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Crónicas de Marianela, by Anonymous Crónicas de Marianela, by Anonymous 1

Crónicas de Marianela

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novela costumbrista

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  • Crnicas de Marianela, by Anonymous

    Crnicas de Marianela, by Anonymous 1

  • The Project Gutenberg EBook of Crnicas de Marianela, by Anonymous This eBook is for the use of anyoneanywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use itunder the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.org

    Title: Crnicas de Marianela

    Author: Anonymous

    Editor: Pedro L. Balza

    Release Date: December 4, 2010 [EBook #34565]

    Language: Spanish

    Character set encoding: ISO-8859-1

    *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CRNICAS DE MARIANELA ***

    Produced by Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at DP Europe (http://dp.rastko.net)

    CRNICAS

    DE

    MARIANELA

    1917.

    INDICE

    Pag.

    Presentacin en Sociedad 5

    El matrimonio 7

    El amor y su apariencia 15

    El n de las nias 18

    El Gancho 23

    Las Planchadoras 29

    La moda y el diablo 33

    Los Tramitadores 39

    Los afeites 45

    Las paces 51

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  • Crotalogia 57

    Rosala en Los Carpinchos 63

    El arte de estar enferma 70

    Las inquietudes de Petrona 75

    Pequea defensa de la murmuracin 81

    Los secretos 84

    La desventura de Luisa 89

    Desavenencia trascendental 93

    Las reinas en la guerra 98

    Frivolidad y tilinguismo 100

    Ins y los cipreses 110

    La fiesta hpica 115

    Las angustias de mi protegida 120

    La inutilidad de San Juan Bautista 126

    Sin presidenta 132

    La abuela del rey de los cipreses, o el orgullo ancestral 140

    Desahuciado!! 148

    La viuda de Esquiln va a Mar del Plata 154

    ADVERTENCIA.

    El inters que han despertado las amenas crnicas de "Marianela" publicadas en la pgina femenina de "LAPRENSA" me ha inducido a solicitar del Director del gran diario, Don Ezequiel P. Paz, el permiso paraeditarlas.

    La benevolencia gentil del seor Paz ha otorgado el consentimiento, y hoy aparecen los chispeantes artculosde la distinguida escritora compilados en este elegante volumen. Notorio es el xito creciente que han logradoestas crnicas; aparte su mrito literario, puesto de relieve en un estilo fcil, terso y armonioso, contienen otracualidad ms esencial aun, consistente en su sana orientacin tica, en una crtica, suavemente irnica, denuestros hbitos y costumbres. Trtase, en fin, de un libro interesante, ameno instructivo, en el cual, a labelleza artstica, se unen, en consorcio admirable, tiles normas de conducta, expuestas con delicadohumorismo y singular gracejo narrativo.

    Pedro L. Balza

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  • (Editor)

    PRESENTACIN EN SOCIEDAD

    Su presentacin en sociedad es el primer episodio interesante en la vida de la mujer. Ha terminado la infancia,que acaso sea lo mejor de la existencia. La trasformacin de la niez en pubertad trae tambin un cambiocompleto en la vida del espritu.

    La nia se ha convertido en seorita. Ya la mueca ha quedado abandonada. La mam de la seorita, condulce melancola, la recoge y la guarda en un mueble tradicional. La seorita no hace caso de su mueca: leparece un objeto antediluviano, pues aunque el tiempo pasado es poco, la trasformacin es tanta que todo lode ayer ha adquirido carcter remoto. Ya vendr un da en que vuelva sus ojos, acaso tristes, acaso llorosos, ala mueca que alboroz sus horas infantiles. Pero ahora, no; ahora ha quedado relegada a completo olvido.Porque la seorita se halla trmula de emocin. Se va a presentar en sociedad; est por asomarse al mundo. Yun tumulto de ideas, mejor dicho, de imaginaciones--porque, propiamente ideas sobre el mundo, no tiene aunla seorita--asaltan su mente en ligero torbellino, se agitan, bullen, vuelan y revuelan como mariposas entorno del foco luminoso.

    Cmo ser el mundo? He ah la preocupacin de la seorita. Pero esta preocupacin est exenta de tristeza,de gravedad, de pesimismo. Porque, en realidad, no se pregunta: cmo ser el mundo?, interrogacin hartofilosfica para sus aos y su inexperiencia. Lo que ella se pregunta es: cmo le parecer yo al mundo?. Y amedida que se atava y se adorna y se embellece con los mil recursos que la moda inventa, piensa la seorita,frente al espejo que refleja su figura de mujer en esbozo: yo creo que le voy a parecer bonita al mundo. Yesta idea optimista, justificada desde luego, porque la seorita es linda, le produce una alegra exultante,alborozada, llena de ntimo regocijo. En ese momento del atavo, los detalles adquieren una importanciafundamental; el gracioso lunar, el rizo juguetn, todo aquello que constituye su personalidad, sudiferenciacin de las dems seoritas que tambin se presentan en sociedad, adquieren un relievepreponderante y definitivo. El lunarcillo y el ricito son invencibles; nada, nada, invencibles!...

    Una ligera inquietud invade el espritu de mam. Es necesario que la presentacin cause buen efecto. Est enello comprometido el buen gusto y el tino educador de mam. La seora ha ledo a Carmen Sylva, la buena ydiscreta reina rumana, y repite a su hija estas palabras que pueden servir de norma en una presentacin ensociedad: La tontera se coloca siempre en primera fila para ser vista; la inteligencia se coloca detrs paraver. Y luego agrega por cuenta propia: discrecin, hija ma, compostura, sosiego; mide lo que dices; msvale que peques por cortedad.

    Pap tambin est un poco impresionado. Cree, como Terencio, que las mujeres, igual que los nios, secorrigen con leves sentencias. Y apunta algunas apropiadas al caso. La seorita silenciosa parece mejor quela locuaz. El discreto seor hace algunas observaciones filosficas sobre la coquetera. A su juicio lacoquetera no tiene ms fin que hacer subir las acciones de la belleza. Pero el prudente pap advierte que esnecesario tener sentido de la medida; no hacerlas subir demasiado, porque pueden caer de golpe una vezdescubierto que se abusa del recurso para hacerlas subir. Pap agrega otros razonamientos graves, discretos,oportunos. No hay que ser criticona, dice. Y volvindose a la esposa, agrega: Segn Schiller, la mujertiene ojos de lince para ver los defectos de las dems mujeres. Y luego agrega por cuenta propia: Loshombres nos enteramos de los defectos de una dama por otra dama; pero adquirimos mala idea de quien nossuministra la informacin.

    Ya la seorita est ataviada: un traje primoroso realza su figura: primor sobre primor. Est elegantsima,observa la seora al esposo. S, s, dice ste, muy elegante, muy linda. Y recordando las palabras de unpedagogo argentino agrega: Pero hay que ser tambin paqueta por dentro: que a la figura elegante nocorresponda un espritu deforme. La seora confa en que la nia ser siempre muy buena. Es nuestra hija,termina. Es verdad,--asiente el padre conmovido--; ser buena, porque es nuestra hija.

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  • Entre observaciones, besos y mimos, la seorita, llena de alegra y de ilusiones, se dispone a presentarse ensociedad.

    EL MATRIMONIO

    Se ha dicho muchas veces que el matrimonio es la tumba del amor. Por eso sin duda los diversos poetas quehan cantado la vida de Don Juan no casan nunca a su hroe. No han querido someter a prueba su capacidadamorosa ni la consistencia de su sentimiento.

    Y es que Don Juan no es un verdadero enamorado. Balvo, un filsofo modesto, pero muy discreto, destruyecon cuatro palabras todas las apologas rimadas que se han hecho de Don Juan: quien ama a muchas, no amamucho; quien ama a menudo, no ama largo tiempo; quien ama con variedad, no ama dignamente.

    Entre los poetas y este modesto filsofo, la eleccin no es dudosa para nosotras. La consistencia del amor seprueba en el matrimonio; slo una larga convivencia nos demostrar si el corazn est bien puesto, en quiciopermanente.

    Por lo dems algo hay de cierto en eso de que el matrimonio es la tumba del amor. No en balde la frase gozade tanta difusin en el mundo. Pero es porque el amor, en su forma exaltada, slo es, como dice Voltaire, uncaamazo dado por la naturaleza y bordado por la imaginacin. Ahora bien: el caamazo, la belleza fsica, noresiste la tirana del tiempo que imprime las tristes huellas de la decadencia; y la imaginacin bordadoratambin acaba por sosegarse y quedar sustituda por una dulce y reflexiva calma.

    Entonces el amor no tiene ms que una salvacin: el cario. Los poetas, que son los mayores perturbadoresdel mundo, siempre han desdeado, por subalterno, este sentimiento, que es mucho ms fundamental y msslido que el amor. El amor es la llama; quiz no pase de una fogata fugaz; el cario es el rescoldo hecho de labuena y diaria lumbre del hogar, de la mutua adhesin, del perdn mutuo, de la recproca tolerancia, de loscomunes gozos y sufrimientos, de las alegras conjuntas y de la fusin de las lgrimas. El amor tiene unenemigo que le vence siempre: el tedio. El cario no tiene enemigo que le venza, porque est apoyado en elsentimiento de convivencia. Vale ms, mucho ms, el calor del rescoldo que el de la fogata. Cuando la fogatano se convierte en rescoldo, slo quedan de ella fras cenizas. Brasa y no pavesa ha de ser lo que quede de lajuvenil exaltacin espiritual y del ardor de los sentidos. Te amo!. Es una frase de novela, excesiva,afectada. Te quiero, es una frase ms sencilla, ms grave, ms profunda y ms humana. Te amo!, diceDon Juan, que nunca fu un hombre honrado. Te quiero, dice el hombre de bien, que seguramente cumplelo que dice.

    Saber convivir... He ah el secreto del buen matrimonio. Dar normas fijas es imposible, puesto que hay tantavariedad de caracteres y de circunstancias cuantas parejas constituyen la organizacin monogmica delmundo.

    Desde luego la cualidad esencial de la mujer es la dulzura. La palabra suave quebranta la ira. Una mujercolrica es el mayor tormento de un hogar. A m, personalmente, me produce la impresin de un canariohidrfobo; algo, en fin, absurdo y horrible. Cuntase que uno de los siete sabios de Grecia (Soln, Bas, Tales,Anacarsis, Pitaco, Quiln, Periandro, no se sabe cul; lo mismo da, cualquiera....) tena un discpulo queestaba enamorado. El novio, lleno de entusiasmo, refera al maestro las cualidades de su futura. Es hermosacomo el lucero de la maana--deca el joven. El filsofo escriba: cero.--Es rica, como la heredera deCreso--aada el doncel. El genio griego volva a escribir: cero. (La dote, pensara probablemente elfilsofo, es la gran virtud de los padres). El enamorado agreg: Es inteligente. Y el gran hombre puso otravez: cero.--Es noble--Cero.--Tiene muy buena parentela.--Cero.--Buena educacin.--Cero.El enamorado miraba atnito a su querido maestro. Por ltimo le dijo: tiene un carcter dulce. Y entonces elsabio heleno, el ms sabio de los siete sabios, estamp la unidad a la izquierda de todos los ceros que habaido poniendo, para demostrar que slo as adquiran valor las dems cualidades.

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  • Todo es grato al lado de una mujer dulce: todo es amargo al lado de una irascible. Seductora es la belleza,atrayentes la espiritualidad y el donaire; pero es la dulzura la que ms retiene al hombre. Y la felicidad delmatrimonio est en retenerse mutuamente. Palabras suaves, conceptos delicados, ademanes tranquilos formanel mayor encanto de la mujer. Madame Neker, cuyo ingenio luci tanto en los salones de Versalles, en losmomentos precursores de la Revolucin, cuando todas las pasiones estaban a punto de estallar, sola decir asus amigas que las palabras ofenden ms que las acciones, el tono ms que las palabras y el aire ms que eltono. La esposa del famoso hacendista hubiera podido dictar una ctedra de psicologa conyugal. Dulzura,suavidad, amigas mas. Los hombres rompen los eslabones de una cadena de hierro; en cambio hallanagradable la atadura si ella est formada por tenues hilos de seda. Sean nuestras palabras como nuestrosbrazos en las horas de deliquio: suaves, blandas, dciles. Yo, como mujer, gusto mucho de oir hablar a losmaridos de sus respectivas esposas. Y he observado que cuando elogian el ingenio, la gracia, la belleza, laelegancia o cualquier otra cualidad fsica o moral, lo hacen sin mayor calor. En cambio, cuando dicen: mimujer es una pastaflora, dan a su expresin un tono de ntima ternura que revela cunto impresiona a suespritu esta cualidad femenina.

    La popular frase transcripta encierra las principales virtudes de la mujer: la bondad, la resignacin, elavenimiento a todas las circunstancias, la tolerancia, la encantadora docilidad.

    Defecto grave en la mujer es tener un espritu contradictor, una voluntad terne, un carcter terco. A la mujerno debe costarle ceder. La testarudez es buena y honrosa en los generales que defienden un fortn. Para lamujer, ceder es conseguir--siempre que el marido sea tierno, delicado y comprensivo. Jams la mujer--y estoes importantsimo--debe herir al marido en aquello en que cifra su amor propio. Tngase en cuenta que elamor propio es ms fuerte que el amor; como que muchas veces se ama por amor propio, ms aun que poramor a la persona amada. Cuidado, pues, mucho cuidado con herir el amor propio del marido. Yo (y perdonenmis amigas que me ponga como ejemplo; lo har pocas veces) estoy casada con un estanciero, hombrebonsimo, inteligente, gentil, cordial, que me quiere tanto, tanto... como yo a l, lo que equivale a buscartrminos de comparacin con lo infinito. Pues bien, mi marido es aficionado a la historia natural y presume deconocer como nadie (y conoce, yo lo afirmo, porque le quiero mucho, y esta es una razn definitiva) la faunaargentina y muy especialmente--aqu est su amor propio--las aves noctvagas que vuelan por nuestroscampos al morir el da. Paseando a esa hora por la estancia, ha confundido alguna vez el carancho con lalechuza; porque mi marido nunca tuvo buena vista, excepto cuando me eligi a m. Bueno; pues yo nunca lecontradigo, porque, adems de herir su amor propio de entendido en aves noctvagas, le molestara miadvertencia, significndole que tiene malos ojos, y los tiene hermossimos, aunque ven poco. Para qucontradecirle? Para qu herir su amor propio de naturalista? Para qu recordarle que no ve bien? Qu msda que aquello que vol sea lechuza o sea carancho o sea chimango? La cuestin es que l sea felizcreyndose un excelente naturalista, dotado de buenos ojos. Y si es feliz con mi asentimiento, por qunegrselo? Alguna vez l mismo sale de su error, y entonces, enternecido, paga con un beso mudo la intencinde mi aquiescencia. Y este beso de mi marido vale ms, mucho ms que toda la fauna, incluso la humana, quepuebla la tierra.

    He contado esta nimiedad tan ntima, tan personal, a guisa de ejemplo, para demostrar que no debemantenerse contradiccin en cosas sin importancia. (Y no quiere esto decir que las aves noctvagas carezcande inters; lo tienen, y muy grande, desde que le interesan a mi marido). Una herida de amor propio tardamucho en curarse; quiz no cicatriza bien nunca. Queda siempre un sordo resentimiento. Y elresentimiento--la misma palabra lo dice--es el sentimiento ms terne, ms perenne, de ms triste duracin.

    La incompatibilidad de caracteres es lo ms deplorables de la vida conyugal. Y suele nacer de nimiedades, deintolerancias, de tozudeces insustanciales. Una mujer dscola es inaguantable. Hay que ser como la cera, dcilal moldeo, que al fin el moldeador suele adquirir el carcter de lo moldeado. La vida es breve, y pasarla endisputa constante equivale a cambiar la felicidad relativa por un potro de tormento. Y nada resuelve eldivorcio; porque, como ha dicho un filsofo--claro que un filsofo feminista--el divorcio es la disolucin deuna sociedad en que la mujer ha puesto su capital y el hombre solamente el usufructo. Y adnde va una sin

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  • capital? No hay que perder el socio, sino avenirse con l, aunque la sociedad luche con algunos tropiezos.Allanmoslos, en vez de aumentarlos; que al quitar los nuestros, tambin l--si no es una malapersona--quitar los suyos, despejando as el camino de la dicha. Vivir es ya un milagro; no depende denuestra voluntad, sino de la Providencia. Saber vivir depende de nosotros mismos. No malogremos el don dela vida que Dios quiso otorgarnos.

    De las condiciones del hombre en el matrimonio no me atrevo a hablar. Siento invencible timidez para tocareste punto, asaz complejo y difcil. Los msticos, los santos, que todos fueron solteros, aceptando todas lascruces, menos la del matrimonio--con lo cual su santidad desmerece un poco por falta de sometimiento aprueba completa--decan que al matrimonio, como a la muerte, es difcil llegar bien preparados. No seenojarn los hombres, si apoyndonos en el testimonio de los santos, decimos que la mujer llega almatrimonio en condiciones espirituales superiores. Y as debe ser, porque para el hombre el matrimonio es unaccidente, mientras que para la mujer es el hecho fundamental de su vida.

    A pesar de mi temor para hablar de esta materia, me atrevo a insinuar que entre los hombres dedicados a lavida intelectual, los mejor dispuestos para el matrimonio son los polticos. El literato, el mismo filsofo, elpintor, el msico, los artistas, en general, son peligrosos, porque su arte y su filosofa estn siempre en primertrmino, antes que la mujer. Adems, son un poco raros y no poco arbitrarios. Y entre los polticos se debepreferir, no a los dogmticos empecinados, no a los caudillos exaltados, ni a los oradores famosos, que sontambin, como los artistas, un poco peligrosos, sino a los que tienen aptitudes gobernantes. La razn estriba enque, siendo el gobierno del Estado una serie de concesiones, llegan bien dispuestos al matrimonio, que esigualmente otra serie de concesiones.

    Termino. Me he extendido demasiado. Pero tngase en cuenta que la cuestin es ardua y llena todas lasbibliotecas del universo, sin que se haya resuelto satisfactoriamente. Slo insistir, para concluir, en que elcario vale ms que el amor, porque es ms sostenible, ms durable, ms permanente. Lope de Vega, voto decalidad, pues fu un Don Juan efectivo, lleno de devaneos y tormentosas pasiones, nos dice en unos versos desu comedia El mayor imposible, estas palabras razonables sobre la exaltacin amorosa:

    Que muchos que se han casado Forzados de un amor loco, Suelen despus hallar poco, De lo mucho que hanpensado.

    Cario, cario, dulcsimo y solidsimo sentimiento! En t reside la dicha duradera. El cario surge deconvivir. El amor nace de no haber convivido. Reflexionad sobre esto, amigas mas...

    EL AMOR Y SU APARIENCIA

    Cul es en la mujer la verdadera edad del amor? Puntualicemos con ms precisin, pues la preguntaformulada es un poco vaga: en qu edad se halla la mujer en mejor disposicin espiritual para enamorarse y,en consecuencia, para unirse a un hombre, segura de que su sentimiento es firme, permanente, fijo, como laestrella polar?

    Un personaje novelesco de Anatole France (creo que es el bondadoso filsofo seor Bergeret) dice que elamor es como la devoci; llega un poco tarde: no se es amorosa ni devota a los 20 aos.

    La observacin es exacta. El amor, en realidad, es un fanatismo, una de las tantas formas de la exaltacinfantica. Ahora bien: para fanatizarse es necesario que el espritu est formado y que nuestras ideas estn muyhechas, muy elaboradas. Ni el tierno doncel, como si dijramos el cadete, ni la seorita, la nia, que acaba deasomarse al mundo, tienen la aptitud del fanatismo. Es un error creer que los aos y la experiencia evitan quenos fanaticemos. Ocurre, precisamente todo lo contrario. La experiencia y los aos nos aferran a determinadasideas y dan consistencia definitiva a ciertos sentimientos.

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  • Pero dejemos los dems fanatismos para ocuparnos del fanatismo amoroso, de ese sentimiento de exaltadafirmeza, de perennidad indestructible, que nos lleva a entregar a otro corazn el reinado sobre el nuestro.Cundo se produce de modo integral, con las potencias todas de nuestro querer, con la embriaguez absolutade nuestro espritu, esta adoracin, en que, usando la pompa verbal de Vctor Hugo, el amor es laconcentracin de todo el universo en un solo ser y la dilatacin de este solo ser hasta Dios?

    Porque es menester no confundir el amor con su apariencia. Al saltar de la niez a la pubertad, le ocurre a lamujer lo que a la mariposa al salir de su estado de crislida. Sus primeros vuelos son inciertos, aturdidos,inseguros. Las alas son tiernas, dbiles, y no han adquirido an el sentido de orientacin. Y lo mismo paravolar que para amar es requisito indispensable cierto grado de robustez en las alas.

    El origen de nuestras desventuras en la vida est en que la sensibilidad es ms precoz que el entendimiento.Lo que ms falta nos hace es precisamente lo ltimo en formarse. La mente es impotente para regir laconfusin tumultuaria de nuestras primeras emociones en su incierto y atorbellinado vuelo. Y as venimos aser juguetes, como barquichuelo sin gobierno, del oleaje de nuestras sensaciones. El naufragar o arribar a buenpuerto depende entonces, no de la seguridad de nuestra brjula, sino del hado favorable o adverso,independiente de nuestra voluntad y de nuestra orientacin reflexiva.

    A los diez y ocho o veinte aos la mujer se impresiona fcilmente. Pero esta impresin suele ser fugaz,verstil, inconsciente. El error est en tomarla por definitiva, esclavizndose a una emocin pasajera. Elacierto electivo en este caso est librado al azar, a que la casualidad haya determinado que sta primeraemocin nos haya sido provocada por persona que realmente lo merezca. Y la eleccin de marido, como laeleccin de esposa, no debe ser una lotera. Saqu novio de tal baile es una frase corriente entre lasmuchachas. No, no; no hay que sacarse el novio de una vuelta de vals, sino de muchas vueltas delentendimiento; que el discurrir bien no excluye el sentir profundamente. Son los poetas los que han dicho queel rgano del amor es el corazn. Pero los poetas han llenado el mundo de bellas mentiras, sonoras metforas,falsas imgenes y seductoras demencias. El origen del amor y de todas nuestras emociones est en la mente.Ella es el divino crisol en que se fraguan todas las formas de nuestro sentir. El corazn es como la ruedacatalina de un reloj, que no tiene, por s, conciencia de su propio movimiento. De la idea, de nuestrarepresentacin mental sobre otra persona, surgen la adhesin y el amor hacia ella. Entonces es importantsimoque esta idea, punto de arranque de la emocin, sea acertada, no ligera ni superficial; pues sobre pobres, falsoso frgiles cimientos, mal se sostendrn las torres y chapiteles de nuestros ensueos.

    La eleccin debe fundarse en mltiples y atentas observaciones del sujeto, en el anlisis de sus prendasmorales, en la ndole de su carcter, en lo que es ahora (punto de relativa importancia), y en lo que puede serluego (asunto de capitalsima trascendencia). El sentimiento amoroso asciende y desciende con elconocimiento. Imaginar no es lo mismo que conocer, y el amor suele confundir estos dos valores mentales.Con la imaginacin creamos sujetos propios, modelos que nada tienen que ver con la realidad ya creada. Mitipo suele diferir del tipo, que tiene su propia alma, su carcter propio y sus propias maas; alma, maas ycarcter que no corresponden al bello sujeto fraguado por nuestra fantasa en complicidad con los errores depercepcin de nuestros sentidos. No quiere esto decir que el amor ha de estar exento de imaginacin y defantasa. Una criatura sin imaginacin es como una tierra sin sol. Pero siempre conviene que la imaginacininicie su vuelo desde la cspide del conocimiento y no desde los abismos de la ignorancia. Las alas parten msraudas y seguras a hender los espacios cuanto ms alta y slida sea la atalaya de observacin desde la cual selanzan a volar.

    A la edad de diez y ocho o veinte aos la mujer carece de aptitudes analticas y de observacin. El mundo espara ella una maravilla deslumbrante, en cuya presencia el optimismo toma formas de ceguera. Y el amortiene mayores garantas de xito cuando emplea los cien ojos de Argos que cuando elige cubierto con la vendade Cupido. El amigo Cupido y su venda constituyen un smbolo que no resiste el menor anlisis. Los smbolosde los griegos, siempre graciosos, no siempre son razonables.

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  • Bella es en el cielo la hora del alba. Bellsima es en el alma la aurora del amor. Pero la hora de la poesafascinadora no es la hora en que se ve con mayor claridad. Segn el adagio vulgar, de noche todos los gatosson pardos. Entre dos luces todos los gatos son azules, que es el color de la ilusin. Acriollando el adagio,bueno ser aadir que conviene huir de los gatos a toda hora, de noche, de da y entre dos luces.

    La mujer, al empezar a vivir, al iniciarse en la sociedad, ms que enamorarse, lo que desea es enamorar. Lamayor ambicin de una seorita consiste en inspirar amor. No se resigna a pasar inadvertida. De ah que tratems de ser ella interesante que de ver quin podra ser interesante para ella. He ah un egosmo que,profundamente analizado, resulta una generosidad. Pero este punto exigira, para ser bien explicado, un tomode psicologa femenina.

    Una mujer slo a los 25 aos se halla en aptitud mental y espiritual para elegir o aceptar esposo--porque nosiempre se puede elegir. Slo despus de diez aos de frecuentar salones y alternar en el mundo se adquierecierta experiencia para resolver el gran problema con alguna probabilidad de acierto. Antes de esa edadcorremos el riesgo de dejarnos llevar de impresiones fugaces y transitorias. A los 25 aos nuestro espritu halogrado ya cierto grado de serenidad y nuestros sentidos una dulce calma que no conturba nuestros juicios.Antes, todo es emocin indisciplinada, torbellino de sensaciones, exaltacin sin fundamento, inconsciencia,capricho, delirio. El discernimiento slo se alcanza con los aos. Y aun es problemtico, pues segn unironista francs la mujer slo se equivoca cuando reflexiona. La frase, aguda y ligera, no convencer aninguna de mis lectoras. Podramos devolverla al ironista diciendo: los hombres slo aciertan cuando seenloquecen.

    As, pues, amigas mas, antes de casarse conviene haber bailado mucho, haber conversado mucho y haberflirteado algo--no mucho,--haciendo todo esto con espritu observador e informativo, con intencin fiscal, afin de descubrir en los sujetos aquellas cualidades, dones y tendencias que ms se aproximen a nuestro ideal.Al matrimonio se debe llegar con el sujeto ya bien conocido; no con una mscara. Asimismo, nunca escompleto este conocimiento, ya que el matrimonio no es, en el fondo, sino un lento y contnuodesenmascaramiento que slo se hace total con el ltimo abrazo en la hora de la muerte.

    Conviene tambin llegar al matrimonio con una ligera fatiga del mundo y de sus pompas y vanidades. Asencontraremos el hogar propio ms agradable que los salones y las tertulias. Fidias, que adems de un escultorexcelso, era un espritu filosfico, hizo una vez la estatua de Venus sobre una tortuga, queriendo indicar a lasmujeres de su pueblo que deban ser lentas para salir de casa. No proclamo con esto el cenobio, elenclaustramiento; pero s cierto recogimiento que slo se acepta con gusto cuando conocemos bien lasociedad y todo el tejido de menudas pasiones que en ella bullen y se agitan.

    Yo me cas a los 25 aos. Antes de conocer a mi marido, aficionado, como sabis, a la historia natural y,particularmente, a la especialidad de las aves noctvagas pamperas, experiment muchas impresiones ennuestro gran mundo. Varias veces sent un principio de amor, un inters repentino, una relampagueanteemocin; pero luego aplicaba serenamente mi juicio a los fundamentos de toda pasin incipiente, hasta quelograba disiparla. Es axiomtico que las mujeres desconfan de los hombres en general y confan en ellos enparticular. Esto es un poco inexplicable, pero es as. Yo procur siempre hacer lo contrario. A cada casoparticular apliqu una saludable desconfianza. Por ltimo me enamor de veras, con la reflexin y con elsentimiento. La reflexin me deca que mi naturalista era bueno, leal, culto, tierno, muy hombre adems paraluchar en la vida. Y a comps de estas ideas el sentimiento se encenda en amor. Pero antes de decir sbailamos mucho, conversamos mucho, y yo, por mi parte, trat de verle el alma a la luz de un constanteanlisis. Y cuando vi que era buena y alta y digna y hermosa le di el ms absoluto imperio sobre la ma. Sobremi persona tena l tambin su concepto. Y ahora y por siempre mi amor me lleva a ser como l me imagina,que es el amor perfecto. Y siendo como l quiere, soy como yo quiero, y cuanto ms le gusto ms me gusto.

    Y as el esquife de nuestro amor marcha por el pilago de la vida, seguro de que nunca zozobrar...

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  • EL NO DE LAS NIAS

    Facilsimo es dar el s--el s de las nias--como reza el ttulo de la ingenua y cursililla comedia deMoratn, que hizo las delicias de nuestras abuelas. El s, a una proposicin de matrimonio, cuando elproponente nos agrada, brota espontneo, casi sin palabras; lo damos con los ojos, con el movimientobalbuciente de nuestros labios, oprimiendo con el nuestro el brazo del cual vamos asidas en el baile. Estaltima actitud, oprimir el brazo, asirnos a l, suele ser la ms corriente como reveladora de nuestro gozosoasentimiento. La que para dar el s emplea mucha retrica, muchos requilorios, circunloquios y rodeos,mucha charla alambicada y sutil, es que en realidad no est verdaderamente enamorada. Acepta por causasajenas al amor; porque es buen partido, porque quiere emparentar bien, etc., etc. El amor, como toda pasinvehemente--y es el amor la ms vehemente de todas--es conciso en su expresin, monosilbico, casi mudo. Lapalabra muere en el nudo que la emocin forma en la garganta. Todas esas escenas de comedia, en prosa yverso; todas las pginas amorosas de las novelas, en que salen a relucir las flores, los arroyuelos, las estrellas,la luna, los ngeles y los serafines, todo, absolutamente todo eso, es mentira, completamente mentira. El amor,el verdadero amor, no halla palabras, no encuentra lxico para expresarse. Por eso el baile es su mejorauxiliar, pues el abrazo--el abrazo danzando, perfectamente admitido--nos ahorra el estudio del diccionariopara dar con los trminos acadmicos apropiados al caso. El concurso, la gente de un saln, que ve bailar, noadvierte que cierta pareja abrazada y danzante da a su abrazo, en un momento determinado, un sentidotrascendental, de unidad de vidas, de fusin de espritus, de enlace de corazones. Yo d el s as, bailando;pero lo d sin palabras. De pronto, pregunt l: Bueno, y?... porque l tambin, como buen enamorado, eramonosilbico, casi mudo. Mi respuesta fu oprimirle el brazo, latir como nunca he latido y mostrarle mis ojoshmedos. Y el hombre arranc a valsar con tal furia que pareca movido por todo el carbn que emplea ahorala escuadra inglesa en el bloqueo. Nos asimos un poco ms, porque el baile lo exiga. Bueno, amigas mas,entonces supe que es posible no morirse de felicidad. Ay, Dios mo, qu recuerdos!...

    Quedamos, pues, en que dar el s es facilsimo; sale solo; se revela en la emocin que nos embarga; pormuy quedo que se diga, lo expresa muy alto el estado de nuestro nimo. Lo difcil, lo rduo, es decir no,negarse a la relacin solicitada. En esta ocasin es cuando ha de revelarse la educacin de la mujer, su finuraespiritual, los recursos de su ingenio.

    El no de las nias requiere, no una comedia como el s de las nias, sino todo un tratado de psicologafemenina. Pero hemos de contraernos a un ligero prontuario sobre la materia. Generalmente, la mujer llega aldifcil trance de tener que decir no por culpa de ella misma. Porque es ella la que alienta las primerasinsinuaciones del hombre, aunque su corazn no est interesado; unas veces por demostrar a las dems quetiene pretendiente; otras veces por dar celos con el incauto al que verdaderamente ella quiere; no pocas vecestambin por divertirse, por coquetera, o por curiosidad. El amor propio adopta muchas veces el disfraz delamor por pura satisfaccin de orgullo. Y esto lleva a muchas seoritas a admitir y hasta a estimular lasinsinuaciones del hombre, que toma por sentimiento real los fingimientos de que es vctima en forma desonrisas prometedoras, de miradas simulando aquiescencia, de gestos y signos, en fin, que expresan locontrario del verdadero propsito. Este juego es peligroso y, desde luego, condenable. Cuando un hombreinteligente aventura una declaracin es porque le anima a ello el presentimiento de que ser aceptado,presentimiento fundado en ciertos indicios de que es persona grata, como se dice en trminos de diplomacia.Sugerir este presentimiento a un hombre, inducirle en este error, significa en la mujer sentimientos aviesos,una travesura de mal gusto, pues no se debe jugar con el corazn ni con las ilusiones de ningn hombre, cuyoporvenir espiritual, en el resto de su vida, acaso dependa de esta burla de la mujer. Porque deplorable es paraun hombre que ama profundamente no verse amado por aquella a quien ama. Pero aun es mucho peor hacerescarnio de su afecto, inducindole en el error de ser amado sin serlo; pues, en este caso la herida es doble, enel amor y en el amor propio. Y las heridas de amor propio son an ms difciles de curar que las heridas deamor. El hombre que nos insina su afecto, que cifra la razn de su vida en la correspondencia de nuestrocorazn al suyo, merece por ello mismo nuestra atenta simpata, pues siempre es conmovedor para una mujerproducir en un hombre esta exaltacin sentimental. Si no nos gusta o no nos conviene--desde luego no nosconviene si no nos gusta--debemos hacrselo notar desde el principio con palabras cordiales y cariosas con

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  • cultura exquisita, sin deprimirle en forma alguna, poniendo disculpas que lo eleven a sus propios ojos ymezclando as la desesperanza o desengao con el consuelo. Probablemente esta conducta de la mujer, por lomismo que es una conducta noble, bondadosa, espiritual, exaltar ms el amor del hombre, le har msprofundo y entraable, desolar ms su alma; pero no tendr derecho a sentirse herido en su amor propio conburlas imperdonables. Jams, en fin, se debe alentar una pasin que no se tiene el propsito de corresponder.De todas las coqueteras sta es la ms condenable, porque implica la intencin de hacer sufrir, empeo quedelata poca reflexin y una torcida contextura ingnita de nuestro espritu.

    Ya se ve, pues, cmo el no es ms difcil que el s de las nias. Y esta dificultad aumenta, segn vadicho, cuando con nuestra frivolidad y nuestras vanidades hemos inducido en error al pretendiente. En talcaso, el trance, desagradable siempre, de decir no claramente ha sido buscado por nosotras mismas. Enrealidad es una conducta que tiene algo de engao, ya que condujimos nuestro trato con l en forma quesupusiera una posibilidad de aceptacin, con la reserva mental de una negativa al plantearnos la peticin demano. Lo noble, lo generoso, lo leal, es atajar discretamente desde el comienzo las insinuaciones, a fin de quenunca pueda creerse engaado en sus observaciones respecto al estado efectivo de nuestro espritu y denuestra voluntad.

    Pero la especie masculina es muy variada. Hay hombres un poco cegatos en materia de psicologa femenina,para los cuales no basta que la mujer rehuya con discrecin sus insinuaciones. Su falta de percepcin esdisculpable y justifica el empecinamiento. En este caso se impone el no desde el primer instante, pues alque no entiende de razones con los ojos, necesario es hacer que las entienda por medio de los odos. Siempre,claro est, usando palabras corteses; nada de desaires, nada de enojos, nada de sentirse molestada por lapertinacia, pues el ciego no es responsable de no ver, y hasta merece simpata cuando observamos que lacausa de su ceguera est en que el foco del corazn le ofusca la vista de los ojos. No merece un poco depiedad un ciego tan sublime? Hay otros que llamaremos intrpidos, muy expeditivos en sus procedimientos,que quieren llevar las cosas a paso de carga, hombres impacientes, exaltados, audaces, de sensibilidadtormentosa y hasta huracanada. El no a un hombre as ha de ser gradual, no repentino, no brusco, puesnuestra negativa seca y rpida pudiera llevarlo a la exasperacin y hasta ser causa del encarecimiento delplomo troquelado. Existe el hombre que presume de irresistible, el que tiene de s mismo un concepto tanoptimista que no admite haya mujer que renuncie a la gloria de unirse a l. La vanidad es un lente queaumenta las cosas ms pequeas. Con ste conviene envolver el no en un ligero titeo educador. Se lehace con ello un servicio, inducindole a moderar el concepto fantstico fraguado por su insensatez. Hay elhombre que se las da de zahor, de sagaz y penetrante para descubrir los sentimientos de la mujer. Suele, en supresuncin de psiclogo, hacer anlisis que no estn en la persona analizada, sino en l mismo. Ha ledoalgunas novelas modernas, probablemente de Bourget, que se ha ocupado mucho de psicologa femenina, consutilezas generalmente exentas de verdad y de sencillez. Con este pretendiente, que es un vanidoso cerebral,se debe emplear un no oscuro, nebuloso, para aumentar el mar de sus propias confusiones. Detesto losnoveleros, los hombres que carecen de naturalidad. Son, adems, peligrosos, porque siempre andan a caza decomplejidades sentimentales. Hay el hombre que cifra todo su xito en el apellido heredado y cree que sunombre procrico basta para lograr la ms apetecible conquista. Con ste el no tiene que ser histrico. Lamujer debe decirle, siempre de una manera muy fina, que hubiera preferido a su antepasado. Los hombres quevalen no son los que heredan un apellido histrico, sino los que, llevando uno desconocido, logran meterle enla historia.

    Para qu seguir presentando ms casos? La variedad es tan grande que no acabaramos nunca. Baste decirque cada uno de ellos requiere una negativa especial, ajustada a las circunstancias y al tipo moral y espiritualdel pretendiente. Y con esto queda demostrado que el no es mucho ms difcil que el s de las nias...

    EL GANCHO

    Son muchas las personas aficionadas a intervenir en el arreglo y combinacin de las bodas. En lenguajeclsico se les llama casamenteras y han servido muchas veces de tpico a la musa irnica de los escritores

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  • festivos. Este entrometimiento tiene tambin un calificativo popular: hacer el gancho o servir de ganchopara que una pareja determinada concierte su unin. Por regla general es ms frecuente la tendenciacasamentera entre las seoras que entre los hombres. Este gnero de intervenciones se aviene mejor con elespritu de la mujer. El hombre siente siempre cierto reparo, cierto rubor, en mezclarse en estas negociacionesque requieren las delicadezas y sutiles arbitrios de las damas. Al hombre le parecen, en fin, afeminadas estasgestiones, y an cuando l mismo las necesite alguna vez, preferir recurrir al auxilio de una dama antes queal apoyo de otro hombre.

    Han existido y existen, sin embargo, hombres casamenteros que lograron por ello la cspide de la gloria y dela proceridad. Hay ganchos que han pasado a la historia. En todas las bodas reales ha intervenido elgancho diplomtico. Los cancilleres de las cortes europeas hicieron, en el transcurso de los siglos,ganchos memorables. Metternich y Talleyrand, por ejemplo, debieron sus mejores xitos polticos a estegnero de tramitaciones, manteniendo el equilibrio continental, en unos casos, y concertando la paz, en otros,por medio de su gancho para unir princesas y reyes. Las muchedumbres dejaron de matarse y colgaron lasarmas gracias a la feliz gestin casamentera de un canciller, que resolvi una vasta y pavorosa tragediatramando una boda oportuna que acab con el rencor de dos monarquas y de sus leales sbditos. Estosganchos trascendentales merecieron la admiracin y el aplauso de los pueblos, que siguen venerando lamemoria de aquellos insignes diplomticos.

    El gancho, tiene, pues, glorioso abolengo histrico, y no debe desdearse mi entrometimiento que ocupatantas y tan sublimes pginas en los anales de la humanidad.

    Pero descendiendo de la historia a la vida corriente, mortal y vulgar, discurramos un poco, aunque sea muysomeramente, sobre la intromisin casamentera. Bien est ella cuando se pide, cuando, a fin de allanaralgunos obstculos, se solicita el patrocinio de una dama para que venza las resistencias que se oponen alanhelo del pretendiente. El aunar las voluntades familiares, cuando ya los novios estn de acuerdo, es obrabuena y simptica, pues tiende a proteger un amor concertado.

    Pero la verdadera casamentera no es la que ejerce este gnero de gestiones pedidas, sino aquella que, sinpedrselo nadie, se pone a concertar bodas y a tramar enlaces, usurpando su papel al azar o a los designiosprovidenciales que rigen el nacimiento del amor en nuestro espritu. Porque el amor, como el rayo, surge deuna manera instantnea y fulminante, cuando menos lo pensamos. En esta rapidez y en este fulgor derelmpago estriba precisamente el peligro por lo que toca a la duracin, pues es difcil mantener la vida en tanfulmnea tensin espiritual. Por esto en otra crnica hemos defendido las ventajas del rescoldo sobre la llama,o sea del cario sobre el amor.

    La psicologa de la casamentera es, en el fondo, sencilla. Su norma es la bondad. La idea de la felicidad ajenagua su intervencin. La casamentera armoniza a su gusto cualidades, tendencias, fortunas, representacinsocial, etc. A Fulano le conviene Fulana. A Fulana le conviene Fulano. Ella, la casamentera, concierta loque podramos llamar condiciones externas Combina matrimonios en fro, como un matemtico resuelve unaecuacin. No tiene en cuenta el estado espiritual de los seres que trata de unir, si hay o no correspondenciaentre sus almas, si existe o no existe afinidad, si los corazones laten a comps y hay entre ellos mutuaresonancia. El amor, en una palabra, nunca es tenido en cuenta por la casamentera. A su juicio, siendoarmnicas las circunstancias--armnicas a su parecer--el amor tiene que producirse. Todo el error de lacasamentera deriva de creer que el amor surge de la conveniencia y no al contrario, la conveniencia del amor,porque, donde no hay amor, todo es inconveniente.

    Generalmente la casamentera no ha tenido grandes pasiones. Ignora las tormentas del corazn. Las solteronasmuy metidas en aos, cuya juventud no conoci el ardiente sabor de la vida, y las viudas que no quisieronmucho a sus maridos, que se casaron por conveniencia, suelen ser las ms inclinadas a ejercer decasamenteras. Como no han usado su corazn, desconocen en los dems la onda emocional que constituye labase de toda relacin amorosa.

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  • Las casamenteras ponen mucho empeo y mucha tenacidad en sus empresas. Se parecen en esto aldiplomtico que realiza un concierto internacional. Aconsejan, sealan las ventajas de la unin, presentan lasdichas futuras, un porvenir venturoso; hacen grandes apologas de l a ella y de ella a l, atribuyendo a una yotro virtudes sin cuento. Comprometido su amor propio, la casamentera incurre en exageraciones graciosas.Los ngeles son inferiores a la pareja que trata de unir. Y se sorprende de que sus razonamientos noconvenzan. No sabe que en materia de amor, como ha dicho un glorioso padre de la Iglesia, el corazn tienesus razones que no conoce la razn.

    La eleccin de consorte es el acto ms ntimo, ms importante, ms trascendental de nuestra vida. Debe sertambin, por lo tanto, el ms autnomo, el ms libre, el ms exento de toda ajena influencia. No hay error enuna eleccin a gusto. Toda persona es feliz por tener lo que le agrada, no por tener lo que los dems creen quees agradable. La felicidad est en la libre eleccin, en unirnos al ser que la Providencia pone en nuestrocamino para que encienda en amor nuestro espritu y colme nuestras esperanzas. Lo razonable en amor es elensueo propio y no las lgicas combinaciones de una casamentera.

    Lo primero que se debe considerar en todo consejo es la posicin de quien lo da. Un consejo no es eficaz nisirve para nada si la persona que lo ofrece no se coloca en las circunstancias de aquella otra que ha derecibirlo. La casamentera nunca se percata de esta condicin indispensable en todo consejo. Y aun asimismo,aun colocndose en estas circunstancias, es difcil el acierto, pues como dice Byron rara vez sucede que deun buen consejo resulte algo bueno.

    En materia de amor lo principal es el amor, verdad harto inocente que slo desconoce la casamentera. Todo lodems es circunstancial y accesorio. Fortuna, belleza, equivalencia de posicin social, todo es intil si falta loesencial, la reciprocidad de un intenso afecto, la afinidad de las almas, la adhesin recproca de los corazones.

    Pocas veces la casamentera opera sola, sino en combinacin con otras, aficionadas como ella a tramar enlacesy noviazgos. Para hacer el gancho recurren a mil arbitrios delicados, procurando que la pareja se hable y setrate, encontrndose de una manera casual en todas partes. De estos encuentros nace a veces un principio desimpata, que las casamenteras fomentan con elogios hiperblicos de la futura al futuro y viceversa. Y justo esreconocer que algunas veces salen buenos matrimonios de estas gestiones de las casamenteras. Pero tambines verdad que tales enlaces slo pueden concertarse entre contrayentes que no tengan un gusto muy personal ydefinido, una individualidad espiritual muy pronunciada, un concepto propio de la vida. Las casamenteras, enfin, slo pueden lograr su objeto con personas de voluntad blanda, mente vaca y espritu sugestionable. Talespersonas no suelen ser las ms desgraciadas; pues si bien la mente lcida y el espritu rico en sensibilidadproducen muchos goces, tambin acarrean estas condiciones grandes tormentos y agobiadoras melancolas. Lamediocridad goza siempre el gnero de dicha que impera en el Limbo.

    No es fcil hacer con discrecin el gancho. En realidad la casamentera, como el poeta, nace, no se hace. Losprocedimientos son variadsimos, segn las personas que se trate de unir, el medio social y las circunstanciasque las rodean. Empieza la casamentera por convertirse en confidente de cada una de las personas que trata decoyundar. A la muchacha le comunica todo lo bueno que el mozo diga de ella, y an aumenta algo de supropia cosecha; y al mozo todo lo mejor que de l diga la seorita, y si no dice nada, la casamentera loinventa. Este intercambio de elogios, trados y llevados incesantemente, va haciendo paulatinamente su obra,predisponiendo los espritus y encauzndolos en una tibia atraccin, cuya mayor temperatura sucesiva seproducir con el trato y el trabajo continuo y vigilante del gancho. En el fondo la casamentera viene a ser,con sus repetidas ponderaciones de l a ella y de ella a l, una chismosa del bien, si vale expresarse as. Conrelacin a la galera, el procedimiento es ms breve y sencillo. La casamentera se limita a decir: todo estarreglado. Se le piden informes, detalles, y ella repite impertrrita: le digo que est arreglado todo. En elcrculo va pasando la voz: todo est arreglado. Y aunque, en realidad, nada haya arreglado, acaba todo porarreglarse, debido a esa suave presin del medio, a la atmsfera favorable, al ambiente, digamos as, que todoel circulo de relaciones ha creado a la boda. La casamentera ha sabido convertir a todo el crculo encasamentero. La pareja se encuentra unida sin saber cmo, y aquella opinin externa, tan unnime, tan

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  • complacida en su obra, tan convencida de la feliz armona existente en la unin fraguada, acaba por ejerceruna decisiva influencia en el espritu de los futuros contrayentes, que ven la intervencin providencial, eldestino, el hado, donde slo hubo el gancho mortal de la casamentera.

    Una vez casada la pareja, la casamentera tiene en el hogar la autoridad y el prestigio que le dan su gestinanterior. Arreglar las desavenencias que ocurran, los disgustillos transitorios, las pequeas trifulcasdomsticas. Juzgar sin apelacin e impondr la paz, porque ambos cnyuges sienten por ella un respetoafectuoso. La casamentera casi pertenece al nuevo hogar. De esta manera, si es soltera o viuda solitaria, vienea tener una familia, un poco postiza, es verdad, pero con todas las ventajas y ninguno de los inconvenientes dela verdadera.

    Salen bien los matrimonios formados as? Habra mucho que hablar sobre este punto y no nos queda yaespacio para su desarrollo. Agregaremos, pues, muy pocas palabras. La felicidad, segn un filsofo francs,no se conjuga en presente, sino en futuro imperfecto. La felicidad, como la desgracia, se va haciendo, se vatramando en la convivencia, en la vida ntima y constante. Y as, tanto peligro puede correr un matrimonioformado por un amor enardecido y apasionado, como otro tibio, suave, cordial, sosegado. Todo depende de lahondura con que luego, en la vida diaria, eche sus races el cario, porque es ste, el santo cario, lleno delsentimiento del deber y de una rgida y caballeresca lealtad a la fe jurada, el que forma los slidos vnculos dela vida matrimonial. Y en ltimo trmino, todas las circunstancias preliminares de un enlace quedan olvidadasante el aleteo de las nuevas vidas y el po po que resuena en nuestro corazn.

    LAS PLANCHADORAS

    Comencemos por desvanecer el error en que el ttulo de esta croniquilla pudiera inducir al lector. No se refiereel epgrafe a la respetable clase social que nos alia las prendas internas, empleando ese producto que es elsigno externo de la civilizacin: el almidn. No creemos habernos excedido al aplicar a las planchadoras elcalificativo de respetable clase social. Su misin no puede ser ms importante. Gracias a ellas se produce en lavida cierta nivelacin. Al contrario de los socialistas, que buscan la igualdad haciendo que desciendan lasclases altas, las planchadoras elevan a las bajas por medio del almidonado. Colocado al alcance de todo elmundo, el almidn es un smbolo igualitario por ministerio de las planchadoras.

    Pero, como va insinuado, no nos referimos a estas planchadoras, sino a las otras, a las seoritas que, ensentido figurado, se aplica este mismo sustantivo, cuando en los bailes, fiestas y saraos, se ven relegadas opoco atendidas por los caballeros.

    Quedarse planchando... Nada aflige tanto a una muchacha, ni le da una impresin ms completa de supoquedad, de su insignificancia en el mundo. Es un poco difcil determinar los orgenes y causas de estadesventura. Por regla general, se debe a que la planchadora no ha sido muy favorecida por la naturaleza. Nopretendemos hacer ningn descubrimiento que merezca integrar las pginas de un texto de sociologa,diciendo que suele haber ms planchadoras entre las feas o poco agraciadas que entre las bonitas. Elimperio de la belleza no tiene rebeldes. La fea, que plancha por serlo, tiene dos causas de afliccin: laprimera es una herida de amor propio al verse relegada; la segunda envuelve una pesadumbre ms profunda ydefinitiva. Expliquemos su psicologa. Ninguna persona, y menos an una seorita, naturalmente optimista,tiene una idea exacta de su fealdad. La naturaleza nunca es cruel del todo. A cambio de los pocos encantosfsicos que nos concedi, suele otorgarnos un juicio favorable sobre nosotras mismas. Y as, aun a despechode las acusaciones matemticas del espejo, nos vemos de otra manera muy distinta en el cristal ilusorio denuestro espritu. Este encantamiento o autosugestin desaparecen cuando el juicio ajeno se pronuncia enforma de dejarnos planchando. Todos nuestros optimismos sobre nuestra propia figura se desvanecen anteaquel abandono que nos sume en el ms completo desaliento y en la ms profunda de las tristezas. En talsentido, planchar equivale a morir; y no es exagerada la afirmacin, pues en realidad muere aquellafavorable representacin interna que de nuestra propia figura tenamos. De estas premisas exactas, nada cuestadeducir--y esto va para los hombres--que es un acto criminal dejar planchar a una seorita. As, pues, un

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  • verdadero caballero, un espritu culto, un hombre distinguido de frac adentro debe ser siempre solcito yobsequioso con las seoritas poco agraciadas, contribuyendo a mantener en ellas esa deleznable ilusin sobresus dones fsicos. No confo mucho en ver seguido este piadoso consejo, pues los hombres siempre fueron ysern humildes esclavos de la belleza.

    Pero no todas las feas planchan. No pocas de ellas se ven tan atendidas y solicitadas en los bailes como lasms lindas. Una fea se defiende de la plancha con dos recursos: bailando bien y teniendo ingenio yespiritualidad. El bailar bien, con gracia y soltura, es ya una forma de belleza fsica. Un cuerpo flexible, gil,con movimientos rtmicos y elegantes, hace olvidar las imperfecciones del rostro. Hay, en fin, feas que tienendiablo, como dicen los franceses, o ngel, segn el dicho espaol. El diablo o el ngel es ese grado deseduccin que dimana de la simpata, ese aire o nimbo de las figuras que es como el aleteo externo del alma.La que tenga ingenio, inteligencia despierta, tampoco planchar. Una conversacin amena, dotada deespritu de observacin, pronta en sus dichos, ocurrente, estar siempre atendida y se ver solicitada. Pero esnecesario tener sentido de la medida, no pasarse de lista, pues no gusta generalmente a los hombres versedominados intelectualmente por la mujer. De manera que se puede planchar tanto por sobra como porausencia de despejo.

    Frecuentemente se ven tambin algunas muchachas bonitas que planchan. Son figuras de belleza inerte,como los angelones de retablo. La hermosura sin gracia, deca Ninn, es como un anzuelo sin cebo. Suespritu apagado y su inteligencia opaca hacen que su compaa sea aburrida y tediosa.

    Las causas por las cuales se queda una planchando son muy variadas, y es difcil sealarlas todas. Desdeluego, muchas veces tiene la culpa la duea de casa donde se realiza el baile. La funcin de la duea de casarequiere una gran actividad diplomtica, a fin de que todas las seoritas que asisten a la fiesta sean atendidas yobsequiadas. En esto ha de demostrar su habilidad, su fino tacto, sus recursos de dama de mundo. El fracasode una seorita en un baile recae siempre sobre la dama que ofrece la fiesta. A este respecto contar un tristeepisodio ocurrido no hace muchos aos a una amiga ma, perteneciente a una de nuestras primeras familias.Mi amiga era linda, inteligente, discreta. Invitada a un baile aristocrtico, entr en el saln y se sent.Lanzronse todas las parejas a bailar y ella se qued sola. Su situacin no poda ser ms violenta y desairada.Levantarse e irse, atravesando el saln, le pareci un acto intempestivo; quedarse all, sola y abandonada enmedio del baile, no era menos desagradable y molesto. Y en medio de estas vacilaciones, agobiado su espritu,rompi a llorar con la ms profunda afliccin. Acudieron a ella, vino la duea de casa, la preguntaron por lacausa de su llanto, y respondi que se haba puesto enferma y que deseaba retirarse. Los concurrentes al baile,percatados de la verdadera causa de aquellas amargusimas lgrimas, hicieron responsable del desaire a ladama que ofreca la fiesta, la cual, a partir de aquel momento, result triste, medio aguada y deslucida. Nuncaolvidar el mal rato que sufr ante la situacin desairada e inmerecida de mi amiga.

    Una duea de casa, discreta, inteligente, debe evitar estos percances. Lo primero que ha de hacer es darsecuenta de la situacin personal de los concurrentes a la fiesta, de la relacin entre jvenes y seoritas, de sussimpatas e inclinaciones, etc. Debe presentar a los que se desconozcan, intervenir como lazo de relacin,procurar, en una palabra, crear un ambiente de familiaridad para que el sarao resulte agradable, cordial ylucido. Y ha de prestar, sobre todo una atencin vigilante y solcita a las que ya tienen cierta reputacin deplanchadoras, para evitar que en su casa se vean en tan triste soledad. Al efecto, la duea de casa debecontar con un grupo de caballeros que sean amigos de confianza, a los cuales pueda pedir el servicio de quebailen a las planchadoras. Pero en esto mismo no hay que abusar; no se debe endosar al mismo caballerouna planchadora toda la noche. Por eso conviene que el crculo de amigos sea extenso, para repartirequitativamente la carga. El mayor xito, en fin, de la duea de casa est en poner en circulacin danzante alas planchadoras, procurando aliviar la desventura de las proscriptas del baile.

    La planchadora ignora siempre las causas de su triste condicin. La Providencia la libra de este aflictivoconocimiento. Y as, cuando por bondad algn caballero la saca a bailar, se aferra a l, aadiendo a sucondicin de planchadora la de pelma. Le ocurre lo contrario que a la muy solicitada, la cual evita bailar

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  • muy seguido con el mismo caballero, actitud que podra inducir a la concurrencia en el error de suponer unprincipio de compromiso. La planchadora, por el contrario, prefiere la murmuracin a la plancha.

    Alguna vez se plancha sin ser planchadora; un planchado fortuito, casual, injustificado; porque, usandoel lenguaje corriente, hay bailes con suerte y bailes con desgracia. He aqu un fenmeno superior a nuestracapacidad analtica. Por qu en unos bailes tenemos xito y en otros no lo tenemos? Misterio. Quiz se debaa que la belleza de la mujer tiene ascensos y descensos y momentos de plenitud. De todos modos, voy apermitirme dar a las seoritas un consejo, fruto de mi experiencia. La entrada en un baile tiene singularinfluencia para el resto de la noche. Es necesario, como vulgarmente se dice, entrar con buen pie. Al efecto,nunca se debe entrar sola en el saln. Ello es de mal agero. Conviene tener un amigo de confianza que nosacompae al hacer nuestra aparicin en la tertulia o sarao, conducindonos desde el toilette, donde hemosdejado nuestro abrigo. Esto es de un efecto seguro, pues sirve para demostrar que estamos solicitadas desde elinstante de nuestra llegada. Con este y otros pequeos y discretos recursos nos iremos librando de laplancha en las noches de mala fortuna.

    No creo haber agotado este tema trascendental de las planchadoras, cuya psicologa es complejsima. Slohe querido divagar un momento sobre su evidente importancia e insinuar algunas advertencias tiles a lasdueas de casa y a las mismas seoritas que no tienen la suerte de atraer y sugestionar con el encanto de susdones fsicos y el hechizo de sus donaires espirituales.

    LA MODA Y EL DIABLO

    Gracias a Dios y a la actividad inteligente de mi marido gozo la dicha del ocio para poder cultivar un poco miespritu con lecturas amenas y divagaciones estticas. El ocio es la primera condicin para poder disfrutar delas manifestaciones artsticas. Sin abandonar mis obligaciones sociales y mundanas--visitas, tertulias, juntasde caridad, bailes, saraos, funerales, bodas--consagro la mayor parte del tiempo a la lectura.

    Mi mayor placer es poner mi pobre espritu en contacto con los espritus excepcionales, sintiendo cmo ellosdotan de alas al mo con sus nobles pensamientos y elevada emocin, producindome algo as como la gloriadel vuelo y hendiendo con su auxilio las zonas inexploradas de la conciencia y del alma. El escribir es unaactividad reciente en m. Ya lo habris notado por lo endeble y desmaado de mi estilo, por su falta deelegancia y de precisin, por su pobre ideolgica y por esas fallas de sintaxis que se observan siempre en laprosa femenina por esmerada que haya sido nuestra educacin. La sintaxis ensea a coordinar y unir laspalabras para formar oraciones y expresar conceptos. Pero como el espritu de la mujer es por condiciningnita un poco incoordinable y catico, sus maneras de expresin, tendientes al charloteo, a imitacin delgrifo suelto, se rebela a la sintaxis que es la disciplina del discurso. Hartas disciplinas de hecho y de derechotenemos las mujeres para someternos tambin a sta de la gramtica. Nuestra nica libertad en el mundo es lasintctica. Y conste que no soy feminista. Pero de esto hablaremos otro da.

    Deca que mis mayores delectaciones estn en la lectura. Mis autores predilectos son aquellos escritoresmixtos de poetas y filsofos, en quienes existe cierta armona y un ponderado equilibrio entre las emocionesdel corazn y el vuelo de la mente. No gusto de los exclusivamente poetas, porque en ellos todo esexageracin y fantasmagora; ni de los exclusivamente filsofos, constructores de sistemas, para cuyacomprensin, adems de carecer de cultura, no alcanzan las dbiles luces naturales de mi entendimiento.

    Y a qu viene todo esto? Todo esto viene a cuento de que el otro da estaba leyendo una comedia deShakespeare. Me gusta mucho ms leer al glorioso cisne del Avon que oir sus obras en el teatro, pues lasacotaciones del texto suelen tener un inters crtico y potico extraordinario. Gstanme tambin mucho mssus comedias, tan graciosas, tan espirituales, que sus dramas, tan rudos y tan sombros, con pasiones tanviolentas y protervas que parece no cupieran en el frgil vaso de la naturaleza humana. Pues bien: leyendo unacomedia de Shakespeare toparon mis ojos con esta frase: La mujer es un manjar de los dioses cuando no loadereza el diablo.

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  • Quedme suspensa y cavilosa. Quin ser este diablo aderezador? Ya sabis que el gran poeta ingls seexpresa siempre en una forma cortante y misteriosa. Su fuerza, ms que en lo que dice, est en lo que sugiere.Sus frases nos sumergen en la meditacin y el ensueo; nos llevan lejos, lejos, ms all de todos loshorizontes visibles. Bueno; yo no s expresar bien esto, pues pertenece a honduras de la vida en cuyos bordesmi pobre cabecita sufre vrtigos y mareos. Para esclarecer los oscuros conceptos del poeta hay en Londresdiversas sociedades y cenculos que discuten incesantemente lo que quiso decir en tal o cual pasaje de susobras. Ignoro si los exgetas de Londres habrn logrado averiguar cul es el diablo aderezador que impidealgunas veces el que sea la mujer un manjar de los dioses.

    Pensando, pensando, pensando--no s si con acierto, pues a veces se acierta menos cuanto ms se piensa--yocreo haber llegado a descubrir el diablo aderezador a que se refiere Shakespeare. Este diablo es la moda. Nome cabe duda: la moda surge de las inspiraciones del diablo.

    Por lo instable, proteica y multiforme, por su eterna inquietud y constante mudanza en hechura y colores, lamoda es cosa del mismo diablo, personaje igualmente voluble, tornadizo, trasformista, desfigurado yquimrico. Quin sino el diablo pudo inspirar el miriaque, el polisn y, ltimamente, sin ir ms lejos, lasfaldas trabadas que nos obligaban a un pasito de paloma, menudo, corto, sutil, deslizado? El miriaque, con suruedo de ballestas y flejes, con su amplia circunferencia, era un atavo absurdo, es decir, nos parece ahoraextravagante, pues en su poca era natural, lgico y aun esttico, porque el uso y la costumbre forman unasegunda naturaleza. El hbito hace que la locura sea razonable. Dentro del miriaque el cuerpo iba suelto,desabrigado, como dentro de una nube. Y nuestras abuelas no sentan los estremecimientos que produce elaire al calar nuestros huesos.

    El diablo de la moda las haca resistentes al fro, al viento colado, a la intemperie; porque el diablo, junto conun traje para congelarnos, nos da la calefaccin del orgullo, de la satisfaccin, del ntimo contentamiento de irperipuestas con arreglo a los ltimos cnones y pragmticas del lujo. Vino despus el polisn, esepromontorio colocado donde la espalda cambia de nombre, aditamento fantstico, incmodo, grotesco,ocurrencia, en fin, del mismo demonio, pero que tambin pareci muy natural, muy lgico y muy esttico ensu poca. Y, sin duda, tanto el miriaque como el polisn tuvieron en su tiempo algo que los haca atractivos ygraciosos, algo seductor, insinuante, cautivador. La prueba est en que nuestros abuelos asocian al miriaquela evocacin de su amor; y nuestros padres, al recordar sus cuitas y congojas amatorias, mezclan tambin a susmemorias el absurdo polisn. Nuestros mismos maridos guardan la imagen de nuestras faldas trabadas ynuestro pasito de palomas, asociando el aire de nuestras figuras a las horas que con mayor intensidadanhelaron la mirada afectiva de nuestros ojos y los latidos de nuestro corazn. Y es que, en el fondo, el diabloanda siempre en el atavo femenino; unas veces en forma de falda trabada, otras en forma de polisn y otrasen el ruedo del miriaque. Pero siempre es el mismo diablo; no hace ms que trasformarse. Con estastrasformaciones el diablo se divierte y el mundo tambin. Y, en realidad, aunque la mudanza sea visible, lasmodas nunca desaparecen del todo: unas viven en la memoria de los viejos; otras en el recuerdo de las gentesmaduras: las ltimas en nuestro gusto. El fin de todas es el mismo: irn a los museos, mientras lasgeneraciones que las usaron yacen en la eternidad, para dejar paso a otros usos, a otras trasformaciones, aotros gustos y a otros atavos.

    La moda trata de corregir la naturaleza, de trasformar o desfigurar el cuerpo, que es obra de Dios. He aqu otroindicio de que la moda es inspiracin del ngel rebelde, del diablo. Y este empeo luciferino de corregir laobra divina en sus lneas fundamentales es muy antiguo. Ya Caldern de la Barca lo advierte en su Eco yNarciso.

    --Pues hay usos en los talles? --S; yo me acuerdo haber visto Usarse un ao a los pechos, Y otro ao a lostobillos; Y esto no es mucho, que en fin, Consista en los vestidos.

    Qu se propondr la moda, es decir, el diablo, al descentrar el talle de su sitio natural? De sacrilegio estticopuede calificarse esta trasformacin de las lneas que el Divino Arquitecto en su concepcin soberana di al

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  • cuerpo femenino. Con razn deca madame Delepinasse que la mujer se desesperara si la Naturaleza lahubiera hecho tal como la arregla la moda. Seguramente renunciaramos al don de la vida si hubiramos denacer con miriaque, polisn o faldas trabadas. El concepto esttico de la humanidad es que Dios hizoperfecto el cuerpo de la mujer. Por qu consentimos luego que lo vista el diablo, alterando el orden perfectoy la armona divina de las lneas? Lo racional y lgico sera que los vestidos se ajustaran dcilmente a esteorden y a esta armona, obra insustituble del Creador. Pero el diablo, como ngel rebelde, se sirve de la modapara simular que tiene el poder de trasformar los cuerpos, la obra de Dios. Sabido es que la cualidad especialdel diablo es la sofistificacin, el enredo, la mentira, la paradoja, el barullo y la confusin. Pero, con todo, nose puede negar que el diablo, por medio de los artificios de la moda, suele agregarnos a las mujeres algo queseduce, que trastorna; vamos, un no s qu que slo puede ser obra del diablo. Claro est que ello sucedecuando est acertado en la moda, lo que es muy raro en l, pues casi siempre el diablo est dejado de la manode Dios. Pero lo curioso es que, aun cuando desacertadsimo, nos impone su gusto y nos esclavizamos a lasnormas dictadas por su genio malfico.

    Por las modas pasadas, que slo existen ya en los museos, advertimos que el propsito al implantarlas no fula perfeccin, ni la comodidad, ni la gracia, sino lo caprichoso, lo mudable, fantstico y extravagante. Sinembargo, la adopcin fu general en el mundo femenino. Ello se debe a que la moda es para la mujer comouna segunda religin. Y el fanatismo en esta segunda religin se manifiesta en llevar la moda a sus trminosms exagerados. Si se trata del miriaque, darle ms ruedo y amplitud que nadie; si del polisn, abultarlo msque las dems; si de la falda trabada, convertirla en manea. As la moda va, poco a poco, por contagio,exagerndose, hasta que muere por sus propios excesos. La psicologa de estas exageraciones reside en que noqueremos pasar inadvertidas. Las mujeres nos ofendemos cuando nos miran mucho; pero nos ofendemosmucho ms no mirndonos nada. Por aqu tambin anda el diablo en su doble forma de coquetera y soberbia.

    El tema es muy vasto y abarca otros horizontes de crtica, fuera de la crtica al diablo, que yo no puedo tratarpor mi escasez de conocimientos y limitada penetracin. Entre estos aspectos est el econmico. La constantevariacin de las modas parece que se relaciona con la crematstica o arte de negociar. El otro da, leyendo unlibrito de ancdotas de Chamfort, referentes casi todas a la vida de Versalles, en los das de mayor esplendormundano, encontr esta frase: El cambio de las modas es una contribucin que la industria del pobre imponea la vanidad del rico. Desprndese de este concepto que las mutaciones calidoscpicas de la moda estnmovidas por el anhelo utilitario del pobre. De aqu se deduce tambin que nuestros atavos son obra de lafantasa del proletariado de aguja, y no fruto de nuestro propio espritu creador ni de nuestro gusto esttico.As, pues, la responsabilidad de los adefesios en los atavos que cubren a la burguesa femenina correspondeal pueblo que labora en los talleres de confeccin y al diablo que anda suelto por muestrarios y escaparates.Bueno es que lo tengan en cuenta los filsofos que tratan el problema social.

    He consultado con mi marido el concepto econmico de Chamfort sobre las modas. Mi marido, especialista,como sabis, en la ornitologa noctvaga de nuestras pampas, posee tambin vasta cultura en otras ramas delconocimiento humano, adems de un buen juicio y un equilibrio fuera de toda ponderacin. Es una gloriaestar unida a un hombre tan inteligente. Quiz sea ministro de Agricultura en la prxima situacin. Le sobranmritos para ello. Adems, debo recordar aqu, por lo que pueda influir, que estuvo en el Parque. Bueno: puesmi marido me ha dicho que existe otro filsofo (se me ha olvidado el nombre) que retruca a Chamfort,diciendo que las modas son el medio de que se vale el rico para alimentar al pobre. El concepto esdiametralmente opuesto, y yo no s cul de los dos ser el exacto. Mi marido, que es algo burln, un ironista,un poco dado al titeo filosfico, que es la sal de la reflexin, dice que da lo mismo que tenga razn Chamforto el otro, o ninguno de los dos. Y aade el muy tuno que la cuestin fundamental es que yo est linda, seacual fuere la filosofa de la moda...

    LOS TRAMITADORES

    Ya hemos hablado de la presentacin en sociedad, del amor y su apariencia, del cario, del espritu nuevo queforma un largo convivir, del matrimonio, del gancho, del s y del no de las nias, de las

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  • planchadoras, de la moda y el diablo. Hemos tocado, en fin--tocar nada ms--temas graves y temas ligeros,procurando dar un poco de gravedad a los ligeros y un poco de ligereza a los graves, siguiendo en esto elorden mismo de la vida que mezcla la alegra frvola y la tristeza profunda, el dolor y el placer, la risa y laslgrimas. Todos estos temas, tratados en forma somera e inhbil, a la buena de Dios, en parloteo superficial,de mujer exenta de ilustracin y de luces literarias, son temas universales, empequeecidos, claro est, por mipoquedad reflexiva y lo alicorto de mi espritu de percepcin. Ya sabis que empiezo a escribir ahora. Ycuando se empieza a escribir, como cuando se comienza a hablar, es inevitable el balbuceo. Me faltan laspalabras, huyen los conceptos, se eclipsan las imgenes y se me enreda el discurso. Ay, Dios mo! Sufro loindecible con este encrespamiento, con esta rebelda de formas, rasgos, ideas y vocabulario. Y aunque elescribir tiene algo del crochet--y yo hago muy bien crochet--confieso mi desesperacin al ver que eltejido de mi prosa es muy inferior al tejido de mis manteletas.

    Pero, en fin, aunque desmaadamente, vamos entretejiendo estos rebeldes y dispersos hilos prosdicos. Loscuales, mal unidos y tramados, van formando, como deca, un pequeo tejido de pasiones universales. Ahorabien: anhelo que esta crnica se refiera a una modalidad de nuestra vida social, tan original en sus costumbresy rpidas evoluciones. Quiero hablar, en fin, de los tramitadores gracioso trmino aplicado a todas aquellaspersonas de algn viso social y mundano que tratan de introducir en nuestra aristocracia a personas sinabolengo, sin tradicin familiar, a jvenes y seoritas, y aun a familias enteras que, habiendo logrado lariqueza en estos saltos intempestivos, rpidos, insospechables, que aqu se operan en el trasiego de los bienes,desean, una vez opulentos, alternar con lo ms dorado--pase el galicismo--de nuestra sociedad.

    El tema es difcil, escabroso, complejo, oscuro y hasta un tanto laberntico. Para exponerlo se requiereproceder con cierto mtodo.

    Qu es aqu lo aristocrtico? Se compone, en primer trmino, de los apellidos procricos, de los que figuranen la historia de la independencia nacional. Pero estos apellidos histricos, si no estn sostenidos por lafortuna, que ejerce una influencia avasalladora, se ven relegados al olvido, al ostracismo social. As, pues,para brillar, no basta el apellido histrico; hace falta el dinero. Constituyen tambin aristocracia aquellasfamilias que, no figurando en la historia patria, tienen vieja tradicin de riqueza y que se han vinculado, porentronques, con familias histricas. Por ltimo, existe el prestigio intelectual y poltico moderno; nombres quehan figurado en nuestra ltima evolucin republicana, en el ajetreo gobernante, poltico y parlamentario. Talesson las bases fundamentales de nuestra aristocracia.

    Pero junto a ella, fundidos ya en su seno, figuran otros elementos, aquellos que han logrado la opulencia en lasdos ltimas dcadas, en las cuales, mucho ms que en el trascurso de la anterior centuria, se ha desenvuelto laprosperidad del pas. As, pues, la haut resulta un poco heterognea, un poco mezclada y confusa, comotoda nuestra vida. En Europa la aristocracia est ntidamente definida: la componen los que pueden ostentarun ttulo nobiliario, otorgado, justa o injustamente, por los reyes, ya sea en antiguos pergaminos, ya enmoderno y deleznable papel de barba. Pero siempre papelitos cantan. Aqu no tenemos nada de eso,felizmente. Nos limitamos a decir: apellido conocido, gente bien, buena familia. Estos ttulos--queacaso sean los mejores, los verdaderamente meritorios--constituyen nuestra alta clase social. Mas, como vadicho, forman una aristocracia indeterminada, indefinible en el sentido estricto, compuesta de apellidoshistricos (verdadera aristocracia dentro de la democracia republicana), familias de larga tradicin de riqueza,nombres polticos del ltimo siglo y elementos opulentos de la ltima hornada. Yo no s explicar mejor elfenmeno: pero creo que lo dicho basta como esbozo de nuestro gran mundo.

    Y vengamos al tema verdadero de nuestra croniquilla. Cmo se entra en este gran mundo? Aqu empieza lafuncin del tramitador. No es difcil esta entrada, pues nuestro gran mundo es fcil, abierto, asequible.

    El tramitador es persona conocida, mozo bien, hombre, en fin, perteneciente a uno de los grupos en quehemos definido nuestra aristocracia. Se puede tramitar un joven, una nia y aun toda la familia.Generalmente, aunque se empiece por una sola persona, se acaba por tramitar a todo el grupo familiar.

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  • Comienza la accin tramitadora por grandes e hiperblicos elogios de los tramitados, antes de la presentacin.El padre, el jefe de la familia a tramitar, es un hombre lleno de mritos; tiene una estancia de diez leguas,pobladas por l mismo, con alfalfares magnficos y animales finsimos. Hombres as hacen falta alpas--dice el tramitador. Y tiene razn: estos son los hombres que hacen falta. Luego agrega que es unapersona muy educada, muy discreta, muy agradable. Habla despus del hijo: es el mejor estudiante dederecho; saca siempre diez puntos y, socialmente, es de lo ms fino, de lo ms culto y muy amigo de susamigos. Para la nia, para la hija del estanciero y hermana del futuro jurisconsulto que eclipsar un da lagloria de Justiniano, tiene el tramitador palabras justamente ponderativas: es una monada; muy linda; tocael piano admirablemente; habla francs como una francesa y recita versos de Rostand; interesantsima lamuchacha. El tramitador tiene tambin unos conceptos oportunos para la seora, para la consorte delterrateniente: es muy sencilla, muy buena y muy caritativa. Por ltimo resume as las condiciones de toda lafamilia: gente de lo ms bien.

    Preparado el terreno, vienen las presentaciones. El tramitador est relacionado con todo nuestro gran mundoy le es muy fcil ir dando a conocer en los altos crculos a sus nuevos amigos.

    Al aventajado estudiante le apadrina en su presentacin de socio en el Jockey y le inicia en la vida de losclubs. Quiz le organice un banquete ntimo para celebrar sus triunfos universitarios, banquete al que asistenjvenes muy conocidos, aunque estudian poco. No solo por estudiar son conocidas las personas. A la nia larecomienda mucho a sus relaciones femeninas y muy especialmente a unas parientas del propio tramitador,seoritas distinguidas que figuran mucho en sociedad, las cuales toman bajo su proteccin a la nefita,logrando que sea invitada a las principales fiestas de nuestro gran mundo. El tramitador, que todo lo prev,tiene buenos amigos entre los cronistas sociales de los diarios. De manera que la seorita desconocidaempieza a ser mencionada constantemente en las crnicas, entre lo ms dorado de nuestra sociedad. Tienetambin el tramitador algn pariente que ocupa alta posicin en la poltica o en el gobierno. Y un da lepresenta a su amigo, el rico estanciero. El terrateniente habla con el personaje poltico de problemas ganaderosy agrcolas, de la situacin del pas, de exportaciones e importaciones, de frigorficos, de novillos y pastos,etc. Discurre con sensatez y equilibrio, aunque sin ciencia. Nutrido de realidad, su visin directa de las cosassuple con ventaja a los libros. El que siembra diez leguas de alfalfa es un economista que nada tiene queaprender de Leroy-Boulieau. Nuestro terrateniente queda muy complacido de haber alternado con elpersonaje. Al poco tiempo es nombrado por el gobierno para que forme parte de una comisin informadorasobre la extensin de la aftosa. Los diarios dan cuenta de sus interesantes opiniones sobre el punto. Con talmotivo el estanciero, oscuro hasta entonces, se torna conocido para todo el pas, justamente conocido yrespetable, pues tanto su labor como sus palabras contribuyen al progreso patrio. El tramitador no olvidanada. Por medio de unas parientas, matronas muy distinguidas y muy dadas a la caridad pblica, hace que laseora del terrateniente sea includa en la comisin directiva de una tradicional institucin de beneficencia.Con esto la excelente seora alcanza tambin aquella figuracin correspondiente a su edad, a su posicin y asus gustos.

    Detalles ms o menos, he ah el proceso que lleva al brillo social a una familia que vivi siempre en unadiscreta penumbra. En breve tiempo su nombre, repetido por los diversos conceptos ya sealados, viene aformar parte de nuestra indefinida aristocracia, de nuestro gran mundo. Quiz algunas personas dadas a lotradicional y castizo, apegadas a la ranciedad, no vean con buenos ojos estas improvisaciones. Sin embargo, esuna de las condiciones ms simpticas de nuestra modalidad social, pues prueba su poder asimilativo en estosrpidos procesos de remocin que caracterizan nuestra vida colectiva. Pero este es un problema de socilogosy economistas que no me corresponde ni puedo yo tratar. Quiz alguna vez cuente lo que mi marido, hombrede mucho seso, que lleva adems un apellido de largo abolengo, piensa sobre este punto.

    Entretanto, terminemos estos ligeros apuntes descriptivos con unas pocas palabras ms sobre el tramitador.Qu mviles le inducen a ejercer estas tramitaciones? Son ellas desinteresadas?

    Muchas veces, s. Una pura simpata le gua. Otras veces, el espritu democrtico, latente en nuestra sociedad,

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  • no obstante ciertos anhelos de diferenciacin de algn reducido grupo, lleva al tramitador a convertirse enlazo entre la burguesa que se forma rpidamente y la ya constituda. Pero hay tambin tramitadoresinteresados. Nuestro gran mundo se va volviendo un poco complejo. Y existen ya figuraciones difciles en elorden econmico, estrecheces doradas, angustias domsticas por no renunciar al brillo social, mantenido conarduos apuros y apreturas tristes, ocultas y silenciosas. De aqu que haya algn tramitador interesado.Alguna vez el jefe de la familia tramitada, hombre de gran poder econmico, puede ayudar al tramitador ensus negocios vacilantes con sus influyentes relaciones bancarias y por los mil medios que tiene a su alcance laslida opulencia. Otras veces, el tramitador se convierte en heredero de las diez leguas alfalfadas por mediode un matrimonio un tanto morgantico, si vale expresarse as, en que se unen el brillo del nombre y el msopaco que da el campo bien alfalfado, aunque exento de gules. La vida es una serie de mutuosapuntalamientos, de combinacin de anhelos, de asociacin de aspiraciones diversas. Unos allegan o ponen elnombre; otros la sustancia. El que tiene nombre y no sustancia, quiere sustancia. El que tiene sustancia y nonombre, quiere nombre. En el fondo lo queremos todo: nombre y sustancia, y tambin amor. El equilibrio y lafelicidad surgen de la obtencin de lo complementario, de aquello que nos falta. En saber conseguirlo reside elsecreto de la felicidad. Y por eso no debe decirse que existen matrimonios desiguales, ya que cada uno poneen esta sociedad divina y humana lo que al otro le falta, coordinndose as los deseos dispares.

    En estos casos, salta a la vista que el tramitador se est tramitando a s mismo...

    LOS AFEITES

    Los viajeros y turistas que visitan Buenos Aires con propsito de estudiar nuestra sociedad y nuestrascostumbres suelen maravillarse de lo general que es aqu la belleza femenina. Llmales igualmente la atencinla extraordinaria variedad en la hermosura. No existe, como en Europa, la uniformidad de tipo: rubias en elNorte, morenas en el Sur. En los viejos pueblos europeos se ha consagrado una copiosa literatura a la apologade estas distintas formas de belleza. Los poetas del Sur dicen que Dios concedi la mujer rubia a los pueblosdel Norte para consolarlos de la ausencia del Sol. Los vates del Norte, por su parte, ven el infierno en los ojosnegros de las mujeres del Sur. Pero sabido es que la poesa es el arte de la simplicidad y de la exageracin, ode la exageracin simplista, pues las pasiones, como todo fenmeno individual, nada tienen que ver con elcolor del pelo o el matiz del cutis. Y as, hay rubias muy exaltadas y volcnicas que viven entre las neveras ytmpanos de Siberia, mientras no es raro ver en los crmenes del Mediterrneo morenas lnguidas ydesmayadas, como sumidas en sueo letrgico a comps del vaivn de las hamacas. As como las tormentas seproducen en todos los puntos de la tierra, hay tambin ciclones pasionales en todas las zonas del esprituuniversal. Lo nico cierto es que la pasin es en el Sur ms gritona, ms aparatosa, ms visajera; pero ello noquiere decir que sea ms intensa. El loro alborota ms con sus pasiones que el mudo pingino, sin ser por estoms apasionado.

    Como iba diciendo, la belleza es aqu variadsima. Difcil sera decir si hay ms rubias que morenas, o msmorenas que rubias. Lo que puede afirmarse es que cada una, en su tipo propio, es trasunto y dechado de lahermosura femenina. Se atribuye ello a la fusin de razas heterogneas en este crisol argentino. Mi maridoque, como sabis, es muy inteligente, suele disertar de sobremesa acerca de este tpico, tenindome a m poramable auditorio. Segn l, lo esencial de la hermosura es la salud, que ya por s misma es una belleza. Y estasalud originaria la traen consigo los montaeses de todas las latitudes europeas que constituyen la mayor partede la inmigracin, montaeses no contaminados de la vida urbana y decadente de los viejos pueblos. A juiciode mi marido, este proceso social va creando en Buenos Aires el arquetipo de la belleza fsica. La atencinque presto a cuanto dice--pues no tenis idea de la elocuencia y solidez razonadora de mi esposo--es para lun estmulo intelectual, y as sus disertaciones sobre la belleza de la mujer argentina participan de laprofundidad de la ciencia y del encanto del arte. Yo le escucho con gran gusto, y al sorprenderme de susarrebatos lricos, me dice que lo atribuye al modelo que tiene delante... Si es lo ms gentil!...

    Pero nuestras beldades, o algunas de ellas, se han empeado en estropear o destruir con los artificios de afeitesy pinturas su propia hermosura natural. Esta psima costumbre, que ya estaba casi desterrada, vuelve a renacer

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  • ahora en forma alarmante.

    Qu mvil puede guiar a la mujer que se pinta? Engaarse a s misma? Esto es pueril, pues dentro denuestra propia conciencia sabemos que la belleza pintada--suponiendo que esta pintura lo sea--es una bellezapegadiza, falsa, histrinica. El anhelo de ntima perfeccin se funda, por otra parte, en no ensaarnos anosotras mismas, ni en pensamiento ni en obra. Engaar a los dems? Tampoco, ya que a la legua se ve queest pintada una cara. Y aunque no se viera, la intencin del engao no sera menos censurable. Entre la mujerque se pinta y la mscara no hay ms diferencia que de grado de enmascaramiento. La que es linda no necesitapintarse, pues nada aade la pintura a su lindeza, antes la deforma y destruye. La que es fea, o poco agraciada,no conseguir con inanes y ftiles ingredientes qumicos aquella hermosura que le fu negada por laNaturaleza.

    Esta tendencia de la mujer al afeite es muy remota y tiene races psicolgicas o instintivas difciles dedescubrir. Ya en las cuevas de los trogloditas la mujer se pintaba, creyendo agregar con ello encantos a sufigura. Las indias se pintaban tambin. Segn Miranda, el historiador del Uruguay, las mujeres charras sehacan unas rayas azules perpendiculares, desde la frente a la mandbula. No es, por lo tanto, el tocadopinturero fruto de nuestra civilizacin moderna y refinada. Tiene un origen salvaje. Esto deba bastar para quela tendencia fuera desterrada de nuestras costumbres. En este sentido, los hombres han progresado ms que lasmujeres. Entre los hombres existe tambin la pintura en forma de tatuaje. Pero ningn hombre distinguido laemplea. Slo los marineros se pintan un ancla en los brazos o se estampan en el pecho el velamen y laarboladura del bergantn, la imagen nutica, en fin, del barco en que viven. Y esto es pasable, ya que talpintura es el smbolo de su oficio, el emblema de su lucha pica con los elementos trgicos de la Naturaleza.

    Pero es posible pintar la belleza en un rostro en que no exista? Se simular, por unas horas, la frescura, elcolor; mas no las lneas, que es donde reside la verdadera belleza. La contextura orgnica de un rostro, laarmazn sea, no hay pintura que pueda trasformarla, como los dorados de un chapitel no reforman laarquitectura de un templo torcido o contrahecho.

    Me anticipo a reconocer la inutilidad del razonamiento en su aspecto fundamental esttico. La mujer vana ysuperficial seguir pintndose, con arreglo a los cnones que en la moda imperen. Porque tambin en esto dela pintura existe la moda. Nos lo demuestran unos versos clsicos de la comedia de Caldern de la Barcatitulada Eco y Narciso.

    --Un tiempo se dieron En usar ojos dormidos; No haba hermosura despierta, Y todo era mirar bizco.Usronse ojos rasgados Luego, y dieron en abrirlos Tanto, que de temerosos Se hicieron espantadizos. Lasbocas chicas, entonces Eran de lo ms valido, Y andaban por esas calles Todos los labios fruncidos. Dieron enusarse grandes, Y en aquel instante mismo Se despegaron las bocas, Y, dejando lo jasifo De lo pequeo,pusieron Su perfeccin en lo limpio De lo grande, hasta ensear Dientes, muelas y colmillos.

    En estos versos del clsico dramaturgo castellano est encerrada la evolucin de la moda del afeite en eltrascurso de su vida.

    Se ha repetido hasta la saciedad que la cara es el espejo del alma. Este dicho vulgar tiene vida permanente porla verdad que encierra. Efectivamente, el rostro y, sobre todo, los ojos, constituyen, digamos as, el reflejo denuestra vida interna. Las manos, los brazos, los componentes todos de nuestro cuerpo, no revelan nuestrapersonalidad psquica. La revelacin est en la cara y en la mirada. Ahora bien: qu gnero de personalidadpueden acusar un rostro y unos ojos pintados? No ser una personalidad real, con su espritu revelado, sinouna personalidad de farmacia o de fabricacin qumica, esto es, lo menos personal que puede existir. De aquque, el pintarse la cara, espejo del alma, equivalga a pintarse el alma misma.

    Las deducciones que de estas premisas se desprenden son un poco escabrosas. No hemos de hacerlas. Slodiremos que ni el enmascaramiento fsico, ni el moral, duran en la vida, ni puede fundarse felicidad alguna en

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  • tales y tan deleznables artificios.

    Con todo, puede admitirse en las jvenes este pueril error de pretender acentuar con afeites su propia belleza.El deseo de agradar implica siempre una forma de generosidad. Tambin supone egosmo (los instintos sonmuy confusos y contradictorios) ya que pretende acrecer con este recurso falso la hermosura natural. Peroqu decir de las seoras de edad, casadas, con prole, quiz con nietos, que se pintan? Una dama, entrada enaos, luchando con el tiempo en su tocador, constituye el espectculo ms grotesco y risible que pueda darse.Las canas y las