y miste-rioso) es el más pletórico de pistas, amén de las letras tan estrambóticas (¿acaso durante la grabación del disco se tocaron instrumentos musicales de fuera de este mundo?). En la propia portada vemos a los Beatles en actitud de tripular un artefacto volador. La misma canción "Volando" in-vita no solamente a un viaje psicodélico, sino tal vez a un paseo en OVNI. Y, por su parte, "The fool on the hill" (El tonto de la colina), se lee sospechosamente como The UFO on the hill, El OVNI de la colina.

Pero la canción de factura alienígena por excelencia, continúa la fuente, es "I am

Beatles y extraterrestres:un encuentro cercanoAlejandro Hernández

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the walrus" (Yo soy la morsa), en donde Lennon afirma: “Yo soy el hombre-hue-vo”, y más adelante: “Mira cómo vuelan, como Lucy en el cielo”. ¿Quiénes?, ¿los “hombres-huevo”?

Hacia el minuto dos parece escucharse una “voz” que dice: I saw a bright light! (Vi una luz brillante), célebre declaración de las personas contactadas o secuestradas por OVNIs. Si leemos I am the Roswell’s (Yo soy el de Roswell) en vez de I am the walrus, transliterando “walrus”, y lo rela-cionamos con el título de la pista previa, tenemos: “Tu madre debería saberlo: yo soy el de Roswell”. O sea: el hombre hue-vo, ¡el alien! Al final de la canción, se oye un coro inusitado cantando en un idioma quizás alienígeno: Oompah, oompah!... ¿De nuevo nuestros amiguitos?

En la película Yellow Submarine (Sub-marino Amarillo) aparece un submarino volador. Los defensores del fenómeno OVNI juran haber visto naves misteriosas emergiendo del mar o merodeando los si-tios elevados, y en la portada del disco ve-mos a los Beatles y al submarino amarillo

precisamente en la cima de una colina. Tuve la impresión de que tales afir-

maciones eran mero choro, pero la com-putadora me asió delicadamente con sus bracitos y no me dejó saltar del asiento, así que seguí adelante. Leí entonces que la canción "All you need is love" (Todo lo que necesitas es amor) se grabó en ocasión de la puesta en órbita de un satélite, y que fue un evento televisado en vivo a nivel mun-dial, el marco perfecto para que el mensaje hippie-cósmico-alienígena por excelencia, el “haz el amor y no la guerra”, fuera visto y escuchado por millones de terrícolas.

Toda esta teoría acerca de un grupo de música pop conviviendo con extrate-rrestres, viajando y colaborando con ellos para anunciar su presencia y su ideario al mundo, sonaba bastante pretenciosa. Por supuesto, tuve que “volar” hasta mi colec-ción de discos para echarles un segundo vistazo y verificar tan escandalosas aseve-raciones. Admito que tuve que darles la razón, pero seguían pareciéndome meras coincidencias o, en caso de que fueran alu-siones premeditadas, todo podía ser parte de un juego... O quizás no.

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Provisto de mucha paciencia y tiempo libre...y de una generosa ración de nachos, por supuesto, quise saber si los mismos Beatles estuvieron interesados en el fenó-meno OVNI, o si todo era una fantasía de algún fan sobreexpuesto a la música de los “Genios de Liverpool”. O, mejor aún, si el redactor de aquel estrambótico blog era un extraterrestre.

Esto último jamás pude saberlo con seguridad, pero con respecto a mi primer deseo hallé que John Lennon contaba a principios de los años sesenta una histo-ria supuestamente irónica acerca de que el nombre del grupo le había sido dado en una visión por un hombre en un pas-telito flameante (Flaming Pie). De hecho, Paul McCartney grabó un disco titulado precisamente Flaming Pie, y el dibujo que ilustra el disco parece un platillo volador.

Otra versión acerca del nombre del grupo dice que está inspirado en la estrella Betelgeuse de la constelación de Orión. Lo curioso es que Lennon grabó en 1968 una canción experimental, eliminada a última hora del “Álbum Blanco”, titulada "What’s the new, Mary Jane?" (¿Qué hay de nuevo, Mary Jane?) en la que canta: “Ella viene de Aldebarán”, y Aldebarán es una estrella cercana a Orión.1 Asimismo, se cuenta que John y Yoko anduvieron “cazando” OVNIS en Noruega en 1969.

En 1974 Lennon tuvo realmente un encuentro cercano con un OVNI. Esto le sucedió en Nueva York, y su experiencia la cuenta en la funda del LP Walls and bridges (Muros y puentes). Se sabe también que es-taba suscrito a la revista Flying Saucer (Pla-tillo Volador) y que tenía cierta amistad con Uri Geller, un controvertido ufólogo.

Incluso en dos de sus canciones, ya como solista, menciona a estas naves

misteriosas. En "Out of the blue" (Repen-tinamente), del disco Mind games (Juegos mentales)2 dice: “Como un OVNI llegaste a mí, y te llevaste la miseria de mi vida”. Años más tarde, en Nobody told me (Na-die me dijo) cantaría: “Hay un OVNI sobre Nueva York y no estoy tan sorprendido”. Fue entonces cuando empecé a sorpren-derme más.

Por si fuera poco, en la portada del LP de Ringo Starr Goodnight Vienna (Bue-nas noches Viena) vemos al baterista des-cender de una nave espacial, y en el disco Vertical man (Hombre vertical), también de Ringo, vemos la cabeza ovalada de un extraterrestre... ¡De nuevo el “hombre-huevo”!

Posiblemente Lennon indujo a los demás beatles a considerar la existencia de los OVNIs, de allí la evidencia hallada en todos estos discos. Pero pudo suceder que un buen día los extraterrestres hayan descendido de sus naves, atraídos por la fama de los Beatles, y hayan entrado a los estudios de Abbey Road para conocer a los muchachos.

Es el riesgo cuando uno quiere hacer-le al detective: la madeja que te sacará del laberinto termina por enredarse en ti. Aho-ra mismo no sé ni qué pensar, pero ojalá no me pase lo que a cierto investigador de barba cana y empiecen a señalarme como a un extraterrestre (oompah!, oompah!). Espero que no.

1 Los Rolling Stones cantan en "2000 light years from home" (A dos mil años luz de casa): “Te veo en Aldebarán”, y la portada del disco en donde aparece el tema es galácticamente sugestiva. 2 En los créditos artísticos del mismo, su grupo de apoyo, Plastic Ono Band, aparece como Plastic UFOno Band ¿mero capricho de Lennon?

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Me invadió de pronto una curiosidad muy grande cuando los vi, porque a mí me gusta mucho platicar con la gente mayor. Se ven tan solos. Parecen esculturas viejas con vida. Y ellos estaban ese día sentados en aquella banca del patio del Centro Mo-relense de las Artes, los dos solitos, mien-tras los estudiantes pasaban sin mirarlos si-quiera. Y yo pensé, desde que iba entrando a la escuela: pobres viejecitos, ni quién les haga caso; voy a ir a saludarlos; se ven tan desamparados. Y es que me dieron unas ganas de conocer sus vidas y de platicarles de la mía. Toda una tragedia.

A veces, cuando me siento solo, doy un paseo por el centro de Cuernavaca. El zócalo es uno de mis lugares preferidos. Aquí fácilmente se encuentra uno con quien coincidir. Hombres solos, viejos deambulando por la explanada, ansiosos por encontrar quien los escuche. No es difí-cil adivinar sus estados de ánimo. Eligen cualquier banca y desde ahí ven ir y venir a la gente en su cotidiano andar. Así, entre hombres de la misma edad, se acompañan para ver el caminar de la gente a diferentes ritmos, para criticar los gestos de los que transitan por el zócalo. Yo echo a volar mi imaginación; casi adivino sus vidas. Mi cu-riosidad siempre me lleva a fijarme en los jóvenes y los viejos. El contraste entre la juventud y la vejez me obsesiona.

Los jóvenes enamorados se abra-zan, se besan y serpentean sus lenguas sin ningún cuidado del qué dirán. Los pobres viejos se les quedan mirando disimulada-mente; sus miradas en aparente ausencia se depositan en el flashback de los recuer-dos. Ahí se quedan sentados, recordando. Recordando solos hasta que llegue quien los quiera escuchar. En un descuido los recuerdos los hacen hablar en voz alta y, como por arte de magia, alguien les sigue la conversación: un viejo, que ya está a un lado siguiendo lo mismo que el otro ve.

Así es como llegan a entablar un diálogo hasta terminar hablando, incluso, de los secretos de familia. No se cansan de recordar. Los viejos hablan con todo deta- lle de lo que han vivido y, de vez en vez, dan profundos suspiros con tal de ahogar el llanto. Es fácil distraerse con ellos. En cualquier parte se les puede encontrar deambulando, como si los recuerdos les pesaran y ya no supieran dónde depositar-los. Se esfuerzan por caminar rápido pero su velocidad se convierte en un trastabillar que no les permite huir de su vejez.

El día que les toca bailar, ambien-tados por música de banda en el Jardín Juárez, a un lado del kiosco, yo me quedo ahí pasmado, mirando como se mueven, presumiendo sus mejores pasos. Un ins-trumento pintado de blanco, parecido a un alcatraz, parece que tocara al ritmo de la panza de su ejecutor. Yo muevo los pies sintiendo la música y me le quedo miran-do a alguna dama con la intención de in-vitarla a bailar, pero el silencio me invade y ahí me quedo inmovilizado, al igual que una escultura.

Ese día, lo recuerdo muy bien, había dado mi paseo cotidiano. El sol de verano era lo suficientemente fuerte como para

Los enamorados Magdalena Espinoza

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hacerme buscar un lugar sombreado. Por eso, después del recorrido por el zócalo, subí por la calle Hidalgo, me detuve enfren-te de la catedral para persignarme, pero in-mediatamente me volví hacia la estatua de Alejandro Humboldt; me olvidé del calor. Lo observé detenidamente. Me impresionó la seriedad de ese hombre, pero sobre todo su juventud perpetuada.

Sí. Tengo que reconocer que las escul-turas han sido las obras de arte que más me han impresionado. Son mi obsesión. Siempre asisto a las exposiciones de escul-turas. Es impresionante como se nos mues-tran esos bultos, como esperando a que alguien les inyecte vida. Me pregunto qué sucedería si de pronto tomaran vida. En-contrarlos de pronto entre la multitud. Por ejemplo, encontrarse con el "Morelotes", la estatua vigilante del zócalo de Cuernavaca. Yo quedaría petrificado. Qué pasaría si nos encontráramos con el Torso de un Hombre Caminando o con los personajes de El Beso, de Augusto Rodin. Pensándolo bien, no me gustaría encontrarme con los Animales Impuros, de José Luis Cuevas.

Dejé atrás mis pensamientos, aban-doné a Humboldt y caminé hasta la ave-nida Morelos. Tenía tiempo y, a pesar del calor, decidí continuar mi recorrido. Y así fue como llegué hasta la escuela de arte, donde me encontré con aquella escultura, engendros de viejos.

No puedo olvidar que conforme me iba acercando a esa pareja de viejos sen-tados en la banca, ellos se me quedaron mirando hasta que nuestros ojos se encon-traron. Era como haber entrado de inme-diato en comunicación. Me sentí atraído por esas miradas de melancolía. Entonces fui hacia ellos, pero porque ellos me lla-maban con la mirada. Continué acercán-

dome. Los vi nuevamente a los ojos. Claro que estaba yo siendo aceptado. Aunque en momentos su mueca me parecía algo so-carrona, yo seguía avanzando.

Me fui acercando tan rápido como mis pasos me lo permitían. Yo ya iba son-riendo, con la mano extendida. Ellos se me quedaron viendo como estatuas y no con-testaron mi saludo. De pronto, me pareció que miraban hacia atrás, como si escondie-ran sus rostros. Riéndose. Creo que se bur-laban de mí.

Me acerqué más. Cada vez más. Ellos continuaban esquivos y voltearon sus ros-tros cara a cara, como para besarse... ¡Qué descaro, se besaron!... ¿Entonces, para qué me llamaron? ¿Sólo para que yo viera cómo chasqueaban la boca? Me acerqué todavía más. Ellos se quedaron pegados en el beso. No pude resistir y me acerqué completa-mente para ver cómo era ese beso. Para mirarlos como si fueran pieza de alguna exposición.

Al escudriñarlos, me di cuenta de que sólo eran una escultura de dos jóvenes enamorados, y ya no la de los viejos soca rrones. Y poco a poco se iban transforman-do en una escultura de dos niños traviesos, abrazados como si jugaran a las luchitas. Yo, como pude, me retiré trastabillando, no sin antes darle un bastonazo a la escul-tura.

Con el golpe, los niños se desencan-taron inmediatamente, se levantaron de la banca y atravesaron el patio a toda veloci-dad, para esconderse detrás de las colum-nas de los arcos de la escuela.

Cuento premiado con la Rosa de Plata por obtener el segundo lugar en el Concurso de Cuento convocado por el Ayuntamiento de Cuernavaca en el mes de septiembre de 2006.

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Cuál es la verdadera intención de una columna como ésta, me pregunto, la permanencia, el sentido de crítica o

decir la verdad. No lo sé, quizás por eso me he rehusado a escribirla. Y ahora confieso que, si de verdad hay algo de lo cual yo quisiera lamentarme o bien compartir con los demás, sería una queja sobre aquello que, de momento me hace enojar.

Quejarse en el instante es fácil, tener oídos prestos es el problema, se rehúsan a escuchar y por lógica a tender la mano.

Tal vez expresar una molestia o deses-peranza o esa sensación de querer gritar no se calmen con rayar las paredes de la ciudad. Si me preguntasen acerca de lo que escribiría, creo que serían frases ce-lebres o insulsas, el propósito sería que los demás vuelvan la vista aunque fuese sólo un instante… porque uno siempre quiere que los demás sepan, a pesar de que no hagan nada al respecto. Es como si nos bastara con hacerlo público, o al me-nos eso quiero creer para sentirme mejor.

Y acaso soy la única inconforme, creo que no, todos tenemos algo que nos aque-ja, ¿o no?

Es cierto que la constancia de la re-vista se ha visto un poco menguada y por eso ahora su propósito es ser cuatrimestral, por lo que si yo me quejara, por ejemplo, de la mala administración del Instituto de Cultura de Morelos o de las exigencias de los maestros de Morelos, quizás el lector, si es que tenemos alguno, cuando lo lea, ya haya olvidado el tema, pues el tiempo pasa, y de aquí a que lo publiquemos ya será noticia vieja, ¿cierto? O bien quisiera creer que para cuando lean esos proble-mas, la administración actual del ICM los haya resuelto, pero todos sabemos que eso no sucederá, nuestro gobierno parece dar a entender que lo de menos es el estado y quienes lo habitamos, lo primero es ha-cer quedar bien a todos los funcionarios, llámese Martha Ketchum o Marco Antonio Adame, la única prioridad es la imagen. Sin importar si hacen un trabajo real o no.

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Gabriel FauréBernardo Marcellin

A lo largo del siglo XIX, la música en Francia padeció una influencia des-medida del teatro. Los excesos del

romanticismo invadieron todos los ámbi-tos de la composición, incluyendo la sin-fonía y la música religiosa. Muchos com-prendían la necesidad de una renovación, pero las esperanzas cifradas en hombres como Charles Gounod y Camille Saint-Saëns resultaron frustradas. Correspondió a un discreto organista, César Franck, ope-rar la tan anhelada renovación. A partir de este momento, la música francesa dejó su preferencia por la grandilocuencia y se centró en la sinceridad de los sentimientos y en la profundidad de la expresión lírica.

Aunque Gabriel Fauré (1845-1924) no es un discípulo directo de Franck sino de Saint-Saëns, sí recibió la influencia del primero de forma determinante. De hecho, quizá no exista ningún otro autor más ale-jado de los grandes efectos ni de los recur-sos teatrales, ni tampoco un compositor

más reacio a escribir música programáti-ca; la suya es esencialmente música pura que el oyente puede escuchar sin tratar de descubrir el argumento o las ideas subya-centes. Fauré es un hombre que parece ha-llarse aislado de los acontecimientos de su tiempo. La guerra franco-prusiana, el es-cándalo Dreyfus, la Primera Guerra Mun-dial, no alteraron su estilo compositivo ni su concepto del arte.

Su producción se centra en com-posiciones para piano y en música de cá-mara, siendo sus obras orquestales rela-tivamente escasas. Su arte va dirigido a un público reducido a quien busca cauti-var a través de una melodía refinada con la que crea un ambiente de intimidad.

Con la excepción de su Cuarteto para cuerdas -su última creación-, toda la música de cámara de Fauré involucra al piano, instrumento que será en él casi tan característico como en Federico Chopin o en Franz Liszt. Aquí señalemos su trío,

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sus cuartetos y sus quintetos para piano ycuerdas, sus sonatas para violonchelo y violín, así como su Elegía para violonchelo y piano.

Dentro de sus obras para piano solo, destacan sus trece nocturnos y sus trece barcarolas. Compuso ambas series a lo lar-go de toda su vida, por lo que resultan ade-cuadas para ir descubriendo su evolución como artista al correr del tiempo. Sus pri-meras barcarolas transmiten la impresión del fluir del agua, del gozo de un paseo por un río tranquilo o un lago; conforme el músico fue envejeciendo, sin perder su carácter propio, se fueron transformando en meditaciones sobre el transcurrir del tiempo. Asimismo, los nocturnos tienen un carácter melancólico que se irá ahon-dando con los años. Aunque Fauré no acos-tumbraba plasmar sus sentimientos o sus estados de ánimo en sus composiciones, la vejez y la sordera que lo aquejó al final sí dejaron huella, por lo que sus últimas obras se nos presentan como más sobrias y más ásperas. El Nocturno n° 10 ofrece un ambiente trágico y el n° 13 tiene las reso-nancias de un adiós, como si supiera que ya no iba a escribir ningún otro.

Fauré compuso muchas otras obras para piano. Sus tres Canciones sin palabras, op. 17, pueden ser vistas como la contra-parte francesa de las que compuso Félix Mendelssohn en la primera mitad del siglo XIX. A esto se pueden sumar sus impromp-tus, sus valses-caprichos y hasta una ma-zurka. Merecen mención aparte su Tema y variaciones, op. 73, una obra extremada-mente desarrollada, y sobre todo su Bala-da. Ésta última, una creación de juventud, fue originalmente escrita para piano solo. Se dice que cuando Franz Liszt, el virtuoso de este instrumento más destacado de su

época, leyó la partitura, exclamó que le fal-taban dedos para ejecutarla; tantas son las dificultades técnicas que involucra. A suge-rencia del mismo Liszt, Fauré modificó su balada para incluir además una parte or-questal. Mencionemos así mismo la suite Dolly, para piano a cuatro manos, y la Fan-tasía para piano y orquesta.

Los críticos acostumbran dividir la carrera de Fauré en tres etapas, pero quizá una de las características más notables de su obra sea su unicidad. No hubo grandes rupturas en la historia de su producción artística, sino una lenta evolución que lo llevó de la espontaneidad inicial a una expresión más refinada y elaborada en la madurez, para terminar con un estilo más austero.

Por mucho tiempo fue poco compren-dido. Se le identificaba principalmente con los ambientes mundanos, en los que se ejecutaban sus obras, sin descubrir el valor artístico de su trabajo. Recuérdense en ese sentido las descripciones de los salones de principios del siglo XX que hace Marcel Proust en En busca del tiempo perdido y en donde se otorga un lugar muy importante a la música.

Las canciones para piano u orquesta de cámara y voz solista constituyen una de las aportaciones más importantes de Fauré. En ellas, los instrumentos no se limitan a acompañar al canto, sino que se fusionan con él, dando a los poemas una dimensión emotiva adicional. En este género resulta particularmente perceptible el ambiente de intimidad que emana de todas sus com-posiciones. La buena canción, en particular, ciclo basado en poemas de Paul Verlaine con acompañamiento de piano y cuerdas, puede considerarse como su obra más sig-nificativa en este género.

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Aunque su fervor religioso era bastante moderado, su composición más famosa es el Réquiem. Quizá en ninguna otra sean más discernibles las característi-cas principales del autor. Nos encontramos aquí en la antípoda del Réquiem de Berlioz, con sus impresionantes trompetas que anuncian el fin del mundo y su desplie-gue de recursos tan afines al teatro. Fauré suprime el Juicio Final en su misa. Para él, la muerte no es aterradora, sino que repre-senta el descanso merecido después de los sufrimientos de la vida. La música trans-mite la serenidad de quien sabe que pronto se encontrará gozando de la presencia, de la intimidad, de Dios. Hay quien ha des-crito esta obra como “la canción de cuna de la muerte”.

Pese a su aversión por el teatro, Fauré llegó a componer en algunos casos música para el escenario, en especial para Peleas y Melisanda, la obra de Maurice Maeterlinck, que también inspiró un poema sinfónico a Arnold Schönberg y una ópera a Claude Debussy. A la edad de sesenta y ocho años terminó su primera ópera, Penélope, basada en la Odisea, a la que seguirían otras más. Finalmente, señalemos que este hombre tan parco en la expresión de sentimientos y emociones, con una vida irreprochable, se dio en alguna ocasión la oportunidad de escribir una obra humorística en co-laboración con Andrés Messager, su amigo de toda la vida, una parodia en piano para cuatro manos de los temas principales de la tetralogía El Anillo del nibelungo de Ricardo Wagner, titulada Recuerdos de Bayreuth.

Junto con Claude Debussy y Mau-rice Ravel, Gabriel Fauré dominó el pano-rama musical de la Francia de principios del siglo XX. Si bien no llegó a conformar una escuela de compositores, sí influyó en

muchos artistas jóvenes, empezando por el propio Ravel, quien fue su alumno en el Conservatorio, y en el rumano Georges Enesco.

Aunque sus últimas obras presen-tan ciertas dificultades debido al uso de disonancias -al punto que Saint-Saëns, su maes-tro y amigo, temía que se estu-viera volviendo loco-, la música de Fauré proporciona un placer estético para quien disfruta del arte de la mejor calidad. Está hecha para disfrutarse en la calma y en la intimidad. Más que servir de música de fondo, vale la pena sentarse a escuchar la creatividad casi infinita de este au-tor que, a partir de medios reducidos, logra desarrollar melodías tan seducto-ras y atmósferas tan personales, algo que contrasta con las tendencias de nuestra época, más afín a los grandes efectos cine-matográficos desprovistos de profundidad.

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uele vivir en el recuerdo, en la soledad y en tu ausencia.Sólo deja que mis brazos se enreden por última vez en tu cuerpo.Deja que mi cabeza repose por última vez sobre tus piernas, y que mi llanto penetre tu piel para así sentir que muero en ti como la lágrima al secarse.Ven y muérdeme los labios hasta que brote mi sangre y se quede impregnada en tu boca.Mírame por última vez, al tiempo en que me dices un te amo fingido, sonríe irónicamente y después márchate con tu amante, que yo me quedaré nuevamente en la soledad.

*Pertenece al círculo de escritores “Yolocuautlis”(Corazones de Águila), del CERESO de Atlacholoaya, Morelos.

Rachid*

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Da pena, y algo más, contemplar a algunas de las “máximas glorias literarias” del estado, autoelogios,

públicos a modo, lecturas, con la “cuati-tud” en pleno, y un larguísimo etcétera que también da pena y algo más enumerar. Si bien estás prácticas resultan deleznables, lo es más el hecho de que todos, los que de una forma u otra estamos inmiscuidos en la labor cultural (independientes, oficiales, oficiosos, subvencionados, patrocinados, comprados, etcétera), no nos hemos apli-cado en la “creación” de públicos a modo, y como ejemplo nos asignamos la parte de culpa que nos toca: ¿quién nos dijo que había público para otra revista más?, cuan-do resulta obvio que las que ya existían no son autosuficientes, ¿por qué no ini-ciamos nuestro proyecto a partir de lectu-ras, conferencias y, o pláticas, planteando nuestra motivación y, al mismo tiempo,

generando interés hacia la creación o ge-neración de proyecto. No, no funciona así, no en nues-tro medio, en nuestro estado, en nuestro país. Presentamos un libro y creemos que, como por ensalmo, habrá interesados en acudir, cuando es de todos conocido que ni aún cuando se ha tratado de buenos escritores, Villoro por ejemplo, tenemos la sala llena, nadie hasta ahora se ha preocupado por generar públicos, por hacer públicos, esa es la labor cultural a desarrollar, y, como carece del “glamour” que otras actividades tienen, (las exposi-ciones pictóricas o las actividades que in-cluyen bocadillos y “vino de honor”), muy pocos la emprenden.

Esta labor quijotesca, obligadamente, debe ser del ICM, y las preguntas surgen, también obligadamente, ¿quién o qué ofi-cina o departamento tiene esa función? ¿cómo la realiza? ¿en dónde?

Editorial Estrellas en el raquítico cielo

Nos honra y complace dar la bienvenida a nuestro Consejo Editorial a Luis Ernesto González, desde ahora contamos con su valioso apoyo. Bienvenido.

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