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Centro de Iniciativas Culturales y Estudios Economicos y Sociales (CICEES) is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Ábaco. http://www.jstor.org De la guerra a la violencia Author(s): Francisco León Florido Source: Ábaco, 2 Epoca, No. 4, LA GUERRA (INVIERNO 1994), pp. 31-37 Published by: Centro de Iniciativas Culturales y Estudios Economicos y Sociales (CICEES) Stable URL: http://www.jstor.org/stable/20796189 Accessed: 10-08-2015 14:11 UTC Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at http://www.jstor.org/page/ info/about/policies/terms.jsp JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. This content downloaded from 168.176.5.118 on Mon, 10 Aug 2015 14:11:15 UTC All use subject to JSTOR Terms and Conditions

De La Guerra a La Violencia

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guerra

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http://www.jstor.org

De la guerra a la violencia Author(s): Francisco León Florido Source: Ábaco, 2 Epoca, No. 4, LA GUERRA (INVIERNO 1994), pp. 31-37Published by: Centro de Iniciativas Culturales y Estudios Economicos y Sociales (CICEES)Stable URL: http://www.jstor.org/stable/20796189Accessed: 10-08-2015 14:11 UTC

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De la guerra

a la violencia

Francisco Le?n Florido

Vivimos en una ?poca parad?jica, en la que se alza un clamor universal en favor de la paz, mientras aflo

ran, como setas de oto?o, guerras por doquier. La per

plejidad de muchos intelectuales es manifiesta: quiz? hab?an cre?do que las ra?ces de la guerra se encontra

ban en el enfrentamiento entre los bloques, y, una vez

ca?dos los muros, esperaban una especie de ?Pax

Romana? que acompa?ara al triunfo de la Democracia

y los Derechos Humanos. Pero el fen?meno de la gue rra se encuentra tan arraigado

en la naturaleza huma

na que parece no depender de las circunstancias hist?

ricas.

Grocio1, siguiendo a Arist?teles, supon?a que las

guerras siempre se plantean como un medio para obtener la paz. Ello no ha impedido que, repetidamen te, ese medio tienda a convertirse en el fin mismo, de

modo que podemos afirmar que el hombre vive en

estado de guerra permanente. Ese doble anhelo de paz y destrucci?n, que, cual las dos almas de Fausto, ani dan en el pecho del hombre, motiv? que Freud, en su

obra crepuscular2, entreviera dos motivaciones en la

psique humana, de una fuerza superior, por m?s pro funda, incluso, que las pulsiones sexuales. Tales eran

los impulsos de Vida y Muerte, Eros y Thanatos. La

misma irresistible tendencia que obliga al hombre a

buscar por cualquier medio su supervivencia parece luchar por conseguir su aniquilamiento, su retorno a

la Tierra originaria, a la mezcla primitiva de donde sur

gi?. Nos sentimos reclamados, al mismo tiempo, por el

cielo del Amor y la Belleza, y por el infierno de la

Muerte y la destrucci?n. Esta duplicidad no se reduce, sin embargo,

a ser una circunstancia meramente psico

l?gica, sino que su influencia se extiende al campo moral.

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Francisco Le?n Florido De ia Guerra a i a Violencia

La guerra, como fuente de valor ?tico

Desde que fuera acu?ado en Grecia, el t?rmino

?virtud? (aret?, virtus) hace siempre referencia a las

cualidades varoniles del guerrero. El hombre s?lo

puede demostrar la verdadera condici?n de su car?cter moral en el campo de batalla. Cuando en la litada,

Tersites, el modelo del nuevo hombre dem?crata y

pacifista, pretende alzar su voz para reclamar el fin de la lucha, los h?roes griegos le golpean y le recriminan su comportamiento feminil. Pero esta actitud no se

limita al mundo heroico de las epopeyas hom?ricas, y el valor guerrero se convertir? en el modelo de la vir tud ?tica por excelencia, de modo que el hombre lo es

s?lo en la medida en que demuestra su valent?a en el combate.

Ni siquiera el cristianismo supone un cambio radi cal en esta actitud pese a las declaraciones pacifistas de su fundador. As?, ya a partir de san Agust?n, la guerra se

considera como algo indiferente en s?, y su valor moral

pasa a depender del cumplimiento de las condiciones de una guerra justa. No pensaban los te?logos cat?licos

que la guerra debiera desaparecer, sin m?s, por causa de

una transformaci?n radical del hombre, cuya posibili dad limitaron al campo del hombre interior. La integra ci?n de la Fe y la Naturaleza, condujo a la Escol?stica a

proponer la paz como el fin ?ltimo, pero, tambi?n, a

apreciar la guerra como una circunstancia en que pod? an mostrarse las virtudes humanas, con tal que en la lucha se dieran determinadas condiciones. La conse

cuencia de esta concepci?n fue la elaboraci?n de una

doctrina que inclu?a los requisitos de una guerra justa: ser declarada por la autoridad leg?tima, buscar un fin

justo, y utilizar medios moralmente correctos3. Todos

estos requisitos hacen referencia a los medios de la gue rra ?aunque, aparentemente, hablen de los fines?,

puesto que en ning?n momento se pone en cuesti?n su moralidad. La guerra tiene un valor positivo, pues abre la posibilidad de que en ella se ponga de manifiesto la

fortaleza, una de las principales virtudes del cristiano.

Parad?jicamente, habr? que esperar a una ?poca en que el paganismo retorna a

Europa para encontrar

nos ante un verdadero cambio en la valoraci?n moral de la guerra. El Renacimiento acu?a el concepto de

virt?, que ya no pone el acento sobre la virilidad gue rrera, sino sobre el dominio de todas las artes que hacen del hombre un ser social, un cortesano, un ciu

dadano capaz de triunfar socialmente por la dulzura de su car?cter, la multiplicidad de sus habilidades, y su

dominio de las t?cnicas que pueden alzarle al poder pol?tico4. Por vez primera ?al contrario de lo que

apunta el c?lebre aforismo? la pol?tica pasa a ser una

guerra que utiliza otros medios para manifestarse. Los esfuerzos renacentistas por lograr una moderaci?n de

las, en muchas ocasiones, b?rbaras costumbres medie

vales, se aprecia en ?mbitos diversos, que van desde la

afloraci?n de tratados sobre las normas de urbanidad, hasta la ritualizaci?n de los enfrentamientos armados. Los instintos agresivos son desplazados a otros espacios de la actividad social, como la lucha por el poder, o el ansia de fama, de modo que la guerra pierde gran parte de la trascendencia que a?n conservaba en el

medievo, puesto que ya no es el lugar de demostraci?n de la virtud, sino tan s?lo un medio para alcanzar el

poder. Los manuales sobre estrategia militar sustitu

yen, pues, a los tratados morales sobre la virtud de la fortaleza5. Con ello nace una

concepci?n moderna de

la guerra, cuyo desarrollo conduce hasta las ideolog?as pacifistas de nuestros d?as.

La dial?ctica guerra-paz

Predomina hoy la noci?n de un ser humano some tido a la dial?ctica entre guerra y paz, entre destruc ci?n y producci?n, entre violencia y convivencia social. Se supone que, como en toda oposici?n, ha de nacer

aqu? tambi?n una s?ntesis final que signifique, si no el triunfo de uno de los polos en disputa, s?, cuando

menos, el establecimiento de un orden pr?ximo al que

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De la Guerra a la Violencia

se?alar?a la tr?ada: paz-producci?n- convivencia social.

Bobbio, en un libro de reciente aparici?n en Italia6, ha

puesto de manifiesto c?mo, en todo par de t?rminos

antit?ticos, suele suceder que uno de los dos posee m?s fuerza que el otro, aunque dicha valoraci?n

dependa del punto de vista desde el que se efect?e su

medici?n. En el caso de la dial?ctica establecida entre

los t?rminos guerra-paz, parece claro que es guerra el

que posee mayor fuerza, lo cual ha propiciado que, tra

dicionalmente, desde Grocio a Tolstoi, se haya defini do la paz como un estado de ?no-guerra?.

Contra esta tesis, el pensamiento marxista ha

supuesto que el estado originario de las comunidades humanas es el de la convivencia pac?fica, en un

momento en que a?n no hab?a surgido la feroz lucha

por la propiedad, verdadero motivo de los enfrenta mientos entre los individuos y entre los pueblos. Este

optimismo asoma a?n hoy, en la ?poca del pensamien to desencantado, en muchas de las manifestaciones de la ideolog?a preponderante; la misma que dio en decir

que, tras el fin de los bloques, hab?amos entrado, por fin, en la senda de la paz universal. La inquietante rea

lidad es que nunca antes se hab?a encontrado el mundo m?s angustiado por su posible autodestruc

ci?n, pues la potencia nuclear, que antes se encontra

ba controlada por los grandes bloques, comienza a dis

persarse alarmantemente, sin que parezcan surtir efec to los desesperados intentos de control de este tipo de armamento. Por otro lado, los conflictos inter?tnicos,

interregionales, y locales se multiplican, y amenazan con matar, como una lenta infecci?n, a un planeta que

esperaba morir de una forma repentina. Si bien la

experiencia de dos grandes guerras parece haber con

jurado el riesgo de una tercera guerra mundial, el hombre se muestra incapaz de mantener una paz medianamente duradera.

A los s?ntomas que acabamos de describir, debe mos a?adir uno nuevo, que habitualmente se posterga al hablar del problema de la guerra; nos referimos a la

violencia difusa que no por haberse hecho cotidiana

_T ?li

resulta menos alarmante para las sociedades desarro lladas. Poco a poco, se extiende una sensaci?n de agre sividad generalizada, y un clima de enfrentamiento total en las grandes ciudades. Esta ola se manifiesta en

el car?cter cada vez m?s descontrolado de las luchas reivindicativas de los trabajadores, en la destrucci?n sistem?tica de los bienes p?blicos por parte de los j?ve nes durante los fines de semana, en las palizas a las minor?as ?tnicas por parte de grupos cada vez mayores y m?s organizados, en los enfrentamientos entre parti darios de distintos equipos de f?tbol o de diferentes

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Francisco Le?n Florido

movimientos musicales, en los levantamientos y explo siones de violencia de los habitantes de barrios margi nales, incluso en la pugna por el espacio vital de los

automovilistas, y, en fin, en la agresividad que soterra

damente corroe muchas conciencias ante la indiferen

cia generalizada por lo que sucede a nuestro alrede

dor. Esa es la otra guerra, la que tiene lugar en el espa cio corto del ?mbito de lo cotidiano.

Todas estas manifestaciones sirven de testigos a

favor de la tesis que hace de la guerra el t?rmino fuerte

frente a la paz. Parece que, de acuerdo con ello, habre mos de retornar m?s bien a Hobbes o Maquiavelo que a Rousseau o Marx, si queremos comprender lo que est? sucediendo en nuestro mundo.

El Leviat?n del temor

El Leviat?n hobbesiano expresa la ant?tesis del

optimismo marxista: el hombre vive originariamente,

dejado a su precivilizada naturaleza individual, en un

estado de permanente ?guerra de todos contra todos?

(?bellum omnium contra omnes?). Quiz? se ha desta

cado en exceso el sentido pesimista de este supuesto en lo que pod?a significar respecto del problema de la

guerra. Al parecer, naturaleza humana individual y

guerra van de la mano. Los instintos humanos rezu

man agresividad, lo que nos convierte en el peor de los

animales, puesto que ninguno otro busca el conflicto, incluso en los momentos en que no es atacado ni nece

sita obtener alimento. De ser as?, cabr?a poca esperanza de superar este miserable estado, puesto que la solu

ci?n que, efectivamente, ofrece el propio Hobbes ?y

junto a ?l mayor parte de los te?ricos que no conf?an en exceso en la bondad innata del hombre?, consis

tente en la aceptaci?n de la vida social como renuncia

al poder de la violencia, no supondr?a otra cosa que el

ocultamiento provisional de unos impulsos agresivos, que no dejar?an de poder aflorar en cualquier momen

to.

Sarajevo 1992.

No obstante, habr?a que insistir en la otra cara de

la moneda: junto al instinto de destrucci?n, aparece en

el ser humano otra pasi?n, el temor, que sirve de con

trapeso a aqu?l. Agresividad y temor son los dos polos de la cuesti?n: el primero conduce a la guerra, el

segundo busca refugio en la b?squeda de la paz. La

creaci?n de la sociedad civil, la instituci?n de un Poder

Soberano, que imponga su fuerza sobre la de los con

tendientes, son el resultado del triunfo del temor sobre

la agresividad. La paz es fruto del miedo; tal es el resul tado negativo que parece deducirse de esta tesis, por lo

dem?s, casi universalmente reconocida. Con ello, la

esperanza de mejorar el estado de cosas se esfuma,

pr?cticamente, puesto que un temor s?lo parece poder ser vencido por otro temor m?s fuerte. El precio a

pagar por la paz ser?a la aceptaci?n de la tiran?a de un

Poder omn?modo, capaz de imponer el Terror univer sal y abstracto, para superar as? el miedo particular a lo

concreto.

La guerra como violencia lejana

Es ?ste el modo en que hemos aprendido a vivir,

bajo la angustia suave de un Temor Abstracto, al

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De la Guerra a la Violencia Francisco Le?n Florido

Tirano, al F?hrer, al Estado, a la Bomba At?mica, al Sistema. Esa es la soluci?n m?s sutil que hemos encon

trado al problema del miedo a nuestro semejante, a

nuestro vecino, al inmigrante, al pueblo fronterizo, con nombres y apellidos concretos. Es mejor una vio lencia ejercida por el Todo, que la violencia de uno.

La primera puede matar, pero la contemplamos lejana y nebulosa, la segunda la vivimos como algo m?s real, m?s cotidiano. De ah? la dificultad de los movimientos revolucionarios para convencer al pueblo de que deben temer m?s a la violencia de una entidad abstrac ta como el Estado, que a la que se genera cercanamen

te, en las calles y en las casas, cuando los individuos luchan por sus ideales. De ah? que se prefiera vivir bajo el terror nuclear antes que bajo la posibilidad de una

guerra localizada.

Sin embargo, la falacia que se oculta tras este

supuesto, que tanto alivio ofrece a las conciencias de los se?ores de la guerra, la hallamos reflejada ya en el

propio Hobbes. Su an?lisis del temor no pretende dar cuenta de un rasgo inherente a la naturaleza humana,

gracias al cual es posible el establecimiento de un prin cipio racional, que sustituya al mero instinto animal. De ser as?, habr?amos de dudar de la sagacidad que,

humamiumkdncertzabosnomhSxgovmo

?JJSTAVi?E PARAOOVCKAi

desde siempre, le ha sido atribuida, destacando su figu ra sobre la de la mayor?a de los te?ricos pol?ticos. Pues, resulta evidente que el temor no puede ser, en modo,

alguno, universal, como ha sido puesto de manifiesto, entre otros, por Hegel en su c?lebre alegor?a del amo y el esclavo: hay una parte de los hombres que es domi nada por el temor, mientras otros se convierten en

se?ores de los temerosos.

No, el temor que se adue?a del conjunto de los hombres no se refiere a un hipot?tico estado de natura

leza, sino a una situaci?n muy real, la del miedo univer sal que impone el Soberano tir?nico del absolutismo.

Hobbes no hace sino reflejar una situaci?n hist?rica que ?l mismo pretende justificar. La guerra, la violencia, no son la causa del nacimiento del Estado, sino su conse

cuencia. Un miedo hipot?tico es dominado mediante un terror real, el provocado por un Soberano omnipo tente, que impone sus designios a sangre y fuego. No

hay esperanza para el s?bdito, que debe elegir entre la obediencia ciega, o la revoluci?n, entre el sometimiento a la violencia estatal, o el entregarse a una guerra contra

el tirano, que s?lo puede conducir al nacimiento de un nuevo tirano. No es a causa del riesgo a retornar a un

estado de naturaleza plagado de peligros, por lo que es

inviable la revoluci?n, sino por la inanidad del esfuerzo

realizado, ya que ninguna guerra, ya sea civil, contra el

Soberano, ya exterior, puede concluir en una victoria de la libertad, sino, en el mejor de los casos, en el cambio de un tirano por otro. Hobbes se presenta, pues, como uno de los m?s claros representantes de la tendencia del

pensamiento occidental a considerar la guerra como el

mayor de los males, incluso por encima de la injusticia y de la esclavitud.

GUERRA, VIOLENCIA Y REVOLUCI?N

Como se deduce de estas consideraciones, las dife rencias entre lo que com?nmente denominamos gue rra, violencia, y revoluci?n me parecen secundarias. Los

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Francisco Le?n Florido De ia Guerra a la Violencia

primeros marxistas pr?cticos tendieron a hacer sin?ni mos todos esos t?rminos, acabando con las distinciones

que la teorizaci?n burguesa impon?a por motivos mera

mente ideol?gicos. A partir de ese momento, el poder del Estado ser? considerado como una forma de violen

cia, de guerra del aparato estatal frente a las clases

explotadas, y la revoluci?n una forma de contraviolen

cia, de guerra defensiva de los oprimidos del mundo.

Hab?a sido, no obstante, Kant, que hab?a sido consi

derado como uno de los abanderados de la ideolog?a burguesa, uno de los primeros en equiparar las condi ciones que podr?an regular una guerra justa entre nacio

nes, con las que permitir?an justificar una acci?n estatal sin violencia sobre los s?bditos. En ambos casos, se

impone el principio de publicidad: que todas las decisio nes de los Soberanos, que todas las cl?usulas de los acuerdos entre los Estados, puedan sufrir la prueba de una publicidad absolutamente transparente, sin restric ci?n mental alguna7. Tambi?n por vez

primera, se alza la

voz de la raz?n inerme, a trav?s del enorme poder del conocimiento de la verdad, frente a la fuerza de la vio lencia de los Estados contra sus enemigos exteriores, o contra sus propios s?bditos. As? mismo, es Kant quien plantea la necesidad de aceptar las contradicciones de la raz?n humana, sin pretender imponer s?ntesis ut?picas.

Este es el tipo de an?lisis que habr?a que aplicar a

las posibles alternativas al problema de la guerra, que insisten en presentar la contradicci?n entre guerra y paz como irresoluble, y, por tanto, obligan a efectuar una elecci?n en favor de uno u otro de los extremos: o

belicistas o pacifistas. Ser?a preciso, sin embargo, afinar m?s en el an?lisis de lo que significa la contradicci?n

misma, a fin de buscar opciones, quiz? hasta hoy esca samente relevantes.

CONCLUSI?N: LA PAZ POSIBLE

La humana inclinaci?n hacia la guerra y la b?s

queda de la paz se oponen no tanto como extremos de

una contradicci?n, lo que har?a imposible su co

existencia, sino m?s bien como posibilidades de una

oposici?n de contrariedad. Este tipo de oposici?n ?

hoy tan olvidada? pone el acento sobre la posibilidad de movimiento de los contrarios de uno hacia otro, no tanto en el sentido de b?squeda de una s?ntesis, sino de una posible coexistencia de ambos t?rminos. De este modo, en tiempos distintos, uno de ellos puede adquirir m?s fuerza que el otro, sin, por ello, aniquilar lo completamente. Incluso ser?a factible una situaci?n de equilibrio entre ambos, sin suponer, por este moti

vo, que deben ser anulados en una s?ntesis superior. Sin duda, una centuria de pensamiento cr?tico, basado en la dial?ctica hegeliana, nos ha acostumbrado a

suponer que el ?nico modo de anular una oposici?n, una lucha entre contendientes, es la superaci?n de la

oposici?n mediante la negaci?n de ambos t?rminos, y la aparici?n de un tercer t?rmino superador. Se ha ten

dido a olvidar que la reflexi?n sobre las diferentes cla ses de oposiciones han arrojado muy ricos resultados en diversos momentos de la historia del pensamiento.

De entre ellos, creo que hoy es m?s estimable la

aportaci?n kantiana. Kant supuso que las contradiccio

nes son irresolubles; nunca busc? una s?ntesis. As?,

habl?8 de la insociable sociabilidad inherente al hombre, haciendo referencia a esa especial condici?n humana

que le lleva, al mismo tiempo, a necesitar de la vida en

com?n, y aborrecer la presencia de los dem?s, que s?lo le sirven de estorbo. Sin embargo, igual que la paloma no podr?a volar sin el aire que se opone a su vuelo, el hombre no ser?a capaz de desarrollar sus capacidades f?sicas, intelectuales y morales, sin la oposici?n de los otros hombres. An?logamente, nosotros podr?amos hablar de violenta no-violencia, o de un belicismo pac?fico, aplicando un esquema conceptual similar al problema de la guerra.

La resoluci?n de las aparentes paradojas, que se hacen especialmente visibles en la oposici?n de estos

t?rminos, ha de llevarse a cabo a partir del redescubri miento del sentido de la fundamental distinci?n entre

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De la Guerra a la Violencia Francisco Le?n Florido

la cuesti?n de la legitimidad de la guerra y la de su lega lidad. Toda guerra es, desde este punto de vista, leg?ti

ma por cuanto su fundamento, pues la causa de donde

procede es la naturaleza humana misma, que ?como Hobbes enunci?? es sin duda insociable, violenta, beli cista. Deslegitimar la guerra supondr?a tanto como

suponer la posibilidad de una paz perpetua, que se

habr?a logrado mediante un cambio en la naturaleza misma del hombre: el ser humano se habr?a tornado, de

malo, en bueno por naturaleza. El intento de b?squedas de alternativas ha de hacerse desde la consideraci?n de la legalidad de la guerra. Con ello se hace referencia a

los medios empleados para solventar los conflictos gene rados por ese enfrentamiento inherente a la vida social. Es en este ?mbito donde deben dominar los impulsos de sociabilidad, de no-violencia, de pacifismo.

La paz posible para el hombre no es una paz per petua, que sin duda s?lo puede ser la de los cemente

r?os, sino una paz que insista en los medios utilizados

para solventar los conflictos. La tarea, por supuesto es

inacabable; su ?xito se pospone al infinito. Pero, sin

duda, tambi?n evita los males y sufrimientos que en nombre de una paz universal han tenido lugar en muchos momentos hist?ricos.

NOTAS

1 H. Grocio, De Iure Bellum ac Paris.

2 S. Freud, M?s all? delPrin?pio del Placer. *

Sto. Tom?s, Summa Theologicall-ll, qu. 40, art 1. 4 . Castiglione, El Cortesano; .

Maquiavelo; El

Pr?ncipe. 5 . Maquiavelo, El Arie de la Guerra. 6 . Bobbio, Destra e Sinistra: una distinzione a dibbatito. 7

I. Kant, La Paz Perpetua. 8 I. Kant, Idea de una Historia Universal en sentido cosmopo

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