126958825 Wells Robin Enamorada Del Jefe 04 Amor No Correspondido

Amor noAmor no correspondidocorrespondido

Robin Wells4° Serie Multiautor Enamorada

del jefe

Amor no correspondido (17.05.2000)Título Original: The executive's baby (1999)Serie Multiautor: 4° Enamorada del jefeEditorial: Harlequin IbéricaSello / Colección: Julia 1104Género: ContemporáneoProtagonistas: Nick Delaney y Rachel

Argumento:

Rachel creía que no volvería a ver a Nick Delaney, por eso se llevó la mayor sorpresa de su vida cuando éste apareció en su despacho diciendo que necesitaba urgentemente una niñera. ¡Y ella era la elegida!

http://www.universoromance.com.ar/harlequineras/unidaspor/html/enamoradadeljefe.htm

Robin Wells – Amor no correspondido – 4º Multiautor Enamorada del Jefe

Rachel solía soñar con que su antiguo jefe le pidiera que se casara con él, pero afortunadamente, eso pertenecía al pasado... hasta que un día, Nick la besó... y sus sueños olvidados volvieron con más fuerza que nunca...

Escaneado por Mariquiña y corregido por Virginia Nº Paginas 2-95


Capítulo 1Un llanto infantil rompió la concentración de Rachel Sinclair,

haciéndola olvidar el balance de ganancias y pérdidas que preparaba para el consejo de administración de la empresa Barrington.

Un niño. Había un niño en el departamento de contabilidad.Estaba levantándose de la silla cuando su compañera Patricia entró

en el despacho, con un bulto rosa en los brazos.—¡Sabía que había oído llorar a un niño! —exclamó Rachel.Patricia sonrió, mirando al lloroso querubín de pelo rubio y

gordezuelas mejillas.—Tú y la mitad de Phoenix. Esta enana tiene unos pulmones de

hierro.—¡Qué rica es! ¿Me la dejas? —preguntó Rachel.—Claro. No sé qué hacer para que deje de llorar.Cuando Rachel tomó a la niña, la cosita rubia levantó hacia ella sus

ojos azules rodeados de largas pestañas húmedas. El corazón de Rachel dio un vuelco.

—Hola, cariño —susurró. La niña dejó de llorar y se metió el puñito en la boca.

Rachel sentía una extraña congoja. No había nada en el mundo que deseara más que tener un hijo. A pesar de ser una mujer moderna y profesional, su verdadero sueño era casarse y formar una familia.

Pero, según iban las cosas, seguiría siendo sólo un sueño. Tenía treinta y un años y, en los dos últimos, no había conocido a nadie con quien quisiera salir y mucho menos casarse.

A nadie, excepto a Nick.Una sensación dolorosa atravesó su corazón al recordarlo. Pero Nick

no era el hombre adecuado y Rachel lo sabía.Para empezar, eran completamente opuestos. Ella era una persona

tranquila, mientras él era un aventurero. A ella le gustaba la rutina y a Nick, el cambio. A ella le gustaba cuidar del jardín y cocinar, mientras que, para Nick, pasar un buen rato significaba tirarse en paracaídas o bucear en aguas infestadas de tiburones.

Pero, lo más importante, Rachel deseaba un hogar y una familia y Nick le había dicho desde el principio que él no estaba interesado en eso.

Debería haber sabido que no era hombre para ella, pensaba Rachel, pero Nick Delaney era irresistible. No sólo porque era guapo, encantador, inteligente y divertido, sino por algo más... algo invisible y eléctrico, algo que ocurría cada vez que estaban juntos.



El liberaba algo dentro de ella. Cuando estaba con Nick, no se sentía tímida, ni aburrida. Cuando estaba con Nick, se sentía guapa, divertida, atractiva y... atraída. Tan atraída que, por primera vez en su vida, había ignorado lo que le decía su cabeza y se había dejado llevar por su corazón.

Pero había aprendido la lección. Ella deseaba un hombre con el que construir un futuro, un hombre con el que compartir sus sueños de permanencia y estabilidad. Los hombres como Nick no estaban hechos para convertirse en maridos y padres, y eso no cambiaría nunca.

Rachel miró a la niña que tenía en los brazos y, con ternura, secó las lágrimas que mojaban su carita. La niña sonrió, mostrando tres diminutos dientes.

—¿Cómo lo haces? —preguntó Patricia.—¿Hacer qué?—¿Cómo haces que deje de llorar?—No lo sé. Se me dan bien los niños —contestó—. Es un ángel.

¿Quién es su madre?—Tu nuevo jefe.—¿Rex ha contratado a un nuevo vicepresidente para asuntos

financieros?—Por fin —contestó Patricia—. Después de hacernos trabajar como

esclavos desde que se retiró el señor Martin.Rachel sonrió. Las excentricidades del dueño de la empresa, el

anciano Rex Barrington II, eran conocidas por todos. Cuando Rex quería algo, lo quería para el día siguiente, y esperaba que sus empleados pusieran toda su energía en conseguirlo. Su capacidad de trabajo hacía que los que trabajaban para él se volvieran locos, pero también era una de las razones por las que Barrington se había convertido en una de las empresas hoteleras más famosas del mundo.

—Rex sólo quería asegurarse de que contrataba al mejor. Especialmente ahora, que está decidido a retirarse y dejar las riendas del negocio a su hijo —sonrió Rachel, mirando a la niña—. ¿Cuándo empieza a trabajar el nuevo vicepresidente?

—El lunes —contestó Patricia.—¿Tan pronto?—Ya conoces a Rex.—¿Y por qué ha venido hoy, si es viernes?—Rex insistió en que viniera a conocer a todo el mundo en cuanto su

avión aterrizara en Phoenix. Y a mí me tienen de niñera.—¿Cómo es? —preguntó Rachel—. Un hombre que se trae a su hija al

trabajo debe de ser un hombre encantador.



—De eso precisamente había venido a hablarte —dijo Patricia, con expresión preocupada—. ¿Recuerdas cuando me contaste que habías estado enamorada de tu jefe hace dos años...?

Como si Rachel pudiera olvidarlo. Su jefe no era otro que Nick Delaney, el entonces director financiero de Barrington. Nick era un director financiero muy especial. Hacía que los números cobrasen vida, que la administración pareciera un deporte de riesgo. El había instigado una amistosa competitividad entre hoteles, ofreciendo incentivos a los empleados con mejores ideas y organizaba fiestas en el departamento para celebrar éxitos grandes y pequeños.

Era el hombre más excitante que había conocido nunca y Rachel se había enamorado como una loca. Ingenuamente, había creído que Nick sentía lo mismo; incluso había creído que estaba a punto de pedirle que se casara con él. Y entonces, sin previo aviso, y menos explicaciones, Nick Delaney había pedido el traslado a las oficinas de Canadá...

De repente, la niña alargó las manitas para tocar la horquilla de carey que sujetaba los rizos castaños de Rachel, haciéndola volver al presente.

—No tienes que preocuparte. Ya no me enamoro de mis jefes. No me enamoré del señor Martin, ¿verdad?

—Porque era gordo y tenía sesenta y cinco años —bromeó su amiga.—Y tampoco me enamoro de hombres casados. Y, a juzgar por esta

cosita, seguro que está casado.—No lo entiendes, Rachel —empezó a decir Patricia— el nuevo

vicepresidente es...—Hola, Rachel.Rachel se quedó inmóvil. La voz era familiar... muy familiar. Era la voz

de barítono que había poblado sus sueños y, aunque preferiría morir antes que admitirlo, la voz con la que había fantaseado millones de veces.

Rachel se dio la vuelta, con el corazón en la garganta. Nick Delaney estaba en la puerta de su despacho, su cabello oscuro contrastando con el marco blanco de madera.

—Nick... —murmuró—. ¿Qué estás haciendo aquí?—Es lo que estaba a punto de decirte —intervino Patricia—. Nick es el

nuevo vicepresidente.Rachel tuvo que apoyarse en el borde de la mesa para mantener el

equilibrio.—Creí que... estabas en Canadá.—Y así era —sonrió él, con aquellos dientes blanquísimos—. Pero Rex

me ha ofrecido la vicepresidencia para asuntos financieros y era una gran oportunidad. Además, Phoenix es un sitio maravilloso para criar a un niño.

Rachel miró a la niña que tenía en sus brazos. Pensaba que nada que llegara de Nick podría dolerla, pensaba que su corazón había sangrado todo lo que tenía que sangrar, pero acababa de descubrir que no era así.



Aquella niña era... hija de Nick. Era su familia. La que ella había soñado tener con él algún día. La hija que, evidentemente, había tenido con otra mujer.

Rachel tuvo que respirar con fuerza para calmar los latidos de su corazón.

Cuando empezaron a salir, él le había dicho que era un solterón empedernido, que no creía en los finales felices, que nunca pensaba casarse. Pero Rachel creía que, si se enamoraba, cambiaría de opinión.

Debería haber aceptado su palabra, pensaba amargamente. Ella no había podido cambiarlo.

«Otra mujer lo había hecho cambiar».La idea era como una daga en su corazón.—Bueno, tengo que volver a mi despacho —dijo Patricia, incómoda—.

¿Os importa si os dejo solos?—Gracias por cuidar de la niña, Patricia —sonrió Nick—. No sé cómo

has conseguido que dejara de llorar.—No he sido yo. Ha sido Rachel. Ella es quien tiene el toque mágico

con los niños —dijo la joven, antes de salir de la oficina.Rachel miró a Nick. No había cambiado nada. Seguía teniendo el

mismo cabello negro, los mismos ojos verde aceituna, la misma devastadora sonrisa, la misma habilidad para hacer que su pulso se acelerase.

Nick se metió las manos en los bolsillos, un gesto que Rachel recordaba bien.

—No sé qué has hecho para que Jenny dejara de llorar, pero te lo agradezco mucho.

—¿Se llama Jenny? —preguntó ella, mirando a la niña.—Sí. Bueno, en realidad se llama Genevieve.—Es un nombre precioso —murmuró Rachel—. ¿Qué tiempo tiene?—Ocho meses.Ocho meses más nueve de embarazo. Estaba claro que Nick no había

perdido el tiempo reemplazándola en su vida, pensaba Rachel con amargura.

Había sido una tonta al pensar que un hombre como Nick podía interesarse seriamente por ella. Ella era una mujer normal y él, el hombre más excitante que había conocido.

Especialmente, cuando la besaba.El recuerdo de los largos, lentos y húmedos besos de Nick hizo que

sintiera un escalofrío por la espalda. Los besos de Nick la derretían y la hacían perder la cabeza.

Rachel volvió a la realidad cuando la niña se movió entre sus brazos.



Pero lo más desconcertante era la mirada del hombre, como si quisiera comérsela con los ojos. Había olvidado cómo la miraba Nick Delaney, había olvidado cómo hacía que se sintiera la persona más importante del mundo.

—Me alegro de verte, Rachel —murmuró—. Estás preciosa. Como siempre.

—Tú tampoco has cambiado mucho.Sonriendo, él se apartó la solapa de la chaqueta y le mostró una

mancha en la camisa. Nick siempre había vestido de forma impecable. Según él, porque de niño había tenido que llevar la ropa sucia al colegio después de hacer las tareas en la granja de su padre.

—Es una mancha de papilla. Jenny me la tiró encima justo después de despegar y estuvo llorando durante todo el viaje. De hecho, no ha dejado de llorar hasta ahora.

Rachel miró a la niña, que tenía la cabecita apoyada sobre su pecho. Parecía estar a punto de quedarse dormida.

—Pobrecita. Estará agotada.—No sólo ella —suspiró Nick, pasándose la mano por la cara—. Lo he

intentado todo para que dejara de llorar, pero nada funciona. Creí que el resto de los pasajeros iba a tirarnos por la ventanilla del avión.

—¿Dónde está su madre? —preguntó Rachel. Inmediatamente, se arrepintió. Lo último que deseaba era conocer a la mujer de Nick.

—Está... —empezó a decir él, muy serio— ha muerto.Rachel se sintió avergonzada por sus pensamientos y apretó a la niña

contra su pecho.—Qué horror. Debe de haber sido terrible perder a tu mujer.—No he perdido a mi mujer —dijo Nick, sorprendido—. He perdido a

mi hermano. Ben y mi cuñada murieron en un accidente de coche en Oklahoma hace tres semanas. Yo era su único pariente y, por lo tanto, me he hecho cargo de Jenny —añadió. La niña no era hija de Nick. Rachel sintió una increíble sensación de alivio y, confusa, mantuvo los ojos clavados en la rosada carita—. ¿No te lo ha contado Patricia?

—No —contestó ella—. Estaba diciéndome que eras mi nuevo jefe, cuando entraste en el despacho.

—Me sorprende que hayas creído que estaba casado. Ya sabes que yo no soy ese tipo de hombre —sonrió él, con una sonrisa que podría cautivar a cualquiera—. Si lo fuera, me habría casado contigo.

El tono era ligero, pero las palabras caían como piedras en su corazón. A Nick se le daba bien suavizar las situaciones y aquello era, sin duda, lo que estaba haciendo en aquel momento.

—Yo... siento mucho la muerte de tu hermano y tu cuñada. Qué tragedia tan espantosa.



—Especialmente por la niña —dijo Nick—. Pero lo peor es que Jenny no me quiere ni ver —murmuró, mirando a la cría—. Y no me extraña. No sé nada sobre niños y creo que ella se ha dado cuenta.

Rachel acarició la mejilla de Jenny, con el corazón encogido.—Probablemente, echa de menos a su madre.—Supongo que sí. Pero la verdad es que Jenny es muy tímida con los

extraños. La única persona a la que tolera es a la señora Olsen, que solía cuidarla en Oklahoma. He intentado que se viniera conmigo a Phoenix, pero no ha habido forma de convencerla —suspiró pesadamente Nick—. Este es el primer día que paso solo con la niña y estoy desesperado.

—Tómate un poco de tiempo. En un par de días, las cosas se arreglarán —intentó sonreír Rachel—. ¿Qué vas a hacer con ella cuando estés trabajando?

—Voy a contratar a una niñera —sonrió Nick—. Espero encontrar a alguien que le guste tanto como tú. Es asombroso lo tranquila que está.

—Me encantan los niños —dijo Rachel.—Lo recuerdo. Recuerdo muchas cosas sobre ti —murmuró él. El

pulso de Rachel se aceleró. Ella también recordaba muchas cosas, incluyendo algunas que desearía no recordar tan vívidamente. Por ejemplo, cómo los ojos verdes del hombre se oscurecían cuando iba a besarla, cómo los cerraba cuando sus labios rozaban los suyos... Pero tenía que olvidarse de eso, se decía. Tenía que recordar cómo la dejó sin previo aviso. Tenía que recordar cómo se sintió cuando se enteró de que él mismo había pedido el traslado a Canadá. Nick se aclaró la garganta, incómodo—. Yo... espero que no te importe volver a trabajar para mí.

—¿Importarme? —intentó sonreír ella. No pensaba decirle cuánto le había dolido su desaparición dos años antes ni lo que sentía ante su repentina aparición—. ¿Por qué iba a importarme?

—Pensaba que... bueno, como estuvimos saliendo hace dos años...—Eso fue hace mucho tiempo —lo interrumpió Rachel, intentando

aparentar despreocupación—. No te preocupes. Son cosas que pasan.Los ojos del hombre se oscurecieron.—Claro. Cosas que pasan —murmuró—. Me alegro de que pienses así.Pero no se alegraba. En absoluto. Lo molestaba inmensamente oírla

hablar con esa indiferencia.«Cosas que pasan». Su relación no había sido eso en absoluto. Rachel

lo hacía sentir vivo. Era casi como si ejerciera un hechizo sobre él.Y se sentía hechizado de nuevo. Todo en ella era igual que antes, su

piel clara, sus profundos ojos azules, sus rizos castaños intentando escapar de las horquillas. Siempre le había gustado su pelo porque reflejaba bien su personalidad; suave y brillante por fuera, salvaje por dentro, en una continua lucha inconsciente por soltarse.



Estaba guapísima. Nick había creído que Rachel estaba fuera de su vida, pero los viejos sentimientos afloraban a la superficie al estar de nuevo a su lado.

—Bueno, será mejor que vuelva al trabajo —dijo Rachel entonces—. Tengo que comprobar un balance y quiero salir de aquí a una hora decente.

—¿Tienes algún plan para esta noche? —preguntó Nick, sin pensar.—La verdad es que sí —contestó ella, sorprendida.—¿Una cita?¿Qué demonios le estaba pasando?, se preguntaba Nick. No quería

hacerle preguntas personales, pero no podía evitarlo.Rachel apartó la mirada.—No es eso. Voy a ir al cine con Patricia y unas amigas.Nick se sintió aliviado. Sabía que era ilógico, que no tenía derecho a

meterse en su vida, pero no podía soportar la idea de ver a Rachel con otro hombre.

—¿Las conozco?—No. Creo que todas llegaron a la oficina después de que tú te

fueras. Somos cinco o seis y solemos comer juntas e ir al cine de vez en cuando —contestó ella, incómoda—. Bueno, será mejor que te devuelva a Jenny —dijo, poniendo a la niña en sus brazos. Se rozaron y, al hacerlo, una corriente eléctrica pareció alcanzarlos a ambos. Nick sabía que ella también lo había sentido.

Habían pasado dos años desde la última vez, pero el tiempo no había conseguido romper la química que había entre los dos. Siempre habían sido más que físicamente compatibles, pensaba Nick. Eran físicamente «combustibles». El problema era que la conexión emocional entre ellos era tan fuerte como la atracción física. Y las cosas se habían puesto demasiado serias.

Por eso se había marchado. Rachel quería un marido y una familia y él no tenía intención de casarse. Casarse significaba quedarse en un sitio y quedarse en un sitio significaba monotonía, aburrimiento. Y Nick había tenido suficiente de eso para durarle una vida entera.

Además, el matrimonio triste y sin amor de sus padres lo había convencido de que debía permanecer soltero. El quería ver mundo, afrontar nuevos retos, realizar sus sueños sin tener que darle cuentas a nadie.

Sin embargo, cuando estaba cerca de Rachel... El recuerdo de Rachel entre sus brazos hizo despertar un deseo que creía dormido.

Pero su relación con ella dos años atrás había sido un error y volvería a serlo de nuevo.

No tenía derecho a empezar algo que no pensaba llevar a una conclusión honorable. Sabía lo que ella pensaba sobre el matrimonio y la



familia y sabía que él no era la clase de hombre que se toma las relaciones a la ligera. Dos años atrás, la relación con Rachel había empezando a ser demasiado seria para él. Lo había visto en su forma de mirarlo, en cómo sus ojos se iluminaban cada vez que él entraba en una habitación.

Lo había visto y, sin embargo, había pospuesto la ruptura, pensaba sintiéndose culpable. Rachel buscaba un hombre para siempre y él no era ese hombre.

Jenny, que se había quedado dormida, abrió los ojitos en ese momento. Y, en cuanto vio la cara de Nick, su frente se arrugó y empezó a llorar.

Oh, no. Otra vez.Unos segundos después, los gritos de la niña eran ensordecedores y

Nick hizo un gesto de desesperación.—Venga, chiquitina. No pasa nada —murmuraba, acunándola

torpemente. Pero a Jenny no podía convencérsela tan fácilmente. Sus diminutos patucos blancos apuntaron directamente a su estómago mientras, con los puñitos, intentaba apartarse de él. Nick se volvió hacia Rachel, angustiado—. ¿Lo ves? No me puede soportar.

—Necesita un poco de tiempo para acostumbrarse a ti —lo consoló ella—. No te preocupes.

—¿Y qué hago ahora? No quiere dormir, no quiere comer... me da miedo que se ponga enferma.

La niña se volvió hacia Rachel, estirando los bracitos y llorando a unos decibelios que podrían romper cristal.

—Pobrecita —murmuró ella, preocupada—. ¿Te importa dármela otra vez?

—Por favor —rogó él, poniendo a Jenny en sus brazos. En cuanto la niña estuvo en brazos de Rachel, dejó de llorar—. ¿Cómo lo haces?

—Quizá le recuerdo a su madre.—No te pareces nada a mi cuñada.—Los niños reconocen algo más que la cara de la gente. A lo mejor

huelo como su mamá —murmuró ella. Nick recordaba muy bien cómo olía Rachel... maravillosamente bien. De hecho, desde donde estaba podía oler su perfume, un suave aroma a jazmín y violetas. Una vez en Canadá le había pedido a una mujer que cenara con él sólo porque olía como Rachel. Pero tanto la noche como la mujer habían sido una decepción—. ¿Tenéis casa en Phoenix?

—Sí. Rex ha alquilado una casa amueblada en Scottsdale para nosotros. Se supone que tiene que haber de todo, comida, ropa de cama, pañales y cosas así.

—¡Vaya! Lo de ser vicepresidente tiene sus ventajas.



—Le ha costado menos que los camiones de mudanza que suele poner a disposición de sus empleados —sonrió Nick.

—¿No has traído tus muebles?—No tenía suficientes cosas como para llenar un camión. Sólo un par

de cajas.Tampoco tenía demasiadas cosas cuando vivía en Phoenix, recordaba

Rachel. Nick no había querido comprar muebles ni electrodomésticos ni nada que significara permanencia.

—Una casa con muebles alquilados te irá muy bien —sonrió ella.—Sí. Ahora lo único que necesito es una persona que cuide de Jenny

—dijo Nick, clavando sus ojos verdes en ella—. Sé que tienes planes para esta noche y no me hace ninguna gracia tener que pedirte esto... pero necesito ayuda. Ya has visto cómo se pone conmigo. ¿No podrías ayudarme a darle la papilla y meterla en la cuna esta noche? Me da miedo que se ponga enferma si sigue así.

Rachel miró a la niña. La boquita de Jenny se curvó en una sonrisa y sus mofletes se hincharon como los de una ardilla... Era una batalla perdida. No podía dejarla en aquellas condiciones y Nick lo sabía tan bien como ella.

—Muy bien —suspiró—. Pero sólo por esta noche. Y sólo por Jenny.No quería que pensase que lo hacía por él. De hecho, si fuera

inteligente, empezaría a pensar en buscar otro trabajo.—Un millón de gracias, Rachel —sonrió Nick—. Eres maravillosa.La forma en la que había pronunciado su nombre hizo que se le

pusiera la piel de gallina e intentó disimular.—Pero aún tengo que terminar mi informe.—Yo lo haré por ti. Tú ocúpate de Jenny, ¿de acuerdo?Rachel lo miró, perpleja. Nick había vuelto a aparecer en su vida y, en

quince minutos, había conseguido darle la vuelta.Pero no dejaría que se convirtiera en una costumbre, se decía a sí

misma. Sólo iba a ayudarlo una vez. Haría que la niña se tomara su biberón y se durmiera tranquila y ése sería el final de su relación personal con Nick Delaney.



Capítulo 2Estaba empezando a anochecer y el cielo se teñía de un profundo

color púrpura, mientras Nick aparcaba su coche frente a una imponente casa de dos pisos. Aquel era su nuevo hogar. Había reconocido la casa por la fotografía que Rex le había enviado.

No estaba mal, pensaba, mirando por la ventanilla. Incluso parecía más bonita que en la fotografía. Tenía la fachada blanca, el tejado rojo y un jardincito bien atendido en la entrada. Olivos y naranjos se mezclaban con altas palmeras y arbustos bien regados y abundantes.

Pero más interesante que el paisaje era la mujer que aparcaba un Toyota azul detrás de su coche.

Ver a Rachel aquella tarde había sido como un puñetazo en el estómago. ¿Cómo podía haber olvidado cómo lo afectaba?, se preguntaba.

Probablemente porque se había esforzado mucho en convencerse a sí mismo de que todo había terminado entre ellos.

El se había marchado a Canadá y no había vuelto a tener contacto con Rachel en dos años. Pero entonces... ¿por qué había aceptado inmediatamente la posibilidad de volver a Phoenix?, se preguntaba.

Nick se pasó la mano por el pelo, irritado. Rachel no había tenido nada que ver con esa decisión. El había intentado conseguir aquel ascenso durante años. Además, Phoenix era un buen sitio para criar a Jenny.

Recordar a Jenny hizo que sintiera un nudo en el estómago. No le daba miedo bajar los rápidos de un río, saltar en paracaídas y escalar una montaña, pero aquella diminuta criatura le daba pavor.

Afortunadamente, Rachel había aceptado ayudarlo. No le hacía gracia haber tenido que pedirle el favor, pero no sabía qué otra cosa podía hacer.

La miró a través del retrovisor, sintiéndose culpable. No tenía derecho a pedirle nada después de haberla dejado. Le debía una disculpa y una explicación. Y se las daría, se prometió a sí mismo, mientras salía del coche.

Rachel bajó la ventanilla y Nick se inclinó para hablar con ella. Su falda azul se había levantado un poco al sentarse y la visión de aquellas piernas hizo que su corazón se acelerase. Siempre le habían gustado las piernas de Rachel, largas y bronceadas. Eran una de sus fantasías eróticas.

Pero no podía permitirse fantasear en aquel momento y, haciendo un esfuerzo, apartó la mirada.

—¿A Jenny le ha gustado el paseo?—Se ha dormido —dijo Rachel en voz baja, señalando la sillita infantil

que habían colocado en el asiento trasero antes de salir de la oficina.



—Es una niña completamente diferente cuando está contigo —dijo Nick.

—La mayoría de los niños se duermen en los coches.—Conmigo, no. Jenny estuvo llorando durante dos horas en el viaje

desde Lawton hasta el aeropuerto de Oklahoma y después, todo el camino desde el aeropuerto de Phoenix hasta la oficina.

Rachel sonrió comprensiva.Y, de nuevo, Nick no podía despegar los ojos de ella. Sus ojos azules

eran tan invitadores como un colchón de plumas en un día de nieve, un lugar cálido y suave en el que podía entrar y... no salir nunca.

Y por eso precisamente se había marchado.Haciendo un esfuerzo, apartó la mirada.—¿Qué te parece la casa?—Es preciosa. Estoy deseando ver el interior.—Eso significa que tenemos que sacar a Jenny del coche, ¿verdad?

¿Crees que podremos hacerlo sin que se despierte?—Hay que despertarla, Nick. Tiene que comer algo —dijo Rachel,

tomando el paquete de pañales del asiento—. Pero no te preocupes. Después de darle la papilla, la bañaremos y se quedará dormidita.

—No sabes cómo espero que tengas razón.—Te está traumatizando, ¿verdad? —bromeó ella.—Completamente.La sonrisa de Rachel se hizo más amplia y Nick se quedó

momentáneamente paralizado. Había olvidado el hoyuelo de su mejilla, había olvidado cómo su sonrisa iluminaba su expresión.

Nick abrió la puerta del Toyota y alargó la mano para ayudarla a salir. El contacto duró un segundo, porque ambos se soltaron inmediatamente.

—Hola, cariño. Bienvenida a tu nueva casa —murmuró Rachel, abriendo la puerta trasera del coche para sacar a la niña de su silla. Jenny abrió los ojos y se los restregó con los puñitos antes de apoyar la cabeza en su hombro—. Parece muy tranquila. ¿Quieres tomarla en brazos?

Nick prefería caminar descalzo sobre brasas, pero no quería admitirlo delante de Rachel.

—¿Y si se pone a llorar?—Lleva todo el día contigo, seguro que se ha acostumbrado.—De acuerdo. Lo intentaré —asintió él, con desgana. Rachel le puso a

la niña en los brazos y Jenny, instintivamente, empezó a llorar—. Me parece que no está preparada para hacer nuevos amigos —dijo Nick, devolviéndole inmediatamente la niña. Jenny se calmó con asombrosa rapidez. Aunque no podía culparla, pensaba Nick irónicamente. Recordaba



bien el calor de Rachel, el roce de su cabello en la cara, su corazón latiendo al lado del suyo...

Nick sacó la llave del bolsillo y abrió la impresionante puerta de roble.El suelo del vestíbulo era de piedra y las paredes estaban pintadas de

color arena. De ese mismo color era la moqueta del salón y la tela de las sillas del comedor. El resto de la casa estaba decorada en tonos crema y marrón, con muebles de madera clara.

—Es preciosa —murmuró Rachel.—Sí, no está mal.Pasaron por delante del estudio y de un agradable cuarto de estar

que daba al jardín trasero y terminaron en una enorme cocina con muebles de madera clara y una encimera de granito blanco.

Nick abrió uno de los armarios y se alegró al ver que estaba lleno de comida infantil.

—¿Sabes darle la papilla? —preguntó Rachel.—Lo he intentado —contestó él—. Mira, parece que tenemos todo un

surtido de comida para ti —sonrió, mirando a la niña. Jenny hizo un gesto de enfado y escondió la carita en el pecho de Rachel—. ¿He dicho algo malo? Quizá me ha abandonado mi desodorante...

—No te lo tomes como algo personal —sonrió Rachel, acariciando la espalda de Jenny—. Está cansada, tiene hambre y seguramente habrá que cambiarle el pañal. Además hay que bañarla, así que será mejor que nos pongamos manos a la obra.

—Menos mal que estás aquí —dijo Nick, aliviado—. ¿Dónde has aprendido tantas cosas sobre niños?

—Hice un curso de pediatría cuando estaba en la universidad —contestó ella, dirigiéndose hacia las escaleras.

Nick la miró con curiosidad.—No es muy normal combinar un curso de pediatría con un máster en

administración de empresas.—La verdad es que fue al revés. Yo pensaba licenciarme en educación

infantil. Siempre había soñado con tener una guardería, pero mis padres me convencieron de que no lo hiciera.

—¿Por qué?—Pensaban que era muy arriesgado. Se sacaron de la manga un

montón de estadísticas de pequeños negocios en ruina y me convencieron de que estaría destinada a una vida de inseguridad y pobreza.

—Los dos son contables, ¿verdad?—Sí —sonrió ella—. Así que tuve que seguir sus pasos. Tienes suerte

de que tus padres no fueran como los míos.—¿Cómo que no?



—No lo sabía —dijo Rachel. Lo único que sabía sobre la infancia de Nick era que se había criado en una granja en Oklahoma, porque él siempre cambiaba de conversación cuando tocaban el tema.

—¿Todo lo que sabes sobre niños lo has aprendido en los libros?—Bueno, solía trabajar como niñera cuando estaba en el instituto.—¿Ah, sí? Me sorprende.—¿Por qué?—No creo que tuvieras muchas noches libres —contestó él, mirándola

con masculina admiración.Aunque era una ridiculez, el cumplido la llenó de placer. Rachel se

colocó a la niña sobre la cadera y empezó a subir los peldaños.—En el instituto nadie se fijaba en mí.—No me lo creo —sonrió Nick. Rachel sonrió también. Nick era

probablemente el único hombre en el mundo que la encontraba irresistible. De hecho, Rachel pensaba que su mayor habilidad era pasar desapercibida. Todo en ella era normal, su estatura, su constitución, el color de su pelo, sus rasgos. Lo curioso era que, cuando estaba con Nick, no se sentía normal en absoluto. Se sentía viva, atractiva y especial. Interesante, excitante incluso—. ¿Y cuándo empezaron a fijarse en ti?

—Sigo intentándolo —contestó ella, entrando en una habitación. Pero cuando Nick encendió la luz, se dio cuenta de que estaban en el dormitorio de matrimonio. Un dormitorio muy sensual, además. Estaba decorado en tonos beige y blanco y tenía una enorme cama con dosel, del que colgaba una cortina de lino casi transparente. Tragando saliva. Rachel dio un paso atrás y se chocó con Nick. Él la tomó por la cintura y el roce de sus manos hizo que sintiera un escalofrío—. Perdona —murmuró. Aquella habitación la había hecho volver atrás en el tiempo, dos años y medio atrás exactamente, hasta la primera vez que él la había besado.

Era una tarde de sábado, hermosa y cálida. Nick y ella habían pasado el día de excursión con algunos compañeros de trabajo y la atracción que había ido creciendo entre los dos parecía a punto de estallar. Cada mirada, cada palabra, parecía tener un doble sentido.

Los compañeros se habían adelantado y, cuando estaban solos, él la había tomado por la cintura y la había besado suavemente en el cuello. A Rachel se le doblaron las rodillas.

Cuando Nick se había inclinado para besar sus labios, había sentido escalofríos, había visto estrellas, había escuchado las olas, aunque el mar estaba a cientos de kilómetros de allí.

Y casi sentía lo mismo en aquel momento.Fue a la vez un alivio y una decepción cuando la niña miró a Nick y se

puso a llorar.—Vale, vale, Jenny, te prometo guardar las distancias —suspiró él.



Pero Rachel podía sentir el calor de su mirada, la carga de energía en el aire.

—Que habitación tan bonita —dijo, para romper la tensión.—Sí, tiene muchas posibilidades —murmuró él. El comentario no la

hacía sentirse mejor en absoluto. Con el pulso acelerado, lo observaba caminar por la habitación como un león inspeccionando su guarida. Nick abrió los cajones de la cómoda, entró en el lujoso cuarto de baño y después se sentó en la cama—. ¿Sabes una cosa? No es justo.

—¿Qué?—He pasado dos años soñando con llevarte a mi dormitorio. Y ahora

que lo he conseguido, nos vigila una diminuta carabina.Rachel sintió que enrojecía hasta la raíz del cabello y recordó una

noche, dos años atrás.Era domingo, dos meses después del primer beso, dos meses en los

que se habían hecho inseparables. Habían pasado un día mágico juntos y después volvieron al apartamento de Nick para ver una película. Pero, abrazados en el sofá, el deseo crecía hasta convertirse en una hoguera.

Cuando, excitados y drogados de besos profundos y caricias cada vez más inadecuadas, estaban a punto de perder la cabeza, Nick se había apartado.

—Será mejor que te lleve a casa antes de que hagamos algo que los dos lamentaríamos.

—¿Por qué crees que lo lamentaría? —había susurrado ella.Nick lanzó una maldición en voz baja.—No me lo estás poniendo nada fácil —había dicho con voz ronca—.

Tú quieres algo para siempre, Rachel. Yo no.—¿Qué quieres decir?—Tú eres la clase de mujer que quiere un compromiso y un futuro y

yo no puedo ofrecerte eso —suspiró Nick, pasándose la mano por la cara—. Yo no soy lo que tú necesitas y no quiero hacerte daño.

—¿Quién ha dicho que vas a hacerme daño?—Lo digo yo. No tengo interés en atarme, Rachel. De niño tuve que

estar atado a la granja de mis padres y me prometí a mí mismo no volver a estarlo nunca —había dicho él, mirándola a los ojos con expresión dolorida—. No soy ese tipo de persona. Pero tú sí lo eres —añadió, levantándose—. Vamos, te llevaré a casa. Y, a partir de ahora, será mejor que veamos las películas en el cine.

El ruido de la cama la devolvió al presente.—Perdona si te ha molestado el comentario —dijo Nick, acercándose.—No me ha molestado.



—Bueno, la broma sobre el dormitorio no ha sido muy acertada. Lo siento, no quería avergonzarte.

—No pasa nada —intentó sonreír ella.¿Cómo iba a poder trabajar con él diariamente si lo que había habido

entre ellos parecía seguir tan vivo como dos años atrás?, se preguntaba. No tenía respuesta. Sólo sabía que tenía que proteger su corazón. El era el mismo Nick de siempre, con el mismo encanto y la misma habilidad para hacer que su cabeza flotara y su corazón latiera a toda velocidad. Y, sin duda, con la misma habilidad para volver a romperle el corazón. Rachel tomó aire y apartó de su mente aquellos recuerdos.

—La niña está inquieta. ¿Por qué no subes las maletas mientras yo la baño?

Más tarde, Nick estaba en la puerta del cuarto de baño, observando a Rachel.

—Tienes que escurrir bien el paño antes de lavarle la carita —le estaba diciendo ella—. A los niños no les gusta que les entre agua en los ojos.

Nick asintió. Sabía que debería prestar más atención, pero estaba demasiado absorto contemplando a Rachel. Se había quitado la chaqueta y, cuando se inclinaba hacia adelante, podía distinguir la forma de su sujetador bajo la blusa.

Era encantadora. Había olvidado cuánto. Su pelo caía hacia adelante, dejando expuesta su nuca, algo que él encontraba tremendamente provocador.

Nick se acercó un poco más, pero Jenny, al verlo, arrugó la frente y empezó a llorar.

—Perdona, Jenny. No quería molestar.—Mañana por la mañana estará menos irascible —sonrió Rachel.—Eso espero. Si no es así, los próximos dieciocho años van a ser muy

difíciles.Rachel lanzó una carcajada mientras secaba a la sonriente niña con

una enorme toalla antes de llevarla a su habitación.Desde luego, se le daban bien los niños, pensaba Nick viendo cómo

Jenny reía cuando Rachel le ponía polvos de talco. Había devorado su papilla, había jugado en la bañera y no ponía pega alguna a que ella le pusiera un pijama.

—Ya está —murmuró Rachel—. Preparados para ir a la cama.«Desde luego que sí», pensaba Nick. Nada le hubiera gustado más

que tomar a Rachel en sus brazos y llevarla con él al dormitorio.Pero tenía que dejar de pensar aquellas cosas, se decía a sí mismo.—¿Y ahora qué? —preguntó, para aclarar su cabeza.



—¿Tienes algún cuento?—La señora Olsen guardó algunos en la maleta. Pero, ¿no es un poco

joven para eso?—A los niños les encanta oír la voz de alguien mientras se quedan

dormidos. De hecho, los niños a los que sus padres leen cuentos cuando son muy pequeños suelen adoptar el hábito de la lectura muy pronto.

Nick sacó de la maleta unos libros llenos de colorines.—¿Estos valen?—Sí —contestó ella. Después, se sentó en la mecedora con la niña en

brazos. Nick la escuchaba, disfrutando de su voz tanto como Jenny. Cuando estaba a punto de terminar el cuento, los ojos de la niña se habían cerrado. Rachel la llevó suavemente a la cuna y la arropó con cuidado—. Buenas noches, cariño —susurró, besando la regordeta mejilla—. Que sueñes con los angelitos.

—Si hubiera estado solo con ella, Jenny aún seguiría llorando —dijo Nick cuando salieron de la habitación—. No sé cómo darte las gracias.

—No tienes por qué. Me alegro de haber podido ayudarte.—Lo menos que puedo hacer es invitarte a cenar.—La verdad es que... debería irme —dijo Rachel, apartando la mirada.—Te he estropeado los planes para esta noche y me sentiría mejor si

al menos me dejaras invitarte a una pizza.—No creo que sea buena idea.—Rachel, vamos a trabajar juntos todos los días. Tenemos que

portarnos de forma normal.—Muy bien —suspiró ella—. Supongo que tienes razón.—Estupendo —dijo él, aliviado—. ¿Te sigue gustando la pizza con

champiñones, pimientos y aceitunas negras?—¿Te acuerdas? —preguntó Rachel, sorprendida.Nick no había olvidado nada. Sobre todo, no había podido olvidar

aquellos labios generosos y cómo se abrían para él cuando iba a besarla.—¿Mario’s sigue siendo la mejor pizzería de la ciudad? —preguntó,

apartando la mirada.Rachel asintió y Nick tomó el teléfono, advirtiéndose a sí mismo que

debía dejar de pensar en Rachel en aquellos términos.

Una hora y media más tarde, Rachel se encontró a sí misma sentada en el elegante comedor, con una pizza casi terminada sobre la mesa y disfrutando más de lo que hubiera creído posible. No sabía si de ello era responsable el vino o la agradable conversación, pero la cena había transcurrido de forma más amistosa de lo que había esperado.



—¿Has viajado últimamente? —preguntó Nick, sirviendo la última copa de vino.

—Sólo a Minnesota para ver a mis padres en Navidad.—¿Cómo están?—Bien. Siguen siendo exageradamente protectores, pero están bien.Nick sonrió comprensivo.—Eso es lo que te pasa por ser hija única.—Hija única y con asma —le recordó ella—. Me vine a vivir a Phoenix

con el sano objetivo de que mi madre no fuera todos los días a yerme para comprobar si me había abrigado lo suficiente.

—Lo dirás de broma.—Qué va —rió ella.—No debió hacerles mucha gracia que te fueras a vivir tan lejos.—La única razón por la que no se tumbaron frente al camión de

mudanzas es que Phoenix tiene un clima ideal para mí.—Tienes suerte de que tus padres te quisieran lo suficiente como

para dejarte ir.Era un comentario extraño. Ella sabía que la madre de Nick había

muerto cuando él estaba en la universidad y su padre cinco años atrás, pero eso era lo único que le había contado.

—¿Sabes una cosa? —preguntó, apoyando los codos en la mesa—. Nunca me has contado nada sobre tus padres.

—No hay mucho que contar —dijo él, evasivamente.—¿Cómo fue tu infancia en la granja? —insistió ella.—Dura. Trabajo, trabajo y depender de la suerte. El factor suerte era

lo que más detestaba. Había demasiadas cosas que no se podían controlar, la lluvia, el granizo, las tormentas, los insectos. Había muchas cosas que podían ir mal y... normalmente así era —contestó él, dejando la copa sobre la mesa—. Creo que es por eso por lo que me encantan los números. Son fiables. Haga el tiempo que haga, dos y dos siempre son cuatro.

A Rachel siempre le había parecido extraño que alguien tan aventurero como Nick hubiera elegido una carrera como la administración de empresas, pero en aquel momento lo entendía. Nick necesitaba tener el control de las cosas.

—¿No recuerdas nada bueno?—No —dijo Nick—. Ese sitio quemó la vida a mis padres y casi

destrozó la mía. Afortunadamente, yo escapé a tiempo. Pero mi hermano no tuvo esa suerte.

—¿Qué quieres decir?



—La granja había sido de mi abuelo y mi padre quería que yo la llevase cuando él muriera —contestó Nick, con expresión grave—. Pero yo no quería ser granjero. No quería que mi vida fuera ésa. Tuvimos una discusión y me marché de casa. Desgraciadamente, mi hermano se quedó.

—El también podría haberse marchado —dijo Rachel.Nick negó con la cabeza.—Ben nunca pudo enfrentarse con mi padre —murmuró, incómodo.

Después, señaló la pizza para cambiar de conversación—. La verdad es que está buenísima. ¿Quieres un poco más?

—No me queda sitio para nada más —sonrió Rachel—. Estoy llena.—Pues es una pena, porque he visto helado de chocolate en la nevera

—dijo Nick con una sonrisa traviesa.—¿De chocolate? —repitió Rachel—. Bueno, quizá pueda encontrar un

poco de sitio.—No has cambiado en absoluto —rió Nick—. ¿Te acuerdas cuando

pedimos aquel postre enorme en un restaurante?Rachel se puso una mano en el estómago y lanzó un gemido.—Era gigantesco. Como para cuatro o cinco personas. ¿Cómo se

llamaba?—Decadencia de chocolate.—Un nombre muy apropiado.—Recuerdo cuánto te gustaba —dijo él, con una sonrisa.—Y yo recuerdo cómo tú me lo dabas con una cuchara y me pusiste la

cara perdida de chocolate.—Recuerdo que te besé para que no te enfadaras... —murmuró él.

Los ojos del hombre tenían un brillo que Rachel conocía bien, que la mantenía cautiva, un brillo que solía aparecer cuando estaba a punto de besarla. Estaban muy cerca, su voz era suave y seductora—. Recuerdo que tus labios eran más dulces que el chocolate.

—Tienes buena memoria —dijo Rachel. Pero le había salido una voz ronca, sin fuerza.

—En lo que se refiere a ti, sí.—Entonces, ¿por qué te marchaste?La pregunta que había dado vueltas en su mente durante dos años

había salido de sus labios sin que pudiera evitarlo.Y había roto el hechizo como un jarro de agua fría. Nick suspiró y se

apoyó en el respaldo de la silla.—Me ofrecieron un ascenso muy importante para mi carrera.—He oído que tú mismo pediste el traslado.



—Y es verdad.—¿Por qué no me lo dijiste?—Probablemente por la misma razón por la que, cuando me lo

ofrecieron, estuve a punto de rechazarlo.¿Que había estado a punto de rechazar un puesto que él mismo había

solicitado? Rachel no entendía nada.—¿De qué estás hablando?—No quería dejarte.El corazón de Rachel se paró durante un segundo.Le daba miedo preguntar, pero sabía que tenía que hacerlo.—Entonces, ¿por qué lo hiciste? —preguntó, casi sin voz.—Mira, Rachel... —suspiró él— nuestra relación estaba empezando a

ser demasiado seria. Te dije desde el principio que no tenía intención de casarme y tú no eres el tipo de mujer que sería feliz de otra forma. No era justo dejar que las cosas siguieran adelante. No podía soportar la idea de dejarte, pero pensé que era lo mejor.

Debería haberlo hecho antes, pensaba Rachel. El pensamiento había sido tan claro que, por un momento, pensó que había formulado la frase.

Tenía que controlar sus emociones, se decía, tenía que evitar las lágrimas mientras recordaba el último día que habían pasado juntos.

Aquella tarde de junio habían ido de excursión. La temperatura era maravillosa y el sol brillaba, haciendo que el cañón pareciera de terracota.

Un sentimiento de anticipación flotaba en el aire. Durante todo el día, Rachel había tenido la sensación de que Nick iba a decir algo e, ingenua, creía saber lo que era.

Iba a pedirle que se casara con ella. Estaba locamente enamorada y creía que él sentía lo mismo. Ninguno de los dos lo había dicho en voz alta, pero estaba segura de que algo había cambiado entre ellos. Estaba segura de que «él» había cambiado. No había mencionado su aversión al matrimonio durante dos meses.

Nick parecía estar esperando aquella tarde, buscando el momento para decir algo. Cuando la llevó a su apartamento, se apoyó en la puerta y la miró, pensativo.

—Ha sido un día estupendo. Ojalá no terminase.—No tiene por qué —había susurrado ella—. ¿Por qué no entras, Nick?Nick había aceptado la invitación y, con un gemido ronco, la había

tomado en sus brazos. Sus besos eran urgentes y enfebrecidos y sus caricias la hacían gemir de deseo. Todo lo que él había intentado contener durante seis meses se desbordaba mientras la llevaba al dormitorio.

La había tumbado sobre la cama y la había mirado con los ojos brillantes. Rachel creía que la miraba como un hombre enamorado, pero



de repente, Nick se levantó y, murmurando una disculpa, salió de la habitación.

Rachel no supo nada de él hasta el día siguiente. El lunes por la mañana, Nick la llamó para decirle que lo habían trasladado a Canadá. Había intentado decírselo el sábado, pero no había encontrado el momento.

Rachel se había quedado sin habla. La conversación había sido interrumpida por una reunión urgente y esperó todo el día para volver a hablar con él, pero no le fue posible.

Al final del día, se fue a casa, con el corazón roto. Nick no llamó. Y, al día siguiente, se había marchado.

—No estoy hecho para atarme a nadie, Rachel —le estaba diciendo Nick en ese momento.

Ella hizo un esfuerzo para sonreír.—Pues siento decirte que una niña de ocho meses va a atarte mucho

a partir de ahora.—Pero no es como el matrimonio. Un niño siempre está creciendo,

cambiando y haciéndose más independiente. El matrimonio es justo lo contrario —dijo él. ¿De dónde habría sacado Nick un concepto tan amargo del matrimonio?, se preguntaba Rachel. No lo sabía, pero se daba cuenta de que era una creencia firme—. No puedo soportar la idea de estar metido en algo de lo que no puedo salir. Me hace sentir claustrofobia.

Ella misma estaba empezando a sentir claustrofobia, acorralada por viejos recuerdos. Necesitaba salir de allí. Las emociones la agobiaban y estaba al borde de las lágrimas.

—Se está... haciendo tarde. Otro día nos tomaremos ese helado —dijo, levantándose de la silla.

—Espera, no tienes por qué salir corriendo —dijo Nick, tomándola del brazo.

—Si me doy prisa, es posible que aún llegue a la segunda sesión.Podía sentir los ojos del hombre clavados en ella mientras buscaba las

llaves en el bolso.—Te acompaño al coche.—No hace falta.El seguía sujetando su brazo. Sus manos eran cálidas y sus ojos, más

aún.—Gracias por ayudarme con Jenny. De verdad, te lo agradezco

mucho.Rachel necesitó de toda su fuerza de voluntad para sonreír.—Para eso están los viejos amigos.



«Viejos amigos», pensó él irónicamente. ¿Eso era lo que Rachel pensaba que eran? Pero, ¿qué eran, sino? Nunca habían sido amantes.

«Viejos amigos». Nick frunció el ceño, mientras observaba el coche desaparecer al final de la calle. Eso era lo que quería, ¿no? Una relación agradable, amistosa. Entonces, ¿por qué demonios la idea de que lo considerase sólo un amigo lo dejaba con una sensación de vacío en el alma?



Capítulo 3El sonido del teléfono despertó a Rachel a la mañana siguiente. Aún

medio dormida, abrió ojos y volvió a cerrarlos para evitar la luz que entraba a través de las cortinas de su dormitorio.

El despertador marcaba las siete en punto. ¿Quién la llamaría a aquella hora un sábado? Sin moverse, alargó el brazo y tomó el auricular.

—¿Dígame?—Rachel, soy Nick.Su pulso se aceleró inmediatamente y se sentó en la cama,

apartándose el pelo de la cara. El llanto de un niño llegaba desde el otro lado del hilo.

—Estoy oyendo llorar a Jenny. ¿Ocurre algo?—Se ha despertado a las cuatro de la mañana y no ha dejado de llorar

desde entonces. Lo he intentado todo para calmarla. Le he cambiado el pañal, he intentado darle una papilla de plátano, la he acunado, incluso le he cantado canciones. Pero no deja de llorar —explicó él, angustiado—. No quería molestarte, pero no sé qué hacer.

—¿Tiene fiebre?—No lo sé.—¿Tiene la frente caliente?—Creo que no, pero yo no entiendo mucho de esas cosas. Está muy

roja, pero puede ser porque lleva tres horas llorando.—¿No tienes un termómetro?—He olvidado comprarlo. Rachel, ¿qué debo hacer?El llanto de la niña era frenético y también lo era la voz de Nick.—Voy para allá —suspiró Rachel antes de colgar. Saltó de la cama

inmediatamente, con una sensación extraña en el estómago, la misma que la había impedido dormir durante varias horas. Era un error volver a casa de Nick y lo sabía.

Era un error porque un pedazo de su corazón se regocijaba ante la idea de volver a verlo.

Había pasado los últimos dos años preguntándose por qué Nick se habría marchado tan repentinamente, preguntándose si se habría engañado a sí misma sobre su relación, si habría estado tan enamorada que no había sabido calibrar los sentimientos del hombre. Quizá, se decía, él nunca se había sentido tan atraído por ella como creía, quizá nunca le había importado. Quizá simplemente había pensado que era mejor marcharse que romper con ella, ya que trabajaban en la misma empresa.



Pero se había equivocado. Él sentía algo por ella. La razón por la que no le había hecho el amor era porque no había querido hacerle daño. Nick había querido respetar sus sueños y proteger su corazón.

Pero seguía sintiendo aquella profunda aversión al matrimonio. El tiempo había pasado, pero no había cambiado nada.

Nada excepto Jenny. La idea de la pobre niña huérfana llorando inconsolablemente empujó a Rachel a la ducha.

Cuando, media hora más tarde, aparcaba el coche frente a la casa, Jenny y él estaban esperándola en la puerta.

El corazón le dio un vuelco al verlos. Sin afeitar y con los ojos enrojecidos, Nick parecía tan angustiado como la niña. Rachel nunca había visto una imagen más triste.

—Gracias a Dios que has venido.Jenny alargó los bracitos hacia ella, con la cara roja como una cereza.—Hola, chiquitina —susurró, tomándola en sus brazos—. ¿Qué te

pasa, estás malita?—Lo que le pasa es que soy un incompetente —intentó sonreír Nick,

aunque su expresión no mostraba alegría alguna.—Seguramente, echa de menos a sus padres —dijo Rachel, deseando

reconfortar a Nick tanto como a la pequeña.—¿Y si es algo más? —preguntó él, con el ceño fruncido—. ¿Y si está

enferma y no lo sabemos?Rachel puso la mano en la frente de Jenny.—No parece que tenga fiebre, pero sería buena idea llevarla al

pediatra.—¿Y dónde encuentro un pediatra?—Tengo una amiga embarazada que ha entrevistado a todos los

pediatras de Phoenix para encontrar el mejor. La llamaré.—Un millón de gracias, Rachel.—Me alegro de poder ayudarte.Secretamente, Rachel se alegraba de algo más. Se alegraba de que él

la necesitara, se alegraba de tener una excusa para estar con él de nuevo.Pero aquello la asustaba. Había esperado que el tiempo borrase lo

que sentía por él, pero los fuertes latidos de su corazón la advertían de lo contrario.

—¿Doctor Jackson? Buenos días, soy Nick Delaney.—Encantado —dijo el hombre de cabello gris, haciendo un gesto de

saludo a Rachel—. Buenos días, señora Delaney.—Oh, no —dijo Rachel, sorprendida—. No estamos casados.



El doctor cerró la puerta de la consulta, intentado disimular su sorpresa.

—Ah, perdón —sonrió, mirando a la niña que Rachel tenía en brazos—. Hola, jovencita. Tú debes de ser Jenny, ¿no?

Jenny escondió la cara en el hombro de Rachel.—Su hija es muy tímida, ¿verdad?—No es mi hija —contestó Rachel, poniéndose colorada.El pediatra se volvió hacia Nick, confundido.—Parece que no doy una. ¿Es usted su padre?—Pues, la verdad es que no —contestó Nick, incómodo—. Es mi

sobrina. Mi hermano y su mujer murieron en un accidente de coche y yo tengo su custodia —explicó rápidamente—. El problema es que, desde que me he hecho cargo de ella, la niña no deja de llorar. Nunca ha sido una niña muy sociable, pero desde que sus padres murieron está imposible. No me deja darle de comer, ni ponerle los pañales. De hecho, sólo soporta que Rachel la toque.

—Ya veo —murmuró el doctor, mirando a Rachel—. ¿Y Rachel es...?—Una amiga —contestó Nick, aún más incómodo—. Una buena

amiga. Jenny y yo acabamos de mudarnos a Phoenix y Rachel nos está ayudando hasta que encontremos una niñera.

—Ah, bien. Bueno, vamos a empezar por examinar a Jenny —sonrió el pediatra. Rachel la llevó a la camilla, pero la niña se puso a llorar en cuanto el hombre se acercó. El doctor Jackson miró a Rachel por encima de sus gafas—. ¿Podría tenerla en brazos mientras la examino?

—Claro.Nick observaba, sintiéndose completamente inútil, mientras el

pediatra la examinaba. Después de echar un vistazo a la zona del pañal, pareció satisfecho.

—¿Y bien? —preguntó Nick.—Está sanísima —dijo el doctor Jackson, quitándose las gafas—. A mí

me parece que está apenada por la desaparición de sus padres.—¿Los niños tan pequeños sienten pena?—Desde luego. Empiezan a reconocer las voces de sus padres cuando

están en el útero y forman lazos desde muy pronto. Como los adultos, los niños pequeños sufren la pérdida de alguien querido —explicó el hombre—. Y se sienten confundidos cuando alguien que no les resulta familiar se parece a sus padres. No es inconcebible que lo rechace a usted porque le recuerda a su padre perdido.

—¿Lo dice en serio? —preguntó Nick, perplejo.El doctor asintió.



—Puede que esté enfadada porque se parece a su padre y, sin embargo, no es él.

—¿Y qué puedo hacer?—Tiene que hacer que la transición sea lo menos dolorosa posible

para Jenny. Y la mejor manera de hacerlo es dejar que alguien en quien la niña confíe, como Rachel, la cuide mientras se acostumbra a estar con usted.

Nick oyó una voz de alarma en su interior.—Voy a contratar a una niñera lo antes posible. De hecho, espero que

sea hoy mismo.—No se lo recomiendo. Por lo que me ha dicho, Jenny tiene

dificultades para adaptarse a los cambios y está muy confusa en este momento —dijo el pediatra—. Ya que se encuentra cómoda con Rachel, lo mejor sería que ella se quedara en su casa hasta que la niña se acostumbre a usted —añadió. Aquello no era posible. Nick no soportaba tener que pedirle ayuda a nadie, y especialmente, a Rachel. Ya había hecho suficiente por él. No quería sentirse en deuda, no quería depender de ella. Y, sobre todo, no quería necesitarla—. Sé que es pedir mucho a una amiga —siguió diciendo el doctor Jackson—. No conozco la naturaleza de su relación, pero sería por el interés de la niña.

—¿Cuánto tiempo cree que puede tardar en acostumbrarse al nuevo ambiente? —preguntó Rachel.

—No podría decirlo, una semana, dos quizá.—No quiero seguir molestando a Rachel —intervino Nick—. ¿Qué otras

alternativas hay?El doctor se pasó la mano por la cara.—Podría intentar encontrar una niñera con la que Jenny se sintiera

cómoda, pero si la niña es tan sensible a los extraños como me ha dicho, es más que posible que la rechace. Tuve un caso similar hace un par de años. Al final, hubo que hospitalizar al niño porque se negaba a comer y beber.

—Nick, no podemos dejar que le pase eso —dijo Rachel.—En cualquier caso, sea quien sea quien cuide de Jenny durante esta

primera semana, va a tener que estar con ella casi las veinticuatro horas del día.

—Pero, ¿cómo voy a hacer eso? Tengo que ir a trabajar —dijo Nick.—Pues llévesela a la oficina —sonrió el pediatra.—Estoy segura de que a Rex no le importará, Nick —intervino Rachel

—. No sería la primera vez que una empleada lleva a su hijo a la oficina. Además, tú eres el vicepresidente.

—¿Trabajan juntos? —preguntó el doctor Jackson. Nick asintió—. En ese caso, la situación es ideal —sonrió el hombre—. Me gustaría volver a ver a Jenny en un par de semanas. Y, por el bien de la niña, espero que



pueda convencer a Rachel de que le eche una mano. Si no, observe con cuidado si bebe y come a sus horas. Los niños se deshidratan mucho más rápido que los adultos y eso es peligroso.

—No podemos dejar que se ponga enferma, Nick —dijo Rachel cuando salieron de la consulta—. Yo cuidaré de ella.

¿Qué estaba diciendo?, se preguntaba. ¿Qué ocurriría si pasaba una semana entera con Nick? Rachel no lo sabía y, por el momento, no le importaba. Sólo le importaba Jenny.

—No puedo obligarte a cuidar de Jenny —dijo Nick, con la cabeza baja. Había perdido a su hermano y a su cuñada, se había convertido en padre de repente y tenía que empezar en su nuevo cargo de vicepresidente el lunes. Era demasiado. Pero no quería aceptar su ayuda. Rachel podía verlo en su expresión—. Has sido muy amable, pero ya has hecho más que suficiente.

—No te estoy ofreciendo ayuda a ti. Estoy ofreciendo mi ayuda a Jenny —dijo Rachel, mirándolo a los ojos—. El doctor Jackson ha dicho que sería por su bien. ¿Vas a negarte a obedecer sus órdenes sólo por orgullo? —preguntó. Casi podía ver la batalla que se libraba en el interior de Nick, que miró a la niña y después la miró a ella—. Me encantan los niños, Nick. Para mí no es un sacrificio.

Nick se quedó pensativo.—Gracias, Rachel —murmuró por fin—. Un millón de gracias.

Rachel estaba doblando unos vaqueros por segunda vez, tomándose su tiempo. Cuanto más tardase en guardar sus cosas en el armario, más tiempo tardaría en reunirse con Nick en el salón.

Jenny estaba durmiendo la siesta en aquel momento y la idea de estar a solas con él la ponía nerviosa.

Pero pasar tiempo a solas con Nick era una consecuencia inevitable de vivir en su casa. Lo sabía cuando se había ofrecido voluntaria para ayudarlo con Jenny, aunque no había querido pensar en ello.

Habían pasado por su apartamento al salir de la consulta y Rachel había guardado sus cosas en una maleta, mientras Nick la miraba desde la puerta del dormitorio.

Era extraño verlo en su casa de nuevo. Sobre todo, en su dormitorio. Rachel no podía evitar recordar la noche que Nick la había llevado en brazos hasta allí, la noche en la que ella había querido entregarle su corazón, su alma y su cuerpo.

La noche que él se había marchado.Los recuerdos habían hecho que se pusiera nerviosa y, como

resultado, había llenado la maleta a toda prisa, sin saber bien lo que guardaba.



Una vez en casa de Nick, había cambiado a Jenny, le había dado un biberón con zumo de manzana y después la había metido en la cunita. Cuando la niña se quedó dormida, Rachel escapó a su habitación con la excusa de deshacer la maleta.

En ese momento, sonaron unos golpecitos en la puerta y Rachel fue a abrir. Nick estaba al otro lado, con una sonrisa traviesa.

—He preparado algo de comer.Rachel abrió la boca para darle alguna excusa, y después la cerró. En

realidad, había salido tan rápido de su casa aquella mañana que no le había dado tiempo a desayunar. Además, no podía pasarse toda la semana escondida en la habitación. Tenía que acostumbrarse a la presencia de Nick, o al menos actuar como si así fuera.

—Estupendo. Estoy muerta de hambre —dijo, con una sonrisa forzada.

—Vamos a comer la especialidad del chef: bocadillos y patatas fritas —anunció Nick mientras bajaban por la escalera—. Es su especialidad, porque es lo único que sabe cocinar.

—Estoy segura de que el chef aprenderá rápidamente a hacer puré de verduras —sonrió Rachel.

—Eso es verdad. Ayer mismo aprendí a hacer puré de plátano y guisantes —dijo él, apartando una silla para que se sentara. A Rachel siempre le habían encantado sus buenas maneras. Le parecía encantador que abriera las puertas para ella, que moviera una silla para que se sentara. Era una cosa tan masculina, un recordatorio de que él era un hombre, ella una mujer.

Aunque a ella nunca le había hecho falta que se lo recordaran. Estar al lado de Nick siempre la hacía sentirse excitada.

Como en aquel momento.Intentando disimular la tensión, Rachel se colocó una servilleta en el

regazo y se puso a mirar el bocadillo con el mayor interés.—Pollo... mi favorito.—Lo sé —dijo él, mirándola a los ojos—. Lo he preparado como a ti te

gusta, con mayonesa y mostaza.El hecho de que recordara aquel detalle la emocionó.—Y supongo que tú te has puesto salsa rosa.—Claro —dijo Nick, sentándose frente a ella—. Es curioso las cosas

que uno recuerda, ¿verdad?La conversación se estaba volviendo terriblemente personal. Rachel

asintió, incómoda y tomó su vaso de té helado, buscando un tema de conversación más seguro.

—Es curioso lo que ha dicho el pediatra sobre que tú le recuerdas a Jenny a su padre. ¿Tu hermano y tú os parecíais mucho?



—Nos parecíamos un poco, pero sólo físicamente. En cualquier otro aspecto, éramos muy diferentes.

—¿Qué quieres decir?—Ben era callado y complaciente y yo era el rebelde de la familia.—¿Y contra qué te rebelabas?—Contra mi padre, sobre todo.—¿Por qué? ¿Era muy estricto?—Estricto es poco —contestó Nick, apretando los labios—. Era

dominante y dictatorial. Pero no me gusta hablar de eso.—Ya me he dado cuenta —dijo Rachel, tomando un sorbo de té

helado—. Nunca quieres hablar de tu infancia.Nick dio un mordisco a su bocadillo, con una expresión amarga.—No tuve mucha infancia.—¿Qué quieres decir?—Ben y yo nos hicimos mayores trabajando. No sólo tareas de la

granja, sino montones de cosas que mi padre nos obligaba a hacer.Rachel lo miró, sorprendida.—¿Por qué hacía eso?Nick se encogió de hombros.—Creía que si veíamos cosas nuevas, querríamos marcharnos de la

granja. Hizo todo lo que pudo para que no nos fuéramos.—¿Pero, por qué?—Estaba obsesionado con que la granja siguiera siendo el negocio

familiar. Yo no quería ser granjero, pero mi padre se negaba a escucharme —contestó Nick—. Y con él no había discusión. No me permitía tener vida social. No me dejaba entrar en el equipo de fútbol del colegio. Decía que había muchas cosas que hacer —siguió diciendo Nick, mirando hacia el jardín—. Durante el último curso, gané un viaje a Washington. Iba a representar al instituto en un concurso de matemáticas, pero mi padre no me permitió ir. Decía que no tenía que saber más matemáticas que las necesarias para llevar la granja.

—Oh, Nick —susurró Rachel.—Mi madre intentó hacerle cambiar de opinión, pero no hubo manera.—Al menos, tu madre te comprendía.—Sí... cuando no estaba ahogando sus penas en una botella. Había

abandonado sus sueños de ser artista cuando se casó con mi padre y vivió amargada toda su vida.

—¿Y por qué no se marchó?—Una vez se lo pregunté. Me dijo que había hecho una promesa

cuando se casó con mi padre y tenía que hacer honor a esa promesa —



contestó Nick—. Pero mi madre no quería que yo acabase como ella. Insistía en que fuera a la universidad y que intentara hacer realidad mis sueños. Cuando conseguí una beca, a mi padre casi le da un ataque. Me dijo que, si me marchaba, no volviera nunca más —siguió diciendo. Rachel alargó la mano y la puso sobre la del hombre—. Cuando le dije que me iba, me echó de casa.

—Qué horror.—Y eso no fue lo peor. Me prohibió volver a hablar con mi madre y mi

hermano. Me dijo que, si se enteraba de que me había puesto en contacto con ellos, los echaría también. Y sabíamos que lo decía en serio —suspiró pesadamente Nick—. Mi madre murió un año después. Solía escribirme cuando él no la veía y yo la llamaba a las horas en las que mi padre estaba en el campo, pero nunca volví a verla con vida.

—¿Qué fue de tu hermano?—Se quedó en la granja. Ben y yo solíamos soñar con viajar en barco

por todo el mundo, subir al Himalaya y tener todo tipo de aventuras. Pero él nunca fue a ningún sitio ni hizo nada más que trabajar en la granja —dijo él, apretando su mano—. Mi hermano aceptó el papel que yo me negué a interpretar. Si me hubiera quedado, quizá Ben habría podido hacer algo en la vida.

—Pero hizo algo, Nick —murmuró Rachel—. Se casó y tuvo a Jenny.—Pero nunca pudo realizar sus sueños.—Quizá sus sueños eran otros.Rachel sabía que Nick no creería aquello. Por supuesto que no,

pensaba con tristeza. Para Nick, el matrimonio era una cadena perpetua.—Lo único que sé es que voy a asegurarme de que Jenny tiene la

oportunidad de ser lo que quiera ser.—Estoy segura de que será así —sonrió Rachel.—Aunque mis primeros pasos en el departamento de relaciones

públicas con ella sean paupérrimas —dijo él, sonriendo con tristeza—. Tú lo sabes mejor que nadie.

—Lo harás muy bien. Eres un hombre afectuoso y muy simpático. Si puedes hacer que un balance de sumas y saldos sea divertido, imagínate lo que puedes hacer con el abecedario —dijo Rachel, apretando su mano—. Jenny tiene suerte de tenerte, Nick. Tienes un don para disfrutar de la vida y hacer que otros la disfruten también.

Nick no parecía muy convencido.—Supongo que eso es bueno para ser un payaso, pero no sé silo es

para criar a una niña.—Yo creo que sí.—Siempre consigues hacer que me sienta bien, Rachel.



Ella sonrió y Nick pensó que nunca había visto unos ojos más azules, ni unos labios más tentadores. La tensión sexual entre ellos aumentaba cada segundo. Nick apretó con fuerza su mano y Rachel devolvió la presión.

Se había jurado a sí mismo que se portaría como un caballero, que no la tocaría mientras estuviera bajo su mismo techo, pero se encontraba atraído por una fuerza tan elemental como la gravedad. Nick alargó la mano para acariciar su pelo. Era aún más suave de lo que recordaba, con la textura de la seda. Los ojos de Rachel se clavaron en los suyos. El deseaba besarla, pero era ella quien se acercaba.

Sus labios estaban a veinte centímetros, a diez centímetros, a cinco centímetros de los suyos...

Y entonces un sonido agudo y familiar salió del monitor conectado con la habitación de Jenny.

Rachel se apartó inmediatamente y, con desgana, Nick se apartó también.

Era como si acabaran de despertarse de un sueño.—Yo... será mejor que vaya a ver cómo está Jenny —dijo ella,

levantándose.



Capítulo 4Rachel se inclinaba hacia él, su fragante pelo color caoba acariciaba

su cara. Su pelo era como una sábana de seda, acariciando sus mejillas, enredándose entre sus dedos, suave como la luz de la luna. Ella estaba tentándolo, tan cerca y, sin embargo, tan lejana. Casi podía tocar sus labios, sentir el calor de su cuerpo. La deseaba... desesperada, dolorosamente. Alargaba el brazo para tumbarla sobre él y entonces...

Un grito agudo despertó a Nick de su sueño. Abriendo los ojos de golpe, se sentó en la cama y miró el despertador. Las cinco de la madrugada...

En el pasillo, escuchó una puerta que se abría y unos pasos suaves.Rachel. Los detalles del sueño seguían flotando en su cabeza.Nick se levantó de la cama. No había pensado en nada más que en

Rachel desde que «casi» la había besado por la mañana.No, casi desde que «ella» lo había besado por la mañana, se corrigió

a sí mismo mentalmente. Eso era lo que no podía quitarse de la cabeza. Ella lo deseaba tanto como él, se sentía tan tentada como él. Si la niña no los hubiera interrumpido, no sabía cómo podrían haber terminado. Quizá, pensaba mirando su cama, allí mismo.

La idea no lo calmaba en absoluto. Musitando una maldición, Nick se puso un pantalón de deporte. Ni siquiera se molestó en ponerse una camiseta antes de entrar apresuradamente en la habitación de Jenny.

Rachel estaba cambiando a la niña de pañal.—¿Se encuentra bien?—Estaba un poco mojada, pero con estos pañales superabsorbentes,

no creo que lo haya notado.—Entonces, ¿por qué se ha puesto a llorar?—Seguramente porque piensa que es hora de levantarse —contestó

Rachel. Llevaba el pelo suelto y una ajustada bata de satén rosa que le hizo pensar en lo que llevaría... o no llevaría debajo.

—Pues está equivocada —gruñó, irritado por aquel pensamiento—. La gente respetable no se levanta hasta las siete de la mañana. Sobre todo si es domingo.

Rachel sonrió mientras le ponía el pijama a la niña.—Jenny no está de acuerdo con eso. Y ella es la jefa.—¿En esta casa no cuenta la antigüedad?—Para ella, no —sonrió Rachel—. ¿Te importa vigilarla un momento

mientras voy a lavarme las manos?—Claro que no.



Nick se acercó a la niña.—Buenos días, enana. ¿Sabes quién soy? —preguntó. La frente de la

niña se arrugó inmediatamente. Se puso el puñito en la boca y empezó a gemir—. Ya veo que sí —susurró, desanimado. Jenny lo miraba con cara de pocos amigos, pero al menos no se puso a berrear.

—Estás haciendo progresos —sonrió Rachel, entrando de nuevo en la habitación—. Te ha dejado acercarte más que ayer.

—Ya, pero no me mira con buenos ojos.—Aún así, es un progreso.Desgraciadamente, pensaba Nick desanimado, no estaba haciendo

progresos con Rachel. Había vuelto a Phoenix decidido a tener una relación estrictamente profesional con ella y ¿qué había conseguido? Rachel vivía en su casa, dependía de ella y había empezado a tener sueños eróticos.

Cuando Rachel se inclinó para tomar a Jenny en brazos, el escote de su bata se abrió y Nick tuvo que apartar los ojos.

No estaba ayudando nada que los dos estuvieran a medio vestir.—¿Por qué no nos vestimos y bajamos a desayunar?—Primero hay que darle el desayuno a Jenny —dijo Rachel, sonriendo

a la niña—. A juzgar por la forma en la que se está comiendo el puño, tenemos unos cinco minutos para prepararle la papilla. Pero tú puedes ir a cambiarte si quieres.

Lo que él necesitaba era una ducha fría, se decía.—No. Prefiero ayudarte con la papilla —suspiró. Tenía que ganarse a

Jenny, se decía. La técnica que solía usar con las mujeres era hacer que lo pasaran bien para que bajaran la guardia. Quizá también funcionaría con la niña—. ¿Qué hacen los niños para divertirse?

Rachel lo miró, sorprendida.—Yo creo que casi todo es divertido para un niño.—Pero, ¿qué es lo que más les gusta hacer? —insistió, siguiéndola

hasta la cocina.—Pues... les gusta jugar, les gusta nadar. A los niños les encanta el

agua.¡Agua, eso era!—Tengo una idea —dijo Nick—. Después de desayunar, podemos ir a

comprar una de esas piscinas de goma.

Varias horas más tarde, Nick estaba en el jardín inflando la nueva piscina, mientras Jenny y Rachel se ponían el bañador. Rachel había sugerido que sacara una manta y la cunita portátil al jardín y las cubriera con la sombrilla.



Había sido una mañana atareada. Los tres habían ido a comprar la piscina y un montón de juguetes para el agua y, a la vuelta, habían pasado por el apartamento de Rachel para que ésta tomara su bañador.

Cuando Nick oyó que se abría la puerta del jardín, se dio la vuelta deseando ver a Rachel vestida con el diminuto bañador rojo que había llevado al coche, pero se sintió desilusionado cuando vio que llevaba una camiseta encima. Aunque, al menos, podía verle las piernas. Largas, torneadas y suaves, como él las recordaba.

Jenny parecía una foquita con su bañador verde. Un sombrerito rosa en la cabeza y unas gafas con lunares amarillos completaban el atuendo playero de la niña.

—Parece una salchicha con ese bañador —sonrió Nick.—Está para comérsela, ¿verdad?—Las dos lo estáis. Pero tú no pareces una salchicha —murmuró.

Rachel se ruborizó. Y eso le gustaba. Era una de las cosas que adoraba en ella. Que le gustaban de ella, se corrigió a sí mismo. Nunca usaba palabras que pudieran comprometerlo con una mujer—. Esto ya está. Me parece que he visto una manguera por alguna parte —dijo, dirigiéndose al garaje. Cuando volvió, se encontró a Rachel sentada bajo la sombrilla, poniéndole crema solar a Jenny—. Has pensado en todo —sonrió, sentándose a su lado.

—Los niños tienen una piel muy delicada. Cada vez que Jenny esté al sol, aunque sea muy poco tiempo, tienes que ponerle crema protectora.

—Tengo mucho que aprender —suspiró Nick—. No sé si voy a ser capaz de hacerlo.

—Claro que sí —sonrió ella. Bajo el sol, sus ojos parecían aún más azules—. Yo tengo fe en ti.

Aquellas palabras hicieron que su corazón se pusiera inexplicablemente tierno y, cuando sus ojos se encontraron, el tiempo pareció quedar en suspenso.

Jenny agarró el bote de crema y Rachel se lo quitó, nerviosamente, antes de levantarse.

—Será mejor que le dé un poco de leche. Si no, se va a beber la crema solar —dijo, colocando a la niña en la trona—. Si la vigilas, iré a preparar algo de comer.

—¿Qué va a comer Jenny?—Puré de zanahorias.Nick hizo una mueca de disgusto.—Espero que te salgan los dientes enseguida, enana —dijo Nick,

mirando a la niña. Jenny lo miró sombriamente y entonces su boca se curvó en algo parecido a una sonrisa. Sólo duró un segundo, pero el corazón de Nick se hinchó de alegría—. ¿Me has sonreído? —preguntó, asombrado. La niña se metió un puñito en la boca y frunció el ceño, pero



al menos no se puso a llorar—. ¡Creo que me ha sonreído! —anunció orgullosamente cuando Rachel volvió de la cocina.

—Genial —sonrió ella, dejando una bandeja sobre la mesa—. ¿Te estás haciendo amiga de papá? —preguntó, acariciando los mofletes de Jenny.

«Papá». La palabra lo golpeó como una bomba.Sabía que era irracional, pero algo en esa palabra lo asustaba de

muerte. La paternidad era un asunto muy serio... tan serio y amargo como lo había sido su padre.

—Su padre era Ben —la voz le salió extrañamente ronca—. Nunca podré ocupar su puesto y no pretendo hacerlo.

Rachel lo miró, sorprendida.—Entonces, ¿cómo quieres que Jenny te llame?No había pensado en ello. Nick cambió de postura y se pasó la mano

por el pelo.—Soy su tío, así que... tío Nick, supongo.Rachel parecía a punto de decir algo, pero se lo pensó mejor.—¿Quieres comer puré de zanahoria? —preguntó Rachel a la niña,

mientras le ponía un babero. La niña abrió la boca y arrugó la carita cuando probó el puré naranja.

—¡Mira qué cara pone! —rió Nick—. ¿Te gusta, chiquitina? —preguntó. Como respuesta, la niña escupió el puré sobre su pecho. Nick se echó hacia atrás instintivamente y Jenny empezó a reír, encantada de su hazaña. Estaba sonriendo. Jenny lo miraba y sonreía—. ¿Has visto eso? —dijo, asombrado. Rachel sonrió. Era algo milagroso hacer reír a la niña y quería intentarlo de nuevo. Mirando su pecho manchado de puré de zanahoria, Nick puso cara de sorpresa. Jenny parecía encontrar aquello tronchante—. ¿No le ha gustado el pugué a la señoguita? —preguntó, fingiendo acento francés. Su interpretación fue recibida con nuevas risas—. Aquí en el Château Bebé, sólo segvimos lo mejog. Si a la señoguita no le gustan las zanahoguias, se acabagon las zanahoguias —dijo teatralmente, poniendo una servilleta sobre el plato. Riendo, la niña apartó la servilleta con la manita—. Oh, no, no, las zanahoguias tienen que desapaguecer —insistió él, volviendo a tapar el plato. Y, de nuevo, feliz por el nuevo juego, la niña la apartó—. Bueno, está bien. Si la señoguita finalmente quiegue zanahoguias, puede comégselas. Mientras tanto, yo voy a limpiagme —añadió, tomando una pistola de agua y apuntado hacia su pecho. Jenny golpeaba la bandeja encantada con la nueva broma—. Bueno, al menos ahora sé cómo ganármela.

—¿Y vas a ponerte perdido de puré de zanahoria todos los días? —rió Rachel.

—Muy graciosa.—Podrías abrir un restaurante para niños —siguió bromeando ella—.

Un restaurante en el que sólo se sirvan pugués.



Nick había olvidado cuánto echaba de menos su sentido del humor. Había olvidado cómo ella lo hacía reír.

Jenny seguía golpeando la bandeja, mostrando sus tres dientecillos.—A Jenny sólo le gusto cuando hago el payaso.—¿Y qué mujer puede resistir a un hombre que hace el payaso para

ella?—¿Ese es el secreto? —preguntó Nick, dándose una palmadita en la

frente—. En ese caso...Nick abrió los ojos de par en par y se dejó caer hacia atrás en la silla.Jenny y Rachel se echaron a reír.Había algo precioso en aquel momento, algo rico y raro que hacía que

Nick deseara guardarlo para siempre como un tesoro. No sabía qué era lo que lo hacía tan perfecto. Probablemente, el sol, la sonrisa de Jenny, las risas y... Rachel.

Desde luego, Rachel. La había echado tanto de menos durante aquellos dos años. No se había permitido reconocerlo hasta aquel momento, pero así era.

El sol se reflejaba en su pelo y en sus ojos. Parecía un ángel.—¿Sabes una cosa? Yo podría hacer el payaso para ti siempre que

quisieras —se escuchó decir a sí mismo.Rachel lo miró y, de repente, la tensión entre ellos se hizo

insoportable. En ese momento, ella tomó una de las pistolas de agua.—¿Quieres hacer el payaso? Pues deja que te ayude —dijo, apretando

el gatillo frente a su cara.—¡Un momento! ¡Venganza! —gritó él, tomando su pistola. El

momento mágico había pasado y se sentía aliviado y desilusionado a la vez.

Para alegría de Jenny, la pelea de agua siguió hasta que los dos adultos estuvieron empapados. Hubo una tregua para comer y, más tarde, la pelea siguió dentro de la piscina de plástico. A Jenny le encantaba mojar a su tío y, cada vez que lo hacía, Nick ponía cara de sorpresa, lo que provocaba más risas de la niña.

—Será mejor que salgamos de la piscina para que Jenny se eche una siesta. Si no, esta noche no nos va a dejar dormir —sugirió Rachel.

—Muy bien. De todas maneras, me estaba quedando sin fuerzas.—No lo creo. Se te da muy bien.Rachel salió de la piscina con la camiseta empapada. La fina tela de

algodón dejaba transparentar el diminuto bañador rojo y se pegaba a sus curvas como una segunda piel. Nick tuvo que apartar los ojos, pero no podía dejar de mirarla a hurtadillas. Estaba cambiándole a Jenny el bañador por un pañal seco y la niña parecía más feliz que nunca.



—¿Necesitas ayuda?—¿Por qué no vas a traer un cuento? Podemos leer un poco para que

se duerma.Nick volvió con el cuento y se sentó sobre la manta, al lado de Rachel.

Al hacerlo, su pierna rozó el muslo femenino y una ola de calor lo recorrió.Jenny se apretó contra el pecho de Rachel y lo miró con el ceño

fruncido.—No te preocupes. No voy a tomarte en brazos —le dijo a la niña—.

Puedes quedarte con Rachel mientras te leo un cuento. Erase una vez un osito... —empezó a leer. Cuando terminó, Jenny se había dormido en los brazos de Rachel y ésta se levantó para meter a la niña en la cunita. Cuando se volvió, tenía los brazos cruzados sobre el pecho—. ¿Tienes frío?

—Un poco —contestó ella. Pero no era la temperatura lo que le daba escalofríos. Era la mirada de Nick.

—Pues ven al sol a calentarte —sugirió él, con una sonrisa que le pareció diabólica. Rachel se sentó a su lado en la manta. Habían estado juntos un minuto antes, pero sin la niña era una situación completamente diferente. Nick tomó el bote de crema solar y empezó a extendérsela sobre los hombros. Los bíceps del hombre, su estómago plano y duro como una piedra y su pecho, cubierto con una espesa mata de masculino vello oscuro, la dejaban sin aliento—. ¿Quieres ponerte un poco de crema?

—Gracias —dijo ella, tomando el bote con manos trémulas.—Te van a quedar marcas si tomas el sol con la camiseta puesta.—Es verdad —murmuró Rachel. No sabía por qué, pero mientras se la

quitaba, se sentía como desnuda.—¡Vaya! Te queda muy bien ese bañador. Incluso mejor de lo que

había imaginado —dijo Nick. La idea de que él la imaginase en bañador la alarmaba y la excitaba a la vez—. Es raro que nunca hayamos ido a nadar juntos, ¿no te parece?

—No es raro. Es que no me gusta nadar.—¿No me digas que no sabes?—Claro que sé, pero no me gusta.—¿Por qué no?Era vergonzante tener que admitir aquella debilidad suya.

Especialmente, frente a un hombre como Nick, que no tenía miedo de nada.

—Cuando era una niña tuve un ataque de asma en la piscina y estuve a punto de ahogarme. Desde entonces, soy incapaz de meterme en el agua si no hago pie —explicó, incómoda.

—No lo sabía.



—No tenías por qué —se encogió Rachel de hombros. Estaba poniéndose crema en las piernas y sentía los ojos del hombre clavados en ella, más ardientes que el sol de Arizona.

—¿Tenías un asma muy fuerte?—Sí —contestó ella, sin mirarlo—. A veces estaba muy bien y otras,

casi me ahogaba. Y lo peor era que nunca sabía cuando me iba a dar un ataque.

—Vaya, debió de ser muy duro.—Sí. Y me alegro de que no haya vuelto a pasarme. Tuve el último

ataque a los trece años.—¿Sigues preocupada por ello?Rachel sonrió, intentando aparentar indiferencia.—No. Me preocupan otras cosas.—¿Como qué?«Como que tú haces que sienta mariposas en el estómago. Como que

me haces temblar cada vez que te miro. Como lo bien que me siento a tu lado».

Por supuesto, Rachel no puso en palabras aquellos pensamientos traidores.

—Pues... —Rachel buscaba desesperadamente algo que decir, algo que no la descubriera—. Cosas como... cómo voy a extenderme esta crema en la espalda.

—Eso no es problema. Túmbate —sonrió Nick, con una de sus sonrisas de cine. De todo lo que podía haber dicho, se le tenía que haber ocurrido precisamente aquello, pensaba, furiosa consigo misma. Rachel se tumbó sobre la manta y, por el rabillo del ojo, lo vio ponerse crema en aquellas manos grandes y fuertes. El se tomaba su tiempo, extendiendo la crema lenta, deliberadamente sobre sus hombros, su espalda, por debajo de sus brazos, cerca de sus pechos. Un deseo, ardiente e intenso, la sorprendió. Las manos del hombre se deslizaban sobre su cuerpo, acariciando, masajeando, inflamándola. Y no podía pararlo. Ni quería hacerlo. El calor que sentía por dentro empezaba a ser doloroso—. Rachel —escuchó el murmullo ronco del hombre en su oído. Cuando abrió los ojos, encontró la cara de Nick al lado de la suya. Sus ojos verdes se habían oscurecidos. Se estaba muriendo por besarla y ella lo sabía.

Nick acercó los labios suavemente, como a cámara lenta. El beso empezó siendo algo frágil, como el aleteo de una mariposa, y después creció en intensidad. Un segundo después, los dos estaban abrazados, más que eso, pegados el uno al otro. Nick se colocó sobre ella, apretando contra su cuerpo la dura evidencia de su deseo.

Era como estar en el cielo.Rachel se apretaba contra él, como si volviera atrás en el tiempo. Su

corazón estaba exactamente donde había estado dos años atrás. De



nuevo, estaba preparada para entregarse a él, para decirle que lo amaba, para prometerle que sería suya para siempre.

Pero Nick no quería nada que fuera para siempre. Nick no quería amor, no quería compromiso.

Nick no la quería a «ella», porque todo eso era parte de lo que Rachel deseaba recibir y quería dar.

Aquel pensamiento fue como un rayo de luz que atravesaba la densa niebla de su cerebro.

—Nick. Nick, no podemos... —murmuró, intentando apartarse. Nick se apartó inmediatamente y Rachel lo miró, con el corazón roto, como dos años atrás. No había nada que decir que no se hubiera dicho antes, nada que él no supiera. Rachel se levantó y él tomó su mano—. Será... mejor que vaya a cambiarme.

La distancia parecía ser el único seguro. El tiempo no la había inmunizado. Ni siquiera su corazón roto la había curado de aquel hombre.

La distancia era la única defensa que tenía contra Nick Delaney. Pero no podía contar con ella porque su trabajo se lo impediría.

Su trabajo y la niña que dormía bajo la sombrilla... una niña que estaba empezando a ser otra amenaza para su corazón.



Capítulo 5Nick miró a Rachel de reojo, mientras entraba con su coche en el

aparcamiento de la empresa Barrington. Ella estaba muy rígida a su lado, con las manos sobre el regazo, la mirada fija en el edificio. La conversación durante el breve trayecto desde su casa hasta la oficina había sido tan rígida como su postura.

Rachel era la viva imagen de la seriedad. Llevaba el pelo sujeto en una coleta, una blusa blanca abotonada hasta el cuello y una chaqueta gris que escondía las curvas femeninas. Era difícil pensar que aquella mujer era la misma que, el día anterior, jugaba en bañador en una piscina de plástico.

Nick se sentía como un idiota. No debería haberla tocado. Ni siquiera debería haberla mirado mientras se quitaba la camiseta. Sólo pensar en aquel diminuto bañador rojo... Pero lo más turbador era la forma en la que ella había respondido a sus besos.

Rachel estaba tan entregada como él. Más tarde se había arrepentido, pero lo había besado con una pasión arrebatadora. Nick volvía a excitarse al recordar aquellos besos.

Pero lo que necesitaba recordar, se repetía a sí mismo, era que ella se había apartado. Lo importante era que Rachel no quería una relación con él y que «él» no debería querer ninguna relación con ella.

Había intentado disculparse más tarde, pero Rachel lo había interrumpido.

—Déjalo, Nick. Los dos sabemos que ha sido un error.—Por eso quiero pedirte disculpas.—Mira, es como una mala costumbre. Y ya se sabe que es difícil

abandonar las malas costumbres.—¿Una mala costumbre? —repitió él, irritado—. ¿Como morderse las

uñas?—Sí. Tú y yo tenemos la mala costumbre de responder físicamente el

uno al otro —explicó Rachel—. Y tiene que terminarse.—Muy bien, haremos como si no hubiera pasado —admitió él. Pero no

era verdad. Había pasado y no podía dejar de pensar en ello. Y, a juzgar por la actitud de Rachel, tampoco ella podía dejar de recordar. Apenas lo había mirado durante todo el día y, después de meter a la niña en la cunita, se había retirado a su habitación sin decir una palabra—. Ya estamos aquí —dijo, apagando el motor.

—Preparada para ir a la oficina, cariño? —sonrió Rachel, volviendo la cabeza hacia el asiento trasero.



Era asombroso cómo su cara se iluminaba cuando hablaba con Jenny. Nick recordaba cuántas veces lo había mirado a él de ese modo y el recuerdo fue como una daga en su corazón.

Pero tenía que olvidarlo, se decía.—Espera, voy a abrirte la puerta.—No hace falta. Tienes que sacar las cosas de Jenny del maletero —

dijo ella.Su rechazo lo molestó. Quisiera o no, él era un hombre y ella una

mujer y había ciertas cortesías que respetar.—Ninguna mujer sale de mi coche sin que yo le abra la puerta. Es otra

de mis malas costumbres —murmuró, irritado, saliendo del coche—. Y eso incluye también a la señorita —sonrió a Jenny, que lo miraba con el ceño fruncido—. No te preocupes, no te voy a tomar en brazos. Rachel lo hará mientras yo saco tu cochecito del maletero.

Unos minutos más tarde, entraban en el edificio de la empresa Barrington. Rachel empujaba el cochecito, con la bolsa de pañales colgada del hombro, mientras Nick caminaba a su lado, con el parque doblado en una mano y, en la otra, la bolsa de los biberones y los juguetes.

La pareja era seguida por las miradas sorprendidas de sus compañeros.

—Tengo una reunión en diez minutos —dijo Nick, cuando entraban en el despacho de Rachel—. Pero volveré a las doce para ayudarte a darle la papilla.

—Buena suerte —dijo ella.—Gracias. Suerte para ti también —sonrió Nick, mirando a la niña—.

Hasta luego, enana. Y no rompas nada.Rachel suspiró aliviada cuando Nick desapareció. Estar sola con él la

ponía nerviosa y no sabía cómo disimular.—Estamos tú y yo solas, cariño —susurró, acariciando el pelo de

Jenny—. ¿Quieres jugar en el parque?Estaba sacando a la niña del cochecito, cuando Patricia y otras cuatro

compañeras entraron en su despacho.—¿Es ésta la niña? —preguntó Olivia, su amiga embarazada—. ¿La

llevaste a ver al doctor Jackson?—Sí. Y nos dijo que está muy sana.—¡Es preciosa! ¿Me la dejas?Jenny escondió la carita en el hombro de Rachel y empezó a hacer

pucheros.—Es muy tímida con los extraños —se disculpó Rachel.



—Es verdad, Olivia. No te lo tomes como algo personal —intervino Patricia—. El otro día me trató como si yo fuera un dragón de dos cabezas. La única persona que le gusta es Rachel.

—He oído que no sólo le pasa a la niña —bromeó Cindy. Asistente del departamento de nuevos mercados, la pelirroja estaba prometida con el director de ese departamento. De hecho, había sido en su fiesta de compromiso cuando Rachel les había contado la historia de Nick.

—¿Es verdad, Rachel? ¿El nuevo vicepresidente era el hombre del que estabas enamorada? —preguntó Molly. Rachel no sabía qué decir y miraba a Patricia buscando ayuda—. ¿No me digas que ésta es su hija?

—Su sobrina —explicó Rachel—. Su hermano y su cuñada murieron en un accidente de tráfico y Nick se ha hecho cargo de ella.

—¡Ay, qué bonito! —exclamó Molly—. Como un caballero de brillante armadura...

Rachel sonrió. Molly podía hacer que hasta la lluvia ácida sonara como algo romántico.

Sophia se adelantó para mirar a Jenny. La rubia de ojos azules había sido nombrada ayudante del nuevo presidente, el hijo de Rex Barrington, que empezaría a dirigir la compañía en poco tiempo.

—¿Dónde has estado todo el fin de semana? —preguntó—. Te he estado llamando para ver si tu nuevo jefe sabía algo sobre el hijo de Rex, pero no he podido localizarte.

—Yo también te he llamado —dijo Patricia—. Estaba deseando que me contaras qué tal con Nick el viernes. ¿Dónde has estado todo el fin de semana?

—En casa de Nick —contestó Rachel. Era absurdo mentir.—¿Todo el fin de semana? —preguntó Sophia.Rachel asintió. Sus amigas intercambiaron miradas.—Estaba en su casa, pero no...—¿Sí o no? —demandó Cindy.—No es lo que pensáis —dijo Rachel rápidamente—. Nick me llamó el

sábado por la mañana porque Jenny no dejaba de llorar y estaba preocupado. La llevamos al pediatra que Olivia me recomendó y él nos dijo que la niña sufría por la muerte de sus padres —siguió explicando. Después, les contó las recomendaciones del médico.

—Entonces, ¿te has ido a vivir con él? —preguntó Cindy, incrédula.—Sí, pero sólo durante una o dos semanas. Y no hay nada entre

nosotros —insistió. Sus amigas volvieron a intercambiar una miradita—. ¡Es verdad!

—Ya —dijo Cindy, guiñando un ojo a sus compañeras.—Sí, claro —sonrió Olivia.



—No quiero que te hagan daño, Rachel —dijo Patricia, con expresión preocupada.

—Pero si no hay nada entre Nick y yo...—Vi cómo os mirabais el viernes, Rachel —insistió su amiga.—Es que fue una sorpresa volver a verlo.—¿Te ha explicado por qué se marchó de Phoenix? —preguntó

Sophia. Rachel asintió—. ¿Y bien?—Me ha dicho que la relación se estaba volviendo demasiado seria y

que no era justo para mí. El no quiere atarse a nadie y sabía que yo quería casarme y tener hijos.

—¡Qué romántico! —dijo Molly.—Bueno, de todas maneras eso pasó hace mucho tiempo. Ya no hay

nada entre nosotros, así que vamos a cambiar de tema.Pero sus amigas no estaban dispuestas a hacerlo.—Entonces, ¿no ha pasado nada en todo el fin de semana? —

preguntó Cindy—. ¿Ni una mirada, ni un beso? ¿Nada en absoluto?Rachel no pudo evitar ponerse colorada.—¡Lo sabía! —exclamó Sophia—. ¡Cuéntanos, queremos saberlo todo!—No hay nada que contar. Simplemente, estoy cuidando de la niña —

replicó Rachel, incómoda—. Haría lo mismo por cualquiera de vosotras.—Te lo recordaré cuando nazca mi niño —sonrió Olivia, tocándose el

abultado vientre.—Bueno, yo me voy —dijo Patricia, mirando su reloj—. Tengo que

entrevistar a dos candidatos para el puesto de ayudante de marketing.—Yo también tengo que irme —dijo Sophia.—Sí, será mejor que nos pongamos a trabajar —asintió Cindy.Todas se dirigieron a la puerta, pero Sophia se volvió, para darle una

palmadita en el hombro.—Animo, chica.—He visto a Nick y no te culpo en absoluto —sonrió Cindy.—Ten cuidado, cariño —murmuró Patricia.Rachel se quedó mirando la puerta. Ninguna de ellas la creía. La

molestaba que sus amigas tuvieran tan poca fe en su habilidad para dejar atrás el pasado.

Pero lo que más la molestaba eran sus propias dudas.

—Muy bien, Jenny, ¿preparada? ¡Abre la boquita! —inclinado sobre el cochecito, Nick sujetaba en la mano una cuchara con puré de verduras y la hacía volar como un avioncito. Pero Jenny apretaba los labios,



obstinada. Nick suspiró y dejó la cuchara en el plato—. Nada, no me hace caso.

—Estás haciendo progresos —le aseguró Rachel—. Ha sonreído al verte y te ha dejado acercarte más que ayer.

Y eso era más de lo que podía decir sobre ella, pensaba Nick. Pero lo mejor sería cambiar de conversación.

—Rex quiere que todos los hoteles de la cadena pasen una auditoría interna.

—Supongo que quiere asegurarse de que todo está en orden antes de dejarle las riendas del negocio a su hijo —dijo Rachel—. Por cierto, ¿conoces a Rex Barrington III?

—Nadie lo conoce. Creo que está en Europa.—Mi amiga Sophia va a ser su ayudante y me ha estado llamando

para ver si sabía algo sobre él.—Nadie sabe nada sobre él —murmuró Nick—. Venga, Jenny, abre la

boca. Tienes que comer —la animó, suavemente. Jenny volvió a apartar la cara—. Nada, no hay manera. Será mejor que lo hagas tú —suspiró, dejando el plato sobre la bandeja del cochecito. En ese momento, la niña empujó el plato con la manita y tiró el contenido sobre los pantalones de Nick—. ¡Oh, no!

—¡Dios mío! —exclamó Rachel.Las regordetas mejillas de Jenny se hincharon de alegría.Rachel tomó rápidamente una servilleta de papel y después se quedó

con la mano suspendida en el aire, sobre la entrepierna de Nick.—Será mejor que lo haga yo —dijo él, tomando la servilleta—.

¿Puedes darme un poco de agua? Gracias —murmuró cuando Rachel le dio una botella de agua mineral. Pero, entre el puré y el agua, su pantalón se había convertido en una ciénaga—. Estupendo. Mi primer día como vicepresidente y voy a aparecer en la reunión como si acabara de hacerme pis en los pantalones —murmuró, irritado. Rachel lanzó una carcajada—. Me alegro de que te haga tanta gracia.

—Perdona, no he podido evitarlo. Es que estás muy gracioso.—Sí, muy gracioso —consiguió sonreír él.Sólo por escuchar la risa de Rachel merecía la pena pasar vergüenza

en la reunión. En realidad, ella conseguía que se sintiera bien en cualquier circunstancia.

—Si te quitas los pantalones, intentaré quitarte la mancha —dijo ella, intentando disimular la risa. Nick miró sus pantalones, indeciso. En realidad, no tenía otra alternativa—. Vamos, no tardaré nada. Puedes cerrar la puerta mientras voy al cuarto de baño.

Qué demonios, pensaba Nick. Sus calzoncillos seguramente eran menos reveladores que el bañador que se había puesto el día anterior. Decidido, empezó a desabrocharse el cinturón.



—Pondré a Jenny en el parque y le daré unas galletitas para que se entretenga —murmuró Rachel, volviéndose. El sonido de la cremallera del pantalón hacía que su corazón se acelerase.

—Toma —dijo Nick, dándole los pantalones. Cuando Rachel se volvió no pudo evitar una carcajada. La imagen de Nick con calcetines negros y la camisa blanca que apenas podía cubrir unos calzoncillos grises con dibujitos era demasiado para ella— Vuelve enseguida, por favor. No me dejes aquí tirado.

—No estaría mal —sonrió Rachel, con los pantalones en la mano—. Por fin te tengo en mis manos.

—Siempre he estado en tus manos, cariño —sonrió Nick—. Siempre.Los ojos del hombre tenían un brillo peligroso. De repente, las bromas

se habían convertido en algo más profundo.—Bueno, será mejor que vaya a limpiar la mancha —murmuró ella,

saliendo del despacho.Nick se quedó mirando la puerta cerrada durante largo rato,

preguntándose si Rachel sabría lo cierta que había sido su afirmación.

Diez minutos más tarde, Nick miraba su reloj, angustiado.—Rachel volverá enseguida —le estaba diciendo a Jenny, que no

dejaba de llorar. La niña había empezado a llorar en cuanto Rachel había salido del despacho y no había forma de hacerla parar. Lo había intentado todo, cantarle canciones, leerle un cuento, meterla en el cochecito, pero sus intentos no habían servido de nada. Lo único que no había intentado era hacer el payaso. Y tendría que intentarlo—. ¿Quieres que te haga el perrito? —preguntó, poniéndose a cuatro patas. La niña dejó de llorar inmediatamente—. ¡Guau, guau! —empezó a ladrar Nick. Los tres dientes de la niña asomaron entonces. Animado, empezó a mover el trasero y Jenny se puso a dar palmaditas.

Afortunadamente, había encontrado una forma de calmarla, se decía, aliviado. Aún a cuatro patas, seguía ladrando y sacando la lengua.

La puerta se abrió tras él y, cuando volvió la cabeza, se encontró a Rex Barrington mirándolo, incrédulo.

—¿Qué demonios está pasando aquí?Nick se levantó a toda prisa. El presidente de Barrington miró las

piernas desnudas de Nick y después lo miró a la cara, como si se hubiera vuelto loco.

—Sé que esto debe parecerte muy extraño, Rex, pero hay una explicación.

—Eso espero.La puerta volvió a abrirse en ese momento y Nick suspiró, aliviado.

Rachel entró con los pantalones en la mano y, al ver a Rex, se quedó pálida.



—Señor Barrington...—Perdona un momento —dijo Nick, tomando los pantalones de un

zarpazo y poniéndoselos a toda prisa.—Delaney, ¿te importa explicarme qué está pasando aquí?—Es muy sencillo. La niña es mi sobrina y...—Sí, sí, eso ya lo sé. Es muy noble por tu parte haberte hecho cargo

de ella.—Pues a Jenny se le ha caído el puré encima de mis pantalones y

Rachel me estaba ayudando a limpiar la mancha —explicó Nick. Después, le resumió los problemas de adaptación de la niña y el acuerdo al que había llegado con Rachel.

—Ya veo —murmuró Barrington, pasándose la mano por la barbilla—. Me parece que sólo hay una cosa que se pueda hacer en esta situación.

—¿Y es?—Que los dos os vayáis a casa.El corazón de Nick se paró. Había trabajado mucho para conseguir

aquel puesto e iba a ser despedido el primer día.Tomando aire, se enfrentó con Barrington cara a cara.—Perdona, pero si crees que debes tomar acciones disciplinarias, te

rogaría que dejases a Rachel fuera de esto. Sólo estaba intentando ayudarme y no debe ser castigada por culpa mía.

—¿Acciones disciplinarias? —repitió Barrington, confuso. Un segundo después entendió y soltó una carcajada—. Delaney, ¿no creerás que voy a despedir a dos empleados por haberse hecho cargo de una niña huérfana? No voy a despedir a nadie. Lo que digo es que es mejor que os toméis una semana libre para organizar todo este lío. Estoy seguro de que la empresa no va a hundirse porque esperemos una semana a que ocupes tu puesto.

—Pero... tengo una reunión para preparar la auditoría...—No pienses en eso —lo interrumpió Barrington—. Lo primero es que

pongas en orden tu familia. Cuando esté todo arreglado, volved a trabajar —añadió, mirando a Rachel—. Es un buen detalle por tu parte que estés ayudando a Delaney, Rachel.

—Gracias.—Pero encárgate de que no vuelva a perder los pantalones, ¿de

acuerdo? —sonrió el hombre. Rachel se puso como un tomate—. Buena suerte a los dos. Y ahora, fuera. Llevaos a esa criatura al parque.

Cuando Barrington salió del despacho, Rachel y Nick se miraron.—Bueno, ya lo has oído —sonrió Nick—. ¿A qué estamos esperando?



Capítulo 6El miércoles fueron al supermercado. Jenny iba sentada dentro del

carrito, mirando con curiosidad a su alrededor.—Tiene mucho equilibrio para ser tan pequeña, ¿no crees? —preguntó

Nick.—Sí, es verdad.—Dentro de poco, empezará a gatear. Ya está intentando ponerse de

pie.—Me sorprende que te hayas dado cuenta —dijo Rachel.—Estoy leyendo un libro sobre niños —sonrió él.Rachel sonrió también para sus adentros. Le gustaba que Nick se

preocupase tanto por Jenny. Había temido en un principio que no quisiera atarse demasiado a la niña, pero se había equivocado.

Y estaba claro que Jenny había empezado a acostumbrarse a él. La niña sonreía a! verlo e incluso aceptaba que le diera la papilla y le cambiara los pañales.

Lo que no había hecho era tomarla en brazos.—Voy a dejar que sea ella quien dé el primer paso —le había dicho

Nick—. Es lo mismo que estoy haciendo contigo.—Pues tendrás que esperar sentado.Pero esa seguridad era falsa. Era ella la que estaba esperando...

¿esperando qué?, se preguntaba. Era absurdo esperar algo que nunca llegaría.

Nick se estaba acercando a Jenny, pero mantenía las distancias con ella. Cada noche, cuando metían a la niña en su cuna, él se iba a su estudio, con la excusa de que tenía que ponerse al día sobre el departamento, pero Rachel sospechaba que quería evitar el contacto con ella.

Aunque era mejor así, se decía.—Yo llevaré el carrito —dijo Nick, guiñándole un ojo a Jenny—.

Tenemos que ir a comprar galletas.La niña sonrió alegremente.En la sección de productos frescos, una mujer mayor con un mandil

rojo estaba abriendo un melón en ese momento.—¡Qué niña tan guapa! —exclamó, alargando la mano para

acariciarla.Jenny escondió la carita.—Perdone, es que es un poco tímida —se disculpó Nick.



—Ah, mi nieta es igual —sonrió la mujer—. Le gustan sus padres, pero el resto de la gente no le interesa nada. Pero ésta es una niña muy afectuosa. Mire, creo que quiere que la tome en brazos.

—¿Ah, sí? —mumiuró Nick. La niña alargaba los bracitos hacia él—. ¿Tú crees que debo? —preguntó, mirando a Rachel.

Los ojos del hombre estaban tan llenos de esperanza que a Rachel se le partía el corazón.

—Yo creo que sí.Nick sacó a la niña del carrito y la tomó en brazos, como si fuera la

cosa más delicada del mundo. Jenny se colgó de su cuello y él, sonriendo de oreja a oreja, empezó a acariciar su espalda.

—Eso está mejor, ¿verdad? —rió la mujer—. Nada como los brazos de papá y mamá.

Nick no se molestó en corregir a la mujer sobre la naturaleza de sus relaciones con Rachel. Estaba demasiado absorto con Jenny. Parecía temer que se pusiera a llorar de un momento a otro hasta que la niña levantó la mano y tocó su cara. Un segundo después, Jenny apartaba los deditos con expresión de sorpresa.

—Un poco dura, ¿verdad? Es que no me he afeitado —explicó él. Jenny volvió a tocar tentativamente la cara del hombre, sonriendo como un ángel—. Mira, la tengo en brazos y está sonriendo, Rachel.

—Parece que le gustas.—¿Qué dices, Jenny? ¿Quieres ir de compras conmigo? —preguntó el

hombre, con una sonrisa orgullosa en el rostro. Los tres dientecillos de Jenny asomaron entonces—. Será mejor que lleves el carrito, Rachel. Yo tengo que llevar en brazos a esta niña.

—Ya veo —murmuró ella. Sus ojos se encontraron entonces. El corazón de Rachel rebosaba de emoción. Un supermercado iluminado por fluorescentes parecía un lugar extraño para aquel milagro, pero Rachel sabía que estaba ocurriendo. Una niña había abierto sus brazos y un hombre había abierto su corazón. Una nueva familia estaba naciendo.

Una nueva familia que no la incluía a ella. Rachel tuvo que hacer un esfuerzo para que las lágrimas no asomaran a sus ojos.

Se sentía ridícula. Había sabido desde el principio que su labor era hacer que se formara una relación entre Jenny y Nick y después tendría que desaparecer de sus vidas. Y, sin embargo, durante los últimos días había disfrutado inmensamente de aquel juego. Había sido una maravillosa fantasía pretender que era la madre de Jenny y la esposa de Nick.

Ese era el problema. Todo había sido demasiado bonito. Y demasiado irreal.

Porque la verdad era que no eran una familia y no lo serían nunca. Al menos, mientras Nick siguiera pensando que el matrimonio era una tortura china.



Rachel sentía un vacío en el pecho. Aunque Nick fuera tierno y cariñoso, aunque la mirase con deseo, aunque estuviera dedicado a Jenny, nunca se casaría con ella.

—Gracias por venir, señora Evans. Entre, por favor —sonrió Nick.Con Jenny en su regazo, Rachel observó a la nueva candidata para el

puesto de niñera. Era bajita, regordeta y sus brillantes ojos castaños se iluminaron al ver a Jenny.

—¡Qué niña más rica! —exclamó, sin hacer intención de tocarla.Las otras niñeras se habían acercado inmediatamente, haciendo que

Jenny apartara la cara, asustada.—Señora Evans, le presento a Jenny y a mi amiga Rachel.—Encantada —dijo la mujer—. ¿Jenny es tímida con los extraños?—Mucho —confirmó Nick.—Me han dicho en la agencia que la niña perdió a sus padres

recientemente.—Así es.—Bueno, es importante ser paciente y afectuoso en este momento,

pero tampoco hay que abrumarla. Necesita tiempo para acostumbrarse a su nueva situación.

—Eso es lo que dijo el pediatra —asintió Nick.La señora Evans sonrió.—Hace treinta años, mi marido y yo adoptamos un niño que había

perdido a sus padres en un accidente. Cada niño es diferente, por supuesto, pero me parece que entiendo por lo que están pasando. Debe de haber sido muy difícil para los tres.

Nick y Rachel intercambiaron una mirada. Todas las niñeras que habían entrevistado hasta aquel momento habían sido muy profesionales, pero aquella era especial. Incluso Jenny parecía notarlo porque, en lugar de apartar la cara, miraba a la señora Evans con curiosidad.

Rachel observaba la entrevista. Sabía que era irracional, pero cuanto más adecuadas eran las respuestas de la mujer, más profundo se hacía el hueco que sentía en el pecho.

Estaba a punto de desaparecer de la vida de Nick y Jenny. Era inevitable, pero su corazón no parecía aceptarlo.

Quería a Jenny. La quería tanto como a Nick.El pensamiento la llenó de alarma y, decidida a apartarlo de su

mente, se concentró en la conversación.—Necesitaré una persona desde las ocho hasta las seis o siete de la

tarde —estaba diciendo Nick—. Además, de vez en cuando, tengo que



viajar y, en esas ocasiones, tendrá que quedarse a dormir en casa. ¿Es un problema para usted?

—En absoluto. Soy muy flexible.Nick miró a Rachel, que sonrió para animarlo.—¿Podría usted empezar a trabajar el lunes?La señora Evans dudó un momento.—Si no le importa que le haga una sugerencia... yo creo que sería

mejor empezar gradualmente.—Supongo que tiene razón —dijo Nick—. ¿Qué sugiere que hagamos?—Podría venir un par de horas el sábado y el domingo. De esa forma,

no será una sorpresa para Jenny cuando el lunes la dejen sola conmigo.—¿Qué te parece, Rachel?—Pues... creo que la señora Evans tiene razón. Además, yo tengo que

ir al cumpleaños de Sophia el sábado por la tarde —respondió. Jenny empezó a hacer pucheros en ese momento y Rachel se alegró de tener una excusa para salir del salón—. Me parece que tiene hambre.

Con la niña en brazos, Rachel se dirigió a la cocina. Tenía el presentimiento de que su papel en aquella casa había terminado.

—Que duermas bien, cariño —susurraba Rachel al lado de la cunita, el viernes por la tarde. Aquella era la última vez que arropaba a Jenny, pensaba con tristeza mientras salía de la habitación.

Todo había terminado. Al día siguiente, haría las maletas y volvería a su casa.

Nick se estaba convirtiendo en un verdadero padre, paciente, afectuoso y tierno con Jenny. Y Rachel encontraba cada día más razones para amarlo.

Amor. Aquella palabra de nuevo. Había intentado evitar que ocurriera, pero cuanto más tiempo pasaba con Nick, más difícil le resultaba.

Iban a tener que trabajar juntos todos los días y debía recordarse a sí misma que Nick podía romperle el corazón. En lugar de buscar razones para admirarlo, tenía que fijarse en sus defectos.

Cuando bajaba la escalera, escuchó su voz desde el estudio.—El hotel Barrington de Saint John, por favor —estaba diciendo—. Sí,

por favor, póngame con el puerto... Buenas tardes, quisiera alquilar un barco para el próximo mes. Sí, eso es, para hacer submarinismo.

¿Submarinismo? Rachel no daba crédito a sus oídos. ¿Lo primero que hacía después de contratar a la señora Evans era irse a bucear y dejar a la niña sola?, se preguntaba.



No le importaba nada que la pobre Jenny lo necesitara. Rachel había creído que empezaba a ser un buen padre, pero la vida doméstica era demasiado aburrida para él.

Cuando colgó el teléfono, Rachel entró en el estudio y lo miró, furiosa.—¿Qué? —preguntó Nick, sorprendido por su actitud.—Acabas de contratar una niñera y ya estás preparando unas

vacaciones, ¿no?—¿Quién ha dicho nada de vacaciones?—Te he oído hablar por teléfono.—Ah, eso —dijo él—. Estoy preparando la reunión anual de los

directivos de Barrington.—¿Haciendo submarinismo?—Sí. Este año será parte de las actividades.—Pero... ¿y Jenny? —preguntó ella, confusa.—Ella también irá. Y la señora Evans —contestó él, levantándose—.

¿No pensarías que iba a dejar a Jenny ahora que estoy consiguiendo que se acostumbre a mí?

—Perdona... creo que me he precipitado —murmuró Rachel, arrepentida.

—No te preocupes, te comprendo —dijo él, tomando su mano—. Es lo mismo que yo he hecho contigo, ¿verdad? —murmuró. El dolor y la tristeza en los ojos del hombre la llenaban de ternura. Durante un minuto eterno, se miraron a los ojos. El aire estaba cargado de emoción y, por un momento, creyó que iba a besarla. Pero entonces, él se apartó y volvió a sentarse frente al escritorio—. Tú también vendrás a Saint John, espero.

—¿Yo?—Voy a necesitar ayuda para convencer a los directivos de que

necesitamos auditorías internas en todos los departamentos. ¿Crees que puedes preparar un informe?

La pregunta la había dejado completamente sorprendida.—Pues sí, pero...—¿Pero qué? —preguntó él. Por un lado, le encantaba que Nick la

hubiera incluido en el viaje, pero por otro sabía que necesitaba apartarse de él lo antes posible—. Sería una buena experiencia para ti —continuó Nick—. Además, si quieres ascender en el escalafón, tendrás que empezar a preparar informes de ese tipo tarde o temprano.

Tenía que separar sus sentimientos por Nick de su trabajo, se decía. Aquel era un asunto de trabajo y necesitaba tomar la decisión pensando que era bueno para su carrera, aunque no lo fuera para su corazón.

—Lo haré —suspiró—. Por supuesto, necesito saber qué clase de datos necesitas, cómo quieres que se lleven las auditorías y esas cosas.



—Te daré toda la información que necesites. De hecho, ¿por qué no lo hacemos ahora mismo? Siempre he confiado mucho en tu criterio.

Nick siempre sabía lo que debía decir para convencerla de cualquier cosa, pensaba mientras se sentaba frente a él. Pero él no la necesitaba. No como ella quería, desde luego. Y sería mejor que se convenciera de ello lo antes posible.

Rachel miró el despertador. Las dos y media de la madrugada.Quizá un vaso de leche la ayudaría a dormir, se decía. Suspirando, se

puso un albornoz y bajó a la cocina de puntillas para no despertar a Jenny.—¡Oh! —exclamó al encender la luz. Nick estaba de pie frente a la

ventana, mirando el jardín—. Perdona, no sabía que estabas aquí. No quería molestarte.

—No me molestas —dijo él—. Me vendrá bien un poco de compañía.Nick llevaba un pantalón de deporte y su torso desnudo, cubierto de

un suave vello oscuro, la hacía sentir incómoda. Estaba despeinado y el flequillo le caía sobre la cara, como si acabara de levantarse de la cama.

Rachel nunca había visto un hombre más sexy en toda su vida.—¿Qué hacías aquí a oscuras?—Estaba pensando. ¿Y tú?—No podía dormir. He bajado para tomar un vaso de leche. ¿Quieres

un poco?—Bueno.—¿En qué estabas pensando? —preguntó, mientras sacaba la leche

de la nevera.—En nada.—Pues parece un «nada» muy serio —intentó sonreír ella.Nick se pasó la mano por el pelo.—La verdad es que estaba pensando en Ben.—Debe de ser horrible perder un hermano.—Lo peor es lo injusta que es esa muerte —suspiró él—. Toda su vida

fue una injusticia.—¿Qué quieres decir?—Yo he hecho todas las cosas que soñábamos de pequeños. He

recorrido el mundo en barco, he hecho submarinismo, he escalado montañas. Incluso he ido de safari —contestó Nick, sin levantar la mirada—. Pero Ben nunca tuvo oportunidad de hacer nada. Estaba demasiado ocupado haciendo lo que yo me negué a hacer cuando abandoné mi responsabilidad en la granja.



—Estás siendo muy duro contigo mismo. Nick —dijo Rachel—. ¿Es eso lo que crees, que abandonaste a tu hermano?

Nick suspiró pesadamente.—¿No es eso lo que hice?—No —dijo Rachel, poniendo una mano sobre la del hombre—. Te

fuiste a la universidad. Y eso no es ningún crimen.—Pues, según mi padre, lo era.—¿Sabes lo que yo creo? Que fuiste un ejemplo para tu hermano. Tú

encontraste valor para perseguir tus sueños y lo animaste a hacer lo mismo.

—No fue así, Rachel —murmuró él—. Él se quedó en la granja, haciendo lo que se suponía que debía hacer yo. ¿Tienes idea de lo culpable que me siento? Intenté compensarlo por ello. Intenté pagarle la universidad, pero él no quería dejar la granja. Incluso le ofrecí un trabajo, pero no lo aceptó. Después, se casó y cuando me ofrecí a pagar su luna de miel en Hawai, ¿sabes lo que pasó? Me dijo que no podía ir porque se avecinaba una helada.

—A mí me parece que a Ben le gustaba su trabajo, Nick —dijo Rachel—. Quizá ese era su sueño y tú no te has dado cuenta.

Nick se apoyó en la encimera de la cocina.—Ojalá pudiera creerlo.—La gente cambia. ¿Sabes lo que yo quería ser cuando estaba en el

instituto?—Querías tener una guardería. Pero dejaste que tus padres

decidieran tu futuro, como mi hermano.Aquellas palabras dolían, pero Rachel no se dejó amedrentar.—Antes de eso. Lo creas o no, yo quería tocar en un grupo de rock —

sonrió. Nick la miró, incrédulo—. Lo sé, lo sé. Es ridículo. Soy tímida, no me gustan las multitudes y no sé tocar ningún instrumento. En toda la historia del mundo, no ha habido nadie menos capacitado que yo. Tiene gracia recordarlo ahora, pero solía soñar con ello todas las noches.

—No sé qué tiene eso que ver con Ben.—¿No lo ves? Era una forma de vivir una vida que nunca tendría, una

vida con la que era divertido soñar, pero que nunca hubiera podido vivir. Quizá a tu hermano le pasaba lo mismo. Quizá el auténtico sueño de Ben era casarse y tener hijos. Quizá lo que le hacía feliz era su trabajo en la granja y tenía miedo de decírtelo porque le parecía una traición a vuestros sueños —explicó ella—. Tú le enseñaste a Ben que todo era posible si se tiene valor para intentarlo —añadió—. Ojalá yo hubiera tenido un ejemplo así en mi vida. Yo he vivido siempre como el león cobarde del Mago de Oz, intentando encontrar valor para hacer lo que quería hacer.

—¿Y de qué tienes miedo?



—De muchas cosas. De hacer el ridículo, sobre todo. Del fracaso. Del agua, de los ataques de asma...

—Creí que te habías olvidado de eso.—El miedo es muy difícil de vencer. A veces me siento como una niña

asustada.—Pero no lo eres —dijo él, tomando su mano.El contacto la había hecho temblar, pero no quería que él lo notara.—Sí lo soy.—Yo no te veo así.«Y esa es una de las razones por las que te quiero. Cuando estoy

contigo, soy la persona que siempre he querido ser», pensó Rachel.Nunca encontraría a nadie que la hiciera sentir como Nick.—Es que contigo no me siento tímida.—Me alegro —murmuró él, acariciando su mano.El corazón de Rachel latía furiosamente. Sabía que debería apartarse,

pero algo dentro de ella se lo impedía.—Sigo sin tener valor para perseguir lo que quiero.—¿Y qué es lo que quieres? —preguntó él, mirándola a los ojos—.

Venga, dímelo. ¿Qué es lo que quieres más que cualquier otra cosa en el mundo?

—¿Ahora mismo? —preguntó, con una voz que le pareció desconocida.

—En este mismo instante.Los ojos del hombre eran dos piscinas verdes, tentadoras y

peligrosas, retándola a decirlo.—Quiero que me beses.Las palabras habían sido apenas un susurro, pero lo golpearon con la

fuerza de una bomba. Un segundo después, la tomaba entre sus brazos y escondía la cara en su pelo.

Las sensaciones mareaban a Nick; el calor del cuerpo femenino, sus pechos, aplastándose contra su cuerpo, el suave perfume, el temblor de los labios femeninos... era una combinación que le hacía perder la cabeza.

—Rachel... —como desde una gran distancia, Nick se escuchó a sí mismo decir aquel nombre.

—Nick...Las palabras se perdieron en un beso cálido y urgente. Nick era un

hombre hambriento. Quería comerla y beberla, quería ahogarse en ella. Docenas de recuerdos enterrados afloraban a la superficie en aquel momento, como mariposas. La aterciopelada suavidad de su boca la



primera vez que la había besado, el brillo de su pelo bajo el sol, su forma de cerrar los ojos cada noche cuando se despedían con un beso...

Rachel lanzó un suave gemido. Tenía la cabeza echada hacia atrás y Nick la besaba en el cuello, acariciando sus hombros, jugando con las tiras del camisón. Rachel se apretaba contra el cuerpo masculino con la misma urgencia que lo hacía él.

—Rachel... —repitió. La necesidad de eliminar cualquier barrera entre los dos era cada vez más urgente. La besaba con un ansia demoledora mientras le bajaba las tiras del camisón y entonces...

Rachel se puso rígida.—¿Qué pasa?—Jenny está llorando. Tenemos que subir a ver qué ocurre —dijo,

apartándose. Como en trance, Nick la siguió hasta la habitación—. ¿Qué te pasa, cariño? ¿Has tenido un mal sueño? —susurró, tomando a la niña en brazos.

Desde luego, pensaba Nick, Jenny no sabía elegir el momento.O quizá sí. Lo que había estado a punto de ocurrir era un error, un

tremendo error. Y lo sabía bien. Pero, cada vez que Rachel estaba cerca, la lógica y la razón desaparecían.



Capítulo 7Las cinco amigas rodearon a Rachel en cuanto entró en el restaurante

mejicano el sábado por la tarde.—¿Qué ha pasado con Nick? —preguntó Molly.—Queremos saberlo todo —dijo Sophia.—Absolutamente todo —añadió Cindy, tomando el regalo que Rachel

llevaba en la mano y colocándolo con el resto de los regalos para Sophia—. Todo el mundo en la oficina sabe que Rex os dio una semana de vacaciones para cuidar de la niña. Has estado con él una semana y no has llamado a nadie. ¿Qué ha pasado?

Molly se inclinó hacia adelante, deseando escuchar las noticias.—Queremos detalles.—¡Cuéntanoslo todo! —rió Olivia.Rachel consideró por un momento la posibilidad de salir corriendo,

pero después se sentó en una silla.—No hay nada que contar —dijo evasivamente, mirando alrededor—.

Este sitio es muy bonito.Cindy miró al cielo.—Vamos, Rachel, no pensarás que nos vamos a creer eso, ¿verdad?—¡Por favor! ¡Nick es el hombre con el que querías casarte hace dos

años! —dijo Molly.—El hombre del que siempre has estado enamorado —apuntó Sophia.—El hombre que no tiene comparación con ningún otro —añadió

Patricia.Sus amigas la conocían demasiado bien. Había querido cerrar los ojos,

pero después del beso de la noche anterior no podía seguir haciéndolo. Estaba tan loca por Nick como lo había estado dos años atrás.

Más aún. Había descubierto su parte tierna con Jenny y eso lo hacía amarlo más que nunca.

Amor. Aquella palabra otra vez. Era doloroso admitirlo, pero era cierto. Esa era la única palabra que podía definir lo que sentía por Nick. Desgraciadamente, él estaba decidido a no corresponderla.

Pero después de que él le hubiera hablado de su familia, al menos podía entender por qué. Nick pensaba que amar a alguien significaba abandonar sus sueños. En la mente de Nick, el amor significaba obligaciones, responsabilidades, cortapisas, significaba perder las riendas de su vida.

—Siento lo que ha pasado —le había dicho él cuando Jenny volvió a quedarse dormida.



—No ha sido culpa tuya...—Lo sé, lo sé —la interrumpió él—. Es una mala costumbre.No era lo que Rachel iba a decir. Pero Nick no le había dado

oportunidad. Simplemente, había salido de la habitación de Jenny y había entrado en su dormitorio, cerrando la puerta de un portazo.

—No nos tengas en suspenso, Rachel —la voz de Oliva la devolvió al presente—. ¿Qué ha pasado entre Nick y tú?

—Vamos, chicas —sonrió Rachel—. Esto es una fiesta de cumpleaños, no un interrogatorio sobre mi vida amorosa.

—¡Ajá! —exclamó Olivia, levantando un dedo y mirando a todas las presentes—. Admite que tiene una vida amorosa.

—Te lo juro, Olivia, desde que has aprobado las asignaturas de Derecho, pareces Perry Mason —suspiró Rachel.

—Lo único que tienes que hacer es decirnos la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad y te dejaremos en paz —sonrió su amiga—. Vamos a establecer los hechos. ¿Te ha besado?

Rachel dudó un momento. Se daba cuenta por las sonrisas de las chicas de que su rubor la había delatado.

—Sí —admitió con desgana—. Pero eso no significa nada.—Eso dices tú.—Donde hay humo, hay fuego —intervino Cindy.—No, en serio —insistió Rachel—. La infancia de Nick lo previene

contra el matrimonio.—Pero siente algo por ti, eso está claro —dijo Sophia.—Eso no significa que vaya a cambiar de opinión sobre el matrimonio

—replicó Rachel.—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Patricia—. Va a ser muy difícil

trabajar con él todos los días en esas circunstancias.—He estado pensando en pedir un traslado.—¡De eso nada!—¡No puedes hacer eso, te necesitamos!—Vas a ser dama de honor en mi boda! —exclamó Cindy.—No quiero marcharme, pero no sé qué otra cosa puedo hacer —

suspiró Rachel.—Muy sencillo —dijo Molly, pensativa.—¿Ah, sí?—Lo que tienes que hacer es obligarle a cambiar de opinión sobre el

matrimonio.—Ah, ¿eso es todo?



—Míranos a nosotras —dijo Sophia—. Cindy, Olivia y Molly creían que nunca iban a encontrar al hombre ideal y, al final, apareció. Lo único que tienes que hacer es desearlo de verdad. Por mi parte, en cuanto Rex Barrington III entre en la oficina, voy a ir por él.

—¡Pero si aún no lo conoces! —rió Rachel.—Da igual —dijo Sophia, apartándose el rubio cabello de la cara—. Me

he prometido a mí misma que mis hijos no crecerán rodeados de pobreza, como crecí yo. Sólo Rex Barrington III puede darme la seguridad económica que necesito.

—¿Y qué pasa con Mike, el de marketing? —preguntó Rachel.—¿Qué pasa con Mike? —preguntó la rubia, haciéndose la tonta.—Ultimamente, lo he visto mucho por tu despacho.Para asombro de todas, Sophia se ruborizó.—¡Lo sabía! ¡Estás enamorada de Mike!—De eso nada —se defendió ella—. No pienso casarme con un simple

ayudante de marketing. Es un chico muy simpático, nada más.—Por no mencionar que es guapo de morir —bromeó Cindy.—Pero no puede ofrecerme seguridad económica. Estoy decidida a

casarme con Rex Barrington III y eso es lo que voy a hacer.—Pues a mí no me importa nada el dinero de Nick. Lo único que me

importa es que es incapaz de comprometerse —suspiró Rachel.—Te entiendo —dijo Patricia—. A mí me pasa lo mismo con Sam. Pero

he tomado una decisión.—¿Qué quieres decir?—Ayer me enteré de que Sam va a casarse con otra mujer. Y he

decidido tomar cartas en el asunto.—¿Cómo? —preguntó Sophia.—Voy a seducirlo —dijo Patricia, en voz baja.—¿Y cómo vas a hacerlo?—Aún no lo sé. Pero voy a hacerlo. No pienso dejar que se me escape

el único hombre que me importa —contestó ella—. Y tú deberías hacer lo mismo, Rachel. Todas sabemos que estás enamorada de Nick.

Rachel miró a sus amigas. Si fuera tan descarada como Sophia, o tan atrevida como Patricia, pensaba. Daría lo que fuera por ser capaz de hacerlo.

—¿Qué crees que podría hacer?—Entérate de qué es lo que él encuentra más irresistible de ti y

pónselo delante de la cara.En ese momento, dos camareros vestidos de mariachis se acercaban

a la mesa, con bandejas llenas de enchiladas, burritos y tacos mejicanos.



—Hablando de cosas irresistibles, aquí está la merienda —rió Olivia, frotándose las manos—. Gracias a Dios. Mi niño y yo estamos hambrientos.

—Tu niño y tú siempre estáis hambrientos —bromeó Cindy.Rachel se apoyó en el respaldo de la silla, pensando cómo podría

seguir el consejo de Patricia.La simple seducción no funcionaría. Entre Nick y ella había una

química muy poderosa, pero no era suficiente para hacer que él olvidase su miedo al compromiso. Si tenían relaciones físicas, lo único que conseguiría sería empeorar las cosas.

Tenía que encontrar otra solución.¿Qué era lo que Nick encontraba irresistible de ella?, se preguntaba.

—Un reto —murmuró Rachel en voz alta media hora más tarde.—¿Qué es un reto? —preguntó Patricia, abriendo la puerta del

restaurante. Patricia y ella se habían quedado las últimas para ayudar a Sophia a llevar los regalos hasta el coche.

—Lo que Nick encuentra irresistible. Por eso practica deportes de riesgo. Siempre se pone nuevos retos, le gusta probarse a sí mismo.

—Genial —exclamó Patricia, entusiasmada—. Entonces lo que tienes que hacer es convertirte en el mayor de los retos para él.

—¿Y cómo voy a hacer eso?—Puedes hacerle creer que no puede llegar a ti —sugirió Sophia.—Suena muy bien, pero hay un pequeño problema. El no tiene

ninguna intención de llegar a mí.—Yo creo que sí, Rachel. He visto cómo te mira. Simplemente, está

negándoselo a sí mismo. Si ve que hay otros hombres interesados en ti, te garantizo que perderá el control.

—En caso de que no te hayas dado cuenta, yo no estoy precisamente apartando a mis admiradores con un látigo.

—Lo estarías si fueras más asequible.—No me gusta flirtear, ya lo sabes, Patricia.—¿Y quién ha dicho nada de flirtear? Lo único que tienes que hacer es

ser simpática —dijo su amiga—. El resto vendrá solo. Y tampoco hace daño sacar ventaja de lo que se tiene.

—¿De qué estás hablando?—Yo diría que lo más atractivo de ti son tus piernas, tu pelo y tu

sonrisa, ¿tú qué dices, Sophia?—Estoy de acuerdo —dijo la joven.—¿Y qué sugieres que haga?



—Podrías empezar por subirte la falda un poco —sugirió Patricia.—Y dejarte el pelo suelto —añadió Sophia—. Vamos a ver cómo estás

sin esas horquillas.Rachel se quitó las horquillas y se ahuecó un poco el pelo.—¡Mucho mejor! Te quedaría estupendo con la raya en medio.—Pero hay algo más importante aún. Tienes que empezar a mirar a

los hombres a los ojos. Y sonreír más. A todos, menos a Nick, claro.—Cuando estés con Nick, tienes que ser un poco distante. Que piense

que hay algo... o alguien en tu mente —dijo Sophia, la experta cazamaridos.

—Eso es. Sé simpática, pero inasequible —aconsejó Patricia—. Si te pide que salgas con él, dile que tienes cosas que hacer.

—Desde luego. Los hombres se sienten atraídos por las mujeres que no les hacen caso.

—Rex va a organizar una merienda para los empleados dentro de dos semanas. Esa será una oportunidad perfecta para que Nick vea que estás rodeada de admiradores y que tienes una vida social interesante.

Rachel suspiró.—Lo siento chicas, pero para que Nick piense que tengo una vida

interesante, tendría que tirarme en paracaídas.—¡Qué buena idea! —exclamó Sophia.Rachel la miró, incrédula.—¿Quieres que me tire en paracaídas?—Bueno, no tiene que ser algo tan peligroso, pero es una buena idea

hacer algún deporte de riesgo, algo que él nunca esperaría que hicieras.—Te vería de una forma completamente diferente.—Eso eso —dijo Sophia—. Si empieza a verte como una compañera

de aventuras, es posible que empiece a pensar en ti como una compañera para siempre.

Rachel tenía que admitir que tenía sentido.Y sabía exactamente qué deporte debía elegir.—Submarinismo —murmuró.—Creí que te daba miedo el agua —dijo Patricia.—Y me da miedo. Por eso sería perfecto —sonrió Rachel. No podía

creer que estuviera diciendo aquello, pero su corazón latía con fuerza ante la perspectiva—. Dentro de un mes hay una reunión de directivos en Saint John y, como parte de las actividades, Nick ha alquilado un barco para hacer submarinismo.

—Podrías tomar lecciones y aparecer en el barco con todo el equipo —dijo Sophia—. ¡Lo dejarías de piedra!



—Pero, ¿y tu miedo al agua? —preguntó Patricia.Rachel dudó un momento. Su vida había estado controlada por sus

padres y su tímida naturaleza. Y, cada día, se había dejado vencer más por el miedo.

El miedo la limitaba, le había cortado las alas.Siempre había evitado los riesgos, pero de repente no hacer nada le

parecía lo más peligroso. Si no hacía nada, nunca se convertiría en la clase de mujer que siempre había querido ser, una mujer fuerte y segura de sí misma, una mujer capaz de perseguir sus sueños, una mujer con valor para enfrentarse con la vida y conseguir lo que deseaba.

La clase de mujer que conquistaría el corazón de Nick.El necesitaba una mujer que animara sus deseos de vivir, que no lo

retuviera o controlara, como su padre había hecho. Necesitaba una mujer que le mostrara que el amor podía ser alegre y liberador. Una mujer con la que las palabras «para siempre» no parecieran una cadena perpetua.

Y ella quería ser esa mujer. Lo deseaba más que nada en el mundo. Tanto como para enfrentarse con su peor miedo.

No había vuelto a meterse en aguas profundas desde aquel terrible día en que había estado a punto de ahogarse y no estaba segura de si podría soportarlo.

Pero había algo más importante que eso. Su amor por Nick y Jenny.Rachel miró a sus amigas y respiró profundamente, como para darse

valor.—¿Sabes lo que realmente me da miedo? Me da miedo repasar mi

vida cuando sea una anciana y lamentar todas las cosas que no me he atrevido a hacer —dijo, con determinación—. En mi apartamento hay una piscina y, en cuanto llegue, voy a meterme en ella. Os lo aseguro.

—¡Muy bien! —sonrió Patricia—. ¿Quieres que vaya contigo? No me importaría hacer unos largos.

—Yo también iré —intervino Sophia—. Además, soy una experta en técnicas de salvamento.

Las tres se echaron a reír y Rachel abrazó a sus amigas, con un nudo en la garganta.

—Sois estupendas. De verdad, muchas gracias.—Para eso están las amigas —sonrió Patricia.

—A Rex se le da muy bien organizar fiestas, ¿verdad?Nick hablaba con uno de los contables de la empresa Barrington.—Desde luego que sí —asintió el hombre—. El lago es un sitio genial,

pero lo mejor es la comida. Ahora mismo voy a probar un poco de esa



carne a la barbacoa y después me voy a tirar de cabeza a la caseta de los postres. ¿Quieres que te traiga algo?

—No, gracias, estoy lleno. Voy a ver el partido de baloncesto mientras Jenny se echa una siesta.

El hombre se despidió, dándole una palmadita en la espalda.Nick miró a la niña, que dormía plácidamente a su lado y después se

concentró en el partido.Pero no era el partido en sí lo que lo interesaba. Era uno de los

jugadores. Rachel.Había algo diferente en ella, pensaba mientras la observaba saltar

para conseguir la pelota. No sabía qué era exactamente, pero algo en ella había cambiado en las últimas dos semanas.

Parte de ese algo era su apariencia. Se había quitado las horquillas que sujetaban su pelo y lo llevaba suelto sobre los hombros.

Su ropa también era diferente. Con aquellos pantalones cortos de color rojo y la camiseta ajustada, Nick no podía apartar la mirada de ella. ¿Cuándo había empezado a usar colores tan llamativos?, se preguntaba.

Pero su ropa no era lo único que había adquirido color. Su personalidad, también. Se había vuelto más sociable, más alegre. Ultimamente sonreía más a menudo y la veía charlar con todo el mundo.

Especialmente, con los hombres. Rachel nunca había sido una mujer a la que gustase flirtear y tampoco lo hacía en aquel momento. Sencillamente, se mostraba simpática. Pero algo había cambiado y los hombres se acercaban a ella como moscas a la miel. Parecía más abierta, más segura de sí misma, más accesible.

Más accesible con todo el mundo, menos con él. Con él se portaba de una forma casi distante. Nunca tenía tiempo para charlar o tomar un café y se mostraba agradable, pero fría.

De hecho, lo trataba exactamente como él desearía tratarla a ella. Entonces, ¿por qué lo molestaba tanto?, se preguntaba.

Rachel parecía haberse olvidado completamente de él.Por supuesto, se interesaba por Jenny y su cara se había iluminado

cuando le dijo que la niña empezaba a gatear. Pero cuando le preguntó si quería cenar con él, Rachel le había contestado que tenía otros planes.

Otros planes, ¿qué planes?—Tengo cosas que hacer —había dicho ella, mirando su reloj.Nick había sentido una punzada de algo sospechosamente parecido a

los celos y, por la noche, incapaz de contener su curiosidad, había ido a su casa para comprobar si su coche estaba en el aparcamiento. El sitio estaba vacío. Se sentía ridículo, pero no había podido evitarlo.



Aunque, en realidad, Rachel y él eran amigos. No era normal que ella se mostrase tan enigmática y, como amigo, era natural que estuviera preocupado por ella.

Había pensado que podrían pasar un rato juntos aquella tarde, pero cuando Jenny y él llegaron al lago, Rachel estaba rodeada por un grupo de atléticos ejecutivos.

La niña había gritado de alegría al verla y Rachel se había reunido con ellos para merendar, pero había estado pendiente de Jenny. A él, ni caso. Y cuando Jenny se quedó dormida sobre la manta, se había marchado a jugar el partido de baloncesto.

Nick volvió a mirar hacia la cancha. En ese momento, un musculoso ejecutivo estaba tomando a Rachel por la cintura para celebrar dos nuevos puntos.

Apretando los dientes, miró a Jenny. La niña seguía dormida. Normalmente, dormía dos horas y no había razón para que él no se integrase en el equipo y la vigilara a distancia.

Intentando portarse de forma normal, Nick se acercó a los jugadores.—¿Quién está con Jenny? —preguntó Rachel.Nick tuvo que ahogar una maldición. ¿Es que sólo podía verlo como el

guardián de Jenny?, se preguntaba. Era un hombre, un hombre al que ella había besado. Y estaba decidido a hacer que Rachel no lo olvidara.

—Está dormida y podemos vigilarla desde aquí —contestó, señalando la manta bajo la sombra de un árbol. Después, se volvió hacia el musculoso ejecutivo—. Bueno, ¿por qué no organizamos un partido de verdad? El departamento financiero contra todos los demás.

Los jóvenes y atléticos ejecutivos se miraron entre sí.—Muy bien.Nick reunió a varios hombres del departamento mientras los

ejecutivos de marketing hacían lo propio.Cuando los equipos estuvieron formados, Nick se dio cuenta de que

no iba a ser un partido muy igualado. Los jugadores del equipo contrario parecían levantadores de peso mientras su equipo consistía en dos ejecutivos de mediana edad, un contable con el brazo en cabestrillo, Rachel y él mismo.

Pero daba igual. Si a Rachel le gustaban jóvenes y atléticos, él le demostraría lo que era ser joven y atlético. Él solito llevaría al equipo a la victoria. Estaba deseando darle una lección a aquellos ejecutivos de medio pelo y músculos hinchados.

Quince minutos más tarde, iban empatados. Rachel era una fantástica jugadora y Nick jugaba por los otros tres. El resto de los empleados, incluido Rex Barrington y su ayudante, Mildred, observaban el partido.



—¿Dónde está Jenny? —preguntó Rachel, de repente.Nick se volvió hacia el lugar donde estaba la manta y se quedó sin

sangre en las venas. Jenny había desaparecido.—¿Alguien ha visto a mi niña? —preguntó, volviéndose hacia los

espectadores—. Estaba en una manta debajo de ese árbol. Tiene ocho meses, el pelo rubio y lleva un trajecito rosa.

Un murmullo recorrió la multitud.Nick tenía el corazón en la garganta. Si algo le ocurriera a Jenny,

nunca podría perdonárselo.—Probablemente, se habrá despertado y se habrá puesto a gatear —

dijo Rachel para tranquilizarlo.—Será mejor que miremos en el lago —oyó decir a alguien.El lago. Nick sintió que la tierra se abría bajo sus pies. Cuando miró a

Rachel, se dio cuenta de que estaba tan asustada como él.—El lago... —musitó Nick.—Está demasiado lejos —dijo Rachel—. No ha podido gatear hasta

allí.—¿Cuándo ha desaparecido? —preguntó alguien.—No lo sé. Diez, quince minutos. No estoy seguro —murmuró Nick.

Había estado tan ocupado exhibiéndose para Rachel que ni siquiera había vigilado a la niña. Se sentía tan culpable que hubiera deseado morir.

—Venga, todo el mundo a buscar —ordenó Rex Barrington.—Yo voy al lago —dijo Nick.—Voy contigo —dijo Rex—. Mildred, organiza grupos para que

busquen a la niña por todas partes.—Creo que deberíamos llamar a la policía —dijo ella—. Por si acaso.—¿Por si acaso qué? —preguntó Nick, con el corazón en la garganta.La mujer le puso una mano en el brazo para tranquilizarlo.—Hay que informar a las autoridades para que nos ayuden a

buscarla. No te preocupes, Nick.Pero Nick sabía lo que Mildred estaba pensando. Por si acaso la niña

había sido secuestrada. O se había ahogado.¿Cómo podía haber dejado que eso ocurriera?, se preguntaba.La angustia, la desazón y el remordimiento lo torturaban.—Llama desde el teléfono de mi coche, Mildred —dijo Rex.—Vamos a formar tres grupos para buscar en el lago —dijo Nick,

volviéndose hacia los atléticos ejecutivos.—Yo buscaré por aquí —dijo Rachel—. No puede haber ido muy lejos.Nick asintió. Rachel nunca lo había visto tan pálido.



—Vamos, Rachel —dijo Patricia—. Hay que empezar a buscar.

—¡Jenny! ¡Jenny!Rachel se paró bajo las ramas de un árbol, con el corazón lleno de

angustia. Los empleados de Barrington llevaban diez minutos buscando a la niña, sin resultado. Cada segundo que pasaba, las posibilidades de encontrar a la niña sana y salva disminuían. La mayoría de la gente se había concentrado en el lago, pero Patricia y ella seguían buscando cerca de las mesas de la merienda.

—Ya hemos estado aquí antes —dijo su amiga—. ¿No crees que deberíamos buscar en otro sitio?

—Tiene que estar por aquí —insistió Rachel—. Una niña tan pequeña no puede ir gateando muy lejos.

—Quizá no ha desaparecido gateando, Rachel —dijo Patricia—. Quizá alguien se la ha llevado.

Aquello fue como una daga en su corazón. Rachel no estaba preparada para aceptarlo. Aún no. Se negaba a abandonar las esperanzas.

—Vamos a volver a mirar una vez más. Quizá no la hemos visto. Es tan pequeña... —murmuró, inclinándose para buscar entre las cajas de comida—. ¡Jenny! ¡Jenny! —la llamó. De repente, se quedó en silencio, alerta—. ¿Tú has oído algo?

—No.—Me ha parecido escuchar un ruido —murmuró, mirando alrededor. A

su lado, cajas y cajas llenas de sandías y descartados manteles de cuadros rojos y blancos. Un segundo después, uno de esos manteles se movió—. ¡Jenny! —gritó Rachel. Cuando levantó el mantel, encontró a la pequeña chupando un pedazo de sandía, ajena a la hecatombe que se había organizado a su alrededor—. ¡Oh, Jenny! —exclamó, tomando a la niña en brazos—. ¡Cuánto me alegro de verte! ¡No sabes cuánto me alegro de verte!

—¡La hemos encontrado! —gritó Patricia—. ¡La hemos encontrado!Unos segundos más tarde, la multitud las rodeaba. Pero, entre todas

las caras, Rachel sólo buscaba una.Nick, que se abría paso entre todos, pálido como un muerto y con los

ojos oscurecidos de angustia.—¡Está perfectamente, Nick!Su expresión se transformó inmediatamente. El color volvió a su

rostro y sus ojos se iluminaron.Un segundo después, Nick las rodeaba a las dos con sus brazos.Rachel estaba llorando, Jenny reía ante tanta expectación y Nick las

abrazaba como si nunca quisiera dejarlas ir.



Un minuto después se apartó para besar la carita manchada de sandía.

—¿Estás bien, cariño? ¿Te has hecho daño? —preguntaba. La niña sonreía con sus tres dientecillos, dejando una marca rosada en su camiseta—. ¿Dónde la has encontrado?

—En un sitio tan obvio que a nadie se le había ocurrido mirar. Debajo de la mesa —sonrió Rachel—. Parece que le gusta la sandía.

—No sé cómo agradecértelo. Tenía tanto miedo...—Lo sé.Sólo tenía que mirarlo a los ojos para descubrir el terror que le había

producido aquel incidente. El mismo que a ella. En aquel momento, sus corazones latían al unísono.

El hechizo se rompió bruscamente cuando Rex se acercó para darle un golpecito en la espalda.

—Bueno, está visto que a esta señorita le gusta mancharte la ropa. Las dos veces que la he visto, te ha puesto perdido —sonrió el hombre—. ¿Es que no sabes que a tu papá le gusta ir muy limpio y arreglado?

—Da igual —rió Nick—. Jenny está bien y eso es lo único que importa.—Mi hijo hizo algo parecido cuando tenía un año —sonrió Rex—.

Todos los padres del mundo tienen que pasar por esto alguna vez.—Pues te garantizo que a mí no me va a volver a pasar. No pienso

dejar que mi hija se pierda de vista hasta que cumpla los dieciocho.—Entonces es cuando tendrás que vigilarla —rió Rex—. Bueno, la niña

está bien, así que puede seguir la fiesta —añadió, dirigiéndose a todo el grupo.

Rachel miró a Nick mientras la multitud se dispersaba.—La has llamado tu hija.—Eso es lo que es.El nudo que Rachel tenía en la garganta casi la impedía hablar.—¿Y vas a dejar que te llame papá?—Si eso es lo que quiere llamarme, será un honor para mí.Para ser un hombre incapaz de atarse a nadie, Nick se estaba atando

mucho a aquella cría, pensaba Rachel. Y su corazón se llenaba de esperanza.

Podía no llamarlo amor, pero Rachel sabía que lo era. Si Nick podía abrirle su corazón a una niña, quizá, sólo quizá, también podría abrirle su corazón a ella.



Capítulo 8El viernes siguiente, Nick estaba en su despacho estudiando un

informe. Pero le resultaba dificil concentrarse en él porque no podía dejar de pensar en la mujer que lo había redactado.

Rachel lo estaba volviendo loco desde la merienda. Después del peor trago de su vida, habían pasado la tarde jugando con Jenny y la sensación de intimidad entre ellos se había intensificado.

Pero cuando invitó a Rachel a cenar, ella rechazó la invitación.—No puedo. Tengo otros planes —había dicho ella, mirando su reloj—.

De hecho, tengo que irme ahora mismo.¿Qué demonios estaría haciendo últimamente?, se preguntaba. Se

moría por saberlo. ¿Estaría saliendo con alguien? ¿Con quién?Estaba seguro de que no era un empleado de Barrington. La había

vigilado durante la merienda y, aunque había muchos buitres a su alrededor, Rachel no parecía prestar a ninguno de ellos una atención especial.

Tenía que ser alguien que hubiera conocido en otra parte, se decía.Haciendo un esfuerzo, Nick se concentró en el informe y, más tarde,

se dirigió al despacho de Rachel.—Acabo de leer tu informe. Buen trabajo.—Gracias.—No te he visto mucho últimamente —dijo Nick.—Ese informe me ha tenido muy ocupada.—¿Por las noches también?—No. Por las noches no.—Entonces, ¿qué has estado haciendo últimamente?—Cosas —contestó ella—. ¿Y tú?—No mucho.—¿Cómo está Jenny?—Estupendamente. Crece un poco más cada día. Ya casi no le vale la

ropa —sonrió Nick.—Tendrás que ir a comprarle ropa nueva.—Supongo que sí. Pero me iría bien un poco de ayuda. Ya sabes que

esas cosas no se me dan bien —dijo, creyendo que ella entendería la insinuación. Pero no fue así—. ¿Te importaría ir conmigo de compras mañana?

—De acuerdo —dijo Rachel por fin—. Pero tengo que estar en casa a las siete.



—¿Por qué?—Pues... porque tengo planes —contestó ella, sin mirarlo.Allí estaba otra vez. Aquella mirada enigmática, aquellos planes

misteriosos.—Ultimamente siempre tienes planes. ¿Te importaría decirme que

haces?—Ya te enterarás.Nick se quedó pálido. ¿No iría a decirle que estaba saliendo con

alguien?Aquel pensamiento hizo que su corazón se encogiera. ¿Qué haría si

Rachel se comprometiera con otro hombre?Los celos empezaron a atormentarlo. Rachel necesitaba un marido y

una familia. Y él no estaba dispuesto a ello.Pero, ¿y si encontraba un hombre que sí estaba dispuesto?—A ver si lo adivino. Estás planeando el atraco a un banco —intentó

bromear. Rachel lanzó una carcajada, pero no contestó. En realidad, si estaba saliendo con alguien, no deseaba saberlo—. Muy bien. Jenny y yo iremos a buscarte mañana por la mañana y te llevaremos de vuelta a casa antes de que te conviertas en calabaza.

—No sé para qué nos hemos traído el cochecito —se quejaba Nick mientras empujaba el cochecito vacío por el pasillo de los grandes almacenes—. Jenny no ha querido sentarse desde que salimos del coche.

Rachel sonrió a la niña de regordetas mejillas que miraba a su alrededor con curiosidad.

—Le gusta que la lleven en brazos, ¿verdad, cariño?—Especialmente si eres tú —sonrió Nick—. Y no me extraña.Nick llevaba toda la mañana flirteando con ella. De hecho, el interés

con que intentaba sacarle información sobre qué hacía por las tardes sonaba particularmente posesivo.

Rachel volvió la cabeza y le dio un beso a Jenny en la mejilla, para esconder una sonrisa traidora. El consejo de Patricia de hacerle creer que había otro hombre en su vida estaba funcionando.

Y Rachel se alegraba de ello. Los celos le harían darse cuenta de cuánto le importaba ella en realidad.

Porque le importaba, de eso estaba segura. El problema no era su actitud hacia ella. El problema era su actitud hacia el matrimonio.

Rachel se fijó en una estantería con ropa interior de encaje y se le ocurrió una idea.

Fingiendo enorme interés, empezó a mirar sujetadores y braguitas casi transparentes.



—Mira qué preciosidades.La nuez de Nick subía y bajaba mientras la observaba acariciar

aquellas piezas.—Sí, claro. Pero, ¿cuándo te vas a poner algo así?—En cualquier momento —contestó ella, colocando a Jenny en el

cochecito para concentrar su atención en la provocativa ropa interior.—¿Tú te pones esas cosas?—Claro.—¿Cuándo? —preguntó Nick, irritado.Aquello estaba funcionando mejor de lo que había imaginado.—Muchas veces. Hoy, por ejemplo.Nick la recorrió entera con los ojos y Rachel decidió subir la presión.

Tomando una camisola negra completamente transparente se puso delante del espejo. En el reflejo, podía ver a Nick apartarse el cuello de la camisa con el dedo, como si lo apretara demasiado.

—¿Qué te parece?—Me parece que me va a dar un ataque al corazón —gruñó él.Rachel lanzó una carcajada.Pero él no estaba de broma. Imaginarla con aquella cosa transparente

era demasiado para sus nervios.Tuvo que tragar saliva cuando Rachel se dirigió a la sección de

tangas. Algunos eran tan pequeños que Nick se preguntaba si no serían ilegales.

¿Llevaría uno de esos tangas bajo la ropa?, se preguntaba. ¿O estaría eligiendo algo para una ocasión especial? Ninguna de las respuestas lo tranquilizaba.

Sólo respiró aliviado cuando Rachel eligió un par de prendas y la vendedora las guardó en una bolsa.

—Tengo que ir al departamento de cosméticos. ¿Te importa? —preguntó ella.

—En absoluto —contestó Nick. Cualquier cosa antes que seguir en el departamento de ropa interior.

—Estoy buscando un nuevo perfume.—¿Para qué? A mí me gusta el que llevas.—Yo creo que es hora de cambiar. Estoy buscando algo más

sofisticado, más erótico... Ah, mira, podría probar éste: Tigresa.—Despertará el animal que hay en tu hombre —leyó Nick.Rachel se puso un poco en el cuello y se acercó a él.—¿Qué te parece?



—No está mal.—Voy a probar este otro. Llamada animal.—Sí, ese suena muy delicado —dijo Nick, irónico. ¿Para quién estaría

comprando aquellos perfumes?, se preguntaba. Los celos lo estaban volviendo loco. Rachel se puso un poco al otro lado del cuello y se acercó de nuevo—. No sé... un poco fuerte.

—¿Y éste?—«Frenesí» —leyó Nick. Eso era lo que él estaba sintiendo en aquel

momento. Lo que había sentido durante años—. ¿Por qué ese repentino interés en cambiar de perfume?

—Me siento aventurera, eso es todo —contestó ella, poniéndose un poco en la muñeca. La acercó a la cara de Nick y después a Jenny, que empezó a dar palmaditas—. A Jenny le gusta, así que me lo llevo. Bueno, ya sólo me queda comprar otra cosa —dijo, mirando alrededor. Un poco después estaban frente al stand de una conocida marca de cosméticos—. ¿Tiene la nueva barra de labios, ésa que no se quita con los besos?

«¿Una barra de labios que no se quita con los besos? ¿Qué clase de barra de labios era ésa?», se preguntó Nick, furioso.

—Sí, la tenemos. Sólo se quita con desmaquillador.—Me gusta ese tono —dijo Rachel, señalando un coral muy suave—.

¿Podría probarlo?La mujer le dio la barra y Rachel la probó frente al espejo.—¿Qué te parece?A Nick le parecía muy bien. De hecho, sus labios siempre le habían

parecido más que bien.Pero no pensaba decírselo. Lo último que quería era ayudarla a que

estuviera más guapa para el hombre misterioso con el que, evidentemente, estaba saliendo.

—No está mal.—No se corre ni siquiera con el beso más apasionado —dijo la

vendedora—. Quizá su marido querría probarlo.—No es mi marido.—Su novio, entonces.—Tampoco es mi novio —dijo Rachel.—Bueno, pero a lo mejor quiere probarlo de todas formas —sonrió la

mujer.Rachel lo miró, pestañeando sugestivamente. Sin pensar, Nick la

tomó por la cintura y aplastó su boca contra la de ella.Si Rachel quería probar aquella maldita barra de labios, le haría una

prueba que no podría olvidar. Y, de paso, podría probar su técnica besatoria y compararla con la de su amante misterioso.



Apretándola contra su pecho, Nick la inclinó a un lado y la besó como en las películas. Ella murmuró algo, sorprendida, y después se derritió entre sus brazos.

Nick no necesitaba perfume, ni barra de labios, ni ropa interior de encaje para encenderse. Sólo necesitaba a Rachel. Necesitaba tocarla, sentirla, saborearla... sólo con pensar en ella se volvía loco. Ninguna otra mujer lo había hecho sentir de aquella forma, ninguna otra mujer lo había hecho perder el sentido del decoro y la propiedad...

Aquello hizo que recobrase la razón. Nick abrió los ojos y se encontró con la vendedora, que los miraba atónita. Lentamente, se irguió y colocó a una Rachel temblorosa sobre sus pies.

La gente los miraba, divertida.—¿Es una demostración de algún producto nuevo? —preguntó una

mujer.—Sí, están probando una barra de labios —contestó la vendedora.Rachel lo miraba con los ojos entrecerrados y Nick quería apretarla

contra su pecho y no soltarla nunca. Quería decirle lo importante que era para él, rogarla que no lo dejara.

Pero Nick no creía en finales felices. Creía en el aburrimiento y la monotonía y en la necesidad de ser libre.

—¿Qué? —preguntó.—¿Qué? —repitió ella, con voz ronca.—¿Ha pasado la prueba?—La prueba —volvió a repetir ella, confusa—. Ah, la barra de labios.

Pues sí —murmuró, mirándose en el espejo—. Creo que me llevaré una.—Yo también —dijo una rubia a su lado—. Siempre he buscado una

barra de labios que diera ese resultado.Desesperado por buscar algo que lo distrajera de las emociones que

aquel beso había despertado, Nick se inclinó y sacó a Jenny de su cochecito.

—Oh, vaya, se ha debido caer el rojo carmín —dijo la vendedora—. ¿Le importa mirar si está en el suelo?

Nick miró a su alrededor, pero no vio nada.—No, aquí no está.—Ya sé donde está —dijo la mujer, mirándolo—. Lo tiene su hija en la

mano.Nick miró a Jenny que, con una sonrisa de oreja a oreja, estaba

pintándole de rojo la camisa que, poco antes, había sido de un blanco inmaculado.

—Oh, no —murmuró, mirando las manchas rojas—. Parezco una víctima de Viernes 13.



—Me parece que vamos a tener que pasarnos por la sección de camisas —rió Rachel.

O allí, o al psiquiatra, pensaba Nick. ¿Por qué demonios había besado a Rachel?, se preguntaba.

Jenny era un peligro para su ropa, pero Rachel era un peligro para su cabeza y, sobre todo, para su corazón.

El teléfono estaba sonando cuando Rachel abrió la puerta de su apartamento a las diez de la noche y, dejando el equipo de buceo en el suelo, corrió al salón.

—Rachel, no sabes cómo me alegro de que estés en casa —escuchó una voz masculina al otro lado del hilo. Rachel sonrió para sus adentros. Nick. Obviamente, estaba llamando para comprobar si había vuelto a casa. Si hubiera sabido que era tan susceptible a los celos, habría intentado aquella estrategia dos años atrás—. Espero no molestarte.

—¿Ocurre algo?—Pues sí. Es Jenny.El tono preocupado del hombre la asustó.—¿Qué ha pasado?—Me parece que tiene fiebre. Se toca mucho las orejitas, como si le

dolieran.—Las infecciones de oído son muy comunes en los niños. ¿Has

llamado al pediatra?—Sí. La enfermera me ha dicho que le tome la temperatura, pero no

sé dónde ha puesto el termómetro la señora Evans. Y no puedo llamarla porque se ha ido a Tucson a visitar a su hijo.

—¿Has mirado en el botiquín?—Sí, pero no está.—No te preocupes. Voy para allá.—Gracias, Rachel —el alivio en la voz del hombre era casi palpable—.

Espero no estropearte la noche.¿Estropeársela? Todo lo contrario. No había ningún sitio en el mundo

en el que Rachel quisiera estar más que al lado de Nick y Jenny.—Llegaré en cuanto pueda.Después de colgar el teléfono, guardó algunas cosas en una pequeña

bolsa de viaje y salió del apartamento.Cuando llegó a casa de Nick media hora más tarde, él abrió la puerta

con la niña en brazos.—¿Cómo está? —preguntó Rachel.—Compruébalo tú misma.



La niña estaba haciendo pucheros y alargó los bracitos hacia ella en cuanto la vio.

—Yo creo que tiene fiebre —dijo Rachel, mirando las coloradas mejillas de la niña. Sus ojos, normalmente brillantes, estaban oscurecidos—. No te encuentras bien, ¿verdad, cariño?

La niña se pegó al hombro de Rachel y cerró los ojitos.—He parado en una farmacia para comprar un termómetro. Vamos a

tomarle la temperatura —dijo, entrando en la cocina. La expresión de Nick era de horror—. Se lo pondremos debajo del brazo —lo tranquilizó.

—Menos mal.—¿Cuándo se ha puesto malita?—Antes de echarse la siesta. Creí que estaba enfadada porque te

habías ido. Siempre llora cuanto tú te vas —contestó Nick. Aquello formó un nudo en la garganta de Rachel, que apretó con fuerza a Jenny entre sus brazos—. Pero seguía llorando y tocándose las orejitas.

Un minuto después, Rachel le quitó el termómetro para leerlo.—Treinta y nueve.—Eso es mucho, ¿no?—La verdad es que sí. Pero a veces los niños tienen fiebre y no les

pasa nada.—Será mejor que llame a la clínica —dijo Nick, tomando el teléfono.

Después de una breve conversación con la enfermera, se volvió hacia Rachel.

—Ha dicho que le demos aspirina infantil con ibuprofeno.—He comprado un bote en la farmacia. Está en la bolsa.—¿Qué eres, un médico sin fronteras? —preguntó Nick, sorprendido.—¿Qué más te ha dicho la enfermera? —sonrió Rachel.—Quiere que llevemos a Jenny a la consulta mañana por la mañana.—¿Abren los domingos?—Sólo durante una hora.—Menos mal que no tiene que esperar hasta el lunes.—También me ha dicho que la vigilemos esta noche. Si su

temperatura sube de treinta y nueve, tendremos que meterla en una bañera de agua tibia.

«Tendremos». Que Nick la incluyera de una forma tan natural en sus planes para cuidar de Jenny la calentaba por dentro.

Él también parecía haberse dado cuenta de lo que significaba aquel tendremos.

—Bueno, no he querido decir que tengas que quedarte —murmuró, metiéndose las manos en los bolsillos.



—Pero voy a hacerlo —dijo Rachel, apretando a la pequeña entre sus brazos—. De todas maneras, he traído mis cosas.

Rachel creyó haber visto un brillo de alivio en los ojos del hombre.—Me alegro. Jenny se sentirá mejor si tú estás aquí. Y yo también.

Rachel miró el despertador. Las tres de la madrugada. Su turno para vigilar a Jenny. Aunque no le hubiera hecho falta poner el despertador; la presencia de Nick la mantenía despierta.

Se puso una fina bata de algodón y, cuando llegó a la habitación de la niña, encontró a Nick al lado de la cuna, vestido sólo con los pantalones del pijama.

—¿Cómo está?—No lo sé —contestó el hombre—. Yo creo que sigue teniendo fiebre.—Vamos a ponerle el termómetro.—No tiene buen aspecto —murmuró Nick, preocupado.—Es la fiebre —dijo ella, poniéndole el termómetro debajo del bracito

—. Voy a buscar la aspirina infantil.Cuando volvió, Nick estaba mirando el termómetro. Jenny tenía casi

cuarenta de fiebre.—Será mejor que la metamos en la bañera.Nick llevó en brazos a la niña hasta el cuarto de baño y, entre los dos,

le quitaron el pijama.—No creo que se sostenga. Será mejor que me meta en la bañera con

ella —dijo Nick.—Muy bien. Yo esperaré fuera.—Por favor, quédate —la rogó él—. No voy a quitarme los pantalones,

si es eso lo que te preocupa —intentó sonreír. Rachel se puso colorada y fingió buscar una toalla para disimular su turbación. La carita pálida y los rizos rubios de Jenny contrastaban violentamente con el vello oscuro del hombre—. No te preocupes, cariño —dijo Nick cuando la niña empezó a hacer pucheros—. Papá está contigo.

Rachel sintió que su corazón se hinchaba de alegría. Nunca había amado a Nick como lo amaba en aquel momento.

Nunca había amado a nadie como amaba a Nick. Y estaba segura de que nunca volvería a amar a otro hombre de igual forma.

De rodillas frente a la bañera, Rachel tomó una toalla y empezó a mojar la carita y el cuello de la niña que había logrado meterse en su corazón.

Le encantaba estar allí con los dos, le encantaba sentirse parte de una familia, compartir su vida en los buenos y en los malos tiempos.



Quizá especialmente, los malos tiempos. Porque era entonces cuando ambos la necesitaban más.

El problema era que Nick no quería necesitar a nadie, no quería depender de nadie, excepto de sí mismo. Había pasado su infancia sometido a las restrictivas reglas de su padre y estaba decidido a no dejar que nadie más controlase su vida.

Lo que no veía era la alegría de ser necesitado, la dulzura de una vida compartida. Pero estaba empezando a descubrirlo con Jenny.

—¿Cuánto tiempo crees que debemos estar en la bañera? —preguntó Nick—. Jenny está temblando.

—Un poquito más. Hay que intentar distraerla.Nick tomó un patito de goma e intentó jugar con ella, pero la niña

seguía llorando.—Te vas a poner buena, cariño. Dentro de un par de semanas, a la

playa. Ya verás como te gusta jugar en la arena. Yo te sujetaré y saltaremos las olas, ya verás qué bonito —decía Nick. Pero la niña no se calmaba—. ¿Por qué no le cantas una canción, Rachel?

—Claro. Le encanta la de la arañita.Rachel empezó a cantar y Jenny la miró, con los ojitos llenos de

lágrimas. Tuvo que cantar la canción entera tres veces, pero al final consiguió que dejara de llorar.

—El agua está empezando a estar fría.—Entonces, será mejor que salgáis.Cuando Nick salió del agua, los empapados pantalones del pijama se

pegaban a sus muslos de tal forma que Rachel tuvo que apartar la mirada.—Voy a vestirla mientras tú te secas —murmuró.—De acuerdo.Nick volvió a la habitación unos minutos más tarde, con una camiseta

y pantalones de deporte. Rachel estaba sentada en la mecedora con Jenny en los brazos.

—Le ha bajado un poco la fiebre.—Gracias a Dios.Le dieron un biberón con zumo de naranja e hicieron turnos para

leerle cuentos. Treinta minutos más tarde, Jenny estaba dormida y Rachel aprovechó para volver a ponerle el termómetro.

—Ha bajado a treinta y ocho —murmuró.—¿Podemos meterla en la cuna?Rachel asintió. Cuando la dejó sobre el colchón, la niña se movió un

poco, pero no se despertó. Nick alargó la mano para acariciar los suaves rizos rubios.



—Que duermas bien, cariño —murmuró, antes de salir de puntillas de la habitación. La luz de la luna se filtraba por la ventana iluminando el pasillo—. Gracias por tu ayuda. No sé qué habría hecho sin ti.

—Te estás convirtiendo en un padre maravilloso —dijo Rachel.Nick suspiró y se pasó la mano por el pelo.—Estaba tan preocupado. Pobrecita, tan pequeña...—Ya.—De verdad me alegro de que estés aquí.—Yo también me alegro.El corazón de Nick estaba lleno de gratitud y de algo más que no

podía nombrar. Por eso, le pareció lo más natural del mundo tomarla entre sus brazos. Y, una vez hecho aquello, lo más natural era besarla.

Sabía que era un error, pero no podía evitarlo. Los labios de Rachel eran cálidos, sedosos y urgentes, igual que su cuerpo bajo la bata de algodón. La apretaba tan fuerte que no podía saber si era su corazón o el de ella el que latía enloquecido. Tenía una mano alrededor de su cintura, la otra en su pelo, enredando los dedos en los sedosos mechones, respirando el aroma a jazmín que tanto le gustaba.

Rachel abrumaba sus sentidos, como una noche en el trópico. Ella era todo lo que quería. La deseaba tanto... la deseaba toda, cada secreto, cada parte de ella.

—Nick —susurró ella—. Nick...La forma de apretarse contra él era más elocuente que cualquier

palabra.Nick sintió un deseo fuerte y urgente, un deseo que no podía

controlar. Sin pensar, la tomó en brazos y se dirigió hacia el dormitorio.Cuando la dejó sobre la cama, ella lo miró con los ojos brillantes. Nick

desabrochó los pequeños botones de perla del camisón, apartó la prenda y empezó a besar uno de sus pezones. El pequeño capullo se endureció y creció dentro de su boca mientras ella gemía de placer. Sus gemidos hacían que perdiera la cabeza.

Rachel estaba en su cama, deseosa y ardiente. Podía tenerla como quisiera, podía hacerla suya. Y, si lo hacía, no seguiría atormentándose con el pensamiento de que estaba con otro hombre, porque sabía que si Rachel lo amaba, lo amaría completamente. Si ella le daba su corazón, sería suya para siempre.

Y por eso, tenía que parar. Aquel pensamiento se abrió camino entre la niebla de su mente.

Tenía que parar. Rachel era una mujer para siempre y él no creía en esa palabra.

Nick se apartó. Rachel alargó el brazo para atraerlo de nuevo, pero él la apartó con delicadeza.



—Esto es un error —murmuró, con voz ronca.—No lo es. Es lo que los dos queremos.—Pues es una mala idea. Si seguimos adelante, lo lamentaremos por

la mañana.—Yo no —la voz de Rachel era un susurro, como lo había sido dos

años atrás. Y le llegaba al corazón.Nick se arriesgó a mirarla y deseó no haberlo hecho. Su cara estaba

iluminada por la luz de la luna, sus ojos brillaban como zafiros. Su camisón desabrochado se abrió cuando se incorporaba, exponiendo sus deliciosos pechos.

Nick se dio la vuelta, sabiendo que toda su resistencia se evaporaría si volvía a tocarla.

—Pero yo sí, Rachel —murmuró—. Es mejor que vuelvas a tu habitación a dormir un poco.

—¿Eso es lo que tú vas a hacer?—No. Yo voy a darme una ducha fría. Y espero no encontrarte en mi

cama cuando salga.Nick se dirigió al cuarto de baño y cerró la puerta. Estaba seguro de

que Rachel no lo seguiría allí, pero tampoco había creído que lo besara en público, o que actuara como una seductora en privado. Estaba descubriendo muchas cosas nuevas y turbadoras sobre su personalidad.

Y no podía evitar preguntarse quién más estaría haciendo aquellos descubrimientos. No le había preguntado dónde había estado aquella noche, porque no estaba seguro de poder soportar la respuesta.

Suspirando, se quitó la ropa, entró en la ducha y abrió el grifo del agua fría.



Capítulo 9Cuando Rachel entró en la cafetería de la oficina el lunes por la tarde,

se encontró con Patricia y Olivia.—Olivia me ha dicho que has pasado el fin de semana con Nick —dijo

Patricia, emocionada—. ¿Qué ha pasado?Rachel se había estado haciendo aquella misma pregunta. Poniendo

una moneda en la máquina de refrescos, eligió uno y fue con él a la mesa de sus amigas.

—Jenny se puso malita el sábado por la noche y el domingo por la tarde volví a mi casa.

—Eso no es lo que te estoy preguntando —dijo Patricia, impaciente—. Quiero saber qué ha pasado entre Nick y tú.

—Por un momento pareció que iba a pasar algo —suspiró Rachel.—¿Y?—Y nada.—¿Nada? —repitieron Olivia y Patricia al unísono.—Nada de nada —dijo Rachel—. Cuando las cosas empezaron a

ponerse intensas, él se apartó.—¿No me digas que te rechazó?—Pues... más o menos. Y el domingo por la mañana me trataba como

si yo fuera una tía anciana o algo así. Estaba tan amable que me dieron ganas de darle una bofetada.

—Yo creo que está intentando controlarse —dijo Patricia.—Y no creo que te vea como a una tía anciana —sonrió Olivia—. Esta

mañana, cuando discutíamos lo de la auditoría interna, Nick no te quitaba los ojos de encima. Estaba tan absorto que le he tenido que repetir una pregunta tres veces.

Patricia levantó las cejas.—A mí me parece que la cosa va bien.—Puede que se quede mirándome, pero eso es todo lo que hace —

sonrió Rachel.—No seas tonta, es estupendo. Se siente incómodo a tu lado —dijo

Patricia.—¿Tú crees?—Claro. Cuanto más incómodo esté, más rápido se dará cuenta de

que tiene que hacer algo.Rachel tomó un sorbo de su refresco.



—Ya. Pues espero que no pida el traslado a Nueva Caledonia para dejar de sentirse incómodo. Siempre le da por marcharse cuando tiene problemas.

—No puede hacerlo, Rachel. Ahora es el vicepresidente para asuntos financieros. No hay ningún cargo más alto que ése.

—Es verdad, Rachel —dijo Olivia—. Lo tienes acorralado.—Aún no, pero lo estoy intentando —sonrió ella—. Espero terminar la

faena dentro de dos semanas, en Saint John.—¿Cómo van las clases de buceo?—Fenomenal. Este fin de semana haré mi primera prueba en aguas

profundas de verdad.—¿Dónde?—Nos vamos a Cancún.—¿A Cancún, Méjico? ¡Qué bien! —exclamó Olivia.Nick entraba en ese momento en la cafetería.—¿Te vas a Cancún, Patricia? —preguntó.—Yo no. Rachel —contestó la joven. Nick miró a Rachel, sorprendido,

pero no dijo nada—. ¿No trabajaste tú en Cancún hace años, Nick?—Sí. Cuando Rex abrió el primer hotel —contestó él, mientras sacaba

un refresco de la máquina.—Pues entonces podrás aconsejar a Rachel qué sitios debe visitar.Rachel le dio una patada a su amiga por debajo de la mesa.—Qué viaje tan repentino, ¿no?—En realidad, no.—Ah, ya veo. Es que no habías querido contármelo.—No sabía que estuvieras interesado.—¿No sabes que hay que pedir los días de vacaciones con dos

semanas de antelación?—No voy a tomarme días de vacaciones —contestó Rachel—. Me

marcho el viernes por la tarde y vuelvo el domingo por la noche.—Bueno, nosotras tenemos que irnos —dijo Patricia.—Pero si aún tenemos cinco minutos... —empezó a protestar Olivia.

Su amiga lanzó sobre ella una mirada fulminante.—Tengo que hablar contigo sobre la nueva secretaria de marketing.—Ah, es verdad —dijo Olivia entonces.Las dos mujeres salieron de la cafetería, dejando solos a Rachel y

Nick.—Ese viaje tan repentino es un poco raro, ¿no?



—No sé por qué dices eso.—Pues, no sé, irte sola a Cancún no te pega mucho —dijo él, irritado.—¿Y quién ha dicho que voy sola?—Ah, ya veo.—No, no lo ves —replicó Rachel, levantándose—. Hay muchas cosas

de mí que no quieres ver. Lo creas o no, yo soy capaz de crecer y cambiar. Al contrario que otros.

—Pues a mí no me gustan esos cambios.—Ni siquiera sabes cuáles son, Nick Delaney. Lo que no te gusta es tu

reacción a esos cambios. Quizá deberías preguntarte a ti mismo por qué te molestan tanto —dijo, antes de salir abruptamente de la cafetería.

No tenía sentido seguir hablando con él, no tenía sentido intentar convencerlo de que, a pesar de sus convicciones, él era capaz de comprometerse con alguien.

Tenía que descubrirlo por sí mismo. Y esperaba que así fuera en su viaje a Saint John. Ella haría todo lo posible para que ocurriera, pero temía que el miedo de Nick a la permanencia fuera lo único permanente en él.

—Justo a tiempo —dijo la rubia azafata cuando Nick entraba en el avión, con Jenny en brazos—. Estábamos a punto de quitar la escalerilla.

—He tardado más de lo que pensaba en vestir a la niña —se excusó él. Lo que no le dijo era que había tenido que volver a su casa para cambiarse de camisa después de que Jenny le tirase encima el biberón con zumo de manzana.

—¿Has hecho esperar a tu papá, chiquitina? —preguntó la azafata.«Papá». Era curioso que la palabra no lo molestase. De hecho, le

encantaba oírla.—Es una niña preciosa.—Gracias —sonrió Nick, mientras intentaba llegar a su asiento sin

golpear al resto de pasajeros con la bolsa de pañales que llevaba colgada de un hombro y el ordenador portátil que llevaba en el otro.

—¡Nick, Jenny!Cuando Nick levantó la cabeza, se encontró con Rachel. Y eso que

había cambiado de vuelo para no encontrarse con ella.—Creí que ibas en el avión con el resto de los empleados.—Iba a hacerlo, pero tenía que repasar un informe contigo y le pedí a

la agencia de viajes que cambiara mi billete —explicó ella.—Ya.Estupendo, pensaba. Había conseguido evitarla durante las últimas

dos semanas, pero tenía que ir sentado a su lado durante un viaje de cuatro horas.



Suspirando, Nick dejó la bolsa de los pañales en el suelo. No podía culparla. La había estado evitando y eso había dificultado su trabajo. Pero tenía que alejarse de Rachel, tenía que romper el hechizo que parecía ejercer sobre él.

No podía dejar de pensar en aquel viaje a Cancún.Aunque no quería saber nada del viaje. No quería saber lo que había

hecho, ni dónde había comido, ni los lugares que había visitado.Y, sobre todo, no quería saber con quién había ido. El pensamiento lo

ponía enfermo. Había vuelto el lunes siguiente, bronceada y alegre, y Nick no había podido dejar de imaginar cosas. Sobre todo cuando estaba solo en su cama, aquella cama en la que la había besado y en la que podría haberla hecho suya.

Jenny alargó los bracitos hacia Rachel y ella la tomó en brazos, sonriente.

—¿Dónde está la señora Evans? —preguntó—. Creí que vendría contigo.

—Ha tenido que asistir al funeral de una amiga. Se reunirá con nosotros mañana —contestó él. En cuanto el avión despegó, Jenny empezó a llorar. Los gritos eran tan desesperados que todo el mundo se volvió para mirarlos—. Jenny, ¿qué te pasa? —preguntó, intentando tomarla en brazos. La niña se apartó y se abrazó a Rachel.

—Puede que le duelan los oídos —dijo Rachel.Nick miró a la llorosa niña, preocupado.—El doctor Jackson me dijo que se le había pasado la infección.—Es posible que le afecte el cambio de presión —explicó ella—.

¿Llevas un biberón? Se le pasará si traga algo.Nick se inclinó para buscar el biberón dentro de la bolsa. Unos

segundos y varios tragos más tarde, Jenny dejó de llorar y sonrió.—Parece que se le ha pasado. Menos mal —murmuró Nick.—Si hubiera seguido llorando un minuto más, nos habrían echado del

avión —sonrió Rachel.Nick la miró, sorprendido. Siempre sabía lo que había que hacer. A

pesar de la tensión entre ellos, se sentía aliviado y contento de estar con ella.

Jenny parecía sentir lo mismo y miraba a Rachel con adoración.—Ma... ma.Los dos se quedaron inmóviles.—¿Ha dicho algo? —preguntó Nick.Como respuesta, Jenny alargó la manita para tocar la cara de Rachel.—Ma... ma.—Te ha llamado mamá.



Rachel miró a la niña, sintiendo que el corazón se le hinchaba dentro del pecho. Pero el gesto de Nick era bien diferente. Sabía que era ridículo, que ella no tenía la culpa de que Jenny la quisiera tanto, ni siquiera tenía la culpa de que él se sintiera tan atraído por ella.

Pero aquello tenía que terminar. Una cosa era jugar con fuego y otra dejar que lo hiciera Jenny. La niña acababa de perder a sus padres y no podría soportar otra pérdida.

De repente, Nick supo lo que tenía que hacer. Tenía que alejar a Rachel de la vida de Jenny. No podía permitir que la niña creyera que Rachel era su madre.

Y él tampoco podía seguir al lado de aquella mujer. Tenía que cortar los lazos con Rachel, completamente y para siempre.

—¿Qué tenías que discutir conmigo? —preguntó.—Bueno, eso puede esperar un poco. Hablaremos cuando Jenny se

duerma.—Cuando Jenny se duerma, tengo que consultar mis notas —dijo Nick,

con sequedad—. Será mejor que hablemos ahora del informe.Aquello le había dolido. Nick podía verlo en sus ojos. Rachel intentaba

disimular, pero él se había dado cuenta.—Tengo que sacar mi maletín —dijo ella suavemente, dándole a la

niña.Ella se había dado cuenta. Se había dado cuenta de que lo había

molestado que Jenny la llamase mamá. Se había dado cuenta de que pretendía distanciarse. Nick sintió un extraño dolor en el pecho.

Había creído que Rachel estaba fuera de su corazón, pero se había equivocado. Si no podía controlar la situación, tendría que volver a marcharse.

Pero marcharse no sería tan sencillo como lo había sido dos años atrás. No podía marcharse siendo vicepresidente de Barrington. De hacerlo, tendría que cambiar de trabajo.

Le daría a Rachel una última oportunidad. Desde aquel momento, haría lo imposible para mantener una relación profesional. Si no podía hacerlo, tendría que hacer cambios drásticos en su vida. Por Jenny y por Rachel.

Y por él mismo.

Dos días más tarde, Rachel caminaba, pensativa, por el paseo marítimo. A lo largo del paseo había palmeras, buganvillas, azaleas y otras plantas tropicales, pero ella estaba demasiado preocupada como para fijarse en toda aquella belleza.

Su futuro dependía de aquel viaje y las cosas no iban como ella esperaba. Todo lo contrario.



Nick la trataba con amabilidad, tanta que se sentía invisible. Sólo lo veía cuando hablaban de trabajo y, cuando terminaban las reuniones, siempre estaba rodeado de gente.

En lugar de acortar distancias como había esperado, aquel viaje las había ampliado y ella sabía por qué. Jenny la había llamado mamá y Nick había sentido pánico.

Ella también, aunque su corazón se había derretido. Nada le gustaría más que ser la madre de Jenny, pero no lo era. Y, por la forma de actuar de Nick, no lo sería nunca. Rachel tuvo que hacer un esfuerzo para evitar las lágrimas.

Las cosas no podían seguir de ese modo. Nick tenía que comprometerse o ella tendría que apartarse de la vida de Jenny. No podía dejar que la niña sufriera por su causa.

La excursión de aquel día era su última oportunidad. Para asegurarse de que conseguiría su objetivo, había ido al puerto el día anterior y había convencido a Harry, el capitán del barco, de que la emparejase con Nick.

Rachel no le había explicado las razones, pero Harry había adivinado inmediatamente que era por motivos románticos.

—No se preocupe, señorita, me aseguraré de que usted y su amigo estén juntos bajo el agua —le había dicho.

Cuando llegó al puerto, Nick y otros cuatro directivos de Barrington salían del coche.

—Rachel, ¿qué haces aquí? —preguntó Nick.—Voy a bucear —contestó ella, intentando aparentar naturalidad.—Pero si te da miedo el agua, tú misma lo dijiste.—Ya no. Tengo un diploma de submarinismo —dijo ella, sacando de

su bolsa una tarjeta plastificada.Nick la miró, atónito.—Pero... ¿cuándo, dónde?—Tomé unos cursos en Phoenix y después pasé las pruebas en

Cancún.—Pero eres una principiante. No creo que sea buena idea que

participes en la excursión de hoy. Nosotros tenemos experiencia y...—No tendrá ningún problema —intervino Harry, el capitán del barco

—. Vamos a un sitio fácil para bucear. No es muy profundo.—Yo estuve el año pasado —dijo otro de los hombres—. Era mi

primera vez y no me resultó difícil.—Ya que está tan preocupado, ¿por qué no bucea con ella, señor

Delaney? De ese modo, se quedará tranquilo —dijo Harry. Nick no podía negarse. Si lo hacía, quedaría como un idiota. Para rematar la jugada, Rachel llevaba unos pantalones cortos y una camiseta tan escotada que le hacían imposible pensar con claridad—. Vamos, todo el mundo, al barco.



Uno por uno subieron al Bruja del mar y Nick se encontró sentado al lado de Rachel en el banco de cubierta.

—¿Cuándo te has aficionado al submarinismo? —preguntó.—Cuando me hablaste de este viaje. Me pareció divertido.—¿Y tu miedo al agua?—Me di cuenta de que mis miedos me impedían hacer cosas —se

encogió Rachel de hombros—. Así que decidí terminar con ellos de una vez.

—¿Y cómo lo has hecho?—Ha sido muy sencillo. Tanto que me avergüenza no haberlo

intentado antes —contestó ella, apartándose un mechón de pelo de la cara—. Empecé nadando en la piscina, después pasé a un lago y, por fin, a la playa de Cancún.

—¿Cuándo empezaste a tomar lecciones de buceo?—Hace unas semanas. Todas las noches.«Todas las noches». El había pensado que salía con otro hombre,

pero lo que estaba haciendo era tomar clases de buceo. Nick sintió que un enorme peso se le quitaba de encima.

—¿Y por qué no me lo habías contado?—Quería darte una sorpresa —contestó ella—. ¿Te he sorprendido? —

preguntó, mirándolo a los ojos. Habría tomado clases todas esas noches? ¿Habría ido a Cancún sola?—. ¿Te he sorprendido o no?

—¿Qué?—¿Te he sorprendido?—Desde luego que sí —contestó él.—Espero que no te importe que haya venido a esta excursión —dijo

ella, observando el ceño fruncido del hombre—. En mis clases, terminaba con más aire en el tanque que el resto de mis compañeros. Según mi profesor, eso significa que estaba muy relajada bajo el agua.

El resto de sus compañeros.—Entonces, ¿fuiste a Cancún con otros compañeros?—Sí, éramos cinco —contestó ella—. Chicos y chicas.En ese momento, el barco se paró y Nick se alegró de no tener que

seguir hablando del tema.—Bueno, vamos a prepararnos.Harry echó el anda y empezó a distribuir los equipos.—Tengo equipo para todo el mundo, excepto para usted, señor

Delaney. Usted dijo que traería el suyo.—Así es. Sólo necesito una bombona.



—Escoja la que quiera —dijo el hombre.Nick tomó una de ellas y la ajustó a su equipo para probar los tubos y

el regulador. Pero cuando vio el escotado bañador negro de Rachel se quedó sin habla.

Cuando todos estuvieron preparados, Harry se colocó frente a ellos.—Muy bien. Vamos a recordar las señales —dijo el hombre, cerrando

el puño y levantando dos dedos—. ¿Qué significa esto?—Arriba —contestó Rachel—. Y si no levantas los dedos, abajo.—¿Y esto? —preguntó Harry, colocándose la mano en el cuello.—Significa que estás sin aire —contestó uno de los ejecutivos.—Muy bien —dijo el capitán, poniéndose la mano en la boca.—Eso significa que tienes que compartir tu bombona con tu

compañero, pasándote el regulador —dijo otro hombre.—Se llama «respiración a dos» —añadió Rachel.—Estupendo —dijo Harry, cerrando la mano.—Eso significa peligro.—Uno más. ¿Qué es esto? —preguntó, haciendo un círculo con el

pulgar y el índice.—Que todo va bien —dijo Rachel.—Eso es. Bueno, chicos, espero que sigáis las tres reglas de Harry

para bucear. Regla número uno, nada de ataques de pánico. Regla número dos, no contener la respiración mientras se sube y regla número tres, estar siempre cerca del compañero. ¿Todo el mundo de acuerdo? —preguntó. Todos asintieron—. Muy bien, vamos allá.

Nick miró a Rachel, esperando ver miedo en sus ojos, pero sólo había emoción. Tenía que admitir que parecía saber lo que estaba haciendo. Después de comprobar el regulador por última vez y, sujetándose las gafas de buceo, saltó del barco hacia atrás con un estilo inmejorable.

Nick la siguió. Inmediatamente, empezó a sumergirse en las sensaciones, la frialdad del agua, el sonido de su propia respiración a través del regulador, el sabor salado del mar. Cuando estuvo al lado de Rachel le hizo la seña con el pulgar hacia abajo y ella la repitió. Nick tomó su mano y, juntos, empezaron a descender.

El agua era tan clara que daba una sensación de mareo. Era como mirar hacia abajo desde un edificio de siete pisos.

Rachel apretaba su mano, señalando con la otra los bancos de coral. Un segundo después, señaló hacia un banco de peces tropicales, con cuerpos arlequinados. Cuando Rachel volvió a apretar su mano para mostrarle una medusa, Nick tuvo que sonreír apretando el regulador con los dientes. El había buceado en aguas difíciles, a través de cuevas y en lugares peligrosos, pero ninguna de esas excursiones lo había emocionado tanto como aquélla con Rachel.



Ella lo miró, con los ojos llenos de alegría infantil. Estaban en otro mundo, juntos los dos, un mundo privado que excluía todo lo que no fuera aquel momento.

Si lo pensaba bien, era como el mundo que compartían cada vez que se besaban.

Intentando que sus pensamientos recorrieran territorio más seguro, Nick miró hacia abajo. Estaban cerca del banco de coral y los increíbles colores casi lo cegaban.

Nick tenía una sensación de paz que pocas veces había experimentado en su vida.

Y, de repente, algo empezó a ir mal. Muy mal. Intentaba respirar, pero no salía aire de su bombona.

Se ajustó el regulador y volvió a intentarlo, pero sólo inhalaba vacío.Estaba a treinta metros bajo el agua, con una buceadora inexperta y

se había quedado sin aire. Nick empezó a mirar alrededor, buscando a sus compañeros. Los más cercanos estaban a veinte metros.

Podría perder el conocimiento antes de llegar hasta ellos y ya le dolía el pecho por la necesidad de oxígeno.

Nick volvió a mirar a Rachel. Algo en su expresión la había avisado de que ocurría algo porque se quitó el regulador de la boca y se lo pasó.

Nick la miró a los ojos. Su mirada era tranquila. Ella insistía en que tomara el regulador y, por fin, él lo aceptó. El oxígeno calmó inmediatamente el ardor de sus pulmones y, unos segundos después, volvió a pasárselo a ella. Sin soltar su mano, iban pasándose el regulador mientras, lentamente, subían a la superficie. Era la mayor de las intimidades, más íntimo que hacer el amor.

No sólo era respirar. Era amar.Aquel pensamiento lo sorprendió mucho más de lo que lo hubiera

sorprendido en otras circunstancias. La vida parecía algo irreal, como si el tiempo se hubiera parado. Un sentimiento de felicidad lo embargaba, un sentimiento ilógico en aquellas circunstancias.

No tenía sentido, pero así era.Era Rachel. Nunca habían estado más cerca, nunca se había sentido

de tal forma conectado a otro ser humano. Estaba tan concentrado en ella en aquel momento que se sorprendió al llegar a la superficie.

Nick tomó una ansiosa bocanada de aire y nadó con ella hasta la escalerilla del barco.

Una vez pasado el peligro, Rachel había empezado a temblar y no acertaba a encontrar el peldaño de la escalerilla, pero hizo un esfuerzo. Tres pasos más y estaba en el barco. Dos pasos más y Nick le quitaba el pesado equipo. Un paso más y estaba en sus brazos.



Capítulo 10Las sensaciones se arremolinaban mientras estaba en brazos de Nick.

La solidez de su pecho, el olor a mar, el bienvenido calor de sus brazos. Se mantuvieron en silencio durante unos minutos, unos minutos en los que el sonido de las olas y el latido de sus corazones llenaba el silencio.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Nick, apartándose unos centímetros para mirarla. Rachel asintió—. Estás temblando. ¿Tienes frío?

—No. Sólo un poco de miedo.—No me dio la impresión de que tuvieras miedo —sonrió él—. Me has

salvado la vida. ¿Te das cuenta, Rachel?Ella sonrió, insegura.—¿Qué te ha pasado ahí abajo?—No lo sé. Debió estropearse mi regulador. El medidor decía que la

bombona estaba llena, pero no podía respirar.—¿Por qué no me hiciste la señal?Nick dudó un momento.—Pues... no sé, no quería asustarte. Quería buscar a algún otro

compañero para pedirle ayuda.—Pero yo no sabía qué te pasaba. Creí que te había picado una

medusa o algo así —dijo Rachel—. Me asusté porque no sabía qué te pasaba.

—Lo siento. No quería ponerte en peligro.—Pero Nick, es la «respiración a dos» y yo sabía hacerlo

perfectamente —dijo ella, temblando de rabia—. Quería demostrarte que podemos ser compañeros.

—No te entiendo —dijo él, sorprendido—. Yo siempre te he visto como una compañera.

Las lágrimas asomaron a los ojos de Rachel.—Quería que supieras que no voy a intentar sujetarte. Que no voy a

ser aburrida.—«¿Aburrida?» ¿Creías que te encontraba aburrida? —repitió Nick,

incrédulo. Rachel asintió con tristeza—. ¿Cómo has podido pensar eso? ¿Es que no sabes que eres la mujer más excitante que he conocido nunca? ¿No sabes cómo me haces sentir? Cuando estoy contigo, no puedo pensar en otra cosa más que... en esto.

Nick la tomó por la cintura y la atrajo hacia sí. Pero aquella vez, el abrazo no era cálido y de compañero, sino ardiente y hambriento. La boca del hombre tomó la suya con ansia y la besó, acariciando su espalda.

El barco se movía con las olas y el mundo de Rachel se movía con él.



Todo su universo estaba en el cuerpo cálido de aquel hombre, en el roce de sus manos, en el urgente calor de su boca. La delgada tela de su bañador hacía que se sintiera desnuda y sentía una llama de fuego líquido dentro de ella.

Se sentía como si hubiera nacido para aquel momento, como si toda su vida hubiera sido un preludio para aquel segundo.

—Te quiero —susurró, sin poder evitarlo.Deseaba oír lo mismo de los labios del hombre. Necesitaba oírlo,

como necesitaba oxígeno para respirar.Nick se quedó inmóvil y dejó caer las manos a los lados. Sus ojos se

oscurecieron.Su silencio era más elocuente que las palabras.El mundo pareció abrirse a los pies de Rachel, destrozando sus

sueños, convirtiendo sus más profundas esperanzas en cenizas. Rachel escuchó un ruido metálico, pero su cerebro no lo registró. Su dolor era tan intenso que podría haber sido el sonido de su corazón al romperse.

—Los otros buceadores han vuelto —dijo Nick—. Hablaremos más tarde.

Rachel lo observó dirigirse a la parte trasera del barco, sabiendo que no habría más tarde.

Nick era incapaz de amarla y no serviría de nada hablar de ello. No tenía sentido seguir intentando lo que era un imposible.

Y tampoco tenía sentido quedarse en Saint John. Haría su maleta, guardaría en ella los pedazos de su corazón y sus sueños rotos y volvería a casa aquel mismo día.

Nick estaba frente a la ventana de su despacho el lunes por la mañana, mirando un Toyota azul. El coche de Rachel.

Ella estaba allí, en su despacho, cerca de él.Nick volvió a mirar el informe que tenía en las manos, pero era

incapaz de leer las columnas de números. Sólo podía pensar en Rachel.Nick sabía que no se había portado bien, pero su declaración de amor

le había hecho sentir que se quedaba sin aire de nuevo.No quería que ella lo amase. Y no quería amarla. El amor implicaba

permanencia, compromiso, matrimonio. Y el matrimonio significaba pérdida de libertad, un lento y gradual declive hacia la rutina. El quería vivir, ser libre para crecer y cambiar sin tener que darle explicaciones a nadie.

Con un suspiro de frustración, volvió a intentar concentrarse en el informe, pero fue interrumpido por un golpecito en la puerta de su despacho.

Cuando levantó la cabeza, se quedó sorprendido.



—Buenos días, Rachel. Pasa, por favor.Estaba más guapa que nunca, con un traje de color coral que

destacaba su bronceado y unos zapatos de tacón de color beige que alargaban aún más sus piernas.

Nick le señaló una silla, pero ella negó con la cabeza.—Lo que tengo que decirte es muy breve.Nick intentaba aparentar tranquilidad, pero los latidos de su corazón

resonaban en su cerebro.Rachel le dio un papel.—¿Qué es esto?—Una solicitud de traslado. El director financiero del hotel de San

Diego necesita una ayudante. Le había dicho que no, pero después de... —su voz se rompió. Rachel se aclaró la garganta—. Después de pensarlo, he decidido que estoy interesada. Si tú hablas con Rex, estoy segura de que aceptará mi traslado.

Aquello fue como una puñalada. Debería haber esperado algo así, pero lo había pillado desprevenido. Nick se levantó y dio un paso hacia ella.

—Rachel, no quiero que salgas huyendo...—No puedo quedarme, Nick. No puedo trabajar contigo —lo

interrumpió ella—. Además, he decidido volver a la universidad para titularme en educación infantil y el puesto de ayudante en San Diego me dejará tiempo libre para ir a la universidad.

Un vacío llenaba el pecho de Nick, el mismo vacío que había experimentado a los dieciocho años cuando su padre lo había echado de casa.

—Entonces, ¿vas a intentar hacer realidad tus sueños?—Sí. Al menos, este sueño puedo alcanzarlo.A Nick le hubiera gustado calmar la angustia que veía en sus ojos,

tomarla entre sus brazos y decirle que todo iba a salir bien.Pero no podía hacerlo. Sabía que ella no lo creería. Ni siquiera lo creía

él mismo.—Sabes que no me interpondré en tu camino —dijo, sintiéndose más

triste de lo que lo había estado en su vida—. Si estás segura de que esto es lo que quieres, hablaré con Rex.

—Hay una cosa más. Tengo algunas semanas de vacaciones y me gustaría tomármelas antes de empezar en mi nuevo puesto.

—Claro. ¿Cuándo quieres tomártelas?—Inmediatamente.Desde luego, no estaba perdiendo el tiempo. Pero no podía culparla.

Él mismo se había marchado abruptamente dos años antes.



—Muy bien —dijo, con un nudo en la garganta—. Si eso es lo que quieres...

—Sí —dijo ella, dándose la vuelta.—Rachel —dijo Nick, tomándola del brazo. Buscaba algo que decir,

cualquier cosa para alargar el momento de la partida—. Te echaré de menos.

Los labios de ella temblaron un momento hasta que consiguió esbozar una sonrisa. Después, sin decir una palabra, salió del despacho.

Era asombroso lo vacía que podía parecer una habitación, pensaba Nick al pasar por delante del despacho de Rachel al día siguiente. La mesa estaba limpia de papeles y las plantas habían desaparecido. Sin Rachel, parecía un lugar helado.

Como se sentía él por dentro.Aquel día no iría a comer al restaurante de siempre porque sabía que

se encontraría con las amigas de Rachel. Por la mañana, Patricia y las demás lo habían fulminado con la mirada en la cafetería.

Iría a la tienda de deportes para que arreglaran su regulador. Y, de paso, preguntaría por algunas excursiones de buceo. Planear un viaje era su habitual forma de curar la tristeza.

Podría explorar alguna cueva submarina o hacer parapente. Cuanto más deprimido estaba, mayor era la aventura que emprendía.

Y, sin embargo, en aquel momento no le apetecía aventura alguna. Quizá era por Jenny. La responsabilidad de tener que cuidar de una niña tan pequeña había hecho que perdiera el entusiasmo por el peligro.

Seguramente era eso, se decía. Pero se estaba mintiendo a sí mismo. La verdad era que, sin Rachel, la vida le parecía tan árida como el desierto de Arizona.

Nick entró en su coche y se dirigió a la tienda de deportes. Cuando aparcó frente al edificio de color tabaco, sacó el regulador estropeado de la guantera. Por fuera, todo parecía en orden. Nada demostraba que estuviera roto.

Como él mismo.Nick se quedó mirando el regulador. Sólo era un trozo de metal y

goma, y sin embargo le confiaba su vida. Una vez lo había defraudado, pero allí estaba, dispuesto a arreglarlo y darle otra oportunidad.

Rachel nunca lo había defraudado. Siempre había estado cuando él la necesitaba. Incluso le había salvado la vida y, sin embargo, no estaba dispuesto a darle una oportunidad.

Nick estudiaba el regulador y los largos tubos de goma, dándole vueltas a la cabeza. Cuando estaba bajo el agua, dependía completamente de aquella pieza. Estaba atado a ella y, sin embargo, no limitaba su libertad.



Todo lo contrario. Cuando confiaba en su regulador y en la bombona de oxígeno, era capaz de explorar un mundo que, de otro modo, nunca habría podido conocer.

«Quizá el matrimonio es lo mismo», pensó entonces. Quizá habría otra dimensión que él nunca había querido ver. Nunca había visto el fondo del mar hasta que había aprendido a bucear, pero eso no significaba que el fondo del mar no existiera.

Su corazón se aceleró. Quizá nunca había entendido la idea del matrimonio. En lugar de ver lo que podía ofrecer, siempre había visto lo que podía quitarle.

Pensaba que el matrimonio era una pérdida de libertad, pero ¿qué era la libertad? Sólo la habilidad de hacer lo que uno quiere.

Y lo que él quería era estar con Rachel.En aquel momento y durante el resto de su vida. Quería pasar su vida

con ella. Con ella, con Jenny y quizá con un par de niños más.Un sentimiento de libertad lo llenó por completo, una libertad que

nunca antes había conocido. Amaba a Rachel. Había intentado negárselo a sí mismo, pero era un hecho innegable. La amaba y quería casarse con ella.

Y tenía que decírselo, aunque podría no ser fácil hacer que ella lo escuchara. Le había hecho daño dos veces y no estaría deseando darle otra oportunidad.

Nick miró el regulador y chasqueó los dedos.—¡Eso es! —exclamó.Sonriendo, tomó el teléfono del coche y llamó a la oficina.

—No sé por qué he tenido que volver a la oficina —se quejaba Rachel a su amiga Patricia—. He pedido un traslado, no voy a dejar la empresa.

—Es una regla nueva que ha inventado Rex. Cada vez que un empleado pide un traslado y le es concedido, quiere entrevistarlo para asegurarse de que no se ha creado un problema en la oficina.

—Pues no sé por qué no podía haberlo hecho por teléfono —suspiró Rachel.

—Yo lo único que hago es obedecer órdenes —se encogió Patricia de hombros—. El propio Rex me ha pedido que te llamase.

—Nos hemos pasado del tercero. ¿No vamos a personal? —preguntó Rachel, cuando vio que el ascensor seguía subiendo.

Patricia sonrió de una forma que a Rachel le pareció extraña.—Es que estamos de obras y he pensado que podíamos utilizar tu

antiguo despacho.



—Oh, no —gimió Rachel—. No quiero volver a ver a Nick, Patricia. No podría soportarlo.

—No te preocupes, no lo verás.Patricia actuaba de una forma muy rara. Parecía demasiado alegre.—¿No será una fiesta sorpresa? Ya sabes que no me apetece nada.—¿Quieres tranquilizarte? No es ninguna fiesta.Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Rachel se quedó

inmóvil. En la puerta de su despacho estaban sus amigas y el resto de los empleados del departamento, incluido Rex y su ayudante, Mildred.

—¿No habías dicho que no era una fiesta? —dijo Rachel entre dientes.—Y no lo es.—Entonces, ¿por qué está todo el mundo en la puerta de mi

despacho?—Entra y lo verás —dijo Patricia. Rachel intentaba devolver las

sonrisas a sus compañeros, pero le pesaba el corazón—. Vamos, entra.Cuando entró, se quedó helada. No podía creer sus ojos. El despacho

estaba lleno de peceras. Montones de peceras llenas de peces tropicales. Y, lo más asombroso, en medio del despacho había un barco hinchable y, dentro del barco, Jenny.

Atónita, Rachel se volvió hacia sus compañeros.—¿Qué es esto?—Yo te diré lo que es —dijo Nick, entrando en ese momento. Sobre la

impoluta camisa blanca llevaba el equipo de submarinismo y, sobre los mocasines, unas aletas. Estaba ridículo, pero Rachel no tenía ganas de reír—. No sé si lo recuerdas, pero habíamos dejado una conversación a medias. Así que he pensado recrear el ambiente.

Rachel sentía que le temblaban las piernas.—¿De qué estás hablando?Nick se volvió hacia sus compañeros, con una sonrisa en los labios.—Lo siento, chicos, pero esta parte es privada —dijo, cerrando la

puerta—. Si no recuerdo mal, estábamos en un barco en medio del Caribe. Tú me habías salvado la vida y dijiste que me querías —murmuró, acercándose un poco más—. Me diste un susto de muerte, Rachel. Quedarme sin aire a treinta metros de profundidad no era nada comparado con lo que sentí cuando dijiste esas palabras. ¿Y sabes por qué me daba miedo? —preguntó, tomando su mano. Rachel negó con la cabeza, incapaz de decir una palabra—. Porque yo también te quiero. Te quería hace dos años y te sigo queriendo.

El corazón de Rachel parecía estar a punto de salirse de su pecho. Hubiera deseado pellizcarse para comprobar que no estaba soñando.

—Nick...



—No quería amarte, no quería amar a nadie —continuó él—. Estaba seguro de que el amor siempre terminaba en decepción y dolor. Y entonces me di cuenta de que había conseguido casi todos mis sueños. Excepto el que deseaba más, el que siempre había deseado. Tanto que no me atrevía a admitirlo.

—¿Y cuál es? —preguntó Rachel.—Una familia. Lo deseaba cuando era un niño y creo que lo he

deseado siempre. He intentado llenar este vacío en mi interior con un montón de actividades. He escalado montañas, he cruzado ríos, me he lanzado en paracaídas, pero, al contrario que tú, nunca me he atrevido a enfrentarme con el mayor de mis miedos. Nunca he arriesgado mi corazón —dijo él, tomando su mano—. Creí que si no admitía lo que sentía por ti, se me pasaría. Pero no ha sido así. Todo lo contrario.

Rachel estaba tan emocionada que casi no podía encontrar su voz.—¿Qué estás diciendo?—Estoy diciendo que por fin me he dado cuenta de que la vida es

como una excursión bajo el mar. Es mucho mejor cuando se usa la «respiración a dos» —sonrió, dándole una caja que había sobre la mesa—. Esto es para ti.

Con manos temblorosas, Rachel levantó la tapa. Dentro, envueltos en papel de seda, había un par de guantes de submarinismo y en uno de los dedos del guante izquierdo, brillando como el sol del Caribe, un anillo de diamantes.

Rachel se volvió hacia Nick, con el corazón en la garganta.—Oh, Nick...—Si vamos a tirarnos al agua, será mejor que lleves el equipo

adecuado —sonrió el hombre. De repente, hincó una rodilla en el suelo y tomó su mano—. Te quiero, Rachel. Quiero que seas mi compañera ahora y para siempre, en lo bueno y en lo malo, en la tierra o en el mar —dijo, con la voz ronca por la emoción—. Rachel, ¿quieres casarte conmigo?

—Oh, Nick... —su mirada debía ser la respuesta, porque un segundo después, Nick se había levantado y la besaba con toda su alma.

El sonido de una risa infantil los devolvió a la realidad.—Ma... má. Papá.—¡Te ha llamado papá! —exclamó Rachel.—¿Lo ves? Hasta Jenny sabe que tenemos que estar juntos —sonrió

Nick, tomando a la niña en brazos. De repente, su expresión se oscureció—. Oh, no.

—¿Qué pasa?—Ha vuelto a hacerlo.—¿Cómo?



Nick volvió a dejar a la niña en el barquito de goma y señaló una mancha en su camisa.

—Me parece que hay que cambiarle el pañal.Rachel miró a Nick y juntos compartieron una carcajada, una de las

muchas que compartirían durante toda su vida.

Fin.


Documents

126958825 Wells Robin Enamorada Del Jefe 04 Amor No Correspondido