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Angels Factory Florian Larousse - Guitar PROGRAM John Dowland (1563 - 1626) Fantasia nº7 Farewell Semper Dowland semper dolens Toru Takemitsu (1930 - 1996) All in twilight Equinox In the woods Dos hombres, músicos pero no guitarristas, nacidos con casi cuatro siglos de diferencia en lados opuestos del planeta se encuentran en este CD a través de la guitarra en la elusiva fábrica de los ángeles. Comparten mundos de misterio, mundos de oscuridad. Anhelan la paz eterna, componen música destinada a conducir el oyente hacia un equilibrio entre las fuerzas opuestas de los cielos que tiran al alma. Al oyente le ofrecen una red intrigante de melodías y sonidos que alcanzan penetrar las sensibilidades más profundas del corazón con el deseo de llevarle hacia una comunión armónica con el universo místico— más allá del espacio, más allá del tiempo. Sus propósitos son iguales, pero su lenguaje es diferente. El viejo se expresa por armonías modales que se desarrollan dentro de

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Angels FactoryFlorian Larousse - Guitar

PROGRAMJohn Dowland (1563 - 1626) Fantasia nº7 Farewell Semper Dowland semper dolens Toru Takemitsu (1930 - 1996)All in twilight Equinox In the woods

Dos hombres, músicos pero no guitarristas, nacidos con casi cuatro siglos de diferencia en lados opuestos del planeta se encuentran en este CD a través de la guitarra en la elusiva fábrica de los ángeles. Comparten mundos de misterio, mundos de oscuridad. Anhelan la paz eterna, componen música destinada a conducir el oyente hacia un equilibrio entre las fuerzas opuestas de los cielos que tiran al alma. Al oyente le ofrecen una red intrigante de melodías y sonidos que alcanzan penetrar las sensibilidades más profundas del corazón con el deseo de llevarle hacia una comunión armónica con el universo místico— más allá del espacio, más allá del tiempo. Sus propósitos son iguales, pero su lenguaje es diferente. El viejo se expresa por armonías modales que se desarrollan dentro de

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elevados discursos retóricos mientras el joven oscila entre el lenguaje de occidente y oriente, intentando crear un paisaje sonoro fluido y eterno. Como si no existiera ninguna diferencia entre los dos, lo que unifica a ambos es la precisión con la que ubican sus sonidos en el silencio en busca de una intimidad musical que contempla la profundidad de la existencia.

Laudista renombrado en su tiempo por su elegancia y elocuencia, John Dowland nació en 1563, probablemente en Londres. Su dominio musical debía ser excepcional por tener nada más que diecisiete años cuando partió para París a servicio del embajador inglés en Francia. Después de servir durante cuatro años, dedicó gran parte de las siguientes décadas a viajar por Europa, sobre todo Alemania e Italia. Se movía en círculos cortesanos y se negociaba una vida que le daría sustento material para sí mismo y su familia, pero que también la proporcionaría el espacio creativo que necesitaba para perfeccionarse como compositor e instrumentista. Ya había cumplido los treinta y cinco cuando se ganó un puesto en la corte de Christian IV de Dinamarca como laudista, y más tarde, nuevamente en Inglaterra, al servicio del monarca inglés, James I. En su estudio biográfico de Dowland, Diana Poulton, figura pionera del laúd inglés del siglo XX, propone que el laudista sufría de tendencias melancólicas, igual como muchos más de su época. Si era verdad o solamente una afectación como sostiene Anthony Rooley, abunda en las las canciones de Dowland poesía centrada en la tristeza y la

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melancolía, versos repletos de llantos, lágrimas, oscuridad, aflicción y la muerte misma. Indudablemente, este último encarna la alegría de alcanzar el más intenso placer humano con la extática sino contradictoria felicidad de consumar la vida a través de la muerte.

Las tres obras de Dowland interpretadas en guitarra por Florian Larousse reflejan la claridad y sensibilidad asociadas con la mejor música para laúd renacentista. Son tres piezas entre las más inspiradas y enrevesadas de su autor, notablemente retóricas y melancólicas, que tienen por vehículo una red contrapuntística de voces intrincadamente entretejidas. La primera, una Fantasia imitativa y de corte excepcional, ejemplifica la apropiación de la narrativa retórica para moldear un discurso musical potente y convincente. También dentro del género de obras abstractas, Farewell es en efecto una fantasía monotemática e imitativa a cuatro voces, caracterizada por un tema cromático que asciende una cuarta para luego emprender viaje sin retorno, desesperado y disonante. El grupo de concluye con el autorretrato melancólico Semper Dowland, semper dolens — siempre Dowland, siempre doloroso— una pieza tripartita, más melódica que imitativa, en la que el laudista traduce el arte de sus canciones al lenguaje instrumental. El resultado es una pieza que una vez más consigue su coherencia por su retórica poética.

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La música para guitarra del compositor japonés preeminente, Toru Takemitsu (1930-1996) encaja perfectamente con la música de Dowland no solamente por su atención a la sonoridad y sus estructuras episódicas, sino también debido a su preocupación por el tiempo, el silencio y el espacio sonoro. Entre las centenares de obras orquestales e instrumentales, la guitarra figura como un elemento recurrente, empleada en una veintena de composiciones a partir de 1958. Es posiblemente su relación con la guitarra la que le ayudó reconciliar los sonidos del Oriente con la música occidental. Su música para guitarra es ecléctica, basada principalmente en concisión de expresión, temas concisos pero variados desde atonales hasta populares, y con formas —en las palabras del propio autor— “como si fragmentos… ensamblados sin estructurarse, como en los sueños. Te vas a un lugar lejano y te encuentras repentinamente en casa sin haberte dado cuenta de tu regreso”.

Las cuatro piezas que constituyen All in Twilight se compusieron para John Williams en 1987, ya comenzado lo que ahora se considera la madurez musical de Takemitsu, una época en la que ya manejaba sus materiales occidentales y orientales con soltura, en su eclecticismo y en formas desarrolladas más como corrientes de conciencia más que modelos estructurales predeterminados. Algo minimalista en su contenido, cada una es una miniatura, elegante en sí y dominada por un lenguaje de gestos que fluye del silencio al sonido, de aquí a la eternidad, y el

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grupo unificado como a través de la media luz musical que es la esencia del crepúsculo.

Equinox (1994) fue una de las últimas obras de Takemitsu para guitarra y quizás la que mejor refleja la simbiosis de occidente y oriente, cada vez más presente en su pensamiento desde su primer encuentro con John Cage en 1964. Su sentido del tiempo le va alejamdo del marco tradicional europeo hacia un mundo de la contemplación sensual, y su economía del gesto ayuda a situarlo culturalmente. Contribuye al sentido misterioso que predomina en la obra la afinación irregular de la guitarra, con la segunda y sexta un semitono inferior y un cambio fundamental en la resonancia armónica del instrumento. El tono misterioso recuerda al significado tradicional japonés de equinoccio como un día para celebrar a los muertos y la veneración de los ancestros.

Compuesta solamente un año más tarde, In the woods (1995) fue la última obra para guitarra del maestro Takemitsu. Cada uno de sus tres movimientos está dedicado a uno de los guitarristas que consideraba importantes en su carera. Wainscot Pond fue estrenado en el funeral del compositor y está dedicada a John Williams, uno de los primeros difusores internacionales de su obra guitarrística. Rosedale rinde homenaje al guitarrista y colaborador japonés del maestro, Kiyoshi Shomura y Muir Woods está dedicado Julian Bream, uno de los grandes

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embajadores de nuestros tiempos de la creación contemporánea para guitarra. Igual a las obras anteriores, se siente notablemente la incorporación de elementos autóctonos en un lenguaje principalmente occidental. Cada una de las piezas comprende tres secciones distintas, con temas y texturas que definen su carácter central.

John Griffiths

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[ENGLISH]

Two men, musicians but not guitarists, born nearly four centuries apart on opposite sides of our planet, are brought together here on this CD and through the guitar into the elusive factory of angels. They inhabit worlds of mystery, worlds of darkness. They long for eternal peace, they compose music aimed and achieving equilibrium and balancing the opposing forces that tug at the soul. They offer their listeners an intriguing web of melodies and sounds that capture the inner sensibilities of the heart to bring them into harmonic communion with a mystical universe that is beyond space and beyond time. Their aims are the same, but their language is different. The older man expresses himself in modal harmonies channelled through the vehicle of rhetoric while the younger man juggles the languages of occident and orient to flow through a timeless sonic landscape. As if there were no difference between them at all, both are unified in the precision with which they place sounds into silence to create an intimate music that contemplates the depths of existence.

A lutenist renowned in his time for his musical elegance and eloquence, John Dowland was born in 1563, probably in London. His musical dominion must have been exceptional as he was only seventeen when he went to Paris in service of the English Ambassador there, serving for four years. Much of the early decades of his life were spent travelling in Europe, especially Germany and Italy. He moved in

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courtly circles and negotiated a life that would provide material sustenance for him and his family, but that would also allow him a creative space in which his art could flourish, as both a composer and a practitioner. From his mid thirties he gained highly esteemed positions at the court of Christian IV of Denmark, and then back home in the service of English monarch, James I. In her biographical study of Dowland, twentieth-century lute pioneer Diana Poulton suggests that the lutenist was given to melancholy, like so many others of his time. Whether this was true or only an affectation, as Anthony Rooley has argued, Dowland’s songs are settings of texts abundant in weeping, tears, darkness, affliction and death. The last of these, of course, embodies the joy of the most intense human pleasure with the ecstatic if not contradictory happiness of life consummated in death.

The three Dowland works played on the guitar by Florian Larousse embody the clarity and sensitivity associated with the finest renaissance lute music. They are among the composer’s most inspired and involved compositions, notably rhetorical and melancholic, expressed through the most spacious and intricate polyphonic web of interwoven voices. The opening work, a most exceptional imitative Fantasia, epitomises the appropriation of rhetorical narrative to shape a forceful and compelling musical discourse. Also among Dowland’s abstract compositions, Farewell might be seen as a monothematic, four-voiced imitative fantasia characterised by a principal theme that ascends a fourth in chromatic steps to begin its desperate and somewhat

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dissonant journey of no return. The group concludes with Dowland’s melancholic self-portrait Semper Dowland, semper dolens —Ever Dowland, ever sad— a tripartite piece, more melodic than imitative, in which the lutenist translates his craft as a song composer to the purely instrumental idiom. The result is an extended piece that once again achieves coherence by the logic of its rhetoric.

The guitar music of preeminent Japanese composer Toru Takemitsu (1930-1996) sits so well with Dowland’s not only because of his interest in the detail of sonority and episodic composition, but also because of his concern with time, silence and, therefore, with temporal space. Among his hundreds of orchestral and instrumental compositions, the guitar is a recurrent element, used in some twenty of his works from 1958 onwards. Takemitsu could obviously relate to the guitar in a way that helped him reconcile Japanese and Western music. His guitar music is eclectic, usually built upon concise amounts of thematic material, ranging from atonal to quasi-popular in style and arranged, in the composer’s oen words “as if fragments… thrown together unstructured, as in dreams. You go to a far place and suddenly find yourself back home without having noticed the return.”

The four pieces grouped together as All in Twilight were composed for John Williams in 1987, already in what is considered to be Takemitsu’s mature period, a time in which he was more at ease in his assimilation of Eastern and Western

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materials, in his eclecticism and in forms arranged more as a stream of consciousness than by predetermined structural models. Quite minimalist in their content, each is an elegant miniature in its own right, dominated by the gestural language that ebbs and flows from silence to sound, from here to eternity, but unified as a group through the half light that is the essence of twilight.

Equinox (1994) was one of Takemitsu’s last compositions for the guitar and one that best embodies the symbiosis of East and West that became increasingly a priority in Takemitsu’s music, especially following his meeting with John Cage in 1964. Its sense of time takes it out of the traditional European framework and into a world of sensual contemplation, and its economy of gesture helps to situate it culturally. The score calls for the guitar to be tuned with its second and sixth strings tuned down a semitone to alter completely the harmonic resonance of the instrument and help achieve the musical eeriness that pervades the piece. This mood recalls the ancient meaning of equinox to the Japanese as a day to celebrate the dead, and to venerate ancestors long passed.

Composed only one year later, In the woods (1995) was Takemitsu’s last guitar work. Each of its three movements is dedicated to one of the guitarists who were influential in his career. Wainscot Pond is dedicated to John Williams, one of the first international guitarists to champion his music, and was premiered at the composer’s

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funeral. Rosedale honours Japanese guitarist and collaborator, Kiyoshi Shomura while Muir Woods is dedicated to Julian Bream, one of the great guitarist ambassadors of contemporary guitar music. As with the earlier works, there is a strongly sensed combination of Japanese and Western elements. Each of the pieces comprises three distinct sections with themes and textures that define the central character of each part.

John Griffiths

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