8
PLIEGO Se acerca la solemnidad de Santiago Apóstol, y lo hace en el marco de este 2010, Año Santo Compostelano. No volveremos a celebrar otro hasta 2021. Por eso, miles y miles de peregrinos dirigen sus pasos estos días –y a lo largo de los doce meses– hacia la ciudad gallega para encontrarse con el patrono español. Atrás queda el Camino, cuyos orígenes y rutas se rememoran en estas páginas, una experiencia salvífica de encuentro con Dios, con los demás y con uno mismo. ¡ULTREIA, SUSEIA! EL CAMINO DE SANTIAGO: ‘VIA SALUTIS’ FRANCISCO JAVIER CASTRO MIRAMONTES Franciscano y peregrino 2.715. 10-16 de julio de 2010

¡ULTREIA, SUSEIA! EL CAMINO DE SANTIAGO: ‘VIA …€¦ · recuperar la inocencia original, retornar al paraíso perdido. Y para ello aludiremos a la historia remota y reciente,

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: ¡ULTREIA, SUSEIA! EL CAMINO DE SANTIAGO: ‘VIA …€¦ · recuperar la inocencia original, retornar al paraíso perdido. Y para ello aludiremos a la historia remota y reciente,

PLIEGO

Se acerca la solemnidad de Santiago Apóstol, y lo hace en el marco de este 2010, Año Santo Compostelano. No volveremos a celebrar

otro hasta 2021. Por eso, miles y miles de peregrinos dirigen sus pasos estos días –y a lo largo de los doce meses– hacia la ciudad gallega

para encontrarse con el patrono español. Atrás queda el Camino, cuyos orígenes y rutas se rememoran en estas páginas, una experiencia salvífica de encuentro con Dios, con los demás y con uno mismo.

¡ULTREIA, SUSEIA!EL CAMINO DE SANTIAGO:

‘VIA SALUTIS’

FRANCISCO JAVIER CASTRO MIRAMONTESFranciscano y peregrino

2.715. 10-16 de julio de 2010

Page 2: ¡ULTREIA, SUSEIA! EL CAMINO DE SANTIAGO: ‘VIA …€¦ · recuperar la inocencia original, retornar al paraíso perdido. Y para ello aludiremos a la historia remota y reciente,

PL

IEG

OP

LIE

GO

Una experiencia interiorque remontarnos a Galilea, tierra natal de Santiago Zebedeo, y aludir al nacimiento del fenómeno jacobeo como una auténtica génesis milagrosa en base al descubrimiento de un sepulcro venerado desde entonces como locus sancti, lo que generó una corriente de peregrinación a lo largo de los diversos “caminos” históricos que han conformado este bello y, a un tiempo, extraño fenómeno actual que damos en llamar “Camino de Santiago”. Pero el Camino es, sobre todo, espiritualidad, que ha sido la fuerza, la energía auténtica que ha hecho posible también el florecimiento del arte jacobeo, una espiritualidad que nació siendo pura religiosidad (pietatis causa) para convertirse hoy en pura universalidad de valores humanos que confluyen y fructifican en el Camino en el contacto entre personas provenientes de los rincones más recónditos del planeta, en contacto también con la naturaleza, con uno mismo… y con Dios, que es el resumen providencial de tantas bellas historias que protagonizan quienes son los auténticos protagonistas del Camino: los peregrinos y peregrinas. Y ya se

sabe aquello de “no hay camino, se hace camino al andar”, o lo que es lo mismo, hay tantos caminos como peregrinos, porque cada persona es en sí misma un camino que sólo él o ella puede transitar. El Camino es, sí, lo sigue siendo, una via salvationis, un camino de salvación que nos lleva a descubrir la esencia de la vida, porque aunque los intereses egoístas personales o grupales muevan el mundo, sin embargo, lo que verdaderamente lo sustenta es el amor (Dios).

TODO COMENZÓ EN GALILEA

Si buscamos el origen remoto del fenómeno jacobeo, tenemos que realizar una excursión en la historia hasta los primeros años de nuestra era, en el siglo I, hasta tierras de Galilea (no deja de sorprenderme la semejanza terminológica entre aquella tierra marítima, con su mar interior, y esta otra tierra mía natal, Galicia, que fue consagrada como el fin de la tierra). Jacob, hijo de Zebedeo, hermano de Juan (conocido para la posteridad como “evangelista”), era un pescador probablemente originario de Betsaida, un pueblecito costero que vivía de la labor en la mar. Él fue uno de los discípulos más cercanos a Jesús, una vez que inició su misión por aquellas tierras, por aquellos pueblos, entre aquellas gentes dedicadas a sobrevivir gracias a su trabajo en el mar, la tierra o el pastoreo. Santiago, junto con su hermano, fue bautizado por el propio Jesús con el apelativo de boanerges (“hijos del trueno”), lo cual hace pensar que ambos debían tener un carácter muy impulsivo y quizás incluso

agresivo, tal y como sugieren los relatos evangélicos.

El caso es que el pescador de Galilea acabó convirtiéndose en fiel

seguidor de Jesús, y fue el primero del colegio apostólico en entregar su vida como mártir,

OBERTURA

El año 2010 es Año Santo Compostelano, año jubilar, el más antiguo de la Cristiandad, ya que fue instaurado en el siglo XII, antes incluso que su homólogo romano. Entonces, las reliquias sagradas movían el corazón de muchas personas para convertirse en auténticos “peregrinos”, hombres y mujeres en camino, que reniegan de su propia patria terrena para aspirar a la celestial, por eso la peregrinación es una forma de salvación, una via salutis para quien no se conforma con maltrechas felicidades terrenales, sino que ambiciona el paraíso celestial, tan bellamente evocado en las pétreas formas del Pórtico de la Gloria de la basílica compostelana. Simbólicamente, a partir de ese mismo siglo XII, el peregrino busca alcanzar esa visión celestial emulada ya en las formas románicas que azuzan e incentivan el deseo de alcanzar la gloria anhelada, la auténtica tierra de promisión.

El Año Santo Jacobeo (en alusión a Jacob, nombre hebreo originario de nuestro Apóstol) es un acontecimiento que acaece cada vez que el 25 de julio, fiesta de Santiago Apóstol, coincide con el Domingo, lo cual tiene lugar con una peridiocidad matemática de 6, 5, 6 y 11 años (el próximo será en el 2021). Esta efeméride se nos ofrece como una posibilidad de volver la mirada del corazón hacia nuestras raíces cristianas, y hacia el cielo prometido. Por eso estas palabras tratan de ser una invitación cordial, fraterna, a retomar el camino de la vida, pues no en vano el Camino de Santiago es una metáfora de la vida misma, que puede ser entendida como un constante peregrinar hacia una meta que, quizás, sea como regresar a casa: recuperar la inocencia original, retornar al paraíso perdido.

Y para ello aludiremos a la historia remota y reciente, porque el Camino hunde sus raíces en una historia multisecular, con lo cual tendremos

Page 3: ¡ULTREIA, SUSEIA! EL CAMINO DE SANTIAGO: ‘VIA …€¦ · recuperar la inocencia original, retornar al paraíso perdido. Y para ello aludiremos a la historia remota y reciente,

tal y como afirma el libro de los Hechos de los Apóstoles. Su decapitación, ordenada por Herodes Antipas, obedeció a una serie de represalias y violentas persecuciones que duraron siglos contra quienes profesaban el nombre de Cristo como salvador. Pero lo cierto es que, salvo las breves referencias neotestamentarias en torno a la figura de Santiago –o Jacob (de ahí también Jaime, Tiago o Jacobo)–, la historiografía en torno a este apóstol deja de ofrecernos referencias durante algunos siglos, de modo que fue la versión oral y popular la que tejió las leyendas que han perdurado hasta nuestros días.

Las más coincidentes afirman que Santiago fue el encargado de llevar la nueva y buena noticia de Jesús, su Evangelio, su mensaje de amor, hasta los confines de la Tierra, tal y como había manifestado el Maestro. En aquel entonces, estando aún por descubrir América (o porque los nativos de este continente nos descubriesen a nosotros), el confín occidental estaba situado en el extremo más occidental del continente europeo, en la Hispania de los romanos. Cuentan las leyendas, avaladas por un documento, que cuando los legionarios romanos conquistaron tierras celtas que luego bautizarían como Gallaecia, se quedaron impresionados al contemplar el inmenso océano Atlántico y el atardecer, el ocaso del sol, a quien ellos invocaban como auténtica deidad. Fue entonces cuando exclamaron: finis terrae, el fin de la tierra.

Tiempo después, algunos Padres de la Iglesia, hombres de fe y doctos, señalaron que los apóstoles se habían repartido para misionar el mundo entonces conocido, y que a Jacob Zebedeo le había tocado en suerte venir hasta estos confines, y que, además, se había convertido en pía tradición o costumbre enterrar sus cuerpos, una vez entregada la vida, en aquellos mismos lugares. Así que ya tenemos aquí la lazada precisa: si Santiago misionó por estas tierras, en estas tierras fue enterrado, con lo cual sería cuestión de tiempo descubrir tan santo sepulcro. Y las leyendas siguieron tejiendo su urdimbre hasta encajar con los mínimos

datos históricos. Si Santiago fue mártir en Jerusalén (en la catedral de Santiago de aquella urbe santa, que custodia la comunidad armenia, se venera hoy el lugar exacto del martirio), había que buscar la forma de hacer llegar su cuerpo hasta estas tierras lejanas. Y he aquí que fueron dos ángeles quienes transportaron su cuerpo santo a bordo de una barca de piedra, sin timón, hasta desembarcar, después de una breve travesía, breve por milagrosa, en Iria Flavia, la actual Padrón (en alusión al “pedrón” que aún se conserva en la iglesia parroquial de esta villa distante unos 20 kilómetros de la urbe compostelana, y que era un ara romana, con invocación-inscripción incluida, en la que se ató la susodicha barca).

Se inicia entonces una rocambolesca historia de amor-desamor con la reina Lupa o Atia (la reina pagana local) y con las tropas romanas persecutoras. Hasta que finalmente la reina dominante se convirtió al cristianismo después de

asistir a algunos milagros del cuerpo santo, custodiado por sus discípulos Teodoro y Atanasio. Y fue ella misma quien cedió su propio mausoleo funerario, en tierras de A Mahía, para ser enterrados los restos apostólicos. Y así, lo que en realidad comenzó en Galilea como inicio de una sencilla y profunda revolución de amor llegó hasta estas tierras galaicas para originar, siglos después, un hermoso éxodo simbólico en busca de la salvación ansiada: el Camino de Santiago.

LA GÉNESIS DE UN MILAGRO

El siglo IX marcó el inicio del fenómeno de las peregrinaciones a “la casa del señor Santiago”. En una noche estrellada un monje comenzó a forjar un sueño que se convertiría en el cimiento de la identidad europea, y todo debido a un milagro.

Todo sucedió en una noche estrellada allá por el año 813 (aunque algunos historiadores sostienen que pudo haber sido más bien hacia el año 830). Fueron testigos del milagro un bosque y un eremita llamado Paio o Pelayo. Son nuevamente aquí prolijas las leyendas en urdir con ingenio lo que nadie pudo contemplar sino aquel solariego ermitaño que, como todo místico, supo ver más allá de las apariencias, leyendo en la noche lo que la historia y la vegetación habían sepultado en el olvido.

Cuenta la fe popular que Paio fue testigo nocturno (que es cuando la oración se hace experiencia mística profunda) del resplandor especial de una estrella que se posaba sobre un lugar sito en medio de la maleza del bosque. Sorprendido decidió alertar a Teodomiro, a la sazón obispo de Iria Flavia (+ 847, cuya lápida sepulcral puede ser vista y tocada en la propia basílica compostelana). Allá acudieron el obispo y su séquito, quienes descubrieron en medio de la espesura del bosque un edículo de mármol (de ahí que se cite en los primeros documentos más antiguos como arca marmórica) en el que estaban supuestamente depositados los restos que pronto fueron tenidos por los de Santiago Zebedeo y

Page 4: ¡ULTREIA, SUSEIA! EL CAMINO DE SANTIAGO: ‘VIA …€¦ · recuperar la inocencia original, retornar al paraíso perdido. Y para ello aludiremos a la historia remota y reciente,

LOS CAMINOS

Referirse al Camino de Santiago es tanto como tratar de simplificar una realidad que es en sí misma plural, puesto que de igual manera que se dice en el habla popular que “todos los caminos conducen a Roma”, también para ir a Santiago hay que hablar de varias rutas que por razones muy diversas, desde las geográficas a las políticas, han diseñado toda una red de vías igualmente útiles para alcanzar la meta. Y es que la esencia de la peregrinación no está sólo en la meta final, sino también en el espacio que va entre el comienzo y el fin de todo esfuerzo. Por eso sería más acertado referirnos a “los caminos de Santiago” o, lo que es lo mismo, las diversas rutas que conducen a la ciudad del Apóstol. Por eso quizás sea oportuno hacer una referencia, aunque sea somera, a las rutas clásicas y modernas que conducen a Compostela: sus “caminos”.

El Camino FrancésEs el camino por excelencia. Lo

confirma una gran tradición histórica. Su itinerario quedó fijado hacia el siglo XI gracias, en buena medida, al mecenazgo de Sancho el Mayor de Navarra y de Sancho Ramírez, junto con los monarcas de Castilla. Esta ruta aparece ya descrita en el Codex Calixtinus (siglo XII). Su libro V pasa por ser la guía turística más antigua

los peninsulares y creyó la cristiandad y el viento de la fe empujó las velas de occidente y el auténtico milagro se produjo”. Desde entonces, Compostela “alborea a la vida histórica” (Filgueira Valverde).

Los restos más venerados de la cristiandad medieval habían sido depositados en una necrópolis en la que también fueron hallados vestigios de enterramientos de la época romana, junto a otros de impronta paleocristiana y sueva. Además, fueron descubiertos algunos vestigios que parecen indicar que en este lugar se había rendido culto pagano a Júpiter, dios del trueno.

Y el caso es que, al instante, al poco de descubrirse el sepulcro, Europa entera vuelve su mirada hacia Occidente y camina hacia un futuro de mayor armonía. Hasta entonces, los pueblos europeos se relacionaban por cuestiones meramente comerciales o por la guerra, el recurso más deshumanizador. En el Camino comenzará otra forma de entender las relaciones humanas basándose en el encuentro, en el intercambio de visiones, filosofías y conocimientos. Y en este sentido, la fe cristiana se convirtió en signo claro de identidad entre personas y pueblos. De ahí que negar la impronta cristiana del Camino es negar su esencia y renunciar o renegar de su historia. Caminar se convirtió entonces en una forma concreta de entender esta vida como un tránsito en busca de una patria celestial.

sus discípulos Teodoro y Atanasio. Se cercó el lugar y, tan pronto tuvo noticia del evento,

acudió el rey Alfonso II desde la sede asturiana, el cual mandó construir una iglesia nombrando al Apóstol patrón de sus reinos. Serían no más de tres hectáreas, sobre las que se edificarían un pequeño templo muy pobre (“ex petra et luto opere parvo”), erguido sobre la tumba apostólica, un baptisterio dedicado a san Juan Bautista hacia el norte, una sede para el obispo y su cohorte, y el edificio de Antealtares en el que habitarían los monjes benedictinos dedicados a atender el culto. La noticia tuvo tal repercusión que, tan pronto tuvo noticia del evento, el papa León III reconoció el hallazgo en su epístola Noscat vestra fraternitas.

La noticia se extendió por toda Europa como un río en crecida. Y así, en el 838, Floro de Lyon citaba ya en su Martirologio el culto santiaguista de raíces hispanas. Lo mismo sucedió con otro martirologio de la época: el de Usardo de Saint Germain des Pres. Los monarcas asturianos, conscientes de la importancia del descubrimiento, no dudaron en beneficiar el lugar y potenciar el culto al Apóstol. Así lo hizo el sucesor de Alfonso II, el rey Ordoño II.

Además, el prodigio fue una inyección de moral para las tropas cristianas en su lucha contra los musulmanes, ya que fue interpretado como una señal divina que aseguraba la victoria final. Y tal fue la impresión, que hacia el año 852 pudo haber tenido lugar una batalla en Clavijo (La Rioja) que finalizó con victoria cristiana merced –así se quiso interpretar– a la intercesión física del mismísimo Santiago, que de mártir pasó a ser batallador, tal y como atestiguan las múltiples imágenes y pinturas que reproducen estos acontecimientos tan poco evangélicos.

Y concluyó así un siglo decisivo en la historia jacobea. Del hecho milagroso guarda memoria el nombre de la urbe que tuvo el honor de custodiar tan preciados restos: COMPOSTELA (que según unos proviene del latín campus stellae = campo de la estrella, o de compositum tellos = sepulcro bien cuidado). Siglos más tarde, escribiría Sánchez Albornoz: “Creyeron

PL

IEG

O

Page 5: ¡ULTREIA, SUSEIA! EL CAMINO DE SANTIAGO: ‘VIA …€¦ · recuperar la inocencia original, retornar al paraíso perdido. Y para ello aludiremos a la historia remota y reciente,

de las que se tiene noticia. El autor de la misma pudo ser Aymeric Picaud, monje francés que supuestamente peregrinó desde su patria hasta la ciudad del Apóstol. En el Liber Sancti Iacobi podemos encontrar topónimos e informaciones de toda índole acerca de los lugares, las fuentes y puentes, las personas o las costumbres. Ésta, que era la ruta medieval seguida por los caminantes que provenían de los diversos pueblos de Europa, sigue siendo la preferida por los peregrinos, la más protegida y laureada por los organismos internacionales.

La Ruta o Vía de la PlataEsta ruta es la que discurre por el

sudeste de la Península. Tiene su origen en Sevilla y atraviesa las provincias civiles de Badajoz, Cáceres, Salamanca y Zamora (si bien tiene algunas variantes, una de las cuales se interna por territorio portugués). Lo más probable es que esta vía discurriese siguiendo el trazado de la calzada romana que atravesaba estas tierras y que comunicaba Emérita Augusta (Mérida) con Astúrica Augusta, tierras bañadas por los ríos Tajo y Duero. Esta ruta era conocida como “de la Plata”. Se cree que la expresión deriva del término árabe Bal’lat’ta, que alude a una supuesta calzada empedrada. Hipotéticamente, éste fue el camino que emplearon los musulmanes andalusíes para atacar los reinos cristianos del norte peninsular. Hay, sin embargo, quien sostiene que la expresión puede referirse al mineral (la plata) que pudo ser muy abundante por estas tierras. Tras la caída de Sevilla y Córdoba, los mozárabes cristianizaron esta ruta como vía de peregrinación.

La Ruta marítima del Mar de ArousaEsta ruta a través de las aguas

marinas de la ría de Arousa y las fluviales del río Ulla conmemora la llegada a tierras gallegas del cuerpo del Apóstol, una vez decapitado en Palestina (año 44): este acontecimiento es conocido como la “traslación”. La tradición, luego recopilada en diversos textos medievales, cuenta que los discípulos de Santiago recogieron su cuerpo y lo embarcaron en el puerto de Jaffa (hoy barrio popular de la magna ciudad de Tel Aviv) rumbo a la tierra

en la que el Apóstol había predicado. Atravesaría así el Mediterráneo y subiría hacia el norte por las costas atlánticas hasta alcanzar el Finisterrae. Lo más probable es que se tratase de uno de los barcos comerciales que ya entonces surcaban los mares uniendo Oriente con Occidente en busca de estaño y otros metales que abundaban en Iberia.

El Camino del NortePudo ser ésta la primera ruta

utilizada. Cuando se produjo el descubrimiento de un sepulcro identificado como el de Santiago Zebedeo en tierras de A Mahía, la Península estaba prácticamente dominada por los musulmanes, de modo que la peregrinación sin riesgos sólo era posible a través de las montañas cantábricas, que fueron a la sazón el escudo natural que evitaba al invasor. Junto a este camino, coexiste otro denominado “primitivo” o “real”, que fue supuestamente el que utilizó Alfonso II el Casto cuando acudió con su corte a tierras gallegas para comprobar in situ el hecho del hallazgo de unos restos atribuidos al Apóstol. Parte desde Oviedo para entrar en Galicia por tierras de Lugo. La voz popular quiso perpetuar la relevancia de la ruta que discurre por el norte peninsular afirmando que “quien va a Santiago y no va al Salvador, sirve al criado y deja al señor”, refiriéndose a la imagen del Salvador que se venera en la catedral ovetense, que custodia valiosos objetos de arte en su Cámara Santa. Existe, además, un Monte del Gozo asturiano: el Majoya.

El Camino PortuguésLa vinculación del fenómeno jacobeo

con Lusitania viene desde antiguo, tal y como quieren expresar tradiciones y

leyendas que hablan de la presencia del predicador por esas tierras. De hecho, se cree que el propio Santiago nombró a uno de los suyos para regir la naciente iglesia de Tui, a un paso de Portugal (su nombre era san Epitacio). El Camino portugués tiene diversas variantes, por la costa atlántica y por el interior. Pero actualmente la ruta más explícita es la atlántica que cruza el río Miño para entrar en Galicia a través de Tui. Las huellas jacobeas en Portugal son apreciables en el epígrafe del siglo IX de la iglesia de Castelo de Neiva, en la que figura una dedicatoria hecha por el obispo Nausto de Coimbra que se refiere al Apóstol. También las tropas lusas invocaban su patrocinio en la reconquista.

El Camino InglésSe alude con esta expresión al

trayecto que seguían los peregrinos que procedían de las Islas Británicas o de otras zonas costeras de Europa, en alguno de cuyos puertos embarcaban para navegar hasta las costas gallegas. Normalmente, desembarcaban en A Coruña o Ferrol, o incluso otros puertos del Atlántico o el Cantábrico, desde donde se dirigían a pie o a caballo para postrarse a los pies del Apóstol (propiamente, es esta ruta terrestre la que hoy conocemos como “Camino Inglés”). Ferrol y A Coruña son los dos lugares de mayor reseña por ser los puertos de desembarco y, aún hoy, de estas dos plazas parten peregrinos realizando la llamada ruta inglesa o “Camino Inglés”.

El Camino de Fisterra-MuxíaSe trata en realidad de una ruta

ideada en tiempos recientes, que pretende recuperar la memoria de aquellos romeros que siglos atrás recorrían estas tierras tras visitar, con todos los honores, la tumba apostólica. En realidad, es una ruta que sigue el rastro del sol hasta el Occidente, hasta el océano Atlántico: el fin del mundo (Finisterrae de los romanos). La ruta tiene dos metas a elegir (ambas merecen la pena). Una es el cabo de Fisterra o Finisterre, un montículo que se adentra en el océano desde el que se pueden divisar hermosísimas

Page 6: ¡ULTREIA, SUSEIA! EL CAMINO DE SANTIAGO: ‘VIA …€¦ · recuperar la inocencia original, retornar al paraíso perdido. Y para ello aludiremos a la historia remota y reciente,

que no se puede comprar con dinero, y aquí entran valores humanos como el amor, la bondad, la justicia, la generosidad, la paz, la humildad… El Camino es, así, una pedagogía que nos lleva a recobrar el sentido profundo de la vida. Los valores humanos son los verdaderos frutos del Camino de Santiago, el verdadero

tesoro. En el sentido literal de las palabras son valores religiosos, porque nos religan, nos enganchan a la vida y al autor de la vida: esa causa primera de la que hablan los científi cos, esa razón última de los racionalistas, o ese Dios de los creyentes.

El Camino nos puede ayudar a recobrar nuestra propia vida. El Camino nos invita a meditar, a profundizar, a darnos respuestas seguras y fi rmes que tengan como telón de fondo la verdad: la propia y la ajena. La vida en sociedad tiende a hacer de nosotros objetos de consumo, potenciales consumidores que sólo interesamos según nuestro estatus o tarjeta de crédito. Estamos falseando las relaciones, y esto nos deshumaniza y va destruyendo poco a poco, casi imperceptiblemente. Por eso necesitamos recobrar la utopía, como esperanza de que aún es posible salvar al ser humano contemporáneo.

Estamos perdiendo la capacidad de soñar, estamos desvirtuando los ideales, por eso el Camino puede ser terapia cognoscitiva que nos ayude a recuperar el norte, sobre todo cuando nos encontramos perdidos, desorientados, en crisis. Los peregrinos medievales caminaban guiándose por el sol que sigue su rumbo hacia occidente y siguiendo el rastro de las estrellas en la noche. De ahí surge el mito del Camino “escrito en el cielo”, la Vía láctea guiadora que, en opinión de León Bloy, existe porque existe en nuestra alma. Necesitamos recuperar los ideales que son esas estrellas que nos orientan en la noche más oscura, en tantas noches oscuras del alma como debemos soportar. Pero no nos queda otro remedio, hay que caminar, por dentro y por fuera, irremisiblemente. Y cada cual tiene su camino: “Éste es el camino: caminad por él” (Isaías).

que concluyen su tránsito ante la tumba del Apóstol. En la peregrinación hay un antes y un después, porque el Camino sólo es tal si concluye en una transformación profunda del ser. El Camino es, antes que nada, la persona del peregrino, única e irrepetible.

La ruta jacobea se sustenta, y así ha sido desde el principio, en la fe que mueve montañas, en la confi anza existencial de quien vive en la verdad, en la auto-trascendencia del ser humano en evolución que busca nuevas y más elevadas metas, siguiendo el innato instinto de superación. La fe cristiana fue la que propició el milagro de Compostela. Primero, fue la estrella refulgente y, luego, vinieron el arte y la historia como elementos esenciales para comprender mejor las rutas que abrieron los pies inquietos de quienes buscaban nuevos retos, en tensión constante hacia el poniente, hacia la tierra en la que el sol se recuesta al atardecer.

La experiencia de Jesús de Nazaret fue la de quien quiso vivir su propia existencia desde la radical coherencia de quien ve más allá de las apariencias, yendo a lo esencial, al corazón de las personas. Jesús fue un peregrino que asumió como doctrina infalible la bondad que brota del amor. Él mismo llegó a autoproclamarse “camino, verdad, y vida”. Él mismo asumió un estilo de vida itinerante propio de quien vive de la fe y de la confi anza en un Dios que es Amor. Jesús y sus discípulos supieron mucho de caminos y sendas, de los caminos de fuera que iban de Galilea a Judea, pero, sobre todo, del camino interior, del camino que cada persona es. Ni la historia ni el arte jacobeo tendrían sentido sin esta noción de la fe, que es el alma, el espíritu, que los impulsó y desarrolló. Sabe el peregrino que hay más de lo que se ve, que la verdad reside en el hombre

interior, tal y como intuyó ya hace siglos aquel titán de la fe que fue Agustín de Hipona.

Uno de los grandes errores de nuestras sociedades postmodernas y consumistas es que apenas se valora aquello

puestas de sol. La leyenda quiere ver en este lugar uno de los más enigmáticos puntos de la tierra, espacio sagrado de los celtas que habitaron estos contornos de la antigua Gallaecia. Al parecer, los peregrinos medievales, tras el gozo de Compostela, continuaban su peregrinación hasta la Costa da Morte para ver morir el sol y, con él, el hombre viejo, y renacer a una nueva vida, lo que signifi caban quemando las ropas que les habían acompañado durante su peregrinación. Se sabe que hubo aquí un peregrino y eremita famoso (san Guillermo) y un santuario. La otra posibilidad es ir un poco más al norte, hasta Muxía (el topónimo quizás provenga de mongía, en alusión supuestamente a los monjes que habitaron en el cercano monasterio de Moraime). Muxía no sólo es una recoleta villa desposada con el mar, sino, sobre todo, un santuario mariano (hay quien sostiene que es el más antiguo del continente dedicado a la Virgen) con su querida Virxe da barca, patrona de los marineros. El templo bien merece una visita con tiempo porque su situación geográfi ca invita a la oración y a la meditación íntima, ya que se asienta sobre rocas a muy pocos metros del mar bravío.

ESPIRITUALIDAD DEL CAMINO

El Camino de Santiago se ha convertido en los últimos años en un fenómeno de masas que rebasa fronteras y unifi ca en un mismo destino a gentes venidas de casi todos los rincones del planeta. Ese destino es Compostela, la ciudad de piedra bañada por la sempiterna lluvia. Como en la vida misma, en la peregrinación se conjugan aspectos tan diversos como diversos son los peregrinos que siguen transitando, en el nuevo milenio, por estas vetustas rutas que conducen al Finisterrae.

El Camino de Santiago es hoy un poco de todo: arte, deporte, fe, cultura, turismo, política, gastronomía…, pero lo esencial, como todo lo bueno, reside no en la superfi cie, sino en las raíces. El Camino es distinto, especial, signifi cativo, si nos atenemos al testimonio de la mayoría de peregrinos

PL

IEG

O

Page 7: ¡ULTREIA, SUSEIA! EL CAMINO DE SANTIAGO: ‘VIA …€¦ · recuperar la inocencia original, retornar al paraíso perdido. Y para ello aludiremos a la historia remota y reciente,

El Camino de Santiago ha sido y sigue siendo un cauce de cultura en el que los peregrinos, venidos desde los lugares más diversos y lejanos, comenzaron a tener relaciones amistosas, y así se fueron transmitiendo conocimientos científicos y artísticos, lenguas y valores humanos. La fe hizo posible el milagro de la noche estrellada y de una ruta ramificada en varios caminos que tiene mucho que ver con la fe de nuestros antepasados. La cultura cristiana se ha hecho verdaderamente universal en el Camino de Santiago. Así lo patentizan aún hoy día los innumerables monumentos religiosos, las iglesias y catedrales, que siguen siendo una humilde convocatoria para la auto-trascendencia del ser finito que somos. El románico es el arte del

camino al servicio del transeúnte. Es la expresión tan sencilla como sublime de una fe que también podría ser declarada Patrimonio universal de la Humanidad.

El Camino está suficientemente avalado como ruta cultural y religiosa, así lo testimonia su arte (especialmente el recoleto románico), su historia multisecular y su espiritualidad. Este último aspecto es el verdaderamente decisivo, porque arte, cultura, historia, naturaleza, deporte, turismo o “botafumeiro” no se comprenden bien si no se interpretan desde esta impronta espiritual. El Camino trasciende los tiempos porque tiene su propia alma, su espiritualidad. Pero el Camino es, sobre todo, una experiencia, una pedagogía que enseña a vivir mejor. El Camino lo es por fuera y por dentro.

Lo verdaderamente importante no es en sí la ruta física, tal o cual camino, tal o cual sendero, sino el camino del peregrino, su propia experiencia interior en contraste con lo que la ruta le va ofreciendo por fuera, porque el Camino tiene la rara virtud de estar hecho a la medida del peregrino. El Camino es un alfarero que va configurando y modelando tu persona de modo que al final, cuando tu ser entero repose tras el esfuerzo en la cuna compostelana, casi no te reconocerás, porque hay un antes y un después, siempre y cuando tu corazón haya sido el motor de tu peregrinar.

Me atrevo a ofrecerte un retrato del Camino que conozco, del mío, una fotografía que, espero, te ayude a prepararte a vivir esta aventura del ser en la que uno vuelve a sus raíces más profundas, al yo profundo que somos, al contacto con los demás y con el medio ambiente, en comunión con todo y con todos. El Camino se puede también saborear a través de una serie de palabras conocidas que expresan vivencias profundas, actitudes básicas valederas para la vida misma, porque, bien visto, toda vida, también la tuya, es camino. Te invito a caminar ya mismo hacia la tierra en la que el sol se recuesta al atardecer y que los peregrinos medievales alcanzaban siguiendo en la noche el rastro de las estrellas, y “verás la maravilla del Camino, camino de soñada Compostela, peregrino” (Antonio Machado).

El Camino es humildad: al poco de salir, el caminante comenzará a experimentar su propia indigencia, lo poco que uno es cuando se ve en la tesitura de tener que avanzar con la intranquilidad que produce el no saber qué acontecerá, ni siquiera en dónde reposarán los huesos tras esa jornada. El Camino va curtiendo al ser. Primero el cuerpo cansado elevará su grito, luego será la propia psicología la que comience a quejarse: “¿Qué pinto aquí con lo bien que estaría en casita?” Pero en ello hay una gran oportunidad de crecimiento, porque poco a poco el caminante se irá quedando a solas con su alma, y éste es el primer y gran reto del Camino. Por fuerza, la humildad irá surgiendo cuando se comprueba que somos apenas una gota de vida

LA SONRISA DE DIOS

El Hogar de espiritualidad San Francisco de Asís, sito en el convento de San Francisco de Santiago de Compos-tela, es un sueño de fraternidad hecho realidad. En el mismo se ofrece un espacio gratuito para los peregrinos y peregrinas que al final de su camino deseen encontrar un espacio de paz y de espiritualidad que les permita rememorar los momentos vividos en el Camino, las expe-riencias acumuladas. Recuerdo que en una ocasión una joven peregrina gala, después de la oración, se acercó a mí y me pidió hablar. Salimos a la huerta y, bajo las estrellas, ella me dijo que no era creyente pero que en esa noche, junto a nosotros, participando en la “oración por la paz”, había sentido algo muy especial. Le dije que no me extrañaba en absoluto que no fuese capaz de ver a Dios, porque en ese momento Dios mismo me estaba hablando a mí a través de su mirada y su sonrisa. Y son muchas las personas que realizan el Camino que acaban mostrando la sonrisa de Dios. Quizás sea cierto aquello de “Compostela, tú tienes, acaso, el raro privilegio de poseer el secreto de la única verdad” (García Martí).www.franciscanos-santiago.org

Page 8: ¡ULTREIA, SUSEIA! EL CAMINO DE SANTIAGO: ‘VIA …€¦ · recuperar la inocencia original, retornar al paraíso perdido. Y para ello aludiremos a la historia remota y reciente,

El Camino es arte: si la naturaleza es una filigrana de hermosura insuperable, no se debe dejar por ello de valorar y detenerse ante las obras del ingenio humano. El arte es también un reclamo para la mirada y la reflexión. El Camino es la senda del románico, ese arte sobrio y enigmático cargado de simbolismo que sigue hablando a quien quiera detenerse y escuchar el canto de sus piedras.

El Camino es historia: una historia milenaria de luces y sombras. El caminante debería peregrinar casi con veneración al saber que las piedras que pisa fueron testigos silenciosos del paso cansino de millones de personas que, con sus vidas a cuestas, han compartido con otras el trago de la vida. El Camino es comunión con la Humanidad, es pasado, presente y eternidad.

El Camino es esperanza: la que nunca se pierde, la que con su hermana la fe mueve montañas, la que nos hace caminar sin dejarnos abatir por las contrariedades. La esperanza se posa en donde un corazón le presta posada, pero es tan libre que viene y va a su antojo. La esperanza es una dama hermosa de cuento medieval que hechiza al caballero, es la expresión femenina de todo lo bueno que se guarda en el seno de una madre que entrega sus entrañas a la noble causa de engendrar una nueva vida, vida que sólo es posible porque antes lo fue la esperanza. La Esperanza es el mayor fruto que te puede ofrecer el Camino, y ella es la madre de la PAZ existencial.

te constituye y que hace posible las realizaciones que en la mente tan sólo son sueños. En el Camino se aprende a amar el cuerpo. A él le debemos mucho, tu cuerpo es más que una mera apariencia, tu cuerpo es tu tesoro.

El Camino es pobreza: el caminante, en seguida, se da cuenta de que el equipaje que precisa es mínimo, lo demás ayuda, pero con el tiempo todo sobra. Si lleva mochila, procurará llevar lo imprescindible, ya que lo agradecerá la espalda. En el Camino se aprende a valorar las pequeñas cosas de la vida, ésas que sólo valoramos cuando las perdemos. El Camino es un cúmulo de pequeñeces gratuitas: el agua cristalina y fresca de una fuente en el momento oportuno, las frutas en sazón, la indicación de algún vecino cuando se ha perdido el rumbo, el poco alimento que requiere el cuerpo que está en pleno esfuerzo… En estos tiempos materialistas, el Camino se nos ofrece como un desafío, una revolución posible que nos ayuda a comprender que los bienes son de todos y que sólo compartiendo es como de verdad funcionan bien las economías, las que se basan en el altruismo y no en el ánimo de lucro.

El Camino es naturaleza viva: para ello hay que llevar bien abiertos los ojos del ser más íntimo, porque la naturaleza es casa y techo. El peregrino ha de prepararse a vivir la poesía de la creación, que va a desplegar su manto para abrigar el corazón sensible que sepa captar la vida que nos rodea en sus múltiples formas. Hay que despertar los sentidos atrofiados, porque la naturaleza es pedagogía y el gran regalo que ofrece el Camino. El caminante ha de ejercitar su mirada con frecuencia y contemplar en profundidad cuanto emerge a su alrededor. Elevar la mirada y dejar que se remonte al cielo que cubre al peregrino es dejar hablar a lo infinito. Cerrar los ojos y permitir el abrazo del sonido de la naturaleza (las aves, el arroyo, el viento...). Acariciarla con las manos y dejarse embriagar por la fragancia de las flores, sin dejar de sentir en los labios el beso del agua fresca y el sabor de una fruta, son sensaciones que sólo quien se despoja de sí mismo puede llegar a alcanzar.

que atraviesa sendas, en medio de la montaña, bajo el riguroso sol o la intensa lluvia. La humildad es una pedagogía que nos pacifica y nos va dando la medida de nosotros mismos.

El Camino es sufrimiento: no tardarán en venir los primeros dolores (agujetas, ampollas, tendiditis, rozaduras…). El Camino puede resultar inmisericorde. Pero también en esta experiencia se nos da la oportunidad de crecer. El sufrimiento es una dimensión más de nuestra vida finita y compleja. No es peleándose con este invitado inoportuno como se le vence. El ser humano debe aprender a convivir con el sufrimiento, haciendo de él un estímulo para interpretar los acontecimientos con mayor profundidad. Quien sufre comprende al que sufre, quien se ve limitado respeta al limitado. El Camino educa en la limitación y nos hace solidarios con los sufrimientos de los demás. Y, bien visto, no tenemos derecho a quejarnos por deferencia hacia quienes de verdad sufren. Al final todo pasa, también el sufrimiento es contingente: hoy es; mañana no.

El Camino es solidaridad: el peregrino irá comprobando que no está solo en el mundo, sino que su camino va a estar habitado de presencias y vidas paralelas que le interpelarán y le harán reflexionar. Es común gestar muchas amistades con otros peregrinos que comparten eso mismo, la esencia de la peregrinación, el ser mujer u hombre en camino en busca de un mismo destino, hacia una misma meta marcada en el horizonte. De ese modo, surge fácilmente el compañerismo y el compartir momentos, palabras, bienes… Los dolores de uno son también los de los demás, las dificultades son las de los demás, el Camino iguala en la esencia humana y nos permite abrirnos a ámbitos de comunicación profunda hasta entonces tan sólo soñados.

El Camino es un cuerpo: los pies son los soportes que llevan en ciernes a la persona hacia su destino. Se debe atender a sus requerimientos, aprender a tratarlo con disciplina y con consideración, puesto que de él depende el peregrino para llegar a la meta ansiada. Seguramente, nunca te habrás parado a reflexionar acerca de la importancia de este ser corporal que

PL

IEG

O