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artículo

Dennis R. Judd *

El turismo urbano y la geografíade la ciudad**

Abstract

For post-structuralist urban literature, cities appear as landscapes fractured inprotected and exclusionary enclaves, which colonize and replace local places.Consequently, it is considered that tourist enclaves facilitate the authoritarian con-trol of urban space, modifying the consumption and replacing and suppressinglocal culture with Disney-like environments. This article argues that, even whenwithin tourist enclaves a non-democratic, directive and authoritarian regime isattempted –and generally achieved–, in this spaces social control in not comple-te; the analysis that this article proposes of tourist spaces reveals that the fractu-re of post-modern metropolises spaces is able to create diversity and difference,more than monotony and uniformity. It is conclude that, for the city visitors, theurban dystopia predicted by post-structuralist scholars has not been materializedyet.

Key words: tourist enclaves, social control, post-structuralist urbanism, urbantheory.

Resumen

Para la literatura urbana post-estructuralista, las ciudades aparecen como paisajesfracturados en enclaves protegidos y excluyentes, los cuales colonizan y reempla-zan los lugares locales. Consecuentemente, se considera que los enclaves turísti-cos facilitan el control autoritario del espacio urbano, modificando el consumo y re-emplazando y suprimiendo la cultura local con “ambientes Disney”. Este artículoplantea que si bien dentro de los enclaves turísticos se intenta –y generalmente sealcanza– un régimen no democrático, directivo y autoritario, incluso en estos espa-cios el control social no es total; el análisis que aquí se propone respecto de losespacios turísticos revela que la fractura de los espacios de las metrópolispostmodernas puede crear diversidad y diferencia, más que monotonía y uniformi-dad. Se concluye que, para los visitantes de las ciudades, la distopia urbana predi-cha por los post-estructuralistas no ha sido aún materializada.

Palabras clave: enclaves turísticos, control social, urbanismo post-estructuralista,teoría urbana.

Revista eure (Vol. XXIX, Nº 87), pp. 51-62, Santiago de Chile, septiembre 2003

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1. Introducción

En años recientes, ha emergido una li-teratura que describe la ciudad pre-sente y futura como un paisaje fractu-

rado en enclaves protegidos, rodeados deáreas fuertemente vigiladas, ocupadas por lospobres y los marginados. Esta visión es parti-cularmente cercana a la Escuela de Los Án-geles, la cual ha considerado su objeto de es-tudio, la conurbación de Los Ángeles, comorepresentativa de lo que las ciudades son ac-tualmente, o de lo que están destinadas a ser.Ed Soja (1989) ha afirmado, por ejemplo, queLos Ángeles “se presenta insistentementecomo uno de los palimpsestos y paradigmasmás reveladores del desarrollo urbano del si-glo XX y de la conciencia popular, el único lu-gar en la Tierra donde todos los lugares sonvistos desde cada ángulo, cada uno destacán-dose claramente, sin ninguna confusión omezcla” (248). En su relato sobre el surgimien-to de la Escuela de Los Ángeles, Michael Dear(2002) aclara que Los Ángeles revela la tra-yectoria del desarrollo urbano en todo el mun-do: “El lujo se combina con una matriz de mi-seria empobrecida; la segura comunidadautocontenida y el hogar fortificado pueden serencontrados primero en lugares como Manilay Sao Paulo” (14); continúa sugiriendo queestos elementos han aparecido más reciente-mente en Los Ángeles, y últimamente –puedepresumirse- en la mayoría de los lugares ur-banos en el mundo.

La literatura urbana post-estructuralista1

concibe los enclaves como nodos de circuitosinternacionales del capital y la cultura, los cua-les están colonizando y reemplazando a loslugares locales. Según la describe MichaelSorkin (1992), “la nueva ciudad reemplaza laanomalía y el encanto de los lugares [locales]con un universal particular, un urbanismo ge-nérico conjugado sólo con un appliqué” (xiii).

En su relato, esta nueva ciudad se caracterizapor “niveles crecientes de manipulación y vigi-lancia” y “nuevas formas de segregación” pues-tas al servicio de una “ciudad de simulacio-nes, la ciudad de la televisión, la ciudad comoun parque temático” (xiii-xiv). David Harvey(1994) reitera la preocupación, frecuentemen-te expresada, acerca de que las ciudades es-tán siendo transformadas en copiassanitizadas y monótonas unas de otras, “prác-ticamente idénticas de ciudad en ciudad” (295).

De acuerdo a los investigadores urbanos,los enclaves turísticos facilitan el control auto-ritario del espacio urbano, modificando el con-sumo y reemplazando y suprimiendo la cultu-ra local con “ambientes Disney”. Tim Edensor(1998) reitera la observación de Lefebvre(1991) acerca de que los espacios turísticos“son planificados con el mayor cuidado: cen-tralizados, organizados, jerarquizados, simbo-lizados y programados al enésimo grado”(384). De modo similar, John Hannigan (1998)afirma que la uniformidad de los espacios quehabitan los turistas los sujeta a “una forma deexperiencia urbana medida, controlada y or-ganizada” (6), que elimina la impredecible ca-lidad de la vida callejera cotidiana.

He escrito previamente acerca del surgi-miento de las burbujas turísticas estandarizadasy producidas en masa, que “crean islas de ri-queza marcadamente diferenciadas y segrega-das del paisaje urbano circundante” (Judd, 1999:

1 Sigo el ejemplo de Susan Fainstein (2001)en el empleo de este término para denotar un cuerpode investigadores que enfatizan lo que a menudo escalificado como “geografía post-moderna” de la ciu-dad, la cual es descrita como un paisaje fracturadopor muros, barreras y una geografía de la diferencia yla separación, una forma de desarrollo producida porlas influencias económicas y políticas de laglobalización. Esta visión constituye un marcado dis-tanciamiento de una geografía “modernista” del sigloXX, de la planificación comprehensiva, el desarrollo agran escala y el objetivo de lograr el orden y la armo-nía en el ambiente urbano. La interpretación post-estructuralista del desarrollo urbano es representadabastante auto-conscientemente por la Escuela de LosÁngeles (ver Dear, 2002).

* University of Illinois at Chicago. E-mail:[email protected]

** Traducido por Diego Campos.

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53). Creo que esta descripción es todavía pre-cisa, pero los enclaves turísticos constituyensolamente una parte del ambiente que los tu-ristas urbanos experimentan. Los enclaves tu-rísticos se han transformado en rasgos ubicuosde las ciudades, pero no las aplastan inexora-blemente. En el examen del carácter espacialdel turismo urbano, la escala del análisis resul-ta fundamental. Dentro de los enclaves turísti-cos, se intenta –y generalmente se alcanza–un régimen no democrático, directivo y autori-tario, aunque, como argumentaré, incluso enestos espacios el control social no es total. Perocuando el turismo urbano es considerado a laescala de la ciudad, en la mayoría de éstas losenclaves capturan sólo a algunos de los visi-tantes, durante sólo una parte del tiempo. Paralos visitantes de las ciudades, la distopia urba-na predicha por los post-estructuralistas no seha materializado.

2. La construcción histórica delos enclaves turísticos

Hasta el surgimiento del turismo masivoen la segunda mitad del siglo XIX, las ciuda-des ostentaron un status espacial como des-tinos de los viajes. Las ciudades del GrandTour de los siglos XV al XVIII –principalmenteParís, Génova, Roma, Florencia, Venecia yNápoles– eran visitadas como un rito de pa-saje por hombres jóvenes pertenecientes alas clases altas británicas, de quienes se es-peraba que alcanzaran la mayoría de edadviendo “las ruinas de la Roma clásica, asícomo también las iglesias y sitios y colec-ciones de arte de las grandes capitales delContinente” (Withey, 1997: 7). Las ciudadesdel Grand Tour ofrecían tanto un barniz dealta cultura como diversiones mundanas,pero eran también denostadas. Como la his-toriadora Lynne Withey ha observado, lossignos de pobreza, desorden social y dete-rioro físico eran evidentes por todas partesen Roma, Nápoles y Venecia, y París era uncaos de calles sobrepobladas, llenas de ca-ballos y carros tambaleantes, cubiertas debasura y recorridas por desagües y cloacas.

A pesar de los inconvenientes de las ciu-dades del Grand Tour, los viajeros estaban dis-puestos a soportar semanas de incomodidadpara franquear caminos estrechos y montañascasi intransitables a fin de llegar a ellas. Lospeligros y las molestias del viaje dieron formaa un generalizado desdén por la naturaleza ypor lo natural. Las montañas eran considera-das feas y desagradables, las costas general-mente inaccesibles y peligrosas. A mediadosdel siglo XVIII, sin embargo, tales actitudes co-menzaron a cambiar. La naturaleza fue des-cubierta como un vasto depósito de panora-mas y vistas. Los poetas románticosreinterpretaron la naturaleza como un mansotelón de fondo de frondosas ramadas, árbolesmajestuosos y plácidos lagos. Con el surgi-miento de las ciudades industriales del sigloXIX, floreció un culto por la naturaleza, ahorainterpretada a través de Thoreau, Wordsworthy sus contemporáneos como el depósito delespíritu humano, opuesto a la crueldad y os-curidad de las ciudades.

El “gran tour americano” de los años pos-teriores a la Guerra Civil se estableció en mar-cado contraste con su contraparte europea an-terior, con viajes por los valles de los ríosHudson y Connecticut como “ejemplos princi-pales de lo pintoresco”, y las Montañas Catskilly las Cataratas del Niágara como ejemplosíconos de lo “sublime” (Withey, 1997: 117).Pero los europeos también visitaban lugarescomo St. Louis, Cincinnatti y Chicago paraconstatar la evidencia dramática del progresoy la industria. Observaban los grandes hote-les y mansiones, botes y barcos de vapor,inmigrantes recién llegados e incluso a vecesocasionales indios, todo ello combinado en“una curiosa mixtura de lo civilizado y lo primi-tivo” (Withey, 1997: 131). Las élites urbanasestaban convencidas de que las percepcionesde los visitantes podían determinar las pers-pectivas económicas de una ciudad, y en con-secuencia promovieron éxitos culturales, edu-cacionales y artísticos, reales e imaginados.

Las ciudades europeas renacieron comodestinos turísticos transformándose en las

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paradas de una versión democratizada delGrand Tour. En la década de 1850, ThomasCook inició la época del turismo masivo con-duciendo paquetes turísticos al continente. Lasciudades se promovían como tales, aunquemás como centros industriales que de cultura.La glorificación de la tecnología y el progresoproporcionaron un hilo conductor a través delas ferias y exhibiciones del siglo XIX y prime-ras décadas del siglo XX: la exposición delCristal Palace en Londres de 1851 y la Exhibi-ción de París de 1867; y cruzando el océano,la Feria Mundial de Chicago en 1893, St. Louisen 1904 y Nueva York en 1938.

Pero tales actividades promocionales nofueron suficientes para transformar a las ciu-dades en destinos turísticos. Las ciudades dela época industrial eran tenidas en cuenta mása menudo por sus barriadas miserables y pro-blemas sociales que por sus tesoros arquitec-tónicos y culturales (Hall, 1996). Un visitanteque eligiera viajar azarosamente por las ca-lles de la ciudad podría haber tenido muchasaventuras, pero no todas habrían sido bienve-nidas. El turismo urbano se desarrolló juntocon las demarcaciones de los sitios y vistasque los visitantes debían conocer. CuandoThomas Cook comenzó a ofrecer paquetesturísticos a ciudades europeas, se hizo cargode sitios históricos y atracciones culturales,disponiendo el alojamiento y proveyendo in-formación y asistencia esenciales (Urry, 1990).Para 1869 condujo a los primeros turistas aJerusalén y a Tierra Santa, un negocio quecreció rápidamente (a través de Thomas Cook& Son) a cinco mil visitantes por año en unadécada.

Los paquetes turísticos desmitificaban loslugares visitados, disgregándolos en partesmanejables, cada una de las cuales era porta-dora de importancia y significado. Para el cam-bio de siglo la mayoría de las principales ciu-dades europeas habían sido interpretadas deesta manera a través de guías de viaje, y losservicios de guías turísticos habían florecidohasta competir con Cook. En Estados Unidosevolucionó un proceso paralelo, en el cual los

empresarios turísticos locales tomaron la de-lantera. Guías de viaje, bosquejos, dibujos yfotografías “entrenaban” a los visitantes res-pecto de qué ver y qué hacer. Las representa-ciones y los espacios físicos “jugaron un pa-pel clave tanto en atraer a los turistas comoen trasmitir un sentimiento de unidad social”(Cocks, 2001: 144). Los operadores turísticoslocales tradujeron las descripciones y repre-sentaciones encontradas en guías de viaje enrealidades físicas, proporcionando a los turis-tas itinerarios fijos, los cuales reducían las ciu-dades que veían a una melànge de monumen-tos, sitios históricos y centros culturales. Laexperiencia turística en el transporte masivo ylos recorridos guiados redujeron la ciudad aun panorama de “ciudad de paso” vista “des-de fuera, de una manera fascinante” (Cocks,2001: 164). Las Ferias Mundiales y exhibicio-nes consolidaron el hábito de ver a las ciuda-des como un collage de imágenes urbanasestilizadas y escenas preestablecidas. Comoobservó un visitante acerca de la ExposiciónColombina Mundial en la Feria Mundial deChicago de 1982, “la Feria es un mundo […]del cual la fealdad y la inutilidad han sido extir-padas, y sólo la belleza y la utilidad admitidas”(Cocks, 2001: 128). El movimiento de la CityBeautiful derivó gran parte de su inspiraciónde la Feria Mundial de Chicago, con su aten-ción puesta en la arquitectura monumental,parques y espacios públicos.

Algunas décadas después, se desplegó unproceso similar de construcción de imagen yreconstrucción espacial. Hacia la década de1960, en Estados Unidos las antiguas ciuda-des industriales se vieron enfrentadas al dete-rioro físico de los downtowns y la disemina-ción de la ruina a través de millas de barriosalrededor del núcleo central. Los proyectosmasivos de “limpieza” financiados por la reno-vación urbana fracasaron en la producción deun renacimiento urbano, y todas las mejorasintroducidas por los programas federales deconcesiones fueron ensombrecidas por el cri-men, las revueltas y los disturbios sociales. Loscandidatos republicanos y los medios de co-municación retrataban a las ciudades como lí-

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neas de fuego de la violencia y los problemasraciales, de modo que términos como gueto,asistencia social, infraclase, crimen e inner-city constituyeron un todo de imágenes inter-cambiables (Edsall & Edsall, 1991). Como re-sultado, la narrativa del declive urbano pene-tró la conciencia nacional, borrando en su ma-yor parte las imágenes positivas que las ciu-dades habían heredado del pasado(Beauregard, 1993).

Aquellos que se proponían hacer estasciudades atractivas para los turistas se en-frentaron a un intimidante desafío. Había dosproblemas igualmente serios. En primer lu-gar, el “imaginario urbano” de los potencia-les turistas tenía que ser cambiado. Y en se-gundo lugar, el actual ambiente físico de lasciudades con problemas tenía que ser trans-formado en lugares de belleza, interés yemoción. En las ciudades más antiguas, laburbuja turística se transformó en la solu-ción a ambos problemas. Durante las déca-das de 1980 y 1990, una concentración deinstalaciones y servicios (nuevos frentes deagua, hoteles, festival malls, centros de con-venciones, estadios deportivos y “distritos deentretenimiento”) fue construida para crearun espacio o series de espacios segrega-dos del resto de la ciudad. Incluso si ocupa-ban sólo una pequeña parte del total de laestructura urbana, estos espacios proporcio-naron imágenes de una ciudad renacida. Ymediante la construcción de espacios fortifi-cados, hasta las ciudades con altos nivelesde criminalidad fueron capaces de generarislas y reservaciones que pudieran ser habi-tadas cómodamente por turistas y residen-tes de clase media. Al interior de estas islasemergió una atmósfera como de carnavalpara satisfacer la necesidad de emoción.

3. Control social al interior delos enclaves turísticos

El análisis de Baudrillard (1998) respectode los lugares de consumo como campos cul-turales conformados por “una totalidad mar-

cada por el consumo” es útil para entendercómo los administradores de los enclaves tu-rísticos pueden intentar regular sus usos.Baudrillard escribe que los shopping centersson lugares en los cuales “el arte y el ocio semezclan con la vida cotidiana” y constituyen,en efecto, subculturas que establecen por símismas un contexto perfecto para el consumoa través del “total condicionamiento de la ac-ción y el tiempo” (28-29). Permiten la mezcladel deseo y la saciedad en una ardiente mix-tura, en la cual todas las sensaciones se venarrolladas por un Pandemoniun conformadopor “una amplia vista del perpetuo consumo”(30). Los enclaves turísticos pueden operar demanera similar, envolviendo a los visitantes enun ambiente que inunda sus sentidos con lossignos y símbolos del consumo y el juego.

Tales experiencias pueden ser concebidascomo dando cuerpo a un ambiente totalizanteque filtra las percepciones, experiencias y de-seos de los turistas. Los turistas que habitanespacios enclávicos son animados a actuaresencialmente como obreros de una factoríasujetos a “un horario, a un controlador del tiem-po, a informantes y multas” (Thompson, 1967).Por cuanto se encuentran limitados por barre-ras físicas y son destinados a actividades es-pecializadas, ciertos lugares como los estadiosdeportivos, centros de convenciones y mallspueden efectuar una regulación casi total delcuerpo. Los estadios deportivos y los centrosde convenciones, por ejemplo, están diseña-dos para el solo propósito de la representa-ción, y los usuarios que tienen otras activida-des en mente son aptos sólo para ser arroja-dos fuera. De manera similar, los shoppingmalls son construidos como palacios del con-sumo; la vagancia sin rumbo es disuadida oprohibida. Aunque a veces se hacen pasar porespacios públicos, tales ambientes confinadosproyectan un “aspecto finito o acabado” quetodo lo dirige hacia su interior (Lefebvre, 1991:147).

Los espacios turísticos enclávicos estándiseñados para regular a sus habitantes a tra-vés del control de cuatro aspectos princi-

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pales de la agenda: el deseo, el consumo,el movimiento y el tiempo. El deseo y el con-sumo son regulados por la promoción y elmarketing. El tiempo y el movimiento estánestrictamente confinados (por pasillos, torni-quetes de acceso, escaleras mecánicas, tú-neles y galerías) y monitoreados (por cáma-ras y guardias de seguridad). El uso del tiem-po es también delimitado por la programaciónde espectáculos y representaciones y por ca-racterísticas físicas como la disponibilidad oausencia de asientos y lugares de reunión. Lasexperiencias y productos en oferta combinanla homogeneidad y la heterogeneidad, suficien-te tanto para dar un sentido de comodidad yfamiliaridad como para inducir también un sen-tido de novedad y sorpresa.

Excepto aquellas promovidas por losauspiciadores corporativos, otras actividadesson a menudo interceptadas o denegadas. Losmalls prohíben rutinariamente actividades po-líticas o de cualquier otro tipo, y las fuerzas deseguridad son rápidas en escoltar a los cons-picuos no-consumidores fuera de las instala-ciones. El modo en que esto opera pudo serpercibido en la apertura del World FinancialCenter en Nueva York, en octubre de 1998. Elagente publicitario contratado por eldesarrollador, Olympia & York, puso en esce-na cinco días de celebraciones, proyectadospara transmitir (en el lenguaje publicitario dela firma) “una comprensión progresiva de losusos del espacio público”. Mientras transcu-rrían, las celebraciones se mantuvieron fuer-temente ligadas a las necesidades de marke-ting de los negocios localizados en el Centro.Las actividades publicitarias definieron y limi-taron estrictamente las actividades de los par-ticipantes, quienes fueron reducidos al statusde observadores pasivos (Boyer, 1994: 486).

Si las ciudades estuvieran principalmentecompuestas de archipiélagos y enclaves, losvisitantes y habitantes locales encontraríandificultades para escapar de la estrecha vigi-lancia y control que los espacios enclávicosfacilitan. Sin embargo, los enclaves constitu-yen sólo uno de los componentes de la espa-

cialidad crecientemente compleja del turismourbano. Los ambientes habitados por los visi-tantes de las ciudades recorren todo el espec-tro, desde los espacios construidosespecíficamente para la producción del espec-táculo y el consumo, hasta espacios públicoscomo frentes de agua, parques y plazas, pa-sando por comercios y calles residenciales.Esta compleja geografía proporciona muchasoportunidades a los visitantes para escapar delos confines del encierro.

4. La compleja estructuraespacial del turismo urbano

Algunas antiguas ciudades industriales yportuarias en Estados Unidos e Inglaterra hancompartido una trayectoria que parece confir-mar las extremas predicciones de los investi-gadores post-estructuralistas: un marcado de-clive durante la desindustrialización de las dé-cadas de 1970 y 1980, seguido por una suertede revitalización que segmentó bruscamente elespacio urbano, en beneficio de una prósperaclase media y en detrimento de los pobres (Judd& Parkinson, 1990).

Baltimore es emblemática de este tipo dere-desarrollo. Su afamado Harbor Place –consus amplios mármoles y plazas duras, un mall,un acuario, restaurantes y bares y varios ho-teles de lujo- es una virtual reservación paravisitantes que raramente experimentan el res-to de una ciudad en problemas (Huka, 1990;Harvey, 2001). Del mismo modo, excepto porlas torres gemelas cilíndricas del RenaissanceCenter y el mall cercano llamado Greektown,Detroit es hostil a los visitantes. Las Vegas esun tipo diferente de ciudad turística, pero re-sulta igualmente segmentada. The Strip, consus luces de neón, sus interpretaciones falsifi-cadas del skyline de Nueva York y del AntiguoEgipto y entretención durante las 24 horas deldía, proporciona un vistazo voyerista de unaciudad que ha sido construida como una fa-chada de carnaval y espectáculo (Rothman &Davis, 2002). Los visitantes tendrían pocasrazones para recorrer más allá del Strip.

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Pero estas ciudades-mentira no son típi-cas, y no constituyen necesariamente presa-gios de lo que todas las ciudades están desti-nadas a ser, como cualquier viajero que pasepor ciudades en Estados Unidos, Europa ymuchos otros lugares puede atestiguar.Boston, por ejemplo, es una ciudad peatonalpara residentes y visitantes por igual, a pesarde la presencia de un gran mall en el frente deagua en Faneuil Hall y un mall y un complejohotelero interconectados en el centro de la ciu-dad, en Copley Plaza (Ehrlich & Dreier, 1999).Las calles que están afuera de estos recintosestán atestadas de residentes locales y visi-tantes, y éstos se dispersan libremente en losnegocios y áreas residenciales lejanas desdehace más de una década. Del mismo modo,los visitantes no son confinados al interior deespacios cercados en la mayoría de las ciuda-des de Estados Unidos o de cualquier ciudaden Canadá o Europa. Una experiencia comoésta recibe a los visitantes sólo en las ciuda-des más peligrosas y con los mayores nivelesde criminalidad del mundo.

Los enclaves son generalmente incorpo-rados en una textura urbana que se ha con-vertido en un objeto de fascinación y consumoen sí misma. Como Sassen y Roost (1999)han observado, “la gran ciudad ha asumido elstatus de exótica. El turismo moderno ya noestá centrado en los monumentos históricos,las salas de concierto o los museos, sino en laescena urbana, o más precisamente, en algu-na versión de la escena urbana adecuada parael turismo” (143). La “escena” que los visitan-tes consumen está compuesta por uncalidoscopio de experiencias y espacios orien-tados al trabajo, consumo, ocio y entretención(Featherstone, 1994). Las áreas de las ciuda-des que invitan a los turistas a deambular pue-den no ser lugares normalmente habitados porturistas; pueden ser áreas “tensas” –barriosfronterizos o zonas donde pueden vivir y tra-bajar personas ubicadas en los márgenes dela sociedad urbana: minorías étnicas, no-blan-cos, inmigrantes, pobres. Tales áreas puedenser atractivas precisamente porque no han sidoconstruidas ni dispuestas para los turistas.

Afuera de la habitual zona cómoda, los turis-tas pueden pasear en un espacio intelectual yfísico interesante e impredecible. Como lo ex-presa un artista que vive en un barrio de estetipo, “junto con el peligro hay una vitalidad queuno pierde; cuando se está tan confiado res-pecto de la seguridad personal hay un ciertolímite que se disipa. Y hay algo emocionanteen ese límite” (Lloyd, 2000: 33).

En las ciudades europeas que no han ex-perimentado los extremos de la segregación,el crimen, las tensiones raciales y los proble-mas sociales de algunas ciudades antiguas deEstados Unidos y de países en desarrollo, losvisitantes tienden a ser absorbidos en la es-tructura urbana. Leo van den Berg (2003) ysus colaboradores han propuesto la existen-cia de un “modelo europeo” que acentúa el“desarrollo armónico de la ciudad” más que laconstrucción de espacios turísticos segrega-dos. Sus estudios sobre Rótterdam,Ámsterdam, Lisboa y Birmingham demuestranque en estas ciudades, los planificadores yquienes diseñan políticas públicas sopesan loscostos del turismo tomando en consideración“los desplazamientos de las actividades orien-tadas a los residentes, la gentrificación y lasfricciones culturales” (van den Berg, 2003).

Un equilibrio de esta naturaleza entre lasnecesidades locales y los proyectos de desa-rrollo económico requieren una visión políticade largo alcance, difícilmente posible en ciu-dades cuyos líderes se sienten desesperadospor lograr el desarrollo a cualquier costo. Enlas ciudades europeas, la herencia arquitec-tónica y cultural única de los núcleos urbanosha sido entendida como la principal atracciónpara los visitantes; en consecuencia, el desa-rrollo turístico ha apuntado a realzar el carác-ter de cada ciudad. De manera similar, los pla-nificadores en Vancouver han considerado alturismo como el producto natural de políticasque enfatizan los barrios, servicios urbanos yel medio ambiente (Artibise, 2003). Ni siquie-ra en Montreal, una ciudad que ha privilegiadomegaproyectos tales como la Expo 67 (la Fe-ria Mundial de 1967) y las Olimpíadas de Ve-

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rano de 1976, así como otros grandes proyec-tos, se han desarrollado burbujas turísticas;sus visitantes a menudo deambulan por eldowntown y los barrios (Levine, 2003). Ciudadde México es un caso interesante, por cuantoha focalizado sus energías en el desarrollo deun enclave en el centro histórico, una estrate-gia virtualmente forzada por los altos nivelesde criminalidad de la ciudad. Pero a pesar deestas condiciones, los planificadores están tra-tando de hacer de este enclave un lugar atrac-tivo tanto para los residentes locales como paralos visitantes (Hiernaux-Nicolás, 2003).

La cambiante geografía de la estructuraespacial urbana refleja el surgimiento de unacultura urbana que gira en torno a la preocu-pación por la “calidad de vida” (Lloyd, 2000).Es cada vez más difícil distinguir a los espa-cios para los visitantes de aquellos espacios“locales”, dado que los sectores de ocio,entretención y cultura son considerados comocruciales tanto por residentes locales como porvisitantes forasteros. Cuando no están viajan-do, los residentes locales se involucran enactividades indistinguibles de lo que hacen losturistas: salir a comer, ir al mall, caminar por lacostanera, asistir a un concierto. El surgimientode una nueva cultura urbana orientada a labúsqueda estética ha reconstruido a las ciu-dades como lugares que proporcionan opor-tunidades para viajar desde la propia casa:“Los consumidores ya no tienen que viajargrandes distancias para experimentar unamagnífica diversidad de oportunidades de con-sumo. Para su conveniencia, los florecientes‘distritos de entretenimiento urbano’ concen-tran objetos, o al menos sus facsímiles, traí-dos de todas partes del mundo […] Los resi-dentes actúan crecientemente como turistasen sus propias ciudades2 ” (Lloyd, 2000: 7). La“localización del ocio” resultante ha estimula-do, tanto como el turismo, la conversión delas ciudades o partes de ellas en lugares es-pecializados de entretención (Hannigan, 1998).

El turismo coincide con –de hecho, es pro-ducto de– una cultura globalizada del consu-mo sostenida por trabajadores y consumido-res altamente móviles. En Estados Unidos, elsurgimiento de una clase cosmopolita globalpuede ser percibida a través de la prolifera-ción de revistas de “estilos de vida urbanos”(Greenberg, 2000). En los ’60, las revistas deestilos de vida fueron lanzadas en 60 áreasmetropolitanas de Estados Unidos, númeroque ha crecido a más de 100 hacia el fin desiglo (Greenberg, 2000). Estas revistas sonsimilares de ciudad en ciudad porque el públi-co objetivo es invariable: una nueva clasemedia acomodada, compuesta en su mayorparte por baby boomers y su progenie bieneducada y bien remunerada. En su estudio derevistas de Nueva York, Atlanta y Los Ánge-les, Marian Greenberg (2000) encontró quedesde comienzos de los ’90, las personas eneste estrato comparten una preocupación por“estilos de vida urbanos estrechamente defi-nidos, orientados al consumo y políticamenteconservadores” (25). El nuevo consumidor declase media puede adquirir sofisticación ins-tantánea degustando la cocina, bebiendo elvino, fumando los cigarros y comprando losautos y arte recomendados por una nuevaespecie de escritores y críticos especializadosen dar consejos sobre estilos de vida.

Sassen (1994) ha documentado la concen-tración de una clase de trabajadores del sec-tor servicios muy bien remunerados en las ciu-dades globales; sin embargo, en la actualidadla nueva clase global de los privilegiados“analistas simbólicos” se ha extendido prácti-camente a todos los rincones del globo (Reich,1991; Lury, 1997). El conjunto de bienes deconsumo que los miembros de esta clase de-mandan es notoriamente similar en todas par-tes; por lo tanto, tiene sentido asumir que és-tos tenderán a demandar –y por lo tanto, a re-producir– ambientes urbanos similares, don-dequiera que vayan. Esta tendencia no es di-fícil de observar. Nueva York y el SoHo deLondres, así como los distritos de bodegas in-dustriales en todas partes, han sido invadidospor una predecible combinación de tiendas te-

2 El concepto de turismo “como si” de RichardLloyd describe la continua mezcla de visitantes y re-sidentes locales en los lugares de entretención en lasciudades.

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máticas. La cocina étnica no sólo ha sidointernacionalizada, sino además fetichizada, demodo que las mismas variedades de nouvellecuisine étnica pueden ser encontradas en casicualquier ciudad. Este desarrollo sugiere quela cultura globalizada del consumo opulentopuede eventualmente reducir todas las ciuda-des a una monocultura monótona.

Sin embargo, los cosmopolitas no buscanlas mismas cosas en todos los lugares dondevan. Dado que muchos residentes y visitantesbuscan aquello que es único, y numerosos vi-sitantes viajan con propósitos distintos al tu-rismo, la tendencia hacia la homogeneidad noes inevitable, y puede ser incluso improbable.Richard Lloyd (2000) distingue el surgimientode una nueva cultura de la “neo-bohemia”,liderada por residentes urbanos que asocian“los lugares desoladamente realistas con unaenergía creativa” (1). Esta nueva clase, sos-tiene, es responsable de la recuperación de“espacios aparentemente anacrónicos” (5) eninner cities tales como viejos distritos indus-triales y de bodegas, un desarrollo muy simi-lar a la gentrificación de los márgenes de Lon-dres, donde diseñadores y artistas han coloni-zado viejos portales comerciales, fachadas detiendas y talleres (Fainstein, 2001).

Richard Florida (2002) ha demostrado queel grupo que denomina “la clase creativa”–profesionales de alto nivel educativo con ha-bilidades intelectuales, analíticas, artísticas ycreativas elitistas–, frecuentemente conside-ra el estilo de vida como más importante queun empleo particular en la elección de un lu-gar para vivir. Los miembros de esta clase de-mandan interacción social, cultura, vida noc-turna, diversidad y autenticidad, esta últimadefinida como “edificios históricos, barrios con-solidados, una escena musical única o atribu-tos culturales específicos. Proviene de la mez-cla de la argamasa urbana junto con edificiosrenovados, de la mixtura entre lo nuevo y loviejo, el carácter de barrios de larga data yyuppies, modelos y bag ladies” (228). Floridaseñala que la clase creativa tiende a rechazarlas “experiencias enlatadas”: “Una cadena de

restaurantes temáticos, un estadio deportivocon características de circo multimedia o un‘distrito de entretenimiento’ y turismopredefinido son como paquetes turísticos: nose puede conseguir crear la experiencia omodular su intensidad; ésta es más bien im-puesta”. Lo que los miembros de la clasecreativa demandan es “tener a mano la crea-ción de la experiencia [de la ciudad] más quesimplemente consumirla (232). Estas preferen-cias han dado origen a un movimientoglobalizado que demanda mayores niveles deservicios urbanos, tanto públicos como priva-dos (Clark, 2000a y 2000b).

5. La ciudad fracturada comociudad abierta

Es difícil anticipar los tipos de lugares yexperiencias hacia los cuales los turistas se-rán atraídos. Harlem, por ejemplo, se ha trans-formado en un destino popular para los turis-tas alemanes fascinados por los servicios reli-giosos afroamericanos y para otros turistasatraídos por un Nueva York “étnico” (Hoffman,2000). Una proporción de turistas y residenteslocales buscan lugares como éstos como unaalternativa a la atmósfera artificial de los es-pacios turísticos enclávicos. Feifer (1985) hapropuesto que esta gente pueda ser llamadapost-turistas (después de los “post-moder-nos”). A diferencia de los turistas corrientes,los post-turistas no desean fijar la mirada enlos sitios turísticos sancionados oficialmente,en parte porque ellos ya han sobrellevado uncontinuo aluvión de objetos e imágenes turís-ticas proyectadas por la televisión, el cine, lasrevistas y otros medios de comunicación. Yaestán hastiados de viajar incluso antes de sa-lir de casa. Habiendo dejado de considerarcualquier “mirada” como privilegiada, los post-turistas buscan una multitud de experienciascomo un antídoto contra el aburrimiento.

Incluso dentro de los enclaves, el controlsocial de los usuarios no es absoluto. Los post-turistas, hartos de toda una vida de exposi-ción al marketing temático están aptos paraadoptar una postura irónica dentro de los

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confines de los “ambientes Disney”. Lo que lospost-turistas buscan en los festival malls y enlos complejos de entretenimiento es pura di-versión y escapismo; su postura irónica lespermite buscar sus propias experiencias. Unsegundo modo de resistencia es el rechazo aconformarse con los usos esperados. Comoha observado De Certeau (1984), “el espacioes un lugar ejercido” cuando, por ejemplo,“la calle geométricamente definida por la pla-nificación urbana es transformada en espaciopor los caminantes” (117).

Dado que los desarrolladores de los espa-cios enclávicos deben responder a gustos ypreferencias cambiantes, las prácticas al inte-rior de éstos deben ser menos estáticas e in-variables de lo que generalmente se supone.Incluso en ciudades astilladas en enclaves yfragmentos, Graham y Marvin (2001) identifi-can varios modos de resistencia: los residen-tes de comunidades enrejadas ignoran o de-safían regularmente sus common-interestassociations; los jóvenes encuentran manerasde evadir las estrictas reglas impuestas den-tro de los malls, y las normas impuestas porlos dueños y administradores de los enclavesson a veces enfrentadas por protestas bienorganizadas. El rechazo a conformarse puedeser afirmado incluso en circunstancias de ex-tremo confinamiento. En su estudio sobre elturismo en India, Edensor (1998) encontró quea pesar de los mejores esfuerzos por parte delos guías turísticos para proteger a los gruposbajo su cargo de encuentros imprevistos, lamezcla de espacios a menudo promovía losrecorridos casuales y las caminatas yvagabundeos por calles, mercados y cafés alaire libre. Los miembros de los paquetes tu-rísticos salían a veces a deambular libremen-te, ocupando la zona limítrofe del anonimatopropia del flaneur (Urry, 1990).

Esto sugiere un tercer modo de resisten-cia, el cual está disponible en todas las ciuda-des, pero sobre todo en aquellas con mayoresproblemas: escapar de los enclaves estrecha-

mente regulados. Casi en todas partes, las ciu-dades que desean atraer visitantes han inver-tido fuertemente en instalaciones públicascomo parques, fuentes, jardines y arte públi-co. Hay también distritos centrales de nego-cios, calles pobladas con pequeños negociosy tiendas y vecindarios. Los enclaves existenal interior de una compleja estructura urbanaque entrega a visitantes y residentes localespor igual numerosas oportunidades para deam-bular. En un mismo día, un visitante o residen-te local puede probar “entretenimientosDisney”, ir a una exposición de Monet, cami-nar a través de un barrio histórico y terminaren un restaurante étnico (el cual puede ser unlocal de barrio, barato, u otro más caro, quesirva una versión globalizada y nouvelle de lacocina étnica en cuestión). La ciudad es uncrisol que reúne los circuitos de capital y cul-tura globalizadas con lo local y lo excéntrico,lo cosmopolita con lo provinciano.

Los enclaves turísticos han proliferado através del mundo. Graham y Marvin (2001)predicen la propagación global de ciudades defantasía que entremezclan comercio minoris-ta, restaurantes y bares, salas de espectácu-lo, cines y teatros IMAX, hoteles, centros devideo y de realidad virtual y otras diversionesen un ambiente de puro consumo yentretención. Incluso ahora, quien viaje por elmundo puede encontrar versiones de estoscomplejos de entretenimiento diseminados alo largo del globo (Iyer, 2000). No obstante,como Graham y Marvin (2001) observan, “lavida urbana es más diversa, variada e impre-decible que lo que sugieren las certezas co-munes, inspiradas en las distopias urbanas es-tadounidenses” (392). Un examen de los es-pacios turísticos revela que la fractura de losespacios de las metrópolis postmodernas pue-de crear diversidad y diferencia, más que mo-notonía y uniformidad. Como en el pasado, lasciudades del futuro serán muy probablementelugares que combinen orden y caos en unamezcla constantemente cambiante e imprede-cible. Eso es lo que las hace tan fascinantes.

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