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Cuentos de Magon Editorial Digital

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  • CR863.4 M211c Magn, seud. Cuentos de Magn [recurso electrnico] / Manuel Gonzlez Zeledn. 1. ed. San Jos : Imprenta Nacional, 2012 1 recurso en lnea (227 p.) : pdf ; 4336 Kb ISBN 978-9977-58-364-8

    1. CUENTOS COSTARRICENSES. I. Ttulo.

    DGB/PT 12-89

    Esta obra est bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Costa Rica.

    http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/cr/

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    noCHeBuena

    Vmonos pastores;vamos a Beln,

    a ver a la Virgeny al Nio tambin.

    Corra para m el dichoso ao de 1872. Libre de las faenas escolares, en plenas vacaciones, pasados los sustos y angustias de los exmenes, despedido ya de los queridos profesores don Manuel; don Adolfo y don, ngel Romero, don Amadeo Madriz y mi to don Alejandro Gonzlez, frescos an en mi memoria sus ltimos consejos y en mi cuerpo sus ltimos reglazos y coscorrones, me dispona a, gozar con todas mis fuerzas de los veinte o treinta das de libertad relativa, dando de mano al Cinelli, al Herranz y Quirs, a la Aritmtica de don Joaqun, a los carteles y a las planas rayadas en cuarta.Soaba una noche con mi trompo de guayacn con puyn de tope, obra maestra de or Santiago Muoz, y lo vea triunfante, roncando desdeoso entre un montn de monas por l destrozadas, esparcidas las canelas, abolladas las cabezas de tachuela de tanto y tanto tataretas que con l haban osado medirse en sin igual mancha brava. Qu eran para l sino objetos de desprecio: la mona de cacho de Narciso Blanco, el obispo de cocobola del Cholo Parra y el pasarraya de Arnoldo Lang?Despus entraba el bolero, orondo como cura de parroquia grande, con su casquillo de cpsula de revlver y su cazoleta ancha y honda como la pila de la Plaza. Y echaba docenas con los mejores jugadores y los dejaba avergonzados: una una, una dos, una tres, una cien, y destorca el cordel con aire magistral y seguan los millares de revueltas hasta caer el brazo desfallecido y dejar rojos como tomates a todos los contrincantes, como el Sapo Gutirrez, Isaac Ziga y toda esa plyade de valientes campeones.El bolero se esfumaba en el rasado horizonte y apareca el barrilete colosal, ms grande que mi padre, de varillas de cedro labradas por la diestra mano del maestro Moris, con sus frenillos de cabuya torcida y encerada, con su forro de lienzo de a real, de donde don Pepe, sus flecos de vara y media de coletilla azul y roja y con un rabo de buen mecate entrelazado con muestras de zarazas de brillantes colores. Y qu cuerda! De ms de tres cuadras, toda encerada a mano por Ncar, el

  • rey de los zapateros, con chuste legtimo de mara seca; y ya estbamos en la boca de La Sabana, adonde haba llegada en triunfo el barrilete, escoltado por los primos y amigos ntimas como guardia de honor y ms de cien chiquillos como espectadores; y Chepe me lo echaba y Abraham le quitaba los colazos y Flix le meta correos y Tobas le echaba engaas; y todos aplaudan y me envidiaban, porque yo era el dueo y seor, yo tena el ovillo en la mano y la cuerda arrollada en la cintura. De repente el viento, reforzaba su violencia, el barrilete impelido por el huracn daba grandes cabezadas y zs! la cuerda se reventaba y toda la mquina, hecha un remolino, caa por all por los cafetales de Po Castro. El susto me despertaba del sabroso sueo y todava, sudoroso y convulso, abra de par en par los ojos a la claridad suave de la maana, un veinticuatro de diciembre.Hera mis pupilas con inusitado reflejo el abigarrado color del vestido que sobre un bal de cuero me esperaba al lado de la cama. Componalo una chaquetilla ajustada a usanza mujeril, de color verde esmeralda, con botones de hueso, un pantaln corto y ancho de color anaranjado con franjas azules, un birrete de coletilla amarilla con hermosa pluma de gallo, un par de medias maternas, rayadas de azul y blanco, una caa brava, con flores de trapo y campanillas de cobre en la punta superior, a modo de cayado, una zalea de color de ladrillo que me prestaba don Pedro Ziga y un par de zapatos amarillos de talpetao con correaje dem. Era mi equipo de pastor, mi uniforme de gala, con el que deba recorrer desde las cuatro de la tarde hasta medianoche, cantando y bailando, todos los portales importantes de la capital, en unin de veinte compaeros, muchachos y muchachas, ensayados y dirigidos por el bondadoso e inolvidable don Marcelo Ziga.Esperar a que pueda describir el cmulo de emociones que la vista de este traje despertaba en mi alma de siete aos; querer enumerar las cien mil peripecias que su adquisicin me costaba y los pleitos, promesas, lgrimas y propsitos de enmienda que haban servido de peldaos para escalar el deseado puesto de pastor, sera obra de nunca acabar, as como el Teatro Nacional o el Ferrocarril al Pacfico. Pero estaba al alcance de mi mano, era mo propio, hecho, casi todo a mi medida, por Ramoncita Muoz y la nia Gertrudis, para m entonces las ms aventajadas modistas que blandan tijera. S, era mo; en el forro del birrete se lea con grandes caracteres mi nombre con el estribillo de Si este gorro se perdiere, como suele acontecer, etc.. Era muy mo, como mi alma, como mis aos, como mi niez.Llegaban por fin las cuatro de la tarde, las que me hallaban armado de punta en blanco con mi caa y mi ramo de flores de pastora.

    Callate demontre, me deca mi madre, si segus atarantando con esa campanilla no vas a los pastores, te quito el vestido.Ya despert a Marcelina, deca mi abuelita; ese mocoso es insoportable. Dej esa maldita caa, muchacho!Que los llama don Marcelo gritaba Aquileo desde la puerta, ataviado de pastor, con las medias cadas y las faldas de fuera.

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    Y corran porque ya nos vamos, ya llegaron los msicos deca Alejandro Cardona, blandiendo su caa encintada y su gorra de pana (porque era de los ricos).Corramos en tropel, saltando de gozo, a formar en la ancha acera, de la casa de don Marcelo. All estaban Jos, Chico y Ricardo Ziga Valverde, Isaac y Abraham Ziga Castro, Alejandro y Jenaro Cardona, Flix y Aquileo Echeverra, Chepe y yo, cada uno con su compaera: las Gargollo, las Zigas, las Cardona, las Aguilar, todas preciosas, llenas de vida, con la alegra en los ojos y la dicha en los corazones.Rompa la msica en acordes formados por notas de cristal, con armonas de arroyo murmurador, entre el campanilleo de los cayados y las voces argentinas de los pastores cantando villancicos de sin igual ternura, expresin sencilla de cario infantil hacia el Nio Dios y a su preciosa y adorada madre la Virgen Mara.As recorramos uno a uno los portales olorosos a piuela y cohombro, albahaca y pia, con sus racimos de limas y naranjas, pejibayes y coyoles, con sus encerados figurando montaas, y sus vidrios representando tranquilos lagos, con sus entierros, procesiones, carretas, degollacin de inocentes, escenas populares, crticas de costumbres, lluvias de hilos de plata, luna y sal de cartn dorado y cercas de piedra y barro de olla. Y all en el hueco de una roca, con huevas de algodn salpicado de talco, sobre un montn de pajitas en forma de nido de gorriones, el Nio Jess, el Hombre-Dios, desnudo y con los bracitos al aire y en actitud juguetona, con aureola de risa y majestad de rey; ese precioso conjunto de gracias y de martirios con que la imaginacin del hombre ha personificado a su Salvador.

    Todo respiraba satisfaccin, alegra, infancia; todo llenaba el alma de dulcsimas emociones, que revoloteaban rpidas y brillantes como doradas mariposas.Y luego la espumosa chicha y el picante chinchib y los ricos tamales y el jolgorio y el bailoteo y los cantos y los triquitraques en el portal de Chanita, con su Paso de Guatemala y sus indios de Guatemala y sus molinos y sus culebras y su amable sonrisa y su contento sin rival, su exquisita finura y su mistela de cominillo y perfecto amor.

    Bendito mil veces el recuerdo querido de aquellos aos felices, bendito el que dijo por primera vez:

    Vmonos pastoresvamos a Beln,

    a ver a la Virgeny al Nio tambin.

    LA PATRIA, 24 de diciembre de 1895

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    un Bao en la PResa

    Cruc en compaa de mi hermano Chepe la esquina de doa Guillerma Cacheda, con direccin a la Plaza Principal, llegu a la tienda de don Maurilio, torc a la derecha hasta la escuela de las nias Gutirrez, no sin pararme largo rato en las aceras del Bazar Atlntico de don Manuel Argello y pedir a Baltasar, en La Esperanza de don Jos Trinidad Chaves, un pedacito de hielo que me dur hasta la esquina de la Artillera. bamos a la Escuela de don Adolfo Romero, una maana del mes de marzo de 1874. Mi equipo consista en un vestido de cotn azul con vivos blancos, blusa de botones de hueso con sus dos bolsas pecheras, calzn de media pierna, botas de becerro con delantera colorada y guila americana, compradas donde Lescoviche, y sombrero de fieltro panza de burro, forma de bolsa de chorrear caf, de los ms baratos que introduca don Julin Carazo.Bajo el brazo y colgando de un orillo de pao, regalo del maestro Madriz, llevaba mi bulto, hecho de un cartn de tijeras, primoroso obsequio de don Teodorico Quirs. Contena ese bulto una pizarra, un cuadernillo de papel de venao, un casquillo de puerco espn, una regla de cedro, mi trompo, un mango verde y una botella de agua dulce con limn, tapada con un olote.Los mejores propsitos me llevaban a esa hora a mis cotidianas lecciones; pellizcaba de cuando en cuando la cscara del mango y me saboreaba en mascarme una de lima que en la bolsa del calzn me haba encontrado; repasaba los nudos del cordel de mi trompo y le emparejaba con los dientes las canelas y secos que me le haban inferido en la mancha brava de la vspera, en el altozano de la Catedral.De repente me siento cogido por la espalda, con un par de manos olorosas a zumo de naranja encima de los ojos, y una voz vibrante y juvenil que me grita:Manuelillo, huymonos de la escuela y vamos a baarnos a La Presa! Va con nosotros Too Arguedas, los Pinto y el Cholo Parra.El que me llamaba con tanta zalamera era mi amigo ntimo, mi compaero inseparable, mi siempre admirado negro, Alejandro Gonzlez Soto, el que hoy duerme el sueo eterno en el fondo del ocano, digna tumba de tan digno carcter.

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    Vacil un instante, el deber me llamaba a la escuela, vea pasar por delante de mis ojos, amenazadoras y terribles, las riendas que mi padre usaba como instrumento de castigo, vea las lgrimas surcar silenciosas por las plidas mejillas de mi madre y oa la voz de mi hermana Marcelina, que deca: No le pegue ms, papito, no le pegue ms. Hice un dbil esfuerzo para alejar aquellas visiones importunas y, como el acero sigue al imn, me sent arrastrado por el placer de la escapatoria y el bao, y contest:Bueno, vamos, pero cuidado nos cavilosean.Todos deshicimos parte del camino recorrido y, a saltos y brincos, llegamos a La Presa, el lugar en donde hoy se encuentran los lavaderos pblicos, en las orillas del ro Torres, camino del Ballestero.Como cincuenta varas antes de desembocar a la plazoleta que daba frente al remanso, ya la mayor parte de nosotros no tena puestos ms que los calzones: todo el resto del vestido colgaba ya en apretado motete debajo del brazo. Era cuestin de alta nombrada lograr echarse al agua el primero. Ese puesto no se le poda arrebatar al Cholo Parra, que no usaba zapatos y casi no gastaba camisa ni chaqueta; para l quitarse los calzones y la camisetilla de manta era la obra de persignarse un cura loco, y apenas si podamos or el chasquido del agua al caer el pesado cuerpo cobrizo del Cholo, al principiar nosotros a soltar la faja de los calzones.El Cholo, Too y los Pinto eran insignes nadadores, se tiraban de la Punta del Cascajo y, despus de estar consumidos largo rato, braceaban airosos hasta el Castillo, del que tomaban posesin a los pocos minutos.Alejandro y Chepe no alcanzaban puntos tan altos, aunque s aguantaban mucho de consumida y nadaban de a lao y de espaldas. Si no me equivoco, Alejandro saba dar el zapatazo y ya casi haca el candelero, pero este ltimo ejercicio slo recuerdo exactamente habrselo visto hacer a Parra con una perfeccin envidiable.Yo era, adems de mal nadador, sumamente pusilnime, y era para m obra de mrito cuando me tiraba del Cascajillo y con nadao de perro llegaba, ahogndome, a la Pocilla de los chiquillos, con un pie en el fondo y el agua a la cintura; pero me daba aires, tena mi camo amarrado a la barriga como el Cholo y sacuda desdeoso la cabeza para quedar peinado con un golpe de agua, como coyol chupao.Todos los compaeros estaban ya en el agua; slo yo estaba tiritando, sentado a la orilla del Cascajo, contemplando envidioso los graciosos movimientos de los nadadores, sin atreverme a echarme al ro, cuya temperatura haba tanteado metiendo la pierna hasta la rodilla.Idii, no techs? me grit Alejandro.Echmolo al Cascajo vocifer Too, al mismo tiempo que Jenaro Pinto me zampaba en el pecho una pelota de barro.

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    Atemorizado, convulso, lloroso, corr a ampararme al lado de una lavandera que estaba metida hasta la pantorrilla en un ojo de agua lleno de cabezones y ranas verdes, y tal era mi congoja que no vea por donde pisaba, resbal en una laja y ca entre la batea de la pobre vieja, emporcndole la ropa de segundo ojo y un fustn engomado, que pareca un globo ensartado en una mata de gzaro llena de manchas de jabn. La vieja me cubri de insultos y nalgadas y me acert un mojicn en un ojo que me hizo ver candelillas.Del pozo me sacaron entre Alejandro y Too y en medio de una algazara de once mil diablos, sordos a mis gritos y patadas, me lanzaron a medio ro, en donde me di un panzazo que me dej colorado como un tomate todo el vientre y parte de la rabadilla.Me ahogaba, tragaba agua a borbollones, estaba perdido, la vivsima luz del da llegaba amarillenta a mi pupila buena al travs de las fangosas aguas, y mis esfuerzos eran impotentes para salvarme. Sent que me agarraban de una mano, que me tiraban fuertemente y por fin la luz hiri mi vista con inusitado brillo, con fulgor indescriptible. Ech a llorar en medio de las carcajadas de los compaeros y me encamin mustio y cabizbajo, como perro regaado, al lugar en donde me haba desvestido. Soplaba un viento fuerte que me acalambraba; fui a ponerme los calzones y no pude: me les haban echado biscocho; a la camisa y a la blusa les haba pasado otro tanto; cada nudo de aqullos, apretado por las robustas manos del Cholo Parra, era una bola de billar indestructible. Por fin, a fuerza de dedos y dientes y uno que otro rasgonazo, logr deshacer el dao y vestirme. Nuevo tormento! Se haban llevado el bulto los de la Banda Chiquilla, Jenaro Pinto se haba comido mi mango y Ernesto se haba bebido mi agua de dulce con limn, y todos huyendo me haban dejado solo.Llor largo rato, me encamin a casa con un miedo horrible, llegu cuando principiaban a servir la comida, o la voz de mi padre que preguntaba airado por sus riendas, y ca en el quicio de la puerta, vctima de un desmayo.Todo haba sido un sueo, pero un sueo horroroso, tan horroroso y tan que vaya, pues lo digo. No baste saber que todo ese da el colchn de mi cama, tendido sobre dos taburetes, recibi los ardientes rayos del sol.

    LA PATRIA, 12 de enero de 1896

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    un dIa de meRCado en la Plaza PRInCIPal

    Yo viva en la casa de mi abuela doa Chanita Castro, establecimiento El Toro, esquina opuesta a la del Seminario, junto a la fbrica de hielo de Chaves y taller de Ricardo Mndez. Desde muy temprano oa, al travs de la anchsima pared de adobes, el constante rodar de innumerables carretas por el empedrado desigual de la calle, y el rumor ms o menos sordo me haca inferir el contenido.Seguro que esa cal es de Indalecio Fallas.Y esa otra es lea, y se que acaba de parar en raya el chirca enfrente de la pulpera, es Juan Urea: olo pidiendo su trago.Ya en la pulpera, abierta desde las cuatro de la maana, se oa el murmullo de las conversaciones de los parroquianos.Buenos das, Pedro!Buenos se los d Dios, Urea.cheme unos tragos pa m y pa los muchachos.Arrmense a espantar el diablo!Qu toms, Indalez?Pa m un isn con gotas.Pa m cususa.Pa m un mistao.

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    Se oa el rastrilleo de los caites de los muchachos, el golpe seco del eslabn y los pasos de los que, ya con el diablo espantao, volvan a su faena de bueyeros.Pronto, el paso picao largo, de un macho mosquiao denunciaba la presencia de don Mariano Monge. Paraba en la pulpera, entraba haciendo resonar las rosetas de las espuelas, tomaba un ron de a diez, sacaba del pecho de su cotn de jerga su buen bolsillo de seda repleto de cuartas y plata blanca, pagaba y se volva a montar en su mosquiao, con ms aires que Roldn y ms plata que el Gobierno. Ya en la esquina, volva el macho y con aire altanero preguntaba:Se debe algo?No seor, est pago deca Pedro.Y don Mariano se alejaba.A las seis de la maana, ya estaba yo bebindome mi bebida y preparando los sacos y canastos para ir con Chanita a comprar el diario.No te se olvide el saco pa la verdura, y cuidao con andarte perdiendo; ya sabs que compramos en el canasto y vas echando en el saco que dejs onde don Pepe!Mamitica deca mi madre me compra las moras y el almidn de Cartago, y si hay pacayas, trigale un diez a Joaqun.Y a m un cinco de coyolitos para comer con dulce.Y vea que el dulce sea del fino de or Jos Mara Rivera; el del otro sbado estaba revenido.

    A cmo estarn hoy los frijoles de Santa Ana?Sepa Judas! Si se est uno comiendo materialmente la plata; hoy hace ocho no rebajaban de quince el cuartillo; eso y los gevos, questn a cuatro por medio, vaber que dejar de comerlos.La cocinera, consejero nato de mi casa, era consultada previamente acerca de la especie, calidad y cantidad de los vveres; y ella, con sus naillas de zaraza de color indefinible, su camisa de gola y su pauelo de rabo de gallo en el pescuezo, contestaba con tono magistral, a la vez que se pasaba por las narices y los lagrimales una de las puntas del pauelo de hombros:Pos yo conozco los ayotes pejibaye de pellejillo con slo enterrales la ua y que sean bien esparramados, los dionde a Custodia Cordero son como buenos.Y si ve a Concho el de mana Menegilda, mrquele los tacacos, que son sin estopa, y hora que digo estopa, no se liolvide trerse achote del de tusa y el librillo pal mais.

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    Tras de se seguan mil encargos; Chanita coga una sombrilla y su paoln, yo la canasta y los sacos, y ambos emprendamos la marcha hacia la Plaza Principal, hoy Parque Central. Todava en la acera de las nias Freer nos alcanzaba dando grandes voces la chichigua de Marcelina para decirle algunas palabras a Chanita, de las que a mi odo apenas si llegaban las de tripa, bitoque y otras de las que nada sacaba en claro.La Plaza Principal, con su baranda de hierro, sus hermosos higuerones e higuitos y su pila monumental, nicos testigos mudos de aquellas escenas, era el lugar de mercado a donde acudan los vendedores y compradores, unos en espera de la mdica ganancia, los otros en busca del pan nuestro de cada semana.Las calles circunvecinas estaban cubiertas de truchas, armazones de madera y techo de manta, tiendas ambulantes, unas de ropa hecha, otras de artefactos de hojalatera, otras de tiliches y en fin, otras de santos o cromos de carcter puramente religiosos. El gran rectngulo estaba lleno, en variada confusin, de vveres, entre los que descollaban enormes montones de papas, ayotes, zapallos y repollos, grandes cueros secos en forma de batea, llenos de maz, frijoles, esplndidos tendidos de atados de dulce oloroso a caa, e infinidad de ventecillas de vainicas, chayotes, elotes, nabos, coles, rbanos y todo el gremio de las sabrosas verduras que adornaban nuestras suculentas ollas. Las frutas eran a la vez que abundantes, de una risible baratura: mangos, limas, pejibayes, tunas, naranjas, cidras, pltanos, verdes y maduros, guineas amarillas y moradas, guineos machos, pias, membrillos, duraznos, higos verdes, matasanos, nances, aguacates, zapotes, maraones, coyoles, y en fin, ese milln de riqusimos dones, con que la naturaleza virgen de este privilegiado rincn de la tierra ha empalagado a todas las generaciones de chiquillos.Frente al Cuartel Principal, y dentro de la Plaza, en correcta fila estaban arrodajadas las vendedoras de melcochas, sobao, gesillas, rosquetes de Alajuela, biscocho, empanadas de. chiverre, turrones, puros de iztepeque y bajeras, con sus mercancas sobre sendos canastos cubiertos con servilletas de hilo, adornadas con caballito rojo o encaje de tres puntadas. Seguan las polleras, vendedoras de huevos, gallinas, chompipes, patos y dems voltiles, despus los molejoneros y por ltimo las moreras, con sus vestidos caractersticos de pursiana azul con ojos blancos y sus jucs llenos de sabroso fruto.En la banda oriental, con largos cajones a modo de bancas, su cuchillo de mesa oxidado y su reglita o medida llena de muescas, campeaban los jaboneros, entre los que figuraban muchachos de familias decentes. Recuerdo que a las doce en punto, con el cuchillo y la medida, redoblaban sobre el cajn acompaando al tambor del Cuartel y no era posible que despacharan ni una barra hasta que haban terminado su tarea de redoblantes.Seguan a estos alegres vendedores los arroceros y negociantes de cacao, con su mochila de pita colgando del cuello, encerrada en el pecho, sus manos empolvadas y carrasposas, y siempre mascando granos del mejor Nicaragua o del Matina ms colorado. Despus los hojalateros con sus rallos de latas de canfn, sus jarros, sus platos con abecedario en el borde y elefante en el centro,

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    sus santos con vidrio y marco lleno de soldaduras, sus camarines cuajados de soles, estrellas y medias lunas coloradas, verdes y azules, su hornillo y sus candiles, tintero viejo de cido y barra de soldadura para remiendos instantneos.Cunto me lleva por echrmele marco a mi Seor San Jos?Con vidrio o sin vidrio?Con vidrio porque se me destie.Seis reales.Trato hecho; ah se lo dejo y vuelvo el sbado; y dgame, maana podr cogerme una gotera de limajoya?No seora, eso slo Majn o Mates.Seguan los herreros, entre los que descollaban las figuras de Mr. Berry y el maestro Santiago Muoz, con sus tendales llenos de armellas, hachas, bisagras, llantas, bocinas, varillas de carreta, etc., todo criollo, hechizo, con el color que les dejaba la fragua y las ralladuras de lima. Tras stos vociferaban los chiquillos pajareros, arrimados a las gradas de la pila, con sus jaulas de tora y verols, unas ordinarias, otras en forma de cuartel o iglesia con torrecillas, e invariablemente la caja de sardinas llena de agua herrumbrada y la guinea o la escudilla de alpiste.Cunto pide por ese ago?Treinta.Y por ese setillero?Se lo doy en cuarenta y cinco, porque es collarejo y cantador.Ese yigirro es macho?Pues claro, hora est haciendo enredijos, y eso que est peleche.Y cada uno sala con su viuda, su rey de picudo, su canario de costa, su mozotillo o su cacique naranjero.Y por todas partes, atropellando viejas, regando sacos, deshaciendo montones, en medio de los denuestos de los perjudicados y las risotadas de los espectadores, con su cajn de pino a la altura del vientre, sostenido por ancha correa de vaqueta, lleno de tiliches como botones, agujas, aretes, gargantillas de perlas falsas, broches, cintas de papelillo, betn de Masn, mechas para eslabn y mil otras chucheras baratsimas, y con las manos llenas de pauelos de a diez y rosarios de cuentas de vidrio, pasaba, saltaba, vociferando su mercanca hasta enronquecer, el gracioso tipo del tilichero, con su sombrero ensartado hasta las orejas, saliendo el mechn de pelo por al boquete de la copa y su cara de desvergenza y su risa de superioridad altanera.

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    Fsforos de globoooo! A dos cajas por cinco!Negrita, cmpreme esta gargantilla de mbar legtimo de Mompelas y este par de aretes de dubl fino que nunca se ponen negros.

    Este chato si le va a comprar a a Mara el rosario bendito por el Nuncio de Lima, con cuentas de madera del Huerto de los Olivos. En seis reales le vend uno a Bupedra y a usted se lo doy en cuatro.No friegue; cheme ac una mecha pa eslabn y no me jorobe ms, pero que sea de las que echan buena yesca y se les saca cola de a jeme.Y todos estos cuadros vivos, llenos de sangre joven y aliento de atleta, de sabor de tierra virgen y perfume de honradez y virtudes, pasaban en medio de una alharaca espantosa como el bramido del ocano, bajo los ardientes rayos de un sol de trpico, precursor de lluvia torrencial y teniendo como techo el azul pursimo de ese cielo que nos cobija y que es nuestro orgullo, nuestra tarjeta de bienvenida, nuestro blasn nobiliario.Pues bien, a ese mare mgnum entrbamos Chanita y yo, ella a comprar el diario, yo a cargrmelo.Cunto dijeron de gevos?Dos reales; un diez de yucas, veinte de vainicas, y el diez de pacayas.And comprte las vainicas; aqu te espero, y si no me halls aqu, las echs al saco y te me junts en la venta de cacao de or Bejarano. Mir que no te las den con hebra y que no sean de las de palo; son a cuatro rollos.Mi abuela me daba la plata y yo, relativamente libre, despachaba la compra y con un diez que unas veces me daba doa Brbara Bonilla, otras don AquiIeo Echeverra y otras pap, compraba seis manos (30 granos) de cacao Nicaragua escogido, y con esa moneda de cuo antiguo y que hoy ya no circula, cambalachaba por melcochas, gesillas, mangos y limas, me echaba al coleto mi buen jarro de chinchib de donde don Matas Valverde y consegua un par de docenas de jaboncillos, que iban a parar junto con las frutas compradas y cachadas, al seno, a esa bolsa sin fin de los muchachos de mi tiempo.Concluida la compra del diario y repleto ya el gran saco de brin que serva de depsito, la canasta atestada de huevos y mantequilla lavada e higos para hacer dulce, el par de srtubas y el palmito arrimados al saco y el manojo de cebollas de San Juan coronando el nutritivo altar, principiaba el para m dificilsimo trabajo de la carga.

    or Jos, cheme por vida suyita, este saco al hombro.A cul carga ust?A1 izquierdo.

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    El enorme saco, pesando sobre el delicado hueso de la clavcula, me haca zanja con los bordes de unas condenadas tapas de dulce, a pesar del colchn que los frijoles trataban de interponer: agarraba la boca del saco con la mano izquierda, me meta el canasto hasta la sangradera del derecho, cuyo sobaco oprima ya las srtubas y el palmito, y agarraba con la mano el rollo de cebollas. El chonete me serva de tapojo y tras de cuatro o cinco pujidos, lograba echarme a andar por la mal enladrillada acera, camino de mi casa, que estaba a dos cuadras de distancia.De repente algn caritativo pasajero me gritaba:Chiquito, se le van regando las alverjas!A aquella voz de alarma volva todo el cuerpo para poder contemplar el dao; me arrimaba a la pared para equilibrarme; las srtubas y el palmito se escurran de debajo del brazo y al hacer un movimiento brusco para sujetarlas, el saco se me iba a la espalda, me maltrataba horrorosamente los nudillos del espinazo; la mueca izquierda, ya acalambrada, ceda al dolor de la torcin violenta, y con estrpito que a mi acongojada imaginacin pareca el del juicio final, el enorme saco se vena al suelo, esparciendo su contenido en media calle, yendo a parar el ayote de pellejillo al cao sucio y quebrndose en mil pedazos un atao de dulce y unos cuantos huevos de la canasta.Con la cara corno un chile, cubierta de sudor y nublada la vista por enormes lagrimones y las narices chorreando candelas, me pona a juntar los vveres desertores y a acomodarlos en el maldito saco, haciendo inventario de las prdidas irreparables y de los heridos menos graves. Un zapallo estaba intil, los rabos de las cebollas llenos de barro, una tapa de dulce haba hecho blando nido en una boiga y las yemas y claras de media docena de huevos salpicaban todo el embaldosado y parte de la pared.Por fin, previo un nuevo auxilio de un or Jos y algunas precauciones, lograba seguir mi calvario; pero mi contento de verme tan cercano al fin de la jornada, ya en la esquina de or Juan de Jess Jimnez, en frente de mi casa, se desvaneca dando lugar a la mayor angustia. Cleto Herrera, Tatono Bolandi, Abraham Ziga y otros ms que a m me parecan miles de forajidos, despreciando mis gritos y mis injurias y aprovechando mi estado de indefensin absoluta, me sacaban las faldas de la camisa, y mis mangos, mis melcochas, mis gesillas, mis limas y mis dos docenas de jaboncillos rodaban a mis pies y eran presa de aquellos salteadores, que a mi vista y paciencia se los tragaban, rindose de mi copioso sudor y llanto. Y no era eso lo peor, sino que, con la violencia, me haban saltado el botn de los calzones, nico sostn de esa adorable prenda, y al dar yo el primer paso hacia mi casa, se me escurran y se me escurran hasta dejarme casi atadas las pantorrillas, en cuya vergonzosa y triste figura me acercaba a la puerta de mi hogar paterno.

    Cjanme el diario, que no puedo subir la grada porque traigo cados los calzones! Cj! Cjanme estooo!A mis gritos acuda la familia toda, me descargaban y previo un par de puntapis por sinvergenza, me hacan entrar de las orejas.Aqu falta una tapa de dulce y un zapallo, deca mi abuela.

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    Fue queSilencio! Ya viene con sus mentiras! Ahora, en castigo, en cuanto almuerce, mete esa carretada de lea.No haba apelacin: estaba convicto, confeso y sentenciado. Pensaba un rato en las injusticias de la vida. Almorzaba con apetito voraz y, metida la lea, llenos de raspones y cscaras las orejas y el pescuezo, echaba un sueo de ngel, feliz en el regazo de mi madre.

    LA PATRIA, 19 de enero de 1896

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    un almueRzo CamPestRe

    Bueno, entonces te espero sin falta a las seis y media de la maana en la Caballeriza del Norte. Tens bestia?No, pero consigo con don Aquileo un caballo y tal vez me preste montura. Qu debo llevar?Llevte una caja de sardinas, media libra de salchichn y una media docena de huevos duros. No te se olvide algo de beber.Mi interlocutor y yo nos separamos y yo me fui a conseguir bestia, montura y provisiones. Se trataba de un paseo al campo con almuerzo fro, en las orillas del Torres, camino de Puntarenas, cerca de La Uruca. No hay para qu agregar que ella iba con su familia en carreta y que yo no deba faltar so pena de perder novia y soportar el ridculo ante mis compaeros.Me fui donde don Aquileo; le expuse mi compromiso y la necesidad ineludible de que me prestara un caballo y una montura. Con ese motivo entablamos este dilogo:Hombr, lo que es caballo no te puedo prestar porque estn en el Barrial; y el nico que tengo es la yegua de la pelota y est gafa y muy prxima. Llevte la montura que est en el cuarto de la ropa sucia, pero eso s, tens que componerle un arcin y remendarle la gurupera.,Muchas gracias; y el freno?Ah! lo que es freno no tengo; tal vez donde Cholita te presta uno Leonidas o Tobas.Pues voy donde Cholita.Despus de mil circunloquios y ofrecimientos de devolucin en buen estado, consegu un freno sin barbada, con riendas de mecate, algo ms que reventado y lleno de nudos.Pero me faltaba lo principal, como a Abraham la vctima del sacrificio, el caballo.

    Quin tiene un caballo? Quin me presta una bestia cualquiera? Buen rato me preocupaba esa idea tenaz, fija,

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    sin tregua, a toda hora,aunque tal vez mi rostro indiferenteno dejara reflejar sobre mi frente

    la urgencia que tena de un caballo cualquiera.Pero Dios no abandona al que con sinceridad le pide en un apuro y vuelve l los ojos suplicantes, aunque sea en demanda de una miserable yegilla. Ese Ser Supremo que pone diques al embravecido ocano, siembra de estrellas el velo azul del cielo y da abrigo y uvitas de gitite al yigirro indefenso, cre para comodidad de su hechura ms perfecta, al macho Kilgus con su gran caballeriza y sus caballos de alquiler.La posteridad, nica que hace justicia, pondr en su debida altura el nombre del macho Kilgus a la par de los de Guadalupe Quesada, Maximino, Beltrn Murillo, Beltetn y toda esa plyade de oportunos saca de apuros de la humanidad.Me fui donde Kilgus:Tiene Ud. un caballo regular que me alquile para ir a la Uruca maana a las seis?S hay, a qu horas vuelve?Ser como a las dos de la tarde.Vale cuatro pesos, que se pagan adelantados y se lleva el Quirs, que es un retinto pasitrotero fino.

    Discutimos precio, consintiendo Kilgus en rebajarme seis reales por no poner montura, y todo qued arreglado para que un muchacho de la caballeriza llevara el retinto a casa, a las seis, para ensillarlo.El resto de la tarde lo emple en la compra de los vveres o provisiones que se me haban designado, y con todos ellos listos y bien envueltos regres a casa a ocuparme del arreglo de la montura. En el cuarto de la ropa sucia, conforme me haba dicho don Aquileo, y debajo de un canasto que serva de ponedero a las gallinas, estaba la tan mentada montura, cuya descripcin merece prrafo aparte.Fue cuando nueva, por all por la poca de la invasin de Morazn, la silla de dominguear de mi bisabuelo don Alexo Ramrez, Teniente de Gobernacin de la provincia de Costa Rica, del Nuevo Reino de Guatemala. Casi no quedaba de ella sino el fuste cola de pato, con pico descomunal, con tachuela de plata, (tachuela que se sustituy por una miserable armella de hierro herrumbrado), con aletas retorcidas hacia adentro, abarquilladas por el peso que de aos atrs venan soportando en el suelo enladrillado del cuarto que le serva de blando lecho; los lomillos haban pasado a mejor vida y no tena un arcin descompuesto como don Aquileo aseguraba, sino que careca completamente de l, pero arrancado de a raz, sin correa ni estribo; careca en absoluto de gurupera y la cincha, de las de dos argollas con cordelitos, estaba en sus ltimos instantes, pues se conservaban enteros

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    slo cuatro o cinco de los veinticinco mecatillos que originalmente le daban vigor y fama. En la semioscuridad del cuarto me pareci ver que la famosa montura estaba adornada de tachuelas de plata con corretas de cuero blanco muy bien trenzadas, pero esa ilusin se desvaneci cuando la saqu a luz: las tachuelas y las corretas eran pursimas es decir, como el canasto ponedero estaba encima, las gallinas echaban sobre la cola de pato o bien en el ancho pico, sus sabrosas siestas y de ah todos esos altos relieves que hubo que raspar con un chingo de la cocina y lavar con un trapo mojado. Las hebillas no aflojaban ni para atrs ni para adelante, parecan soldadas al cuero viejo y cada esfuerzo era un nuevo rasgonazo de la correa; no hubo ms remedio que cortar de cuajo el nico arcin, comprar dos correas nuevas y acomodarles un par de estribos de fierro prestados por Mister Berry, el herrero de la esquina. Se suprimi la idea de gurupera y la enorme montura qued con honores de galpago ingls, mezcla hbrida de todas las invenciones talabartersticas del mundo, y embadurnada de unto fresco para suavizar la vaqueta, consejo de la cocinera, que le agradec en el alma. De la cobija de aplanchar recort cuidadosamente un mantilln de color indefinible, y un saco viejo hizo las veces de pelero. Cambi las riendas del freno por otras de sondaleza nueva, ms decentes que los mecates deshilachados de que estaban formadas, y con esa nueva reforma, el apero qued listo para encajrselo al Quirs, retinto pasitrotero fino.

    A las seis de la maana del siguiente da, ya estaba yo esperando a la puerta la llegada del retinto, vestido con mi mejor flux, con ancho sombrero de pita, pauelo de seda rojo al pescuezo, camisa tigrilla de lana, faja de becerro charolado y chuspa de ante con su respectivo Smith y Wesson, descompuesto y sin cpsulas, para plantear, alardeando de hombre de pelo en pecho.Dieron las seis y media y el caballo no asomaba; un sudor glacial invada mi frente, y la congoja y la rabia hervan en mi pecho. Maldije al muchacho, al macho Kilgus y a todos los machos que vienen a comerse el pan del pas y a engaar a los que como yo, estaban en un serio compromiso. Faltara un cuarto para las siete, cuando desemboc en la esquina de la Universidad un caballo retinto conducido por un chiquillo mugriento, ambos a paso de pedir limosna. Era el Quirs, retinto pasitrotero fino! No pude contener un grito de desaliento: aquel animal no tena con la noble raza caballar ms punto de contacto que el de ser cuadrpedo, aunque con el rabo pelado al rape por la sarna o el piojillo pareca quintpedo, si no se tiene en cuenta que la jcara le llegaba con el colgante de la jeta casi hasta los corvejones. Vena meditabundo y pensativo, con aires de filsofo de la escuela de Digenes o de poeta de los de cuchara y escudilla; el espinazo pareca la serrana de la Candelaria y desde la matadura central hasta la cruz haba una cuesta capaz de competir en gradiente y gradante con la cuesta del Tablazo o la trepada de los Anonos. Cada costilla con su vrtebra y su cartlago poda recorrerse a simple vista desde la mdula espinal hasta el esternn; las rodillas eran tan anchas como los cascos y pareca el conjunto de la canilla una pata torneada de mesa; los ojos se escondan entre profundas cuevas, lo que le daba un semblante cadavrico como de chiricano con tercianas y la jeta inferior colgaba con aire despreciativo; era gacho de la oreja izquierda y tena una nube opalina en el ojo del mismo lado.No haba que andarse con repulgos de empanada; la hora y las circunstancias apremiaban, y dejando para mejor ocasin las lamentaciones, me apresur a ensillar aquel alacrn con el debido respeto a sus aos y a sus innumerables heridas y cicatrices.

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    El freno le quedaba corto y el pobre retinto qued como un nio con barboquejo. Al irle a poner la colosal monturagalpago, el jamelgo se encogi como tubo de binculo y enderez la nica oreja hbil, mirndome de reojo, como en son de splica y miramiento; le llen la cuesta del espinazo con el pelero en dos, le encaram la cobija-mantilln y le dej caer cuidadosamente el fuste; apret la cincha lo menos que la prudencia permita y despus de pasarle suavemente la mano por la descarnada anca, me mont y le di el primer latigazo para que comprendiera que no iba tan solo.El retinto cogi un trotecillo de perro regaado y ambos, caballo y caballero, recorrimos gran parte de la ciudad hasta la Caballeriza del Norte, que estaba en el Paso de la Vaca; all me dijeron que mi compaero, cansado de esperarme haba ya partido y que haba dejado dicho que ira despacio para que lo alcanzara.Volv al retinto y le puse proa al ro Torres; el viaje hasta la cruzada del camino de Santo Domingo se hizo sin novedad, siempre a trote de perro con ribetes de masaculillo que me llegaba al alma; all alcanc a ver, como a doscientas varas, la carreta en donde iba ella con su corpio de zaraza azul rayada, sus enaguas verde botella y su sombrerito de con vivo de guinga y flores de verols de caa. El corazn me dio un terrible bote y olvidndome de todos los percances hasta ah vencidos, taloni el retinto, le zamp un fuerte chilillazo y le solt la rienda para que galopara, pues quera, adems de alcanzar a mi adorado tormento, disimular la facha del ruco y probar a sacarle una pluma y pararlo en raya al borde mismo de la carreta.Par el rabo el chirca, enderez la oreja buena y sali disparado como si llevara vejiga o cajn de lata; como a cinco varas de la carreta tropez con una piedra, se fue de hocicos, se revent la cincha y me lanz de cabeza sobre el manteado de la carreta en donde ca raspndome la cara en uno de los arcos, en tanto que la montura que me haba seguido se meti como una bala por debajo del pabelln cayndole en media cara a mi futura suegra y rompiendo a una de mis cuadas media nariz con uno de los estribos. Sobre mi novia cayeron las alforjas de mecate y la llenaron del vinagre de un frasco de encurtido que all llevaba como eventuales.Todas las ofendidas pusieron el grito en el cielo y me trataron de animal, tonto, malcriado y cuanto es posible decir y que se le ocurra a uno en esos casos. Me llevaban todos los diablos con el macho Kilgus y su retinto fino pasitrotero y jur vengarme. Un to de mi novia me baj bruscamente del toldo y un cuado tir la montura con todo y alforjas a una zanja, no sin que antes otro me hubiera arrimado un buen pescozn, ofrecindome que luego nos arreglaramos.Todo lo hubiera yo soportado con la paciencia de Job, si no hubiera sido que mi novia, mi ilusin, mi encanto, mi todo, se acerc a m con semblante descompuesto y con agria voz me dijo:Caballero, su accin de hoy me demuestra lo que es usted. Achar el tiempo que yo he perdido en darle a usted cuerda. Todo ha concluido entre nosotros; espero que esta misma tarde me devuelva mi pelo, mi retrato y mis cartas!PeroNada, ms tenemos que hablar!

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    Se subi de nuevo a la carreta y me volvi la espalda en la que an brillaba un parchn de vinagre con mostaza.Me qued aturdido moral y materialmente, con un ojo amoratado y lagrimeando, viendo con el otro candelillas y con un rajn longitudinal en mi pantaln nuevo, obra de un varal de la carreta. Ya sta se perda de vista, cuando me decid a recoger la montura y volverme a San Jos; pero en mi atolondramiento no haba reparado en que el retinto se haba vuelto a su caballeriza y que yo quedaba a pie y con el peso de la montura. La cargu unas doscientas varas hasta depositarla en casa de la lavandera a Fulgencia, que viva a orillas del camino real; me hice la primera cura del ojo y bajo un sol de cuero volv a San Jos, entrando a casa como a las diez de la maana, dando a todos los diablos a todos los retintos habidos y por haber y jurando solemnemente no volver a aceptar almuerzo campestre hasta no tener caballo y aperos propios.

    LA PATRIA, 16 de febrero de 1896

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    mI PRImeR emPleo

    Los corredores del Instituto Nacional, antigua Universidad de Santo Toms, apenas si podan contener el numerossimo concurso que en estrecha apretazn principi a llenarlos desde las once de la maana. Las paredes haban sido blanqueadas con cal de concha finsima, los pedestales de las columnas tenan su mano de color de siena quemada y por todas partes se acusaba el reciente paso de la escoba y la regadera: el gran saln de actos pblicos, con su cielo artesonado con estrellas de cedro y su piso lustrossimo, luca camisa nueva; la brocha gorda untada de ocre color de cielo, haba suplantado a las preciosas delineaciones de Fortino, ya descascaradas por el tiempo; colgaban desde el muro los tres retratos caractersticos: el del padre Madriz, con su birrete de ramo de oro en la diestra apoyada sobre amplia biblioteca; el del padre Goicoechea, con el pie desnudo y con su fesima lpida al lado derecho, en la que campeaba una inscripcin latina, llena de correcciones y el del doctor don Jos Mara Castro, mostrando un pergamino con la Ley de ereccin de la Universidad, con una pluma de ave en la derecha y sus cruces de la Legin de Honor en la solapa del frac. En los testeros de los extremos, rodeados de banderolas tricolores, se destacaban escudos nacionales con todas sus lanzas, bayonetas, caones y balas que hacen de nuestro emblema el ms pretensioso de cuantos consigna la herldica. Entre dos puertas del lado oeste del saln y en el centro, una amplia mesa cubierta con rico tapete verde, galoneada y rodeada de cmodos sillones, estaba destinada para la Presidencia y Consejo; al frente de ella mostraba su negro fondo una bien embreada pizarra o tablero con sus barritas de tiza forradas de papel verde; del lado del sur y en forma de lunetario de teatro, haba ms de trescientas sillas de petatillo, amn de varias bancas lisas de madera, todo destinado al pblico; e igual cosa al lado norte, slo que las primeras filas estaban dedicadas a los colegiales que iban a recibir en ese da, solemnemente y de manos del Presidente de la Repblica, unos sus medallas, otros sus objetos de premio, otros sus certificados honorficos y todos la bendicin de la patria y la voz de aliento, de sus conciudadanos. La banda del Cuartel Principal, con su uniforme de gala, llenaba el recinto con las ondas sonoras de sus metlicos instrumentos; a su cabeza, correcto y embebido en el cumplimiento de su delicado encargo, daba las entradas y revisaba su tropa el tambor mayor, de quien ya entonces corra la frase de Me gusta a m Malaquas por lo asiao que toca, forma vulgar pero expresiva que denotaba el talento msico del aludido.

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    En el comedor del Colegio, adornado con uruca y vstagos de pltano, que suavizaban la brillante luz del sol, luca blanqusima e interminable mesa cubierta de pastelillos, piononos, merengues, mantecados, pilas de naranjas del Mojn, granadillas, olorossimas pias llenas de banderitas de papel, botellas rebosando aguas frescas de goma, grosella, vainilla, y limn, ejrcitos de copas de colores dispuestas para recibir los helados sabrossimos, y cientos de vasos quebrando la luz en millones de arcos iris al lado de las panzudas botellas de cerveza Estrella y de Pale Ale. De aquel departamento era Jefe expedito Germn Chvez con su compaa de mozos listos, aleccionados por don Jos Trinidad.Y por todas partes, seoras y caballeros de lo ms alto y encopetado codendose republicanamente con artesanos y agricultores de chaqueta de fino pao y de mano callosa y semblante afable y honrado.En correcta formacin en el corredor de la entrada, con nuestros sencillos y elegantes uniformes azules galoneados de oro, estbamos los agraciados, los hroes de la fiesta: all estaba Isidro Marn con el cuello embutido en el saco, pelado al rape y mordindose los raros pelillos de su siempre naciente bozo; a su lado y rebosando salud y vida, rubio tirando a rojo y con su buen quepis, obra de Pisuso, se paraba de puntillas Po Murillo, ansioso de ver la entrada del Presidente; y all Juan Umaa con su talante de Hrcules Farnesio, llena la cabeza de ecuaciones, teoremas y logaritmos, departiendo con su sonrisa franca con Jorge Castro Fernndez, quien luca uniforme nuevo, botines de charol y melena de artista estilo Bertoglio. Compona el lazo de la corbata a Octavio Beeche, Melico Echeverra, con hermosa leontina de oro asomando entre dos ojales de la pechera azul; y haca cosquillas en las orejas y nuca, con aire disimulado, a Alberto Gallegos, Jenaro Gutirrez, mofletudo y gozoso, con risa de asmtico. Y all Ramn Castro Snchez y Alberto Gonzlez Ramrez, Nicols Chavarra, y Guillermo Obando y Francisco Zamora y Daniel Gonzlez y Nicols Oreamuno y Francisco Jimnez Nez y Prspero Caldern y Len Guevara y Vidal Quirs y Elas Chinchilla, otros ms que no recuerdo y Magn, de catorce aos, con un ojo rasgado por fesima cicatriz, pelo herrumbrado y cara pecosa; pero con el alma llena de auroras boreales y la cabeza de dorados sueos.A nuestro lado, aconsejndonos aliento y confianza, nuestros profesores, nuestros segundos padres: Bertoglio, de hermosa y brillante melena, bigote digno de un Prncipe de la Casa de Saboya que acariciaba constantemente con su mano aristocrtica, la otra en la cadera, cubierto con magnfica levita negra completamente abrochada. Juan de Dios Cspedes acentuando la z de corazn y recordndome con frase pausada mi tesis de acto pblico: el sodio y el potasio. El Doctor Venero con gafas de oro, sombrero de copa y voz estentrea. El Doctor Zambrana con sus patillas negrsimas; los ojos entornados y su aire de superioridad y distincin y su torrente de brillantes frases contenidas por el blanqusimo dique de su hermosa dentadura. El viejito Twight con su sombrero de clack, su semblante dulcsimo orlado de barbilla gris y su sonrisa siempre cariosa, mezcla de placer y de tristeza; y el chispeante Chemo Castro, amigo ms que maestro, con la broma fina siempre al borde de los labios y el consejo saludable en su mirada cariosa; y el macho Charpentier con la arrogancia de un buen mozo y justo orgullo de profesor de 25 aos, pantaln de militar francs y su toilette a la brosse; y el padre Ulloa con su cara oval y bien afeitada, su fina cabeza rizada, su hermoso anillo, sus vueltas moradas en los puos sobre finsima sotana de la que

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    brotaba penetrante perfume, con sus zapatos de charol con hebilla de plata, su bastn de barba de ballena, su sombrero de castor reluciente y dirigindonos miradas tiernas que nos llenaban de alegra y palabras suaves que nos cubran de placer; y como Jefe de aquella brillante escolta, como comandante de aquel nobilsimo escuadrn, el doctor Ferraz, el viejito don Valeriano, el Director del Instituto, con sus pobladas cejas, haciendo sombra a los anteojos de oro, nariz recta y perfilada como la de Julio Csar, con su barba blanca bien cuidada y recortada y su abierta y volante levita negra, recorriendo con paso rpido todas las secciones y conferenciando con sus segundos jefes; el inolvidable Torres Bonet de largas y puntiagudas patillas, de ojos saltones e inteligentes, de larga y rgida cabellera y de seco y serio continente que haca resaltar ms la suavidad y afable porte de don Manuel Veiga, con su barba al estilo Amadeo y su s sibilante en la abertura central de los labios.Firmes!grit un jefe militar Presenten armas!Malaquas inici el Himno Nacional; todas las cabezas se volvieron hacia la puerta de entrada, todos los chiquillos estiraron el cuello dirigiendo las miradas al mismo sitio y un profundo silencio, mezcla de curiosidad y de respeto, hizo ms sonoro el redoble del tambor que anunciaba en unin del clarn, la llegada del Excmo. Seor Presidente de la Repblica, Benemrito General don Toms Guardia.Entr el General Guardia con su brillante uniforme de gala, sombrero elstico coronado de ancha pluma de avestruz, frac azul cubierto de bordados de laurel y encino, pantaln de ante con anchsimo galn, bota de charol hasta la rodilla y espuela de oro; cea banda escarlata y espada demasquina cubierta de pedrera; calzaba finsimo guante de piel de Suecia y colgaba de su pecho valiosa placa de brillantes; iba a su derecha el Ilustrsimo Seor Obispo, Doctor don Bernardo Augusto Thiel con la sonrisa inseparable en su sonrosada faz, anillo de gruesa esmeralda orlada de diamantes y preciosa cruz pectoral de oro recamada de piedras finas, su faja de prpura, su sotana morada y su castor con borlas verde y oro. Le haca pendant a la izquierda del General, el Doctor don Jos Mara Castro, Ministro de Instruccin y Rector de la Universidad, luchador constante por la instruccin pblica, que era su culto, con frac y pantaln negro, chaleco blanco escotado, sombrero de copa, botn de cabritilla, guante blanco, pechera de lino alforzada, bastn negro con puo de oro y borlas, y su barba, en forma de barboquejo y con el bigote afeitado. Seguan a respetuosa distancia Jefes militares, Magistrados, empleados de alta categora, alto clero y numeroso escuadrn de edecanes.El saln fue invadido por la multitud ansiosa de coger campo y previos los discursos de estilo, se dio principio al acto pblico y solemne de la distribucin de premios.Los alumnos fuimos colocados en las sillas destinadas para el caso al lado derecho de la mesa presidencial. Despus de las disertaciones y exposicin de las tesis, el Director, en pie, ley con voz clara los nombres de los discpulos premiados; cada vez que se prenda del pecho una medalla, un murmullo de aprobacin se levantaba de aquel millar de cabezas, una segunda promova calurosos aplausos, una tercera haca el efecto de un trueno, una cuarta rayaba en delirio, y una quinta apagaba el aliento causando un profundo silencio ms elocuente que todos los bravos.

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    All en un oscuro rincn de la sala y detrs de una espesa cortina, limpio y modestamente ataviado, dando vueltas con nerviosa inquietud entre sus manos fras a su sombrero de pita, con un nudo en la garganta y una lgrima pugnando por saltar a la bronceada mejilla, un hombre de cuarenta aos, de enrgica mirada, de espaciosa frente, de barba rala y bien cuidada, tena clavados en m sus ojos de lince con una expresin de ternura indefinible; sobre mi pecho brillaban cinco medallas de primera clase, como en el de Beeche, como en el de Obando, como en el de Gallegos. El Rector, Dr. Castro, se haba dirigido a nosotros y con frase que la emocin haca temblar en su garganta, nos daba las gracias en nombre de Costa Rica, hoy risueas esperanzas, maana firmes columnas del templo sagrado de la Repblica, deca el bondadoso Rector, abrazndonos con la mirada como si furamos sus hijos; el Sr. Obispo nos alent a seguir por la hermosa senda que el porvenir nos tena abierta, sin descuidar por eso el cultivo de las virtudes de nuestros padres y llevando siempre como gida las saludables mximas de nuestra Santa Fe; el Presidente nos abraz con fraternal cario. Cuando yo estaba en sus brazos, dirigindose al Dr. Castro, le dijo: Doctor, este joven es pobre, tiene que abandonar sus estudios si el Gobierno no le ayuda; como yo me ir muy pronto, no olvide darle un empleo adecuado a sus circunstancias.Yo me retir a mi asiento con el corazn que no me caba en el pecho, trmulo de emociones encontradas, orgulloso por el triunfo y rojo hasta la punta de las uas; el caballero de la cortina me devoraba con los ojos nublados de lgrimas y con una sonrisa que ms pareca mordisco y una alegra infinita que ms pareca dolor; era mi padre, mi maestro, mi mejor amigo; me abr paso entre la apiada multitud y ca en sus brazos que casi me ahogaban con el violento apretn. Despus, con aire sereno, me dijo: Muchas gracias, hijito, ha cumplido Ud. con su deber. Y arrancndome las medallas de mi pecho, las guard silenciosamente en el bolsillo de su levita y tomndome de la mano me llev a despedirme de mis queridos maestros.Los corrillos levantaban alegres voces y sonoras carcajadas, el comedor estaba lleno de gente, la banda tocaba sus ms alegres valses, y en medio de aquel ocano de cabezas, entre el perfume de las flores, el aroma de las frutas y los ecos de las voces y de la msica, sal con mi padre a estrechar entre mis brazos y cubrir de caricias a mi madre, quien sabedora de mi triunfo me esperaba riendo y llorando a la puerta de mi hogar.El doctor Castro cumpli la palabra empeada por el Presidente de la Repblica. En un gran pliego con el membrete del Ministerio de Justicia, reciba ya mi nombramiento, mi primer empleo!Portero-escribiente del Juzgado del Crimen, con ocho pesos, cincuenta centavos de sueldo mensual.Ya era firme columna del templo sagrado de la Patria.

    LA PATRIA, 23 de febrero de 1896

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    QuIeRe usted QuedaRse a ComeR?

    En aquellos dorados tiempos una invitacin a comer, lanzada a quemarropa por el jefe de la casa, siendo sta de medianas comodidades, era un verdadero motivo de turbacin general que bien merece los honores de la descripcin. Hoy los buenos hoteles y restaurantes son un enorme y seguro recurso del que en el ao de gracia de 1876, hace veinte aos, no se poda echar mano por varias razones: la primera, porque no los haba; la segunda omito las dems.Bueno, pues me voy porque ya son las tres y media yPero hombre! Cmo va usted a irse con semejante aguacero?Es que en casa me estarnDe ningn modo, qudese usted a comer con nosotros; aqu no hay ms que pltanos y picadillo, comida de pobre, pero siempre es bueno hacer penitencia.Siento tanto molestarlos, peroNo es molestia; aqu, como en su casa. Permtame un momento, voy a avisarle a Toribia.Pero que por m noEl convidado forzoso se quedaba solito en la sala contemplando los retratos de los abuelos de su vctimas, en tanto que el dueo de casa, todo demudado, con cara de viernes de cuaresma, comunicaba la fatal noticia a su costilla, con voz de confesionario.Toribia, don Esperidin se queda a comer!Ave Mara Pursima!Cmo queras que lo dejara ir con este aguacero?Bueno, pues yo qu! Vos sabs que a Chepa tiene muy fea cuchara y que hoy es viernes y no hay olla.

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    And vos a ver qu preparan y date ligero, porque ya son casi las cuatro.Pues hijito, afloje el pollo, a ver quin lo mete en camisa de once varas! Hay que mandar a la pulpera a comprar fideos para la sopa, porque la que hay es de guineos celes, y traer siquiera un diez de pan, porque es muy feo poner tortillas; adems, no hay huevos y habr que mandar por unas piecitas y zapotillos de donde las Fernndez, porque yo no me animo a darle a ese bendito seor el dulce de chiverre!Yo no tengo ms de estos diez reales. Vos ve a ver cmo te las compons, porque me da pena dejarlo solo en la sala y voy a acompaarlo.Entretenlo siquiera un buen rato.Don Benigno volva al lado de don Esperidin con la sonrisa en los labios, en tanto que la pobre doa Toribia acuda presurosa a remediar el mal con ms susto que si tuviera el clera en la vecindad.a Chepa, tenemos convidado a comer a don Esperidin, mire qu apuro! Hizo las empanadas?Yo, dnde? Pos no vido que hoy casi no mandaron posta?No me salga con eso, a Chepa. Y ahora qu hacemos? De qu es el principio?Pos ang.Jess, Mara y Jos!Idii, de qu? de qu quera que juera? No hay verduras, ayer se acab el repollo y yo se lo avis esta maana.Pero a Chepa, caramba, poda habermeAhora s que estamos galanos! Hombr! Eso faltaba! Yo no estoy necesitada de estar prendida al fogn pa mantenerme; si lo hago, es por cario a don Benigno, pero tampoco pa que me venga ustUy! Pero cllese, a Chepa, que la va a or ese seor.Pos no me venga a echar la culpa dePero si yo no digo que usted tenga la culpa, a Chepa Y le he dicho algo?No, es que uno porque es probe tiene que aguantar.Pero yo en qu la he ofendido, a Chepa? Ve, ya se quem el lomo!Un ruido semejante al de un chorrillo de agua cayendo de plano en una laja, sala del fondo de una cazuela y un olor de pavesa de candela de sebo se esparca por la cocina y pronto por toda la casa, yendo a poner en grave sobresalto al bueno de don Benigno.

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    El percance se subsanaba con un poco de agua caliente y haca olvidar el pasajero choque de ama y cocinera. Esta, con una trompa de a jeme y aire altanero, se encaraba a su patrona.Bueno, pues eche ac la plata pa ir a mercar lo que haiga que trer.Pero va volando! Ya est aqu!La cocinera se encajaba el rebozo azulejo y sala escapada a hacer las compras, en tanto que doa Toribia, despus de atizar el fuego y pasar revista a la esculida despensa emprenda la difcil tarea de poner la mesa.Nuevos apuros y nuevos obstculos que vencer: no haba ms que dos platos hondos, una fuente un tanto, resquebrajada, cuatro platitos de diferentes colores y formas, slo una cucharita de estao, amn de torcida y deslustrada, los cuchillos mango de hueso, cachiflojos, el mantel con un parchn de caldo de frijoles semejando el mapa de frica y varios islotes y archipilagos de achiote y yema de huevo; servilletas ni una y vasos ni dos.a Chepa llegaba ahogndose con las compras y tirando el rebocillo sobre el cajn de la basura, se prevena para hacer milagros.No se descobije, a Chepita! Corra donde doa Mnica, la mujer de don Sinesio Retana, y dgale que digo yo que si me hace el favor de prestarme cuatro platos hondos, dos cuchillos, tres vasos, tres servilletas y tres cucharitas, ques que hoy se queda a comer don Esperidin, que yo se los cuido mucho y que a la noche se los devuelvo. No se le olvide nada, corra!Volva a salir a Chepa como una exhalacin y mientras tanto, la apurada doa Toribia pona los fideos y daba la primera mano a los platos complementarios.

    Por fin llegaba a Chepa con la mitad de lo pedido y con mil recomendaciones de parte de la servicial doa Mnica de Retana, la que mandaba a recordar que todava no le haban devuelto el salero que les prest el martes, ni el hacha que les prest el sbado.Ama y criada, febriles y sudorosas, se multiplicaban y de sus torpes manos iban brotando unos cuantos manjares de dudosa bondad y tristsima apariencia.Don Benigno haba ya agotado todo su arsenal de chistes, don Esperidin pugnaba por atajar enormes bostezos, el aguacero no escampaba, y ya eran las cinco y cuarto de la tarde cuando doa Toribia, previo un lavado de manos y un arreglo ligero de las mechas del ahumado cabello, apareca en la puerta de la sala con una paueleta sobre los hombros, un par de chapas rojas en las mejillas, los ojos llorosos a causa del humo y un trapillo amarrado al ndice de la mano izquierda como vendaje de alguna reciente cortadura o quemadura.Buenas tardes, don Esperidin! Cmo est la nia Salom? Dispense que no hubiera salido antes a saludarlo, peroCmo est, doa Toribia? Siento tanto haberla puesto en molestias, pero Benigno se empe y

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    No diga eso, qu molestia va a ser? Usted es el que tendr que dispensar; pero, quin iba a saber? Ayer se me fue la de adentro, a Uladislao lo tengo con la cara hinchada y a Chepa, la de los Anonos, que tengo ahora de cocinera, no sirve para nada. Pero vngase a comer que ya son casi las seis; qu temeridad, pobre don Esperidin, no sabe cunto lo considero!Seguan excusas de don Esperidin, golpecitos en la espalda dados a ste por don Benigno, a la vez que por encima del hombro diriga una mirada a su mujer que quera decir: Qu hubo?, una mueca de aqulla que significaba: Se ha hecho lo posible, y husped y matrimonio se encaminaban al comedor, llevndose de paso a Uladisladito o Lalito, fruto de bendicin, de seis aos de edad, soltero, escolar y de este vecindario, a quien aquejaba atroz postemilla y arrollaba las quijadas un gran pauelo verde, dejando a media luz el rojo y abultado carrillo.La mesa presentaba un aspecto pintoresco, mezcla de pobreza rayana en miseria y de ostentacin rayana en ridculo. Sobre el frica del mantel y disimulando desde Nueva Guinea hasta el Mar Rojo, la bandeja llena de pan francs en rebanaditas transparentes; un salero ancho rebosando sal criolla por sus bordes de vidrio fundido, cubra a medias uno de los archipilagos, en tanto que un ro amarillo de huevo con afluentes de achiote iba a desembocar debajo del plato sopero de don Benigno, ocultando su cauce entre las servilletas y a la sombra de las cucharas.Los platos llanos, con flores azules de loza ordinaria, se sentan humillados por los hondos de fina porcelana, con orilla de oro y letrero gtico Mnica de Retana, entre corona de laurel. En el centro luca su desfachatez rubicunda una tinajilla criolla sudando agua fresqusima de la que estaba henchida, y pareca desafiar con los bracillos enroscados a un enorme vaso de postrera, color de cielo con estrellas rojas, imitacin de cristal de Bohemia, que ocultaba una disimulada rajadura, volviendo la lesin hacia el puesto de Lalito.a Chepa, con las enaguas domingueras y un largusimo delantal de muestras, haca veces de sirviente y di principio a su tarea con la humeante sopa de fideos de cuerda.

    Lalito abri desmesuradamente los ojos, o mejor dicho el ojo del lado sano y con voz chillona exclam Eh, fid!, cuando un pisotn diestramente dirigido por doa Toribia, le cort el aliento, a la vez que su padre le torca los ojos. Los fideos estaban un si es no es duros y faltos de sal, aunque abundantes de soles de manteca amarillenta. Don Esperidin ya casi haba concluido de tragarse la sopa cuando a Chepa le arrimaba al codo la fuente con el lomo en salsa de sebo rechinado, rodeado de papas color de herrumbre. Un codazo del husped haca rodar una papa hasta la bandeja del pan, dibujando un nuevo y caudaloso ro, pero Lalito salvaba del ocano a aquel nufrago trasladndolo tranquilamente a su plato con la punta de los dedos.Chepa!Fue queQu es eso, Lalito, no se le ha dicho que?No lo regae, pobrecito!

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    El lomo no se dejaba cortar, cada fibra pareca un nervio y cada nervio pareca una correa; las papas navegaban en el mar de sebo rojizo, hasta que un esfuerzo heroico de don Benigno lograba desprender una tajada, que con su correspondiente salsa y papa iba a dar al plato de don Esperidin, que se entretena en hacer bolitas de miga de pan.El arroz lleg en plato hondo con su dorada costra.Mam, deme costra de esa, deca Lalito, sealando con el labio inferior el plato de arroz.Cmo se dice; ya se le olvid?Hgame el favor, por vida suya, de darme costra.Don Benigno tosa para atraer la atencin de don Esperidin; doa Toribia se morda los labios y para calmar la tormenta serva costra a Lalito, quien la reciba con la mano y la engulla con un ruido de mquina de picar piedra.Iguales o parecidos lances ocasionaron un improvisado guiso de pltano maduro con pedacitos de carne, un plato de tomates con masa y unas vainicas envueltas en huevo.Coma de estos tomates.Gracias; seora, ya he comido mucho y estoy que reviento.No sea as, si nada ha probado: el lomo lo dej, no tom casi nada de sopa yBueno, pues hgame el favor de servirme una cucharadita Basta!Pero revulvalos con arroz; y vea, estas vainicas no estn tan feas le pongo un barbudo?Despus, gracias.As conclua la primera parte de la comida.Doa Toribia instaba a don Esperidin para que se tomara la postrera; ste se excusaba pretextando que no acostumbraba esa bebida; don Benigno y hasta Lalito hacan coro a doa Toribia y tanto comprometieron al husped, que por fin lo decidieron.

    Don Benigno alz el brazo para alcanzar el consabido vaso, en tanto que Lalito mostraba sus adelantos en el deletreo leyendo la inscripcin del plato en que se haban servido las piezas y zapotillos: Mo o Mo, n i ni, Mon c a ca, Mnica. Doa Toribia le dio otro pisotn y el chiquillo separando rpidamente la mano dio en el codo de su padre, lanzando media postrera sobre las barbas de don Esperidin. La confusin llegaba a su colmo. El padre furibundo, arrim un pescozn al chiquillo en la mejilla hinchada, reventndole la postemilla. Don Esperidin se limpiaba tranquilamente los pelos llenos de leche; Lalito pona el grito en el cielo y doa Toribia, roja hasta la punta del cabello, peda mil perdones al baado caballero; en tanto que a Chepa se esmoreca de risa agarrada al cajn de la destiladera.

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    A las siete de la noche, bajo una mediana gara, sala don Esperidin de aquella casa, lleno de achiote y manteca, con la corbata hecha un trapo y la camisa empapada.Don Benigno, que lo acompaaba hasta la puerta de la calle, con frases melosas y sonrisas dulces, cerraba con estrpito y se dejaba caer desalentado en un sof; Lalito lloraba a moco tendido con una cataplasma de linaza en el cachete; doa Toribia no volva del susto, y a Chepa, hartndose sentada en el quicio de la cocina, con hipo y dolor de estmago, haca lluvias de arroz que botaba por entre los podridos dientes, a impulsos de una risa inacabable, cada vez que se acordaba de las barbas llenas de postrera del infeliz don Esperidin.

    LA PATRIA, 1 de marzo de 1896

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    una oBRa de mIseRICoRdIa

    La calle pblica ha dejado de serlo desde hace seis das en una extensin de cuarenta varas. A cada extremo del trozo cerrado, sendas alfajillas sobre cajones vacos forman la interrupcin de la servidumbre de a caballo y con carreta, como dicen las escrituras. Est cubierta de aserrn la acera de la casa de mi amigo don Liberato Valerio, quien, segn aseguran EL CEPILLO NACIONAL Y LA ALCANCA DESFONDADA, rganos notables de nuestros dos grandes partidos, se encuentra enfermo de gravedad.Las relaciones ntimas de amistad que desde hace muchos aos cultivan felizmente nuestras familias, me obligaron a hacer una visita a mi estimado don Liberato, y una noche, como a las ocho, me encamin hacia su casa, provisto de abrigo y de cigarrillos, tiles que, unidos a mi buena voluntad, me armaban de punta en blanco para poder quedarme a velar, si fuese necesario.El zagun de entrada estaba cubierto de alfombras y sacos viejos para amortiguar el ruido de las pisadas, y sobre la puerta que daba al enclaustrado corredor brillaba la rojiza luz de una lmpara con reflector que cegaba al visitante. Desde la entrada daba en las narices un fuerte olor de botica y un vaho de cocinilla de aplanchar. En el corredor se divisaban unos cuantos bancos y algunas sillas, unos y otras ocupados por parientes del enfermo y amigos de la casa.Entr de puntillas con la debida precaucin, pero aunque mis pisadas eran imperceptibles, las tablas crujan como mese de amasar. No haba recorrido ni la mitad del zagun, cuando del corredor me lanzaron un scht ! altanero, con aires de regao y ribetes de clera comprimida, a la vez que todos los bultos sentados all me imponan silencio con el ndice sobre los labios fruncidos. Continu mi entrada con mayor torpeza y sobresalto, y un gran peso se me quit de encima cuando por fin puse los pies sobre los ladrillos. Todos los bultos se enderezaron para saludarme.

    Buenas noches, seores; sintense, no se molesten dije en general, y luego, dirigindome a don Robustiano, hermano del enfermo, le pregunt con voz temblorosa: Cmo sigue don Liberato?Lo mismo, graciasme contest con voz en la que se col un suspiro prolongado que alcanz desde antes de la L hasta despus de la s.

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    Yo, que no saba cmo haba estado antes don Liberato, me qued en la misma con el lo mismo de don Robustiano, pero el suspiro me dio a comprender que el caso era grave.Tom asiento en un bal de cuero que encontr libre, con sus adornos de tachuelas, y poniendo cara compungida, me ech el sobretodo encima de las rodillas y esper a que la conversacin interrumpida a mi llegada, me diera la clave de la situacin.Pero el sbado no se le haban bajado?dijo un futuro yerno de don Liberato, con el cuello del paletot levantado hasta las orejas y un pauelito de seda arrollado al pescuezo.S, desde como media hora despus que arroj, el viernes, ya sinti que se le bajaban; l se lo dijo a Mechitas.Y qu opinaron ayer en la junta?Pues Melndez cree que habr que hacerle operacin, pero Garay y el doctor Fuljn opinan porque ya no es tiempo.Lo dije yo desde que supe que le estaban dando los clicos hepticos,dijo un seor gordo que haca traquear un taburete, persona muy respetada en la casa, antiguo empresario de una fbrica de almidn cuando a m me daban clicos en Atenas,me dijo el doctor Merino que si no se me haca la operacin en el acto, no durara un mes.Y se la hizo?No, pero fue que Atanasia me puso unos parches de aguarrs, y estuve como dos meses a punta de hombre grande y vino de coyol serenado. Vea; el ao de sesenta; no, mentira el sesenta y no cundo fue que te compr el macho dos pelos, Tiano?Don Robustiano mir el techo, engurru los ojos, y con la boca entreabierta, estuvo como un minuto revolviendo el canasto de su memoria; por fin ro:

    Ah! el come-maiz? Como que fue el aoNo hombre, el come-maiz fue el que le cambiaste a or Muoz por la potranca azuleja, acordte.Ah! s, el dos pelos dijo en alta voz don Tiano, el que te bot en Sorubres!El seor gordo se puso como un tomate y ya iba a protestar cuando, un insolente scht! lanzado desde el aposento del enfermo, le cay como un jarro de agua.La seora de la casa, esposa de don Liberato, se dirigi al grupo, andando en la punta de los pies. Usaba una enagua negra llena de chorreones de esperma; un paoln chinilla, hediondo a cataplasma, le cubra desde la cabeza hasta el cuello, en donde se arrollaba en apretado abrazo y un pauelo de dudosa limpieza le cea las sienes comprimiendo un par de rodajas de papa a los lados de la frente.

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    Hablen quedito; por vida suya. Tiano, hay que mandar a traer el ungento, antes que cierren 1a botica de don Bruno, y dos reales de esencia de clavo.El presunto yerno salt como mueco de resorte y dijo:Yo voy.No, se moleste, Too; a usted le va a hacer dao tanta mala noche, est muy acatarrado y el sereno es lo peor que hay para el pecho.Adi, no tenga cuidado! Magn me presta el sobretodo, esto no es nada.Doa Mercedes, o la nia Mechitas, como la llamaban sus amigos, me salud untndome la mano de belladona, de la que estaba cubierta.Buenas noches, nia Mechitas, y cmo sigue don Liberato?Despus de la ltima deposicin se ha calmado mucho, y dice Melndez que el ronquido es ms natural, y que si as sigue tiene mucha esperanza.El seor gordo, o sea don Tadeo Soflamas, volvi a enderezarse y con voz de chifln, dijo:

    Lo mismo que a m; sabe con qu vino a alivirseme el ronquido? Con un collar de lgrimas de San Pedro amarrado aqu (y se pona las manos en las caderas), y con los cojoyos del cirgelo macho.Dicen que son muy buenos, pero que es mejor la cscara del jinocuabo con unos granitos de ipecacuana insinu don Tiano.S, pero el jinocuabo es muy ventoso. Ve, en setiembre del setenta y uno, cuando la cosa del No pudo concluir.Un ruido como de lucha o pleito de garito sala del aposento; todos corrimos a prestar auxilio y doa Mechitas se lanz al interior desatentada.Qu fue, qu fue?Que pap se cay de la cama, por ir a alcanzar no s qu de debajo y se dio un golpe en el cachete con la pata de la mecedora, contest toda azorada la novia de Too, nico fruto del amor de don Liberato, en tanto que medio tapaba las desnudeces del infortunado viejo, pero no tan bien que no pudiera percibirse que el caso no era tan grave como Melndez crea.Todos ayudamos a levantar en peso a don Liberato, a quien acomodamos de nuevo en la cama.Pngale una venda de vinagre en el cachete. No cree usted que con la calentura le haga dao?Tiene mucha?

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    Treinta y nueve y dos quintos, y a esta hora siempre le sube.Entonces pngale una tela de araa y dulce raspado.A m, cuando me clav el vidrio, deca don Tadeo.Todos nos volvimos para contener una carcajada, porque recordbamos que al pobre Soflamas se le haba clavado un casco de botella en salva sea la parte, que lo imposibilit para sentarse por ms de un mes.Ah est el doctor!Melndez, pisando recio, con aire de Comisario del Norte y con una impertinente sonrisa de superioridad, se acerc al borde del lecho, hacindonos el honor de saludamos con una ligera inclinacin de cabeza.Se le refiri el ltimo percance. Escarb la herida de la mejilla con la punta de los dedos, con gravsimo dolor de don Liberato, quien encogi hasta el ltimo tendn de la terrosa cara; sacudi el termmetro haciendo resonar el almidonado puo de la camisa, se lo entreg al paciente, quien lo acomod en su nido, y dio principio al siguiente interrogatorio:Se puso el ungento?S, seor; pero no le ha bajado la hinchazn y sigue la misma dificultad para coger el vaso.

    A ver la lengua.Don Liberato la sac de a jeme, con riesgo de su dentadura postiza, y cubierta de un sarro amarillo-verdoso.As la tuvo largo rato, en tanto que Melndez se informaba de algunos otros detalles como nmero y color de las deposiciones, apetito, etc.Por fin sac el termmetro, despus de dar un vistazo a su magnfico cronmetro.

    Cunto tiene, doctor?Treinta y ocho y siete dcimos, va bien; ahora vamos a cambiar el tratamiento. Voy a recetarle unas cucharaditas que tomar una cada tres horas, y ya pueden darle algo slido como pechuga de gallina o carne asada.Don Liberato, con voz de chiquillo consentido, pregunt:No me dejara usted comer unos pichones de itabo?De veras, pobrecillo, desde ayer est con ese antojo, salt la nia Mechitas.Absolutamente, dijo Melndez.

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    Se levant despus de extender la receta en una hoja de su cartera, y se retir ofreciendo volver al da siguiente.Don Robustiano lo alcanz ya en el zagun:Cmo lo encuentra, doctor?No creo que haya desaparecido el peligro, pero ya hemos andado un gran trecho. Veremos maana.Y la operacin?La suspenderemos por ahora.Soflamas arrebat la receta de manos de Mechitas y se puso a descifrarla.

    Esp alca sul capr ess trem. Agse bien antes de usarlo.Aj! Espritu de alcanfor, sublimado corrosivo y esprense a la tremenda; agchese bien antes de usarlo. Vea, nia Mechitas, no le vaya a dar a Liberato, esta medicina; yo creo que Mlndez no le ha conocido la enfermedad.Por qu, don Tadeo?Porque esta medicina no se la dara yo ni a mi mayor enemigo; es una barbaridad. Figrese que le da sublimado corrosivo, fuera, de otras cosas que slo yo entiendo porque estn en latn.No diga eso, don Tadeo! Ave Mara Pursima! Yo que usted, ahora mismo llamaba al doctor Nevercures, que ha hecho curas maravillosas en los Estados Unidos, recin llegado de Paris, en donde no quiso quedarse por no hacerle competencia a los de all.Y si lo sabe Melndez?Se le dice que nadie lo llam, que fue que vino por casualidad, como amigo mo, y que no recet nada.Yo no hallo qu hacer! Me da mucha pena con Melndez; lo que haremos ser no darle esa medicina que usted dice, y si maana amanece lo mismo, vamos a ver qu camino cogemos.Pues hagmosle un remedio que es como bueno. Mire: se coge la raz del perejil crespo, se machaca junto con unas semillitas de nabillo colorado y se ponen a hervir en una botella de agua hasta que quede slo el asiento; despus se coge una cabeza de ajo, se pela y se muele en una piedra junto con la hoja de espuela de caballero, se menea bien todo en una olla nueva de barro, a fuego lento y de eso se le unta en las pelotas hasta que le escueza. Al mismo tiempo le pone un parchito en el ombligo, de lgrimas de candela y flor de ceniza. No deje de darle tambin cebada con agua de pasto y cuando le d clico, le cuelga una llave de la nuca y le pone una ayuda de cojollos de naranjo de China y hoja de gitite.Y eso es bueno?

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    Que si eso es bueno? Pregntele al padre Gumersindo que con qu se le quit a l un miserere que le dio en Piedras Negras, el ao de sesenta y ocho. Y que si no le hace bien, no le hace mal. Nada se pierde con tantear.Como la receta de Melndez estaba desechada y la de Soflamas era impracticable, se gan la vida el pobre Liberato, por lo menos en esa ocasin.Ya el paciente volva a roncar con toda naturalidad con tamaa boca abierta, cuando el relojillo despertador dio las doce.Ya es la hora del alimento, dijo la novia de Too.Djenlo dormir, deca Tiano.Es que desde las ocho no toma nada; a las cinco se tom una taza de sustancia con unas rodajitas de pan tostado; a las seis, un vasito de leche tibia y una tacita de atol de yuca con cascaritas de tortilla; a las siete apenas se bebi el chocolatillo con un polvorn, y a las ocho dej como medio pichel de atolillo y no quiso probar las galletas de soda.No importa, el sueo alimenta, djenlo dormir, dijo Soflamas.

    Todos nos volvimos al corredor, en donde encontramos a Too acostado en la mecedora y tapados los pies con mi sobretodo, del que una manga nadaba en la olla de las cataplasmas y con mi paquete de cigarrillos completamente diezmado, a extremo, de no haber ms que dos dentro del zurrn.Doa Mechitas nos brind una taza de caf que aceptamos y bebimos casi fro, y don Tiano nos llam aparte a que nos arriramos un buche del coac del enfermo.Yo trinaba de fro y de clera con el comodidoso de Too, la prdida del abrigo y de los cigarrillos y de un billetito de a cinco pesos que al mismo haba prestado para la compra del ungento y la esencia de clavo y cuyo vuelto no haba visto ni vera jams.A don Tiano se le haba encandilado un maldito raign con el buche de coac y don Tadeo se empeaba en ensartarle en las caries el pelillo de un clavo de olor, que segn aseguraba, era como con la mano, pues a l, el ao sesenta y tresMechitas se haba ido a recostar mientras amaneca, y la novia de Too se haba quedado privada a la orilla del molendero con una cataplasma de pan y leche en la mano.Aprovechando el oportunsimo momento que se me presentaba, arranqu mi sobretodo de las patas de Too y sin volver la cara me escurr hasta la calle, prometindome no cumplir jams con el precepto de visitar a los enfermos, sin previa informacin de utilidad y necesidad.

    LA PATRIA, 8 de marzo de 1896

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    sIn CoCIneRa

    Esto del ramo de criadas est cada da ms a pior, y eso que en aquellos dorados tiempos no era muy bueno, que digamos; jzguese por el siguiente lance ocurrido en casa de un amigo mo y vecino a fines del ao de 1871, cincuentenario de nuestra Independencia.

    Mi amigo don Fulgencio Buenda, secretario de no s qu juzgado y manso compaero de doa Soledad Fecunda, acababa de ser padre del stimo heredero de su nombre y de su miseria y, como tras de un da malo viene otro peor, doa Soledad no qued en situacin de amamantar al nio, tem ms en poder de a Asuncin la cocinera, como nico pao de lgrimas.a Suncin, que as la llamaban, se miraba en los ojos de la cara de Rosendo, su hijo legtimo de trece aos y en los del rostro de Luzmilda, nia de meses, habida en una desgracia que en su viudez habale acontecido.Todo el vecindario conoca el genio atroz de la vieja y era vctima de las tunantadas del muchacho, quien en compaa de los nios mayores de don Fulgencio se haba convertido en pandilla de bandoleros.a Suncin llevaba ya once aos largos de servir en casa de don Fulgencio, padrino de pila de Rosendo, y haba criado a uno de los hijos de ste y chineado a los sucesores. Era, por consiguiente, un mueble de la casa y slo se esperaba el transcurso del trmino legal para levantar ttulo, sin perjuicio de tercero de mejor derecho; ella gobernaba en los dominios de su compadre casi tanto como el ama, y gozaba tcitamente del ejercicio de patria potestad, sin cautela alguna preventiva, sobre todos los Buendas a quienes, como ella deca, haba visto nacer.Seran como las dos de la tarde del da en que ocurri el lance que voy a referir; doa Soledad, en completa dem arrullaba al recin nacido y lo paladeaba con agua azucarada esperando a la chichigua que don Fulgencio andaba buscando en el Mojn desde las ocho de la maana; los nios armaban bochinche en el patio jugando Mulita Mayor en compaa de Rosendo, y la chiquilla de la cocinera lloraba a ms y mejor, descansando un minuto para continuar media hora, metida entre un cajn vaco al lado del lavadero.

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    Rosendo haba dado una patada a un Buenda y tirado al otro entre un cao y ambas vctimas se haban vengado arrimndole una paliza digna de mejor suerte.Hora se lo voy a decir a mama.And decselo, cara de tizn apagao!Corr con el cuento!Chanchos, eh, chanchos, sinvergenzas, ladrones!Los denuestos lanzados en altas voces llegaron a odos de a Suncin, ocupada en ese instante en fregar una hermosa sopera de porcelana; darle contra el brocal del lavadero hacindola aicos, y lanzarse en auxilio de su negro, todo fue uno.Qu jue, Sendo?Que estos chancletudos me pegaron con un palo en la nuque, porque yo no quise servirles de Mulita Mayor y deca el negro soltando el llanto y hacindose el desnucado.Mentira, a Suncin; fue que l me dio antes una patada y a Chico lo bot en el cao.Pa ques eso, yo no lo hice al propio, jue que me resbal y por eso me pegaron ya Suncin, amoratada de rabia y con los ojos echando chispas, agarr de un brazo a Rosendo, y reventndolo en medio patio, exclam:Cmanselo, jrtenselo, si pa eso es que yo lo he criao, pa que sea comida de hocicones! Y te vas callando, negro de toditos los diablos, que ya me tens lalma podrida! Eso te pasa por andarte juntando con esos prncipos; bastante te lo he pronosticao, y lo que es hoy me las pags todas, vagamundo, que no considers a tu madre.Y daba vueltas como leona acosada alrededor del negro, blandiendo un enorme palo de lea.Luzmilda, aterrorizada, daba gritos atroces entre el cajn, y los Buendas haban corrido a refugiarse en el aposento de doa Soledad.a Suncin le arrim cuatro garrotazos al negro, sin dejar de hablar un solo instante y colmarlo de insultos, y por ltimo lo encerr en el cuarto de la lea.Despus se acerc a la chiquilla:Y vos por qu llors?No, mama! balbuceaba la nia.

  • Cuentos de magn

    edItoRIaL dIgItaL - ImPRenta naCIonaL

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    Te calls vos tambin, chorriada! Con bien te murs, pa ver si as no te jartan tambin porque sos descalza! Silencio!Y le tap groseramente la boca a extremo de sangrarle los labios. La nia estaba casi asfixiada, cuando afortunadamente lleg don Fulgencio, hambriento, sudoroso, empolvado, acabando de desmontar a la puerta de la calle.Qu es ese bochinche, Suncin? Por qu ests maltratando esa criatura?No venga ahora a calentarme la jupa, don Fulgencio, que ya estoy hasta la cincha de infusticias, ya yo y mis hijos no somos en esta casa ms que el olote de todo el mundo, y hora mismo me voy.Pero, qu fue lo que le hicieron a usted y a sus chiquitos?Nada, es que uno no es ms que el palo de rascase de cuanto chancletudo le da la gana de fregala, y no porque uno es probe y vive largo tiene uno por qu aguantar.Pero hgame el favor de explicarme qu ha sucedido.Pos que los muchachos han cogido de trompo de iques al pobre negro, y yo se lo alvert a ust cuando me concert, que yo traiba al negro; y l es muy noble y no se mete con naide, ni nada les est comiendo ni rasgando pa que se lo jarten; y hora mismo me largo de aqu, que lo ques comida a m ni a mis hijos nos ha de faltar, primero Dios y mi sudor de mi frentedeca a Suncin hecha un mar de lgrimas pasndose el ndice tendido por la rugosa frente y hacindolo chasquear como ltigo.Y nos deja solos en la situacin en que nos ve? Eso es tener mal corazn.Pos por las que me amarro que hoy mismo me voy, y es ya, porque una no est necesitada de que la avasallen sacndole que sus hijos son unos tales por cuales y zafo de esta casa, onde quiera me los reciben con gusto y no les restriegan el bocao de comida.Pues vyase cuando le d la regalada gana y no me jorobe ms!dijo don Fulgencio exasperado.Ve, hora s que ya no me quedo; yo me iba a quedar por velo como est de apurao, pero hora s que es verdad que ni con perros de la Gran China.La vieja, semejante a una furia, hizo un motete de sus trapos, entre los que, involuntariamente, iban unos cuantos de ajena procedencia, se carg a Luzmilda en un cuadril y se larg de la casa, llevando a empellones a Rosendo, perniquebrado y lloroso.Al pasar por frente de la alcoba donde la pobre doa Soledad arrullaba el rorro, lanz en son de desafo esta brutal exclamacin:nimas benditas que se les sale la casa pa que apriendan a t