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CRUCERO AL VERANO Cap 04 "Encuentro Cardinal"

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VICTORIANO RODRIGUEZ

CRUCERO AL VERANO 2012

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Inspirado en un pelotero de nostalgia.

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CAPITULO IV

ENCUENTRO

CARDINAL

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Un nuevo martes en la ciudad que luce radiante luego de casi dos semanas de tormentas. El agua torrencial de las poderosas lluvias ha dejado los árboles sumamente verdes y con ánimo tropical; los edificios y las calles acicaladas, brillosas, brillantes.

Los habitantes también experimentan un buen humor inconsciente. Afortunadamente un suave y refrescante viento despejó el cielo de las acaudaladas nubes, dejando que el sol se luzca inmaculado. Y para que algo sea perfecto, en toda composición existe lo opuesto. Eso que los idiotas crónicos señalan como falla y otros utilizan como motor para la vanguardia. En el pronóstico inhóspito del error encontramos a María Laura absolutamente embarrada intentando contener las lágrimas para no seguir regando sus plantas. Tantos días de lluvia fueron un martirio, paso la semana entera observando desde sus ventanales como la lluvia inundaba sus canteros y estropeaba la pulcritud de su jardín tan minuciosamente cuidado. — ¡Esto es la decadencia de Babilonia!, ¡Éste no es San Pedro, éste es el mismísimo Evemero que no le bastó con destruir los Jardines Colgantes!, ¡ahora viene por los míos!, ¡que injusticia y yo que sí creo en vos!, ¡Dios! — recitaba amasando la rabia. Los únicos presentes para el episodio eran sus gatos Evaristo y Clare. Ambos habían sido rescatados de la calle precisamente en días de lluvia mucho tiempo atrás. Ahora estos hermosos animales sólo procuraban estar bien acurrucados en su moisés de mimbre, endomingándose las

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lagañas de pereza mutuamente como buenos hermanos. Ausente, como de costumbre, se encontraba el marido de María Laura, el Dr. Cowper. Pocas personas conocían su nombre de pila y que su bigote verdadero era albino, pues se lo teñía desde la adolescencia para no llamar la atención. Su carrera en medicina interna era sumamente prestigiosa; se especializaba en cardiología. Su labor lo llevaba de viaje a menudo y por tiempo indeterminado a las capitales mundiales. Su conclusión como viajero era que en cada una de ellas la palabra "Hotel" tenía el mismo significado; en cambio "Amor" era posible decirlo en distintos idiomas y a distintas personas. Lo cual también reafirmaba sus conocimientos y teorías sobre que el corazón, desalojando la posibilidad de que el amor habite allí, sino en los ojos de los jóvenes y en la mente de los adultos. María Laura describía su espíritu aventurero como sedentario y viajaba desde la primera ausencia de su marido, sin moverse de la cama, soñando con el momento en el que él regrese y sabiendo que a pesar de estar casados, Cowper era su amor imposible. En su última comunicación telefónica, el doctor se encontraba en Londres y le comento a su esposa que el tiempo era excepcional, no había llovido en toda su estadía, pero que seguramente era producto de los atroces cambios climáticos que sufría el planeta. A María Laura no le importaba demasiado el calentamiento global. Enceguecida, seguía pensando que todo era una excusa para justificar a la lluvia que atentaba contra su gran labor. Veía a las lavandas aplastadas y embarradas, su naranjo había perdido todos los azahares que ella tanto esperaba recolectar. Sus preferidas, las Phlox

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glaberrima, antes cubrían el cantero principal del patio. Eran un círculo tapizado de colores desde la gama del azul pálido al rojo brillante con un corazón de flores blancas más altas que crecían en perfectas esferas entrelazadas como una danza de manos abiertas. Ahora parecían haber sido arrastradas por una sanguinaria y torrencial corriente de agua a una hosca isla tropical en pleno apocalipsis. La desesperada mujer igual que una enfermera en medio de una guerra mundial, atravesaba el jardín con su traje verde de emergencia colocando tutores para sanar las quebraduras de los tallos. Cada vez que encontraba una Phlox rosa ahogada en barro sentía que un niño había muerto, miraba a su madre, esa planta también moribunda y en un acto de reverencia la colocaba al borde de las lágrimas en una fuente de porcelana que era la morgue. Las tareas de rescate fueron arduas y nada la detuvo, había anulado la necesidad de comer o descansar. Llevaba trabajando desde el alba, inmediatamente después de haber cesado la tormenta. Su concentración era absoluta, incluso no se había percatado del teléfono que había estado sonando de manera frenética e ininterrumpida desde las diez de la mañana. Del otro lado de la línea se encontraba Teodora que quería reanudar sus encuentros en el café del boulevard Chacabuco. Pero ninguna de sus dos amigas parecía estar en casa. Intentó, por última vez, establecer comunicación llamando a Carmela. El teléfono sonó cinco veces y antes de darse por vencida finalmente fue correspondida. — ¿Hola?

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— ¡Carmela! qué alegría escucharte, te he llamado hasta el cansancio. ¡¿Por qué no atendías?! — ¡Teodora! no sabés todo lo que tengo para contarte; ha sido una semana realmente reveladora. ¿No querés venir a mi casa? — Estoy preocupada por María Laura, tampoco me he podido comunicar con ella durante este tiempo. Viste como es ella… incapaz de pedir ayuda, pero siento que nos necesita. Pensaba que quizás podrías acompañarme a su casa para ver si se encuentra bien... — Ay, me agarrás justo en mal momento. Estoy organizando una espectacular venta garage de todas mis pertenencias, ¡te estaba por llamar! Va a ser este mismo fin de semana. — ¿Una venta garage?... Carmela, ¿tenés problemas de dinero? porque si es así podría hacerte un préstamo… — ¡Pero no, qué barbaridad! Estoy jugando al Robin Hood conmigo misma. Le estoy quitando todo su poder a lo material para dárselo a la poesía y vivir en verdadera abundancia. — Pero entonces... ¿estás por regalar las cosas? — Bueno, metafóricamente. Van a ser precios sumamente irracionales por productos invaluables. Cuando la veas a María Laurita contale. Las espero el sábado al mediodía, ¿te parece? — Si, desde luego. Espero poder encontrar a esta mujer. Cuidate Carmela que me dejas sumamente preocupada, ¿sí? — No te preocupes por nada Teodora, ¡festejá que es verano!... ¡y quizás muy pronto sea verano toda la vida! chau, chau...(tu tu tu tu tu) — La conversación finaliza bruscamente dejando a Teodora observando con asombro el tubo del teléfono. Asombro con el que casi sin pensar buscó su cartera, asombro y dudas con las que salió de su domicilio y una incertidumbre que tuvo que

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combatir para poder indicarle al taxista a dónde quería ir. — A la casa de María Laura por favor — exclamó sin titubear con sus ojos saltones en un evidente estado desorbitado. El taxista sólo pensó que trataba de una broma, sonrió como buen bonachón y se quedó mirándola hasta que ella lograra reaccionar para explicarle como llegar a dicho destino. Por fuera la casa de los Cowper era realmente distinguida. Edificada con ladrillos rojos, aberturas de orientación vertical y un perfil angosto y elevado, típico del estilo Inglés. Un gigantesco ligustrín proporcionaba privacidad envidiable y a su vez un aspecto acogedor y misterioso. Teodora llamo al portero con el mismo enigma que infundía el lugar. El único que reacciono al sonido fue Evaristo que interpreto el asunto como una convocatoria al hambre. Suavemente se levantó de sus aposentos y caminó al patio en busca de su proveedora de alimento. Avanzó lento pero seguro hacia María Laura y cuando estuvo lo suficientemente cerca, se sentó, la observo un instante y maulló en su tono amoroso y demandante. El mensaje era claro: "Hola, me parece que ha olvidado que existen dos seres que también necesitan atención en esta casa". Se dio vuelta coqueteando e insinuó el camino. Ella lo acompañó, ingresó a la cocina y fue intercedida por el timbre, se quito los guantes sucios y atendió el portero. Una vez adentro Teodora se dispuso a ayudarla en el jardín el resto de la tarde. Durante ese período María Laura hablaba poco, daba algunas ordenes y Teodora ayudaba fielmente al mismo tiempo que conversaba muy optimista con las plantas acerca de su pronta recuperación.

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El caer de la noche las encontró descuidadas, hambrientas, exhaustas. Se sentaron en el sillón de madera con almohadones de lona a rayas verdes que se encontraba en la galería. Desde allí se veía la inmensa labor que habían realizado — Nos merecemos un premio, ¿no te parece? — susurró Teodora buscando aprobación. María Laura alegó con un suspiro minimamente exaltado - Un premio y una ducha, pero sobre todo una digna cena. Teodora se levantó del asiento y caminó dirigiéndose adentro — De eso me puedo ocupar yo. La dueña de casa preocupada la intercepto en medio del camino advirtiéndole — ¡No te vas a poner a cocinar a esta hora! Al regreso Teodora traía su misteriosa cartera de la cual prometía desenfundar su teléfono celular — No querida… delivery. ¡La vida nos sonríe! María Laura la observó un momento como hurgaba en esa cartera tan desprolija, quizás por eso no le daba mucha seguridad su propuesta. — Me da desconfianza comer cualquier cosa, mirá que no me gusta la comida recalentada... En medio de la acción de encontrar el aparato Teodora intento infundirle tranquilidad en un tono sereno que contrastaba con el ruidoso accionar de sus manos entre papeles, perfume y maquillajes —Es un restaurant de lo mejor, que no hace mucho empezaron a hacer envíos a domicilio, no es tan lejos de acá. ¡Tienen unas pastas buenísimas! Esas eran las palabras mágicas, el menú perfecto, un plato de pasta. Ahora podía ofrecer un poco más de comodidad — Bueno mientras esperamos nos pegamos una ducha, te presto ropa limpia ¿te parece? Finalmente, con el teléfono en la mano, Teodora buscó en su lista de contactos (ella lo llamaba "Il

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Trabucco" pero el verdadero nombre de dicho restaurant era "Il Tarabuso"). Cuando consiguió el número, marcó y se puso el aparato en el oído escuchando el típico tono de llamada. — Bueno espera que hablo, ¿qué te pido?… A mí me va a quedar grande tu ropa. María Laura la miró pero la notó muy distraída como para hacerle un planteo al respecto. — Que desagradecida... Usa el baño de abajo. Quiero papardelles y que no tengan ajo ni tomate, ¿escuchaste? Teodora asistió con la cabeza, ya estaba hablando con la operadora. La demora era de treinta minutos, prudente espacio para el aseo. María Laura se retiro un tanto insultada como de costumbre por la incontinencia verbal de su amiga, sabía que no era mal intencionada, pero para entenderla, solo una vigorosa ducha tibia en la espalda podía inducirla al perdón absoluto. En la planta baja de la casa Teodora fue escoltada hasta el baño por Evaristo. Una vez adentro mientras se desvestía notaba que el gran gato negro la observaba dulcemente con sus potentes ojos verdes. Su presencia era tan masculina que lograba intimidarla. Teodora experimentaba un erotismo adolescente y pudoroso que la obligaba a cubrirse. Abrió a ducha y sentía una caricia recorriéndole la espalda con tal intensidad que logró vencer la tensión con la que sus manos sujetaban la toalla, dejándola caer y revelando toda su desnudez frente al animal. El agua recorriéndole el cuerpo, escurriéndose entre sus piernas, llevándose el cansancio del día y al mismo tiempo una sensación de deseo ronroneante que la elevaba ardientemente dentro de la mirada de Evaristo. El jabón y la espuma embebían su cuerpo cremosamente como en una nube de burbujas que

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explotaron al escuchar a María Laura detrás de la puerta — ¿Cuánto te dijeron que iban a demorarse los de la comida? Interrumpidos en su clandestinidad Evaristo tuvo un reflejo de pánico y Teodora casi resbala de no haberse agarrado al grifo — ¡Treinta minutos!... ¡Ya salgo!- Luego de cambiarse, Teodora abrió la puerta para que saliera Evaristo que fue recibido por un zarpazo de Clare que terminó en un violento juego de reproches por las escaleras. Ella salió luego, sigilosa y tímida. Al llegar al comedor María Laura estaba colocando un disco de Paul McCartney. Se sentó relajada y observó sobre la mesa que su amiga había colocado un candelabro con velas que aun no estaban prendidas. — Laurita, ¿querés que las prenda? — Sí, hay fósforos sobre la mesa de la cocina. Ruido de madriguera, Teodora ya se encontraba buscando entre su cartera un encendedor. — Yo tengo, dejá… María Laura se sentó con extrañez, la otra ya prendía las velas. — ¿Porque tenés fuego?, ¿fumás?... Afortunadamente para Teodora, el timbre interrumpió el interrogatorio. — ¡La comida!, ¿atendés vos? María laura rezongó frunciendo el ceño, apuntó su mirada y en su cara nació algo de picardía… — Sí voy yo; no voy a dejar que salgas con las orejas llenas de jabón, ¡andá a enjuagarte bien! Teodora, totalmente avergonzada, corrió nuevamente al baño mientras se escuchaban las risas de Laura camino a la puerta. Con sus oídos llenos de agua, los ruidos que provenían del comedor y la voz de su amiga

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llamándola se mezclaron en un solo sonido hipnótico. Al salir, María Laura tenía los platos servidos y tapados — Se está enfriando… — Acá estoy, ¡acá estoy! Llega Teodora y María Laura la observa corroborando que sus orejas ya no tienen jabón, sólo que ahora se detiene en el cabello de su acompañante. Luce extremadamente sano y brillante a pesar de su tintura castaña rojiza. — Qué lindo tenés el pelo. Mirame a mí, ¡lo tengo re seco! — Debe ser tu shampoo, ¿qué usás? — Los trae mi marido de los hoteles — Responde Laura, dándole poca importancia a la cuestión. Teodora abre los ojos sorprendida mientras enrosca los papardelles con el tenedor. — Me sorprende mucho que no te cuides el pelo. Él los trae porque evidentemente no los usa… — Sí, puede ser. Te dije que no me gustaba la comida recalentada y esto ya está frío. Violentamente, María Laura se levanta de la mesa con el plato camino a la cocina. Teodora, se queda sentada un momento más, casi inadvertida sigue comiendo. Al cabo de algunos minutos escucha el sonido de un cuchillo cortando en seco. Corre a la cocina y encuentra a María Laura llorando. — ¡Es la cebolla! — le aclara de antemano sin dejarla preguntar. Teodora se acerca, pone el plato sobre la mesada y se sienta en la pequeña mesa en la esquina sin decir nada. María sigue picando verduras, las zanahorias también la hacen llorar. En medio del clima se siente en confianza como para indagar en ella misma

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— La comida mal hecha es algo que no puedo soportar, las cosas a medias, lo desprolijo. Sé que soy demasiado exigente, pero no con el resto. A los demás nunca les he pedido nada, solo espacio para sentir que yo no entorpezco. Al final no se compartir y es algo que me pesa. Es tan vacio como el hambre y tan duro como entrar en razón. — ¿Pero qué estás haciendo? — preguntó Teodora intentando acomodarse en la silla. — Una sopa, por que sé perfectamente que nadie puede amarte ni hacerte la mejor sopa, solo una misma. — Sí, es verdad, yo le pongo solamente queso. No sé porque pero me está doliendo la espalda. María Laura, seria, voltea para verla — Son las sillas, las compro mi marido a propósito. Dice que no invitan a sentarte, es para que te mantengas en movimiento. Por eso es que paso tanto tiempo en el jardín. María Laura mete las verduras en la cacerola, la tapa y continúa… — Vení vamos al sillón que ese lo compre yo. Al sentarse, nuevamente, Teodora inspecciona entre su cartera y saca un estuche de lentes recetados. — ¿Qué tenés ahí? — pregunta confundida María Laura, mientras se seca las lágrimas. Teodora saca un cigarrillo de marihuana, lo huele, lo enciende. — Cuando yo era chica me dijeron que podía ser cualquier cosa en la vida y acá me tenés: soy cualquier cosa. A pesar de que después decidieron por mí en muchos ámbitos, amiga, la vida no es tan en serio — tose — No somos nada si alguien no se acuerda de nosotros. Y yo si me acuerdo de ustedes, por más mala memoria que tenga. – cierra la frase con unas cómicas comillas que levantan el telón a la risa.

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María Laura pícaramente prueba la marihuana y la charla se extendiende horas, olvidarse de la sopa, del día, de los problemas. Los encuentros son momentos que no se esperan, se construyen al igual que el amor y luego destraban puertas. Esas que sufrían de solo pensar que nunca serían abiertas.

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Continuará…

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