14
COMPORTAM1ENTOS Y ALTERNATIVAS CRISTIANAS EN UNA EPOCA DE CRISIS: EL TESTIMONIO DE CIPRIANO JOSE FERNANDEZ UBIÑA Univ. de Granada En un artículo reciente' me enfrenté por primera vez al problema de las relaciones Iglesia/Estado, segŭ n el testimonio de Cipriano, problema que no por viejo y por sabias manos tratado deja de tener actualidad. Actualidad e interés. Deseo hoy volver a tratar el tema desde otra perspectiva y con otros propósitos, pues aunque muchos trabajos al respecto 2 tienen asegurado un principalísimo lugar en la moderna historiografía, la envergadura del problema y la riqueza documental lo convierten en vivero casi inagotable de nuevos enfoques, discusiones y aportaciones históricas. Esta posibilidad se explica también por la extraordinaria complejidad de la crisis sufrida por el Imperio Romano a partir del s. II, por la variada gama de actitudes que provocó en los coetáneos y por el testimonio espontáneo e históricamente desinteresado de Cipriano. Precisamente en este punto quisiera hoy incidir: en las creencias y compor- tamientos socio-políticos que las comunidades cristianas asumen, a veces inconscien- temente, cuando movidas por su fe perseguida se enfrentan a la vorágine de esa «época de angustia»3. 1. CIPRIANO, LA CRISIS DEL S. 111 Y LA «DECADENCIA » DEL IMPERIO Desde hace siglos 4 sabemos que los antiguos griegos y romanos carecían de conceptos analiticos y científicos que les permitiesen explicar con rigor sus sisemas socio-económicos, sus progresos o sus declives. No cabe, por tanto, esperar análisis similar sobre la crisis del s. III. Pero acaece que tal análisis parece desbordar incluso la capacidad de la historiografía contemporánea, a tenor de la diversidad de interpre- taciones dadas, como bien es sabido por todos, acerca de esta crisis y del final del mundo antiguo 5 . No entraré, por tanto, en este terreno, salvo para señalar algunos sintomas históricos de la época, algunos acontecimientos materiales y espirituales, que tanto las fuentes como la historiografía han subrayado reiteradamente. En primer lugar, el s. 111 parece azotado por un terrible caos económico y social: devaluación monetaria, «inflación» y alza de precios, retorno creciente al trueque, descenso de los intercambios, etc. Este caos afectó muy particularmente a la ciudad —nervio del esclavismo y del mundo romano— en tanto que ésta era una estructura punta que, como quiere Petit6 , había gozado hasta ahora de un alto nivel de vida financiado por 213

COMPORTAM1ENTOS Y ALTERNATIVAS … · CIPRIANO, LA CRISIS DEL S. 111 Y LA «DECADENCIA ... (en detrimento del latín y del clasicismo) que permite hablar de «democratización» de

Embed Size (px)

Citation preview

COMPORTAM1ENTOS Y ALTERNATIVAS CRISTIANAS EN UNAEPOCA DE CRISIS: EL TESTIMONIO DE CIPRIANO

JOSE FERNANDEZ UBIÑAUniv. de Granada

En un artículo reciente' me enfrenté por primera vez al problema de lasrelaciones Iglesia/Estado, segŭn el testimonio de Cipriano, problema que no por viejoy por sabias manos tratado deja de tener actualidad. Actualidad e interés. Deseo hoyvolver a tratar el tema desde otra perspectiva y con otros propósitos, pues aunque •

muchos trabajos al respecto 2 tienen asegurado un principalísimo lugar en la modernahistoriografía, la envergadura del problema y la riqueza documental lo convierten envivero casi inagotable de nuevos enfoques, discusiones y aportaciones históricas. Estaposibilidad se explica también por la extraordinaria complejidad de la crisis sufrida porel Imperio Romano a partir del s. II, por la variada gama de actitudes que provocó enlos coetáneos y por el testimonio espontáneo e históricamente desinteresado deCipriano. Precisamente en este punto quisiera hoy incidir: en las creencias y compor-tamientos socio-políticos que las comunidades cristianas asumen, a veces inconscien-temente, cuando movidas por su fe perseguida se enfrentan a la vorágine de esa«época de angustia»3.

1. CIPRIANO, LA CRISIS DEL S. 111 Y LA «DECADENCIA » DEL IMPERIO

Desde hace siglos4 sabemos que los antiguos griegos y romanos carecían deconceptos analiticos y científicos que les permitiesen explicar con rigor sus sisemassocio-económicos, sus progresos o sus declives. No cabe, por tanto, esperar análisissimilar sobre la crisis del s. III. Pero acaece que tal análisis parece desbordar inclusola capacidad de la historiografía contemporánea, a tenor de la diversidad de interpre-taciones dadas, como bien es sabido por todos, acerca de esta crisis y del final delmundo antiguo 5 . No entraré, por tanto, en este terreno, salvo para señalar algunossintomas históricos de la época, algunos acontecimientos materiales y espirituales, quetanto las fuentes como la historiografía han subrayado reiteradamente. En primerlugar, el s. 111 parece azotado por un terrible caos económico y social: devaluaciónmonetaria, «inflación» y alza de precios, retorno creciente al trueque, descenso de losintercambios, etc. Este caos afectó muy particularmente a la ciudad —nervio delesclavismo y del mundo romano— en tanto que ésta era una estructura punta que,como quiere Petit6 , había gozado hasta ahora de un alto nivel de vida financiado por

213

los excedentes de lo que hoy llamanamos «producto nacional bruto», excedentes quedesaparecen cuando, a partir de M. Aurelio, el Estado tenga que invertir todo eseproducto en gastos de guerra y de seguridad. En tal tesitura, y este es un componentefundamental de la crisis, los emperadores se verán obligados a adoptar medidas que,lejos de fomentar la vida urbana, serían gravísimas para la misma y, en consecuencia,para las oligarquías municipales. En efecto, el Estado responsabilizará a las curias(que en sustancia no son sino esas oligarquías en su manifestación politico-urbana) larecaudación de los impuestos y de los atrasos, lo cual provocará la ruina de muchosdecuriones y el progresivo abandono de la ciudad por parte de la mayoría de ellos quese refugia en casas de campo (villae rŭ sticas urbanas), donde se harán fuertes y senegarán a pagar impuesto alguno ni a la ciudad ni al Estado. El mundo urbano quedaasí abandonado a su suerte, que no puede ser otra que la extinción (dada su incapaci-dad productiva) o su preocupante conversión en albergue de grupos sociales disparesy marginados, como bárbaros romanizados, campesinos que buscan in ŭtilmente unaoportunidad en las ciudades, veteranos licenciados, rentistas arruinados, esclavosmanumitidos... 7 , en fm, aspirantes a ingresar y engrosar la vieja plebe, ayer alimentaday sostenida por el evergetismo decurional (simple excedente del sistema esclavista) yhoy, desde finales del s. II d. C. aproximadamente, masa humana empobrecida ydesamparada cuyas opciones son muy limitadas y bien poco atractivas: regreso alcampo como colonos, ingreso en el ya barbarizado ejército romano, formación debandas armadas... El golpe terrible que estaba sufriendo la organización urbano-escla-vista romana parece hacer buena la hipótesis que explica toda la situación como elgran triunfo, la gran revancha histórica del campo sobre la ciudad, revancha que nosólo ilustraría la decadencia urbana, sino también la ruralización de la economía y dela sociedad, y también del ejército y de la administración e incluso de las mentalida-des8.

Yo me atrevería, sin embargo, a afirmar que esta «época de angustia» sólo escomprensible si valoramos debidamente las transformaciones espirituales en curso,transformaciones que considero aŭn más importantes que las materiales y que, en miopinión, hicieron irreversible la progresiva descomposición de la ciudad y del régimenesclavista. En todo caso, son estas transformaciones espirituales las que puedenhacernos comprender las ideas y la práctica del cristianismo primitivo, de sus adeptosy de sus comunidades, así como sus atractivos y su expansión. Pensemos, p. ej., enlas manifestaciones artísticas y en su mejor expresión romana: el relieve históricomaterializado pincipalmente en monumentos oficiales, sarcófagos y monedas. Latemática y los esquemas estéticos empleados, de corte helenístico, sirvieron paraexpresar con fidelidad los gustos y los intereses de los sectores senatoriales dominan-tes, mientras que la sociedad provinciana romana y la italiana más humilde desarrolla-ban paralelamente otras formas estéticas que el llorado Bianchi Bandinelli y posterior-mente Picard8 denominaron «arte plebeyo», es decir, arte de las clases medias desuboficiales y decuriones, y que acabará imponiéndose desde el s. III: casi parece unainesperada ratificación de las tesis de Rostovtzeff, si pensamos que los •estratossociales que propician este arte plebeyo son ahora los estratos sociales dominantes.Pero lo que quiero aquí subrayar es que el cristianismo hizo suyo este estilo, segŭnpodemos apreciar en las composiciones religiosas tardorromanas y medievales 10 . Asípues, a los cambios socio-económicos y a la ruralización de la vida, conviene añadirlas transformaciones del gusto propiciadas en estas fechas por el cristianismo, asícomo el despertar de movimientos cuasi nacionalistas y antirromanos, con expresio-

214

nes artísticas y lingŭísticas propias (en detrimento del latín y del clasicismo) quepermite hablar de «democratización» de la cultura o «enculturación»". En fm, y sinpretender ser exhaustivo, incluso la topografía urbana se transforma segŭn avanza lacristianización, como reciente y magistralmente han señalado y probado Fevrier, P. A.y García Moreno, L. 12 Todos estos hechos, naturalmente, forman parte de un procesolento, aunque acelerado e irreversible, que empezará a mostrar toda su fuerza a partirdel s. IV, cuando ŭncluso el lenguaje del Imperio se «vulgariza», cuando se impone loque Auerbach llamó Sermo humilis 13 , es decir, el lenguaje de los esclavos y humiliorescristianos caracterizado por una sintaxis y por un vocabulario torpe y pobre, inacepta-ble para la élite cultural pagarta, pero llamado a convertirse en modelo de las posterio-res generaciones de cristianos, incluso a nivel popular".

Las transformaciones y problemas de esta época se vieron acompañados, amediados del s. III, de un recrudecimiento de las persecuciones anticristianas cuyorigor, sin embargo, no conviene en verdad exagerar, como se ha exagerado confrecuencia desde los coetáneos hasta hoy, pues amén de inexactitudes, ello puedesuscitar reacciones tan lacerantes y plenas de ingenioso sarcasmo como la célebre deVoltaire 15 . Podemos afirmar que antes de Decio la Iglesia no tuvo mayores problemascon el poder secular en general, si bien sufrió esporádicas agresividades de ámbitolocal, a veces de inhumana violencia. Fue precisamente este emperador quien en el250 ordena a todos los ciudadanos del Imperio que sacrifiquen a los dioses. Deciopretendía ante todo con este célebre edicto «afirmar, ante la escalada de los peligrosexteriores, la unidad moral del Imperio, reuniendo todas las energías en torno a losdioses protectores del Estado» 16 . Pero el edicto también constituía, y así se hainterpretado, una medida anticristiana; es más, iba a suponer la primera persecuciónverdadera y sistemáica contra los cristianos, afectando muy gravemente a las iglesiasde Roma, Oriente (Egipto, Siria y Asia Menor) y Africa. Su virulencia, resaltada porlos autores cristianos, empañará para siempre la memoria de ese excelente emperadorque fue Decio, quien pronto encontraría la muerte en el campo de batalla (junio de251). A pesar de su brevedad, esta persecución supuso el martirio, la prisión o eldestierro para muchos cristianos, entre los que se encuentran el papa Fabián yCipriano, pero quizás su peor efecto fue la segregación producida dentro de lascomunidades cristianas y de éstas con el entorno, dado que negarse a sacrificar podíainterpretarse como una falta de patriotismo, pues es muy posible que por estas fechasla mayoría del pueblo y de las autoridades considerasen compatible el edicto con la fecristiana17 . Lo cierto es que fueron muchos los lapsi que sacrificaron u obtuvieron acambio de dinero un certificado de haberlo hecho (libellatici), o bien se limitaron aquemar incienso en los altares paganos (thurificati): la reintegración en el seno de laIglesia de estos diversos lapsi sería precisamente uno de los mayores problemasdoctrinales y disciplinarios a los que había de enfrentarse Cipriano desde su cátedraepiscopal en Cartago. La persecución, que terminó en un fracaso politico poco antesde morir Decio, tuvo un reverdecimiento violento años después, bajo el emperadorValeriano, quien en 257, coincidiendo con la agudización de los problemas internos yexternos del Imperio, promulgó un edicto ordenando a los obispos, sacerdotes ydiáconos sacrificar a los dioses paganos.bajo pena de exilio, prohibiéndose además elculto pŭblico de los cristianos y sus •reuniones en los cementerios, én- este caso bajoamenaza . de' péna capital. Al año siguiente, otro edicto extremó las medida.s . anticris-tianas, generalizándose_la pena de muerte a los que rehusaran sacrificar,. así como laconfiscación de bienës. -tNo ha pasado desapercibido el ,carácter selectivoI-de este

2,15

segundo edicto, pues se dirigía en especial, aunque no exclusivamente, a1 jerarquía ya los sectores sociales dominantes de la Iglesia, cuyos bienes iban a engrosar lasvacías arcas del fisco18 . Las víctimas fueron más numerosas que en persecucionesanteriores, y entre ellas destacan el papa Sixto II y San Cipriano. En el 260, Galienopromulgó un edicto de tolerancia y autorizó de manera oficial y por primera vez elculto cristiano, así como la devolución a la Iglesia de los bienes encautados, y enparticular de los cementerios18.

Empíricamente, pudieran ser estos dos grupos de acontecimientos (las persecu-ciones por una parte y la crisis espiritual y material de la época por otra) las dosgrandes coordenadas que enmarcan la vida y la obra del santo de Cartago. Pero nopodemos olvidar que estos acontecimientos también exacerbaron algunas concepcio-nes vitales y culturales que hundían sus raíces en el clasicismo greco-romano y quehan sido magistralmente analizadas por Dodds, E. R. 20 : menosprecio de la vidahumana y terrena donde el individuo no es sino una vulgar marioneta, consideraciónde todo lo material como principio y origen del mal, consiguiente deseo de marginarsey escapar de este mundo... concepciones que se materializaron no sólo a nivel teórico(en la doctrina cristiana primitiva y en la filosofía de Plotino, por ej.) sino también enel cotidiano desprecio hacia lo corpora121 y material, en la renuncia a transformar elmundo real para refugiarse en la soledad y en la vida eremítica. Muy probablemente,como afirma Dodds, «todo ello no es una enfermedad contagiada a partir de unafuente extraria, sino más bién una neurosis endógama, indicio de unos sentimientos deculpabilidad intensos y muy difundidos. Las calamidades materiales del s. III agrava-ron ciertamente la dolencia, pero no fueron su causa, ya que los primeros sintomascomenzaron a notarse mucho antes» 22 . Lo que no ofrece duda es que también estaenfermedad afectó de lleno a Cipriano, que se enfrentaría a ella, como a los restantesproblemas de la época, con una energía y lucidez fuera de lo com ŭn durante loscruciales arios de su obispado (249-258).

No es ésta, sin embargo, la impresión que se recibe cuando se inicia la lecturade su obra23 , pues en sus primeros tratados y epístolas Cipriano parece estar conven-cido y dominado por las ideas de un inrninente fin del mundo y de un odio apriorísticode los gentiles contra los cristianos, odio que él veía confirmado ni más ni menos quepor las Sagradas Escrituras 24 . Así pues, en estos escritos no hay ruptura del horizonteideológico de la época, segŭn hemos delimitado anteriormente, ya que, en resumen,para Cipriano, como para tantos de sus coetáneos, el mundo es «malo» y debe acabarineluctablemente ante la inminente Parusia. Pero esta ideología pesimista y defensivasirve también de sostén a sus sentitnientos sobre la «decadencia», principalmentemanifestados en su escrito, anterior al 250, a un tal Donato, y que Cipriano apuntalacon las terribles realidades de su tiempo, donde él aprecia una enfermedad generali-zada que afecta al arte, los juegos la justicia, la milicia, la economía... 28 . Es precisa-mente esta apelación a la realidad visible y cotidiana lo que convierte a Cipriano entestigo excepcional y excepcionalmente fiel de unos arios de crisis profunda y com-pleja, máxime si tenemos en cuenta que a su valía intelectua1 natura1 se ariade una

•seria preparación teórica y una amplísima información de lo que ocurría en todo elImperio, derivada de sus relaciones con los sectores dominantes de la sociedadromana, de su personal posición socio-económica y de sus continuos contactos episto-lares con los más remotos lugares28.

Indudablemente, Cipriano no hizo lo que hoy llamaríamos un «análisis histó-rico», como lo prueba el mero hecho de que identifique siempre la decadencia del

216

Imperio con la idea del inminente fin del mundo; sin embargo, tampoco partía depresupuestos exclusivamente personales, y ello explica que ni en la persecución deDecio ni en la de Valeriano, donde perdió la vida, vio signos de aquel inminente final,de aquella decadencia. Su concepción de la Historia es profundamente escatológica ycatastrofista, basada exclusivamente en la Biblia y, por tanto, sin que aparezca jamásreferencia alguna a textos o autores paganos, a pesar de su conocida formaciónhumanística27 . Por el contrario, el sentimiento de decadencia universal aparece níti-damente expresado en relación con los cismas de Felicísimo en Africa y Novaciano enRoma, o sea, coincidiendo no tanto con la persecución de Treboniano Galo cuanto conlas divisiones intemas de la Iglesia y con las herejías que, para él, constituían el malmayor, un auténtico castigo o prueba divina, una auténtica persecución y, a fin decuentas, un signo evidente del final de los tiempos28.

En consecuencia, es lícito al historiador ver en Cipriano una fuente fundamen-tal para el estudio de la crisis del siglo III, y creo que los trabajos citados de Alfoldy,G., Mazzarino o Saumagne, entre otros, muestran en qué medida estos estudiosresultan valiosísimos e imprescindibles 29 , pero no es menos cierto que esta fuente estáinicialmente «viciada» por la incoherencia propia de todo pensamiento escatológico.No obstante, como ya escribi en otro lugar30 , podríamos afirmar que Cipriano es confrecuencia consciente de esta actitud acrítica/incoherente, y lo es al menos por dosrazones: primero, porque los males que sufre el mundo se ponen en relación concausas externas al propio mundo, es decir, son males ya anunciados en las SagradasEscrituras como preludio del final de los tiempos. Pero Cipriano también está conven-cido de que, aŭn prescindiendo de las Sagyadas Escrituras, la crisis del Imperio puedeexplicarse por un proceso biológico natural, • por pura vejez, por carecer de apoyodivino, o simplemente por la volubilidad de la suerte 31 . Por eso no es de extrañar, sibien conviene subrayarlo, que mientras en Ad Demetrianum, escrito a fines del 252, osea, en medio de mŭltiples adversidades que asolan el Imperio, Cipriano enumeradetalladamente estos males como sintomas del fm del mundo, unos arios después, enel 256, cuando el Imperio parece salir de la crisis, Cipriano sólo alude en su De bonopatientiae al fin de los tiempos en térrninos extremadamente vagos que describen lallegada del Dios triunfal segŭn anuncia la Biblia y, a fin de cuentas, ya no aparece estefinal como algo inminente refiejado en la realidad material, sino que, en el contextogeneral, se recomienda una paciente espera 32 . Pero, en segundo lugar, el pensamientode Cipriano resulta con frecuencia conscientemente acrítico porque a pesar de laslimitaciones ya serialadas, él atribuye estos males a la divinidad, a ŭn a sabiendas deque la mayoría de las adversidades son pura y simplemente el producto de una malaorganización socio-económica o del mal proceder de los humanos. Cipriano seriala,por ejemplo, la corrupción de la Justicia y la constante infracción de las leyes, yaantes del inicio de la persecución de Decio y de la agudización de la crisis imperia133.Pero incluso cuando esta crisis alcanza caracteres tan dramáticos que el propio santove en ella la prueba inequívoca del fin de los tiempos, cuando en el ario 252 el Imperose encuentra azotado por toda clase de adversidades internas y externas, signosbíblicos de la proximdad del juicio final, prolijamente detallados en su Ad Demetria-num, incluso entonces Cipriano reconoce, casi de pasada, que estos desastres natura-les, ecomimicos y militares están encauzados, cuando no motivados, por la desastrosaorganización politica, social y jurídica del Imperio, y en particular del Africa procon-su1ar34 , y seriala en concreto que frente a la amenaza de los bárbaros es mucho másferoz y dura la rivalidad social provocada por las injusticias de los poderosos; que las

217

rapirias ocasionan más hambres que las sequías, y que la escasez alimenticia se debesobre todo al saqueo de las importaciones y al alza de los precios; incluso la falta delluvias produce menos males que el cierre de los graneros, y en resumen, serialaCipriano con no poca agudeza, que los males no están en la producción, sino en lamala distribución, y que incluso la peste parece menos desastroa que la falta deatención a los enfermos y el despojo de los muertos 35 . Indudablemente estamos anteun pensamiento conscientemente acrítico, en línea con esa vieja concepción que ve enla realidad y en la Historia no un instrumento para comprender el pasado, sino paraprever el futuro, pero también, como acabamos de ver, ante un pensamiento extraor-dinariamente lŭcido que convierte a Cipriano en un fiel testigo de su época, inclusoprobablemente menos condicionado que algunos de sus coetáneos, como Dión Casio,Herodiano o Comodiano36.

2.—ACTITUDES POLITICAS DE LAS COMUNIDADES CRISTIANAS

A pesar de la gravedad y nŭmero de los problemas de la época, es difícilencontrar en Cipriano una crítica sistemática y elaborada al poder secular y a lasestructuras sociales romanas. Por el contrario, y desde sus primeros escritos, el santosubraya que los cristianos deben ajustar su comportamiento al dictado de las leyes yevitar así ser castigados por infracción alguna que no sea la de seguir a Cristo 37 , de talmodo que atribuye con frecuencia la corrupción o la injusticia a la transgresión impunede la ley, pero no a la maldad de esa ley m . Abundando en esta temática, todavíaresulta más llamativo que tras la persecución de Decio haga una apasionada llamada ala unidad de la Iglesia, invocando precisamente los problemas internos y no el peligroexterior administrativo pagano, pues pensaba que la persecución no era tanto unamedida política cuanto una decisión divina ante la corrupción reinante en el seno de lapropia Iglesia, hasta tal punto que Dios no sólo castigó y puso a prueba la integridadde los creyentes en general, sino que, además, después de la persecución tomómedidas punitivas contra individuos concretos que habían flaqueado, y así a uno dejómudo, a otro atormentó con dolores mortales, etc. 35 . Parece como si Cipriano,consciente de la fuerza del enemigo, orientara toda su capacidad administrativa y su ferealista a la consolidación de las comunidades cristianas y al mantenimiento de launidad interna, mediante un respeto escrupuloso, pero flexible, de las Sagradas Escri-turas y una «justa severidad de la disciplina espiritual»: por ello gusta presentar laIglesia como una nave o un rebario rodeado de peligros mŭltiples, a quien es necesarioproteger y salvar a toda costa40 . Pero no olvidemos que, además, es una época dedesprecio doctrinal hacia los bienes y asuntos mundanos, desprecio que parecíaratificarse por las ca1amidades cotidianas y que hacía deseable y liberador todo loperteneciente al mundo del espíritu y muy especialmente al mundo de ultratumba41.Cree Gascó, F., y lo prueba documentalmente, que esta actitud defensiva explica elrecurso frecuente a imágenes militares para ilustrar las tensas relaciones entre lascomunidades cristianas y su entorno 42 , y que a la postre ello condujo a Cipriano avalorar los sintomas de «decadencia» como pruebas de otra realidad trascendental: enconsecuencia, frente a las explicaciones históricas clásicas (de Tucídides a DiónCasio) basadas en los conceptos de causa, pretexto o fortuna, Cipriano sólo se serviráde los libros sagrados y «al entender la realidad como sugerencia o indicio de otrasrealidades no perceptibles y al aplicar un esquema comprensivo basado en la Biblia sesitŭa a una doble distancia de la realidad y caracteriza la opción cristiana de compren-derla como algo irreal» 43 . El pobre horizonte epistemológico y los pesimistas perfiles

218

ideológicos que acotan la sociedad de esta época, explican ciertamente que paganos ycristianos no tuviesen especial predisposición a luchar y transformar las «condicionesobjetivas» del mundo exterior44.

En todo caso, la ausencia de una crítica politica al poder establecido no debeatribuirse tampoco, en mi opinión, a la presencia de cristianos dentro del aparatoestatal o en posiciones socioeconómicas de relieve, si bien es verdad que ello puededocumentarse en la obra del santo cartaginés, que alude a insignes personae víctimasde la persecución de Decio e incluso senadores, caballeros, matronas y hombres dealtas funciones que lo fueron en la de Valeriano 45 . No debemos olvidar que si la críticapolitca coherente falta, también falta una alabanza del sistema y que a fin de cuentas,como seriala Cassirer, por estas fechas e incluso en siglos posteriores los cristianos notenían un ideal posible de Estado en este mundo: precisamente cuano los cristianos seplanteen este problema no van a encontrar otra solución, como magistralmente haserialado García-Pelayo46 , que considerar al Reino de Dios como arquetipo político detejas abajo.

Sin embargo, tampoco podemos creer que las comunidades cristianas aceptarontal cual el orden establecido. Muy al contrario, uno de los acontecimientos másimportantes desde el punto de vista histórico será la elaboración de una normativajurídico-política propia en el seno de la Iglesia, que se irá consolidando y perfeccio-nando en los arios siguientes. En este sentido, resulta manifiesta la desconfianza deCipriano hacia la justicia imperia147 , que él considera literalmente corrompida e irres-petuosa con la ley, máxime cuando esta misma ley es ambigua, como en el caso delcristianismo, de tal modo que Cipriano puede increpar a Demetrio, posible funcionariopagano, en términos tan asombrosos para nosotros como los siguientes: «elige una dedos: el ser cristiano es delito o no; si es delito, i,por qué no matas al que declaraserlo?; si no es delito, ,por qué perseguir a un inocente? (...). Mas ahora queespontáneamente confieso y clamo y testifico a voces reiteradamente que soy cris-tiano, ,por qué vas a arrancar con el tormento a quien confiesa serlo y niega a tusdioses no en secreto y a ocultas, sino a las claras y en p ŭblico en el tribunal mismo aoídas del presidente y jueces?» 49 , palabras escritas, no lo olvidemos, en plena perse-cución de Galo. Y tal vez todo ello pueda también explicar su consejo a los cristianos,basándose en S. Pablo (1 Cor 6,1-9), de dirimir sus diferencias personales al margen delos jueces paganos49 . Naturalmente, el distanciamiento en estos y otros aspectosconcretos iba acompariado de un rechazo de toda legislación anticristiana, de lacrueldad del poder secular en tiempos de persecuciones y de la religión pagana, asícomo de una puesta en cuestión de los orígenes gloriosos de Roma y de los sistemasfilosóficos del paganismo50.

Curiosamente, esta aptitud de rechazo no se reproduce en relación con lasautoridades del Imperio, cuya legalidad nunca se cuestiona, aunque sí su proceder enasuntos puntuales 51 . Pero a este respecto la idea dominante en Cipriano es contrapo-ner las glorias y la fugacidad del poder terrenal a las glorias y dignidades celestiales52,aunque de hecho no parece existir incompatibilidad entre unas y otras, pues induda-blemente el cristianismo había contagiado ya a importantes sectores de los ordinessuperiores y de las altas magistraturas 53 . Recordemos, además, que con frecuencia lacrítica directa al poder secular queda diluida al atribuirse, por ej., las persecuciones noa las iras del Imperio como poder político-administrativo, sino a los gentiles y alpueblo en general, cuando no a un castigo divino. Sólo muy de pasada aparece en

219

Cipriano una crítica más o menos velada a los emperadores Decio (Ep. 55,9; Ep. 39,2),Galo (Ep. 57,) y Valeriano (Ep. 80,1).

Como queda dicho, Cipriano es un hombre eminentemente práctico y realista, ydedica casi toda su atención a la organización interna de las comunidades, a buscarsoluciones a la problemática planteada por los cismas y herejías, problemas que aveces se agravan por las ambiciones personales de algunos cristianos deseosos deescalar puestos jerárquicos en el seno de la Iglesia, lo cual, dicho sea de paso, pareceindicar su importancia 54 . Pero dado que en estas fechas no está fijada aŭn la ortodoxiay mucho menos las estructuras eclesiásticas, esta actividad de Cipriano será trascen-dental en tanto contribuirá a la elaboración de un andamiaje normativo y jerárquicoque vendrá a constituir el soporte de la Iglesia como organización cuasi-estatal dentrodel Estado, segŭn hemos analizado en otro lugar55.

A pesar de esta preferente dedicación a los asuntos internos, se observa ennuestro obispo, paralelamente, un notable esfuerzo por desprenderse y diferenciarseen bloque de la realidad social e ideológica pagana, delimitando así un terreno «cris-tiano» específico, fuera del cual, afirma, no hay salvación posible ni siquiera para losque sufren martirio y muerte en persecución 56 , y no deja de ser significativo a esterespecto el hecho de que Cipriano considere como un enemigo no al Estado pagano nia sus instituciones, sino a todo aquello y a todo aquel que esté fuera de la Iglesia o queincluso estando dentro irifrinja las normas establecidas, enemigo que suele designarsecon términos tan genéricos como populus, mundus, gentiles, ludaei, etc., y frente alcual los cristianos deben lanzar sus ejércitos y sus armas espirituales57 . Por todo ello,no extraria que en las previsiones de Cipriano no entrara una posible convesión delImperio a su fe, sino que, por el contrario y como ya hemos dicho, el fin del mundo seconfunde precisamente con el fin del Imperio 58 . En fin, si en el contexto de su obraSan Cipriano parece optar por transformaciones globales, que abarcan incluso lasesferas socio-económicas, posiblemente ello se deba enmarcar en la difusión de ideasy prácticas universalistas que se proponen o se Ilevan a cabo desde los Severos, y muyen particular con la Constitutio Antoniniana y con el intento de Heliogábalo deunificar todo el mundo religioso bajo el culto solar. Ideas universalistas de las queparticipan plenamente los cristianos del momento, sobre todo a propósito de lanecesaria unidad cristiana en la diversidad nacional. Pero no obstante, estas teoríascristianas, al menos en Cipriano, tienen todavía una dimensión sustancialmente reli-giosa y escatológica, sin ninguna pretensión expresamente política, pues a la postretoda escatología se aproxima más a la aceptación y sometimiento del «futuro profeti-zado», que a la transformación y liberación histórica del presente59.

3.—E'VERGETISMO ROMANO Y SOLIDAR1DAD CRISTIANA

Si tenemos en cuenta la prístina y amplia implantación del cristianismo en lossectores sociales más humildes y sojuzgados, puede resultar especialmente sorpren-dente la ausencia, en Cipriano y en otros muchos cristianos, de una crítica socio-eco-nómica, e incluso de unas alternativas, aunque fuesen parciales, al sistema esclavista.Lejos de ello, las escasas referencias al tema suelen presentarse enmascaradas osuavizadas por alegatos de corte ético 68 , por más que la situación sea considerada deinseguridad general, robo, asesinato y avaricia de los «ricos, que ariaden bosques abosques y ensanchan sin límites sus fincas, arrojando al pobre de las heredades de suderredor», que acurnulan riquezas y se niegan a la más mínima distribución de lasmismas, males que incluso estaban ya haciendo mella en el seno de la Iglesia61 . Es

220

sabido, y Cipriano seria un testimonio más al respecto 62 , que el cristianis-mo se estáincrustando por estas fechas en las capas dominantes, con la expresa aceptación de lasestructuras sociales imperantes y, en particular, de su pieza fundamental: la esclavi-tud. En efecto, Cipriano no sólo la considera como algo válido e incuestionable, sinoque incluso afirma «que los esclavos han de servir mejor a sus dueños temporalesdespués de alcanzar la fe» 63 . Y parangona la obediencia debida a Dios por el hombrecon la que el esclavo debe a su amo bajo amenaza de severos castigos, lo cual no leimpide reconocer la identidad de naturaleza y origen para todos los hombres, amos yesc1avos64 . En este sentido, la identidad de criterios con la realidad social es absoluta,y Cipriano llega a decir que «el esclavo no puede ser mayor que su dueño, ni nadiepuede reclamar para si lo que el padre asigna sólo al hijo», pues ello «es obstinaciónaltiva y presunción sacrilega que se arroga el loco perverso»65 . En consecuencia,quedaría provisionalmente confirmado que Cipriano carece de una altemativa políticay socio-económica, al menos de una forma nítidamente estructurada, y que ello leimpedia elaborar una crítica global y radical al sistema politico-social de su tiempo.

Sin embargo, la obra del obispo tampoco permite afirmar que se aceptara eneste terreno el orden establecido. A pesar de las ya señaladas limitaciones ideológicas,en las comunidades cristianas en general y en la de Cartago en particular se estáproduciendo un fenómeno histórico cuya relevancia y trascendencia ya subrayábamospáginas atrás y en el que, a fuer de reiterativos, he de volver a incidir. Me refiero a laconstante elaboración y consolidación de normas de conducta y aspiraciones específi-cas, diferentes a las de la gentilidad y el Imperio, y que afectan no solamente a las yacitadas cuestiones de orden ético-religioso, sino también socio-económico. Mazzarinoy Alf•ildy, entre otros, hablan con razón de que en realidad se estaba forjando unaespecie de Estado dentro del Estado romano, con organización y finanzas propias yaislado en lo posible del entorno pagano 66 . De este modo, aunque la organizaciónsocial imperial es en general aceptada, Cipriano señala que el clero no debe dedicarsea los negocios mundanos y que los cristianos no deben ejercer ninguna profesiónconsiderada inmoral, ni pertenecer a ninguna asociación estatal ni contraer matrimo-nio con los paganos 67 . Ateniéndome ahora exclusivamente al plano económico, desea-ria llamar la atención sobre estos dos aspectos:

En primer lugar, la identificación de Cipriano con el esclavismo y sus ataques allatifundio que devora la pequeria propiedad, arruina la tesis de que el cristianismo sólodesplegó sus velas al amparo de los vientos feudales, tesis que ha sido principalmentesostenida por cierto materialismo vulgar y mecanicista 68 y que, como minimo, hay quematizar, máxime si tenemos en cuenta que Cipriano considera que esta acumulaciónde riquezas perjudica a la Iglesia y sobre todo a los sectores sociales más humildes,que a la postre son todavía el sostén del cristianismo69.

En segundo lugar, y seguramente más importante, la obra de Cipriano confirmala considerable capacidad fmanciera de la Iglesia y en particular el volumen monetariocontrolado por las comunidades cristianas o, al menos, por sus dirigentes, precisa-mente en una época en que la organización económica imperial parece derivar porderroteros que privilegian la economía natural en detrimento de la monetaria, prole-gómenos más o menos dilatado de lo que será el feudalismo 70 . Mazzarino llegó inclusoa pensar en una doble economía, la estatal y la eclesiástica, desarrollada en lasprimeras décadas del s. 11171. Aunque no podemos olvidar que Africa es provinciamuy romanizada y Cartago una ciudad floreciente, quiero decir, donde el evergetismoy el mercantilismo eran familiares 72 , resulta cuando menos llamativo el acopio de

221

riquezas monetarias en el seno de la Iglesia, hasta tal punto que Cipriano se queja deque muchos obispos se dediquen a negocios lucrativos y hagan empréstitos conintereses usurarios, quedando patente que lo que se critica es el abuso y no el uso oposesión del capital comercial y del interés 73 . Prueba de ello es que el propio santo, apesar de que S. Jerónimo afirme que dio todos sus bienes a los pobres al hacersecristiano (De vir. ill. 67) y su biógrafo Pontius matice que lo dio casi todo (Vit. Cypr.2), lo cierto es que desde su oculto exilio durante la persecución de Decio envía 500sestercios a unos confesores víctimas de esta persecución, incrementados en otros 175por un lector recién ascendido a diácono 74 , a la par que ordena a la comunidad deCartago que atienda en todas sus necesidades a los cristianos pobres que afrontan losproblemas del momento78 , y este socorro a los cristianos necesitados se repetirátambién en años posteriores78 . Aunque no se especifique en estos ŭ ltimos casos lacuantía, es manifiesta la caPacidad monetaria de la Iglesia en estas fechas, a tenor dela naturalidad con que Cipriano comunica a los obispos de Numidia el envío de100.000 sestercios para el rescate de los cristianos y cristianas apresados en laincursión bárbara del 253, dinero recaudado en una colecta del clero y fieles cartagine-ses77.

Indudablemente, estas liberalidades están en consonancia con la nueva escalade valores y aspiraciones que los cristianos oponen al mundo de los gentiles 78 , yCipriano reitera hasta el cansancio la imperiosa necesidad de practicar esa generosi-dad, de rechazar todo egoísmo y compartir lo que se tiene 78 , doctrina que tambiénpractican las restantes comunidades cristianas repartidas por todo el Imperio, siendode destacar, por ser de estas fechas y ser ejemplar, que segŭn cuenta Eusebio (H. E.6, 43, 11), la comunidad de Roma alimentaba a más de 1.500 (i) «viudas y menestero-sos», generosidades y solidaridad que habría deseado para los paganos el buen Ju-liano80 , máxime cuando a ello solía añadirse una excelente administración, con fre-cuencia más sana y eficaz que la secular81.

En fín, no puede pasarnos por alto la similitud de estos donativos y socorroscristianos con las liberalidades imperial y municipal hacia la empobrecida y ociosaplebe urbana, fundamento, en mi opinión, del régimen esclavista82 . Similitud no sóloen su aspecto formal, sino también en sus consecuencias, pues esta solidaridad creó oal menos ayudó a consolidar un profundo sentimiento de grupo entre los cristianos,como seguramente ya advirtió Celso 83 , sentimiento revalorizado por el angustiosodesamparo de la época: «dentro de la comunidad se experirnentaba el calor humano yse tenía la prueba de que alguien se interesa por nosotros, en este mundo y en el otro.No es, pues, extrario que los primeros y más llamativos progresos del cristianismo serealizaran en las grandes ciudades: Antioquía, Roma y Alejandría. Los cristianos eran«miembros unos de otros» en un sentido mucho más que puramente formulario.Pienso que ésta fue una causa importante, quizás la más importante de todas, de ladifusión del cristianismo» 84 . Efectivamente, hay que destacar, y mucho, el carácterdemocrático, popular y redistributivo que parece imperar en el funcionamiento eco-nómico de la comunidad cartaginesa, carácter que también parece existir en lasrestantes comunidades y en la banca cristiana, concretamente en la de Calixto 88 , yprecisamente por ello creo que las sportulae documentadas en Cipriano responden enesencia a los mismos imperativos que las realizadas por el Estado y por los municipioscuando el régimen esclavista era hegemónico88 . Se trataba, en uno y otro caso, deredistribuir parcialmente unos excedentes generados por el sistema y necesarios parael recto desenvolvimiento de la comunidad urbana. Ciertamente, las curias paganas no

222

justificaban sus donativos a la plebe por desprecio a la vida terrena, por el deseo depurificar el alma o por amor al prójimo. Pero quizás sea sólo ésta la diferencia: a unasolidaridad politica está sucediendo una solidaridad religiosa. La crisis del siglo IIIhabía trastocado tan profundamente los mecanismos sociales, que ni siquiera estaŭltima solidaridad podrá frenar la descomposición de un sistema por muchas razonesobsoleto. Sin embargo, la decadencia urbana y el predominio rural agudizaron si cabeaŭn más las diferencias sociales, de modo que los sectores más humildes, cristianos ono, se vieron también muy pronto más expoliados y desamparados.

Un historiador de nuestro tiempo está obligado a preguntarse todavía hoy si lafrecuencia con que los movimientos heréticos se ven impulsados por esos sectoreshumildes, no vendría a revelar una ruptura temprana de aquella solidaridad comunita-ria y un abandono interesado de la plebe y de la ciudad por parte de la jerarquíaeclesiástica y de los poderes pŭblicos ya cristianizados. En todo caso, la obra deCipriano confirma que la fuerza del cristianismo se generó precisamente en estosmedios plebeyos y urbanos que a partir del s. III empiezan a ser disgregados ydebilitados por el viento, para ellos en contra, de la Historia.

NOTAS

Ubiña, J. F., «San Cipriano y el Imperio». Estudios Eclesiásticos, 57 (1982), 65-81.2 Por ejemplo Rahner, H., L'Eglise et l'Etat dans le christianisme primitif. Paris, 1963; Sordi, M.,

Cristianesimo e Roma. Bolonia, 1965; Klein, R. (ed.), Das frhe Christentum im rómischen Staat. Darrns-tadt 1971; Molthagen, J., Der rómische Staat und die Christen im zweiten und dritten Jahrhundert. Gotinga,1975; Momigliano, A. D. (ed.), Paganism and Christianity in the Fourth Century. Londres, 1962; o losexcelentes trabajos de g. e. m. de ste croix, Sherwin-White, A. H. y Frend, W. H. C., recogidos enFinley, M. I. (ed.), Estudios sobre historia antigua. Madrid, 1981, pp. 233-314. Todos con abundantebibliografia y estado de la cuestión.

3 Segŭn la feliz expresión que Dodds, E. R., traslada a estas fechas en su magistral obra Paganos ycristianos en una época de angustia. Algunos aspectos de la experiencia religiosa desde M. Aurelio aConstantino. Madrid , 1975.

4 Finley, M. I., La economía de la Antigiiedad. Madrid, 1975, pp. 15-41.5 He analizado las más destacadas interpretaciones en La Crisis del s. M y el fin del mundo

antiguo. Madrid, 1982. Sabido es que la obra fundamental al respecto la escribió hace un cuarto desiglo Mazzarino, S., El fin del mundo antiguo. México, 1961.

• Petit, P., Histoire générale de l'Empire romain. 2. La Crise de l'Empire (des derniers AntoninsDioclétien). Paris, 1978, pp. 34-37 y 231-2.

7 Dodds, E. R., op. cit. 179.8 Rostovtzeff, M., Historia social y económica del Imperio romano. Madrid, 1962, II, 327 SS.• Bianchi Bandinelli, R., Del Helenismo a la Edad Media. Madrid, 1981, 35-45; Picard, G., «L'art

populaire ou plébéien». Bull. arch. REL (1967), 485-499.Sobre los sarcófagos de España el mejor especialista es M. Sotomayor. Cf. en particular sus

obras Los sarcófagos romano-cristianos esculturados de España. Granada, 1973 y Sarcófagos romano-cris-tianos de España. Granada, 1975.

" Este ŭ ltimo término, mejor que «aculturación» o «inculturación» es defendido por Sotomayor,M., «Cristianismo y Culturas». Proyección, n.° 114 (julio-septiembre 1979), 181 ss. Cf. Mazzarino, S., «Lademocratizazione della cultura nel Basso Impero». XI Cong. int. Sc. hist. Estocolmo, 1960, 35-54; VanEifenterre, H., «Acculturation» et histoire ancienne». XII Cong. int. Sc. hist. Viena, 1965, 37-44; Mazza,M., Lotte sociali e restaurazione autoritaria nel 3 secolo d. C. Catania, 1970, pp. 519-556.

12 Fevrier, P.-A., «Permanence et heritages de l'Antiquité dans la topographie des villes de l'Occi-dent durant le Haut Moyen Age » . Sett. Stud. Alt. Medioev. XXI (1974), I, 1974, 41, n.° 1; García Moreno,L., «La cristianización de la topografia de las ciudades de la P. I. durante la Antigiiedad tardía». AEA,50-51 (1977-8), pp. 311-321.

13 Auerbach, E., Lenguaje literario y pŭblico en la Baja Latinidad y en la Edad Media. Barcelona,1969, 30 ss.

En su célebre «Prólogo para franceses» a La rebelión de las masas, Ortega y Gasset, J., señalacon no poco acierto y mérito para su época, que la homogeneidad y estupidez del Bajo Imperio romanotienen su mejor expresión en el idioma. Segŭ n él, el latín vulgar produce espanto por su simplificación

223

gramatical, propia de niños y de plebeyos e incapaz de razonamientos sutiles, y también espanta por suhomogeneidad geográfica: se habla lo mismo y de la misma manera en Hispania y en Rumania, en Cartago yen las Galias. Todo ello le lleva a concluir que el latin vulgar bajoimperial «como un escalofrianteputrefacto, es testimonio de que una vez la Historia agonizó bajo el imperio de la vulgaridad». Sabido es quela mentalidad de nuestro Ortega era un tanto aristocrática...

15 Voltaire, Ensayo sobre la tolerancia. Madrid, 1974, 57 ss. La bibliografia fundamental vienerecogida en las obras citadas en la nota 2, a la que puede añadirse Serafino, P., Cristianesimo e ImperoRomano. Base giuridica delle persecuzioni. Bolonia, 1974, quien recoge las tesis históricas más importantesal respecto asi como una amplia selección de textos con traducción italiana.

18 Petit, P. op. cit., 243.17 Estado de la cuestión en Mazzarino, S., L'Impero romano. Roma-Bari, 1980, II, 523 ss. y 626-7;

Petit, P., op. cit., 243 nota 78; cf. Saumagne, Ch., «La persecution de Déce en Afrique d'aprés lacorrespondence de S. Cyprien». Byzantion, 32 (1962), 1 ss. y Clarke, G. W., «Double-Trials in thepersecution of Decius». Historia, 22 (1973), 650-63. Más bibliografia en Molthagen, J., op. cit., 65 ss.

18 Cf. lo esencial del debate histórico sobre este problema en Mazzarino, S., L'Impero... 627-8 yGage, J., Le paganisme impérial à la recherche d'une théologie vers le milieu du Ille siècle. Darnistadt,1972, 5-6.

19 Es problemático y discutido si estamos ante un reconocimiento de hecho o de derecho: cf. Petit,P., op. cit., 202 y 244.

20 Op. cit. capítulo I.21 Llegando incluso a la autocastración (Origenes) y a la autodenuncia para ser martirizados: cf.

más datos y fuentes en Dodds, E. R., op. cit. 52 ss.; Samonati, «Libellus», en Diz. epigr. De Ruggiero, IV(1957), 813; Giordano, O., I cristiani nellllsecolo. L'editto di Decio. Mesina, 1967, 117-163; Gregoire, H. yotros, Les persecutions dans l'Empire romain. Bruselas, 1964.

22 Ibidem, 60.23 Los trabajos monográficos sobre Cipriano son imnumerables. Cf. entre otros, Benson, E. B.,

• Cyprian, his life, his time, his work. Londres, 1897; Harnack, A., Das Leben Cyprians von Pontius. Leipzig,1913; Quasten, J., Patrología. Madrid, 1961, 617 ss. y Ch. Saumagne, Saint Cyprien, évlque de Carthege,«pape» de l'Afrique. Paris, 1976. Para la cronología de sus escritos, a veces muy problemática, cf. Campos,.1., «Introducción general» a Obras de S. Cipriano. Madrid, 1954, 45 (BAC); Nelke, L.,Die Chronologie desCorrespondenz Cyprians. Thorn, 1902; Monceaux, P., Histoire litteraire de l'Afrique chrétienne depuis lesorigines jusqu'a l'invasion arabe. II. Saint Cyprien et son temps. Paris, 1902 (Bruselas 1960), 252 ss.; VonSoden, H., Die cyprianische Briefsammlung. Leipzig, 1904, 23 ss.; Koch, H., Cyprianische Untersuchun-gen. Bonn, 1926; Bayard, L., Saint Cyprien. Correspondence II. Paris, 1961; Duquenne, L., Chronologiedes lettres de S. Cyprien. Bruselas, 1972; Weber, R. y Bevenot, M., Sancti Cypriani opera I (CorpusChristianorum. Series Latina III, 1). Thurholti, 1972, LIII y 218 ss. Las divergencias cronológicas resultan aveces inconciliables, siendo esto un grave problema a la hora de analizar la evolución de su pensamiento osu relación puntual con un hecho concreto. Estas divergencias son particularmente notables sobre el tratadoAd Fortunatum: cf. estado de la cuestión en Alfoldy, G., «Der heilige Cyprian und die Krise des rómischenReiches». Historia, 22 (1973), 479-501, 486 nota 39.

24 Por ej., Idola, 7; Testim. XXIX y XXXIX; De cat. eccl. un. 26; De mort. 2, 25; Ad Demetr. 3-5,9, 21, etc.; Ad Fort. praef., XI; Ep. 6; Ep. 58; Ep. 63; Ep. 67. Sobre los problemas de datación de estaŭltima carta, donde aparece la postrera referencia de Cipriano al fin del mundo, cf. Alfondy, G., «Derheilige...» 488 nota 51.

25 Cf. Mazzarino, S., L'Impero... 520-1.26 Gascó La Calle, F., «Decadencia» y percepción de la realidad en S. Cipriano». Habis, 9 (1978),

311-22, 313 nota 10. Ello lo ha puesto de relieve en particular Alfondy, G., «Der heilige...» 480-1.27 Ad Don. 6, 3, 14; Ep. 30,5; Ep. 31,6. Cf. Atzberger, L., Geschichte der Christlischen Eschatolo-

gie innerhalbder vornicarschen Zéit. Friburgo, 1896, 99 ss.; Schneider, C., Geistesgeschichte des antikenChristentums. Munich, 1954, 481 ss.; Klein, R., Tertullian und das ramischen Reich. Heidelberg, 1968, 69ss. y Gascó, F., op. cit. 318 nota 19.

29 Todo ello, naturalmente, sin que Cipriano olvide los males reales que el Imperio sufre en estosaños de 251-253: De cath. eccl. un. 10,16,17 y 26; De mort. 2; Ad Demetr., passim; De lapsis, 5 ss.; Debono pat. 19, 21; De zelo et liv. 6; Ad Fort. IX, XI; Ep. 43, III y VII; Ep. 52, II; Ep. 59, 11, 3; Ep. 61, III;Ep. 67, VII; Ep. 76, VII, Cf. Alfoldy, G., «Der heilige...» 485. Para una amplia bibliografia al respecto,Alfoldy, A., Studien zur Geschichte der Weltkrise des 3. Jahrhunderts nach Christus. Darmstadt, 1967, 298,nota 72 y 386 ss.

29 Cf. la bibliografía antes citada,a la que es necesario añadir al menos el importante estudio deAlfoldy, G., «The Crisis of the third Century as seen by contemporaries » . Greek, Roman and ByzantineStudies, 15 (1974), 89 ss.

30 Ubiña, J. F., op. cit., 71-72.31 Idola, 5 y 10; De op. et el. 5; De mort. 25; Ad Demetr. 3-4.

224

32 Ad Demtr. 3 ss.; De bono pat. 22. Resulta curioso que en Ep. 1812 afirme que en verano «suelenatacar las enfermedades graves y frecuentes», cosa que en otros contextos es considerada como un signomás del final de los tiempos. Para Alfoldy, G. («Der heilige... 490) Cipriano estuvo siempre convencido deeste inevitable fmal, opinión que comparto a pesar de que recientemente Gasco, F. (op. cit. 313, nota 11)haya considerado que este convencimiento solamente lo tuvo en los afios 252-3, abandonándolo después yno teniéndolo anteriormente.

33 Ad Don. 10.34 Para la situación de esta provincia y sus problemas internos y extemos, cf. Sullivan, D. D., The

life of the North Africans as revealed in the works of Saint Cyprian. Washington, 1933; Leclerq, H.,L'Afrique chrétienne I. Paris, 1904, 199 ss.; Cagnat, R., L'Armée romaine d'Afrique et l'occupationmilitaire de l'Afrique sous les empereurs. II. Paris, 1913, 60 ss.; Clarke, G. W., «Barbarian disturbances inNorth Africa in the midthird Century». Antichthon, IV (1970), 78 ss.; Picard, G., Civilisation de l'Afriqueromaine. Paris, 1959; Petit, P., op. cit., 111-127.

35 Ad Demetr. 10.36 Alfoldy, G., «Der heilige...», 492, 496.37 Testim. III, 37-38.38 Por ej. en Ad Don. 10.39 De cath. eccl. un. passim; De lapsis, 5-6, 24 ss.40 Ad Don. 14; Ep. 30,2,1; Ep. 55,15,1; Ep. 66,8,1; Ep. 68,32; etc.°' De hab. vir. 7; Ad Don. 16; De mort. 2,12,15, y 22; Ep. 6,4; Ep. 21,1,2; Ep. 58,3,2...42 Op. cit. 317-8.43 Ibklem, 322.44 Cf. el análisis, las matizaciones y las fuentes que aporta Dodds, E. R., op. cit., 32 ss y 158 nota

49. La «pasividad» en este sentido debió en todo caso afectar más a los cristianos, que estaban a la esperade la implantación del Reino de Dios en la tierra: cf. Sotomayor, M., «Evolución de la vida religiosa».Proyección, n.° 118 (julio-septiembre 1980), 212.

45 Ep. 8, II, 3; Ep. 80,1,2.46 Garcia-Pelayo, M., El Reino de Dios, arquetipo político. Madrid, 1959; Cassirer, E., El mito del

Estado. México, 1972, 93 ss.47 Ad Don. 10.48 Ad Demetr. 13.49 Testim. III, 44. Cf. Ep. 13, IV.59 Sobre todo en Ep. 31, 111 y V; Ep. 55, IX y XVI; Ep. 60, III; Ep. 76, passim.; Idola, 1 ss.; Ad

Demetr. 12 ss. y De bono pat. 2 ss.51 Por ej. en Ep. 31, III oAd Demetr. 13.52 Ep. 37, II, 1; Ad Don. 11,13,14.53 Ep. 80, I, 2." De zelo et liv. 6. Los atractivos de «vanagloria» que ya tiene el cristianismo son también

señalados por Origenes, C. Celso, III, 9.55 Ubifia, J. F., op. cit., 77. Cf. Brisson, J. P., Autonomisme et Christianisme dans l'Afrique

romaine, de Sep. Sevl.re à l'invasion vandale. Paris, 1958, 33-121; Demoustier, A., «Episcopat et union áRome selon saint Cyprien». Rech. Sc. relig. 52 (1964), 337-369; Petit, P., op. cit., 248.

56 De cath. eccl. un. 6,14; De mort. 15 ss.; Ep. 54, 11 y III; Ep. 55, XVII; Ep. 57, IV Cf. Alfoldy,G., «Der heilige...» 500.

57 De bono pat. 19; Ad Fort. XI; Ep. 6, II; Ep. 10, II; Ep. 11, 1 ss.; Ep. 20,1; Ep. 55,1V; Ep. 56, I;Ep. 57, IV; Ep. 58, VI y IX; Ep. 59, II; Ep. 60, II; Ep. 61, III; Ep. 76, VII; etc.

" En cambio Origenes se planteó ya esta hipótesis (C. Celso, VIII, 70). Cf. Mazzarino, S.,L'Impero... 519.

59 Sobre esta temática, inseparable de las tendencias sincretistas y «nacionalistas» de la época, cf.Mazzarino, S., Antico, tardoantico ed éra costantiniania. 1974, 77 ss.; Idem., L'Impero... 516 ss.; Sordi,M., op. cit., 239-46; Petit, P., op. cit., 235 ss.; Mazza, M., op. cit. 519 ss.

60 Sobre todo enAdDon. 6 ss.; son frecuentes las alusiones de Cipriano a los creyentes pobres y ala necesidad de socorrerlos en tiempos de persecución: por ej. Ep. 14, II, 1 y Ep. 42, donde aparece unaconcreta alusión a una costurera y a un esterero herejes que, junto a otros personajes, gozaban de granprestigio e influencia dentro de la comunidad.

61 De cath. eccl. un. 26; Ad Don. 12; De lapsis, 6-7.62 Cf. nota anterior y De op. et ele. 19; Ep. 1, I, 2; Ep. 24,1.63 Testim. LXXII." Ad Demetr. 8.65 Ep. 54, III, 2. La posición relevante del pater farrulias es también reconocida en Ep. 73, XIX, 1.66 Mazzarino, S., L'Impero... 433 ss.; Alfoldy, G., «Der heilige...» 500; Petit, P., op. cit., 245 ss.67 Ep. 1; Ep. 2; Ep. 67,6; Testim. III, 62; De lapsis, 6. Cf. Beck, A., Rómisches Recht bei Tertullian

und Cyprian. Eine Studie zur friihen Kirchengeschichte. Aahen, 1967, 113 ss.

225

88 Cf. por ej. Varcl, L., El cristanismo. Sus origenes. B. Aires, 1967; Sujov, A. D., Las rakes de lareligión. México, 1968; Tokarev, S. A., Historia de las religiones. Madrid. 1979.

88 Ad Don. 12; De cath, eccl. un 26; De lapsis, 6; De op. et ele, 19. Cf. supra nota 60.70 Cf. ŭltimamente Mazzarino, S., Antico... 251 ss., 281 ss. Algunas cuestiones de método en esta

importantísima temática pueden verse en el trabajo colectivo dirigido por Prieto, A. M., quien ha tenido laamabilidad de adelantarme el manuscrito: «Algunes precisions sobre les funcions de la moneda dins lasocietat de la P. I. en época romana». II Congreso de H. a económica. Barcelona, 1982 (en prensa).

71 Mazzarino, S., L'Impero... 451. Petit, P., op. cit., 246 considera exagerada esta distinción ynecesario matizarla.

72 Cf. Duncan-Jones, R., «Costs, Outlays and Summae honorariae from Roman Africa». Pap. Brit.School Rome, 1962, 47-50; Idem., «Wealth and Munificence in Roman Africa». Ibid. 1963, 159-177. Cf.bibliografla general supra, nota 34.

73 De lapsis, 6.74 Ep. 13, VII.75 Ep. 14, II.

Ep. 77, III, 2; Ep. 78, III, 1.77 Ep. 62, III, 2.78 Cf. Las observaciones y los datos que recoge Gascó, F., op. cit., 318-9.79 Por ej. Ad Don. 12; De cath. eccl. un., 26; De lapsis, 6; etc.88 Cf. Dodds, E. R., op. cit., 50 nota 77, con más datos al respecto. Cf. Orígenes, C. Celso, I, 1.81 Cf., por ej. Orígenes, C. Celso, III, 30; Dodds, E. R., op. cit., 94.88 Ubiña, J. F., La crisis del s. 111 en la Bética. Granada, 1981, 115 ss.83 Orígenes, C. Celso, I, 1.84 Dodds, E. R., op. cit., 179.85 Cf. Mazzarino, S., Antico... 95-6; Idem, L'Impero... 451 ss.86 Mazzarino, S., (Ibidem) considera que su espíritu es profundamente diverso, tesis que obvia-

mente no comparto.

226