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CONGRESO DE JOVENES FILOSOFOS:

FILOSOFIA Y TECNOLOGIA

TECNOLOGÍA Y SENTIDO:

HACIA LA REALIZACIÓN DE LA DIGNIDAD HUMANA

Por Joan Andreu Alcina

Abstract

Transcendentality and historic determination are two aspects of the structure of

human person and of the technology. Human dignity is only possible from the

appropriation of effectives possibilities. This appropriation is possible by the mediation

of the technology. To make effective human dignity is indispensable to associate

technology and sense. Only from this perspective is possible to realize a concrete figure

of human felicity.

Seis palabras clave

Transcendentalidad, determinación histórica, sentido, dignidad humana,

apropiación y plenitud.

Transcendentality, historic determination, sense, human dignity, appropriation,

plenitude.

1. Introducción

Con esta modesta y breve comunicación pretendemos destacar, en contra de

posicionamientos actualmente mayoritarios que justifican cualquier desarrollo

tecnológico independientemente de los interrogantes éticos que se puedan suscitar, la

primigenia vinculación de la tecnología con planteamientos radicados en la dimensión

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de sentido de la persona humana y orientados a su concreción histórica a través de la

realización del universal por excelencia: su dignidad.

La reflexión sobre la dignidad humana se mueve necesariamente entre dos líneas

articuladas asintóticamente. Por un lado, nos encontramos con una dimensión de

horizonte transcendental que confiere un carácter siempre penúltimo y de apertura

indefinida hacia la realización de la plenitud del hombre. Por otro lado, se impone la

necesaria determinación espacio-temporal de dicho ideal a partir de la apropiación de

las posibilidades reales que cada momento histórico presenta. Transcendentalidad y

determinación histórica son dos categorías que, no explicitadas adecuadamente, pueden

parecer irreconciliables entre sí pero que, bien articuladas, permiten dinamizar y dotar

de contenido a los transcendentales o universales fácticos. Por descontado que la

dignidad humana es uno de estos transcendentales y sin duda la clave de bóveda de

todos los demás (tales como la justicia, la paz...) orientados claramente a ella. Es

importante, pues, abordar correctamente esta cuestión para evitar, de esta manera, caer

en discursos vacíos de contenido o en posicionamientos irrealizables a la hora de

elaborar e intentar llevar a la práctica una determinada visión de la dignidad humana.

Concretemos, pues, un poco más la cuestión. Por un lado, en tanto que transcendental,

la dignidad humana lleva incorporada una dimensión de universalidad que, más allá de

la extensión o concreción real que presenta en un determinado momento histórico,

desempeña una función de apertura orientadora, normativa y teleológica de las acciones

humanas y de los procesos históricos a través de los cuales se va realizando. Por otro

lado, en tanto que realizada fácticamente, todo lo provisional que se quiera pero

realizada en cierto grado, es evidente que la dignidad humana está sometida a los

cambios coyunturales y estructurales de la sociedad, de la política, de la economía, de la

historia y, como no, de la tecnología de tal manera que ha de ser necesariamente

concretada en cada contexto y en cada situación de una manera determinada. Es aquí

donde cobra sentido el sentido de la tecnología como dimensión realizadora o

desrealizadora de la dignidad humana en general y de la persona en general.

En definitiva, acentuando los aspectos dinámicos, ideales y utópicos la

perspectiva transcendental, y remarcando los aspectos efectivos, reales y de

infraestructura física la perspectiva histórica y tecnológica, nos proponemos mostrar la

necesaria articulación de estas dos dimensiones para así poder elaborar un marco de

comprensión adecuado de la tecnología y de la dignidad humana. Nos moveremos,

pues, dentro de las necesarias coordenadas de una antropología metafísica de la realidad

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humana y de la dimensión histórica y tecnológica que intrínsecamente la configuran,

coordenadas desde las cuales es posible dotar de contenido concreto un concepto

indeterminado y constitutivamente abierto como es el concepto de dignidad del hombre.

2. La motivación teológica de la técnica moderna y su relación con la salvación

ultramundana de la especie humana: el sentido de la técnica.

En este apartado nos interesa poner de manifiesto las motivaciones teológicas

que históricamente han estado sustentando una justificación teórica de la tecnología

para tomar conciencia de la congenereidad entre ésta y la cuestión del sentido.

Una de las tesis teológicas justificadoras de la tecnología ha sido su capacidad

para restaurar la semejanza1 divina perdida por el hombre como consecuencia del

pecado original. Desde esta línea de reflexión J. Escoto Eriúgena (siglo IX) fue el

primero en atribuir a Adán el conocimiento y aplicación de las habilidades técnicas

(artes mechanicae) antes de comer el fruto del árbol prohibido.2 En consecuencia, la

recuperación y profundización progresiva en la aplicación de la tecnología constituye un

momento más de la restauración de la imagen divina del ser humano. Esta inserción de

la técnica en el ámbito de la antropología teológica supone asignarle un papel crucial en

la realización personal de la dignidad del hombre y dotarla de una dimensión de sentido

inherente e irrenunciable.

Un segundo momento de profundización teológica de la tecnología es la

concepción milenarista de la historia.3 La perspectiva histórica que introduce el

milenarismo en sus reflexiones desborda la dimensión exclusivamente individual de la

recuperación de la imagen de Dios por parte del hombre quebrada por el pecado de

Adán. A partir de aquí, la recuperación de dicha imagen deviene un proyecto histórico

inmanente pero cuya realización plena sólo puede ser escatológica. Nos encontramos en

1 El fundamento bíblico de esta visión antropológica se halla expresado en el binomio de términos imagen

() y semejanza (s) que utilizaremos como sinónimos al margen de los matices teológicos

que ambos términos encierran y que en esta nota pondremos brevemente de relieve: el hombre entero ha

sido creado a imagen y semejanza de Dios. El texto bíblico no habla tanto de en qué consiste esta

semejanza del hombre a Dios como de las razones por las cuales le fue concedida: la misión de soberanía

y señorío del universo entero (Gn 1, 28). A partir de aquí, el hombre se acerca más a la realidad de Dios

que a la realidad de las cosas creadas: en la creación del hombre Dios le ha otorgado la imagen de la vida

intradivina, una imagen que ha de ser desplegada en virtud del uso responsable de su libertad con vistas a

alcanzar una semejanza cada vez más grande con el Creador. 2 Sobre la relación entre tecnología y teología puede consultarse el artículo de S. SILVA y J. A.

NAVARRETE, «La reflexión teológica acerca de la técnica moderna en el último lustro del siglo XX»,

Teología y Vida, Vol. XLIV (2003), pp. 444-488. En este artículo los autores presentan un extenso

resumen de la sugerente obra de D. F. NOBLE, The Religion of Tecnology. The Divinity of Man and the

Spirit of Invention. New York, Alfred A. Knopf, 1997.

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la antesala de la filosofía de la historia como proyecto de emancipación secularizado e

inmanente de la humanidad uno de cuyos elementos indispensables lo constituye la

aplicación técnica de la ciencia. Probablemente la sistematización teórica más elaborada

de dichos planteamientos los encontramos en el materialismo histórico de K. Marx que

en El Capital afirma: «En verdad, el reino de la libertad sólo comienza en el punto en

que cesa el trabajo determinado por la necesidad y la finalidad exterior […]. A medida

que el hombre se desarrolla se amplía este reino de la necesidad natural porque

también se amplían sus propias necesidades, pero al mismo tiempo se expanden las

fuerzas productivas que las satisfacen. La libertad en este terreno sólo puede consistir

en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente su

intercambio orgánico con la naturaleza, lo pongan bajo su control común, en lugar de

ser dominados por él como por una potencia ciega; y que lo hagan con el mínimo

empleo de energía y en las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza

humana. Pero este sigue siendo siempre un reino de la necesidad. Más allá de él

comienza el desarrollo de las capacidades humanas –que vale como fin en sí mismo-, el

verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer sobre la base de

aquel reino de la necesidad».4

Una tercera inyección teológica la encontramos en la idea de recuperar el

Paraíso perdido sobre todo a partir del descubrimiento del Nuevo Mundo.5 De esta

forma nacen las utopías y las apuestas a favor de la renovación de la ciencia que,

fundamentadas en el avance tecnológico, abogan por la construcción de un nuevo

paraíso para la humanidad y restaurar, de ese modo, la dignidad original perdida. Como

muestra de todo ello podemos reproducir el siguiente texto de F. Bacon: «El hombre,

por su caída, perdió su estado de inocencia y su imperio sobre la creación, pero una y

otra pérdida, puede, en parte, repararse en esta vida, la primera por la religión y la fe,

la segunda por las artes y las ciencias».6

En contra de lo que pueda pensarse en un principio, la emergencia de la

modernidad conserva, junto a notable secularización que lleva a cabo, importantes

elementos de aquella antropología teológica a la hora de elaborar su reflexión sobre la

técnica. Más allá de la posible restauración de la creación y recuperar así el paraíso

3 Ibid, p. 446.

4 Texto citado por A. SCHMIDT, El concepto de naturaleza en Marx, Madrid, Siglo XXI 1976, p. 158.

5 S. SILVA y J. A. NAVARRETE, «La reflexión teológica acerca de la técnica moderna en el último lustro

del siglo XX», Teología y Vida, Vol. XLIV (2003), p. 447. 6 F. BACON, Novum organum, Barcelona, Editorial Fontanella 1970, p. 299.

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5

perdido, las reflexiones sobre la ciencia y su aplicación práctica a través del desarrollo

tecnológico pretenden alcanzar una nueva creación más allá del paraíso originario. Se

pretende, por tanto, no tan sólo recuperar el conocimiento perdido por Adán como

consecuencia de su pecado sino acceder a la misma mente de Dios para, de esta manera,

llevar a cabo una prolongación y plenificación humana del proyecto divino incoado en

la creación: «los científicos levantaron su mirada desde Adán hacia su Padre, desde la

imagen de Dios hacia la mente de Dios».7 Esta participación de la humanidad en la

capacidad creadora de Dios a través de la tecnología va introduciendo la categoría de

fabricación (a caballo entre la pura creación exclusiva de Dios y la simple

transformación) a través de la intervención directa en las leyes de la naturaleza. Toda

esta nueva concepción valorativa de la ciencia y de la técnica será asumida y llevada a

su máxima expresión por A. Comte valedor de la ingeniería como posibilidad

realizadora de la esperanza milenarista deudora, como hemos indicado anteriormente,

de la escatología cristiana aunque ahora ya claramente secularizada: «Así, el verdadero

espíritu positivo consiste, ante todo, en ver para prever; en estudiar lo que es, a fin de

concluir de ello lo que será, según el dogma general de la invariabilidad de las leyes

naturales.8 Se llega, de esta manera, a una visión más secular e indefinida del progreso

de la humanidad, sustituyendo los elementos escatológicos por la imagen de un avance

infinito en la construcción histórica del género humano. Toda este conjunto de

motivaciones de inspiración más o menos teológica se trasladará a los Estados Unidos

cuando progresivamente y sobre todo en el siglo XX se vaya recogiendo allí el testigo

del desarrollo tecnológico europeo. Por otro lado, la emergencia de las recientes

tecnologías en el campo de la inteligencia artificial y en la determinación del genoma

humano ha renovado la sensación de la capacidad creadora cuasi divina del hombre en

un intento desesperado de transformar nuestro universo mortal en un cosmos inmortal

que llevaría a la humanidad a una especie de consustancialidad con Dios.9 Así, la

imagen del universo como un gran computador hace de la inteligencia artificial la

posibilidad de simular la mente de Dios actualizando, en otro contexto, la afirmación de

Leibniz de que Dios hace el mundo calculando (Dum Deus calculat fit mundus). Por

otra parte, el desciframiento del código genético, la lengua en la que Dios creó la vida, y

7 S. SILVA y J. A. NAVARRETE, «La reflexión teológica acerca de la técnica moderna en el último lustro

del siglo XX», Teología y Vida, Vol. XLIV (2003), p. 447. 8 A. COMTE, Discurso sobre el espíritu positivo, Madrid, Alianza Editorial 2000, p. 32.

9 S. SILVA y J. A. NAVARRETE, «La reflexión teológica acerca de la técnica moderna en el último lustro

del siglo XX», Teología y Vida, Vol. XLIV (2003), p. 449.

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la posibilidad de su manipulación permite un progresivo conocimiento de los

mecanismos de la vida abriendo las puertas para volverla a crear de nuevo eliminando

las limitaciones físicas de la humanidad acaecidas desde la maldición adámica y asumir,

de este modo, funciones que antaño sólo estaban reservadas al Creador.

La conclusión que se impone ante este desarrollo histórico es evidente: una de

las motivaciones fundamentales y constantes para el desarrollo y el progreso de la

tecnología ha sido la convicción de estar colaborando con o, en sus versiones extremas,

suplantando el plan creador de Dios a través del desarrollo humano de la naturaleza en

vistas a la utilidad del hombre y a la construcción del reino de los cielos en la tierra. En

consecuencia, tanto desde una perspectiva conscientemente teológica como desde una

perspectiva secularizada y atea (la primera forma de ateísmo es el endiosamiento del

hombre y la asunción por su parte de las funciones de Dios) nos encontramos una

conexión íntima entre desarrollo tecnológico y dignidad humana o, dicho en otras

palabras, entre tecnología y sentido. En definitiva, la pretensión de esta breve incursión

histórica sobre la justificación teológica y humanista de la técnica ha sido simplemente

poner de manifiesto la radical congenereidad entre progreso tecnológico y sentido

humano encarnado bajo la categoría de la gradual construcción de la dignidad de los

hombres como la más alta aspiración a la que está llamada la humanidad.

3. Posibilidad y tecnología: la dimensión transcendental y fáctica de la dignidad

humana.

En este apartado nos proponemos hacer un recorrido básicamente descriptivo de

la realidad humana a partir de la categoría zubiriana de esencia abierta10

con la

intención de dotar de la necesaria base antropológica todo intento de configurar un

planteamiento realista y realizable de la dignidad humana.

El modo como el hombre queda instalado en la realidad por las notas que

configuran la estructura producida por el dinamismo de la evolución (dimensión psico-

orgánica) le fuerzan a realizarse abriéndose a un campo de sentido en tanto que

posibilidades apropiables. Desde esta perspectiva entendemos por sentido las diferentes

posibilidades reales susceptibles de ser apropiadas en vistas a configurar concretamente

(hic et nunc) un determinado modelo de personalización (o despersonalización): «[…]

10

Persona, animal de realidades, animal de posibilidades, realidad religada, absoluto relativo son, entre

otras, categorías que apuntan a un mismo campo semántico: el de la realidad humana caracterizada por

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7

además de las propiedades formales que emergen «naturalmente» de las sustancias que

la componen, la sustantividad humana tiene otras cuya raíz no es una «emergencia»,

sino una «apropiación»: la apropiación de posibilidades».11

Este aspecto de apertura de

la realidad humana hace que una comprensión adecuada de dicha realidad no pueda

hacerse exclusivamente partiendo de las propiedades que naturalmente la constituyen

puesto que tales propiedades sólo las posee haciéndolas suyas a partir de la apertura de

una dimensión de sentido que se apropia de la propia estructura psico-orgánica (la

humaniza, podríamos decir). De este modo, la dotación de sentido a partir de la

apropiación de las posibilidades que la realidad ofrece supone la configuración de la

vida humana de cada individuo en particular y de grupos humanos o de la misma

especie en general cuando esta configuración de sentido adquiere una dimensión

transpersonal.12

Se puede hablar, pues, de una respectividad constituyente entre el

sentido y la vida humana13

bien entendido que el sentido siempre está presente de

manera incoativa en el sistema de posibilidades que configuran la realidad.14

Es

importante dejar clara esta cuestión si no se quiere caer en un inevitable relativismo

cultural tan extendido en los ambientes intelectuales actuales que imposibilitan

cualquier planteamiento universalizable en relación a la dignidad humana. Así, pues,

podemos afirmar que la mayoría de las respuestas filosóficas que se han ido elaborando

durante el siglo XX coinciden en un punto que se puede resumir sintéticamente en la

siguiente idea: son propuestas que, de una o de otra forma, suponen una producción de

sentido creado o constituido al margen de las infraestructuras de la realidad. Es decir, se

hacen propuestas de sentido inspiradas fuertemente en el momento subjetivo y

simbólico de la persona humana al margen de una base real firme que las dote de

una estructura intrínseca finitud y limitación que la liga y remite al poder de imposición de la realidad

como condición de su posible realización. 11

X. ZUBIRI, Sobre el hombre, Madrid, Alianza Editorial 1986, p. 343. 12

Solamente hoy, en la medida que la humanidad va adquiriendo una cierta unidad real y se ve envuelta

en un proceso de destino unitario, global y englobante de realización, empieza a tener sentido una historia

universal encaminada a la realización (o destrucción) de una figura genérica de la dignidad humana. 13

A. PINTOR-RAMOS, Realidad y sentido. Desde una inspiración zubiriana, Salamanca, UPSA 1993, p.

177. 14

Tiene que quedar claro que el sentido es una actualización de la cosa real respecto de la vida del

hombre a partir de una «condición» intrínseca a la misma realidad que posibilita dicho sentido. Por tanto,

es cierto que sin el hombre no puede darse ningún sentido pero la posibilidad del sentido radica en una

condición previa de la realidad que lo contiene de manera incoativa: «Porque lo que llamamos “sentido”

tiene dos aspectos. Por un lado es “sentido” el sentido que algo tiene, el sentido tenido, por así decirlo.

Pero, por otro lado, este sentido no nos importaría en nuestro problema si no fuese el sentido de unas

acciones humanas, las cuales no solamente tienen un sentido “tenido” sino que por su propia índole

“tienen que tener” algún sentido para ser lo que son: acciones humanas. […] Con lo cual, el sentido no es

el sentido que se tiene, sino la realidad misma del tener sentido» (X. ZUBIRI, «La dimensión histórica del

ser humano», Realitas I, 1972-1973, pp. 35-36).

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8

consistencia. Se puede afirmar que, en términos generales, tal punto de partida es la

consumación del nihilismo afirmativo propugnado por Nietzsche concretado en una

creación o propuesta indiscriminada de productos simbólicos y de valores capaces de

sublimar la existencia humana y de hacer experimentar vivencialmente el movimiento

incesante y frenético de la voluntad de poder. Más allá de matizaciones de grado, este

parece ser el resultado a que ha desembocado la filosofía en las postrimerías de la

modernidad juntamente con la transformación postmoderna que ha sufrido. Testimonios

de esto que estamos diciendo hay múltiples. Por ejemplo, el pragmatismo metodológico

de W. James, de J. Dewey y de C. S. Peirce que, en contra de cualquier pretensión de

sentido incoado en la realidad, apelan exclusivamente al examen de las consecuencias

prácticas derivadas identificando, por tanto, sentido y utilidad práctica; el

neopragmatismo de R. Rorty que, apelando a nuestra estructura esencialmente

simbólica, nos otorga la posibilidad de dotar de sentido humano la radical ausencia de

sentido del mundo y del tiempo y, de este modo, devenir los creadores simbólicos de

nosotros mismos; la filosofía del lenguaje del segundo Wittgenstein que rompe con el

paradigma referencial de la significación conceptuándola en función de su uso en un

determinado juego de lenguaje; el círculo hermenéutico de G. Gadamer que ve en la

recepción y creación indefinida de sentido la tarea fundamental de la humanidad; los

paradigmas científicos de T. Kuhn que, más allá de cualquier pretensión de verdad,

están basados en el acuerdo de la comunidad científica; la filosofía de la comunicación

de la Escuela de Frankfurt que vincula la legitimidad del sentido en función de una ética

de la discusión orientada al establecimiento de un consenso... Ciertamente, la cuestión

del sentido es un punto ineludible a toda reflexión preocupada por la dignidad humana

que tenga pretensiones de establecer unas orientaciones intrínsecamente abiertas y

penúltimas pero decididamente alejadas de posturas relativistas radicales que reducen la

dimensión transcendental de la dignidad humana a mera determinación arbitraria

subjetiva.

Por otra parte, esta prioridad de la realidad sobre el sentido se traslada a las

posibilidades y, en tanto que realmente apropiables, a la tecnología. Las posibilidades

han de ser reales, es decir, susceptibles de apropiación efectiva por una realidad (la

humana) cuya condición metafísica exige, precisamente, la apropiación de posibilidades

que potencien o dificulten la humanización o realización personal de la esencia abierta

que estructuralmente es. En definitiva, nos encontramos ante un dinamismo o poder de

imposición de la realidad que desborda en cada caso aquello que existe de hecho,

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9

ofreciendo toda una serie de instancias o recursos que permiten el desplegamiento

innovador de la situación dada. Es aquí donde la tecnología adquiere su principal

función en tanto que condición de posibilidad de realización efectiva de una

determinada figura de la dignidad humana.

Desde esta perspectiva, nos encontramos ante una realidad, la personal, que es

constitutivamente abierta al proceso de su realización, un proceso que, estrictamente

hablando, no tiene fin mientras la vida y la historia duren; en todo caso dicho proceso es

violentamente interrumpido por la muerte biológica del individuo o, tal vez lo será

definitivamente, si algún día desaparece la especie humana. En definitiva, estamos ante

una realidad estrictamente transcendental que se configura transcendiendo

indefinidamente las realizaciones siempre provisionales que ha de materializar

constantemente de ella misma a través de determinadas mediaciones de entre las que

destaca la tecnociencia.

La viabilidad de todo lo que llevamos dicho hasta ahora depende claramente de

la elaboración coherente y sistemática de una metafísica de la posibilidad dentro de la

cual nuevamente la tecnología ocuparía un lugar destacado. Aquí simplemente haremos

unas breves consideraciones sobre las líneas generales de una tal metafísica. La

posibilidad es aquello que de hecho posibilita, aquello que está actualizado como

recurso real de personalización. La apropiación de posibilidades es un dinamismo de

libre realización por el cual la persona o la sociedad determina su realidad situada en la

realidad que le ofrece tales posibilidades. Dicho de otra manera, la razón formal de la

posibilidad es la apropiabilidad real por la persona en tanto que recurso efectivo del

proceso de personalización.15

De esta manera, la apropiación personal de las

posibilidades supone integrarlas como recursos «suyos» dentro del proceso de

realización personal de «su» persona. Ahora bien, esta dinámica de apropiación exige

un acto de opción de algunas de estas posibilidades (desestimando otras) y la manera de

realización concreta de las posibilidades elegidas. Nuevamente la mediación tecnológica

nos sale al paso como indispensable en todo este proceso que, en este caso, es

concebido como invención de realidades y poder sobre realidades en tanto que

materialización de posibilidades.16

En definitiva, la actualización de la personalización

del hombre por apropiación de posibilidades implica asumir la radical estructura

15

A. PINTOR-RAMOS, Realidad y sentido. Desde una inspiración zubiriana, Salamanca, UPSA 1993, p.

172.

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10

proyectiva de la realidad humana que desborda las actuales realizaciones concretas

mediante una anticipación de aquello que es posible y que va dando contenido a una

determinada forma de dignidad humana.

Desde este planteamiento antropológico, la dotación de sentido por apropiación

de posibilidades reales y técnicamente viables siempre lleva incorporado una referencia

explícita o implícita al proceso de personalización de la persona. Surge nuevamente la

inevitable congenereidad de tecnología y sentido apuntada en páginas atrás. Es decir, se

da una respectividad constituyente entre el sentido y la vida humana en la medida en

que toda configuración de sentido sólo es posible apelando a un ámbito radical y previo

de realidad que le dé viabilidad y lo haga factible (dimensión física, real y técnica del

sentido que desborda el estricto ámbito subjetivo y simbólico de su constitución).17

Nos

encontramos, pues, ante la actualización de un horizonte transcendental de realidad que

afecta y da sentido a la realización personal de una esencia abierta como es la realidad

humana. Por otra parte, la creación de sentido por apropiación de posibilidades en vistas

a la realización personal sitúa la cuestión del sentido en una dimensión claramente ética.

Es decir, toda creación de sentido inmediatamente adquiere una cualificación ética, de

bien o de mal, respecto del horizonte de realización personal y de dignidad humana que

toda apropiación de posibilidades implica. Por descontado que esta perspectiva ética se

traslada a las cuestiones tecnocientíficas, desde la invención técnica sustentada en un

sofisticado sistema de investigación científica hasta la producción y distribución de los

productos técnicos así obtenidos relativizando, de esta manera, el principio hoy

ampliamente extendido de que el progreso consisten en realizar todo aquello que

técnicamente es posible al margen de un determinado diseño de proyecto realmente

humano.

En definitiva, el horizonte transcendental de personalización queda abierto y

concretado al mismo tiempo por la constante búsqueda de la felicidad (dimensión

inmediata e individual) y por la continua realización de la dignidad del ser humano

(dimensión proyectiva e histórica) que necesariamente ha de hacer suya la propia

realidad junto con las cosas, personas y estructuras transindividuales entre las cuales se

encuentra instalado.

16

En palabras de Zubiri, «la técnica es constitutiva y fundamentalmente invención de realidades y poder

sobre realidades» (X. Zubiri, Sobre el hombre, Madrid, Alianza Editorial, p. 340). 17

Ibid., p. 177.

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11

4. Conclusiones.

Como conclusión de las anteriores reflexiones intentaremos sistematizar las

principales ideas que progresivamente hemos ido explanando. En primer lugar, el

carácter transcendental de la realidad personal implica la dimensión estrictamente

abierta y penúltima de su máxima realización: la dignidad humana. Esta

transcendentalidad se traslada a la tecnociencia en tanto que constituye una de las

principales mediaciones de despliegue fáctico y, por ello mismo, provisional de esta

dignidad de la persona. Transcendentalidad y facticidad son, pues, dos aspectos

estructurales de la dignidad humana y de la tecnociencia que permiten relativizar

algunas definiciones con pretensiones de abarcar la totalidad de su contenido. Así,

reducir la dignidad humana y la técnica a simple pragmatismo preocupado solamente

por las consecuencias de utilidad práctica que se derivan para los miembros de una

comunidad; contemplarlas como simples posibilidades de dotar de sentido humano la

radical falta de sentido que nos rodea pero sin partir de las posibilidades reales e

históricas que de manera incoativa llevan incorporada esta dimensión de sentido; pensar

la dignidad humana y la tecnología en términos lingüísticos vinculados a un

determinado juego de lenguaje; reconducir la dignidad humana a un simple círculo

hermenéutico de recepción y creación indefinida de sentido desvinculando la tecnología

de dicho círculo; o plantear tales cuestiones únicamente desde una plataforma de

creación de consenso sea científico, social o político, supone, de alguna manera, recortar

la dimensión ética o de principio de realización personal y la dimensión de realidad

fáctica que ambas, dignidad humana y técnica, necesariamente han de incorporar. Así,

pues, la dignidad humana sólo es factible desde un enfrentamiento con la realidad que

nos ofrece un sistema de posibilidades reales cuya apropiación personal a través de las

pertinentes mediaciones técnicas nos puede conducir a una progresiva plenificación de

las estructuras del ser humano, es decir, nos puede conducir a una figura concreta de

felicidad humana a la cual toda persona está religada radical y constitutivamente.

Palma, 15 de diciembre de 2005.

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