Upload
vancong
View
223
Download
0
Embed Size (px)
Citation preview
marruecosVisual | TraVel | CulTure | DoCumenT
Tánger - AsilAh - OuAlidiA - sAfi - essAOuirA
26p A g e s phOTOrepOrT
la Costa Atlántica
LA TIERRA DEL SOL PONIENTE
De Tánger a Essaouira recorremos varias ciudades costeras del litoral atlántico de Marruecos.
Tánger
TB | Costa Atlántica �
TÁNGEREl ferry acaba de entrar en la bocana de la bahía de Tánger. Los
viajeros, deseosos de pisar tierra, se agolpan en la proa. Escrutan
y husmean la ciudad ya al alcance de los sentidos, pero todavía
desdibujada bajo unos párpados que se desperezan del cansancio
del viaje. Enseguida la mirada comienza a enfocar la colina sobre la
que se amontonan los cubos de la medina. La velocidad se
ralentiza para comenzar la maniobra de atraque. Una hora y media
desde Algeciras, tan sólo �1 kilómetros y hemos cambiado de país y
de continente. Estamos en el umbral de la puerta de África,
a punto de descender el desnivel económico más pronunciado
del planeta. Muchos lo cruzan para huir en busca del paraíso.
Otros, en cambio, lo hacemos en sentido inverso, paradójicamente
con el mismo objetivo. Unos y otros se cruzan, se esquivan la
mirada, la sostienen y, a veces, se topan de frente. El estrecho es
un remolino voraginoso de aguas y vientos, un calidoscopio de
imágenes en colores primarios, de recuerdos, sueños y espejismos.
A un lado y otro se ve al vecino quieto, distante, callado y gris,
como desde el borde de una trinchera. Ya en tierra, sorteamos los
TB | Costa Atlántica �
de la tierra”. Matisse, por el contrario la
consideró “el paraíso en la tierra”. No
obstante, fue aquí donde el pintor comenzó
a expresarse de una manera más audaz y
abstracta, con colores intensos y expresivos.
Lo que derivaría en el movimiento artístico
denominado “fauvismo” (de fauve=bestia en
francés). Así es Tánger, puro instinto salvaje,
que el visitante debe domar si no quiere ser
dominado. Al igual que lo hiciera Hércules
con Anteo, hijo de Neptuno y fundador de la
ciudad, según la mitología griega, que dio a la
ciudad el nombre de su esposa, Tingis.
Su posición geográfica privilegiada, último
vértice del continente que punza y separa
las aguas del Mediterráneo y el Atlántico,
es como un sonar que ha ido captando
ondas de todas las culturas y todas las
civilizaciones. De todas ha aprendido algo,
lo bueno y lo malo, aquí apenas se distingue,
transformándose en una especie de viuda,
madrastra e hija bastarda de todas. Tánger
se suele decir que no es realmente marroquí,
pero tampoco es europea ni africana.
A lo largo de la historia se fueron sucediendo
bereberes, fenicios, romanos, árabes
y, por supuesto, las grandes potencias
colonizadoras europeas: entre los siglos XV
y XVII, portugueses, españoles e ingleses
fueron tomando el relevo, hasta que en 168�
Mulay Ismail, gran sultán de la dinastía alauí
que concibió los límites territoriales actuales
de Marruecos, la recuperó para el eter.
Los musulmanes fueron dueños de Tánger
durante los dos siglos posteriores. Mientras,
las potencias europeas continuaron al acecho,
codiciando sus puertas, lo cuál consiguieron
a partir de mediados del XIX. A principios
del XX España y Francia se habían repartido
Marruecos en sendos protectorados.
Sin embargo, el estatus de Tánger no
quedaría resuelto hasta 1922, cuando la
ciudad y sus alrededores fueron declarados
zona internacional. La administración recayó
en manos de nada menos que una decena
de países, bajo la vigilancia de un mendub,
grupos de caza-turistas que chapurrean todas
las lenguas, y nos ofrecen sus servicios como
guías. Por aquí pasan más de dos millones de
personas al año. Especialmente intensos son los
meses veraniegos en que miles de magrebíes,
emigrantes en Europa, cruzan por este punto
para regresar a su patria.
Tánger es una ciudad de contrastes y
contradicciones. Pasear por sus calles supone
ir descifrando páginas de su pasado y hacer
conjeturas sobre su porvenir.
El presente hace equilibrios surfistas, como
el vaivén de las aguas de los dos mares que
delimitan su bahía entre el cabo Espartel y el
Malabata. A veces desconcierta, incluso aturde;
otras, en cambio, fascina y entusiasma. Samuel
Peppys, comisionado inglés en Tánger en el
Siglo XVII la describió como “la excrescencia Cuevas de Hércules.
TB | Costa Atlántica �
representante del sultán, cuya función
era templar las exacerbadas y furibundas
pulsiones entre intereses tan dispares. Las
reglas del juego eran la neutralidad política
y militar, y la libertad económica. Hasta
la independencia de Marruecos en el �6,
Tánger gozó de un alto nivel de prosperidad
y esplendor artístico. Mientras Europa era
asolada por la guerra y el totalitarismo, a este
lado del estrecho, se abría un trozo de cielo
en medio de un escenario borrascoso, por el
que se colaba el capital extranjero y se podía
vislumbrar el paraíso de la libertad y también
del libertinaje. Tánger era un complejo espejo
compuesto de mil esquirlas donde se reflejaba
todo lo que en el mundo occidental de la
época quedaba oculto o tenía que esconderse.
Paraíso para unos, estercolero para otros.
Espías, contrabandistas, blanqueadores de
dinero, gánsters y proxenetas se encontraron
aquí a sus anchas. Refugio de gays, escenario
de pintores, e inspiración para músicos,
escritores, e intelectuales. Transgresores,
tremendistas, perseguidos y perseguidores
acudieron a Tánger atraídos como las ferritas
al imán. Matisse, William Borroughs, Tenesse
Williams, Truman Capote, Wiston Churchill,
Rita Hayworth, son algunas de las celebridades
que pasaron aquí algunas temporadas. Otros,
como Paul Bowles, permanecieron aquí hasta
la muerte. El escritor y musicólogo dejaría su
impronta imperecedera ligada eternamente a
esta ciudad.
Dejamos atrás el barco atracado en el muelle,
sumido en un sueño profundo que durará
lo que dure el nuestro, mientras realizamos
nuestra visita por la costa atlántica de
Marruecos. Nos volveremos a encontrar
cuando despertemos para emprender el
regreso. Cruzamos la Av. D’Espagne que
discurre junto al puerto y nos adentramos
en la Medina por su entrada sur, siguiendo
la rue Dar Dbagh hasta llegar al Petit Socco
(Zoco Chico), principal plaza de la medina.
William Borroughs la describió como “un
infinito flujo de ofertas deshonestas”. Aún
hoy no ex extraño que nos aborden con una
proposición del tipo “algo especial, amigo”.
Dominando la plaza se encuentra la Grand
Mosquée. Fue erigida por Mulay Ismail para
conmemorar la expulsión de los ingleses.
Levantada sobre las ruinas de una antigua
catedral portuguesa, que, a su vez fue el
emplazamiento de un todavía más antiguo
templo romano. Bordeando la mezquita por
su lado norte enfilamos la Rue Jemaa el-Kehir
(antigua calle de la Marina), la calle más
animada donde podemos empaparnos de la
actividad efervescente de los comercios. Al
sur de la plaza se encuentra el melah, antigua
judería. Si seguimos cuesta arriba por la Rue
M. Torres, llegamos al punto más elevado
de la medina, donde se levanta la Kasbha
(alcazaba), erigida también por Mulay Ismail
en el s. XVII. Entre sus muros se encuentra
el antiguo palacio del sultán, el Dar El-
Makhzen. Actualmente alberga un interesante
museo dedicado a las artes marroquíes
así como antigüedades procedentes de los
descubrimientos arqueológicos de Vollubilis,
la antigua capital romana de Tangitania. Si
queremos tomar un respiro, nada mejor que
los jardines del sultán, de inspiración andalusí
y la plaza de la alcazaba, con amplias vistas a
la bahía. En los años �0, la Kasbha albergaba
Interior del Hotel Minzah.
TB | Costa Atlántica 6
el legendario café 1001 noches, donde solía
tocar un grupo llamado “The Master Musicians
of Jakouka”, que provenía de un pequeño
pueblo del Rif occidental, y que fascinó a
Paul Bowles en su primer viaje en 19�1.
Bowles había venido a Tánger animado por
Borroughs, precisamente para conocer la
música marroquí. Más tarde se emplearía a
fondo en la etnomusicología y escribiría varios
ensayos. Siguiendo los pasos de Bowles,
visitarían este local afamados rockeros como
Brien Jones de los Rolling Stones, Peter
Gabriel o maestros del jazz como Onnette
Coleman. Hoy en día es difícil imaginar
bajo la sombra protectora de los naranjos y
granados, con el leve borboteo de la fuente
central como único ruido de fondo, las noches
de fuego estrellado y ritmos enloquecidos
de tambores en las que imaginamos a Bowles
con sus ojos saltones de lechuza, abismados
en el infortunio, por no ser capaz de atrapar
aquella música, “pues su estructura se alteraba
rápidamente hasta desintegrarse, y cuanto más
atención se prestaba, más imposible se hacía
captar su variedad y calidad”, según describiera
en sus memorias. Dentro de la medina, en el
barrio de Marsha, se encuentran curiosidades
como el Museo Forbes, antigua residencia del
multimillonario Malcom Forbes, que contiene
más de cien mil figuritas militares. Otro edificio
inquietante es la Mansión que alberga el Museo
de la Legación Americana, regalo del sultán Mulay
Suleiman a las autoridades estadounidenses.
Hay que señalar que Marruecos fue el primer
país en reconocer a EE.UU como nación tras su
independencia. El tratado que firmó el emisario
americano Barclays con el cónsul Sidi Muhammed
Restaurante Riat Tanja
TB | Costa Atlántica �
ibn Abdalah en 1�86 es el que ha estado en
vigor durante más tiempo en la historia de
Estados Unidos. Hoy alberga una apreciable
colección de artistas que vivieron o pasaron
por Tánger, además de una sala dedicada a
Bowles y la generación Beat.
Por último, antes de abandonar la vieja
medina, el café Haffa, o café de los tilos, es la
mejor propuesta para descansar y tomar un té
con hierbabuena, en su apacible terraza que
mira al mar. Era uno de los rincones favoritos
de Bowles.
Desde el Petit Socco, descendemos por
la rue Slaghin y saliendo de la Medina
desembocamos en el Grand Socco (zoco
Grande), ya en la Nouvelle Ville. Esta plaza
fue rebautizada con el nombre de “9 de
Abril de 19��” en conmemoración de la
fecha en que tuvo lugar el discurso histórico
reivindicativo de la independencia de
Marruecos del entonces sultán Mohammed
V. Es el corazón de Tánger. Plaza que antaño
se decía tan animada como la Djemma el Fna
de Marrakech. Aquí se dan cita mercados
ambulantes, puestos de comida, músicos,
encantadores de serpientes y cuentacuentos.
Está presidida por otra mezquita, la de Sidi
Bu Abid, de 191�. Cerca se encuentra la
mendubia, antigua residencia del medub.
Tomamos la rue de la Liberté, pasamos ante
el hotel más lujoso y exquisito de Tánger, el
Minzah, que todavía hoy guarda la leyenda
de ilustres personajes que allí se hospedaron,
como Wiston Churchill o Rita Hayworth. Aquí
se rodaron, junto con el Hotel Continental y
el Café de Paris, algunas escenas de El cielo
protector de Bertolucci, en las que el propio
Bowles aparecía fugazmente. Enlazamos con
el Blvd. Pasteur, arteria principal del Tánger
moderno, en el que se respira el glamour
de los años dorados de la época de la
interzona, en sus cafés internacionales, como
el afamado Café de Paris, “grand damme”
de la sociedad cafetera tangerina. Sentados
aquí, entre sorbos de café, mientras somos
observados, podemos recordar vagamente
aquella época de espías, gánsters y playboys
camuflados entre estrictos observantes del
Corán. La herencia de aquella época se ha
perpetuado en las miradas desconfiadas que
tratan de diseccionar nuestra procedencia.
Entre el tumulto de los viandantes y el
tráfico enloquecido, puede que encontremos
a alguien que nos recuerde como por
esas calles paseaba en su Rolls Royce la
multimillonaria Barbara Hutton enjoyada
de rubíes y esmeraldas que pertenecieran a
grandes damas de ruinosas y destronadas
casas reales. De cómo algunas calles de la
vieja medina tuvieron que ser ensanchadas, El café Haffa es la mejor propuesta para descansar y tomar un té con hierbabuena, en su apacible terraza que mira al mar.
para dejar paso a su ostentoso vehículo. Todo
por el capricho de la heroína protectora de
los burros. Memorables fueron las fiestas
salvajes en su lujosa villa Sidi, que el propio
Franco quiso adquirir, donde se daban cita
personajes de la alta sociedad y celebridades
de la época para asistir a extraños
espectáculos donde bailarinas de
la danza del vientre y camellos profusamente
enjaezados representaban surrealistas
coreografías.
Saliendo de Tánger, atravesando
“La Montagne”, exclusiva zona residencial,
con riads y villas, a 1� km hacia el oeste,
siguiendo la carretera que serpentea entre
abruptas rocas y lisas playas, llegamos al
cabo Espartel. Allí se encuentran las grutas de
Hércules, donde según la mitología se retiró
a descansar el héroe mitológico tras dividir
Europa de África. Se trata de unas sombrías
cavernas calcáreas en las que penetra el mar
cuando la marea está alta. La única luz entra
por una abertura donde unos ven la forma
invertida del mapa de África y otros una
cabeza humana. Aquí se encuentran los restos
prehistóricos de los antiguos habitantes de la
mítica Atlántida. Nos encontramos en uno de
los puntos más estratégicos del planeta. Al
este, el Mediterráneo; al oeste, el Atlántico;
a un tiro de piedra, Europa; al sur África
y dos mil quinientos kilómetros de costa
marroquí (si se incluye el territorio aún en
disputa del Sáhara occidental).
Si Tánger es la mezcla voraginosa de
civilizaciones, las ciudades costeras del
litoral atlántico no lo son menos, o lo son
a pequeña escala. Si bien presentan una
cara más homogénea, difieren bastante de
las del interior. Dejando a un lado, Rabat
y Casablanca, capital política y financiera
respectivamente, de las que nos ocuparemos
en futuros reportajes, a ambos lados de estas
dos grandes urbes, encontramos pequeñas
ciudades, la mayoría fundadas por las grandes
potencias europeas, y principales imperios,
que las utilizaron como puerta de entrada o
punto de tránsito en sus rutas comerciales y
periplos militares.
Cabo Espartel. Su posición geográfica privilegiada, último vértice del continente que punza y separa las aguas del Mediterráneo y el Atlántico, es como un sonar que ha ido
captando ondas de todas las culturas y todas las civilizaciones.
Asilah es una ciudad de sensaciones anárquicas que cobran armonía en nuestra mente y nos impulsa hacia la búsqueda de algo sublime.Asilah
TB | Costa Atlántica 10
ASILAH
Asilah reposa sobre la costa atlántica como
una caracola arrumbada en la playa durante
la bajamar. Al pasear sin rumbo por sus
callejuelas, ¡de qué otra manera se puede
hacer en una medina!, vamos descifrando
el código que la brisa y el sol adhiere a sus
muros con trallazos de tinta blanca. Quizá sea
el susurro de las musas que se desprende de
los embates del oleaje contra los lienzos de
las gruesas murallas portuguesas, como un
mensaje acuciante que se dispersa entre las
calles en forma de briznas de espuma marina,
que refresca y lava las fachadas, y los ojos de
los que las contemplan. Descubrimos así el
poder trasgresor de nuestros sentidos que sólo
aquí son capaces de atravesar las superficies
aparentemente planas, intensamente blancas
y vacías para descubrir dimensiones nunca
imaginadas. Las paredes son lienzos; las
plazas escenarios; el entramado de calles,
las cuerdas de un instrumento musical; los
corrillos de gente, foros de elevada discusión.
Asilah es una ciudad de sensaciones
anárquicas que cobran armonía en nuestra
mente y nos impulsa hacia la búsqueda
de algo sublime. Colores, olores y sonidos
conforman el rastro anfibio que nos conduce
Habitantes de Asilah entrando a la medina por una de las puertas que se abren en las
murallas portuguesas.
TB | Costa Atlántica 11
hacia la presa que perseguimos: algarabía
de niños que retozan en una plazoleta
mientras el sol atardece en sus cuerpos
menudos; mujeres afanadas que canturrean
mientras trajinan; ecos de lecciones
coránicas que se bifurcan en una esquina;
dedos que golpetean tambores de arcilla
en un patio cercano e inaccesible; el aire
perfumado de salitre que nos deja una leve
sensación de nostalgia al respirarlo, pues
nos evoca aquello que siempre deseamos
haber sido y casi habíamos olvidado. Con
el cuerpo arrinconado en un baluarte de la
vieja muralla, damos la espalda a la ciudad
mientras contemplamos cómo el sol se
desploma a lo lejos sobre el océano. Entonces
caemos en la cuenta de que aún hay tiempo.
De regreso al laberinto de la medina, vamos
siguiendo el hilo intrincado de su historia
para encontrar algunas respuestas de lo que
Asilah nos ofrece.
Ashila se encuentra sobre una llanura a
la ribera del atlántico, a �2 kilómetros al
sudeste de Tánger. Pequeña ciudad de
pescadores y artesanos, su origen se remonta
unos �600 años atrás, cuando los fenicios
eligieron este enclave, cruce de caminos en
la ruta del comercio, y fundaron Zilis, a pocos
Al pasear sin rumbo por sus callejuelas vamos descifrando el código que la brisa y el sol adhiere a sus muros con trallazos de tinta blanca.
12 TB | Costa Atlántica
kilómetros de su emplazamiento actual. Por su
posición estratégica, cartagineses, romanos,
bárbaros, árabes, portugueses y españoles
se fueron sucediendo en la disputa por sus
codiciados muros. Testigos de aquellas luchas,
quedan las murallas que levantaron los
portugueses en el siglo XVI, bajo el reinado de
Sebastián VI, que la utilizó como avanzadilla
para la conquista de Marruecos. Sin embargo,
sus ambiciosas intenciones quedarían
frustradas en la célebre batalla de los Tres
Reyes, en que fuera abatido junto con otros
dos sultanes aliados. El flanco sudoeste de las
murallas que da al mar, es muy frecuentado al
atardecer tanto por zilitas como por forasteros
para contemplar la puesta de sol. Desde
esta posición privilegiada se puede avistar la
verde cúpula de Sidi Mamsur y el cementerio
muyahiddin, cuyas tumbas están recubiertas
de losas decoradas con cerámicas de colores
(cada color representa a una familia). Tres
puertas monumentales se abren en las murallas
para acceder a la ciudad vieja: la Puerta de la
Tierra, la Puerta de la Kasbash, y la puerta del
Mar. Por esta última se accede a la plaza Sidi-
Ali-Ben-Hamdush, dominada por la torre Kamra,
que alberga salas de exposiciones. Muy cerca de
aquí se encuentra el Palacio Raisuli, construido
a principios del XX en estilo hispanomorisco.
El promotor de tan magno edificio fue Mulay
Ahmed Raisuli, célebre bandido del Rif cuyo
nombre ha quedado ligado a la historia de la
ciudad. Nunca lo llegó a habitar. Sus insaciables
y caóticos flirteos con alemanes y españoles,
que en un principio le permitieron hacerse
El flanco sudoeste de las murallas que da al mar, es muy frecuentado tanto por zilitas como por forasteros.
TB | Costa Atlántica 1�
con el título de caíd de la región de Tánger,
y el de pachá de Asilah, del mismo modo, le
llevaron al arresto y asesinato a manos de los
propios rebeldes rifeños. Aunque hay quien
asegura que su fantasma todavía habita entre
sus estancias, en la actualidad el palacio está
dedicado a albergar exposiciones, conferencias
y recitales.
Una de las cosas que primero sorprenden al
recorrer la luminosa medina, es su esmerado
cuidado, que para otros, en cambio, resulta
demasiado aséptico. En ella abundan los
talleres, las salas de exposiciones y las
galerías. No es extraño que artesanos y
artistas nos inviten a visitar sus obras. Todo
ello, así como las pinturas murales que nos
encontramos a nuestro paso, se deben al
festival cultural que aquí se celebra cada
verano desde 19�8.
Una de las cosas que primero sorprenden al recorrer la luminosa medina,
es su esmerado cuidado.
Asilah reposa sobre la costa atlántica como una caracola arrumbada en la
playa durante la bajamar.
De espaldas al bullicio de la ciudad, contemplamos cómo el sol a lo lejos se desploma sobre el océano. Entonces, mientras respiramos la
brisa salada, caemos en la cuenta de que todavía hay tiempo…
Oualidia Oualdidia, pequeña y apacible población de pescadores a la orilla de una laguna en forma de media luna.
16 TB | Costa Atlántica
OUALIDIA
Entre El-Jadida y Safi, siguiendo la ruta por la
costa, entre marismas y cultivos, se encuentra
Oualdidia, pequeña y apacible población de
pescadores a la orilla de una laguna en forma
de media luna. Fue fundada por el sultán Saadí
El-Ouladid, al que debe su nombre.
Oualdidia es famosa por sus criaderos de
ostras, que producen unas 200 toneladas al
año. La ostricultura comenzó a desarrollarse a
partir de los años �0. Las aguas tranquilas de
su laguna, atraen cada vez más a numerosos
turistas y familias adineradas de Casablanca
y Marraketch.
Al sur de Oualidia, la carretera del litoral se
vuelve aún más espectacular, atravesando
verdes prados de una pureza primitiva, y
cultivos anegados que acaban en escarpados
acantilados sobre calas de lisa arena.
Paisaje del litoral entre Oualidia y Safi
Barcas dedicadas a la recogida de ostras
Safi La costa atlántica. Inmenso párpado que mira el mar. Oleaje agitado que brama pronunciando plegarias desatendidas que se filtran entre la fina y oscura arena donde un santo
durmiente descansa en su “morabito”, sumido en un sueño desvaído por los siglos de los siglos.
TB | Costa Atlántica 18
SAFI
Safi es el principal puerto pesquero del
Atlántico, además de una próspera ciudad
industrial y una de las de mayor proyección
económica de Marruecos. A ello contribuyen
la gigantesca planta de procesamiento de
fosfatos de Maroc-Chimie al sur de la ciudad,
y el enorme complejo industrial dedicado al
procesamiento de conservas de sardinas que la
convierten en el primer exportador mundial de
este producto con �0.000 toneladas anuales,
pese a que a partir de los 80 esta actividad fue
disminuyendo, pues los bancos de sardinas
han ido migrando hacia el sur por causa de
la contaminación de sus costas. Aunque goza
de gran popularidad entre los marroquíes,
apenas recibe turistas extranjeros. A ello
contribuye su carácter eminentemente
industrial y la fama de su vecina Essaouira.
La alfarería de Safi, de fama internacional es una de sus señas de identidad
Antiguo horno de leña en la Coline des Potiers (colina de los alfareros).
En Safi se producen todo tipo de objetos labrados al torno: cuen-
cos, jarrones, platos…
La vieja medina, de nuevo cercada por
murallas portuguesas del s. XVI, se encuentra
en la parte baja de la ciudad. En un extremo
de la misma, mirando al mar, se encuentra el
Qasr al-Bahr, imponente fortaleza cuadrada,
pensada para proteger la entrada al puerto;
y en el extremo oriental, otra fortificación, la
Kelshla, que actualmente alberga el Museo
Nacional de Cerámica. Precisamente, la
alfarería de Safi, de fama internacional, es otra
de sus señas de identidad, como contrapunto
a su pujante actividad industrial. Al norte
de la medina, ya fuera de las murallas, se
encuentra la Coline des Potiers (colina de
los alfareros). Aquí se puede seguir todo el
proceso siguiendo las pautas de la artesanía
tradicional: aljibes donde se remueve la
arcilla, talleres en que los artesanos moldean
y esmaltan los objetos, el proceso de cocción
en los antiguos hornos de leña, y pequeños
locales para su exposición y venta. Se
producen todo tipo de objetos labrados al
torno: cuencos, jarrones, platos, así como tejas
y azulejos verdes, que coronan buena parte de
los edificios representativos del país.
Essaouira Los fuertes vientos alisios, que soplan casi todo el año, forman pequeñas dunas a lo largo de las interminables playas de Essaouira.
ESSAOUIRA
Terminamos nuestro periplo por el litoral
atlántico marroquí en Essaouira, a unos
ochocientos kilómetros del estrecho, donde
lo emprendimos. A primera vista, la historia
de esta ciudad no difiere en esencia de la de
otras ciudades que hemos visitado, o pasado
de largo, por la ruta de „ciudades amuralladas
marroquíes“: Asilah, Azemmour, El Jadida, o
Safi. Tampoco es distinta su estructura urbana.
El rastro de los tiempos lo podemos seguir a
través de su nombre y de los que la cortejaron,
la codiciaron o se la disputaron. Fue la bereber
Amogdul (la bien guardada o fortificada).
Más tarde fue la portuguesa Mogdura que los
españoles, merced a la implacable fonética
castellana transformaron en Mogadur. Los
franceses, más tarde, la llamaron Mogador. Lo
de poner, quitar o cambiar una vocal, le debió
parecer cosa insustancial a Sidi Mohammed
Ben Abdallah, que la hizo árabe de nuevo
a mediados del s. XVIII, y le dio el nombre
actual, que significa algo así como „la bien
fortificada“ o „la bien diseñada“. El sultán alauí
quiso castigar a Agadir, que le había sido
hostil y monopolizaba por aquel entonces el
La Skala de la Ville es un lugar privilegiado encaramado sobre el acantilado donde rompen las olas del atlántico.
comercio con Europa. Essaouira floreció bajo
los auspicios del sultán y, para hacer honor
al significado de su nombre, encomendó a un
prisionero francés, el ingeniero y topógrafo
Théodore Cornut, la construcción del que
sería el mayor puerto del imperio, así como el
diseño de la nueva ciudad, con anchas calles
y trazado rectilíneo, dotada de imponentes
murallas defensivas, siguiendo los patrones
que su maestro Vauban había utilizado en la
ciudad francesa de Saint-Malo. Fue la época
dorada de la ciudad. El sultán hizo venir a los
cónsules europeos de Salé y Agadir, así como
algunas de las familias más ricas del reino. La
intensa actividad portuaria, que concentraba
el �0% de los intercambios marítimos de todo
Marruecos, propició el establecimiento de
importantes casas comerciales europeas. Los
Vista de Essaouira con el bastión de la Skala du Port en primer término y la isla Mogador al fondo.
bella panorámica del puerto de pescadores
y de la isla de Mogador. Esta isla, que en
realidad son dos, ambas rodeadas de varios
islotes, fue conocida en la antigüedad como
Islas Púrpura. Los romanos cultivaron en ellas
el molusco múrice, con el que se obtenía
la púrpura, y que se utilizaba para teñir las
túnicas de los emperadores. Actualmente es
un santuario para los halcones de Eleonor, que
vienen aquí a criar entre abril y octubre, antes
de emprender su viaje de regreso hacia el otro
extremo del continente africano: Madagascar.
Está a punto de caer la tarde. La luz tiene
un matiz hipnotizante. Los pescadores más
rezagados recogen sus redes y las preparan
para la faena del día siguiente. Es la hora del
recuento. Pocas horas antes, junto a la entrada
del puerto que hace las funciones de lonja,
se subastaba el pescado. El tintineo de las
monedas y el graznido de las gaviotas que
buscan su pitanza entre los restos de pescado,
ha tomado el relevo al bullicio y griterío de las
pujas. Las barcas y barcazas perfectamente
alineadas, como butacas de un anfiteatro, con
sus cascos pintados de azul añil, cabecean
sobre las aguas tranquilas, como una especie
de calentamiento o ensayo preparatorio antes
de echarse a la mar al amanecer. A lo lejos,
el sol que empieza ya a agonizar, antes de
judíos eran muy numerosos entonces. Eran
destacados joyeros. Sus hijas, su más preciada
joya, de sutil belleza y aguzada inteligencia,
según cuenta la leyenda, eran raptadas y
llevadas a los harenes de Fez. Essaouira era
una efervescente mezcla de culturas, además
de un complejo mosaico de las diferentes
tribus que aún hoy pueblan Marruecos: los
haha, berberófonos del sur, los shiadma,
arabófonos del norte, y los guenauas,
negros originarios de Sudán, Senegal y
Guínea, antiguos esclavos empleados en
las plantaciones y las fábricas de azúcar del
cercano río Ksob. Un siglo más tarde, ya en la
época del protectorado, comenzaría el declive
de Essaouira en favor de Casablanca. Un paseo
por la vieja ciudad y por el puerto nos sirve
de pretexto para desandar el camino que la ha
convertido en lo que es actualmente. Desde
el arco neoclásico de La Marina, por el que se
accede a la medina desde el puerto, vamos
siguiendo el reflejo del antiguo esplendor, a
través de la arquitectura atormentada de sus
murallas, cuyos sillares se van deshaciendo
con la lentitud de los siglos, como azucarillos
en el agua, por la tozuda mezcla de salitre y
viento. Junto al puerto se encuentra la Skala
du Port, imponente bastión construido sobre
el nivel del mar, desde el que se obtiene una
Canela, comino, pimienta, pimentón. Cada especia un color. Cada color un matiz para cada plato: cuscús, tajine, kefta… Sésamo, azafrán, menta, cilantro. Sabores intensos que han de arder en el paladar para archivarlos en la memoria.
TB | Costa Atlántica 2�
zambullirse sobre las aguas del océano, tiende
rayos púrpura sobre un cielo enjaulado que
envuelve la isla Mogador, donde los halcones
danzan atolondrados. Entre las almenas de
la Skala del Puerto, sentados sobre un cañón
oxidado, nuestra imaginación se dispara. El
eco de un pasaje del Otello de Shakespeare
retumba en la memoria. „Si yo descubriese
que ella es un halcón montano, aún cuando
tuviera por grillos las fibras de mi corazón, la
soltaría con un silbido y la dejaría a merced
del viento para que buscase su presa al azar“.
Decía Otello sobre Desdémona. Por qué no en
un lugar como este. Así debió pensar Orson
Welles cuando eligió Essaouira para rodar los
exteriores de su versión cinematográfica de
Otello, a principios de los �0. El tacaño de
Welles, que dicen que pagaba a los ayudantes
que contrató en Essaouira con latas de sardina,
fue el pionero en establecer aquí una modesta
sucursal de la meca del cine. Muchas otras
grandes producciones han sido rodadas
después. La más reciente El Reino de los Cielos
de Ridley Scott.
No sólo el cine ha sido seducido por el mágico
atractivo de esta ciudad. Una década más
tarde, otros vientos traerían hasta este rincón
del Atlántico aires libertinos y costumbres
dionisiacas. Eran los 60. Precedidos del
grito de „sexo, drogas y rockandroll“ una
legión de hippies crearon su particular
paraíso fuera del mundo y de sus asfixiantes
estructuras establecidas, en este confín.
Pacifistas, apóstatas y descreídos, místicos
de su propia religión, artistas de medio pelo,
escritores vagabundos, músicos excéntricos,
constituyeron una leyenda con la que todavía
hoy los taimados guías encandilan los oídos
de los turistas. Jimmi Hendrix, Cat Stevens,
los Rolling y Leonard Cohen, pasaron por aquí.
Algunos se quedaron largas temporadas y
todos se inspiraron bajo la vaporosa bóveda,
blanca y azul, de Essaouira. Sin embargo,
aquellas hogueras, alrededor de las que se
realizaban danzas enloquecidas, remedando
ritos ancestrales, en que el incienso era
sustituido por el LSD, hace tiempo que dejaron
de humear. Hoy, las autoridades se empeñan
con denuedo en escrutar cada grano de la
playa kilométrica, en busca de cualquier
objeto sospechoso, no sea que alguien traiga
o encuentre algún rescoldo que reavive el
fuego de aquella época. Hoy son los surfistas,
atraídos por los fuertes alisios, los que se
enseñorean de las playas. „Mira, un barco de
alas doradas pasa junto a mí. No tiene por qué
parar... simplemente pasa de largo. Lo mismo
que los castillos de arena se deslizan en el
mar. Finalmente.“ Decía una de las canciones
más afamadas del cherokee Hendrix. Pues eso.
Siguiendo la Rue de la Skala llegamos a la
ciudad vieja, declarada Patrimonio de la
Humanidad por la UNESCO. Ya en la plaza
de Mulay El-Hassan, nos empiezan a asaltar
algunas de las claves que atestiguan una
realidad esquizofrénica, fruto de un pasado
en el que hay que aproximarse con mirada
geológica para poder ir identificando los
distintos estratos que el viento de la historia
ha ido sedimentando. Huellas superpuestas,
pisadas distantes, en un mismo punto,
cruce de caminos de culturas, religiones y
civilizaciones que pocas veces convivieron en
armonía, las más se disputaron la propiedad
de este suelo y este aire, y otras simplemente
se soportaron. Casas blancas, con paredes
desconchadas, ventanas azules y marcos
amarillos, donde el estilo marroquí se combina
con el portugués. A esta hora ya tardía,
pareciera que la ciudad se está recogiendo,
preparándose para su retiro nocturno después
de un día ajetreado. Las calles están envueltas
en una atmósfera fatigada. Sin embargo, es
un rasgo característico de Essaouira. Dentro
de sus muros, la ciudad está quieta a todas
horas, siempre expectante, como la „la bella
durmiente“, uno de sus títulos, que en realidad
TB | Costa Atlántica 26
CREDITOS Fotografia : Jesús Lopez
Texto: Miguel Ángel Calle
Diseño: Eiko Liefold
HOTELES El Minzah: www.elminzah.com
Maison d´hôtes Dar Nour: www.darnour.blogspot.com
Maison d´hôtes Dar Sultan: www.darsultan.com
Maison d´hôtes Berbari: www.berbari.com
no duerme, sino que permanece tras el falso
muro del sueño, escuchando el bufido de la
bestia afuera. Dentro reina la lentitud, que
hay quien dice es una herencia portuguesa.
Incluso las mujeres, ocultas tras el velo blanco
(hakik) dejan traslucir esa mueca distante,
desconfiada y melancólica de saudade lusa,
y sus andares pausados tienen ritmo de
fado. Caminamos pegados a la muralla, con
sigilo, como quien entra en una casa ajena,
mientras sus inquilinos duermen. Enseguida
encontramos la Skala de la Ville, el otro
bastión, encaramado sobre el acantilado.
Un pasadizo en pendiente desciende hasta
las casernas, donde los mejores artesanos
de marquetería de Marruecos, trabajan la
madera de nudo de tuya, árbol que fue
abundante en la zona, y ya comienza a
escasear. Los artesanos embellecen la madera
con incrustaciones de nácar, hilos de cobre
y plata. Y tirando del hilo de los oficios, nos
vamos al gremio de los joyeros, en el callejón
Siaguin. Trabajo que en otro tiempo hacían
los orfebres judíos, hoy la mayor parte de la
mercancía es
elaborada en Casablanca. Actualmente, la
mellah, barrio judío, presenta un aspecto de
orfandad decadente y casi delictiva.
Antes de caer agotados, hacemos una parada
en la umbría plaza de Bal-El Sebaa, repleta
de cafés. Un buen lugar para hacer balance,
o simplemente dejarnos adormecer, antes
de que el ineludible recuerdo de tener que
partir nos sobresalte. En este rincón del
atlántico, donde el viento sigue soplando y
trayendo con él, botellas y mensajes secretos
de todas partes, concluimos. Del mismo modo
que las ráfagas encrespadas del estrecho
nos zarandearon al inicio, sumiéndonos
en una profunda realidad onírica, y nos
trajo como náufragos hasta Tánger, donde
desembarcamos para embarcarnos en
esta aventura, de nuevo un vendaval nos
zambulle en un sueño hondo. Al despertar,
ya estaremos de regreso. Cuando eso ocurra,
nos preguntaremos si ha sido un sueño. La
respuesta la tendremos en los pulmones:
el aire renovado; el elemento vital que solo
hallan quienes se adentran en la realidad de
un lugar que no es el suyo, como si realmente
lo fuera, involucrándose con sus habitantes,
con su historia, su circunstancia actual y la
inquietud del futuro; solo así se pondrá en
entredicho las certezas; para desechar unas,
y reforzar otras. Ambas cosas conviene para
respirar y, en definitiva, sentirse más vivo.
Los pescadores recogen sus redes tras la subasta del pescado.