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  Alimonda, Hé ctor. Una nueva herencia en Comala. Apuntes sobre la ecología política latinoamericana y la tradición marxista. En publicacion: Los tormentos de la materia. Aportes para una ecología política latinoamericana. Alimonda, Héctor. CLACSO, Consejo Latinoame ricano de Ciencias Sociales, Buenos Aires. Marzo 2006. ISBN: 987-118 3-37-2 Disponible en la World Wide Web: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/grupo s/hali/C3HAlimon da.pdf www.clacso.org RED DE BIBLIOTECAS VIRTUALES DE CIENCIAS SOCIALES DE AMERICA LATINA Y EL CARIBE, DE LA RED DE CENTROS MIEMBROS DE CLACSO http://www.clacso.org.ar/biblioteca [email protected]  

Alimonda Ecol Pol y Marxismo

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Alimonda, Hctor. Una nueva herencia en Comala. Apuntes sobre la ecologa poltica latinoamericana y la tradicin marxista. En publicacion: Los tormentos de la materia. Aportes para una ecologa poltica latinoamericana. Alimonda, Hctor. CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires. Marzo 2006. ISBN: 987-1183-37-2 Disponible en la World Wide Web: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/grupos/hali/C3HAlimonda.pdfwww.clacso.orgRED DE BIBLIOTECAS VIRTUALES DE CIENCIAS SOCIALES DE AMERICA LATINA Y EL CARIBE, DE LA RED DE CENTROS MIEMBROS DE CLACSO http://www.clacso.org.ar/biblioteca [email protected]

Hctor Alimonda*

Una nueva herencia en Comala[apuntes sobre la ecologa poltica latinoamericana y la tradicin marxista]

Otra vez: a la memoria de Pancho Aric, sbado al medioda, un vermouth en El Parnaso, frente a la plaza de Coyoacn

Vine a Comala porque me dijeron que ac viva mi padre, un tal Pedro Pramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le promet que vendra a verlo en cuanto ella muriera Pedro Pramo Juan Rulfo Alguien, un crtico ruso, el crtico ruso Iuri Tinianov arma que la literatura evoluciona de to a sobrino (y no de padres a hijos). Expresin enigmtica que nos ha de servir por el momento Respiracin articial Ricardo Piglia Justo ahora que saba todas las respuestas me cambiaron las preguntas Pintada en una pared de Montevideo

PARA MODERAR LA AMBICIN que parece pretender este texto, preero darle explcitamente el carcter de apuntes; solamente unos esbo-

* Coordinador del Grupo de Trabajo Ecologa Poltica de CLACSO. Profesor del Curso de Ps-Graduao em Desenvolvimento, Agricultura e Sociedade de la Universidade Federal Rural do Rio de Janeiro (CPDA/UFRRJ). Investigador de FLACSO-Brasil.

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zos muy generales, que ojal sean capaces de indicar un camino posible para viajeros interesados en transitar un territorio lleno de escollos, algunos edicios derrumbados, algunos profetas an predicando en el desierto. Y, sobre todo, laberintos, espejos deformantes y espectros. Se trata solamente de esbozar un mapa cognitivo (Jameson, 1996: 7679) que pueda servir como materia prima para localizar una discusin esclarecedora. En la famosa novela de Juan Rulfo, Pedro Pramo, el protagonista llega al pueblo de Comala buscando a su padre, el poderoso hacendado del lugar. Hay una persecucin de una herencia, que al mismo tiempo es una investigacin sobre la propia identidad. Pero a medida que la historia se desarrolla, se descubre que Comala es una ciudad espectral, habitada por fantasmas. Me pareci que poda ser una metfora o mmesis de lo que yo pensaba sobre el tema de este artculo, que, por otra parte, fue escrito en vsperas de una reunin de CLACSO en Guadalajara, tierra natal de Rulfo. En primer lugar, quiero indicar algunas caractersticas relevantes que, me parece, constituiran puntos de partida verosmiles para una ecologa poltica latinoamericana. Siguiendo a Derrida (1994), creemos que la vigencia de estas caractersticas no se ejerce puntualmente, en la forma de determinaciones, sino como una presencia espectral de lo ausente, constitutiva de los lazos sociales bsicos y de los imaginarios, que no por inmaterial resulta menos concreta. Hasta el lector ms distrado ver que tambin nos interrogamos sobre la propia identidad latinoamericana. Adems, ser evidente que desde este punto de vista, la perspectiva de una ecologa poltica supone la construccin de una historia ambiental de la regin. A continuacin, queremos indicar alguna aproximacin posible, y que creemos legtima, de esa ecologa poltica con la herencia de Marx. El tema ya ha sido transitado de forma competente por otros autores (Martnez Alier, 1995; Bensad, 1999), y slo pretendemos insistir en una de sus dimensiones, justamente la que se reere a las fantasmagoras. Y, por ltimo, queremos indicar, a travs de Alexander Herzen y de Nikolai Danielson, que la primera gran tradicin heredera de Marx, la del socialismo ruso del siglo XIX, en la riqueza de sus preguntas sobre la identidad nacional y la condicin perifrica, es una fuente donde el pensamiento latinoamericano, y en especial la ecologa poltica, pueden encontrar an espejos empaados capaces de sugerir reexiones contemporneas. La relacin entre las tres partes que componen el trabajo no es directa, y posiblemente estas no formen un todo coherente. Bueno, justamente de eso se trata...

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LA ECOLOGA POLTICA LATINOAMERICANAQuizs podemos comenzar con una reexin de Gustavo Lins Ribeiro (2001) sobre la antropologa latinoamericana, como forma de presentar la radical ambigedad que atraviesa al pensamiento social de la regin, que no es sino sntoma de un peculiar conicto de identidad.Por un lado, no somos miembros de los ricos centros imperiales (de hoy o del pasado) como lo son nuestros colegas norteamericanos o europeos, pero compartimos con ellos la herencia formativa de los cnones de Occidente. Por otro lado, no somos educados en grandes tradiciones no-occidentales como lo son nuestros colegas asiticos, pero compartimos con ellos historias de insercin en posiciones subordinadas internas a imperios capitalistas occidentales (Ribeiro, 2001: 162).

Por detrs de esta ambigedad y de esta crisis de identidad, la investigacin genealgica encuentra la escena primaria, la zona de indecibilidad donde se originan los espectros, que abre una ventana desde donde es posible percibir la constitutiva contingencia del capitalismo (De Ipola, 1997: 160). Se trata de la acumulacin originaria, con su carga de violencia, despojo, sangre y barro, que va siendo recubierta fantasmagricamente en el capitalismo estabilizado, pero que es recreada en sus fronteras de expansin. Se trata tambin de los dispositivos espectrales del fetichismo de la mercanca, del carcter fantasmtico de la renta de la tierra, de la realimentacin del imaginario poltico por las apariciones (tragedias o farsas) del pasado. Tambin la memoria de las luchas de resistencia aparece como fantasmas del pasado, que los oprimidos convocan para mirarse en ellos y extraer inspiracin o coraje para las luchas del presente. Una reexin latinoamericana sobre la ecologa poltica de nuestra regin tiene como referencia fundante el tremendo trauma de la conquista del continente por los europeos. Al decir esto, no estamos encadenando la reexin contempornea en una determinacin monista omniexplicativa, como en algunos excesos de la teora de la dependencia. Primero, porque nos estamos reriendo a una de las experiencias ms violentas y radicales de la historia de la humanidad (pensemos solamente en las transformaciones en el valle de Mxico entre 1520 y 1540). Pero tambin porque no la tomamos literalmente como factor causal de toda la historia posterior, sino como ruptura de origen de la particular heterogeneidad y ambigedad de las sociedades latinoamericanas, y como una presencia/ausencia espectral en la constitucin de los lazos e imaginarios sociales. Hay algo que es obvio, pero que nunca es repetido sucientemente. El continente americano fue escenario de la mayor tragedia de95

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la historia humana, constituida por el embate desigual entre las dos grandes corrientes de expansin que, desde miles de aos atrs, se extendan por la supercie terrestre. La conquista de Amrica por parte de los europeos fue probablemente la experiencia ms violenta y radical de la historia. Se constituy all una ruptura que da origen a la particular heterogeneidad y ambigedad de las sociedades americanas y de sus imaginarios sociales, pero tambin a la ora, a la fauna y a los paisajes con que conviven. La conquista europea signic una dramtica interrupcin en el curso histrico natural de la poblacin americana, que en la poca representaba el 20% de la humanidad. Grandes culturas desaparecieron sin dejar muchos ms rastros que las ruinas de sus ciudades; pero tambin desaparecieron pueblos y naciones indgenas no urbanas, sin dejar ningn vestigio. Se trat de un gigantesco etnocidio, que implic el sacricio gratuito de universos simblicos y de tecnologas adaptadas a diferentes ecosistemas del continente, basadas en siglos de paciente observacin de los procesos naturales. Al mismo tiempo, es necesario recordar que este etnocidio tuvo una expresin muy concreta en la espeluznante mortalidad que arras a las poblaciones indgenas. No se trat solamente de la violencia directa de los conquistadores, de los trabajos forzados, del hambre provocado por la desorganizacin de los sistemas agrcolas. Fue consecuencia tambin del efecto devastador que tuvieron, sobre la poblacin de Amrica hasta entonces aislada del resto de la humanidad y, por lo tanto, con escasa inmunidad los microorganismos patgenos transplantados al continente por los europeos (Crosby, 1993; Tudela, 1992). Pero junto con esta catstrofe demogrca, se produjo tambin una gigantesca migracin de ora y fauna extra-americana, que rpidamente se extendi por la supercie del continente, y que en algunos lugares produjo en pocos aos radicales transformaciones de los ecosistemas y del paisaje (Hernndez Bermejo y Len, 1992; Ferro, 1992). En la mayora de los casos, estos fenmenos contribuyeron al colapso de los sistemas agrcolas y de recoleccin nativos; en unas pocas situaciones, como en las llanuras del Ro de la Plata y del Norte de Mxico, los indgenas fueron capaces de sacar provecho de estas transformaciones incorporando a su cultura a los caballos, en una primera y exitosa hibridacin que potenci su capacidad de resistencia frente a los invasores (Crosby, 1993). Simultneamente, hacan la travesa en sentido contrario ciertos vegetales de gran valor alimenticio hasta entonces desconocidos en Europa, junto con saberes agrcolas vinculados a ellos que haban sido desarrollados durante siglos por los nativos de Amrica, y que tuvieron en el continente de adopcin consecuencias demogrcas y sociales nunca debidamente destacadas.96

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Gran parte de estos procesos se desarrollaron espontneamente, con independencia de la voluntad y de las intenciones del poder imperial. Sin embargo, formaron parte de un gigantesco dispositivo de reordenamiento social y ambiental de los territorios en funcin del establecimiento de lo que ha sido denominado economa de rapia (Castro Herrera, 1996). Este reordenamiento signic tambin una reterritorializacin del espacio continental, en una escala hasta entonces desconocida por la humanidad. Cada punto del continente fue redimensionado segn una red multifactica de poder que responda a la lgica y a las capacidades concretas de accin y de presencia efectiva de la potencia imperial. Lo local latinoamericano se constituy segn una relacin con un global hegemnico. Las ciudades surgieron como producto de ese reordenamiento territorial, como centros de guarnicin y de administracin, como gestos del poder, y no como relaciones sociales que se tornan progresivamente ms densas segn las virtualidades del territorio. Fue antes la ciudad capital que la aldea (Maritegui, 1995; Rama, 1985). Esto llev a la formacin de sociedades netamente concentradoras de poder poltico, social y econmico, caracterizadas por profundos cortes tnico-culturales y por la rigidez de las estructuras sociales, que incluyeron la esclavitud africana. La lgica de la economa de rapia, cuyas ganancias dependan de la vinculacin con el mercado global, aliment y fue retroalimentada por estos mecanismos de exclusin. En todas partes, con dimensiones e intensidad variables, se increment la tendencia a la constitucin de la naturaleza en mercanca (Polanyi, 1957: cap. 15)1. En relacin con este punto, estamos totalmente de acuerdo con Donald Worster (2002-2003), quien considera al estudio de la reorganizacin de la naturaleza (y de la sociedad) provocada por la imposicin de una economa de mercado global como el tema crucialmente estratgico de la historia ambiental. Sin embargo, esta reorganizacin social altamente excluyente no signic la desaparicin absoluta de los pueblos indgenas o de sus culturas. Recomposiciones demogrcas y mestizajes fueron consti1 Polanyi considera a la transformacin de la Naturaleza en apenas tierra, despojada de toda signicacin social y cultural, como una gigantesca utopa, paralela a la que constituye a los seres humanos en fuerza de trabajo. As, tierra y trabajo pasan a ser, junto con el dinero que mediatiza los intercambios, mercancas cticias. Explcitamente, Polanyi diferencia este carcter ccional del fetichismo de la mercanca de Marx. Sin embargo, su anlisis puede ser incluido como otro caso de lucha contra los espectros fundadores de la sociedad de mercado. En la misma lnea, aunque nunca referida por Polanyi, Rosa Luxemburgo (1985) desarroll los interesantes captulos de su libro La acumulacin del capital, que tratan de la introduccin de la propiedad privada de la tierra y de la economa de mercado en las periferias coloniales. Queda la impresin de que Polanyi se inspir en gran parte en el trabajo de Rosa, sin citarlo.

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tuyendo un magma cultural de origen americano, europeo y africano, donde sobrevivieron antiguos saberes sobre la naturaleza y se crearon otros nuevos. En estas sociedades caracterizadas por una particular orfandad en relacin con su propio pasado, y por la heterogeneidad y subalternidad de su herencia, la independencia vino a crear una nueva crisis de identidad. En efecto, fue cortado el vnculo con las metrpolis a comienzos del siglo XIX (con la excepcin de Cuba y Puerto Rico), sin que esta circunstancia planteara una transformacin signicativa en relacin con las tendencias estructurales ya existentes. En todo caso, a los espectros tradicionales se sumaron otros nuevos. Las elites triunfantes continuaron reproduciendo los mecanismos de exclusin existentes, se preocuparon especialmente con la ampliacin o establecimiento de sectores econmicos para la exportacin (con nuevos y decisivos costos ambientales) y llevaron adelante la conquista de nuevos territorios a costa de los pueblos indgenas an no sometidos, reproduciendo los mecanismos clsicos de la acumulacin originaria (Rey, 1975; Alimonda y Ferguson, 2001; Gonzlez y Len, 2000). Pero, al mismo tiempo, la independencia abri la posibilidad de un nuevo tipo de relacin con otros espacios poltico-culturales, aunque desde el exterior de los sistemas coloniales no ibricos. As, mientras esas nuevas metrpolis establecan los paradigmas de referencia de la modernidad latinoamericana, no hubo sino una interlocucin desde un lugar de enunciacin subordinada. Amrica Latina no fue parte de la constitucin de una cultura poltica democrtica e integradora, como fue el caso de los dominios britnicos, ni tampoco particip en pie de igualdad en los avances de la investigacin de las ciencias de la naturaleza. El positivismo tuvo ms signicado poltico que cientco-cultural, as como el liberalismo fue ms econmico que poltico. El cosmopolitismo, presentado como sinnimo de modernidad, fue frecuentemente un recurso de elitizacin antidemocrtica y, por lo tanto, antimoderno. As, Amrica Latina llega a la contemporaneidad con una tremenda herencia histrica, cuyos fantasmas pesan sobre los cerebros de los vivos. La exclusin social y econmica y sus consecuencias siguen siendo norma corriente, as como la apropiacin oligoplica de los recursos naturales y la depredacin ambiental al servicio de la economa de rapia. Sin embargo, hay elementos positivos. Uno de ellos es que la propia heterogeneidad, como condicin concreta de existencia y reproduccin de la sociedad, crea la posibilidad de articulaciones plurales y de un riqusimo intercambio de experiencias socio-ambientales alternativas a la lgica de la rapia, as como de lazos sociales cooperativos y solidarios. Son los espectros de las utopas del pasado andino (Flores98

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Galindo, 1988; Burga, 1988), de las civilizaciones amaznicas o inclusive de las tradiciones libertarias ibricas (Masjuan, 2001), combatidos, conjurados, renacidos una y otra vez. En la actual crisis de los paradigmas de la modernidad, la invocacin de Maritegui al socialismo indoamericano adquiere nuevas dimensiones, a partir de un rescate de tradiciones socio-ambientales autctonas. La propia identidad transnacional latinoamericana, a su vez, se alimenta de esos espectros, y de los que fueron creados en la Independencia. Los ejrcitos transnacionales de San Martn y Bolvar, las proclamas de la Reforma Universitaria, la intensa continentalizacin de la poltica y la cultura en los aos sesenta y setenta del siglo XX constituyen otra fuente fantasmtica de la identidad latinoamericana. Paradjicamente, las fallas de constitucin de los estados nacionales de la regin abren la posibilidad y el fundamento de esa identidad transnacional. Si en la dcada del veinte Maritegui poda proclamar en su revista Amauta Todo lo humano es nuestro, con mucha ms propiedad todo latinoamericano puede hoy proclamar como suyo al conjunto de la herencia cultural y socioambiental del continente. Por ltimo, el mismo cosmopolitismo que tantas veces fue esgrimido como factor esterilizador de las capacidades de creacin intelectual del continente, puede, en la actual crisis de los relatos hegemnicos, ser un factor positivo. Desde siempre, la cultura latinoamericana ha estado abierta al dilogo y al intercambio. No aceptando un lugar de enunciacin subordinado, hay un espacio enorme disponible para que Amrica Latina participe en la bsqueda y elaboracin de alternativas para la crisis planetaria. El Foro Social Mundial es apenas un ejemplo de las posibilidades potenciales para esas iniciativas. Si el lector benevolente acepta los postulados anteriores, a pesar de su esquematismo y su amplitud, quisiera pasar ahora al segundo punto de mi argumentacin, aquel que se reere a la posible herencia que una ecologa poltica latinoamericana puede pretender usufructuar del legado de Carlos Marx.

MARX, FEITIOS Y HERENCIASLos portugueses inventaron en sus factoras de Guinea el concepto de fetiche [aplicando] un trmino vernculo y medieval (feitio) a unas prcticas y creencias que les intrigaban Gruzinski, 1994

Para comenzar, digamos que la posibilidad de ese usufructo se establece precisamente con, y por medio de, la cada de lo que Theodor Shanin (1990), reeditando a Bacon, llam los cuatro dolos (o columnas sagradas, o espectros, o fetiches) que aquejaron a la tradicin marxis99

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ta a partir de su sistematizacin por la socialdemocracia alemana y por los bolcheviques. Para Shanin, estos dolos que componen lo que l denomina cuadrngulo de legitimacin son: el nfasis en la pureza doctrinal como mtodo de organizacin ms que de anlisis, y consecuentemente la constitucin de la ortodoxia como recurso de constitucin del poder poltico; la visin de la ciencia como gua de la historia, disminuyendo el papel de la voluntad y de la accin humana; la propia nocin de progreso, vinculada con el nalismo y la necesidad histrica, como un efecto de la racionalizacin creciente y de la aplicacin de los conocimientos cientcos al dominio de la naturaleza y de la organizacin de la sociedad; y las herramientas (necesariamente estatalistas-burocrticas) y las metas u objetivos que de all se derivan (Shanin, 1990: 320-340). Para Shanin, la cada de estos dolos, destinados a bloquear y descalicar todo pensamiento creativo y crtico, abre la posibilidad de recuperar la riqueza analtica de la obra de Marx, un legado del cual los contemporneos no tenemos razn para privarnos. Y, al mismo tiempo, se franquea el espacio para reconocer a la tradicin socialista como un enorme continente, un ideopanorama heteroglsico (Ribeiro, 2001), donde el marxismo ortodoxo queda reducido apenas a una de las lneas posibles de organizacin poltico-cultural. La obra de Shanin est destinada a recuperar uno de esos mbitos de cuestionamiento crtico, los debates rusos del siglo XIX, de los que particip el propio Marx, y que tuvieron como interrogante central el descubrimiento de las particularidades nacionales en una situacin de acumulacin originaria en el capitalismo perifrico. Como veremos ms adelante, mucho de esa discusin tiende puentes plurales hacia los dilemas del pensamiento latinoamericano, incluyendo una perspectiva de ecologa poltica. Un autor preocupado especialmente por la herencia del marxismo y su relacin con la ecologa poltica es Alain Lipietz. Para Lipietz, el marxismo, entendido como la aplicacin de un mtodo de pensamiento, de un conjunto de representaciones, de algunas hiptesis bsicas, como un comps para encontrar rumbos y como una gua para la accin social transformadora, tendra todo un aire de familia con la ecologa poltica. Superada la fetichizacin del productivismo (que privilegia el desarrollo de las fuerzas productivas como un valor absoluto y positivo, pero tambin a los productores como actores polticos estratgicos) y el nalismo histrico que aquejan al pensamiento marxista, los puntos de contacto seran mltiples, basados en una perspectiva de anlisis materialista, dialctica, historicista y destinada a la transformacin social. Maxismo y ecologa poltica, propone Lipietz siguiendo a Ernest Bloch, comparten el mismo modelo de esperanza. La apropiacin de la herencia marxista por parte de la ecologa poltica es para Lipietz absolutamente100

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legtima, pero a condicin de que la estructura general del andamiaje terico del paradigma marxista sea sometida a una cuidadosa revisin (Lipietz, 2002-2003). Una perspectiva equivalente es la de Joan Martnez Alier (1995), quien acusa a Marx y a Engels de no haber comprendido la segunda ley de la termodinmica y de haber carecido de sensibilidad para incorporar una crtica ecolgica a su crtica de la economa poltica. Impugnando a las dos ramas principales de herederos del marxismo (la socialdemocracia y el leninismo), Martnez Alier propone recuperar las ideas del anarquismo y del populismo ruso, a la vez que las ideas de Tolstoy, William Morris y Gandhi, tanto ms cuanto en estas corrientes hubo una mayor sensibilidad ecolgica que en los marxismos predominantes (Martnez Alier, 1995: 15-16). En posiciones divergentes, creyendo que es posible recuperar un pensamiento crtico ambiental en Marx, quien no sera un angel de la guarda ecologista, pero tampoco un demonio productivista, estn tanto las elaboraciones de James OConnor (1991; 2001) y Martin OConnor (1994), intentando desarrollar posiciones crticas y categoras de Marx para el anlisis de la crisis contempornea, como el fundamentado trabajo de Daniel Bensad (1999). Bensad propone la inutilidad de superponer la crtica de la Economa Poltica desarrollada por Marx (que mantiene su vigencia) con la perspectiva de anlisis de la ecologa poltica. Se trata de dos campos tericos estrechamente vinculados, pero resulta ms pertinente invertir en la profundizacin de ambos, intentando nuevos dilogos y resonancias2. En el horizonte latinoamericano de este debate, debe ser destacada la propuesta de Enrique Leff (1986). Para Leff, el paradigma marxista qued deslegitimado por carecer de una adecuada comprensin de los procesos de la naturaleza, que la reducen apenas a un objeto de la prctica humana, y por creer (y sostener como un valor positivo) en la uniformizacin cultural de las sociedades humanas a partir de la evolucin de sus bases tecnolgico-productivas. La crisis ecolgica se sita en un campo de externalidad terica y en un horizonte de temporalidad alejado del referente real de El Capital (Leff, 1986: 342). El desafo, entonces, es una reconstruccin del materialismo histrico, para pensar lo impensado en El Capital (Leff, 1986: 344). As, el ecomarxismo se plantea como un campo de2 En el mbito de la biografa intelectual, Walt Sheasby (2003) viene trabajando en la direccin de la particular sensibilidad del individuo Marx hacia la naturaleza, expresada en sus viajes y sus lecturas. Sheasby se preocupa tambin por recuperar las lecturas sistemticas y atentas de Marx sobre los avances de las ciencias naturales de su poca, que incluyeron por ejemplo a Heckel, considerado popularmente como el creador de la Ecologa en tanto campo cientco.

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articulacin entre la economa ecolgica y la ecologa poltica, capaz de integrar las condiciones ecolgicas de la produccin, el potencial ambiental del desarrollo sustentable y el poder poltico del movimiento ambientalista, para construir una racionalidad ambiental (Leff, 1986: 335). Lo decisivo aqu ser precisamente la consideracin de todo aquello que escapa a su reduccin a los trminos de valor mercantil: la relacin entre diversidad cultural y prcticas preservacionistas, los bienes culturales y comunales, los patrones de calidad de vida, los procesos naturales de largo plazo, etctera. Siguiendo a Baudrillard, Leff verica un intento del capital por apropiarse simblicamente de todo lo que no puede incorporar a su lgica de ganancia, por medio de la resemantizacin de la naturaleza y de la cultura. Ese sera el campo privilegiado para la (re)construccin terica del ecomarxismo. Otra perspectiva latinoamericana es la de Michael Lwy (1995), quien llama la atencin sobre la presencia, en la obra de Marx, de dos concepciones distintas de lo que denomina dialctica del progreso. Existira una dialctica cerrada, prisionera del desarrollo de las fuerzas productivas como criterio organizador de su visin de la historia. Pero existira tambin una dialctica abierta, en la cual la historia puede ser al mismo tiempo progreso y catstrofe3. Esta segunda perspectiva, permeable para la consideracin de las diferencias histricas y la diversidad cultural, sera la que indujo a Marx a acercarse a la problemtica rusa, y donde radicara la posibilidad de una herencia por parte de los movimientos eco-socialistas contemporneos. Lwy se preocupa, tambin, por presentar una somera revisin de la tradicin marxista posterior, donde verica la existencia de una corriente disidente, que retoma y desarrolla el esbozo intuitivo de la dialctica abierta de Marx, y donde se reere a Rosa Luxemburgo, Trotsky, Maritegui y Walter Benjamin. Se trata de una galera muy honorable y justiciera, pero que tambin debera incluir, quizs, a algunos interlocutores rusos de Marx, Danielson, por lo menos, quien no solamente lo ayud a quebrar su rmeza eurocntrica y su dialctica cerrada, sino que tambin es participante del debate que dio origen al horizonte problemtico de Rosa Luxemburgo y de Trotsky. En Amrica Latina, por su parte, existira un arraigado ecologismo popular, que no siempre ha sido percibido como tal (Martnez Alier, 1995). Su fundamento es la preservacin de formas de vida y de relacin con el medio natural amenazadas por la lgica de la mercantilizacin. Ejemplos de esta resistencia, para Lwy, seran el movimiento de Chico Mendes en la Amazonia y el EZLN en Mxico. Lamentablemente, su texto se limita a superponer estas dos narrativas, y a sugerir que el marxismo3 Michael Lwy sigue en este punto a Jameson (1996).

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tiene mucho para ensear a estos movimientos y tambin para aprender de ellos, pero sin profundizar en la cuestin de su compatibilizacin terica y poltica. En el intento de incorporar una perspectiva ambiental en la tradicin del marxismo crtico latinoamericano merecen ser recordados los esfuerzos pioneros del trotskista argentino-chileno Luis Vitale (1983), as como el libro primoroso del ex guerrillero Mario Payeras, trazando un inspirado y sensible panorama de la historia natural y humana de Guatemala (2001). Retomando el precepto clsico de Josu de Castro (s/f), formulado en 1946, de que la alimentacin constituye un tema central para los estudios de ecologa humana, vale la pena referirse tambin al instigador estudio de historia culinaria del comandante sandinista Jaime Wheelock Romn, La comida nicaraguense (1998). Ya que el debate se est trabando en relacin con la herencia intelectual de Marx, quizs sea una orientacin til incluir en nuestro mapa cognitivo una referencia al inspirado libro de Jacques Derrida, Espectros de Marx (1994). Terico de la deconstruccin, Derrida se dedica a revisar la herencia marxista precisamente en el territorio fantasmtico. Los espectros en Marx no son apenas singulares guras de retrica: constituyen al mismo tiempo la confesin de sus obsesiones profundas y la deconstruccin de todas las formas constitutivas de la sociedad burguesa, de su poca y de la nuestra. Derrida est absolutamente en lo cierto cuando comprueba que espectros es el primer sustantivo que aparece en el Maniesto Comunista, y dos veces en la primera frase: Un espectro recorre Europa, el espectro del comunismo. Desde su punto de vista, toda la obra de Marx puede ser leda como una especie de tratado sobre los espectros. Desde luego, una verdadera pera fantasmtica es para Derrida El 18 Brumario de Luis Bonaparte, y tambin desde su primer prrafo. La coyuntura crtica que va de la cada de la Monarqua de Julio y la proclamacin de la Segunda Repblica hasta el golpe de estado de Luis Napolen es leda por Marx como una virtual danza de espectros, y los ejemplos se suceden obsesivamente. Los hombres del presente se visten con disfraces del pasado, y convocan a los fantasmas de la revolucin o del orden: los legitimistas borbnicos, la sombra de Napolen Bonaparte, la Montaa de 1793, el sobrino por el to. Ponen en escena nuevamente el drama de la revolucin de 1789, del consulado y del imperio, quienes, a su vez, se haban vivido a s mismos como romanos4.4 Cabe recordar aqu una observacin de Ernest Bloch en su Thomas Munzer: Marx concede lugar a las exaltaciones religiosas, por lo menos en el primer perodo de toda gran revolucin, en la medida en que los nuevos seores se sintieron romanos nuevos, paganos nuevos, en la medida en que los campesinos alemanes, como lo haran ms tarde los puritanos para su revolucin burguesa, tomaron prestado al Viejo Testamento su vocabulario,

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Pero es mucho ms lo que nos espera cuando Marx se introduce en el anlisis terico de las categoras centrales de la produccin capitalista. All todo se ha transgurado en feitios: la mercanca, el dinero, el trabajo, la renta de la tierra, el propio capital. Todos ellos se han erigido a partir de la transmutacin de la naturaleza y de las fuerzas vivas de la humanidad, y sin embargo se enfrentan con sus creadores como dotados de un poder sobrenatural. El mundo del capital y de las mercancas no est constituido por objetos inanimados; al contrario, es un torbellino de apariciones fantasmticas, un frentico teatro de sombras dominado por los muertos-vivos. Contra ellos Marx esgrime, como un conjuro, su anlisis crtico. Slo que l tambin est atravesado y posedo por espectros y obsesiones. Esos espectros y esas obsesiones estn presentes, no por debilidad o por inconsistencia, en su propio texto, que se constituye como una heterogeneidad irreductible, en una disjuncin permanente y necesaria. Contra los fantasmas, Marx levanta el estandarte de la ciencia; pero, al mismo tiempo, esa ciencia supone una doble ruptura. Por un lado, por un pensamiento del saber que incluye la propia superacin de su enunciacin, que se conesa histricamente ligada a su tiempo y, por lo tanto, abre la posibilidad de su crtica y de su denegacin en su propia constitucin. Por otro lado, porque la obra de Marx, a la vez que cientca, es poltica y es subversiva de la propia nocin de ciencia, convocando con impaciencia para una accin que es siempre excesiva, que atraviesa el presente histrico ms all de cualquier imperativo cientco. Derrida sigue aqu a Maurice Blanchot: Marx no convive confortablemente con esa pluralidad de lenguajes que siempre se chocan y se desunen en l. Aunque esos lenguajes aparentemente convergen hacia el mismo n, no tienen medios para ser retraducidos unos en los otros. Y luego se pregunta: Cmo recibir, cmo entender un habla, siendo que ella no se deja traducir de s para s misma?. Pero all reside justamente el secreto: el legado que se recibe es siempre heterogneo, y slo as puede ser aceptado. La traducibilidad asegurada, la homogeneidad dada, la coherencia sistemtica absoluta, es lo que vuelve seguramente a la imposicin, a la herencia y al porvenir, en una palabra, al otro, imposibles (Derrida, 1994: 54-55).sus pasiones e ilusiones; en la medida en que tambin la Revolucin Francesa se adorn con los ttulos, con las palabras de orden, con las costumbres del Consulado y del Imperio romano [...] En el caso particular de la Guerra de los Campesinos, con toda su poderosa actividad de fabricacin, de comercio de imgenes, con todo su espiritualismo, es imposible [...] no considerar su elemento esencial y primitivo: el arrobado querer de una caminata que lleva directamente al paraso (Birnbaum y Chazel, 1977: 408). Ver tambin los interesantes comentarios de Trotsky (1967: cap. 1).

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Es obvio sugerir que innitamente ms espectral es nuestro capitalismo contemporneo, hecho de movimientos embrujados del capital nanciero, de super-estados espectrales, de cyberespacio y tecnologas virtuales. Y es justamente por eso que la lucha obsesiva de Marx por conjurar a los espectros est ms presente que nunca. En la ocasin en que un nuevo desorden mundial intenta instalar su neocapitalismo y su neoliberalismo, denegacin ninguna consigue desembarazarse de todos los fantasmas de Marx. La hegemona organiza siempre la represin y, por lo tanto, la conrmacin de una obsesin. La obsesin pertenece a la estructura de toda hegemona (Derrida, 1994: 57-58). Recibir la herencia de Marx signica tambin recibir los fantasmas y las obsesiones de su tiempo, donde podemos reconocer los de nuestra poca. Y son tambin sus propios fantasmas y sus propias obsesiones. No es interesante heredar una momia. En general, ni siquiera se recibe un libro de recetas listas, donde se vuelca la experiencia culinaria de una abuela mitolgica. Si hay un libro, estar en un estante de una cocina de un casern embrujado, y deberemos ir a buscarlo a la medianoche, y quizs sus pginas estn en blanco... Tal vez lo ms valioso de la herencia est en los reejos distorsionados de un espejo, que tendremos que aprender a leer. En ese sentido, pensamos que es posible una recuperacin de la herencia marxista por parte de una ecologa poltica y de una historia ambiental latinoamericana. Pero hacerlo supone un punto de lectura radicalmente laico y crtico, que comience por identicar y desechar profundas convicciones eurocntricas y productivistas que aquejan a la mayor parte de la obra clsica de Marx. Un ejemplo de esta propuesta puede ser el estudio de Jos Aric (1982) sobre Marx y Amrica Latina, que podra convertirse en una cuidadosa gua metodolgica en esta tarea. Para Aric, la obra de Marx no debe ser leda desde Amrica Latina a partir de criterios paradigmticos de cienticidad sistemtica. Al contrario, se trata de subvertirla como sistema, y de leerla como crtica. Esto supone valorar precisamente sus contradicciones, sus silencios sintomticos, sus lmites y sus puntos de fuga: de ah que me parezcan fuertemente cuestionables todas aquellas posiciones que al enfatizar en Marx su construccin terico-sistemtica descalican el valor de escritos suyos que la contradicen, sin advertir que esa circunstancia suscita un problema a dilucidar (Aric, 1982: 237). Resumiendo quizs de forma poco apropiada un desarrollo complejo, digamos que Aric comprueba que Marx, luego de haber localizado en los procesos reales de produccin la lgica y la naturaleza de las enormes transformaciones del mundo de su poca, se enfrent con el problema irresuelto de los lmites polticos y sociales a esa dinmica.105

Los tormentos de la materia La conanza indiscutible de Marx en el determinismo de las fuerzas productivas es contrastada en los hechos por la resistencia que le opone la trama poltica de las relaciones de fuerza [...] La energa disolvente de las fuerzas productivas encuentra formas de neutralizacin o barreras [...] en slidos tejidos sociales [...] El tiempo del capital evidencia ser distinto y no superponerse al tiempo de las sociedades concretas (Aric, 1982: 234).

Y el problema no es desechable, no solamente por razones tericas (volvamos a Blanchot), sino porque la obra de Marx tiene como preocupacin central estructurante, precisamente, a la poltica. La crisis contempornea del marxismo coincide, para Aric, con la crisis del conjunto de la sociedad moderna que fue su continente reexivo. Es producto del avance del capital sobre el conjunto de sus lmites (la diversidad cultural, la naturaleza, la poltica, ciertos grados siempre inestables de equilibrio en las relaciones internacionales), que recompone instalando un hobessiano estado de guerra en el escenario del mundo (Aric, 1982: 220). Tratando ahora de retomar nuestra argumentacin, en la forma de notas puntuales: 1) La aparicin de nuevos y acuciantes problemas propios de esta poca no debe signicar para el pensamiento social contemporneo una ruptura con las diferentes tradiciones clsicas constitutivas de las ciencias sociales. Supone, en todo caso, situar adecuadamente la historicidad de esas tradiciones, a partir de considerarlas constituidas por medio de debates plurales. Las obras clsicas no deben ser sacralizadas, ni ledas como textos cerrados y consumados. 2) Esto implica toda una estrategia de lectura orientada no hacia los textos consagrados como entidades autoexplicativas y autosucientes, sino hacia una reconstruccin del inconsciente cultural de una poca, con sus correspondientes horizontes problemticos, como ya propona Pierre Bourdieu hace mucho tiempo (1967). Esta estrategia tiene dos centros de atencin privilegiados: las polmicas de un autor con sus contemporneos, explcitas o implcitas, son con frecuencia una clave indispensable para la interpretacin cabal de sus textos consagrados; y en las ciencias sociales, un indicador del carcter clsico de un pensamiento es justamente su capacidad para avizorar varios caminos de desarrollo en forma simultnea, para hacerse consciente de una multiplicidad de determinaciones y potencialidades que estn presentes en cada fenmeno histrico-social considerado. De esta forma, en la lectura de los mrgenes, de las106

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notas, de la correspondencia de un autor reside precisamente la posibilidad de evaluar los lmites de su pensamiento, cuya profundizacin podra poner en cuestin, inclusive, el cuerpo ms consolidado de su obra. 3) Creemos que todo esto es especialmente vlido en lo que se reere a la obra de Marx, a la tradicin marxista, a la posibilidad de recuperacin de esa herencia por parte de las ciencias sociales latinoamericanas. Esa posibilidad no reside en una lectura puntual, que fcilmente puede concluir por su anacronismo o su inadecuacin a nuestro tiempo y nuestro espacio, lo que nos llevara a privarnos de nuestra ms sistematizada y abarcadora herencia crtica, precisamente cuando el proceso de mercantilizacin del mundo est llegando a su mxima expresin. 4) La obra de Marx es tributaria del intento de vislumbrar una lgica o un sentido a la historia. Su nfasis en el desarrollo de las fuerzas productivas como reestructurador de todas las relaciones sociales es sin duda un elemento central de su pensamiento. Las conclusiones que pueden sacarse de all, como lo hace Alain Lipietz, son netamente productivistas, e incompatibles con una perspectiva de interpretacin histrica en clave ambiental. Pero es claro tambin, para una lectura como la que otros autores proponen, que en la obra de Marx existen claras indicaciones aunque a veces no sean ms que breves esbozos de dos cuestiones que nos parecen centrales: una consideracin de la problemtica particular de sociedades ubicadas en la periferia del capitalismo, que no responderan puntualmente a una repeticin de procesos histricos de las sociedades centrales; y una comprensin del carcter destructivo implcito en la marcha de una historia marcada por el desarrollo de las fuerzas productivas y el dominio de la naturaleza a partir del conocimiento cientco y tecnolgico. 5) Como ejemplos del primer caso, pueden ser sealados sus abundantes escritos, muchas veces no sistemticos, pero siempre basados en mucha lectura y reexin, sobre Rusia, y tambin su serie de artculos sobre la lucha de Mxico contra la invasin francesa (1975). 6) Como ejemplos del segundo caso, la gran cantidad de referencias a temas ambientales registradas en El Capital, como el punto 10 del Captulo XIII, donde, en cuanto a las relaciones entre gran industria y agricultura se registra la ruptura del metabolismo entre humanidad y naturaleza, as como el paralelismo entre explotacin de la naturaleza y de los trabajadores. Es evidente que la inclusin de este breve punto en su obra mxima responde a algo107

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que Marx efectivamente pensaba. Sin embargo, el desarrollo de estas ideas lo hubieran llevado, seguramente, a una reestructuracin de su argumentacin general. De la misma forma, su visin de las potencialidades destructivas contenidas en el desarrollo de las fuerzas productivas y en el conocimiento cientco es absolutamente explcita en su Discurso en el aniversario del Peoples Paper en 1856. Es decir, al mismo tiempo en que la necesidad de su argumentacin terica le hace armar los elementos ms estructuradores de su sistematizacin (por ejemplo en su texto expositivo de El Capital), su pensamiento, libre de estos condicionamientos, percibe claramente las dimensiones contrastantes que su explicacin no puede incorporar, por el riesgo de descaracterizarse. 7) Por otra parte, es pertinente recordar que la preocupacin central de la obra de Marx es poltica. La crtica a los mecanismos de explotacin capitalista lo llevaba al encuentro con un protagonista poltico fundamental del siglo XIX europeo, la clase obrera, cuyos procesos histricos eran acompaados por la lgica terica de Marx. Es evidente que para Marx esa era la razn suciente y la culminacin de su sistema. Aunque su pertenencia al inconsciente cultural del siglo XIX le hubiera permitido vislumbrar una crtica ecolgica con la misma intensidad con que elabor una crtica de la economa poltica (cosa muy improbable) no habra encontrado en la sociedad de su poca como no encuentra hasta hoy la ecologa poltica un actor social cuya propia condicin de existencia fuera la oposicin colectiva a las prcticas destructivas del ambiente natural. 8) Nuestros interrogantes actuales se reeren precisamente a esas perspectivas que la obra de Marx dej en abierto, y por lo tanto es en sus puntos de fuga donde debemos concentrar nuestra atencin: los procesos de mercantilizacin de la naturaleza, la produccin y mercantilizacin de las subjetividades enfrentadas con la densidad particular de las culturas, los procesos de resistencia a la explotacin y a la desapropiacin de las formas tradicionales de vida, las dinmicas diferenciadas de las diversas formas sociales frente a la lgica globalizadora de los mercados. 9) Diremos entonces que la ecologa poltica latinoamericana puede interrogarse sobre la realidad e identidad de nuestra regin y, al mismo tiempo, dialogar con la herencia marxista a partir de la perspectiva de la complejidad de coacciones que fueron congurando a sus sociedades y a sus naturalezas en la direccin de su mercantilizacin, pero contando siempre con barreras o resistencias. Estas barreras fueron constituidas por formas de per108

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petuacin o defensa de concepciones no mercantiles de la naturaleza y del trabajo, ya sean cosmovisiones o procesos productivos concretos de origen indgena, como las recreaciones sucesivas de propuestas de economa moral o solidaria surgidas en la dinmica de las expresiones de los sectores populares, pero que siempre estuvieron en posicin subordinada a la dinmica del capital y de los mercados internacionales y nacionales y a sus mecanismos de hegemona. La complejidad extrema de estos procesos, y las sucesivas resignicaciones de sus dimensiones culturales y polticas, tuvieron como resultado la particular hibridez que, siempre repuesta, caracteriza a lo latinoamericano. La dimensin de esta tarea no puede abarcarse sin tener como fundamento la reexin de los clsicos. La novedad de nuestras preguntas y del tiempo del mundo no debe condenarnos a la intraducibilidad. Y precisamente la condicin de traducibilidad, en las ciencias sociales, est en el recurso a los clsicos. Slo que estos deben ser ledos a partir de nuevas claves, que aparecen justamente en sus lmites, no en su pretensin de paradigmas de cienticidad5. Como escribi Emilio De Ipola en un bello texto sobre Pancho Aric:Marx, Gramsci, Maritegui, fueron sin duda para Pancho grandes pensadores, pero su grandeza estaba sobre todo (no exclusivamente) en sus borradores, en sus notas al margen, en sus cartas, en lo que se encuentra por azar o mirando de reojo en sus textos, publicados o inditos [...] esos autores, ms all de sus enunciados y de sus demostraciones, continan hablndonos y nosotros, ms all de las mudanzas de la historia y de las incurias del tiempo, continuamos escuchndolos. Son los clsicos. Se los reconoce en que su obra existe para no ser tomada al pie de la letra y en que, sin embargo, los hechos nuevos no estn nunca absolutamente fuera de su competencia. Como dice Borges, a los clsicos se los lee con previo fervor y una misteriosa lealtad (De Ipola, 1997: 141-147).

Quizs estas sean pistas tiles para una ecologa poltica latinoamericana que quiera claricar su relacin con la tradicin marxista. Habr que reconocer los espectros del pasado que continan presentes, y aprender cmo conjurarlos. Tendremos que vernos con los fantasmas del presente y descubrir nuevas invocaciones para afrontarlos. Habr que asumir5 Carentes de paradigmas, las ciencias sociales mantienen un espacio discursivo comn, precisamente por su referencia a los autores clsicos (Follari, 2000). El problema fundamental, entonces, pasa a ser no tan slo a qu clsicos nos referimos, sino a cmo debemos leerlos.

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los propios feitios y hacerlos trabajar a nuestro favor. Habr que saber convocar en un mismo texto al conocimiento sobre la naturaleza, a la reexin sobre la sociedad y a la preocupacin poltica. Y habr que leer muy cuidadosamente a los clsicos consagrados, y descubrir otros no consagrados, y rescatar perlas del fondo del mar, como parece que alguna vez dijo Walter Benjamin.

LOS HORIZONTES DE LA MADRE RUSA6El socialismo, en n, est en la tradicin americana. La ms avanzada organizacin comunista primitiva que registra la historia es la incaica Aniversario y Balance Jos Carlos Maritegui Lo tradicional era revolucionario, el progreso capitalista, retroceso Homenaje a los indios americanos Ernesto Cardenal

No deja de ser una irona que los primeros herederos de Marx hayan sido los socialistas rusos, por los que haba sentido una peculiar antipata, no exenta de preconcepto. Puede decirse con todas las letras: durante la mayor parte de su vida, Marx se mantuvo el a concepciones ntidamente eurocntricas. Gracias a la amistad de algunos rusos, como Danielson y Kovalevsky, pudo librarse en parte de ese espectro, por lo menos para poder mirar por la ventana que daba hacia el Este. Uno de los rusos ms detestados por Marx era Alexander Herzen, protector a la vez de sus rivales Proudhom y Bakunin. Pero justamente, si se trata de hablar sobre el descubrimiento de la situacin perifrica de una sociedad y de sus dilemas consecuentes, Herzen es ineludible. Precisamente porque en l, ese descubrimiento no supone un rechazo de lo autctono ofuscado por la modernidad, como en su contemporneo Sarmiento y otros tantos latinoamericanos. Herzen descubre la periferia al mismo tiempo que la crtica a la modernidad eurocntrica, y al hacerlo propone regresar a las virtualidades del atraso: otro descubrimiento! Con justo motivo, Isaiah Berlin considera a Herzen, junto con Marx y Tocqueville, uno de los pensadores polticos ms relevantes del siglo XIX (Berlin, 1978). Nacido en 1812, hijo ilegtimo de un noble, Herzen se forma en la ambicin de contribuir a mejorar los destinos del pueblo ruso y librar6 Por razones prcticas, evitar referirme a la situacin histrica y poltica de Rusia en el siglo XIX, lo que hara este texto interminable y lo alejara de sus objetivos. Afortunadamente, existen excelentes estudios disponibles.

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lo del despotismo. Ser preso, deportado a Siberia y, en 1847, partir para el exilio en Europa Occidental. Unos aos ms tarde escribir una descripcin de su pasaje de la frontera entre Rusia y los pases blticos. Curiosamente, sus observaciones sobre el paisaje y los ambientes rurales le inspiran reexiones que lo aproximan a la ecologa poltica. En el aspecto de las aldeas, de sus habitantes y de los campos circundantes, Herzen nota elementos que le permiten concluir diferencias en la organizacin social. Hay barbarie en la civilizacin y civilizacin en la barbarie.Los alemanes del Bltico tienen sobre nosotros la ventaja de poseer normas positivas, bien elaboradas; pertenecen a la gran civilizacin europea. Nosotros tenemos sobre ellos la ventaja de la fuerza bruta, de un cierto impulso en la espera [...] Esta anttesis tan tajante, tan exagerada, entre Rusia y las provincias del Bltico, se reproduce, en su esencia, entre el mundo eslavo y Europa. La diferencia reside en que en el mundo eslavo existe un elemento de civilizacin occidental en la supercie, y en el mundo europeo un elemento completamente brbaro en la base (Herzen, 1979: 59).

Se radica en Pars, y le toca presenciar los sucesos de 1848, el mismo espectral teatro de sombras, farsa trgica, que Marx conjur en El 18 Brumario. En febrero y en junio participa de las manifestaciones populares y de las barricadas. Presencia la represin militar del movimiento, y se desespera: La revolucin caa vencida. La autoridad se impona a la libertad [...] Despus de la insurreccin el terror es terrible. Es un terror retrgrado, con todo el miedo de la burguesa francesa, la parte ms estpida de toda la poblacin europea. Se radica en Niza, donde, exiliado, dar apoyo a otros desterrados rusos y escribir, en 1850, El desarrollo de las ideas revolucionarias en Rusia, al que contina, en 1852, el folleto El pueblo ruso y el socialismo. Es horrible vivir en Rusia, pero tambin es horrible vivir en Europa, dice en ese libro. El callejn sin salida al que han llegado los Estados de Europa es maniesto. Les es necesario lanzarse como fuerza hacia adelante o echarse atrs ms de lo que ya lo hacen (Herzen, 1979: 206). En 1848 ya haba aparecido ante Herzen toda la hipocresa contenida en la modernizacin econmica y poltica de Europa Occidental. Frente a ello, Rusia, a pesar del despotismo zarista y de la opresin social e ideolgica, tiene a su favor la frescura de la juventud y una tendencia natural a las instituciones socialistas (Herzen, 1979: 206). La frescura de la juventud se reere a las nuevas generaciones que se inspiran en los ideales de Occidente (esos ideales que Occidente traiciona cotidianamente) para liberar al pueblo y democratizar el pas. La tendencia natural a las instituciones socialistas invoca a las tradiciones de organizacin campesina, la obschina, la famosa comuna rural111

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rusa. All tiene Herzen a su espritu benco: en esa comuna residen valores de solidaridad humana y de cooperacin efectiva, con propiedad colectiva de la tierra. Los campesinos rusos detestan la propiedad privada individual. Lo que para el discurso de la modernizacin constituye un indicio de atraso, de obstculo al desarrollo de la economa mercantil y de las fuerzas productivas, para Herzen, que inaugura una lnea de pensamiento no apenas ruso, la supervivencia de ese atraso signica precisamente la esperanza de que para Rusia ser posible, an, seguir un camino alternativo al de la generalizacin del capitalismo. Si la crisis de 1848 ya ha puesto de maniesto la autntica faz de la modernidad occidental, vale ms la pena tomar otro camino. Fallecido en 1870, Herzen vendr a ser una gura central en la intensa actividad poltico-cultural que desarrollarn los revolucionarios rusos en la segunda mitad del siglo XIX. En el seno de ese movimiento existi un signicativo debate sobre los caminos abiertos para el desarrollo del pas, donde la supervivencia de la comuna rural, conrmando la intuicin de Herzen, tendra un papel estratgico. La potencialidad de ese debate contribuy a que Marx superara su comprensin cerrada (o eurocntrica) del devenir histrico, y considerara, inclusive, en su carta a Vera Zasulitch, de 1872, la posibilidad de que esa comuna rural, liberada de las fuerzas que la opriman e incorporando tecnologa y saberes agrcolas occidentales, pudiese constituir el ncleo de la regeneracin social de Rusia. Una cuidadosa reconstruccin de las lecturas de Marx y de sus contactos personales con revolucionarios e intelectuales rusos fue efectuada por el investigador japons Haruki Wada (1990). Marx reciba en su casa, a partir de 1870, la visita de activistas como Germn Lopatin y Elizaveta Tomanovskaya y del etnlogo Maxim Kovalevsky. Se dedic profundamente al estudio de la situacin rusa, y el autor que ms parece haber inuido en l es Nicolai Chernyshevski, a quien se reere en el Posfacio a la segunda edicin de El Capital como el gran investigador y crtico ruso. Uno de los trabajos de Chernyshevski ledos atentamente por Marx fue la Crtica de los prejuicios loscos contra la propiedad comunal. All, Chernyshevski propone precisamente que la forma tradicional de propiedad colectiva del campesinado ruso puede constituir la posibilidad de que Rusia construya a partir de ella una forma futura, socialista, sin pasar por el establecimiento de la propiedad privada. Y all viene la segunda parte de esta historia, cuyo protagonista es Nicolai Danielson. En septiembre de 1868, el joven Danielson, empleado de una editorial en San Petersburgo, escribe a Marx consultndolo sobre la posibilidad de publicar una edicin rusa de su libro reciente, El Capital, cuyo primer tomo haba aparecido en Alemania en 1865. Ser la primera carta de una larga correspondencia que se extender hasta112

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la muerte de Marx, en 1883, y que luego continuar teniendo a Engels como destinatario. En 1910, el mismo Danielson don la coleccin de cartas al Museo Britnico, lo que permiti su conservacin. Y tambin la recuperacin de su memoria: lamentablemente, Danielson es ms conocido por las crticas arrasadoras que soport su obra que por su divulgacin, ya que es prcticamente indito fuera de Rusia. Se siente aqu la vigencia fatal de los dolos de Shanin... Diferentes contingencias complican el trabajo de traduccin de El Capital, que Danielson nalmente termina en 18727. Puede ser considerado con propiedad, entonces, uno de los primeros especialistas en la obra de Marx. Pero lo interesante es que a travs de esa profusa correspondencia, Danielson se va transformado primero en informante de Marx acerca de los detalles internos del movimiento revolucionario ruso, y ms tarde en su consultor sobre temas de Rusia. Intercambian libros e informaciones bibliogrcas, histricas y polticas, al punto que Marx empieza a estudiar ruso para poder leer ese material. A pedido de Marx, Danielson prepara un voluminoso informe sobre la formacin histrica de la propiedad comunal rusa. Una y otra vez, desde 1869, l insiste en que Marx prepare una obra analtica sobre Rusia. Marx le devuelve la invitacin, y lo estimula a que sea el propio Danielson quien la escriba. Finalmente, en 1880, Danielson publica un artculo sobre el proceso de capitalizacin de la renta agraria. Varios aos despus, en 1893, ese artculo gurar como parte fundamental de su libro Ensayos sobre nuestra economa social despus de la reforma. Paradjicamente, su obra fue recibida con fuego cerrado por los marxistas ortodoxos rusos de la poca, especialmente por Lenin, quien lo ataca lapidariamente en su libro El desarrollo del capitalismo en Rusia. Lo interesante de Danielson es justamente que asume como principio de explicacin el carcter perifrico de la economa rusa en el contexto internacional, y es a partir de all que se cuestiona sobre la potencialidad real de seguir una va de desarrollo capitalista. Sus preocupaciones en ese sentido traen ecos hasta las discusiones sobre el de7 Un detalle delicioso para los interesados en fotografa (o en censura): en una de las primeras cartas, Danielson solicita a Marx un fotograma con su retrato para ser incluido en el libro. Marx lo remite a vuelta de correo. Finalmente, cuando la primera traduccin de El Capital pasa por la censura zarista, el texto es autorizado luego de un examen que dura tres das, pero no el fotograma. Inslita aparicin/desaparicin de un espectro! A los censores les pareci ms subversiva la imagen de Marx que su libro? O el fotograma fue conscado por un censor admirador de Marx, seducido por El Capital en rgimen de lectura veloz? El parecer de la censura es tambin delicioso: Aunque el autor tiene convicciones absolutamente socialistas y todo su libro tiene un carcter decididamente socialista [...] la exposicin no puede, de ninguna manera, considerarse accesible. Por otra parte, en el mtodo de demostracin siempre se utilizan frmulas matemticas, estrictamente cientcas. El comit [...] se decide por su publicacin (Aric, 1981).

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sarrollo del subdesarrollo latinoamericano, pero hay tambin un hecho destacable: es el primer terico de la tradicin marxista que expresa una preocupacin consistente y recurrente por la degradacin ambiental provocada por cierto modelo de desarrollo. En su obra, Danielson demostraba:La existencia de un crecimiento acelerado del capitalismo en el campo, que en virtud del carcter asumido por la extrema concentracin del capital, por el papel del crdito y la expansin de la red ferroviaria, tenda a provocar un tipo de desarrollo anmalo cuyas consecuencias nales no podan ser el crecimiento de la economa en su conjunto, sino una crisis prolongada de carcter catastrco para la suerte del campesinado y de las masas populares rusas. De hecho, el capitalismo no estaba creando en Rusia un orden superior sino descomponiendo a la economa nacional, desbarajustando al conjunto de la organizacin productiva social [...] No era ya la inminencia de una revolucin lo que pona sobre el tapete el problema del destino de Rusia, sino el modo particular en que se expanda en ese pas un sistema que pona en peligro la existencia de todo un pueblo (Aric, 1981: XVI/XVII).

Cul poda ser la alternativa?Slo quedaba la alternativa de desandar un camino que conduca a la catstrofe potenciando el desarrollo de comunidades agrarias en condiciones de posesin directa de los instrumentos de produccin y en primer lugar de la tierra. Este proceso sera acompaado de un tipo de industrializacin no capitalista basado en la presencia decisoria de la propiedad estatal o pblica y en la pequea industria popular [...] Aparece as, esbozada avant la lettre, la primera tentativa de plantear tericamente y de resolver en la prctica los problemas del desarrollo desigual y del atraso que motivaran en la segunda postguerra el surgimiento de la problemtica del subdesarrollo y de la dependencia (Aric, 1981: XVIII).

Desafortunadamente para Danielson, su momento de madurez terica surgi luego de la muerte de Marx y, al mismo tiempo que sufra ataques de todo tipo en Rusia, tuvo como interlocutor misivista a Engels, l mismo transgurado en dolo. Una y otra vez la correspondencia de Danielson intenta hacer comprender a Engels sus puntos de vista; una y otra vez Engels le responde a partir de frmulas prefabricadas, conjuros europeos contra la barbarie rusa que las propuestas de Danielson parecen representar. De esa forma, era desautorizada una perspectiva de investigacin sobre una especicidad nacional cuya orientacin original haba partido del propio Marx. Y el medio ambiente? El 5 de febrero de 1879, Danielson registra la destruccin forestal causada por los ferrocarriles:114

Hctor Alimonda Se puede decir que son verdaderos tubos de drenaje que se llevan del organismo nacional el alimento y el suelo. Chuprov [...] habla sobre la inuencia de los ferrocarriles en el exterminio forestal: inmediatamente al tendido de los ferrocarriles comienza una intensa tala de los bosques cercanos; las cargas de madera aumentan rpidamente en pocos aos; luego, a medida que se opera el exterminio de los bosques en los alrededores de la estacin, [...] ocurre una disminucin de las cargas de madera. Esta reexin contina Danielson se puede aplicar tambin para las cargas de trigo, pero en este caso el perodo del agotamiento del suelo resulta ms largo. El resultado, sin embargo, es el mismo: por un lado el aniquilamiento forestal, por el otro la mala cosecha o la hambruna (Aric, 1981: 115-116).

Pero es interesante consignar la respuesta de Marx, especialmente recordando sus famosos artculos de 1853 alabando la construccin de ferrocarriles en la India. No solamente Marx no se escandaliza por el anlisis de Danielson, sino que adelanta una reexin interesante que permite vericar su percepcin de una diferenciacin en el espacio del desarrollo capitalista, que ya no tiene como referencia el modelo eurocntrico como paradigma fatal. Dice Marx:Por otra parte, la aparicin del sistema ferroviario en los principales pases capitalistas permiti (e incluso oblig) que naciones en las cuales el capitalismo abarcaba slo a una reducida capa superior de la sociedad, crearan y ampliaran repentinamente su superestructura capitalista en una medida enteramente desproporcionada al conjunto del organismo social. Por eso no cabe la menor duda de que en esos estados el ferrocarril ha acelerado la desintegracin social y poltica, de la misma manera que en los estados ms desarrollados ha acelerado la transformacin de la produccin capitalista (Aric, 1981).

Y ms adelante vuelve con una referencia al libre comercio y la globalizacin:En general, los ferrocarriles dieron un inmenso impulso al desarrollo del comercio exterior, pero en los pases que exportan principalmente materias primas, el comercio aument la miseria de las masas [...] porque desde el momento en que toda produccin local pudo convertirse en oro internacional, muchos artculos anteriormente baratos [...] encarecieron y desaparecieron del consumo popular, en tanto que la produccin misma se transform de acuerdo a su adaptabilidad a la exportacin (Aric, 1981).

Nos parece que este breve texto tiene una importancia capital. Se hace evidente que el pensamiento de Marx mucho ha madurado desde sus115

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escritos de la dcada de 1850 sobre la India o sobre la posible construccin de canales en Amrica Central. Ya no piensa en trminos de una determinacin lineal de una lnea de progreso histrico a partir de la incorporacin de fuerzas productivas capitalistas, que con frecuencia no son ms que transplantes tecnolgicos aislados, y por eso mismo ingobernables e inasimilables para las sociedades perifricas. El resultado, entonces, no es el progreso, sino la desintegracin social y poltica, es decir la postracin y la dependencia. De la misma forma, la introduccin del comercio internacional y la consiguiente reorganizacin de los sistemas productivos de los pases productores de materias primas (y de sus agroecosistemas) llevan a la miseria a las masas populares. Creemos que a partir de este prrafo es posible intuir que antes de su muerte Marx ya estaba reelaborando toda su concepcin de causalidad y progreso histrico. La lgica del desarrollo capitalista y sus consecuencias aparecen diferenciadas segn la posicin de cada sociedad en una divisin internacional del trabajo y la produccin, resaltando el carcter destructivo de las fuerzas productivas capitalistas actuando en el seno de las sociedades perifricas. En ese contexto, en un dilogo marcado por las preocupaciones ambientales de Danielson, no parece desatinado suponer que esa reformulacin de su pensamiento implicaba ahora, lgicamente, una diferente valoracin de la problemtica de la relacin entre desarrollo histrico y naturaleza. Las cartas se suceden, y Danielson abruma a Marx con cuadros estadsticos, informacin erudita y reexiones sobre el modelo de desarrollo ruso. El 17 de marzo de 1880 se lamenta porque se estn abandonando las obras que permiten la regulacin de las condiciones naturales de la produccin (irrigacin, drenajes) y Rusia est quedando a merced del clima. Y agrega: En la actualidad, la actividad econmica del pas est determinada por una explotacin de rapia cada vez mayor ejercida por la poblacin urbana sobre la poblacin rural (Aric, 1981: 154), constatando cmo aumenta la diferenciacin interna del campesinado. Finalmente, Marx estimula a Danielson a que transforme sus cartas en un artculo. Danielson sigue el consejo y el artculo se publica, pero tiene muy mala recepcin, y en carta a Marx le cuenta que est siendo boicoteado. El 19 de febrero de 1881 Marx le escribe: He ledo con enorme inters su artculo, original en el mejor sentido de la palabra. A esto se debe el boicot: si usted rompe las reglas rutinarias del pensamiento, puede estar seguro de que siempre ser boicoteado; es la nica arma de defensa que en su perplejidad saben manejar los rutinarios (Aric, 1981: 164). A continuacin, desarrolla unas reexiones sobre la capacidad del suelo agrcola para reconstituir su fertilidad, producto de su siempre atenta lectura de la obra de Liebig y de otros agrnomos alemanes de la poca.116

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La correspondencia acaba en 1883, con la muerte de Marx. Se inicia entonces una segunda fase, ahora de intercambio epistolar Danielson-Engels. Las discrepancias tan elocuentes, y en fecha tan temprana de la idolizacin del marxismo, llegan a ser dramticas. Durante varios aos la correspondencia se mantiene concentrada en temas vinculados con la organizacin de las ediciones de El Capital, y el intercambio de noticias sobre amigos comunes. Danielson pide a Engels que le remita sus cartas que han quedado en casa de Marx, que forman la coleccin que luego ir al Museo Britnico. El 12 de noviembre de 1891 Danielson escribe a Engels: Quiero llamar la atencin sobre la especicidad de nuestra situacin: nos incorporamos al mercado mundial en la etapa en que debido al progreso tcnico predomina el modo capitalista de produccin (Aric, 1981: 253). Siguiendo un anlisis que reere a la problemtica del capitalismo tardo, reexiona sobre la desproporcionalidad de desarrollo entre agricultura atrasada e industria altamente concentrada y tecnicada, pero paradjicamente orientada hacia un mercado interno esculido, que no puede crecer por causa del pauperismo campesino. En otras palabras, el desarrollo del capitalismo reduce su propio mercado. Engels responde con la serie de frmulas que se estn constituyendo como corolarios explicativos de toda la historia posible, en el contexto de la idolizacin del marxismo:Nada se puede hacer en contra de los hechos econmicos. Hoy la regla es la gran explotacin rural como maquinaria, que se convierte cada vez ms en el nico modo posible de explotacin agrcola. De tal modo que en la actualidad el campesino parece estar condenado a la ruina [...] En lo que se reere a la tala de bosques, tanto como a la ruina de los campesinos, es una condicin esencial de vida de la sociedad burguesa. No hay pas civilizado de Europa que no haya experimentado esa situacin. [...] Mientras tanto, no nos queda otro remedio que consolarnos con la idea de que todo ha de servir, en ltima instancia, a la causa del progreso de la humanidad (Aric, 1981).

Son necesarios ms ejemplos para calicar la diferencia de interlocucin entre estos dos hombres? Mientras Danielson, a partir de la observacin y el anlisis de un proceso histrico concreto, adelanta una hiptesis decisiva para la comprensin del desarrollo capitalista tardo o perifrico (de donde se deduce la urgencia de buscar alternativas externas a la tendencia dominante), Engels responde con un artefacto prefabricado, y que se limita a comprobar que Rusia est en el mejor de los mundos posibles y que se debe apoyar el desarrollo del capitalismo, a pesar de toda la catstrofe social que lo acompaa. En realidad, en este dilogo, Engels parece un precursor de la jihad neoliberal que arrasa117

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Amrica Latina desde hace dos dcadas, como la nica poltica posible, el nal del populismo, etctera. En 1891, Rusia fue arrasada por una enorme sequa, que condujo a una tremenda hambruna. El 3 de octubre de 1892, Danielson, cada vez ms nuestro contemporneo (o ser Amrica Latina la que se aproxima a l?), escribe:Transcurridos treinta aos del actual rgimen hemos llegado a la crisis. No a una crisis de produccin, del dinero o alguna otra crisis parcial, sino a una que est socavando toda nuestra existencia social y econmica. El capitalismo ha liberado a muchos millones de trabajadores, pero slo ha dado trabajo a un milln; al agotar los suelos, al aniquilar bosques sobre grandes extensiones, al desecar las fuentes de todos los ros, origin sus propias crisis [...] su base se encuentra en el agotamiento de los suelos, son crisis que dependen de la completa sumisin del hombre a la naturaleza, crisis que subsumen la forma capitalista de produccin en dependencia de fenmenos meteorolgicos, de tal modo que el ltimo ao 40% de la poblacin rusa conoci el hambre (Aric, 1981: 293).

Finalmente, el 3 de noviembre de 1893, en la que quizs sea su carta ms dramtica, Danielson avanza sobre la idea de un desarrollo capitalista que destruye no solamente sus propias condiciones de reproduccin a la manera de lo que OConnor (1991) ha denominado la segunda contradiccin del capitalismo, sino que depreda inclusive a las propias relaciones sociales bsicas constituyentes de la sociedad, al estilo del neocapitalismo conservador latinoamericano, que se aplica sobre relaciones sociales y polticas mucho menos consolidadas que las del capitalismo central. En esas condiciones, Danielson no entiende por qu tendra que cumplirse la norma metafsica que seala que el resultado debera ser una maduracin de condiciones y sujetos revolucionarios.En mi opinin, el aspecto positivo del modo de produccin capitalista su lado progresista no contrarresta su aspecto negativo: el lado progresista tiene repercusiones en una porcin muy reducida de la poblacin total, en tanto que con sus enormes sufrimientos y su despilfarro de vidas humanas el lado negativo abarca a la mayor parte de la poblacin. En vista de que la evolucin de este modo de produccin detiene su propio desarrollo, esto signica que debemos buscar otra salida a la situacin econmica actual; ser intil esperar formas ms altas de desarrollo como consecuencia ineluctable del modo de produccin capitalista y del antagonismo social dualista creado por l. Acaso la hambruna de 1891 no dej huellas? Lo que ocurri en el ao de hambruna representa la forma atenuada de lo que podemos 118

Hctor Alimonda esperar para el futuro. No tuvo ninguna fuerza de creacin. Qu nos ense dicho ao? Qu hay que hacer para librarse de la repeticin de esa calamidad? Se nos dice que tal calamidad no slo es inevitable, sino que en el futuro cobrar un aspecto ms agudo; no hay salida, y en un futuro cercano se esperan enormes sufrimientos y el despilfarro de vidas humanas; y nalmente, cuando a partir de este modo de produccin (que es la causa directa de dichos sufrimientos) estalle el antagonismo social que l genera, podremos esperar el desarrollo de una forma ms elevada. Y si el modo de produccin capitalista no genera un antagonismo dualista como el que se produjo en Europa Occidental? Y si el desarrollo de este modo crea los obstculos para su propio desarrollo? Los resultados del desarrollo del capitalismo en un pas de alta cultura y en un pas de cultura rudimenaria son totalmente diferentes. En el primer caso, este desarrollo lleva a la formacin de una fuerza organizada, consciente de su inuencia; en el otro, en cambio, desbarajusta al conjunto de la organizacin productiva social; lleva al inmenso despilfarro de vidas humanas y de fuerzas productivas, ya que proporciona trabajo a una parte cada vez menor de la poblacin, al mismo tiempo en que disminuye el nivel econmico de toda la poblacin [...] El capitalismo crea obstculos tan grandes para su propio desarrollo que el paso a una forma ms elevada resulta imposible (Aric, 1981: 313-314).

Danielson completa aqu, con un sentido poltico, la perspectiva vislumbrada por Marx en su carta del 10 de abril de 1879, que citamos ms arriba. Las violentas recomposiciones entre sociedad y naturaleza implicadas en la imposicin de la mercantilizacin de la tierra y del trabajo no tienen por qu resultar en la formacin de nuevos sujetos polticos y sociales ni en un impulso hacia el desarrollo y la modernizacin, como suponan Engels y la Segunda Internacional. La capacidad destructiva del capitalismo se ejerce con tal potencia que bloquea la posibilidad misma del desarrollo, sumiendo a los pases de la periferia en un desbarajuste del conjunto de su organizacin productiva y social. Las palabras de Danielson pareceran estar referidas a la realidad de cada pas latinoamericano, luego de dcadas sucesivas de ajustes y reformas neoliberales, que han aumentado implacablemente las carencias sociales y los colapsos de los sistemas productivos en nombre de un nuevo nivel de prosperidad que nunca llega. Y, en ese cuadro, an nos falta hacer el balance de los costos ambientales de esta poca... En resumen: creo no estar muy equivocado al pensar que en las reformulaciones que la reexin sobre Rusia provoc en el pensamiento y la tradicin marxista (y que fueron silenciadas por motivos que ya no vale la pena enumerar) encontramos buenos caminos para fundamen119

Los tormentos de la materia

tar una nueva apropiacin de esa herencia por parte del proyecto de constitucin de una ecologa poltica latinoamericana.

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