Curti, Nelo - Introducción al Fabulismo

8/14/2019 Curti, Nelo - Introducción al Fabulismo

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i l u s t r a c ionesLeo Sarralde t e x t o s

Nelo Curti

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Ediciones del Tábano

Colección “Delirium tremens”



Vivimos mundos posibles,es decir, mundos a medias

Raúl Zurita



Hace algunas mañanas me preguntaron qué pretendo decir cuando escribo que mihabitación parece la panza de una araña.

La pregunta no fue lo complicado: sino que me la hicieran de mañana, cuando lanoche todavía permanece, se empoza bajo de los ojos, cayendo en goterones moradospor la cara.

Escapé con acrobacias de manual, bosquejando un argumento -llamémosloexcusa… además contradicción- sobre un cristal mugriento:

2+2=4 - 2+2=? / Lógica – PoesíaEse fue el disparate, y el otro regresó al desconcierto que le habían generado las

habitaciones arácnidas.Lo difícil, casi absurdo, es que desentrañar el significado de la panza de una araña

sería como aventurar lo que representa un pájaro.Y me extraña que se tenga una idea -siempre torpe, siempre idea- de lo que es un

pájaro, y en cambio se desconozca e l interior de las arañas, habiendo tantas cosas quese le asemejan.

El señor de traje, por ejemplo, que por la acera que se quiera camina, lleva unportafolios que por dentro parece la panza de una araña, se dirige a una oficina quees como la panza de una araña, y su vida, la suma de compromisos, papeles y carrerasdesembocando en una cena familiar con críos dando gritos y tías solitarias, su vida, enfin, a qué puede compararse si no a la panza de una araña.

Luego hay otras cosas que son pancitas de arañas: el hueco de la mano de una viuda,el bolsillo de cualquier adolescente, las se is en un reloj muerto a las cuatro, un “si” enla madrugada, la respiración de aquellos trenes, la boca que yo busco humedeciéndose.

Pancitas de arañas que, como todas, valen la pena; refugios donde desperezarse sin temor a que se desmoronen los estantes, huecos, brazos tibios, bolsas, estómagos de

viento, pedazos de ventanas en la lluvia, lugares donde morir tranquilo, sin terror,sencillamente.

Y mi habitación no se parece a otra cosa: la ropa por el suelo, una mesa con librosy un títere destartalado, una canción del año veinte avejentándose, mi cigarro y elgato dando vueltas como si no entendiese, acurrucándose al final entre las sábanasenredadas.

No se parece a otra cosa porque yo, como cualquiera, busco tener, irremediable-mente, más o menos a mano, mi panza de araña; y cuando todo juega a tambalearse,cuando el hollín impregna las voces y hasta ese cuadro que siempre estuvo indiferente,ahorcado de un clavo, intenta escaparse, cuando todo eso se mueve y quiere irse,entonces me zambullo allá en mi panza y nada es tan inquieto y nadie capaz de

entreverarme.

Comenzó a llover, saltamontes transparentes golpean el asfalto, rebotan y se apagan,los hombres huyen, desobedecen la estampa que les consintió el espejo; la luz semanchó en el barro, una madre grita y los niños se acaloran en los charcos.

-Me voy a pedir otra- afirmó uno a pocos centímetros de la palabra “charcos”, todavía húmeda, azul, pegándose al papel mientras él se dirige hacia la barra con dosdedos en alto y una sonrisa que veo por su nuca.

-Dicen que parecemos borrachos- comenta de regreso, apoyando las copas sobre lashuellas mojadas de las anteriores.

Contesto cualquier broma y pienso que todo evoluciona; es natural.Charlamos. Los cigarros van del cenicero hacia la boca y de la boca a las cenizas,

deteniéndose a medio camino cada tanto para observar el panorama o dibujar unapirueta.

Conversamos entre párrafo y párrafo porque es difícil, complicadísimo, porque a élle hicieron un comentario y a mí una pregunta, y él ahora desentraña el desapego yyo las panzas de esos bichos que aplasté toda mi infancia; y es trabado, engorroso, ycreo que la gente tendría que medirse a la hora de abrir su santa boca, porque hacerledeterminadas preguntas a un tipo que escribe es mostrarle la punta de un ovillo,regalarle a un suicida una azotea.

La ciudad es un copa vieja que la lluvia enjuaga; el agua resbala por los edificios y se tiñe, corre por las canaletas sucia de historias, de harapos, trozos de juguetes. Las rejasde las alcantarillas intentan impedir el robo, el saqueo inevitable, necesario.

Todo, absolutamente todo, parece, o es, la panza de una araña. Miren si no las nubesapelmazadas, glotonas, que pierden su botín y gruñen, miren la baldosa más cercana,miren el hocico de los diarios, mírense sin trampa, con certeza y fábula, a la cara.



Estas palabras como dedos,dedos boca,

manos

sedllamada,necesidad de que lo dicho al paso de tucuerpono se escombre,de que calle esa preguntaque es el cieloy es la lámparay el goteo del reloj en los pasillos.

Porque tendrá que ser mentirala crónica del hombre que no supoacariciar a tiempo, tendrá que equivocarse para no llorarnosy que el crujido del sillónno nos devore.

Sé muy bien que no miraste,conozco esa distanciade marea arrepentida,los silenciosque no puedencon tanto por matar.

Yo vi un fantasma entre tus cejasacurrucándose

asustado,

tremendo, terror a punto de llorar.Por eso estas palabrascomo hambre,

hambre ojos,pupila,

brasa,ojos puente,

camino,

necesidad de que la historiade aquel que no aprendióa decir a tiempose equivoque,de que sea posibleno creerla.

No viste acaso nuncacómo en la antenochelas pestañas se humedecen,cómo se acerca,se viene todo más acáy hay que tocar algo

para no desconocerse.No viste acasoen mi entrecejo un punto,

pozo,nudo de temblorque era la guerraentre no estar o abalanzarse.

Te ocultaste;

nadie miróy por eso tuveque apartar la lucha de mi caray sonreírpara que ninguno entrasea los cementerios de mi abrazo.



El abuelo de un amigo, dichoso, confundido, murmuró:“caramba, cuánto hacía que no cumplía años”



Cuando vuelvo a casa, tarde, por logeneral, mi gato se acerca aolfatearme los zapatos y murmurarno sé qué clase de reproches. Absorbe perfumes, nombres de avenidas,ruidos, humedades,y se queda pensativo, postradoen la mecedora como un ancianoalgo difuso, mascullando anécdotas,

cuerpos sin rostro,movimientos.

Mensajero, pésimo biógrafodel mundo, arrojándole restosde lo sucedido y no, de las carasy la ausencia que confronta la ciudad.

Hace tiempo bajaban por el río barcos gigantescos con olor a herrumbre, y dormitaban un rato en el falso silencio de los muelles.Me sentaba a mirarlos. El color de sus banderas construía territorios, disponía selvas o edificios, mercados, fuga de manadas.

De sus nombres surgían reyes, emperadores celebrando festines con mujeres sinuosas y músicos y dioses.

Aquellas enormes bestias de hierro empotradas en el agua, contándome mentiras.Zapatos sucios, cargados de cosechas y misterio.



a ñ o s d e s p e r t é para bu s c a re n

e l f i l o

d eu n

o s

p e c

h o s a

l g o

q u e

a ú n

n o

s é

T r as millone s d e



Teníamos algunos años menos,y una forma más ingenua

de quitarnos la ropa,y fumar en las esquinas.Los relojes traían poca cuerday entonces era fácil amanecersobre las cuatro de la tarde,sin el chisme doloroso de los diariosni el anzuelo de la prisa.Ella nunca preguntaba,yo jamás quise saberqué cosas la abrazabancuando reíacon los ojos más allá de la cuidad.

¿Absurdos?Puede ser,pero qué bien nos desnudábamosun poco antes de la noche,y después,y algo más tarde,mientras sucedía

lo que no íbamos a leeren la mañana de los otros.

Pasaron varios meses,acabó el otoño,y un día sin nadienos vimos alejarnos.Ella nunca preguntaba,yo jamás quise saberla espalda de su risa,ni si era ciertoque habíamos crecido.



¿De qué sirve plantar un árbol, tener un hijo, y escribir un libro,

si después tu hijo no lee el libro a la sombra del árbol?



Los ojosme desobedecen cada tantoy no dicen lo que miran,quiero sujetarlos pero en vano,gritarles,pero la voz no salta de la lengua.

Me sostengo como puedoentre vértigos y hambre,palpo las piernas de una nada absurda,conjunto de símbolos heridos,guerra en mis pájaros y espanto.

-Volverán algún día- murmuro,nada confiado de la frase.

Es tan simple como el gesto de losríos,queja larga,igual de tormentoso.

Tendremos que esperar-las cimas agonizan-ir buscando en la penumbra

algún rastro de lo huido; tal vez todo consistaen dejar caer sobre esas ruinasuna gota de fuegoo de saliva.



Lo conveniente sería que te fueses desvistiendo mientraslas teclas escupen el papel con ruidos de tacones y escriboesto por tu culpa, que acercaras a mi nuca voces líquidas,

que no dijeras nada.Pero en cambio tengo atrás una pared sin magia. Seríamás fácil si la ropa ya fuese un caracol en tus tobillos.

Sin embargo estoy acá y me desconcierta que en el relojsean las seis y todos sepan cómo estar y qué decir, a quiénobedecer o dar la mano. Cuestión de hábitos, supongo,maneras de vivirse, de aprovechar un esqueleto, unosojos, la sangre mientras dure.

Pero mi espalda no puede soportar esa pared y por eso loconveniente sería que te fueses desvistiendo y las pala-bras protestaran sin poder salir, desordenadas, rotas, in-asibles en el peregrinaje entre los cuerpos, donde unamuerte rencorosa maldiciéndonos cayera. Y todo lodemás espuma, agua dormida, humo.



H a y

e n

l o s

s u b u r b

i o s d e t u o mbligo, un lug ar a l qu e s e l l e g a

s i ns a b

e r, a l q u

e s ó l o r e g

r e s a q u

i e ni g n

o r a



Uno al principio duda, como esas hojas al borde de los muelles se tambalea a punto de caer y aguanta; uno te sabe como río, viaje, y al principio se resiste y mira hacia otro lado.Ese es el juego, muchacha, esa la tragedia; estar parado sobre un dedo al filo de algo más que un precipicioy atarse las manos para no tocar ni sujetarse.Tendríamos que saber después de tanto tiempo la inutilidad de las palabras, darnos cuenta de que la tierra nossucciona y no nos salvarán ni la voz ni las verdades, de que es una torpeza llenar de pan la boca del futuro.

Por eso uno desconfía, se encarama al borde y cuida el equilibrio, no quiere caer pero tampoco la distancia;por eso asume el riesgo y acerca antes un ojo y luego el otro y cuando quiere salir ya se cayó y está tumbadodebajo de un cigarro con un cuerpo aún tibio en su costado. Por lo mismo uno sin darse cuenta da la espalda,se confabula con la sombra y se protege para que algo innombrable no reviente, por eso, muchacha,por pánico y ternura, porque tiene un cuerpo que se mueve en desconcierto más animal que razonable.Tendríamos que saber después de tanto tiempo la inutilidad de las excusas, saltar con más fiereza que modalespor sobre la actitud de bestias que se aburren, morder algo, muchacha, lastimar una pared, beber las telarañas,o sólo gritar hasta que caiga la fruta que ya no tiene sed.Pero uno siempre, entre inocente y brutal, se tambalea, juega a la hojarasca, desafía al equilibrio, y al finalse desbarranca hacia tus aguas; y ya no importa la verdad ni lo que digan del honor los diccionarios.

Tendrías que saber después de tanto la cara de mis monstruos. Tendría que ver la espalda de tu gesto. Perouno nunca sabe; nunca, jamás supo detenerse.



Tuve hace tiempo un amigo que quería ser baldosa.-¿Para qué?- le preguntábamos, y él enarcaba las cejas, entreabsurdo y misterioso.Lo cierto es que cuando repetía su propósito yo lo acusaba defanfarrón; aunque en el fondo envidiara la originalidad de suproyecto.-Estuve todo el día observándolas- comentó una tarde, concierta melancolía, encendiendo un cigarrillo y acercándose aun ventanal para fumarlo.Su problema era el tiempo; el tiempo abierto, inútil, rodeán-

dolo como una llanura muerta.-Mi problema es la memoria- le confesó al ventanal aquella

tarde, bajando los ojos a lo largo del cristal hasta tropezarse conla acera y dejarlos allí anclados, algo turbios.Eran años sin edad, que ocupábamos principalmente en ir debar en bar charlando disparates, desarrollándolos hasta perder laconciencia.Tiempos de borradores y tabaco en los bolsillos, de juego, dedoblar llorando alguna esquina. Tiempos de “te acompañohasta tu casa”, y acabar desnudos en la solapa de algún parque.

-Vos querés ser bióloga. Bien, lo acepto, y no te digo nada, nome paso horas preguntándote por qué cuernos te interesa re-banar a un ciempiés y escribir en un cuadernito que comió talo cual porquería. No te digo nada porque no me importa; aun-que a veces quisiera verte en el lugar del ciempiés.Respondía en ese tono cuando el vino se transparentaba en los



pómulos y nadie hablaba de otra cosa que de su estrambóticodeseo.-Decíme una cosa, Baldosín, si se da el caso de que logras tuobjetivo y un albañil te coloca en cualquier avenida, ¿cómo tegustaría que te pise?Él callaba y nos partía la euforia, mirándonos desde la lejaníade su fe como un dios defraudado, invicto.Cierta vez lo vi en una plaza del barrio viejo tumbado boca-bajo.Me escondí tras un puesto de golosinas y pude observar du-

rante el resto de la tarde cómo analizaba uno de los adoqui-nes.Con la mano derecha sujetaba la lupa y con la otra una especiede escobilla que le servía para apartar la suciedad.La gente lo vadeaba. Algunos sonreían. Otros arrugaban lafrente a modo de protesta. Tres o cuatro niños intentaronacercarse, pero sus madres, con gritos de soprano, los devol-vieron a la región de los columpios. Un mendigo se agachó apedirle cigarrillos y siguió su fuga.-Nos toma el pelo. Sólo un tarado de tu tamaño se puede

creer semejante estupidez.-Es un enfermo.-El tipo se divierte. Punto. Tampoco es para tanto.Nadie estaba muy seguro de lo que opinaba; a sus espaldas

todos discutían el asunto, y ese era el signo de que no encon- traban una manera implacable de negarlo.

-Tomá, la saqué del Paseo del Libertador- explicó el Tatú,apoyando una baldosa entre los demás regalos.-No, no es así -murmuró él, agotado-. Nunca entendieronnada.Después se replegó junto al ventanal de siempre y no regresóde los lugares de su idea en lo que quedó de noche.La verdad es que aunque eran tiempos de abrir una botella ydemenciar asuntos, nunca nos atrevimos a aceptar que su an-helo estaba en el mismo plano que nuestras discusiones sobrefilosofía o habitantes de tierras remotas, casi míticas.

Cuando caía Luis con otro examen aprobado, orgulloso, cadavez más arquitecto, utilizando términos y pantalones mes ames más serios, y todos lo aplaudíamos y le llovían manos enla espalda, alentábamos sin fe algo tan probable y absurdocomo obtener un hueco de baldosa en cualquier barriada.De hecho, mientras nos creíamos cercanos, compañeros debatalla, bichos raros y valientes, comenzamos a separar unaaventura de la otra y cada cual zanjó su viaje.La hora del “no puedo”, “tengo que estudiar”, “trabajo hastala una”, “tal vez mañana...”

Y dejamos de vernos, hasta cuando estábamos juntos; deja-mos de vivirnos.-Las del Parque Coroneles son difusas- comentó la últimavez.Pero los demás ya estábamos demasiado ausentes como paracontestarle.



Supuse que vendríasen un caballo tormentoso,fustigándolo con dioses,y en tu cara imaginé demencias.Sin embargo te vi

con un vaso a media alturamirando de reojo hacia mi mesa.Supuse-hermoso disparate-que bajaríasde una nubeabsurdacon ojosde mujer y llamas,

que de algún lápizbrotaríaspara mancharese papelque se entremuere en los estantes.Pero me hiciste un gestocomo si nada te importaray de repente la mesafue un mar redondodonde flotaron

vasos y visiones.Señalaste tras la puerta a un hombre que ocultaba en el sombrero un círculo de cuervos.Y después, mano caliente, llena de juego, supiste entreverarme y saltamos a la calle paraaplaudir el paso de un ejército de sapos, y en una esquina hallamos la mujer que nossembró los ojos, y buscamos, como la tierra buscamos y puertas, puertas que nada nosdijeron.

Supuseque en mi peloesconderías tu semillahastaamasándola con lluviasestallarla.Sin embargoallá en las semisombrasde un barrio inmemorableme esperaste,sentada en el quiciode una chispa.



Nadie

tras la puerta.La escalera hacia abajo se enrosca,huye.Silencio. Ruido de saliva.Los zapatos diluyéndose en la sombra;algo peor:mi tos se escurre por el eco.Habría que escapar,

hacer caso a la escalera.

El puño una, dos, tres veces en la puerta.

Tal vez lo supo y se fugó.

Nadie, nunca hubo nadie,ni cuando giró la cerradura

y saludaron,ni cuando pude amarlos.

Jamás; siempre ninguno.



Estoy queriendo tocar algo,gritar,

llover contra una puerta,decir no sé,

me voy,y abrirme la cabeza.

Ya no hables,por favor no digas más,lo único que intentoes caerme de la cama,

tropezar con una hormiga,cortar las cuerdas

para que se vaya el cielo a la deriva. Así que no me esperes

tras el rostro que pintaste,no vivo allí,

y estoy abandonando esa forma de dormir.Lo único que busco

es pasearme por el techo,colgarme de las suelas.

Ya me escurro,me divago,

grito abracadabray la pared se vuelve un arenal

donde de golpe cae un aguaceroque inunda la distancia,

y antes de que me descubra el primerpez

desaparezcopara que no le diga a nadieque el hombre está solo,que no puede perdurar.



Un pez enloquecido salta por mis manos,a veces chispa, a veces hielo,

y nadie lo ve.Hago un ademán absurdo,

grito,aplaudo en mitad de un cementerio

y los que pasanno saben disimular las ganas

de arrojarme un florero o una cruz.No es posible un argumento,y suenan tristes las palabras

cuando intentan remendar la calma.Pinto en el aire un agujero

y me paro a ver

cómo la muchedumbre lo desvirga,hasta que de pronto alguien me llama

y diceque un hombre quieto

infarta la ciudad.

Querompa

deunavez

lalluviay

caiganesas

nubescobardescuervos

quenose

atreven

aarreciarcontra

nosotrospobres

criaturasque

queremossuplicamos

subiren

elestómago

deun

pájaroy

perdernosen

elviento.



Los zapatos duermencomo mascotas fieles

a un lado del hombre.Cuando amanezca

irán con élhacia el rito consabido.

El hombre a vecescierra los ojos

en mitad de una vereday espera que ellos

se equivoqueny lo pierdan.

Por lo general,cuando vuelve a mirar,

está llegando a su escritorio.Demasiado fieles,

los zapatos.

Un fogonazo,cualquier cosa,

algo,una idea

-una idea no-algo caliente en la cabeza

mutilandolos martillos enanos

de la lógica,un disturbio,una amenaza,

cualquier desequilibrioque ponga mi cansancio

en pie de guerra,un agujero

por donde perder

de vez en cuandoun paraíso,

un ojo en la nucapara que sea imposible

la traición.

Desperté en la nochey no pude conocerme.

Las sillas vacilaban,un lápiz

moría de silencio.Como cuando la suma de los pasos

te devuelve al mismo lecho,como una hormiga

en las mandíbulas del tiempo,como la tierra mañana-después del hombre-

desperté y no supesi había alguien

dentro de aquel miedo.



El verano escomo esas mujeres demasiado cariñosas

a las que das un beso

y te sujetan del pelopara empañarte la cara

prometiendo seguirte hasta el sepulcro.Yo me escapo

-cuando puedo-huérfano,

algo náufrago tal vezde los abrazos;

huyo,pierdo en el agua la cabeza

y siento cómo el verano se desprende,cómo se desvanece la mujer.





Al principio, como casi todos, la visitaba para no morirme de tristeza.El humo saltando de sus dedos, la boca entreabierta, con algo de resignación y tambiénde queja habitando esa ranura que adoptaba la forma del pico antes de llegar a la botella.Nunca le importó que tocara con un dedo el filo de sus pechos,buscando explicaciones hasta que dos golpes en la puerta me obligaban a huir.En el colchón la marca de mi cuerpo se escondía.

Las primeras veces las paredes eran únicamente eso: paredes.Con el tiempo pasaron a ser cosechas de humedad, y después, casi por aburrimiento,sólo manchas.Yo inventaba significados, adjudicándoles mensajes, advertencias. Ella, con un buche

de aguardiente, me aclaraba la forma de su fe.

Aún voy de vez en cuando, en los anocheceres frescos, cerca del verano;y no me importa que su dedo, como un reptil exhausto, melancólico, se pasee pormi hombro mientras espera esos dos golpes que ya no suenan en la puerta.



Nada,nada cae,

-quiero decirirremediablemente-

son sólo segundos,

ratos en que una luz borrosanos visita,después se tratade asomar el cuerpo a la mañanay ya.Nada,

nada se derrumbairreparable,

son sólo momentosen que pareceque la boca que nos quisoes una garra,pero nada,

nada muereirremediable,son apenas restos

de la furia de algún Dios,manotazos breves,luego se tratade respirar algo de soly ya.



baldosas?

las

de d o c u m

e n t a l

p a p e l

d e l

cuen t a

dio

se

nadie

¿nunca



Vi a muchos espantarse; arrugados gestos de horror en señoronas pálidas, protestascategóricas de intelectuales miopes y algo hipocondríacos, burlas apacibles, risas estreñidas.Todo porque, según dicen, tengo faltas de ortografía.Me cuesta creerlo, ya que reviso y rebiso los textos y nunca encuentro una.Desde hace tiempo comprendí -me obligué a aceptar- que las faltas, esas señoritas sagaces

y promiscuas, tienen la virtud de escabullirse; así como el fugitivo se sumerge en un río paraque el perseguidor no lo detecte, ellas se zambullen en la hoja, o se disfrazan de “b” parareaparecer como “v” al cabo de segundos.“El idioma es algo vivo”, afirman quienes lo frecuentan, y nadie que viese las metamorfosisde mis letras dudaría de que es cierto.Una noche estuve más de cuatro horas intentando convencer a la segunda “ese” de“sosiego” de que no mudara en “ce”, y acabé escribiendo “sociego” contra la voluntad deldiccionario.

Pero bueno, también hace mucho descubrí que mi problema no es tan grave. Conozco aquienes las tragedias se les vuelven melodramas y lo irónico patético; y otros, muy frecuen-

tes, a quienes sus “obras maestras” se les trocan en bocetos de aprendiz.¡Pobres desgraciados!Jamás podrán escribir ciencia con hache.



La hache es la letra más ábil y habsurda que conozco.Bicho inquieto, sigiloso orangután que va de vocablo en vocablo y se queda

abrazado a cualquiera.Cuando tenía cerca de diez años la profesora anunció: “Mañana hablaremos deholocaustos”.Entonces aquel término me era tan familiar como la doctrina aristotélica.Pero algo me calmó. En mi casa había visto cierta vez un diccionario.De regreso lo abrí... no ubo suerte.Olomina – Olopopo – Olor – Olorizar – Oloroso – Olote. Y sanseacabó.Tuve ganas de dedicarle a aquel libraco todos los adjetivos que por pudor no de-

finía y arrojarlo al descampado.

Al día siguiente, cuando la maestra comenzó a dibujar una hache gigantesca enla pizarra, supe de golpe la existencia de signos, garabatos, cosas tramadas única-mente para complicarnos la vida.



Hoy me desperté temprano, entre las seis y las diez de la mañana. Encuanto abrí los ojos un calendario amarillento -de otro siglo, tal vez-

con cierta furia me anunció: MARTES 19.Bueno -me dije- eso no cambia nada.Separé los brazos despacio; las sábanas pesaban poco, se escurrían pormis dedos y los brazos más abiertos cada vez, hasta formar la boca de unabrazo.Nadie alrededor -comprobé satisfecho- empezamos bien.

Me puse los zapatos y perseguí el hilo de un grito que mecondujo a una señora que recriminaba a su acompañante porperderse en el juego de unas piernas con el sol; la cosa no pasóa mayores porque el tipo sacudió la cabeza y ella lo aceptócomo disculpa.Recordé con esto que debía visitarte. Es lo malo de madrugar:hay tiempo para hacer lo que se dice.

No pienses que voy a moderar mi vocabulario cuando te tenga cerca. No soy buena mascota.Llevaré alguna verdad, pero tendrás que hallarla entre otrasfábulas. Qué vas a hacerle, soy un divague viejo y despeinado.



charillas, torpes, asustados, criticando la rabia del verano, “esta vez vino muy pronto,¿verdad?”, “si...supongo”, lejanos, acusándonos -siempre en silencio- de cobardes.

No tuvo ni la cortesía de invitarme a otro café. De manera que tras cinco horas descu-briendo las posibilidades del absurdo y ya tristes en la charla, me decidí:-Tengo que irme- dije, aguardando su reacción.

-Yo también estoy cansada- murmuró, señalando la puerta con un bostezo enorme.

Ahora bien: no creas que te engaño.Para mentirte debería pasar en limpio el ayer, mi fé, algunosproyectos, las piedras que aún guardo en el tintero.Ni santo ni cruel.Es más sencillo: gota vagabundeando el aire, errante. Aun-que, eso sí, con ganas de mojar.

Caminé, algo sonámbulo, entre charlas, cuerpos trasoñados.-Oiga, joven, el tabaco es peligroso- me interrumpió unaanciana cuando intenté encender un cigarrillo.-Señora -le contesté, molesto-, más peligroso es tenerochenta años.Y seguí por recovecos pisoteando ideas, papeles, hojarasca.En una baldosa conversaban el billete de autobús del fun-cionario con tres o cuatro vasos rotos.

La propuesta de la mañana, a grades rasgos, no me interesó;por lo que recurrí a la aburrida pero eficaz estrategia de con- tar los pasos que me separaban de tu puerta.

-Cuatrocientos treinta y ocho- anuncié en cuanto meabriste.Pero el resultado no pareció importarte. No sé por qué lasmujeres bostezan cuando les hablo de mis cosas.-¿Cómo estás?-Bien, ¿y vos?

-Lo voy llevando; mañana empiezo en una notaría.-Bueno, me alegro.-Si... No creo que tarden mucho en pegarme una patada.¿Querés café?-Dale.Y después dos horas mirándonos estar, jugando con las cu-



Era como r e c o g e r

a g

u a d

e

u n

c h a r c o

y v e r l a e s c ur r i r se e nt r e l o s d e d o s ; e s

c o m o

e n t e r r a r l a mano en cualquier r ío.



Eso estalla,está volando por los aires

ya,innombrable,

cenagosocomo siempre.Deberías escuchar las dentaduras astillándose en el eco,

cómo alrededor sobremuerenlas señasde una maga ausente,cómo ojos y papelesgritan bastaporque eso estallandolos destierra.No busquemos otra veza quien nos aliviaba en las esquinas,no quieras decir nadaal que se sujetó la cara en tu regazo,

no llamen mása aquellos ángelesque nuncacontestaron.Eso salta,las esquirlasson el único testigo,la sola dimensión de lo que tiemblamientras los libros se acobardany pierden su razón las avenidas,

vuela por la horaen que las venasaterradasdelatan lo fugaz y el imposible,el instante en que la calledonde conocimos el veranose desgaja.

Estalla,no hay reparo,

deberías escucharlo,no son sólo mis ojoslos que como perros titubean,no son sólo los vidrios:detrás de las ventanas sigue el miedo.

Deberías asomarte,los árboles ya ruedan por las nubes,el cielo es un cartón que se estremece.No quieras decir nada,no busques otra vez a quien te supo como río,no hay refugio,la ciudad naufraga y vamos dentro.



A muchos dijeme voy,

vuelvo en un rato,

y aún no regresé.¿Traidor? Tal vez.Sin embargo ellos

conocen mis lugaresy no saben—dicen—

que vivo esperandoque traicionen mi adiósy vengan a buscarme.



Dejaré de merodear tus suburbios,

de visitarte con estos ojos río,cuando tenga doscientos treinta y cuatro años

-tal vez algunos menos-



Decidí absolvermede todo compromiso-más que nada el de la pena-acérquense,

tengo una ventana abierta.Los miedos secos,colgados al solcomo pieles de fantasmas,y en las callescaras,cuerpos que sabránperdonarse mi visita.Venganmanos lluvia,rodeen este territoriohambriento y caminado, tengo tiempo,y en los bolsillosuna selva.

Estaré tranquilo,las moscasgiran enredadasy los hombres,

me parecerá un buen gestoque una lengua tropiece con mi ombligo.Vengandedos boca,ya digoque no tengoel porvenir bajo las uñas,no me importa el resultado,

voy a quedarme acá de todos modos,o no.Hay una ventana abierta,nada más,vendrá tal vez un cuerpo.Después la fuga.



sabrás que no se pudo,que alguna huellalleva a la mujerque te sembró los ojos.Pero sobre todo comprenderás que fui a buscarlos

y esas puertasrespondieron por ellos,

esas,esas puertas implacables,las mismas que cuando pasoa lomos del vértigo y la tierrame repiten que no,que no están,

nunca estuvieron,que a cal y cantoesconden una gota de terror,una lágrima del miedoque en las noches suciasatraviesa,debilita la ciudad.

Sabrás que soy una secuela,consecuencia del cielo o la ciudadque pudo huira través de cuartos y de manos húmedas,conocerás que fui a buscarlos,

pero no siempre estuvieron;muchas veces esas puertas tras las que como de algún terrorse ocultan,esas puertasfueron muros, terminales del consuelo.Golpeándolas hallé la respuesta:

manotazos vivos a la nada.

Sabrás que un díasalí a imitar la tierra,mineral,

musgo,vértigos,

sabrás la horaen que los pájaros estallan

y como dudascrecenlos árboles de la rivera,



La ropa en el suelo, hojarasca de un día que,ni espléndido ni triste, fue.



Ángeles raquíticossobrevuelanlas crismas de los árboles,anochecey otras cosasse van poniendo negras.Las paredes no quieren verme dormidoy se ensimisman para echarme,pero afuera hay perrosque no aprendo a combatir.

Tienen lenguas esas bestiasdifíciles e inagotables,saltandesde absurdas nubesvaticinando diosesque hace tiempose alejaronde mi viaje;van a tironearmesi salgo,

lo sé,querrán que vaya junto a ellashasta donde

dicenvive la verdad.

Manchas de carbón en las ventanas,

paredesque me aprietan más

cada vez

y no consiguen ahuyentarme,porque la ciudad,

cómo decirlo,es una fiebreque quiere manosear lo que deseo;no voy a darme,

no,aunque los librosestén siendo

triturados por los muros,no queda más que salvar un poco de dolor,lo que se pudo amar sobre la tierra.

De las fosas salen dedosconvencidos de su rumbo,las papeleras, las cloacas, los ataúdesson lugares luminosos,

todos salieron a comery el límite no cedey cada vez más apretadoscon más dientes y más solos;no puedo salir,aunque parezca mi habitaciónla panza de una araña,aunque la luna diga adiósy se desplome,no puedo irme y dejar solos

los cuadernos y lo poco más que dijo sí.

Anochecey no es tremendo,un candado absurdo me desea,veo el hocico de una fábula.



Este libro se terminará de imprimir dentro de un rato, en la segunda planta del Tábano,donde el invierno se burla de las estufas y como siga lloviendo resucitarán varias goteras.

Diseño y maquetación: Maricarmen Grau.Ilustraciones: Leo Sarralde.

Textos: Nelo Curti, quien aprovecha la última páginapara agradecer abrazos, entusiasmos y risas

de esos amigos que empujan la nave tabanísticay sin los que sería inútil escribir una palabra.

Los otros, que me vieron nacer y, sobre todo, me dejaron vivir,

saben el tácito homenaje de mis versos,ella, no necesita que la nombre.

Un poco de formalidad, carajo:se autoriza la reproducción y difusión total o parcial de esta obra,

siempre que se cite la autoría y la procedencia de la misma.Quedan excluidas las utilizaciones comerciales con ánimo de lucro.

Contacto editorial: [email protected]

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Curti, Nelo - Introducción al Fabulismo